La oración es una de las actividades más importantes durante la Cuaresma, junto
con el ayuno y la limosna. Este texto antiguo, recogido en la Liturgia de las Horas, puede ayudarnos a valorar lo que es la oración: “La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables, deseando la leche divina, como un niño que, llorando, llama a su madre; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible” La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta nuestro ánimo. Me refiero, en efecto, a aquella oración que no consiste en palabras, sino más bien en el deseo de Dios, en una piedad inefable, que no procede de los hombres, sino de la gracia divina, acerca de la cual dice el Apóstol Pablo: “Nosotros no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras”. (Rom 8:26-27). Semejante oración, si nos la concede Dios, es de gran valor y no ha de ser despreciada; es un manjar celestial que satisface al alma; el que lo ha gustado, se inflama en el deseo eterno de Dios, como en un fuego ardentísimo que inflama su espíritu. Los textos evangélicos nos reseñan durante este tiempo de Cuaresma, como Jesús pasaba noches enteras en diálogo con su Padre. Y rezó intensamente antes de la pasión y en el momento mismo de morir. El mismo nos dejó claro que la oración, no por ser prolongada o de mucha palabrería, va a ser más eficaz. Lo determinante no es el mucho tiempo que se reza, sino la sinceridad, la verdad, la transparencia de nuestro "deseo" hecho oración, de manera que nos conduzca a una transfiguración, como Jesús. Orar es como sintonizar la estación de Dios para entrar en contacto con El. Orar es “chatear” con Dios, es conversar con Dios. Esa es la definición más corriente, pero es incompleta. Veamos qué le falta... ¿Qué significa hablar con alguien? Ciertamente no puede significar que nada más hablo yo...yo solo. Entonces no sería conversar, sino hablar... hablar yo solo. Porque orar es también oír a Dios. Mejor dicho: orar es sobre todo oír a Dios. Sería mejor decir que la oración es un diálogo con Dios. Pero si sólo hablo yo, no es diálogo, sino monólogo. Hay que dejar espacios para que Dios nos hable a cada uno en nuestro corazón. No podemos hablar y hablar y hablar... Mejor dicho: pedir y pedir y pedir. ¡Así no puede ser nuestra oración! En Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida, a la conversión en la oración individual. Para concluir les dejo una oración de conversión del Padre Ignacio Larrañaga: "Derriba en nosotros las altas murallas levantadas por el egoísmo, el orgullo y la vanidad. Aleja de nuestras puertas las envidias que obstruyen y destruyen la unidad. Líbranos de las inhibiciones. Calma los impulsos agresivos. Purifica las fuentes originales. Y que lleguemos a sentir como Tú sentías y amar como Tú amabas. Tú serás nuestro modelo y nuestro guía, oh Señor Jesús. Danos la gracia del amor fraterno: que una corriente sensible, cálida y profunda corra en nuestras relaciones; que nos comprendamos y nos perdonemos; nos estimulemos y nos celebremos como hijos de una misma madre; que no haya en nuestro camino obstáculos, reticencias ni bloqueos, antes bien, seamos abiertos y leales, sinceros y afectuosos y así crezca la confianza como un árbol frondoso que cubra con su sombra, a todos los hermanos de la casa, Señor Jesucristo." Amén