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UNIVERSIDAD CATÓLICA LUMEN GENTIUM

HISTORIA DEL PENSAMIENTO CRISTIANO I


JOSÉ MANUEL ARIAS CÓRDOVA
MAESTRÍA EN FILOSOFÍA
La antigüedad tardía
A partir del siglo XV y del Humanismo renacentista, el lector está afectado por el mismo
juicio peyorativo sobre el que quisiéramos crear un interés: entre el esplendor de la
antigüedad clásica y la renovación de las artes y las letras no había nada, un vacío, un negro
agujero separaba estos dos momentos gloriosos de la civilización.
En la pluma de los humanistas italianos la palabra gótico, que tanta gloria obtendría, era tan
sólo un sinónimo de barbarie, en contra posición con el pensamiento que había dejado atrás
la edad media.
La antigüedad tardía no es solamente la última fase de un desarrollo continuo, sino otra
antigüedad, otra civilización, que hay que aprender a reconocer en su originalidad y a juzgar
por sí misma y no a través de los cánones de anteriores edades.
La evolución de la escritura en libros pasa de ser rectángulos de papiro o de pergamino
enrollados n un cilindro que, a medida que se iban leyendo, había que desenrollar y luego
volver a enrollar, siendo un formato de libro frágil, molesto e incómodo, pasa a ser en la
antigüedad tardía de ser el volumen a un codex, el libro tal y como lo utilizamos ahora,
formado por cuadernos cosidos, que permite ediciones compactas.
El vestido de igual modo cambia, de ser basados en el principio de la pañería, amplia e
inestable, a ser sustituidos por el traje de tipo moderno ajustado y cosido.
El triunfo del cristianismo tiene lugar en la antigüedad tardía, que se convierte a lo largo del
siglo IV en la religión dominante del mundo romano.
Las distintas formas de paganismo contra las que la religión cristiana tuvo que combatir
entonces participaban también de la misma atmósfera espiritual; la diferencia entre paganos
y cristianos de la antigüedad tardía estriba en la verdad de sus respectivas elecciones, pero
hay coincidencias en la actitud ante la concepción general de la vida, del hombre y del mundo.
Cada familia tenía su religión doméstica, cada ciudad su religión nacional, sus héroes y sus
dioses protectores.
El desarrollo del culto a los soberanos no es más que una de las manifestaciones de la gran
confusión que se da, no desaparece por esto la vida religiosa, pero, bajo unas supervivencias
formales que no deben engañar, y, a pesar de las aparentes contradicciones el hombre
helenístico se nos revela como mucho menos sensible a los valores propiamente religiosos.
Ahora el tema dominante de la época es el de la búsqueda de la felicidad.
La antigüedad tardía se nos aparece como un periodo distinto, en el que el hombre
mediterráneo se siente ante todo un hombre religioso. Esta segunda religiosa, decíamos, es,
por otro lado, claramente una nueva religiosidad: no se trata de un renacimiento o
resurgimiento de la primera desaparecida y como absorbida bajo el espesor de los siglos
transcurridos en el intervalo.
No ya partiendo de Dios, sino desde el punto de vista del hombre, esta nueva religiosidad se
caracteriza por la reciente importancia ligada al más allá, a la vida de ultratumba, a la vida
eterna.
En el antiguo paganismo, no sólo eran motivo de sufrimiento, sino objeto de terror: los seres
que no habían muerto en su hora, a quienes la muerte les había violentado, eran temidos como
si fueran fantasmas maléficos que, envidiosos de los vivos, más dichosos, se esforzaban por
dañarles. Por el contrario, ahora, convencidos de la inmortalidad, los hombres de la
antigüedad tardía son más sensibles a la suerte privilegiada de la cual la inocencia de estos
pequeños seres, sin tiempo para conocer el pecado, gozarán, sin duda, ante Dios, siendo ellos
mismos dioses, dirán los paganos.
Es preciso subrayar aquí cómo se unen y se implican mutuamente estas dos nociones de un
Dios personal y de la vida eterna. A los paganos de la nueva religiosidad les gusta evocar los
mitos sobre los que se fundan sus creencias, ya se trate de dioses nuevos, los de las religiones
mistéricas orientales ya de dioses o de héroes heredados del panteón de la Grecia clásica,
pero que, reinterpretados en una nueva perspectiva, conocen entonces una nueva popularidad.
La fe cristiana implica toda una teología de la historia: afirma la existencia y la progresiva
aplicación en el tiempo de un plan concebido y dispuesto por Dios para realizar la salvación
del hombre, rescatando el pecado y conduciendo a la creación hacia el fin querido por el
creador, la verdadera historia de la humanidad es la historia de la salvación.
Tuvo que justificar su empleo de las Escrituras judías tanto contra el judaísmo, que discutía
esta apropiación cristiana del Antiguo testamento, como contra los herejes, por ejemplo
Marción, o los gnósticos de distintas obediencias, que rechazaban completamente la
inspiración de éste.
Los padres de la iglesia antigua enseñan que existen poderes espirituales, ángeles que están
encargados de cada comunidad cristiana, al igual que están encargados de cada comunidad
cristiana, al igual que cada fiel es asistido por un ángel de la guarda, que está con él para
dirigirle cada pedagogo y como pastor.
El judaísmo y el cristianismo ortodoxos se esfuerzan por luchar contra estas perversiones
irracionales demoniacas.
En la cumbre de la idea que ellos se forjan de ese mundo invisible, se yergue, coronando la
jerarquía que lo estructura, la verdad de Dios, del Dios supremo o Dios único, sea cual fuere
el importante lugar que ocupan en esta jerarquía las divinidades inferiores, demonios,
ángeles, poderes de cualquier orden, verdad de Dios que se define esencialmente por su
absoluta trascendencia.

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