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Texto fundamental del historiador y antropólogo José Velasco sobre las distintas formas en que los grupos indígenas en México construyen las nociones de espacio sagrado y territorialidad a partir de su identidad. La relación que establecen con su entorno natural, y las formas de aprovecharlo inciden directamente en diversos aspectos de su identidad, de la sacralización del espacio y territorio que consideran suyo; el territorio simbólico.
Originaltitel
José Velasco Toro. Espacio sagrado, territorialidad e identidad en la tradición cutural indígena
Texto fundamental del historiador y antropólogo José Velasco sobre las distintas formas en que los grupos indígenas en México construyen las nociones de espacio sagrado y territorialidad a partir de su identidad. La relación que establecen con su entorno natural, y las formas de aprovecharlo inciden directamente en diversos aspectos de su identidad, de la sacralización del espacio y territorio que consideran suyo; el territorio simbólico.
Texto fundamental del historiador y antropólogo José Velasco sobre las distintas formas en que los grupos indígenas en México construyen las nociones de espacio sagrado y territorialidad a partir de su identidad. La relación que establecen con su entorno natural, y las formas de aprovecharlo inciden directamente en diversos aspectos de su identidad, de la sacralización del espacio y territorio que consideran suyo; el territorio simbólico.
Espacio sagrado,
territorialidad e identidad
en la tradici6n cultural indigena*
José Velasco Toro
sobre América Latina: Local y Regional, y en la V Reunién del
Grupo de Trabajo de Estudios Regionales celebradas ambas en
Varsovia en 1991 y 1992, respectivamente, se sometieron a discusién los
resultados de dos estudios elaborados a partir del conocimiento empirico
derivado del trabajo de campo en las regiones interétnicas de Uxpanapa,
Veracruz, y el territorio Yaqui, Sonora. En el primero se abordé el proble-
ma de la relocalizacién involuntaria de los chinantecos evaluando el
proyecto modernizador al que estuvieron sometidos. En el segundo se
analiza la multidimensionalidad del espacio y del territorio ocupado por
los yaquis. En un tercer trabajo sobre los zoques de Chiapas, se estudian
las caracteristicas de la reorganizacién del espacio a lo largo de su histo-
ria (Velasco, 199 1a; 1991b; 1992).
Al comparar los elementos de la constitucién étnica de zoques, yaquis
y chinantecos, al igual que los procesos de resistencia y referentes de
identidad de otras etnias, se observan premisas comunes que reflejan:
1) Una concepeién del mundo y de la vida en la que preexiste el valor
sagrado del espacio.
2) La imagen territorial y sus limites como expresi6n exterior de ese
espacio sagrado cuyo plexo es multidimensional
3) Una dindmica de reconstitucién étnica que tiene su base en la orga-
nizaci6n familiar.
4) Una memoria hist6rica cuya dimensi6n mitica constituye un acervo
de nociones reconocidas, més 0 menos conscientes.
FE: el II Simposium Internacional de la Universidad de Varsovia
* VI Reunién del Grupo de Trabajo de Estudios Regionales, Consejo Europeo de
Investigaciones Sociales de América Latina-Universidad de Aarhus, Sandbjerg, Dinamarca,
abril de 1993,
395) Y la soberania comunitaria en la que reside la responsabilidad del
territorio cedido por los dioses al hombre, por lo que en el espacio te-
rrestre estd obligado a renovar periédicamente el vinculo deidades-hom-
bres.
En esta ocasi6n intentaremos proseguir el estudio de la concepcién
sagrada del espacio y la territorialidad, en tanto componentes de la
unidad y conflictualidad étnica, a partir del andlisis comparativo de las
referencias de espacio y territorio en yaquis y zoques, asi como de otras
etnias de México. El objetivo es aproximarnos a la construccién de una
hipétesis que permita una comprensién histérica y vivencial, social y cul
tural de la conformacién, fragmentaci6n 0 reconstitucién simbélica y real
del espacio y el territorio en la tradicion de los pueblos indios mexicanos.
Espacio multiple y sagrado
El espacio en la tradicién cultural de los pueblos indios de México, rela-
ciona lugares cualitativamente diferentes: 1) Los sagrados que son
fuertes y significativos localizandose en el interior de la vivienda, el ba-
rrio, la comunidad aldeana, la parcela, cerros, montaiias, cuevas, rios y
templos, 2) Los profanos 0 cotidianos constituidos por la extensién uni-
forme que los rodea.
En el escenario del espacio y el tiempo sagrado, los pueblos indios
renuevan su presente y visién del mundo. La historia divina es la histo-
ria humana, elemento consubstancial de la identidad étnica y la cohesién
social. El espacio en la tradicién india se presenta dinamico y plastico,
revelando una dimensién de miltiples relaciones jerarquicas que se ma-
nifiestan fisica, social y simbélicamente al interior de la comunidad y
establecen hacia el exterior una posicién que busca ser de iguales,
exigiendo respeto y autonom{a. El sentimiento de independencia comuni-
taria dificilmente se puede separar del lugar que simboliza seguridad,
porque en 61 se encuentran los parientes vivos, los antepasados, pero
sobre todo las deidades protectoras ligadas al altar doméstico y a los ci-
clos vital y productivo. El lugar se muestra como objeto natural del sentir
cotidiano, del existir social inmediato (Dembicz, 1991: 11). Pero el lugar,
también es componente del espacio que esta articulado a un tiempo, a un
mito por demés sagrado y constituye el lugar elegido por los dioses para
morada del hombre.
El espacio sagrado en la tradicién etnocultural de zoques, yaquis y
otras etnias de mesoamérica, se concibe relacionado con un ser, 0 seres
supremos. Si bien las experiencias y el proceso histérico de cada etnia,
40asi como la dindmica interna del conjunto social, responden a circunstan-
cias y relaciones no sélo externas sino también distintas en funcién de
diversos factores materiales e ideolégicos que en conjunto le permiten a
la etnia generar su propia continuidad, se observa un valor gnosolégico y
etnocéntrico comin: el cardcter sagrado, cosmolégico y multidimensional
del espacio.
Los simbolos integran un sistema cognitivo no explicitado que en su
contexto emic refieren a un dispositivo conceptual que, como sefiala
Sperber (1988: 19), participa en la constitucién del saber y en el fun-
cionamiento de la memoria, expresdndose sistematicamente sin desarro-
llar el argumento que lo fundamenta. La memoria simbélica relaciona
pasado, presente y futuro, formando un todo de dificil disgregacién. Ast,
espacio y tiempo sagrado constituyen nociones que no corresponden a
una realidad fisica y profana, sino a una hierofania en la que el espacio
no es homogéneo ni continuo y el tiempo es reversible porque el hombre
no s6lo repite su experiencia pasada, sino la reconstruye al reactualizarla
periédicamente mediante diversos ritos, y al hacerla presente, reintegra
el tiempo original afirmando su historicidad.
Lo sagrado familiar. En el espacio familiar se distingue, grosso modo,
dos lugares donde se desarrolla la vida cotidiana y social, constituyendo
un universo donde esta representado lo natural y lo social: el exterior de
la vivienda ligado a las actividades doméstico-productivas e interaccién
social con vecinos y, por tanto, con una funcién de transicién entre el
mundo familiar y el comunitario; el interior en el que se desenvuelve la
intimidad familiar y donde existen dreas para el descanso diario, las aso-
ciadas a la actividad femenina que, como el fog6n, también representan
la seguridad del hogar y el altar doméstico. El altar es un espacio sagra-
do (el que también puede estar en el exterior de la casa), simbolo espiri-
tual de la vivienda, representacién del linaje familiar, elemento inte-
grador de la unidad doméstica para con la comunidad inmediata que es el
paraje o el barrio. En el altar del hogar, lugar significativo, generalmente
los iconos centrales corresponden a la santa o santo patrono del grupo
doméstico, del paraje o del barrio y del pueblo. A ellos, a los “santitos”, se
articula un complejo sistema de cargos ceremoniales que integran una
red social que abarca hasta los Ifmites espaciales y sociales marcados por
la propia filiacién etnosocial.
Ast, entre los zoques, los iconos que se encuentran en el altar domésti-
co corresponden al santo o santa venerada por la familia, considerada la
deidad protectora del grupo doméstico, imagen que también esta en la
ermita referente en un nicho de la iglesia. Su disposicién se relaciona
jera4rquicamente en funcién de la importancia del espacio al que
41pertenecen y son considerados de “propiedad privada”, lo que no excluye
la devocién y veneracién de miembros del grupo familiar o vecinos,
quienes Ilegan hasta los altares caseros a rendirles culto (Cordoba
Olivares, 1973).
En Zinacantén, Chiapas, municipio tzotzil con quince caserfos disper-
sos Hamados parajes, la poblacién est4 asentada en torno a ocho manan-
tiales de agua constituyendo pequefios conglomerados que poseen sus
propios nombres (Uribe, 1982: 58). Estos manantiales, bik it vo’ (el
pequefio manantial), son espacios sagrados localizados por los ancestros y
en los que se realizan las ceremonias kin krus para rememorar a sus
totilme iletik, padres y madres ancestrales, y venerar al yahval b‘alamil,
duefio de la tierra. Las casas forman unidades que refieren a “grupos re-
sidenciales de familias patrilocales extensas” (Vogt, 1966: 68; Medina,
1988). El lingiiista Carlo Antonio Castro, hablante de tzeltal y conocedor
del tzotzil, sefiala que el paradigna hnail refiere a la idea de “nuestra
morada”, en términos de territorialidad, y alude a las unidades
integradas por uno o ms linajes.
El sitio que habita la familia relaciona tres espacios: 1) el familiar que
es interior separado del exterior por una cerca, donde se distingue el
espacio profano que refiere a la actividad cotidiana de la familia y com-
prende las casas del padre, de los hijos casados y un troje para almacenar
el maiz de la unidad doméstica; 2) el sagrado, cuyo eje césmico lo consti-
tuye el conjunto de tres cruces que son como “puertas” que Ievan hacia
los dioses, localizado en el centro del patio y es santuario familiar, al que
est articulado el temazcal; 3) el productivo, relacionado con la natu-
raleza, estd en el exterior de la vivienda donde se encuentra una pequefia
milpa y el corral para las ovejas
Las cruces del patio constituyen el espacio sagrado fuerte o significati-
vo, no haciendo ninguna entrada o salida ritual sin que ante ellas se
digan oraciones (Vogt, 1966: 64). A partir de las eruces se organiza el
espacio familiar, se mantiene el vinculo y comunicacién con deidades y
ancestros porque aseguran la comunicacién con el cielo y los duefios de la
tierra, se afirman los derechos del hnail sobre la tierra heredada y los
lazos de pertenencia al bik’it vo’, Asf, nos dice Uribe (1982: 59), el grupo
doméstico basico que es la familia extensa patrilineal, comparte la cruz
que sefiala la morada y es simbolo espiritual de la vivienda, la provision
de mafz y es nacleo de la organizacién social del hnail al que se
pertenece.
Del barrio al pueblo. La otra dimensién del espacio étnico corresponde
al barrio, o al paraje, e implica una estructura crucial que identifica a las
unidades domésticas con un entorno mayor y més complejo: el pueblo, la
42comunidad 0 municipio donde se distingue un centro ceremonial al que
se articulan otros templos, capillas o lugares sagrados cuya jerarquia no
es de facil percepcién. Al pueblo y municipio corresponden limites
categéricos y conocidos por propios y vecinos, cuya drea de extensién es
consagrada con sefialadores que indican el deslinde del espacio identifica-
do con la comunidad. Esos indicadores pueden ser cruces, oratorios, capi-
llas, santuarios o accidentes topograficos en los que habitan deidades 0
seres sobrenaturales, los que a la vez protegen a la comunidad de lo
opuesto, lo extraiio. Los limites periédicamente son reafirmados mediante
celebraciones littirgicas en las que participa el conjunto de la comunidad.
Las procesiones de santos que recorren los linderos visitando capillas 0
adoratorios, la renovacién de cruces en el mes de mayo, celebraciones de
rogativas o manifestaciones hieroffnicas, validan y consagran los Ifmites
relacionando al grupo con su medio, con los recursos que posee, corporan-
do moral y espiritualmente a los vecinos con la divinidad. Los santos
patronos 0 advocaciones tutelares consagran el espacio y con su patroci-
nium, su aura sagrada y atemporalidad que se fortalece en la escenifi-
cacién festiva mediante rituales colectivos o familiares, semantizan el
espacio como manifestacién de 1a voluntad divina, corroborando aio con
aio derechos de posesién e identidad etnocomunitaria.
Asf, entre los zoques se observa que el microcosmos del barrio y el
pueblo son parte de un conjunto. El barrio mantiene un carécter territo-
rial inmediato. La consagracién de su espacio, pese a las modificaciones
pol{tico-administrativas que han hecho autoridades municipales “ladinas”
fue dada, y es refrendada, por los santos patronos que residen en la ermi-
ta y en torno a la cual las familias establecen vinculos de solidaridad e
identidad, constituyendo un referente territorial comdn y de diferencia
para con los otros (Béez-Jorge, 1975; Velasco, 1991b). Familias y ermita
se insertan en una matriz social cuyos vinculos de pertenencia, diferencia
y respeto se afirman simbélicamente mediante las visitas cruzadas que
hacen los santos a la iglesia y a las ermitas de los otros barrios, sin
excluir las casas de los mayordomos.
Pero a la vez funciona como un ordenador que los estructura en una
unidad mayor: el pueblo como entidad comunitaria integradora. Hoy los
Ifmites intermunicipales garantizan el respeto a un territorio poliftico-
administrativo, Sin embargo, en el plano simbélico el espacio al transmu-
tarse en territorio se consagra. Los santos patronos se erigen como
garantes del equilibrio intercomunitario y la etnocomunidad zoque de
cada pueblo reconoce sus limites y mantienen concordancias y discordan-
cias que configuran su identidad étnica. E] pueblo como aldea identifica
un contexto mas amplio cuyos confines espaciales se sefalan con cruces
43de madera colocadas a la vera de los senderos que unen a las diferentes
cabeceras municipales. De esta forma se simboliza la autonom{a comunal
distinguiendo lo propio de lo ajeno, pero también funciona como protector
contra el mal externo (Thomas, 1974: 91-92).
Para los yaquis el barrio es parte de una unidad mayor: el pueblo que
fue fundado “por voluntad divina” (Velasco, 1992). A cada pueblo le corres-
ponde un espacio que conforma una unidad territorial, cuyas fronteras
entre uno y otro estén marcadas con tres cruces que igualmente sim-
bolizan la autonom{a comunitaria. Al interior y en el centro del pueblo se
localiza la iglesia con su espacio sacro: el konti. La iglesia se asocia a la
“madre tierra” y a la virgen Marfa. En su interior y en el konti transcurre
el tiempo litargico de la cuaresma y Semana Santa, época en la que se
recrea la historia sagrada que en la cultura yaqui tiene una bivalencia
6ntica, porque reactualiza la pasién de Cristo y reafirma la sacralidad de
los limites del pueblo, la autonom{a comunitaria y la integridad del terri-
torio.
Entre otras etnias se dan manifestaciones que difieren en la forma,
pero en esencia constituyen el principio integrador religioso que corpora e
identifica un espacio como propio y sagrado. En diversos pueblos mayas
en México y Guatemala, la visita de los santos es un mecanismo de
refuerzo de relaciones sociales y respeto de limites territoriales (Suiie,
1989: 598).
Los zapotecos de San Andrés Yad, Oaxaca, remiten la fundacién del
pueblo al mito primigenio de la aparicién del apéstol Andrés quien se
dirigié a sus ancestros y les dijo: da ni benne yexey, “vengase para este
lugar sefiores” (Cruz Diaz: 1982). La imagen corresponde al sitio, propor-
cionando una energia sacra que encapsula, como sefiala Lisén Tolosana
en su “Aragén Festivo’ (1983: 55), el tempus primordial en el templum
espacial. Por tanto, los limites del municipio también son sagrados y éstos
estén sefialados con cuatro “palos” (4rboles) en forma de cruz ubicados
hacia los puntos cardinales. Uno de ellos, la “Santa Cruz Verde”, se
encuentra al norte en el cerro llamado “El Perd{z”, separando cuatro
poblaciones vecinas: San Cristébal Lachirog, Santo Domingo Roayaga,
San Francisco Yateé y Totontepec Mixes. La “Santa Cruz Verde” es san-
tuario al que Hegan perogrinos de la regién zapoteca y mixe durante todo
el mes de mayo. En dicha festividad, los pueblos vecinos cumplen con el
ritual de intercambio de bandas de misica (‘filarménicos”), acto que sim-
boliza la reafirmacién de los lazos de solidaridad entre los pueblos.
El Cosmos. En una de sus tantas obras clasicas, Mircea Eliade
(1983: 101) sefiala que para el hombre religioso
44la naturaleza nunca es exclusivamente natural: est4 siempre cargada de valor religioso.
Y esto tiene su explicacién, puesto que el Cosmos es una creacién divina; salido de las
manos de Dios, el Mundo queda impregnado de sacralidad
Sacralidad en la que los dioses
han manifestado las diferentes modalidades de lo sagrado en la propia estructura del
Mundo y de los fonémonos césmicos.
De ah{ que la naturaleza comunica al hombre signos y sefales de una
profunda sabidurfa, pero también castiga proyectando sanciones cuando
se viola una norma o pauta cultural. La naturaleza brinda seguridad al
proporcionar condiciones para la reproduccién de la vida, pero también la
arrebata cuando se rompe la armonia y el orden, por ello el hombre busca
la comunicaci6n con la divinidad a través de los ancestros y mediante
diversos rituales mégico-religiosos con los cuales pide permiso para sem-
brar, para que Iueva, para alejar el mal que provoca “susto”, para
agradecer la cosecha, para construir una vivienda. En este sentido la na-
turaleza se descubre como un Ser en el que habitan seres sobrenaturales,
cargada de sacralidad y cuyo espacio no es homogéneo porque a su inte-
rior se localizan lugares positivos y negativos asociados a la vida y a la
muerte, cuyos limites entre lo sagrado y profano son intemporales, anor-
males 0 ambiguos, pero rodeados de ritual. Por eso la naturaleza se des-
cubre como ontofanfa y hierofanfa, revelando el profundo cardcter
etnocéntrico y la relacién con la actividad central de la comunidad indige-
na: la agricultura.
Retornando a la cosmovisién de los zoques, se identifica una topografia
macrocésmica donde subsuelo, tierra y cielo se articulan en planos hori-
zontales por corresponder a una concepcién plana de la superficie te-
rrestre y a una dimensién global, sagrada, en la que habita la “Madre
Telarica’, Piowashowi, cuya morada esta en el voleén “Chichonal”, loca-
lizado en la sierra de Magdalena, donde se concentra la mayor poblacién
zoque (Béez-Jorge, 1979: 3). La dimensién sobrenatural refiere a un
espacio cosmolégico etnocéntrico y el ritmo de la vida humana tiene una
conexi6n astral con el ritmo de la naturaleza: la luna se relaciona con la
fertilidad, el sol es el “padre santo”, la tierra y el cielo se unen en los ce-
rros a través de la serpiente que sube por los arboles para transformarse
en nube-lluvia-rayo.
La serpiente articula cielo y tierra, nube y cerro, convirtiendo los ce-
rros en espacios liminales que no dejan de constituir fuente de ansiedad y
temor, respeto y veneracién, porque en ellos viven “encantos’, pueden
45anunciar muerte o fortuna, y estén las cuevas, cavernas sagradas donde
habitan seres sobrenaturales que conducen al subsuelo. De esta forma, el
cerro no sélo conecta el plano superior del cosmos, sino también el infe-
rior o inframundo. El centro de ese espacio césmico es el voleén Chichonal.
El mito lo identifica con la morada de la “Madre Telarica’, Piowashowi. A
61 confluyen todos los senderos que unen a los pueblos zoques y conectan
a los cerros sagrados: el del Chile que es morada de brujos, de Tecpatén
de donde se sacé el maiz y el cacao 0 el cerro de Chicoasén donde habitan
los espfritus de los naguales (Béez-Jorge, 1985; Reyes G., 1988; Velasco,
1991b). En el conjunto, las coordenadas de la topologia simbdlica refieren
a una dimensién cuyo espacio se expresa como territorio del mundo
zoque. Ell barrio, el pueblo, la parcela que aparecen fisicamente como
fracciones, pertenecen a un imagomundi que los identifica con un “terri-
torio étnico” que no es un mero hecho geogrifico, admistrativo o politico,
sino una realidad pluridimensional resultado del proceso histérico y
definido a partir de la relaci6n espacio-poblacién-cultura
Aniceto Sudrez Cota, yaqui del pueblo de Pétam, resume la naturaleza
sagrada de la “madre tierra” con estas palabras:
Ja tierra bendita no es de los yoris (blancos), es de los yaquis, hijos de una sola madre
comin, de un solo ser supremo que nos dio la tierra y el agua (Velasco, 1992)
Los mitos primigenios conjugan la gesta divina con la terrestre, en una
temporalidad cosmogénica en la que se mezclan componentes de mitos
anteriores a la presencia hispana, hechos hist6ricos que refieren a la colo-
nia, enigmas del evangelio, simbolos eésmicos y una topografia liminal.
Yaitowi (asociado con Itom akay, “padre viejo”, Cristo y el sol) cedié el
territorio a los yaquis. El angel Gabriel delimité “Ia santa linea divisoria”
y fund6 los ocho pueblos.
El espacio cosmogénico refiere a una unidad territorial simbélica e
hist6rica. Los linderos consagrados en el Testamento (alusién al mito
primigenio de la demarcacién territorial) tienen una funci6n hipostatica.
Unen la naturaleza sagrada de la “madre tierra” (identificada con la
Santa Iglesia), lugar donde vivieron y murieron los antepasados, con la
naturaleza humana. Yaqui y territorio son uno. El espacio sagrado se
evoca y consagra cotidianamente mediante diversos rituales que recuer-
dan la obligacién de defenderlo porque en él viven los dioses. Los cerros
tienen carfcter ontolégico y en ellos habitan divinidades que protegen a
los yaquis que luchan por la defensa del territorio, son canales de comu-
nicacién en la estructura que une cielo y tierra, cuyo eje es el “Arbol par-
lante” que llega al cielo y a través del cual Yomumuli, “madre terrestre”,
46se comunica con Jtom akay. El espacio césmico es multidimensional y
mantiene conexién simbélica con los linderos territoriales miticos e
histéricos (las tierras restituidas mediante Decreto Presidencial de 1937).
Ambos ejes, el césmico y el terreno, son inseparables en la cultura yaqui
y denotan el etnocentrismo, la complejidad y cohesién social que los ca-
racteriza.
Entre los zinacantecos la relacién césmica del hombre con la natu-
raleza como espacio sagrado es ontofanfa y hierofania. El ser de la natu-
raleza refiere a vaxakamen, dios creador del mundo que ordené a los
totilme iletik, “padres y madres” ancestrales, que radicaran en las mon-
taiias y colinas que rodean los manantiales e instalé a los santos en las
iglesias (Vogt, 1966: 91-99). El “dueiio de la tierra”, yahval b/alamil, tiene
maltiples manifestaciones en las aberturas en forma de cuevas 0
desaguaderos, medio por el cual se comunican con él. Durante la ceremo-
nia de k'in krus de un hnail,
el grupo ceremonial visita las cruces del patio, una cueva en donde le reza al ‘dueno de la
sf como algunos santuarios ancestrales de las colinas, para dirigirles oraciones a
los ancestros de quienes se ha heredado la tierra. En el curso de este circuito de nueve
grupos de cruces, los participantes también trazan ritualmente los Ifmites aproximados
de sus tierras (Vogt, 1966: 73).
Bastan estos ejemplos para explicar la hipétesis de que en la tradicién
cultural de los pueblos indios, el espacio preexiste con un valor sagrado y
de miltiples dimensiones que relacionan al hombre con el cosmos y la
naturaleza. El ordenamiento no es secuencial, sino que refiere a una
estructura en la que se comparten simultaéneamente mensajes combina-
dos, escenarios con limites y divisiones tipificadas, oposiciones binarias
(este mundo/otro mundo, sagrado/profano, tiempo mitico/tiempo ordi-
nario, naturaleza/cosmos), indicadores de distinciones metafisicas cuyas
sefiales son dindmicas y se ordenan en funci6n de jerarquia social, espa-
cial y espiritual.
La concepci6n de la existencia de espacios sagrados, inseparable del
tiempo mitico, tiene una légica interna de explicacién que obedece a una
concepcién etnocéntrica del mundo y de la vida. Esa visién, esas ideali-
dades creadas, son reflejo coherente y organizado de la realidad que
viven los hombres: su relacién con la tierra, la dependencia del destino de
los cultivos por las inclemencias 0 clemencias del clima, el espacio que
habita, el territorio que posee, la diferenciacién con lo otro, el orden social
y moral, el equilibrio de la salud, la legalidad del gobierno.
47Territorio e identidad
Hemos de entender el espacio sagrado como una correlacién variable
creada y habitada por deidades y ancestros. Su magnitud es abstracta y
las zonas liminales articulan, en tanto zona limitrofe ambigua, el espacio
profano con el sagrado, la cotidianidad de la vida humana con la volun-
tad divina, la tierra con el cosmos, el hombre con la naturaleza. De ahi su
esencia multidimensional que relaciona la amplia gradacién de estruc-
turas socio-organizativas y la intersubjetividad ideologica, la unidad
doméstica con el cosmos, generando identificaciones que superan las
adscripciones comunitarias para inscribirlas en niveles referenciales
numinosos que se comparten, trasmutando el espacio a una imagen terri-
torial que también es multidimensional y cuyos limites miticos estan en
relacién dialéctica, superpuestos 0 no necesariamente correlacionados,
con la dimensién politico-administrativa.
El etnoterritorio es expresién exterior del espacio sagrado. Por tanto,
es objetivacién de la voluntad divina que configura y reconfigura al pre-
sente, articulando en un conjunto més abarcativo a las comunidades que
establecen relaciones funcionales comunes identificadas por la cultura,
lengua, formacién social e historia simbélica, modo de produccién y con-
sumo, asi como pautas de participacién politica y religiosa; es decir, lo
que permite la comunicacién intercomunitaria dentro de la diferenciacién
con los otros alternos.
Coincidimos con Bartolomé (1993) en el sentido de que es en la dimen-
sién cultural y en la estructuracién de las relaciones intercomunitarias,
donde hay que explorar las caracteristicas de la identidad territorial y
étnica. No es en el medio fisico o la organizacién polftico-administrativa
donde sdélo se debe buscar la incién etnoterritorial. Sino que es a
través de la dimensién histérica y cultural, mediante la cual podremos
comprender la légica y las identidades que articulan un etnoterritorio al
interior de formaciones regionales pluriculturales.
La transposicién del espacio en territorio es de dificil traduccién en
términos histéricos y socioculturales. El territorio tiene una connotacién
humana y puede fragmentarse con fines determinados: milpa, pesca,
caza, pastoreo, etc., sacralizando las actividades a través de una plurali-
dad de ritos que refieren a las diversas actividades que despliega el hom-
bre (Carmagnani, 1988: 48).
En este sentido, el territorio es en primera instancia, un conjunto de
asentamientos humanos que estén en interaccién econémica, social, cul-
tural, lingiifstica, demografica y politica, lo que conlleva una serie de ele-
mentos de tensi6n interna y externa por la conflictualidad que se deriva
48del control de los recursos y su administraci6n. En la medida en que el
individuo actéa con mayor dinamismo por los recursos contenidos en el
territorio, fundamentalmente la tierra que constituye la base de la exis-
tencia fisica y espiritual, los derechos o restricciones sobre la utilizacién
del mismo generan la necesaria delimitacién simbélica que se transmuta
a un marco geografico que no necesariamente corresponde a una divisién
administrativa, incluso puede estar dividido por accidentes topograficos 0
fronteras politicas, sino a una extensién ideal que es mutable en el tiem-
po por ser dindmica, ya que se constituye con base en elementos del pasa-
do constantemente reinterpretados, y esta sujeta a situaciones de conflic-
to que expresan las relaciones de clase y de confrontacién interétnica.
En segunda instancia, la identidad territorial funciona con base en la
relacién y posiciones relativas de espacios concretos y sagrados que
proyectan una imagen territorial conjunta que es compartida por todos
los miembros de la etnia, pero mantenien¢9 al interior las distinciones y
autonomfas territoriales de municipios, pueblos, congregaciones, comu-
nidades 0 ejidos, sin dejar de pereibir hacia el exterior lo opuesto o distin-
to. Asi, entre los yaquis, la sierra del Bacatete se manifiesta como espacio
sagrado en cuyos cerros habitan las deidades constituyentes del Ser terri-
torial y las mojoneras que marcan los limites territoriales son puntos
determinados que marcan los linderos fisicos del territorio y separan al
yaqui del yori. Pero a la vez, a su interior, los pueblos tienen su propia
adseripcién y autonomfa territorial e identifican espacios sagrados y con-
cretos que unifican y distinguen. Para los zoques el volcan chichonal,
morada de la “Madre Telirica”, es el espacio sagrado central articulador
de una territorialidad numinosa y Gnica, cuyas zonas liminales relacio-
nan cerros, o lugares donde habitan “encantos”, localizados en el
perimetro general de la regién de hablantes zoques y, al interior, demar-
can la extensién municipal y/o ejidal. En este sentido, la territorialidad
zoque no coincide con una divisién politico-administrativa, Su repre-
sentacién coman se caracteriza por la fuerza que en la etnia tienen los
lazos teldricos reactualizados en la permanencia mitica de una cos-
mologia, cuya historia simbélica refiere a un conjunto de representa-
ciones promigenias compartidas, una lengua y estructura social cuya
organizaci6n reproduce vinculos comunes de orden parental y ritual.
En tercera instancia, la identidad territorial es parte de un sistema de
ideas cuya estructura categorial esta interdeterminada por la etnoso-
ciedad. La concepcién del mundo funciona como ordenadora del contexto
social, pero a la vez tiene su origen en ese contexto social de donde brotan
los fundamentos empfricos, los cuales se traducen en conceptos socioétni-
cos que revelan un modo de ser y actuar, un orden que define una posi-
49cién de los miembros hacia el interior y con respecto al exterior etnosocie-
tal, una actitud cognoscitiva que no esta en contradiccién con el sentir y
el pensar pero que sélo refiere a la cosmovisién de la etnia. En este senti-
do, la reproduccién de la identidad etnoterritorial y sus limites reales e
ideales, da cuenta de la codeterminacién del pensamiento por lo social
que genera universales que estén subyacentes y son compartidos, cons-
ciente o inconscientemente por los miembros de la etnia. Por eso cuando
el volcén Chichonal entré en plena actividad fgnea, el mito de
Piowashowi, la “Madre TelGrica”, emergié con toda su fuerza en los pue-
blos zoques, afirmando sus habitantes haberla visto lo mismo en Tapalapa
que en Chapultenango, en Francisco Leén que en Tapilula, en Ocotepec
que en Rayén. Su presencia se revelé en la figura de una anciana que
recorrié uno a uno los pueblos de la sierra de Pantepec y los de la costa
del Golfo de México advirtiendo que el voleén iba a “tronar”. El periplo de
su recorrido refleja la permanencia de una concepeién territorial étnica
que es compartida por los zoques y se afirma por oposicidn a lo externo y
a la idea de territorio politico-admistrativo.
En los yaquis “madre tierra’, “padre viejo’, “linderos”, “antepasados’,
“autonom{a comunitaria” y “territorio”, son conceptos compartidos por
todos los yaquis, se encuentren fisicamente dentro o fuera de su territo-
rio. Ellos se consideran “hijos de la madre tierra” y su obligacién es
“defenderla contra el yori” (Castillo, cit. Velasco, 1992: 25). En la historia
simbélica subyace la estructura categorial cuyos universales son compar-
tidos, trasmitidos y reproducidos al interior de la sociedad yaqui, mar-
cando, de igual forma, la diferencia y oposicién a lo externo, a la sociedad
hegeménica que trata de despojarlo de lo propio y heredado por yaitowi.
De ahi que en la tradici6n cultural yaqui, la concepcién territorial se
oponga a la idea bidimensional implicita en la divisién politico-adminis-
trativa. Para ellos el territorio es multidimensional. Los planos internos
no son Gnicos o separados, aunque mantengan autonom{a relativa; por el
contrario, su dimensién forma parte de un todo territorial que es objeti-
vacién de la voluntad divina, cuya expresién étnica identifica en un plano
real que refiere al deslinde agrario y en el mitico que sitéa los linderos
territoriales mas alla de la actual demarcacién.
Si la concepcién del mundo permite comprender la organizacién con-
ceptual de la estructura espacial y su transposicién territorial en la cual
las comunidades indias viven su historia, también contribuye a identi-
ficar la configuracién cultural y social en la que se genera la identidad
6tnica y los conflictos que supone la lucha por los recursos territoriales,
situacién que invariablemente conduce a la confrontacién interétnica en
las regiones con formaciones pluriculturales. Territorio y cultura son
Bibhoteca Central
Univ. Veracruzang minseparables. El individuo toma conciencia de su sentimiento de perte-
nencia territorial con sentido étnico, cuando en una situacién intercultu-
ral se acentuan los procesos de conflicto. En los pueblos indios, la cultura
se define a partir de la relacién del hombre con la naturaleza y lo sagra-
do. El vinculo con la naturaleza caracteriza el ciclo de produccién-dis-
tribucién-consumo que en la cotidianidad goza de una dimensién mate-
rial y un valor simbélico. La cotidianidad, nos dice Bonfil (1981: 25), se
encuentra en el centro de la historia y es la matriz que garantiza la iden-
tidad y la diferencia étnica,
Ja existencia de Ambitos sociales en los que las relaciones y los contonides y significados
culturales correspondientes resultan compartidos exclusivamente por los miembros dol
grupo.
En este contexto, la cotidianidad se presenta como cuarta instancia en
tanto que refiere al sistema cultural en cuyo conjunto interactaan formas
materiales (la manera en que producen los hombres), espirituales (va-
lores, etnoconocimientos constituidos, religién), sociales (relaciones entre
individuos, unidades domésticas, comunidad) y lingiifsticas (lenguaje
coman que es pensamiento y cédigo compartido) que constituyen la base
de la etnoideologia y la nocién de diferencia, La internalizacién cotidiana,
en el individuo, de valores, conductas, actitudes, conocimientos, insti
ciones, formas de organizacién, toria simbélica, vida ceremonial y ri-
tual, ete., forman su conciencia étnica por las implicaciones intrasociales
que estén en consonancia con el ethos grupal. Son parte de la estructura
etnopsiquica que se transmite, reproduce y adquiere significado en el
Ambito social de la etnia, permitiendo desarrollar la nocién de pertenen-
cia por adscripcién a un pasado comin.
Ahora bien, la existencia de ese mundo requiere de una base material
y simbélica que esté, en cualquier forma, bajo el control del grupo étnico
y haga posible el contacto entre los miembros de las distintas comu-
nidades que comparten un sistema cultural. La territorialidad, en este
sentido, es condicién para la reproduccién de la etnicidad, independiente-
mente de la forma que revista:
desde la posesién plena de un territorio claramente delimitado que asegure Ia subsisten-
sia bésica del grupo, hasta 1a ocupacién tolerada de espacio minimo para cl ejercicio de
las “actividades cotidianas”, o Ia “memoria histérica de un territorio original”, que
desemperia el papel ideol6gico de “territorialidad simbéliea” (Bonfil, 1981: 25).
51Casos de control territorial delimitado, aunque no exento de conflicto y
presién externa, los tenemos con yaquis y seris, cuyos bienes comunales
corresponden a una fraccién del territorio original. La situacién de los
nahuas de Zongolica donde los municipios serranos aan estén bajo su
control territorial y relativo manejo politico-administrativo. Como tam-
bién los tzotziles de Zinacantén o San Juan Chamula, entre quienes la
territorialidad corresponde al 4mbito municipal. No ocurre lo mismo con
los zoques que tienen su territorialidad fisica fragmentada, aunque cons-
titutiva de la simbélica. O con zapotecos, mazatecos y chinantecos asen-
tados en diversos municipios del sur del Veracruz, cuya territorialidad
refiere a unidades ejidales por corresponder a grupos que recibieron dota-
ciones agrarias fuera de su nicho histérico. Caso de ocupacién tolerada es
la situacién de algunas comunidades huaxtecas que conservan una terri-
torialidad simbélica ante la fragmentacién y pérdida de sus tierras por la
expansién ganadera.
La diversa etnosemantizaci6n del territorio, su fragmentacién fisica
que simbélicamente se articula en un todo, la conexi6n de lo separado
que a su vez distingue lo propio y lo otro, lo interno cuyos parémetros
intragrupales son operables por las representaciones colectivas de la
etnia y lo externo que por contrastacién y diferencia reafirman la identi-
dad étnico-territorial, muestra, una vez mas, la capacidad de etnogénesis
de los pueblos indios mexicanos que mantienen las coordenadas de su
dinamismo: articulacién territorial, cultural e ideol6gica.
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