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Introducción
Las últimas décadas han visto la aparición de una serie de trabajos sobre
los más diversos avatares del tema del naufragio. Aunque buena parte de
las investigaciones se ha realizado en el contexto de las literaturas románi-
cas, resulta conspicua la escasez de naufragios propiamente hispanoameri-
canos entre los casos estudiados. Sintomáticamente, el único estudio
dedicado en su totalidad al tema del naufragio en las colonias hispano-
americanas –Sinking Being, de Hortensia Calvo-Stevenson (1991)– perma-
nece en su forma y formato originales de tesis doctoral. Asimismo, sólo
una de las muchas contribuciones a los dos volúmenes italianos titulados
Naufragi –el primero editado en 1992 por Laura Sannia Nowé y Maurizio
Virdis; el segundo en 1994 por Mariella Di Maio– está consagrada a la
investigación de textos oriundos de la América hispánica. La misma y baja
frecuencia hispanoamericana también se observa, en el contexto hispano-
peninsular, en la colección de conferencias editada por Miguel Á. Márquez
y otros bajo el título El retrato literario: tempestades y naufragios (2001).
A modo de contraste, las investigaciones sobre naufragios coloniales
lusitanos han sido debidamente divulgadas, últimamente por sendas publi-
Naufragio y narración
No cabe duda de que el interés del relato trasciende con mucho el de la
aventura y el escándalo en sí. En su artículo «The Nonfiction Novel and
García Márquez's Relato de un náufrago», George McMurray ha señalado
algunos de los recursos básicos del opúsculo, como por ejemplo las prefi-
guraciones, la tensión narrativa, las acciones paralelas y la presencia de
símbolos que hacen eco de aspectos cruciales a nivel temático y estructural
de la historia (pp. 115ss). Sin embargo, lo que no se ha comentado con la
debida insistencia son las resonancias –«intertextuales», si se quiere– de los
muchos naufragios narrados en la literatura hispana y universal. Esta
resonancia se percibe no sólo en la historia narrada, que contiene varios de
los elementos obligatorios y facultativos de estos textos, sino también en la
retórica de los tropos narrativos –los ya traídos a colación por McMurray,
y otros–.
Para comenzar, el escenario de la aventura de Relato de un náufrago –el
Golfo de México, el Mar Caribe, la bahías de Urabá y, sobre todo, la de
Mobile– abunda en alusiones geográficas a naufragios anteriores. Se trata
de topónimos íntimamente vinculados a la memoria de naufragios que
han dejado su impronta en la literatura y en la historiografía hispanoame-
ricanas. Piénsese, por ejemplo, en los naufragios e infortunios sufridos por
Cristóbal Colón y su tripulación, en el caótico cuarto viaje, por casi toda la
costa de Tierra Firme, hasta el naufragio definitivo en Jamaica; en el de
Alonso Zuazo por las misteriosas islas de los Alacranes, y en prácticamente
todos los demás naufragios narrados por Fernández de Oviedo en el libro
final de su Historia general y natural de las Indias; en el de Pedro Serrano,
quien dio nombre a la isla Serrana, «que está en el viaje de Cartagena a La
Habana» (Garcilaso el Inca p. 21); o en los naufragios de Cabeza de Vaca,
con su episodio trascendente de la matanza de los caballos y la refundición
de las armas, que tuvo lugar precisamente en la bahía de Mobile (a la que
él bautizó de la Cruz). Tal vez el eco de estos nombres debería alertar a los
lectores sobre la posible relevancia de esta tradición literaria para la com-
prensión del relato aparentemente diáfano del náufrago Luis Alejandro
Velasco.
A estas observaciones meramente empíricas cabe agregar otras de carác-
ter estructural. Primero, la secuencialidad que organiza el relato de Velas-
co corresponde claramente con la que rige la gran mayoría de las narra-
tivas de naufragios. A este nivel, las prefiguraciones, identificadas por
McMurray como expresión de una poética neoperiodística, cobran una
importancia particular. En la obra de GGM, el capítulo introductorio
ofrece –a veces de manera muy explícita– una serie de presagios y pro-
278 Gisle Selnes
lepsis. Por ejemplo: «Dijo que era la última vez que se embarcaba. Y, en
realidad, fue la última» (p. 19). En la tradición de naufragios literarios, es
casi obligatorio que la embarcación aparezca como destinada al desastre ya
desde el comienzo. Así, los Naufragios de Cabeza de Vaca empiezan con
una tormenta violenta y siniestra que prefigura, enfáticamente, las
peripecias por venir. Al final de la obra aparece la figura casi proverbial de
la mora de Hornachos, cuyas palabras proféticas –pertencientes, al nivel de
la historia, a un momento anterior al embarque– convierten a los
naufragios en una cuasi-mágica «proyección ulterior» (cf. Borges p. 231).
Sin embrago, dado que se trata aquí de elementos decisivos para la
función textual de los naufragios, los ejemplos concretos son, en última
instancia, arbitrarios. Como han podido comprobar entre otros Lawrence
O. Goedde, Hortensia Calvo-Stevenson y Pamela L. Thimmes, este topos
revela un alto grado de esquematización o «predecibilidad» a los niveles
tanto descriptivo como narrativo. La estructura básica de los episodios se
mantiene casi inalterada a lo largo de los siglos; lo que cambia son las
circunstancias, el contexto histórico, los pormenores literarios y la función
ideológica o moral del naufragio. Cabe preguntar si estas profecías no
pueden pensarse como emblemas narrativos –como signos de la irreversi-
bilidad que, según Roland Barthes y otros teóricos, rige la lógica narrativa
de los textos «legibles» o «clásicos»–. En tal caso tendríamos una posible
explicación de la perseverancia de los naufragios como forma textual.
Si esto es así, sería posible ver en las prefiguraciones un signo de la perte-
nencia genérica del texto: la embarcación está destinada a perecer; esta-
mos, en consecuencia, frente a un naufragio en el sentido literario del tér-
mino. ¿A qué sistema textual remiten tales signos genéricos? Evidente-
mente, el momento mismo del naufragio es crucial: la fractura de la nave
separa las partes principales del relato, disociando la secuencia inicial –con
sus preparativas, profecías, embarque, salida, tormenta– de la del medio:
la lucha contra las olas, la salvación, las peregrinaciones. Y, ya que tanto el
tiempo como el espacio del náufrago están dislocados, se requiere otro
naufragio –invertido, si se quiere– para que el sujeto se reinscriba en el
mundo de la civilización (cf. Pastor p. 134). En términos formales, la parte
del medio figura de esta manera como fragmento de un orden más pri-
mordial, o mítico, que interrumpe el tiempo cronológico de la historia.
Para volver al naufragio por antonomasia de la literatura hispanoameri-
cana: cuando Cabeza de Vaca se topa con el primer cristiano después de
ocho años de peregrinaciones por las regiones del sur de los actuales
EE.UU., lo primero que se le ocurre es pedir «por testimonio el año y el
mes y día que allí avía llegado» (p. 162) –en un gesto que parece abrir una
nueva secuencia cronológica en la historia.
A pesar de ello, la experiencia extra-temporal (o perteneciente a una
temporalidad más primordial) deja su impronta indeleble en el sujeto de
La recuperación del naufragio como forma textual 279
ola. Sentí que la nave se iba del todo y que la carga en que me apoyaba se
estaba rodando. (pp. 30-31)
Una vez a salvo de las olas, el reloj se convierte en una suerte de medidor
del desfase temporal: «Para sentirme menos solo me puse a mirar el cua-
drante de mi reloj. Eran las siete menos diez. Mucho tiempo después,
como a las dos, a las tres horas, eran las siete menos cinco» (p. 44).
En el relato figuran, asimismo, otros objetos que indican la «desarticu-
lación» del mundo del náufrago, su separación radical de la comunidad y
la temporalidad de los hombres. Por un lado, están los escasos bienes
personales del náufrago, que se registran en un inventario de sus cosas y
aparecen absurdamente desplazados de su contexto normal: llaves que no
pueden abrir nada; tarjetas que terminan siendo masticadas y tragadas.
Por otro lado, se narra una serie de episodios y fenómenos que sugieren
una existencia levemente fantástica. Tales son, por ejemplo, la lucha con
un tiburón por la presa de un pescado muerto; la aparición de un
compañero muerto a bordo de la balsa; varias criaturas un tanto anómalas,
como una vieja gaviota temeraria e inocente, una tortuga monstruosa y
una raíz roja y misteriosa. Si los primeros elementos asumen el carácter de
vestigios, o citas, de un mundo a la vez moderno y remoto, éstos últimos
evocan aspectos de la realidad que están fuera del alcance en la vida
cotidiana. Es como si el universo tal como lo conocemos se hubiera reem-
plazado por otro, mítico o épico. De este modo se refuerza el contraste
entre las dos modalidades de la narración.
La recuperación final del náufrago ocurre en uno de los momentos más
dramáticos de sus aventuras. Como ya se ha indicado, Velasco, avistando
tierra, se tira al agua para nadar el último trecho, y termina exhausto en la
playa. El episodio tiene un antecedente obvio en la escena de reintegración
geográfica y temporal de Cabeza de Vaca, mencionada anteriormente. En
ambos casos, la peripecia se produce como si fuera un segundo naufragio,
en el que se repiten elementos esenciales del primero. Queda, así, imbuido
de la función de «descontinuidad» inherente al naufragio como topos
narrativo, por lo que se abre la ruptura necesaria para que la historia
encuentre el desenlace previsto para el género: la reintegración en la socie-
dad de los hombres.
Como tantos náufragos anteriores, Velasco se convierte en signo físico de
lo insólito una vez resucitado en tierra firme: «Aquello era como una feria.
Y yo, el centro y la razón de la feria, seguía tumbado en la cama, mientras
el pueblo entero desfilaba para reconocerme» (p. 133). Aunque Velasco no
lleva «pellejo de animal» a la manera de Pedro Serrano, su presencia física
in persona garantiza la autenticidad de lo que algunas personas caracteri-
zarían como «invención fantástica» (p. 141). No cabe duda de que Velas-
co, a base de sus experiencias extremas, ha adquirido una autoridad narra-
tiva extraordinaria. Es el dueño de una historia excepcional y un talento
La recuperación del naufragio como forma textual 281
prodigioso para narrarla. Estos son los fundamentos del «negocio del
cuento», el cual ha motivado tantas narrativas de naufragios: «Nunca creí
que fuera buen negocio vivir diez días de hambre y de sed en el mar. Pero
lo es: hasta ahora he recibido casi diez mil pesos» (p. 140). Velasco se
convierte de esta manera en heredero del negocio narrativo de sus precur-
sores coloniales.
Al gesto que recupera la forma textual de los naufragios se añaden varios
toques que desplazan algunos de sus rasgos esenciales. Cabe mencionar
por lo menos una modificación notable: el náufrago insiste en la absoluta
ineptitud del concepto de heroísmo para calificar su aventura. Es más, en
total desacuerdo con los antedentes, Velasco se representa a sí mismo
como prácticamente no afectado por su experiencia:
Por mí parte, yo me siento lo mismo que antes. No he cambiado ni por
dentro ni por fuera. Las quemaduras del sol han dejado de dolerme. La
herida de la rodilla se ha cicatrizado. Soy otra vez Luis Alejandro Velasco. Y
con eso me basta. (p. 135)
ción genérica entre relaciones y relaçãos (p. 57). Según Blackmore, lo que
define a los textos pertenecientes al corpus de la HTM es su carácter sub-
versivo, o sea, la manera en que desenmascaran la ideología expansionista
tal como se manifiesta en las crónicas oficiales. Más específicamente, el
naufragio respresenta
on a first symbolic level the breaking apart of the ship of state as an economic
entity and as the agent of imperialism and colonization. But, more distur-
bingly and significantly, the shipwreck narratives are evidence of the disrup-
tion of what might be termed an order of empire, both as a praxis and as a
flow of hegemonic and authoritative texts produced by the official historians
and writers of the realm. (p. 44)
Conclusión
No es una exageración afirmar que Relato de un náufrago se ha mantenido
al margen de la obra canonizada del premio Nobel. Cuando no optan por
el silencio, preferencia no infrecuente en monografías y antologías sobre el
autor (como p.ej. las de Peter G. Earle; Ana María Hernández de López;
Bernard McGuirk y Richard Cardwell; Robert W. Fiddian), los críticos se
han contentado con recordar algunos detalles anecdóticos de la historia
del náufrago (p.ej., Stephen Minta y Kathleen McNerney). Sólo excepcio-
nalmente se han interesado por los recursos narrativos y periodísticos en
la configuración textual del naufragio, como en los casos de Raymond L.
Williams y George McMurray. Incluso la publicación reciente del libro
Shipwreck and Deliverance, en cuyo subtítulo figura el nombre de GGM,
opta por marginar Relato de un náufrago, dedicándole nada más que una
página de observaciones procedentes de fuentes secundarias (Lutes pp.
149s).
A mi modo de ver, los estudios anteriores que sí dedican algunos co-
mentarios a esta obra, no captan las características verdaderamente nove-
dosas de su acercamiento al naufragio como topos literario. Gabriel García
Márquez, deliberadamente o no, ha reanimado la narrativa de naufragios,
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poniéndola al tanto con el contexto político y literario del siglo XX. Resul-
tan significativas las circunstancias de su publicación original –por entre-
gas, en el diario El Espectador de Bogotá– ya que el modus existendi li-
terario del naufragio en la época contemporánea ha sido precisamente
bajo la forma de la noticia. El relato del náufrago asume este modo existen-
cial, a la vez que lo trasciende mediante la recuperación de elementos
constituyentes de la forma textual de los naufragios luso-hispánicos.
Un género literario es, básicamente, un modelo para la adaptación de un
material a un contexto específico aunque repetible. Resulta evidente que el
modelo genérico puede comunicarse sin que haya una influencia directa
de un texto particular a otro (no es imperativo el conocimiento de Tucí-
dides, o de Jacques Benigne Bossuet, para pronunciar un discurso fúnebre;
basta con una formación cívica muy general). También cabe suponer que
un ambiente lingüístico –una cultura, una literatura– pueda reproducir las
condiciones que hizo factible en otra época un modelo genérico particular.
En una situación así, el Relato de GGM ha reactualizado el modelo para el
uso del naufragio como material literario.
Como enseñaron los ya antiguos formalistas rusos –eminentes teóricos
de la historicidad de los géneros literarios– la literatura nunca representa
un fenómeno extra-literario sin pasar por uno o varios modelos
mediatorios (cf. Todorov 1970). Así, resulta impensable que la forma
textual en que aparece la historia de Luis Alejandro Velasco haya sido
dictada por las aventuras del protagonista. Ni la descripción de la escena
dramática del naufragio propiamente dicho ni la insistencia en la
extratemporalidad existencial del náufrago, son rasgos que se puedan
inferir directamente de los hechos en sí. Resulta igualmente improbable
que la narración haya sido mediada simplemente por un vago paradigma
periodístico. Esto no explicaría el escueto marco narrativo de la historia ni
la perspectiva homodiegética del narrador; tampoco daría cuenta de las
prolepsis tan características, en las que reverbera la retórica de los
naufragios textuales.
Aunque para el Relato de GGM habrá una extensa serie de mediadores,
lo cierto es que el texto comparte tanto la estructura como la función
básicas con los naufragios coloniales. El fenómeno en sí me parece digno
de interés, tanto ad usum academicum como para aumentar el placer y el
poder del texto. ¿Por qué? Por la simple razón que el contexto genérico
nos ayuda a explicar la eficacia del texto –desde la función del naufragio
como motivo hasta los más inocentes detalles circunstanciales– de una
manera que también pueda reactualizar la potencialidad subversiva de Re-
lato de un náufrago para los lectores del s. XXI.
Gisle Selnes
Universidad de Bergen
gisle.selnes@roman.uib.no
La recuperación del naufragio como forma textual 287
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