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Índice…………………………………………….1
Prologo…………………………………………..2
Género Narrativo……………………………….3
Novela…………………………………………...4
Cuento………………………………………….14
Fabula…………………………………………..19
Epopeya………………………………………..23
Leyenda………………………………………..26
Mito…………………………………………….30
Conclusión……………………………………34
1
Prologo
2
“GENERO NARRATIVO”
• Novela
Arte Mayor
• Cuento
• Fabula
• Epopeya
Arte Menor
• Leyenda
• Mito
3
Novela
Miguel de Cervantes
Saavedra se le considera
el Padre de la Novela
gracias a su obra:
Fragmento de la novela:
4
“1984” de George Orwell
CAPITULO I
Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston
Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el
molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal
de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar
que una ráfaga polvorienta se colara con él.
El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel
de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado
a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un metro de
anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran
bigote negro y facciones hermosas y endurecidas.
Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el
ascensor. No funcionaba con frecuencia y en esta época la corriente se
cortaba durante las horas de día. Esto era parte de las restricciones con
que se preparaba la Semana del Odio.
Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y
una úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente,
descansando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del
ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de
esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno
adondequiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las
palabras al pie.
Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que
ver con la producción de lingotes de hierro. La voz salía de una placa
oblonga de metal, una especie de espejo empeñado, que formaba parte de
la superficie de la pared situada a la derecha.
Winston hizo funcionar su regulador y la voz disminuyó de volumen aunque
las palabras seguían distinguiéndose. El instrumento (llamado teidoatítalia)
podía ser amortiguado, pero no había manera de cerrarlo del todo. Winston
fue hacia la ventana: una figura pequeña y frágil cuya delgadez resultaba
realzada por
el «mono» azul, uniforme del Partido. Tenía el cabello muy rubio, una cara
sanguínea y la piel embastecida por un jabón malo, las romas hojas de
afeitar y el frío de un invierno que acababa de terminar.
Afuera, incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío.
Calle abajo se formaban pequeños torbellinos de viento y polvo; los
papeles rotos subían en espirales y, aunque el sol lucía y el cielo estaba
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intensamente azul, nada parecía tener color a no ser los carteles pegados
por todas partes. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las
esquinas que dominaban la circulación. En la casa de enfrente había uno
de estos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las grandes
letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a los de Winston. En
la calle, en línea vertical con aquél, había otro cartel roto por un pico, que
flameaba espasmódicamente azotado por el viento, descubriendo y
cubriendo alternativamente una sola palabra: INGSOC. A lo lejos, un
autogiro pasaba entre los tejados, se quedaba un instante colgado en el
aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo curvo. Era de la patrulla de
policía encargada de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas.
Sin embargo, las patrullas eran lo de menos.
Lo que importaba verdaderamente era la Policía del Pensamiento.
A la espalda de Winston, la voz de la telepantalla seguía murmurando
datos sobre el hierro y el cumplimiento del noveno Plan Trienal. La
telepantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que
hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además,
mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal,
podía ser visto a la vez que oído. Por supuesto, no había manera de saber
si le contemplaban a uno en un momento dado. Lo único posible era
figurarse la frecuencia y el plan que empleaba la Policía del Pensamiento
para controlar un hilo privado. Incluso se concebía que los vigilaran a todos
a la vez. Pero, desde luego, podían intervenir su línea de usted cada vez
que se les antojara. Tenía usted que vivir - y en esto el hábito se convertía
en un instinto - con la seguridad de que cualquier sonido emitido por
Usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la
oscuridad, todos sus movimientos serían observados.
Winston se mantuvo de espaldas a la telepantalla. Así era más seguro;
aunque, como él sabía muy bien, incluso una espalda podía ser
reveladora. A un kilómetro de distancia, el Ministerio de la Verdad, donde
trabajaba Winston, se elevaba inmenso y blanco sobre el sombrío paisaje.
«Esto es Londres», pensó con una sensación vaga de disgusto; Londres,
principal ciudad de la Franja aérea 1, que era a su vez la tercera de las
provincias más pobladas de Oceanía. Trató de exprimirse de la memoria
algún recuerdo infantil que le dijera si Londres había sido siempre así.
¿Hubo siempre estas vistas de decrépitas casas decimonónicas, con los
costados revestidos de madera, las ventanas tapadas con cartón, los
techos remendados con planchas de cinc acanalado y trozos sueltos de
tapias de antiguos jardines? ¿Y los lugares bombardeados, cuyos restos
de yeso y cemento revoloteaban pulverizados en el aire, y el césped
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amontonado, y los lugares donde las bombas habían abierto claros de
mayor extensión y habían surgido en ellos sórdidas colonias de chozas de
madera que parecían gallineros? Pero era inútil, no podía recordar: nada le
quedaba de su infancia excepto una serie de cuadros brillantemente
iluminados y sin fondo, que en su mayoría le resultaban ininteligibles.
El Ministerio de la Verdad - que en neo lengua (La lengua oficial de
Oceanía) se le llamaba el Minver - era diferente, hasta un extremo
asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista. Era una
enorme estructura piramidal de cemento armado blanco y reluciente, que
se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altura. Desde
donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridas sobre su blanca
fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
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salido del Ministerio a esta hora tuvo que renunciar a almorzar en la
cantina y en seguida comprobó que no le quedaban víveres en la cocina a
no ser un mendrugo de pan muy oscuro que debía guardar para el
desayuno del día siguiente. Tomó de un estante una botella de un líquido
incoloro con una sencilla etiqueta que decía: Ginebra de la Victoria. Aquello
olía a medicina, algo así como el espíritu de arroz chino. Winston se sirvió
una tacita, se preparó los nervios para el choque, y se lo tragó de un golpe
como si se lo hubieran recetado.
Al momento, se le volvió roja la cara y los ojos empezaron a llorarle. Este
líquido era como ácido nítrico; además, al tragarlo, se tenía la misma
sensación que si le dieran a uno un golpe en la nuca con una porra de
goma. Sin embargo, unos segundos después, desaparecía la
incandescencia del vientre y el mundo empezaba a resultar más alegre.
Winston sacó un cigarrillo de una cajetilla sobre la cual se leía: Cigarrillos
de la Victoria, y como lo tenía cogido verticalmente por distracción, se le
vació en el suelo. Con el próximo pitillo tuvo ya cuidado y el tabaco no se
salió. Volvió al cuarto de estar y se sentó ante una mesita situada a la
izquierda de la telepantalla. Del cajón sacó un portaplumas, un tintero y un
grueso libro en blanco de tamaño in-quarto, con el lomo rojo y cuyas tapas
de cartón imitaban el mármol.
Por alguna razón la telepantalla del cuarto de estar se encontraba en una
posición insólita. En vez de hallarse colocada, como era normal, en la
pared del fondo, desde donde podría dominar toda la habitación, estaba en
la pared más larga, frente a la ventana. A un lado de ella había una alcoba
que apenas tenía fondo, en la que se había instalado ahora Winston. Era
un hueco que, al ser construido el edificio, habría sido calculado
seguramente para alacena o biblioteca. Sentado en aquel hueco y
situándose lo más dentro posible, Winston podía mantenerse fuera del
alcance de la telepantalla en cuanto a la visualidad, ya que no podía evitar
que oyera sus ruidos. En parte, fue la misma distribución insólita del cuarto
lo que le indujo a lo que ahora se disponía a hacer.
Pero también se lo había sugerido el libro que acababa de sacar del cajón.
Era un libro excepcionalmente bello. Su papel, suave y cremoso, un poco
amarillento por el paso del tiempo, por lo menos hacía cuarenta años que
no se fabricaba. Sin embargo, Winston suponía que el libro tenía muchos
años más. Lo había visto en el escaparate de un establecimiento de
compraventa en un barrio miserable de la ciudad (no recordaba
exactamente en qué barrio había sido) y en el mismísimo instante en que
lo vio, sintió un irreprimible deseo de poseerlo. Los miembros del Partido
no deben entrar en las tiendas corrientes (a esto se le llamaba, en tono de
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severa censura, «traficar en el mercado libre»), pero no se acataba
rigurosamente esta prohibición porque había varios objetos como cordones
para los zapatos y hojas de afeitar - que era imposible adquirir de otra
manera.
Winston, antes de entrar en la tienda, había mirado en ambas direcciones
de la calle para asegurarse de que no venía nadie y, en pocos minutos,
adquirió el libro por dos dólares cincuenta. En aquel momento no sabía
exactamente para qué deseaba el libro.
Sintiéndose culpable se lo había llevado a su casa, guardado en su cartera
de mano.
Aunque estuviera en blanco, era comprometido guardar aquel libro.
Lo que ahora se disponía Winston a hacer era abrir su Diario. Esto no se
consideraba ilegal (en realidad, nada era ilegal, ya que no existían leyes),
pero si lo detenían podía estar seguro de que lo condenarían a muerte, o
por lo menos a veinticinco años de trabajos forzados. Winston puso un
plumín en el portaplumas y lo chupó primero para quitarle la grasa. La
pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba rarísimas veces, ni siquiera
para firmar, pero él se había procurado una, furtivamente y con mucha
dificultad, simplemente porque tenía la sensación de que el bello papel
cremoso merecía una pluma de verdad en vez de ser rascado con un lápiz
tinta. Pero lo malo era que no estaba acostumbrado a escribir a mano.
Aparte de las notas muy breves, lo corriente era dictárselo todo al hable
scribe, totalmente inadecuado para las circunstancias actuales.
Mojó la pluma en la tinta y luego dudó unos instantes. En los intestinos se
le había producido un ruido que podía delatarle. El acto trascendental,
decisivo, era
marcar el papel.
En una letra
pequeña e inhábil
escribió:
4 de abril de 1984
Se echó hacia
atrás en la silla.
Estaba
absolutamente
desconcertado….
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“Fuego Brillante”
Cinco cuentos cortos, escritos durante un período de dos o tres años, hicieron
que
Invirtiera nueve dólares y medio en monedas de diez centavos en alquilar una
Máquina de escribir en el sótano de una biblioteca, y acabara la novela corta en
Sólo nueve días.
¿Cómo es eso?
En un cuento corto, «Bofare», que nunca vendí a ninguna revista, imaginé los
Pensamientos literarios de un hombre en la noche anterior al fin del mundo.
Escribí
Unos cuantos relatos parecidos hace unos cuarenta y cinco años, no como una
Predicción, sino corno una advertencia, en ocasiones demasiado insistente. En
«Bonfire», mi héroe enumera sus grandes pasiones.
Algunas dicen así:
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Mientras recorremos la biblioteca y encontramos a los lectores que la habitan,
se hace evidente que detrás de los ojos y entre las orejas de todos hay más de
lo que podría
Y más tarde, al salir del restaurante, Barnes tropezó con un anciano que casi
cayó
al suelo. Lo agarré del brazo.
Y él contesta:
-Cuatro docenas y siete años ...
Para ser seguida por otras historias similares: «The Exiles», que trata de los
personajes de los libros de Oz y Tarzán y Alicia, y de los personajes de los
extraños cuentos escritos por Hawthorne y Poe, exiliados todos en Marte; uno
por
uno estos fantasmas se desvanecen y vuelan hacia una muerte definitiva
cuando
en la Tierra arden los últimos libros.
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En «Usher H» mi héroe reúne en una casa de Marte a todos los incendiarios de
libros, esas almas tristes que creen que la fantasía es perjudicial para la mente.
Los hace bailar en el baile de disfraces de la Muerte Roja, y los ahoga a todos
en
una laguna negra, mientras la Segunda Casa Usher se hunde en un abismo
insondable.
Ahora el quinto brinco antes del gran salto
Hace unos cuarenta y dos años, año más o año menos, un escritor amigo mío y
yo
íbamos paseando y charlando por Wilshire, Los Angeles, cuando un coche de
policía se detuvo y un agente salió y nos preguntó qué estábamos haciendo.
-Es ilógico que nos haya abordado. Si hubiéramos querido asaltar a alguien o
robar en una tienda, habríamos conducido hasta aquí, habríamos asaltado o
robado, y nos habríamos ido en coche. Como usted puede ver, no tenemos
coche,
sólo nuestros pies.
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Doy gracias a Dios por el encuentro con el coche patrulla, la curiosa pregunta,
mis
respuestas estúpidas, porque si no hubiera escrito «El peatón» no habría podido
sacar a mi criminal paseante nocturno para otro trabajo en la ciudad, unos
meses
más tarde.
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CUENTO
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“UNA JAURÍA DE GÓTICOS”
Una noche mientras buscaba en mi mente alguna idea que
escribir para una muestra de cuento fantástico, y al no
encontrar nada útil. Me decidí a salir a dar un pequeño paseo
por las húmedas calles de la ciudad.
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Con las pocas fuerzas que me quedaban me trepé a un árbol. En
la copa no me pudieron atrapar. Allí me quedé toda la noche,
viendo a los lobos saltar una y otra vez para morderme y tirarme.
Al alba me comencé a quedar dormido, cuando termino de salir
el sol y ya no escuché movimientos, aullidos o ladridos me
decidí a bajar. A los pies del árbol estaban varios jovencitos
vestidos de negro, con sus ropas rasgadas y manchadas por el
barro, el pasto y la sangre de unos y otros. En la boca de uno de
ellos, un trozo de mi pantalón.
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“PIPO: El Ratón”
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la bolsa se abrió. Ante él dos humanos sonreían y lo invitaban a
salir. Lo hizo lentamente; no le pegaron, incluso sostuvieron al
gato para que no lo atrapara.
Al regresar junto a su madre estuvo a punto de contarle lo
acontecido pero, prefirió guardarse ese secreto. Y desde ese
día, cada tanto, Pipo sale del cobertizo y visita a los humanos
que lo reciben entre risas mientras sostienen al gato
amenazante y gruñón.
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FABULA
La fábula es una composición literaria breve en la que los personajes son
animales o cosas inanimadas que presentan características humanas. En
el Diccionario de uso del español de María Moline de Helena Beristaín se
indica que “se trata de un género didáctico mediante el cual suele
hacerse crítica de las costumbres y de los vicios locales o nacionales,
pero también de las características universales de la naturaleza humana
en general”.
-Características-
Esencialmente ofrece un contenido moralizante o didáctico.
Siempre contiene una moraleja. En las más antiguas se encuentra
escrita al final del texto.
Generalmente es una pieza muy breve y con pocos personajes.
Posee una gran inventiva, riqueza imaginativa y de colorido.
Es inverosímil.
Su exposición de vicios y virtudes es maliciosa, irónica.
Generalmente sus personajes son animales a los que se los
humaniza
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“El cuervo y su madre”
Una vez, un joven cuervo robó un trozo de pan en una granja y lo llevó al
nido de la familia. En vez de regañarlo, como debió hacerlo, mamá cuervo
batió las alas con placer y lo elogió por ser un hijo tan desinteresado, que
traía alimento a su pobre madre, que tanto trabajaba.
-¡Qué joven talentoso eres! -exclamó-. ¡Mamá se enorgullece de ti! La vez
próxima, debes tratar de traer a casa un poco de carne, o quizá algo
realmente valioso, como una cuchara de plata o un anillo.
Encantado con las palabras de su madre, el joven cuervo empezó a
coleccionar cosas seriamente. Al poco tiempo, había traído a casa tantos
cuchillos, tenedores, anillos, broches de oro y otras bonitas bagatelas,
que su familia podía haber abierto un comercio para su venta. Y la madre
graznaba de alegría, diciendo a todos sus amigos que era una lástima que
ellos no tuviesen hijos tan inteligentes como el suyo.
A los pocos meses, el atareado cuervo se cansó de robar cosas ante las
propias narices de la gente. Le resultaba tan fácil hacerlo que ya no lo
divertía. Por eso, mientras su madre seguía diciendo que era el hijo más
maravilloso que hubiese incubado cuervo alguno, comenzó a robar en los
nidos de otros pájaros. Esto era arriesgado y exigía más astucia, pero. ..
¿Cómo podrían sorprenderlo cuando lo hacía -se preguntaba- un torpe
petirrojo, un grajo o un águila?
Por desgracia, esto fue lo que sucedió finalmente. Lo sorprendieron con
las manos en la masa, Y dos feroces águilas lo custodiaron hasta el
momento en que debía ser castigado.
Porque, desde luego, mientras que los seres humanos eran considerados
víctimas más o menos adecuadas, robar a los demás pájaros constituía
un delito grave.
La mitad de los pájaros del bosque se reunieron esa mañana para decidir
su destino. Aunque los cuervos alegaron largamente y con vehemencia en
su favor, no lograron salvarle la vida. Finalmente, el joven cuervo pidió un
favor: que le dejaran hablar con su madre. Nadie podía negarle aquel
conmovedor deseo, y toda la selva guardó silencio mientras ambos
pájaros estaban parados el uno junto al otro… para darse el último adiós.
Entonces, sin advertencia previa, el joven cuervo le clavó las garras y
picoteó a su madre tan cruelmente, que los demás pájaros, horrorizados,
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los separaron. Por fin, más muerto que vivo, el cuervo logró que lo
escucharan.
-Vosotros creeréis que soy un malvado y un salvaje -comenzó-. Y, desde
luego, probablemente lo soy. Pero la culpa no es mía. Yo no estaría hoy
aquí, si mi madre hubiese hecho que me comportara bien. En cambio, me
mareó y me indujo a creer que todo lo que yo hacía era maravilloso. Si
fuerais justos, la castigaríais también. Por lo menos, he dicho lo que tenía
que decir. ¡Ahora, haced conmigo lo que queráis!
Aunque todos reconocieron que cuanto el cuervo había dicho era cierto,
esto de nada le sirvió. Lo colgaron de la rama de un olmo… como
escarmiento para todos los pájaros que pensaran robar a otros de su
especie.
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“La Zorra y las uvas”
La vieja y taimada zorra estaba decepcionada. Durante todo el día había
merodeado tristemente por los densos bosques y subido y bajado a las
colinas, pero. .. ¿De qué le había servido? No hallaba un solo bocado; ni
siquiera un ratón de campo. Cuando lo pensaba -y se estaba sintiendo tan
vacía por dentro que casi no podía pensar en otra cosa-, llegó a la
conclusión de que nunca había tenido más hambre en su vida. Además,
sentía sed…, una sed terrible. Su garganta estaba reseca.
En ese estado de ánimo. Dio la vuelta a un muro de piedra y se encontró
con algo que le pareció casi un milagro. Allí. Frente a ella, había un viñedo
lleno de racimos de frescas y deliciosas uvas, que sólo esperaban que las
comiesen. Eran grandes y jugosas e impregnaban el aire con su
fragancia.
La zorra no perdió el tiempo. Corrió, dio un salto y trató de asir la rama
más baja, con sus hambrientas mandíbulas… ¡pero no llegó a alcanzarla!
Volvió a saltar, esta vez a una altura algo mayor, y tampoco pudo atrapar
con los dientes una sola uva. Cuando fracasó por tercera vez, se sentó
por un momento y, con la reseca lengua colgándole, miró las docenas y
docenas de ramas que pendían fuera de su alcance.
El espectáculo era insoportable para una zorra famélica, y saltó y volvió a
saltar, hasta que sintió mareos.
Necesitó mucho tiempo, pero, por
fin, comprendió que las uvas
estaban tan fuera de su alcance…
como las estrellas del cielo. Y no le
quedó más recurso que batirse en
retirada.
-¡Bah! -murmuró para sí- ¿Quién
necesita esas viejas uvas
agusanadas? Están verdes…, sí, eso
es lo que pasa. ¡Verdes! Por nada
del mundo las comería.
-¡Ja, ja! -dijo el cuervo, que había
estado observando la escena desde
una rama próxima- ¡Si te dieran un
racimo, veríamos si en verdad las
uvas te parecían verdes!
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EPOPEYA
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“Epopeya de Jangur”
Jangar fue escrito entre el siglo XV y la primera mitad del siglo XVII en la
región “Weilate” de Mongolia. “Weilate”, tribu en la antigüedad de
Mongolia, quiere decir " la tribu del bosque”. Los miembros de dicha
tribu moraron principalmente en el Monte Altair, noroeste de Xinjiang de
China.
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Ocupando en el auge de la literatura antigua mongol, la epopeya
“Jangur” demuestra enormes influencias sobre la literatura en los siglos
siguientes. Hoy en día, “Jangur” es uno de los artículos culturales más
importantes listados dentro la protección estatal en China.
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LEYENDA
Por su temática:
1. Leyendas etológicas: aclaran el origen de los elementos inherentes a la
naturaleza, como los ríos, lagos y montañas.
2. Leyendas escatológicas: acerca de las creencias y doctrinas referentes a
la vida de ultratumba.
3. Leyendas religiosas: historias de justos y pecadores, pactos con el diablo,
episodios de la vida de santos.
Por su origen:
1. Leyendas urbanas: pertenecen al folclore
contemporáneo, circulan de boca en boca,
etc.
2. Leyendas rurales: solo las leyendas válidas
en el campo, porque no tienen lugar o
adaptación para las urbanas.
3. Leyendas locales: es una narración popular
de un municipio, condado o provincia.
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“LA LLORONA”
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se
escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de
sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y
acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que
sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz
lastimera llama la atención de los viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río
buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a
los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela,
la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros,
interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio
de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se
columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su
lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el
río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las
vacas que descansaban en el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la
familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo
observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José.
Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos;
vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una
bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.
Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital
donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes
vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que
son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos
que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia,
amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando
sintió que iba a ser madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa
paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que
arrojó enseguida al sitio en donde el río era mas profundo, en un momento
de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó
de esa forma. Después se volvió loca y, según los campesinos, el
arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos
buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.
Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer,
debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las
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letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro
plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros
hijos e hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que
nos rodea. De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando
en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores
y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija…
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“LA BRUJA”
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MITO
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“Las Moiras”
Se dice que las Moiras son hijas de Zeus y Temis. Son tres hermanas:
Cloto (rueca), que era la más joven y la que hilaba. Láquesis (pluma), que
tejía el destino. Y Átropos (balanza), la mayor y la que cortaba los hilos.
Ellas 3 tenían que asegurar que el destino de cada uno se cumpliera,
incluyendo el de los dioses. Deben asistir al nacimiento de cada persona,
hilar y predecir su destino.
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“El Hombre de Maiz”
El Lugar Donde Fueron Creados los Dioses, nombre que le otorgaron los
mexicas a este increíble sitio llamado Teotihuacán, pues su verdadero
nombre nos es desconocido, fue el centro urbano más grande de
Mesoamérica durante el Período Clásico (200d.C. a 900 d.C.).
Teotihuacán se encuentra situado al noreste del Valle de México, cerca
del desaparecido Lago de Texcoco. Teotihuacán fue la primera ciudad del
Altiplano, cuyo trazo fue medido siguiendo el rumbo del Sol. Para el año
400 era la mayor de las ciudades: media veinte kilómetros cuadrados y
contaba con 100,000 habitantes. Fue el poderoso Estado que dominó la
parte central de Mesoamérica durante seis siglos, para acabar
completamente arrasada hacia el año 650, consumiéndose los registros y
libros testimoniales que pudieron habernos contado su historia y cultura.
De la cosmovisión teotihuacana saldrá el modelo cosmogónico que será
la base para muchas otras culturas mesoamericanQuilaztlias, y aun de las
que subsisten en nuestros días, herederas de esta excepcional cultura
teotihuacana
Algunos testimonios nahuas que
retoman la mitología teotihuacana
cuentan que una vez creada la Tierra,
y después de haber pasado por varias
etapas creativas, se le encomendó a
Quetzalcóatl, la Serpiente
Emplumada, la creación de los seres
humanos que poblarían al mundo en
el Quinto Sol; es decir en la quinta
era. Para ello, el dios descendió al
Inframundo, al Mictlan, en busca de
los huesos que habían dejado las antiguas y desaparecidas generaciones
de hombres que habían vivido en las cuatro eras anteriores. Después de
mucho disputarse los huesos ya que Mictlantecuhtli, el Dios del Mictlan,
se oponía que a Quetzalcóatl se los llevase, éste acabó por obtenerlos y
emprendió su salida del Inframundo. Pero Mictlantecuhtli, no conforme
con ello, hizo un hoyo en el que el dios cayó, con la consecuencia de que
los huesos se rompieron al caer. Desesperado, el dios juntó los huesos y
se dirigió a Tamoanchan, lugar donde se encontraban los dioses
creadores. Quetzalcóatl le entregó los huesos a la diosa Quilaztli (o
Cihuacóatl), quien los molió y les dio vida al mezclarlos con masa de maíz
que llevaba la vitalidad necesaria para dar vida. En seguida, el dios roció
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la masa divina con sangre de su pene, y aparecieron los pobladores del
Quinto Sol en una cueva que comunicaba con el interior de la Tierra,
localizada debajo de la Pirámide del Sol. Así dio inicio Nahui Ollin, Cuatro
Movimiento destinada a desaparecer a causa de un terrible temblor de la
Tierra.
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-CONLUSION-
GRACIAS
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