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El término “arché” es complejo pues alberga al menos dos significados distintos: por un
lado significa “origen” y por otro lado significa “principio”. Intentaremos explicar esta
diferencia acudiendo al considerado “primer filósofo”: Tales de Mileto. Según los
testimonios que nos quedan de él –muy parcos por otro lado- el “arché” de la “physis”
es uno de los cuatro elementos: el agua. Si leemos “arché” con el primer significado
esto implicaría que el agua –por una serie de transformaciones que habría que señalar
con detalle- es el origen de la physis entera (a una conjetura así puede llevar, por
ejemplo, la constatación de que el agua atraviesa al menos tres estados –sólido, líquido
y gaseoso, dando así muestra de su versatilidad). Si leemos “arché” como “principio” la
tesis es distinta: no es que todo proceda del agua a través de una serie de
transformaciones es que el agua es, por así decirlo, el “quicio” de la naturaleza (physis),
eso sobre lo cual se aguanta y sostiene en su conjunto y según su dinámica propia algo
así como una “biosfera” (hoy día continuamente oímos que se busca en otros planetas
“agua” pues éste es un indicador relevante de que ahí puede surgir y mantenerse la vida
orgánica). Según Tales de Mileto –y esta es su respuesta a la pregunta por el arché de la
Physis (su propuesta de solución a ese problema; una vez ha renunciado a responder a
ella con una narración mítica)- el arché es uno de los cuatro elementos materiales: el
“agua”. ¿Qué quería decir con ello? Si pensamos el agua como “origen” implica que del
agua proceden –a través de unos procesos que habría que concretar- los demás
elementos (tierra, aire y fuego); tal vez –por las noticias escasas que tenemos- llegó a
esta conclusión por constatar la versatilidad del agua, pues es sólida cuando se enfría (el
agua helada, el hielo) y es gaseosa cuando se calienta (el vapor de agua que, según
Tales, está en las nubes). Pero tal vez estaba diciendo otra cosa (¿incompatible con la
anterior o complementaria con ella?): el “agua” es la clave de bóveda de la Naturaleza
(de la biosfera, por acudir a un término actual); ¿por qué hoy día se envían naves a
planetas buscando en ellos “agua”? Porque entendemos –como ya pensó Tales de
Mileto hace siglos- que “donde hay agua hay vida”. Por todo esto no podemos afirmar
rotundamente que el agua sea solo –según su propuesta- origen o principio; tal vez sea
una combinación de ambos (pero no está claro en qué términos exactos).
Por otra parte –y dicho muy rápidamente- el término “physis” en los primeros
filósofos (esto es, en la filosofía presocrática) se refiere a “todo lo que es” (es decir a
una Totalidad y no a una parte de esa totalidad –esto último es lo que sucederá a partir
de Sócrates: una drástica restricción de lo denotado por el término “physis”-). Además
ese término indica dos cosas enlazadas: por un lado alude a que todo lo que es está
atravesado por el cambio, por el movimiento, por un peculiar dinamismo más o menos
cíclico o recurrente; por otro lado, subraya que en todo cuanto hay o en todo lo que es
de un modo u otro rige de antemano una ley y un orden (el “mundo” es de algún modo
“inteligible” –no es un caos arbitrario y caprichoso; y esto se sostiene con
independencia de que en el fondo sea muy difícil precisar con certeza cuál sea esa ley y
ese orden, se asume pues que aquí estamos ante una cuestión problemática sobre la que
una y otra vez tiene que preguntarse y buscarse una respuesta más o menos satisfactoria
–los primeros filósofos, en definitiva, operaban con la pauta de “ensayo y error”).
Es habitual, dicho lo anterior (es decir, repetimos, que los primeros filósofos se
afanaron en buscar el arché de la physis), clasificar estas filosofías en dos bloques: los
que proporcionan una respuesta “monista” y los que dan una respuesta “pluralista”. El
monismo brinda una respuesta literalmente “monárquica”: el arché (origen o principio)
es único, es solo uno (los principales monistas son Tales, Anaximandro, Anaxímenes).
La posición pluralista es más variopinta: admiten o postulan una multiplicidad en el
“arché”, por ejemplo Empédocles, Anaxágoras, la Escuela Pitagórica (según estos
últimos “debajo” de la physis hay una pluralidad matemática –sea aritmética o
geométrica; una tesis esta que se desarrolló plenamente a partir de Galileo –su idea
principal, que articulaba el conjunto de sus teorías físicas, es que “el Libro de la
Naturaleza” está “escrito” en “caracteres matemáticos”) o los atomistas griegos
(Demócrito y Leucipo). En esta clasificación es difícil encajar a dos autores en buena
medida “inclasificables”: Parménides y Heráclito; en un breve apunte que en nada hace
justicia a la enorme complejidad de lo que conservamos de ellos (muy poco, de todos
modos –y con el grave inconveniente siguiente: conservamos de ellos textos expuestos
desde una posición “platonizante”, propia de Platón y su escuela) diremos
orientativamente lo siguiente: en ambos encontramos una diferencia de énfasis (sobre
un fondo común, por otro lado), Parménides acentúa o subraya lo que no cambia, lo
inmutable (“ser”), a su vez Heráclito pone de relieve en primera instancia lo cambiante,
lo dinámico (“devenir”).
Sobre Heráclito basta saber inicialmente lo siguiente: la tesis de que “todo fluye
y nada permanece” (es decir, la constatación del cambio en los entes o en los
fenómenos) es una tesis central en Heráclito. De todos modos no debe ser exagerada (se
suele insistir en este punto porque es lo que más claramente contrasta con Parménides).
Heráclito, por lo tanto dice dos cosas (aunque solamos insistir más en la primera que en
la segunda): a) todo fluye y nada permanece (de aquí frases metafóricas como “no nos
bañamos nunca dos veces en el mismo río”, etc.); b) el cambio a pesar de ser continuo e
imparable está sin embargo, de algún modo que tiene que ser precisado, sometido a una
ley y un orden (y es a esto a lo que denomina “Lógos”: a la ley y el orden del mundo en
cambio continuo –el Lógos, por lo tanto, es el “arché de la physis”, el principio/origen
de la ‘naturaleza’). Lo relevante de Heráclito en este punto es lo siguiente: esa ley y ese
orden que rige en el mundo no es enteramente “fija” (y por eso alude a que la ley y el
orden es una cierta “tensión entre contrarios”); ¿qué significa y qué implica esto último?
Que el orden y la ley (el Lógos) es una armonía que incluye factores ‘disarmónicos’, es
una estabilidad inestable, ¿por qué? Porque el orden y la ley incluyen el cambio y el
desequilibrio o el desorden (lo incluyen: es decir, no lo excluyen –cosa que sucede
cuando se dice que el orden y la ley son “fijos”, como sucederá más adelante con Platón
y su teoría de los dos mundos, el mundo sensible cambiante y el mundo inteligible fijo y
permanente). Hoy día, por cierto, cuando algunas ciencias abordan lo que llaman
“sistemas dinámicos” están muy cerca de lo que sostenía Heráclito (esto lo expone con
acierto Gustavo Hernández Pérez en su libro Heráclito. Naturaleza y complejidad –
señalo esto solo para los interesados en las ciencias contemporáneas).
Más cosas: en Grecia la expresión “lo divino” o “la divinidad” no se refiere solo
a los dioses mitológicos (Zeus, etc.), alude también a lo que es perfecto y limitada,
pleno y excelso (y por ello digno de asombro y de admiración –y este es, según la
tradición, el sentimiento que da pie y alas al pensar filosófico). ¿Por qué la “ley” (el
orden del mundo, el Lógos) es “divina”? Porque es el principio/origen (el arché) o sea,
porque es lo perfecto, limitado, pleno, excelso. Es importante insistir en que aquí lo
divino o la divinidad, etc., en ningún caso tiene algo que ver con un Dios religioso al
que se rinde culto, etc. En general respecto a todos los autores presocráticos el “arché”
es siempre considerado “divino”, pero solo en el estricto sentido que acabo de exponer
(así los Pitagóricos consideran divinos a los números porque ellos son el ‘arché de la
physis’, por citar este ejemplo).
Breve apunte sobre los términos “devenir” y “divino” (en el contexto de la primera
filosofía)
Jenófanes de Colofón
a. Desde luego los primeros filósofos –por ejemplo los tres pensadores de Mileto
(Tales, Anaximándro, Anaxímenes) fueron monistas en el sentido de que
sostuvieron que el principio/origen (arché) de la Naturaleza (physis) es uno solo
(el agua, lo indeterminado, el aire, respectivamente). Por las noticias que
tenemos –escasas, por otra parte- de Jenófanes este siguió esta vía (pero no está
claro qué es lo que situaba como único arché); tal vez introdujo alguna novedad
significativa que llevara a pensar que fue el primer monista “consecuente” o algo
así, pero carecemos de más información sobre esto. Respecto a la diferencia
entre una mitología (una cosmogonía que relata el origen del mundo y su
destino, etc.) y una cosmología racional sí puede decirse que aunque esta
diferencia ya estaba implícita en los filósofos anteriores en él es ya explícita.
b. En Grecia el concepto de lo divino tiene una duplicidad que puede llevar a
confusión: posee un aspecto religioso (los dioses de la religión olímpica) y otro
alude a lo que es perfecto, pleno, completo y acabado (aún hoy, por cierto,
persisten esos dos significados). Respecto a Jenófanes una parte de su obra tiene
que ver con lo que podemos llamar una filosofía de la religión: una
consideración crítica de lo divino (en la nota que hay en este hilo del foro se
amplía este asunto lo suficiente para una primera aproximación). El asunto del
panteísmo alude, tal vez, pues seguimos sin tener noticias claras, a una forma en
la que desarrolló su radical politeísmo (que Jenófanes criticara el
“antropomorfismo” de muchas religiones no significa que fuese un ateo en el
sentido más o menos moderno del término, pero sí que está claro que a su juicio
había falsas religiones –y las religiones “antropomorfas” lo son según su
criterio; por ejemplo, un ejemplo que es posterior a este autor, pero que puede
valer para entender las implicaciones de sus planteamiento, si alguien afirma que
“Dios” es un “Padre” está proyectando sobre el plano de lo divino una estructura
familiar propia del patriarcado –y esta es precisamente, en la estela de Jenófanes,
la tesis de Freud, el fundador del psicoanálisis). En resumen: su panteísmo
apunta a un politeísmo (o eso se puede concluir, aproximadamente).
c. Por lo dicho anteriormente Jenófanes nunca aceptaría, dentro de su cosmología
racional, que “Dios” esté al principio de todo al menos en el sentido (propio solo
de la religión judía primero y cristiana después) de un “Dios creador”. Estamos
pues aquí, otra vez, ante la dificultad que nos plantea el que “lo divino” tenga los
dos sentidos que he mencionado antes. Lo diré así: el que el arché sea tenido por
“divino” tanto por Tales de Mileto como por Jenófanes (es decir como algo
perfecto) no significa que a esa divinidad se le deba rendir culto en las fiestas o
rituales de la comunidad (las divinidades a las que se les rinde culto son las
divinidades religiosas –no al arché, por supuesto).
"Ninguna cosa nace ni perece, sino que, a partir de las cosas que hay, se
producen combinaciones y separaciones, y así, lo correcto sería llamar al nacer
combinarse y al perecer separarse".
Por otro lado tiene que tenerse presente que la pregunta central a la que intenta
responder es si hay un principio ordenador (arché) que opera o actúa en al orden
natural y cuál es este (y es aquí donde interviene la noción de ‘noûs’). Lo que -por las
pocas noticias de las que disponemos- sabemos de la propuesta de Anaxágoras su tesis
es que el principio organizador de la Naturaleza lo denominó “noûs”. Que este principio
lo atraviese y lo sostenga todo (por ejemplo las combinaciones o las agrupaciones de
'homeomerías' que dan lugar a cada uno de los distintos entes que pueblan el mundo) no
implica ni significa que 'todo esté en todo'.
Pregunta: ¿A qué se refiere con su lucha de contrarios y la oposición de "lo que es" y
"lo que no es"? Respuesta: en su nivel elemental -que es el que aquí interesa- la
conjunción de "lo que es" y "lo que no es" se refiere al cambio o al movimiento (al
devenir) propio de las cosas (cuando algo cambia sucede un paso de un 'no es' -
referido,por ejemplo, a una peculiar cualidad de esa cosa- a un 'es' -una vez ha cambiado
algo ahora ya tiene tal o cual cualidad de la que antes carecía- (piensa, por ejemplo, en
una planta que cambia de color, o en un ser vivo que se desarrolla, etc.; pues bien, el
caso es que Heráclito intenta pensar el cambio (el devenir, el movimiento) de las cosas
como una "lucha de contrarios" (no ser algo "frío" implica a la vez, por ejemplo, estar
siendo "caliente", etc.). Esto es lo elemental y lo principal del asunto planteado.
Sobre Empédocles puedo decirse lo siguiente (no es mucho, pero es lo que se puede
exponer sobre el tema –ten en cuenta que sobre los autores “anteriores a Sócrates”
apenas se conservan una pequeña colección de fragmentos así que tenemos una idea
solo aproximada de lo que sostuvieron). Tal vez ayude un poco –pues la respuesta
“definitiva” a tu pregunta no puede darse por falta de textos de autor- lo siguiente: algo,
afirma este autor, mantiene su “consistencia” (su unidad) cuando hay un equilibrio entre
las fuerzas que reúnen o juntan sus componentes y las fuerzas (contrarias) que pujan por
disgregarlo o romperlo; cuando ese frágil equilibrio cesa entonces esa entidad “perece”
(sus pedazos pueden ulteriormente entrar a formar parte de un nuevo todo, etc.). Sucede
entonces –aplicando esto no a una entidad aislada sino a la Totalidad- que el Orden de la
Naturaleza es la alternancia cíclica entre el equilibrio y el desequilibrio (siendo el
principio/origen –árché- de ese Orden esas fuerzas que pueden llamarse ‘amistad’ y
‘odio’ o términos equivalentes a estos). Respecto a Empédocles, en definitiva, una
precisión que resume tu propuesta: él sostuvo que el arché de la physis está en la
interacción de dos fuerzas: una atrae entre sí a los cuatro elementos (tierra, agua, aire,
fuego) y otra los repele y separa.
En la nota general sobre la sofística había un breve apunte sobre este autor.
Recogemos y ampliamos lo dicho allí de tal modo que lo que resulta es una exposición
completa –aunque lógicamente resumida- de lo que propuso.
Gorgias –en el fondo por asuntos de raíz política (como bien explica Quintín
Racionero en sus lecciones incluidas en “La inquietud en el barro”)- pretende refutar
algo que se estaba proponiendo por parte de Sócrates (y después, con matices distintos
pero con una orientación en el fondo convergente, Platón y Aristóteles). ¿Qué buscaba
Sócrates? Las “definiciones esenciales” de los conceptos morales y políticos (virtud,
felicidad, bondad, justicia, etc.). La “esencia” de algo es eso que algo “es”; y es por esto
que se acude aquí al término “ser”; ¿qué significa? El ser de algo es su esencia eterna,
universal, necesaria, idéntica, fija y permanente, etc. (y en el seno de la filosofía
platónica, por citar este ejemplo, el ser de algo o la esencia de algo se opone a su
apariencia pues la apariencia de algo no es sino una sombra en el fondo de la caverna,
una sombra oscura, confusa, cambiante, efímera).
Una última cuestión. ¿Por qué en el fondo Gorgias planteaba lo que acabamos de
exponer? Por una razón de carácter “político”. Según Gorgias y los demás sofistas si
hubiese una “esencia” de los conceptos éticos y políticos no habría debate político
propiamente dicho (¿por qué? Porque si todo está de algún modo prefijado o
predefinido no hay en última instancia nada sobre lo que debatir o discutir).
Para empezar solo recordar que Sócrates no escribió ningún texto (su actividad
peculiar era dialogar o discutir en la Ciudad y con los ciudadanos que por ella pululaban
sobre temas morales y políticos). Esto implica que solo sabemos de su curiosa
“enseñanza” a través de fuentes indirectas (Platón, Aristóteles, Jenofonte), por lo tanto
lo que se afirma sobre Sócrates es una “reconstrucción” más que una noticia directa y
clara.
La segunda cuestión a la que aludimos al empezar esta nota está enlazada con
lo acabamos de exponer pero introduce en ella un giro que conduce hacia el platónico
“mundo de las Ideas”. ¿Cómo? Veámoslo. Pensado a fondo el intelectualismo moral
implica que solo si tenemos definiciones esenciales exactas y precisas de los conceptos
morales (solidaridad, bien, justicia, felicidad, equidad, compasión, etc.) podremos
conducirnos adecuadamente en la vida moral que se desarrolla en la sociedad (es decir,
en las interacciones de unos con otros en el seno de las distintas instituciones sociales).
¿Cómo una sociedad puede decirle a uno de sus miembros que ha “obrado mal” (hasta
el punto, por seguir con el ejemplo anterior, de privarle de libertad encerrándolo en una
prisión) si no tiene perfectamente claro en qué consiste el bien y en qué el mal (etc.)?
Seguimos aquí, por lo tanto, en el “intelectualismo moral”.
Por las escasas noticias que tenemos de Sócrates parece que él se limitó a
insistir en que una sociedad justa tiene que tener un conocimiento moral perfectamente
fundamentado, adecuadamente justificado, un conocimiento en el que los conceptos
éticos y políticos sean claros y precisos. Y es aquí donde entra el asunto que
propiamente elaboró Platón con un desarrollo muy amplio (aunque no exento de
dificultades). La pregunta es: ¿a qué se refieren esos conceptos morales? Platón lo dice
con rotundidad: se refieren a esencias eternas e inmutables previas a esos conceptos
(estas esencias están ubicadas en un reino ideal puro y luminoso, perfecto, fijo y estable,
separado del mundo sensible en el que todo es oscuro y confuso). Se puede decir, por lo
tanto, y en definitiva, que cuando Platón postuló que hay un mundo de las Ideas no hizo
otra cosa que profundizar en algo que ya empezó a pensar su maestro, Sócrates.
Sócrates no puso por escrito su doctrina moral y política. Esto implica que no
sabemos con claridad qué sostuvo propiamente (todo sobre esa doctrina se basa en
noticias indirectas –como muchas veces pasa en la ciencia de la historia, por cierto). La
pregunta o la duda sobre si la equiparación del bien con lo útil (o al menos el nexo entre
el bien y lo útil) conduce a una forma de utilitarismo está relacionada con la exposición
que Jenofonte hizo de la posición de Sócrates (desde lo que dijo Platón sobre su maestro
no hay duda: Sócrates no es, nos dice Platón, un utilitarista). Como breve indicación de
cuál es el tema que aquí se plantea diremos lo siguiente:
Tema 3. Platón
En esta breve exposición solo pondremos el acento en algunas de las líneas
centrales de la obra platónica.
Las cosas sensibles son relativas (dependen de las Ideas: no son autosuficientes,
por sí solas carecen de consistencia); temporales (nacen y perecen, están expuestas a la
generación y la corrupción); mutables (cambian, se transforman, varían); particulares
(son individuales, concretas).
Fijémonos en esto: Platón sostiene que hay “cosas bellas” (un hombre o una
mujer, una estatua o un templo, etc.) pero para que esto sea así tiene que haber ‘antes’
(con prioridad, de manera preferente) la Idea de Belleza (que es la Belleza con
mayúsculas: perfecta, sin mácula, sin defecto alguno, sin carencia concebible). Así pues
cada Idea marca respecto aquello de lo que es su Idea un ideal, una norma o pauta fija y
estable (el mundo de las Ideas se define por constituir un Orden estable, perfecto,
luminoso, resplandeciente, brillante).
Estamos por fin en disposición de formular una breve definición de qué es una
Idea: se trata de una realidad suprasensible (inteligible) y separada que reúne dentro de
sí todas las propiedades esenciales (permanentes, constantes) que definen una clase de
cosas sensibles (particulares, contingentes, múltiples, etc.). Puesto que el saber o el
conocimiento, en su acepción más amplia, consiste en aprehender las Ideas de todos los
entes sensibles podemos afirmar que en Platón el conocimiento, en su estrato más
básico, se edifica desde la exposición de una serie de definiciones esenciales (saber de
algo es, así, en primera instancia, identificarlo, clasificarlo, y esto se realiza gracias a los
“conceptos”).
En los últimos diálogos que escribió Platón tuvo que enfrentarse a los numerosos y
difíciles problemas que destilaban las obras en las que propuso la versión inicial de la
“teoría de las Ideas”. Uno de esos problemas concierne al problema de la radical
“separación” entre el mundo sensible de las apariencias y el reino ideal de las esencias.
Antes dijimos lo siguiente: las cosas sensibles (un caballo, un triángulo) dependen para
ser lo que son de las Ideas correspondientes. Y es obvio que “dependencia” indica
“relación” entre lo dependiente y lo independiente o autosuficiente. ¿Cuál es aquí el
problema? Pues que los dos mundos distinguidos y separados –en tanto caracterizados
por propiedades contradictorias- tienen que estar a pesar de todo “conectados” de alguna
manera. Sobre esto Platón, en el conjunto de su obra, propuso dos tipos o dos vías de
solución (y ninguna de ellas, por otra parte, resulta enteramente satisfactoria –por esta
razón la solidez última de la propuesta platónica siempre estará en entredicho): la vía de
la “participación” (methéxis) y la vía de las “imitación” (mímesis). La vía de la
participación implica considerar que una Idea es un todo y que las cosas sensibles son
sus partes (sus componentes; esto resuelve el asunto de la unidad de la Idea: si divido un
billete de lotería en participaciones y las reparto entre mis amigos el billete de lotería no
se ha descompuesto en trocitos, pero lo que –dejando al margen este ejemplo- no está
claro es cómo algo sensible puede “tener parte en” algo Inteligible). La vía de la
imitación resulta más clara: si la Idea de algo es un Modelo (perfecto, ideal) de ese algo
podemos considerar que las cosas sensibles son “copias” (siempre imperfectas) de ese
modelo, pero de nuevo surge una dificultad: un modelo y su copia “se parecen en algo”,
pero ¿en qué pueden asemejarse una Idea y una cosa sensible si sus respectivas
propiedades son contradictorias? En el fondo el conjunto de la filosofía de Aristóteles
consistió en un intento de mantener la tesis de que hay un reino ideal de esencias de
modo tal que se sorteen las profundas dudas y dificultades que genera el planteamiento
platónico.
En un pasaje del diálogo La República –el del “símil de la línea”- Platón ofrece una
clasificación del “conocimiento” (en su más amplia acepción). Por un lado tenemos, en
el estrato inferior, la “opinión” (dóxa): el frágil, tenue, incierto e inseguro
‘conocimiento’ del mundo sensible, un mundo de fluctuantes e inestables apariencias, el
mundo de las sombras confusas proyectadas en el fondo de la caverna, un conocimiento
borroso de lo efímero (el territorio de las opiniones –en el que según Platón se mueven a
sus anchas los ‘sofistas’- se divide a su vez en dos ramas: la eikasía –el grado más bajo
de la dóxa- y la pístis –una opinión un poco más estabilizada y menos volátil). En el
estrato superior nos encontramos con lo que ya puede denominarse conocimiento
propiamente dicho: el “saber” (epistème), un conocimiento conceptual de las esencias
de las cosas; el saber a su vez tiene dos grados: el grado inferior lo constituye la
“dianóia” (y su inferioridad se debe a que en él el conocimiento de la esencia está
apoyado en “hipótesis” o en “axiomas” –como sucede por ejemplo con el conocimiento
matemático); el grado superior –el conocimiento máximo que puede alcanzar la razón o
el entendimiento humano- es la “noesis”, es decir, un conocimiento directo (“intuitivo
pues el ‘ojo del alma’ ve sin intermediario alguno las mismas Ideas) del reino ideal de
las esencias (el punto culminante del conocimiento noético se encuentra en la
contemplación de la Idea principal: la Idea del Bien).
En cualquiera de los distintos campos del saber (en el saber científico o el saber
político) el proceso del conocimiento transcurre de este modo: se parte de la confusa y
oscura multiplicidad de las opiniones y se intenta llegar desde ellas al saber propiamente
dicho. ¿En qué consiste ese camino que va de la opinión al saber? En pasar de lo
particular a lo universal, de lo múltiple a lo uno, de lo cambiante a lo permanente, de lo
contingente a lo necesario, de lo diferente a lo idéntico, etc. Y ¿cuál es el “método” que
aquí opera de modo tal que se pueda caminar en esa dirección? El método es la
“dialéctica”: el “diálogo racional”, esto es, la confrontación de las opiniones en la que
debe surgir algo que ya no es opinión alguna sino un saber conceptual de la esencia (el
diálogo racional tiene a su vez dos pasos: la ironía y la mayéutica pero aquí no podemos
extendernos en su exposición aunque lo que diremos a continuación puede considerarse
indirectamente una explicación de lo que ambas significan). Por cierto, lo que acabamos
de señalar aclara la razón principal por la que la forma literaria de los principales textos
de Platón es una forma “dialogada” (en cada obra platónica desfilan una serie de
personajes que debaten sobre un tema que les presenta un problema, algo que no
entienden y por lo que se preguntan “¿qué es –en su esencia- eso que no entendemos?”).
¿Y cuál es esa pauta o ese criterio? La presencia misma de la Idea ante todos
aquellos que participan y contribuyen al diálogo en el que se intenta definir lo que algo
es de una vez por todas. Así por ejemplo si refiriéndose a cosas que los que debaten
respectivamente consideran “bellas” éstos se preguntan “¿qué es la belleza?” (o sea se
interrogan por qué es aquello que en última instancia convierte en bellas a las cosas que
lo son) lo único que puede marcar de antemano el cauce por el que debe ir la indagación
es la propia Idea de Belleza. Pero esto, por otra parte, plantea un arduo y difícil
problema: si los que dialogan y buscan el saber en medio de un debate racional (basado
en pruebas y argumentaciones) pertenecen al mundo sensible –al territorio de las
opiniones, al campo oscilante de las sombras de la caverna- ¿cómo pueden alcanzar o
llegar a poseer un conocimiento de las Ideas? En este punto Platón introduce lo que
considera una solución para esta enorme dificultad: la clave estaría en la noción de
“reminiscencia” (anamnesis). El conocimiento en medio del diálogo de las Ideas (de la
Idea de esto o de la Idea de aquello) tiene lugar porque los investigadores las
“recuerdan” (la teoría de la reminiscencia postula que el conocimiento de lo esencial es
en el fondo un conocimiento “a priori”: conocer la esencia es recordarla y solo
recordamos lo que de alguna manera ya conocemos con anterioridad –contando por otra
parte que no hay recuerdo propiamente dicho sin olvido: recordar implica haber
olvidado). Con el fin de precisar y apuntalar la teoría de la reminiscencia Platón pone en
juego toda una concepción del ser humano: una antropología que en su caso –como
sucede en todos los rincones de su obra- es de carácter “dualista”. El ser humano está
compuesto por dos partes o mitades diferentes: un alma racional y un cuerpo sensible. Y
es a partir de aquí que organiza la siguiente explicación: el alma racional de los hombres
(su parte superior y más noble) ha conocido ya siempre las Ideas de todas las cosas (las
ha contemplado y las ha memorizado); sin embargo cuando ese alma se une al cuerpo
sucede que olvida todo ese enorme caudal de conocimiento. ¿Qué significa, entonces,
una vez que el alma está unida al cuerpo, “conocer”? En ir recordando, poco a poco,
paso a paso, en un proceso tal vez interminable, las Ideas de todas las cosas a través del
diálogo racional. ¿Qué implica en el fondo la teoría de que el conocimiento de las
esencias ocurre por “recuerdo” o “reminiscencia”? Implica que en el proceso del
conocimiento (en el preguntar y el investigar) nunca se aprende o se adquiere algo
nuevo: se recuerda lo que ya se sabía y que se había olvidado; así pues –en la medida en
que una parte de los seres humanos es el alma racional- el cognoscente ya lo sabe todo a
priori, aunque necesita del diálogo para ir poco a poco recordándolo (por otra parte cabe
subrayar que esta afirmación de que el conocimiento es recuerdo encaja perfectamente
con la tesis de que debajo de todos los fenómenos subyace un y solo un universo eterno
de Ideas o Esencias: en un mundo concebido así nunca puede haber en un sentido
radical del término ninguna auténtica “novedad” pues todo está predefinido de
antemano de un modo definitivo –y es importante resaltar que esto es algo que hoy día
es expresamente rechazado tanto por la ciencia como por la filosofía: en nuestro
universo caben las “novedades”, es decir: no todo está enteramente definido de
antemano y de una vez por todas).
Para terminar vamos a citar un pasaje de una obra platónica denominada Menón. En
él se expone la cuestión de saber y del investigar de tal modo que parece que la única
salida se encuentra en la teoría de la reminiscencia (en la tesis de que ya lo sabemos
todo de antemano, etc.). El texto dice así:
«Menón: ¿Qué medio vas a adoptar, Sócrates, para investigar y averiguar lo que de
ninguna manera conoces? ¿Qué principio te guiará en la indagación de cosas que
ignoras absolutamente? Y aún cuando llegases a encontrar la esencia de las cosas por las
que preguntas ¿cómo la reconocerías no habiéndola nunca conocido?
Sócrates: Entiendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta de lo fecundo e
importante que es el tema que acabas de plantear? Según dices no es posible para
nosotros investigar lo que sabemos ni, tampoco, lo que no sabemos. No investigamos lo
que sabemos, porque si ya sabemos algo no tenemos ninguna necesidad de investigarlo;
pero no investigamos lo que no sabemos, por la razón de que en este caso no sabemos
qué tenemos que investigar».
Una cosa más. El mundo de las Ideas (el reino ideal de las Esencias al que
apunta el conocimiento) está ordenado jerárquicamente (una imagen gráfica de esto nos
la ofrece una “pirámide” –hay distintos niveles, unos inferiores y otros superiores, y en
la cúspide se encuentra la Idea fundamental, la Idea del Bien, el ‘sol’ que todo lo
alumbra según la metáfora presentada en el ‘mito de la caverna’). ¿Qué significa que
hay una jerarquía entre las Ideas? Que hay Esencias superiores y Esencias inferiores. Lo
explicaremos con un ejemplo. La Idea de triángulo es superior a la Idea de caballo o la
Idea de casa; ¿por qué es ‘superior’? Porque es más exacta: la definición geométrica de
un triángulo (un polígono de tres lados cuyos ángulos suman ciento ochenta grados,
etc.) agota por entero y sin resquicio alguno la cosa definida y por eso consigue
delimitarla de un modo íntegro y completo (la Idea de caballo o de casa es ‘menos
exacta’ y por eso es una Idea ‘inferior’, de menor rango en el orden jerárquico del reino
ideal de lo inteligible).
“Me he quedado algo atascado con los problemas de la hipótesis de las ideas:
- Entiendo que el problema de EXTENSIÓN se centra en los límites del mundo de las
ideas, si se han de admitir o no ideas sobre objetos comunes y vulgares. ¿Platón no lo
resuelve.... y ya está? ¿lo deja así? ¿se han de admitir o no las ideas sobre objetos
comunes?
-Sobre el problema del CONOCIMIENTO, entiendo que en su teoría unas veces las
ideas están presentes en las cosas (inmanencia) y otras están en otro plano
(trascendencia) y que Platón lo intenta explicar con una teoría que viene a decir que
éstas no son entidades aisladas, si no que se relacionan por medio del razonamiento. ¿Es
esto suficiente o hay que entrar en algo más complejo (lo de la relación entre la idea y lo
sensible se limitaría a la relación entre original y copia)?
Sobre la ‘extensión’ de las Ideas (mejor dicho: sobre de qué hay o de qué no ha
Ideas) en Platón no hay una respuesta definitiva (sostuvo con seguridad que hay Ideas
de triángulo, de caballo o de belleza, pero es algo al menos dudoso que la haya respecto
a cualquier contingente configuración sensible –este asunto se plantea en el diálogo
llamado ‘Parménides’ y se deja con algo que tiene que meditarse más a fondo).
Y respecto a la última cuestión basta saber que la teoría de las Ideas plantea una
serie de dificultades y conocer cuáles son (sin entrar en los detalles profundos y difíciles
de esto último).
Resumo aquí –pues es un asunto complejo que puede ofrecer dudas- lo más
relevante del apartado titulado la crisis de la teoría de las Ideas en la obra platónica de
madurez (vale esto pues como ejemplo de una ‘respuesta de examen’; en este resumen
se incluye una respuesta tu concreta pregunta).
En sus obras de madurez (en ‘diálogos’ como la República –en el que aparece la
célebre ‘alegoría de la Caverna’ según la cual hay un mundo inferior de sombras y
apariencias y un mundo superior de luz que incluye las esencias de todo) Platón formuló
una “hipótesis” de gran alcance: hay un mundo inteligible o suprasensible poblado por
las Ideas de todas las cosas (poblado por lo tanto por unas Esencias universales,
necesarias, únicas, eternas, autosuficientes e independientes, etc.). Sin ese reino ideal de
esencias no habría nunca, nos dice Platón, una manera segura de obtener un
conocimiento de la verdad que no dependa del inestable juego de las opiniones (y esto
es especialmente relevante en el terreno ético y político: si no hay una definición
esencial y única de la Justicia ¿cómo podemos saber cuál será la mejor forma de
gobernar Ciudad y su forma idónea de organización? –es esto lo que intentó precisar en
el diálogo la República, presentando la ‘utopía’ de la Ciudad Ideal, de esa Ciudad
presidida por la Idea de Justicia, etc.).
b) ¿Cómo se relacionan las Ideas unas con otras? El mundo inteligible está ordenado
jerárquicamente (unas Ideas se conectan con otras) pero esto tiene que ser explicado y
aclarado. Una vía para conseguir esclarecer este punto consiste en afirmar que las Ideas
forman un “sistema deductivo” (el lo que se dice por ejemplo en el diálogo El Sofista),
es decir: las Ideas inferiores se deducen de las superiores (de este modo si esta
afirmación fuese correcta el orden del reino ideal de esencias consistiría en un ‘orden
deductivo’ presidido por una trama de razonamientos lógicos).
Añadimos ahora tres apuntes breves sobre asuntos platónicos que complementan lo
dicho hasta el momento:
2. Platón en su núcleo central: Platón postuló que hay 'dos mundos' (uno superior
y otro inferior, uno que es el fundamento y otro que es lo fundamentado). Entre
ellos a pesar de ser 'dos' tiene que haber alguna relación (para empezar porque el
mundo sensible -el de las 'sombras de la caverna'- depende del Mundo de las
Ideas) y es esto lo auténticamente problemático pues en principio son mundos
'contradictorios' (si las cosas sensibles son particulares las Ideas son universales,
si las cosas sensibles son contingentes las Ideas son necesarias, etc.), Platón con
el fin de 'resolver' esta dificultad propuso al menos dos teorías: la de la
'participación' y la de la 'imitación'.
Dicho esto -que vuelvo a decir, es lo central- Platón acudió a varios 'mitos' o
'relatos' con el fin de completar o de hacer más comprensible su antropología
dualista. Por eso añadió que el alma está a su vez dividida y jerarquizada por
dentro (tiene tres partes o tres aspectos que están enfrentados entre sí pues se
disputan el mando o el gobierno, por expresarlo así) y que 'una vez' (sin que
nunca podamos decir cuándo pues esto es solo un modo de decirlo y no una tesis
filosófica estricta) el alma estuvo separada del cuerpo (libre, pura) pero luego
tuvo que unirse o juntarse con un cuerpo y esto supuso para ella caer en el
mundo sensible y perder su pureza (olvidándose además de sus completos y
exhaustivos conocimientos del Mundo de las Ideas), solo cuando muera el
cuerpo volverá al 'lugar' de donde vino (el reino ideal de las esencias). Platón
expresó estas afirmaciones complementarias al dualismo antropológico en forma
de mitos o de alegorías que no deben leerse 'literalmente' (son más recursos
didácticos que tesis filosóficas propiamente dichas -sirven para 'ilustrar' pero ahí
termina su papel).
Vamos con Platón. ¿Cómo, según este autor, están unidos dos lados o mitades tan
heterogéneos como el Alma y el Cuerpo? Pues la verdad es que no dijo mucho: en sus
textos se pasa como de puntillas sobre el tema. Lo que sostiene es esto: el alma “cae” en
un cuerpo cuando nacemos y así conviven temporalmente de un modo a ratos pacífico y
a ratos violento; la unión del alma y el cuerpo es una unión “accidental” –algo así como
la mezcla del agua y el aceite; si al nacer el alma cae en un cuerpo al morir ambas partes
del ser humano se separan.
En Grecia “alma” significa “principio de movimiento” (es algo así como lo que
“anima” algo desde su interior –de aquí proviene nuestra expresión “estar desanimado”:
sin fuerzas, sin ganas de nada o sea como inmovilizado e inerte). Por eso mismo Platón
sostiene que todos los seres del universo tienen “alma”: eso sí, según grados, y según
una escala; así pues no solo los seres humanos tienen “alma” (otra cosa es que el alma
humana tenga peculiaridades propias); un caballo, un árbol, una roca también tienen
“alma” (y por ella el caballo corre por la pradera, el árbol crece en el bosque y la roca
tiende hacia abajo, hacia la tierra).
La tesis platónica dice más o menos así: “si la verdadera vida están en otro
mundo, en un mundo perfecto e ideal, el mundo inteligible y eterno de las Ideas, y en
ese mundo el Alma vivirá por fin feliz al haberse desprendido de la cárcel del cuerpo,
entonces parece lógico desear la muerte, quererla y buscarla”. Ahora bien, en los
platónicos sucede lo mismo que pasa en la religión cristiana (una religión, como veréis
más adelante, cuando entremos en el estudio de los temas medievales, impregnada de
platonismo en muchos aspectos importantes). Y es que, acudiendo a un refrán, “una
cosa es predicar y otra dar trigo”. ¿Qué quiero decir? Pues que a pesar de sostener lo
que estamos diciendo (“la verdadera vida está en otro mundo superior”, etc.) el
platónico (como después hará el cristiano) siempre acaba aferrándose a “esta vida
mundana” (la vida en la “caverna” del mundo sensible –lo que en el cristianismo se
llama el “valle de lágrimas”). Un autor del siglo XIX como Nietzsche sostiene que este
aferrarse al mundo sensible es precisamente una prueba sólida contra el platonismo (y
contra el cristianismo; la tesis de Nietzsche es “trágica”: “enamorado de la vida aunque
a veces duela” –pero ya sin la “ilusión” de “otra vida” en un inexistente “otro mundo”).
Y es que tal vez –esto es algo que habría que exponer con argumentos y después
discutir a fondo- el dualismo antropológico (la idea misma de que soy un alma y un
cuerpo, etc.) no sea, al fin y al cabo, sino una concepción errónea de lo que somos los
seres humanos.
El “alma” como esencia del ser humano es según Platón parte de algo más
grande (y está integrada pues en el Todo, no separado de esa Totalidad –esto por lo
tanto lo aproxima al concepto helenístico de hombre y naturaleza, tal y como tú señalas;
esto por cierto –y es un tema aparte que habría que abordar con detalle- contrasta con la
idea moderna según la cual el Hombre está “separado” de la Naturaleza o de la
Totalidad, algo que desde la filosofía se explica así: en la antigüedad tuvo primacía la
“razón cosmológica”, en la modernidad tiene primacía la “razón antropológica”; al final
de este mensaje pongo un enlace a un artículo en el que se conecta la crisis ecológica
con la “razón antropológica” propia del mundo moderno; un interesante libro sobre este
tema es este: François Flahault, El crepúsculo de Prometeo. Contribución a una historia
de la desmesura humana, editorial Galaxia Gutenberg). Sin embargo, volviendo a
Platón, hay una diferencia importante respecto al helenismo: eso más grande o más
abarcante no es la Naturaleza (si entendemos por esta el “mundo sensible”) sino el
Mundo Inteligible (el reino ideal en el que están ubicadas las Esencias de todas las
cosas, los Modelos o Arquetipos Perfectos y eternos, etc.). Así pues respondiendo a la
pregunta: hay un punto de cercanía entre Platón y el helenismo y también un punto en el
que divergen (Platón vincula el alma al Mundo Inteligible o Mundo de las Ideas y el
helenismo vincula al hombre con la Naturaleza, con el Todo).
Por otra parte el concepto de “alma” en Platón está emparentado con el “noûs” de
Anaxágoras (el arché de la physis según este autor); el propio Platón lo señala en su
diálogo titulado Fedro.
Tema 4. Aristóteles
1.1 Lógica.
Nota sobre las “Categorías” (uno de los temas que Aristóteles abordó como
parte de su “Lógica” pero que también aparece en el libro llamado
“Metafísica”):
2) Metafísica y física
2.1. Metafísica
Presentar de modo resumido el contenido del libro de Aristóteles que fue titulado
“Metafísica” no es cosa fácil, intentaremos ofrecer al menos unas pistas que pongan
el acento en lo más relevante.
2.2 Física
3) Ética y política
Por su parte el saber político (uno de los dos saberes prácticos) se propone
averiguar cuál es la mejor forma de gobierno de los asuntos comunes (y será la mejor la
forma de organización de la vida colectiva aquella en la que sea más probable alcanzar
el bien común). Y es este tipo de indagación lo que encontramos si leemos el texto de
Aristóteles denominado Política (en él se sostiene que la “democracia” es la forma
política superior, contradiciendo así, una vez más, a su maestro Platón).
1.- Ontológico
La expresión “ente como verdadero” alude a lo siguiente. La tesis de que los principios
lógicos son además de principios del conocimiento principios de la realidad conocida (o
sea, principios que tienen un “carácter ontológico”) implican una tesis sobre el
conocimiento de tipo “realista”. ¿Qué es el “realismo”? El ‘realismo’ sostiene que lo
conocido es previo al conocimiento (que la realidad está ahí antes de que sea conocida,
el conocimiento solo tiene que ‘reflejarla’ como haría un ‘espejo’). Pues bien: la verdad
de un juicio (por ejemplo “todos los triángulos son polígonos de tres lados” o “todos los
mamíferos son vertebrados”) no solo está en la frase sino que previamente está “en la
cosa” a la que esa frase se refiere: la verdad del juicio reposa así, sostiene Aristóteles, en
el “ente como verdadero” (en que los triángulos sean polígonos con tres lados y los
mamíferos tengan un esqueleto).
Por último la tesis de la “razón suficiente” –coherente con todo lo que estoy
exponiendo- indica lo siguiente: cada tipo de ente (de realidad, de cosa, de suceso, etc.)
obedece a un conjunto finito de causas explicativas (así Aristóteles sostenía que los
procesos físicos son explicables por la combinación de cuatro causas: la causa material,
formal, eficiente y final). Esas causas explicativas son la “razón suficiente” de esa
realidad (son algo que basta para entenderlo de un modo racional).
El ente en Aristóteles
Las tesis básicas son estas: en primer lugar 'ente' y 'algo' significan lo mismo ('ser
algo' equivale a 'ser un ente' -este término es un participio del verbo "ser" y significa
"algo que es", es decir, algo que tiene unas propiedades que lo definen y caracterizan).
¿A qué alude el asunto de la "unidad" del ente (o la tesis de que el ente es "uno")? En
Aristóteles (y con otros matices también en Platón) se refiere a lo siguiente: el ente es
uno o está dotado de unidad porque a cada ente le corresponde una y solo una "esencia"
(una definición esencial en la que se exponen sus propiedades básicas y principales).
¿Qué tiene que ver la unidad del ente -entendida como la esencia unitaria de cada
entidad o realidad- con la 'verdad' (o con el ente en su verdad)? Tiene que ver porque
precisamente la definición esencial de algo es lo que proporciona su conocimiento (es el
conocimiento pues el lugar donde se concreta y aclara la verdad de cada ente, de cada
cosa, de cada substancia, de cada realidad). Estas son las tesis principales, en la nota
general dedicada a Aristóteles se puede encontrar algunos detalles complementarios.
Los Postulados son fórmulas específicas de una teoría que se aceptan solamente por
acuerdo. Razonando acerca de dos estructuras diferentes, por ejemplo los números
naturales y los números enteros, pueden comprender los mismos axiomas. Sin embargo
los postulados expresan lo que es esencial de una estructura, o un conjunto de éstas. A
diferencia de los axiomas lógicos o los axiomas matemáticos, los postulados no
son tautologías (es decir, proposiciones evidentes por sí mismas, proposiciones
indemostrables). En Matemática son célebres los Postulados de Euclides, expuestos
en los Elementos, el tratado fundamental de la Geometría clásica. Siglos después,
cuando se cuestionó el quinto postulado de Euclides, surgió la llamada Geometría no
euclidiana
Falta una pista sobre el tercer concepto clave. Un Teorema es una fórmula bien
formada que puede ser demostrada dentro de un sistema formal. Demostrar teoremas es
un asunto central en la lógica y la matemática. Un teorema posee: a) un número de
premisas que deben ser enumeradas o aclaradas de antemano; b) una conclusión, una
afirmación lógica o matemática deducida de las premisas según una serie específica de
reglas de inferencia.
Aristóteles y el alma
Es lógico tener dudas en este punto pues la verdad es que el propio Aristóteles
nunca fue claro al respecto (y no lo fue porque el asunto mismo le pareció dudoso –y
aún lo es en muchos puntos hoy mismo). Podemos decir lo siguiente sobre el tema
señalado:
El ser humano es un ser vivo. Todos los entes vivos están compuestos de una
materia y de una forma, y esta forma recibe en general el nombre de “psyché” que
solemos traducir –o ‘mal traducir’ pues el término se presta a cientos de equívocos de
todo tipo- como “alma” (una traducción con menos connotaciones religiosas –que aquí
simplemente sobran pues en Aristóteles nada de esto tiene que ver con religión alguna-
sería “mente”). El alma es la forma del cuerpo y el hombre es un compuesto de ambos
(forma y materia); desde luego los animales no humanos ‘tienen alma’ (tanto alma
vegetativa como alma sensitiva). La muerte de un ser vivo consiste en su
‘descomposición’: se rompe el compuesto, y ya está nada más. Según esto el hombre es
enteramente mortal. Ahora bien en este punto Aristóteles duda y vacila y nunca dice
algo rotundamente claro. La pregunta que indirectamente se formula es: ¿qué pasa con
la parte del alma humana llamada ‘entendimiento’ (nous)? ¿Es mortal también? ¿es
inmortal en el sentido en que no se extingue nunca aunque muera el cuerpo? Aristóteles
vacila aquí pues nunca dice con claridad que sea inmortal ni tampoco mortal (lo que da
pie a la ‘especulación’ es que llama en ocasiones ‘divino’ al ‘nous’ –pero esto en Grecia
significa ‘perfecto’, ‘pleno’). Conclusión: aunque en principio el hombre es enteramente
mortal en su conjunto Aristóteles no aclara si un aspecto suyo también es
completamente perecedero.
Esto es lo que se puede responder sobre el tema (insisto en que este concepto no
tiene ningún tipo de connotación religiosa pues aunque Aristóteles llegase a afirmar la
‘inmortalidad de una parte del alma humana no quiere decir que fuese ‘a otro sitio’, etc.;
el asunto en Platón es distinto desde luego –aunque tampoco debe darse de lo que
afirma una lectura religiosa en el sentido ordinario del término).
Intentaremos aquí, en este apunte, aclarar algo referido a este apartado del manual de
la asignatura.
Una tesis de Aristóteles es que lo inicialmente “real” (lo real más básico) son los
entes particulares, los individuos: este caballo (que pasta en el prado), este manzano
(situado en el huerto) o este triángulo (dibujado en la pizarra). Esta afirmación contrasta
con lo que sostenía Platón pues él considera que las cosas particulares son “apariencias”
(meras “sombras” oscuras y confusas proyectadas en el fondo de la caverna). Aristóteles
rechaza esta afirmación platónica: los individuos son reales.
Sin embargo el que lo inicialmente “real” sean los entes individuales no significa que
ellos sean lo conocido en el conocimiento. La tesis aristotélica es la siguiente: los
individuos o los particulares no son el tema del conocimiento; ¿por qué? Porque la
ciencia estudia lo universal (los individuos se definen como individuos a través de
propiedades “accidentales”, etc.); esta tesis implica por ejemplo que el conocimiento no
está formado exclusivamente por la experiencia sensible (en la que se alcanza
precisamente lo particular o individual), en el conocimiento, en definitiva, interviene el
entendimiento, una facultad de la mente que abstrae y así forma conceptos (y con ellos
juicios y razonamientos).
1.- Las esencias son reales (tanto como lo son los individuos o los entes particulares);
cada individuo (este caballo concreto) cae bajo un universal que lo abarca e incluye, así
en el conocimiento “este caballo” cae bajo la esencia de TODOS los caballos (según
Aristóteles hay esencias específicas o especies –la esencia “caballo”- y esencias
genéricas o géneros –la esencia “animal” que abarca tanto a los caballos como a los
leones y que es distinta de la esencia genérica "mineral" o "vegetal").
2.- La teoría del conocimiento de Aristóteles es “realista”. ¿Qué significa esto? Que las
esencias (lo conocido en el conocimiento) preceden al conocimiento, están ahí antes de
que llegue éste, la misión del conocer es “reflejar” lo mejor que pueda esas esencias
previas (y lo hace o consigue gracias a los conceptos, los juicios y los razonamientos).
Las Categorías en Aristóteles: Las categorías son una clasificación de tipos de
propiedades que pueden ser predicadas en el conocimiento respecto de los entes o las
cosas conocidas (es cierto que la primera de las categorías -ente, substancia- no es una
propiedad sino aquello sobre lo que 'reposan' y se 'sostienen' o 'soportan' las
propiedades). Por otra parte las categorías tienen una vertiente lógica (pues corresponde
a lo que sucede en el juicio o la proposición -es decir allí donde hay síntesis entre un
'sujeto' y un 'predicado' a través del verbo 'ser': "S es P"), y otra vertiente 'ontológica'
(pues los distintos ámbitos de lo real se definen y determinan a través de las categorías -
de las clases de propiedades que se les pueden aplicar; esto se ve claramente, por
ejemplo, si estudiamos los tipos de movimiento o cambio que Aristóteles expuso en su
física -pero sobre estos detalles tan concretos no voy a profundizar pues lo principal es
lo que ya he señalado).
1. Aristóteles señala que en todas las ciencias las inferencias inductivas y las
deductivas terminan coincidiendo o convergiendo. Pero esto no implica que sean
lo mismo, tienen que ser distinguidas (una cosa es pues la inferencia inductiva y
otra diferente la inferencia deductiva). Cada ciencia, por otra parte, reposa en
unos axiomas peculiares e intransferibles (y son esos juicios máximamente
universales o generales). En la antigüedad el mejor ejemplo de ciencia deductiva
es la geometría de Euclides: a partir de cinco axiomas se deduce paso a paso el
conocimiento geométrico (para más precisiones, si alguien tiene curiosidad, que
busque cuáles son esos axiomas).
2. Los axiomas son principios que no necesitan ni pueden ser demostrados; buscar
prueba a los mismos supondría un regreso al infinito. A partir de los axiomas,
postulados e hipótesis se construye el razonamiento deductivo. Otra cosa es la
inducción; pongamos un ejemplo de esta última: observamos uno, dos, ...x
mirlos que son siempre negros; inferimos entonces que "todos los mirlos son
negros"; no conocemos todos los casos pero suponemos que siempre sucede así
y, en consecuencia, formulamos una ley general que hace avanzar el
conocimiento. Obviamente nos queda la duda de si el x+1 mirlo podría ser rojo
o de cualquier otro color.
La “sustancia segunda” es una esencia (esa que incluye una serie de particulares e
individuos –los que tienen propiedades comunes y permanentes; siendo los particulares
lo que Aristóteles llama “sustancia primera”). Las esencias, por su parte, son o esencias
específicas (la esencia “caballo” –cuyo contenido es todo aquello que hace que algo sea
un caballo y no una cebra-) o esencias genéricas (los géneros agrupan y contienen
especies: así la especie caballo y la especie cebra son especies de un género, por
ejemplo “animal vertebrado”, etc.). El asunto de las “categorías” es distinto a este de los
particulares (sustancia primera) y sus respetivas especies y géneros (sustancias
segundas): la primera categoría (substancia) reúne o conjuga lo particular y lo específico
(pues no cabe, sostiene Aristóteles, ningún particular que no dependa de una especie
universal), y las restantes categorías son agrupaciones de propiedades que puedo atribuir
a la sustancia (si digo que un caballo es alto le estoy atribuyendo una propiedad que
pertenece a la categoría de cantidad y si digo que es blanco le atribuyo una propiedad
que pertenece a la categoría de cualidad y, por último, si digo que el caballo está en el
prado le atribuyo una propiedad propia de la categoría de lugar, etc.).
Aristóteles define que los seres o los entes naturales son los que se mueven por sí
mismo o desde sí mismos (donde movimiento quiere decir “cambio”).
¿Qué es el cambio en un ser natural? Dice: hay un cambio cuando hay un paso de la
potencia al acto (el movimiento de la semilla consiste en llegar a ser en acto un árbol).
Además de esto un ser natural (una sustancia) está compuesta por dos mitades que
siempre van juntas: una parte material y una parte material. Resulta por cierto curioso
(aunque también aquí hay escondido un problema) que el mejor ejemplo de este encaje
y distinción entre forma y materia es un ejemplo que procede del terreno de la técnica
(del saber técnico de los artesanos): un trozo de madera sería la materia y la forma sería
la forma de la silla que el artesano infunde en ese trozo cuando fabrica precisamente
una silla (y no una mesa o un armario); la cuestión es: ¿no proyecta Aristóteles sobre la
Naturaleza una distinción que procede del campo de la técnica? Pero dejando a un lado
esto volvemos con la idea central: la materia de una sustancia natural tiene que ver con
su lado potencial (siguiendo el ejemplo: ese trozo de madera puede ser tanto una mesa
como una silla, ese trozo de madera es en potencia tanto lo uno como lo otro), en
cambio la forma de una sustancia es su “estructura interna” (es decir, su esencia) y a la
vez tiene que ver con el ser en acto.
Dicho lo anterior Aristóteles realiza también una clasificación de los cambios. Y así
distingue por ejemplo el cambio sustancial del cambio accidental. El cambio sustancial
es el nacer o el perecer de una sustancia completa (con su materia y su forma). El
cambio accidental solo modifica un aspecto de la sustancia (el crecimiento de un árbol,
por ejemplo). Estos no son los únicos tipos de cambio pero no entraremos aquí en más
detallas. Pues bien: en todo cambio algo permanece. ¿Qué permanece en el cambio
sustancial? Pues principalmente lo que permanece es la Forma; así pues cuando nace un
tigre de una tigresa lo que le han transmitido los padres es la forma de su especie pero la
materia es ‘nueva’ por decirlo así (esto parece contradecir lo que exponías en tu
pregunta pero es aquí donde Aristóteles hila fino pues como no entiende que la materia
como tal pueda ser nueva –como descarta por así decirlo la idea de ‘creación desde la
nada’- tiene que afirmar también que hay en la naturaleza una ‘materia prima’ distinta
de la ‘materia segunda); como digo aquí hila fino y no hace falta que entremos en estos
detalles pues tenemos que resumir lo principal o más relevante de cada tema, así que
más allá de sutilezas diremos lo más sencillo: en el cambio sustancia permanece la
Forma (nos olvidamos pues de la materia). Vamos con el cambio accidental: ¿por qué
decimos que en ella lo que permanece es la sustancia (entera, o sea tanto su materia
como su forma)? Porque el cambio accidental solo modifica un aspecto digamos
“superficial” de las cosas (no quiere decir que sea un cambio irrelevante, pero no afecta
a lo principal); si Juan se afeita su barba algo ha cambiado en él, pero sigue siendo Juan,
por eso ese cambio de look es “accidental” pues no afecta a su esencia (este es solo un
ejemplo aproximado, los ejemplos propios habría que buscarlos en el mundo natural que
es al que alude la física aristotélica).
Lógica aristotélica
Expongo aquí resumidamente lo más relevante de la lógica aristotélica (es esto por lo
tanto lo que tenéis que conocer).
La lógica es una ciencia que comienza exponiendo una serie de primeros principios
o axiomas. Aristóteles sostiene que los axiomas son tres: el principio de identidad, el
principio de no-contradicción y el principio de tercero excluido. Estos principios o
axiomas tienen un estatuto doble: por un lado son principios de esa ciencia tan peculiar
que es la lógica y por otro lado son también principios de lo óntico (es decir principios
de la propia realidad). Recogiendo esto pueden definirse así: el principio de identidad se
formula lógicamente así “a = a”, por otro lado como principio de la realidad significa
que cada ente es idéntico a sí mismo (y lo que explica y garantiza la identidad de algo es
su esencia); el principio de no-contradicción indica que no se puede afirmar de algo a la
vez –por ejemplo- que es blanco y que es negro (etc.), por otra parte indica que la
realidad no es contradictoria (si la realidad fuese contradictoria sería, según Aristóteles,
irracional); por último el principio de tercero excluido sostiene que un juicio o
proposición es o verdadera o es falsa quedando excluida una tercera opción. Además de
lo anterior los axiomas son conocidos de un modo evidente (basta con enunciarlos para
que resulte indudable su verdad) y no pueden ser demostrados precisamente porque
ellos son la base de cualquier demostración o razonamiento.
Algo más sobre los axiomas: Los axiomas de la lógica son principios a partir de los
cuales se realizan “demostraciones” (por ejemplo en un razonamiento silogístico); pero
su peculiaridad está en que los axiomas no se pueden “demostrar” (no se deducen de
algo anterior o superior pues ellos son lo anterior a todo razonamiento, etc.). ¿Cómo se
establece entonces un axioma? Por ejemplo –pues cabe otra vía (que es la de la
“intuición” como “captación directa”)- por un proceso inductivo. La inducción parte de
examinar varios casos de algo. Tomemos como ejemplo el axioma denominado
“principio de no contradicción” y examinemos casos suyos: ¿puedo legítimamente
emitir un juicio o una proposición en la que digo que a la vez la mesa es blanca y es
verde? No: o es blanca o es verde. Por lo tanto este y otros casos así permiten fijar o
establecer “inductivamente” la “prohibición” de incurrir, en las proposiciones que
aportan información o conocimiento, en una “contradicción” (y así hemos establecido el
axioma al que nos estamos refiriendo).
Por cierto y como colofón a este asunto: ¿por qué un juez cuando interroga a un reo
busca en su relato de los hechos “contradicciones”? (respuesta: porque es un claro
indicio de que el declarante está falseando la realidad).
Empezamos con Platón: lo principal aquí es tener claro que la Ciudad Ideal pensada
por Platón es un régimen “aristocrático” pero en un sentido muy peculiar pues quién sea
de la clase gobernante se establece por sus méritos (no por la herencia sangínea como en
la Edad Media; en el régimen ideado por Platón el hijo o la hija de los gobernantes tiene
que ganarse con su esfuerzo su puesto final en la sociedad). Es una aristocrácia
meritocrática, por así llamarla.
Helenismo
Introducción
Física
Tenemos aquí, en definitiva, una manifestación clara de cuál era el ideal de vida
propugnado por las éticas helenísticas: una vida “retirada”, alejada en lo posible del
mundanal ruido, apartada de los requerimientos contantes y de los reclamos inquietantes
de la vida mundana (así se evitan contratiempos, reveses, los sinsabores que acechan a
todos los que involucrados en las ocupaciones mundanales vuelcan en ellos toda su
energía). Esta orientación contrasta con el ideal de vida participativa en las actividades o
saberes que confluyen en la Ciudad propio de la Grecia Clásica.
Indiferencia religiosa
Respecto a las religiones –a las obligaciones que imponen, a las promesas que
formulan, etc.- el epicureísmo entiende que lo más apropiado cuando se aspira a la
sabiduría, a la vida placentera y feliz y a la imperturbabilidad es la indiferencia. Los
dioses, nos dicen, ni se ocupan ni se preocupan de las vicisitudes de los seres humanos,
y la idea misma de una vida más allá de este mundo no se apoya en nada tangible y solo
provoca desasosiego a pesar de que pretende generar consuelo.
Escepticismo
La “escuela” escéptica no es fácil de presentar y menos aún de evaluar. Y no
sólo por la variedad de las “posiciones” que la recorren y articulan sino porque nunca es
fácil terminar de entender su auténtico alcance. Se trata, desde luego, de un poderoso
desafío al “pensamiento racional” surgido dentro de éste y que de él se nutre una y otra
vez. Resulta claro al menos los siguiente: el escepticismo es una reacción a lo que se
sostuvo por parte de Sócrates, Platón y Aristóteles (considerados en conjunto estas tres
decisivas cimas de la Grecia clásica podemos decir que postularon con rotundidad a la
vez dos cosas: a) hay un único reino ideal de esencias eternas que explica y fundamenta
el orden mismo del mundo de los fenómenos; b) hay –en cada campo o territorio
particular- un saber absoluto que alcanza y explicita verdades indudables que reflejan
con exactitud la esencia misma de cada una de las cosas que pueblan el mundo.
Puede preguntarse, en primer lugar, si el escepticismo es principalmente una
“doctrina intelectual” (de carácter “refutativo”) o si es una “actitud vital”? En principio
es una doctrina intelectual –con un contenido preciso que más adelante mencionaremos-
pero en el fondo es una actitud vital (dicho así: está inicialmente a medio camino entre
lo uno y lo otro aunque finalmente termina inclinándose la balanza hacia el segundo
momento). En el escepticismo –en su núcleo mismo- actúa un ideal de vida feliz y en
consonancia con él un ideal de sabio o de sabiduría; este ideal, por otra parte, no
difieren en último término de lo que en general es peculiar al periodo helenístico: la
felicidad a la que podemos aspirar –por efímera que sea- es apenas otra cosa que una
ausencia de inquietud, todo se orienta por ello a apartar del camino lo que pueda
provocar padecimiento y perturbación.
Estoicismo
La escuela estoica recogió elementos tomados de aquí y allá –es por eso una
corriente filosófica “sincrética”- y los combinó añadiendo ideas nuevas. El resultado es
una propuesta sistemática y también, por lo que acabamos de decir, inestable –pues no
todas las piezas del puzle encajan perfectamente.
Lógica
La teoría del conocimiento estoica coincide en parte con la propuesta por los
epicúreos. El origen y la base del conocimiento se encuentra en la experiencia sensorial.
Sobre ella se erigen los conceptos abstractos (representaciones de lo universal), ¿y éstos
qué son? Son “signos” (algo presente que “sustituye” algo ausente). Un aspecto central
de una teoría del conocimiento consiste en explicitar cuál puede ser el “criterio de
verdad”, esa pauta que permite separar los juicios verdaderos de los juicios falsos. ¿Qué
dicen sobre esto los estoicos? Sostuvieron que el criterio de verdad es el “asentimiento”,
pero un asentimiento que no puede ser nunca ni arbitrario ni caprichoso. El genuino
asentimiento tiene lugar cuando se nos impone una proposición o un juicio a partir del
hecho empírico –sensorialmente captado- al que se refiere.
La cuarta categoría alude a los modos relativos, es decir: a las relaciones entre
substancias (“la mesa es más grande que la silla”, “el libro de texto está a la izquierda de
la carpeta”, etc.).
Física
Ética
Aunque los estoicos no desarrollaron una “filosofía política” apuntaron una idea
que ha sido muy influyente en la Edad Media y la primera Modernidad; formularon la
tesis –problemática por otra parte, pero enteramente coherente con el ocaso de la
“Ciudad” (Pólis) que define al Helenismo- de que hay un único e idéntico “derecho
natural”, es decir, una ley socio-política que emana de la propia Naturaleza (y si la
naturaleza es un orden inmutable el “derecho natural” lo es igualmente; otra cosa
distinta es averiguar en concreto qué dicta ese “derecho natural”).
Neoplatonismo
Considerado en su conjunto el neoplatonismo es un fenómeno complejo. En
general alude a las diversas elaboraciones de la herencia platónica realizadas a partir del
siglo primero de nuestra era. ¿Qué tienen en común a pesar de su disparidad? Que desde
diversos ángulos retoman la filosofía platónica –cuya vocación última era política-
desde un sesgo en último término “religioso” (y dependiendo de cuál es la religión que
actúa en la elaboración del mensaje platónico el resultado será distinto).
Filón de Alejandría, por ejemplo, conjugó la teoría platónica de las Ideas con el
Dios creador del Antiguo Testamento. El neoplatonismo pagano –del que nos
ocuparemos aquí- conjugó lo mejor que pudo la filosofía (un intento de alcanzar una
explicación o comprensión racional del mundo) con modos de religiosidad típicamente
helenísticos (en ellos la cuestión de Dios o de lo divino está enfocada desde la profunda
inquietud del ‘alma’ por su ‘salvación’ o ‘redención’). Ante un mundo hostil, confuso y
desorientado, convulso y carente de alicientes genuinos lo que parece imponerse en el
fondo es algún tipo de ‘huida’ de él: es así que el ‘alma’ (lo superior en el hombre) sólo
conseguirá salvarse cuando escape de este mundo de padecimientos y regrese a su lugar
propio, a su lugar de origen, pues únicamente allí conseguirá sosiego y reposo, paz y
tranquilidad. El neoplatonismo pagano conduce, según diferentes rutas, a una
experiencia mística en la que el alma, en puro éxtasis, se funde con lo divino (con la
unidad y la totalidad). En su vertiente propiamente filosófica el neoplatonismo pagano
recuperó el conjunto de dualismos jerárquicos que puso de relieve Platón: un mundo
sensible inferior y un mundo Inteligible superior, el dualismo antropológico (según el
cual el ser humano consta de un cuerpo y un alma), y la dualidad cognoscitiva entre una
“opinión” (dóxa) referida a lo inestable y confuso y un saber (“epistéme”) volcado sobre
lo estable, eterno y luminoso.
Plotino
Un ejemplo más que apunta a la relevancia e interés de esta disputa: hoy día, en la
física (en concreto en la mecánica cuántica) se admite ciertos niveles de
“indeterminación” (algo que nunca se admitía en la física moderna de carácter
mecanicista –y es por eso por lo que algunos autores señalan que el primer antecedente
de estas ideas tan novedosas están en autores que proceden del epicureísmo –por
ejemplo en Lucrecio y su libro De rerum natura, etc.).
Los griegos en general -no solo los estoicos- insisten en que lo divino es lo perfecto, lo
supremo, lo autosuficiente, lo acabado y completo (así por ejemplo Aristóteles califica a
las estrellas de "divinas" porque no están compuestas de materia y de forma sino de un
quinto elemento, el "éter", y su movimiento en el firmamento o la bóveda celeste es
"circular", etc.). ¿Por qué califican los estoicos de "divino" al orden cósmico inmutable
y estrictamente gobernado por una ley implacable? Porque lo perfecto es el Orden y lo
imperfecto el desorden (los estoicos rechazan el azar -eso que afirmaban por su parte los
epicúreos en su física, en la que la necesidad está mezclada y conjugada con la
contingencia). Teniendo en cuenta esto es claro que el estoicismo es un panteísmo.
Hay una célebre frase en la que se advierte la impronta estoica (en ella es visible, de
un modo tenue y peculiar, un cierto sesgo "panteísta" -así lo percibieron ciertos grupos
gnósticos de los primeros siglos de nuestra era que la acogieron de un modo
'heterodoxo'). Me refiero a la frase del evangelio de San Juan: "El Verbo (Lógos) se
hizo carne y habitó entre nosotros"; esta tesis, empapada de estoicismo, adaptó una
afirmación estoica para explicar y dar a entender un Dios que "se encarna"
(prometiéndole al mundo un orden eterno en el que se superará toda imperfección). En
el estoicismo el Orden fijo y rígido del mundo es el "Lógos" (la ley, el orden, la medida,
la proporción, la regularidad), y este "Lógos divino" lo atraviesa y penetra todo (y por
eso puede decirse que "habita entre nosotros" pues está en todas partes: en el
macrocosmos y en el microcosmos). En el caso del estoicismo que el “logos se hace
carne” solo quiere indicar que el ‘orden del mundo’ le pertenece al propio mundo y no
es un orden que sea inducido desde fuera por una instancia anterior y superior (esta es la
tesis del cristianismo: Dios es previo al mundo y al crearlo lo ordena de un modo fijo y
definitivo –y es aquí donde la teología cristiana asimila elementos de Platón y de
Aristóteles, concretamente la tesis de un único ‘mundo de las Ideas’ o un mundo de las
Esencias, etc.). Hoy día en los 'debates', en el terreno de la biología, entre los
creacionistas y los defensores del darwinismo, por poner un ejemplo, se están
contraponiendo estas posiciones que acabo de mencionar.
En definitiva: que, tal y como sostienen los estoicos, el Orden (Lógos) sea ‘perfecto’
solo indica que es implacable, inapelable, enteramente necesario (es un Orden
Determinista, en definitiva). Pero esto no implica que, por así decirlo, “todo sea
maravilloso o magnífico”: es tan maravilloso (y digno de admiración –la regularidad, el
orden, etc.) como terrible (como bien se ve en el ‘microcosmos’ donde se desarrolla la
vida humana). Por eso el sabio estoico –en su búsqueda de una felicidad precaria- es el
que acepta con templanza “lo que le viene”, y esto es a veces bueno y a veces malo;
¿por qué? Porque considera que ‘hacer otra cosa’ (agitarse ‘poniendo el grito en el
cielo’ o algo así) es tan inútil como contraproducente.
La teoría de las categorías propuesta por la escuela estoica tiene dos vertientes: una
lógica y otra ontológica.
En la vertiente lógica las categorías tienen que ver con los juicios (los estoicos, por su
parte, desarrollaron la ciencia de la lógica de un modo distinto al de Aristóteles).
En la vertiente ontológica las categorías se refieren a los entes, a las cosas, a lo real, a
la realidad.
Por último decir que los estoicos sostenían que hay cuatro categorías (ni una más ni
una menos). Éstas son:
La cuarta categoría alude a los modos relativos, es decir: a las relaciones entre
substancias (“la mesa es más grande que la silla”, “el libro de texto está a la izquierda de
la carpeta”, etc.).
Vamos con un ejemplo en el que sea claro que “causa” es una “relación” (y no una
“propiedad” de algo aislado o separado de lo demás).
I. Presentación
Lo que caracteriza a la Edad Media en el plano intelectual –esto es, en lo que
respecta a la historia de las ideas que la sostienen y la atraviesan- son los constantes
intentos de conjugar –mezclar, combinar, trenzar, entrelazar- la Religión Cristiana
(cuyo lugar y papel fue cada vez más relevante) con la Filosofía Griega.
La tesis básica de las dos cimas de la Filosofía clásica griega, Platón y Aristóteles,
decía, simplificándola mucho, lo siguiente: como fundamento último del mundo de los
fenómenos, como garantía de su orden y puntal de su regularidad a todos los niveles (el
científico, el político, etc.), hay un único y eterno reino ideal de Esencias (la
discrepancia entre Platón y Aristóteles se refiere a lo siguiente: ¿es ese inamovible reino
ideas de esencias o de formas trascendente y separado o está inmanentemente embutido
en el propio mundo de los fenómenos?).
Ningún teólogo cristiano –desde la Patrística hasta Santo Tomás de Aquino- nunca
discutió seriamente esta tesis procedente del núcleo de la filosofía griega pues entendían
que si faltase ese reino ideal de esencias que constituye el armazón último del mundo
éste se desmoronaría y todo caería en el desorden, arrastrado por un caos irremediable.
Ahora bien, los teólogos cristianos tenían que conjugar esta tesis filosófica con dos
pilares básicos de la fe cristiana: la omnipotencia de Dios y la creación del mundo desde
la nada. ¿Encajan ambas con la tesis platónico-aristotélica que estamos considerando?
En el mejor de los casos solo puede decirse que “encajan a duras penas”. Tanto San
Agustín como Santo Tomás –entre muchos otros teólogos cristianos- afirman, con
matices distintos, desde luego, que las Ideas (los Modelos o los Arquetipos de todas las
cosas “creadas”) residen en la “mente de Dios”. ¿Dónde está el problema? Si Dios
“creó” el mundo entero –con todas sus criaturas- siguiendo esas Ideas o Esencias o
Formas más que un creador omnipotente que crea desde la nada se parece a un artesano
o un arquitecto (que fabrica un artefacto siguiendo al pie de la letra las instrucciones de
un prototipo o de un dibujo o de un plano). Los teólogos cristianos, justo es decirlo,
desplegaron un enorme ingenio para que pareciera que aquí nada chirriaba, pero es
dudoso que consiguieran solucionar el problema de un modo satisfactorio y
convincente. Este es solo un ejemplo entre otros muchos –podrían mencionarse otros:
¿cómo surge el mal en el mundo si todo ha sido creado por un único Dios
supremamente bondadoso? ¿si Dios ya sabe desde siempre qué alma va a salvarse y cuál
se condenará en el fuego del infierno puede decirse que los hombres son libres
auténticamente? Etc.-. Las dificultades de fondo de la pretensión de conjugar la
Filosofía Griega y la Religión Cristiana tarde o temprano terminan despuntando, y fue
esto lo que, ya al final de la Edad Media, caracteriza al intento de varios autores del
siglo XIV de articular una religión cristiana que solo se sustentara en la fe sin acudir ya
a la razón (y este es el núcleo mismo, por otro lado, del Protestantismo en sus distintas
versiones).
Apunte sobre los llamados en general “Padres de la Iglesia”. Cabe distinguir entre
los Padres apostólicos y los Apologistas cristianos.
Apologistas cristianos: a partir de finales del siglo III se pierden los testimonios
directos de la vida de Jesús y de la época apostólica con la muerte de los discípulos de
los apóstoles. Los escritores sagrados, desde la muerte de esta generación, solo tuvieron
el testimonio de las Sagradas Escrituras, y de la Liturgia y la Tradición mantenida en
cada una de las Iglesias particulares. Estas primeras generaciones de escritores
cristianos vivieron en periodos de persecución y se les conoce como «Apologistas» por
la defensa que hacían del cristianismo frente a gentiles y otras doctrinas de la época.
Entre ellos destacan san Justino, san Ireneo de Lyon, san Hipólito de Roma, Novaciano,
Tertuliano; formando la Escuela de Alejandría, Orígenes —el padre de la Teología—,
san Panteno, san Cipriano y san Clemente; y, de la Escuela de Antioquía, san Luciano.
San Agustín
San Agustín trató de conjugar –como muchos otros teólogos medievales- la tesis
platónica de que solo hay un reino ideal de esencias eternas que subyacen a todas las
cosas con la afirmación religiosa de que Dios, en razón de su omnipotencia, creó el
mundo desde la nada (a partir de ahora las Ideas residen en Dios, están en su ‘mente’).
Uno de los temas –complejo, difícil- sobre el que caviló San Agustín se centran
en la conexión entre Dios, el mal y la libertad humana. Resumimos sus conclusiones: es
evidente que hay “mal” en el mundo, un mal que adopta múltiples concreciones; si un
único Dios ha creado absolutamente todo parece entonces que el mal también es una
obra suya y esto provoca en el creyente una profunda perplejidad que socava la base de
su fe: ¿cómo un Dios que es supremamente bondadoso crea el mal que asola el mundo y
daña a los hombres? ¿Cómo se enfrenta y cómo solventa San Agustín esta dificultad
inherente al monoteísmo? Diciendo lo siguiente: el mal es solo “ausencia de bien” (una
privación, un no-ser), y por ello no es propiamente algo que provenga de Dios. ¿Cuál es
entonces el origen del mal? La libertad humana, el libre albedrío del hombre. ¿Cuándo
surgió el mal? Cuando el primer hombre desobedeció la Ley de Dios. Sucede así que la
libertad pura y plena consiste exclusivamente en obedecer la Ley de Dios, en seguir al
pie de la letra lo que “Dios manda” (y es la Iglesia la depositaria única de esa Ley –por
eso el creyente debe obedecer al sacerdote, al obispo, al Papa, es decir al conjunto de la
la autoridad religiosa).
Por otro lado, y prolongando esta línea argumental, San Agustín sostuvo una
tesis que fue crucial en la Edad Media: la Iglesia –única representante en la ciudad de
los hombres de la Ciudad de Dios- debe estar siempre por encima del Imperio y del
Estado. El poder religioso –del sacerdote, el obispo, el Papa- debe prevalecer en última
instancia sobre el poder civil (el poder del noble, del rey, del emperador, de cualquier
autoridad política).
Por último solo queda subrayar que San Agustín fue la figura predominante en el
cristianismo hasta Santo Tomás; hasta ese momento todos los teólogos cristianos fueron
seguidores suyos, y como él, con pequeñas variantes, se concentraron en la tarea de
combinar el cristianismo con elementos platónicos.
Juan Escoto Eriúgena
Este monje irlandés del siglo IX escribió una obra titula La división de la
naturaleza (De divisione naturae). Lo característico del libro es que introduce de un
modo muy acentuado dentro de la teología cristiana elementos neoplatónicos (si San
Agustín acercaba el cristianismo a Platón Juan Escoto Eriúgena lo acerca a Plotino, por
expresarlo así; y tal vez por esto el monje –a pesar de lo piadoso de su fe- no haya sido
santificado pues un cristianismo tamizado por Plotino tiende hacia una posición
“panteísta” ajena a las vetas profundas del monoteísmo).
San Anselmo
Este Santo del siglo XI es célebre por una peculiar prueba de la existencia de
Dios organizada a partir de presupuestos platónicos: el denominado “argumento
ontológico” (un argumento destinado a los “insensatos” –así los llama- que se atreven a
negar la necesaria y evidente existencia de Dios –este ‘argumento’ por lo tanto solo se
dirige a los infieles, a los que tengan bien arraigada en ellos desde la infancia la fe en
Dios este ‘razonamiento’ no les hace ninguna falta).
Se debe a San Anselmo una distinción que después de él –en los más variados
contextos intelectuales- se ha seguido empleando. Hay que diferenciar, nos dice, entre el
“libre albedrío” (o el “libre arbitrio”) y la libertad. El libre albedrío es una propiedad de
la voluntad humana (una facultad de alma de los hombres) que le permite elegir entre el
bien y el mal, o entre distintos bienes y distintos males. En cambio la libertad –la
libertad plena, íntegra- es exclusivamente la capacidad de elegir el bien (y el bien es lo
que Dios manda: por eso solo es libre en sentido estricto el hombre que sigue la Ley de
Dios, el hombre que la obedece a rajatabla; así cuando un hombre no obedece a Dios ha
perdido su libertad y se ha desnaturalizado, ha violentado la esencia humana universal).
III. Temas medievales
En la sección segunda del artículo “Diez calas en la Historia de la Filosofía (1ª
Parte)” (en http://www.lacavernadeplaton.com/histofilobis/histofiloalepri1112.htm) se
abordan dos temas relacionados con temas del programa.
a) Concebimos a Dios como aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, y esa
idea de Dios es comprendida por cualquiera.
b) Pero aquello mayor que lo cual nada puede pensarse debe existir no sólo
mentalmente, en la idea o en el concepto, sino también extramentalmente, en la
realidad, pues siendo la existencia real una perfección, será más perfecto ("mayor
que…") el ser existente en la realidad que otro que posea las mismos propiedades pero
que sólo exista mentalmente; de otro modo caeríamos en una flagrante contradicción, lo
que no puede ser aceptado por la razón (se aplica aquí pues el principio lógico de la no-
contradicción: lo que presenta una contradicción es imposible).
Por su parte el cristianismo surgió a partir de la religión judía –y por eso acepta
el relato mítico de la creación ex nihilo, etc.- pero por otro lado tenía que diferenciarse
de esta religión así que tuvo que introducir muchos elementos tomados de aquí y de allá
(y una porción de estos elementos la obtuvo de la filosofía griega –primero de Platón,
con San Agustín y sus seguidores, después de Aristóteles, con Santo Tomás, etc.). Pues
bien: en lenguaje filosófico debe decirse que aunque sea implícitamente la idea misma
de creación implica la separación o la distinción entre la esencia de algo (un árbol, una
mesa, un triángulo) y su existencia, ¿por qué? porque si en todas las cosas su esencia
incluyera su existencia la creación sería absurda o mejor dicho: sería superflua. Por lo
tanto la teología cristiana estaba obligada a sostener que solo hay un ser en el que
esencia y existencia coinciden completamente: Dios (la única realidad necesaria); en
todo lo demás una cosa es su esencia (las propiedades que lo definen de un modo
universal, etc.) y otra cosa es su existencia. Por eso la teología cristiana medieval
(aunque también la teología judía y árabe –esto ocurre por lo tanto en los tres
monoteísmos) declaraba que todo lo creado es “contingente”: existe por obra de la
creación divina y solo por ella. Lo creado es innecesario: podría no existir. Repito por lo
tanto la idea central aquí: la misma tesis de que el mundo es creado implica que existe
por obra y gracia de algo anterior a él y superior a él (implica pues la distinción entre la
esencia y la existencia). Y aunque este es un tema contemporáneo en el que no voy a
entrar con detalle señalo que la idea central sobre la que pivota nuestra cosmología
actual (la hipótesis del Big Bang) no alude a nada parecido a una creación o algo así (es
más bien estrictamente ‘anticreacionista’ –este es un tema él mismo controvertido, por
eso solo lo dejo apuntado aquí como referencia contemporánea respecto al tema que
acabo de abordar).
Apunte sobre Juan Escoto Eiugena. Es un autor extraño, inclasificable, una rara avis
en su propio tiempo. ¿Por qué? Principalmente porque su obra combinaba elementos
cristianos con otros neoplatónicos (o sea, paganos); su propuestas filosófica y teológica
es por eso de tipo “panteísta” (y esto no encaja con la ortodoxia cristiana pues el
panteísmo no casa con la tesis de una separación infinita entre Dios y sus criaturas;
además la idea de “emanación” –el mundo es una “emanación” de Dios- tampoco
encaja con la idea cristiana de “creación desde la nada”). Como pauta general cabe
destacar que los autores medievales que no son “santos” (por ejemplo Juan Escoto de
Eriugnena, Siger de Bravante, Guillermo de Ockham o Juan Duns Escoto) sostenían
tesis filosóficas y teológicas más o menos heterodoxas (y algunos de ellos pagaron con
la persecución su osadía –Siger de Bravante, Ockham- en otros casos fueron
menospreciados o ignorados).
En los siglos octavo y noveno de nuestra era coexistían dos grandes imperios: el
árabe y el Sacro Imperio Romano Germánico (fundado por Carlomagno). Nos
centraremos en este segundo: en él los centros culturales fueron los monasterios, las
abadías, las catedrales; en estos centros la enseñanza se organizó, según pautas
propuestas por Alcunio, según el trivium y el quadrivium, es decir, se combinaban en
pie de igualdad lo que hoy denominamos “las ciencias y las letras”. Esas enseñanzas,
por otra parte, se organizaban alrededor de la ‘lectio’ y la ‘disputatio’.
El problema central que articula la Edad Media es, simplificando, el problema de
la razón y de la fe. En general se intentó en esta época armonizar o conjugar el saber
filosófico, el pensar racional basado en pruebas y argumentos, con la fe, con las
creencias religiosas del cristianismo (una serie de dogmas, de verdades reveladas por
Dios mismo recogidas en las escrituras sagradas). Estos constantes intentos se llevaron a
cabo siempre bajo la estricta primacía y prioridad de los dogmas de la fe, y por ese
motivo la filosofía griega fue considerada en el fondo como una sierva o una esclava de
la Teología (la Iglesia se presenta por lo tanto como la principal autoridad, tanto
religiosa como también social y política).
Anselmo de Canterbury
En sus obras sigue la senda abierta por San Agustín: combinar o mezclar el
cristianismo con el platonismo. Como los demás teólogos medievales sostuvo la
prioridad de la fe y afirmó que la razón tiene un papel importante pero solo
auxiliar, esto explica su tesis “creo para entender” (es decir, la creencia en el
dogma es lo primero y lo último). Su aportación más reconocida es una peculiar
“prueba de la existencia de Dios” denominada “argumento ontológico”; reducida
a su mínima expresión –y recordando que se basa en consideraciones platónicas
sobre el estatuto de los conceptos y de las esencias a las que ellos se refieren- ese
‘argumento’ dice lo siguiente: siendo ‘Dios’ el concepto más abarcante, grande y
excelso de todos es una pura contradicción que pueda referirse a una entidad
inexistente pues entonces no sería el concepto superior en la medida en que la
inexistencia es una imperfección, un rasgo de inferioridad. Este ‘argumento’ ya
recibió objeciones en el mismo seno de la Iglesia durante la vida de San
Anselmo –por ejemplo las del monje Gaunilo- y la respuesta del santo fue
siempre la misma: lo primero es la fe (es decir, si el argumento no convence del
todo es porque la fe del que lo recibe y examina es endeble o vacilante).
Abelardo
Este personaje polémico –perseguido por sus ideas y censurado por alguno de sus actos-
enseñó principalmente, y con bastante éxito a pesar de la autoridad de la Iglesia que
trató de silenciarlo, en la ciudad de París.
Escuela de Chartres
Fue fundada por Bernardo de Chartres. Lo más relevante de esta escuela fue que
renovó el interés y la atención hacia el universo natural y el mundo humano sin
centrarlo todo y en exclusividad en cuestiones teológicas (que era lo más normal y
habitual en la Edad Media por la preponderancia y omnipresencia de la religión
cristiana). Esto supuso un primer paso, aún tímido y pequeño, hacia una cultura en la
que no todo estuviese absorbido, protagonizado y dirigido por la teología.
Mística y herejía
La relación con el ser supremo por parte de los cristianos se desarrolló durante
mucho tiempo durante dos vías: los doctos y eruditos intentaron alcanzar a Dios a través
de una teología elaborada a partir de las Sagradas Escrituras y con elementos recogidos
de la filosofía griega (principalmente platónicos y aristotélicos), por su parte el pueblo
llano se relacionaba con la divinidad principalmente a través del culto, de ritos como la
misa, los sacramentos, la confesión, etc. Sin embargo poco a poco fue surgiendo y
afianzándose en pequeños círculos una tercera vía: en el seno de la religión cristiana
cuajaron varias formas de experiencia mística. ¿Qué se busca en ella y en qué consiste?
A través de un conjunto de prácticas ascéticas (ayuno, meditación, oración) se pretendía
alcanzar una unión con Dios; el alma del místico –siguiendo un camino de
interiorización, de ensimismamiento- debe desprenderse del cuerpo y de lo mundano de
manera tal que consiga elevarse y gozar así del ente superior. En general la experiencia
mística pretende, en definitiva, el desarrollo de una religiosidad pura, enteramente
espiritual, separada del mundo y sus avatares (por eso una y otra vez esta versión de la
religiosidad siempre fue ‘sospechosa’ para una religión interesada en acaparar poder e
influencia ‘mundana’). Místicos importantes de esta época fueron Bernardo de Claraval
y Guillermo de Saint-Thierry en la Orden del Císter y Hugo de San Víctor y Ricardo de
San Víctor.
Por otro lado, en plena Edad Media, y a pesar de la fuerza política, social y cultural
de la Iglesia oficial, surgieron al menos dos doctrinas y formas de vida religiosa
heterodoxas que pronto fueron consideradas “herejías” y perseguidas violentamente
hasta tu extinción: la herejía albigense (también conocida como la herejía cátara).
Los dos autores principales de la teología cristiana de la Edad Media son San
Agustín y Santo Tomás de Aquino. El núcleo de su propuesta filosófica –llevada a cabo
siempre con el fin de articular una teología afín a la fe cristiana- fue el siguiente:
a) Una ontología esencialista: el mundo está atravesado y sostenido por una trama
única de esencias universales, necesarias, inteligibles gracias a las cuales hay un
orden único, fijo, definitivo.
b) Una gnoseología realista: la realidad esencial es previa al conocimiento e
independiente de él, por eso el conocimiento debe ser semejante a un espejo
encargado de reflejar algo previo y superior; el conocimiento humano, por otro
lado, consigue alcanzar el reino ideal de esencias gracias a los conceptos, juicios
y razonamientos, es decir: el conocimiento verdadero tiene que organizarse
gracias a la “lógica”.
Insistamos en que a pesar de esta discrepancia ambos coinciden en que hay esencias
eternas y por ello también conceptos universales. El “argumento ontológico” de San
Anselmo –una peculiar y controvertida prueba de la existencia de Dios- depende
enteramente de esta afirmación: los conceptos universales (conceptos genéricos –
animal, vegetal- y conceptos específicos –caballo, manzano-) tienen como referencia
esencias también universales.
Juan Escoto Eriúgena combinó elementos cristianos con otros recogidos del
neoplatonismo de Plotino. El resultado fue la doctrina siguiente: el orden de la realidad
es una trama única que parte, en su cúspide, del ente supremo (Dios), y desde este punto
máximo va descendiendo formando un conjunto organizado de géneros y especies hasta
llegar a los individuos, las realidades particulares y contingentes. En la medida en que
ese orden descendente puede ser reflejado en el conocimiento gracias a los conceptos
abstractos de la lógica sucede que el orden de lo real se corresponde punto por punto
con el orden lógico. Y es por esto que el panteísmo inicial (según el cual todo surge de
Dios y todo retorna a Dios de tal manera que todo es, según grados, “divino”) se
concreta en última instancia en un panteísmo lógico. Esta doctrina no encaja con el
cristianismo ortodoxo pues en éste Dios no solo aparece como una entidad superior sino
como un ser trascendente: separado de lo creado por él (en cambio la posición de Escoto
Eriúgena tiende a resaltar la continuidad entre Dios y su creación, siendo entonces la
realidad un orden continuo animado por un movimiento descendente y ascendente).
Realismo
Dentro del realismo –según el cual los conceptos y las esencias a las que estos se
refieren son reales (es más, son la realidad primordial, preferente, básica)- hay un
realismo extremo (más radical) y un realismo moderado (más tenue y débil).
Veamos cada uno de ellos.
-Realismo extremo. Las esencias (los referentes de los conceptos universales) son
previas a los entes particulares y están separados de éstos (así la esencia de un
triángulo o de un caballo no están en los triángulos ni en los caballos –son un
modelo o arquetipo ‘anterior’ a cada uno de ellos). ¿Dónde residen entonces esas
esencias universales y eternas que definen a cada cosa en su ser? En la mente de
Dios (y Dios creó el mundo y todo lo que contiene con arreglo a esos modelos o
arquetipos). El defensor principal de esta doctrina es Guillermo de Champeaux.
Nominalismo
Conceptualismo
El realismo no solo sostiene que los conceptos tienen una “existencia real” (esto
también lo dice el llamado “conceptualismo”) dice esto y algo más: existen los
conceptos universales y existen sobre todo y preferentemente las esencias universales
(que son los referentes de los conceptos: eso previo a lo que los conceptos se refieren y
en lo que se basan); después tenemos, a partir de aquí, dos tipos de realismo: el realismo
extremo (de origen platónico) y el realismo moderado (de origen aristotélico). El
realismo extremo dice que las esencias universales en las que se apoyan los conceptos
universales son previas a las cosas sensibles (están solo en Dios –en el Verbo divino),
en cambio el realismo moderado sostiene que las esencias están en las propias cosas del
mundo (“dentro de ellas”).
Conceptualismo y nominalismo
Por último resaltar que tanto el conceptualismo como el nominalismo sostienen que
los conceptos reposan en último término en la semejanza que impera entre las cosas
particulares.
Los principales temas que abordaron las filosofías árabes y judías eran los
típicos de la Edad Media: la relación entre el único Dios y el mundo creado por él, el
problema de cómo conjugar la fe con la razón (con la argumentación, la prueba), la
preocupación por el ser humano y su salvación ultraterrena (tesis esta que se sustenta en
un dualismo antropológico según el cual además de un cuerpo los seres humanos se
definen en su esencia por un alma y un entendimiento o razón), temas de carácter ético
(el bien y el mal, las instituciones sociales y las relaciones de unos con otros en su
seno), político (¿quién tiene prioridad el gobierno civil de los nobles, reyes o
emperadores –o califas o la figura que sea- o la autoridad religiosa?) y científico
(matemática, astronomía, medicina).
¿Por qué fueron especialmente relevantes las filosofías árabes y judías respecto a
la tradición occidental? Su importancia se debe ante todo a que adoptaron como
pensador principal a partir del cual organizar su discurso teológico a Aristóteles. Esta
elección fue tan novedosa y consistente que terminó transformando de un modo
profundo la teología cristiana (y con ella muchos elementos de la cultura del Medievo
occidental). Hasta ese momento el cristianismo había articulado su teología basándose
sobre todo en Platón (esta fue la principal propuesta del primer gran teólogo de la Edad
Media: San Agustín, cuya influencia fue fundamental hasta el siglo XI). ¿Qué sucedió
aquí? Con los elementos recogidos de Aristóteles los filósofos árabes y judíos
consiguieron poner en duda –o como mínimo discutir con sólidos argumentos- la
entraña platónica de la teología cristiana. El cristianismo se vio obligado a reaccionar y
lo hizo apoyándose también en Aristóteles –cuyos textos habían llegado a occidente a
través de Córdoba-: fue Santo Tomás de Aquino el que tuvo que renovar en puntos
centrales la teología cristiana con el fin de rebatir las poderosas tesis de la filosofía
árabe y judía.
Filosofía árabe
¿Cuál es, a juicio de Avicena, la felicidad máxima que define el ideal del sabio?
La contemplación intelectual del Ser Necesario, es decir, la contemplación del único
Dios.
Por otro lado Algazel discutió las ideas teológicas de Al-Farabi y de Avicena
(dos autores que sostuvieron que Dios creó el mundo necesariamente y que por ello la
libertad no es uno de los atributos del ente supremo): Dios, afirma Algazel, creó el
mundo libremente, y por eso mismo en el mundo creado cabe la libertad (y la máxima
expresión de esta libertad se encuentra en el culto religioso islámico, es decir, en la
adhesión inquebrantable a la religión verdadera).
Filosofía Judía
La idea más original que propuso fue la siguiente: excepto Dios –que como ser
supremo es enteramente “simple”- todo está compuesto de forma y de materia, y esto
incluye también a lo “espiritual” (la tesis habitual era que lo espiritual es una forma que
carece absolutamente de cualquier tipo de materia); es cierto que en los seres
espirituales la materia no es “corpórea”, pero sin materia alguna nada sería lo que es
(hay, por lo tanto, algo así como una “materia universal”). Esta concepción de la
materia y lo material fue retomada por Giordano Bruno en el Renacimiento, y gracias a
ella organizó una propuesta panteísta (y pagó su “herejía” en la hoguera).
Su libro más célebre se llamó Guía de perplejos. ¿Quiénes son los “perplejos” a
los que se refiere el título? Son los hombres que solo se aferran a la fe prescindiendo de
la razón o, al revés, los que sólo confían en la razón y desprecian la fe religiosa. Su
propósito general –bastante complicado- es conciliar la Biblia judía con la filosofía de
Aristóteles. ¿Por qué intentaba algo así? Porque pensaba que la verdad se logra
conjuntando ambas fuentes del saber: una revelada a los profetas y otra obtenida solo
con la razón.
Respecto a la ética desarrollada por este autor puede destacarse de que un modo
muy original combina elementos del Antiguo Testamento con algunas ideas extraídas de
la ética de Aristóteles. Por otro lado aunque como pensador religioso sostiene que el
bien y la felicidad proceden de Dios y a él remiten reconoce que la libertad humana no
es irrelevante en lo que concierne a los asuntos morales.
Por último mencionaremos los libros de la tradición religiosa del judaísmo que
tuvieron influencia en las filosofías medievales.
El Talmud. Mezcla prescripciones sobre las conductas de los seres humanos con
consideraciones intelectuales y espirituales.
Desde luego Santo Tomás distinguía con claridad entre la razón y la fe, entre la
filosofía y la teología. Pensaba que hasta cierto punto cada una tenía su campo propio y
exclusivo, un territorio que en ningún caso compartían entre sí. Por ejemplo desde la
filosofía se podían emprender explicaciones de los procesos naturales que se mueven en
el círculo de las causas segundas y por eso estas explicaciones no precisan recurrir
directamente y en todo momento a la única causa primera del ser (Dios). A su vez la
teología expone dogmas de fe que no pueden ser racionalmente entendidos, por ejemplo
que Dios es a la vez único y triple (Padre, Hijo, Espíritu Santo) o que en la misa, en el
momento de la eucaristía, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de
Jesucristo, etc. Sin embargo hay ciertas cuestiones sobre las que la razón y la fe (la
filosofía aristotélica y la religión cristiana) pueden colaborar de modo fructífero, por
ejemplo gracias a la filosofía la teología puede organizar una serie de pruebas de la
existencia de Dios y puede también informarnos, hasta cierto punto, de en qué consiste
la esencia del ente supremo (puede aclarar en parte qué es Dios –por ejemplo diciendo
que es un ser omnipotente y omnisciente y explicando qué significa esto, etc.). Es así
que la Teología –la suprema sabiduría pues se dirige hacia el ente superior a todos los
demás- se divide en dos ramas: hay una “teología natural” (o “teología racional”) que se
ocupa de todo aquello que la razón puede afirmar respecto al ser supremo, y hay
también una “teología revelada” que aborda lo que solo se alcanza por la fe (el misterio
de la trinidad, la resurrección, la eucaristía, etc.). De todos modos –como sucede en
general en la Edad Media- esta colaboración implica siempre una subordinación: la
filosofía (y la razón que ella encarna) debe estar al servicio de la Teología (ella tiene la
primera y la última palabra: la fe –una virtud teologal, un don de la gracia divina- está
por encima de la razón). Esta subordinación de la razón a la fe es lo que explica, en
definitiva, que la propuesta aristotélica es a la vez recogida por Santo Tomás y
profundamente deformada pues debe ser adaptada al dogma cristiano.
La teología creacionista del cristianismo establece entre Dios (causa creadora del
ser, de la esencia y la existencia) y lo creado un auténtico y radical abismo (si Dios es
Infinito lo creado es finito, si Dios es Necesario lo creado es contingente, etc.). Sin
embargo entre las criaturas y Dios tiene que haber alguna relación, algún tipo de unidad,
en ese abismo debe localizarse un “puente” que junte las dos orillas. Es en este punto
donde Santo Tomás introduce la doctrina de la analogía del ser: aunque entre lo creado
y el Creador hay a la vez una radical diferencia y también una cierta semejanza, una
analogía. Dios y lo creado comparten una serie de propiedades y son ellas las que trazan
un puente entre ambos, pero solo el Creador las posee en su grado máximo (por
ejemplo, Dios es omnisciente, tiene así en si mente un saber absoluto, en cambio los
seres inteligentes solo pueden alcanzar un conocimiento limitado, etc.). La analogía
entre Dios y lo creado implica, por lo tanto, una escala de grados de perfección o de
grados de participación: hay criaturas más cercanas a Dios, otras en cambio están más
lejanas y son por ello inferiores; por ejemplo: los ángeles son más análogos a Dios –
poseen una mayor semejanza participada- que los seres humanos y éstos, a su vez, lo
son más que una planta o que una piedra. El conjunto de todo lo que es, la totalidad del
ser, en razón de su articulación analógica, es un orden rígidamente jerarquizado
presidido por el ente supremo y superior, y este ente (Dios) es el Modelo o Arquetipo al
que todo se asemeja según grados de perfección, es decir, según una escala descendente.
La fe religiosa del cristianismo obliga a creer que Dios es el creador del mundo
desde la nada. Y la filosofía –sostiene Tomás de Aquino- puede ayudar a aclarar en
cierta medida la idea misma de “creación”. ¿Cómo? Principalmente introduciendo la
noción de “causalidad”. Dios es una causa y lo creado es el efecto de esa causa. Santo
Tomás, intentando darle a esta tesis una precisión aún mayor, acudió por un lado a la
teoría aristotélica de las cuatro causas (causa material, formal, eficiente y final) y por
otro a la teoría platónica de la participación (a la que se acaba de aludir al exponer el
concepto de “analogía” entre Dios y sus criaturas). Dios aparece ahora, por lo tanto, en
esta teología articulada filosóficamente, como causa del ser, es decir: causa de la
esencia (la cual por sí sola implica potencialidad) y la causa de la existencia (entendida
como un acto, una actualidad, una activación). Dios es, desde luego, una causa
incausada: en modo alguno presupone una causa anterior o una causa superior (Dios es
el ente supremo, la realidad superior, por encima de la cual no hay propiamente nada).
Los efectos de esa causa, los seres creados desde la nada, son, en cambio, contingentes
pues podrían no existir: su existencia depende en última instancia de Dios. Por último se
puede añadir que Dios ha creado según su libre voluntad el mundo entero, y esa
creación ha ocurrido según una serie de Ideas (Esencias o Formas) que están en su
entendimiento (por eso la causalidad creadora de Dios es una causalidad ejemplar o
analógica –en la medida en que las Ideas son Modelos o Arquetipos, y las criaturas
“copias” de ellos).
Antes de continuar con las pruebas de la existencia de Dios que expuso Santo
Tomás (las llamadas “cinco vías”) nos detendremos brevemente en su teoría del
conocimiento. Propiamente el conocimiento de la verdad lo es solo de lo universal y de
lo necesario. Lo universal –afirma Tomás de Aquino siguiendo en esto a Aristóteles-
reside en cada cosa particular (y es su esencia, su forma inteligible), por eso habla de
“universale in re” (universal en cada realidad concreta –la forma de todos los caballos
está en cada caballo particular). Además los universales están en el entendimiento de
Dios antes de la creación del mundo (“universale ante rem” –universales antes de las
cosas, con anterioridad a su posterior creación). Pero también, en tercer y último lugar,
los universales residen en el entendimiento cuando este consigue conocerlos
(“universale post rem” –universales después de la cosas, extraídos o desgajados o
sacados de ellas). Ante la pregunta ¿cómo lo universal se vuelve particular? ¿cómo se
“individualiza” de tal modo que finalmente está en cada entidad concreta? Responde
Santo Tomás: el factor individualizador es la materia de cada cosa, es ella la que
particulariza la esencia universal. ¿Y cómo es que el entendimiento humano alcanza el
conocimiento de la esencia universal de cada cosa? El conocimiento de lo universal se
logra a través de los conceptos (el concepto de algo, por su parte, no es sino su
definición esencial –así “hombre” es, según su concepto, “animal racional” y
“pentágono” es un polígono de cinco lados). ¿Cómo se obtienen los conceptos que se
refieren a la esencia universal de cada cosa particular? Cada concepto supone que ha
ocurrido un proceso de abstracción llevado a cabo por el entendimiento partiendo
siempre de la experiencia sensible en la que se captan los entes concretos. El
conocimiento de algo, sin embargo, no se limita a exponer su definición, también,
además de ella, debe conseguir explicar lo definido según sus causas, y esas causas,
subraya Santo Tomás, no son otras que las que ya señaló Aristóteles: causa material,
formal, eficiente y final.
La teología cristiana elaborada con elementos filosóficos tiene como uno de sus
principales objetivos ofrecer pruebas o demostraciones de la existencia de Dios, de un
Ser supremo que es la causa creadora del mundo y de todo lo que este incluye. Santo
Tomás indica que se puede llegar a establecer racionalmente la existencia de Dios según
cinco vías, camino o rutas (es decir, según cinco razonamientos o cinco inferencias).
Cada una de esas pruebas, a pesar de que son distintas en su contenido, siguen siempre
tres pasos, es decir, las cinco vías tienen una estructura triple:
Cada una de las pruebas de la existencia de Dios, cada una de las “cinco vías”,
saca a la luz una faceta distinta de Dios: en la primera se presenta como un motor
inmóvil, en la segunda como causa incausada, en la tercera como el ser necesario, en la
cuarta como el ser perfecto y en la quinta como inteligencia ordenadora.
Concluiremos la exposición del tema con una breve alusión a la teoría ética y a
la filosofía política propuesta por Tomás de Aquino.
La creación supone e implica una ruptura radical (un abismo) entre el ente creador
(independiente de lo creado, autosuficiente, etc.) y todo lo creado (y el problema del
creacionismo es después entender qué tipo de extraña “relación” puede haber entre el
creador y lo creado). La emanación indica un continuo, una continuidad (algo así, por
acudir a una metáfora, a la lava de un volcán cuando baja lentamente por una ladera); la
emanación es una forma de “panteísmo”: todo es a su modo y en grados “divino”. La
doctrina de la “creación” implica “dualidad” (dos elementos distintos) y “separación” o
“discontinuidad” (hay un abismo entre el Creador y lo creado). En cambio la
“emanación” supone la unidad y la continuidad. Son pues dos tesis contrapuestas.
Sobre la expresión “causa essendi” cabe decir los siguiente: la esencia de algo (su
definición, sus propiedades principales) es una causa de algo (aquí “causa” significa que
es un componente suyo, un ingrediente de algo).
En este autor se trata el asunto de la “causalidad” (el que algo sea causa o sea efecto de
otra cosa, etc.) según dos registros distintos:
-Por un lado se trata de entender o explicar la Creación de todo por Dios a partir
de conceptos tomados de la filosofía griega (principalmente de Aristóteles y en un
segundo plano de Platón). Así la Creación se concibe como Causación (Dios es
una causa y el mundo es un efecto suyo); y desde luego leyendo el libro del
Génesis del Antiguo Testamento (escrito por autores sin formación filosófica
alguna) en ningún momento se alude a la noción de “causa creadora” (esto es algo
propuesto por los teólogos cristianos en base a la filosofía griega).
-Por otro lado el tema de las cinco vías es el de aportar –por medio de un
razonamiento, etc.- pruebas de que existen un ser supremo o un ente superior al
que se llama “Dios” (bajo el postulado de que esa entidad suprema es la misma
que la que aparece en el Antiguo y el Nuevo Testamento –cosa que es por otra
parte mucho suponer).
Apunte sobre San Buenaventura: Lo más destacable de este autor es el empeño –en
pleno siglo XIII- de seguir defendiendo un cristianismo organizado a partir de tesis
filosóficas tomadas de Platón (por ello este autor es un genuino seguidor de San
Agustín). Por ello lo que plantea es que el mundo platónico de las Ideas (la esencias
universales y necesarias de todas y cada una de las cosas) está propiamente ubicado en
la “mente de Dios” y por ello Dios creó el mundo “siguiendo los ejemplos (o arquetipos
o prototipos) de las Ideas” (esta doctrina sobre cómo Dios creó el mundo se denomina
por esto “ejemplarismo”). Precisamente por defender un cristianismo “platonizado” se
opuso a todos los intentos de renovación de la teología cristiana acudiendo ahora a tesis
procedentes de Aristóteles (un autor cuyas doctrinas llegaron a Europa a través de la
filosofía, la teología y la ciencia del mundo árabe). Y todo esto lo separa de lo que en
ese periodo defendieron tanto los “averroístas latinos” de la Universidad de París como
Santo Tomás de Aquino.
Los franciscanos tienen una raíz agustinista (aunque introdujeron poco a poco
significativas novedades en muchos temas respecto a San Agustín o Agustín de
Hipona). Desarrollaron una idea de religiosidad ligada sobre todo a la “vida interior” (al
recogimiento, etc.; por este motivo eran favorables más que hostiles hacia la experiencia
mística, por ejemplo). Abogaban así por desligar a la Iglesia –hasta cierto punto al
menos- de la vida mundana y por ello del poder político. Predicaban una vida sobria,
austera, sin lujos. Además ponían en el centro de la vida humana tanto la voluntad como
los afectos o sentimientos.
Estas son -a grandes rasgos (pues habría que introducir sin duda algunos
matices)- algunos de los puntos en los que discrepan estas dos órdenes religiosas tan
importantes en el fase final de la Edad Media.
El siglo XIV es el último siglo de la época del mundo llamada “Edad Media”. En él,
poco a poco, el mundo medieval se fue descomponiendo y desmoronando en todos los
sectores de la cultura y, a la vez, también lentamente, fue asomando el “Renacimiento”
(siglos XV-XVI; el imperativo central de este periodo fue una “vuelta a lo clásico”: la
cultura grecolatina era tan esplendorosa que después del interludio medieval debía
“renacer”, es decir, ser recuperada).
Por otra parte cabe destacar dos cosas más: a) hubo autores que, en Occidente,
defendieron posiciones emparentadas con el averroísmo latino (Pedro de Abano, Juan
de Jandun, Juan de Baconthorp); b) los dos principales teólogos y filósofos del siglo
XIV, Duns Escoto y Guillermo de Ockham, pertenecieron a la orden religiosa de los
franciscanos (enemigos, en el fondo, de la corriente principal y predominante: la
protagonizada por los dominicos –como Tomás de Aquino, el autor cristiano más
influyente).
1. Duns Escoto
Esta separación entre la razón y la fe (en el ser humano entre el entendimiento como
facultad del conocimiento y la voluntad como facultad asociada a la fe en la revelación
divina) conduce a lo siguiente: ahora la teología –y todo lo referente a la relación entre
Dios y el mundo, o a la salvación del alma, etc.- tiene que desarrollarse, en su núcleo
central, sin tener que recurrir a la filosofía (esta se define como un conocimiento
racional de todas las cosas según principios, pero este conocimiento no tiene que
interferir, al menos de un modo directo, con los asuntos propios de la teología).
La teología, por lo dicho, no es, según Duns Escoto, un “conocimiento racional”. No
significa esto que sea inferior: en el fondo es superior pues tiene que ver con el ente
supremo, creador de todas las cosas: Dios; por otro lado el fin último del alma humana,
su salvación ultraterrena, depende del contenido de la revelación divina, de la fe en esos
contenidos, y es por esto que el conocimiento racional es menos relevante o secundario
cuando se trata del destino final de la vida humana. En definitiva: sostiene Duns Escoto
que la fe apoyada en una revelación procedente de Dios se basta y sobra a sí misma, y
no tiene que acudir a este respecto a ninguna idea propia de la filosofía.
Por otra parte en los seres humanos sucede lo mismo que en Dios: en ellos también
la voluntad –la libertad, el decidirse por metas o fines- es previa y superior a su
entendimiento (gracias al cual se conoce lo necesario); esta primacía de la voluntad es
completamente crucial respecto a lo más importante en última instancia: la cuestión
religiosa de la salvación eterna del alma del hombre mortal. Santo Tomás, en cambio,
sostenía que lo primero es el conocimiento del bien, es ese conocimiento el que
determina a la voluntad y orienta la libertad. Pero según Escoto una idea así socava la
soberanía de la libertad y subordina a la voluntad al ponerla bajo el gobierno del
entendimiento, lo principal es la voluntad: querer unos fines y perseguirlos; la voluntad,
en definitiva, se define por su estricta autonomía, por su completa autodeterminación
(ella define por sí sola lo que quiere y explica desde ella misma por qué lo quiere).
2. Guillermo de Ockham
Fue un monje franciscano excomulgado por oponerse a las tesis predominantes en la
Iglesia de su época (por ejemplo denunció el excesivo poder del Papa o se propuso
reformar la teología cristiana de Tomás de Aquino, etc.). En el terreno filosófico
rechazó una y otra vez el “esencialismo” procedente de Platón y Aristóteles y recogido
en clave teológica en el seno del cristianismo por sus dos principales pilares: San
Agustín y Santo Tomás. Su rotunda y radical negación de las esencias eternas,
necesarias y universales tuvo como contrapartida la afirmación de que lo primero y lo
principal son las realidades particulares: lo concretamente individual; esta es la entraña
del nominalismo: una teoría de la experiencia y del conocimiento de la verdad. Veamos
estos temas con un poco más de detalle.
3. La mística especulativa
La vía mística de acceso a Dios exige a los seres humanos dejar a un lado sus
facultades racionales y acometer un complicado proceso de purificación y elevación o
ascenso hasta el Creador (siendo la meta de este proceso la unión o fusión entre el
hombre y el único Dios). Los místicos más destacados fueron el maestro Dietrich y, por
encima de los demás, el maestro Eckhart (del cual fueron discípulos Juan Taulero,
Enrique Suso y Juan de Ruysbroeck).
El maestro Eckhart fue un monje dominico; el Papa Juan XXII declaró heréticos
a sus escritos y los prohibió por ello. Dios es para los hombres incognoscible,
inaccesible para la razón, por eso el contacto con él es, preferentemente, la experiencia
mística. Ella implica que algo en los hombres es semejante a Dios –por eso acudió
Eckhart a la noción de “analogía”; aunque también subrayó, por otro lado, que entre los
hombres y Dios hay un enorme abismo, esto conduce a una forma de “teología
negativa”: de Dios apenas se puede saber algo determinado. Por otro lado Eckhart
insiste en la radical dependencia de las criaturas respecto al Creador: sin el ser supremo
lo creado no es propiamente nada, un puro no-ser. El místico, por su parte, sólo puede
aproximarse a Dios a través de su despojamiento, de un vaciamiento de su propio yo en
un proceso de interiorización, solo así logrará la quietud y el sosiego perfecto: el gozo
contemplativo de Dios, el nivel superior o el grado máximo de la fe (así el alma humana
aparece como imagen de Dios, como una chispa avivada y encendida por el fuego
divino).
4.- Separación Iglesia y Estado. Sostuvo Guillermo de Ockham que igual que
hay una separación entre la teología y la filosofía, la religión y la ciencia y la fe y la
razón tienen que estar también separados y bien distinguidos el Estado (el gobierno
político de la sociedad) y la Iglesia (exclusivamente competente en asuntos religiosos).
La subordinación de los reyes al Papa es pues –según este franciscano- perjudicial tanto
para el Estado como para la Iglesia. Estamos aquí, por lo tanto, ante una de las primeras
formulaciones del “laicismo moderno”.
Por todo esto es hasta cierto punto “obvio” que Guillermo de Ockham no fue
precisamente alguien bien visto y considerado desde instancias eclesiásticas y
teológicas, por ello a pesar de ser un monje piadoso nunca fue “santificado” (cualquier
autor medieval que no sea considerado un “Santo” –por ejemplo Juan Escoto Eriúgena,
Abelardo, Siger de Bravante, Duns Scoto, etc.- se debe a que de un modo u otro sus
doctrinas fueron más o menos “heréticas” –o como mínimo “heterodoxas”, ajenas a la
ortodoxia oficial).
Sobre el siglo XIV
Los dos autores que forman la columna vertebral de la cristiandad –San Agustín
y Santo Tomás- sostuvieron que hay dos teologías (complementarias entre sí): la
teología revelada (basada solo en la fe –y además en la interpretación de las Sagradas
Escrituras, etc.) y la “teología racional” (una teología basada en el caso de San Agustín
en elementos platónicos y en el caso de Santo Tomás en elementos aristotélicos). ¿Qué
ocurre con esto en la obra de Duns Scoto? Él afirma que la única teología viable es la
teología que se sostiene en la fe en la revelación divina, etc.; por otro lado la filosofía
(incluyendo aquí el conocimiento empírico de la ciencia, etc.) tiene su campo propio
enteramente legítimo pero que no interfiere con la religión. Es decir, y en definitiva,
Duns Scoto (que realizó significativas aportaciones tanto a la filosofía como a la
teología), prescinde de la llamada “teología racional” (esto por cierto es algo que
después fue ratificado por el “Protestantismo” –o sea, por algo que supuso un profundo
cisma en la religión cristiana que perdura hasta hoy mismo).
En la Edad Media es imposible que alguien no dijera que las leyes morales,
jurídicas o políticas no estuvieran fundamentadas en el único fundamento que
reconocían: Dios. Luego podían discrepar en cómo se concreta esta tesis (pero negarla
implicaría salirse de la Edad Media).
Resumiendo: las leyes morales son en última instancia las Leyes de Dios y por
eso la ética en último término tiene un fundamento teológico. Aún así eso no es todo en
el campo de la moral: además de las Leyes Morales Divinas hay leyes morales
“positivas”: las leyes específicas, concretas y variables, que regulan las costumbres de
las comunidades (sobre estas leyes más particulares versa la ética filosófica pero
siempre bajo la pauta de que las leyes morales positivas están subordinadas a las leyes
morales divinas –esta subordinación no deja de ser problemática y de dar lugar a
muchas dificultades).
Resto a la tesis de la creación del mundo por Dios hay en general en la Edad Media una
dificultad: ¿esa creación es libre o es necesaria?
Respecto a si la creación del mundo por Dios es libre (creó pero pudo no hacerlo) o es
necesaria (tuvo que crear “obligatoriamente”) no hay unanimidad ni en la teología
musulmana ni en la teología cristiana. Allí donde se afirma que la creación es necesaria
–y esto sucede en algunas versiones de la teología islámica- parece razonable suponer
que la libertad no es uno de los atributos de Dios (y por eso el mismo Dios está
“obligado” a crear, etc.). No se olvide sin embargo sobre este tema que la idea misma de
“creación” es una idea “mítica” (una variante de los tradicionales mitos del origen
propios de las sociedades antiguas). Las tres grandes religiones monoteístas (judía,
cristiana, islámica) son creacionistas: un único Dios crea un único mundo (y es aquí, en
este punto, donde los teólogos cristianos introdujeron por un lado el concepto de
“causa” y por otro aspectos de la filosofía de Platón y/o de Aristóteles). Este es el
núcleo de la fe religiosa, pero las dudas y dificultades surgen cuando se intenta “aclarar
racionalmente” el contenido “bruto” de la fe. Por ejemplo esta: ¿cómo un Dios que es la
suprema bondad, belleza y verdad crea un mundo surcado por la maldad, la fealdad, la
falsedad? Etc. En definitiva: ¿cabe en serio pensar (entender, explicar) racionalmente la
creación del mundo por Dios? (no es fácil responder a esta pregunta pero de algún modo
hay que hacerlo).