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Perspectivas sobre la negativa del presidente Trump a firmar el acuerdo

de París.

El acuerdo de París, es una iniciativa suscrita entre países que se llevó a cabo en el
marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático, con la
finalidad de reducir las emisiones de gas de efecto invernadero, gases que, desde la
revolución industrial, se han incrementado exponencialmente, principalmente por la
producción excedente de dióxido de carbono, que no puede ser absorbida por la naturaleza
en el ciclo del carbono. El gas invernadero proviene principalmente de la utilización de
combustibles fósiles tales como el petróleo, el gas natural y el carbón. Estas formas de
energía, no obstante que sean las más eficientes y, por consiguiente, las más económicas que
se encuentran disponibles en la actualidad, son las más contaminantes.

El acuerdo de París, se estima entrará en vigor para el año 2020, año en el que ya
habrá caducado el protocolo de Kyoto; acuerdo que también buscaba reducir las emisiones
de gases de efecto invernadero. Cabe resaltar que las mayores potencias económicas y
militares mundiales, también son las más contaminantes, encontrándose a la cabeza China,
Estados Unido , India, Rusia y Japón, en ese mismo orden.

La relación de Estados Unidos con respecto al tema de la contaminación es bastante


ambigua. Por un lado, fue uno de los principales promotores del acuerdo de París, pero por
otro, siempre se negó a firmar el protocolo de Kyoto. La razón estriba en que contaminar
menos equivale a producir menos o a un mayor costo; una vez más, como se dijo, contaminar
suele ser la alternativa más económica para maximizar los beneficios empresariales. Pero,
¿por qué los mecanismos del libre mercado no funcionan en lo tocante a la contaminación?,
por qué se hace necesaria la intervención de leyes internacionales que ponen coto al derecho
que se abrogan las empresas de decidir cuánto y cómo producir y, por tanto, cuánto y cómo
contaminar. La razón estriba en lo que los economistas llaman fallas de mercado. De hecho,
los recursos naturales que, a pesar de su utilidad inconmensurable como el agua o el aire-, no
son sujetos de apropiación por parte de los agentes privados, no son bienes de mercado y, en
consecuencia, más que ser de todos, parecieran no ser de nadie. Dicho de otro modo, estos
bienes no entran dentro de la estructura de costos de las empresas. En tenor de esta situación,
algunos han propuesto que la contaminación adquiera un valor monetario para las empresas,
algo así como un impuesto a la contaminación, entre otras alternativas para combatir la
polución (internalizar las externalidades negativas en la jerga económica)

En la actualidad, la fe moderna en el libre mercado para solucionar los problemas del


cambio climático parece resquebrajarse. Las corporaciones, -en nuestro mundo globalizado
y altamente integrado-, toman decisiones que no sólo pueden antagonizar con los intereses
Estados nacionales (incluso de aquellos Estados nacionales de cuyo territorio y jurisdicción
procede la casa matriz de la multinacional), pueden discrepar con los intereses de la
humanidad entera, hecho especialmente palpable cuando se habla de ecología.

La polución: el gran desafío para la democracia de la mayor potencia global.

El problema de la contaminación, sin duda alguna, rebasa las fronteras nacionales. Es


uno de los problemas más graves de la actualidad; problema perentoriedad reclama la
participación activa y el compromiso de las principales potencias del mundo, con Estados
Unidos y China –como principales contaminantes y economías del mundo-, a la cabeza.
Habida cuenta de lo anteriormente dicho, resulta pertinente establecer un recorrido histórico
sobre el proceso de conformación de los intereses a los que aluden las decisiones sobre la
contaminación, y el peso del campo empresarial en la trascendental decisión sobre cuánto
contaminar.

Con el advenimiento de la modernidad, y los ideales de la ilustración de libertad


igualdad y fraternidad, como paradigmas de lo moderno y discurso de la clase que se
empoderó en el siglo XIX, (la clase empresarial y mercantil que reclamó los espacios de
poder de la nobleza), el discurso de legitimidad del poder se seculariza, y el poder empieza a
legitimarse en la necesidad de la sociedad de seguridad y de bienestar para salvaguardar los
derechos universales del hombre, principio que logra estructurar al discurso democrático.
Así, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo del discurso de Gettysburg de
Lincoln, se constituye como un correlato de la necesidad de una organización burocrática ya
establecida por los pensadores contractualitas.
Cabe pues preguntarse, ¿en dónde queda la democracia cuando la supervivencia de la
especia depende de las decisiones empresariales sobre el qué, el cómo y el cuánto
producir?¿acaso la garantía del libre desenvolvimiento empresarial no debería redundar de
manera natural en el bienestar del colectivo en algún momento?. El problema ecológico,
siendo que atañe a las condiciones mínimas que posibilitan el desarrollo de las distintas
organizaciones sociales, es un problema que subvierte la estructura misma del sistema
económico. En efecto, no todos los países pueden tener el nivel de vida del alemán promedio,
puesto que de ser así, la contaminación sería tal que sería imposible la vida humana en el
planeta (al menos tal como la conocemos). Así, pues, este hecho plantea la convergencia de
países hacia un mismo nivel de desarrollo como una verdadera utopía. Bajo la tecnología
actual, sólo es posible la desigualdad entre países.

No cabe duda que en el escenario internacional, las corporaciones se desenvuelven en


los vacíos de poder, en esos espacios intersticiales de lo que es de todos, pero no es de nadie.
Espacios en donde la participación política, muchas veces no encuentra una debida normativa
para su accionar. Este hecho supone un verdadero reto para la democracia.

No obstante, el advenimiento de la democracia y la noción de representatividad y el


discurso del sustrato del poder político en el pueblo y no en el dogma religioso, no elimina
las relaciones de poder estructurantes de la sociedad. Los espacios de poder siguen siendo
reclamados por discursos naturalizados en los cuales, las decisiones políticas atañen a
decisiones particulares en aras del mantenimiento de la libertad individual, cuyo libre
desenvolvimiento, bajo las leyes naturales del mercado, sólo puede devenir en el bienestar
de la sociedad en su totalidad; del todo como suma de sus partes. Estos espacios en los que
las decisiones políticas son tomadas de manera discrecional por agentes maximizadores de
beneficios particulares –es decir, por parte de la subjetividad empresarial-, se hacen
particularmente ostensibles en la era de la globalización y de los capitales multinacionales.
Es bajo el contexto actual en el que la disminución del Estado nacional ante la irrupción de
la corporación multinacional, no sólo empieza a antagonizar con los intereses del primero
aún en la nación más poderosa del planeta, Estados Unidos (dinámica de la que la quiebra
fiscal de Detroit puede dar cuenta), sino que empieza a tomar espacios en donde los
organismos supranacionales no logran incidir de manera determinante. Así, por ejemplo, las
decisiones sobre cuanto se debe contaminar pasan a ser decisiones empresariales, cualquier
irrupción en dichas decisiones por parte de organizaciones políticas, es una afrenta contra la
libertad empresarial, es decir, la libertad como propietarios privados de decidir sobre lo
propio, no obstante que lo que está en juego es la supervivencia de la especie humana.

El tema ecológico se encuentra pues, en el centro de las aporías y contradicciones del


discurso de la libertad como autodeterminación con respecto a lo que se posee, y el discurso
bajo el cual el laissez faire conducirá a que dichas libertades redunden en el bienestar común.
Bajo esta dinámica empresarial, la democracia queda acotada a una institución procedimental
sin competencia sobre las cosas sobre las que se deben decidir. Bajo el mismo orden de ideas,
la contaminación –habida cuenta de que, como se ha dicho, producir más y a menor costo
implica contaminar.-, queda excluida del orden político y de lo que se deba decidir
democráticamente, forma parte de las decisiones empresariales y no de las decisiones
ciudadanas. Los movimientos ecologistas, por otra parte, aparecen como pañitos de agua fría
ante problemas que se empiezan a concebir por las personas como el sino inevitable de la
humanidad, al catástrofe ecológica. Paliativos que sólo dan cuenta de la necesidad de un
cambio estructural de cuya conciencia, no nos es posible escapar mientras que la naturaleza
reclame las condiciones mínimas sobre las que es posible la existencia de la sociedad.

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