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I.

Presentación: Sobre la filosofía en el mundo de hoy

Un nuevo recordatorio

¡Atención!
Sabemos que hay mil modos de leer o estudiar un escrito y de
observar la realidad que nos circunda.
Con cierta frecuencia, no advertimos la existencia de algo o de-
jamos sin percibir ciertas propiedades de una persona, animal o
cosa…, por la simple razón de que no los buscamos de la mane-
ra adecuada.
Con los libros ocurre otro tanto. Es preciso disponer la mente pa-
ra descubrir —e incluso engrandecer o multiplicar con nuestros
conocimientos previos y nuestro esfuerzo— lo que pueden en-
señarnos. Cuando esto no sucede, ni siquiera percibimos
cuestiones a veces planteadas con empeño y lucidez,
pero que nada nos dicen.
De ahí que, antes de comenzar el presente capítulo, te anime a
que adoptes el estado mental que hagas más eficaz su lectura.
Tú sabrás cuál es, pues cada persona constituye un mundo; pero
tal vez las preguntas y comentarios que ahora te propongo te
ayuden a lograrlo.

• ¿Consideras que con lo expuesto en el Prólogo queda bien determinado lo que


es la filosofía? ¿No opinas más bien que existen muchos puntos que merecería la
pena tratar y que ni siquiera han sido mencionados? ¿No echas de menos una buena
definición, que aclare de una vez por todas de qué estamos hablando?
• Personalmente, estimo que lo expuesto hasta ahora acerca de la filosofía es po-
quísimo y bastante pobre. No estaría de acuerdo, sin embargo, en que el mejor mo-
do de resolver el problema —o de resolverlo filosóficamente, al menos— sea acudir a
definiciones o fórmulas ya establecidas. Al contrario, como verás en las páginas que
ahora comienzas, con el fin de que generes tu propia y personal visión del asunto,
seguiré “dando vueltas y vueltas”, sin entrar de lleno en el tema… precisamente pa-
ra que seas tú quien descubra en qué consiste el filosofar. Aunque, eso sí, con la
ayuda de algunos buenos filósofos, a los que encontrarás citados, y de los que tú
busques por tu cuenta o ya conozcas.
• Para que te sitúes, todo el capítulo que ahora comienzas podría concebirse co-
mo respuesta a esta pregunta: ¿por qué, si —como dicen Aristóteles y otros muchos
filósofos— todo hombre está naturalmente inclinado a saber, hoy son tan pocos los
que de hecho dedican tiempo y empeño a conocer la realidad por sí mismos, y se con-
tentan con amueblar su entendimiento —por utilizar una expresión común y bien
significativa— con ideas prefabricadas y transmitidas por otros… y con frecuencia
incompatibles entre sí, aunque ellos no lo adviertan?

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• Con palabras más directas: ¿es el hombre naturalmente filósofo —según suele
decirse— o no? Y, en caso de respuesta afirmativa, ¿por qué, si lo es, no lo demues-
tra con los hechos? Todavía más: ¿por qué los filósofos somos considerados como
gente rara, a los que habría que echar de comer aparte?; ¿o no es eso lo que piensa la
mayoría de tus amigos y conocidos?
• Como de costumbre, no pretendo que estés de acuerdo con lo que acabo de es-
cribir. Mi intención es, de nuevo, ayudarte a pensar y a conocer por tu cuenta.
¡Que haya suerte!

1. Filosofía espontánea
a) Acercamiento preliminar
¿Es cierto que la filosofía goza en el momento actual de una salud endeble?
Se diría que sí: demasiadas personas, incluso intelectuales, consideran a los filó-
sofos como una especie de extraterrestres, consagrados a extrañas y poco inteli-
gibles elucubraciones o caldos de cabeza, sin apenas contacto con las realidades
que preocupan al ciudadano de a pie. No obstante, bastantes de los que así opi-
nan son, sin saberlo, filósofos; no de profesión, pero sí con lo que cabría llamar
filosofía espontánea (o implícita), dotada a veces de tanto o más valor que la filo-
sofía académica.
Y es que, entendida todavía de forma muy general, la filosofía constituye
un tipo de saber, con el que se intenta dar respuesta, con hondura, a los interrogan-
tes claves de la vida: ¿quién soy yo?, ¿de dónde procedo? o ¿a dónde me enca-
mino? O, si se prefiere, descendiendo más a los detalles, la filosofía pretende
descifrar hasta el fondo, en la medida de lo posible, el sentido del dolor, el del
sufrimiento del inocente, el de la naturaleza y límites de la libertad y la misión y
el alcance del amor, el de la distinción entre lo bueno y lo malo, el del final del
caminar terreno —truncado por la muerte—, el de la existencia o no de un más
allá después de esta vida… y otros muchos por el estilo.
Desde este punto de vista, cualquier persona filosofa: antes o después, con
más o menos conciencia, busca en la vida algo más profundo y de más alcance
que lo mera y chatamente cotidiano. Todos, y acaso en especial los jóvenes —
aunque sea de manera semiconsciente—, aspiran a conocer el sentido de su paso
por esta tierra, sin el que la felicidad parece imposible; todos atravesamos mo-
mentos en los que no nos bastan las respuestas habituales. Son esas las circuns-
tancias en las que sale a flote el talante filosófico del ser humano. Y me atrevería
a presagiar que a bastantes de los que se enfrentan con estas líneas les resultan
insuficientes las respuestas convencionales de la civilización de hoy.
Estos presuntos lectores, ¿se conforman con la función que a veces se atri-
buye al trabajo, como mera y simple contrapartida de un beneficio monetario,
carente de significado personal para quien lo realiza? ¿Comparten lo que cultu-
ralmente se está imponiendo al hablar del amor, del matrimonio, de la familia,
de la mujer o del sexo? ¿Están de acuerdo con las vías establecidas para el pro-
pio perfeccionamiento individualista, realizado tantas veces de espaldas o con-
tra o a costa de los demás? ¿Aprueban el tipo de relaciones despersonalizadas
que con frecuencia imperan en el mundo laboral, social y político, o llevan a las
naciones más poderosas a desentenderse de las necesidades y carencias de las

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más necesitadas? ¿Les convencen los criterios, predominantemente económicos,
con que pretenden medirse hasta los problemas más personales y humanos?
¿Aceptan esa idea de libertad que otorga carta de ciudadanía a un cúmulo de
comportamientos aberrantes y los equipara a la actuación humana y enriquece-
dora de otro gran grupo de ciudadanos? Y así con numerosos asuntos. En casi
todos ellos, ejercitando un sano espíritu crítico, intentan ir más allá de las expec-
tativas que reinan en el ambiente. Y en esa misma medida, y en la misma pro-
porción en que lo hacen con tesón y hondura, se comportan como filósofos.
Pues, en efecto, prosiguiendo lo que antes sugerí, la filosofía pretende, por
un lado, dar la respuesta más definitiva posible a cualquier cuestión que se le pro-
ponga; y, antes o simultáneamente —y es tanto o más importante que respon-
derlas—, descubrir y establecer preguntas del máximo alcance en torno a los temas
capitales.
Como consecuencia, los distintos problemas y sus soluciones serán más o
menos filosóficos en la medida en que se presenten como más hondos y globa-
les, más incisivos y más esclarecedores. Según afirma un pensador italiano,
Giuseppe Savagnone, «la verdad que la filosofía busca no es solo la que deriva
de la simple constatación de los hechos. El filósofo […] plantea la cuestión del
sentido que en ellos se esconde y que los torna inteligibles».1 Y Reinhard Lauth,
a su vez, escribe: «La pregunta filosófica no solo es, por tanto, la pregunta por la
esencia y el ser del todo de la realidad, sino también por su valor y sentido».2

Cuanto más reflexión exija una pregunta


y cuanto más explique una respuesta,
con mayor propiedad pueden calificarse como filosóficas

Y, así, a la pregunta corriente sobre qué es el sexo, cabe dar una solución re-
lativamente banal, en la línea más o menos materialista y sensiblera de la quími-
ca y la fisiología, de los mecanismos de placer, de la satisfacción instintiva o in-
cluso sentimental, etc. Y cabe una propuesta más honda, que se adentra hasta el
fondo del asunto: la sexualidad humana es, en última instancia, una participa-
ción en el amor y en el poder creador y, sobre todo, un medio excelente —el
más específico— de manifestar, consolidar, hacer crecer, aquilatar y madurar el
amor entre un varón y una mujer considerados en cuanto tales. Y, ante el inte-
rrogante sobre la libertad, puede uno pronunciarse en la línea de hacer en cada
caso lo que me apetezca, que, atendiendo a su significado más habitual, esconde
en el fondo una esclavitud respecto a esas apetencias; o advertir, por el contrario,
que es el gran privilegio concedido al hombre de ser —al menos hasta cierto
punto— su propio modelador: pues, queriendo y eligiendo lo que ha de hacer,
puede por sí mismo encaminarse hacia su plenitud y alcanzar el objetivo su-
premo de su existencia.

b) Naturalmente filósofos
Cabría ilustrar la distinta profundidad de los planteamientos —a la que
acabo de aludir— recordando la conocida anécdota del viajero que, ya hace si-

1
SAVAGNONE, Giuseppe: Theoria: Alla ricerca della filosofia. Brescia: La Scuola, 1991, p. 53.
2
LAUTH, Reinhard: Concepto, fundamentos y justificación de la filosofía. Madrid: Rialp, 1975, p. 60.

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glos, paseaba por los alrededores de una cantera. Tras haber deambulado un
rato, al preguntar a uno de los trabajadores qué estaba haciendo, este le contestó
con desgana: «picando piedra». Al cabo de unos minutos hizo la misma pregun-
ta a otro, y su respuesta, bastante más convencida, fue: «labrando un sillar». Por
fin, se dirigió a un tercero, que replicó gozoso: «construyendo una catedral». Es
obvio que, siendo cierto lo que los tres afirmaban, el alcance o sentido y la hon-
dura de lo que respondió el último eran muchísimo mayores que lo propuesto
por los dos anteriores y, por consiguiente, más capaces de satisfacer las ansias
de progreso intelectual y vital que todo hombre alimenta… y de hacerlo feliz.

Por ahí camina la filosofía, por las vías que permiten descubrir
un significado hondo y gratificante
hasta en nuestras acciones más menudas

Desde tal punto de vista, más que temas o cuestiones filosóficas, existe un
modo filosófico de tratar los distintos asuntos e intentar darles solución. A mis
alumnos, en los primeros días de curso, suelo explicarles que a quien se interro-
gara sobre lo que estamos haciendo en ese momento cabría contestarle a muy
distintos niveles. Podría decirse, por ejemplo, que estamos dando una clase,
comenzando una asignatura o cumpliendo uno de los requisitos para realizar
una carrera universitaria; que nos estamos preparando para el futuro ejercicio
de una profesión o para insertarnos —si hay suerte— en el mercado laboral…
O, cambiando radicalmente de plano, que estamos procurando —ellos y yo,
ayudándonos mutuamente— conocer mejor la realidad.
Solo la última sería una respuesta propiamente filosófica, porque solo en
ella se pone en juego el conjunto de la realidad. Es decir, se afirma implícita-
mente que lo que existe puede ser entendido, al menos de manera parcial, y que
el ser humano posee la facultad, también limitada, de conocer esas realidades.
Afirmaciones que únicamente son posibles atendiendo a una concepción global
del universo y, sobre todo, del puesto que el hombre ocupa en él.
Situados ya en semejante nivel, otras situaciones propicias para la filosofía
espontánea serían las llamadas crisis existenciales, entre las que destaca lo que a
veces se denomina o denominaba descubrimiento de la propia vocación. En
esas circunstancias, la persona se cuestiona el significado de su entera existen-
cia, qué es lo que hace en este mundo o a qué ha sido llamado cuando entró en
él. Y una vez entrevisto su destino, cada vez que vuelve sobre la resolución que
encauzó su vida en un preciso sentido y se pregunta: «¿pero qué pinto yo aquí
si no me esfuerzo de veras por…?», o cuestiones similares, está replanteándose,
de manera concreta y comprometida, la significación de su existir, su misión en
el universo y entre las demás personas, etc. Es decir, está haciendo filosofía.
Por otro lado, hay situaciones en las que nuestra condición de filósofos se
manifiesta con mayor claridad. Por ejemplo, después que un accidente u otro
tipo de trauma nos haya hecho perder la conciencia. Cuando, al cabo de cierto
tiempo, nos despertamos en la clínica o en el hospital, no es nada fácil que nues-
tros primeros interrogantes se refieran a la decoración del cuarto, a la calidad de
los tubos que transportan el suero, al colorido de las alfombras o a la orienta-
ción del edificio respecto al sol. En tales ocasiones, las preguntas son normal-
mente de tipo global, profundas, penetrantes, de sentido: ¿dónde estoy?, ¿qué ha

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pasado? o, en los casos más graves, ¿quién soy? Interrogantes con los que no
pretendemos captar un conjunto de datos fragmentarios e inconexos, sino escla-
recer el significado definitivo y de conjunto de la situación en que nos hallamos
y de nuestro papel en ella.
Lo que acabo de presentar mediante muestras concretas puede también
plantearse con alcance universal. Remontándose hasta casi los inicios de la filo-
sofía en Occidente, Pieper y Zubiri sostienen que la reflexión filosófica cobra
vida cuando lo más cotidiano, lo que creíamos entender a la perfección, de re-
pente se torna incomprensible, lleno de misterio, y nos desborda. Es lo que más
adelante calificaremos como admiración o asombro… que suelen sobrevenir ante
el fallecimiento de una persona querida; ante un revés de fortuna, que echa por
tierra el desarrollo normal de una familia construida con cariño y esfuerzo; ante
un desengaño amoroso profundo; ante el mal moral que uno mismo comete y el
consiguiente sentimiento de culpa… O, por el contrario, en el momento de
enamorarse; al advertir la generosidad de un hijo o un amigo; cuando nos mue-
ve un sincero deseo de conversión o cambio de vida; en presencia de un amane-
cer o de una puesta de sol arrebatadores; al contemplar una obra de arte parti-
cularmente lograda; y en otras mil circunstancias por el estilo y, en ocasiones,
aparentemente vulgares. En ellas, la vida, que parecía ya sabida, y que transcu-
rría sin mayores sobresaltos, presenta ante nosotros su cara oculta e inconcebi-
ble y, junto con el desconcierto, despierta la interrogación profunda sobre el
sentido perdido y el intento de recobrarlo…
Pues bien, de manera aún genérica pero real, todo esto es filosofía o la incluye:
tanto o a veces más que pudiera hacerlo el clásico interrogante sobre el ente en
cuanto ente, si no se formula de la manera y con la hondura adecuadas. Por eso
he insistido en el planteamiento de situaciones filosóficas un tanto inesperadas,
para que se entienda mejor el alcance de la afirmación que ya defendieran, entre
otros, Aristóteles y Kant: a saber, que «todo hombre es por naturaleza filósofo».
Cualquier ser humano, en algún momento concreto o a lo largo de toda su vida,
confecciona una suerte de filosofía espontánea con la que, a veces sin plena con-
ciencia, orienta el conjunto de su existir.
Lo reafirma y matiza Savagnone, añadiendo sugerencias cuyo desarrollo
apuntaré dentro de unos instantes: «No se puede dejar de ser, en cierto modo,
filósofos: hay que escoger, más bien, entre serlo dejándose dominar por las “fi-
losofías” implícitas en los mensajes de los mass-media y en las modas culturales
de la sociedad en que vivimos, o bien elaborando una personal y responsable
visión de la realidad y de la propia filosofía».3
Con otras palabras: puesto que todos necesitamos orientar nuestra vida, ca-
ben dos posibilidades: i) o bien asumimos esa tarea en primera persona, libre-
mente, profundizando sobre el sentido de la realidad y de nuestra misión en el
mundo; ii) o bien, si no nos paramos a pensar… acabaremos siguiendo las direc-
trices que, sin que nos demos cuenta, otros nos están marcando.

3
SAVAGNONE, Giuseppe: Theoria. Alla ricerca della filosofia, p. 38.

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