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R E SE Ñ A

Conflicto de representaciones. América Latina como lugar para la filosofía.


José Santos Herceg
(Santiago: Fondo de Cultura Económica, 2010)

POR Valent ina Bulo1

Conflicto de representaciones. América Latina como lugar para la filosofía está escrito en dos series
paralelas, como si fueran dos libros que se miran uno al otro. Cada serie describe las variaciones de
un gesto respecto a la situación del pensamiento en América Latina en su modo concreto de vin-
cularse al Gran Otro pensamiento, al colonizador. La primera serie, llamada Filosofía en el Nuevo
Mundo, tiene que ver con la estructuración moderno-colonial del mundo europeo respecto a no-
sotros, y la consecutiva reproducción local de esa matriz. La segunda serie, Filosofar en Nuestra
América, describe el trazo del pensamiento local en tanto gesto de resistencia y liberación.
Las series están precedidas de una nota inicial que podría leerse como una anécdota intro-
ductoria, pero que cumple la función clave de situar el desarrollo del pensamiento ulterior del li-
bro. El autor parte con la experiencia de un yo, una experiencia concretísima que hace relación
directa al lugar desde donde se enuncia el pensamiento: el “lugar y posición” del autor en Alemania
y luego en Talca. Esta introducción ya tiene que ver directamente con una opción de práctica filosó-
fica que solo al final del libro será conceptuada con rigor: como Descartes o San Agustín, que hacen
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Valentina Bulo Vargas es Doctora en
del filosofar una vía, una trayectoria filosófica, o mejor aún, como Parménides que transita la vía
Filosofía y profesora e investigadora en
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), impracticable que es y no es al mismo tiempo, José Santos nos cuenta un conflicto propio, conflicto
de la USACH. que se descentra al desplazar el yo al nosotros. Pensar a América Latina como lugar de la filosofía
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es, efectivamente, nuestro problema, respecto al cual no podemos no tener una posición porque
América Latina es un lugar y pensamos desde él. Nuestra posición queda expuesta necesariamente
al hacer pensamiento. Es lo que Santos denomina práctica filosófica, que está determinada en el
estilo de un pensamiento, pues el estilo articula y da las “condiciones de existencia en una reparti-
ción discursiva determinada” (p. 246). También la práctica filosófica está expuesta en la didáctica
escolar y universitaria que reproduce determinados estilos de pensamiento y en el modo concreto
de “historiar” las ideas filosóficas.
Si bien el libro trabaja dos conjuntos representacionales al mismo tiempo, el colonizante del
Nuevo Mundo y el de Nuestra América resistente y liberadora, finalmente esta estructura dicotó-
mica se desarma en las conclusiones, o más bien se abre como un prisma con tres lados: Próspero,
Ariel y Calibán. Cada uno de ellos se abre y multiplica haciendo del conflicto una real tempestad.
El Conflicto de representaciones no termina con una receta; aunque todo se juegue en nuestras
prácticas filosóficas, las representaciones son borrosas, ambiguas, y sobretodo impredecibles. Es
casi como esos papeles de películas que dicen “este mensaje se autodestruirá en cinco segundos”,
las conclusiones de José Santos, tienden a difuminar las certezas y los contornos nítidos que había
construido durante todo el libro, cumplen la crucial función de colocar al lector pensante en la tem-
pestad del filosofar.
Es desde esta tempestad que ahora escribo, y vuelvo sobre la primera parte del libro de
Santos.
En Filosofía en el Nuevo Mundo, José Santos realiza una exhaustiva descripción de los casos
filosóficos de subordinación, dominación y menosprecio tanto desde el pensamiento europeo hacia
Latinoamérica como dentro de esta propia América. Muchos de ellos son conocidos por quienes nos
dedicamos a la filosofía, “todo el mundo sabe lo que Hegel o Kant pensaron sobre América”. Pues
José Santos hace como que no lo supiéramos y nos repite con un extraño tono entre descarnado y
cuidadoso una y otra vez lo que esa filosofía piensa sobre nosotros y el modo en que nosotros re-
plicamos ese pensar. Confieso que la repetición del gesto me hastió; una molestia que solo tiempo
después relacioné con esa misma molestia que tuve al leer la descripción de los casos de mujeres
asesinadas en Juárez hecha por Bolaño en 2666: con un tono policial, con el puro cuerpo enfrente,
desgarrado, una y otra vez. La repetición como insistencia. ¡Basta, por qué tanto! ¡Por qué volver a

ISSN 0718-9524
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remover esto que duele, que nos duele, herida podrida! José nos muestra hostigadoramente la vio-
lencia institucionalizada del pensamiento con un tono extraño, a la vez íntimo y descarnado, muy
sencillo, como si le estuviera hablando a un niño, nuestro propio Juárez filosófico, nuestra propia
violencia epistemológica, en una “historia sin momentos determinantes, como una proliferación
de instantes, de brevedades que compiten entre sí en monstruosidad”.
A nuestra comunidad filosófica, a mí por lo menos, nos molesta especialmente que pongan
el dedo una y otra vez en nuestros complejos; “¡si ya lo sé Pepe, para qué sigues!”, me decía yo
misma en la lectura. La subordinación, dominación y menosprecio es un problema actual y local de
nuestro pensamiento; dicho en otros términos, es un gesto interno que posibilita el funcionamien-
to de la matriz. Hay una escena final del documental de Mattelart sobre el golpe de estado en Chile,
llamado “El espiral”, donde dice que aunque gran parte de la maquinación del golpe fuera “extran-
jera”, toda ella no habría funcionado si “adentro” no hubiera habido algunos que se consideraran
o que quisieran ser “de otro tipo mejor” que los chilenos. Armand Mattelart nos dice: “ejercer el
poder es vivir como los más privilegiados europeos o los estadounidenses, solo a ese precio aceptan
ser chilenos”. Creo que esa es la herida que molesta tanto, la que gatilla el querer diferenciarnos
del resto de los americanos, la que engendra a Ariel, herida que no pongo fuera y que sé, puede
engendrar también a Calibán y a otros monstruos.

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