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Dentro de la máquina del desastre.

Apenas dos años después de que


estalló en Wall Street la gran crisis financiera de 2008, con su saldo de
millones de despidos laborales, bancarrotas y colapsos inmobiliarios, y
su enorme repercusión internacional, el estadunidense Charles
Ferguson propuso en su estupendo documentalInside job (2010) un
análisis implacable de lo que había sucedido. Aprovechando la
desregularización de de los servicios financieros en Estados Unidos, en
los años 80 y 90, durante los gobiernos de Ronald Reagan y Bill Clinton,
se propició una frenética especulación inmobiliaria en la que algunos
bancos y otras instituciones crediticias defraudaron deliberadamente a
inversionistas incautos facilitándoles hipotecas que jamás podrían
solventar, pero que se transformarían en un capital fantasma
(presentado como valor real) contra el cual los especuladores
apostaban, convencidos de que a la postre sus ganancias se
acrecentarían al producirse la quiebra inevitable.
Un año después, una formidable película de ficción, El precio de la
codicia (Margin call, 2011), de J.C. Chandor, abundaría sobre esa
devastadora fiebre especuladora, tolerada por gobiernos incapaces de
controlarla, y, sobre todo, judicialmente impune. Si el documental de
Ferguson mostraba el caso islandés como un sorprendente modelo de
rendición de cuentas, en el caso estadunidense la inmensa masa de
especuladores quedó sin duda desprestigiada, pero sin castigo. El
episodio se recuerda hasta la fecha como una de las victorias más
ostentosas de la amoralidad y el cinismo en tanto cimientos del sistema
capitalista mundial, con su expresión más elocuente en Wall Street.
El frenesí del lucro como entretenimiento masivo. La gran apuesta (The
big short), de Adam Mc Kay, es la exploración más reciente de esa
catástrofe financiera. Basada en elbestseller homónimo de Michael
Lewis, su novedad radica en su abierta elección de un tono de comedia,
inevitablemente cáustica, para narrar los eventos. Si el espectador
común admite, de entrada, no sentir la obligación de tener que
desentrañar la terminología especializada que los guionistas le asestan
sin piedad (obligaciones de deuda garantizada,permutas de
incumplimiento crediticio) referidas a esas hipote- cas de alto riesgo que
son el centro de la especulación inmobiliaria, lo que le queda es una
comedia de ritmo tan acelerado y febril como el de las propias caídas
financieras que describe.
Antes de relatar el colapso, la cinta refiere, en estricto orden
cronológico, la manera en que un grupo de jóvenes lobos de las finanzas
advierte las posibilidades del lucro programado. Apostar a poner en
jaque a todo un sistema financiero con rendijas suficientes para una
especulación exitosa, y sacar todo el provecho posible de esa operación
temeraria, es, en definitiva, el mejor certificado de solvencia en el orden
capitalista. El descalabro, siempre posible, aparece como un simple gaje
del oficio –jamás como una deslegitimación moral del sistema. Así lo
entienden el excéntrico Dr. Michael Burry (Christian Bale), el
vociferante imperioso Mark Baum (Steve Carell), el cínico seductor
Jared Vennett (Ryan Gosling) y el apocalíptico gurú Ben Rickert (Brad
Pitt), cuando se lanzan, cada cual a su manera, a desvalijar las
conciencias y los bolsillos de la nación estadunidense; y así lo resumen,
directamente al público y con divertido cinismo, las pocas mujeres que
aparecen en la cinta (Margot Robbie y Selena Gómez, en apariciones
fugaces).
En una subtrama ingeniosa figuran dos jóvenes principiantes, recién
llegados a Wall Street con un empeño y un capital que ellos juzgan
sobresalientes. Muy pronto descubren que jugar en las grandes ligas no
es cosa fácil, que las apuestas ahí son inmensas, y mayor aún el capital
de habilidad y cinismo necesarios para triunfar. La lección central del
colapso financiero es que nadie pierde perdurablemente apostándole a
la perdida ajena en un sistema económico de lucro consentido e
ilimitado. Después de todo, y siempre según esa lógica, al descrédito
moral causado por los millones de víctimas colaterales, lo compensará
en poco tiempo la corrección de los errores y el perfeccionamiento de las
nuevas especulaciones en esa máquina del desastre (Michael Lewis) que
en el capitalismo autoriza siempre acometer las grandes apuestas.

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