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Los discursos del liberalismo y el cristianismo en favor del espíritu parten del
concepto de libertad. No sólo en el sentido ontológico en el que la materia (el
cuerpo) está sujeta al devenir, y entonces es paciente de una causalidad de la
que no tiene control; está, pues, determinada, sino también apelando a la
inevitable contingencia del cuerpo. En efecto, como cuerpos nos
desenvolvemos en un contexto histórico, social y cultural tan específico que
parece que estamos condenados a cargar en nuestra carne el peso de toda la
historia; estamos, pues, condenados. En cambio el espíritu promete salvación;
aquello que parecía insuperable es trascendido por una potencia que no
conoce ningún tipo de limitación. El espíritu puede renovarse eternamente,
ofrece la posibilidad.
Aquello que el cristianismo ha llamado “salvación”, el liberalismo lo ha llamado
“soberanía de la razón”: Ahí donde la promesa de un tiempo mesiánico en el
que el orden de las cosas que sufrimos se rescindirá ya suena corto para el
espíritu del tiempo, se sustituye por la apuesta de que la razón puede, y debe,
abstraer al sujeto trascendental de su contexto, liberarlo de sus cadenas
contingentes, mostrarle lo universal que somete al mundo y la tabula rasa que
son estructuras lógicas de las que siempre partirá.
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María Fernanda Miranda González
Los hechos del mundo (absolutos) que como raza se les presenta a los
alemanes son, pues, muy específicos, y por tanto, peligrosamente excluyentes
de los cuerpos de otros territorios y del orden de las cosas que a éstos, en su
contexto, les aparezca evidente.
Por otra parte, las reflexiones del autor dan luz al desarrollo político que siguió.
En efecto, pensar en los hombres primordialmente como cuerpos abre la
posibilidad de hacer una política de la vida que esté permeada por la lógica del
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María Fernanda Miranda González