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El absolutistIlo

(1550-1700), ¿un tnito?

Revisión de un concepto historiográfico clave

Ronald G. Asch
Heinz Duchhardt
(eds.)

IDEA BOOKS
 ÍNDICE

Presentación 7
Fernando Sánchez Marcos

Capítulo 1
El nacimiento del "absolutismo" en el siglo :x:vn
¿Cambio de é¡xx:a de la historia europea o ilusión óptica? 13
Ronald G. Asch y Heinz Duchhardt

Capítulo 11
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
¿Realidad política o propaganda? 43
Nicholas Henshall
.ty:
~~, Capítulo m
~> Colección Idea Universitaria-Historia
¿Adiós al absolutismo?
C;~
ena respuesta a Nicholas Henshall
IDEA BOOK::', SA
Rosellón, 1 86, 19 4°
Emst Hinrichs
08008 Barcelona

~ 93.4533002 - E 93.4541895
e.moil: ideabook@lc:nxOffi.es
h1tp:/ /www.ideabooks.es

Der AbsoIulismu5 - ein Mythos?

© 1996 BOhIau Verlqg, Colonia
© 2000 idea Ilcx>ks, SA de la traducción
y la edic',ón en lengua castellana.

Diredor de la colección de Historia:

Prof. Sán<:hez Nlarcos

Fotograffa y diseño cubierta:

ImmaS·,món
Traducción:
Ana Rey y Karslen Neumann

Imp-esilm y encuadernación!
Gráficas y encuadernaciones Revnícbs, S.A.
ISBN: 84,8236-1 79,1
Depósilolegal: 8-35.517-2000
Impreso en ápoña - Prínted ín Spain
 PRESENTACIÓN

La obra que presento ofrece la traducción de los artículos

más emblemáticos y panorámicos incluidos en el volumen colec­
tivo editado por Ronald G. Asch y Heinz Duchhardt, en 1996, ti­
tulado Der Absolutismus -ein Mythos?: Strukturwandel monar­
chischer Herrschaft in West- und Mítteleuropa (ca. 1550-1700),
con numerosas contribuciones en alemán e inglés.
Heinz Duchhardt es uno de los más prestigiosos especialis­
tas alemanes sobre los siglos xvn y XVIII. Como profesor de
Historia Moderna en la Wes{falische Wilhelms-Universitat de
Münster, ha impulsado los estudios sobre el sistema político eu­
ropeo y el papel, dentro de él, del antiguo Imperio Germánico,
así como sobre las aspiraciones a la paz y su laboriosa plasma­
ción en los grandes congresos internacionales -desde el de West­
falía hasta el de Viena- celebrados a tal efecto en esa época.
Duchhardt es uno de los pocos historiadores alemanes que ha si-
Muchos conocerán
probablemente su lograda y útil síntesis La época del Absolutis­
mo. 1 Precisamente, la obra original de la que parte el libro que el
lector tiene en sus manos lleva también un cierto sello de Müns­
ter, pues apareció en el volumen 9 de la colección "Münstersche
Historische Forschungen". En los últimos años, H. Duchhardt si­
gue potenciando la aproximación comparativista a la Historia
Moderna de Europa como Director de una de las secciones del
reputado centro de investigación lnstítut für Europaísche Ges­
chichte de Maguncia.
Por lo que respecta a Ronald G. Asch, nacido en Hambur­
go, aunque menos conocido en España, es también un gran in­
vestigador, con un enfoque irenista, de la historia política, social

1 Este Iíbro, publicado por Alianza Ed. en 1992, constituye la traducción de la

P. ed. alemana de 1989; en 1998 (Múnich, R. Oldenbourg) apareció la 3". ed. alema­
na corregida y aumentada.

El absolutismo (1550-1700), ¿un mito? ~~~~----- -~--
y cultural europea de la Edad Moderna. Ha trabajado especial­
mente sobre Inglaterra, Irlanda y el Imperio Germánico. Entre
sus numerosas obras cabe destacar quizás su monografía (Colo­
nia, 1994) sobre la corte de Carlos I Estuardo 0625-1640) como
centro de poder político y de irradiación de patronazgo, publica­
da tras su estancia en el Instituto Histórico Alemán de Londres.
Actualmente, el Dr. Asch es catedrático de historia moderna en la
Universidad de Osnabrück.
El libro que presento constituye más que una traducción en
sentido estricto, una introducción a (o una versión extractada de)
la obra original y adquiere, en cierto modo, un perfil propio res­
pecto a la edición alemana. Por esta razón, al ofrecer a los lecto­
res este texto, hemos optado por incorporar, al traducir el desa­
fiante título de la edición original, la referencia a la época más
directamente concernida como tema de estudio y de debate. La
acotación cronológica se hacía tanto más necesaria cuanto que
hemos prescindido del mencionado subtítulo de la edición origi­
nal y le hemos dado uno nuevo. Con éste subtítulo queremos re­
flejar a la vez el sentido que tiene esta edición española y su re­
lativa alteridad respecto a la obra original (de 371 págs.) bastante
más extensa. El sentido de esta edición es claro: proporcionar
cuanto antes una aportación de entidad al estado actual del de­
l)éltt: irlterrlaciortcj S()t)!~e ~1. éÜJsoh.. l tislY10,
Antes de explicar el criterio que ha guiado nuestra selec­
ción de los textos de la extensa obra original, aludiremos breve­
mente a ésta. Para anticipar de manera autorizada su contenido,
nos valdremos de la traducción del texto de su contracubierta: el
libro acepta la nueva crítica del historiador inglés Nicolas Hens­
hall al concepto de absolutismo e investiga, con base en casos
pertinentes escogidos, el cambio estructural en el gobierno (o
soberanía) monárquico desde el tardío siglo XVI hasta comien­
zos del siglo XVIII. Ante todo se abordan en él tres problemas:
los efectos políticos del proceso de confesionalización, el fenó­
meno de la codificación (Verrechtlichung )2 de las normas socia­
2 Verrechtlichung es un concepto de muy difícil, por no decir imposible, tra­
ducción unívoca al castellano; el sentido del término es el de intensificación de la ju­
ridicidad. En esta obra se ha traducido habitualmente por codificación, aunque tal
vez los neologismos juridización o juridificación pudieran ser también apropiados.
8 9
Presentación
les y políticas y los efectos de la guerra sobre las finanzas y la
administración de los estados europeos. Junto a contribuciones
sobre Francia, Inglaterra, España, y el Imperio alemán, se incluye
también a las Provincias Unidas, las cuales en la Edad Moderna
constituyen un efectivo contramodelo a la soberanía monárquica.
El libro presta una importante contribución al debate sobre la
formación y el desarrollo del estado moderno.
En el primero de los capítulos de nuestra edición (el que
ofrece la traducción del artículo firmado conjuntamente por Ro­
nald G. Asch y Heinz DuchhardO, el lector encontrará la síntesis
de todas y cada una de las contribuciones de los diversos histo­
riadores e historiadoras recogidas en la edición alemana comple­
ta (hemos intercalado en la traducción sólo los títulos y subtítu­
los de dichos artículos). Este texto constituye la primera parte de
la introducción de la obra original. En dicha introducción, los
editores de Der Absolutismus -ein Mythos comentan las mencio­
nadas contribuciones en el contexto del debate general sobre el
absolutismo. Todas estas colaboraciones fueron presentadas en
un congreso de especialistas celebrado por iniciativa de R. Asch
y H. Duchhardt.
Como se podrá comprobar, la obra original se estructura de
la siguiente m<inera: a modo de introducción, aparecen el artícu­
lo que acabamos de mencionar y un texto de Nicholas Henshall,
en el cual este profesor de enseñanza media británico sintetiza
su ya célebre y provocativo libro Tbe Myth ofA bsolutism: Change
and Continuity in Early Modern European Monarchy (Londres,
1992).3 La segunda parte, titulada Konfessionsbildung und Staat­
entwicklung, ofrece las contribuciones de Arlette Jouanna (Mont­
pellier), el propio Ronald G. Asch (Münster) y Olaf M6rke (Gies­
sen). En la tercera parte, Monarchische Herrschaft und Herr­
schaft des Rechts, se reúnen los artículos de David L. Smith (Cam­
bridge), 1. A. A. Thompson (Keele), Wolgang Schmale (Múnich) y
Johannes Arndt. El bloque temático siguiente, sobre Krieg, Fi­
nanzen und Verwaltung (cuarta parte), comprende los capítulos
redactados por Wolgang Reinhardt (Friburgo), Bernard Kroener
3 Poco después de la publicación de esta obra, Heinz Duchhardt le dedicó una
reseña en HistonscheZeitschriftv. 258(994), págs. 113-122.
El absolutismo (1 550-1 ___-'------'--,.é<_
Presentación
(Friburgo) y Marjolein c.'t Hart (Amsterdam). La obra se cierra con
le, como estudio de un caso (de un concepto historiográfico) es­
el epílogo escrito por Ernst Hinrichs (Brunswick).4 En él se ofrece
pecialmente abarcador, múltiples sugerencias a propósito de có­
un análisis desde el contexto alemán, y una respuesta explícita a
mo el discurso histórico (la historiografía) refleja las transforma­
la tesis de Henshall según la cual debemos prescindir del absolu­
ciones históricas (la historia). ¿No resulta después de todo per­
tismo como concepto historiográfico válido, pues éste es más un
fectamente explicable, en nuestra Comunidad Europea, de la Eu­
instrumento de polémica política del siglo XIX que una realidad
ropa posmoderna y de la comunicación, que las aproximaciones
verificable y consistente en la época que pretende designar.
recientes al absolutismo enfaticen por una parte los aspectos de
En esta edición abreviada de la obra original, hemos reteni­
consenso y de lenguaje (en suma del poder de persuasión y re­
do y traducido la introducción global, el artículo de Henshall en
presentación) y que contemplen a la vez el fenómeno de la afir­
torno al cual gira la discusión de la que es fruto la obra original,
mación del poder monárquico más desde una perspectiva co­
y la respuesta de Ernst Hinrichs.
mún europea que insistiendo en la separación entre el presunto
Cuando nos ha parecido muy conveniente aclarar algún tér­
absolutismo (despótico) continental y el constitucionalismo in­
mino o expresión de la obra original, esta explicación va entre
glés? Una vez más comprobamos que la historia es un constructo
corchetes o en nota a píe de página. en el que se relacionan lo acontecido en el pasado y lo que en
El libro que presentamos tiene, a nuestro juicio, un doble cada momento pensamos y esperamos ser.
interés. Desde el punto de vista de la historia de la Edad Moder­
El lector tiene en sus manos un pequeño gran libro que en­
na, nos permite acercarnos a conceptualizaciones, investigacio­
sancha nuestros horizontes intelectuales y nos invita a revisar y
nes y referencias bibliográficas recientes de la historiografía euro­
(al menos) matizar lo que muchos de nosotros hemos escrito so­
pea, especialmente anglosajona, francesa y alemana. Si bien, pa­ bre varios temas capitales de la Historia Moderna.
ra el caso de las dos primeras, la necesidad de familiarización
Sólo me resta agradecer la comprensión y paciencia tanto
puede ser menor, esta obra resultará especialmente útil por lo
de la editorial alemana B6hlau Verlag como de la barcelonesa
que hace a las aportaciones germánicas, siempre más excéntricas
Idea Books. que han hecho posible la lahoriosa ge.<;(ac'ifm es­
en nuestra cultüra históríca. este planc, y siguiendc ta obra.
de reflexión de Hinrichs, el cual cuestiona la conveniencia de
prescindir del concepto de absolutismo (en buena parte por la
Barcelona, 3 de mayo de 2000.
carencia de otro alternativo satisfactorio para designar las ten­
dencias de concentración en la corte y de intensificación del po­
der monárquico), me gustaría aventurar, aunque sea de pasada,
que tal vez éste podría encontrarse en el neologismo "acortesa­
miento", con sus connotaciones de transformación dinámica (de
proceso) y de referencia a la corte. ¿Qué nos impide hablar de
"acortesamíento" de manera análoga (sólo en cuanto a la deriva­
ción de la palabra) a como hablamos de aburguesamiento?
Por otra parte, para quienes se interesan en los debates y
tendencias historiográficas actuales, esta obra puede suministrar­

4 E. Hinrichs, otro de los más importantes especialistas alemanes en la época

del absolutismo, tiene en su haber, entre otras obras, la edición del volumen colecti­
vo Absolutismus, publicado en 1986.

10 11
 CAPÍTULO I

El nacimiento del "absolutismo" en el siglo XVII

¿Cambio de época de la historia europea o ilusión óptica?

Ronald G. Asch y Heinz Duchhardt

Hace ya más de veinte años, el historiador neerlandés Emst

H. Kossmann llegó a la conclusión de que: "In the intemational
discussion among historians of the early modem period in recent
years -a discussion which has proved destructive of many tradi­
tional concepts from 'renaissance' to 'mercantilism'-the term
'absolutism' has been spared. Absolutism still seems an undispu­
ted historicai defíníng of which not 1'1s(:: tu
substantial difficulties: it was and is considered to be a historical
phenomenon connected with the aggrandisement and the centra­
lisation of the state and with the increase of its power". Sin em­
bargo, ya entonces Kossmann tuvo que admitir que el concepto
de "absolutismo") tal como era empleado por los historiadores,
era poco nítido, e incluso contradictorio. Además, Kossmann re­
conocía que el absolutismo de los siglos XVII y XVIII en realidad
quedaba reducido a una pura abstracción, a un programa políti­
co que los monarcas perseguían, pero que, de hecho, nunca lle­
gó a ser una realidad. 1
Además, en el momento en que Kossmann constataba la
longevidad del concepto tradicional de absolutismo, éste ya ha­
bía sido relativizado por otros historiadores de forma significati­

1 Ernst H. Kossmann. The Singularíty of Absolutism. En: Ragnhild Hatton (ed.),

Louis XIV and Absolutism. Londres 1976. 3·17, pp. 3 Y 5.

13

 El absolutismo ¿un mito?
va, también en la investigación alemana, a propósito de la cual
podemos citar aquí el nombre de Gerhard Oestreich. 2 Por su­
puesto, esto no cambió ni cambia en nada el hecho de que "ab­
solutismo" se haya mantenido hasta el día de hoy como caracte­
rización para un sistema de gobierno y de una época también -y
precisamente- en los libros de texto y los manuales, tanto en
Alemania como en otros países europeos. 3
Incluso en Francia, donde no hace mucho se prefería el tér­
mino contemporáneo de monarchíe absolue, en lugar de recurrir
al concepto connotativo de "absolutismo" o "absolutisme"4 -acu­
ñado sólo tras la Revolución Francesa-, se habla ahora de la
"naissance dramatique de l'absolutisme"5 o del "absolutisme en
vraie grandeur". 6 Este último título fue el que eligió, por ejemplo,
Emmanuel Le Roy Ladurie para su Historia de Francia en el siglo
XVII, recientemente aparecida; por lo que se ve, la elección fue
deliberada, ya que el capítulo final de su interpretación en parte
lleva consigo rasgos de una apología del Rey Sol y, con ello,
\. 2 Gerhard Oestreich, Strukurprobleme des europaíschen Absolutismus. En:
idem., Geist und Gestalt des Frühmodernen Staates. Berlín 1969; compárese también
Ernst Hinrichs, Zum Stand und zu den Aufgaben gegenwartiger Absolutísmusfor­
schung. En: ídem (ed.), Absolutfsmus. FrankfurtlMain 1986, 7-34, Y Heinz Duchhardt,
Das Zeitalter des Absolutismus. Frankfurt/Main 1989, pp. 166-]72.
, Kunisch, Ahsolutismus. Goting:; 19R6 Y li,ms Boldl, De¡,;tsche Ver­
fassungsgeschichte, 2 vols., Múnich 1984-1990, 1: Von den Anfangen bis zum Ende
des alteren deutschen Reiches 1806, pp. 224-242 ofrecen ejemplos de ello, así como
Dietmar WiIloweit, Deutsche Verfassungsgeschichte. Múnich 1990, pp. 147-160.
4 Para la historia del concepto, véase Reinhard Blii.nkner, "Absolutismus" und
"frühmoderner Staat". Probleme und Perspektiven der Forschung. En: RudolfVierhaus
et al. (eds.) Frühe Neuzeit Fmhe Moderne. D6uingen 1992, 48-75, pp. 5]-59, e ídem,
"Der Absolutismus war ein Glück, der doch nicht zu den Absolutisten gehort".
Eduard Ganz und die hegelianischen Ursprunge der Absolutismusforschung in
Deutschland. En: Historische Zeftschrift 256 (993) 31-66.
5 Así el volumen tercero de la Nouvelle Histoire de La France Moderne: Yves­
Marie Bercé. La naissance dramatique de l'absolutisme 1598-1661. París 1992. Bercé
contempla la subida al trono de Luis XIV como auténtico cambio de época: "La géné­
ration montante choisit l'absolutisme. Les contemporains de Louis XIv, ceux qui
avalent eu vlngt ans en 1658, rejetaíent comme la peste les malheurs des guerres civi­
les ... Ils aspiraient a un royaume centralisé, a la toute-puissance d'un monarque ab­
solu selon les regles de la raison. Cette génération fondait enfín l'absolutisme dont le
cahier du Tiers avait revé lors des États de 1614. Louis XIV était le plus illustre rejeton
de cette génération" (p. 189).
6 Ernmanuel Le Roy Ladurie, L'Anden Régime. 2 vols., París 199], 1: L'absolu­
tisme en vraie grandeur 0610-1715).
14
El nacimiento del absolutismo en el siglo XVII
tam.bién del absol~tismo como sistema de gobierno? Le Roy La­
dune s~ ap~rta aS,l claramente de los modelos de interpretación
de la hlstona soclal francesa .más reciente de la escuela de los
Annales. Si la historia social -en la medida en que. no contempla:­
ba, de todos modos, el plano de lo estatal-político como algo del
todo secundario- había extraído un balance en la mayoría de las
ocasiones más bien negativo del gobierno de Luis XIV y de sus
sucesores, en cambio Le Roy Ladurie, que es también un desta­
cado historiador social, se inclina por una interpretación bastante
más desde la perspectiva del estado.
Precisamente porque se dan así signos inequívocos de
que el concepto de absolutismo se impuso, aunque con un
cierto retraso, en Francia, y además con connotaciones de valor
claramente positivas, llama todavía más la atención el hecho de
que sea un historiador inglés quien, con mayor firmeza que na­
die antes, rechace el uso de este concepto como instrumentali­
zación de la interpretación y el análisis históricos. La auto-com­
prensión histórica de Inglaterra estuvo determinada hasta el
momento actual en una medida considerable por el -según to­
. dos los indicios- excepcional proceso histórico del "triunfo"
constituyente del Parlamento sobre la corona en el siglo XVII.
Parece que, al contrario que a las asambleas estamentales de
las o c ' y
central, al Parlamento inglés le dio resultado el imponerse fren­
te a las ansias de poder de la corona, y desde 1688 consiguió
relegar a la monarquía a un papel claramente delimitado en la
cúpula del ejecutivo. En este sentido, es legítima la utilización
de Nicholas Henshall del concepto de absolutismo tradicional
en su sentido genérico: "The one thing certain about absolutism
was that it was never English. Whatever it was England had the
1 oposite".8
Sin embargo, esta tesis del "camino especial" inglés ha sido
II decididamente puesta en tela de juicio por las investigaciones de
los últimos veinte años de la historia de Inglaterra bajo el poder
7 Le Roy Ladurie, L'Anden Régíme (n. 6), 1, pp. 429-447, así como pp. 440-442.
I 8 Nicholas Henshall, Ibe Myth of Absolutism: Change and Contínutty in Ear~y
Modern European Monarchy. Londres 1992, p. 80. Compárese Heinz Duchhardt, Ab­
I solutismus Abschied von einem Epochenbegriff? En: Historische Zeítschrift 258
(1994) 113-122.
I
I
15
El absolutismo
----------- -~----
de los primeros EstuardoY Además, John Brewer también señaló,
con respecto al siglo XVIII, que el estado británico -se juzgue co­
mo se juzgue el reparto de peso político entre corona y Parlamen­
to--, al menos en importantes ámbitos de la división del poder es­
tatal (especialmente actuación militar y administración de finan­
zas), no disponía en modo alguno de menores recursos que las
grandes monarquías continentales, y con ello relativiza, al menos
parcialmente, la diferencia entre "absolutismo" y monarquía límita­
da por el Parlamento. lO Otros historiadores, especialmente Jona­
than Clark, han ido todavía más lejos y han caracterizado a Inglate­
rra -incluso la del siglo XVIll- directamente como un Antiguo Régi­
men, una sociedad profundamente aristocrática, que habría estado
marcada por la orientación del comportamiento social y de la polí­
tica de acuerdo con normas religioso-confesionales, que principal­
mente le otorgaban a la monarquía un carácter sagrado, de modo
parecido a como ocurría en Francia en la misma épocaY Las tesis
de Clark no permanecieron sin refutar, y sin embargo representan
sin duda, hasta cierto punto, una de las fuentes que justifican el
ataque frontal de Henshall al concepto de absolutismo.
Éste, sin embargo, se nutre también de la investigación an­
glosajona sobre la historia francesa de los siglos XVII y XVIII, ya
que Francia representaba siempre la imagen contraria por antono­
11"1C:l.S1C:l. a la constitución "liberal" ingles;;,. En
aun que sus colegas franceses, los historiadores ingleses y nortea­
mericanos se plantearon cuestiones de historia política relacio­
nándolas con el análisis de la realidad social del "absolutismo"
francés. A este respecto podemos citar el nombre de William
9 Véase al respecto lo más reciente de RonaId G. Asch, Triumph des Revisionis­
mus oder Rückkehr Zum Paradigma der bürgerlichen Revolution? Neure Forschungen
zur Vorgeschichte des englischen Bürgerkrieges. En: Zeitscbrifl für Historiscbe For­
scbung 22 (995) 523-540.
10 John Brewer, The Sinews of Power. Londres 1989; véase Lawrence Stone
Ced.), An Imperial State al War: Britainfrom 1689 lo 1815. Londres 1994.
JI ]onathan C. D. Clark, English Society 1688-1832. Cambridge 1985. Véase del
mismo, Revolulton and Rehellion: State and Society in tbe Seventeentb and Eigbteentb
Centuries. Cambridge 1986, así como 1be Language of Liberty 1660-1832: Political
Discourse and Social Dynamics in tbe Anglo-American World. Cambridge 1994.
12 Williarn Beik, Absolutism and Society in Seventeenlb-Century France: State
Power and Provincial Aristocracy in Languedoc. Cambridge 1985, y Roger Mettam,
Power and Faction in Louis XIV's France. Oxford 1988.
16
~ _ _El nacimiento del absolutismo en el siglo XVII
Beik, pero también el de Roger Mettam. 12 En 1988, Mettam, en su
estudio "Power and Faction in Louis XIV's France" había llegado a
la siguiente conclusión: "It should... have no place in a discussion
of the power of the crown in early modern France". El absolutis­
mo como concepto sería un anacronismo, e incluso el de monar­
chie absolue estaría designando más bien un programa político
-reafirmado con entusiasmo o rechazado con la misma intensi­
dad- que la propia realidad. 13 Suponiendo que en el siglo XVII
hubiera tenido lugar en Francia un cambio político fundamental,
~ se trataría en cualquier caso de una orientación más fuerte hacia
el centro, hacia París y hacia la corte, "a shift to the centre"; un
cambio que además habría sido impulsado más bien por las élites
de las provincias francesas que no por una política monárquica
centralista consciente. Estas élites habrían apelado, después de las
guerras de religión, y especialmente después de 1660, con mayor
intensidad que en el pasado, a la autoridad de la corona, para ga­
rantizarse así su propio estatus, sus privilegios y su autoridad. 14
Henshall continúa el camino iniciado por Mettam y otros y
extiende su crítica, no carente de elementos polémicos, al con­
cepto de absolutismo a todas las monarquías europeas, que gene­
ralmente se denominan absolutístas. E'>pecialmente plausible re­
sulta esta crítica cuando cuestiona definiciones convencionales,
cJ St:, ~aral,:te-
riza como un gobierno sin la colaboración de los estamentos, 15
pero una definición tal difícilmente puede abarcar adecuadamen­
te lo que precisamente es más específico de la evolución de Fran­
cia -la pretendida patria modelo del absolutismo--, en la que los
Estados Generales, también antes de 1614, la fecha de su última
convocatoria antes de 1789, eran sólo un (relativamente extraño)
fenómeno y no una institución real. Pero tampoco esta definición
resulta exacta con respecto a España o, respectivamente, a Casti­
lla, ya que cuando aquí desaparecieron las Cortes en 1664, esto
sucedía en un momento en que la autoridad de la corona había
13Mettam, power and Faction (n. 12), pp. 34 y 37.
14Mettam, Power and Faction (n. 12), p. 41 Y ss.
15 Boldt, Verfassungsgescbicbte (n. 3), 1, p. 226, ciertamente establece: "Si en
cambio definiéramos, como ocurre con frecuencia, el absolutismo como una forma
de gobierno sin estamentos, no estaríamos haciendo justicia a la profusión de fenó'
menos de aquella época".
17

El absolutismo 0550-1700L¿un mito?
alcanzado su punto más bajo, de modo que la pérdida de poder
de los estamentos apenas supuso una ganancia pard la realeza. 16
Como también subrayó la investigación alemana reciente, gene­
ralmente constituye un error esencial el caracterizar las relaciones
entre los príncipes y los estamentos como una especie de "juego
de suma cero" en el que la ganancia de una parte en autoridad
efectiva y fuerza para imponerse significaría siempre una pérdida
de la otra parte. 17 Por contra, Henshall concluye que: "State-Buil­
ding and Estate-Building were reciprocal actions".18
De igual manera Henshall relativiza la capacidad de los mo­
narcas de crear, mediante el ejercicio de su propia autoridad, un
nuevo derecho en el sentido de una legislación como criterio de­
cisivo para la monarquía absoluta. Durdnte demasiado tiempo, la
ciencia histórica se ha regido aquí por un modelo, que estaba
determinado por las aparentemente manejables fórmulas de Jean
Bodin, sin tener en cuenta hasta qué punto, todavía en el siglo
XVII y XVIII, en la praxis de gobierno la salvaguardia de los de­
rechos tenía prioridad frente a la disposición de nuevos dere­
chos, al menos en el extenso ámbito del derecho privado. 1? Por
lo demás, a la luz de las nuevas investigaciones, la signifkación
de Bodin como el supuesto primer gran teórico del estado mo­
derno resulta más
.,
bien dudosa,
,
ya que, por ejemplo, no cuestio­
! r.i
en el campo del dominio doméstico y territorial. 20
La imagen de Henshall de la monarquía francesa del siglo
)6 l. A. A. Thompson, Castile, Absolutism, Constitutionalism and lihcrty. En:
Philip T Hofman y Kathryn Norhcrg (eds.), Fiscal Crises, Liberly and Representatiue
Government,1450-1789 Stanford. CA 1991, 181-225
17 Véase, por ejemplo, Volker Press, Formen des Standewesens in den deut­
schen Territorialstaaten des 16. und 17. Jahrhundel1s. En: Peter Ballmgart (ed.), Stan­
detum und Staatsbildung in Brandenburg-Preuj?en. Berlín 1983, 280-318, Y del mis­
mo, Vi)m "Standestaat" zum Absolutismus. 50 7besen zur Entwicklung des Standewe­
sens in Deutschland, pp. 319-226.
)8 Henshall, Myth (An. 8), p. 11.
19 Véase David Parker, Sovereignty, Absollltism and the Function of the Law in
Seventeenth-Century France. En: Past and Present 122 (1989) 36-74: véase del mis­
mo, Law, Society and the State in the Thought of Jean Bodin. En: History ofPolítical
Tbought 2 (981) 253-2H5. Véase además del mismo, Tbe Making of French Absolu­
tism. Londres 1983.
20 A ese respecto BWnkner, "Absolutismus" und "frühmoderner Staat" (n. 4),
pp. 59-65.
]8
El nacimiento del absoluti..<;mo en el siglo XVII
------"~ ---­
XVII viene determinada por la acentuación de la superv'vencia de
prácticas tradicionales de consulta y consenso, que, co~ mucho
sufrieron una transformación en sus formas externas; si s~ produj~
un cambio más profundo, no fue esencialmente en lo institucio­
nal, es decir, en el ámbito de la estnlctura de las autoridades ni
en la posición de los cargos públicos ni en sus competencias ~fi­
dales, sino más bien en lo infonnal, en la construcción de nuevas
estnlcturas de clientela y patronazgo, que a lo sumo favorecieron
a la larga aquel "shift to the centre" del que hablaba Mettam.
No repetiremos aquí en detalle los argumentos de Henshall
ya que en las páginas siguientes le cederemos la palabra. Si~
embargo, su libro 7be Mytb 01 Absolutism representó una ocasión
muy oportuna paid someter de nuevo' a juicio el concepto tradi­
cional de absolutismo. Los artículos de este volumen surgieron
durante la celebración de un congreso dedicado a la discusión
de las tesis de Henshall. En ese momento, por supuesto, deter­
minados ámbitos de problemas tuvieron que ser dejados de lado
en consideración al alcance de las sesiones, como, por ejemplo,
la cuestión de la eficacia de las instituciones gubernamentales y
administrativas en el plano local o el extraordinariamente com­
plejo tema de las relaciones entre monarquía o principado y las
élites político-sociales, que hubiera requerido de por sí un sim­
posiun~i aparte, se t-fl Ca CE ";..1[12
época limitada y en un número también limitado de problemas
centrales. Como época se terminó eligiendo el período temporal
comprendido entre el tardío siglo XVI hasta finales del siglo
XVII. Si se contempla, en el sentido de la interpretación tradicio­
nal, la historia de la constitución del estado europeo moderno
como marcada por una oposición entre absolutismo y tradición
liberal-estamentaria, la polarización del desarrollo político que
esta oposición debería de haber engendrado comienza bien
avanzado el siglo XVI, para llegar aproximadamente a término
hacia 1700, es decir, después de la Glorious Revolution en Ingla­
terra y durante el reinado de Luis XIV en Francia.
Il
En la primera fase del período temporal aquí elegido le co­
rresponde un significado especial al proceso -que abarca a toda
19
El ahsolutí!.rl'!~ (125g~~J?J!Ol: ¿un mito?
Europa- de formación de las confesiones religiosas y de la confe­
sionalización. Tradicionalmente en este caso, se suele aceptar
nación del absolutismo, Francia, como paradígma-, se
entiende la formación de la monarquía absoluta como una res­
puesta a la guerra civil confesionaI.21 Por otra parte predomina,
por lo que respecta a los territorios alemanes, la perspectiva que
contempla el proceso de formación de las confesiones religiosas
como un elemento de refuerzo de la autoridad soberana de los
príncipes, a la vez que un debilitamiento del imperio. En este
sentido, Heinz Schilling ha afirmado: "Las diferencias entre la
confesionalización de los católicos, los luteranos y los calvinistas
eran de naturaleza contingente, no esencial: los tres fomentaron
el estado principesco, territorial y del absolutismo temprano".22
En otros países, por ejemplo en Inglaterra -y lo mismo vale
para los Países Bajos- , fue precisamente el conflicto de confe­
sionalidad el que propició la decisiva legitimación de la resisten­
cia política dirigida contra un poder monárquico considerado ti-
o, como mínimo, arbitrario. Por un
confesionalización supuso un fundamental",23 que abar­
có las capas más profundas del orden político-social -las cuales
no podrían conquistar sin más ni la acción política monárquica
ni la de los estamentos-, de modo que la distrihución del peso
entre prÍllClpc j eSl<UECí:tlOS a este proce­
so fundamental, modificada y a la vez relativizada en su signifi­
cado. Por otro lado, permanece la sospecha de que mediante la
formación de las confesiones y la confesionalización se asenta­
ron los raíles por los que discurriría el desarrollo político y cons­
titucional del siglo XVII, de modo que la cuestión del contenido
21 Véase por ejemplo Reinhard Koselleck, Krltik und Krise. Frankfurt/M. 1973
[1959], pp. 18-31. Véase sobre esta problemática Míchael Stollds, "Konfessionalisie­
oder "Sakularisierung" beí der Entstehung des frühmodernen Staates. En: 1us
Commttne 20 (1993) 1-24.
u Heinz SchilHng, Die Konfessionalisierung im Reich. Religi6ser und
schaftlicher Wandel in Deutschland zwischen 1555 und 1620. En: Historische Zeit·
246 (1988) 1-45, p. 38; véase Wolfgang Reinhard, Zwang ;;:ur Konfessionalisie­
rung? Prolegomena zu einer Theorie des konfessionellen Zeítalters. En: Zeilschrift
far Historische Forschun¡¿ 10 (1983) 257-277. Y Heinrich R. Schmidt, Konfessíonalisie­
nmg 1m 16..fahrhundert (EDG 12). Múnich 1992, pp. 86-91.
2:1 Para la aclaración de este concepto véase la aportación de Olaf M6rke en la
edición original de este libro. pp. 125-164.
20
El nacimiento del absolutismo en el
--------~~--------~
de realidad del concepto de "absolutismo" necesariamente ha de
remitir a este proceso.
De forma paralela, o mejor dicho, con una cierta
dad temporal con el proceso de confesionalización, también en­
tró en acción una codificación prácticas de soberanía tradicio­
nales, que también atañía a las formas de resolución del conflic­
to. Los informales mecanismos de poder, heredados del pasado,
fueron reemplazados por estructuras administrativas instituciona­
lizadas, medidas administrativas y forma jurídica. 24 A las reivindi­
caciones, establecidas jurídicamente, de los soberanos, natural­
mente se contrapusieron entonces principios jurídicos igualmen­
te rígidos para la protección de la propiedad y de la libertad. El
ímperium de los soberanos y el dominium de los súbditos, pre­
rogative y proper~y, entraron en conflicto a principios del siglo
xVII, porque precisamente en una época en que las nuevas ne­
cesidades económicas de los soberanos permitieron que las fron­
teras entre ambos ámbitos fueran especialmente permeables, la
codificación de estructuras políticas permitía que el deseo de una
itación clara de ambos ámbitos fuera más intenso que nun­
ca. En este contexto, el conflicto confesional actuó en muchas
naciones de forma muy marcada como catalizador de la forma­
ción de concepciones del estado legalmente fijadas. Esto es váli­
do tamo para las lois en Franciá. COH10 para
concepciones de una ancient constitution en Inglaterra, garanti­
zada mediante la common law, así como para el desarrollo de un
sistema de derecho imperial en Alemania. 25
24 Para la codificación véase Winfríed Schulze, Bauerlicher Widerstand und feu·
dale llerrschaft in der frühen Neuzeít. Stuttgart 1980, p. 76 Y S.; idem, Einführung in
die Neuere Geschichte. Stuttgart 1987, pp. 61-66, Y Michael Stolleis, C.eschichte des offen·
lUchen Rechts, 3 vols. Múních 1988, 1, p. 127 Y s., 209-212 y 401-404. La importancia
del derecho en el aspecto confesional ha sido sobre todo establecida por Martín Hec­
kel. Véase Martín Heckel, Staat und Kirche nach den Lehren der evangelischen 1uristc.-'1!
Deutschlands in der ersten Hdifte des 17. 1ahrhunderts. Múnich 1')68; ídem. Die reichs­
rechtliche Bedeutung der Bekenntnisse. En idem, Gesammelte Scbriften. Staat, Kirche,
Recht, C.eschíchte, ed. Klaus Schlaich. 2 vols., 1989, Il, pp. 737-772.
25 Los aspectos comunes los señala M. P. Thompson, The History of Fundamen­
tal Law in Polítical Thought from the French Wars ofReligion to the American Revolu­
tion. En; American lli.~torical Research 91 (986) 1l03~1128.; véase Heinz Mohnhaupt,
Die Lehre von der "Lex Fundamentalís" und die Hausgesetzgebung der europaíschcn
Dynastíen. En: ]ohannes Kunisch (ed.), Der dynastísche Fürstenstaat. Berlín 1982,
3-33.
21
 El absolutismu
El paradigma de la codificación determinó, por cierto, en
Alemania, de una manera especialmente persistente, la forma­
ción de conceptos y cuestiones por parte de los investigadores.
En este sentido, encontramos un paralel0 26 en Inglaterra -nación
en que la discusión de los investigadores sobre el papel político
de la common law posee una tradición larga-, en menor medida,
sin embargo, en Francia o en el resto de los países de la Europa
occidental. Ciertamente, William Beik constató, a propósito de
Francia, que: "The essence of local government was the pursuit
of large numbers of cases in the courts: suits against the non­
compliance of individuals, lengthy cases concerníng financial ac­
counting '" It cannot be emphasised enough that law suits where
the society's principal form of regulatíon and enforcement and
that their successful resolution required personal influence".27 A
{
esta conclusión llega Beik teniendo en cuenta los litigios locales,
la mayoría de las veces pertenecientes al ámbito jurídico privado.
Por el contrario, desde el punto de vista del derecho público, Mi­
chel Antoine señaló hasta qué punto la monarquía francesa del
siglo XVIII eludió cualquier tipo de precisión jurídica; los dere­
chos de la corona debían ser conscientemente substraídos de
cualquier intento de definición clara en cuestiones de estado y,
con ello, de delimitación mediante los tribunales, especialmente
de parlements: 'Timprécision en matiere constitutionelle était
non seulement tolerée et suportée, elle était souhaitée".28
El modelo de absolutismo tradicional acusó desde siempre
a la monarquía de los siglos XVII y XVIII de que se habría podi­
do liberar de la atadura al derecho, como implica la fórmula de
princeps legíbus solutus. Sin embargo, las investigaciones más re­
cientes han puesto en duda esta interpretación. Cada vez con
más frecuencia se llama la atención sobre el hecho de que tam­
26 John G. A. Pocock, Tbe Andent Constitution and tbe Feudal Law: A Study
of Bnglísb Historical Tbougbt in tbe Seventeentb Century. Cambridge 21987; Glenn
Burgess, Tbe Políties oftbe Andent Conslitutíon: An Introduetion to Englisb Political
Tbougbt 1603-1642. Basingstoke 1992; véase también Howard Nenner, The Later
Stuart Age. En: John G. A. Pocock et al. (eds.) , Tbe Varieties of Britisb Polítical
Tbought 15(J()..1800. Cambridge 1993, 180-208, pp. 191-194.
27 Beik, Absolutism (n, 12), p. 225.
31 Parker, Sovereignty (n. 19).
28 MicheI Antoine, Le Conseil du Roí sous le ri!gne de Louis XV: Ginebra 1970,
32 Jean Berenger, Finances el AbsoIutisme autrichíen dans la seconde moitié
p. 34. Véase para el siglo XVII, Albert N. Hamscher, Tbe Conseil Privé and tbe Parle­
menls in tbe Age ofLouis XIV:- A Study in Freneh Absolutism. Filadelfia, PA 1987.
n.
El nacimiento del absolutismo en el XVII
bién los denominados monarcas absolutos hacían uso de su po­
der dentro de los límites del sistema de derecho establecido. 29
Por ello parece imprescindible cuestionarse de nuevo el papel
desempeñado por el derecho en el período temporal comprendi­
do entre 1550-1700. ¿Quitó hierro a los conflictos estamentales y
sociales al ofrecer la posibilidad de la decisión judicial, o contri­
buyó a agudizarlos? ¿Era la idea de una supremacía del derecho
especialmente característica de los estados tradicionalmente con­
siderados no absolutistas (Países Bajos, Inglaterra), o es correcto
lo contrario, porque precisamente estos estados consiguieron
con antelación hacerse con la idea de una soberanía legislativa
incondicional, que más tarde marcaría también la praxis del esta­
do?3o
En cualquier caso, no debería atribuirse un valor excesivo a
la significación de la "soberanía legislativa" para los monarcas
denominados "absolutos".31 Si a la hora de la práctica, los sobe­
ranos se encontraron ya a menudo con barreras difícilmente sal­
vables -cuanto más que, de acuerdo con su concepción, incluso
en el mejor de los casos eran legibus, pero no iure solutí-, di­
chas barreras eran todavía más evidentes en el ámbito de las fi­
nanzas. Hace ya bastantes años, Jean Berenger llamaba la aten­
ción, respecto a la monarquía de los Habsburgo bajo Leopoldo 1,
a un continuameme
por la bancarrota sólo se le podría caracterizar de absoluto, en
todo caso, en un sentido muy abstracto. 32 Sin embargo, el déficit
crónico era característico del presupuesto de numerosas monar­
29 Ya en 1955 Mousnier y Hartung habían llamado la atención sobre la atadura
jurídica del absolutismo en el Congreso Histórico Internacional. CF. Hartung y R.
Mousníer, Quelques problemes concernant la monarchie absoIue. En: X Congresso
Internazíonale de Seienze Storiehe Roma 1955, Relazioní. IV, Florencia 1955, 1-55,
especialmente p. 23: "L'un et l'aulre rChrimcs y Eltonl declarent que la monarchie des
Tudor n'etait pas un despotisme, paree qu'elle reposaít sur la loL EVidemment, com­
me toutes les monarchies absolues".)
30 Véase por ejemplo Michael Mendle, Parliamentary Sovereignty: A Very En­
glish Absolutism. En: Nicholas Phillipson y Quentin Skinner (eds,), Politieal Discour­
se in Early Modern Britain. Cambridge 1993, 97-119.
du xvne siecle (These présentée devant I'Uníversité de París IV 1970). 2 voIs., Lille y
París 1975, 11, p. 527.
23
 El absolutismo 0550-1-¿OOJ, ¿U!~nyito?
quías "absolutas" del siglo XVII. No sólo era éste el caso de la
monarquía de los Habsburgo, sino también el de Espana,53 y
-con la excepción de unos cuantos anos de la primera fase del
reinado en solitario de Luis XIV- también el de Francia. 34 El
to de esta penuria financiera fue, con todo, ambivalente. Por un
lado limitaba el campo de actuación de los monarcas, pero
otro propició, ella de por sí en primer lugar, aquellas medidas
administrativas y políticas que comúnmente se consideran consti­
tutivas del "absolutismo": aumentos de impuestos unilaterales
por parte de los soberanos, supresión de privilegios tradicionales
y derechos estamentales, pero también la creación de nuevos
privilegios, de los que se beneficiaban aquellos grupos sociales
cuya cooperación permitió la expansión de los derechos de la
soberanía monárquica. Aquí habría que pensar tanto en determi­
nadas de la nobleza, como noblesse de robe o quizá tam­
bién cuerpo de oficiales de Prusia-Brandenburgo,35 como en
los financieros que, en calidad de arrendatarios de impuestos y
aranceles aduaneros, de monopolistas y banqueros, no remedia­
ban el déficit crónico de las monarquías de los siglos XVII y
XVIII, pero sí 10 administraban, y por lo menos lo neutralizaron
de tal modo que se pudo evitar -o al menos retrasar siempre de
nuevo- la quiebra económica tota1,36
Lér'~L'::'d -'-c_ =1:' j.~" t_ C:r (:::
sobre todo, el incremento, ininterrumpido desde el siglo XVI,
de los costes de mantenimiento del ejército y de la
(principalmente debido al continuamente creciente número de
tropas). Los conflictos bélicos permanentes en algunas
entre las potencias durante el siglo XVII, son
33 1. A. A. Thompson, Castile: Polity, Físcality and Físcal Crisis. En:
Hofman/Norberg, Fiscal Crises (n. 16), 140-180.
34 Véase por ejemplo James Collins, Fiscal Limits o/ Absolutism: Direct Taxation
in Early Seventeenth-Century France. Berkeley, CA 1988; Richard Bonney, The King's
Debts: Finanee and PoliNes in France 1589-1661. Oxford 1981, ídem, The State and
its Revenues in ancien régime France. En: Historical Research 65 (992) 150-176.
35 Sobre este tema véase Peter-Michael Hahn, Aristokratisierung und Professio­
nalísíerung. Der Aufstieg der Obristen zu einer rnilitiirischen und hófischen Elite in
Brandenburg-PreuBen von 1650-1725. En: Forschungen zur Brandenburgíschen und
Preuftischen Geschichte. Neue Folge 1 (1991) 161-208.
36 Fran~oise Bayard, Le Monde des Financiers au XVII" síecle. París 1988, y Da­
niel Desserr, Argent, pouvoir et societé au Grand Síecle. París 1984.
24 25
El nacimiento del absolutismo en el XVI]
considerados comúnmente como el catalizador del desarrollo
del estado. j7
La lucha política --creciente de forma intermitente- entre las
mayores potencias dentro del sistema de la política exterior euro­
pea facilitó, sin duda hasta cierto punto, la concentración en ma­
nos de los monarcas de las competencias, y el déficit -que acom­
pañaba inevitablemente a las y, que, en consecuen­
cia, acabó convirtiéndose en un déficit financiero-estructural­
también influyó, como se ha señalado, en el desarrollo interno de
los estados, en tanto en cuanto obligaba, por ejemplo, a desha­
cerse de instituciones estamentales que se mostraban ineficaces a
la hora de proporcionar los medios financieros necesarios para la
guerra. Pero la tesis de que la guerra no habría sido sólo el motor
del desarrollo del estado, sino que, a la hora de la verdad, habría
ayudado, a la larga, al fortalecimiento de la autoridad monárqui­
ca, aunque parezca confirmada, en un primer momento y a la vis­
ta del desarrollo tanto en Francia como en algunos territorios
manes --durante la Guerra de los Treinta Anos y todavía más
de el año 1648-, sigue siendo, por el contrario, cuestionable si
observamos las circunstancias de los Países Bajos e Inglaterra. Los
Países Bajos pudieron mantenerse firmes en la lucha entre las po­
tencias europeas, no pese a que, sino precisamente porque ha-
j ~-l~;,J:(ir__ lG~~ all~lg\.L'1.:') ~ri6tÚL't-
ciones estamentales y por eso, entre otras cosas, tenían acceso a
créditos bajo condiciones mucho más favorables. Algo parecido
se podría afirmar de Inglaterra, desde el año 1688. 38
Por otro lado, en Espana (y esto lo senaló de
l.A.A. Thompson), las permanentes guerras condujeron más
bien h acia la desintegración del estado monárquico.
Los cometidos del estado eran delegados, cada vez con ma­
37 Para este complejo de problemas véase en primer lugar ClifforJ Rogers
(eJ.), The Mílitary Revolutíon Debate. Boulder, CO y Oxford 1995. Véase Johannes
Kunisch (ed.), Staatsverfassung und Heeresverfassung in der europiiischen Geschich­
te der frühen Neuzcit. Berlín 1986, y la por otra parte superficial obra de Brian M.
Downíng, The Military Revolution and Polítícal Change. Princeton, NJ 1992.
3R Para los Países Bajos véase Marjolein C. 't Hart, The Makin,g o/ a Bourgeois
State. War, Polítics and Finance during the Dutch Revo!t. Manchester 1995, y su apor­
tación a la edición original de este libro, títulada "War, Pinances and the Strllcture of
the Dutch State", pp. 329-349. Para Inglaterra véase Brewer, Sínews ol Power (An.
10).

El absolutismo (1550-1700J ¿'un mito?
yor frecuencia, en representantes locales del poder, financieros y
alta nobleza. Al final se llegó a un punto, que Thompson descri­
be aSÍ: "Seventeenth-century Castile was a 'much governed'
counlry ... but it was not governed by the king".39 Esto pone cla­
ramente de manifiesto que el efecto de las guerras largas sobre
el desarrollo del estado, como mínimo, fue diferente, un argu­
mento que, mediante la referencia al papel desempeñado por los
ejércitos permanentes como instrumento del afianzamiento del
poder soberano frente a los adversarios de la política interior, re­
sulta debilitado sólo de forma restringida.
Mediante los estudios que se incluyen (en la obra original),
las cuestiones aquí planteadas no pueden ser aclaradas en toda
su amplitud, ni pueden ser respondidas en todas sus facetas. Los
artículos también tienen que concentrarse, en consideración a las
características del tema, en un número limitado de estados. In­
glaterra y los Países Bajos ocuparán aquí un lugar especialmente
destacado, ya que su desarrollo estatal durante el siglo XVII vie­
ne siendo considerado comúnmente, en el marco del modelo de
absolutismo tradicional, como un "camino especial", en cierto
modo como una imagen contraria a la monarquía absoluta. Fren­
te a estos dos, sobre todo Francia sigue siendo considerada co­
mo el "clásico" caso modélico, una tesis que (en la obra origi­
especialménlé: a Arkí:te jouaI1na i a KrOí.::­
ner (pero también a Ernst Hinrich), es sometida a un nuevo exa­
men. Los artículos sobre España y sobre el Sacro Imperio Roma­
no Germánico cumplen la función de enriquecer y completar la
imagen obtenida mediante los estados anteriormente citados.
III
Se acaba de señalar hace un momento que, convencional­
mente y haciendo especial hincapié en el caso ejemplar de Francia,
se entiende la formación de la monarquía absoluta como respuesta
a la guerra civil confesionaL Esta interpretación bastante tradicional
ha sido agudizada recientemente gracias a Denis Crouzet, quien la
39 1 A A. Thompson, Castile. En: John MilIer (ed.), Absolutism in Seventeenth
Century Europe. Basingstoke 1990,69-98, p. 94. Véase del mismo, War and Govem­
ment in Habsburg Spaín. Londres 1976.
26
El nacimierLio t:!elqbsolutismo en el XVII
ha revivificado. Para Crouzet, el siglo XVI está caracterizado por la
omnipresencia de un miedo escatológico, un "surenchantement du
monde" que podría convertir cualquier acontecimiento cotidiano
en un signo de la ira y el juicio divinos. Crouzet interpreta el calvi­
nismo como un intento de abolir los efectos desestabilizadores de
este miedo escatológico mediante la puesta en relieve de la absolu­
ta trascendencia en e! más allá de Dios y mediante una desacraliza­
ción del mundo. Este intento, sin embargo, fracasó, debido al avan­
ce de los "herejes" hugonotes -que cuestionaban hasta su raíz la
tradición de la 19lesia-, que sólo consiguió aumentar el miedo reli­
gioso de la mayoría de la población católica.
Fue reservado a la monarquía de Enrique IV e! papel de
haber llevado a cabo aquella racionalización de la política que a
la larga conduciría al "desencantamiento" del mundo, pero tam­
bién a un "désangoisement" que acabó con la crisis de la época
de las guerras civiles. Sin embargo, la racionalización de la políti­
ca caminó paralela a una sacralización aún más fuerte de la di­
nastía monárquica y de la persona de! rey (no sólo de la reale­
za), quien ahora ya no era considerado en primera instancia co­
mo el "pastor" de su pueblo, como defensor de la fe verdadera,
sino más bien como el "roi artisan", cuya larea consistía en ga­
rantizar e! bienestar terrenal de sus súbditos. La concentración de
y ~á­
rantizó en cierta medida la secularización (al menos parcial) de
todo el sistema político. Por supuesto, los medios de poder rea­
les de la monarquía siguieron siendo limitados, y por eso, la
imagen pública que la monarquía ofrecía de sí misma -principal­
mente en forma de una efectiva propaganda política- era aún
más importante. Crouzet constata, en este sentido, que: "L'abso­
lutisme classique est d'abord langage; il est un discours quí, s'il
authentifie la potestas absoluta du roi, n'en est pas moins un
écran destiné a cacher les faiblesses memes du pouvoir". 40
Arlette )ouanna -que suscribe parcialmente estas provocati­
vas tesis de Crouzet- subraya en su artículo "Die Debatte über
die absolute Gewalt im Frankreich der Religionskriege" [El deba­
te sobre el poder absoluto en la Francia de las guerras de reli­
40 Denis Crouzet, Les Guerriers de Dieu. La Víolence au temps des troubles de
religion vers 1525 vers 1610. 2 vols, París 1990,11, p. 624.
27
t mito?
gión] (en la edición original de este libro), la significación del
discurso político para la formación del absolutismo, concepto
que ella, igual que Crouzet, sigue utilizando. Durante las guerras
de religión se habría llegado, en el ámbito de la teoría política,
pero también en la praxis política, a una nueva valoración de la
potestas absoluta del monarca, cuya puesta en práctica tradicio­
nalmente estaba limitada -a diferencia de la potestas ordinaria,
que estaba ligada a las leyes- a los casos de extrema necesidad y
situaciones excepcionales. En la segunda mitad del siglo XVI,
una oposición -primero calvinista, después sin embargo también
por parte de la liga [católica]- cuestionó como directamente ilegí­
timo cualquier recurso a este poder absoluto del monarca. Esta
oposición enmudeció, sin embargo, después de 1598, y definiti­
vamente tras la Fronda, es decir, después del año 1653. El retor­
no de un poder absoluto del monarca es característico ahora
también de la praxis de gobierno cotidiana. En lugar de la de­
pendencia del monarca de un corpus de leyes fundamentales
-que podía ser ampliado por decisión de los estamentos-, la
'\ cual había sido reivindicada durante las guerras de religión, apa­
recieron ahora otros ideales de sistema y de poder menos lega­
listas, que le otorgaban al monarca un mayor margen de discer­
nimiento y una mayor libertad de actuación: especialmente los
O'
.'-,~l
el de la felicidad de sus súbditos y -de forma complementaria a
todo esto-, también, en el ámbito de la vida individual, aquellos
juicios de valor neoestoicos que transfirieron por completo
en consecuencia, despolitizaron- la libertad de cada uno al mar­
co de la intimidad y de la privacidad. 41
que esta evolución se hubiera podido completar en Fran­
cia precisamente durante el reinado de Luis XIV -se podría aña­
dir al artículo de Arlette Jouanna-, puede estar relacionado con
el hecho de que, ya durante la década precedente, la oposición
política contra determinadas medidas de la corona no se dirigiera
tanto contra la exigencia de la monarquía de una autoridad "ab­
soluta", sino contra una forma de poder que estaba adaptada a
los casos excepcionales, especialmente a la guerra. Si se acepta
la opinión de, por ejemplo, Robert Descimon y de Christian Jou­
41 Así Jouanna en su aportación a la edición original de eSle libro. pp. 57-78.
28
El nacimient0tiel qbsolutismo en el siglo XVII
land, los frondistas de los años 1648-53 también querían una mo­
narquía "absoluta", pero que fuese a la vez una "monarchie cou­
tumiere", libre del influjo de los todopoderosos favoritos y minis­
tros, de los autocráticos comisarios (especialmente los intenden­
tes) y de los arrendatarios de impuestos y financieros, considera­
dos corruptos. El éxito de Luis XIV después de 1661 se habría
basado principalmente en la liberación de la administración de
su orientación exclusiva hacia la guerra, y también en la adop­
ción de otras medidas, como la renuncia a un ministro regente,
logrando así difuminar la diferencia entre "gouvernement ordi­
naire" y "extraordinaire", hasta que llegó a carecer de sentido. La
eficacia de la exigencia del retorno del "gouvernement ordinaire"
y, con ello, de una "monarchie coutumiere, mais tout aussi 'ab­
solue"', se habría basado sin embargo precisamente en esa distin­
ción, y por ello, después de 1661, acabaría por perderse. 42
Mientras Arlette jouanna llega a la conclusión de que el ab­
solutismo desarrolló hacia fines del siglo XVI y a principios del
XVII -al menos como una de las ideas dominantes del discurso
político general- una fuerza considerable, Ronald G. Asch anali­
za en cambio, en su altículo "No Bishop no King oder Cuius re­
gio eius religio. Die Deutung und Legitimatíon des fürstlichen
Kirchenregiments und ihre lmplikationen für die Genese des Ab­
hay rry sin obispo o De tal región, tal religión. La significación y
·'i la legitimación del gobierno de la Iglesía por los príncipes y sus
~ implicaciones para la génesis del Absolutismo en Inglaterra y en
~.~ la Alemania protestante), un tipo de discurso especial, a saber, la
teoría del gobierno de la Iglesia por el príncipe en Inglaterra y
.j en la Alemania protestante. En Inglaterra surgió, aproximada­
~ mente a partir del año 1590, una estrecha relación entre la justifi­
ll cación de un episcopado de iure divino y la idea de un legitimis­
mo monárquico e inmune a cualquier derecho de oposición. Se
j comprende que de este modo se produjera una paradójica inver­
i
·1 sión de los frentes, ya que los defensores de un poder de prerro­
j
gativa monárquico fuerte en cuestiones terrenales exigían a la
'í2 Robert Descimon y Christian Jouhaud, La Fronde en mouvement: Le deve­
loppement de la críse politiquc entre 1648-1652. En: XVI? Siede 145 (1984) 305·322
espeCialmente 308 y 320.
29
 El absolutismo (1550-1 mito?
vez una -relativa- autonomía del poder espiritual de los obispos,
mientras que aquellos que subordinaban el poder de prerrogati­
va a la common law y al King-in-Parliament, a menudo eran a la
vez estrictos erastianos, que no reconocían barreras de ningún ti­
po al gobierno de la Iglesia por el príncipe. Para Inglaterra, po­
dríamos entonces pensar que el verdadero punto de controversia
no era el "grado de absolutez" de la soberanía monárquica, sino
en mayor medida la cuestión de en quién podía delegar el sobe­
rano sus competencias de forma legítima, y quiénes eran sus
consejeros legítimos, sobre todo también en materia eclesiástica:
los obispos o las dos cámaras del Parlamento. Ésta es una inter­
pretación que, al menos en parte, apoya la tesis de Henshall se­
gún la cual la oposición política en la época de la monarquía de
la Edad Moderna se habría dirigido, con bastante frecuencia in­
cluso, no contra la extensión de la autoridad monárquica sino
contra la alienación del poder del príncipe en manos de
en manos de un favorito, por ejemplo, o, en el caso que nos
ocupa, de dignatarios eclesiásticos. La lucha de los parlements
~,
franceses por las libertades galicanas de la Iglesia francesa frente
a las pretensiones del papado durante los siglos XV1I y XVIII
ofrecería, por otra parte, un cierto paralelismo. 43
Mientras que en Inglaterra se puede constatar siempre una
cierta cercanía de la " en el seno es­
tablecida hacia la idea muy desarrollada de una monarquía por
gracia divina, en Alemania, tal y como señala Asch, no existieron
tructuras confesionales, ya que la república siguió siendo hetero­
apenas afinidades entre la ortodoxia luterana y su doctrina sobre
el gobierno de la Iglesia y un "absolutismo", entendido como
fuera. En Alemania fue más bien la "despolitización" del clero,
en el marco de una introversión de lo religioso, la que indirecta­
mente contribuyó al ascenso del poder monárquico, y no, como
en Inglaterra, una sacralización consciente de la reivindicación
de poder monárquico, sacralización que tendió un puente sobre
la relación de fuertes tensiones entre el poder espiritual y el te­
rrenal.
En conformidad con esto subraya Olaf Morke, en su articulo
43 Véase el capítulo de Henshall en este volumen, p. 52; Le Roy Ladurie,
cíen Régime (n. 6), 1, pp. 11, pp. 204-208; Dale K. Van Klay,
and tbe Expulsíon 01 tbe jesuits Imm France. New Haven, CT 1975;
Les origines culturelles de la Révolution Fran(:aise. París 1990. p. 207 Y ss.
30
El nacimiento del absolutismo en el XVII
Die politische Bedeutung des Kofessionellen im Deutschen Reích
und in der Republik der Vereinigten Niederlanden. Oder: War die
Konfessionalísierung ein "Fundamentalvorgang"? [La significación
política de lo confesional en el Imperio alemán y en la República
de las Provincias Unidas. o: ¿Fue la confesionalización un "Proce­
so fundamental"?], que tanto el proceso de formación de las con­
fesiones religiosas como la confesionalización en sí no facilitaron
ni la desintegración de los derechos estamentales, ni el fortaleci­
miento de la posición de poder del príncipe. Aunque la confesio­
nalización probablemente pueda haber actuado en el sentido de
una disciplina social sobre los súbditos -como en los últimos
años se ha venido señalando con frecuencia-, sin embargo, la
comparación establecida por Morke con los Países Bajos de por sí
ya muestra que la confesionalización podía fortalecer también la
coherencia interna de los municipios, que, como ocurrió en los
Países Bajos, se habrían fusionado en una comunidad mayor,
constituida como república. En los Países Bajos, la relativamente
amplia tolerancia religiosa creó sin duda unas condiciones dife­
rentes de las del estado territorial alemán, en el que los sobera­
nos, como mínimo hasta bien entrado el siglo XVII, se preocupa­
ban de mantener la homogeneidad confesional, y lo lograron con
un éxito considerable. En los Países Bajos, el conjunto del estado
1 menos provecho de las e;-,­
~
génea por lo que a la confesionalidad respecta.
Por lo demás, Morke llama la atención sobre el hecho de
que en la investigación alemana conceptos centrales como el de
confesionalización y la disciplina social estén atados con un lazo
de unión prácticamente indisoluble al concepto de absolutismo, y
llega a la conclusión de que: "En el debate de la investigación más
reciente, el acoplamiento que prevalece entre los dos conceptos
directrices de época, 'confesionalización' y 'absolutismo', con vis­
tas a la formación del estado, apenas nos permite prescindir de es­
te último concepto, si no queremos renunciar también al primero
en el contexto históricopolítico del proceso de formación del esta­
do".44 En otras palabras, la confesionalización sería difícil de en­
L~n-
44 Véase la aportación de Olaf M6rke en la edición de este libro, pp.
125-164.
31
El absolutismo mito?
tender como parte esencial de un más largo proceso de formación
del estado, que -en Alemania- culminó en la monarquía absoluta
del siglo XVIII, si ese estadio final en sí acabara por mostrarse so­
lamente como mera ficción, como mero constructo histórico.
Si Morke aboga de esta forma, y como mínimo desde pun­
tos de vista heurísticos, por la conservación del absolutismo co­
mo concepto de época, David Smith, a propósito de Inglaterra,
llega a resultados en parte parecidos. En su artículo Tbe Idea
tbe Rule 01 Law in England and France {n the Sevemeemh Cen­
tury (en la edición original de este libro), D. Smith constata que
los conceptos de absolute y limited monarchy, que a comienzos
del siglo XVII se consideraban sin lugar a dudas compatibles y
armonizables en Inglaterra, a partir de la guerra civíl cada vez di­
vergieron más entre sí. La frase hecha "poder absoluto" denomi­
naba entonces una forma de gobierno que no estaba ligada ni
derecho ni a la ley, cosa que, formulada de esta manera extrema,
alrededor del año 1600 todavía no se habría podido afirmar en
modo alguno. El estado en Inglaterra después del año 1660, y
con mucha más fuerza después del año 1688, fue desgajado y
separado del -supuesto- poder arbitrario del rey francés. Sin du­
da en Inglaterra la comprensión de la realidad de la vida política
en Francia era a menudo muy limitada; en este sentido, la frase
político. Pero en Inglaterra este mito era un mito contemporá­
neo, y -según Smith-, desde e! punto de vista político, absoluta­
mente efectivo. 45 Desde luego, Smith reconoce que en Francia
no se llegó a una agudización tal de la idea de la monarquía ah­
soluta, ya que, en el discurso político predominante, se la siguió
diferenciando cuidadosamente de! poder arbitrario. Como se ha
señalado ya, el éxito de Luis XIV se basó precisamente en e! he­
cho de que, al menos en su primera década de reinado, no dejó
que -como ocurriera con Richelieu y Mazarino- e! estado de ex­
cepción administrativo y judicial se convirtiera, de forma mani­
fiesta, en una situación normal. 46
45 Para el concepto de absolutismo contemporáneo, véase también James
Daly, The Idea of Absolute Monarchy in Seventeenth-Century England. En: Historí­
calJournal21 (978) 227·250; Y James H. Burns, The Idea of Absolutism. En: MíIler,
Absolutism (n. 39) 21-42.
46 Véase arriba, nota 42.
32
El nacimiento del absolutismo en el XVII
Mientras que en Inglaterra a lo largo del siglo XVII iba
afianzándose la idea de que el dominio del derecho era incom-'
patible con cualquier forma de monarquía absoluta, Castilla nos
ofrece en cambio, como LA.A. Thompson demuestra, en su artí­
culo Absolutism, Legali5m and the Law in Castile 1500-1700 (en
la edición original de este libro), un ejemplo extraordinariamente
revelador de cómo un poder -según e! propio criterio de esta
monarquía- monárquico absoluto se llevó a la práctica dentro
del marco de unas formas legales muy estrictas. Thompson ya
señaló en otro lugar que en Castilla se puede observar la paradó­
jica unión de un poder ejecutivo -según su pretensión- absoluto,
con una capacidad muy limitada de llevar a la práctica esta pre­
tensión, por ejemplo en el ámbito localY
Sin duda el concepto de codificación (Verrechtlichung) no
es aplicable a Castilla de la misma forma que, por ejemplo, al Sa­
cro Imperio Romano Germánico. AqUÍ los tribunales supremos
de justicia del imperio, independientes de los territorios, crcaron
fronteras jurídicas para la puesta en práctica de la soberanía terri­
torial, fronteras que, al menos para los pequeños y medianos es­
tamentos del imperio, poseían una significación absolutamente
reaL Además, también los territorios mayores difícilmente podían
escapar a una codificación política marcada por la cultura los
:-:, ,,' - '
,'-, t '¡~ ;..!~.~~~ ~,
nucvo en su artículo Das Heílige Rómische Reícb und die Herr­
schaft des Rechts. Bín Problernaulrijs [El Sacro Romano Imperio y
el poder de! derecho. Planteamiento de un problema] (en la edi­
ción original de este libro), en el que compara la evolución en
Alemania con la de Francia. Si Schmale llega a la conclusión de
que "no una 'carencia' sino un 'exceso' de derecho, ... fue el
'mal' del Antiguo Imperio (hasta 1803) o [del] Ancien Régime
francés", 48 este reconocimiento, mutatis mutandis, es también
absolutamente válido para la Castilla del siglo XVII.
Evidentemente, en Castilla no fueron solamente -y ni si­
47 "In Caslile ... we have lhe paradox, common in early modern states, yet he­
re perl1aps in an exaggerated form, of absolme aurhority and limited power, or. in
CaslÍlian lerms, absolute obedience and límited compliance". Thompson,
Ca.stile (n. 39), p. 96.
18 Véase la aportación ele W. Schmale en la edición original de este libro. p.
241.
33
El ahsolutismo ( 1550-1
- 700),
~._---~.
quiera principalmente- los tribunales quienes contribuyeron a la
codificación de los conflictos políticos y de las decisiones políti­
cas. El papel de los tribunales estaba limitado por el hecho de
que sus sentencias no habían sido legitimadas, de modo que no
podía surgir un "case law", al no existir una tradición de casos
precedentes que hubiera permitido rechazar las pretensiones de
dominio de la corona mediante la apelación a sentencias jurídi­
cas anteriores. Y por eso era todavía más relevante el papel de
aquellos consejos que ocupaban la cúspide de la administración
central castellana. Lo que hacían era "filtrar" en cierto modo las
decisiones políticas de acuerdo con criterios jurídicos; "The law
in Castile operated at an earlier stage in the political process that
it did in England. Royal commands were filtered by counsel and
conscience in a form of self-censorship hefore they were pro­
mulgated".49 Un poder monárquico "absoluto" como el de Casti­
lla, fuertemente marcado por una concepción jurídica y, en con­
secuencia, limitado por los principios del derecho romano pres­
crito, por los privilegios de corporaciones y personas concretas,
y por los lazos contractuales establecidos con la corona, sin duda
alguna no se corresponde con la idea convencional de absolutis­
mo. Esto es también válido para el ámhito de la promulgación
de leyes, ya que, como señala Tbompson, el derecho de la coro­
" .
para esto su significación práctica era demasiado limitada.
Durante el siglo XVII, Castilla siguió siendo un estado ad­
ministrativo y jurisdiccional, no llegó a ser un auténtico estado
legislativo, por eso los privilegios en realidad no eran defendi­
dos en las Cortes, la asamblea de los estamentos, luchando
contra las medidas legislativas de la realeza, sino ante los tri­
bunales, en los consejos y naturalmente también mediante la
activación de relaciones de patronazgo en la corte. 50 El escep­
ticismo de Thompson sobre la significación práctica de una
"soberanía legislativa" -definida de la manera que fuera- del
soberano viene respaldada por las objeciones relativas al caso
de Francia hechas por David Parker, así como por la argumen­
49 Véase la aportación de L A. A. Thornpson en la edición original de este
libro, p. 212.
En la misma aportación de Thompson, p. 212 Y ss.
34
El nacimiento del ahsol'Ltlismo en el siglo XVII
--~'----
tación de Nicholas Henshall,~l y quizá debería conducir, tam­
bién por lo que a Alemania respecta, a la recOnsideración de la
tesis ele que yél en la Alta Edad Media se huhiera logrado aquí
el "estado legislativo". ~2 En cualquier caso, el artículo de Johan­
nes Arndt sobre Prusía-Brandenhurgo, Der Grojse Kurfü~st, ein
Herrscber des Ahso/utismus? (fber die Móglichkeíten u'nd Gren­
zen monokralischer Hm'rscha.lt ím J 7. ]ahrhundert [El gran
elector, ¿un gobernante del absolutismo? Sobre las posibilidades
y limitaciones del poder monocrátíco en el siglo XVII], demues­
tra que también un soberano, generalmente considerado como
típico representante de las ansias "absolutistas" como el Gran
Elector de Brandenhurgo, se consideraha a sí mismo más bien
un defensor del derecho que un creador de un nuevo derecho.
"Lep,ihus sohttus', según Arndt, "en ningún momento lo fue el
Gran Elector de Brandenhurgo, y tampoco lo quiso ser".'5:3
Si en algunos aspectos el avance hacia el "estado legislati­
vo" moderno durante la Edad Moderna parece más bien cuestio­
nahle, en camhio resulta casi indiscutihle que los recursos finan­
cieros de la mayoría de los estados europeos durante esta época
se vieron considerablemente aumentados, una evolución ésta
que se interpreta como el paso del estado de dominios al estado
de impuestos, un par de conceptos que retoma Wolfgang Rcin­
¡ ::',
de guerra, estado de impuestos, estado de poded (en la edición
'il Parkcr, Sovereignty (n. 19), y Henshall, Myth (n. H), p. 37 Y s. Y 135·137. Pe­
ro véase dd mismo, Gesetzgebullg und Recht im Übergang vorn Spalmittclalrer zum
frühn(~llzeitlíchenObrigkeitsslaat. En: Okko Bchrcnus y ChrislOph Link (eus), ZU111
r(jmíschen und neuzeitlichen Gesetzeshep,nff (Abhandlunf¡en der Akademie del' \fIis­
senschalien in Góttin/ten, Phil.-Hisl. Klasse 3 F Nr. 157). Gotinga 19R7, 123-146, Y Mi·
chael Slolleis, Condere leges el interpretad. Gesetzgebungsmacht unu Staalsbildllng
in der frühen Neuzeit. En: idem, Slaat und Staatsrason in de'lfnlhen Neuzeit. Frank­
furt/Main 1990, ]67-196, con información bibliográfica.
52 Así por ejemplo Willoweit, Verfassungsgeschichte(n. 3), pp. 1] 1-116.
\3 Véase la apol1ación de Johannes Amdr en la euición original de este libro.
pp. 249-273.
S4 Véase la apol1ación de Wolfgang Reinhard en la edición original de este li­
bro, pp. 277-310; compárese también, para el caso de Inglaterra, la objeción parecida
de Michael.J. Braddick, ParUamenta¡y Taxation in Seventeeruh-C:entury England. Lo·
cal Administration and Response. Londres y Woodbridge 1994, y del mismo, State
Formation and Social Change in Early Modern Engbnd: A Problem Stalcd and Ap'
proaches Suggested. En: Social Hist()1)' 16 (991) 1-17.
35
El absolutismo (155~~ 7002d~un mito?__ ."_ "----"""-"-" """"------"--"""-­
original de este libro). El motor decisivo de este incremento fue,
como ya se señaló, la presión que sobre las finanzas del estado
ejercieron los siempre crecientes costes de mantenimiento del
ejército y de la guerra. El versátil ascenso de los gastos e ingresos
de la corona francesa durante las décadas de 1630 y 1640 es un
ejemplo especialmente característico. Evidentemente, en Francia
sólo se podían movilizar recursos adicionales a costa de un pre­
cio político y social muy elevado. Formaron parte de éste la con­
solidación e incluso la expansión de la venalidad de los cargos
públicos, así como las revueltas contra los impuestos y las rebe­
liones que sacudieron a Francia sobre todo entre 1635 y 1653. 55
Si existió un estado en Europa, que durante el siglo XVII lo­
gró sostener crónicas y costosas guerras, sin a la vez situar al sis­
tema político establecido por consenso continuamente al borde
de la bancarrota estatal y de una crisis de base, este estado fue­
ron los Países Bajos, como señala Marjolein C. 't Hart en su artí­
culo War, Finances and the Strncture qf the Dutch State (en la
edición original de este libro). Los Países Bajos, una de las mayo­
res potencias militares de Europa, al menos en la época de la
Guerra de los Treinta Años, mantenían todavía con éxito un sis­
tema gubernamental y administrativo descentralizado, y se las
arreglaron para salir adelante sin un soberano que fuera un mo­
• L()~,·
dinastía de los Orange representaban, especialmente en épocas
de guerra, hasta cierto punto, unos "monarcas sustitutivos", pero
la soberanía -si es que este concepto se pudiera aplicar a la re­
pública de los Países Bajos- siguió estando en las provincias
constituidas estamentalmente. Incluso el ejército continuó sien­
do, en gran parte, descentralizado. 56 Sin embargo, esta descentra­
lización del ejército era válida principalmente para el ejército de
tierra, empleado sobre todo para la guerra (defensiva) de posi­
ciones, y en menor medida para la armada, que prestaba sus ser­
vicios en operaciones ofensivas de gran calibre.
La posición excepcional de los Países Bajos en el ámbito
55 Richard Bonney, Louis XIII, Richelieu and the Royal Finances. En: Joseph
Bergin y Laurence Brockliss (cds.), Ríchelieu and his Age. Oxford 1992, 99-135; Co­
!lins, Límits (n. 34), pp. 135-165.
56 Véase la aportación de Marjolein e t'Hart en la edición original de este li­
bro, pp. 329-349, y 't Hart, Makíng(n. 38).
36
---.!!!:.!7<!:~imiento del absolutismo en el siglo XVII
militar, que también dejó su huella en la estructura política de la re­
pública, se explica, en opinión de 't Hart, tanto por esa especial
distribución de funciones entre el ejército y la armada como por el
papel de los Países Bajos --o, mejor dicho, de Amsterdam y la pro­
vincia de Holanda- como centro europeo de finanza.'). Aquí ef'<l
más fácil conseguir la financiación de una guerra que en cualquier
otro lugar, mediante créditos con las más favorables condiciones.
La presión que suponía el ejercicio de la guerra sobre la constitu­
ción y finanzas del estado tradicionales era menor que en otros paí­
ses. De este forma, aunque 't Hart manifiesta su conformidad con
la tesis de Henshall según la cual la posición excepcional de Ingla­
terra dentro de las monarquías europeas sería más bien una ilusión
óptica que una realidad, insiste sin embargo en el "camino excep­
cional" de los Países Bajos. La estructura económica de las provin­
cias centrales de la república -muy desarrollada, ampliamente mo­
netarizada- permitió aquí una expansión de los recursos públicos
sin perjuicio de los mecanismos de consenso tradicionales.
También Wolfgang Reinhard señala lo importante que era una
relativa prosperidad de la nación para su evolución política. Con la
mirada puesta en los decenios intermedios del siglo XVII, tan signi­
ficativos para el desarrollo de los estados europeos, llega a la con­
clusión de que "los logros mayores en política financiera, desde ha­
-",,<,' " )
,-,,,,-u
~-''-;:;'
L')'­ .:::~:,
,~-~ . csté:n~:¡:ll::icn-
to económico. Por lo visto, la ambición política de los monarcas ri­
vales, en la fase de desarrollo a la que había llegado entonces, no
encontró mejor remedio que asegurarse los recursos para la conti­
nua expansión política mediante la presión política. En cambio, en­
tonces tampoco habia sido una casualidad que Inglaterra y los Paí­
ses Bajos, las dos únicas naciones que no fueron arruinadas por la
"crisis del siglo XVII", tomaran otro camino. Gracias a la prosperi­
dad económica se pudieron permitir la continuidad de una vía más
bien orientada al consenso, hasta entonces también frecuente en
otros países". 57 Este análisis, sin más, parece convincente para los
Países Bajos; en el caso de Inglaterra probablemente tenga una ma­
yor plausibilidad para la segunda mitad del siglo XVII y principios
del XVIII que para la primera mitad del siglo XVII, ya que Inglaterra
57 Véase la aportación de Wolfgang Reinhard en la edición original de este li­
bro, p. 309.
37
El absolutismo (1550-1700),
no salió intacta de la Clisis europea de la producción textil anterior a
1640,58 y la guerra civil puso de manifiesto precisamente la mptura
del tradicional consenso político.
ejemplo de los Países Bajos muestrd claramente que tam­
bién -y justamente un sistema estatal constituido como estamen­
tal-federativo, bajo condiciones económicas y sociales favora­
bles- era capaz de resistir la competencia militar y política de las
potencias europeas, aunque sólo fuera durante unas cuantas dé­
cadas. Esto contradice 12 concepción tradicional de que la guerra
representaba el verdadero dominio de las monarquías absolutas,
que aquí demostrarían enérgicamente su superioridad sobre los
sistemas estatales concebidos de forma diferente. También Bern­
hard R. Kroener, en su artículo Législateur de ses armées. Ver:5ta­
atlichungs- und Feudalisienmgstendenzen in del' militarischen
Gesellschaft der Frühen Neuzeit am Beispiel der franz'osischen
Armée im Zeítalter Ludwigs XlV. [Tendencias de estatificación y
feudalización en la sociedad militar de la Edad Moderna, ejempli­
ficadas en el ejército francés en la época de Luis XIV] (en la edi­
ción original de este libro), señala que la posición del ejército en
monarquía "absoluta" siguió siendo ambivalente. El ejército,
según Kroener, "siguió siendo, en su núcleo, feudal, aunque en
este marco de referencia fue instrumentalizado por el estado mo­
.. :::q
más al ámbito civil de la sociedad francesa del siglo XVII. Kroe­
ner subraya, además, que las tendencias de burocratización que se
pueden observar en la administración del ejército, pero también
en los mandos de las tropas durante su actuación en la guerra ba­
jo el reinado de Luis XIV, sólo fortalecían la posición del monarca
en un sentido muy limitado. A la larga el valor de la centralización
de la competencia de toma de decisiones en el ámbito militar re­
sultó ser de dudoso valor, ya que disminuía la capacidad de res­
puesta de las tropas, capacidad que presuponía un alto grado de
autonomía de los comandantes en el campo de batalla.
Del proceso de burocratización en la monarquia de los si­
58 Barry E. Supple, Commercial Crisis and Change in England 1600-1642,
Cambridge 1959; véase Christopher G. A. Clay, Economic Expansion and Social
Change: England 1.500-1700.2 vols., Cambridge 1984, 11, p. 120 Y ss.
59 Véase la aportación de Bernhard R. Kroener en la edición original de este li­
bro, p. 322.
38
El nacimiento del siglo XVII
glos XVI y XVII también se ha ocupado varias veces Ernst Hin­
richs. Por un lado se trata aquí sin duda de un proceso con gran­
des consecuencias. Por ejemplo, en Francia, el proceso de Con­
solidación del aparato administrativo del estado conservó su sig­
nificación fundamental más allá del período que tradicionalmen­
te se considera le corresponde al absolutismo. Por otro lado,
aparato administrativo del estado sufría también un proceso con­
tinuo de "refeudalización".60 En una administración en la que los
cargos públicos -con frecuencia y como norma general- eran
contemplados como propiedad de sus dueños, y en la que éstos
por añadidura poseían "en propiedad privada los medios objeti­
vos de la administración y del suministro", 61 la burocracia consti­
tuía más bien un impedimento que un eficiente instmmento de
poder para la imposición de la política monárquica. Precisamen­
te Francia demuestra de esta forma que un estado que disponía
de una amplia burocracia, muy presente precisamente también
en el ámbito local, no por ello tenía que ser un estado "fuerte"
en el sentido convencional, ni mucho menos un estado absolu­
tista, si por ello se entiende realmente un sistema de poder que
fuera capaz de imponer de forma eficiente y sin ningún tipo de
oposición sus órdenes. En el epílogo de este volumen, Hinnchs
retoma estas viejas consideraciones y coloca las provocadoras te­
).
:1
\:s crl el c\.Yntt:~Xlc, la ;-;'~')1}re
lutismo del continente europeo, pero especialmente de la alema­
na. En concordancia con una larga serie de artículos contenidos
en este volumen (en la edición originaD, llega a la conclusión de
que se debe buscar una clave de las transformaciones estmctu­
rales del poder monárquico en la Edad Moderna, en el cambio
de la representación y auto-representación de la monarquía a tra­
vés de la "propaganda" política, en el arte, en las fiestas de la
corte y en los sermones del clero. Por supuesto, la pregunta si­
gue siendo por qué tuvo cada vez una mayor aceptación -al me­
nos entre las filas de la élite políticosocial- esta imagen transfor­
mada del poder monárquico en países como Francia.
60 Compárese Ernst Hinrichs, Absolute Monarchie und Burokratie. Bemerkun­
gen über ihre "Unvereinbarkeit" im franzósischen Anden Régime. En idem, Anden
Régirne und Reuolution. Studien zur Verfassungsgeschichte Frankreichs zwiscben
1589und 1789. Frankfurt M. 1989,81-99.
61 Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft, Tubinga 1976, p. 126.
39
El absolutismo 0550-1 mito?
IV
Era predecible -yen este sentido no supuso ninguna sor­
presa- que ante la cuestión de nuevo lanzada por Henshall de la
relación con la realidad del término "absolutismo", las opiniones
siguieran siendo encontradas y se articularan de forma controver­
tida. Sobre lo que sí se llegó a un amplio consenso fue sobre el
hecho de que en lenguaje político contemporáneo de esa épo­
ca se percibe -muy pronto y con claridad- la conciencia de un
cambio político radical; en cambio, las opiniones acerca del po­
tencial de reforma real de las monarquías europeas del (tempra­
no) siglo XV1I más bien siguieron estando divididas. Sin embar­
go, la opinión de un experto como John Russell Major nos debe­
ría dar que pensar, cuando afirma con resolución que en la cuna
del absolutismo francés entre los años de 1620 y 1630, cuando el
cardenal Richelieu determinaba la política de la corona francesa,
en modo alguno había existido un concepto abarcador de las
modernizaciones institucionales. 62
En cualquier caso, el "estado absolutista" no se presentó en
ningún sitio con un concepto de reforma acabado y concluso, si­
no que en buena parte fue el resultado de situaciones de necesÍ­
de crísi~, de de coron;;¡; eSIG, en­
tre otras cosas, se resumió más tarde en que en modo alguno
fueran lanzados por la borda los lazos tradicionales de unión con
la corona, los estamentos siguieron con su actividad en muchos
lugares, la formación de consenso conservó su posición, la refor­
ma de la naturaleza del derecho y de la legislación más bien si­
guió siendo modesta, etc. Las provocativas tesis de Henshall te­
nían y tienen una función: la de cuestionar, más de lo que se ha­
bía hecho hasta ahora, las fronteras, las restricciones y los com­
promisos de un sistema de poder, en el que, como denominación
62 "Insistent as he was on loyalty and obedience, Richelieu was unable to
construct a system that could survive six years after his death without a major revolt.
It was based on personal relationships, which dicd with him rather than on an insti­
tutional structure that could function long after he had departed". J. RusseJl Major,
From Renaissance Monarcby to Absolute Monarchy: French Kings, Nobles and Estates,
Baltimore, MD 1994, véase p. 294 respecto de la victoria de Richelieu sobre el "buró­
crata" Marillac.
40
_________. El nacimiEnto del absolutismo en el siglo XVII
de época ("la era del absolutismo"), a pesar de su sorprendente
aceptación en fechas recientes en Francia, suscita un buen nú­
mero de problemas. A pesar de todo, la propuesta de Henshall
de desenmascarar el concepto de absolutismo como mito y de li­
berarse completamente de él no encontró una mayoría de adep­
tos en el congreso; quizá también porque se era consciente de
que también los mitos pueden acuñar la realidad histórica, y esto
precisamente era válido para la idea de un poder monárquico ili­
mitado en la Edad Moderna, como ya se ha señalado. Así corno
en Inglaterra la monarquía absoluta desde mediados del siglo
xvn se convirtió en el fantasma y el espectro enemigos, que de­
terminarían el giro hacia la propia tradición de gobierno, del
mismo modo en Francia una retórica política antagónica pudo
durante bastante tiempo rehuir al menos la crítica directa de la
persona del monarca, aun cuando tal retórica no se encontrara
en situación de superar ni las dificultades, ni los problemas fi­
nancieros y administrativos, ni la realidad social, en la práctica,
antagónicos del poder "absoluto" del monarca. El clamor conjun­
to del simposio de Münster fue seguir manteniendo la importan­
cia que la investigación histórica había atribuido al concepto del
absolutismo a causa de su valor heurístico, sobre todo porque no
se dispone de un concepto alternativo que refleje de forma pare-
príncipe,
41
I
I
1I
,1 CAPÍTULO II
i
11
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
¿Realidad política o propaganda? *

Nicolas Henshall

Entre los años veinte del siglo XIX y los años cincuenta del si­
glo XX cualquiera sabía lo que quería decir "absolutismo". Era el
enemigo autocrático de la consultación, el adversario despótico de
los derechos, el usurpador burocrático de las élites naturales de la
sociedad. Tal vez haya sido sobre todo el contrario coercitivo de la
Inglaterra consensual. La interpretación Whig de la historia, al trazar
desarrollo del gobierno parlamentario, presentaba a la mayoría
de los gobernantes de la Edad Moderna en estos términos, ya que
tenían más poder del que los historiadores Whig de los siglos XVIII
y XIX creían apropiado. La convicción de que Inglaterra había esca­
nado de aquel destino en ] 6HR estaba ligada él concepciones de
..:: ,~'lh,::;'e~ íTlll!" ",,"d(.'Á-',-){ic,-_.

"Absolutismo" todavía implica un monopolio total del poder.

Instituciones consultivas, como los estamentos, con un poder por
derecho propio, son conceptualmente incompatibles con él. Si se
descubre que existen, se presentan como marginadas en vez de in­
dispensables. Sin embargo, las investigaciones recientes revelan al­
go distinto. Estamentos adormecidos ya no son el basso continuo
del régimen de los Borbones. Éstos reconocieron a los estamentos
como organismos de consulta mostrando que no eran autocráticos.
Los respetaron como custodios de las libertades, mostrando que no
eran despóticos. Y los emplearon como instancias de administra­

• El término inglés "Early Modcrn", como denominación para un ámbito temo

y de manera similar el alemán "Fruhneuzeit", se ha traducido en esta obra co­
mo referidos a la Edad Moderna, aunque ambos aluden más indiscutiblemente a los
siglos XVI y XVII que al siglo XVIII, sin excluir éste totalmente. Por ello, en el con­
texto de este libro cabría también traducir los mencionados términos como referidos
en buena parte, al menos, a la Alta Edad Moderna. (Nota del Ed.).

43
 El absolutismo (1550-1 mito?
ción, mostrando que no eran burocráticos. Dado que los Borbones
son equivalentes a "absolutismo", el concepto se vuelve problemá­
tico. Sin embargo, la reacción principal ha consistido en forzar las
investigaciones nuevas en el viejo marco "absolutista": como era de
esperar, los alegatos en favor de una moratoria del término se igno­
raron. Ciertamente, la monarquía de la Edad Moderna requiere un
nuevo paradigma, basado en consenso y colaboración en vez de
confrontación y coerción. En este artículo voy a examinar los cam­
bios recientes en la perspectiva histórica que han producido esto
-y que en el proceso han disuelto muchos de los contrastes tradi­
cionales entre Gran Bretaña y el Continente.
El primero es un cambio hacia un enfoque comparativo en
vez de nacional. Algunos de los paralelismos entre Inglaterra y el
Continente han emergido de manera accidental, pero otros son
el producto de una síntesis deliberada. 1
En 1807, ?be Edinburgh Review proclamó: «Todos los go­
biernos civilizados se pueden dividir entre libres y arbitrarios: o
más exactamente ... entre el gobierno de Inglaterra y los otros
gobiernos europeos.» El mito Whig de la singularidad de Inglate­
rra ha sobrevivido, mientras que su historia se escribía separada
de la del Continente «absolutista». Ahora, muchos historiadores
~¡na fucne
va real, una corte dominante y reuniones irregulares de las asam­
bleas estamentales inglesas, irlandesas y (después de 1603) esco­
cesas. Todo esto se ve menos excepcional en el contexto de los
gobiernos continentales de la Edad Moderna. Poner el estado in-
en la misma categoría que el holandés forma parte del mito
Whig: el último fue una república durante la mayor parte de ese
período, el primero sólo durante los once años del interregno.
En 1660, todo el aparato monárquico fue restaurado, con una
prerrogativa real aborrecible para los holandeses, cuyos Estados
1 Fritz Hanung y Roland Mousnier, Quelques problemes concernant la monar­
chie absolute. En: Relazione del X Congresso lnternaztonale dí Scíenze Stoncbe, IV:
Storia moderna. Florencia 1955, 3-55; John MiIler. The Potential for Absolutism in La­
ter Stuart En: Hístory 69 (1984) 187-207; idem (ed.), Absolutísm in Sevente­
enth-Century Europe. Londres 1990; John Brewer, 7be Sinews ofPower. Londres 1989;
Nicholas Henshall, 7be Myth ofAbsolutism. Londres 1992; Jeremy Black, Covergence
or Divergence? Britaín and tbe Confinen!. Londres 1994.
44
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
Generales podían remitir un asunto de política exterior al conse­
jo de una ciudad. Definitivamente, hasta 1688 el sitio de Inglate­
rra está alIado de las grandes monarquías europeas.
«Un terreno muy pisoteado puede verse muy distinto, si se
mira desde un globo en vez de la tradicional cima de la colina
nacional."2 Mientras que uno asciende, las formas cambian de
una manera inesperada. El ataque a las asambleas bohemias des­
pués de su derrota en 1620 convertió Bohemia en una monar­
quía hereditaria; los oficiales del estado iban a ser nombrados
por el rey y no por las asambleas, que también perdieron su de­
recho exclusivo de iniciar la legislación. Esto normalmente se sa­
luda como la imposición del «absolutismo» por los Habsburgo.
En realidad, esto les dio los mismos poderes en Bohemia de los
que los monarcas ingleses habían disfrutado durante siglos. Es­
paña fue considerada por los ingleses de los primeros decenios
del siglo XVII como la esencia del despotismo, estando las liber­
tades y las propiedades de los súbditos a la merced de los capri­
chos de su señor. Pero la situación española era comparable a
suya propia. Las prerrogativas de la corona en Castilla estaban
más limitadas por obligaciones contractuales que en cualquier
monarquía, aparte de Polonia. 3 Luis XIV era llamado un monarca
"absoluto» durante su vida tanto en Francia como en Inglaterra,
¡O~ elOS pueblos . Los tran­
ceses se referían a un monarca provisto de poder para defender
las libertades y propiedades de sus súbditos; a finales del siglo
XVII, los ingleses se referían a uno provisto de poder para des­
tmirlas.
¿Cómo pasó aquello? Desde luego, no empezó con '/be
Edinburgh Review. El hombre responsable de la afirmación de
que los parlamentos tenían algo específicamente inglés fue For­
tescue. En el siglo XV, cuando los gobernantes habían estableci­
do en toda Europa asambleas consultivas, muchas de ellas con
oficiales permanentes, comités permanentes y un estatus corpo­
rativo denegado al Parlamento inglés, aquél proclamó que su
monarca era el único que necesitaba el consentimiento de su
2 Dominic Lieven, Nícholas JI. Londres 1993, p. X.
3 I. A. A. Thompson, Castile. En MiIler, Absolutism in Seventeentb-Century Eu­
rope(n.1), 69-98, pp 71-73 Y 81.
45

El absolutismo 700J,¿lI:ll mito?
Parlamento para la legislación y la tributación, mientras que el
monarca francés se podía valer por sí mismo con la propiedad
de sus súbditos. Pero Commines y Bodin (a pesar de la preferen­
cia atribuida por este último al «ahsolutismo ..) reivindicaron para
Francia algo semejante a lo que Fortescue había advertido en In­
glaterra.
Ahora sabemos que, alrededor de 1500, e! dominium polí­
tícum et regale era la norma, no la excepción. Esto no significa
una monarquía mixta. Políticum quiere decir gobierno mixto y
regale gobierno real. Fortescue no estaba sugiriendo que el rey
tenía un solo poder que compartía con el Parlamento. Tenía dos,
uno compartido con el Parlamento y otro por sí solo. El rex in
parliamento establecía los impuestos y legislaba, y el rex solus
ejercía la prerrogativa real. Fortescue tenía razón en cuanto a la
monarquía inglesa, pero no la tenía en cuanto a las demás. Sus
motivos (quitarles puntos a los franceses) eran puramente tácti­
cos, pero el daño estaba hecho. Su engañosa división de monar­
quías en dos categorías pasó a la mitología política inglesa.
En algunos aspectos, la monarquía inglesa era la única en
4 I
ser absoluta. Los estatutos de los parlamentos de la Reforma ha­
bían investido sólo al monarca con la supremacía eclesiástica.
Isabel 1 realmente podía llamarse absoluta en los asuntos espíri-
\.
, law [la ley inglesa que derivaba de la costumbre propia del
parroquiales y los substituyó por los escudos de armas reales. Su
autoridad no se limitaba al papel: se empieza a ver claramente
que impuso e! protestantismo a una población que no lo quería.
Hoy día sabemos cuán sumisamente los capellanes ingleses baja­
ron, pusieron y otra vez bajaron las imágenes de los santos obe­
deciendo a los caprichos de los monarcas a mediados de la épo­
ca Tudor. 5 Esto dice mucho sobre la fuerza de! gobierno Tudor y
su dominio sobre las comunidades. Sin embargo, fueron las mo­
narquías católicas del Continente, que tenían una fracción del
poder de los Tudor sobre sus iglesias, las que recibieron el título
de «absolutismo confesional ...
Pero Inglaterra también afirmó ser única en el imperio de
4 )onathan Clark, The Language 01 l.iberty 1660-1832. Cambridge 1994, p. 76
y ss.
5 Ronald Bunon, The Local Impact of the Tudor Reformations. En: Christopher
Haigh (ed.), The Ertglísh Rf!/ormaUort Revised. Cambridge 1987, 114-138.
46
h1 de la Edad Moderna 700
la ley. Esto se puede cuestionar, dado que los gobernantes con­
tinentales estaban tan limitados por la ley como los ingleses.
Llegado el siglo XVIII, muchos hogares franceses sólo poseían
un libro, una copia de la coutume, o código legal: las coutumes
eran más populares que la Biblia. 6 Se suele argumentar que
fuesen cual fuesen las limitaciones legales del monarca, en el
I Continente era imposible hacer que se cumplieran. Tampoco se
1 podía hacerlo en Inglaterra, excepto por la Revolución. Los Tu­
dor y los Estuardo poseían una prerrogativa de emergencia,
1 comparable a la de los Borbones, que era difícil de controlar.
Todos aquellos sospechosos de sedición para el Privy Councíl
[Consejo Privado] de Isabel I fueron sometidos, de forma ruti­
naria, a la encarcelación arbitraría y a la tortura. 7 Los veredictos
1 inevitables de los grandes juicios de traición bajo los Tudor
J contrastan de una forma sugestiva con el fracaso de Luis XIV
i en su intento de asegurar la pena capital contra Fouquet. Mo­
1
!,,1
rrill y Burgess han argumentado de forma convincente que
aquello por lo que se querellaba en el caso del shíp money [un
impuesto sobre los puertos y para los casos de guerra, cuya ex­
tensión a todo el país, por Carlos I, en 1635, dio pie a un im­
1
portante conflicto jurídico-constitucional] no era e! derecho del
rey sobre la propiedad de sus súbditos, en caso de emergencia,
sino SÚ constítuÍ;{ una C{l1'iJ1;r;71
i':::LS
país] resultó impotente para detenerle en la ejecución de su
prerrogativa en contextos no apropiados. 8 Por esto se derrum­
bó el consenso de la época de Jacobo l. Los Estuardo hacían lo
que les daba la gana con la judicatura, mientras que en Francia
los jueces habían comprado sus cargos y no podían ser despo­
jados de ellos. Ni se podían destituir los oficiales locales france­
ses, a diferencia de los jueces de paz ingleses.
Tampoco hay un contraste nítido entre el Continente,
6 Bruce Lenman y Geoffrey Parker, The State, the Community and the Criminal
Law Early Modern Europe. En: Bruce Lenman, Geoffrey Parker y V.A.c. Gatrell (eds.).
Crime and tbe Law. Londres 1980, 11-48, p. 1I.
7 Penry WiIliams, The Tudor Regíme. Oxford 1979, pp. 392f.
8 )ohn Morrill, The Religious Context of the Englísh Civil War. En: Transactions
oltbe Royal Historical Socie(y, 5" se., 34 (984) 155-178, pp. 160 y 174; Glenn Burgess,
The Polítics 01 tbe Andent Constitutíon. Londres 1992, pp. 202-206.
47
El absolutismo 700), _¿u!!. mito?
donde los monarcas legislaban por autoridad propia, y los es­
tados «no-absolutistas» como Inglaterra, donde la ley surgía del
King-in-Parliament. Legislar emerge de los capitularios fran­
cos y anglosajones como una de las prerrogativas más anti­
guas de la realeza. Pero en algunos aspectos también era una
actividad conjunta y parece que seguía siéndolo en la era del
«absolutismo». En 1680, el supuestamente «absolutista» Carlos
XI de Suecia afirmaba que la prerrogativa real de legislar daba
la fuerza a la ley: no daba el derecho de determinar su conte­
nido en solitario. 9 Según la antigua y venerable fórmula, en
Inglaterra la ley fue promulgada por su más excelente majes­
tad el rey con el consentimiento de las cámaras de lores y co­
munes. Y el derecho de la corona francesa de iniciar la legis­
lación en solitario encontró un equivalente en el derecho de
veto del rey inglés.
Bajo los Borbones, el legislar estaba definido de una mane­
ra imprecisa. El detenido examen del Recueil général de la legis­
lación de los reyes franceses por Isambert revela que la ciudad
de París examinaba tratados con el exterior, testamentos reales,
concesiones de títulos nobiliarios, patentes de compañías y de­
claraciones de guerra -asuntos del estado que pocos parlamen­
tos bajo los Tudor y los Estuardo consideraron suyos. lO En la
Suecia G.1Cflatcas. erJ su C()f( )l-:t.,í­
ción, juraban consultar el Riksdag [la asamblea estamental sueca]
en decisiones importantes de política exterior; en la Inglaterra
«no-absolutista», los parlamentos, en algunas ocasiones, intenta­
ron interferir en la política exterior, pero nunca se reconoClO
l1
un derecho formal de hacerlo. Se ha sugerido que Isabel I rei­
nó en gran medida mediante pragmáticas, precisamente porque
ningún Parlamento las podía tocar. 12 La insistencia borbónica en
1673 en tener la primera y última palabra en tales asuntos parece
9 Anthony Upton, The Swedish Riksdag and the English Parliament in the Se­
venteenth Century- Sorne Compansons. En: Nils Stjernquist (ed.), Tbe Swedísh Riks­
dag in an International Perspective. F.<;tocolmo 1989, 118-133, p. 128.
10 Fran<;ois Isambert, Recueil général des ancíennes Jois franc¡;aises, París 1822­
1833.
11 Upton, Su}edísh Riksdag (n. 9), p 122.
12 Raymond W. K. Hinton, The Decline of Parliamentary Government under
Elizabeth and the Early Stuarts. En: Cambridge HistoricaljournaJ 13 (1957) 116-132,
pp.125 Y ss.
48
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
menos «absolutista.., una vez que se ha observado que los monar­
cas ingleses reivindicaron lo mismo. 13
El segundo cambio proviene del reciente interés en el discur­
so más que en el estudio tradicional de la teoría política. Ahora, la
conciencia política se considera definida por los discursos disponi­
bles, articulados por el clero, los abogados y los políticos más que
por los filósofos políticos. Ellos representan una mentalidad más
j que un modo de teorizar. El discurso de la Edad Moderna propo­
ne tres tipos de gobierno -yen éstos no se incluye el «absolutis­
i
',l mo» que supuestamente separaba Inglaterra del Continente.
~
~ En primer lugar, la mayoría de los gobernantes se considera­
~ ron «absolutos» en el sentido de que monopolizaron las prerrogati­
~
¡
vas principescas de guerra y paz, patronazgo y distribución de car­
;
:~
gos, y no reconocieron ninguna limitación legítima de sus decisio­
nes. El término es anterior a la «era del absolutismo», encuentra
en el siglo XIV, cuando los gobernantes de Francia, Inglaterra y
1 España empezaron a reivindicar el imperíum y a llevar las coronas
arqueadas que los equiparaban con el Emperador Sacro Romano­
Germánico. En las promulgaciones de las Cortes castellanas duran­
te el reinado de Alfonso XI en 1348, el término es invocado repeti­
damente. H La monarquía es absoluta por definición: es su ca­
e, ~,LC'.·.t).~U'-.J (.le<~~:- ei ~te ~rl() tllJ
der compartido ni con un superior imperial ni con comisiones de
nobles ni con señores feudales. El poder absoluto convertía los in­
tereses, las capacidades y las decisiones de un hombre en la fuer­
za motriz del gobierno. En la Baja Edad Media, los monarcas de la
Europa Occidental monopolizaron las prerrogativas que anterior­
mente habían sido duplicadas por otros. El derecho crucial de ha­
cer la guerra fue reservado a la corona; los que le hadan guerra al
rey se trataron como traidores y no como feudatarios que ejercían
13 David Parker, Sovereignty, Absolutism and ¡he Function of Law in Sevente­
enth-Century I'rance. En: Past and Present 122 ( 1989) 36-74; Roger Mettam, Power
and Faction in Louis XIVs France. Oxford 1988, p, 167; idem, France. En: Miller, Ab­
solutísm (n. 1) 42-67, pp. 48 Y ss,
14 James Burns, Lordship, Kingshíp and Empíre. Oxford 1992, p, 72,
15 Richard Kaeuper, War, justice and Publíc Order in the Later MiddJe Ages,
Oxford 1988, pp. 225-231; Theodor Schieder, Wandlungen des Staats in der Neuzeit.
En: HistorischeZeitschrift216 (973) 265-303, p. 269.
49
El absolutismo mito?
su derecho de dtffídatio (ruptura del lazo feudal].15 Por ende, el
forzar a la corona a hacer cierta política era rebelión; los que con­
seguían cargos a la fuerza eran conspiradores. Lo importante del
poder absoluto no era su capacidad coercitiva. Como insistía Bos­
suet, lo importante era que no podía ser coercionado.
El poder absoluto era compatible con una participación desde
abajo. Los monarcas sólo monopolizaron legítimamente lo que se
conocía como «asuntos de estado»: en lo demás tenían que conse­
guir el consentimiento. Alguna vez se pensó que esta distinción só­
lo se podía aplicar a Inglaterra: pero se puede argumentar que era
universal en la Europa Occidental y Central. Los monarcas francés
y español fueron llamados «absolutos» cuando los Estados Genera­
les y las Cortes se reunían frecuentemente. La cuidadosa enumera­
ción de prerrogativas en innumerables tratados sugiere que éstas
no se extendían a todo. El poder absoluto terminaba donde empe­
zaban los derechos de los súbditos y no implicaba ningún derecho
de pisoteados. Había una sensibilidad acerca de lo que el gober­
nante podía y lo que no podía hacer. Esto va más allá de las limita­
ciones prácticas del poder absoluto (distancia, recursos, oficiales de
poco fiar, etcétera) que últimamente han acaparado mucha aten­
ción. Se extiende a sus limitaciones legales y teóricas, que han reci­
bido menos. Europa, y no solamente Inglaterra, abogaba por el im­
perio ley: .el también eré:. Uf'. poder limitado ()
constitucionaP6 Como guardianes de la ley, los gobernantes no la
podían romper sin debilitar su propia autoridad. El poder absoluto
no era visto como una amenaza a los derechos legales: investía a
los gobernantes con fuerza para protegerlos. Al reducir la autoridad
absoluta y la limitada a una sola, como hicieron los contemporá­
neos, los regímenes de Inglaterra y del Continente se convierten en
miembros de la misma especie: la monarquía.
En segundo lugar, algunos gobernantes se consideraron
«despóticos» o «arbitrarios» porque fueron más allá de las prerro­
gativas reconocidas e invadieron los derechos de sus súbditos. La
invasión de derechos de propiedad sin asentimiento fue conde­
nada incluso por pensadores supuestamente «absolutistas» como
Bodin: la fuerza era ilegítima. La capacidad de imponer impues­
tos a voluntad ha sido vista durante mucho tiempo como una ca­
16 Burns, Lordship (n. 14), p. 158.
so
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
_C"~ _ _ • __ _
racterística clave de la monarquía absoluta. Cualquiera que fuera
práctica, está cada vez más claro que ninguna prerrogativa de
ese tipo existía en la teoría. El principio de que los gobernantes
debían consultar a sus súbditos, cuyos derechos estahan en jue­
go, había penetíddo profundamente en la cultura política de la
Europa Occidental. Los monarcas y las asamhleas podían pelear,
pero hablaban el mismo lenguaje. El despotismo fue considerado
una disfunción y nunca fue equiparado con la constitución, aun­
que fue comúnmente identificado con los regímenes turco y ru­
so. Aunque los derechos y privilegios podían ser molestos para
algunos gobernantes, normalmente no los suprimieron, incluso
cuando tenían la oportunidad. Las asambleas sobrevivieron al
fracaso de las revueltas, en Nápoles en 1585 y en Aragón en
1591, aunque Felipe II fácilmente hubiera podido recortar sus
poderes. La doctrina según la cual las acciones despóticas eran
anticonstitucionales no fue inventada por los parlements [altos
tribunales de justicia] franceses rebeldes en el siglo XVIII: fue
enunciada por Bossuet, el teórico oficial de Luis XIV. 17
Los derechos y privilegios se incorporan en un discurso de
la antigua costumbre, de los contratos y fueros: su sanción era el
pasado. De manera que Federico Carlos de Württemberg era atí­
pico cuando, en 1692 yen palabras que anticiparon a José JI fde
do (alte Historíe) que era irrelevante para las nuevas circunstan­
cias. 18 Los derechos eran lanto individuales como corporativos y
podían extenderse hasta la libertad de expresión. Muchos mo­
narcas de los siglos XVI y XVII permitieron la diversidad de opi­
niones sobre los asuntos de política: algunos, como los Austria
españoles, la alentaron. Luis XIV no hizo ningún intento de si­
lenciar el grupo crítico que se había reunido alrededor del Du­
que de Borgoña. En cambio, Victor Amadeo II de Saboya impuso
la denegación más autoritaria de libertad intelectual al oeste de
Rusia. Parece que ello dependía más del temperamento indivi­
dual de los reyes que de cualquier sistema «absolutista».
17 James Collins, Fiscallimits (if Absolutism. Berkeley, CA 1988, p. 2; Victor L.
Tapié, Frunce in the Age Cif Louís XIII and Richelieu. Nueva York 1975, pp. 54-60;
Frank Tallett, War and Society in Earzy Modern Europe. Londres 1992, p, 196,
18 James A. Vano, Tbe Making o/a State: Württemberg 1593-1793. Ithaca, Nue­
va York 1984, p. 161
51
 El absolutismo
-----
---~--
mito?
En tercer lugar, algunos gobernantes fueron considerados
corno inclinados hacia acomodos «republicanos» porque permitie­
ron la intrusión en las prerrogativas principescas por parte de los
consejos, comisiones o asambleas estamentales. Los pueblos se
quejaron cuando el príncipe no gobernaba por sí solo: el orgullo
de Luis XIV era que sí lo hacía .. Al contrario de la creencia usual,
los nobles preferían gobernantes fuertes a débiles. Los grupos de
poder provinciales, que querían una ayuda real efectiva en las
contiendas locales, necesitaban un mando indiviso en el centro
de poder para impedir apelaciones a rivales jurisdiccionales. Co­
mo los ministros y oficiales frecuentemente se disputaban las
áreas de responsabilidad uno al otro, un arbitraje real firme era
más que vitaP9 Los últimos años de Felipe IV de España fueron
condenados como republicanos por muchos observadores por­
que el rey era incapaz de imponer sus decisiones al gobierno. 2o
Pero la minoría de edad o la incompetencia de un rey podían in­
vertir esta actitud. Al comienzo del siglo XVII en Brandenburgo,
las asambleas estamentales lograron su reivindicación de poder
vetar la política exterior y en 1648 el parlement de París intentó
hacer lo mismo. Es significativo que, de los últimos decenios del
siglo XVII, Brandenburgo y Francia son famosos por unas mues­
tras espectaculares de «absolutismo»: posiblemente, sus monarcas
SÓlO recuperarori el poder n:::dl CJ pnncipesco Lo que
cede a los regímenes "absolutistas" muchas veces es ilustrativo. Si
empezamos a observar Dinamarca en 1661, vemos a un monarca
fuerte que ocupa nuevos poderes de manera agresiva y aparen­
temente está lanzando el "absolutismo». Si empezamos en 1648,
vemos a un monarca electo, débíl, con un consejo de magnates
impuesto sobre él. No hay nada intrínsicamente «absolutista» en
un rey que quiere elegir sus propios servidores y dejar la corona
a sus herederos. El destacar el poder absoluto era, al menos en
TI parte, una retórica de recuperación.
~
.if, De modo que había un tipo de gobierno legítimo (monar­
quía) y dos perversiones de él (despotismo y republicanismo). La
monarquía degeneraba hacia el depotismo cuando monopoliza­
19 Charles Frostin, L'organísatíon ministérielle sous Louis XJV: cumul d'attríbu­
tions el situations conflictuelles. En: Revue d'histoire du Droít jranf;ais et étranger 58
(1980) 201-226.
20 Thompson, Castíle (n. 3), p. 88.
'52
--- ~~~~ --_. El absoluti."mo de la Edad Moderna
ba los poderes que supuestamente debía compartir y se inclina­
ba hacia el republicanismo cuando compartía los poderes que
supuestamente debía monopolizar. La distinción vital era entre
monarquías absolutas y despóticas, que tenían pUntos de vista
opuestos sobre los derechos de sus súbditos -no entre las mo­
narquías absolutas y limitadas, que eran dos aspecl:os de la mis­
ma cosa. El discurso político de la Edad Moderna empleaba una
retórica de la armonía que combinaba lo que aparentemente era
opuesto. Era el deber del gobernante mantener una constitución
equilibrada. Los gobiernos francés y inglés actuaban, pues, tanto
mediante la manera de prerrogativa como mediante la manera
consultiva. Esta es la razón por la que los contemporáneos se re­
ferían enigmáticamente a los mismos gobernantes como absolu­
tos y como limitados. Entonces, los dos (términos) no se consi­
deraban mutuamente excluyentes porque se referían a distintas
áreas de la actividad gubernamental que tenían reglas distintas.
En Inglaterra, Burgess 10 llamó la teoría binómica del gobierno.
Bacon lo describió como un poder doble en el rey: ... su poder
absoluto, por el que puede levantar fuerzas contra cualquier na­
ción y su poder limitado, que es declarado y expresado en las le­
yes. Un miembro del Parlamento inglés declaró en 1610:
Este reino disfruta las bendiciones y los beneficios de una
l1WllCirquía alJsoLuta y i.U1 ... Por nc
se nadie que libertad y soberanía son incompatibles, que cuanto
se da al uno se le quita al otro ... lo uno apenas puede subsistir
mucho tiempo sin lo otro. 21
Esta es también la razón por la que la reinvención por parte
de Sommerville de una lucha entre las teorías del gobierno "ab­
solutas» y "limitadas» en la Inglaterra del temprano siglo XVII no
arranca. El poder absoluto y el limitado fueron vistos como sim­
bióticos y complementarios.
No todos los comentadores estaban de acuerdo entonces. Ni
10 están ahora. En 1559, John Aylmer expresó su alivio porque
Isabel 1, una mujer, no pudiera decidir los asuntos de guerra y
paz por sí sola. Algunos historiadores todavía afirman que la rei­
na se inventó la distinción entre los asuntos de la comunidad,
21 Burgess, Ancient constítution (n. 8), p. 166; Elizabeth Read Foster (ed.),
Proceedings in Parliament 1610. 2 vols., New Haven, el 1966, II, pp. 191 Y 195.
53

El absolutismo 0550-1 mito?
-_._-~-
que el Parlamento podía vetar, y los asuntos del estado, que no
podía vetar. Ya que la teoría de esta dicotomía es al menos tan
antigua como Fortescue y la práctica era necesaria por la poca
frecuencia de los parlamentos, podemos conduír que esos histo­
riadores (y Aylmer) se equivocan. Elton define la prerrogativa real
Tudor como sujeta a la ley, lo cual es engañoso. Estaba dentro
la ley en el sentido de que sus límites se hallaban definidos por la
ley; pero estaba fuera de ella en el sentido de que no funcionaha
a través de ella sino a través de la incuestionable voluntad del
rey. En este aspecto, era comparable a la prerrogativa de los Bor­
bones, que se situaba más allá de las apelaciones legales. Som­
merville va al extremo opuesto cuando compara la reivindicación
de Jacobo I de una prerrogativa por encima de la ley con aquella
de los Borbones. Presenta de manera correcta a Jacobo I, que es­
taba en una confusión despótica, pero de manera incorrecta a los
Borbones, quienes rechazaban cualquier teoría de despotismo.
Bossuet difícilmente podía ser más claro. La autoridad real es:
ahsoluta respecto a la coerción: no habiendo ningún poder
capaz de forzar al soherano, que en este sentido es indepen­
diente de toda autoridad humana. Pero de esto no se sigue
que el gohierno sea arbitrario. porque . .. hay leves en los hn­
// :
':..
cho. 22
El consenso binómico de la Inglaterra de los primeros tiem­
pos de los Estuardo fue empujado más allá de sus límites por
Carlos 1, siguiendo la línea de su padre y desafiando la de B05­
suet. Por ello, la relación entre los regímenes Borbón y Estuardo
obviamente no se puede clarificar etiquetando ambos con el tér­
mino de «absolutismo». Después de la Guerra Civil [inglesa] se hi­
zo algún intento de asociar de nuevo la monarquía absoluta con
la limitada, pero al final del siglo las dos eran consideradas in­
compatibles. Esto era ilógico, dado que una monarquía absoluta
22 Geoffrey Elton, The Rule of Law ín Síxteenth-Century England. En: ídem,
Studíes in Tudor and Stuart Politics and Government. 2 vols, , Cambridge 1974, 1, 260­
284; johann Sommerville, PoliNcs and IdeolOliY in England 1603-1640. Londres
pp. 46 Y ss. jacques-Bénígne Bossuet, Polítique tirC>e des propres paroles de l'Ecriture
sainte, ed. jacques Le Brun, París 1967, p, 292.
J
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
que no era despótica en algún sentido era limitada. Pero el desa­
rrollo debía poco a la lógica y mucho a la propaganda -una res­
puesta lingüística al desafío religioso y comercial de Luis XIV en
los años ochenta y noventa del siglo XVU. Locke y Bossuet dan
unas definiciones tan idénticas del despotismo que parece que
1 las hubieran acordado. 23 Pero existe una diferencia crucial. Bos­
suet separa el poder absoluto del despótico, mientras que Locke
los equipara. Sancionado por su autoridad, absoluto adquiría las
connotaciones despóticas que ha conservado. 24 Por definición ya
1 no era posible para los gobiernos absolutos ser limitados a la
~ vez. En el siglo XVIII, los ingleses habían olvidado el sentido ori­
t
a•~ ginal no-despótico de la palabra. En 1756, David Hume estaba
,~ perplejo por las frecuentes referencias de los Tudor y los Estuar­
~ do a su monarquía como absoluta. ¿La monarquía inglesa no ha­
1
bía estado limitada por las leyes y el Parlamento durante siglos?
1 Se preguntó brevemente, en una nota a pie de página, si el signi­
r
~
ficado de la palabra habría cambiado, pero no prosiguió la espe­
~ culación.2s
Pronto, esto llegó a Francia. Bossuet luchaba por mantener
la distinción entre el poder absoluto, defensor de los derechos
de sus súbditos, y el poder despótico o arbitrario, su opresor. Ex­
ponía el intento de desacreditar la monarquía absoluta:
Para hacer odioso este término .,. muchos aparentan con­
i! fundir el gobierno absoluto y el gobierno arbitrario. Pero no hay
~ nada más diferente. 26
i
J
Cualquier discurso contiene un elemento de interés propio:
encierra tanto táctica como principios ideales. La élite europea
tenía una cultura en común: era deseable reivindicar la legitima­
ción de la normas políticas clásicas. La descripción familiar de
~ Inglaterra como una monarquía mixta que se repetía sin fin en
~
todo el siglo XVI y el XVII se basaba en la idea tradicional del
1
¡ 23 Ibíd., pp.292f; john Locke, Two Treatises of Government, ed. Peter Laslett.
Nueva York 1965, p. 182
I
24 James Daly, The Idea of Absolute Monarchy in Seventeenth-Century En­
j gland. En: Historical]ourna121 ( 1978) 227-250, p. 245.
25 David Hume, History 01 England. 10 vols., Londres 1809, VI, pp. 246 Y ss,
26 Bossuet, Politique (n. 22), p. 92.
55
 El ahsolutismo ( 1 550-1 700), -----
gobierno mixto que se podía encontrar en Aristóteles y otros au­
tores de la Grecia y la Roma antiguas, como por ejemplo en la
De Re Publica de Cicerón (aunque esta obra en particular no fue
redescubierta hasta el ano 1819), A la mezcla se le atribuían con­
tenidos muy dispersos, Algunos favorecían el clero, los lores y
los comunes, otros el poder ejecutivo, el legislativo y el judiciaL
Claramente, los hechos fueron adaptados al modelo, no el mode­
lo a los hechos. Sin embargo, los historiadores reiteran el modelo
solemnemente, como si se basara en los resultados de la ciencia
política moderna. Durante la mayor parte de la época, absoluto
era un cumplido y despótico un insulto. La clasificación estaba
coloreada por la antipatía dinástica, nacional o religiosa. Bossuet
veneraba a Luis XIV como absoluto mientras que el hugonote Ju­
rieu lo denigraba como despótico. Según los políticos Whig in­
gleses de los años ochenta del siglo XVII, Luis XlV era un déspo­
ta católico, mientras que Leopoldo 1, un buen aliado, era visto
como políticamente correcto y, para decirlo así, como protestan­
te honorarioP
'­
.... «Absolutismo» es ajeno a este discurso. Representa una nor­
ma gubernamental y tiene connotaciones despóticas, En el dis­
curso anterior a la Ilustración no puede hacer las dos cosas.
L:g~~~ )
tados internacionales en vez de nacionales, El enfoque británico
en vez del inglés ha revelado paralelismos con las monarquías
múltiples del Continente. 28 La mayoría de las observaciones so­
bre la singularidad inglesa son irrelevantes a escala británica. El
auge de la conciencia nacional y los estados nacionales sigue
obsesionando a los historiadores, pero ahora también subrayan
el dominio de la Europa de la Edad Moderna por parte de las
dinastías imperiales internacionales. Hay, por lo tanto, más resis­
tencia a equiparar el "absolutismo» con el auge del estado nacio­
nal y se sospecha de las descripciones globales como «absolutis­
tas» de imperios que encerraban distintas formas de leyes consti­
tucionales.
27 Cicerón, De Re Publica. De legibus. Con trad. inglesa de Clinton Walker Ke­
yeso Londres 1928, pp. 102-104; Nicole Ferrier-Caveriviere, L 'image de Louís XlV dans
la littératurefran(:aísede 1660 a 1715. París 198], pp. 314-330.
28 Black, Convergence (n. 1).
56
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
--------- --- --------- -~~------
Los estados de la Edad Moderna eran aglomeraciones di­
násticas, adquiridos sin tener en cuenta la etnicidad o la geogra­
fía, divididos por la ley y el lenguaje, reunidos sólo por la lealtad
a la familia del gobernante, la corte y, especialmente después de
1650, la religión. El mar no era una barrera para el dinasticismo:
reunía el territorio en vez de dividirlo, como en el imperio sueco
y el reino de Dinamarca-Noruega. Pero el consenso era difícil de
crear cuando el territorio central que contenía la capital dinástica
infringía las libertades o divergía de la religión de las provincias
subordinadas, que muchas veces tenían sólo una corte virreinal o
ninguna. De ahí las revueltas en los Países Bajos (566), Bohe­
mia (618), Escocia (639) y Cataluna (1640).
En cuarto lugar, los historiadores revIsJonistas han destaca­
do las contingencias en vez de las estructuras, Esto ha debilitado
el concepto de «absolutismo» como tipo de sociedad, La impa­
ciencia con los fundamentos económicos y sociológicos demasia­
do simplificados ha revivido l'histoire événementielle [de los
acontecimientos1 con su énfasis en la contingencia a corto plazo
como la principal herramienta de explicación. El énfasis se pone
en la autonomía de la esfera política y constitucional y en la me­
dida en la que ésta generó una fuerza propia.
Factores fortuitos como la capacidad y la personalidad regias cau­
san trayectorias diversas en diferentes estados. Estudios de la alta
política de las facciones de la corte han demostrado las influen­
cias sobre, y la importancia de, las decisiones claves tomadas por
los que estaban en el poder. Las maniobras políticas en la corte
Tudor convirtieron la política, y por ello el progreso de la Refor­
ma, en un asunto de suerte. 29 La armonía interna era frágil por-
dependía de la habilidad de los monarcas hereditarios indivi­
duales de mantener juntas con pocos recursos y menos fuerza a
las comunidades políticas fragmentadas. Mujeres o niños en el
trono, o una sucesión disputada, debilitaron la monarquía frente a
otros grupos. Y muchas veces se olvida que de los monarcas se
esperaba que reinaran hasta que fallecieran. Los achaques de la
edad y la senilídad eran por ello peligros normales para el go­
29 Chrístopher Haigh. English Riformatíons. Oxford 1993. p. 336.
57

 El absolutismo (1550-1700),. ¿u 11:. mUo? .~.
bierno reaL Los historiadores notan variaciones en la aceptación
oficial de lo inevitable. Mientras que los fabricantes de las imáge­
nes reales desdibujaron las arrugas de la reina Isabel 1, a la ima­
gen oficial de Luis XIV se le permitió envejecer discretamente. 30
El «absolutismo» no puede ser tratado como un desarrollo li­
neal, con un monarca construyendo sistemáticamente sobre la
política de su predecesor. La verdad fue más cíclica.y accidenta­
da. Monarcas como Luis XIV se pueden ver como aquellos que
recuperan sus prerrogativas después de desafios (las Frondas)
durante la minoría real o la incompetencia (Mazarino). No era
necesario establecerlas por la fuerza: de los gobernantes capaces
y adultos se esperaba que las ejercieran. En vez de ver el «abso­
lutismo» como un empuje agresivo hacia poderes nuevos, puede
ser presentado como una estrategia de recuperación después de
~
los golpes naturales a los que las monarquías estaban sujetas
-como la determinación de monopolizar los poderes legítimos
del gobernante, pero no los poderes de nadie más.
Recientemente, muchos historiadores la Edad Moderna
....'" han destacado la continuidad más que el cambio. El «absolutis­
';'"
mo», por definición un distanciamiento de las formas de gobier­
no medievales, ha sido por lo tanto cuestionado. Inglaterra, en
contraste, siempre ha sido reconocido como un estado donde
na por un lado y los estamentos y élites locales por el otro, junto
a las libertades regionales y de clase que defendieron. Ahora tie­
ne que compartir esa distinción con los del Continente, que re­
claman una tradición igualmente larga de cooperación. La idea
convencional consistía en que el nuevo estado «absolutista» era el
enemigo de las élites establecidas y las corporaciones dominadas
por ellas. Ahora, esto es dudoso,31
Así como cruza las fronteras nacionales, el gran cuadro ha
de trascender los períodos usuales de investigación: los historia­
dores de la Edad Moderna son conscientes ahora del peligro de
separar su período de su predecesor medievaL El «absolutismo»
30 Petcr Burke, Tbe Fabricarían alLauis XlV Londres 1992, pp. 107-123 Y 197.
3J Dietrich Gerhardl (ed.), Stilndische Vertretungen in Europa ím 17. und 18
jahrhundert. Gótüngen 1974; John Russell Major, Representative (iotJernment in Eariy
Modern France. New Haven, CT 1980; Francis Carsten, Princes and Parliaments in
~ rras se hacían para perseguir reivindicaciones dinásticas. Al re­
Germany. Oxford 1959.
58 I
El absolutismo de la Edad Moderna ._
1550-1700
..
._.. ~---
como una ruptura con los modos de gobierno anteriores se
adaptaba perfectamente a una agenda histórica dominada por los
conceptos de cambio, crisis y revolución. Pero se puede argu­
mentar que a pesar de las guerras sin precedentes, la dislocación
económica y la discordia religiosa, los fundamentos políticos y
sociales elel gobierno tardo-medieval no cambiaron. La Edad Mo­
derna tiene más sentido cuando se la enfoca desde el período
anterior en vez del posterior. Entonces, los gobernantes "absolu­
tistas» del siglo XVII tardío pueden ser vistos corno reparadores
del consenso corona-élites después de que su autoridad había si­
do destrozada sucesivamente por la Refonna, las guerras religio­
sas, la Guerra de los Treinta Años y la «Crisis General» [del siglo
XVIIl. Sus problemas y soluciones eran semejantes a los de los
«monarcas nuevos» de comienzos del siglo XVI que heredaron
los escombros de las guen-as civiles en Inglaterra, Escocia, Fran­
cia, Castilla y Aragón. Enrique de Navarra puede ser presentado
como el conciliador después de la guerra de religión casi en el
mismo formato que Enrique Tudor después de la Guerra de las
Dos Rosas. Pero en Inglaterra hablamos del programa de recupe­
ración de Enrique VII, mientras que los franceses prefieren el
«absolutismo» de Enrique N.
No hay una ruptura aguda entre el feudalismo medieval y
,.:;. ',~ "'-, : 2-~ "L; J .
la Edad Moderna, la manipulación por parte del monarca de
la sucesión de feudos y de los matrimonios de herederos era una
técnica clave de gobierno. El feudalismo medieval tardío había
pasado su cénit como sistema militar, pero la continuidad entre
el lazo feudal y la clientela es obvio, mientras que el señorío feu­
dal era esencial para el "absolutismo" siciliano. La Edad Moderna,
así como aceptaba la propiedad de la tierra en el sentido moder­
no, estaba saturada del concepto medieval de propiedad como
un complejo de derechos. En toda la Europa Occidental y Cen­
tral, esto era el fundamento de las seígneuríes a las que se dele­
gaba la justicia local. Igualmente, el dinasticismo medieval seguía
siendo el motivo principal de la política nacional e internacional.
La rebelión en la Edad Moderna todavía requería un miembro de
familia real para otorgarle credibilidad y la mayoría de las gue­
vés, gran parte de la resistencia que los monarcas absolutos en-
59

 El absolutíSmo mito?
contraron se explica por la incapacidad del dinasticismo para
ofrecer el foco de unidad y lealtad suministrado por el naciona­
lismo en el siglo XIX.32
La Europa de la Edad Moderna era un «museo de libertades
corporativas bajomedievales». La visión antigua del asunto con­
siste en que el «absolutismo" trataba de abrirse camino a través
de la maraña de leyes, privilegíos y jurisdicciones, «el Standesta­
at [estado de estamentos] cedía el paso a un estado absoluto en
el sentido de que la autoridad legal del príncipe fue liberada de
los límites que la ley natural, las jurisdicciones rivales, las cos­
antiguas y las libertades especiales de los grupos gober­
nantes le habían impuesto.,,33 Los gobernantes de la Edad Moder­
na antes de 1700 no hubieran reconocido este folleto informativo
a favor de la monarquía liberada. Fuese lo que fuese lo que es­
cribieron Bodin y Hobbes, los súbditos no tenían deberes exclu­
sivamente ante el estado, sino también ante una multitud de au­
toridades locales y provinciales, civiles y eclesiásticas. 34
El equilibrio de poder dualista entre gobernante y asam­
bleas estamentales también fue conservado. Las noticias de que
este equilibrio se estaba inclinando hacia los gobernantes delatan
la mentalidad guerrera del siglo XIX. Los monarcas de la Edad
Moderna normalmente no consideraban a los parlamentos como
S7_~ t~i
reas administrativas y judiciales para las cuales a los gobernantes
les faltaba la mano de obra y les suministraban el consentimiento
de la comunidad a las políticas reales que la afectaban. 35 Sin los
parlamentos, las opciones eran despotismo o la inacción. Así,
la investigación está descubriendo abundantes formas de vida re­
presentativa donde antes se había proclamado extinguida. Los
32 Tommaso Astarita, The Contínui~y ofFeudal Power: the Caracciola Di Brien­
zi in spanísb Naples, Cambridge 1991; Jeremy Black, Absolutism, En: John W. Yolton
el al. (eds.), The Blackwell Companion to the Enlightenment. Oxford 1991, 11-13, p.
11.
33 Hans Rosenberg, Bureaucracy, Aristocracy and Autocracy. Cambridge, MA
1958, p. 11
~q Mettam, Power and Faction (n. 13), p. 49; Terence Ball, James Farr y Russell
L. Hanson, Política! Innovation and Conceptual Change. Cambridge 1989, pp. 122 Y
ss.
15 Rudolf Vierhaus, Germany in the Age ofAbsolutism. Cambridge 1988, pp. 88
y ss.
60
El absolu.tismo de la Edad Moderna 1550-1700
años después de 1648 vieron un florecimiento final de la socie­
dad corporativa alemana. Las asambleas estamentales fueron ex­
cluidas de la alta política en la que algunas habían chapoteado
un poco durante los agitados siglos XV y XVI, pero los príncipes
garantizaban la base de poder local de sus miembros y los con­
sultaron en los asuntos relacionados con ella. 36 Esto no es pro­
piamente una situación «absolutista ..: los parlamentos bajo los Tu­
dor y los Estuardo no tuvieron más derecho de intervenir en la
alta política que los estamentos alemanes. El Standestaat por lo
tanto no fue remplazado por el «absolutismo,,: continuó.
La mayoría de los actores para el nuevo drama «absolutista"
resulta tener papeles antiguos. Se ha sugerido que el rasgo dis­
tintivo del «absolutismo" de la Edad Moderna consistía en que las
élites locales estuvieron subordinadas a la corona Y Pero siem­
pre lo habían estado. Los grupos de poder independientes de la
Edad Medía son un mito romántico. El persuadir a las élites con
autoridad local para que gobernasen según los deseos del cen­
tro, o al menos reconocieran un interés común, era la más anti­
gua preocupación de los monarcas. Ningún gobernante podía
emplear o fíarse de burócratas entrenados en los municipios an­
tes de los últimos decenios del siglo XVIII. Los gobernantes ase­
guraron el control explotando el poder, la ambición y la rivalidad
­ i .1 ~,;1 "\'(::': c:-;CI1.ji\ 1 \)r~,é:~.j. ~~,~L\
nistración local seguía siendo asunto de las élites territoriales o
urbanas establecidas. Hacia 1700, en Brandenburgo-Prusia tanto
como en Inglaterra ejercían los poderes judicial y fiscal en la ba­
se. 38 La escasez de personal preparado hacía a los monarcas con­
tinentales tan dependientes de como a sus homólogos ingle­
ses: por 10 tanto, el que su control local haya sido superior es
una especulación. No sólo los jueces de paz bajo los Estuardo
podían hacer huelgas, como descubrió el Duque de Alba cuando
impuso el impuesto de la «décima de penique». Las autoridades
36 Volker Press, 'Ole System of the Estates in the Austrian Hereditary Lands and
in the Holy Roman Empire: a Comparison. En: RobcI1 J. W. Evans and TrevO!' V. TIl()­
mas (eds.), Crown, Church and Estafes.' Central European Politics in the Sixteenth
and Seve1Ueenth Centuries. Londres 1991, 1-23, pp. 4ff.
37 MiHer, Potentialfor Absolutism (n. 1), pp. 188 Y ss.
38 Gerhard Oestreich, Strukturprobleme des europaischen Absolutismus. En:
idem, Geist und Gestalt desfrn.modernen Staates. Berlín 1969, 179-197.
61
!!!:~~)olutism() ( 1550-1700 ),-¿lln mito?
locales nunca lo recaudaron. 39 Esta decentralízación universal di­
suelve aún más el contraste entre el Continente «ar)solutista" por
un lado e Inglaterra y la República holandesa por el otro. Si los
nobles no eran los oponentes naturales de la corona, entonces
no había necesidad para los monarcas de estar en contra de los
nobles. Los seüores locales rara vez eran las víctimas de la mo­
narquía absoluta: eran sus beneficiarios.
cliché de que los gobernantes absolutos desafiaron el pa­
pel de la nobleza en el gobierno central finalmente es refutado
por el estudio más completo de la nobleza europa publícado
hasta ahora. 4o Los siglos XVI y XVII vieron la llegada de nuevas
instancias administrativas equipadas con profesionales entrena­
dos de una procedencia que no era noble; pero como los "hom­
bres nuevos» antes de ellos, pronto se convirtieron en nobles,
porque el servicio real en todas partes era la escalera más segura
hacia la nobleza. Y no estaban solos. La élite antigua pronto iba
a fijarse en la oportunidades ofrecidas por el estado en creci­
miento. La nobleza de servicio «absolutista», supuestamente nue­
va, está desapareciendo en su país clásico, Rusia, donde resulta
ser la nobleza antigua. Con la excepción significativa de Dina­
marca después de 1660, donde una aristocracia nueva fue creada
desde cero, los monarcas absolutos no remplazaron la élite exis­
f_·' e:
existente se convirtió en una nobleza de servicio. En el proceso
fue profesionalizada en cierta medida y sufrió un cambio estruc­
tural, ya que el estatus social llegaba a depender del cargo en el
gobierno más que del título nobiliario heredado. 41 Esto proba­
blemente era más original que el viejo recurso de usar "hombres
nuevos". Ejemplificado por la noblesse de robe [nobleza de toga]
y por las tablas de rango de la Europa del tardío siglo XVII, inte­
graba tranquilamente a los miembros nuevos en las élites anti­
guas. Si Starkey tiene razón en que la reforma de ] 540 estableció
39 Helnmt Koenigsbcrger, Epilob'Ue: Central and Western Europe. En: Evans/
Thomas, Croum, C'hurch and &tates (n. 36), 300-310, p. 304,
40 Lawrence- Stone, The Crisis o/ the Aristocracy, Oxford 1965; Hamish M, Seon
(ed'), The European Nobilitíes in the Seventeenth and Eighteenth Centuries, 2 vols.,
Londres 1995,
41 Brenda Meehan-Waters, Autocracy and Aristocracy: The Russian SenJÍce Elite
qf 1730, Nueva Brunswick, NJ 1982; SeOtl, European Nobilities (n. 40), 1, pp. 9 Y ss.
62
El absolut~ri'!9... de la Edad Moderna ~~50-1700
un Privy Council de activos funcionarios, entonces la Inglaterra
de los Tudor una vez más se asemeja al Continente. En la prácti­
ca esto significaba que los grandes magnates territoriales fueron
excluidos al menos de los consejos centrales a los que ellos no
podían asistir regularmente. Del Privy Council de Isabel 1, seis
miembros eran nobles, pero cuatro eran de su propia creación y
ninguno era un magnate territoria1. 42 Aunque los Habsburgo per­
mitían a los magnates retener cargos administrativos claves, en el
occidente su exclusión de los altos consejos era normal y no
nueva. La excepción tuvo lugar durante las guerras de religión y
las monarquías débiles de 1550 a 1650. Aunque Luis XIV daba al­
tos puestos de corte, militares, diplomáticos y eclesiásticos a los
magnates, los excluía de sus consejos.43
Más allá de su dedicación militar es conjeturable que el go­
bierno hubiese tenido un papel engrandecido en este período.
Había más regulación de lo que antes se había dejado a la suer­
te, las fuerzas del mercado o la voluntad individual -un impulso
que ha sido atribuido a la búsqueda renacentista de un orden ra­
cional. Posiblemente llevaba a un marco nacional lo que habían
sido asuntos regionales; y probablemente intervenía en áreas de
la vida de los súbditos que anteriormente habían estado libres de
control, como las Polizeíordnungen [las ordenanzas policíacas],
La y ec()rl()1111C~l
la salud, la seguridad y la beneficiencia moral. Pero esta perspec­
tiva puede estar distorsionada. El personal del gobierno se incre­
mentó, pero no por esta razón. Para implementar las nuevas am­
biciones no había nada excepto los antiguos procedimientos./¡4
Recientemente se han considerado con mucho énfasis los
proyectos abortados, la estrecha base impositiva y el débil con­
trol de la mayoría de las monarquías absolutas. 4s Esto olvida Su
logro indudablemente novedoso de poner en pie de guerra ejér­
citos de un tamaño sin precedentes. También acepta la agenda
42 David Starkey, The Reign of Henry VIII. Londres 1985, pp. 129-133; Chris­
tophcr Haigh, Elizabeth 1. Londres 1988, p, 67.
43 Mellam, Powerand Factíon en. 13), pp. 81-91.
14 Marc Raeff, Tbe Wel/-Ordered Po/ice State. New Haven. cr 1983, pp. 152­
157.
45 David Parker, Tbe Making o/ French Absolutísm. Londres 1983; Collins, Fis­
cal Limies (n. 17), p. 2,
63
 El absolut~s!!l:o.Q55f.!:.1700), ¿un mitoL
«absolutista- Y solamente la presenta como incumplida. La activi­
dad continuada de las asambleas estamentales, la supervivencia
de las libertades provinciales y los compromisos con los grupos
poderosos deberían ser atribuidos no al estado incompleto del
«absolutismo», sino a su no-existencia.
El interés también se ha desplazado de la perspectiva buro­
crática a la social. Una nueva conciencia de la monarquía absoluta
como un producto social que, más que ser impuesto a una socie­
dad jerárquica, la refleja y la sostiene, ha tendido a alinear el Con­
tinente con Inglaterra. 46 Las relaciones personales y sociales pre­
dominaban sobre los valores burocráticos. Las estructuras institu­
cionales no eían monolíticas, como en el modelo tradicional, sino
dominadas por facciones en competencia entre sí, reconociendo
lealtades rivalizan tes a familiares y patronos exteriores. Sólo re­
cientemente se nos ha recordado que, lejos de un conflicto inevi­
table entre las asambleas estamentales y los príncipes, en la mayo­
ría de las asambleas estamentales alemanas había un partido de la
corte. 47 La historiografía tradicional basaba el «absolutismo» sobre
unos sistemas de apoyo bien conocidos, que lo reforzaban frente
~f a la sociedad: ejércitos permanentes Y burocracia. Pero los ejérci­
tos "absolutistas" no eran una fuerza autónoma fuera de la socie­
~
úacL eXisitierOfi J-<;:jttO Lfl ~-L~Sl~; iaS
sociales del campo, ya que los campesinos y los oficiales Junker
i* [nombre de los terratenientes en el este de Alemania] transfirieron
el nexo siervo-terrateniente a sus regimientos. Antes de la levée en
i~I
masse [reclutamiento general] de 1792, los ejércitos «absolutistas»
lucharon en favor de los terratenientes aristócratas que los dirigie­
ron y no, como se supone muchas veces, en favor de algo precur­
sor de la nación-estado del siglo XIX. 48 De manera similar, la «bu­
rocracia" operaba en una sociedad de élites, dominada por con­
'~
cepciones de lealtad y honor: aunque era profesional en algunos
~ aspectos, aseguraba la sumisión sólo cuando estaba reforzada por
JI 46 Mack P. Hold (ed.), Socie!)' and Institu!ions in Earl)' Modern France. Atenas,
GA 1991, pp. XI-XVIII; Emmanuel Le Roy Laduric, 1be Royal French State. Oxford
¡t 1994, pp. 4-25.
(
47 Press, System ofEsta/es (n.36), pp. 10 Y ss.
ir 4R John R. Seeley, 1be Lije and Times of Stein. Cambridge 1878, pp. 231 Y ss.;
Omer Bartov, 111e Nation in Arms. En: History Toda)' 44 (1944) 27-33, pp. 27-29.
11
1~
¡i
>:
Ir
~
64
El absolutismo de la haad Moderna 1550-1 700
relaciones de clientela. Los intendentes eran los baillís [bailes] me­
dievales con mayúscula, indefensos sin la ayuda de los grupos de
poder locales. Los instrumentos vitales de la corona no eran las
instituciones de gobierno formales, sino las asociaciones que for­
maba con otros intereses, porque reforzaba su autoridad y les reci­
claba los ingresos de los impuestos. Para el control provincial, los
gobernantes se fiaban de las redes clientelares que enlazaban las
élites de la corte con las locales. También se aprovechaban de la
Iglesia, la única institución que tenía una organización en cada pa­
rroquia. De ahí la importancia del consenso religioso para la for­
mación del estado. Es extraño que el descubrimiento de esta de­
pendencia se considere como debilidad o limitación de lo que se
llama "absolutismo»; era la clave para su funcionamiento.
Muchos rasgos del gobierno de la Edad Moderna reflejan la
textura de su sociedad. El trabajo antropológico sobre África y
Polinesia ha mostrado lo inapropiado que es el lenguaje del par­
lamentarismo moderno para las sociedades tradicionales. Un exa­
men de los rituales, la retórica y los intercambios simbólicos de
las Cortes de Portugal destaca una armonía y un equilibrio de in­
tereses. Mucho de lo que los historiadores vieron como síntomas
de la inutilidad y marginalización de las asambleas estamentales
-debates largos, palabrería vacía, maniobras infructuosas- sim­
CU.,";j la ~'c;riseilSC·
ef ,2alTllt1C1
en la sociedad de la Edad Moderna. 49
Tanto la monarquía inglesa como las continentales forjaron
más enlaces con las comunidades de los que el término "absolu­
tismo» sugiere. Los marxistas siguen sin irritarse: ya que se trata
de una conspiración de clase para desplumar al campesinado, el
diálogo corona-élites es de esperar. 50 Para ellos, el .absolutismo»
significa el dominio de los grandes terratenientes. Esta es una de­
finición que no ayuda. La Polonia del siglo XVII fue dominada
por grandes terratenientes, pero pocos historiadores la llamarían
una monarquía absoluta. En los estados alemanes, no hay una
correlación observable entre la extensión del poder real y el de­
49 Pedro Cardim, Ceremonial and Ritual in the Cortes of Portugal 1581-1698.
En: Parltaments, Estates and Representatton 12 (992) 1-14.
50 Boris Porchnev, Les SouliJvements populaires en France de 1623 a 1648. Pa­
rís 1963; Perry Anderson, Lineages oftheAbsolutíst State. Londres 1974.
65
 mito?
sarrollo de la Gutsherrschaft [domino de explotación directa en
el este de Alemania a partir del siglo XVI].51 Ni es el caso que los
gobemantes ayudaran sólo a las élites. Lejos de ser impuesto
desde fuera, el poder estatal era inseparable del orden social en
cualquier nivel y estaba imbricado en una compleja red de valo­
res y relaciones sociales. Era el producto de un proceso en dos
direccioness, sólo vagamente captado por el énfasis que los his­
toriadores han puesto en la obediencia.
Los pequeños príncipes alemanes estaban ligados casi de
forma individual a cada hogar campesino en su estado: su poder
llegaba a los pueblos partiendo de una sutil base de dar y reci­
bir. En 1609, el trato entre los campesinos y el príncipe en el
condado de Hohenlohe le obligaba a éste a ajustar sus exigen­
cias fiscales a los altibajos de la economía de aquéllos. 52 Incluso
los historiadores de Rusia destacan ahora la participación en la
base en vez de la dominación de la sociedad por el estado. 53 Los
ministros de Luis XlV fortalecieron a las comunidades campesi­
nas de forma consistente, vigorizando las asambleas de pueblo
que las representaban y los derechos y propiedades colectivos
que las unían. En Borgoña, la corona intentó insistir en la partici­
pación de todos los cabezas de familia. 54 Como resultado, los
campesinos franceses del siglo XVIII eran oponentes de sus se-
flores lllás iG ct,iE i'~:·. ~.
ha llamado Familzy-State compact [convenio entre la familia y el
estado}, el poder de un padre francés sobre su mujer y sus hijos
era fOltalecido por edicto real, justificado por el mismo discurso
de poder absoluto y defendido en los tribunales civiles más que
en los eclesiásticos. 55 De la misma manera, los cabezas de familia
masculinos de los hogares fueron reconocidos como la base es­
piritual y fiscal del estado Tudor y Estuardo.
51 Ronald G. Asch, Estates and Princes afier 1648: The Consequences of the
Thirty Years War. En: German History 6(988) 113-132, pp. 12H.
52 Thomas Robisheaux, Rural Sociefy and tbe Search lar Other in Har(v Modern
Germany. Cambridge 1989, pp. 260 Y ss.
53 John LeDonne, Ruling Russia: Politics and Administratían in the Age of Ab­
solutism Londres 1984,p. 49.
54 Bilton Root, Peasants and King in Burgundy: Agrariarz Foundations
French Absolutism. Berkeley, CA 1987, pp. 72 Y ss.
55 Sarah Hanley, Engendering the Family: Family Formatíon and State Building
in Early Modern France. En: French Historical Studies 16 (I989/90), pp. 4-27.
66
EJ absolutismo de la Edad Moderna 155()-1700
Reforzada de esta manera, la gente de las poblaciones loca­
les era la responsable de gran parte de la regulación atribuida al
"absolutismo». El comportamiento religioso, moral, sexual, social
y económico, así como la educación y la beneficiencia fueron
supervisados como nunca antes. Pero aparte de los pequeños es­
tados alemanes, el agente de la conformidad no era el gobierno
central: eran las propias comunidades de las ciudades o los pue­
blos. La sociedad más disciplinada no fue la creación de una mo­
narquía absoluta, sino de la república holandesa, donde la auto­
ridad de los consejos municipales estaba claramente definida y
era formidable. Allí, los guardias de las vecindades consiguieron
un grado de criminalidad más bajo que en el campo. Para pro­
mover la decencia pública y desalentar el desorden, Amsterdam
introdujo el primer sistema mundial de iluminación pública de
las calles en 1670, fijando 1.800 faroles en paredes o postes -un
logro en aquella fecha fuera del alcance de las grandes monar­
quías de Inglaterra y Francia. 56 Pero incluso allí, hacia 1700, el I
auge del mercado de consumo había convertido el robo en el
crimen más común en los tribunales y había alarmado a los que
tenían propiedad que perder. Además, tbe godly, los reformado­
II
res religiosos exigieron que los pecados fueran elevados al rango
de crímenes. Mientras las comunidades se volvieron menos tole­
¡Je~('
más en respuesta a la exigencia popular que por iniciativa pro­
pia. El impulso a las cazas de brujas europeas aparentemente
provino de las comunidades más que del centro, mientras que
antes se suponía que los gobiernos absolutos las habían promo­
vido para extender su propio poder. Ahora parece que éstos más
bien aspiraron a limitarlas. 57
Este no es ningún modelo de «suma cero», donde más auto­
ridad para la corona significa menos para todos los demás. Aun­
que los monarcas absolutos monopolizaron el poder en la cima,
lo compensaron respaldando a los grupos de élite y reforzando
las estructuras de poder colectivas y patriarcales. El atribuir la ex­
56 Wolfgang Neugebauer, Absolutistischer Staat und Schulwírklichkeit in Bran­
derzburg-Preussen. Berlín 1985, pp. 581-634; ]onathan Israel, Tbe Dutch Repuhlic: its
Rise, GreatnessandraIl1477-1806 Oxford 1995, pp. 680-682.
57 Lenman/Parker, 7be State (n. 6), pp. 34-41; Brían Levack, The Witch-Hunt in
F..arly Modern Europe. Londres 1995, p. X.
67
 El absolutismo mito?
tenslon del gobierno a la política real olvida su respuesta a la
presión desde abajo. Un incremento en el personal del gobierno
normalmente es atribuido a un crecimiento comparable en sus
tareas. De hecho, la expansión interna y externa del estado en
parte fue causada por la necesidad de recursos que se dispensa­
ban como patronazgo para la creciente nación política, un hecho
que es identificado como una característica del desarrollo del es­
tado inglés desde la tardía Edad Media y como una barrera con­
tra el ·absolutismo». Su descubrimiento en Alemania y Francia tie­
ne implicaciones para este concepto. 58
Por más de una década, la perspectiva de la corte ha ocupa­
do a los historiadores más que la burocrática. La Inglaterra de los
Tudor y los Estuardo fue colocada junto al Continente hasta enton­
ces «absolutista.. por el descubrimiento de la importancia de las cor­
tes reales en ambos. 59 Los historiadores de siglo XIX supusieron
que su papel político se acababa con el auge del estado burocráti­
co. Ahora, Elias ha transformado la etiqueta y el ceremonial de Ver­
salles de una curiosidad bizarra en un mecanismo para manejar a
la élite. 60 Cualesquiera que fueran las prerrogativas formales de la
realeza, los monarcas tenían que hacer valer su derecho a ser obe­
decidos. En todos los estados, la corte era el centro social y políti­
r
~,
co, el panel de mando central que conectaba a los grupos de po-
f,
h .'-'".~" . .~,~ con monarca por de patronazgo Y'
I corretajes. En todo el período, la alta nobleza, que dominaba las
provincias en todas partes, mantenía su control sobre los cargos de
la corte. Esto era así especialmente en las monarquías múltiples.
Leopoldo I usaba la corte de Viena para conectar sus tenitorios he­
terogéneos e integrar a las élites políticas. Su fracaso en absorber la
nobleza húngara dejó espacio para un énfasis peligroso en el eje
Viena-Praga. Brandenburgo-Prusia es la excepción por su aparente­
mente poca confianza en la corte o la clientela -aunque es posible
que los historiadores de Prusia no vieran lo que no buscaban.
58 William Beik, Absolutism and in SelJenteenth-Century France. Cam­
bridge 1985; Robisheaux, Rural SOCiety (n. 52); Gerald Harriss, Political Society and
the Growth of Government in Late Medieval England. En: Past and Present 138
(1993) 28-57, p. 56.
59 Ronald G. Asch y Adolf Bírke (eds.), Princes, Patronage and the Nobility:
The Court at the Beginning ofthe Modern Age c. 1450-1650. Oxford y Londres 1991.
60 Norbert Elias, The Court Society. Oxford 1983.
68
El absolutismo de la Edad Moderna
---=--=:....:....::...:..
La cortesana puesta en escena de la monarquía contribuía a
un consenso de la élite que las connotaciones coercitivas de «ab­
solutismo» no captan. No era tanto un gobierno por órdenes co­
mo por la manipulación y la socialización. La cortesía y la eti­
queta eran las herramientas reales para someter a aristócratas
anárquicos. 61 La corte presentaba al monarca como distante y ac­
cesible simultáneamente: era un pedestal del príncipe y un pun­
to de contacto. La distancia reforzaba el énfasis en el poder ab­
soluto y la accesibilidad reforzaba la asociación con la élite. En­
vueltos en una representación teatral de actividades estilizadas,
los nobles se observaban a sí mismos en espejos, con la arqui­
tectura como fondo, la etiqueta como las indicaciones escénicas,
los sirvientes como ayudantes de escena, la familia real como ac­
tores y los cortesanos en los papeles de extras. Dado que la cor­
te giraba en torno a la persona del monarca, los historiadores de
la corte se enfrentan a los que destacan el desarrollo del estado
impersona1. 62 En todo el período de la Edad Moderna, los nobles
en todas partes percibieron su servicio como una lealtad perso­
nal hacia el gobernante,63 y los ritos reales de pasaje subrayaron
por su similitud con el ceremonial aristocrático los lazos persona­
les del monarca con los nobles. El orden en el cortejo fúnebre
de Enrique VIII se ha visto, recientemente, como una representa-
gobernante como líder la feuda1 6 'Í TS3hel 1
revivió la Orden de la Jarretera, y Enrique III de Francia creó
del Saint Esprit para simbolizar la importancia de la cooperación
entre la corona y los nobles. Aunque la sociedad de corte france­
sa no sobrevivió a los atroces antagonismos de las guerras de re­
ligión, las órdenes de caballería también podían tender puentes
por encima las fronteras nacionales y los abismos entre las
confesiones. Cuando Enrique III recibió la Orden de la Jarretera
en 1585, en el punto más alto de la animosidad religiosa, los ca­
61 Mettam, Power and Faction (n. 13); Orcst Ranum, Courtesy, Absolutism and
the French State, En: ¡oumal of Modem History 52 (1980) 126-451; Davis Starkcy
(cd.), The English Court from the War.5 of the Roses to the Civil War, Londres 1987;
Salman, Renaissance and Revolt. Cambridge 1987, p. 291.
62 Kenneth Dyson, Tbe State Tradition in Western Europe, Oxford 1980, p, 28.
63 Scott, European nabilities (n. 40), 1, p. 40,
64 Jennifer Loach,Thc Function of Ceremonial in the Reign of Henry VIII. En:
Past and Present 142 (1994) 43-68,
69
El absolutísmo
---_.­
(1550-1
----~
mito?
baBeros franceses católicos y los ingleses protestantes caminaron
juntos en procesión a través de París. 65 Dado que la corte perso­
nalizaba la soberanía y la integraba en la alta sociedad, los go­
bernantes tenían que estar presentes. En los anos ochenta del si­
glo XVI, la retirada de Felipe II de la corte y la reducción de su
ceremonial causó confusión. Un buen perfil no era necesario: la
distancia proveía el encanto. 66 Pero los monarcas ausentes no
podían tener éxito.
Hacia 1550, las cortes de la Europa Occidental y Central
habían emergido por delante de todos los rivales nobles como
la fuente de poder y promoción. La influencia local seguía sien­
do crucial para las ambiciones de la élite, pero la habilidad en
mantenerla, reforzarla y expandirla dependía de una influencia
paralela en la corte. Su expansión se refleja en el crecimiento
de las nuevas «capitales», donde las cortes reales antaño itine­
rantes se asentaron. Los nobles estaban obligados a pasar más
tiempo allí, y la repetida ausencia del hogar reducía las oportu­
nidades de estar acompañados por un séquito noble. Éste fue
remplazado por un equipo básico de un significado más do­
méstico que militar. Los litigios reemplazaron a los ejércitos pri­
vados. Hacia 1700, las comitivas de los magnates tanto france­
ses como ingleses habían desaparecido. El conde de Derby era
EL :')61 "1 '""'if',
..:::.. :~j t:r<¡
67
descendiente había bajado a 38. Sin embargo, por mucho
tiempo los hábitos residenciales de la nobleza inglesa fueron
presentados como un contraste supuestamente satisfactorio res­
pecto a sus homólogos franceses, ausentes, ligados a la corte y
con un destino funesto.
Las facciones de la corte ahora se ven menos triviales de lo
que se veían, aunque gran parte de las fuentes todavía es difícil
de trabajar (para Francia, no hay documentos sobre los debates
de los consejos, y la investigación de la correspondencia real-mi­
nisterial apenas ha comenzado). Las cortes funcionaban como
65 Roy Strong, Tbe Cult 01 Elízabetb. Londres 1977, p. 177.
66 David Starkey, Intímacy and Innovatíon: The Rise of the Privy Chamber
1485-1547. En: ídem, Englísb Court (n. 61), 71-118, p.n.
67 Sharon Ketteríng, Patrons, Brokers and Clients in Seventeentb-Century Fran­
ce.Oxford 1986, p.217; Kate Mertcs, ]be Englisb Noble Housebotd, 1250-1600. Oxford
1988, p. 291.
70
El absolutismo de la Edad Moderna 700
carlinga para los grupos de interés que competían por la merced
real en la mascarada, en el cuarto del consejo, detrás del escena­
rio y en la cama. La exclusión de facciones importantes precipi­
taba las crisis políticas. Las dificultades de gobernantes como Oli­
vares, Richelieu y Carlos 1 pueden atribuirse en parte a su fraca­
so en imbricar a los elementos importantes de la aristocracia en
la red de la corte. Los cambios en el favor real en la corte reque­
rían la construcción de un nuevo sistema de clientela en las pro­
vincias. La caída de Montmorencyen 1632 reorganizó la geogra­
fía política de Francia. Los revisionistas ahora reescriben los con­
flictos constitucionales, en Inglaterra tanto como en Francia, co­
mo contiendas de la corte. Gran parte de la oposición en los par­
lamentos de Isabel 1 se originó en las facciones de la corte. Lo
que menos se considera es la razón por la que Luis XIV encon­
traba poca oposición institucionalizada -probablemente porque,
a diferencia de sus sucesores, tenía las facciones de la corte bajo
su control.
Los historiadores también han subrayado la función de la
corte como centro de la producción de la imagen real. Esto debi­
lita aún más su reputación como arma de la coerción real. La pe­
tite académie [creada en 1663 como un comité de la Academia
(de la lengua) Francesa, se trocó en 1696 en Academia Real de
f:"f1 t('f­
minos de las técnicas de propaganda, cultos a la personalidad y
eventos mediáticos del siglo XX. o8 Los historiadores, hasta hace
poco, se han tragado las estimaciones extravagantes, a primera
vista, del poder real que estaban destinadas a intimidar a los
contemporáneos. Las artes no reflejaban la realidad de la autori­
dad real: crearon la ilusión de ella. La novedad no era el poder
real, sino su difusión mediática.
La disposición de las cortes reales también aporta algo a la
comprensión. La proximidad del cuarto del consejo al dormitorio
de Luis XIV es una yuxtaposición lógica para un monarca abso­
luto. En la Viena del siglo XVII, la administración y la corte fue­
ron dominadas por la misma élite aristocrática. Colocar el Privy
Council firmemente en el contexto de la corte de los Tudor es­
trechaba la distancia entre cortesanos y políticos/administradores
68 Burke, Fabrication (n. 30), pp. 58 Y ss.
71
 El absolutismo mito?
----- El absolutísmo de la Edad Moderna 1550-1700

también en Inglaterra. 69 Como el Rey Sol, Enrique VIII e Isabel formación del estado. Arriba se ha argumentado que el control
convirtieron su vida privada en espectáculo. real de las provincias dependía menos de los mecanismos buro­
cráticos y los ejércitos permanentes que de la colaboración con
El consentimiento político en vez de la coerClon militar ha
los notables locales ~menos de destruir las fuentes alternativas
sido enfatizado por los historiadores recientes de la formación del
de autoridad que de emplearlas. Al menos dentro de la élite, fue­
estado. El nacimiento de la historia profesional en el siglo XIX
ra cual fuera la retórica de la autoridad, su realidad era recíproca
coincidió con el auge del nacionalismo. Los historiadores nacio­
y por ello consensual. Desde 1550, las divisiones tras la Reforma
nalistas promovieron la identidad nacional y buscaron los oríge­
dentro de las élites significaban crisis para los monarcas. Des­
nes del estado nacional, monopolizador del poder en un área te­
pués de 1650, la cohesión religiosa fue largamente restaurada, en
rritorial definida. Lo localizaron en el novedoso monopolio de
el caso de los Barbones y los Habsburgo por la eliminación o la
poder adquirido por los monarcas absolutos de la Europa de la
marginación del protestantismo. 71 Con ello llegó la estabilidad,
Edad Moderna que emplearon a las burocracias y los ejércitos
probablemente no por la fuerza, sino por la cooperación tradi­

I
permanentes para allanar otras fuentes de poder y fortalecer la

voluntad del monarca como ley. Sus regímenes fueron transfor­

mados en «absolutismo» -el Machtstaat [estado de poder], que im­

cional entre el gobernante y la élite. Esta alianza aseguraba el fi­

nal de la desobediencia campesina. Antes de 1650 era peligrosa;
después de esa fecha estaba controlada. La revuelta aristocrática

~.
~

f.
.
puso un monopolio de la violencia legítima y creó estabilidad por

fuerza. "El ejército prusiano es sin duda el lazo más real y más
efectivo de la unidad nacional», entonaba Treitschke. De este mo­
do, en Berlín una escuela int1uyente de historiadores que respon­
día a la creación del Imperio Alemán mediante el poderío arma­
f
r
do, producía un mito histórico para legitimarlo- el estado militar.
!¡'
f
La "revolución militar» de los siglos X'Vl y XVII expandía el
InasÍvamenté:: t:so había
nentes y burocracias centralizadas para respaldarlos. Éstas, en
cambio, proveían de la capacidad administrativa y coercitiva para
acabar con la dependencia real de las asambleas estamentales re­
presentativas y las noblezas locales. Instituciones con un poder
por derecho propio y por ende con una voluntad propia fueron
marginados como cuerpos consultivos y reemplazados como ór­
ganos administrativos por mecanismos que debían su poder sola­
mente al gobernante y por eso estaban bajo su control. El útero
del estado moderno fue la guerra, y su comadrona fue la fuer­
za.7°
La investigación reciente ha cuestionado este relato de
69 Starkey, IntimacyCn. 66).
70 Michael Robens, The Military Revolution, 1560-1660. En: ídem, Essays in
Swedisb History. Londres 1967, 195-225, Geoffrey Parker, Tbe Military Revolution. Mi­
litary lnnova!ion and tbe Rise oftbe West, 1500-1800. Cambridge 1988, pp. 6-81.
se extinguió por sí misma, salvo en la Europa Oriental, donde
fue exacerbada por odios étnicos y xenófobos.
Los historiadores políticos más que los militares proponen
ahora un modelo de consenso más que de fuerza para el gobier­
no de la Edad Moderna. Los Tudor desmilitarizaron "los súbditos
demasiado poderosos" por medio de su corte, no por un ejército
permanente que no tenían. Un .estado militar-fiscal" fue estable-
en 12 del XVII en coopf'racíón en el
Parlamento, con los poseedores de propiedad: la élite terrate­
niente tenía el mando del nuevo ejército permanente. En ambos
casos, el consenso llegó primero, la expansión de los ejércitos
reales después. Algunos historiadores sitúan ahora el cambio mi­
litar decisivo en el Continente después de 1650, cuando el acuer­
do religioso fue restaurado en muchos estados europeos. Tam­
bién allí, la cooperación de los nobles probablemente aumentó
el poder militar del estado, no al revés. Cualquiera que fuera la
clasificación constitucional tradicional, en todos los estados el
respaldo a la guerra era el resultado del regateo y del diálogo
con los súbditos. 72 El estudio más reciente de Luis XIV destaca
71 Roben J, w. Evans, Tbe Making ofthe Habsburg Monarchy. Oxford 1979.
72 Jeremy Black, A Milítary Rewlution? Mílitary Change and European Society
1550-1800. Londres 1991, pp.67-82; ¡dem, European Warfare, 1660-1815. Londres
1994,pp. 87-103; John Hale, War and Society in Renaissance Europe, Londres 1985, p.
252.

72 73
 absolutismo mito?
--~-----
sus capacidades tradicionales de manejo de las élites más que la
innovación institucional basada en la burocracia y los ejércitos
permanentesJ3 Ahora parece que los gobernantes intentaron las
mismas técnicas de consenso que en Inglaterra. Su mayor éxito
militar y fiscal por lo tanto ha de localizarse en otra parte -pro­
bablemente en su casi singular Parlamento nacional que era ca­
paz de superar el regionalismo y unir todo el reino. Como en
Suecia, las asambleas estamentales se convirtieron en un cómpli­
ce de la política de estado. Las estructuras políticas determinaron
la capacidad de guerra más que la guerra las estructuras políti­
caso
Comparados con los déspotas ilustrados del siglo XVIII, son
notablemente pocos los gobernantes que entre 1550 y 1700 in­
tentaron cortar la maraña de ley y costumbre para imponer la
uniformidad en las monarquías múltiples. Éstos fueron sensibles
a las identidades locales y las diferencias regionales. La integra­
ción con éxito se consiguió no por la simple conquista, sino por
la unión y la continuidad de los intereses locales en un marco
más amplio. El triunfo de la cultura alemana de los Habsburgo se
ha atribuido a la aclimatización voluntaria de los nobles, los bur­
gueses y los profesionales que la percibieron como algo que
confería la admisión en la élite gobernanteJ4
Ahora dudoso que la promoviera e; crecí
miento de la burocracia estatal. En España, en la mitad del siglo
XVII, llevó a la privatización de las estructuras estatales existen­
tes. Inicialmente no hubo una correlación entre el tamaño del
ejército y el crecimiento de los mecanismos fiscal-burocráticos:
los gobiernos simplemente desplazaron la organización hacia
empresarios privados y el coste hacia las poblaciones locales al­
rededor de los cuarteles. Los ejércitos generaban su propia ex­
pansión, pues solamente los de grandes magnitudes podían ex­
traer las contribuciones necesarias para pagarse a sí mismos. En
1626, Wallenstein informó a Fernando II que podía mantener un
ejército que se financiara a sí mismo con 50.000 hombres, pero
no uno con 20.000. En el campo de batalla de Lützen, en 1632,
73Peter Campbell, Louis XlV Londres 1993.
74 Mark Greengrass, Conquest and Coalescence (Introducción). En: idem (ed.),
Conquest and Coalescence. Londres 1991, 1-24, pp. 6f; Charles Ingrao, Tbe Habsburg
Monarcby 1618-1815. Cambridge 1994, pp. 99f.
74
El absolutismo de la Edad Moderna
apenas una décima parte de las fuerzas de Gustavo Adolfo estu­
vieron con él. El resto estaba en los cuarteles controlando los te­
rritorios que estaban realizando «contribuciones»J5 Los intentos,
en Francia y Brandenburgo-Prusia, en los últimos decenios del
siglo XVII, de conseguir más control directo fueron un nuevo
rumbo, no un desarrollo de una política anterior. Y aunque Lou­
vois intentara imponer un control y una financiación estatales en
el ejército de Luis XIV, las incesantes guerras lo volvían más de­
pendiente de los proveedores privados, no menos. El lazo causal
entre la guerra y la centralización burocrática se rompe de una
manera muy espectacular en la República holandesa. Durante la
guerra de los Ochenta Años, su singular capacidad extractiva la
capacitó para movilizar recursos financieros y militares en una
escala incomparable. Sin embargo, es probable que la burocracia
y la administración apenas avanzaranJ6
¿La necesidad de fuerzas armadas y los imperativos fiscales
marginaron a las asambleas estamentales o las hicieron esenciales?
El modelo ,<absolutista» es el gobernante estimulado por la guerra a
suprimir las asambleas estamentales y los nobles, a abolir las
exenciones fiscales y a recaudar los ingresos por medio de una
burocracia estatal eficiente, mientras que impone su voluntad por
la fuerza de las armas. Pero es dificil citar a un gobernante que real­
mente haya todas estas COSáS, aparte Emanae1 Filiberto
de Sabaya y el Gran Elector de Brandenburgo-Prusia. Un estado
que hizo muchas de ellas era Gran Bretaña, cuyos pueblos sopor­
taban los mayores impuestos de toda Europa. Allí, especialmente
después de 1688, los impuestos se triplicaron en treinta años
(mientras que en Francia permanecieron estables), fueron recau­
dados a nivel nacional y en tasas uniformes, el taxfarming [arren­
damiento de impuestos] fue abandonado y los ingresos fueron re­
caudados por un cuerpo creciente de oficiales del gobierno (los
famosos hombres de la excise, el impuesto sobre el consumo, cu­
yos poderes fueron considerados como una amenaza a las liberta­
des de un pueblo libre por Blackstone). Según Brewer, el servicio
75 J. A. A. Thompson, War and Government in Habsburg Spain 1560-1620.
Londres 1976, pp. 275-287; David Parrort, The Military Revolution in EarIy Modern
Europe. En: History Today 42 (1992) 21-27.
76 Marjolein C. 't Hart, Tbe Makíng o/ a Bourgeoís State. Manchester 1993, pp.
2-5.
75
El ~~utismo (1550-] mito?
de la excise inglesa era más semejante a la idea weberiana de la
burocracia que cualquier organismo gubernamental en la Europa
de la Edad Moderna. Después de 1688, Gran Bretaña tenía un
ejército permanente y una marina grandes, cuyos gastos consti­
tuían alrededor de un 70 por ciento de los gastos del gobierno.
Por la época de la Guerra de Sucesión española, la proporción en­
tre las tropas y la población había llegado de uno a treinta y seis
-la misma que en Prusia, y Suecia, y mayor que en Austria, Fran­
cia y España. El ejército de Gran Bretaña servía el año entero, a
diferencia del de Prusia, que era enviado a casa en la época de la
cosecha y que en tiempos de paz tenía permitidas largas ausen­
cias. El de Gran Bretaña se usaba con más frecuencia que los del
Continente para reprimir sublevaciones y forzar la recaudación del
exci..5e.77 Si esto es una monarquía limitada, antimilitarista, enton­
ces ¿cómo se supone que se ve un ejército .absolutista»?
Finalmente, gran parte de la historiografía del siglo XIX aho­
ra se revela como propaganda. No aspiraba tanto a investigar los
estados dinásticos de la Edad Moderna como a equipar los mo­
dernos estados nacionales con un pedigrU8 Los «absolutistas» aho­
ra se ven como quienes solucionan problemas de forma pragmá­
tica y no como innovadores que implementaron diseños teóricos.
La le; tal1tC) ~~ )~ CJr~a n1a·­
yor de lo que normalmente se afirma -dos siglos después.
El concepto «absolutismo» surgió principalmente de un dis­
curso radicalmente nuevo, inventado por la Revolución Francesa,
que ignoró las costumbres antiguas y definió el Anden Régime
(Antiguo Régimen) condenándolo. Tragarse esta definición signi­
fica aceptar la propaganda de los revolucionarios como realidad
histórica. Los historiadores del siglo XIX les seguieron, actuali­
zando y simplificando en exceso el Anden Régime según los
minos de sus propias agendas liberales y nacionalistas. Los inten­
dentes de Luis XIV se veían como versiones barrocas de los pre­
fectos de la Tercera República. 79 La consultación de la Edad Mo­
77 Tallen, War and Society (n. 17), pp. 188--193; Brewer, Sinews (0.1), pp. 29-91.
78Joho Tosh, 1be Pursuit 01 History. Londres 1992, pp. 3 Y ss.
79Fran<;:ois-Xavier Emmanuelli, Un mythe de l'absolutisme bourbonien: L'inten­
dance, du milteu de XVI]" siecle a lafin du XVII]" siecle. Aix-en-Provence 1981.
76
~~----
El absolutismo de la Edad Moderna ]550-] 700
derna, desplazada del nivel «nacional» al local, desapareció en las
percepciones de los nacionalistas del siglo XIX. Éstos esperaron
de los parlamentos que representaran unidades nacionales y de­
cidieran la política. Dado que la mayoría de las asambleas esta­
mentales de la Edad Moderna no hacían ni lo uno ni lo otro, fue­
ron marginadas como víctimas del «absolutismo» -no por los mo­
narcas de la Edad Moderna, sino por los historiadores de la Edad
Contemporánea.
El redescubrimiento del orden antiguo requiere destruir en
nuestro vocabulario una serie de «ismos» del temprano siglo XIX
que todavía ofuscan las diferencias entre la mentalidad de la
Edad Moderna y la nuestra. Acuñados por activistas políticos pa­
ra identificar las fuerzas contemporáneas, no las históricas, .libe­
ralismo», «socalismo», «comunismo", «nacionalismo» y «absolutismo»
satisficieron las necesidades de la polémica social y política de
los años 20 y 30 del siglo XIX. 80 El primer uso de la palabra «ab­
solutismo» que el presente autor ha podido encontrar ocurrió en
1823 en los debates franceses sobre el conflicto entre los libera­
les y el monarca represor en España. Sl
«Autoridad absoluta- es diferente de «absolutismo». La prime­
ra es una especie de autoridad coexistente con otras; la segunda
es una agenda de confrontación. ·Absolutismo» significaba despo­
tismo for111;; que aorrnalmente se en Eu­
ropa post-napoleónica. En los años veinte del siglo XIX, «absolu­
tismo» y «monarquía limitada» eran alternativas contrarias entre sí.
Entonces fueron proyectadas hacia atrás sobre el antiguo régi­
men, en el que un gobernante estaba forzado a operar tanto de
forma absoluta como de forma limitada. El discurso del siglo XIX
destacó la forma absoluta en Francia y la limitada en Inglaterra:
de ahí el mito de la tiranía francesa y la libertad inglesa. Los his­
toriadores Whig preferían destacar los elementos de la constitu­
ción inglesa que promovían la libertad en vez de aquellos que
promovían la autoridad: siempre subestimaron las prerrogativas
reales. Incluso Elton habló mucho sobre el rey-en-el-Parlamento
(King-ín-Parliament), pero poco sobre el «rey-fuera-del-Parla­
mento» (King-out-of-Parliament), que se encargaba de la mayor
80 Clark, Language qf Liherty (nA), pp. 142-145.
81 HenshaIl, Myth (n. 1), pp. 208 Y ss.
El absolutism()~ºO), ¿,":!nrnito!
parte de la política gubernamental hasta el siglo XIX. Hasta hoy
en día, la constitución británica conserva la prerrogativa real más
poderosa del mundo moderno. Esta es la razón por la cual la de­
claración de guerra está fuera del alcance del Parlamento en el
Reino Unido.
Brandenburgo-Prusia fue la. mayor víctima de la nueva re­
dacción histórica que el siglo XIX hizo para sus propios fines. Fue
presentado como el conejillo de Indias del «absolutismo". En el
Imperio, los historiadores destacaron su falta de mecanismos de
corte y de patronazgo y su confianza en la burocracia y el ejército
permanente. Esta singularidad se debe menos a la realidad histó­
rica que a la obsesión de los historiadores con Hegel, Weber y las
Acta Borussica [publicación de la escuela nacionalista de la histo­
riogratla prusianaJ. Su historiografía creó el mito prusiano. Esco­
gieron a Federico Guillermo 1 [1640-1688J como un monarca típi­
co y trazaron, a partir de él, retrospectivamente, una trayectoria
militar y burocrática. Federico 1 [1688-17131, en contraste, era un
derrochador que construía palacios barrocos. Estableció la corte
como pivote político y consiguió una corona para los Hohenzo­
llern, pero esto no le salvó. Fue tachado de fracaso. 82
Los historiadores nacionalistas del siglo XIX presentaron la
desaparición de los Estados Generales franceses, las Cortes caste­
y la DIeta de como «auge del absolutismo,.
El nivel local en el que fueron reemplazados se olvidó. La singula­
ridad de la representación inglesa dependía de la disposición del
derecho romano de vincular a las comunidades locales a las pro­
mesas hechas en su nombre por sus representantes. Esto apenas
fue establecido en el Continente: por eso, los monarcas preferían
tratar directamente con las ciudades y comunidades individuales.
La destrucción de las Cortes [castellanas] en 1664, por lo tanto, es
una muestra curiosa del «absolutismo" en acción. El recurso a la
consulta no terminó: continuó en un nivel inferior. La autoridad
no fue centralizada sino devuelta. Y las Cortes fueron socavadas
no por el poder de la corona sino por el poder de las ciudades.83
82 Gustavo Corni, Il Mito prussiano ed il concetto di Corte nena storiografia
"borussica" del XIX-XX secolo. En: Cesare Mozzarelli y Giuseppe Olmi (eds.), La Cor­
te nella cultura e nella stonografia, Roma 1983, 123-134, pp. 123-126.
83 (, A. A. Thompson, Crown and Cortes in Caslile, 1590-1665, En: Par/ia­
ments, E~tates and Representation 4 (1984) 125-133.
78
El la Edad Moderna 1550-1700
Otras asambleas continuaron como antes. La casualidad y la
costumbre determinaron en gran parte el grado en el que los
monarcas eran independientes económicamente. Si tenían pocos
ingresos de regalías, como el monopolio de la sal en Hungría,
las tierras reales en Prusia y los impuestos indirectos en Francia,
la mayor parte de sus fondos seguía proviniendo de las asambleas
estamentales. Como Guíllermo III de Inglaterra, el emperador
Leopoldo 1 tenía que reunir sus asambleas estamentales cada año
para votar el impuesto sobre la tierra: sus ingresos por prerroga­
tivas sumaban menos de una quinta parte de lo que necesitaba
para sus guerras. El consentimiento de las Cortes de Castilla era
esencial para la recaudación de impuestos. Sus subsidios se in­
crementaron en la «era del absolutismo" de un 25 por ciento de
los ingresos reales, en el decenio de 1560, a más de un 60 por
ciento un siglo después, cuando los acuerdos financieros entre el
rey y las Cortes fueron hechos explícitamente de forma recíproca
y contractual. Después de que dejaran de reunirse, los impuestos
fueron congelados en el nivel de 1664. 84 En Alemania, las Dietas
completas se volvieron costosas e ineficientes: muchos príncipes
alemanes consultaron de forma creciente a comités más reduci­
dos (Landschaften) lasambleas estamentales regionales], autoriza­
dos a actuar por aquéllas.
Lo::; XIX las
entre los monarcas y las asambleas estamentales en sus propios
términos de confrontación. De hecho, éstas fueron otro punto de
contacto que institucionalizó la vital colaboración entre el gober­
nante y las élites. Para los monarcas que carecían de herramien­
tas para asumir sus propias funciones administrativas fueron un
instrumento operativo. Y una vez autorizadas las asambleas esta­
mentales a dar el consentimiento de la comunidad o de la corpo­
., ración a decretos del gobierno que afectaban a sus derechos,
aquéllas extendieron la autoridad real a áreas de inmunidad más
1
,¡
allá del alcance de la prerrogativas del príncipe. La obsesión del
siglo XIX por las asambleas estamentales como control del poder
! real es inapropiada. Existían para legitimar su expansión.
Los historiadores revisionistas ingleses destacan la coopera­
ción más que el conflicto entre el monarca y las asambleas: tam­
H4 Press, System 01 E~tates (n. 36), pp, 5f. Thompson, Castile (n. 3), pp. 80.
79
 ¡
1
;,1
El absolutismo mito?
u
bién en Francia, el regateo y el compromiso eran tonalidades de
1 fondo. En 1661, Colbert, después de pensar en una cifra y do­
q los países de habla inglesa la convención de considerar al dere­
1
blarla, pidió 1.500.000 libras francesas a la asamblea estamental
de Borgoña. Ésta ofreció 500.000. Como en un arbitraje moder­
no, dividieron la diferencia por la mitad y acordaron 1.050.000. 85
El único camino para asegurar un pasaje tranquilo para las pro­
puestas de impuestos reales era el asegurarse de que los líderes
de las asambleas estamentales fueran clientes de Colbert. En la
Inglaterra de los Tudor, los historiadores llaman a esto "parlia­
mentary managament., [manejo del Parlamento]' No está claro
porque lo llaman "absolutismo» en Francia.
La belleza de los -ismos» consiste en que todo puede ser
adaptado a ellos. Una vez una generalización como "absolutismo»
esté acuñada en los cráneos históricos, explica todo. La selección
es la clave. La colaboración de la asamblea sajona con sus prínci­
pes era tan pacífica como tormentosa la de los estamentos de
¡< Württemberg con sus déspotas: la saga de Württemberg es más
~ t famosa. La exageración de su importancia anterior presta un am­
~: biente covenientemente cataclísmico a la desparición de los esta­
mentos del siglo XVU. La Dieta de Brandenburgo no se reunió
después de 1652, ni los Estados Generales después de 1614. Lo
que nO es tan conocido es que antes se habían reunido pocas
veces. La historiografía se 111~pone siempre ante las
dos actitudes. La asamblea complaciente del Languedoc es de­
nunciada como marioneta del déspota, ya que nunca rechazó las
exigencias de Luis XlV. La insolente asamblea de Provenza se
considera que se autodefiende contra la tiranía. Así pues, dos
signos infalibles de .absolutismo» -acuerdo y conflicto.
A los ojos del siglo XIX, otra estratagema «absolutista» era el
derecho romano. Pero fueron los estados como Francia, España
y el Reich, donde el derecho romano tenía influencia, los que no
lograron desarrollar una teoría completa de la soberanía indivisi­
ble antes de 1789. El derecho romano constitucional era mucho
más favorable a los privilegios e inmunidades locales que el
common law de Inglaterra. El quod principi placuit legis habet
vigorem de ]ustiniano normalmente se traduce como lo que le
85 Roger Mettam, Government and Socíezy in Louis XIV:~ France. Londres 1977,
pp. 38 Y ss.
80
El absolutismo de la Edad Moderna 1550-1700
ha placido al príncipe tiene la fuerza de la ley. Esto perpetúa en
cho romano como un mandato en favor de los caprichos arbitra­
rios de los gobernantes continentales. Pero la verdadera inten­
ción de ]ustiniano era explicar que al lado de la costumbre, las
resoluciones del senado y los edictos de los magistrados, las de­
claraciones del emperador tenían fuerza legal porque el pueblo
le había conferido su propia soberanía. El discurso protestante
polémico, que siempre había equiparado el derecho romano y el
catolicismo romano como motores gemelos del despotismo,
triunfó en el siglo XIX y dió una coloración tiránica permanente
a los estados con sistemas legales romanos. 86
Igualmente engañoso fue el afán de los historiadores del
siglo XX, especialmente en países con economía planificada, de
ver el -absolutismo» como el pionero del estado intervencionis­
ta. Colbert y el Gran Elector supuestamente intentaron construir
un nuevo orden económico. Sin embargo, como la República
holandesa era el pionero de sus métodos Cy de sus ejércitos
permanentes), probablemente no hay mucho de «absolutista» en
ellos. Mientras que el Polizeístaat y las Polizeiordnungen [Polí­
zei en el sentido de fomento, administración pública; Polizei­
staat sería algo así como el estado bien regulado y las Poli-
la.S (;~~CCr.i(;2.r~2;;';::; ~,'~ (::Sl \.:
nados son presentados por Gagliardo como promotores de la
autocracia del príncipe, para Raeff estimularon la participación
corporativa. 87
Los historiadores del siglo XIX vieron el ·absolutismo» y el
"despotismo» como términos que se podían intercambiar, y que
conferían el monopolio del poder al gobernante y negaban los
derechos y la participación de sus súbditos. El O:xford English
Dictionary todavía define «absolutismo» como despotismo. Sólo
en los años cincuenta del siglo XX, Mousnier separó el «absolu­
tismo» de sus asociaciones despóticas, lo que reflejó la investiga­
ción de la posguerra sobre la supervivencia de los estamentos y
la colaboración de gobernantes y élites, con los derechos y las li­
86 Clark, Language 01Liberty (n. pp. 64-77.
87 John Gagliardo, Germany under the Old Regime. Londres 1991, pp. 107-120;
Raeff, Well-Ordered Police State (n. 44), p. 154.
81
El absolutismo ( 1550-1---~---~-'-.-,-
El de la Edad Moderna 700

bertades como limites del poder real. H8 Estos hechos invalidan
lodas las características del «absolutismo» en su definición del si­
glo XIX -autocracia, burocracia y despotismo. Esto, a su vez, in­
valida el contraste con Inglaterra.
Inglaterra fue diferente de otros estados europeos. Todos
eran diferentes entre sí. Pero las similitudes, sobre todo en los
períodos de los Tudor y los Estuardo, eran más grandes que los
contrastes. ¿No es hora de que la monarquía absoluta inglesa, es­
condida durante tanto tiempo, sea, por fin, descubierta?
Como "Renacimiento» o "Ilustración», .absolutismo» significa
ahora cualquier cosa que los historiadores quieran. Pero a diferen­
cia de ellos, «absolutismo» no fue un término coetáneo. Los historia­
dores de la Edad Moderna seguramente no tienen ninguna obliga­
ción de luchar con el significado de una palabra que la gente de la
Edad Moderna no habría reconocido. El .absolutismo» como siste­
ma de gobierno sólo existió en el siglo XIX -por ejemplo cuando,
en los años cincuenta, todos los órganos representativos, centrales,
provinciales y locales de los Habsburgo fueron abolidos por Fran­
cisco José [de Austrial. Devolvamos el término "absolutismo» a la
era de Metternich para la cual fue acuñado. Su definición original
corresponde claramente al concepto de despotismo de la Edad Mo­
c1erné,-; pere como una
por la gente de la Edad Moderna, mientras que el «absolutismo» de­
finía las normas gubernamentales. Ahora se acerca a la realidad del
gobierno de la Edad Moderna, pero sólo porque su contenido ori­
ginal ha sido tirado por la borda. Crea confusión el describir una
asociación consensual entre el monarca y la comunidad con una
palabra usada hasta el decenio de 1970 para sugerir lo opuesto.
En 1975, Rabb afirmó que, después de la Crisis General [del
siglo XVIJ), la estabilidad en Europa fue restaurada por ·el esta­
blecimiento final de la estructura que se reconoce como el esta­
do moderno, organizado alrededor de un sistema de gobierno
impersonal, centralizado y unificador, basado en la ley, la buro­
cracia y la fuerza»89 -en breve, basado en el «absolutismo». Ape­
nas una sílaba de esto sobrevive a la investigación reciente. La
monarquía es de lo más personal. Una sociedad en la que los
hombres guardaban lealtad hacia familias o individuos en vez de
instituciones impersonales no era capaz de burocracia. La Francia
de Luis XIV no estaba centralizada, no se hallaba bajo el control
directo del estado y sus leyes no estaban unificadas. La armonía
se establecía por el consenso, no por la fuerza. Ahora parece
que Rabb tenía razón en cuanto a la estabilidad y no la tenía en
todo lo demás. Esto muestra lo rápido que el cuadro ha cambia­
do en los veinte años desde que aquél escribió sobre ello. Y mi­
de hasta qué punto visiones bastante recientes del «absolutismo»
están desfasadas respecto a la investigación de las últimas dos
décadas.
El concepto, como dijo Hexter acerca de la clase media Tu­
dor, tiene el rigor de una cinta elástica. Reúne regímenes muy
distintos entre sí en cuanto a las disposiciones sobre representa­
ción. Austria donde las asambleas estamentales continuaron, se
equipara co~ Saboya, donde desaparecieron. Ésta, en cambio, se
identifica con Rusia donde nunca existieron. «Absolutismo» es
una excusa impresic;nante para el pensamiento poco consistente
-por esta razón probablemente seguirá siendo popular.

H8 Ilartung I Mousnicr, Quelques problerncs (n. 1). pp. 7 Y ss.

8') Theodore K. Rabb, 1be Stmggle lar Stabíli~y in Ear~y Modern Europe. Oxford
1975, p. 72.

82 83
 CAPÍTULO III

¿Adiós al absolutismo?

Una respuesta a Nicholas HenshaU

Ernst Hinrichs

¿Qué ha ocurrido con nuestro buen y viejo absolutismo? Mien­

tras que el editor de un libro colectivo en 1986 todavía podía
constatar que la discusión alrededor de este objeto clásico de la
historiografía alemana "se había calmado", l hoy hay que ir mucho
más lejos: ciertamente, no hablaría de "calma" para caracterizar el
estado actual de la discusión del absolutismo en la historiografía,
sino todo lo contrario, de una actividad inquieta. Sin embargo, pa­
rece que ella sólo afecta al pequeño círculo de historiadores que
se interesa por la historia política y de sistemas en la Edad Moder­
na, y aparentemente, se trata de aquella forma de actividad que
precede a la muerte y al entierro de un coetáneo anciano e impor­
¡arlle en lo~ peru ::i1
la evolución y el conocimiento. Si las aparencias no engañan, te­
nemos que decirle adiós al absolutismo. Esto al menos decía el tí­
tulo de un breve artículo de Heinz Duchhardt en la Historísche
Zeítschrift hace algún tiempo,2 que en ciertos aspectos ya tenía el
carácter de una necrología y merece atención justamente porque
aquí un historiador se acuerda de un compañero de camino, al
que le debe mucho, y que, por lo tanto, no aconsejaría el abando­
no de esta consolidada denominación de una época a la ligera.
Sin embargo, para el estado actual de la investigación
orientada hacia teorías y problemas sobre absolutismo, es sig­
nificativo el hecho de que la "necrología" de Duchhardt no haya

Ernst Hinrichs, Zum Stand und zu den Aufgaben gegenwiírtíger Absolutís­

musforschung" En: idem (ed.) , Absolutismus, Frankfun/Main 1986, pp.7-32, p.7.
2 Heinz Duchhardt, Absolutismus- Abschied von einem Epochenbegriff? En:
Historische Zeitschrift 258 (1994) 113-122.

85
El absolutismo 70 0),<:un m!!o?
sido causada por un debate correspondiente dentro del campo
de la investigación del absolutismo propiamente dicho. La causa
era, todo al contrario, alguien de fuera -el profesor de instituto
inglés Nicholas Henshall con su pequeño estudio brillantemente
escrito "The Myth of Absolutism",3 cuya contribución al inminen­
te entierro consiste sólo en tratar de demostrarles a los asistentes
al funeral que en el ataúd, alrededor del cual se han reunido con
más o menos recogimiento, no yace nadie: según Henshall, el
absolutismo en el sentido de concepto de época histórica no ha
existido nunca, Y este mensaje no se dirige -como uno podría
suponer- a la investigación del absolutismo alemana, la cual
Henshall en su soberana actitud inglesa sólo registra de paso, si­
no a los historiadores especializados en Inglaterra y Francia. Y
con esto, Henshall revela una paradoja. Pues al menos en Fran­
cia existía -a diferencia de Alemania- desde el comienzo una
aversión considerable contra el uso del concepto del absolutismo
como concepto de época, tanto en obras especializadas como en
manuales u obras generales -"absolutisme" es una palabra del
todo no-francesa, casi imposible de pronunciar. Y justamente
ahora, cuando aquí [en AlemaniaJ empieza a sonar el toque a di­
funtos, esto ha cambiado de manera decisiva en Francia: tal vez
para no oponerse a una visión de la Edad Moderna difundida en
ve;; inientrás t<,ote Se
vado a cabo la recepción de las tradiciones sociológica e histo­
riográfica alemanas, el impronunciable "absolutisme" se encuen­
tra cada vez más en obras generales serias y reemplaza "la mo­
narchie absolue", término mucho más cercano al pensamiento y
idioma franceses. 4
¿De qué se trata para Henshall, y cómo debemos reaccionar
desde un punto de vista alemán a este desafío en la definición,
detrás del cual, como creo, se esconde toda una serie de conte­
nidos y hechos significativos? Sus argumentos en pocas palabras:
como otros muchos "ismos", absolutismo no es un término de
las fuentes, nacido en la época que quiere describir, sino que tie­
3 Nicholas Henshal!, 1be Myth oi Absolutism: Change and Continuity in Early
Modern European Monarchy. Londres 1992.
4 Como prueba recuerdo los ejemplos que Ronald G. Asch y Heinz Duchhardt
han dado en el capítulo 1 de este libro.
86
.¿Adios al absolutismo?yna respuesta a Nicholas Henshall
ne un origen más tardío y, sobre todo, polémico. Nacido en In­
glaterra en el primer tercio del siglo XIX, en una tradición espe­
cíficamente Whig, tendría ante todo el cometido político de ca­
racterizar la situación constitucional de numerosos estados conti­
nentales, diferente de la inglesa: el absolutismo sería, entonces,
una caracterización liberal y estereotipada de los sistemas políti­
cos autoritarios, ante cuyo fondo tenebroso la Inglaterra contem­
poránea de la tradición Whig sobresalía tanto más brillante. A
partir de este uso plenamente político, el término entró en las
nacientes ciencias históricas y serviría cada vez más a los histo­
riadores ingleses como descripción de todos los sistemas autori­
tarios que anteriormente habían existido en el Continente. Al me­
nos cuando los historiadores ingleses usaban el término, éste sig­
nificaba más o menos lo siguiente:
1. El absolutismo es esencialmente (intrínsicamente) "des­
pótico".
2. El absolutismo es "autocrático".
3. El absolutismo es "burocrático".
4. El absolutismo no es inglés. 5
Esta caracterización cuádmple de lo que, según Henshall,
significaba y 'at:::solutism.c Le sine
también históricamente en la visión inglesa, no corresponde de
ninguna manera a la imagen que las investigaciones modernas
dibujan desde hace años o incluso décadas respecto de las mo­
narquías de la Edad Moderna. ¡Todo lo contrario! Y el libro de
Henshall pretende llevar a cabo la refutación científica de esta vi­
sión tradicional del absolutismo en cada uno de sus puntos. En
cuanto al último -"Absolutism is not English"-, llega a un resulta­
do que parece del todo paradójico: si uno quisiera hablar de ab­
solutismo, la monarquía inglesa debería considerarse más absolu­
tista que sus hermanas continentales. Por ejemplo, en el siglo
XVIII, el rey inglés habría dispuesto de una libertad política y de
actuación mucho mayor que su homólogo francés 6 , cuyos pro­
blemas de decisión y de obligación eran proverbiales y por los
5 HenshaIl, 1beMyth (n. 3), p.l Y ss.
6 Ibidem, p.80 y ss.
87

El absolutismo (1550-1 mito"
que Francia tenía que soportar las mofas del rey de Prusia.7 Sin
embargo, Henshall no va más allá de un juego polémico con la
hipótesis de que en realidad la única mon3fquía europea verda­
deramente absoluta era Inglaterra; más hien utiliza la paradoja
para reducir el término en sí al absurdo: si un término que fue
desarrollado para caracterizar la situación continental en contras­
te con la inglesa se puede aplicar mejor a la situación insular que
a la continental, entonces el término en sí es inútil.
Pero dejemos a un lado ese cuarto criterio, que se dirige
sobre todo a los historiadores ingleses, y dediquémonos un mo­
mento a los primeros tres, que soportan la verdadera carga de la
prueba en el razonamiento de Henshall. Entonces se descubre
una buena cantidad de material de prueba revisionista interesan­
te y elaborado, esencialmente -esto es el método de Henshall­
en una comparación entre Francia e Inglaterra.
Según Henshall, en los siglos XVI y XVII ninguna de las
dos monarquías vulneraba los derechos de los súbditos de una
manera tan fundamental que de esto se desprendiera necesaria­
mente la imagen de un despotismo duradero. Ciertamente, bajo
los Estuardo, la monarquía inglesa había estado en el camino
cia él durante un tiempo, pero, como es hien sahido, este cami­
no le fue cortado oe manera definitiv:a Dor la Revolución oe los
<Ülü~ 40 ~iglG Xv Ü. 0ín en hanCla se
aún menos de despotismo; al contrario, allí la normalidad de la
relación entre la monarquía de la Edad Moderna y los súbditos
se caracterizaba por una protección amplia, por no decir total,
de los privilegios; aun más, la política de la corona no se había
guiado por la reducción de los privilegios, sino por su protec­
ción, incluso por su ampliación, y esto con buenas razones: sólo
por este camino, y no por el opuesto que habría intentado la ni­
velación de la comunidad de los súbditos, era posible hacer diri­
gible y gobernable una estructura tan grande y compleja como la
Francia de la Edad Moderna; cualquier otro camino rápidamente
la habría puesto fuera de juego en los terrenos de la financiación
de la corte, de la administración y del ejército, así como en la
conservación del orden público. y en efecto, de las intensas in­
7 Sobre todo en los apartados referentes a Francia en sus dos testamentos polí­
ticos de 1752 y 1768. [Hinrichs se refiere a Federico IIJ.
88
_{:.4d~(Js al absolutismo? Una a
vestigaciones de los últimos años, en su mayoría anglosajonas,
Henshall puede sacar innumerables argumentos que apoyan esta
tesis: todas ellas muestran la dimensión de la otorgación de pri­
vilegios individuales y sobre todo corporativos, por ejemplo en
el sistema de cargos e impuestos; dimensión que fue respetada,
incluso fomentada y utilizada por la monarquía francesa para su
estabilización interna. Y efectivamente: si se tiene presente que
muchas de las antiguas bonnes vil/es del rey en algún momento
habían conseguido el privilegio de la exención de impuestos Y
que por ello una parte considerable del tercer estado goZÓ de las
mismas ventajas fiscales que los dos estamentos superiores, tales
tesis resultan inmediatamente convincentes. 8 Es cierto, una Y otra
vez había intentos por part.e de la monarquía de cambiar esta si­
tuación en parte tradicional en parte recién creada, pero esto
ocurría sólo por razones fiscales, sin intención de cambiar la
constitución fundamental. Quien en la Francia de la monarquía
absoluta poseía un valioso privilegio, como mucho, y sólo si la
monarquía era lo suficientemente fuerte para ello, tenía que re­
adquirirlo con otro pago para seguir estando seguro de su disfru­
te.
En cuanto al segundo de los criterios enumerados por
HenshaIl, el cuadro es muy semejante: el absolutismo francés no
e~' <--.,~; ~~ nrr)ceso,s
de decisión ni a desprenderlos de su contexto existente, el oc
consulta y aprobación en acuerdo con las asambleas estamenta­
les existentes, las corporaciones privilegiadas, los tribunales Y las
otras instituciones de la "sociedad corporativa".9 Es cierto, tam­
bién en este terreno hubo intentos de reducción, sobre todo en
las épocas de Richelieu y Colbert, pero estos intentoS eran ex­
cepciones en marco de un sistema monárquico que normal­
mente aspiraba a "consenso y cooperación". Sin explicarlo de
manera metódica, lo que Henshall intenta aquÍ, en realidad es la
demostración de que la investigaci6n tradicional del absolutismo
en la formación de sus conceptos y categorías siempre se ha
guiado por los procesos excepcionales de la evolución histórica,
8 Referencias concretas en Picrre Gouhcn y Daniel Rache: Les Fran~ais et
l'Anden Régime, 2 vols, París 1984, 1, p.352 Y ss.
9 Henshall, The Myth, (n. 3), p. 35 y ss.
89
 El absolutismo mito?
pero no por los hechos cotidianos básicos que perduraban más
allá de las coyunturas temporales, en la "longue durée" [larga du­
ración] y -hasta la época de la crisis prerevolucionaria del Anti­
guo Régimen- eran capaces de rechazar los cambios, también y
justamente aquellos que hoy día llamaríamos "modernización",
de rebajarlos, de reducir su efecto a cero.
El tercer argumento de Henshall se encuentra en el mismo
plano: "Absolutism is (not) bureaucratic", sin duda el intento de
revisión más grande y provocativo, también para los lectores ale­
manes. Pues la idea de que el absolutismo europeo fue un paso
importante hacia la burocratización del estado institucionalizado
¡ moderno, constituye una de las visiones firmemente arraigadas al
menos en los historiadores del derecho, de la administración y de
! ten muchísimos trabajos que relativizan el paradigma del absolu­
r la constitución. IO Y sin vacilar Henshall ataca las suposiciones
I centrales de esa tradición científica, en este caso especialmente
respecto a Francia: en la Francia del Antiguo Régimen no existie­
ron instituciones, que de manera independiente de lealtades re­
gionales, locales o sociales, solamente habrían actuado al servicio
del interés del estado o del monarca; ni tampoco los reyes france­
ses pudieron formar un estrato social en ese sentido, como siem­
pre se había supuesto, por el reclutamiento de nuevos estratos
sociales, por ejemplo entre la burguesía. Al contrario, todo indica­
d se Se le:: y es­
pecialmente la historia de la venta de cargos mostraría qué gran
distancia del supuesto fin "burocrático" aceptaba la monarquía
francesa. Es cierto, también aquí bajo Richelieu, según Henshall el
único absolutista en la historia francesa,11 hubo intentos en la otra
dirección, pero, como ya se mostró en los otros ejemplos, consti­
tuyeron una excepcion que además no tuvo casi consecuencias.
¿Qué valen estos argumentos? Como ya se ha mencionado
! brevemente, Henshall no aporta sus tesis a la investigación mo­
t derna del absolutismo como si fuera un loco homicida en lo
10 Reflexiones más amplias sobre esta temática - aunque como casi toda la lite­
ratura alemana no tomadas en consideración por Henshall - en Ernst Hinrichs, Abso­
lute Monarchie und Bürokratíe. Bemerkungen über ihre 'Unvereínbarkeít' im franzQ­
5ischen Ancien Régime. En: ídem, Aneien Régíme und Revolution. Studien zur Verfas­
sungsgeschiehte Frankreichs zwischen ]589 und ] 789. Frankfurt/Main 1989, 81-98.
I
11 Henshall, The Myth (n. 3) p. 35 Y ss.
f
90
al absolutismo? Una a Nichola, rwn~...nn
científico, sino con un ensayo elaborado que se basa en un co­
nocimiento profundo de las nuevas investigaciones francesas y
anglosajonas desde los años sesenta. En otras palabras: casi to­
dos los detalles de su razonamiento ya eran conocidos y amplia­
mente reconocidos, sólo la conclusión que, según Henshall, hay
que extraer de ellos -la abolición del absolutismo como concep­
to de época general- no se ha establecido nunca con esta conse­
cuencia. 12
y también desde el punto de vista alemán, que Henshall
sólo refleja de una manera superficial, hay que estar de acuerdo
en muchos, casi en todos los puntos que conciernen a la mera
interpretación de los hechos. Ya que también entre nostros exis­
tismo para los distintos estados del Imperio, pero también para
Francia y otros estados europeos. En el marco de estas breves
consideraciones no puedo entrar en detalles, así que me he de
limitar a mencionar algunos nombres y direcciones de investiga­
ción. Como primeros hay que mencionar a Dietrich Gerhard y su
escuela. Ya en los años sesenta, Gerhard, que recogió muchas
ideas que ya se habían insinuado en los trabajos de Otto Hintze
y Otto Brunner, señaló bajo la palabra clave de "regionalismo" la
cantidad de fuerzas estamentales al nivel regional, pero también
corl t:X1L.() C()11Centró
poder en la Europa del Antiguo Régimen. Como prueba usó tan­
to las asambleas estamentales formalizadas que perduraron hasta
el final del antiguo Imperio alemán, como la curiosa función de
los nobles que tenían un cargo público y así tenían obligaciones
hacia su propio dominio y hacia el estado a la vez. l3 En el círcu­
lo de Gerhard y Vierhaus se ha investigado todo el inmenso
complejo histórico del "fenómeno estamental" en sus muchas fa­
cetas, y aunque en ello algunos modelos antiguos, más bien tec­
12 Sin embargo, hay que mencionar que, a pesar del hecho de que de mamen"
to el término "absolutismo" entra cada vez más en el lenguaje científico, como deno­
minación para toda un época ni en Francia ni menos en Inglaterra jamás ha tenido el
mísmo significado central que tuvo en Alemania.
13 Véanse los tres importantes volúmenes con una serie de ensayos programá­
ticos; Dietrich Gerhard, Alte und neue Welt in vergleíchender Geschiehtsbetrachtung.
Gotinga 1962; ídem; Gesamelte Aufsi:Uze. Gotinga 1976; ídem (ed.), Stiindische Vertre­
tungen in Europa im ]7. und ]8. Jahrhundert. Gotínga 1969.
91
El absolutismo 0550-170q}, ¿,un mito?
nocrático-jurídicos como aquello de un dualismo entre estado y
estamentos, se fueron por la borda, la imagen que ha resultado
hasta hoy en día no se caracteriza por una evaluación monista a
favor del estado principesco de la Edad Moderna, sino por la
idea de una cooperación intensa entre ambos elementos consti­
tucionales. 14
Partiendo de Gerhard, se podría -con la omisión de mu­
chos pasos intermedios~ dar un gran salto hacia nuestro presen­
te, hasta los trabajos de Wolfgang Neugebauer 1S y con ello justa­
mente hasta Prusia, aquel estado que había tenido que servir con
cierta plausibilidad como un ejemplo "absolutista" especialmente
representativo de entre los estados alemanes, Sin embargo, con
un afán de misionero y un conocimiento abrumador de la mate­
ria en el campo de la historia institucional y la historia de la edu­
cación, Neugebauer se esfuerza por mostrar que el "absolutismo"
en Prusia constituía un fenómeno sumamente superficial, es de­
cir, limitado a la cima del estado, mientras que en la estructura
profunda de la sociedad, naturalmente de manera especial en las
regiones de haciendas señoriales de explotación directa (Gutsbe­
zirke), dominadas por la nobleza al este del Elba, no se notaba
nada de él. De manera correspondiente, en su contribución al
presente volumen y sin tener un conocimiento detallado de la
LlfLl t. 1.':n",!
"'_~
lúdico-experimental, la suposición de que posiblemente en Pru­
sia hubo menos abolutismo de lo que se creyó, sólo que los his­
toriadores alemanes a lo mejor todavía no se han dado cuenta de
ello.
No se puede negar que -con el trasfondo de todos los ar­
gumentos que Henshall aduce para fundamentar su tesis y mu­
chas otras pruebas ulteriores- su razonamiento entero tiene algo
14 A este respecto es programatlca la descripción de Rudolf Vierhaus en el
marco de la Propy/den Geschichte Deutschlands: Staaten und Stande. Vom Westfali­
schen bis zum Hubertusburger Frieden 1648 bis 1763. Berlín 1984.
15 Wolfgang Neugebauer, Absolutistíscher Staat und Schulwirklichkeit in Bran­
denburg-Preussen. Berlín 1985, con un razonamiento que supera en mucho el tema
de las escuelas. Es también importante el pequeño libro de Neugebauer que mira ha­
cia la Europa centro-oriental: Standschaft a/s Verfassungsproblem. Die historiscben
Gnmdlagen standischer Partizipation in ostmitteleuropaischen Regionen. Goldbach
1995.
92
~~.___a l a~bsolutismo?
____ Una a Nicholas Henshall
de un ataque a un enemigo inexistente: se pretende que la cien­
cia todavía afirma que existió el absolutismo, y luego se derrum­
ha todo el edificio con argumentos que la ciencia ya había logra­
do hace tiempo ~una forma de presentación con la que uno se
encuentra frecuentemente en trabajos anglosajones y que tiene
su valor didáctico y parece legítima, mientras que los conceptos
y categorías científicos no han seguido la ampliación y los cam­
bios de los conocimientos y de la comprensión que mientras tan­
to han tenido lugar en la ciencia. Y efectivamente, en el caso del
absolutismo esto no ha ocurrido, como he señalado brevemente
arriba. En las aclaraciones didácticas a los últimos planes de en­
señanza secundaria del land Renania del Norte-Westfalia, con
elegante atrevimiento incluso se habla del "alto absolutismo",16
una fase anterior al derrumbamiento del Antiguo Régimen, la
cual, por última vez, combinaba, hasta cierto punto, las fuerzas
de lo antiguo en toda su intensidad. Pero no queda claro a qué
época se refiere: ¿la Francia de Luis XIV? ¿la época de la "monar­
quía administrativa" bajo Luis XV? ¿la Francia de Luis XVI? ¿o in­
cluso la Prusia del absolutismo ilustrado?
E incluso respecto a los logros de las monarquías absolutas
para el proceso de burocratización de la Edad Moderna existen
argumentos a favor de una visión relativizante en el sentido de
L,
nas, El propio Max Weber indica el camino con sus capItuloS so­
bre el estado estamental y el patrimonialismo en "Economía y
Sociedad"17: con su ayuda, los procesos de burocratización y
centralización que caracterizaban la monarquía francesa del siglo
XVIII se pueden entender como antimodernos o modernos sólo
en apariencia,18 que no indicaban el camino hada el estado insti­
tucionalizado moderno, justamente porque la monarquía retenía
conscientemente la estructura legitimadora del derecho divino y
16 Kultusministerium des ¡.andes Nordrhein-Westfalen (Hg.) [Ministerio de Cul­
tura del land Rhenania del Norte-Westfalía (eJ.)], Richtlinien und Lehrplane jür das
Gymnasium-Sekundarstuje 1 in Nordrhein- Westfalen: Geschíchte. Düsseldorf 1993,
pp. 93 y ss.
17 Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de Sociología Comprensiva. 2a
ed., México D.F., Fondo de Cultura Económica 1964.
IR Sobre ello véase, Ernst Hinrichs, Absolute Monarchie und Bürokratíe
(n. 11).
93
El absolutismo ( 1550-1700), ¿un mito'?
-~~-- ___, _ _ _ _ _ ~- --~ .-, ___o ­
no quiso ni pudo aceptar una burocracia verdaderamente autó­
noma e independiente. Un intendente francés del siglo XVIII,
una institución modelo del nuevo tipo burocrático según las in­
vestigaciones antiguas, era una figura débil en cuanto a su legiti­
mación, ya que dependía por completo del rey -como un sir­
viente patrimonial. Mientras que la monarquía fue fuerte y su
fuerza legitimadora fue suficiente para apoyarlo, el intendente se
podía desarrollar bien, de manera efectiva, y en su provincia po­
día conseguir por un tiempo !a plenitud de poderes y también el
prestigio de un virrey. En cuanto dejó de ser así, como en la cri­
sis del Antiguo Régimen y sobre todo en las primeras semanas
de la Revolución, todo el esplendor se acabó: no es sorprenden­
te que los intendentes se encontraran entre las primeras víctimas
de la Revolución, en un momento en el que la época de la mo­
narquía todavía no se había acabado de ninguna manera. No es
de extrañar, pues, que investigadores americanos, con todo el
grupo de intendentes franceses en la mente, o si se prefiere, en
el ordenador, hayan comprobado que esos personajes que tenían
poca seguridad legitimadora estaban mucho más ligados de lo
que hasta entonces se había creído a las élites regionales y loca­
les de su distrito, y que este proceso de integración regional de
una institución del estado central no se redujo sino que se acre-
e1 )(\,7I=~ 10
En la investigación alemana sobre el absolutismo, en realí­
dad siempre se tenía la idea, incluso en aquellos representantes
que más destacaban el papel del estado, de que el absolutismo
en forma pura, más que una realidad constitucional era un pro­
grama de los príncipes, una concepción teórÍCa de los juristas y
los filósofos y, como mucho, de los ministros. Pero en la tradi­
ción alemana, esta idea normalmente fue expresada de forma
negativa y teleológica, bajo el lema: en realidad se debía haber
logrado más, pero las circunstancias no lo permitieron. Esto llega
hasta la fórmula de la conservación de muchos elementos "no­
absolutistas dentro del absolutismo",2o que es más bien defensiva
en el sentido de que retiene el modelo de partida y por eso es
19Ibíd., p.89 y ss.
20 Gerhard Oestreich, Strukturprobleme des europaischen Absolutismus. En:
ídem:, tfé!ist und Cestall deslrnhmodernen Staates. Berlín 1969, 179-197 , p.183.
94
~_~A{!!os al q,hsolutismo? Una Eespue.~~a a Nicho/as Hen.,hall
poco satisfactoria. En cambio, la investigación anglosajona, y re­
cientemente también la francesa, subrayo el comportamiento fle­
xible, sumamente dúctil de los monarcas llamados "absolutos" ­
el mantenimiento del absolutismo como pretensión de derecho y
poder por un lado, la adaptación a las circunstancias por el otro
-como si hubiera sido la esencia una conditio sine qua non de la
existencia política de los principados en la Edad Moderna. 21 Sólo
de paso quisiera recalcar que esta diferencia muy relevante entre
las interpretaciones alemana y anglosajona tiene que ver también
con la integración de la historia social y económica en la historia
política en general. Porque los ámbitos, en los que justamente en
y para Francia se detectaron múltiples restricciones de la libertad
"absolutista" de acción del rey francés, eran naturalmente los de
la historia financiera y económica: el rey francés podía portarse
tan absolutistamente como quisiera, pero para la financiación de
su costosa política exterior y de la corte dependía de expédíents
continuados, yeso quería decir de una negociación continuada
con los estratos sociales adinerados de su país. 22
Aquí parece que se llega al punto donde se ve que de las
provocaciones de Henshall se puede sacar mucho provecho.
Creo que el renunciar al concepto global de absolutismo como
concepto para designar una época y como concepto para carac­
ter!Z2.r Uf: c:istern2 ~0S~ ()1 ~f~ f1() ?
renunciar a caracterizar monarquías particulares de la Edad Mo­
derna como "absolutas"- allanaría el camino, en diferentes nive­
les, hacia conocimientos y comprensiones nuevas o renovadas, y
con ello también posibilitaría una visión renovada de la historia
política de la Edad Moderna. El absolutismo como constructo
abstracto de los historiadores sometió la realidad de las naciones
europeas de la Edad Moderna a la uniformidad de un a priori
epistemológico, la cual, como muestran las investigaciones más
recientes, no existía en esa realidad. Esto es válido para los con­
cernidos, en ambos lados, por el paradigma del absolutismo: pa­
21 La mayoría de Jos títulos importantes se espigan en los cap. 1-5 de Henshall,
The Myth (n. 3). Véase además recientemente el título programático de la colección
de ensayos de Richard Bonney, The Limits 01 Absolutism in aneien régime France. A1­
dersho( 1995.
22 A este respecto, ya es programático el trabajo de James Collins, Fiscal Límits
01 Absolutism: Direct Taxation in Early Sevetlleenth-Century France. Berkeley, 1988.
95
El absolutis11}O mito? _ _ ~_~__
ra los gobernantes tanto como para los gobernados, sobre cuya
existencia histórica, no registrada por el paradigma, nos infonna la
reciente historia constitucional, social y económica. La veracidad
de tal afirmación no se puede probar en el marco de un breve en­
sayo, como tampoco se puede complementar la propuesta de re­
nunciar al concepto con una propuesta de una nueva denomina­
ción para designar una época : si nos decidimos a abandonar un
concepto para una época introducido hace mucho y en toda su
amplitud, necesariamente ha de aparecer una nueva confusión, al
menos por un tiempo.23 En cambio, sí es posible mencionar unos
planteamientos de cuestiones y contextos que conciernen a la mo­
narquía de la Edad Moderna, la más afectada por tal revisión. ¿No
pierde la imagen de aquélla sus contornos, con esta revisión, si en
el futuro no hablamos ya más de "absolutismo"?
La renuncia al concepto de absolutismo no priva a la monar­
quía de la Edad Moderna de su claro perfil histórico, como se po­
dría suponer, sino justamente ayuda a que éste aparezca de verdad,
si bien con claras gradaciones según el tamaño, la situación geográ­
fica y el peso internacional de cada país considerado. Como prueba,
voy a entrar en tres puntos que me parecen centrales, y en ello voy
a hablar ante todo sobre Francia, según el lema de Henshall de que,
Fí':ll1Cl;;. 1,0 De en
1. "La primacía de la política exterior"
Si seguimos los intereses cognitivos propios del concepto
23 El intento cuidadoso de Duchhardt de lanzar el concepto de "barroco", para
designar una época - Duchhardt, Absolutismus (n. 2), p.S y ss. -, tiene el mérito de
abrir una perspectiva que ofrecería un enlace temporal con la "monarquía renacentis­
ta'·. Seguramente seguirá siendo útil para el conocimiento el usar términos de la his­
toria del arte en conexión con los sistemas políticos de la Edad Moderna. Sin embar­
go, debe quedar por ver si sirven como términos de época generales, dado el proble­
ma de su respectiva extensión. A este respecto, "barroco" es aún más problemático
que "renacimiento". A pesar de tendencias recientes en la investigación que trasladan
el concepto de barroco también a la literatura francesa, el concepto parece en suma
más bien problemático para Francia, así que su aplicación a la política justamente
marginarla un país que en la discusión del absolutismo tal vez haya tenido una posi­
ción demasiado céntrica a veces, el cual, sin embargo, seguirá siendo un peso pesa­
do por su posición hegemónica después de 1648.
96
____~dios al absolutismo? Una respuesta a Nicholq..'> Henshall
historiográfico del absolutismo, un gobernante absoluto estaría
ocupado por completo por los asuntos de la política interior. Se
trataba de liberar su poder de la intelvención feudal o estamen­
tal, de concentrar la autoridad en manos de uno, de reclutar un
aparato leal de funcionarios para controlar la comunidad de los
súbditos, antaño inclinada a disturbios y revueltas. Ya se ve en
los tres criterios de Henshall -despótico, autocrático, burocrático:
cada uno de ellos se refiere a la relación de un gobernante con
sus súbditos y a la maner.a en la que se organizaba y se ejercía el
poder en el ámbito territorial de su estado. Pues bien, si observa­
mos el caso clásico de dominio absoluto en Europa -el de Luis
XIV-, hemos de comprobar rápidamente que las cuestiones in­
ternas sólo desempeñaron un papel secundario o al menos deri­
vado, tanto en la autointerpretación como en la imagen que da­
ba de sí. Y el ejemplo de Luis XIV incluso se puede generalizar:
los monarcas absolutos del siglo XVII, también o justamente por­
que crearon su propia imagen, en la gran mayoría de los casos
no eran políticos dedicados a la política interior, sino a la exte­
rior, mejor sería tal vez decir: políticos del poder, es decir, que
todo su pensamiento y comportamiento se dirigían no hacia la
construcción del mayor dominio posible en el interior, sino hacia
la máxima importancia posible de su país (y corte) así como de
"1) dinastía en <:>1 exterior y In" ''l~x;rn{)C ~x¡i0<: n0sihlc" en
la lucha europea entre potencias. No se puede negar que para lo­
grar ese fin hayan estado interesados también en la tranquilidad
en el interior y hayan intentado procurarla, pero se trataba de
aquello que he llamado un interés derivado. Este interés también
era derivado cuando los príncipes de la Edad Moderna -con el
fin de aumentar su poder en el exterior, con la guerra o con la
diplomacia- movilizaron los recursos internos y de esta manera
aumentaron la presión del poder de manera considerable. En
OtldS palabras: la imagen que tenían de sí mismos y la teoría del
estado de los soberanos estuvieron determinados por y para el
exterior; la influencia intema de un monarca, al menos del estilo de
Luis XIV, fue mucho más una variable subordinada a su influencia
hacia el exterior que no vice versa, el dominar en el interior no era
un fm en sí, sino que se dio en aras de los fines exteriores: gloria,
ganancias territoriales, conservación de una posición en el sistema
de las potencias, obtención de una hegemonía, etcétera.
97
 /<.1 absolu!i~-mo (1550-1700),~un mito?
Una de las pruebas mejores a la· vez que más famosas para
esta hipótesis es la revocación del edicto de Nantes por Luis XIV
en el año 1685. Difícilmente hubo otro acontecimiento político
en la Europa de la Edad Moderna que marcó tanto la visión de la
monarquía absoluta. Los estados protestantes alemanes, Inglate­
rra, los Países Bajos, todos tomaron la revocación y toda la políti­
ca respecto a los protestantes dél Roi Soleil [Rey Sol] que había
precedido a este acto como prueba de que Luis XIV era el ar­
chiabsolutista, incluso un déspota y tirano. Cualesquiera que ha­
yan sido los efectos de la revocación, por poco que haya valido
la pena para el rey, cualesquiera que fuesen los errores que pu­
I do haber cometido -en ningún caso se trató de una decisión mal
pensada, emocional y espontánea del rey, originada sólo por su
indignación por la disidencia religiosa de los hugonotes. Al con­
I trario, fue exactamente calculada, no sólo hacia el interior, sino
también hacia el exterior. En cuanto a las reacciones en Francia,
Luis no tenía que preocuparse mucho, ya que esa acción no fue
~
para nada impopular en la Francia católica, todo lo contrario. 24
Fuera de duda está también el hecho de que, desde su primera
juventud, Luis XIV deseaba sin reservas la persecución y la "ex­
tinción" de la herejía por convicciones religiosas. 25 Pero en lo
I
!;
que a la fecha y a los distintos contenidos del edicto se refiere,
f el tuv" su el rey evaluó mal la
dureza de las reacciones en Alemania, los Países Bajos o Inglate­
rra, porque, de no ser así, a lo mejor habría pensado más en la
conservación de su imagen en los países protestantes y habría
procedido con más cautela. Pero el destinatario del mensaje no
era la Europa protestante. Era la Europa católica -la Curia, con la
que había tenido un conflicto durísimo por la famosa cuestión de
las regalías, el Emperador que, después de la victoria sobre los
turcos y como señor en Austria estaba a punto de convertirse en
el poder católico hegemónico en el continente, y también la corte
i
b
española y las élites españolas, a las que Luis tenía que cortejar a
I causa del previsible problema de la sucesión. 26 A todos ellos ha-
~
~ tancia del argumento de la política de poder.
~ 24 Pierre Gouben, Louis XIVet víngt millions de Franfais. París 1966, p. 196.
ff 25 En contraste con la tesis "exterior'", esto es subrayado con fuerza por
t Fran¡;ois Bluche, Louis XIV. París 1986, p. 604 y ss.
~
26 Emmanuel Le Roy Ladurie, L'Anejen Régime. 2 vals. París 1991, 1: L'Absolu­
J
k
tisme en vraie grandeur, p. 291-310, especialmente p. 292, nota a pie, y p. 306.
98
al absolutismo? Una a Nicho/as Henshafl
bía que hacerles ver con claridad que nadie en Europa podía pre­
tender que existiera un monarca más ortodoxo que el rey francés.
Por cierto, en ningún lugar aparte de Francia el principado y
la realeza de la Edad Moderna estuvieron marcados de manera tan
clara por la política exterior y de poder como en Brandenburgo­
Prusia. Casi todos los logros, que desde Otto Hintze y otros son
ofrecidos como característicos del absolutismo de Brandenbur­
go-Prusia, pueden presentarse sin dificultades como motivados por
la política militar y, por lo tanto, por la política exterior, y esto en la
época en la que debe comenzar un análisis del proceso de forma­
ción del estado prusiano: bajo el Gran Elector (1640-1688). Justa­
mente, si se observa la manera de actuar sumamente pragmática de
ese príncipe en sus conflictos con los 'estamentos de sus estados,
conflictos en cuyo transcurso se desarrolló la doble estructura cons­
titucional que en el futuro marcaría el reino de Prusia -la cima del
estado fuerte y una amplia estructura de dominio noble-estamental
igualmente fuerte-, se ve que el fin de su actuación política no era
el dominio por sí mismo en el sentido del paradigma del absolutis­
mo, sino la conservación y expansión estatal del frágil conglomera­
do de países unido en unión personal bajo un cetro, desde el du­
cado de Prusia en el este hasta el ducado de Cléveris en el oeste.
Con un concepto de poder que aspif'.aba a la subordinación de los
estarnentos no se lleg2.f si CE con (CjnJ­
portamiento que justamente mostraba hacia el exterior una y otra
vez que la política de ese estado se había de medir con los mismos
patrones conceptuales que estaban al alza en toda Europa en el
glo XVII: la razón de estado, el interés de los estados, predominio,
gloria, pero ante todo soberanía, maiestas -este concepto constitu­
cional clave de la época, que primero, en el siglo XVI tardío de Bo­
din, había tenido un significado interior y uno exterior, de los cua­
les, sin embargo, después de las guerras civiles religiosas desde el
siglo XVII, sobre todo, el significado exterior mantenía su relevan­
cia político-conceptual. Sólo hay que leer a Pufendorf o también
los testamentos políticos de algunos príncipes para captar la impor­
2. Poderes grandes, medianos y pequeños.
Del trasfondo de esa orientación principal de las grandes
99
El absoll!!~YI'lC!.JJ 550- J 70(J),[!trl mito?
monarquías europeas hacia la política exterior y expansionista
desde el siglo XVII, sobresale, sin embargo, una diferenciación
de suma importancia, la cual tampoco se ve cuando se trabaja
con un modelo de absolutismo uniforme para toda Europa: la
ferenciación entre estados grandes, medianos y pequeños. De
vez en cuando se ha subrayado en la investigación del absolutis­
mo que, a fin de cuentas, no fueron los estados grandes como
Francia, España o Austria, ni tampoco no muy grande, pero sí
muy extenso electorado de Brandenburgo-Prusia, sino los esta­
dos pequeños o, como mucho, los medianos los que más se
acercaron a la realización del absolutismo en el sentido del para­
digma. Este punto de vista desgraciadamente no tiene importan­
cia para Henshall presumiblemente ante todo porque el énfasis
de su argumentación concierne al siglo XVII y, de todas formas,
considera básicamente Francia y -como contraste- Inglaterra. Sin
embargo, aparte de algunas excepciones -la Baviera de Maximi­
liano 1, la Sajonia-Gotha de Ernesto el Sabio, Brunswick-Wolfen­
büttel en la época de Julio 1 y sus sucesores, Oldenburgo de
Aman Günther-, la significación de las creaciones "logradas" de
estados absolutistas, pequeñas o medianas, aparece más bien en
el siglo XVIII, o sea en la época del absolutismo ilustrado. Sólo
aludo a Dinamarca, como lo describió Kersten Krüger,27 pero
~ 12 1-- .C: ~ :"t: :
burgo, Hesse-Darmstadt o Hesse-Kassel. Independientemente de
cómo valoremos la situación en estos estados en relación con la
discusión sobre el absolutismo -no puede haber duda de que los
logros que se consideran característicos del absolutismo son más
fácilmente detectables allí que en otras partes, porque aquellos
estados eran más controlables, pero solamente si y mientras que
renunciaran a ejercer una política de expansión europea. 28 Sin
embargo, se plantea la cuestión de si "absolutismo" es realmente
denominación adecuada para esos poderes- no sólo porque
también allí, y justamente allí, los estamentos muchas veces con­
servaron una función esencial, sino también porque el concepto
se desarrolló a partir del modelo de Francia, y, a pesar de todas
27 Kersten KfÜger, Absolutismus in Danemark- Ein Model! für BegriffsbiÍdung
und Typologíe. En: Hinrichs, Absolutismus (n. n, 65·94.
28 Véase Vierhaus, Staaten und Slande (n. 15), p. 309 Y ss.
100
__ ~'~~io~al absolutismCJj Una, a Nicholas Henshall
imitaciones de Versalles y de la poderosa irradiación de la
cultura francesa en Alemania, no había mucha similitud "estruc­
tural" entre el gigantesco poder de Francia y un pequeño domi­
nio alemán. Pero más importante que la búsqueda de un con­
cepto nuevo, que abarque todo, parece también aquí el hecho
de que la renuncia al concepto antiguo posibilita resaltar más
claramente todo lo que daba su sello a estos pequeños estados
con su ubicación en el marco de la historia alemana y europea.
3. Una visión nueva de la política interior
La revisión de nuestras antiguas ideas sobre el absolutismo
posibilita una comprensión nueva de ·las funcionalidades de las
monarquías de la Edad Moderna no sólo en el campo de la polí­
tica exterior y de expansión. También en la "política interior" se
puede aprovechar. Esto me gustaría probarlo con ejemplos de un
contexto histórico que tiene una significación sin igual en la his­
toria de la investigación del absolutismo -el nacimiento de la
monarquía absoluta después de las turbulencias de las guerras
civiles religiosas del siglo XVI tardío en Francia. Aproximada­
mente cien años antes de Luis XIV, desde el comienzo de esas
guerras y desde la crisis de la dinastía Valois, cuando un proceso
.se<'~.J C:..·r:li_~i( 1- ~:~. er"'" ·:_~~_!:-c·
dicho por poco tiempo, para la monarquía francesa la política real­
mente y durante varias décadas significó sobre todo, y muchas
veces exclusivamente, la mirada hacia el interior: la lucha de los
partidos, el equilibrio, la reconciliación, la pacificación, la exclu­
sión de la religión como fuerza que influenciaba la política exce­
sivamente, al final también la represión de la tendencia a la vio­
lencia de los súbditos franceses de ambas confesiones, que había
sido controlada de forma ritual, y la disciplinización de toda la
comunidad de los súbditos en pos de una vida más grata a Dios
y a la vez al servicio de la tranquilidad y el orden público. 29 Co­
29 Véanse sobre todo todos los trabajos dedicados al siglo XVI y al temprano
siglo XVII por Denis Richet, que en los últimos años de su vida investigó esta cues­
tión sin cesar. Véase su colección de ensayos: De la Réforme ¿¡ la Révolution. Etudes
sur la France modene, París 1991. El estudio más importante de los que han salído de
la escuela de Rlchet es el de Denis Crouzet: Les Gu.errlers de Dieu. la violence au
lemps des Iroubles de religion. Vers 1525- vers 1610. 2 vols., París 1990.
101
El absolutis111:~ C¿'¿5!}-} 701}!.L ¿un.mito?
mo sabemos desde hace tiempo, las ideas del estado moderno,
neutro confesionalmente, guiado por la tolerancia, nacieron de
todo ello. El régimen de Enrique IV ocupa una posición clave en
esta interpretación; no sólo puede presumir de la gloria de haber
sido el primer monarca europeo en realizar la tolerancia religio­
sa, sino también de haber sido el primer monarca verdaderamen­
te absoluto en el trono de la flor de lís.
De hecho, esto está fuera de toda duda: como Luis XIV, Enri­
que IV desempeñó el papel de un monarca que actuaba libremen­
te, que en sus decisiones no respondía ante nadie más que a Dios,
autolíberado de las ataduras de las influencias feudales, un monar­
ca absoluto y soberano. Y desempeñó este papel con toda el vir­
tuosismo de un político que ha ganado su autoestima por logros
propios, conseguidos a duras penas. 30 Pero no construyó un siste­
ma de absolutismo, como tampoco lo hizo su nieto medio siglo
después. La obediencia duradera en su país seguramente la consi­
guió también porque desarrolló y aplicó una técnica de gobierno
elaborada que aspiraba a la integración de los señores, los funcio­
narios o las corporaciones desobedientes. 31 Sin embargo, en cuan­
to a la comunidad de los súbditos en su totalídad, este proceso de
disciplinización trascurrió de una manera completamente diferen­
te, en un sentido opuesto a la "formación del estado confesional-
mente y SdS sucesores tuvieron éxü:o
gieron la necesidad de relaciones religiosas y de indoctrinación de
gran parte de la población, alejándola de las peleas confesionales
del pasado hacia un misterio nuevo, por encima de las confesio­
nes religiosas, hacia el misterio de la monarquía y con ello hacia
algo situado inmediatamente por debajo de Dios, algo que no se­
paraba sino que unía a los hombres. Esto no era un procedimien­
to nuevo sino que ya había sido practicado antes y en otras partes.
No obstante, el eíemplo francés de interpretación religiosa del po­
der sobresale por la consecuencia y masividad con las que se pro­
pagó la fundamentación religiosa del poder monárquico -en cone­
30 Véase Ernst Hinrichs, Heinrich IV. En: Peter e Hartmann (edJ, Franz6sische
K6nige und Kaiser der Neuzeít. Von LudWig XIi bis Napoleon iJJ. 1498-1870. Múnich
1994, 143-170
31 Véase sobre ello Ernst Hinrichs, Fürstenlehre und politisches Handeln im
Frankreich Heínrichs IV. Untersuchungen über die potítíschen Denk- und Handlungs­
formen im Spiithumanismus. Gotínga 1969, sobre todo pp. 213 Y ss.
102
al absolutismo? Una respuesta a Níc:.h..olas 1!ens'!all
xión con la sacralización de la monarquía francesa y la dinastía de
los Capetos como una realización terrena de Dios, vista por Él
desde siempre con una benevolencia especial.
Esto ya empezó en la segunda mitad del reinado de Enri­
que IV y se intensificó después de la muerte del que había sido
primero hugonote y después un rey muy católico. La formación
de leyendas alrededor de su persona, fomentada por la corte en
conexión con el misterio de la monarquía y la tradición dinástica
ininterrumpida -por ende manifiestamente grata a Dios- de los
Capetas, los Valois y los Borbones, que en realidad hizo de este
rey lo que iba a ser -le bon rqy Henri-, probablemente contribu­
yó mucho más a la estabilización interna de Francia que todos
los medios de gobierno directos y todo el dinero que se gastó.
En otras palabras: si el éxito de Enrique IV hasta ahora siempre
se ha destacado principalmente como el éxito del rey absoluto
que se alza por encima de los partidos, que apuesta por el esta­
do confesionalmente neutro y que desprecia a los representantes
nobles y feudales de espíritu partidista, entonces seguramente se
encuentran muchas pruebas de ello en la manera en la que el
primer Borbón se autopresentó, material que, sin embargo, no
podemos aceptar como fidedigno. En el repertorio de ese rey se
encuentran todas las variantes de un hábil comportamiento polí­
trco frente z: SllS e~ t!~_~ 8r~/,:\ cc~~
preferencia por el soborno y la distribución masiva de privile­
gios, efectivos a largo plazo: de esto no podía surgir el absolutis­
mo, pero sí el retorno a la legalidad, a la tranquilidad y el orden
y, en un plazo más largo, el que los súbditos se acostumbraran a
tener algo nuevo en común, algo que de vez en cuando ya se
llamaba La grandeur de la France, pero sobre todo La grandeur
et la maiesté des roys de France. Este medio, el de dirigir los súb­
ditos hacia la grandeza mitificada de la propia monarquía y di­
nastía, que, alrededor de 1600, en algunos casos ya estaba bas­
tante ligado a una fuerte dosis de sentimiento nacional, es, según
la investigación reciente, responsable del proceso de estabiliza­
ción de Francia en el siglo XVII, de una manera mucho más efec­
tiva que no la técnica de gobierno de la monarquía absoluta. 32 Y
con esto se imponen todos los planteamientos y métodos de la
32 Crouzet, Guerrier.s de Díeu (n. 29) ,11, pp.623 Y ss.
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~'l~bsolut_ismo(1550-1700),¿un mito?
ciencia, con cuya ayuda podemos investigar el funcionamiento
del "gobierno de uno", o sea, la cuestión histórico-antropológica,
cómo era posible que 17 milliones de personas obedecieran -de
buena gana al fin y al cabo- a uno solo: la literatura y la icono­
grafía de la monarquía, la imagología y la propaganda del miste­
rio de la monarquía. El libro de Peter Burke sobre Luis XIV,33
problemático en algunos puntos pero muy bello en su plantea­
miento y documentación, en inglés lleva el título muy acertado
de "The Fabrication of Luis XIV", Y con ello muestra exactamente
lo que es importante: el rey se fabrica verdaderamente, y en este
proceso de fabrk:ación se utilizan fragmentos que por un lado
provienen de las tradiciones antigua, medieval y moderna de la
monarquía europea, por otro lado de las tradiciones de la propia
dinastía.
El Luis XIV de Peter Burke es un rey "hecho" en el interior
como en el exterior con todo el refinamiento del arte, de la lite­
ratura y de la publicística contemporáneos. Puede que sea tam­
bién un rey absoluto, pero este tema apenas es tratado por Bur­
ke. No obstante, en el libro de Burke falta toda reflexión en este
contexto ,sobre la cuestión que probablemente sea la más difícil:
¿cómo fue recibido lo que los fabricantes del rey producían año
tras año con tanta plenitud y con la más fina sensibilidad por los
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obediencia, incluso veneración, pero también -el caso de los crí­
ticos intelectuales, como los protestantes o los jansenitas- escar­
nio y mofa? Y yo creo que el investigar esto será nuestra tarea
más importante en el futuro, si es que queremos renunciar a se­
guir usando la concepción del "absolutismo", la que siempre su­
gería un poco que el estado de la Edad Moderna a partir de cier­
to momento en el siglo XVII en realidad funcionaba de la misma
manera a la que estamos acostumbrados en el presente.
4. Nuevas sendas en la historia política de la Edad Moderna
Con esto, la pregunta inicial: ¿qué ha pasado con el absolu­
tismo? nos lleva a otra, más importante: ¿qué rasgos tendría una
33 Peter Burke, Ludwig XlV, Die In.<;zeniernng des Sonnenk6nigs. Berlín 1993.
lEn traducción española: Peter Burke, La fabricaCión de Luis XIV, Madrid, 1995].
104
al absolutismo? Una a Nicholas Henshall
historia política actualizada de la Edad Moderna con una pers­
pectiva comparativa europea? Vaya presentar la conclusión de
este ensayo, únicamente como una serie de afirmaciones o pos­
tulados, pero sin poder argumentarlos, con la esperanza de que
resulten lógicos por todo lo que ya se ha dicho.
En la Europa de la Edad Moderna, no estamos ante un sis­
tema político dominante en todos los paises por igual, como si
se hubiera impuesto a casi todos los estados de Europa cubrien­
do todo el territorio, y que en todas partes funcionara según los
mismos principios. Las monarquías europeas toman una buena
parte de su legitimación del fondo de la tradición latino-cristiana
común, que fue en buena parte cambiada y modificada, pero no
cuestionada por la Reforma en el siglo XVI. Pero no se puede
contestar de una manera uniforme, que fuera válida en todas
partes, como lo sugiere el concepto de absolutismo, la pregunta
de cómo aquellas monarquías lograron erigir el dominio en su
respectivo territorio -o sea conseguir la obediencia- y cómo lo­
graron llevar a cabo cambios, es decir reformas, cuando fuera
necesario. Sin duda, a lo largo de la Edad Moderna, crecieron
unas estructuras, que a posteriori debemos categorizar como
apuntando en la misma dirección, la de la prehistoria del estado
moderno. Quien lo niega, cosa a la que Nicholas Henshall es
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caizante, de la que no se originan conocimientos históricos nue­
vos. Pero el descubrir tales estructuras, por ejemplo en forma de
instituciones nuevas, no nos permite suponer que entonces fun­
cionaron de la misma manera de la que hoy creemos que debe­
rían haber funcionado. No sólo es importante el que tales
instituciones hayan nacido, sino también la pregunta sobre cómo se
manejaron, se instrumentalizaron, se hicieron útiles, y esto por to­
dos los implicados, no sólo por los reyes o ministros, sino también
por las familias, clanes, grupos, estatamentos, élítes, en suma, no só­
lo por los "gobemantes", sino también por los "gobernados".34
En general, a la vista de tal situación en la ciencia, la inves­
tigación de las élites -entendidas en el sentido sociológico- ad­
34 Véanse sobre todo los brillantes comentarios de Pierre Goubert sobre la re­
lación entre estado y sociedad en la Francia del Antiguo Régimen en: idem/Roche,
Les Franrais el ¡'Anden Régime (n, 8), 1, p. 225-290.
105
El ahsolutismo ( 1550-1700 J, ¿'1m míto~ ¿!!c!ÜJS al ahsolutismo? Una a Nícholas_ Henshall

quiere ele nuevo una gran importancia. Mientras que dominaba la y su alto grado de pragmatismo y flexibilidad por ello tanto más
idea de que el logro principal del absolutismo era la nivelación notable,
de la comunidad de los súbditos, este aspecto se podía dejar de ¿Pero qué hacemos en los manuales y los libros de texto
un lado; pero cuando está claro que, por ejemplo, la otorgación con Luis XIV, si no había absolutismo? Hagamos lo que sobre to­
de privilegios, incluso en grado extremo, formaha parte del siste­ do los historiadores anglosajones, con su maravilloso pragmatis­
ma, directamente se plantea la cuestión decisiva: ¿quién obtenía mo, ya están haciendo hace tiempo: observemos detenidamente,
privilegios, por qué y bajo qué condiciones? Entonces ya no se busquemos fuentes nuevas, pero leamos las antiguas de nuevo y
trata de absolutismo, pero sí de la monarquía que pretendía ser dejemos disfrutar <1 este rey y a todos los demás de la nueva li­
absoluta y del precio a pagar por su disposición de bajar del pe­ bertad que conlleva el fin de este "ismo", En este sentido, pues,
destal de la pretensión para diseñar una política común, Y pro­ ¡descansa en paz, absolutismo!
bablemente ya muy temprano, alrededor de 1650, finalizada la
confesionalización, se trata de la cuestión de si el gobernador y
los gobernados no se podían encontrar en algo común, en el es­
plendor de la monarquía, del que el camino al esplendor de la
nación ya no era muy largo. Está fuera de duda que esto, por
ejemplo en lo que a Francia se refiere, no era una oferta adecua­
da para todos los súbditos y que, por lo tanto, la "oposición" era
una característica estructural y duradera de la época de Luis XIV
y lo seguiría siendo y, Pero también está fuera de duda que, en
comparación con la época anterior, con ello se alcanzaba una
mayor tranquilidad y de vez en cuando incluso más esplendor.
De modo que la discusión sobre el absolutismo proporcio­
;'~~, dl1d f;Ut'Va los SiSlcfl1aS
ticos de la Edad Moderna, especialmente sobre aquel que domi­
naba en muchas partes -la monarquía. Porque algo está claro: si
negamos la existencia del absolutismo como sistema político glo­
bal que marcaba la época, esto no significa que neguemos tam­
bién la suma importancia de la monarquía de la Edad Moderna
en la historia constitucional. Al contrario: en cierto modo, la libe­
ración del paradigma del absolutismo puede contrihuir a soltar la
monarquía de la Edad Moderna de las ataduras que indudable­
mente llevaba puestas bajo el paradigma del absolutismo. La mo­
narquía de Francia, y especialmente también Luis XIV, ofrecen
las mejores pruebas de ello: su autointerpretación, dirigida al
ideario de una "monarquía absoluta", es inequívoca e indudable,

35 Sobre ello, en un soberano resumen de todos los estudios partícularcs: De­

oís Richet, La France moderne: ['esprit des instítution'" París 1973, especialmenre
pp,127 y ss,

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