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Mons. Ángel Rubio Castro


Obispo de Segovia

El Catecismo de
la Iglesia Católica
AL SERVICIO DE LA
NUEVA EVANGELIZACIÓN
EN EL AÑO DE LA FE

2012 – 2013
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Edita: ........................
® ............................
D.L.: SG-......../2012
Maquetación e impresión: Ceyde Comunicación Gráfica. Segovia
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INDICE

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Porta Fidei. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Introducción Histórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

1. Catecismo y Catequesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

2. El Catecismo en la vida e Historia de la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

3. Etapas de preparación del Nuevo Catecismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

4. Líneas fundamentales del Catecismo de la Iglesia Católica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35


4.1. Libro de fe cristiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
4.2. Compendio de unidad y comunión eclesial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
4.3. Instrumento de renovación postconciliar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
4.4. Catecismo referencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44

5. La Nueva Evangelización en la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica . . . . . . . 49


5.1. La Fe profesada en el Credo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
5.2. La Fe celebrada en los Sacramentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
5.3. La Fe vivida en la práctica de los Mandamientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
5.4. La Fe expresada en la Plegaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

6. Lo antiguo y lo nuevo en el Catecismo de la Iglesia Católica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

7. Límites del Catecismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

8. María «Catecismo Viviente». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

9. Decálogo Catequético. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

10. Anexo I: La Nueva Evangelización, jubileo de los catequistas del 2000.


Cardenal Ratzinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

11. Anexo II: Preguntas con respuesta en el Año de la Fe con el YOUCAT (Jóvenes). . . . . . 119
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PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN

Con la Carta apostólica “Porta Fidei” que aparece en el comienzo de este escrito pastoral
que dirijo a todos los diocesanos, el Santo Padre ha proclamado un Año de la fe que co-
menzará el 11 de octubre de 2012, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del
Concilio Ecuménico Vaticano II y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

Este curso 2012-2013 ha de ser una ocasión propicia para que todos los fieles compren-
dan con mayor profundidad el fundamento de nuestra fe cristiana. A ello contribuirá sin
duda, todo lo que rodea el Año de la fe: el Sínodo para la Nueva Evangelización , los cin-
cuenta años pasados desde la apertura del Concilio Vaticano II, los veinte años desde la
promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica por el Beato Juan Pablo II (11 de octu-
bre de 1992).

La Iglesia en esta última etapa de los años posconciliares ha trabajado para estudiar, pro-
fundizar y enriquecer sus enseñanzas y vivirlas en cada uno de sus miembros. La Iglesia
lo sabe, la tarea de la evangelización constituye su misión esencial, su identidad más pro-
funda (Conf. EN 13)

El Catecismo de la Iglesia Católica es un auténtico fruto del Concilio Vaticano II. El Ca-
tecismo presenta “lo nuevo y lo antiguo” (Mt 13, 52) y es un instrumento insustituible
para la Nueva Evangelización.

Siguiendo el deseo del Papa Benedicto XVI en este Año de la Fe teniendo en cuenta las
circunstancias específicas de nuestra diócesis ofrezco estas reflexiones, instrumento de

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

trabajo que han de servir para estudiar y profundizar, en la formación permanente del
clero, en las Escuelas de catequistas, en la formación de adultos, etc. Y en toda la atención
pastoral ordinaria.

Como Consiliario Nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad también deseo


hacerlo llegar a los secretariados y escuelas de Cursillos

Son páginas escritas con deseos de entregaros certezas sencillas, pero sólidas que son
fundamentales para vivir cristianamente con la claridad necesaria y el estímulo de expre-
sar y fomentar las convicciones que vertebran nuestra existencia.

Es propio de la fe cristiana ser recibida y vivida en la Iglesia y ha de ser el vínculo vivo y


cálido de la comunión fraterna. En cada página y capítulo escrito hemos de descubrir la
belleza de la fe de la Iglesia y la forma de saber catequizar a nuestro pueblo.

Que los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica sean
parte de referencia de vuestra enseñanza universal y signo de la comunión de la fe que
vivimos.

Con mi saludo, afecto y bendición,

Segovia 25 de septiembre 2012


Nuestra Señora de la Fuencisla

+Ángel Rubio Castro


Obispo de Segovia

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PORTA FIDEI

CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO

PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE

1. La puerta de la fe (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y
permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese um-
bral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia
que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la
vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios
con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto
de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir
en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –
Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4,
8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación;
Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espí-
ritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso
del Señor.

2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigen-


cia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la
alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa
Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores,
como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y
conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

nos da la vida, y la vida en plenitud»(1). Sucede hoy con frecuencia que los cristianos
se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su com-
promiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio
de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que
incluso con frecuencia es negado(2). Mientras que en el pasado era posible reconocer
un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de
la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores
de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-
16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesi-
dad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el
agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto
de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan
de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En
efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no
por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn
6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma
para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28).
Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha
enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de
modo definitivo a la salvación.

4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de oc-


tubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y
terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de
2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años
de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor,
el beato Papa Juan Pablo II,(3) con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza
y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue que-
rido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al ser-
vicio de la catequesis(4), realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado
de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo

(1) Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.  
(2) Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed.
en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
(3) Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
(4) Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano
ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.

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PORTA FIDEI

de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangeli-


zación para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir
a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de
la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi
venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967,
para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno
centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para
que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»;
además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y
consciente, interior y exterior, humilde y franca»(5). Pensaba que de esa manera toda
la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para puri-
ficarla, para confirmarla y para confesarla»(6). Las grandes transformaciones que tu-
vieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera
todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios(7), para
testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patri-
monio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y
profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente
en condiciones históricas distintas a las del pasado.

5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y
exigencia postconciliar»(8), consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre
todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He
pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura
del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los tex-
tos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan
Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apro-
piada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del
Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. (…) Siento más que nunca el deber de
indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el
siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en
el camino del siglo que comienza»(9). Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que
dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de

(5) Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro
y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
(6) Ibíd., 198.
(7) Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos
apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
(8) Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
(9) Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser
y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de
la Iglesia»(10).

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida
de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados
efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.
Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba:
«Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado
(cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17),
la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada
de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su
peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”,
anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente
fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y
amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar
en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad
hasta que al final se manifieste a plena luz»(11).

En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada con-


versión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resu-
rrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la
conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol
Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepulta-
dos con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4).
Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad ra-
dical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y
los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman
lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La
«fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento
y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29;
2 Co 5, 17).

7. Caritas Christi urget nos (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros cora-
zones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del
mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19).

(10) Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
(11) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.

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PORTA FIDEI

Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo
tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que
es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más
convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer
y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de
los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca
puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que
se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, por-
que ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en
efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del
Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los cre-
yentes «se fortalecen creyendo»(12). El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos
para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua
de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.(13) Sus nume-
rosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, perma-
necen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas
personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de
la fe».

Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la
certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las
manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su
origen en Dios.

8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe
a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos
ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de ma-
nera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a
todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y
vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad
está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en
nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras fa-
milias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor
a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas,
así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encon-
trarán la manera de profesar públicamente el Credo.

(12) De utilitate credendi, 1, 2.


(13) Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con
plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión
propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular
en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la
fuente de donde mana toda su fuerza»(14). Al mismo tiempo, esperamos que el testi-
monio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos
de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada(15), y reflexionar sobre el mismo acto
con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre
todo en este Año.

No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender
de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el com-
promiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de pro-
fundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del
Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que
hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya
sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es
Cristo el Señor. (…) Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra
mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar
cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, in-
cluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»(16).

10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera
más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto
con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto,
existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que
prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta
realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10,
10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y ac-
ción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.

A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo,
mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas
mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo
que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante.
San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es

(14) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
(15) Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
(16) Sermo215, 1.

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PORTA FIDEI

suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por


la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que
se ha anunciado es la Palabra de Dios.

Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso


público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es
decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a com-
prender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la
libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día
de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del
anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita
para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.

La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En


efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada
uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para
alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la
fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su
bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Con-
cilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es tam-
bién la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir:
“creo”, “creemos”»(17).

Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el


propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la volun-
tad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del
misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto
que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garan-
tiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor(18).

Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultu-
ral, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido úl-
timo y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un
auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que con-
duce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exi-
gencia de «lo que vale y permanece siempre»(19). Esta exigencia constituye una

(17) Catecismo de la Iglesia Católica, 167.


(18) Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5.
(19) Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en


camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido(20). La fe
nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.

11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden en-
contrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable.
Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución
apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversa-
rio de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Cate-
cismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial...
Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido
y legítimo al servicio de la comunión eclesial»(21).

Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso uná-


nime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados
sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él
se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custo-
diado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Pa-
dres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el
Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia
ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyen-
tes en su vida de fe.

En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de


la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se
descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una
Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de
la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción
de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia,
pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo
modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido
cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero ins-
trumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación
de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado
a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios

(20) Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1.


(21) Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117.

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PORTA FIDEI

competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y
a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más efi-
caz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que
provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las
certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca
ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber
conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad(22).

13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que
contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mien-
tras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres
han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testi-
monio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto
de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al en-
cuentro de todos.

Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa
nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del
corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor,
la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la
muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse
hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con
el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se ilu-
minan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de
nuestra historia de salvación.

Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la
Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó
su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se en-
comiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, mante-
niendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a
Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe
siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-
27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos
los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con
ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).

(22) Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron
en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza
en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía
con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos
como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el
mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,
15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que
fueron testigos fieles.

Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la ense-
ñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en
común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2,
42-47).

Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio,
que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor
con el perdón de sus perseguidores.

Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir
en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de
la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido
acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha ve-
nido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc
4, 18-19).

Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro
de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir
al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la fa-
milia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que
se les confiaban.

También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, pre-
sente en nuestras vidas y en la historia.

14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio
de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad,
estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más
fuertes –que siempre atañen a los cristianos–, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le
sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo
esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y
alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta

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PORTA FIDEI

por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya
sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).

La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constante-


mente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que
una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas
con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que
atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el
rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro
amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis
hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son
una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor
con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es
su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en
el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compro-
miso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que ha-
bite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).

15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara
la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Es-
cuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se
vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con
ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir
los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a conver-
tirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el
mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, ilumina-
dos en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón
y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año
de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él te-
nemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.
Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello
os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la au-
tenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aqui-
lata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin
haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con
un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vues-
tras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y
el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escu-
char su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el
misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son pre-
ludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces
soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha
vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: pre-
sente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad
visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva
con el Padre.

Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc


1, 45), este tiempo de gracia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011,


séptimo de mi Pontificado.

BENEDICTO XVI

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INTRODUCCIÓN HISTÓRICA

INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
El acontecimiento eclesial más importante en el curso 1992-93 fue, sin lugar a dudas, la
publicación e implantación del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, traducido a las
principales lenguas del mundo.
En la presentación oficial y solemne de dicho texto a la Curia Romana, Juan Pablo II de-
finió el nuevo Catecismo universal «como uno de los mayores acontecimientos de la his-
toria reciente de la Iglesia».(1)
El diario El Mundo publicaba el 19 de noviembre un largo artículo de Jean-Marie Lustiger,
Cardenal Arzobispo de París. Entre otras afirmaciones el Cardenal decía: «la publicación de
un texto que formula la fe común de más de 850 millones de creyentes, será considerado,
con el tiempo, como uno de los mayores acontecimientos de nuestra época». (2)
El éxito de ventas que ha tenido el Catecismo de la Iglesia Católica en sus distintas tra-
ducciones, ha sido arrollador. Recordemos a modo de caso ilustrativo que en el mes de
marzo, sólo cuatro meses después de su presentación oficial, ya se habían vendido más
de 500.000 ejemplares en lengua castellana. Este hecho confirma la enorme importancia
que la publicación de un Catecismo universal tiene a los ojos de los simples fieles.
Se ha convertido en un verdadero «best seller», algo sorprendente tratándose de un libro
religioso y denso que expone lo que la Iglesia cree, celebra, vive y reza. (3)
¿Ha sido curiosidad frívola o interés profundo? Difícil de juzgar; lo cierto es que hay pre-
guntas, comentarios y noticias. Hay interés y desconocimiento al mismo tiempo. Ante la
confusión postconciliar se imponían los criterios más importantes y seguros para la Nueva
Evangelización en el mundo de la postmodernidad. El Catecismo de la Iglesia Católica
hoy es universal y planetario; se dirige no sólo a los creyentes, sino a todos aquellos a
quienes la Iglesia les quiere dar un mensaje de esperanza.

(1) O. R., 11-XII-1992, pág. 7.


(2) J. M. LUSTIGER, Un nuevo Catecismo Universal, en el Diario «El Mundo», 19-XII-1992, pág. 4.
(3) Qué suerte tan distinta a la que tuvo entre nosotros el Catecismo de Trento que no llegó a ser traducido hasta dos
siglos más tarde después de su publicación.

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CATECISMO Y CATEQUESIS

1. CATECISMO Y CATEQUESIS

Hace años era corriente identificar Catecismo con Catequesis. S. Enrique de Ossó en su
Guía Práctica del Catequista describe la importancia de tener los niños «un puesto fijo
en la Iglesia para evitar que vayan corriendo al Catecismo... y cuando lleven asistiendo a
este Catecismo dos o más años es conveniente que pasen a pertenecer a alguna asocia-
ción o congregación». Y más adelante, añade: «Hoy día, se llama también Catecismo a un
librito, que en forma de diálogo, en breves y precisas preguntas y respuestas contiene con
admirable orden todo lo que un cristiano debe creer, esperar y obrar.»(4)

Nosotros debemos distinguir con claridad los dos términos, ya que responden a dos rea-
lidades bien diferentes entre sí, aunque necesariamente relacionados como no puede ser
menos. La catequesis es esencialmente una acción eclesial, que se realiza en el contexto
de una relación interpersonal y en las coordenadas sociales y culturales en las que vive el
catequizando. El Catecismo es un texto escrito, que contiene la formulación de las ver-
dades de la fe de la Iglesia.

Sin el Catecismo, como punto de obligada referencia, las palabras del catequista se que-
darían sin el contraste autorizado que el fiel cristiano necesita para estar seguro de que
lo que se dice es verdaderamente lo que la Iglesia cree y enseña.

Esta es precisamente la primera característica de un Catecismo: su fidelidad doctrinal ava-


lada por la autoridad jerárquica. Históricamente, dicho aval se ha producido por vía de
hecho, más que por declaraciones formales de los Obispos y menos todavía del Romano
Pontífice. Las más de las veces han sido autores particulares quienes han escrito los cate-

(4) A. RUBIO, Pensamiento y Obra Catequética de Enrique de Ossó. Estudio Teológico de San Ildefonso, Toledo 1992,
162 y 217.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

cismos, que luego se han ido imponiendo por uso continuo en las catequesis con el visto
bueno e incluso recomendación de los Obispos.

Una segunda característica de los catecismos es su adaptación popular, hasta el punto de


que casi inevitablemente, cuando se habla de catecismos, se piensa en libros para niños.
Por este rasgo de adaptación popular se exige a todo buen catecismo que sea breve y que
sea claro en sus formulaciones. Piénsese ahora en estos dos rasgos de fidelidad doctrinal
y adaptación popular con sus exigencias de brevedad y claridad y se entenderá bien la di-
ficultad de lograr un buen catecismo.

Con este propósito hacemos nuestras las palabras del Papa Juan Pablo II a la Comisión
Pontificia preparatoria del Catecismo Universal: «Ciertamente, el catecismo no es la ca-
tequesis, sino que es solamente un medio o instrumento de ella. En efecto, mientras que
el catecismo es un compendio de la doctrina de la Iglesia, la catequesis, por el hecho de
ser aquella acción eclesial que conduce a la comunidad y a cada uno de los cristianos a la
madurez en la fe, transmite esta doctrina con los métodos adaptados a la edad, a la cultura
y a las circunstancias de las personas, a fin de que la verdad cristiana se convierta, con la
gracia del Espíritu Santo, en la vida de los creyentes».( Jn5)

En el mismo documento podemos leer sobre la «oportunidad y necesidad del Catecismo»:


«En las últimas décadas, junto a un florecimiento muy rico de los estudios bíblicos, y teo-
lógicos, se ha dado también la introducción de opiniones y afirmaciones que no siempre
reflejan fielmente el mensaje que la Iglesia recibió de su Señor y Maestro y que han pro-
vocado en el corazón de no pocos creyentes dudas sobre las certezas de la fe de la Iglesia,
fundamento de una vivencia en consonancia».

Estos pensamientos reflejan algo de lo que decía en 1972 el Cardenal Ratzinger, en el


Informe sobre la Fe. «Puesto que la teología ya no parece capaz de transmitir un modelo
común de la fe, también la catequesis se halla expuesta a la desintegración, a experimento
que cambia continuamente. Algunos catecismos y muchos catequistas ya no enseñan la
fe católica en la armonía de su conjunto –gracias a la cual toda verdad presupone y explica
a las otras–, sino que buscan hacer humanamente «interesantes» (según las orientaciones
culturales del momento) algunos elementos de patrimonio cristiano. Algunos pasajes bí-
blicos son puestos de relieve, porque se los considera más cercanos a la sensibilidad con-
temporánea; otros por el motivo contrario, son dejados de lado. Consecuencia: no es una
catequesis comprendida como formación global de la fe sino reflexiones y ensayos en
torno a experiencias antropológicas parciales, subjetivas» (7)

(5) O. R., 18-XI-1986.


(6) O. R., Íbidem.
(7) J. RATZINGER y M. MESSORI, Informe sobre la Fe, BAC Popular, Madrid 1986, 80.

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CATECISMO Y CATEQUESIS

En efecto, la catequesis se debe entender y practicar, como propuesta íntegra y progresiva


del mensaje cristiano que va iluminando y transformando la vida de quienes lo acogen y
los va capacitando para confesar la fe, proclamándola, celebrándola y testimoniándola
en el servicio de los hermanos de tal manera que el catecúmeno se incorpore a la comu-
nidad cristiana y a su misión evangelizadora.

Por estas razones, entre otras, así describen los Obispos de la Comisión Episcopal de En-
señanza y Catequesis, la acción catequética: «Es la etapa (o período intensivo) del proceso
evangelizador, en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar
y vivir el Evangelio del Reino, al que han dado su adhesión y para participar activamente
en la realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio. Esta
formación cristiana –integral y fundamental– tiene como meta la confesión de la fe».(8)

Ahora bien, no se puede olvidar el contexto de este proceso evangelizador. Por ello, la ca-
tequesis no puede ignorar la cultura, las situaciones histórico-religiosas, las lenguas y los
distintos modos de expresión y las historias del pensamiento de cada civilización y de
cada pueblo.

La respuesta en este entramado de cuestiones puede darse y de hecho así ha sido, en el


Catecismo; lo que hace éste es exponer los contenidos éticos de la fe y de la moral cris-
tiana. La catequesis ayuda al catecúmeno a ir conociendo a Cristo vivo y operante en la
Iglesia y en el mundo, el Catecismo recoge la experiencia de la fe vivida por la Iglesia,
constituye una orientación básica para la catequesis y está al servicio de la unidad de la
fe en la Iglesia.

(8) CC 34.

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EL CATECISMO EN LA VIDA E HISTORIA DE LA IGLESIA

2. EL CATECISMO EN LA VIDA E
HISTORIA DE LA IGLESIA

Aunque la catequesis de la Iglesia arranca de las primeras comunidades y el Nuevo Tes-


tamento hable de «catequizar», como oír pasivamente y «enseñar» activamente (Lc. 1,4;
Hch. 18,25; 21,22, Rom. 2,18; 1 Cor. 14,19) el fenómeno de los catecismos como libros
sobre síntesis de la fe y la moral cristiana es algo posterior.

En el siglo XIV, concretamente en el año 1357, el Arzobispo de York, Mons. Thoresby, utiliza
por primera vez en la historia, el nombre de Catecismo para un texto bilingüe, en latín y en
inglés. Para la comprensión popular, en él incluye el credo y los sacramentos, los dos pre-
ceptos del amor, los siete pecados capitales y las siete virtudes fundamentales.

Pocos años más tarde, en 1429, el Concilio de Tortosa, ordena que se redacte «un breve
compendio». Este titular aparece aquí como sinónimo de catecismo.

Será sin embargo en el siglo XVI, memorable por tantos otros motivos, el siglo de los
catecismos. La publicación en 1566 del Catecismo de Trento, conocido como catecismo
de S. Pío V, o Catecismo Romano, se convirtió en modelo para su tiempo y los siglos si-
guientes.

En el Catecismo Romano se inspiraron los catecismos de S. Roberto Berlarmino, com-


puesto en 1598, verdaderos manuales de preguntas y respuestas. Muy claras y de gran
influencia.

En España los Padres Jesuitas, Jerónimo Ripalda (1591) y Gaspar Astete (1599) publican
los catecismos más difundidos y editados de toda la historia, vigentes en España hasta
apenas hace treinta años.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Durante los siglos siguientes se van a multiplicar los catecismos. Muchos obispos van a
redactar su propio catecismo para su diócesis. La tendencia general es la de convertir el
catecismo en un resumen de un tratado teológico. (9)

Sería un elenco muy extenso citar los catecismos que encontramos en cada región desde
Trento hasta hoy, solamente recordamos algunos. (10)

• Antonio Barralis. Año 1777. Es un catecismo editado en varias lenguas, concreta-


mente en castellano, francés, italiano y alemán. Se presenta como catecismo único
para todos los destinatarios, todos los ambientes y todos los tiempos.

• Catecismo del Cardenal Lorenzana. Año 1793. Esta obra escrita en francés por el
P. Francisco Amado Pouget, fue traducida al español por mandato del Cardenal Lo-
renzana, Arzobispo de Toledo, para que «los párrocos y clérigos de esta nuestra
Diócesis, enseñen al pueblo la verdadera doctrina, la más sólida y la más provechosa
para sus almas». (11) Son cuatro tomos.

• Catecismo sobre la Doctrina de la Fe. Heinrich Stieglitz. Año 1890. Es una obra re-
presentativa del llamado «Método sicológico». Se trata de presentar la fe, respon-
diendo a las necesidades del sujeto y a su nivel sicológico y de desarrollo. Tuvo
mucha aceptación en Alemania, lugar de origen, Austria, España, Italia, Francia y Es-
tados Unidos.

• Catecismo de la Doctrina Cristiana explicado y adaptado a la capacidad de los niños.


S. Antonio María Claret. Año 1847. Es el catecismo más célebre de los doce que llegó
a publicar el P. Claret. En el figuraba como parte integrante del mismo una colección
de 43 láminas ejecutadas por él mismo, para dar lugar posteriormente a la explica-
ción.

• Catecismo de Perseverancia de Gaume. Año 1857. Son ocho tomos en los que se
sigue este método: exposición amplia del tema, oración final y un firme propósito.
Fue traducido al español por Francisco Alsina y G. Armando Larrosa, en 1887 (6ª
edición). En la última página de cada capítulo titula: CATECISMO compendiado
para resumir preguntas y respuestas de los temas explicados.

(9) Cfr. RAFAEL PALMERO RAMOS, Id y Enseñad. Fuentes vivas 2.000 años de Catequesis, Toledo, 1993, 3-14.
A. RUBIO CASTRO, Catequética Elemental y Práctica. Colección TAU. Avila 1992, 153-161.
(10) Cfr. L. CSONKA, Historia de la Catequesis, en: VARIOS, Educar, 3 Salamanca, Sígueme, 1966; A. LAPLE, Breve historia
de la Catequesis, Madrid Ed. CCS 1988; Diccionario de Catequética, Madrid, Ed. CCS, 1987.
(11) F. A. LORENZANA, carta pastoral incluida en F. A. Pouget, Instrucciones generales en forma de catecismo, tomo I, Ma-
drid, Imprenta Real, 1784.

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EL CATECISMO EN LA VIDA E HISTORIA DE LA IGLESIA

• Catecismo de S. Pío X. Año 1905. Es un conjunto de tres catecismos diversos según


las edades: 1) Primeras nociones. 2) Catecismo breve, y 3) Catecismo Mayor. En el
año 1912 se revisaron los tres textos y se compuso «Compendio de la doctrina
cristiana prescrita por su Santidad el Papa Pío X a las diócesis de la provincia Ro-
mana».

• Catecismo explicado con gráficos y ejemplos Mons. Daniel Llorente Federico,


obispo de Segovia. Valladolid 1931. Tuvo numerosas ediciones durante 25 años.
El título indica su índole, ya que explica la doctrina cristiana a través de gráficos
para poderlos exponer en los encerados y grandes pizarras de los colegios o cate-
quesis.

• Catecismo Texto Nacional. España. Comisión Episcopal de Enseñanza. Secretariado


Catequístico Nacional. Año 1957-1962. Son tres libros: Primer grado, segundo
grado y tercer grado. Es el texto nacional que el Secretariado Nacional de Cateque-
sis, bajo la dirección de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, ofrece
para la educación de la fe. Sigue el Ripalda y el Astete, con algunas pequeñas inno-
vaciones, especialmente el tercer grado que introduce explicaciones bíblicas y li-
túrgicas.

• Catecismo Holandés. Año 1966. Se publicó al año siguiente de la clausura del Con-
cilio Vaticano II, y desde el momento de su aparición, fue objeto de controversia y
denuncia. Lo acusaban de graves errores, como de silencios y omisiones importan-
tes. Se nombró una comisión de cardenales que publicó las correcciones oportunas
en forma de suplemento.

• Con Vosotros Está. Conferencia Episcopal Española. Año 1976. Destinado princi-
palmente para la edad de 11 a 14 años. El catecismo hace una lectura de toda la
revelación vista desde la persona de Cristo que da sentido y respuesta a las más
hondas aspiraciones e inquietudes humanas. Son cuatro tomos y abandona el sis-
tema de preguntas y respuestas.

• Catecismo de la Comunidad Cristiana. Conferencia Episcopal Española. Año 1982-


1986. Son libros de la fe que los obispos españoles ofrecen a sus comunidades de
manera autorizada y constituyen una verdadera «regla de fe». Son tres tomos: 1)
Padre Nuestro (5-7 años), 2) Jesús es el Señor (7-9 años), 3) Esta es nuestra fe. Esta
es la fe de la Iglesia (9-11 años).

• Esta es Nuestra Fe, esta es la fe de la Iglesia. Conferencia Episcopal Española. Año


1986. Ofrece la síntesis de la fe apostólica que vivimos en la Iglesia.

29 ■
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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Catecismo de la Iglesia Católica empalma no con éstos, sino con los catecismos mayo-
res oficiales, Mayores por su amplia exposición doctrinal y moral que se dirige sobre todo
a los Pastores del Pueblo de Dios. Oficiales, porque se presentan como tales por la Iglesia
y tienen la autoridad de su magisterio.

No obstante todos los catecismos, tanto los así llamados mayores como los menores
«son siempre instrumentos al servicio de la catequesis y cumplen una función imprescin-
dible a lo largo de la iniciación cristiana que capacita básicamente a los creyentes para
comprender, celebrar y vivir el Evangelio al que han dado su adhesión y participar activa-
mente en la vida de la Iglesia y en su acción apostólica y misionera». (12)

(12) Mensaje de los obispos sobre los nuevos Catecismos de la Conferencia Episcopal Española. Madrid 23-28 de febrero
de 1987, B.O.C.E.E. abril-junio 1987, 65.

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ETAPAS DE PREPARACIÓN DEL NUEVO CATECISMO

3. ETAPAS DE PREPARACIÓN DEL


NUEVO CATECISMO

El Catecismo de la Iglesia Católica es fruto de un trabajo articulado, cuyas etapas más


importantes pueden ser resumidas sintéticamente así, según el Dossier Informativo di-
fundido en Roma el 25 de junio de 1992. (13)

• Octubre de 1985:

Recomendación del Sínodo de los Obispos:

«Muchos han expresado el deseo que se redacte un catecismo o compendio de toda


la doctrina católica en lo que se refiere tanto a la fe como a la moral, para que sea un
punto de referencia para los catecismos o compendios que son preparados en las di-
versas regiones. La presentación de la doctrina debe ser bíblica y litúrgica. Se debe tra-
tar de una sana doctrina adaptada a la vida actual de los cristianos». (14)

• 10 de julio de 1986:

Decisión del Santo Padre de constituir una Comisión de Cardenales y de Obispos para
la preparación de un proyecto de Catecismo para la Iglesia Universal, o compendio de
la doctrina católica (de la fe y de la moral), que pudiera ser punto de referencia para
los catecismos preparados o por prepararse en las diversas regiones.

(13) Comisión Editorial del Catecismo de la Iglesia Católica, Dossier Informativo, Librería Editrice Vaticana, 1992. Dicho
opúsculo ha sido publicado en Actualidad Catequética n.° 155 (1992), 446-462. R. PALMERO RAMOS, Id y Enseñad.
(14) Sínodo, 1985, Madrid, 1985, 13.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

• Noviembre de 1986:

Primera reunión de la Comisión que indica las líneas fundamentales del texto (na-
turaleza, finalidad, características, destinatarios, tiempo...). (15)

• Año 1987:

Preparación de los esquemas sucesivos.

Diciembre: elaboración de un «avant-projet», acerca del cual se pide la opinión a


40 consultores internacionales.

• Febrero de 1989:

Examen, por parte de la Comisión, de un «projet» del catecismo para ser enviado a
todo el episcopado, a fin de recibir sus observaciones. (16)

• Noviembre de 1989:

Envío del «projet-revisé» a todo el episcopado para la consulta previa (hasta mayo
de 1990).

• Junio a Octubre de 1990:

Examen y evaluación de las respuestas enviadas por los Obispos; resultado de la


consulta del episcopado:

• Concordancia en el considerar como actual y necesario, y sobre todo urgente, un texto


catequístico único para toda la Iglesia Católica, que sirva de punto de referencia para
la redacción de catecismos nacionales y diocesanos.

• Diferenciaciones y distinciones acerca de los contenidos y del estilo redaccional del texto.

• Valoración positiva del «projet-revisé», considerando una base válida, capaz de acoger
el gran número de sugerencias para su mejoramiento (más de 24.000 modos), en vista
a la redacción definitiva del texto. (17)

(15) Estaba formada por los cardenales curiales W. Baun (Educación), J. Tomko (Evangelización), S. Lordusamy (Orientales),
A. Innocenti (Sacramentos) y B. Law (Boston, USA); y los obispos: J. Stroba (Poznam, Polonia), H. D'Souza (Calcuta, India), I.
Souza (Cotonou, Benin), J. P. Schotte (Curía, Sínodo), F. Benítez (Asunción, Paraguay), N. Edelby (Alepo, Siria) y G. Noujeim
(Cesarea, Líbano).
(16) Estaba formada por J. M. Estepa (Arzobispo Castrense, España), J. Honoré (Tours, Francia), A. Maglioni (Como, Italia), J.
Medina (Ramcagua, Chile), E. E. Karlic (Panamá, Argentina), D. Konstant (Leeds, Gran Bretaña), W. Levada (Portland, USA) y
el teólogo J. Corbon (Beirut, Líbano).
(17) Un gran número se pueden agrupar en torno a la moral, a las citas bíblicas y a la carencia de «jerarquía de verdades»,
según la Documentation Catholique n.° 2.017, 1990.

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ETAPAS DE PREPARACIÓN DEL NUEVO CATECISMO

• Noviembre de 1990 a Septiembre de 1991.

Preparación –a luz de los datos emergentes de la consulta– de un nuevo proyecto


de Catecismo para la Iglesia Universal (un «textusx emendatus» y luego el texto
«predefinitivo»: 1.ª y 2.ª versión corregida) .

• Octubre de 1991.

Examen y evaluación, por parte de la Comisión, del texto «predefinitivo - versión


corregida» (séptima redacción desde el comienzo de los trabajos).

• Noviembre de 1991 a Febrero de 1992:

Preparación de la redacción definitiva del texto.

• 14 de Febrero de 1992:

Aprobación unánime, de la Comisión, al «proyecto definitivo» de Catecismo de la


Iglesia Católica, para ser presentado al juicio del Santo Padre.

• 30 de Abril de 1992:

Redacción definitiva del Catecismo de la Iglesia Católica.

• 25 de Junio de 1992:

Aprobación oficial del Santo Padre, al CATECHISMUS ECCLESIAE CATHOLICAE,


y embargo del texto.

• 11 de Octubre de 1992:

Constitución Apostólica Fidei Depositum del Papa Juan Pablo II.

• Diciembre de 1992:

Triduo solemne de actos en el Vaticano, Misa Pontifical, presentación ante el


cuerpo diplomático y conferencia de prensa del Cardenal Ratzinger. (18)

(18) Cfr. O. R., 11-XII-1992 y Eclesia n.° 2.613, 2-1-1993, 6 y 21 respectivamente.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

4. LINEAS FUNDAMENTALES DEL


CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Catecismo de la Iglesia Católica invita a todos los cristianos a esclarecer y profundizar


su fe, a renovar con entusiasmo su vida cristiana, a emprender un esfuerzo generoso de
revitalización y rejuvenecimiento de la vida eclesial que el Espíritu Santo ha querido im-
pulsar en nuestra época a través de la gran renovación conciliar.

Un Catecismo como éste, tan extenso y de carácter universal no se publicaba en la Iglesia


desde hacía mucho tiempo, nada menos que desde 1566, después del Concilio de Trento.

«Al proponer de nuevo –escribe el Papa a los sacerdotes– los contenidos fundamentales
y esenciales de la fe y de la moral católica, tal como la Iglesia de hoy lo cree, celebra, vive
y reza, el Catecismo es un medio privilegiado para profundizar en el conocimiento del
inagotable misterio cristiano, para dar nuevo impulso a una plegaria íntimamente unida
a la de Cristo, para corroborar el compromiso de un coherente testimonio de vida.(19)

Frente a la ignorancia, confusión y el miedo, imperantes en grandes sectores de la socie-


dad, los católicos podemos sentirnos ayudados a repensar nuestra fe y a ofrecer a cuantos
buscan la verdad con un corazón sincero, un cúmulo de certezas, una explicación de nues-
tro amor a Dios, a la humanidad y a toda la creación.

Este apartado pretende ayudar y proporcionar unas claves de lectura que facilite una apro-
ximación válida e inteligente del nuevo Catecismo.

(19) JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 1993, 5.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

4.1. LIBRO DE FE CRISTIANA

El Catecismo es un tipo peculiar de «libro de fe cristiana» que inicia e instruye en la fe.

Esta fe exige que nos pongamos a la escucha de la Palabra de Dios anunciada de forma
autorizada por los Apóstoles y sus sucesores.

No es una actitud subjetiva y vaga, sino la adhesión de la mente y el corazón a la verdad


revelada o mejor, a Cristo mismo «Camino, Verdad y Vida» (Jn. 14,6).

De esta fe aceptada y vivida brota el impulso para anunciar y dar testimonio de la «buena
nueva» a todos los hombres.

Nos ofrece la fe de la Iglesia. Ha de contribuir a superar de manera clara y decidida la pro-


pensión hacia una relativización de la verdad revelada muy propio de nuestro tiempo y
que se advierte muchas veces en algunas catequesis.

El Catecismo se sitúa en ese quicio que la tarea catequética tiene de «encontrar el len-
guaje idóneo que le permita realizarse como acto de comunicación y más, en concreto,
como acto de comunicación de la fe eclesial». (20)

El Catecismo es un instrumento al servicio de la fe que es una virtud teologal en su origen


y término, y eclesial en su ejercicio, y ha de ser confesada en un lenguaje. La catequesis
tiene necesidad de un lenguaje acuñado y formulado.

No hay fe sin lenguaje; este lenguaje es un lenguaje eclesial. La catequesis siempre, y hoy
de manera especial, se ve urgida por la necesidad de que los cristianos puedan expresar
eclesialmente su fe personal puedan decir y profesar su fe que es la fe de la Iglesia y ello
no es posible sin un lenguaje propio que es el de la fe, en el que los creyentes se reconocen
a sí mismos como tales, se expresan y se comunican.

Ser cristiano es, entre otras cosas, insertarse –todo lo libre y personalmente que se quiera–
en la fe del Pueblo de Dios que se transmite de generación en generación. Pero la comu-
nidad de fe implica esencialmente comunidad en el lenguaje, al menos en un mínimo de
lenguaje que guarde la comunidad en la fe».(21) Este lenguaje lo recibimos en el catecismo.

No seríamos bien interpretados si alguien entiende con lo que estamos diciendo –nece-
sidad de un lenguaje acuñado– que la catequesis debe reducirse a la transmisión de unos
contenidos nocionales o hacer de ella un proceso exclusivamente educativo. La catequesis

(20) CC 140.
(21) CC 143.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

no se reduce a una nueva enseñanza de fórmulas. Se trata de una tradición viva de los
«documentos de la fe» que han de ser recibidos y revitalizados desde la comprensión que
tiene el hombre de sí mismo.

La exhortación de Juan Pablo II sobre la catequesis de 1979 afirma: «No hay que oponer
igualmente una catequesis que arranque de la vida de una catequesis tradicional, doctrinal
y sistemática. La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática
de la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada
en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constan-
temente, mediante una «traditio» viva y activa, de generación en generación. Pero esta
revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al
sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a luz del
Evangelio». (22)

Estas razones harán ver que en todas las páginas del catecismo hay un entramado tradi-
cional de los documentos de la fe para que realmente la catequesis sea un acto de tradi-
ción viva de entrega por parte de la Iglesia del mensaje salvador. Es la «traditio fidei», la
entrega de la fe, la transmisión de la revelación divina. Y nos hace esta entrega de la fe a
través del Magisterio de la Iglesia, con la autoridad que le es propia exponiendo de modo
autorizado a toda la comunidad eclesial la fe y la doctrina cristiana. (23)

El Catecismo es un acto de tradición viva y dinámica que contribuye a hacer posible el


que la catequesis sea un acto de tradición viva, y por tanto constituye la identidad de la
comunidad cristiana.

El Catecismo es para el pueblo cristiano algo así como la regla de su profesión de fe, no
es una definición infalible, pero sí es una exposición autorizada de la fe cristiana que me-
rece la adhesión confiada del pueblo cristiano.

El Catecismo, orientado a descubrir y vivir la realidad del bautismo y a cultivar y afianzar


la identidad específica de los fieles como miembros de la Iglesia, intenta capacitar a los
cristianos para que confiesen y testifiquen ante el mundo su vocación y, de este modo,
ayuden a que los demás hombres sus hermanos, descubran el sentido de su existencia, ya
que el logro o la «suerte» de todo hombre está estrechamente unida a Cristo.

Un Catecismo tan hondamente teologal como éste no puede ser nada más que un cate-
cismo profundamente antropológico. Su actualidad y su valor, por ello, para el hombre
son de gran calado en estos tiempos en que los hombres de nuestra sociedad parecemos

(22) CT 22.
(23) Cf. CC 135.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

empeñados en eclipsar a Dios, a costa también del hombre. Su significado genuinamente


religioso está, estrechamente e indisolublemente vinculado a su relevancia para las pre-
guntas e inquietudes del hombre, concretamente en la situación actual en la que el hom-
bre anda tan necesitado de genuina y nueva humanidad. (24)

El catecismo expone la verdad revelada. El Directorio General de Pastoral Catequética,


lo señalaba con toda claridad, los catecismos no deben «proponer como doctrina de fe
interpretaciones particulares que no son sino opiniones privadas o pareceres de alguna
escuela teológica». (25)

Esto quiere decir que sin dejar de atender el lado humano de los problemas «la catequesis
no se limita a reflexiones de carácter humano ni a investigaciones de orden filosófico,
psicológico o sociológico, ni tampoco al esfuerzo de anunciar meramente los preámbulos
de la Revelación. La catequesis ha de exponer y lograr que se capte la verdad revelada,
que no puede, de ninguna manera, reducir o atenuar. Procura adaptar su enseñanza a la
capacidad de quien la recibe, pero no se arroga al derecho de paliar o suprimir una parte
de la verdad que el mismo Dios ha querido comunicar a los hombres». (26)

El nuevo Catecismo se sitúa en una Iglesia en medio del mundo, signo y sacramento de
salvación y unidad, una Iglesia en misión, y a esta Iglesia corresponde una catequesis que
es una invitación a la fe, ofrecimiento y llamada a centrar y tomar parte en una historia
de salvación que continúa en nuestros días, una catequesis que como «palabra, memoria
y testimonio» (27) ayuda a ser cristiano hoy. La catequesis es así transmisión de los docu-
mentos de la fe, ofrece el mensaje cristiano en su integridad, propuesto de manera orgá-
nica y sistemática. Dice «todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia sin pasar por alto ni
deformar nada exponiéndolo todo según un eje y una estructura que hace resaltar lo esen-
cial»,(28) hace entrega de la «palabra de la fe» no mutilada, falsificada o disminuida»(29) de
forma que las verdades que se enseñan, o las normas que se transmiten y los caminos de
vida cristiana que se indican no pierden el equilibrio ni el carácter religioso y jerárquico,
gracias a los cuales mantienen la importancia determinada que les corresponde.

(24) Cfr. A. CAÑIZARES, en Teología y Catequesis, n. ' 26 y 27, 1988, 231.


(25) DGC 119.
(26) A. Rubio, Catequizar según el Papa Juan Pablo II, Avila, 1986, 61.
(27) Cfr. Sínodo Mundial de Obispos, 1977. Mensaje del Pueblo de Dios. O. R., Noviembre 1977.
(28) CT 49.
(29) CT 30.
(30) Cfr. CT 21; DCG 43.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

4.2. COMPENDIO DE UNIDAD Y COMUNIÓN ECLESIAL

El Catecismo de la Iglesia Católica es fruto de un trabajo episcopal colegial. Solicitado


por un Sínodo de los Obispos y redactado por obispos diocesanos, ha sido examinado
en una de las fases de elaboración por todo el episcopado católico.

Se ha hecho realidad la colegialidad afectiva y efectiva. La «sinfonía» de la fe y la «cato-


licidad» de la Iglesia, con acertadas palabras del Papa Juan Pablo II. (31)

El Catecismo, como tradición total y compendio sistemático y orgánico de la verdad re-


velada, recoge e incorpora los distintos lenguajes en los que la Iglesia, una y única trata y
expresa su único lenguaje de la fe.

Así lo ha expresado el Papa en la Constitución Apostólica para la publicación del catecismo:

«Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión


eclesial» (32)

En realidad las cuatro partes del catecismo son cuatro lenguajes que la Iglesia entrega a
los cristianos para que con la gracia del Espíritu Santo descubra siempre la misma realidad,
el misterio Pascual de Cristo por quien tenemos acceso al misterio de Dios vivo: Padre,
Hijo y Espíritu Santo.

Así como nos familiarizamos leyendo el Nuevo Testamento y para ello no se empieza a
leer necesariamente por el primer capítulo de Mateo para acabar con los últimos versí-
culos del Apocalipsis, sino que leyendo y meditando un texto sagrado se pasa a otros tex-
tos paralelos... así también debemos familiarizarnos con el catecismo como un todo
profundamente armonizado. Será necesario leerlo como una unidad. Los números color
fresa al margen del texto y el índice analítico al final del volumen permiten ver cada tema
en su vinculación con el conjunto de la fe.

El Catecismo es un servicio hecho sobre todo a los fieles para que sean confirmados en
su fe y en los principios morales. Desde el Concilio Vaticano II se han hecho esfuerzos
para entender más claramente a la Iglesia como comunión.

Esta comunión no es sólo la estructura exterior de la Iglesia, sino su esencia más íntima.
No es un aspecto parcial, sino su dimensión constitutiva, aquello que le hace ser Iglesia.
Fundamentalmente se trata de la comunión con Dios por Cristo en el Espíritu Santo.

(31) Cfr. FD 2.
(32) FD 4.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Es necesario subrayar vivamente la comunión, no por razones estratégicas ni por las difi-
cultades que puedan surgir por la disgregación y fragmentación de la Iglesia en grupos y
tendencias contrapuestas que debilitan las decisiones tomadas. La insistencia en la co-
munión radica en razones teológicas, en la autoconciencia renovada del ser y de la misión
de la Iglesia, en la toma de conciencia que la Iglesia tiene de su responsabilidad para con
el mundo, de sentirse enviada a él para servirle ofreciéndole los dones de la salvación y
comunión que ella ha recibido y no le pertenecen en exclusiva puesto que están destina-
dos a ser para todos y de todos.

«La eclesiología de comunión –afirman los Obispos en el Sínodo de 1985– es el funda-


mento para el orden en la Iglesia y en primer lugar para la recta relación entre unidad y
pluriformidad en la Iglesia». (33)

Una Iglesia de comunión no es una Iglesia de uniformidad, de divisiones arbitrarias y au-


toritarismo que ahoga la libertad de sus miembros. El Catecismo ha de fortalecer la co-
munión eclesial, porque ofrece luz y esperanza a los hombres de hoy, inmersos en una
cultura que en tantos aspectos está mostrándose incapaz de dar razones para vivir y morir
a esos hombres. Este catecismo capacita a los creyentes para hacer del acontecimiento
de Cristo y de la experiencia cristiana de Dios el horizonte de interpretación y de realiza-
ción de todo lo humano.

El Catecismo en su conjunto es una iniciación orgánica ordenada y sistemática al conoci-


miento de la Revelación conservada en la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada
constantemente mediante una tradición viva de generación en generación.(34)

El Catecismo conduce o está íntimamente vinculado con la aspiración a una identidad


católica plena como camino imprescindible a una Iglesia evangelizadora –luz y sal– de
los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Siempre será necesario impulsar una catequesis que ayude a los cristianos a fortalecer su
identidad bautismal. No podemos entender el catecismo si no lo situamos en esta pers-
pectiva de la identidad cristiana católica, y la identidad cristiana se origina en el bautismo
«tiene su origen en la gracia del bautismo que echa los cimientos de una nueva existen-
cia». (35)

A veces nos da miedo hablar de esta identidad por todas las connotaciones negativas que
pueden entrañar por parte de posturas integristas, pero es necesario referirse a ella.

(33) Sínodo 1985. Relación final, Madrid, 1985, 15.


(34) Cfr. CT 22.
(35) CC 160.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

«¿Será necesario confirmar –se preguntaba Juan Pablo II en Toledo– una vez más que el
crecimiento en la afirmación de la identidad cristiana del seglar no menoscaba o limita
sus posibilidades; antes bien define, alimenta y potencia esa presencia y esa actividad es-
pecífica y original que la Iglesia confía a sus hijos en los diversos campos de la actividad
personal, profesional, social?». (36)
Identidad cristiana que supone aceptar a Cristo por la fe, en el culto, en la vida y en el
prójimo. Sin la participación de la vida sacramental, sin la consiguiente coherencia de la
vida moral y sin la continua oración personal y comunitaria, sin la identidad de la fe, no
se pude lograr la unión con Cristo.
La identidad cristiana es un acto de tradición por el misterio de la sucesión apostólica
que lleva a la unidad de la proclamación de la fe en la catequesis superando cualquier
fragmentación de la misma.
El Catecismo es un servicio que el sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa Iglesia Ca-
tólica, a todas las Iglesias particulares en paz y en comunión con la Sede Apostólica de
Roma, para sostener y confirmar en la fe a todos los discípulos del Señor Jesús, así como
reforzar los vínculos de unidad en la misma fe apostólica. (37)
Al trazar las líneas de la identidad católica, el Catecismo también puede constituir una
llamada amorosa a los que no forman parte de la comunidad católica. Así lo expresó el
Papa en la presentación oficial y solemne del Catecismo. «Ojalá comprendan que este
instrumento no restringe, sino que ensancha el ámbito de la unidad multiforme, ofre-
ciendo nuevo impulso al camino hacia la plenitud de la comunión, que refleja y en cierto
modo anticipa la unidad total de la ciudad celestial, «en la que reina la verdad, es la ley
de la caridad, y su duración es la eternidad» (San Agustín, Epíst.138, 3). (38)
La unidad en la Iglesia no se logrará en la confusión doctrinal o solamente en la búsqueda
de un mínimo denominador común. La unidad visible de los cristianos se fundamenta en
la verdad integral, comprendida en la riqueza doctrinal y en la caridad fraterna.

4.3. INSTRUMENTO DE RENOVACIÓN POSTCONCILIAR


Expresamente se ha llegado a afirmar que aunque no pueda llamarse «Catecismo del
Concilio Vaticano II» por no haber sido pedido por él, sin embargo –de diversos modos–
el Catecismo de la Iglesia Católica se relaciona con este Concilio:

(36) JUAN PABLO II, Mensaje a España, Madrid 1982, 130. “Los Caminos del Apostolado Seglar”, homilía pronunciada en
Toledo.
(37) Cfr. Lc. 22, 23; FD.
(38) 0. R. 11-X-1992, 7.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

• Porque fue pedido con ocasión de celebrarse el vigésimo aniversario del Concilio
Vaticano II, en el Sínodo extraordinario de 1985.

• Porque su contenido refleja esencialmente, aunque no exclusivamente, la doctrina


del Concilio.

• Porque pretende poner en práctica y actualizar plena y fielmente la enseñanza del


Concilio.

Catecismo postconciliar le ha llamado el Papa. Incluso el calendario de sus orígenes, ela-


boración y publicación ha estado pendiente de evocar fechas significativas del Concilio
VaticanoII. (39)

Presenta la «novedad del Concilio situándola al mismo tiempo en la Tradición entera»,


ha escrito el Papa Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1993.(40)

El Catecismo ha incorporado las mejores aportaciones del Concilio en las más de mil citas
de aquella asamblea. Síntoma estadístico del espíritu conciliar que inspira las 702 páginas
(2.865 números) sólo superadas por las tres mil referencias bíblicas.

No hay un texto conciliar de cierto peso que no esté reproducido en el Catecismo desta-
cando principalmente entre ellos, los que hacen referencia a las cuatro Constituciones:
Lumen Gentium, sobre la Iglesia; Dei Verbum, sobre la divina revelación; Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia; y Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo ac-
tual.

Apuntamos algunas de las más importantes para demostrar esta riqueza conciliar.

El Concilio refleja una más clara conciencia por parte de la Iglesia: de ser «como un sa-
cramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo
el género humano».(41)

• La Iglesia se sabe enviada a anunciar e instaurar el Reino de Dios y de Cristo en


todos los pueblos, Reino del que ella misma constituye sólo el germen y principio.
(42)

(39) Hemos visto su origen en el Sínodo Extraordinario conmemorativo de los veinte años de la clausura del Concilio. Se
elegió un aniversario conciliar como fecha de proclamación y de la Constitución Apostólica Fidei Depositum, está firmada
el 11 de octubre de 1992, a los 30 años justos de la apertura del Concilio.
(40) JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes, 7, 1993.
(41) LG 1.
(42) Cfr. LG 5.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

• La Iglesia se sabe congregada por Jesucristo, y es muy consciente de que ella misma
debe congregar a todos los pueblos en la unidad. (43)

• La Iglesia no es para sí misma, no está sometida al mundo ni sometiéndolo, ni frente


ni junto al mundo, sino en el mundo y para el mundo, avanzando junto a toda la
humanidad, experimentando la suerte terrena del mundo y reconociendo su propia
razón de ser y actuar, como fermento y como alma de la sociedad, destinada a ser
renovada por Cristo y transformada en familia de Dios. (44)

Esta nueva autocomprensión de la Iglesia no podía por menos de hacerse notar en el Ca-
tecismo, principalmente al explicar el artículo de fe: Creo en la Santa Iglesia Católica (n.°
78 y ss) afirmando que la Iglesia no tiene otra luz que Cristo, luz de los pueblos como co-
mienza la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II.

El Concilio viene a consagrar los esfuerzos de la teología inmediatamente anterior para


expresar más plenamente el misterio de la Revelación de Dios, más que comunicar ver-
dades, se dice en la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación

• Dios movido por su bondad, se comunica a Sí mismo, habla de los hombres como
amigos, para invitarlos y recibirlos en su compañía.

• Dios se revela –se autocomunica, se entrega– a través de las obras que realiza en
la historia y de las palabras que, intrínsecamente ligadas a esas obras, las proclaman
y explican su misterio. La manifestación de Dios, que es la salvación del hombre,
resplandece en Cristo. El Espíritu Santo hace que los hombres puedan acoger la in-
vitación de Dios y vivir en comunión con Él. (45)

Este modo de entender la Revelación influirá considerablemente en el Catecismo que


para explicarnos lo que significa creer nos propone tres puntos de referencia:

• El hombre al encuentro de Dios: la religiosidad (nº 27-49).

• Dios al encuentro del hombre, la Revelación (nº 50-141).

• La respuesta del hombre a Dios: la fe (nº 142-184).

El Catecismo, sin llegar a ser un manual de misionología, ha dedicado una particular aten-
ción a la dimensión misionera, la cual «además de ser tratada explícita y específicamente
en diversos lugares del Catecismo, permea y anima todo el texto». (46)

(43) Cfr. LG 13.


(44) Cfr. GS 40b.
(45) Cfr. DV 1 ss.
(46) Dossier Informativo n.° 24.

43 ■
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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Y no podría ser de otra manera si se tiene en cuenta que la misión tiene su origen en la
«misión ad intra» en el seno de la Santísima Trinidad que se difunde de la vida íntima de
Dios, en la misión del Hijo, que por la fuerza del Espíritu Santo continúa en la Iglesia.
Esto se hace evidente en diversas partes del Catecismo al tener como núcleo central la
voluntad salvífica universal de Dios. El mandamiento de Cristo para comunicar el Evan-
gelio a todos los hombres. (47) Y al presentar una visión constructiva y abierta al diálogo
con las religiones no cristianas, siguiendo el modelo ofrecido por el documento conciliar
Nostra Aetate. Con un lenguaje sumamente conciso, pero también muy esmerado, el Ca-
tecismo describe el aprecio de la Iglesia por todo lo bueno y verdadero que puede en-
contrar en las diversas religiones. (48)
El Catecismo enseña con nitidez que la liturgia no es todo en la vida de la Iglesia pero es
para todo: es la fuente de las gracias, porque contiene el misterio pascual; y es la cumbre a
donde se encamina cuanto obramos como peregrinos en busca de la casa del Padre, como
bien claro lo explica el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia. (49)
Así tenía que ser un catecismo del Concilio Vaticano II, porque desde que fue convocado
por Juan XXIII, fijó como principal tarea, la de conservar y explicar mejor el depósito pre-
cioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a
todos los hombres de buena voluntad(50). Hasta culminar en una llamada general de Juan
Pablo II de toda la Iglesia para emprender la «Nueva Evangelización».
Los Padres conciliares de Trento encargaron a S. Pío V el Catecismo Romano, los obispos
de este final del milenio pidieron al Papa Juan Pablo II un catecismo para renovar la vida
eclesial, deseada y promovida por el Concilio Vaticano II.

4.4. CATECISMO REFERENCIAL


El Catecismo ayuda a conocer profundamente al Jesús histórico, las circunstancias con-
cretas de su vida y de su muerte, para descubrir tras Él, al Cristo, el Hijo de Dios.
No pretende ser un catecismo único, es decir excluyente de otros catecismos, pues el ca-
tecismo en lugar de conducir a la uniformidad es instrumento que propicia la pluriformi-
dad de la riqueza de la diversidad de la misma y única Iglesia.

(47) Cfr. AG 1.
(48) Cfr. LG 16; NA 2; EN 53.
(49) SC 10.
(50) Cfr. FD 1.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

En efecto, los destinatarios del Catecismo, son los Obispos, los cuales en cierta manera
son también coautores del Catecismo, los especialistas de catequesis que lo adaptarán
a los diversos encuadres culturales, prestando siempre atención al Catecismo Universal,
los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los seminaristas y catequistas laicos hombres
y mujeres.

La catequesis ha de tener en cuenta a los catequizados, la situación concreta en que viven


con toda la realidad cultural de nuestro tiempo.

El Catecismo ha de ayudar a los cristianos a que entiendan, conozcan, sapiencial y vital-


mente el mensaje de la fe, a que lo expresen con sus propias palabras, a que se expresen
ellos, desde esa fe hoy, y a que den razón de ella en el mundo actual que nos pide expli-
caciones y razones de nuestra fe que en definitiva son razones para vivir y esperar.

No cierra el camino a otros instrumentos o materiales que desarrollen metodológica-


mente procesos catequéticos. Ofrece consiguientemente posibilidades de adaptación a
las situaciones socioculturales y religiosas plurales de los catequizados, conforme a las
iniciativas pastorales de las diócesis, regiones, parroquias, grupos de catequesis... Es im-
portante señalar esto, dado que no es infrecuente confundir «catecismo» y «catequesis».

No estamos ante un catecismo escolar o de la comunidad parroquial sino ante un «Cate-


cismo mayor», de carácter expositivo, con una notable riqueza bíblica, patrística, litúrgica
y conciliar, con una argumentación sobria y destinado principalmente a los educadores
de la fe, párrocos, maestros, profesores, catequistas... y como lectura personal a otras per-
sonas interesadas en profundizar en su fe. De rango similar al de S. Pío V aprobado tam-
bién para toda la Iglesia Católica en el siglo XVI.

Los evangelizadores y catequistas han de traducir la fe en la Iglesia que expone el Cate-


cismo a los muchos lenguajes culturales de las comunidades humanas y cristianas. Nos
referimos a lo que se ha dado en llamar «inculturación»: La catequesis «procurará conocer
estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus costumbres más significativas,
respetará sus valores y sus riquezas propias». (51)

El Evangelio da origen a su propio lenguaje y su propia cultura, al igual que la fe tiene


como expresión la esperanza y el amor. A este propósito sería necesario afirmar que el
lenguaje del catecismo no se identifica con el lenguaje de la catequesis. El lenguaje de la
catequesis puede resultar menos comprensible y extraño, cuando los destinatarios, están
faltos de experiencias de vida cristiana.

(51) CT 53.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Por muy exacto que sea un lenguaje en la catequesis, la imagen o la vivencia creada en el
oyente (dependiente de su entorno, como el lenguaje religioso lo es del entorno en que se
ha troquelado) tiene muy poco que ver con lo que él quiere transmitir, ¿Qué puede captar
un niño al que se explica celosamente que Dios es su Padre y que por otro lado vive en un
contexto familiar, la experiencia de un padre odioso, tirano, o simplemente ausente? ¿No
sería mejor en algunos casos y precisamente por fidelidad al mensaje, hablar de Dios como
Madre? No se trata de quedarse tranquilo porque se «ha explicado» una verdad determi-
nada. El problema consiste en asegurarse que el destinatario haya captado la vivencia fun-
damental de la paternidad de Dios, que trasciende la formulación misma adaptada.
El problema del lenguaje en la catequesis es el problema del modo adecuado de transmitir
la verdad, a este respecto me parece útil citar lo que afirma el Directorio General de Pas-
toral Catequética: «La catequesis se esfuerza por enseñar con plena fidelidad esta Palabra
de Dios: sin embargo, su misión no puede quedar restringida a la repetición de fórmulas
tradicionales, sino que pide que estas mismas fórmulas sean comprendidas y, donde sea
preciso, incluso expresadas fielmente de otra manera, con un lenguaje acomodado a la
capacidad de los oyentes».(52) No será fácil conjugar la búsqueda de un lenguaje adaptado
al hombre de hoy y la preocupación de no perder fórmulas y términos que la Iglesia ha
usado durante siglos, en la enseñanza de la catequesis, por fidelidad a la Palabra de Dios.
Nuestra tarea consiste en asegurar que el Evangelio sea proclamado en toda su integridad.
El Catecismo de la Iglesia Católica, pretende ser punto de referencia para la redacción de
catecismos nacionales y diocesanos.
No intenta suprimirlos, ni sustituirlos, ni mermarles importancia, sino nutrirlos y que sirvan
de cauce mediador, con su particular metodología y antropología, para anunciar a Cristo,
siempre El mismo y en todo lugar y tiempo.
Para disipar este temor se pueden citar las mismas palabras del Santo Padre Juan Pablo
II, quien al saludar a la Pontificia Comisión para la preparación del Catecismo se expresaba
así: «El Catecismo que estáis llamados a elaborar se coloca en el surco de la gran tradición
de la Iglesia, no para sustituir a los catecismos diocesanos o nacionales, sino a fin de que
sea para éstos «punto de referencia». No quiere ser, pues, un instrumento de aplastante
«uniformidad», sino una importante ayuda para garantizar «la unidad de la fe», que es
una dimensión esencial de aquella unidad de la Iglesia que surge de la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo». (53)

(52) DCG 34.


(53) Cfr. estas ideas del Cardenal Sepe, Secretario de la Congregación para el Clero en: Catequesis e Iglesia del futuro.
Hacia la catequesis del tercer milenio. Conferencia pronunciada en el Congreso Internacional de Catequesis. Sevilla 21-
26, septiembre 1992.

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LINEAS FUNDAMENTALES DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

En los últimos decenios se ha hecho un esfuerzo muy grande en redactar nuevos catecis-
mos para niños, adolescentes y adultos. La Iglesia no sólo no ha obstaculizado este es-
fuerzo, sino que frecuentemente lo ha estimulado, porque ha retenido y retiene que es
importante que, en cada ámbito cultural, exista una expresión autorizada de la fe católica,
en la cual todos los cristianos puedan encontrarse y que sirva, también, como punto de
referencia doctrinal para la formación catequética.

Es necesario comenzar una nueva etapa de adaptación respetuosa y fiel para los creyentes
y comunidades cristianas en nuestra pastoral catequética.

Al entregarlos el lenguaje único de la fe en su pluriforme manifestación, el catecismo no


sólo no coarta la libertad y la creatividad de los que sean catequizados apoyados en este
catecismo, sino que la posibilita, reclama y exige para que cada uno pueda decir su fe
como la fe de la Iglesia, como creyente hoy dentro de la Iglesia, y pueda unir su propia e
intransferible voz a ese canto único de la única Iglesia.

El Catecismo, en definitiva, está orientado a capacitar a los cristianos, a través del proceso
catequético pertinente, a que digan hoy la fe de la Iglesia.

Hace la entrega de la «regla de la fe» para que digan hoy esa fe, no de manera repetitiva,
anclada en un ayer, ni de una manera neutra, sino de una manera viva y concreta. Al hacer
la entrega de la fe en su lenguaje o lenguajes de ese sujeto histórico y concreto que los
dice, la Iglesia, el Catecismo, ni cae en la atemporalidad o en la abstracción ni se reduce
a un adoctrinamiento tendente a la afirmación numantina de la Iglesia en sus miembros
mediante el mandamiento de una uniformidad en sus doctrinas, en su lenguaje, en sus
comportamientos idénticos en todas las partes. Al contrario, esta entrega o «traditio» del
catecismo está destinada a personas concretas, que recibiendo lo «dado» en él, la «regula
fidei», en la situación concreta en que viven con toda la realidad cultural de nuestro
tiempo, puedan experimentar cómo la confesión cristiana sigue siendo hoy fuente de ins-
piración y de vida, de acción y de esperanza.

El Catecismo está en función de la catequesis. Lo importante es la transmisión íntegra


de la fe.

Con este texto referencial en las manos, instrumento válido, para la catequesis que reclama
la Nueva Evangelización, los Obispos, catequetas y teólogos del mundo entero tienen ahora
el reto de preparar los catecismos nacionales o diocesanos en la nueva cultura del presente
y «traducirlos» a sus propios lenguajes, para hacer una propuesta de la fe a los alejados y
confirmar en la fe a los ya creyentes, con una síntesis orgánica del mensaje cristiano.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

5. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN
LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
Evangelizar ha sido siempre la actividad primordial de la Iglesia y lo seguirá siendo. De
ahí su preocupación constante por justificar esa tarea.

La misión evangelizadora de la Iglesia se desarrolla a través de un proceso rico y complejo


que comprende un conjunto de elementos constituyentes: La renovación de la humani-
dad, la evangelización de la cultura, el testimonio de los cristianos, el primer anuncio de
Cristo Salvador, la conversión y adhesión del corazón a Jesucristo y su Evangelio, la en-
trada en la comunidad, la acogida de los signos sacramentales, la promoción del desarrollo
humano y el ejercicio de la caridad. (54) Estos elementos son complementarios y mutua-
mente enriquecedores. Incluyen todo lo que la Iglesia hace, dice, vive y expresa.

La Iglesia, tanto si mira al interior de sí misma, como si dirige su mirada a los alejados y no
creyentes, tiene el deber de evangelizar, esto es: «predicar y enseñar, ser canal del don de la
gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrifico de Cristo en la misa». (55)

La acción evangelizadora se apoya, radicalmente, en la misión que Cristo recibió del Padre
y confió a la Iglesia; nace de la fe eclesial y tiende a hacer a todos los hombres discípulos
de Cristo. La acción misionera deberá ir transformando en vida de Iglesia todo lo bueno
que encuentra en el corazón y en la mente de grupos humanos y de los pueblos.(56) A veces

(54) Cfr. EN 17-24; RM 41-60; CC 24-29; CA 36-38.


(55) EN 14.
(56) Cfr. LG 17.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

esta acción misionera deberá seguir un proceso lento, respetando etapas. Pero ha de plan-
tearse siempre el anuncio explícito de Jesucristo. (57) Mediante la acción misionera debe
llegar a todo hombre la llamada de Dios que interpela, convoca y urge a la conversión.

La catequesis es una de las etapas del proceso total de la evangelización que se articula
con las demás, pero no se confunde con ellas.

«La finalidad de la catequesis, en el conjunto de la evangelización, explica Juan Pablo II


en la Catechesi Tradendae, es la de ser un período de enseñanza y madurez, es decir, el
tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo, como el
solo Señor, y habiéndole prestado una adhesión global con la sincera conversión del co-
razón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús, en cuyas manos se ha puesto: conocer
su «misterio», el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en
su mensaje evangélico, los senderos que ha trazado a quien quiera seguirle».

«Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que este «sí»
tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero sig-
nifica también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido
profundo de esa Palabra». (58)

Sin catequesis la acción misionera no tendría continuidad, ni raíces, sería superficial y con-
fusa. En nuestros días, la catequesis es urgente por la descristianización del mundo y por
la ignorancia religiosa. Sin la predicación y catequesis la Iglesia desaparece. (59)

Así se expresa Juan Pablo II en un texto con perspectiva de futuro: «Cuanto más capaz
sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis –por encima de otras
iniciativas cuyos resultados podrían ser más espectaculares–, tanto más la Iglesia encon-
trará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes
y de su actividad externa como misionera. En este final del siglo XX Dios y los aconteci-
mientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su con-
fianza en la acción catequética como una tarea absolutamente primordial de su
misión».(60)

La novedad sin embargo de la evangelización no está en la insistencia y necesidad de


evangelizar hoy. Las perspectivas del año 2000, comienzo del tercer milenio, la increencia
y secularismo de la sociedad, la negación de toda referencia y aprecio por lo espiritual y

(57) Cfr. AG. 6, 12-13.


(58) CT 20.
(59) Cfr. Rom. 10,13.
(60) CT 15.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

trascendente, la ruptura entre evangelización y cultura han servido para que el Papa Juan
Pablo II hable de una nueva evangelización. Estas fueron sus palabras dirigidas a los Obis-
pos del CELAM: «La conmemoración del medio milenio de Evangelización, tendrá su sig-
nificado pleno si es un compromiso vuestro como Obispos, junto con vuestro presbiterio
y fieles; compromiso no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva
en su ardor, en sus métodos, en su expresión». (61) Capaz de adaptarse a las circunstancias
actuales y de aportar los nuevos desafíos del momento.

Además de esto es preciso reconocer que la evangelización es hoy «nueva» porque el


mundo, la cultura, la sociedad, el hombre al que se dirige tiene una visión de las cosas,
una actitud ante Dios, los demás y el mundo creado que son en gran medida «nuevos».
Esta novedad se percibe de forma evidente, si atendemos a las unidades políticas, a las
estructuras sociales, económicas y familiares, a la disposición de medios, y al tipo de vida,
que configura a este hombre concreto. Dado esta «novedad», el mensaje del Evangelio
debe proclamarse, no al margen de la misma, sino teniendo en cuenta sus características,
discerniendo sobre sus valores y contravalores, asumiendo su riqueza y sus riesgos. No
intentamos evangelizar a «cualquier hombre de cualquier época», sino a este hombre
concreto de esta época histórica concreta, que vive y piensa y trabaja y se ordena y sufre
y espera de esta forma bien determinada y diferenciante. En la medida que seamos capa-
ces de comprender esta «novedad de hombre», en esa medida seremos capaces de esfor-
zarnos por la novedad de evangelización para este hombre.

La evangelización posee siempre una carga antropológica grande. Aspira a tocar al hom-
bre en el centro de su vida, a hablar en el nivel más hondo de su existencia. (62) De ahí que
el Catecismo ni es teórico, abstracto o genérico, busca la persona en el santuario de su
conciencia.

Se deberá, por tanto, salvaguardar la integridad de los contenidos, de los enunciados, pero
se deberá también satisfacer aquellas exigencias radicales que dimanan de los mismos
para responder a las interpelaciones de los hombres de nuestro tiempo. De aquí el deber
de «leer» e «interpretar» el Evangelio a la luz de los signos de los tiempos. El Evangelio
ha sido, sí, anunciado por Cristo una vez para siempre; pero su comprensión por parte de
la Iglesia crece con el influjo del Espíritu, con el estudio, con la reflexión, la oración y, sobre
todo, con la predicación de sus pastores.

Nuestra situación de evangelizadores presenta una cierta semejanza con la de San Pablo
que emprendió el anuncio del Evangelio en el mundo pagano, griego y latino, y debió en-

(61) Cfr. B. RODRÍGUEZ, La Nueva Evangelización. Madrid, 1991, 58-59. JUAN PABLO II, Viaje Apostólico a Centroamé-
rica, Madrid, 1983, 209. Alocución a los Obispos de CELAM en Haití, 9 de marzo de 1983, 209.
(62) Cfr. R. BLÁZQÚEZ, Iniciación cristiana y nueva evangelización. Bilbao, 1992, 41-43.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

frentar enormes problemas que no se habían planteado a los cristianos provenientes del
mundo hebreo. (63)

Vivimos en un mundo en el que los problemas y acontecimientos de cualquier pueblo y


lugar, son conocidos rápidamente en todas las partes del mundo. El pluralismo cultural y
religioso es un hecho actualmente presente en todas partes. Muchísimos bautizados viven
inmersos en esta realidad secularizada y pluralista, donde deben dar testimonio de su fe y
del anuncio del Evangelio, pero debemos preguntarnos con qué eficacia, con qué incidencia,
con qué mordiente respondemos nosotros a este cometido, casi sobrehumano. Nuestros
métodos pastorales muchas veces no se adaptan a las exigencias del hombre contemporá-
neo, que también tiene hambre de Dios, sin saberlo y sin atreverse a reconocerlo.

En las actuales circunstancias en las que la nueva evangelización se dirige tanto a los que
no tienen fe para anunciarles a Jesucristo como a los creyentes bautizados para que su fe
se robustezca, la Iglesia es urgida a una acción de talante misionero que afecta directa-
mente a la catequesis. «La catequesis debe a menudo preocuparse no sólo de alimentar
y enseñar la fe, sino suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, a abrir el corazón,
de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo». (64)

De ahí que se afirme que el Catecismo de la Iglesia Católica «es ofrecido a todo hombre
que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (Cf. 1 Pe. 3,15)». (65)

El contenido de la nueva evangelización es Jesucristo, Evangelio del Padre, que anunció


con gestos y palabras que Dios es misericordioso con todas sus criaturas, que ama al
hombre con un amor sin límites y que ha querido entrar en su historia por medio de Je-
sucristo, muerto y resucitado con nosotros, para librarnos del pecado y de todas sus
consecuencias y para hacernos partícipes de su vida divina. (66) En Cristo todo adquiere
sentido: el rompe el horizonte estrecho en que el secularismo encierra al hombre, le de-
vuelve en verdad y dignidad de Hijo de Dios y no permite que ninguna realidad tempo-
ral, ni los estados, ni la economía, ni la técnica, se conviertan para los hombres en la
realidad última a la que deben someterse. Dicho con palabras de Pablo VI, evangelizar
es anunciar «el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús
de Nazareth, Hijo de Dios». (67)

(63) Cfr. C. SEPE, Un dono per oggi, il Catechismo della chiesa Cattolica, in: Catechesi e nuova evangelizzasione verso il
terzo millenmio, Milano, 1993, 13-28.
(64) CT 19; cf. EN 56, DGC 18, CC 48-55, RM 37-38.
(65) FD 4.
(66) Cfr. JUAN PABLO II, Homilía en Veracruz, Méjico, 7-V-90, O. R. 15-V-1990.
(67) EN 22.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Para evitar equívocos conviene precisar que el Catecismo no se propone llevar a cabo una
puesta al día del Evangelio, porque el Evangelio en sí mismo es siempre actual. El cate-
cismo tampoco puede sustituirlo; pero el Evangelio y el Catecismo están unidos. «El Evan-
gelio en su actualidad es permanente e insuperable y el catecismo en su función humilde
y necesaria de adherirse a la contingencia histórica que por ser irremediablemente efí-
mera y por consiguiente fatalmente destinada a pasar, renace continuamente exigiendo
con ocasión de los cambios históricos su puesta al día». (68)
Sólo el Catecismo puede envejecer, nunca el Evangelio. El Catecismo se volverá escribir
periódicamente a lo largo de la historia, sin embargo el Evangelio nunca se podrá volver
a escribir de nuevo.
El Catecismo mantiene una estructura histórico-salvífica en la que destaca la iniciación
de Dios en Cristo: el símbolo y los sacramentos, y en segundo lugar la respuesta del hom-
bre a la condescendencia divina: los mandamientos y la oración dominical.
Se inspira en el Catecismo de Trento y se articula en cuatro «pilares»: «la profesión de la
fe bautismal (el símbolo), los sacramentos de la fe, la vida de la fe (los mandamientos), la
oración del creyente (el Padre Nuestro). (69) Pone de relieve la interrelación y la influencia
mutua de sus cuatro partes, mostrando así la unidad del nuevo catecismo, fundada en la
«admirable unidad del misterio de Dios (70) y la «novedad» según la cual, al mismo tiempo
que se es fiel al Evangelio de Cristo, se es fiel a la capacidad de comprensión y a la sensi-
bilidad humana y religiosa del hombre actual. Al final de cada unidad temática, se resume
en breves fórmulas sintéticas y memorizables lo esencial de la enseñanza.

5.1. LA FE PROFESADA EN EL CREDO


El Sínodo Universal de Obispos de 1977, había afirmado «la catequesis tiene su origen
en la confesión de fe y conduce a la confesión de fe». (71) Toda la primera parte del cate-
cismo se dedica al acto de fe, es el eje en torno al cual gira el catecismo, nos comunica el
núcleo fundamental del Misterio de Dios, Uno y Trino, tal como nos ha sido revelado en
el Misterio del Hijo de Dios, encarnado y salvador, que vive siempre en su Iglesia.

(68) C. M. MARTINI en O. R. 29-I-1993, 10. El Catecismo responde a una necesidad de la Iglesia y del mundo de hoy.
(69) Cfr. Prólogo 14-17.
(70) FD 3.
(71) MDP 8.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Es la parte más extensa del Catecismo. Se articula en torno a dos núcleos: ¿Qué es creer?
¿Qué creemos?
Para explicarnos lo que significa creer, el Catecismo nos propone tres puntos de referencia.
1) El hombre es «capaz» de Dios; está abierto por naturaleza al encuentro con Él.
Religioso por naturaleza, el hombre se interroga por Dios y le busca. En esta bús-
queda encuentra unas vías de acceso al conocimiento de Dios: el mundo y el hom-
bre mismo (nº 26-56).
2) Además del conocimiento de Dios que el hombre puede alcanzar mediante la luz
de su razón hay otro orden de conocimiento que el hombre no puede alcanzar por
sus propias facultades, el de la Revelación Divina. La Iglesia enseña que Dios se ha
manifestado a los hombres no sólo mediante la creación, sino también mediante
acciones y palabras.
El catecismo describe las etapas de esta revelación que constituye la historia de la
salvación. Con Cristo la revelación divina está completada, aunque su comprensión
se irá desarrollando a través de los siglos a la luz de la fe cristiana iluminada por el
Espíritu Santo (nº 50-141).
La obra del Credo está presentada simbólicamente en el Génesis como una se-
cuencia de seis días «de trabajo» divino que termina en el «reposo» del día séptimo
(Gn 1.). No la descripción literal, sino las verdades que el texto sagrado nos trans-
mite son las que están conectadas con la fe cristiana en la creación.
3) La respuesta del hombre a Dios que revela, es la fe por la que el creyente somete
su inteligencia y su voluntad a Dios (nº 142-184). La Iglesia es la primera que cree
y así conduce, alimenta y sostiene nuestra fe. ¿Qué creemos?
Lo que creemos los cristianos está explicitado en las fórmulas o síntesis breves de
fe, llamados Credo o Símbolo de la Fe.
En su exposición de la fe el Catecismo sigue el Credo de los Apóstoles o Símbolo de fe
trinitario.
El NT atestigua en diferentes lugares que la Iglesia Apostólica desde su inicio y misión a
partir del Pentecostés del Espíritu anuncia a Jesús Resucitado como el Crucificado por
nuestros pecados. Bautiza «en su nombre» para el perdón de los pecados, confiere la gra-
cia justificante y santificante con el don del Espíritu Santo e incorpora a la Iglesia, de este
mismo proceso de «conversión» y de «bautismo», pertenece por tanto a la confesión de
fe o credo como el sacramento y sentido del bautismo en Cristo.
El Catecismo expone cómo se ha ido verificando la revelación de Dios como Trinidad y
formulación conciliar del dogma trinitario.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Si bien muchas religiones invocan a Dios como «padre de los dioses y de los hombres» e
Israel reconoce a Dios como «padre de los pobres» (Sal. 68,6), ha sido Jesús el que ha re-
velado que Dios es «Padre» en un sentido nuevo: no sólo como creador, sino en relación
a su Hijo (Mt. 11,27), el Verbo hecho hombre, Dios como Él, según enseña San Juan (Jn.
1,1). En todo caso, en el lenguaje de la fe, el término Padre no tiene ninguna connotación
sexual. Dios trasciende la disminución humana de los sexos, puntualiza el catecismo. No
es hombre o mujer, es Dios (nº 239).

Siguiendo la tradición apostólica declara en los Concilios de Nicea y Constantinopla (años


325-381), como proclamamos en la celebración eucarística al recitar el Credo, que el Hijo
es «consubstancial» al Padre, es decir, Dios con Él.

El enfoque cristocéntrico es el eje central de todo el Catecismo: desde la creación hasta


la escatología, Cristo es el principio y fin, Alfa y Omega (Apc. 1,8). Aquel por quien todo
ha sido creado (Jn. 1,3).

Este artículo se estructura en torno a siete epígrafes fundamentales: los «nombres» de


Cristo (nº 430-455), la encarnación (nº 456-511), los misterios de la vida de Cristo (nº
512-570), la muerte redentora (nº 571-623), el descenso a los infiernos (nº 624-637), re-
surrección y ascensión (nº 638-667).

Intimamente relacionado con la Encarnación, está el Misterio de María, su predestinación,


su maternidad, su virginidad «lo que la fe católica cree acerca de María, ilumina a su vez
la fe en Cristo (nº 487). La Mariología aparece diseminada y dispersa, vinculada a la cris-
tología y a la eclesiología.

Aborda el tema el proceso a Jesús afirmando que los judíos no son responsables colecti-
vamente de la muerte de Jesús (nº 697), aludiendo al Decreto Nostra Aetate del Concilio
Vaticano II, para tender una mano ecuménica a los judíos y se suprimen los adjetivos ofen-
sivos con los que se les asignaba.

La muerte de Cristo es calificada como obediencia al designio salvífico (nº 599) y expre-
sión suprema de ofrenda al Padre por el sacrificio único y definitivo que devuelve la co-
munión con Dios (nº 613).

Sin olvidar las causas históricas, destaca la dimensión teológica de la muerte salvadora
de Cristo por nuestros pecados, como se revela y explica en el Nuevo Testamento, espe-
cialmente en San Pablo y en la carta a los Hebreos.

El Catecismo hace de la resurrección el fundamento y centro de nuestra fe (nº 638). Ex-


pone con precisión que la resurrección de Jesús, que en sí misma es un acontecimiento
único que trasciende la historia, afecta, sin embargo, y pertenece realmente a su historia,

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porque la resurrección se ejerció sobre el cuerpo de Jesús, depositado en el sepulcro, en


un tiempo determinado de la historia y dejó testimonio histórico en las apariciones y en
el sepulcro vacío. También subraya con todo acierto, la actuación de la Trinidad en la re-
surrección de Jesús (n. 648-649).

Afirma el significado de la resurrección que constituye una confirmación de la verdad re-


velada por Jesús (n° 651) y de su divinidad (n° 652). En lo que respecta a la Ascensión, se
afirma la glorificación del cuerpo de Cristo desde el momento de la resurrección (n° 659).

En cuanto a la segunda venida, se afirma que Cristo vendrá para llevar a cabo la victoria
definitiva, del bien sobre el mal (n° 681).

Finalmente bajo el epígrafe «Creo en el Espíritu Santo» (n° 683-1.065), el Catecismo des-
arrolla los siguientes contenidos de nuestra fe:

• Espíritu Santo (n° 683-747)


• La Iglesia (n° 784-975).
• Perdón de los pecados (n° 976-987).
• Resurrección de la carne (nº 988-1.019).
• Vida eterna (nº 1.020-1.065).

El Catecismo expone con claridad la distinción personal del Espíritu Santo respecto al
Padre y al Hijo en la unidad del Dios Vivo.

Es muy positiva la vinculación del Espíritu Santo con la Iglesia y la escatología, y responde
a una perspectiva antigua de la tradición cristiana.

La exposición del misterio de la Iglesia sigue a grandes rasgos la estructura de la Consti-


tución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II: la Iglesia como misterio de comunión y
misión, fruto del amor de Dios a los hombres en que están presentes y actúan siempre el
Señor resucitado y el Espíritu Santo que unen entre sí y con Dios a todos los creyentes.

Resalta que la Iglesia no es para sí misma, sino para el servicio de la humanidad. Esta Igle-
sia es todo el pueblo de Dios, está jerarquizada, pero la jerarquía está en el corazón no
en la cúspide. Es un pueblo sacerdotal profético y real (n° 783).

Sobre el perdón de los pecados, el Catecismo lo vincula tanto a la fe en el Espíritu Santo


como a la fe en la Iglesia que recibió de Él, el poder divino de perdonarlos.

El Credo cristiano culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos y en la


vida eterna.

El Catecismo presenta maravillosamente la doctrina escatológica en clave personalista,


más que cosista. Estamos muy lejos de aquella definición de los catecismos antiguos que

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presentaban el cielo como «el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno», y
definía el infierno como «el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno».
El hombre es suficientemente libre como para negarse hasta el final al perdón y al amor
salvador de Dios. Hoy más que nunca se precisan cristianos con una fe adulta. La nueva
evangelización exige crecer como creyentes y «autoevangelizarse para evangelizar».(72)
Esta evangelización tendrá fuerza renovadora en la fidelidad a la Palabra de Dios, su lugar
de acogida en la comunidad eclesial, su aliento creador en el Espíritu Santo, que crea en la
unidad y en la diversidad, alimenta la riqueza carismática y ministerial y se proyecta al mundo
mediante el compromiso misionero de la verdadera fe. El Credo como el último libro.
El Catecismo enseña:

Nº 1061 El Credo, como el último libro de la Sagrada Escritura (cf Ap 22, 21), se termina
con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al final de las ora-
ciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un Amén.

Nº 1062 En hebreo, Amen pertenece a la misma raíz que la palabra "creer". Esta raíz
expresa la solidez, la fiabilidad, la fidelidad. Así se comprende por qué el "Amén" puede
expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza en Él.

5.2. LA FE CELEBRADA EN LOS SACRAMENTOS


La segunda parte del Catecismo está dedicada a la liturgia de la Iglesia, celebración del
culto cristiano, acción de Cristo y de la Iglesia, particularmente en los siete sacramentos.
La liturgia no es la parte ceremonial del culto cristiano, ni el conjunto de normas que lo
regulan.
En la liturgia los cristianos celebramos lo que creemos. Es por tanto acontecimiento de
salvación que se verifica en toda celebración.
El Catecismo ha superado felizmente aquella división de los viejos catecismos de las «cua-
tro cosas que todo buen cristiano está obligado a saber, lo que ha de hacer, lo que ha de
orar, lo que ha de obrar y lo que ha de recibir».
Los sacramentos se encontraban entre las cosas que se han de recibir, a continuación los
mandamientos de Dios y de la Iglesia, como si se tratara de una serie de deberes y desde
luego al margen de la oración.

(72) Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis. Catequesis de Adultos. Orientaciones pastorales, n.° 30 Madrid, Ed. Edice 1991.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña a profesar el misterio de la fe (primera parte)


celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está presente para ilu-
minar y sostener a los hijos de Dios en su obra (tercera parte)... y es el fundamento de
nuestra oración, nuestra alabanza y nuestra intersección (cuarta parte).
De acuerdo con la Constitución Sacrosanctum Concilium (Cf. n° 10) el Catecismo subraya
que la liturgia es el momento culminante de la vida del pueblo de Dios. En la liturgia se hace
presente el misterio de nuestra salvación por la muerte y resurrección de Cristo que se comu-
nica sacramentalmente a los que en ella participan. El texto del Catecismo presenta con exac-
titud doctrinal y con belleza de estilo, la naturaleza de la acción litúrgica sobre todo los
sacramentos que forman su núcleo y la novedad propia de la celebración sacramental. El Ca-
tecismo subraya fuertemente que la liturgia que celebramos en la tierra, nos pone en comu-
nión con la liturgia celestial, donde todo es fiesta, comunión con los ángeles y santos (n° 1.090).
La acción litúrgica es presentada desde su perspectiva más teológica, profunda y gozosa:
sus protagonistas no son en primer lugar la Iglesia o cada cristiano, sino la Santísima Tri-
nidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nosotros somos invitados a participar activamente
en esa obra que fundamentalmente es obra de Dios (nº 1.077-1.112).
Si con Pablo VI aprendimos muy claramente que la Iglesia vive para evangelizar (73) inspi-
rados en el Vaticano II, si Juan Pablo II nos impulsa a «plantear el problema de la evange-
lización en términos totalmente nuevos», (74) en el Catecismo aprendemos que la Iglesia
vive para celebrar, porque la liturgia y especialmente la eucaristía es la fuente y la cima
de la evangelización y de la catequesis (n° 1.074).
La celebración de los sacramentos es un momento central de la vida de la Iglesia y en ella
de cada discípulo de Cristo. Una Iglesia sin sacramentos no sería Iglesia de Cristo, por la
simple razón de que tal comunidad no sería fiel a la forma concreta del designio salvador
de Dios en su Hijo. Los sacramentos son la Iglesia en su realización por la fecundidad que
producen y porque se dilatan permanentemente.
El ser humano sólo puede entrar en contacto con lo eterno a través de lo sensible, pero
las cosas de este mundo, han sido creadas, también en su interior, para servir como me-
diación para el contacto con Dios. Precisamente por esto se presentan los sacramentos a
partir de su forma litúrgica. (75)

Cada uno de los siete sacramentos es medio eficaz de la gracia, que desde el Padre a
través de Cristo con la fuerza del Espíritu Santo y por el ministerio de la Iglesia llega al
hombre para divinizarlo y darle la prenda de la gloria futura.

(73) Cfr. EN 14.


(74) JUAN PABLO II, al VI Simposio de Obispos europeos, 11-X-1985, O. R. 18--1985.
(75) Cfr. J. RATZINGER, O. R. 11-XII-1992, 9, en la presentación oficial del Catecismo.

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«Lo principal que pasa cuando celebramos un sacramento -escribe el profesor Aldazábal-
no es que así cumplimos un deber o realizamos algo que pide nuestra religiosidad o nues-
tra paz espiritual. Lo que pasa es, sobre todo, que Dios Padre nos quiere comunicar su
amor., su perdón, su palabra, su salvación. Y siempre lo hace por medio de su Hijo Jesús y
de su Espíritu Santo. (76)

El orden de los sacramentos no es arbitrario; están agrupados en tres unidades: los tres
de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), los dos sacramentos de la
curación o sanación (la Penitencia y la Unción de Enfermos) y, finalmente, los dos sacra-
mentos que están al servicio de la comunidad eclesial y misión de los fieles (el Orden y
el Matrimonio).

En todos ellos se dedica un apartado a la celebración.

El BAUTISMO: es el fundamento de toda la vida cristiana y la puerta que abre el acceso


a los otros sacramentos (n° 1.213). Nos sumerge en la muerte y resurrección de Cristo.

Tras explicar el nombre de este sacramento y las prefiguraciones que hay en el Antiguo
Testamento (Creación, Noé, Mar Rojo, Bautismo en el Jordán), nos recuerda la importancia
del catecumenado postbautismal, necesario no sólo para lograr una «instrucción poste-
riori al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento
de la persona. Es el momento propio de la catequesis» (n° 1.231).

El Catecismo enseña:

Nº 1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad per-


mitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión con una comunidad
eclesial, llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de una "formación, aprendizaje
o noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se
unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente a los cate-
cúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas
y en los ritos sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos
en la vida de fe, la liturgia y la caridad del Pueblo de Dios".

La CONFIRMACION: «Une a los bautizados más íntimamente a la Iglesia y los enriquece


con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más,
como auténticos testigos de Cristo a extender y defender la fe con sus palabras y sus

(76) Cfr. J. ALDAZÁBAL, La liturgia y los sacramentos en el Nuevo catecismo, SINITE, n.° 103 Mayo-Agosto 1993, 355-374.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

obras» (n° 1.285). La tradición latina pone como punto de referencia para recibir la Con-
firmación «la edad del uso de razón (n° 1.307), reconociendo que no hay que confundir la
edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural y niega que la gracia bau-
tismal necesite ser ratificada para hacerse efectiva (n° 1.308). No es un sacramento para
minorías selectas sino que está destinado a todos los creyentes y ha de considerarse en
el contexto de la iniciación cristiana.

El Catecismo enseña:

Nº 1298 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es


el caso en el rito romano, la liturgia del sacramento comienza con la renovación de
las promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos. Así aparece cla-
ramente que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo (cf SC 71).
Cuando es bautizado un adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y participa
en la Eucaristía (cf CIC can.866).

La EUCARISTIA: Culmina la iniciación cristiana. En el marco de la celebración eucarística


se explica los aspectos doctrinales.

El Catecismo precisa y destaca los tres aspectos de la celebración eucarística:

• La Eucaristía es acción de gracias y alabanza del Padre (n° 1.356-1.361).

• La Eucaristía es memorial del sacrificio de Cristo y de su cuerpo que es la Iglesia


(n° 1.362-1.372).

• La Eucaristía es presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu (n°


1.373-1.383).

Es el sacrifico de la Cruz, donde se hace presente Cristo por el poder de su Palabra y del
Espíritu Santo (alusión a la consagración y epíclesis) y nos invita a recibirle como alimento
(n° 1.322-1.419).

En el Sacramento de la Eucaristía al presentar el Pan y el Vino como materia del sacra-


mento, recuerda que también aquí entran con pleno derecho, la dimensión antropológica
de este sacramento: «los signos del Pan y del Vino siguen significando también la bondad
de la creación» como fruto de la tierra, de la vida, del trabajo, humano, dones del Creador
(n° 1.333).

El Catecismo enseña:

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Nº 1324 La Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás
sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado,
están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua".

PENITENCIA Y RECONCILIACION: Comienza enumerando los distintos nombres que


recibe este sacramento y los explica brevemente (nº 1.423-1.1.424). Es denominado tam-
bién sacramento de conversión, sacramento de confesión, de perdón. Hace referencia a
las diversas formas de vivir la Penitencia, como virtud, y subraya el aspecto eclesial del per-
dón y la reconciliación con la Iglesia según la doctrina del Concilio Vaticano II (cfr. LG 11).

Explica el tema de las indulgencias como extensión de los efectos del sacramento y des-
taca que la confesión individual seguida de la absolución es el único medio ordinario para
la reconciliación con Dios y con la Iglesia (n° 1.497). Cuando así lo requieran las circuns-
tancias, existen otras formas de celebración (n° 1.483).

El Catecismo enseña:

Nº 1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la miseri-


cordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se
reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a con-
versión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

UNCION DE ENFERMOS: Comienza con unos números dedicados a la «enfermedad en


la vida humana» (nº 1.500), para luego pasar a explicar cómo Cristo se comportó con los
enfermos, cómo encargó a la Iglesia que los cuidase y finalmente el sacramento de la un-
ción, que no es sólo para los que están a punto de morir, sino para los que empiezan a
estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez, por eso se llama también «sacramento
de los que parten» (n° 1.523).

El Catecismo enseña:

Nº 1499 "Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros,
toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para
que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte
de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios" (LG 11).

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

ORDEN SACERDOTAL: Después de afirmar el sacerdocio único de Cristo explica «los


modos de participar en ese único sacerdocio de Cristo»: ante toda la comunidad sacer-
dotal (n° 1.546) y, dentro de ella, marcado por un nuevo sacramento, el sacerdocio minis-
terial que está, lo dice en dos ocasiones «al servicio del sacerdocio común» (n° 1.547) y
«al servicio del sacerdocio bautismal» (n° 1.120).

Hay que considerar este sacramento como todos en cuanto a ejercicio concreto de la con-
dición que tiene la Iglesia de ser sacramento universal de salvación. Lo mismo que el ma-
trimonio, son sacramentos que no se acaban en sí mismos como gracia o beneficio
personal, aunque también son esto, sino que se dirigen al bien de toda la Iglesia y, aún
más, de la humanidad (nº 1.590-1.600).

El Catecismo enseña:

Nº 1547 El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el


sacerdocio común de todos los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado,
están ordenados el uno al otro; (...) ambos, en efecto, participan (LG 10), cada uno a su
manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En qué sentido? Mientras el sacerdocio
común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de espe-
ranza y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sa-
cerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es
uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia.
Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.

El MATRIMONIO: Se sitúa en la perspectiva de la historia de la salvación, en relación


con la mística esponsal de Cristo con la Iglesia. Destaca la alusión explícita a la fecundidad
que tiene su complemento en la tercera parte del Catecismo, al exponer el sexto manda-
miento y la presentación de la familia cristiana como «Iglesia doméstica» (n° 1.655).

El Catecismo enseña:

Nº 1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí
un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro
Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC can. 1055, §1)

Insiste siguiendo la doctrina del Concilio Vaticano II en la «íntima comunidad de vida y


amor» (n° 1.646).

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En verdad los sacramentos son «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre
vivo y vivificante» (n° 1.116).

Los sacramentos tienen una importancia trascendental dentro de la liturgia de la Iglesia.


A veces pueden vaciarse de contenido y convertirse en pura rutina social. Pero correcta-
mente vividos constituyen un elemento esencial de la vida cristiana. No se puede hablar
despectivamente de «sacramentalización», como si se tratara de un cristiano de segunda,
reservado a grupos populares y periféricos de la Iglesia. También en este campo el Cate-
cismo esta llamado a realizar una importante tarea en la nueva evangelización.

Sería también erróneo pensar que hay cinco sacramentos individuales y dos sociales: todo
sacramento toca lo más íntimo de la persona, su relación con Dios, su santificación y la
prenda de su glorificación; y tiene a la vez una dimensión social, una relación especial con
la eclesialidad, con la vida en el cuerpo visible de Cristo que es la Iglesia. En efecto, la ini-
ciación cristiana no es sólo un acontecimiento que mire a la persona en una misión exclu-
sivamente individual: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía introducen en la Iglesia,
fortalecen la pertenencia a ella, fundan el espíritu apostólico y misionero, y confieren la
unidad de la fe por el don del Espíritu y por la transformación en Cristo. La Penitencia no
sólo sana al cristiano espiritualmente enfermo, sino que, al devolverle la gracia, lo conduce
a la situación eclesial normal. La Santa Unción, al confortarlo en su dolencia física, lo asocia
al ministerio de la salvación que se realiza y se vive en la Iglesia. Desde otro ángulo, el
Orden y el Matrimonio no sólo tiene una vertiente social y comunitaria, sino que consti-
tuyen fuentes de gracia y de santidad personales para el cristiano que es llamado por Dios
a vivir en el estado de ministro de la Iglesia o en el de cónyuge cristiano.

Así pues, en la Iglesia lo personal es vivido en la misteriosa comunión del Cuerpo de


Cristo, y lo social no tiene dimensión verdaderamente cristiana sino a condición de guar-
dar una relación profunda y radical con la gracia y la santidad, en definitiva con la vocación
última y personal del hombre, que es la gloria. (77)

La doctrina sobre los sacramentos está íntimamente relacionada con la vida moral y la
conducta evangélica de los discípulos de Jesús, es una consecuencia del ser cristiano. El
Catecismo debe ser leído como un todo orgánico ya que es como un tejido entrelazado
en que unas hebras dan sentido y firmeza a las otras. (78)

Proclamar la fe, creerla en el corazón y celebrarla a través de la Eucaristía, los sacramen-


tos y la oración son los elementos eclesiales que no pueden separarse entre sí. Desde

(77) Cfr. J. MEDINA ESTÉVEZ. Los sacramentos de la Iglesia. O. R. 5-II-93, 10.


(78) El Catecismo está concebido como una exposición sistemática de toda la fe católica. Es preciso leerlo como una unidad.
Numerosas referencias marginales y el índice analítico al final del volumen permiten comprobar la vinculación de cada
tema con el conjunto de la fe. Cfr. CATIC n.° 18.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

los tiempos de los Apóstoles se ha proclamado el Evangelio para que los creyentes pu-
dieran celebrar la Eucaristía con sentido. Cuando Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi se
refiere a la fuerza evangelizadora de los sacramentos, afirma que, «la finalidad de la
evangelización es precisamente educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cris-
tiano a vivir y no a recibir de modo pasivo o apático los sacramentos como verdaderos
sacramentos de la fe». (79)

Evangelización y liturgia son inseparables. La realidad salvadora que la Iglesia proclama


con la evangelización es la misma que se celebra en la liturgia. Toda celebración sacra-
mental es esencialmente evangelizadora para la eficacia del sacramento, por la Palabra
de Dios que en ella se proclama y por ser expresión de la fe de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II lo ha expresado de manera espléndida: «La liturgia impulsa a


los fieles a que, saciados con los sacramentos pascuales, sean «concordes en la pie-
dad»; ruega a Dios que «conserven en su vida lo que recibieron en la fe», y la renova-
ción de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los
fieles a la apremiante caridad de Cristo»; «la liturgia.., contribuye en sumo grado a
que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y
la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia». (80)

Toda la segunda parte del Catecismo expone cómo la salvación de Dios se hace presente
en las acciones de la Liturgia de la Iglesia particularmente en los siete sacramentos.

5.3. LA FE VIVIDA EN LA PRÁCTICA DE LOS MANDAMIENTOS

«Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no


degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de
qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas
para ser trasladado a la luz del Reino de Dios» (San León Magno, serm. 21, 2-3) (n° 1.691).

Estas palabras prográmaticas con las que comienza la tercera parte del catecismo titulada
La vida en Cristo, nos indican en resumen la esencia de la ética cristiana expuesta a lo
largo de todo el catecismo.

Este título señala el valor universal a la vida del cristiana que no se reduce a mera práctica
o cumplimiento de unas normas, sino que la persona humana creada a imagen y seme-

(79) EN 47.
(80) SC 2-10.

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janza de Dios, se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina, se conforma o no se


conforma al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral, con la ayuda
de la gracia crece en la virtud, evita el pecado y así llega a la perfección de la caridad.

El Catecismo desarrolla la doctrina moral de la Iglesia en torno a estos núcleos:

• La dignidad de la persona humana esta enraizada en su creación a imagen y seme-


janza de Dios. La persona humana, está destinada a la bienaventuranza que res-
ponde al deseo natural de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre
a fin de atraerlo hacia El (n° 1.718).

El Catecismo prosigue exponiendo otros contenidos básicos relacionados con el com-


portamiento moral cristiano:

• Libertad y responsabilidad. El hombre es responsable de sus actos en la medida en


que éstos son voluntarios (nº 1.731-1.748).

• La moralidad de los actos humanos. El acto humano moralmente bueno supone a


la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias (nº 1.749-1.775).

• La conciencia moral. Es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce


la calidad moral de un acto concreto. «La conciencia es el primero de todos los vi-
carios de Cristo» (nº. 778), con precisa frase del Cardenal Newman. La «regla de
oro» para hacer un juicio moral seguro es: «Todo cuanto queráis que os hagan los
hombres hacédselo también vosotros». (Mt. 7,12: Lc. 6,31) (n° 1.789).

• Las virtudes. Hay cuatro virtudes que desempeñan un papel fundamental en el com-
portamiento moral: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Las virtudes
teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad y
son: la fe, la esperanza y la caridad (nos 1.803-45, 2.087-94).

• El pecado. Comienza con una presentación positiva, y concreta que junto con la
orientación eminentemente cristológica, subraya la misericordia y la redención (n°
1.846-48). Es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna. Es una
ofensa a Dios, una desobediencia a Dios contraria a la obediencia de Cristo a su
Padre. Es mortal o venial. No hay límites a la misericordia de Dios; únicamente,
quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca (Mc. 3,29).

Otro apartado de esta sección está dedicado a la comunidad humana: la persona y la so-
ciedad, participación en la vida social, la justicia social, ley moral, gracia y justificación y
la Iglesia Madre y educadora. Los pastores de la Iglesia ejercen ordinariamente su magis-
terio en materia moral en la catequesis y en la predicación sobre la base del Decálogo,
que enuncia los principios de la vida moral válidos para todo hombre (nº 1.877-2.051).

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Decálogo o «diez palabras» resumen y proclaman la ley de Dios, desarrollado en los


diez mandamientos que son presentados tanto desde la perspectiva del «gran aconteci-
miento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza» de Dios con su pueblo (n°
2.057) como desde su referencia explícita al seguimiento de Jesús de Nazaret y al estilo
de diferencia trascendente de la ética cristiana (n° 2.052-55, 2.074).

El análisis de cada uno de los mandamientos explicitan la respuestas del amor que el hom-
bre está llamado a dar a su Dios. Cada uno de los mandamientos se sitúa en la perspectiva
global que permite comprender y captar todas sus explicaciones, en particular en lo que
se refiere al testimonio del cristiano en la sociedad de hoy.

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

Éxodo 20, 2-17 Deuteronomio, 5, 6-21 Fórmula catequética

«Yo soy el Señor tu Dios «Yo soy el Señor, tu Dios, «Yo soy el Señor tu
que te ha sacado del país que te ha sacado de Dios:
de Egipto de la casa de Egipto, de la servidumbre.
servidumbre.

No habrá para ti otros dio- No habrá para ti otros dio- 1. Amarás a Dios
ses delante de mí. No te ses delante de mí. sobre todas las cosas.
harás escultura ni imagen
alguna, ni de lo que hay
arriba en los cielos, ni de lo
que hay abajo en la tierra.
No te postrarás ante ellas
ni les darás culto, porque
yo el Señor, tu Dios, soy un
Dios celoso, que castigo la
iniquidad de los padres en
los hijos, hasta la tercera
generación de los que me
odian,y tengo misericordia
por millares con los que
me aman y guardan mis
mandamientos.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

No tomarás en falso el No tomarás en falso 2. No tomarás


nombre del Señor porque el nombre del Señor, tu el nombre de Dios
el Señor no dejará sin cas- Dios... en vano.
tigo a quien toma su nom-
bre en falso.

Recuerda el día del sá- Guardarás el día del sá- 3. Santificarás las fiestas.
bado para santificarlo. Seis bado para santificarlo.
días trabajarás y harás
todos tus trabajos, pero el
séptimo es día de des-
canso para el Señor, tu
Dios. No harás ningún tra-
bajo, ni tú, ni tu hijo ni tu
hija ni tu siervo ni tu sierva,
ni tu ganado, ni el foras-
tero que habita en tu ciu-
dad. Pues en seis días hizo
el Señor el cielo y la tierra,
el mar y todo cuanto con-
tienen, y el séptimo des-
cansó; por eso bendijo el
Señor el día del sábado.

Honra a tu padre y a tu Honra a tu padre 4. Honrarás a tu padre


madre para que se prolon- y a tu madre. y a tu madre.
guen tus días sobre la tie-
rra que el Señor, tu Dios,
te va a dar.

No matarás. No matarás. 5. No matarás.

No cometerás adulterio. No cometerás adulterio. 6. No cometerás actos im-


puros.

No robarás. No robarás. 7. No robarás

No darás falso testimonio No darás testimonio falso 8. No darás falso testimo-


contra tu prójimo. contra tu prójimo. nio ni mentirás.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

No codiciarás la casa de tu No desearás la mujer 9. No consentirás pensa-


prójimo. No codiciarás la de tu prójimo. mientos ni deseos impuros.
mujer de tu prójimo, ni su
siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni nada No codiciarás... nada 10. No codiciarás los
que sea de tu prójimo» que sea de tu prójimo.» bienes ajenos.»

1. AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS (nº 2.083-2.141).


Lo más original en el desarrollo de este mandamiento en el Catecismo está en la defensa
que se hace del derecho a profesar libremente la religión, tanto en privado como en pú-
blico y se pide el reconocimiento público y el reconocimiento jurídico del mismo de forma
que se constituya como un derecho civil.
En él se mencionan también algunos pecados clásicos contra el culto debido a Dios, como
la superstición y la idolatría; se condena el politeísmo, pero también poner en el lugar de
Dios a otros hombres, al dinero, a la raza, al Estado, al poder o al placer; la adivinación, la
consulta de horóscopos y de adivinos está en «contradicción con el honor y el respeto
debido a Dios; se advierte a los fieles del peligro que encierra el espiritismo y la magia.
Además, se afirma que «el ateísmo es un pecado contra el primer mandamiento en tanto
que rechaza o niega la existencia de Dios». «La imputabilidad de este hecho -añade el
Catecismo- puede quedar muy disminuida en virtud de intenciones y de circunstancias»,
y se insiste en que «el reconocimiento de la existencia de Dios no se opone en modo al-
guno a la dignidad del hombre» (n° 2.126).
El Catecismo dedica unas palabras al mucho más extendido agnosticismo, que puede de-
rivar en «un indiferentismo, una huida ante la cuestión más última de la existencia» (n°
2.128), además de una excusa para hacerse una moral al propio gusto; se convierte con
frecuencia en un ateísmo práctico.
Se defiende, en cambio, el culto a las imágenes, fundada en el dogma de la Encarnación
del Hijo de Dios en el Seno de la Santísima Virgen María (n° 2.141).
El Catecismo enseña:

Nº 2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Ama-
rás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt
22, 37; cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente
a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6,
4). Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las
“diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor
que el hombre está llamado a dar a su Dios.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

2. NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO (nos 2.141-2.167).


Además de estos conceptos tradicionales ligados al segundo mandamiento, respeto a
Dios, Cristo, la Virgen María y los Santos, el Catecismo profundiza en algunas circuns-
tancias aparecidas recientemente, como la imposición de nombres extraños a la cultura
cristiana a los niños al recibir el Bautismo. El patronazgo de un santo ofrece un modelo
de caridad y asegura su intercesión. «Procuren los padres, los padrinos y el párroco que
no se imponga un nombre ajeno al sentir cristiano» (n° 2.156).
Se invita a comenzar la jornada invocando el nombre de la Santísima Trinidad, con la
señal de la Cruz, «que fortalece en las tentaciones y en las dificultades» (n° 2.157).
«Dios llama a cada uno por su nombre» (n° 2.158), por eso el nombre se convierte en el
carnet de identidad de cada cristiano.
El Catecismo enseña:

Nº 2142 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece,


como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente
el uso de nuestra palabra en las cosas santas.

3. SANTIFICARÁS LAS FIESTAS (nº 2.158-2.195).


El Catecismo dedica un amplio espacio a justificar el cambio del sábado al domingo. Si
el primero fue el día sagrado para los judíos por haber sido el día en que se concluyó la
obra de la Creación, el segundo lo es para los cristianos por haber tenido lugar en él la se-
gunda creación, la Resurrección de Cristo.
Se insiste en la obligación de participar en la misa dominical «los que deliberadamente
faltan a esta obligación cometen un pecado grave» (n° 2.181) y de abstenerse en ese día
de trabajos que impidan el culto debido a Dios y el descanso necesario para el cuerpo y
el espíritu. Además se pide a los cristianos que tienen responsabilidades laborales sobre
otros cristianos - los jefes y patronos, por ejemplo-, que eviten imponer sin necesidad car-
gas que impidan respetar el día del Señor.
Se aconseja, además, que los cristianos santifiquen el domingo con actos de caridad, como
la visita a los enfermos, o con un mayor tiempo dedicado a la familia. La parroquia se presenta
como el lugar idóneo para la misa dominical, aunque no el único ni exclusivo. Sin acaparar
todas las exigencias del amor de Dios; los tres primeros mandamientos del Decálogo recogen
el valor y deber ético de la religión. Es de alabar que hayan recogido los valores positivos de
la adoración, la alabanza, el testimonio de lo sagrado y su celebración (nº 2.095-2.109).

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Catecismo enseña:

Nº 2182 La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un


testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman
así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su es-
peranza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo.

4. HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE (nº 2.196-2.257).

Con el cuarto mandamiento se inicia la tabla de exigencias del amor al prójimo sin el cual
no se cumple el precepto de amor a Dios.
En este mandamiento se recogen los derechos y los deberes de los miembros de la fa-
milia entre sí y con respecto a la sociedad, así como la sociedad hacia la familia. Pero
no sólo concierne al grupo familiar, sino que el cuarto mandamiento también incumbe
a los alumnos con respecto a los profesores, a los empleados con respecto a sus gober-
nantes y a su patria.
Los padres deben ser conscientes de que ellos son los primeros responsables de la edu-
cación de sus hijos y de que un aspecto esencial de esa educación es el concerniente a la
fe. Deben respetar la vocación de los hijos, procurando inculcarles que la primera obliga-
ción del cristiano es seguir a Jesús; de ahí que no se conciba en una familia cristiana poner
obstáculos a la vocación sacerdotal o religiosa de los hijos cuando ésta se presente.
En cuanto a la autoridad pública, ésta tiene el deber de respetar los derechos fundamen-
tales de la persona humana y procurar las condiciones necesarias para que esos derechos
puedan ejercerse. Los ciudadanos, por su parte, deben trabajar y cooperar con los poderes
civiles para la construcción de una sociedad justa, libre y solidaria. Una exigencia práctica
de todo eso es el pago de los impuestos, así como el ejercicio del derecho de voto y la
defensa del propio país. Se invita también a los políticos que, en la medida de las posibi-
lidades de sus naciones, permitan la entrada en ellas de emigrantes procedentes de re-
giones más pobres o necesitadas.
Sin embargo el ciudadano «tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones
de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden
moral, de los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio»
(n° 2.242).
La «resistencia a la opresión del poder político» podrá incluso servirse de las armas siem-
pre que se reúnan las siguientes condiciones: violaciones ciertas, graves o prolongadas
de los derechos fundamentales; haber agotado ya todos los demás recursos; no provocar

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

con la violencia desórdenes peores; que sea imposible prever razonablemente soluciones
mejores (n° 2.243).
La Iglesia que no se confunde con la comunidad política y que respeta y promueve la li-
bertad política, reclama para sí el derecho de pronunciar «un juicio moral incluso sobre
cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la
persona o la salvación de las almas» (n° 2.246). Más aún, la Iglesia invita a los políticos a
basar las leyes en la Verdad revelada en Cristo, y advierte que la historia ha demostrado
reiteradamente que cuando esto no se hace así, se corre el riesgo de devenir en dictaduras
totalitarias de uno u otro signo.
El Catecismo enseña:

Nº 2197 El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la ca-


ridad. Dios quiso que, después de Él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos
la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados a hon-
rar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su autoridad.

5. NO MATARÁS (nº 2.258-2.330).


El tratamiento del quinto mandamiento ofrece ocasión para una reflexión profunda sobre
el valor de la vida humana (n° 2.259-62) y la defensa de la salud (n° 2.288-91).
Tiene tres capítulos: el respeto a la vida humana, a la dignidad de la persona y a la salva-
guarda de la paz.
En el primero se trata, entre otras cosas, de la legítima defensa. «El que defiende su vida no
es culpable del homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe
mortal», afirma el Catecismo (n° 2.264). Más aún, la legítima defensa se convierte en un
«deber grave» para aquellos que son responsables de «la vida de otro, del bien común de la
familia o de la sociedad» (n° 2.265). En este apartado se introduce el delicado asunto de la
pena de muerte, exactamente se dice lo siguiente: «La enseñanza tradicional de la Iglesia
ha reconocido el justo fundamento del derecho y el deber de la legítima autoridad pública
para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir en casos de extrema
gravedad la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el
derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores» (n° 2.266).
No es tanto la pena de muerte lo que defiende, cuanto la legítima defensa. El amor hacia sí
mismo sigue siendo un principio fundamental de la moralidad que funda la legítima defensa.
Dentro de este mismo apartado, el aborto merece un tratamiento especial, insistiéndose
en que «la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el mo-

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

mento de la concepción» (n° 2.270). Se recuerda que «la colaboración formal» con el
aborto está sancionado con la excomunión. La eutanasia y el suicidio también son con-
templados en el mismo capítulo.

Después de contemplar los derechos no del cuerpo, sino del espíritu, como el honor, se
habla del escándalo y del derecho a la salud. Se aconseja evitar «toda clase de excesos, el
abuso de la comida, del alcohol, de tabaco y de las medicinas (n° 2.290), se condena el
uso de la droga, calificándolo de «falta grave»; «la producción clandestina y el tráfico de
drogas son prácticas escandalosas» (n° 2.291).

Con respecto a la investigación científica en el ámbito del cuerpo humano, es positiva


siempre que procure «la curación de las enfermedades y el progreso de la salud pública»,
pero no podrán ser aceptadas investigaciones que impliquen «actos contrarios a la digni-
dad de las personas o a la ley moral»; se rechaza el trasplante de órganos cuando no se
tiene el permiso del donante o de su tutor, y se advierte que es «moralmente inadmisible
provocar directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien
su muerte aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas» (n° 2.296).

Termina la explicación del mandamiento con el tema de la paz. La tesis de base es que
hay que evitar la guerra y para ello se establecen unas estrictas condiciones para la guerra
justa, semejantes a las de la defensa personal con el añadido de que los medios modernos
de destrucción tienen tal capacidad que deben valorarse con mucha precisión el uso de
los mismos.

Siempre hay que recurrir a medios no sangrientos cuando pueden éstos resolver verda-
deramente la situación.

Se reconoce a los poderes públicos el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las
obligaciones necesarias para la legítima defensa, y se califica a los militares de «servidores
de la libertad y de la seguridad de los pueblos (n° 2.310), se advierte también que «la ca-
rrera de armamentos no asegura la paz (n.° 2.315), y se critica «la producción y el comercio
de armas» (n° 2.316).

El Catecismo enseña:

Nº 2258 “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es
fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con
el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su
término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de
modo directo a un ser humano inocente” (Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instr. Donum vitae,  intr. 5).

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

6. NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS (nº 2.331-2.400).

El catecismo ha procurado hacer un desarrollo positivo del precepto especialmente en


este mandamiento, tan afectado por las críticas a su talante negativo y represor. De ahí
que se comience afirmando que «Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer
la vocación y consiguientemente la capacidad y responsabilidad del amor y de la comu-
nión» (n° 2.331).

Se hace también un desarrollo positivo de la sexualidad y de la diferencia de sexos, que


son vistos como «complementarios» y no como opuestos o en lucha, a la vez que se insiste
en la igual dignidad de ambos.

Otro elemento novedoso es introducir en este mandamiento el concepto de castidad y


elogiar la vocación de la misma.

Los pecados contra la castidad son la lujuria, la masturbación -por primera vez se admiten
atenuantes de ella, que pueden llegar a anular la culpabilidad moral-, la fornicación, la
pornografía...

Sobre la homosexualidad, el juicio es negativo pero con una actitud recomendada de


compasión, respeto y delicadeza hacia los que la padecen.

En cuanto al amor de los esposos, las relaciones sexuales entre ellos se califican de «signo
de la comunión espiritual» y por lo tanto algo positivo y santo, aceptando que la sexuali-
dad es por sí misma positiva en cuanto que es «fuente de alegría y de agrado» (n° 2.362).

Sobre el control de la natalidad se dice que los esposos «pueden querer por razones jus-
tificadas espaciar los nacimientos de sus hijos» a la vez que deben asegurarse de que su
deseo no proceda del egoísmo sino que esté conforme con la «justa generosidad de una
paternidad responsable». Para conseguir ese control de natalidad se recomienda la con-
tinencia periódica o los métodos naturales, y se califican de «íntrinsicamente malos» a
todos los demás (n° 2.370).

Se concede al Estado el poder de intervenir «para orientar la demografía de la población»,


pero sólo mediante una información objetiva y respetuosa y nunca «favoreciendo los me-
dios de regulación demográfica contrarios a la moral» (n° 2.372).

Se aceptan los métodos dirigidos a vencer la esterilidad excepto aquéllos que introducen
un elemento extraño a la pareja -inseminación y fecundación artificiales homólogas, ca-
lificadas de «gravemente deshonestos» (n° 2.376)-, mientras que los que tienen lugar en
el seno de la pareja -inseminación y fecundación artificiales homólogas- son «menos per-
judiciales», aunque siguen siendo moralmente reprobables (n° 2.377).

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Por último, se tipifican «las ofensas a la dignidad del matrimonio, adulterio, divorcio –«el
cónyuge casado de nuevo se encuentra en situación de adulterio público y permanente»–
, poligamia, unión libre e incesto. En cuanto a las relaciones prematrimoniales, se consi-
deran ilegítimas puesto que el amor «no conoce el ensayo y la prueba».

El Catecismo enseña:

Nº 2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad


sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están
orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía
de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vivi-
das entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.

7. NO ROBARÁS (nº 2.401-2.463).


En el séptimo mandamiento se subraya con igual fuerza el derecho a la propiedad privada
y el destino universal de los bienes (n° 2.402-06) con especial referencia a situaciones
concretas que resulten hoy problemáticas, como la especulación abusiva, los juegos de
azar o las modernas formas de esclavitud.
Llama la atención el apartado dedicado a la preocupación ecológica, como cuestión moral
(n° 2.415-16), que se encuentra ya preanunciada en la primera parte del Catecismo al ha-
blar de la Creación.
El séptimo mandamiento prohibe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y per-
judica de cualquier manera al prójimo en sus bienes, prescribe la justicia y la caridad en la
gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres y con miras al
bien como exige el respeto al destino universal de los bienes y del derecho de la propiedad
privada. Además de la justicia el cristiano ha de practicar la caridad.
Con un enunciado tradicionalmente negativo se intenta un plateamiento positivo.
Un capítulo especialmente significativo es el dedicado a la Doctrina Social de la Iglesia,
que rechaza «todo sistema en el cual las relaciones sociales queden enteramente deter-
minadas por factores económicos» (n° 2.423) y condena aquellas teorías que «hacen del
beneficio la regla exclusiva y el fin último de la actividad económica», así, como aquellos
sistemas que «sacrifican los derechos fundamentales de las personas y de los grupos a la
organización colectiva de la producción».
«La Iglesia -se afirma tajantemente- ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asocia-
das en los tiempos modernos, al «comunismo» y al «socialismo» (n° 2.425), pero también
ha rechazado el capitalismo que promulga el primado absoluto de la ley de mercado.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Se reconoce el derecho y el deber del Estado a intervenir en el orden económico pero de


manera subsidiaria. Se hace un encendido elogio de los empresarios, como garantes del
empleo y de la inversión, a la vez que se les exige que «consideren el bien de las personas
y no sólo el aumento de las ganancias» (n° 2.432). Es una grave injusticia no pagar el justo
salario y la huelga es legítima cuando se presenta como inevitable y en busca de un be-
neficio proporcionado, mientras que es inaceptable cuando va acompañada de violencia
o persigue objetivos no directamente relacionados con las condiciones de trabajo o con-
trarios al bien común. Por último se anima al cristiano a la limosna.

El Catecismo enseña:

Nº 2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno es contraria al


séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmuta-
tiva impone la restitución del bien robado.

8. NO DARÁS FALSO TESTOMONIO NI MENTIRÁS (nº 2464-2513).

El octavo mandamiento prohibe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. El cris-
tiano no puede olvidar que Dios es la fuente de la Verdad y que Cristo es la Verdad y el
Espíritu Santo nos ha de llevar hasta la verdad completa (n° 2.464-66).

La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforme, las cir-
cunstancias, las intenciones del que la comete y las consecuencias que acarrea para las víc-
timas. En sí es sólo un pecado venial, pero se hace mortal cuando hiere gravemente la virtud
de la justicia y de la caridad. Todo este tipo de faltas lleva consigo el deber de reparación.

Un capítulo dentro de este mandamiento está dedicado al respeto de la verdad en los medios
de comunicación. Existe el deber de evitar el escándalo y los profesionales tienen el derecho
de guardar en secreto aquello que han conocido en virtud de su trabajo, salvo en el caso de
que el secreto cause un daño más grave al que lo ha confiado, el que lo ha recibido o a un
tercero. El secreto de confesión es sagrado y no puede ser violado bajo ningún concepto.

Los medios de comunicación tienen una importantísima misión social, que ejercerán siem-
pre que sirvan a la verdad sin ofender a la caridad, evitando a toda costa la difamación (n°
2.493-99).

Se ha introducido en este mandamiento lo concerniente al «arte sacro», que debe ser esti-
mulado y protegido como testimonio de la verdad y la belleza que procede de Dios y que
en Dios encuentra su plenitud. Es sorprendente por inesperadas las hermosas alusiones al
respeto y cultivo de la belleza, tan vinculada tradicionalmente a la verdad y a la bondad.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Catecismo enseña:

Nº 2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en


sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

9. NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS (nº 2.514-2.533).

Los dos últimos mandamientos, tan olvidados frecuentemente por la catequesis y la pre-
dicación de la Iglesia, ofrecen una espléndida ocasión para subrayar las dimensiones de
la totalidad e interioridad de la ética cristiana.
El noveno mandamiento invita a la purificación del corazón, en el cual está la sede de la
personalidad moral. El combate por la pureza se libra, con la gracia de Dios, mediante «la
virtud y el don de la castidad»; a través de «la pureza de intención», por la cual el bautizado
intenta cumplir en cada acción la voluntad de Dios; «por la pureza de la mirada», que
ayuda a controlar la imaginación y rechaza todo pensamiento impuro; y «mediante la ora-
ción» (n.° 2.520).
La pureza exige el pudor, que es parte integrante de la virtud de la templanza, y que pre-
serva la intimidad de la persona; el pudor es modestia y debe inspirar la elección del ves-
tido, sin que el Catecismo diga nada en particular contra ninguna moda.
El Catecismo enseña:

Nº 2514 San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupis-


cencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2, 16
(Vulgata)). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento pro-
híbe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno.

10. NO CODICIARÁS LOS BIENES AJENOS (nos 2.534-2.557).

En el décimo mandamiento se presenta la llamada a la libertad del espíritu, al tiempo que


se pone de relieve la desarmonía creada por esos dos arcángeles negros que son la avaricia
y la envidia (n° 2.535-40).

No se viola este mandamiento por desear cosas que pertenecen al prójimo, siempre que
los medios que se quieran emplear para conseguirlas sean justos.

La envidia se califica un «pecado capital» (n° 2.539), designa la tristeza que se experimenta
ante el bien ajeno y el deseo inmoderado de apropiárselo. Cuando se desea un mal grave

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

al prójimo es un pecado mortal. La envidia representa una de las formas de tristeza y es


lo contrario a la caridad, procediendo con frecuencia del orgullo; el cristiano luchará contra
ambas a través de la benevolencia y la humildad.

Todo el Decálogo «desemboca en las bienaventuranzas, principalmente en la primera, la


de los pobres de espíritu, a los que se promete el Reino de los Cielos». (81)

Este apartado del Catecismo ha sido desde su elaboración el que más sugerencias y en-
miendas recibió por parte de las personas e instituciones consultadas.

El Catecismo aborda interrogantes profundos del hombre con resonancias en su vida


práctica que afecta a lo más íntimo de la existencia.

Sobre la importancia de la moral en el Catecismo, el Cardenal Ratzinger en la presenta-


ción oficial en Roma se preguntó: ¿El Catecismo es un libro de moral? El mismo se res-
pondió con estas palabras: «Es también esto, pero es algo más. Trata del ser humano, pero
con el convencimiento de que la pregunta sobre el hombre no puede ser separada de la
pregunta de Dios. No se habla de forma correcta del hombre, si no se habla también de
Dios; de Dios, sin embargo, no podemos hablar correctamente, si Él mismo no nos dice
quien es. Por ello, las indicaciones morales que el Catecismo nos ofrece, no deben ser se-
paradas de lo que él dice sobre Dios y sobre la historia de Dios con nosotros. El Catecismo
debe ser leído como una unidad. Se leería de forma falsa las páginas sobre la moral, si se
separase de su contexto, es decir, de profesión de la fe, de la doctrina sobre los sacramen-
tos y sobre la oración». (82)

Sin duda alguna que el Catecismo nos ofrece en muchos aspectos una moral totalmente
renovada, como puede ser el título que orienta todo el contenido de este apartado: La
vida en Cristo. La moral del nuevo Catecismo está en el seguimiento de Jesús para decir-
nos que «el seguimiento de Cristo implica cumplir los mandamientos» (n.° 2.232).

Este seguimiento de Cristo en quien se expresan y manifiestan claras y transparentes las


verdaderas exigencias de la voluntad de Dios, es la ley nueva.

Por ello, nada más lejos de la ley nueva que la ley jurídico normativa. Las leyes y normas
del comportamiento del hombre renovado no son algo externo y amenazador escrito en
tablas de piedra, sino que se rige desde el misterio humano de «ser capaz» de Dios y de
la llamada a la comunión y desde el Espíritu que la renueva y vivifica sin incapacitarlo.

(81) Ch. SCHÓNEORN, Les criteres de redaction du catechisme de l'Eglise catolique en: NRT 115 (1993) 167-68.
(82) J. RATZINGER: O. R. 11-XII-1992, 9, EN PRESENTACIÓN OFICIAL...

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Las nuevas situaciones exigen nuevos caminos para la evangelización. «Así la nueva evan-
gelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente
con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comuni-
taria, en las relaciones de igualdad y de autoridad: con estructuras y dinamismo que hagan
presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento uni-
versal de salvación». (83)

Toda la exposición moral recupera los mandamientos de la ley nueva del Espíritu y orienta
principalmente la descripción de la ley hacia la perfección exigida por la vida en Cristo.

5.4. LA FE EXPRESADA EN LA PLEGARIA

Es la parte más breve del Catecismo. Se desarrolla en torno a dos ejes o secciones:

En la primera sección explica el lugar de la oración en la vida cristiana, para exponer en la


segunda el Padrenuestro, que ya Tertuliano calificaba «breviarium totius evangelii» (un
compendio de todo evangelio) (84) con un breve comentario de las siete peticiones de la
oración del Señor.

En efecto es una catequesis fundamental sobre la oración cristiana con un tratamiento


muy sugestivo. Desde el Antiguo Testamento la oración se revela como una llamada uni-
versal al encuentro del hombre con Dios. Aparecen los modelos orantes de la historia de
la salvación: Abraham, Moisés, Samuel, Elías, los profetas.

Los salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios. El Salterio es el libro en
que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. (nos 2-587).

En la plenitud de los tiempos Jesús es el Gran Orante y Maestro de Oración. Él mismo


escuchaba la oración de fe expresada en palabras, «sanando enfermedades o perdonando
pecados», Jesús siempre responde a la plegaria de quien le suplica con fe. «¡Ve en paz, tu
fe te ha salvado!» (n° 2.616). Modelo de oración para los cristianos es también la oración
de la Virgen María «que con su Fiat y su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa
de todo su ser a Dios en la fe».

Desde Pentecostés la comunidad cristiana practica la oración. Las formas de oración que
vive la Iglesia son: la bendición y la adoración, la oración de petición, la oración de inter-
cesión, la oración de acción de gracias y de alabanza.

(83) Conclusiones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.


(84) TERTULIANO, De Oratione 1, 6.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Hay páginas bellísimas de teología narrativa sobre la oración vocal, mental, y la oración
contemplativa y silenciosa «símbolo del mundo venidero» o «amor silencioso» con pala-
bras de San Juan de la Cruz (n° 2.717).

La oración vocal es «la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y plena-
mente humana» (n° 2.704).

Es la primera expresión del corazón orante. Dado que la naturaleza humana está com-
puesta de cuerpo y espíritu, experimentamos la necesidad de «traducir exteriormente
nuestros sentimientos» (n° 2.702).

Los sentimientos y pensamientos internos se confirman y se intensifican cuando lo ex-


presamos exteriormente, de lo contrario pueden disminuir o desaparecer. Además la ora-
ción vocal debe responder también a la exigencia divina: «Dios busca adoradores en
espíritu y en verdad» (n° 2.703). Por consiguiente, en la oración el hombre se presenta
con todo su ser, alma y cuerpo, sabiendo siempre: «que nuestra oración se oiga no de-
pende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas» (S. Juan Crisóstomo)
(n° 2.700).

La meditación es otra expresión de la oración cristiana que también señala el Catecismo.


Ella «hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo» (n° 2.708)
para comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana» (n° 2.705).

La meditación se aplica preferentemente a los «misterios de Cristo» como en la «lectio


divina» o en «el Rosario» (n° 2.708).

La contemplación es la tercera forma de la oración cristiana que descubre el Catecismo,


con palabras de Santa Teresa: «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar
de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (n.°
2.709). Porque cuando dos personas se aman, sienten la necesidad de hablarse, para ex-
presar el aprecio, la admiración, la confianza, para pedir perdón o ayuda. Se habla parti-
cularmente, para comunicar, para comprenderse, para hacer juntos y para profundizar en
la comunión recíproca.

Por tanto la contemplación es oración de comunión (n° 2.713), de ofrecimiento de sí


mismo, en la obediencia de la fe acogida incondicional del servicio y adhesión amorosa
del Hijo (n° 2.716).

Las palabras de la contemplación no son discursos, sino «ramillas que alimentan el fuego
del amor» (n° 2.717).

Las otras formas son expresiones complementarias de la oración porque tienen la misma
raíz: «el recogimiento del corazón» (n° 2.699).

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Entrando en la oración no siempre el cristiano entra en la tranquilidad. Al contrario, la


oración supone siempre un esfuerzo. Entrar en la oración significa entrar en una batalla
espiritual. Combatir contra nosotros mismos y contra el tentador (n° 2.725).

La batalla espiritual requiere que no se considere a la oración como una simple apelación
psicológica o puro esfuerzo de concentración, la oración es también acción del Espíritu
Santo (n° 2.726).

A estas y otras tentaciones que ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la


oración conviene responder «con humildad, confianza y perseverancia» (n° 2.753).

Entre las dificultades que obstaculizan la oración y requieren un esfuerzo, el Catecismo


menciona de forma particular, las faltas de ganas y las distracciones.

La oración cristiana, unida a la de Jesús, es siempre eficaz, según los designios de Dios y
es una necesidad vital para el cristiano orar continuamente y es inseparable de la vida
cristiana.

La «oración sacerdotal» de Jesús (Cfr. Jn. 17) recapitula, toda la economía de la creación
y de la salvación. Inspira las grandes peticiones del «Padre Nuestro», la más perfecta de
las oraciones (n° 2.774), que también se llama «oración dominical» porque nos viene del
Señor Jesús, Maestro y Modelo de nuestra oración (n° 2.775).

Estamos ante un jugoso y completo «tratado» sobre la oración cristiana que culmina con
un rico comentario al Padre Nuestro inspirado en los Santos Padres.

Esta cuarta parte sobre la oración, resume en cierto modo las otras partes precedentes,
el mismo misterio de Cristo profesado en la fe, celebrado en la liturgia y vivido en el Es-
píritu Santo es interiorizado en la oración personal en comunión con la Iglesia. De ahí la
importancia de la oración en toda la historia de la salvación, en la liturgia y en la vida de
los santos.

Según el Cardenal Ratzinger: «Los sacramentos presuponen la oración personal y, a su


vez, éstos dan solamente a la oración personal su orientación sólida en cuanto que la in-
sertan en la oración común de la Iglesia y, por tanto, en el diálogo de Cristo con el Padre.
Pero también oración y moral son inseparables: Solamente a partir de la conversión a
Dios se abren los caminos de una auténtica realización humana, de la oración recibimos
nosotros en todo momento las necesarias correcciones; gracias a la reconciliación entre
nosotros». (85)

(85) J. RATZINGER. O. R. 11-XII-1992, 9.

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La santidad que es desarrollo de la vida de fe y la esperanza y la caridad, recibida desde


el bautismo busca la contemplación de Dios que ama y de Cristo su Hijo.

Sin una capacidad de contemplación y oración la liturgia que es acceso a Dios, a través
de signos se convierten en acción carente de profundidad.

La oración es inseparable sin la vida de la fe. Si creemos, se nos concede esperar, y puesto
que creemos y esperamos, podemos amar. «Quien reza de forma consciente el Padre
Nuestro «se compromete» con el Evangelio: no puede en efecto, dejar de aceptar las con-
secuencias que para la propia vida se derivan del mensaje evangélico, del cual la «oración
del Señor» es la expresión más auténtica». (86)

El Catecismo no se adhiere a ninguna escuela de espiritualidad, sino que prolonga la es-


piritualidad bíblica a la luz de la experiencia común de los que han cultivado la espiritua-
lidad, tanto en oriente como en occidente. (87)

La cuarta parte del Catecismo, sin perder la relación con las otras, partes y formando uni-
dad armónica con la misma, tiene un talante más vital, experencial y psicopedagógico que
los otros grandes núcleos de la fe, el credo, los sacramentos y la moral.

El Catecismo enseña:

Nº 2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor
y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa
al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo
que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres,
ese amor con el cual Jesús nos ha amado. “Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre
os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).

(86) JUAN PABLO II, Audencia General. 23-IX-1992, en: Eclesia n.° 2.603, 24-X-1992, 37.
(87) J. CORBON, La oración en la vida cristiana. O. R. 2-VII-1993, 10.

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LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN EL CATECISMO

6. LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN
EL CATECISMO
El Catecismo contiene cosas nuevas y cosas antiguas, pues la fe siendo siempre la misma,
es fuente constantemente de luces nuevas. Es la misma e inalterable fe de la Iglesia pero
el modo de exponerla aparece nuevo.

El Catecismo recoge el orden antiguo tradicional y seguido ya por el Catecismo de S. Pío


V, dividiendo el contenido en cuatro partes: El Credo, los Sacramentos, los Mandamientos
y la Oración Cristiana. Pero al mismo tiempo el contenido es expresado con frecuencia
de una forma «nueva», con el fin de responder a los interrogantes de nuestra época.

La moral evangélica ocupa un lugar privilegiado en el Catecismo de la Iglesia Católica.


De menor extensión que la parte dedicada a los artículos del Credo, la que presenta los
Mandamientos, está a diferencia del Catecismo de Trento, mucho más desarrollada que
la que se reserva la liturgia y a los sacramentos. En cuanto a las cuatro partes en que se
divide, el Credo ocupa el 39% del total; los Sacramentos el 23%, los Mandamientos el
27% y el Padre Nuestro el 11%. En el Catecismo de Trento el Credo abarcaba el 22%,
los Sacramentos el 37%, los Mandamientos el 21% y la Oración el 20% del total.

El nuevo Catecismo nos ofrece una visión de la moral en clave de felicidad, cuando pre-
senta las Bienaventuranzas como la respuesta a la pregunta moral sobre la felicidad y
búsqueda que expone seguidamente (nº 1.718 y ss.).

Se cuida de no contraponer una «moral de los Mandamientos» y una «moral de las Bien-
aventuranzas». Por el contrario, muestra la vigencia actual del Decálogo que Cristo interio-
rizó, radicalizó y llevó a su consumación en el doble mandamiento del amor de Dios y del
prójimo y en las exigencias morales contenidas en el mensaje de las bienaventuranzas.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

A este respecto, conviene recordar «el carácter unitario de la ética cristiana que mantiene
una continuidad real que va desde las normas morales inscritas en el corazón del hombre
hasta los imperativos más radicales de la vida cristiana». (88)
El Catecismo alude en el tema tradicional del pecado mortal y venial, al planteamiento
totalmente nuevo del pecado estructural. Así lo describe: «el pecado convierte a los hom-
bres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y
la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bon-
dad divina. Las «estructuras de pecado» son expresiones y efectos de los pecados perso-
nales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico
constituyen un «pecado social» (Cf. RP) (n° 1.869).
Una de las grandes novedades del Catecismo respecto de otras anteriores, es la inclusión
de la doctrina social de la Iglesia, tan desarrollada en el Pontificado del Papa Juan Pablo
II, el pontífice más avanzado del siglo en tales temas, desde la perspectiva occidental.
La moral social es objeto de atención en toda la tercera parte del Catecismo y constituye
una cierta novedad el hecho de dedicar uno de los tres capítulos de la primera acción, a la
dimensión social de la persona (nº 1.877-1.948), subrayando así el carácter constitutivo de
esta dimensión de la antropología cristiana. De esta forma la Doctrina Social de la Iglesia,
se incorpora con pleno derecho a la sistemática de la moral cristiana.
Es abundante, y también novedoso, el rico caudal bíblico con 2.500 citas de ambos Tes-
tamentos, la incorporación de los Concilios Ecuménicos (menos los tres primeros de Le-
trán) y las más de mil ocasiones que cita casi todos los documentos del Vaticano II.
Integra todas las formas de expresión de la Iglesia, la Sagrada Escritura, la Tradición occi-
dental y oriental, con elocuentes textos de santos y escritores eclesiásticos.
El más citado, con mucho, es Agustín de Hipona (89), seguido de Tomás de Aquino (64).
De los españoles, figura Juan de la Cruz (5), Teresa de Ávila (5) e Ignacio de Loyola (3).
No se limita a tratar de los Sacramentos de manera aislada, como lo hacía el Catecismo
de Trento, sino que el tratado comienza con una exposición del sentido litúrgico, para
ilustrar, el significado ritual de cada sacramento.
A la vez se destaca muy acertadamente los aspectos antropológicos e inmanentes de la
liturgia (Cfr. n° 1.145, 1.779, 1.220 ), así como la importancia de la religiosidad popular
en relación con la liturgia (n° 1.674 y ss.).

(88) Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Criterios para el análisis y dictaminación de libros y materiales catequé-
ticos. B.O.C.E.E., abril 1993, 110.

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LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN EL CATECISMO

Señala los sacramentos y lo celebrativo como uno de los criterios del diálogo ecuménico
en orden a conseguir la unidad de los cristianos; no es sólo una cuestión de divergencias
de criterios, sino de unión en la oración (Cf. n° 1.126).

No es exagerado pensar –afirma J. Honoré– que es la primera vez en la historia de la ca-


tequesis de Occidente que la liturgia sacramental es presentada en su dimensión mista-
gógica procediendo de lo visible a lo invisible, del signo al significado, de los «sacramen-
tos» y a los «misterios». (89)

El Bautismo aparece como elemento de unidad entre los cristianos, aunque no se haya
conseguido plenamente aún la unión deseada.

El Catecismo se dirige principalmente a los creyentes, pero también tiene una dimensión
misionera, abierta al diálogo con las religiones no cristianas siguiendo el modelo ofrecido
por el documento conciliar Nostra aetate.

Puede afirmarse con toda objetividad que el Catecismo no rehuye ningún tema de moral
actual, basta recordar la presencia de problemas morales nuevos en los que se refiere a:

• La bioética: diagnóstico prenatal (n° 2.274); intervenciones sobre el embrión humano


(n° 2.275); «encarnizamiento terapéutico» (n° 2.278); cuidados paliativos (n.° 2.279);
experimentación médica (n.°s 2.292-2.295); transplantes de órganos (n° 2.296); téc-
nicas de reproducción humana asistida (n.° s 2.375-2.379); métodos de regulación
de natalidad (n° 2.370).
• La ética de la pareja: uniones libres (n° 2.390); «unión a prueba» (n° 2.391).
• La moral social: ideologías y sistemas sociales (nº 2.423 y ss.).
• La moral económica: destino universal de los bienes (nº 2.402-2.403); fraude (n°
1.916); especulación y corrupción (n° 2.409); paro (n° 2.436).
• La moral política: rechazo (nº 2.242-2.243).
• La carrera de armamentos (n° 2.315-2.316).
• La moral de los medios de comunicación social (nº 2.493-2.499).
• La moral internacional: migración (n° 2.241); solidaridad internacional (nº 2.437-2.441).
• Moral ecológica (nº 2.415-2.418).
• Eutanasia (nº 2.277-2.279).
• Aborto (nº 2.270-2.273).
• La moral internacional: migración (n.° 2.241); solidaridad internacional (nº. 2.437-2.441).

(89) Cfr. Mgr. J. HONORÉ, Le catechisme de 1'Eglise Catolique. Nouvelle Revue Teologique 115 (1993), 3-8.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

No es el Catecismo un catálogo de pecados nuevos, ni una lista de prohibiciones o per-


misiones.

El Catecismo, y es éste uno de los objetivos que le asigna la constitución apostólica «Fidei
depositum», ayuda a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas
que en el pasado aún no se habían planteado».(90)

Ofrecemos algunos puntos de comparación del Catecismo de la Iglesia Católica con el


viejo Catecismo de S. Pío V surgido del Concilio de Trento.

Las partes comparadas son las relativas al pecado original, a los dogmas cristológicos y
mariológicos, a la escatología y algunos comportamientos morales.

CATECISMO ROMANO CATECISMO DE LA IGLESIA


(1556) CATOLICA (1992)

PECADO ORIGINAL PECADO ORIGINAL


Dios había impuesto un precepto a Dios creó al hombre a su imagen y lo
nuestros primeros padres: de todos los estableció en su amistad. Criatura espi-
árboles del Paraíso puedes comer: pero ritual, el hombre no puede vivir esta
del árbol de la ciencia del bien y del mal amistad más que en la forma de libre
no comas, porque el día que de él comie- sumisión a Dios: Esto es lo que expresa
res, ciertamente morirás (Gén. 2,16-17).- la prohibición hecha al hombre de
comer del árbol del conocimiento del
Pero Adán desobedeció, e incurrió en la bien y el mal, «porque el día que comie-
desgracia de perder aquel estado de res de él, morirás» (Gn. 2,17).
gracia y de santidad en que había sido
creado, y quedó sometido a todos aque- «El árbol del conocimiento del bien y
llos males explicados ampliamente en del mal» evoca simbólicamente el límite
el Concilio de Trento. infranqueable que el hombre en cuanto
criatura debe reconocer libremente y
Recordemos, además, que el pecado y respetar con la confianza... (n° 396).
la pena del pecado no quedaron limi-
tados a Adán, sino que de él, como de El hombre tentado por el diablo, dejó
causa y semilla fecunda, trascendieron de morir en su corazón la confianza

(90) FD 3.

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LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN EL CATECISMO

naturalmente a toda su descendencia... hacia su creador (cf Gn 3,1-11) y, abu-


(p. 66-68). sando de su libertad, desobedeció al
mandamiento de Dios. En esto consis-
tió el primer pecado del hombre (cf. Rm.
NOTA: Cfr. CATECISMO ROMANO. Traduc- 5,19)... (n° 397).
ción P. Martín Hernández BAC. Madrid 1956.
Adán y Eva cometen un pecado personal,
pero este pecado afecta a la naturaleza
humana, que transmitirán en un estado
caído (cf Cc. de Trento: DS 1.511-1512),
Es un pecado que será transmitido por
propagación a toda la humanidad, es
decir, por la transmisión de una natura-
leza humana privada de la santidad y de
la justicia originales (n° 404).

ENCARNACIÓN ENCARNACIÓN
Su sentido preciso es éste: Creemos y Volviendo a tomar la frase de San Juan
confesamos que Jesucristo, único Se- («El Verbo se encarnó» (Jn. 1,14), la Igle-
ñor nuestro e Hijo de Dios, cuando por sia llama «Encarnación» al hecho de que
nosotros se encarnó en las entrañas de el Hijo de Dios haya asumido una natu-
la Virgen, fue concebido no por la obra raleza humana para llevar a cabo por
de varón, como los demás hombres, ella nuestra salvación (n.° 461). El acon-
sino –superado todo orden natural– tecimiento único y totalmente singular
por virtud del Espíritu Santo. Y de esta de la Encarnación del Hijo de Dios no
manera, una misma persona, sin dejar significa que Jesucristo sea en parte
de ser el Dios que era desde toda la Dios y en parte hombre, ni que sea el re-
eternidad, empezó a ser hombre, cosa sultado de una mezcla confusa entre lo
que antes no era (p. 91). divino y lo humano. El se hizo verdade-
ramente hombre sin dejar de ser verda-
deramente Dios. Jesucristo es verdadero
Dios y verdadero hombre. La Iglesia
debió defender y aclarar esta verdad de
fe durante los primeros siglos frente a
unas herejías que la falseaban (n° 464).

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

VIRGINIDAD DE MARÍA VIRGINIDAD DE MARÍA


Si en la prodigiosa concepción de Cristo Desde las primeras formulaciones de la
todo excedió el orden natural, tampoco fe (cf DS 10-64), la Iglesia ha confesado
en su nacimiento puede explicarse nada que Jesús fue concebido en el seno de
sin especial intervención divina. la Virgen María únicamente por el
poder del Espíritu Santo, afirmando
Nace de una madre sin detrimento de también el aspecto corporal de este su-
su virginidad: no cabe suponer milagro ceso: Jesús fue concebido «absque se-
más sorprendente. Como más tarde sal- mine ex Spiritu Sancto» (Cc. Letrán, año
drá del sepulcro cerrado y sellado; como 649: DS 503), esto es, sin elemento hu-
se presentará a los discípulos estando mano, por obra del Espíritu Santo. Los
cerradas las puertas; o como –para usar Padres ven en la concepción virginal el
una comparación tomada de las cosas signo de que es verdaderamente el Hijo
naturales– el rayo del sol penetra el de Dios el que ha venido en una huma-
cuerpo sólido de cristal sin romperlo ni nidad como la nuestra (n° 496).
dañarlo, del mismo modo, pero de una
manera infinitamente más sublime, La profundización de la fe en la mater-
Cristo salió del seno de la Madre sin de- nidad virginal ha llevado a la Iglesia a
trimento alguno de su virginidad... confesar la virginidad real y perpetua de
María (cf DS 427) incluso en el parto
Con razón podemos ya cantar la inco- del Hijo de Dios hecho hombre (cf DS
rruptible y perpetua virginidad de María. 291; 294; 442; 503; 571; 1.880). En
Semejante prodigio es evidente que efecto, el nacimiento de Cristo «lejos
sólo pudo llevarlo a cabo la infinita vir- de disminuir consagró la integridad vir-
tud del Espíritu Santo, que asistió a la ginal» de su Madre (LG 57), la liturgia
Virgen en la concepción y parto de su de la Iglesia celebra a María como la
Hijo, «dándole fecundidad sin privarla «Aeiparthenos», la «siempre-virgen» (cf
de su perpetua virginidad» (p.101). LG 52) (n° 499).

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LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN EL CATECISMO

CRUCIFIXIÓN CRUCIFIXIÓN
Si las culpas de todos condujeron a Los judíos no son responsables colecti-
Cristo al suplicio de la Cruz, quienes se vamente de la muerte de Jesús.
revuelcan en maldades y torpezas, de
nuevo, en cuanto de ellos depende, cru- Tanto es así que la Iglesia ha declarado
cifican para sí mismos al Hijo de Dios y en el Concilio Vaticano II: «Lo que se
le exponen a la afrenta (Heb. 6,6). Y este perpetró en su pasión no puede ser im-
delito es mucho más grave en nosotros putado indistintamente a todos los ju-
que en los judíos decidan, quienes, si le díos que vivían entonces ni a los judíos
hubieran conocido, nunca hubieran cru- de hoy. No se ha de señalar a los judíos
cificado al Señor de la Gloria (1 Cor. como reprobados por Dios y malditos
2,8) (p. 124). como si tal cosa se dedujera de la Sa-
grada Escritura» (NA 4) (n° 597).

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS


Mas, aunque Cristo bajó realmente a En la expresión «Jesús descendió a los
los infiernos, no por eso sufrió mengua infiernos», el símbolo confiesa que
alguna su infinito poder, ni se mancilló Jesús murió realmente, y que, por su
un solo ápice su esplendorosa santidad. muerte en favor nuestro, ha vencido a
Este hecho, por el contrario, resultó una la muerte y al diablo «Señor de la
nueva y solemne confirmación de su muerte» (Hb. 2,14) (n° 636).
santidad y divinidad, tantas veces de-
mostradas con milagros (p. 140.141).

RESURRECCIÓN RESURRECCIÓN
Con la palabra resurrección significa- La Resurrección de Cristo no fue retorno
mos no solamente que Cristo triunfó a la vida terrena como, en el caso de las
de la muerte (esto fue común a otros resurrecciones que Él había realizado
muchos), sino, y sobre todo, que Cristo antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven
resucitó por su propia virtud y poder: de Naim, Lázaro. Estos hechos eran
cosa que solo de El puede afirmarse. acontecimientos milagrosos, pero las
personas -afectadas por el milagro vol-
En realidad, poder volver a la vida des- vían a tener, por el poder de Jesús, una
pués de muerto por propia virtud, ni vida terrena «ordinaria». En cierto mo-
está en el ámbito de posibilidades de la

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

naturaleza humana, ni jamás fue conce- mento, volverán a morir. La resurrección


dido a hombre alguno. Es prodigio re- de Cristo es esencialmente diferente. En
servado exclusivamente al infinito su cuerpo resucitado, pasa del estado de
poder divino, según testimonio de San muerte a otra vida más allá del tiempo
Pablo: Porque aunque fue crucificado y del espacio. En la Resurrección, el
en su debilidad, vive por el poder de cuerpo de Jesús se llena del poder del Es-
Dios (2 Cor. 13,4). Y como nunca se se- píritu Santo; participa de la vida divina
paró este divino poder ni del cuerpo en en el estado de su gloria, tanto que san
el sepulcro, ni del alma que descendió a Pablo puede decir de Cristo que es «el
los infiernos, pudo muy bien el cuerpo hombre celestial» (cf 1 Co. 15, 35-50) (n°
juntarse de nuevo con el alma, y el alma 646).
con el cuerpo. De esta manera fue po-
sible el retorno a la vida, por propia vir- La resurrección de Cristo es objeto de fe
tud a la resurrección de entre los en cuanto es una intervención trascen-
muertos. David, inspirado por Dios, ya dente de Dios mismo en la creación y en
lo había profetizado: han vencido su la historia. En ella, las tres personas divi-
diestra y su santo brazo (Sal. 97,2). El nas actúan juntas a la vez y manifiestan
mismo Señor lo confirmará más tarde su propia originalidad. Se realiza por el
con su palabra: Yo doy mi vida para to- poder del Padre que «ha resucitado» (cf
marla de nuevo; tengo poder para vol- Hch. 2,24) a Cristo, su Hijo, y de este
verla a tomar (Jn. 10,17); y en otra modo ha introducido de manera per-
ocasión dirá a los judíos para corroborar fecta su humanidad –con su cuerpo– en
la verdad de su predicaciones: destruid la Trinidad. Jesús se revela definitiva-
este templo, y en tres días lo levantaré mente «Hijo de Dios con poder, según
(Jn. 2,19); palabras que sus oyentes in- el Espíritu Santidad por su resurrección
terpretaron del templo magnífico de de entre los muertos» (Rm. 1, 3-4). San
piedra construido sobre el monte, pero Pablo insiste en la manifestación del
que Cristo refería al templo de su poder de Dios (cf. Rm. 6,4; 2 Co. 13,4;
Cuerpo, como explícitamente consta en Flp. 3,10; Ef. 1, 19-22 Hb. 7,16) por la ac-
el mismo Santo Evangelio. Y cuando en ción del Espíritu que ha vivificado la hu-
las Sagradas Escrituras se afirma que manidad muerta de Jesús y la ha
Cristo fue resucitado por su padre, se llamado al estado glorioso del Señor (n°
han de entender estas palabras dichas 648).
por Cristo sólo en cuanto hombre, del
mismo modo que se han de referir el,
en cuanto Dios, los textos en que se
afirma que resucitó por su propia vir-
tud. (p. 148-149)

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LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN EL CATECISMO

IGLESIA IGLESIA
Divídese la Iglesia ante todo, en triun- Los tres estados de la Iglesia: «Hasta
fante y militante. La Iglesia triunfante que el Señor venga en su esplendor con
comprende la corte nobilísima y feliz todos sus ángeles y, destruida la muer-
de los espíritus, bienaventurados que te, tenga sometido todo, sus discípulos,
vencieron al mundo, demonio y carne y, unos peregrinan en la tierra; otros, ya di-
libres ya de las miserias y luchas de esta funtos, se purifican; mientras otros
vida, gozan de eterna bienaventuranza. están glorificados, contemplando «cla-
La militante está integrada por todos ramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal
los fieles que aún viven en el mundo. cual es» (LG 49) (n° 955).
Llámese así porque sus miembros
deben aún sostener una dura y contínua «La unión de los miembros de la Iglesia
lucha contra los terribles enemigos es- peregrina en los hermanos que durmie-
pirituales: mundo, demonio y carne. ron en la paz de Cristo de ninguna ma-
nera se interrumpe. Más aún según la
Mas no se crea que son dos iglesias di- constante fe de la Iglesia, se refuerza
ferentes, sino dos partes de una misma, con la comunicación de los bienes espi-
como antes notábamos la primera ter- rituales» (LG 49) (n° 954).
minó ya su camino y goza de la patria
celestial; la segunda sigue peregrinando
día a día hasta que, en su día sus Divino
Salvador, llegue también a gozar la
eterna bienaventuranza. (p. 216-217)

LA VIDA ETERNA LA VIDA ETERNA


Cuán grande sea la felicidad de los Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (cf
bienaventurados que están en la patria Jn. 14,3; Flp. 1,23; 1Ts. 4,17). Los elegi-
celestial, puede deducirse fácilmente de dos viven «en Él», aún más, tienen allí, o
la misma expresión vida bienaventu- mejor, encuentran allí su verdadera iden-
rada. Tan grande que sólo ellos pueden tidad, su propio nombre (cf Ap. 2,17).
comprenderla.
Pues la vida es estar con Cristo; donde
Cuando para significar una realidad está Cristo, allí está la vida, allí esta el reino
cualquiera hemos de valernos de un (San Ambrosio, Lc. 10,121) (n° 1.025).
bien común por carecer del propio, es Por su muerte y Resurrección Jesucristo
claro que dicha realidad es inesperable nos ha «abierto» el cielo. La vida de los
o inefable. Para designar esta bienaven- bienaventurados consiste en la plena po-

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

turanza nos servimos de una expresión sesión de los frutos de la redención reali-
no exclusiva, sino común; la llamada zada por Cristo quien asocia a su glorifi-
vida eterna, locución común a los bien- cación celestial a aquellos que han creído
aventurados del cielo y a cuantos po- en Él y que han permanecido fieles a su
seen una eternidad de vida. Prueba voluntad. El cielo es la comunidad bien-
evidente de su grandiosidad y sublimi- aventurada de todos los que están perfec-
dad, que no puede expresarse con nom- tamente incorporados a Él (n° 1.026).
bre propio (p. 287).

VIDA CRISTIANA VIDA CRISTIANA


Procuremos suscitar y avivar en nues- «Cristiano, reconoce tu dignidad. Pues-
tros corazones la conciencia del gran to que ahora participas de la naturaleza
deber que a todo cristiano alcanza, en divina, no degeneres volviendo a la ba-
lógica consecuencia de darse y consa- jeza de tu vida pasada. Recuerda a qué
grarse enteramente y para siempre, cabeza perteneces y de qué Cuerpo
como verdadero esclavo a Jesucristo, su eres miembro. Acuérdate de que has
divino Redentor y Señor. sido arrancado del poder de las tinie-
Lógica consecuencia hemos dicho y obli- blas para ser trasladado a la luz del
gada gratitud. De Él hemos recibido nues- Reino de Dios» (San León Magno, serm.
tro nombre de cristiano y por Él hemos 21, 2-3) (n° 1.691).
sido colmados de inmensos beneficios, «Todos los fieles, de cualquier estado o
no siendo el menor de ellos el poder en- régimen de vida, son llamados a la ple-
tender por la fe estos sublimes misterios. nitud de la vida cristiana y a la perfec-
Ofrecimiento y consagración que ya ción de la caridad» (LG 40). Todos son
prometimos en la puerta de la Iglesia al llamados a la santidad: «Sed perfectos
ser bautizados: «Renuncio a Satanás y como vuestro Padre celestial es per-
a sus pompas –dijimos entonces– y me fecto» (Mt. 5,48) (n° 2.013).
entrego totalmente a Jesucristo».
El progreso espiritual tiende a la unión
Si para alistarnos en la milicia cristiana nos cada vez más íntima con Cristo. Esta
consagramos entonces a Cristo con tan so- unión se llama «mística», porque par-
lemne y santa promesa, ¿de qué castigos ticipa del misterio de Cristo mediante
no nos haríamos merecedores, si después los sacramentos –«los santos miste-
de haber ingresado en la Iglesia, después rios»– y, en Él, en el misterio de la San-
de haber conocido la voluntad y la ley de tísima Trinidad. Dios nos llama a todos
Dios y haber recibido la gracia de los sa- a esta unión íntima con Él, aunque las
cramentos, viviéramos –en la realidad gracias especiales o los signos extraor-

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LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN EL CATECISMO

práctica de nuestros hechos– según las dinarios de esta vida mística sean con-
máximas y exigencias del mundo y Sata- cedidos solamente a algunos para ma-
nás, como si a ellos, y no a Cristo, hubiéra- nifestar así el don gratuito hecho a
mos dado nuestro nombre en el día del todos. (n° 2.014)
Bautismo? Y ¿podrá haber alma que no se
encienda en fuego de amor al ver a un
Señor tan grande, benigno y misericor-
dioso que, teniéndonos bajo su pleno do-
minio, como auténticos siervos rescatados.
por su sangre, prefiere, en fuerza de su
amor, llamarnos no siervos, sino amigos y
hermanos? Semejante caridad es motivo
justísimo, sin duda el mayor de todos por
el que perpetuamente debemos recono-
cer, servir y venerar a Cristo como a verda-
dero Señor nuestro. (p. 89-90).

Sin ánimo de establecer una comparación, que por otro lado se puede adivinar en las ta-
blas comparativas, el Catecismo se ha aprovechado de todos los progresos logrados hasta
hoy en el campo crítico literario aunque no los haya presentado explícitamente para no
cargar demasiado el texto con detalles técnicos.
El acento actual del Catecismo está puesto en el anuncio misionero de la unidad de la fe;
para contribuir a la «nueva evangelización» en la Iglesia del tercer milenio.
La Iglesia como una familia, tiene un pasado que la sustenta en el presente y la lanza hacia
el futuro. El Catecismo de la Iglesia Católica se inscribe en la tarea permanente de la reno-
vación de la vida de la Iglesia, que se sirve de todas las ayudas que pueden prestar las ciencias
sagradas, la teología, los estudios bíblicos, la reflexión pastoral y las ciencias humanas.
Ambos catecismos fueron concebidos como instrumentos pastorales de una fase de tran-
sición en la vida de la Iglesia, a causa de sus respectivos vínculos con los concilios ecumé-
nicos a los que se refiere.
Las palabras de Jn. 1-4 expresan mejor que nadie el sentido profundo de esta gran obra que
comentamos. «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la
Vida (pues la vida se hizo visible) nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anun-
ciamos la vida eterna que estaba en el Padre y se manifestó. Eso que hemos visto y oído os
lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre
y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa».

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LÍMITES DEL CATECISMO

7. LÍMITES DEL CATECISMO

Podemos hablar de límites, porque el Catecismo, como obra humana que es, los tiene.

El Dossier de presentación del Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece los límites «es-
tructurales» y «contingentes». Los primeros son propios de cualquier catecismo, lo se-
gundo se refiere al tipo particular del Catecismo de la Iglesia Católica, que no puede
recoger naturalmente las peculiaridades de cada cultura o de cada Iglesia local. Por ello
reclama la indispensable mediación ulterior de los catecismos nacionales o diocesanos.(91)

Como todo catecismo, el Catecismo de la Iglesia Católica es uno de los instrumentos


para la catequesis, la cual es una actividad eclesial mucho más articulada y compleja. El
Catecismo es uno de los medios privilegiados de la catequesis pero no el único.

Deberá ser considerado como un instrumento importante entre otras formulaciones de


fe provenientes del Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos.

El Catecismo no va a solucionar todos los problemas de educación de la fe en nuestro


mundo: ni el de la evangelización, ni el de la catequesis, ni el de la inculturación de la fe.

El reto de la evangelización sigue abierto porque es lo natural a la vida de la Iglesia. La


catequesis no puede separarse del proceso de edificación y vida de la Iglesia ya que ésta
es su origen, lugar y meta.

La catequesis, afirma Juan Pablo II, no puede disorciarse del conjunto de actividades pas-
torales y misioneras de la Iglesia. Tiene sin embargo, algo específico «La catequesis se ar-
ticula en cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia sin confundirse

(91) Cfr. DOSSIER INFORMATIVO... ib. 28-29

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

con ellos, que tienen un aspecto catequético, prepara a la catequesis o emanan de ella:
primer anuncio del evangelio o predicación misionera por medio del Kerigma para suscitar
la fe apologética o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, cele-
bración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico
y misional(92). Recordemos, ante todo, que entre la catequesis y la evangelización no existe
ni separación u oposición, ni identificación pura o simple, sino relaciones profundas de
integración y de complemento recíproco.

El nuevo Catecismo trata de ofrecernos de manera orgánica y bien ordenada el «todo»


de la revelación.

Cuando tratamos de dar una formación religiosa a los demás, les anunciamos la Palabra
de Dios que nos ha sido revelada. Lo que pretendemos de quienes escuchan esta Palabra
de Dios es una actitud de fe, que libremente digan «sí» a la Palabra de Dios. Es la respuesta
fundamental del que quiere ser verdadero discípulo de Cristo: la fe.

Contrariamente a una cierta impresión que podría ser suscitada por la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica, existen motivos para sostener que el primero y más ur-
gente problema de la catequesis en muchos lugares y países no es el conocimiento doc-
trinal de la fe, sino el hecho mismo de la fe, o sea el acto de fe: el hecho de creer en Dios
y de creer en Jesucristo. La práctica de la catequesis, tal y como es concebida desde algu-
nos siglos, presupone al menos una base mínima del anuncio de Jesucristo, una base mí-
nima de conversión y de adhesión de fe al Evangelio de Jesucristo. (93)

Con ello se quiere indicar que se ha de ofrecer un itinerario, un proceso gradual que per-
mita al catequizando conocer la verdad cristiana y aprender a vivir desde ella.

El catecismo está en función de la catequesis. Lo importante es la transmisión de la fe si-


guiendo un ritmo propio, con su particular itinerario. El mensaje cristiano ha de acomo-
darse a la capacidad del sujeto, así como el compromiso de la fe en el que Dios no pide a
todos las mismas cosas, ni al mismo tiempo.

El catecismo como instrumento de trabajo no puede ser eficaz si no es manejado por ca-
tequistas bien formados, afirma categoricamente el Directorio General de Pastoral Ca-
tequética: «Por tanto la adecuada formación de los catequistas debe preceder a la
renovación de los textos y a una más sólida organización de la catequesis». (94)

(92) CT 18.
(93) Cfr. DCG 189; CT 19.
(94) DCG 108.

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LÍMITES DEL CATECISMO

Habrá que dar a los catequistas una sólida formación teológica-doctrinal, una buena ins-
trucción antropológica y una esmerada preparación pedagógica, si queremos que el Ca-
tecismo se convierta en un instrumento privilegiado de la Catequesis.

Los contenidos nucleares de la fe que presentan el Catecismo debemos «traducirlos» a


las diversas culturas en las que el hombre vive para que la fe sea significativa y no se em-
pobrezca. En este sentido a la catequesis en relación con el Catecismo se le ofrece varios
cometidos:

a) Repensar y transmitir la fe en las categorías de las distintas culturas en un esfuerzo


de interpretación auténtica de la experiencia cristiana; como transmisión de los do-
cumentos de la fe, la catequesis está llamada a ser un lugar de producción del len-
guaje de la fe, que siempre es inculturado, y un instrumento privilegiado de
apropiación y reelaboración de la tradición cristiana en las distintas situaciones cul-
turales, y dentro de la unidad de la misma confesión y tradición única de fe. (95)

b) Proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarlas a hacer


surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de
pensamiento cristiano. (96)

c) Implantar la fuerza del Evangelio en el corazón de las culturas. Por ello, la catequesis,
procura conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expre-
siones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. (97)

d) Apoyarse en la psicología de los distintos destinatarios e incluir algunos aspectos


pedagógicos-metodológicos referentes al estilo de la publicación, ilustraciones re-
feridas a la vida concreta, etc...

Esta inculturación propia del ministerio catequético reclama la forma de hacer compren-
sible, con fidelidad en el nuevo lenguaje las convicciones profundas y fundamentales de
la identidad y tradición cristiana.

Por ser Catecismo Mayor, no ha tenido demasiado en cuenta los aspectos metodológicos
que nosotros debemos cuidar. La catequesis no es el catecismo, lo repetimos, es un ins-
trumento al servicio de la catequesis. La catequesis transmite ciertamente un mensaje. Y
ese mensaje es nada menos que mensaje de salvación dirigido a todo hombre y propuesto
a su inteligencia y a su voluntad para ser retenido en su memoria y revivido en su vida

(95) Cfr. MDP. 9.


(96) CT 53.
(97) CT 53.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

como memoria total, es decir, anámnesis: lo que Dios hizo en el pasado se hace presente
gozoso como cimiento de futuro en el hoy mío y de Dios.

Todo catecismo debe leerse desde una visión unitaria de la fe, en relación con ese Dios a
quien profesamos en el Credo, celebramos en los sacramentos, vivimos con los manda-
mientos e invocamos en la oración.

El mejor de los catecismos posibles tiene siempre unas limitaciones que todo catequista
ha de suplir. Resulta indispensable una acomodación, un acercamiento en términos com-
prensibles, elocuentes y válidos, pues más que asimilarse a un pozo de ciencia cristiana,
el catecismo ha de parecerse al manantial de aguas vivas que fluye y riega.

No falta alguna crítica al Catecismo, porque el Catecismo no ha querido admitir discu-


siones de la escuela de la teología.

Como rasgos de esta toma de posición, se puede ofrecer dos ejemplos al tratar del pecado
original, el Catecismo sigue la misma metodología de Trento: exponer la existencia y el
efecto del pecado original, según la Tradición de la Iglesia, dejando libertad de escuela
para explicar su naturaleza. Otros hubieran deseado tener más en cuenta las afirmaciones
de la ciencia moderna, no porque la fe tenga que identificarse sin más con la ciencia, pero
el Catecismo no tiene por qué resolver con detalle los problemas que la ciencia le plantea
a la teología.

En el capítulo sobre la creación se elogian los esfuerzos de la ciencia moderna, para des-
velar los resortes últimos de la realidad y descubrir la sabiduría y el misterio del universo
(n° 283-284).

Como obra humana que es, el Catecismo es perfeccionable y podrá ser superado por
otras formulaciones posteriores, al igual que él supera a otras anteriores.

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MARIA «CATECISMO VIVIENTE»

8. MARIA «CATECISMO VIVIENTE»

La catequesis tiene su origen en la revelación que Dios ha dirigido a los hombres por
medio de Cristo, el Verbo Encarnado.

Esta obligada referencia a la historia de la salvación induce a la catequesis a preguntarse


por la cuestión de la Madre de Jesús.

La Virgen es una parte integrante de la catequesis de la Iglesia. Ambos misterios se im-


plican mutuamente y no se comprenderían el uno sin el otro.

Ella es un «Catecismo Viviente», porque en su seno se hizo carne el Verbo de Dios «aún
más, guardó mejor la mente la verdad, que el seno la carne, dirá S. Agustín». (98)

Quedarse en la maternidad biológica de María es dejarse escapar la grandeza íntima de


la Virgen. María no es grande porque haya amasado a Jesús en la artesa de su seno, ¿Qué
importancia ante Dios tendría este hecho, si no hubiera acogida antes la Palabra en la fe,
dócil y pobre, el día de la Anunciación? Sí, María es Madre de Jesús porque le dio el pan
de su carne y la flor de su sangre pero, sobre todo, es Madre de la Palabra escuchada, aco-
gida, engendrada en ella misma. Lo mismo que Jesús está siempre a la escucha del Padre,
María está siempre abierta al Verbo. Es la primera contemplativa que, encerrada en Na-
zaret durante treinta años, profundiza en silencio la Palabra.

La presencia de la Virgen en las páginas del Catecismo es constante. En cada afirmación


esencial, se siente el deseo de añadir: como la Virgen María.

(98) Cfr. CT 73.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La figura de María la encontramos en el Credo «nació de Santa María la Virgen». La en-


señanza sobre María ilumina la fe en Jesús, porque nuestra fe en la Madre se fundamenta
en lo que la Iglesia hace respecto del Señor.

Los Sacramentos, expresión celebrativa de la fe y signos eficaces de la gracia, nos recuer-


dan a María, la «Virgen fiel» y «llena de gracia» en la celebración del misterio cristiano
que ilumina, conduce y alimenta el deseo de cada cristiano a la santidad y unión con Dios.

Las Bienaventuranzas que María inaugura con su vida, nos muestran el camino para rea-
lizar la vocación del hombre con la práctica de lo que Él nos dice (cfr. Jn. 2, 1-12).

Finalmente el Catecismo señala que el camino de la oración se da en comunión con la


Madre de Dios, porque Jesús la hizo Madre nuestra (nº 2.673-2.682).

Por eso invocamos a la Virgen como «un Catecismo Viviente» «Madre y modelo de los
catequistas» «Estrella de la nueva evangelización...» «Omnipotencia suplicante».

El Papa Juan Pablo II en las solemnes celebraciones de acción de gracias por el nuevo ca-
tecismo de la Iglesia Católica lo puso en manos de María Inmaculada.

En el templo de mayor tradición mariana de toda la cristiandad, rodeado por los autores
del Catecismo (el entonces Cardenal Ratzinger, los miembros de la Comisión del Cate-
cismo y del Comité de Redacción), y por los presidentes de las Comisiones Episcopales
para la catequesis, el Papa dedicó a María este texto que consideró una de las labores
más importantes de su pontificado.

En su homilía, quiso subrayar que el Catecismo es el resultado del Vaticano II, «Bendito
sea Dios Padre del Señor Nuestro Jesucristo, junto con la Madre de Dios, la Iglesia agra-
dece hoy el don del Concilio, que fue inaugurado el 11 de octubre de hace treinta años,
precisamente en la fiesta de la maternidad de María», dijo Juan Pablo II.

«La comunidad de los creyentes -prosiguió el Pontífice- da gracias hoy por el catecismo post-
conciliar, que constituye un compendio de las verdades anunciadas por la Iglesia en todo el
mundo. Este compendio de la fe católica, deseada por los obispos reunidos en la asamblea
extraordinaria del Sínodo de 1985, constituye el fruto más maduro y completo de la ense-
ñanza conciliar, que viene presentada en el rico marco de toda la tradición eclesial».

Precisamente el día de la Inmaculada Concepción de 1965, Pablo VI clausuraba solem-


nemente la asamblea conciliar. «En el mismo día y en la misma solemnidad, la Iglesia se
presenta a los hombres de nuestro tiempo con el catecismo postconciliar, compendio de
la única y perenne fe apostólica, custodiada y enseñada por la Iglesia a lo largo de los si-
glos y los milenios».

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MARIA «CATECISMO VIVIENTE»

Luego, el Papa confió el catecismo a la Virgen con esta súplica: Oh María, tú que, en el
designio eterno del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fuiste predestinada a ser la Madre
del Verbo; tú que, el día de Pentecostés, te hallabas presente como Madre de la Iglesia
(cf. Hch. 1,14), acoge este fruto del trabajo de la Iglesia entera. Los que han llevado a cabo
esta obra meritoria, bajo la diligente e incansable presencia del Cardenal Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, están aquí, a tus pies.

Todos juntos ponemos el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica –que es, al mismo
tiempo, don del Verbo revelado a la humanidad y fruto del trabajo de los obispos y los
teólogos– en las manos de Aquella que, como Madre del Verbo, acogió en sus brazos al
primogénito de todas las criaturas.

Oh María, Jesús, el Verbo hecho carne mediante tu obediencia de la fe, se convirtió en el


primogénito entre muchos hermanos (Rm. 8,29).

Virgen Santa, en este mundo, en que se halla presente aún la herencia del pecado del pri-
mer Adán –que impulsa al hombre a esconderse ante el rostro de Dios y a evitar incluso
mirar hacia Él–, te pedimos que se abran los caminos del Verbo encarnado, al Evangelio
del Hijo del hombre, tu amadísimo Hijo.

Para los hombres de nuestro tiempo, tan avanzado y tan atormentadado para los hombres
de toda civilización y toda lengua, de toda cultura y toda raza, te pedimos, oh María, la
gracia de una apertura sincera de espíritu y una escucha atenta de la palabra de Dios.

Te pedimos, oh Madre de los hombres, para todo ser humano la gracia de saber acoger
con gratitud el don de la filiación que el Padre ofrece gratuitamente a todos en su Hijo
amado, que es también tuyo; te pedimos, oh Madre de la esperanza, la gracia de la obe-
diencia de la fe, única ancla verdadera de salvación.

Te pedimos, Virgen fiel, que tú, que precedes a los creyentes en el itinerario de la fe aquí
en la tierra, protejas el camino de todos los que se esfuerzan por acoger y seguir a Cristo,
Aquél que es, que era y que va a venir (cf. Ap. 1,8), Aquél que es el Camino, la Verdad y la
Vida (cf. Jn. 14,6).

¡Ayúdanos, oh clemente, oh piadosa y dulce Madre de Dios, oh María! (99)

(99) Cfr. O. R. n.° 11-XII-1992. Presentación oficial... Id.

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DECÁLOGO PRÁCTICO

9. CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA


COMPENDIO (28 de junio de 2005)
DECÁLOGO PRÁCTICO
1. El Compendio nace de un deseo manifestado por los participantes en el Congreso Ca-
tequético o Internacional de octubre de 2002, haciéndose intérpretes de una exigencia
muy extendida en la Iglesia.
Es una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia Católica que fue promulgado en
1992 por el Papa Juan PabloII. El fallecido Pontífice decidió en febrero de 2003 encargar
la redacción del Compendio a una comisión presidida por el entonces Prefecto de la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI.
2. El Compendio se articula en cuatro partes:
En la primera, titulada «la profesión de fe», presenta a Cristo profesado como Hijo
Unigénito del Padre, como perfecto Revelador de la Verdad de Dios y como Salvador
definitivo del mundo.
En la segunda, presenta a Cristo celebrado en los sacramentos como fuente y apoyo
de la vida de la Iglesia.
En la tercera parte, titulada «la vida en Cristo», señala el valor universal de la vida del
cristiano, que no se reduce a mera práctica o cumplimiento de normas, sino escuchar
y seguir a Cristo, en obediencia a sus mandamientos, como un manantial de existencia
nueva en la caridad y en la concordia.
La cuarta parte, titulada «La oración del Señor: el Padre Nuestro», nos ofrece una sín-
tesis de la vida de oración, a ejemplo de Jesús, modelo y Maestro de nuestra actitud
orante ante el Padre.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

3. El Compendio es un anuncio renovado del Evangelio hoy. Está orientado a capacitar a


los cristianos a que digan hoy la fe de la Iglesia, no de manera repetitiva, anclada en
un ayer, ni de una manera neutra, sino de una manera viva y concreta. Frente a la igno-
rancia, confusión y miedo, imperantes en grandes sectores de la sociedad, los católicos
podemos sentirnos ayudados a repensar nuestra fe y a ofrecer a cuantos buscan la ver-
dad con un corazón sincero, un cúmulo de certezas, una explicación de nuestro amor
a Dios, a la humanidad y a toda la creación.
4. El Compendio es un libro de fe cristiana, una síntesis fiel y segura del catecismo de la
Iglesia Católica. Inicia e instruye en la fe que es una virtud teologal en su origen y tér-
mino, y eclesial en su ejercicio, y ha de ser confesada en un lenguaje.
Ser cristiano es, entre otras cosas, interesarse todo lo libre y personalmente que se
quiera, en la fe del pueblo de Dios que se transmite de generación en generación. Pero
la comunidad de fe implica esencialmente un lenguaje común, al menos en mi mínimo
de lenguaje, que guarde la comunidad en la fe.
5. El Compendio continuamente se refiere al Catecismo de la Iglesia Católica. Pretende
despertar un renovado interés y aprecio por el Catecismo que, con su sabiduría expo-
sitiva y unción espiritual, permanece para siempre como texto de base de la catequesis
eclesial de hoy.
Contiene de modo conciso todos los elementos esenciales fundamentales de la fe de
la Iglesia, de tal manera que constituye una especie de vademécum que permite a las
personas creyentes o no, abarcar con una mirada de conjunto, el panorama completo
de la fe católica.
6. El Compendio es un instrumento de comunión eclesial.
Se ha entregado en la víspera de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, no sólo a
todos los miembros de la Iglesia significativamente representados en el solemne en-
cuentro, sino además, es deseo del Papa, entregar este Compendio también a todas
las personas de buena voluntad que desean conocer las insondables riquezas del mis-
terio salvífico de Cristo.
El Compendio ha de fortalecer la comunión eclesial, porque ofrece luz y esperanza a
los hombres de hoy, inmersos en una cultura que en tantos aspectos está mostrándose
incapaz de dar razones para vívir y unir a esos hombres y mujeres.
7. El Compendio está escrito en forma dialogal.
Se recupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas. Desde
los primeros siglos el niño era catequizado antes de ser bautizado. Esta acción equi-
valía a los escrutinios del catecumenado que en forma de preguntas-coloquio el mi-
nistro hacía al catecúmeno y a los padrinos para comprobar su situación de fe; las

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DECÁLOGO PRÁCTICO

respuestas positivas que estos daban eran la garantía de la catequesis futura posterior
al bautismo que el niño iba a recibir.
Este estilo ayuda a abreviar notablemente el texto reduciéndolo a lo esencial, favorece
la asimilación, hasta en ciertos temas se pueden memorizar mejor los contenidos.
8. El Compendio se articula con imágenes.
Se ha hecho así para ilustrar el contenido doctrinal del Compendio. Vivimos en la civili-
zación de las imágenes que, cuando es sagrada, expresa mucho más que la misma pala-
bra, su propio dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico.
El arte «habla» siempre, al menos implícitamente, de lo divino, de la belleza infinita de
Dios reflejada en el icono por excelencia: Cristo, nuestro Señor, Imagen de Dios invisible.
En el Compendio aparece, entre otras imágenes, la Inmaculada del Greco, de la parro-
quia de Santa Leocadia en Toledo, que como testimonio secular del arte cristiano, es-
timula a creyentes y no creyentes, a descubrir y contemplar la suprema armonía entre
el bien y la belleza en este caso de María, Madre de Cristo y de la Iglesia.
9. El Compendio da nuevo impulso a la evangelización y a la catequesis. Por su brevedad,
claridad e integridad, se dirige a toda persona, que viviendo en un mundo disperso y
lleno de muy variados mensajes, quiera conocer el camino de la Vida y la Verdad.
Ayudará a la extensión numérica de la Iglesia y, sobre todo, al crecimiento interior, aún
el designio de Dios.
En este tercer milenio hemos de renovar el compromiso de la evangelización y educa-
ción en la fe que debe caracterizar a toda la comunidad eclesial y a cada creyente en
Cristo de cualquier edad o nación, o los que sin serlo, tienen sed de verdad o justicia.
10. El Compendio incluye un apéndice con oraciones.
Son oraciones comunes para la Iglesia universal y algunas fórmulas catequéticas de la
fe católica.
La oración vocal responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos
cuerpo y espíritu, y experimentamos exteriormente nuestros sentimientos.
Es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente hu-
mana. Incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal.
El Compendio contiene las principales oraciones que aprendemos de niños: el Padre
Nuestro, el Ave María, Salve Regina, Acto de contrición, Angelus...
Son flores, por así decir, de la fe y de la piedad más popular y genuina.

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ANEXO I

ANEXO I

La nueva evangelización
jubileo de los catequistas y
profesores de religión

Cardenal Joseph Ratzinger


(10 de diciembre de 2000)

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

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ANEXO I

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, SEGÚN JOSEPH RATZINGER


Conferencia dictada en el jubileo de los catequistas y profesores de Religión

La vida humana no se realiza por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un pro-
yecto incompleto, que es preciso seguir realizando. La pregunta fundamental de todo
hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se
aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?

Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio
de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa:
yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la
vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino. La pobreza más pro-
funda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradic-
toria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las
sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría
supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia.... todos los vi-
cios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evan-
gelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte
no es objeto de la ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evan-
gelio en persona.

I. ESTRUCTURA Y MÉTODO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

1º Estructura

Antes de hablar de los contenidos fundamentales de la nueva evangelización qui-


siera explicar su estructura y el método adecuado. La Iglesia evangeliza siempre y
nunca ha interrumpido el camino de la evangelización. Cada día celebra el misterio
eucarístico, administra los sacramentos, anuncia la palabra de vida, la palabra de
Dios, y se compromete en favor de la justicia y la caridad. Y esta evangelización
produce fruto: da luz y alegría; da el camino de la vida a numerosas personas. Mu-
chos otros viven, a menudo sin saberlo, de la luz y del calor resplandeciente de esta
evangelización permanente. Sin embargo, existe un proceso progresivo de descris-
tianización y de pérdida de los valores humanos esenciales, que resulta preocu-
pante. Gran parte de la humanidad de hoy no encuentra en la evangelización

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

permanente de la Iglesia el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pre-


gunta: ¿cómo vivir?
Por eso buscamos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida y
que no se debe interrumpir nunca, una nueva evangelización, capaz de lograr que la
escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización "clásica". Todos necesitan
el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado,
y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos.
Sin embargo, aquí se oculta también una tentación: la tentación de la impaciencia,
la tentación de buscar el gran éxito inmediato, los grandes números. Y este no es
el método del reino de Dios. Para el reino de Dios, así como para la evangelización,
instrumento y vehículo del reino de Dios, vale siempre la parábola del grano de
mostaza (cf. Mc 4, 31-32). El reino de Dios vuelve a comenzar siempre bajo este
signo. Nueva evangelización no puede querer decir atraer inmediatamente con
nuevos métodos, más refinadas, a las grandes mesas que se han alejado de la Iglesia.
No; no es esta la promesa de la nueva evangelización. Nueva evangelización signi-
fica no contentarse con el hecho de que del grano de mostaza haya crecido el gran
árbol de la Iglesia universal, ni pensar que basta el hecho de que en sus ramas pue-
den anidar aves de todo tipo, sino actuar de nuevo valientemente, con la humildad
del granito, dejando que Dios decid cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29).
Las grandes cosas comienzan siempre con un granito y los movimientos de masas
son siempre efímeros. En su visión del proceso de la evolución, Teilhard de Chardin
habla del "blanco de los orígenes": el inicio de las nuevas especies es invisible y
está fuera del alcance de la investigación científica. Las fuentes se hallan ocultas;
son demasiado pequeñas. En otras palabras, las grandes realidades tienen inicios
humildes. Prescindamos ahora de si Teilhard tiene razón, y hasta qué punto, con
sus teorías evolucionistas: la ley de los orígenes invisibles refleja una verdad pre-
sente precisamente en la acción de Dios en la historia. "No por ser grande te elegí;
al contrario, eres el más pequeño de los pueblos; te elegí porque te amo...", dice
Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y así expresa la paradoja fun-
damental de la historia de la salvación: ciertamente, Dios no cuenta con grandes
números; el poder exterior no es el signo de su presencia.
Gran parte de los parábolas de Jesús indican esta estructura de la acción divina y
responden así a las preocupaciones de los discípulos, los cuales esperaban del Me-
sías éxitos y señales muy diferentes: éxitos del tipo que ofrece Satanás al Señor
"Te daré todo esto, todos los reinos del mundo..." (cf. Mt 4, 9).
Desde luego, san Pablo, al final de su vida, tuvo la impresión de que había llevado
el Evangelio hasta los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas co-

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ANEXO I

munidades dispersas por el mundo, insignificantes según los criterios seculares.


En realidad fueron la levadura que penetra en la masa y llevaron en su interior el
futuro del mundo (cf. Mt 13, 33).

Un antiguo proverbio reza: "Éxito no es un nombre de Dios". La nueva evangeli-


zación debe actuar como el grano de mostaza y no ha de pretender que surja in-
mediatamente el gran árbol. Nosotros vivimos con una excesiva seguridad por el
gran árbol que ya existe o sentimos el afán de tener un árbol aún más grande,
más vital. En cambio, debemos aceptar el misterio de que la Iglesia es al mismo
tiempo un gran árbol y un granito. En la historia de la salvación siempre es simul-
táneamente Viernes Santo y Domingo de Pascua.

2º El método

De esta estructura de la nueva evangelización deriva también el método adecuado.


Ciertamente, debemos usar de modo razonable los métodos modernos para lograr
que se nos escuche; o, mejor, para hacer accesible y comprensible la voz del Señor.
No buscamos que se nos escuche a nosotros; no queremos aumentar el poder y la
extensión de nuestras instituciones; lo que queremos es servir al bien de las perso-
nas y de la humanidad, dando espacio a Aquel que es la Vida.

Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los hombres,
es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor del Evangelio: "Yo
he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nom-
bre, a ese lo recibiréis" (Jn 5, 43).

Lo que distingue al anticristo es el hecho de que habla en su propio nombre. El


signo del Hijo es su comunión con el Padre. El Hijo nos introduce en la comunión
trinitaria, en el círculo del amor suyo, cuyas personas son "relaciones puras", el acto
puro de entregarse y de acogerse. El designio trinitario, visible en el Hijo, que no
habla en su nombre, muestra la forma de vida del verdadero evangelizador; más
aún, evangelizar no es tanto una forma de hablar; es más bien una forma de vivir:
vivir escuchando y ser portavoz del Padre. "No hablará por su cuenta, sino que ha-
blará lo que oiga" (Jn 16, 13), dice el Señor sobre el Espíritu Santo.

Esta forma cristológica y pneumatológica de la evangelización es al mismo tiempo


una forma eclesiológica: el Señor, y el Espíritu construyen la Iglesia, se comunican
en la Iglesia. El anuncio de Cristo, el anuncio del reino de Dios, supone la escucha
de su voz en la voz de la Iglesia. "No hablar en nombre propio" significa hablar en
la misión de la Iglesia.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

De esta ley de renuncia al propio yo se siguen consecuencias muy prácticas. Todos


los métodos racionales y moralmente aceptables se deben estudiar; es un deber
usar estas posibilidades de comunicación. Pero las palabras y todo el arte de la co-
municación no pueden ganar a la persona humana hasta la profundidad a la que
debe llegar el Evangelio. Hace pocos años leí la biografía de un óptimo sacerdote
de nuestro siglo, don Dídimo, párroco de Bassano del Grappa. En sus apuntes se
encuentran palabras de oro, fruto de una vida de oración y meditación. A propósito
de lo que estamos tratando, dice don Dídimo, por ejemplo: "Jesús predicaba de día
y oraba de noche". Con esta breve noticia quería decir: Jesús debía ganar de Dios a
sus discípulos.

Eso vale siempre. No podemos ganar nosotros a los hombres. Debemos obtenerlos
de Dios para Dios. Todos los métodos son ineficaces si no están fundados en la
oración. La palabra del anuncio siempre ha de estar impregnada una intensa vida
de oración.

Debemos dar un paso más. Jesús predicaba de día y oraba de noche, pero eso no es
todo. Su vida entera, como demuestra de modo muy hermoso el evangelio de san
Lucas, fue un camino hacia la cruz, una ascensión hacia Jerusalén. Jesús no redimió
el mundo con palabras hermosas, sino con su sufrimiento y su muerte. Su pasión es
fuente inagotable de vida para el mundo; la pasión da fuerza a su palabra.

El Señor mismo, extendiendo y ampliando la parábola del grano de mostaza, for-


muló esta ley de fecundidad en parábola del grano de trigo que cae tierra y muere
(cf. Jn 12, 24). También esta ley es válida hasta el fin del mundo y, juntamente con el
misterio del grano de mostaza, es fundamental para la nueva evangelización. Toda
la historia lo demuestra. Sería fácil demostrarlo en la historia del cristianismo. Aquí
quisiera recordar solamente el inicio de la evangelización en la vida de san Pablo.

El éxito de su misión no fue fruto de la retórica o de la prudencia pastoral; su fe-


cundidad dependió de su sufrimiento, de su unión a la pasión de Cristo (cf. 1 Cor
2, 1-5; 2 Cor, 5, 7; 11; 10 s; 11, 30; Gal 4, 12-14). "No se dará otro signo que el signo
del profeta Jonás" (Lc 1 29), dijo el Señor. El signo de Jonás es Cristo crucificado,
son los testigos que completan "lo que falta a la pasión de Cristo" (Col 1, 24). En
todas las épocas de la historia se han cumplido siempre las palabras de Tertuliano:
la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.

San Agustín dice lo mismo de modo muy hermoso, interpretando el texto de san
Juan donde la profecía del martirio de san Pedro y el mandato de apacentar, es
decir, la institución de su primado, están íntimamente relacionados (cf. Jn 21, 16).
San Agustín lo comenta así: "Apacienta mis ovejas, es decir, sufre por mis ovejas"

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ANEXO I

(Sermón 32: PL 2, 640). Una madre no puede dar a luz un niño sin sufrir. Todo parto
implica sufrimiento, es sufrimiento, y llegar a ser cristiano es un parto. Digámoslo
una vez más con palabras del Señor: "El reino de Dios exige violencia" (M 11, l2; Lc
10, 16), pero la violencia de Dios es el sufrimiento, la cruz. No podemos dar vida a
otros sin dar nuestra vida. El proceso de renuncia al propio yo, al que me he referido
antes, es la forma concreta (expresada de muchas formas diversas) de dar la propia
vida. Ya lo dijo el Salvador: "Quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la sal-
vará" (Mc 8, 35).

II. LOS CONTENIDOS ESENCIALES DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

1º Conversión

Por lo que atañe a los contenidos de la nueva evangelización conviene ante todo
tener presente que el Antiguo Testamento y el Nuevo son inseparables. El conte-
nido fundamental del Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de san
Juan Bautista: "Convertíos". No se puede llegar a Jesús sin el Bautista; no es posible
llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor; más aún, Jesús asumió el
mensaje de Juan en la síntesis de su propia predicación: "Convertíos y creed en el
Evangelio" (Mc 1, 15). La palabra griega para decir "convertirse" significa: cambiar
de mentalidad, poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común de
vivir, dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida, no juzgar ya simplemente
según las opiniones corrientes.

Por consiguiente, convertirse significa dejar de vivir como viven todos, dejar de
obrar como obran todos, dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos,
malos, por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia
vida con los ojos de Dios; por tanto, tratar de hacer el bien, aunque sea incómodo;
no estar pendientes del juicio de la mayoría, de los demás, sino del juicio de Dios.
En otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva.

Todo esto no significa moralismo. Quien reduce el cristianismo a la moralidad


pierde de vista la esencia del mensaje de Cristo: el don de una nueva amistad, el
don de la comunión con Jesús y, por tanto, con Dios. Quien se convierte a Cristo
no quiere tener autonomía moral, no pretende construir con sus fuerzas su propia
bondad.
"Conversión" (metánoia) significa precisamente lo contrario: salir de la autosufi-
ciencia, descubrir y aceptar la propia indigencia, la necesidad de los demás y la ne-

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

cesidad de Dios, de su perdón, de su amistad. La vida sin conversión es autojustifi-


cación (yo no soy peor que los demás); la conversión es la humildad de entregarse
al amor del Otro, amor que se transforma en medida y criterio de mi propia vida.
Aquí debemos tener presente también el aspecto social de la conversión. Cierta-
mente, la conversión es ante todo un acto personalísimo, es personalización. Yo
renuncio a "vivir como todos"; ya no me siento justificado por el hecho de que
todos hacen lo mismo que yo, y encuentro ante Dios mi propio yo, mi responsa-
bilidad personal. Pero la verdadera personalización es siempre también una socia-
lización nueva y más profunda. El yo se abre de nuevo al tú, en toda su
profundidad, y así nace un nuevo nosotros. Si el estilo de vida común en el mundo
implica el peligro de la despersonalización, de vivir no mi propia vida sino la de
todos los demás, en la conversión debe realizarse un nuevo nosotros del caminar
común con Dios.
Anunciando la conversión debemos ofrecer también una comunidad de vida, un
espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con palabras.
El Evangelio crea vida, crea comunidad de camino. Una conversión puramente in-
dividual no tiene consistencia.

2º El reino de Dios
En la llamada a la conversión está implícito, como su condición fundamental, el
anuncio del Dios vivo. El teocentrismo es fundamental en el mensaje de Jesús y
debe ser también el núcleo de la nueva evangelización. La palabra clave del anuncio
de Jesús es: reino de Dios. Pero reino de Dios no es una cosa, una estructura social
o política, una utopía. El reino de Dios es Dios.
Reino de Dios quiere decir: Dios existe, Dios vive, Dios está presente y actúa en el
mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una "causa última" lejana. Dios no
es el "gran arquitecto" del deísmo, que montó la máquina del mundo y así estaría
fuera. Al contrario, Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de mi
vida, en cada momento de la historia.
En su conferencia de despedida de su cátedra en la universidad de Münster, el te-
ólogo Juan Bautista Metz dijo cosas que nadie se imaginaba oír de sus labios. Antes
había enseñado antropocentrismo: el verdadera acontecimiento del cristianismo
sería el giro antropológico, la secularización, el descubrimiento de la secularidad
del mundo. Luego enseñó teología política, la índole política de la fe; la "memoria
peligrosa"; y, finalmente, la teología narrativa.

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ANEXO I

Después de este camino largo y difícil, hoy nos dice: si el verdadero problema de
nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad
vacía, la teología debe volver a ser realmente teo-logía, hablar de Dios y con Dios.

Metz tiene razón. Lo "único necesario" (unum necessarium) para el hombre es Dios.
Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nos-
otros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non da-
retur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye. Por eso, la
evangelización ante todo debe hablar de Dios, anunciar al único Dios verdadero:
el Creador, el Santificador, el Juez.(cf. Catecismo de la Iglesia católica).

También aquí es preciso tener presente el aspecto práctico. No se puede dar a co-
nocer a Dios únicamente con palabras. No se conoce a una persona cuando sólo
se tienen de ella referencias de segunda mano. Anunciar a Dios es introducir en la
relación con Dios: enseñar a orar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia
de la vida también la evidencia de su existencia. Por eso son tan importantes las
escuelas de oración, las comunidades de oración. Son complementarias la oración
personal ("en tu propio aposento", solo en la presencia de Dios), la oración común
"paralitúrgica" ("religiosidad popular") y la oración litúrgica. Sí, la liturgia es ante
todo oración: su elemento específico consiste en que su sujeto primario no somos
nosotros (como en la oración privada y en la religiosidad popular), sino Dios mismo.
La liturgia es actio divina, Dios actúa y nosotros respondemos a la acción divina.

Hablar de Dios y hablar con Dios deben ir siempre juntos. El anuncio de Dios lleva
a la comunión con Dios en la comunión fraterna, fundada y vivificada por Cristo.
Por eso la liturgia (los sacramentos) no es un tema adjunto al de la predicación del
Dios vivo, sino la concretización de nuestra relación con Dios.

En este contexto desearía hacer una observación general sobre la cuestión litúrgica.
Con frecuencia nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La
liturgia se convierte en enseñanza, cuyo criterio es que la entiendan. Eso a menudo
tiene como consecuencia la banalización del misterio, el predominio de nuestras
palabras, la repetición de una serie de palabras que parecen más inteligibles y más
gratas a la gente. Pero esto es un error no sólo teológico, sino también psicológico
y pastoral. La ola de esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas de distensión y de
auto-vaciamiento muestran que en nuestras liturgias falta algo.

Precisamente en el mundo actual necesitamos el silencio, el misterio supraindivi-


dual, la belleza. La liturgia no es una invención del sacerdote celebrante o de un
grupo de especialistas. La liturgia –el rito– se ha desarrollado en un proceso orgá-
nico a lo largo de los siglos; encierra el fruto de la experiencia de fe de todas las

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

generaciones. Aunque los participantes tal vez no comprendan todas sus fórmulas,
perciben su significado profundo, la presencia del misterio, que trasciendo todas
las palabras. El celebrante no es el centro de la acción litúrgica; no está delante del
pueblo en su nombre propio, no habla de sí y por sí, sino in persona Christi. Lo que
cuenta no son las cualidades personales del celebrante, sino sólo su fe, en la que se
debe reflejar Cristo. "Conviene que él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30).

3º Jesucristo

Con esta reflexión el tema de Dios ya se ha extendido y concretado en el tema de


Jesucristo. Sólo en' Cristo y por Cristo el tema de Dios se hace realmente concreto:
Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la concretización del "Yo soy", la res-
puesta al deísmo. Hoy es muy fuerte la tentación de reducir a Jesucristo, el Hijo de
Dios, sólo a un Jesús histórico, sólo a un hombre. No se niega necesariamente su
divinidad, pero con ciertos métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra me-
dida, un Jesús posible y comprensible en los parámetros de nuestra historiografía.
Pero este "Jesús histórico" es una elaboración, la imagen de sus autores y no la ima-
gen del Dios vivo (cf. 2 Cor 4, 4 s; Col 1, 15). El Cristo de la fe no es un mito. El así
llamado "Jesús histórico" es una figura mitológica, inventada por diversos intérpre-
tes. Los doscientos años de historia, del "Jesús histórico" reflejan fielmente la his-
toria de las filosofías y de las ideologías de este periodo.

En los límites de esta conferencia me es imposible tratar los contenidos del anuncio
del Salvador. Sólo quisiera aludir brevemente a dos aspectos importantes. El pri-
mero es el seguimiento de Cristo. Cristo se presenta como camino de mi vida.

Seguimiento de Cristo no significa imitar al hombre Jesús. Ese intento fracasaría


necesariamente; sería un anacronismo. El seguimiento de Cristo tiene una meta
mucho más elevada: identificarse con Cristo, es decir, llegar a la unión con Dios.
Esa palabra tal vez choque a los oídos del hombre moderno. Pero, en realidad todos
tenemos sed de infinito, de una libertad infinita, de una felicidad ilimitada. Toda la
historia de las revoluciones de los últimos dos siglos sólo se explica así. La droga
sólo se explica así. El hombre no se contenta con soluciones que no lleguen a la di-
vinización. Pero todos los caminos ofrecidos por la "serpiente" (cf. Gn 3, 5), es decir,
la sabiduría mundana, fracasan. El único camino es la identificación con Cristo, re-
alizable en la vida sacramental. Seguir a Cristo no es un asunto de moralidad, sino
un tema "mistérico", un conjunto de acción divina y respuesta nuestra.

Así, en el tema del seguimiento se encuentra presente el otro centro de la cristolo-


gía, al que quería aludir: el misterio pascual, la cruz y la resurrección.

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ANEXO I

De ordinario en las reconstrucciones del "Jesús histórico" el tema de la cruz carece


de significado. En una interpretación "burguesa" se transforma en un accidente de
por sí evitable, sin valor teológico; en una interpretación revolucionaria se convierte
en la muerte heroica de un rebelde.

La verdad es muy diferente. La cruz pertenece al misterio divino; es expresión de


su amor hasta el extremo (cf. Jn 13, l). El seguimiento de Cristo es participación en
su cruz, unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida, que se convierte en
nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (cf. Ef 4, 24). Quien omite la cruz,
omite la esencia del cristianismo (cf. 1 Cor 2, 2).

4º La vida eterna

Un último elemento central de toda verdadera evangelización es la vida eterna.


Hoy, en la vida diaria, debemos anunciar con nueva fuerza nuestra fe. Aquí quisiera
sólo aludir a un aspecto a menudo descuidado actualmente de la predicación de
Jesús: el anuncio del reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos
conoce, que nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia. Por
eso, esta predicación es anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El
hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que le apetezca. Será juzgado. Debe
rendir cuentas. Esta certeza vale tanto para los poderosos como para los sencillos.
Si se respeta, se trazan los límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia,
y en definitiva sólo él puede hacerla. Nosotros lograremos hacer justicia en la me-
dida que seamos capaces de vivir en presencia de Dios y de comunicar al mundo la
verdad del juicio.

Así el artículo de fe del juicio, su fuerza de formación de las conciencias, es un con-


tenido central del Evangelio y es realmente una buena nueva. Lo es para todos los
que sufren por la injusticia del mundo y piden justicia. Así se comprende también
la conexión entre el reino de Dios y los "pobres", los que sufren y todos los que
viven las bienaventuranzas del sermón de la Montaña. Están protegidos por la cer-
teza del juicio, por la certeza de que hay justicia.

Este es el verdadero contenido del artículo del Credo sobre el juicio, sobre Dios
juez: hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia.
Hay justicia. Sólo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad.
Si tomamos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nos-
otros, comprenderemos bien el otro aspecto de este anuncio, es decir, la redención,
el hecho de que Jesús en la cruz asume nuestros pecados; que Dios mismo en la
pasión de su Hijo se convierte en abogado de nosotros, pecadores, y así hace posi-

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

ble la penitencia, la esperanza al pecador arrepentido, esperanza expresada de


modo admirable en las palabras de san Juan: "Dios es mayor que nuestra conciencia
y conoce todo" (Jn 3, 20). Ante Dios tranquilizaremos nuestra conciencia, indepen-
dientemente de lo que nos reproche.

La bondad de Dios es infinita, pero no la debemos reducir a un empalago sin ver-


dad. Sólo creyendo en el justo juicio de Dios, sólo teniendo hambre y sed de justicia
(cf. Mt 5, 6), abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina. No es
verdad que la fe en la vida eterna quite importancia a la vida en la tierra. Al contra-
rio, sólo si la medida de nuestra vida es la eternidad, también esta vida en la tierra
es grande y su valor inmenso.

Dios no es el rival de nuestra vida, sino el garante de nuestra grandeza. Así volvemos
a nuestro punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no ha-
blamos de un montón de cosas. El mensaje cristiano es en realidad muy sencillo:
hablamos de Dios y del hombre, y así lo decimos todo.

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ANEXO II

ANEXO II

Preguntas con respuesta


en el año de la Fe
con el YOUCAT

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ANEXO II

1º Para qué el Año de la Fe

Ese año será una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor
profundidad que el fundamento de la fe cristiana es «el encuentro con un aconte-
cimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orien-
tación decisiva»
2º ¿Quién ha convocado el año de la fe?
Con la Carta apostólica Porta fidei, del 11 de octubre de 2011, el Santo Padre Benedicto
XVI ha proclamado un Año de la fe, que comenzará el 11 de octubre de 2012, en el quin-
cuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, y concluirá el
24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
3º ¿Qué recuerda el año de la fe?
El comienzo del Año de la fe coincide con el recuerdo agradecido de dos grandes even-
tos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los cincuenta años pasados
desde la apertura del Concilio Vaticano II por voluntad del Beato Juan XXIII (1 de oc-
tubre de 1962) y los veinte años desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia
Católica, legado a la Iglesia por el Beato Juan Pablo II (11 de octubre de 1992).
4º ¿Cuál es el deseo del Papa en el año de la fe?
El Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescu-
brimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo
actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la
“puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad. Esta “puerta” abre los
ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros «todos los días hasta el
fin del mundo» (Mt 28, 20).
5º ¿Qué actividades principales han de realizarse en el ámbito de la Iglesia universal?
Además de la celebración del sínodo para la Nueva Evangelización, en el Año de la
fe hay que alentar las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro, para profesar
la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, uniéndose a aquél que hoy está llamado a
confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 32). Será importante también fomentar
las peregrinaciones a Tierra Santa, el lugar que tuvo la primicia de conocer a Jesús,
el Salvador, y a María, su madre. Visitar también Santuarios Marianos y animar a los
jóvenes a participar en todo ello.
6º ¿En el ámbito diocesano qué programación se ha de proponer?
Será oportuno organizar en cada diócesis una jornada sobre el Catecismo de la Iglesia
Católica, invitando a tomar parte en ella sobre todo a sacerdotes, personas consagra-
das y catequistas.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La formación permanente del clero podrá concentrarse, particularmente en este Año


de la fe, en los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la  Iglesia
Católica, tratando, por ejemplo, temas como “el anuncio de Cristo resucitado”, “la Igle-
sia sacramento de salvación”, “la misión evangelizadora en el mundo de hoy”, “fe e in-
credulidad”, “fe, ecumenismo y diálogo interreligioso”, “fe y vida eterna”, “hermenéutica
de la reforma en la continuidad” y “el Catecismo en la atención pastoral ordinaria”.
7º ¿Qué han de hacer las parroquias, comunidades y asociaciones?
El Año de la fe «será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de
la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía».
Los catequistas podrán apelar aún más a la riqueza doctrinal del Catecismo de la Igle-
sia Católica y, bajo la responsabilidad de los respectivos párrocos, guiar grupos de
fieles en la lectura y la profundización común de este valioso instrumento, con la fi-
nalidad de crear pequeñas comunidades de fe y testimonio del Señor Jesús.
Promover misiones populares y otras iniciativas en las parroquias y en los lugares de
trabajo, para ayudar a los fieles a redescubrir el don de la fe bautismal y la responsa-
bilidad de su testimonio.
Los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica son llamados
a comprometerse en la nueva evangelización mediante el aporte de sus propios carismas,
con una renovada adhesión al Señor Jesús, fieles al Santo Padre y a la sana doctrina.
Todo el pueblo cristiano está llamado a sentirse misionero, con todos los hermanos y her-
manas, incluso de otras confesiones, para poder comunicar la salvación a todos los hombres.
8º ¿Qué es la fe?
La fe es saber y confiar. Tiene siete rasgos:
• La fe es un puro don de Dios, que recibimos, si lo pedimos ardientemente.
• La fe es la fuerza sobrenatural que nos es necesaria para obtener la salvación.
• La fe exige la voluntad libre y el entendimiento lúcido del hombre cuando
acepta la invitación divina.
• La fe es absolutamente cierta, porque tiene la garantía de Jesús.
• La fe es incompleta mientras no sea efectiva en el amor.
• La fe aumenta si escuchamos con más atención la voz de Dios y mediante la
oración estamos en un intercambio vivo con él.
• La fe nos permite ya ahora gustar por adelantado la alegría del cielo. (Youcat
153-184)

Muchos dicen que creer les parece poco, que quieren saber. Pero la palabra «creer»
tiene dos significados diferentes: cuando un paracaidista pregunta al empleado del
aeropuerto: «¿Está bien preparado el paracaídas?», y aquél te responde, indiferente:

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ANEXO II

«Creo que sí», no será suficiente para él; esto quiere saberlo seguro. Pero si ha pedido
a un amigo que le prepare el paracaídas, éste le contestará a la misma pregunta: «Sí,
lo he hecho personalmente. ¡Puedes confiar en mí!». Y el paracaidista replicará: «Te
creo». Esta fe es mucho más que saber: es certeza. Y ésta es la fe que hizo partir a Abra-
ham a la tierra prometida, ésta es la fe que hizo que los mártires perseveraran hasta
la muerte, ésta es la fe que aún hoy mantiene en pie a los cristianos perseguidos. Una
fe que afecta a todo el hombre.
9º ¿Cómo funciona la fe?
Quien cree busca una relación personal con Dios y está dispuesto a creer todo lo que
Dios muestra (revela) de sí mismo.
Al comienzo del acto de fe hay con frecuencia una conmoción o una inquietud. El hom-
bre experimenta que el mundo visible y el transcurso normal de las cosas no pueden
ser todo. Se siente tocado por un misterio. Sigue las pistas que le señalan la existencia
de Dios y paulatinamente logra la confianza de dirigirse a Dios y finalmente de adhe-
rirse a él libremente. En el evangelio de san Juan leemos: «A Dios nadie lo ha visto
jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer»
(Jn 1,18). Por eso debemos creer en Jesús, el Hijo de Dios, si queremos saber qué nos
quiere comunicar Dios. Por eso creer es acoger a Jesús y jugarse toda la vida por él.
10º ¿Hay contradicción entre la fe y la ciencia?
No hay una contradicción irresoluble entre fe y ciencia, porque no puede haber dos
verdades.
No existe una verdad de la fe que pudiera estar en conflicto con una verdad de la cien-
cia. Sólo hay una verdad, la que se refieren tanto la fe como la razón científica. Dios
ha querido tanto la razón, mediante la cual podemos conocer las estructuras razona-
bles del mundo, como ha querido la fe. Por eso la fe cristiana fomenta y potencia las
ciencias naturales. La fe existe para que podamos conocer cosas que, aunque no son
contrarias a la razón, sin embargo son reales más allá de la razón. La recuerda a la cien-
cia que no debe ponerse en el lugar de Dios y que tiene que servir a la creación. La
ciencia debe respetar la dignidad humana en lugar de atacarla.
11º ¿Qué tiene que ver mi fe con la Iglesia?
Nadie puede creer por sí solo, como nadie puede vivir por sí solo. Recibimos la fe de la
Iglesia y la vivimos en comunión con los hombres con los que compartimos nuestra fe.
La fe es lo más personal de un hombre, pero no es un asunto privado. Quien quiera
creer tiene que poder decir «yo» como «nosotros», porque una fe que no se puede
compartir ni comunicar sería irracional. Cada creyente da su asentimiento libre al «cre-
emos» de la Iglesia. De ella ha recibido la fe. Ella es quien la ha transmitido a través
de los siglos hasta él, la ha protegido de falsificaciones y la ha hecho brillar de nuevo.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La fe es por ello tomar parte en una convicción. La fe de los otros me sostiene, así
como el fuego de mi fe enciende y conforta a otros. El «yo» y «nosotros» de la fe lo
destaca la Iglesia empleando dos confesiones de la fe en sus celebraciones: el credo
apostólico, que comienza con «creo» (CREDO) y el credo de Nicea-Constantinopla,
que en su forma original comenzaba con «creemos» (Credimus).
12º ¿Para qué necesita la fe definiciones y fórmulas?
En la fe no se trata de palabras vacías, sino de una realidad. A Lo largo del tiempo se
condensaron en la Iglesia fórmulas de la fe, con su ayuda contemplamos, expresamos,
aprendemos, transmitimos, celebramos y vivimos esa realidad. (170-174)
Sin fórmulas fijas el contenido de la fe se disuelve. Por eso la Iglesia da mucha impor-
tancia a determinadas frases, cuya formulación precisa se logró en la mayoría de los
casos con, mucho esfuerzo, para proteger el mensaje de Cristo de malentendidos y
falsificaciones. Las fórmulas de la fe son importantes especialmente cuando la fe de
la Iglesia se traduce a las diferentes culturas y sin embargo tiene que mantenerse en
su esencia. Porque la fe común es el fundamento de la unidad de la Iglesia.
13º ¿Qué son las profesiones de fe?
Las profesiones de fe son fórmulas sintéticas de la fe, que hacen posible una confesión
común de todos los creyentes.
Este tipo de síntesis se encuentran ya en las cartas de san Pablo. La profesión de fe o
credo de los apóstoles, de los primeros tiempos del cristianismo, tiene una categoría
especial, porque es considerado como el resumen de fe de los APÓSTOLES. La pro-
fesión de fe larga o símbolo de Nicea-Constantinopla tiene una gran autoridad, porque
procede de los grandes concilios de la Cristiandad aún no dividida (Nicea en el año
325 y Constantinopla en el 381) y hasta el día de hoy constituye la base común de los
cristianos de Oriente y Occidente.
14º ¿Cómo surgieron las profesiones de fe?
Las profesiones de fe se remontan a Jesús, que mandó a sus discípulos que bautizaran.
En el bautismo debían exigir a las personas la profesión de una determinada fe, en
concreto la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (TRINIDAD).
El germen de todas las fórmulas de fe posteriores es la fe en Jesús, el Señor, y el envío
a la misión: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nom-
bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Todas las profesiones de fe
de la -Iglesia son desarrollo de la fe en este Dios trinitario. Comienzan con la confesión
de la fe en el Padre, Creador y quien sostiene el mundo, se refieren luego al Hijo, por
quien el mundo y nosotros mismos hemos encontrado la salvación, y desembocan en
la confesión de fe en el Espíritu Santo, la persona divina por quien se da la presencia
de Dios en la Iglesia y en el mundo.

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ANEXO II

15º
Símbolo de los Apóstoles Credo Niceno-Constantinopolitano

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creo en un solo Dios,


Creador del cielo y de la tierra. Padre Todopoderoso,
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Creador del cielo y de la tierra,
Nuestro Señor, de todo lo visible y lo invisible.
que fue concebido por obra y gracia Creo en un solo Señor, Jesucristo,
del Espíritu Santo, nació de Santa Hijo único de Dios,
María Virgen, padeció bajo el poder de nacido del Padre antes de todos los si-
Poncio Pilato, glos: Dios de Dios,
fue crucificado, muerto y sepultado, des- Luz de Luz,
cendió a los infiernos, al tercer día resu- Dios verdadero de Dios verdadero,
citó de entre los muertos, subió a los engendrado, no creado,
cielos y está sentado a la derecha de de la misma naturaleza del Padre,
Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha por quien todo fue hecho;
de venir que por nosotros, los hombres, y por
a juzgar a vivos y muertos. nuestra salvación bajó del cielo,
Creo en el Espíritu Santo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó
la santa Iglesia católica, de María, la Virgen, y se hizo hombre;
la comunión de los santos, y por nuestra causa fue crucificado
el perdón de los pecados, en tiempos de Poncio Pilato;
la resurrección de la carne padeció y fue sepultado, y resucitó al ter-
y la vida eterna. cer día, según las Escrituras,
Amén. y subió al cielo, y está sentado a la dere-
cha del Padre; y de nuevo vendrá con
gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una,
santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.
Amén.

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EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

SIGLAS UTILIZADAS

AG Ad Gentes. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia.


B.O.C.E.E. Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española.
CA Centesimus annus. Encíclica de Juan Pablo II.
CCE Catecismo de la Iglesia Católica.
CC La Catequesis de la Comunidad. Orientaciones pastorales para la catequesis
en España, hoy. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Editorial
EDICE, Madrid 1983.
CT Catechesi Tradendae. Exhortación de Juan Pablo II sobre la catequesis de
hoy.
DCG Directorium Catechisticum Generale. Directorio General de Pastoral cate-
quética.
DV Dei Verbum. Constitución dogmática sobre la divina relación.
EN Evangelii Nuntiandi. Exhortación Apostólica de Pablo VI sobre la evangeli-
zación del mundo contemporáneo.
FD Fidei Depositum. Constitución Apostólica para la publicación del Catecismo
de la Iglesia Católica.
GS Gaudium et spes. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual.
LG Lumen Gentium. Constitución Dogmática sobre la Iglesia.
MDP Mensaje al Pueblo de Dios. Documento del Sínodo 1977 sobre la catequesis
en nuestro tiempo.
MCC Movimiento Cursillos de Critiandad
NA Nostra Aetate. Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones
no cristianas.
OR L'OSSERVATORE ROMANO. Edición Española.
RM Redemptoris Missio. Encíclica de Juan Pablo II.
SC = Sacrosanctum Concilium. Constitución sobre Sagrada Liturgia.
Sínodo 85 Proposiciones del Sínodo 1985.

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