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LA NACION | POLÍTICA | MOYANO VS.

GOBIERNO

Una demora estéril ante una sociedad


más sensible
Joaquín Morales Solá SEGUIR

LA NACION

21 de febrero de 2018

E n la semana del combate crucial con Hugo Moyano, el dirigente sindical más
importante del país, el Gobierno gastó tiempo y energía en un tema que no valía la pena.
Valentín Díaz Gilligan, exsubsecretario general de la Presidencia, debió abandonar el
cargo pocas horas después de que el diario español El País reveló que había tenido una
cuenta offshore en Andorra cuando era funcionario del gobierno de la Capital, en 2013.

En efecto, la primera explicación que Díaz Gilligan le dio a El País fue que el dinero
depositado en Andorra (más de un millón de dólares) no era de él, sino de un
empresario uruguayo, Francisco "Paco" Casal, un intermediario en la compraventa de
jugadores de fútbol, que tenía problemas fiscales. Es decir, era el testaferro de una
persona con conflictos judiciales o bajo investigación judicial. ¿No era la condición de
prestanombre de Díaz Gilligan motivo suficiente para sacarlo del Gobierno cuanto
antes? ¿Qué novedad esperaban recibir? ¿Acaso confiaron en que Díaz Gilligan había
incorporado en su declaración su condición de testaferro?

La primera conclusión del conflicto es que el Gobierno no percibió un cambio


fundamental en la sociedad respecto de la prácticas corruptas de la política. No hay
margen para la impunidad luego de que se rebasaron todos los límites en materia de
deshonestidad pública durante el kirchnerismo. Hay una sensibilidad distinta tanto en
la sociedad como en la política. Esto no significa un prejuzgamiento sobre Díaz Gilligan,
pero hay que convenir que el Principado de Andorra es (o fue hasta hace muy poco
tiempo) una cueva de dinero negro. Andorra es (o era) un paraíso para fortunas que no
se pueden explicar o que no han sido declaradas en las agencias impositivas de los
países de origen.
Pero aceptando la excusa de Díaz Gilligan (que el dinero no era suyo), el solo hecho de
que haya prestado su nombre para abrir una cuenta bancaria offshore en ese lugar tan
desprestigiado lo inhabilitaba como funcionario. En lugar de aplicar la doctrina Gómez
Centurión (el exdirector de la Aduana se fue del cargo antes de que una denuncia
tomara estado público), el propio Presidente; el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y el
secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis, gastaron el fin de semana en
una defensa inútil de Díaz Gilligan. Chapadmalal fue el escenario que el macrismo eligió
para dar por iniciado el año político, pero en todas las conferencias de prensa que hizo
durante ese encuentro debió referirse a Díaz Gilligan, a Andorra y a cuentas offshore.
Perdieron el tiempo y, sobre todo, la oportunidad.

Algunos funcionarios deslizaron la teoría conspirativa de que Díaz Gilligan había caído
abatido por el Grupo Clarín o por el Grupo Telefónica. A este último le adjudican una
venganza contra Macri por haber autorizado la fusión de Cablevisión, propiedad del
Grupo Clarín, y Telecom. Parece que Cristina no se ha ido. ¿También al gobierno de
Macri habrá que explicarle que los periodistas pensamos por nuestra propia cuenta? Si
bien Telefónica tiene acciones en el Grupo Prisa, propietario del diario El País, la
trayectoria periodística de ese diario está fuera de toda duda. Su presidente, Juan Luis
Cebrián, es un periodista que ha defendido (y defiende) siempre la independencia de los
profesionales de la prensa. Cultiva, además, una relación frecuente con el propio Macri.

El nombre de Díaz Gilligan surgió durante el trabajo de un avezado equipo de


investigación de ese diario conducido por José María Irujo. El banco de Andorra cerró
hace un año y ese equipo viene investigando desde entonces todos los papeles que el
banco dejó. Han revelado nombres de políticos españoles, panameños y mexicanos,
entre otros, con cuentas millonarias en Andorra. En el banco de Andorra había, además,
una central de Odebrecht para el pago de coimas en América Latina. Si bien Díaz
Gilligan no tiene nada que ver con Odebrecht, no es el primer funcionario
latinoamericano, ni mucho menos el único, que apareció en las investigaciones del
diario El País. El nombre del exsecretario general de la Presidencia tenía en los archivos
del banco una advertencia tan llamativa como un cartel fluorescente: decía que era PEP.
Significa "persona políticamente expuesta", que es como la banca denomina a las
personas con cargos públicos que pueden estar usando dinero mal habido. Díaz Gilligan
no necesitaba de ninguna conspiración para terminar como terminó.

El contexto es el que agrava las cosas. El sindicato bancario hizo ayer un formidable
ejercicio de precalentamiento de la marcha que Moyano encabezará hoy. No solo hubo
paro de trabajadores en todos los bancos por segundo día consecutivo (con los
insoportables problemas que eso significa para la sociedad); también el gremio ocupó
virtualmente las 40 manzanas que rodean la Plaza de Mayo. Desde las avenidas
Corrientes y Leandro Alem, piquetes del sindicato impedían en todas las calles el
ingreso de automóviles (taxis, colectivos y camiones de caudales) al microcentro
porteño.

El jefe del sindicato bancario, Sergio Palazzo, es un radical kirchnerista que aspira a ser
el secretario general de una futura CGT. Es el único de los grandes gremios que
acompañará hoy a Moyano. Palazzo logró ya que en su gremio se saldara la diferencia
entre la inflación y los aumentos del año pasado. Los bancos ofrecieron un 9 por ciento
a partir de enero de este año. Palazzo rechazó la oferta. Los bancos dicen que los
empleados de bancos superarán en más de siete puntos la inflación de enero. Una
propuesta nueva agregaría un seis por ciento a partir de julio y el compromiso de
compensar a fin de año cualquier desajuste con el índice anual de inflación. Es cierto
que esta última parte no se oficializó todavía.

Por lo pronto, el líder del sindicato bancario creó la "República de Palazzo" en las 40
manzanas más céntricas de la Capital. Ninguna autoridad, ni nacional ni capitalina, hizo
nada para restaurar la soberanía del Estado sobre esa franja del territorio. Es el
desorden en el espacio público que luego el Gobierno paga con moneda cara en las
encuestas.

Por: Joaquín Morales Solá

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