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Etienne Souriau
LA C O R R E S P O N D E N C ! \ -
D E LAS A R T ES

¿Cuál es el principio que sirve de fundamento a


las diversas artes, al arte en general? cCt¿áks
los puntos de contacto entre las diferentes mani­
festaciones artísticas y en qué se distinguen? , Por
qué se habla de ritmo en la escultura, de armonía
en la pintura, de plasticidad en la música, de ara­
bescos en el soneto? Estas son algunas de las pre­
guntas que se plantea el autor, profesor en la
Sorbona, y a las que i sponde recurriendo a la “‘es­
tética comparada” . El parentesco de las artes, que
procuran poner a flote —mediante el uso de ma­
teriales disímiles— un universo similar, constitu­
ye el arranque de estas reflexiones dirigidas a
atender lo mismo a las anes del “ tiempo” que a
las artes del “ espacio” .
Paniendo del análisis del arte como expresión
humana. Souriau ÍO estudia en sus variados mo­
dos de existencia, para así establecer el sistema de
tasadlas anes Dedica buena pane de la obra a
la música en su retan- c, con ¡a literatura y con las
anes ptasocas. y coacE e con af g n u considera- LA
CORRESPONDENCIA
DE LAS ARTES
ÉTIENNE SOURIAU
C Q ______________ BREVIARIOS
e Fondo de Cultura Económica
Primera edición en francés, 1947
Primera edición en español, 1965
Primera reimpresión, 1979
Segunda reimpresión, 1986

Titulo original:
La correspondance des arts. Elem ents d ’esthétigue comparée
© 1947, Flammarion, París

D. R. © 1965, FONDO DE CULTURA ECONOMICA


D. R. © 1986, FONDO DE CULTURA ECONOMICA, S. A. de
Av. de la Universidad 975; 03100 México, D. F.

ISBN 968-16-0442-3
Impreso en México
P rimera P arte

REFLEXIONES LUMINARES

I. PLA N TE A M IE N T O D E L TE M A

E ntre una estatua y un cuadro, entre un soneto y


mi ánfora, entre una catedral y una sinfonía: ¿hasta
dónde habrán de llegar las semejanzas, las afinidades,
las leyes comunes? Y ¿cuáles son también las diferen-
i ..n que podrían decirse congénitas? He aquí nuestro
problema.

II. ALCANCE Y D IFIC U L T A D E S


D E LA C U E ST IÓ N

N ada más evidente que la existencia de una especie de


parentesco entre las artes. Pintores, escultores, músi­
cos, poetas, son levitas en el mismo templo. Si no
sirven a las mismas divinidades, sirven desde luego a
divinidades análogas. Hermandad de las musas; com­
pañerismo de los artistas, así manejen ellos el cincel
o la estilográfica, el pincel o el arco; unidad del genio
en todas sus modalidades: son otros tantos temas de
fácil desarrollo.

Nous sommes fréres; la fleur


Par deux arts peut étre faite.
Le poete est ciseleur,
Le ciseleur est poete.
7
8 REFLEXIONES OMINARES
[Somos hermanos la flor / por dos partes puede ser he
cha. / El poeta es cincelador, / el cincelador es poeta.]

Así le escribía Víctor Hugo a Froment-Mcurice. Y


¿cuántos aciertos de estilo, cuántas graciosas metáforas
no se logran utilizando en un arte el vocabulario de
otro? No avergonzarse de decir frente a la pintura de un
paisaje de invierno, que es en verdad una sinfonía en
blanco mayor; definir los pies de una danzarina por
medio de escalas y arpegios animados; alabar, con tono
de enterado en la materia, el arabesco de un soneto;
la arquitectura de una sonata, el ritmo de un edificio:
¡cuanta elegancia! ¿No es, acaso, el colmo del refina­
miento? Y, a manera de telón de fondo, ese universo
baudelairiano, en que los perfumes, los colores y los so­
nidos respóndeme unos a otros. . .
Ahora bien, si salimos de la atmósfera de las fra ses,
la cuestión se hace difícil. Difícil, pero de gran alcance.
La amplitud de este alcance, para cualquier mente
habituada, por poco que fuere, a la disquisición filosó­
fica, preséntase de inmediato. Un filósofo que tal nom­
bre merezca, a fuerza ha de atribuirle enorme impor­
tancia al arte. Mayor, no podría tenerla la misma
ciencia.
Entre los poderes espirituales del hombre, el arte
es el que ha edificado un universo entero, poblado de
criaturas, algunas de ellas inmateriales — sinfonías, pre­
ludios, nocturnos, sonetos, baladas, epopeyas— y otras
visibles bajo el sol o bajo la luna, templos, catedrales,
obeliscos, esfinges, estatuas, acueductos (¡cuánta piedra
conmovida, animada por esta fuerza espiritual!); par­
ques en los que pasan Beatriz u Ofelia, Genoveva o la
Muchacha de los Cabellos de Lino; fábricas cuyos traba­
jadores pueden lo mismo ser el “Segador del estío
eterno”, con su hoz, en “Booz dormido”, o “El Día”,
con su martillo, en la Capilla de los Médicis. Locura
ALCANCE Y DIFICULTADES 9
humana, si se quiere, que ha apartado de lo real y trans-
|untado a las cuevas de la ficción gran parte de la acti­
vidad de los hombres, desde aquellos que se iban a las
ve rdaderas cuevas para trazar en ellas imágenes alum­
inándose con lámparas de piedra, hasta los que se con­
fuyan en las salas de los cines para presenciar desfiles
de fantasmas, o en las salas de concierto para escuchar,
formándose y desvaneciéndose como asociaciones o
como definiciones, acordes musicales. Locura divina,
tal vez, bien sea si (cual muchos lo han creído) algo
divino, por poco que fuere, obra en ello con inspiración;
o si (cual otros dicen) un Dios ha creado todo este
universo como una obra de arte (y con esta locura le
ha despertado de su sueño); o bien si, en abstracción
más rigurosa, el Espíritu, en la construcción de la Re­
presentación, antes de cualquier otra dialéctica, y más
originalmente que aquella cuyas novelas nos fueron na­
rradas por Hegel, o por Hamelin, ejerce necesariamente
la del Arte.
A tal punto que este filósofo habría de sentir cuál
es el inmenso valor que para él tiene un conocimiento
de lo que hay de céntrico, de único, de constante y de
esencial, en una palabra, de común, en todas estas ac­
tividades, que prácticamente se diversifican en música,
pintura, poesía, coreografía, grabado, cerámica, etc.,
etc. . . sin contar el Arte demiúrgico y el arte de vivir. Y
este problema de la correspondencia de las artes le sería
la clave de una de las más importantes cuestiones que le
fuera dado plantearse; y el único medio de acceso posi­
tivo al conocimiento de la promoción instaurativa, fun­
dadora del ser.
Mas el tema no habrá de ofrecer un interés menor
al simple aficionado al arte, quien, en el terreno de
una curiosidad infinitamente menos altiva, infinita­
mente más concreta, se interesa en la comparación (en
cierto modo anatómica) entre el ritmo de una frase y
10 REFLEXIONES LIMINARES ALCANCE Y DIFICULTADES 11
el trazado de un arabesco; la armonía del colorido de Empero, es preciso darse cuenta exacta de la difi­
un cuadro, o de un bordado, y los acordes que es posi­ cultad de esta cuestión.
ble sacar de un piano; sin contar las modificaciones que Poesía, arquitectura, danza, música, escultura, pin-
es necesario aportar a un dibujo, para sacar de él la. idea rura: son otras tantas actividades que sin duda, profun­
de un cuadro, de una estatuita, de una decoración en da v misteriosamente, comunican o comulgan entre sí.
cerámica, o de las actitudes para un ballet. Mas también ¡cuántas diferencias entre ellas! Unas pre­
Por lo que a los mismos artistas atañe, el problema, tenden hablarle a la vista, otras al oído. Unas erigen
desde un ángulo más práctico, dista mucho de carecer monumentos sólidos, pesados, estables, materiales y pal­
de atracción. Para probarlo basta con fijarse en el inte­ pables; otras suscitan el fluir de una sustancia punto
rés que le demuestran cuando, por casualidad, se hallan menos que inmaterial, notas o inflexiones de la voz, ac­
reunidos (verbigracia en una Escuela de Roma, o en tos, sentimientos, imágenes mentales. Unas utilizan tal
una Sociedad de Estética, o por simple azar), pintores o cual trozo de piedra o de tela, definitivamente des­
con músicos, poetas con escultores, e t c .. . A menudo uñado a determinada obra; a otras, el cuerpo, o la voz
se preguntan entonces unos a otros por sus respectivas remana, préstanse por un momento, para en seguida
técnicas, y no sólo para enterarse de unas actividades liberarse y dedicarse a la presentación de una obra dis­
que no dejan de sorprenderles, no obstante sentirlas tinta, y de otra, y de otras más.
hermanas de las suyas, sino movidos por el ansia, bien Establezcamos, por ejemplo, una comparación entre
para encontrar de esta suerte motivos de inspiración, o el músico y el pintor entregados a su labor.
con objeto de lograr nuevas consecuciones, merced a El músico está sentado junto a su mesa, en una ha­
unas trasposiciones todavía no intentadas (y que con bitación silenciosa — casi siempre de noche, cuando los
frecuencia habrán de permanecer herméticas), o bien ruidos del exterior se han acallado. Se halla visible­
fuere, incluso, con objeto de hacerse con algún secreto mente embargado por cosas interiores. Nos brinda in­
técnico importante, al aplicar a su arte unas reglas por equívocamente los signos de la labor intelectual. De
ellos ignoradas, pero aplicadas con éxito por otros. Mu­ cuando en cuando, va hasta su piano, comprueba unos
chos son los poetas que han encontrado motivos de acordes, tras lo cual vuelve a su mesa y sigue escribiendo.
inspiración, bien fuere en las exposiciones de pintura, Con frecuencia, nos lo encontramos fuera de su casa,
bien fuere en los museos; muchos son los pintores que absorto en sus pensamientos, con un libro de apuntes
se han preocupado intensamente de la posibilidad de para fijar alguna idea que le asalta.
aplicar fórmulas musicales a la armonía de los colores; Y también, cosa en verdad extraña, nos le encon­
muchos son los coreógrafos que asiduamente han hojea­ tramos en las salas que se llenan de ruido — pues de
do colecciones de grabados. Y si se duda de la potencia todo ese silencio brotan unos sonidos que llevan en su
de semejantes confrontaciones, para adentrarse, cada alma— ; salas en las que se congregan muchedumbres,
uno, en el conocimiento profundo de su propia actividad, unos para oír y gozar, otros para entregarse a trabajos
bastará, para percatarse de ello, con releer la inolvidable manuales. Entre estos últimos, los hay que rascan tripas
conversación entre Chopin y Eugéne Delacroix, en el de carnero, haciéndolas bramar como motores de fábri­
“Diario” de este último (17 de abril de 18-19 ). ca, o susurrar como alas de mosquito; otros hacen ge­
12 REFLEXIONES LIMINARES ALCANCE Y DIFICULTADES 13
mir, o suspirar, unos tubos. Él mismo, esgrimiendo una ’ j s manos; se quita la blusa. Ya el lienzo permanecerá
batuta, dirige el equipo de sus trabajadores, cuya misión tal cual es. Será para los demás un espectáculo incam­
consiste en dar una especie de corporeidad transitoria, biable. Enmarcado, aparecerá en exposiciones, en mu­
una presencia sensible y lábil a las ideas de sus desve­ seos, en galerías, en salones. Se convertirá en motivo
ladas. De esta suerte, unas veces su obra reside en su de contemplación, de conversación, de transacción.
alma cual si fuera un sueño, y otras se realiza en vibra­ Esta.obra, basta con una mirada para abarcarla en
ciones ordenadas, estremeciendo la atmósfera de una su totalidad: todo cuanto es, puede decirlo en la intui­
sala, para después desvanecerse, y dormitar en el grá­ ción de un instante. La obra del músico es una suce­
fico embalsamamiento de las partituras, y de nuevo resu­ sión: sólo se entrega en su desarrollo, como quien dice
citar en habitaciones en donde canta un piano, en salas a lo largo del tiempo. Una era para la vista; la otra,
de concierto, en los estudios desde donde se emiten para el oído. Una, como en un universo aparte, orde­
ondas, conforme a una suerte de ceremonia teofánica, naba sin modelo los elementos de un ser al que nada
de la que él se contentó con escribir el ritual. en la naturaleza se le asemeja; un ser cuyo rostro, cuyas
Veamos ahora lo que sucede con el pintor. -evoluciones, cuya presencia son como la transparencia
En su taller, iluminado por amplia vidriera, tiene de unas realidades de otro mundo, evocadas un momen­
ante sí un espectáculo cuidadosamente compuesto: una to tan sólo para las almas. El otro les pide a las formas,
mujer semidesnuda, unas flores, unas telas. Y a la vez a los espectáculos cotidianos del mundo sensible, todas
que silba, canturrea, charla, escucha la radio (pues sus apariencias, sus claridades y sus sombras, sus colo­
todos los rumores puede decirse que, sin interferir en ridos y sus contornos.
su obra, pasan por ella) le asesta al modelo unas mira­ Y, sin embargo, a pesar de tamañas diferencias,
das extrañas, tensas, posesivas. De pronto, con un ges­ sentimos, sabemos — con un saber intuitivo y casi im­
to, a veces febril, a veces meditabundo, picotea en su posible de justificar detalladamente— que estas dos
paleta, ora con los pinceles, ora con la espátula, a veces actividades son íntimamente hermanas (¿acaso no me­
incluso co a el dedo, unas pastas oleaginosas y policro­ recen ambas por igual el marchamo de arte?) y que
mas, que extiende sobre el lienzo preparado v restirado. sus obras tienen entre sí profundas y misteriosas afi­
Y de pronto se lamenta: “ ¡Error, tremendo error!” Apre­ nidades.
suradamente, con un trapo borra la pincelada; elige la Pero también se ve el esfuerzo que requiere alcan­
tonalidad que estaba al lado; modifica el color, v de zar esas afinidades, hacerlas aflorar. Contentarse con
nuevo se le ilumina el rostro. . . : “ ¡Enmienda milagro­ afirmar globalmente ese parentesco, esa corresponden­
sa!” Y mientras prosigue su labor, esas pastas poco a cia, es quedarse en el umbral del problema. Si uno
poco van constituyendo un simulacro policromo, en quiere penetrar hasta el corazón de cada una de las
modo alguno idéntico, pero sí paralelo, al espectáculo artes, captar fas correspondencias capitales, las consi­
que se había preparado. deraciones cuvos principios son idénticos en las técni­
Simulacro estable, definitivo. El pintor ha conclui­ cas más diversas, o incluso — ¿quién sabe?— , descubrir
do su tarea. Se aleja con los' ojos entornados; expresa unas leyes de proporción, o esquemas de estructura, vá­
su satisfacción con un chiste; limpia su paleta; se lava lidos por igual para la poesía y la arquitectura, la pin­
14 REFLEXIONES LIMINARES ESTÉTICA Y LITERATURA COMPARADAS 1S
tura o la danza, será menester instituir una disciplina aerara, el dibujo, la escultura, la arquitectura, la poesía,
completa, forjar nuevos conceptos, organizar un voca­ c danza, la música, etc.).
bulario común, y hasta, tal vez, inventar medios de
exploración realmente paradójicos. Pues, al cabo, entre
una catedral, un cuadro, una sonata, un ballet, ¿cómo
establecer una comparación, si se desea llegar hasta el IV E ST É T IC A COM PARADA Y L IT E R A T U R A
fondo de las cosas? ¿Qué compás habrá de aplicarse a COM PARADA
la sonata, para establecer sus proporciones en relación
a la catedral? ¿Qué regla podrá darse que sirva por E sta definición que acabamos de leer es conforme a
igual al que talla la piedra y al que toca la flauta? rm uso ya establecido. Por ejemplo, es el subtítulo co­
La arquitectura, decía Plotino, es lo que queda del mún de una serie de obras sobradamente conocidas, es­
edificio una vez despojado de la piedra. No hay defi­ cuetas por G. L. Raymond,1 obras a las cuales práctica­
nición más cabal. Ahora bien, ¿cuáles serán las expe­ mente no tendremos oportunidad de referirnos en las
riencias que permitan quitar la piedra y todo cuanto presentes investigaciones, pero que son conocidas de to-
a la piedra pertenece, respetando a la vez y haciendo u.5 les que se ocupan de estética, y que bastan, por
aflorar todo lo demás? El único método posible con­ prioridad, para precisar el sentido de la expresión a que
siste en hacer que el sonido presente su testimonio se hace referencia.
contra la piedra, el cuerpo animado contra la pasta acei­ Empero, el lector, a la vista de nuestro subtítulo,
tosa, el barro contra las sílabas; situarlas a todas, unas nabra pensado sin duda de inmediato en algo muy dis­
por medio de las otras, entre paréntesis; darles a las u r :;. por analogía con la expresión de literatura com­
artes lo que las hace distintas entre sí y al arte lo parada. Como todos saben, se conoce por este nombre
permanente. Lo permanente: no un factor burdamente m.: disciplina que consiste esencialmente en confron­
invariable, sino el acto, la ley de las correspondencias. ta: obras literarias escritas en distintas lenguas (verbi­
Evocamos por tanto aquí una disciplina completa, una gracia, el francés, inglés, español, a le m á n ...) y por
disciplina realmente científica (si es que cualquier in­ consiguiente dependientes de grupos nacionales, étnicos
vestigación paciente, desinteresada y metódica del hecho : sreíales distintos, de diferentes civilizaciones, e inclu-
puede ser llamada científica); llamémosla estética com­ . : de diferentes épocas.
parada. Por analogía, podría entenderse, bajo el epígrafe de
•mura comparada, una confrontación de los gustos,
j riles, las funciones artísticas en diversos pueblos,
III. D E F IN IC IÓ N D E LA E S T É T IC A . : distitas épocas históricas, o en diferentes grupos
COM PARADA vxiaies. Por ejemplo, podría establecerse una conrpa-
Por ejemplo, el séptimo y último tomo de la serie: George
L lamaremos aquí estética comparada a esta disciplina Raymond, Proportion and Harmony o f Line and Colour in
que se basa en la confrontación de las obras entre sí, A » i^. Sculpture, and Architccture, an essay in Comparative Aes-
así como en el proceder de las distintas artes (como la Nueva York 1899 (Segunda edición en 1909).
1S REFLEXIONES LIMINARES ESTÉTICA Y LITERATURA COMPARADAS 19
se circunscriben a este único terreno; y aquellas obras :¿rsc cuenta, habrá proclamado en una iglesia cristiana
en que son vertidas hablan, pudiéramos decir, un mismo : :e sólo Alá es Dios. Nuestro ceramista ignora que en
idioma. Las estatuas de “La Tierra Madre’’, de Sinding, China el murciélago es emblema de la felicidad, el pato
que es noruego, las de “Ella y É l”, de Lindeman, que mandarín de dicha matrimonial, V la seta ly -c h c sím­
es alemán, o las “Jugadoras de pelota”, de Zadkine, bolo de longevidad. Y así puede también, verbigracia,
que es ruso, son todas estatuas. Hablan el mismo idio­ evocar la melancolía del crepúsculo, o el principio sa­
ma: la escultura. Y en realidad las diferencias étnicas tánico, con el murciélago. Nuestro aficionado al arte
entre estas tres obras son mucho menos importantes que negro viola los más graves “tabús”, y convierte lo su­
las diferencias de época, a causa de los pocos lustros rtido en profano. Pero, así como el sociólogo puede
que las separan. Traducen todas la evolución de un ¿sombrarse ante tamañas herejías* el artista puro puede
solo arte. Fácil sería compararlas con las diferencias irruir su derecho a aprovecharse de lo que le parece ade­
existentes entre la “Colina inspirada”, “Susana y el Pa­ ra d o , y afirmar que, al despojar el tema que se ha apro­
cífico” y la “Muchacha verde” . Asimismo, “Sigfredo”, ntado de cuanto convencionalmente lo envolvía, lo con­
“Olaf Trygvason” o “Boris Godunov” no están escritos ocerá únicamente desde el ángulo del arte, y se lo
en alemán, en noruego o en ruso, sino en un mismo im p ía en su pureza plástica. Basta a veces con el
lenguaje, el de la música. En este lenguaje, los remedos recurso del tiempo, y en un mismo lugar, para que así
textuales son fáciles, lícitos, y las imitaciones pueden ser :ec El vals de “Don Juan” ha perdido, para un mo­
directas. Haydn toma un tema de la canción francesa; re n o , el carácter social que, para los contemporáneos
Beethoven otro de la música popular rusa; Chopin imita he Mozart, lo hacía campesino, en contraste con el
a Field tan fácilmente como Lamartine se apropia un aristocrático, con el cual lucha en contrapunto. Y este
hemistiquio de Thomas, o Valéry imita a Mallarmé. De respojamiento no hace sino reducir la música a su
este modo, el tema de un quatuor de Beethoven, lo en­ ;<er,cia musical. Lo esencial es que, en todos los casos,
contramos idéntico en un coro de Mussorgsky. b copia textual, o la imitación artística, siempre son
Conviene no pasar por alto el hecho de que tales posibles.
remedos, en particular cuando tienen lugar a través de Si se quisiera dar con la verdadera analogía entre
grandes distancias espaciales o temporales, pueden dejar ias imitaciones de una literatura a otra, sería menester
a un lado importantes elementos sociales o religiosos, ñarse mejor en lo que un arte le puede pedir a otro.
por cierto, a menudo, puramente convencionales. Un Cuando Víctor Hugo desea imitar (y lo ha buscado
escultor francés medieval le puede pedir directamente apresam ente), el efecto del verso espondeo de Virgilio,
un tema ornamental al arte árabe; un ceramista de e es preciso inventar en francés una combinación rít-
lluán, del siglo xvm, le puede pedir un motivo al arte Trxa totalmente diferente y totalmente nueva, que sólo
chino; un decorador parisino de 1925, una estilización r a íd a con el original latino una relación de corrcspon-
al arte negro: existe la probabilidad de que, en la ope­ érncia artística. Exactamente igual que un músico
ración, se volatilicen determinados valores. Nuestro rmexio busca el equivalente artístico de un hecho poé­
escultor medieval habrá visto como un simple arabesco tico que le ha inspirado.
una inscripción oriental que no ha sabido leer, y, sin Algunas artes se imitan mutuamente más fácilmcn-
20 REFLEXIONES LIMINARES
ESTÉTICA Y LITERATURA COMPARADAS 21
te que otras, cual si fueren lenguas de una misma fami­
el número de las sílabas, las armonías de las sonorida­
lia — tal como es posible verter palabra por palabra, en
des. Aquí es en donde, tal vez, e l c o r t e es más rotundo.
una traducción alemana, un texto escandinavo, mas no
La conclusión que de esto se desprende es nítida: la
así un texto fancés. Igualmente, la música, con frecuen­
erdadera, o al menos la más profunda y curiosa ana­
cia, puede traducir muy directamente un poema, sim­
lgía entre la estética comparada y la literatura compa­
plemente exagerando la declamación (tal como lo hizo
nda, no reside allí en donde, a lo primero, uno creía
Niedermeyer para “E l lago”, de Lamartine). Otras
percibirla, basándose en una deducción excesivamente
veces, y más sutilmente, buscará el equivalente de una
npida. L a s d ife r e n t e s a rtes s o n c o m o d is tin ta s len g u a s,
atmósfera estética, tal como lo hizo Duparc al realizar
entre las cuales la imitación exige la traducción, un
una transposición musical de Baudelaire. Pero, cuando
nuevo pensar en un material expresivo totalmente dis­
Lucrecio (en los versos 31 al 40 del Primer libro) se
trito, una invención de efectos artísticos, antes parale-
inspira en una estatua; o cuando David, en muchos de
' que literalmente análogos. Y las diferencias étnicas,
sus cuadros, se inspira en bajorrelieves antiguos; o De-
rulturales, o temporales, en las artes plásticas, o en la
lacroix en poemas; o Víctor Hugo, Gautier y Heredia
—úsica, son, con relación a ello, cosa de muy poca
en cuadros; o Schumann ( K r e is le r ia n a ) en arabescos y
monta, equiparables a la diferencia que puede adver­
personajes recortados como siluetas, la inventiva de la
arse en las literaturas de lengua francesa, entre un nor­
correspondencia puede perfectamente equipararse a una mando como Flaubert o un escritor del Mediodía como
traducción.
Daudet; todo lo más, entre un francés que lo es por na-
Divirtámonos con una curiosa genealogía. tonalidad, y un suizo como Cherbuliez; o entre dos
Debussy ha escrito la “Muchacha de los cabellos de ’telgas como Verhaeren o Maeterlinck .3
lino”, inspirándose en un poema del mismo título, de Pero hay más.
Lcconte de Lisie; pero Leconte de Lisie, en este poema, Incluso la confrontación (en pintura o en música, y
traducía, o adaptaba, a Robert Burns. Y el propio hasta en literatura) de los estilos según los países o las
Burns se inspiró para su poema en una tonada popular, épocas, y la investigación de las características nacioña-
en un r e e l escocés. He aquí todas las relaciones que 'es, no es realmente sólida, no puede tenerse por com-
hemos enumerado antes. Ahora bien, la música de r trámente lícita, si no recurre a la confrontación de
Debussy sólo guarda con el poema de Leconte de Lisie, las artes. Si no implica una previa resolución de algu-
y merced a una evocación muy amplia, harto difusa, una □ 35 de los problemas determinantes de la estética com-
equivalencia artística global. En cambio, el poema de mináa, en el sentido que ya hemos adoptado ¿cómo
Burns se ajusta a la melodía como un vestido de tela dzcar de ello? Si, por ejemplo, podemos decir que
liviana se ajusta a un cuerpo de mujer cuando sopla el
viento. Las formas se transparentan. El ritmo, el nú­ 3 Incluso aquí pueden más las diferencias de época y de escue-
^ e las de nacionalidad. G. Rodenbach resulta infinitamente más
mero de sílabas y de notas, el arabesco verbal o meló­ de siglo” (del siglo xix, se entiende), que belga. Y estas dife-
dico, son idénticos. Pero nada semejante podría adver­ t-c-as, por ejemplo, en pintura (compárense entre sí Watteau,
tirse entre el poema francés y el poema escocés del cual ? cher, Natoire, David) se relacionan mucho más con la Historia
es remedo. Todo es absolutamente diferente: el ritmo, Arte que con la estética. Por igual, podrían compararse un
- - dio de Lorcna, un Cuyp, un Le Nain, o un Pieter de Hooch.
22 REFLEXIONES LIMINARES ACERCA DEL MÉTODO 23
existe una estética alemana, un gusto alemán, un estilo su confrontación de las obras específicamente dife-
alemán, distintos del estilo, o del gusto francés, es por­ m c *3 en las artes más diversas.
que tenemos en cuenta la posibilidad de comparar la Además, conviene insistir en ello: ni pretendemos
“Venus" de Lucas Cranach, las casas antiguas de Augs- «TT-v-fT un método, ni atribuir ninguna prerrogativa
burgo o de Hildesheim, el “Zwinger" de Dresde, la m un concepto teórico. Nos guardaremos mucho, por
“Mesiada” de Klopstoclc, las estatuas de Klinger y i g parte, de afirmar que la estética comparada es el
el “Réquiem" de Brahms, e t c .. . Tratamos aquí de una s n x : método que puede preconizarse en materia de
variación diferencial que caracteriza estas cosas, en re­ a s n e a . ¡Cuántos métodos, cuántos puntos de vista apa-
lación con sus equivalentes franceses, italianos o ingleses. r r - ~ legítimos en los apasionantes estudios que autori­
Afirmamos que todas estas variaciones convergen y se zar b colaboración, tanto de la psicología como de la
funden en una esencia estilística común, que puede ■ Kxácgía, de la ciencia positiva de las formas como de
oponerse a la que caracteriza un estilo general francés, f e meditación metafísica acerca del arte!
o italiano, y así sucesivamente. Es decir, que valiéndo­ Simplemente queremos decir cual es el método que
nos de un medio proporcionado por observaciones re­ m -m uere para tratar con todo detenimiento el proble-
gionales, nos entregamos a la estética comparada en el s s cus constituye el tema de este estudio. Éste es el
sentido de una confrontación de obras pertenecientes é p ic : privilegio que exigimos para él.
a géneros artísticos distintos. Pues ¿cómo confrontar Y creemos que es útil enterarnos cumplidamente
el “Zwingler”, la “Mesiada" o el “Réquiem", si no sa- i e se? exigencias.
l>emos cómo es posible confrontar un monumento, un
poema, una obra musical?
Y, asimismo, el hablar, al tratar del arte francés, de
cierta característica normanda (por oposición, por ejem­ V. ALGUNAS PALABRAS ACERCA
plo, a una característica angevina, o borgoñona, o del DEL MÉTODO
l^nguedoc) haría presumir que existe algo común entre
la catedral de Coutances, el teatro de Comedle, las no­ Y * ue hemos dicho antes: este problema de la corres-
velas de Flaubert, la música de Boíeldieu o de Auber, la ccia de las artes se plantea de inmediato, a la
pintura de Géricault, e incluso, quizá, los horizontes **C L :< ia d estética, por el simple sentimiento de una
de la landa de Lessav, o la luz que se filtra entre los fcfcnudad que liga entre sí los distintos grupos de
árboles de las orillas del Orne. Lo cual asevera que la «nsr. • Pero, también hemos dicho que, si queremos
estética comparada de los estilos regionales es sólo una O ta ru r a fondo este problema, y no contentarnos con
provincia de la estética comparada definida por la con­ pKaEjr. .eer en su umbral, ello nos exige la construcción
frontación de las obras más diversas, y no puede ser & ir sistema completo de investigación, destinado a ha-
llevada cabalmente a buen término sin su auxilio, y sin ■ sr adorar analogías ocultas, actos que dentro del arte
la realización de las investigaciones más delicadas que m i : una interioridad, de una intimidad, que los hace
ésta pueda emprender. Por tanto, lo primero y lo fun­ ■ pB^m bles sin el empico, pudiérase decir, de reactivos
damental es aquí la definición de la estética comparada jp K tsenen por objeto ponerlos de manifiesto (cual
24 REFLEXIONES LIMINARES ACERCA DEL METODO 25
habremos de ver, por ejemplo, en un caso típico, más ? todas sus profundidades), paso a paso, con ayuda
adelante, en el capítulo xxx, a propósito de la melo­ método riguroso y exigente, que agranda la esté-
día y el arabesco). Ello requiere, incluso, cual ya apun­ con todas las suntuosidades del espíritu puro, con
tamos, un vocabulario y unos conceptos especiales y ■ es fulgores sombríos de ese pensamiento abierto
técnicos. __ cto, que no teme llegar hasta lo más recóndito,
Digámoslo pues sin ambages: se trata de una verda­ a n c : e vueltas y más vueltas al hecho, hasta lograr
dera ciencia. O, si el término de ciencia, aplicado al src c.;re le revele su verdadera identidad. Agridulces
arte, resulta insólito, pongamos que se trata de una '.os reservados a los verdaderos amantes del arte,
verdadera disciplina, un mundo de esforzadas investi­ a I e s oue le creen digno de estudiosas veladas...
gaciones, que implican la necesidad de nociones técni­ Los poetas, ha dicho Baudclaire (o más bien la Be-
cas, de un lenguaje preciso, de experiencias exactas; de ; :va voz escuchaba):
investigaciones que adapten pacientemente su labor al
método, y el método a su labor, conforme a las facetas l¿s poetes devant mes grandes attitudes
suministradas al intelecto por el hecho. Que fa i l’air d’emprunter au plus fiers monuments
Habrá quienes, cual quedó dicho, hallen esto insóli­ Zcnsumeront leurs jours en d’austeres études.
to por frívolo prejuicio, por pereza, por afán de buscar
_* : :etas, ante mis enfáticas actitudes / que parezco sacar
en el arte motivación para frases bonitas, sin esfuerzo, iJ- :s monumentos / consumirán sus días en austeros
sin hacer uso del entendimiento. Así hay quien supone
(y no deja de ser motivo de m ofa), que es falta de
respeto al arte, hablar de él en términos austeros, so­ Y Mallarmé:
brios, enjundiosos. Aseguran (porque se preocupan de
adaptar el lenguaje al objeto) que del arte conviene ha­ C <£- finstalle, par la Science,
blar en forma artística. (Cual si, decía antaño un esté­ _ -r.-mne des coeurs spirituels,
E - '.'ceuvre de ma patience
tico ingenioso y agudo, fuese menester que el físico
Aria, herbiers et rituels.
hablara ruidosamente del sonido, y calurosamente del
calor.) bts hítalo, por la ciencia / himno de corazones espiritua-
Quienes así piensan, desde el punto de vista artís­ f es. la obra de mi paciencia, / atlas, herbarios y ritua-
tico se engañan. Tienen mal gusto. Decir frases bonitas
acerca del arte, es una redundancia, es insistencia ocio­
sa. S w e a t o n sw ea t, es lícito ante la tumba de Ofelia, y j ’ .mo alcanzar tamaño rigor?
con eso se pasa de largo. El arte, en verdad, se merece A rte todo, y sobre todo, evitando la metáfora, plaga
algo mejor. -i estética comparada. Si al hablar de un cuadro
Más íntimamente participan de él, y se percatan r emplo del B lu e b o y , de Gainsborough), decís:
mejor de sus encantos, quienes saborean el intenso goce sinfonía en azul mayor”, hilvanáis complací-
de adentrarse en el hecho (hecho que es el propio arte, términos vacíos de sentido. ¿Qué relación
con todos sus encantos, pero también con todas sus ener- existir entre la composición de este cuadro y lo
26 REFLEXIONES LIMINARES ACERCA DEL MÉTODO 27
que caracteriza una sinfonía? M e refiero al empleo de tista, en el cual la sugestividad se logra por medio de
una orquesta completa v a la observación de ciertos una simulación de la linca, que aparece, por un mo­
artificios morfológicos de composición, ¡cuyo esquema mento, no descansar en el eje que le corresponde, y cuyo
original ha sido establecido por Felipe Emmanuel Bach! trazo se quiebra por una especie de capricho, para no
¿Qué relación hay entre el acorde de sus tonalidades alcanzar su punto terminal sino después de una suerte
y las proporciones armónicas que caracterizan el modo de titubeo (casi pudiera decirse que de una nota falsa)
mayor con respecto al menor? Y no es que no puedan en un eje muy próximo; si, como decimos, a propósito
existir estas relaciones: quienquiera que tenga nociones de tal arabesco se habla de apoyatura plástica, se dice
suficientes de música, de pintura, vislumbra la posibili­ una cosa justa y aguda. La apoyatura, a i música, es un
dad de un conjunto de colores susceptibles de evocar el hecho, a un tiempo melódico y armónico, por el cual la
acorde mayor, tomando como tónica el color azul. Nada voz cantante, en lugar de dar de por sí la nota esperada
impide que, en el manto azul, la túnica roja, la cabe­ conforme a la lógica de la forma, y requerida por la
llera rubia de un cuadro de la Escuela de Rafael, se armonía, aparece primero, como disonancia, en el grado
pueda encontrar el equivalente de un acento tónico, de nmediato, y no alcanza el grado necesario al descanso
una dominante, de una mediante. Pero un cuadro, se­ .no después de habérnoslo hecho anhelar, a manera de
ñalado, por el contrario, por un predominio exclusivo resolución acatada de un breve titubeo, a medias como
de los tonos azules, en diversos matices delicada y há­ coquetería, y a medias doloroso.
bilmente yuxtapuestos para dar un conjunto homogé­ Cual decía Valéry:
neo, armonioso, para constituir un acorde por entero
confinado en una estrecha región del espectro; para dar­ O com ber m é a n d r e ,
les todo su valor a cada una de las tonalidades próximas Secret du menteur.
Je veux fciire attendre
unas a otras (lo bastante próximas como para ser uni­
Le mot le plus tendré. ..
versalmente designadas por este único término, desde
luego un si es no es burdamente sintético: el azul); se­ Oh curva, meandro, / secreto de lo falaz; / quiero hacer
mejante hecho estético será precisamente todo lo con­ ¿rcardar / el vocablo más tiem o .. .”1
trario de lo que pudiera evocar nuestra idea de un
acorde mayor basada en esa dominante del color azul. Relacióname aquí dos hechos de análoga esencia
(Y el término de acorde menor no resultaría más lógi­ icnsrica; empléase con acierto el término musical para
co, ya que habría de evocar, en ese D r e ik la n g cuya tó­ cognados, ya que la música (cuya teoría estética, en
nica y cuya dominante están constituidas por el azul ¿•ír.cral, está mucho más adelantada que la de ningún
y por el rojo, la elección de una mediante más próxima c arte) dispone de un término técnico especial para
del azul que del rojo; supongamos un rubio ceniza más este hecho. Nada, por tanto, de metáfora, sino trans­
bien que un oro veneciano.) Por lo tanto, quien así se f i x i ó n rigurosa, y legítima v metódica ampliación de
exprese, manifiesta únicamente sus escasos conocimien­ fren to n a terminología. Ello resulta preciso, agudo, só-
tos musicales. j CO. La otra expresión era imprecisa, inadecuada, y se
En cambio, si a propósito de un arabesco renacen- • *aba a provocar risas en los enterados en la materia.
ACERCA DEL MÉTODO 29
28 RETI .EXIONES L1M1 NARES
En segundo lugar: no contentarse fácilmente con Y por fin, y en tercer lugar (y para resumir), sea­
un primer hecho vislumbrado, sin valorar exactamente mos tenaces, laboriosos v exigentes. Fragüemos pacien­
su extensión, su alcance, su lugar arquitectónico. temente los instrumentos — vocabulario, métodos, ex­
¡Cuántas observaciones justas, en estética compara­ periencias— que nos son necesarios y han de permitir
da, no han sido desvirtuadas por el afán, o la ilusión, de !a fecunda progresión, la acumulación del saber, su
columbrar de golpe la ley única, la clave definitiva de la organización sistemática, su penetración cada vez más
belleza o del arte! Reconocéis la presencia múltiple de íntima en el interior de las cosas. No creamos (para
determinada fórmula morfológica — proporción sesqui­ seguir con reglas negativas) que con poco desgaste in­
áltera, seción dorada y número “phi”, o también pro­ telectual sea posible lograr un conocimiento amplio c
porción llamada armónica: intimo de una realidad tan opulenta, tan diversa, tan
profunda, •tan cálidamente concreta en sus presencias
a a b a —b 'ensibles, tan ocultamente espiritual en sus operaciones
c anstitutivas, como la del mundo total del arte.
Pues, en fin ¿de qué se trata?
Al arte, esa fuerza instaurativa, prácticamente lia
y creéis disponer de la clave universal. Pero sería me­
removido, arrastrado, en sus corrientes y en sus decur­
nester precisar primero la clase de hechos a los cuales
sos, organizado y ordenado enormes cantidades de ma­
se aplica dicha fórmula, y cuáles son aquellos para los
teria henchida de significación psíquica v. por tanto,
cuales no resulta adecuada (por ejemplo, la impotencia
susceptible de inmensas perspectivas espirituales. Esc
del número p h i en música); después, hallar su lugar
mundo, hagámosle comparecer cu su realidad positiva,
jerárquico entre las diversas leyes morfológicas que rigen
indiscutible, ante nuestro pensamiento. No olvidemos
la obra en que aparece; por último, dar exactamente
que se trata de todos los cuadros, de todas las catedra­
(por medio de variaciones concomitantes) con los efec­
les y de todos los palacios, de todas las melodías, de
tos estéticos que le son solidarios, y, en particular, por
rodas las sinfonías, de todos los dramas, de todas las
medio de una contra-prueba, averiguar si no está pre­
novelas, de todos los poemas. Es "L a Virgen de las Ro­
sente, en un gran número de obras mediocres, de efigies
cas" o “Los Peregrinos de Emmaús”; “La muerte de
vulgares o carentes de belleza, de seres malogrados. Se
> rdanápalo” o el último Picasso; son el Partenón, la
nos muestra un lindo rostro, conforme a las proporciones
: tcdral de Amicns, el templo de Angkor, o el Palacio
de la sección dorada: yo pido se les equiparen los rostros
de Chaillot: el ánfora de Canosa o los jarrones de la
feos, ayunos de armonía, o simplemente desprovistos
Alhambra; la Victoria de Sainotracia, los sepulcros de
de belleza, que responden por igual (cual es fácil ad­
j s Médicis, “El hombre que camina”, o las esculturas
vertirlo) a esta proporción. De otra suerte, el razona­
autónomas” de Lipschitz; la “ Iliada”, la “Odisea", la
miento puede compararse al de quien dijera: mis amores
son rubios, por consiguiente, el rubio es el color de la "Divina Comedia”, la “ Leyenda de los siglos”; el “Pro
¡ •leo encadenado”, o “ llam let”: las obras de los Ca­
belleza, y toda mujer rubia es bella. Ahora bien, com­
icas, “ David ante el Arca”, los “Placeres de la isla
paremos vuestros amores a los míos, y tal vez se nos
ent intada”, o las “Danzas del príncipe Tgor”; la “ M e-
revelen bellezas más herméticas.
30 REFLEXIONES LIMINARES ACERCA DEL MÉTODO 31

la n c h o lia ” , o la "Moneda de cien florines”; la "Princesa cuciosas, para lograr una descripción arquitectónica y
de Cléves”, una obra de Balzac, o la "Muchacha ver­ rrncional del mundo que acabamos de evocar: de esc
de”; el "D ies irae”, o "L<i ci d a r e m la m a n o " ; el "Arte de —.•verso del arte poblado por esos millares de seres
la Fuga”’, la "Novena Sinfonía", el "Estudio en las te­ ^guiares?
clas negras”, el "O ro del R in”, o el "Festín de la Ara­ Mas este mundo fue instaurado por un único de­
ña”; el manto llamado de Carlomagno, o los tapices miurgo; por una única fuerza enteramente entregada
de la “ C h a is e - D ie u ”; los vitrales de Chartrcs, o las có­ : su labor en cada uno de estos seres, y que se llama el
modas de Boulle y de Riesener; las iluminaciones del irte. Y este arte es el que podremos sin duda abarcar,
“Libro de Kells”, del "Libro de Armagh”, o de "Shah- merced a un último procedimiento metódico, que
Namé”; los brocados o los terciopelos del Museo Textil, ; : asiste en situamos frente a las obras, más bien que
de Lvon, los esmaltes de Léonard Limosin, o los “c lo i- ren te a los hombres, artistas, creadores, o quienes las
s o n n é s ” chinos; las fuentes de Versalles, las rejas de -templan. Porque el arte no es únicamente el pen-
Jean Lamour en Nancy; la película "Metrópolis”, o las sirr.iento en cierto modo privado y personal del artista,
decoraciones de Bakst para "Scherezada” ; las actitudes £r_: también un conjunto de necesidades imperativas,
del mismo Bathylle, de Adrienne Lecouvreur, o de T ai­ ; í se imponen al artista; que le sirven de norma, a la
ma, de Sarah Bemhardt en "Fedra”, o de la Pavlova vez que de apoyo; y que, en el curso de su labor, le pro
en "La muerte del cisne”; y, tengámoslo muy presente, tvmonan su experiencia, sin que esta última aparezca
todo lo que estos distintos géneros comprenden. Y en cíTDués sino en la obra misma.
que cada uno Hp ellos, nos ofrece millares y millares En efecto, conviene no olvidar esto, que es esen-
de aspectos. oal: fueren cuales fueren las analogías que podamos
Se comprende, pues, que se trata de una realidad hallar, por ejemplo entre una melodía y un arabesco
sólida, la cual, en su unidad cósmica, constituye un decorativo, entre un acorde cromático y un acorde mu-
gigantesco conjunto de seres diversos. Lo decíamos scal (salvo muy contadas excepciones, fáciles de dis­
antes: es un mundo. Y de lo que se trata es de estable­ cernir), ni el músico, ni el dibujante o el pintor, las
cer el orden, la jerarquía, la morfología, la normas cons­ i n deseado expresamente, ni tampoco buscado. El
titutivas de este mundo. Diría, incluso, que la fisiolo­ deseco ha pensado musicalmente, el pintor plástica-
gía y la anatomía comparadas del mismo. d e^ te. Y en los principios peculiares al arte específico
Y pensemos, por un momento, en el cúmulo de si­ . : . ^da uno, y en la experiencia activa y concreta, es
glos de paciente observación, de sagacidad, de esfuer­ en i:;nde, en su labor propia, hallan los imperativos, o
zos, de experiencias, de construcción de una lengua f e .'elecciones de esta labor, y es donde se encuentran
razonada y técnica, y de tomos escritos para brindar­ secretamente implicadas las razones de esa analogía.
nos, en la actualidad, un cuadro casi exacto del mundo Y son precisamente estos principios, y esta expe-
vegetal o animal, de las principales leyes que rigen su “«rrcia, los que podemos obtener merced a la confron­
estructura, crecimiento y evolución. t a r a de unas obras con otras. Darnos cuenta de su
¿Acaso cabe suponer se requiera menos esfuerzo, s a neado, es, por lo tanto, comulgar con el artista,
una aplicación de menor monta, búsquedas menos mi- M r siente lo que son tales principios, lo que es tal
32 REFLEXIONES LIMINARES
experiencia, en la misma operación de su arte. Ello
supone el darse cabal cuenta, por vías distintas, de los V I. A D V E R T E N C IA
motivos de los actos del artista. ¡Alegría de descubrir
análoga cadencia, que congrega anfiónicamente piedras No s e trata naturalmente aquí, como es lógico, de re-
y notas, sílabas y perfiles, una forma igualmente vale­ ::rrer por entero (por muy brevemente que fuera) el
dera para el soneto o para el pináculo, para el bajorre­ -am po inmenso de estas investigaciones, ni siquiera
lieve o para el scherzo! ¡Pero también la emoción de de ocuparnos de todas las cuestiones principales que
haber decubierto, de esta suerte, qué ritmo y qué forma entrañan. Una anatomía y una fisiología general de
palpitaron, dominaron y guiaron la acción, cuando, cada ::dos los seres que pueblan este mundo del arte que
uno por su lado, fueron escritos el soneto, o el scherzo! remos evocado, implica, evidentemente, el programa
Pero esta experiencia — para decir de una vez lo que ce una ciencia, y no el tema de un libro. Y estas mate-
más adelante se nos aparecerá de continuo y habrá de rus no se hallan aún lo bastante adelantadas (en el
orientarnos— fue la de una marcha hacia la existencia: s u d o actual de los apasionantes estudios de que se
no para el propio artista, no obstante haberse conso­ n t a , y en los que una infinidad de investigaciones
lidado y cimentado en ella en su calidad de artista, sino ruedan todavía por llevar a cabo) como para que sea
para la propia obra. Pues ésta és, cual vamos a mos­ uoto esperar dar un resumen eficiente de ellas, en unas
trarlo, la emocionante ruta del arte. Arranca del már­ - r f tientas páginas. Nos ocuparemos, pues, únicamente
mol, inocuo e inexplicable por el hecho de ser única­ re algunos de estos problemas; de aquellos que, por
mente mármol, y lo convierte en la Victoria de Samo- —ia razón o por otra, se imponen como más o menos
tracia, término existencial, absoluto, cima intensiva uníales, o prerrogativos, o son susceptibles de ser es­
en un punto del ser. Arranca de la brisa que traspasa tudiados provechosamente. Y nuestro esfuerzo princi­
los juncos, cual si le embargara la desesperación de su pal consistirá en establecer, de esta suerte, unos prin-
inutilidad, y la convierte en la canción rezagada que rroios sólidos (aun cuando sean elementales); unos
habrá de infundirle, por fin, al crepúsculo, su alma v urmeipios que puedan orientarnos en este estudio y
su realización plena. Y las leyes de este caminar me­ permitan a distintos investigadores llegar a un acuerdo
recen ser estudiadas y conocidas por otros medios indi­ en sus esfuerzos, ajustar mutuamente sus resultados, y
rectos, incluso por quien carece del don v de la dicha ::ntribuir al mismo monumento, anhelado para el fu­
de poder experimentarlas directamente, al menos su turo. Tal vez advirtamos, además, que el estudio de
forma más pura c intensa. Pues también él quizá la 15 distintas artes por separado es susceptible de alcan-
necesite para otras empresas, menos sublimes, pero tal pi: mayor profundidad, o mayor precisión, merced al
vez más vi tales. techo de esta confrontación de cada una con todas
-ü demás.

33
¿QUÉ ES EL ARTE? 35
Por esto puede decirse del arte, con precisión aun­
S egun d a P a r t e que en términos algo herméticos, que es “la dialéctica
de la promoción anafórica’'. O, para expresarnos en
E L A R T E Y LA S A R T E S
un lenguaje menos esotérico, que el arte es “la sabidu­
ría instaurativa". Dejando bien sentado que esta pala­
bra, sabiduría, que implica la adquisición intuitiva, y
la posesión, el uso activo y concreto de una ciencia
rectora, que divisa en lontananza las consecuencias fu­
V II. ¿Q UÉ ES E L A RTE? turas y las armonías de conjunto, no excluye, ni la po­
tencia, ni el amor. ¡Sabiduría! Este término sólo podrá
P ara comparar entre sí las distintas artes, es preciso chocar a aquellos que en el arte ven una locura, una
establecer su catalogación, su inventario. Y, para esto, desorbitación, una inconsciencia, por ignorar todo lo
es preciso buscar primero hasta qué límites se extiende que en sus exaltaciones más febriles encierra de cono­
el arte. cimiento y control de equilibrio, de normas de medida
¿Qué es el arte? Si hemos de dar un concepto gene­ v de exactitud. Y también chocará, a la inversa, a los
ral, “el arte es la actividad instaurados". Es el con­ que no reflexionan, en todo cuanto se supone que exis-
junto de las búsquedas, orientadas y motivadas, que te de arte en un mundo, cuando se cree ver en este
tienden expresamente a conducir un ser (¿será menes­ mundo la sabiduría de un creador.
ter precisar que un ser ficticio? Más adelante lo dis­ Insistiremos en un punto tan esencial.
cutiremos), desde la nada, o desde un caos inicial, has­ Consideremos, por ejemplo, al pintor cuando tra­
ta la existencia completa, singular, concreta, de la que baja.
da fe su presencia indiscutible. Cada pincelada que aplica tiene su razón de ser,
Ahora bien, entendámonos con toda claridad: en tapida y ardientemente calculada, aunque sin palabras,
esas búsquedas se trata nada menos de su aspecto eje­ como en un relámpago.1 ¡Qué repentino sopesar de mil
cutivo y práctico, que del espíritu que las anima: es relaciones de formas, de claridad, de color, de evoca­
decir, exactamente, de los motivos de todos los actos ción de los relieves, o de la vida! ¡Qué apreciación tan
gracias a los cuales se opera esa anaforia, ese progresi­ tapida y sutil de la modificación deí conjunto que una
vo desarrollo de un ser, desde la nada hasta su plena única pincelada es susceptible de producir! ¡Qué mo-
realización. E l arte es lo que decide de los efectos que c'ización instantánea de toda una ciencia! ¡Qué pre-
conviene producir, y de las causas que habrán de pro­
ducirlos; de la justa disposición de las calidades que r Se trata, por supuesto, de juicios implícitos y prácticos. Una
«ncelada cualquiera es una opinión, ya que el pintor la aplica
habrán de brotar progresivamente en la obra. Del ca­ rque piensa que determinado color, en determinado lugar, apli-
minar del ser, objeto de sus preocupaciones, hacia ese rsdo de ral modo, es conveniente para lograr la perfecta consecu-
término definitivo y culminante, umbral de su existen­ ^:n del cuadro. Y ello, motivado por cuanto sabe de su arte. Pero,
cia plena: su realización. El arte no es únicamente lo : ;elga subrayar que el pintor puede ser completamente incapaz
j ; explicarlo verbalmente, lo cual nada importa. (De allí que un
que produce la obra; es lo que la guía y orienta. r-ignífico pintor pueda ser un pésimo maestro.)
34
36 EL ARTE Y LAS ARTES
visión de los efectos que habrán de producirse, de los
riesgos que hay que salvar! Y, a través de todo esto,
¡ese hilo conductor en la extraña condición, que de V III. E L A R T E Y LAS A C TIV ID A D ES
continuo vuelve a aparecer en cada manifestación; ese HUMANAS
hilo conductor que, pincelada tras pincelada, redondea,
camina paso a paso, en dirección a la realización, hacia Por ciertos aspectos, el arte de tal suerte definido per­
la presencia definitiva y plena de un ser! Un tono de­ tenece al género de la finalidad. Pero esto no dice nada
masiado vivo, o mal armonizado; una pincelada torpe, á no se precisa que se trata de una finalidad de un tipo
carente de energía y de brillo, o demasiado enérgica, completamente especial: aquella cuyo término es una
demasiado acentuada: todo el camino recorrido se pierde existencia, y, más exactamente, la existencia de un ser.
de pronto. E l ser a medias extraído del limbo retroce­ De un ser singular, con todo cuanto este vocablo en­
de, torna a la nada de la cual iba aflorando. O modi­ traña, a un tiempo, de riqueza, de originalidad, de fa­
fica su destino y se convierte en otro. “Ya ves, hijo cultad única para manifestarse, para ser insustituible
mío — le dice a su discípulo el pintor de ‘La obra y estar presente.
maestra desconocida’ de Balzac— , sólo cuenta la últi­ Finalidad, decimos, por completo original. La ma-
ma pincelada”. Es decir, que cada pincelada anterior •tría de las acciones humanas se orientan, no hacia la
sólo ha sido un inicio del camino, una salida unánime producción de los seres, sino hacia la de los hechos. Un
en caravana de todos esos actos conscientes y minucio­ tuzador apunta a una liebre; un pescador le echa el
samente meditados, hacia esa pincelada postrera, obje­ unzuelo a un lucio; un jefe de ejército, o un jugador
tivo de la cooperación de todos ellos. Y conviene por de ajedrez, idean una maniobra; un financiero compra
último, pensar que el acto final, por negativo y de 0 vende valores: su finalidad no estriba en la existencia
abstención que sea el negarse a una pincelada más, el de la liebre, ni en la del lucio, ni en la del tablero de
juicio de que la obra está acabada representa, por si redrez, sino en los hechos de la captura, la victoria o
solo, apreciación del conjunto, apreciación del éxito, d enriquecimiento.
confrontación de la presencia con el sueño y del ideal Esto distingue en primer lugar el arte de la técnica.
con la realidad. \ pesar de que se emplea a veces la palabra arte para
Todo esto, todo este encaminarse, esta decisión fi­ designar el conjunto de los procedimientos que llevan
nal, este conjunto de actos motivados, es lo que cons­ 1 tules hechos — se dice el arte del tiro; el arte mili-
tituye la dialéctica del arte, la clave de la promoción tir. el arte de la pesca— la palabra exacta es la de téc-
anafórica de la obra. Y todos los motivos que dictan rtca. Y este criterio de finalidad “óntica”, al definir
estos actos, que forman, en su sistema global, una a actividad instauradora, es suficiente para diferenciar
suerte de ciencia rectora; una suerte de ciencia propul­ i:s dos géneros de su actividad. Cierto es que ambos
sora, o de sabiduría instauradora, constituyen el arte :-:*:peran: se confunden. Pero, justamente por ello nos
popiamente dicho, en lo que entraña de más funda­ es posible analizarlos, separarlos uno de otro, medir sus
mental y de más esencial. áasis. Pues, si todo arte tiene sus técnicas, casi todas
¿ s técnicas pueden elevarse hacia el arte. La meta
i=- ingeniero puede ser, no el cruce de un río (que evi-
37
38 EL ARTE Y LAS ARTES EL ARTE Y LAS ACTIVIDADES HUMANAS 39
den temen te es acción), sino el puente que lo ha de rmio del ejecutante imprime el toque final) de un ser
facilitar: esa realidad que, en adelante, perdura y se ■ •zdadero: el drama, la sinfonía. Pues, sea cual fuere
afirma, con sus contornos, su gesto o su impulso, sus ¿ forma en que se quiera concebir su modo de existen-
perspectivas de arcos reflejados en el agua, en juegos o a , la ‘‘Sinfonía Fantástica”, o la “Doceava noche”, son
de luces y sombras; su presencia, su duración: el cons­ mos seres: tan reales e individuales, si no más, como
tructor es entonces artista, arquitecto. Incluso el finan­ natos de los que se rozan con nosotros en el conjunto
ciero al que antes nos referíamos, lo es también en i amano. Quien no entienda esto, es en absoluto in-
cierto modo, cuando se esfuerza, con sus ganancias asi­ naaz de entender el arte.
mismo en construir una especie de organismo econó­ Uno de mis amigos está sentado al piano. ^ Yo
mico y financiero, una suerte de monumento cuya ¿zuardo. Suenan los tres primeros compases de la “Pa­
arquitectura le preocupa. tética” . Pese a que no se ha abierto la puerta, alguien
Y también tenemos — dicho sea de paso— la nece­ isa entrado. Ya somos tres: mi amigo, yo y la “Pa­
sidad de distinguir el arte del juego, con el que a ve­ tética”.
ces se le quiere frívolamente confundir, aduciendo por De esta suerte, caracterizando en esta forma el arte,
igual un desinterés común (el cual no siempre existe podríamos decir, sin duda empíricamente, y hasta en
en el arte), que análoga intervención de la ficción (y, ipariencia, con una expresión a ras de tierra, pero
¿qué ficción puede reconocerse en la construcción de una n realidad suficiente y susceptible de ser ahondada: las
casa, de una iglesia, en la elaboración de un ánfora?). z~ies, e n t r e la s a c tiv id a d e s h u m a n a s , s o n a q u e lla s q u e
E l juego se agota en hechos que no crean ninguna enti­ ex p resa n e in t e n c io n a d a m e n t e c r e a n c o sa s , o , d ic h o
dad establecida y planteada, a manera de realidad sub­ x>n m a y o r a m p lit u d , s e r e s sin g u la res, c u y a e x is te n c ia
sistente. Por lo tanto, nada más opuesto al arte. Si el .in s t it u y e su fin a lid a d . E l alfarero rústico desea la exis­
arte es un juego, será el de Demogorgón: quien creaba tencia de una docena de jarros corrientes; el ceramista
un mundo para librarse de su hastío. zriego, la del ánfora de Canosa; Dante, la de la “Divina
Se nos objetara que se dice juego * de la interpreta­ Comedia” y Wagner la de la “Tetralogía” . Su labor
ción de una pieza musical, de una obra de teatro; y, en . e explica y se define enteramente con estas palabras.
efecto, ello es arte, no obstante ser acción no creado­ Preséntame a menudo las cosas en forma distinta.
ra, y que se agota en un hecho transitorio, inherente Se cree indispensable hacer intervenir la idea de lo bello
a la índole del acontecimiento. en la definición del arte. Lo cual desnaturaliza el hecho
Respuesta: sería únicamente una técnica, tenden­ capital, sumándole una circunstancia secundaria, por
te a efectuar, conforme a una regla determinada, unas cierto imprecisa y dudosa.
operaciones reglamentadas por un argumento teatral, si La palabra arte, reza el “Vocabulario Técnico y
estas operaciones no tuvieran por objeto la presenta­ Crítico de la Filosofía” (tomo I I ) , designa — en el
ción teofánica, la realización actual (a la cual el propio entido en que se opone a la técnica— “toda produc­
* El autor no emplea la palabra interpretar, sino la de jugar,
ción de belleza por medio de las obras de un ser cons­
ya que, en francés, se dice jugar el violín, jugar una obra teatral. ciente”. Sea. Esto es referirse a ideas corrientes. Y no
La traducción literal es imposible en castellano. (T.) oor ello menos desastrosas. Dejaremos por tanto de
40 EL ARTE Y LAS ARTES EL ARTE Y LAS ACTIVIDADES HUMANAS 41
lado esta idea de conciencia, destinada a eliminar la se esforzó por realizar enteramente, sin perder ni de­
obra de la naturaleza. (Y ¿por qué prejuzgar que la na­ bilitar nada, de esa originalidad constitutiva. E igual
turaleza no puede, en modo alguno ser artista? Por sucede con todas las criaturas de este género. Su crea­
otra parte, ¿acaso no se observa con frecuencia algo dor las adivina en lo que tienen de único, de personal:
de inconsciencia en la operación del genio? ¿Acaso en lo que las hace tales cuales son; en lo que las hace
conviene dejar a un lado el genio en el hombre que ser de este modo y no de otro. La ha juzgado digna
crea la obra de arte?) Lo que más aventurado se nos de ser, por y por ella misma; digna de merecer su es­
hace, no obstante ser casi universalmente admitido, es fuerzo de realización, y todos los cuidados, todos los
la definición del arte por una finalidad tendente ha­ trabajos necesarios para hacerla real en el mundo de
cia lo bello. las realizaciones musicales. ¿Qüé importa que sea tier­
¿Cuál fue la intención del autor de la vigesimoquin- na o cruel, extraña o sublime, molesta o divertida? Se­
ta “Mazurka”? ¿Anhelaba la belleza en general, esta gún los casos, se hará querer por esa ternura o esa cruel­
calidad genérica e imprecisa, común a mil seres, a mi­ dad, por su aspecto sublime, o por su aspecto extraño.
les de obras? ¿Anhelaba, más especialmente, lo bello, Acaso no sucede lo mismo con todas las otras clases
en el aspecto en que lo bello se opone a lo sublime, a de amor, que tienen por objeto todas las criaturas de
lo bonito, a lo trágico, a lo gracioso, a lo poético? Esto este mundo? Mas, para ser como son, hermosas o su­
es un despropósito. ¿Acaso no anheló, expresamente, blimes, graciosas o poéticas, es preciso primero q u e
exactamente, el encanto único y peculiar de la vigesi- ~etm. Y ahí está el verdadero problema.
moquinta “Mazurka”? ¿Acaso no ha deseado estas Observemos, en efecto, la operación del arte en toda
delicadezas, estas morbideces, estas seducciones, estas su extensión, y, se podría decir, en toda su magnani­
emotividades, o, si se prefiere, estas facultades de ener­ midad.
var, que hacen de esta “Mazurka” un ser aparte (pese Las artes son, decíamos, constructoras de cosas. Por
a su aparente parentesco) no ya sólo entre todos los tblas se construyen las catedrales, las estatuas, las sin­
seres musicales, no ya sólo en la obra de Chopin, sino ergias, los vasos, los cuadros, las' epopeyas, los dramas.
entre las cincuenta y una “Mazurkas”? Por ellas, las vibraciones sonoras del aire, los gestos de
Ahora bien, esta facultad especial de conmover es j:« cuerpos en movimiento, adquieren valor de monu­
menos la razón de ser que el testimonio más poderoso mentos. Por ellas los sueños, o lo que un alma ilumi­
de existencia de aquel ser único, que se halla ahí, ante nada o ferviente puede vagamente vislumbrar, caminan
nosotros, y que por esta presencia puede engendrar tuna una realización concreta, y acaban por definirse
emoción o amor, atestiguado como más real que otras ea realidades exterior y permanentemente presentes
muchas criaturas imprecisas de este mundo de fantas­ inte los hombres. Pero conviene medir bien la gran­
mas llamado más especialmente el mundo real. deza de estas realidades. Cierto es que la labor de un
Y ésta es la existencia, en primer lugar, que el mú­ V n ci, de un Miguel Ángel, o de un Wagner, no pue-
sico convirtió en su objetivo directo; existencia vislum­ re equipararse, ni en inmensidad, ni en riqueza, a la
brada entre brumas, o sugerida por un motivo fragmen­ ce un Jehovah en sus seis jornadas. Pero, en su esen-
tario, por unos cuantos acordes típicos; existencia que c u es de índole idéntica. “La Virgen de las Rocas”, o
42 EL ARTE Y LAS ARTES EL ARTE Y LAS ACTIVIDADES HUMANAS 43

“Los peregrinos de Emmaús”, la catedral de Reims o los fecto del arte en sus obras. Definir el arte por esta
sepulcros de los Médicis, la “Novena Sinfonía”, o “Los impresión final, es girar dentro de un círculo. Digamos
encantos del Viernes Santo”, no son únicamente aso­ mejor que el arte tiene por meta directa, constitutiva,
ciaciones de colores en un panel, o enjambres de notas la existencia, por lo menos satisfactoria, y a ser posible
que hacen vibrar el aire, o piedras acumuladas y escul­ absoluta, triunfal, ardiente, del ser singular; su obra. Y
pidas. Cada una de estas obras es también un mundo entonces desaparece el círculo.
completo, con sus dimensiones espaciales, temporales, Nuestra definición basta, por tanto, para caracteri­
y también con sus dimensiones espirituales, con sus ocu­ zar, entre las actividades humanas, las nueve (por lo
pantes reales o virtuales, inanimados o animados, hu­ menos; probablemente doce) bellas artes, e incluso para
manos o sobrehumanos; con el universo de los pensa­ recoger también lo que subsiste de arte en las activi­
mientos que despierta y mantiene deslumbrantes ante dades análogas. ¿Es esto un mal? Si queremos decir
las mentes. Y es un universo que vino al ser, a la pre­ ‘. d que, de por sí, significa el arte, ¿acaso no es menes­
sencia, en su unidad. ter, precisamente, definirlo con amplitud bastante para
Y el hecho es que este universo existe, sea cual r-ermitir la aparición de estas afinidades, de esa presen-
fuere su modo de existir. Más aún, por ser obra maes­ ira del arte todavía reconocible, al margen de los lími­
tra, dispone de una existencia particularmente inten­ tes de sus presencias en cierta manera profesionales y
sa, deslumbradora. Ha sido menester que satisfaga (o troicas? Puede existir el arte en un trabajo filosófico
que se satisfagan para él) todas las condiciones, gene­ : científico; en la instauración de un monumento de
rales o particulares, de esta existencia. Y en esto estriba L a s ; en la de una hipótesis grandiosa. Se le ha de
la misión profunda y casi milagrosa del arte. Dar fe reconocer, evidente y necesario, en una obra educacio­
únicamente, en esas condiciones, de la belleza, es decir nal. en la más hermosa acepción de este término. Forjar
muy poco frente a un problema de un sentido tan com­ m carácter, templar un alma, llevar un ser humano al
plejo, tan preciso, tan variado, y a la vez tan profunda­ ranpleto florecimiento de su existencia personal: ¿quién
mente enraizado en el corazón del ser. La belleza es -.¡cria tener éxito en tamaña empresa, sin sentir todo
tan sólo una manifestación global de todas las armo­ rraoto implica de arte, es decir de cuidados, de adivi­
nías, de todas las floraciones, de todas las inventivas, n ad :n del futuro, de anhelo de realizarse, con una
de todos los hechizos, de todas las sonrisas y de todas «rinr.tud estética en nada inferior a la labor del ar-
las apoteosis, de todas las interpretaciones justas y de 2 tl? /
todas las realizaciones necesarias a esta consecución. Y .Así, pues, los perfiles del arte son, en la actividad
si designa solamente la impresión afectiva que para r arana, harto imprecisos, ya que el arte penetra en
nosotros, contempladores, se desprende de la plenitud «m; v la movilidad por doquier. Las mismas bellas
de esta consecución, es únicamente una de sus mani­ zr^s no se hallan claramente delimitadas. Las artes
festaciones generales, en la etapa de una actitud de Tunures escapan, por gradaciones indefinidas de esta
apreciación reflexiva de la obra ya conclusa. ¿Qué es c a iif e r a , que parece caracterizar este campo peculiar.
la belleza? Es la impresión que nos causa, en lo"que al 36: cabe duda de que hay algo de arte en la fabricación
sentimiento se refiere, y en conjunto, el acierto per­ c e - 3 cuchillo de mesa, de una muñeca, de un vestido
EL ARTE EN LA NATURALEZA 45
44 EL ARTE Y LAS ARTES
esto consiste su valor y su importancia particular, como
o de un sombrero, y también en el diseño de una má­ sólida base de nuestro estudio.
quina. Y las artes mayores tienen a su vez tales rami­
ficaciones, y arrastran tras sí sombras impuras y men­
guadas de ellas mismas. El arquitecto no edifica
únicamente iglesias o palacios, sino también casas de
IX . E L PRO BLEM A D E L A R T E EN LA
apartamentos, puentes de ferrocarril, alcantarillas, mu­
NATURALEZA
ros que encierran jardines. No todas las esculturas se
encuentran en las exposiciones, ni en los museos, ni
¿S e e x t i e n d e el arte aún más allá? Aquí las cosas
están talladas en mármol blanco. A veces la escultura
se tornan más oscuras, y empezamos a percibir cier­
se ha entretenido, y después se ha extraviado, en la
to sabor de hipótesis. La ampliación de la cuestión se
talla del hueso, del cuerno, de una castaña de Indias,
efectuará, por ejemplo, de esta suerte: su definición
en la decoración de pipas, o de puños para bastones.
del arte — me dirá algún objetante— es muy flexible.
Después de la pintura de caballete, he aquí la de brocha
¿Acaso hemos de clasificar como arte todo proceso
gorda, sin olvidarnos del arte “de pintar y embellecer
susceptible de promover una existencia? ¿Acaso — obje­
el rostro”. Después de la música de los grandes con­
tará sarcásticamente Menipo— me bastará con hacer un
ciertos sinfónicos, tenemos la música de danza, la mú­
niño para ser un artista?
sica militar, carillones y señales. Después de la danza
Broma de mal gusto. Desde luego — le contesta­
espectacular, la danza de salón, el “dancing”, el caba­
remos en el mismo tono a Menipo— si en aquel mo­
ret de baja estofa. ¿Dónde está el límite que buscá­
mento pensáis en hacer al niño rubio o moreno, si sabéis
bamos? D e s in it in p is c e m . ..
cómo darle ojos azules o negros, aficiones científicas
Así, todo lo que se puede decir, es que nuestras
o literarias, entonces, tenedlo por cierto: sois un artis­
nueve, o nuestras doce bellas artes, constituyen única­ ta, y hasta un gran artista.
mente actividades representativas. Y que su única ca­
Por lo general, la naturaleza es la que determina
racterística consiste en hallarse más concentradas, más
rodo esto. Ella es la que, conforme a sus normas, edi­
puras, más inmediatamente orientadas hacia produc­
fica, misteriosamente, sabiamente, delicadamente, el
ciones autónomas, en cierto modo gratuitas, y con cierta
nuevo ser. E l artista, es ella.
pureza existencial. E n su derredor, se extiende un nim­
Ahí está el único alcance verdadero de la objeción;
bo completo de actividades menos puras, comprometi­
en esto radica la única dificultad. ¿Acaso es posible
das en exigencias complejas, creadoras de obras cuya
calificar realmente a la naturaleza de artista, en sus ope­
utilización no las limita a esta sola razón de haber sido
raciones instaurativas, y en particular en las que pro­
creadas por el arte, y de tener el privilegio de ates­
ducen un ser vivo?
tiguarlo.
Cuestión en verdad delicada, que ha suscitado con­
Reconozcamos a todas estas bellas artes la trascen­ troversias filosóficas, y sobre todo científicas, y nos cui­
dencia y la peculiaridad de constituir una especie de daremos mucho de tratarla a fondo. Limitémonos, por
centro estelar, perfectamente organizado, de actividades ranto, a decir esto: nuestra definición es de tal modo
artísticas muy puras, y que se bastan a sí mismas. En
46 F.L ARTE Y LAS ARTES EL ARTE EN LA NATURALEZA 47

sólida, que permite esclarecer mejor, dar forma o con­ -ene en cuenta este aspecto de su perpetua transfor­
vertir en ecuación, problema tan arduo. mación.
En efecto, de dos cosas una. Y lo que sigue plantea O que la naturaleza no tiene tal indiferencia con
un dilema. relación a la existencia. Esto no quiere decir que hay
O la naturaleza, en estas sucesiones de hechos que :ue suponerla consciente, ni tan sólo capaz de desear,
conducen al nacimiento, al crecimiento, a la afirmación ¿e querer, aun inconscientemente. Basta con admitir
cabal de un ser, para nada tiene en cuenta la propia que la existencia o la nada, y las cualidades intrínsecas
existencia de dicho ser; operan, pues, únicamente por del ser, resultado del proceso de formación, intervie­
leyes mecánicas, ciegas, faltas de orientación, cuyo re­ nen de algún modo, en calidad de coeficiente, en la
sultado fatal, pero indiferente, habrá de ser, según las ley del fenómeno. Basta con suponer que, en la serie
circunstancias, unas veces el nacimiento viable, otras de hechos cuyo resultado es la presencia, por ejem­
el aborto, otras la creación de una especie, y otras su plo de tal. cristal, o del lirio, o del león, o del hombre,
desaparición, y ello merced a unas leyes de los hechos, las cualidades propias de estos seres, y más generalmen­
que causan uno u otro de los hechos sin preferencia, sin te su propia existencia, su presencia en el mundo y no
aceptación alguna del resultado de su operación, así sea su ausencia y su nada, tienen un peso cualquiera (in­
este resultado la existencia o la nada, un monstruo o cluso ínfimo, a manera de causa infinitesimal, pero
una criatura perfecta. operante, en particular, a favor de la ley de los grandes
En tal h ip ó t e s is , no existen en la naturaleza verda­ números, como un g o lp e c it o d é b i l, p e r o positivamente
deros procesos instaurativos, orientación alguna de nin­ reconocible) en la balanza de los acontecimientos que
guno de sus procesos encaminados a la existencia de han dado por resultado el mundo tal cual es. E n este
tal o cual ser, y, por consiguiente, ningún arte. Y así naso, uno tiene el derecho e incluso el deber (de ser
nuestra definición del arte, lejos de ser demasiado am­ ello cierto) de hablar a un tiempo de proceso realmen­
plia, y de englobar indebidamente unos procesos natu­ te instaurador y, en consecuencia, de arte en la natu­
rales de instauración, sirve por el contrario para demos­ raleza. Un arte, por supuesto, hermético, inconscien­
trar cumplidamente que el arte, entendido de esta te, que actúa únicamente para favorecer un poco la
guisa, no existe en la naturaleza. Criterio eficiente, que existencia contra la nada; para, a través de mil fracasos,
permite denunciar una ilusión, y mostrar exactamente mil derrotas, mil obstáculos, dirigir de tal suerte la
sobre qué descansa. Sí; de ser así, la apariencia instau­ evolución de los seres y de las cosas, que a la fuerza
rativa de los procesos naturales sería pura ilusión. Sólo resulten, mejor peor, todas las presencias de que da
existe una coincidencia parcial y engañosa entre lo que fe el estudio de la naturaleza, de manera que las for­
un artista pudiera hacer, teniendo por mira a los seres, mas del cristal, del lirio y del león, no constituyan de
y lo que hace la naturaleza. La ilusión del arte pro­ modo absoluto una casualidad, sino que sean el efecto
cede del hecho de que nosotros estamos alertas, ante de un coeficiente de arte realmente presente y que ac­
este hacer y deshacer, ante esta floración y este agos- túa, débil o enérgicamente, lo mismo da, en la natu­
raleza.
tamiento de los seres, que sólo es falaz reflejo de la
indiferente actividad de la naturaleza, la cual para nada Y en este caso, nuestra definición es igualmen-
48 EL ARTE Y LAS ARTES EL ARTE EN LA NATURALEZA 49
te válida, puesto que permite precisamente descubrir ineludible, seleccionara las que se organizan en siste­
(si hay lugar a ello) este coeficiente de arte, su pre­ mas arquitectónicos duraderos, equilibrados; como si
sencia, los medios de su actividad, y su lugar exacto. quisiera, de esta suerte, destacar y demostrar ( y demos­
En síntesis, o existe arte en la naturaleza, y enton­ trarse a sí misma) las cualidades estéticas que respon­
ces nuestra definición debe englobarlo, o no existe en den a estas necesidades arquitectónicas; como si, por
absoluto, y nuestra definición deberá permitir que se último, impusiera (y podríamos evocar aquí fenómenos
desvanezca esta ilusión: y es lo que hace. De todos análogos al hábito) una inherencia necesaria, para al­
modos, la definición es buena. gunos de sus elementos, de las disposiciones arquitectó­
Por otra parte, no vacilamos en decir que, en nues­ nicas de este modo objeto de plusvalía. Tal es esta
tra opinión, la hipótesis afirmativa (o sea, la de la peregrina finalidad estética, que parece regir ciertos
existencia de un débil, pero activo coeficiente de arte procesos de génesis cristalográfica, y que se traduce
en la naturaleza) es la que vale. Creemos (y es el único por la necesidad científica de hacer intervenir, en el
sentido realmente aceptable por la ciencia que se pueda estado actual de la ciencia, un factor estrictamente
poner en el concepto de finalidad) que hay ciertos coe­ morfológico, en el decurso de los hechos que los rea­
ficientes existenciales en el orden biológico, es decir, lizan.1
que la existencia, la presencia positiva de algunos seres, Por lo que toca al arte en las instauraciones orgá­
y, en consecuencia, también de algunas de sus cualidades nicas, o biológicas, tiene características muy notables.
(morfológicas u otras) — lo que los hace aparecer tal Lo primero, que todo ocurre cual si distara mucho
como son— intervienen en forma positiva (y hasta es­
tadísticamente mensurable) en el decurso de los acon­ 1 La estética registra aquí una observación tan importante como
tecimientos de que somos testigos. Ahora bien, en este curiosa: la de que (como resultado de la ley de Haüy, que ex­
cluye la introducción en morfología cristalográfica de números
caso, este arte cósmico, natural, realmente presente en irracionales, tales como \ /5), ninguno de los tipos de redes crista-
la evolución del mundo, difiere enormemente, por unas bnas (definidos en particular por Bravais) admite las formas pen-
características fácilmente reconocibles, del arte huma­ tamétricas. Dicho de otro modo, el famoso número phi, a que tan
no. Y no carece de interés para la estética comparada, ificionados se muestran ciertos maestros de la estética, no podría
intervenir en esta estética natural de lo inanimado, ni en ninguna
el trazar a grandes rasgos el cuadro de estas diferen­
de las formas, empero tan interesantes desde el punto de vista
cias, por muy problemática, o discutible, que sea su decorativo, que da como modelo en las artes. La estética del nú­
hipótesis básica. mero phi sólo puede existir en el mundo orgánico. Conviene decir
Este arte natural tiene, en primer lugar, la caracte­ que M. C. Ghyka (uno de los mantenedores actuales más renom­
brados del número de oro) con gran probidad así lo reconoce, tn
rística de actuar en forma muy distinta, en el mundo ra obra La estética de las proporciones en la naturaleza y en el arte.
de la vida y en la naturaleza inanimada. En esta últi­ Mas, saca de ello la conclusión de una estética por entero ‘tyita-
ma, puede decirse que sus obras (con el rico tesoro de rsta”. Sería menester reconocer, pura y llanamente, que el número
formas decorativas que nos brindan) tienen por ley phi es únicamente el índice matemático de determinadas estruc-
riras formales, asaz escasas, cuyo valor artístico, por otra parte, de­
principal las condiciones de la estabilidad. Todo suce­
rende aún de otras condiciones, no siendo por tanto este índice, su
de cual si, al intentar todas las combinaciones posibles, mzón necesaria, ni siempre suficiente, hecho sobre el cual insis­
la naturaleza, movida por una experiencia ciega e memos más adelante.
50 EL ARTE Y LAS ARTES EL ARTE EN LA NATURALEZA 51
de haber alcanzado (cosa muy comprensible) la misma : veces en el ser real a un ser ideal, al que ya empezó a
perfección, la misma estabilidad, el mismo rigor defi­ hacer imposible, a aniquilar, desde el momento mismo
nitivo, que el arte inorgánico. Se encuentra en periodo en que le daba esta vida que, tarde o temprano, ha de
de experimentación, de prueba; y sólo sobrepasa con
declinar. Un ser ideal, que con frecuencia el arte pro­
rapidez y rectitud (por obra de la “taquigénesis” ) sino
rara adivinar en las transparencias de lo real, para fi­
los periodos en que empieza de nuevo, como quien arlo en su esplendor, en su certidumbre.
dice de recapitulación de los procesos logrados ante­ Conviene añadir que las formas biológicas ofrecen
riormente, por los cuales el ser vivo, en su evolución m carácter bastante peculiar. En su conjunto, son fun­
ontogenética, recorre la evolución filogenética. Y aún cionales. Someten la estructura, en lo que tiene de
en estas recapacitaciones simplificadas, abreviadas, con- característico, a determinado género de vida, de ac-
densadas, conserva muchos aspectos inútiles, muchos tvidad.
rodeos, que únicamente la historia contingente de la A estas materias diversas: el reptil, el pájaro, el
vida puede explicar. ¿Por qué la naturaleza, al tener
mamífero, les ofrecen como tipo ejemplar el animal
que crear un mamífero, le provee primero de órganos
roto para correr, o volar, o nadar; el animal de presa, o
branquiales, que en seguida hace desaparecer? Porque
ri que pace, apacible y perseguido; por último, el inge­
su arte no es puro, no carece de obstáculos, y compren­ niero, el ser industrioso, sin contar el solitario, o el ser
de todavía muchos titubeos históricos. Tal vez, den­ social. Todo sucede cual si estas obras de la naturaleza
tro de miles de años, y quizás en otras realizaciones tuvieran el doble principio de ser y de representar algo.
cósmicas, las génesis biológicas posean las certidum­
Y así se podría intentar una comparación entre estos
bres, las abreviaciones, la posibilidad de recorrer el ca­
¿os mundos de la materia inorgánica y de la vida, y
mino más corto, que caracterizan el arte de la naturaleza
estas dos categorías del arte decorativo y del arte repre­
en lo inorgánico (cuyas leyes parecen datar de un pe­
sentativo, de las que hablaremos más adelante.
riodo más remoto, y como ya experimentado en ante­ Pero hay que cuidarse, en las simplificaciones y las
riores cosmogonías, cuyo recuerdo perdurara en este utilizaciones esencializantes, de esta suerte iniciadas, de
mundo, conforme a la hipótesis de L. Hearn). Pudiera *eforzar la complejidad y la diversidad, incluso la falta
ser que entonces las génesis de la vida se hallaran entre ¿e claridad, de los hechos reales. No nos olvidemos de
las operaciones rápidas y directas de la naturaleza, la
c ae ese arte de la naturaleza es siempre impuro; de que
cual en ese caso avanzaría vacilante por unas instaura­
depende siempre del imperio de acontecimientos indi-
ciones de otros géneros, por un plano superior. La
recentes, por el cual la finalidad óntica sólo qerce una
naturaleza sólo hace rápidamente y bien lo que ha vuel­
mfluencia muy limitada, muy débil. Se trata tan sólo
to a empezar indefinidamente, en el curso de unos pro­
¿e un principio de orientación, lo bastante débil en su
cesos cada vez más reiterados, cada vez más estereoti­
acción como para percibirse únicamente por medios
pados.
estadísticos, válidos sólo para grandes números, y que
En este campo de la vida, en el cual titubea, no
ao adquiere su rigor y su valor restrictivo en los casos
hay nada que esté realmente concluso. Tan sólo una
cciividuales, sino cuando hace también dejación de su
culminación provisional, un a c m é , que permite adivinar
carácter de finalidad: cuando se inmoviliza en procesos
52 EL ARTE Y LAS ARTES
LAS ESPECULACIONES ONTOLÓGICAS 53
convertidos en hábitos y ya mecánicos, verdaderas téc­
enorme y principal diferencia entre el arte humano y
nicas, ayunas de arte, de esta labor natural.2
d arte natural: el arte humano se halla casi por com­
En efecto, conviene no olvidar que la comparación
pleto emancipado de esta terrible condición del arte
con el arte más puro (si bien más limitado en sus re­
natural, que es la inmanencia de la forma en una ma­
cursos) del artista es siempre la clave de tales investi­
teria determinada. Y no es que deje de resentir su im­
gaciones. Ella es la que permite, al aislar la dialéctica
pacto, cual lo veremos cuando nos enfrentemos al pro­
de las realizaciones de un proceso anafórico imperfecto
blema del papel desempeñado por la materia en el
y oscuro, discernir, en la amalgama del proceso natu­
arte, y la importancia de las sugestiones morfológicas
ral, este factor estético velado, implexo e imperfecto,
de esta materia; pero, siquiera en principio, el arte hu­
combinado siempre con la acción de leyes indiferentes
mano conserva el derecho, y se deja tentar por la aven­
o perturbadoras, en relación con la orientación general
tura de doblegar la forma a sus propios designios, y de
que define su modalidad artística.
mvocar la materia tan sólo subsidiariamente, en la me­
El arte humano, por otra parte, se apoya por do­
dida en que se presta a dichos designios.
quier en este arte natural. Depura sus acciones; des­
prende ciertos ideales, y los expresa por separado; para
otros fines, toma de él ese tesoro de formas de las que
no le es posible desprenderse por completo. Y, sin em­
bargo, al actuar de esta suerte, se libera de él y lo sobre­ X . E L A R T E Y LAS E SP E C U L A C IO N E S
pasa por su libertad. Estas formas, las impone a otras O N TO LÓ G IC A S
materias. A la decoración de un tejido, le brinda una
decoración tomada de la fructificación de un musgo ; A c a s o hemos alcanzado los límites de toda presencia

o del diagrama de una flor. Da al mármol la forma de posible del arte? Quizá en el orden de las observaciones
un' cuerpo vivo: esa forma que, en la naturaleza, es concretas; pero desde luego no en todas las dimensiones
producto de la química de los compuestos de carbono, de la inquietud filosófica. ¿Será preciso decir que la
oxígeno, hidrógeno y nitrógeno. Aquí radica la grande, la idea de un tránsito orientado por una sabiduría, o un
espíritu dialéctico, hacia la existencia, despierta milla­
2 Por esto no valen los argumentos, tan a menudo presentados res de ecos metafísicos? Arte divino; instauración ab­
por los adversarios de la idea de finalidad biológica (E. Rabaud, soluta del ser; organización total de la Representación
H. Matisse, etc.. . . ) y sacados de las excepciones, de los fracasos, de
los casos en que un proceso natural actúa en contra de su hipoté­
por el Espíritu: he aquí otras tantas cuestiones que el
tica finalidad: monstruosidades, errores de la naturaleza o del ins­ lector de esta obra sin duda no desea ver profundizar.
tinto, producción, por obra mecánica de las mismas leyes que, por Pero no sobrará recordar que conciernen directamente
lo general, son favorables a la vida, de órganos inútiles, o de estruc­ al concepto del arte. Problemas insolubles, o valerosos
turas morfológicas vitalmente indiferentes, “cualesquiera”. En rea­
lidad, estos hechos se hallan estadísticamente en minoría. Es
intentos de iluminación de lo incógnito, las especula­
menester comprobar, tal vez como hecho extraordinario, pero posi­ ciones metafísicas referentes a estas materias se nos
tivo, que estas leyes mecánicas, en la mayoría de los casos, actúan aparecen como fulgores tenebrosos. Y al mismo inves­
en sentido favorable a la existencia, y conforme a los arquetipos tigador de cuestiones estéticas, le importa comprobar
constructivos que dominan estas instauraciones naturales.
lo siguiente: primero, que el arte, aquí, es en efecto
54 EL ARTE Y LAS ARTES LAS ESPECULACIONES ONTOLÓGICAS 55
objeto de la especulación, es decir que la idea funda­ monumento el problema de la realización, de la con­
mental que hemos de tener del arte, ha de ser suscepti­ clusión, del resultado de la acéión? ¿Por qué razón, a
ble de abarcar, si fuere menester, estas grandiosas hipó­ Hamelin, le perturba la idea de categorías puramente
tesis, cuando encierran algo que corresponde a una estéticas, que pueden poner en peligro sus categorías
realidad, y que puede ser provechosamente examinado intelectuales? El motivo es el siguiente: que tanto uno
por la mente humana; y segundo, que la luz que ilu­ como el otro han concebido el arte (por haberse hecho
mina va del arte humano a estas especulaciones inquie­ del arte una idea demasiado mezquina, por ejemplo re­
tas e inciertas, y no en sentido contrario. lacionándolo únicamente con la atmósfera de la belle­
Lo cual entraña al menos una superioridad para za) como una provincia parcial, como fragmento limi­
los teólogos: éstos no vacilan en evocar la idea del Dios tado, como un solo capítulo de su gran epopeya. Sin
artista, del Dios cuyas categorías estéticas pueden im­ darse cuenta de que penetraba en toda la trama; de
pregnar la acción, D e u s a r tife x . La analogía entre M i­ que, en puridad, constituía el motor y la clave dialéc­
guel Ángel cincel en mano y Jehovah en el esplendor tica y profunda.
de sus seis días, no sólo es enseñanza para el esteta, No nos arriesgamos a ocuparnos de este capítulo
sino para el metafísico. Al abrir un capítulo de esté­ de estética comparada. No vamos a hablar ni del arte
tica comparada — relacionar el arte humano con la idea divino, ni del originado en la mente humana. Nos con­
de arte divino; confrontar la instauración parcial de un tentaremos con mostrar cómo se plantea su problema.
microcosmos con la instauración total posible del ma­ Lo que importa, es recordar a los que se arriesgan por
crocosmos— le descubre tan sólo, al analista de las esas regiones, que en ellas no tendrán más hilo con­
bellas artes, el panorama de una hipótesis que penetra ductor que el estudio de la dialéctica del arte. Y a los
hasta lo más hondo, que le proporciona unas cuantas que se interesan por el arte, que sus resonancias meta-
imágenes y a la vez el sentimiento de la importancia Líicas son reales y profundas. La experiencia que pro­
de lo que se plantea. A la inquietud de la metafísica, al porcionan tiene un alcance ontológico — más exacta­
desesperado esfuerzo de la teodicea, le sugiere un mé­ mente: ontogónico— que no es posible ni omitir ni
todo, al recordarles que, si bien es imposible “penetrar dejar en silencio.
los designios de Dios”, al menos siquiera la única ima­ Y esto nos dice el alcance de la estética comparada,
gen que tenemos a nuestro alcance de las actividades i la vez que nos recuerda el principio de su método.
de la instauración cósmica, reside en la actividad del El arte, esta promoción heroica de la existencia,
artista. Y esto no es únicamente una imagen, es una mas veces visionaria, y otras concretamente manipula-
experiencia. lira, en ocasiones difícil, vacilante, con cortapisa, se-
Y esto es lo que no debería olvidar (pero olvida nlar y lenta, y, en otras, a ratos enigmática y lejana,
con demasiada frecuencia) el metafísico puro. Pues la rosee innúmeras presencias. Los campos que le son
misma analogía, no sólo puede referirse a Jehovah en privativos son inmensos; los surca con idéntico impul­
sus seis días, sino al espíritu hegeliano, o hameíiniano, so. Pero, en su centro, y para que podamos más có­
en sus tríadas de categorías. Ahora bien, ¿en qué con­ modamente acercarnos a él y estudiarlo en forma di-
siste que Hegel $e haya olvidado de incluir en su r:ta v positiva, ofrece una constelación de nueve haces
56 EL ARTE Y LAS ARTES
sencillos, de nueve actividades organizadas, que parten
de la labor concreta y la experiencia del hombre. Y T ercera P arte
aquí es en donde se puede, por medio de la compara­
ción de estas actividades, destacar lo esencial, cuya A N A L IS IS E X I S T E N C IA L D E LA O B R A
esencia ontológica tiene inmenso alcance. Pues re­ D E ARTE
sulta indiscutible que el escultor, cincel en mano, el
pintor con sus pinceles, el poeta y el músico con su
estilográfica, realizan un trabajo de creación divina. Al
crear la “Venus de M ilo”, o “la Primavera”, la “In­
vitación al viaje”, o la “Patética”, crean lo que, ni Dios, X I. PLU RA LID A D D E LOS M O D O S D E
ni la naturaleza, habían hecho. Y lo que de esta suerte E X IS T E N C IA
nos enseñan, en cuanto a los caminos que llevan seme­
jantes realidades hacia la existencia, es la única expe­ Y a h e m o s visto que, por lo menos, nueve artes, carac­
riencia auténtica que poseemos; el único modo directa­ terísticas, forman, en el centro de su región humana, el
mente al alcance de nuestra observación, de la actividad núcleo de la nebulosa del arte. Tradicionalmente, se
instauradora pura. clasifican de esta suerte: arquitectura, escultura, dibu-
He aquí por qué, si añadimos a nuestras anteriores •o, pintura, danza, poesía, música, y, además, ese grupo
definiciones del arte esta otra: é l a r te , e s l o q u e ex iste complejo a menudo llamado artes menores (también
d e c o m ú n e n t r e u n a s in fo n ía y u n a c a te d r a l, u n a esta ­ se dice artes decorativas, artes industriales, y cada uno
tu a y u n á n fo r a ; e s l o q u e h a c e e q u ip a r a b le s e n t r e sí de estos términos tiene sus fallas). Y es menester su­
la p in tu r a y la p o e s ía , la a r q u ite c t u r a o la d a n z a ,1 no marles este recién llegado, que ya nadie discute: el
sólo señalamos un noble y hermoso tema para el estu­ irte cinematográfico.
dio, sino que, además, demostramos que este estudio ¿En qué consiste que existan varias artes? Esta pre­
tiene un alcance que sobrepasa el simple interés por sunta, inevitable, esencial en nuestra investigación, no
las cosas de la belleza, o del genio; que discierne, en puede ser contestada antes del estudio de la morfolo­
actividades de por sí nobles y sobresalientes para la gía general común a toda obra de arte. Onicamente
condición humana, un principio susceptible de sobre­ cespués de haber reconocido los distintos planos existen-
pasar, en importancia, en valor o en esencia, el plano nales, sobre los cuales se establece, será posible discernir
humano.
exactamente las razones de esta pluralidad.
Una obra de arte, es un ser único, tan único cual
puede serlo, en su singularidad, una persona humana.
Ahora bien, por muy completa, por muy esencial que sea
la unidad de un ser humano, éste no deja de estable­
cerse sobre varios planos, o modos, de existencia. En­
1 Con esto llegamos a nuestra quinta definición del arte. La
sexta se encontrará en el capítulo XV. Sobra decir que todas con- contramos al hombre en la esfera de la existencia física,
cuerdan y representan la misma realidad bajo distintos ángulos. ^síquica, de la espiritualidad; en lo actual y en lo vir-
57
EXISTENCIA FISICA 59
58 ANALISIS EXISTENCIAL
tual. Una persona es por igual el centro hipotético, el ie las veleidades de los impotentes y los fracasados.
principio original de mil acciones diversas, y la reali­ Éntre lo que, para existir, exige el esfuerzo vigoroso
zación ideal, y como quien dice situada en él infinito, ¿el genio, y lo que nunca se realizará, marcado con
de una unidad que se busca a sí misma. Por cierto qué "ello letal’ de lo imposible, de lo absurdo, del borrador
destinado forzosamente a permanecer amorfo, no puede
a mitad de camino, siempre entre la existencia plena
y el esbozo a medias salido de la nada. divisarse aún la divergencia en esta etapa. Mientras a
La obra de arte existe, quizá más intensamente, en orimera pincelada, el primer golpe del cincel o del bun ,
forma más esplendorosa, más completa, mejor termi­ aún no se ha dado; mientras la primera línea no ha
nada. Lo cual no le impide, con sus presencias induda­ ñdo escrita, es discreto no decir todavía: la obra existe,
bles, hallarse establecida en una pluralidad de planos ahí está.
cxistenciales, indispensables todos. Enumerémoslos. Ca­ Interés, empero, de esta etapa pre-natal para la es­
libremos este espesor o esta profundidad perspectiva de tética comparada: el objeto artístico se encuentra con
su ser. frecuencia en ella aún mal definido, en lo que atañe
al género de arte al cual corresponde. Momento hubo,
en que el Cristo del “Juicio Final” o los “Ygnudi de
la Sixtina, no eran en el alma de Miguel Ángel, en puri­
X II. E X IST E N C IA FISIC A dad, ni pinturas, ni estatuas, y, a la vez eran ya algo de lo
uno y de lo otro. Y tal idea literaria, en esta etapa que
V eamos un ejemplo. El más corriente. La “Giocon- pudiéramos decir fetal, permanecía indecisa: ¿drama,
da - Vista desde cierto ángulo, es un objeto material. poema o novela? y hasta ¿quien sabe?, tal vez ballet
Bastidor, lienzo, pigmentos de color: éste es el cuerpo o pantomima. Pero, cuando se toma el pincel, la espá­
físico de la obra. Su modo de existencia es el de las tula o la estilográfica, el trozo de barro o la cuartilla, es
cosas físicas.
menester decidirse.
No puede existir obra de arte sin este cuerpo. Una
Con esta corporeidad física es con lo que la obra
catedral, una estatua, son ante todo piedra. Una sin­
(tal como subsiste) empieza a existir, a tener su exis­
fonía, es aire estremecido y vibrante. Una obra litera-
na, es papel impreso o manuscrito. Y así sucesivamen­ tencia positiva y real.
Y también podríamos hablar de una especie de ser
te. Todas las obras de arte tienen un cuerpo.
a un tiempo absoluto y virtual de la obra, independien­
^ sin embargo ¿puede existir una obra de arte a n te s
temente, no sólo de toda realización material, sino, in­
de tener un cuerpo? El poema, la sinfonía ¿se hallaban
cluso, de todo concepto. Considerados bajo determi­
encerrados en un alma antes de existir en el papel en
caracteres negros sobre blanco? * nado’ ángulo, los dramas futuros y los monumentos
eme todavía no han sido erigidos ya están ahí, en uno
Sea, pese al riesgo de conceder demasiada existencia
como cielo platónico de los inteligibles, si se considera
a tan imprecisas imágenes, casi únicamente premonito­
rias. Esta es por igual la región de lo que será, como tan sólo el conjunto de las correlaciones armónicas,
«a de^Io que no sera jamas. En ella, las posibles obras la lógica interior que las condiciona y constituye su
maestras en nada difieren aún de as imprecisas visiones trama virtual. Incluso; cual en una contra-prueba, se
EXISTENCIA FÍSICA 61
60 ANALISIS EXISTENCIAL
anécdota histórica de los acontecimientos con que fí-
hallan en la sociedad que los guarda. E l poema de
-a-.-npnte tropieza el cuerpo de la obra pierde su im­
mañana — el que habrá de colmar una espera, de saciar
portancia. La primera representación de “E l Cid”, o
una necesidad, de justificar una gloria— , este poema,
aún no nacido, ya está ahí, igual que la estatua en bron­ a composición exacta de la orquesta dirigida por Haydn
ce ya se encuentra en el molde aún vacío. ¿Quien de el palacio del Príncipe Esterhazy, o incluso, la forma
nosotros habrá de escribirlo? en que el propio Beethoven empuñaba su batuta tal
Pero no es de la obra por hacer de lo que vamos : cual día, en la dirección de “la Q u in ta ”, no pueden
a tratar, sino de la obra ya hecha, de la obra presente. n ejemplos para las representaciones o interpretacio-
Y ésta, sólo es indubitable merced a la indiscutible -es- futuras. Si es cierto que, en “La Lanzada”, o en
región de la presencia física. "Sardanápalo”, subsiste inscrita y emocionante, la coreo-
Al respecto, observamos una distinción importante: rrafía histórica del pincel de Rubens, o de Delacroix,
hay artes que dan a sus obras un cuerpo único y defi­ en los días de su génesis, en cambio, la interpretación
nitivo. Verbigracia, la estatua, el cuadro, el monu­ ce Mademoiselle Georges, o la de Rachel, la interpre­
mento. te dón de Habenesk, o de Charles Lamoureux, sólo
Otras son a un tiempo múltiples y provisionales. ror cierto tiempo podrán impregnar el papel o la par­
Por ejemplo, el cuerpo de la obra musical, o de la obra titura, y después se esfumarán. Y la obra podrá renacer,
literaria. “La infortunada música — decía Vinci— mue­ r.empre joven, en tanto que los colores se oscurecen y
re de seguida”; no, no muere, pues de continuo rena­ >e agrietan, en tanto que los colosos llevan marcado
ce. Pero requiere cada vez una especie de palingenesia ra el rostro “el pie brutal de Cambios” . E l libro
ceremonial, de teofanía ejecutiva, de resurrección por impreso, múltiple, omnipresente, salvaguarda la obra
metempsícosis, con un cuerpo cada vez: la ejecución cue la mancha de tinta de Paul Louis Courier siempre
de una pieza de música, al igual que, en lo que ataña amenaza en su original, por muy emotivo que éste sea.
a la literatura, la lectura del poema, o la representación Son juegos extraños y complejos del bien y del mal,
teatral. ¿Debilidad de estas artes? Tal vez. E l término de lo esencial y de lo concreto, de lo vivo y de lo eter­
postrero de su presencia sólo puede alcanzarse provi­ no. ¿Será menester entretenerse en observar, en el cuer­
sionalmente en una resurrección siempre algo distinta, po concreto, único y material de la obra del arquitecto,
en la cual la personalidad, la voluntad, incluso quizá ías mutaciones que aporta el tiempo; la página dorada
el capricho de los ejecutantes desempeña un papel. y el desplomarse de las columnas, la huella de los en­

Su autor nunca puede considerar estas obras como cuentros singulares, de las confrontaciones del alma
totalmente conclusas: requieren siempre un comple­ —la firma de Loti en el muro de Baalbek, o la con­
mento de creación, el cual depende del instrumentis­ moción del terremoto? ¿O es menester preferir ese
ta, del actor, del declamador. Pero también poten­ desprendimiento espiritualizante, por el cual, aquí, mi
cia y espiritualización del ser, gracias a este posible Baudelaire, encuadernado en piel, magullado, o man­
menosprecio de un cuerpo únicamente prestado, ca­ chado en algunas hojas, es únicamente mi propio ejem­
duco y siempre sustituible. En música, en dramaturgia, plar, que quizá guarda el testimonio de aventuras del
la o b r a p o s e e c u e r p o s q u e c a m b ia n . En estas artes, la alma, que sólo a mí me conciernen? ¿Es menester
62 ANALISIS EXISTENCIAL EXISTENCIA FISICA 65
esa superstición, o de esa aberración, de preferir la
n l Í ^ f Wta ublf.uidad de ,a música, por la cual se halla
:c ri manuscrita a la obra sonora y realmente vibrante,
H i w í 6 3 Un1tlCmp0 611 mi1 lu§ares> en mil momentos : también, por un corto-circuito que va directamente
diversos; que la entroniza en la vida humana con una
intimidad infinitamente más honda que la que puede ovente al intérprete (y haciendo caso omiso del autor,
tener el cuadro en su museo? Cuestión de gusto. Ouien ; de la propia obra) considerar la interpretación fu-
prefiere determinado arte, habrá siempre de preferir ~tiva, y el intérprete ocasional, más importantes, más
su condición física particular. emocionantes, que la existencia espiritual duradera y
a creación genial y original de la obra en el papel.
Observemos únicamente tres puntos: primero la
posibilidad, para la obra plástica, de adquirir una espe­ Este desdoblamiento en autores, y ejecutantes in-
cie de ubicuidad, tal vez interior, pero que, con todo -erpretes, por otra parte, no se presenta únicamente
conviene no menospreciar así como así, por la multi- -n las obras de cuerpo provisional. Conviene no ol­
phcidad de las copias, o reproducciones grabadas, o fo­ earse de que, ni Rafael, ni Rubens, pintaron siempre
enteramente con sus propias manos los cuadros, de los
tográficas; reproducciones análogas, si se quiere, a
: jales a veces sólo dieron la idea y las directrices prin-
lo que, para la obra musical significa una ejecución
::pales de ejecución a sus discípulos.
imperfecta, una interpretación de aficionado. Y, em­
pero, ello implica un modo de aportar a la obra, de la Y una última palabra, pero importante.
Este cuerpo físico se halla destinado ante todo a
cual algo subsiste en estos cuerpos secundarios y dis­
ostener, a presentar al espectador, al oyente, un cu­
minuidos, una presencia y una resonancia amplificada.
mulo de cualidades sensibles, de fenómenos puros,
Observemos también la importancia de todo ese con­
junto instrumental — pinceles o cinceles, flautas o de los cuales trataremos pronto.
¿Puede decirse, entonces, que se trata sólo de un
cornos, vestuario y escenografía— que sólo atañen a esta
5 jstén exigido por estos fenómenos, pero que, en rea­
realización física, y desempeña un papel técnico cuya
ldad, permanece al margen de la obra de arte? ¿Como
importancia varía enormemente, según las diferentes ar­
si fuera el reverso de la decoración, algo así como un
tes. Allí donde aparece especialmente importante, el
mdamio, como una estructura de apoyo que no debe
arte corre el riesgo de convertirse en simple mensaje
de retener nuestra atención?
e virtuosismo técnico. Por último, observemos que
No lo creamos. A pesar de que, con toda seguridad,
aquellos que, en la apreciación estética, insisten dema­
desempeña este papel, no deja de intervenir con toda
siado exclusivamente en las improntas de la vida, en
: j naturaleza, la cual sobrepasa, y a veces contraría,
los recuerdos biográficos impresos en ciertas obras y
este papel de simple puntal. El edificio, pese a lo
referentes a su génesis física original, se concentran en
inrmado por Ruskin, no tiene únicamente, como esta-
un punto de vista sólo válido para determinadas artes,
-jto artístico, la misión de satisfacer el alma, de delei­
aquellas en que la creación espiritual se confunde con
t a , o de elevarla. Su cuerpo físico nos resguarda
la ejecución material, exigiendo, al igual una que otra
realmente del frío, del sol, de la lluvia. Este búcaro,
un único agente. Ahora bien, ¿dónde se encuentra'
sor más que le disguste a Kant, no es únicamente or-
por ejemplo en la obra musical, esta evocación física dé
..ito espectacular de una consola: también tiene una
la mano creadora? A no ser que uno se deje llevar
64 ANALISIS EXISTEN CIA ! EXISTENCIA FENOMENOLÓGICA 65
utilidad práctica, y en una forma que le impide ser un tr.;- que la caricia acústica de los acordes. En escultura,
fantasma. Está destinado a contener y conservar ma­ \ zr algo más que los valores táctiles y cinéticos del alto
terialmente el agua en que habrán de bañarse unas «¿¡eve. Pero, si hay también algo más, hay, insoslaya-
flores. El cuerpo forma por entero parte del todo de la liamente, aquello. Es un punto de apoyo necesario; un
obra. La obra tiene el derecho de prevalerse de su pre­ z-T .to de apoyo — insistimos en ello— en el terreno
sencia física. i r r : menológico, con idéntica importancia que el cuer-
y o ñsico, al que nos referíamos más arriba. Mejor aún:
~r_ase que este cuerpo físico tiene su principal razón
áe ser en sostener con su andamiaje, cual si de la estruc-
X III. E X IS T E N C IA FEN O M E N O L Ó G IC A nra de la decoración se tratara, ese grupo concordante
datos de los sentidos. Decíamos que no existían
L a “ G io c o n d a ” no es únicamente un conjunto mate­ r:r.turas invisibles (no obstante, existe lo invisible en
rial de películas oleaginosas sobre un lienzo. Estos i pintura), ni músicas inaudibles: el suponerlo ya es
pigmentos forman, para nuestra retina, unas manchas in absurdo. Y probablemente una pintura puede per-
claras u oscuras, rosadas, ocres, o verdes. Existe en -an ecer oculta en un hipogeo, y un motete en un
ello una combinación de apariencias sensibles, cuya —anuscrito ignorado, en una biblioteca en la cual na­
presencia, en su calidad de simples apariencias, de sim­ die penetra; y una estatua en un desierto, o en una
ples cualidades sensibles, es capital. Y tambán es ca­ 3 ¡a abandonada por los hombres. A b u n d a n lo s te s o r o s
pital, para la “Sonata a Kreutzer”, o para el “Preludio m e d u e r m e n s e p u lta d o s m u y le jo s d e lo s p ic o s y d e
a la siesta de un fauno”, dirigirse a nuestro pensamiento .as s o n d a s . . . Y lícito es soñar con el extraño destino
por mediación de nuestro oído, y ser un espejear de de “La obra maestra desconocida” .1 Pero, en fin, nun-
apariencias sensibles, específicamente auditivas; es ca­ ra dejará de ser ineludible que tal obra maestra fue
pital, para las danzas de “Gisela”, o de “El Príncipe creada con vistas a una percepción virtual, incluso
Igor”, hacemos percibir el movimiento; como para el ileatoria, y hasta punto menos que desesperada. Por
“Lorenzo de Médicis”, o para el “Hombre que camina”, canto, este plano de la apariencia sensible sigue siendo
revestir la librea fenomenológica del relieve, de la pro­ constitutivo en toda obra de arte.
fundidad, de la forma en la tercera dimensión. Y no digamos, ingenuamente, que es el único plano
En una palabra, a toda obra de arte le corresponde existencial verdadero de la obra de arte. Pero si sub-
un estatuto existencial, el cual es el del fenómeno, y
especialmente de la apariencia percibida por los senti­ 1 Esto no es un problema inventado a capricho. A propósito
de ‘la Música de los colores” , nos encontramos con el hecho pecu-
dos. No existen, ni pintura invisible, ni estatuas im­
•ar de unas vibraciones independientes de todos nuestros sentidos,
palpables, ni músicas inaudibles, ni poemas inefables. •. que, en ciertos artificios experimentales, se organizan conforme
Mas, conviene no exagerar. La poesía, puede desde i las mismas relaciones que caracterizan los acordes musicales. En
luego, encerrar lo inefable: quiero decir que el poema consecuencia, ¿será lícito hablar de una “ música” de las ondas insen­
sibles? Música, en todo caso, por siempre jamás sin oyentes, y
sobrepasa, y mucho, este solo plano del canto fonético
que no es música para nadie (Véase más adelante el capítulo
de las silabas. Y la música encierra algo que es mucho xxxn).
66 ANALISIS EXISTEN CIA ! EXISTENCIA FENOMENOLÓGICA 67
rayemos su importancia, tanto mayor cuanto que nos es «rdinegro del agua profunda y la carne nítida de una
dado presentir su alcance en el problema de la dife­ §or de nenúfar. Ni es tampoco un verdadero artista
renciación de las artes. Ya desde ahora comprendemos xcien no ha sabido adivinar que, con sólo hacer de
que, entre la pintura, en la que el cuerpo de la obra ioevo vibrar estos colores, o espejear estos sonidos, era
queda dispuesto con vistas a presentamos un sistema >3ib le descubrir los secretos más íntimos del alma, o
de cualidades sensibles, pertenecientes al orden de las icscitar un universo entero, mejor o más profundo, más
sensaciones visuales de color; la música, que nos habla tenso o más noble, que el mundo ordinario y coti-
por mediación de las q u a lia acústicas; la escultura, ¿ano.
que tiende a la perfección del relieve, de la profundidad Mas conviene precisar pn punto teórico, o filosófico,
del espacio tridimensional; la especificación de estas «portante.
q u a lia sensibles establece la diferencia principal (si ¿Será, acaso, menester, a causa de este carácter sen-
no es que la única y suficiente). rfole, o sensorial (y a veces casi sensual, en este goce
De hecho, por cierto, la atención intensa hacia tal :e su percepción), decir que la situación existencial de
o cual grupo de estas q u a lia sensibles (bien sea en el a obra en tal plano es el orden subjetivo de la sensa-
arte, o en la naturaleza) es una de las coracterísticas -on considerada como hecho psíquico, o incluso psico-
del temperamento artista. Que no es realmente un -siológico?
músico quien — al igual escuchando cómo se afina un Esto no sería exacto. Constituiría, incluso, un error
piano, que analizando el ruido de una gota de agua 2 iuy grave. La obra de arte (en este plano) no está
cayendo, en la noche, de un grifo mal cerrado— no ha ritmada por sensaciones. Está formada por cualidades
sabido gustar nunca el placer de las quintas al afinarse, ensibles. Lo cual es cosa muy distinta.
al depurarse, al unirse; o de la cuarta y la quinta ini­ Detengámonos en este punto, delicado y esencial.
ciando cada una su vibración exasperándonos con la El d o , el re, el mi; o, más precisamente, el d o 3 ,
incertidumbre de su espera, de su ascenso, o de su d re 3, el mi 3, e incluso el d o 3 del piano, o el del
descenso. Ni lo es quien, de niño, no ha gustado rozar :helo, o el del como, que son algunos de los materia­
con el dedo, al azar, el marfil del teclado, para ver surgir les sensibles que forman tal o cual melodía, son cosa
de éste — ¡asombro y maravilla!— unas veces el d o muy distinta de las sensaciones, es decir' los hechos
vestido de azul, otras el m i vestido de amarillo, otras reales, totales, complejos y singulares, que residen en
el s o l envuelto en túnica purpúrea, presencia estremecida tal o cual organismo positivo que se hace vibrar. Son
y precaria, pronto esfumada en el vuelo aéreo de los esencias puras; cualidades genéricas y absolutas. Ate­
armónicos. Asi como no es realmente pintor quien niéndonos a un análisis filosófico correcto, tenemos que
nunca supo del goce punzante producido por la sun­ relacionarlas con “objetos eternos", según la filosofía
tuosidad, en la paleta, de un amarillo cromo junto a de Whitehead, y hemos de pensar, en particular, en lo
un azul turquesa; o quien, de niño, no se ha sentido que éste nos dice acerca de sus q u a lia . Y en efecto, de
de pronto embelesado al contemplar cómo el reflejo a u alia es de lo que se trata.
de una lancha en el agua confundíase repentinamente En primer lugar, esta especialización notoria de la
con el brillo de un azul puro, ideal, exquisito, con el ointura en el color, de la música en las sonoridades, de
68 ANALISIS EXISTENCIAL
EXISTENCIA FENOMENOLÓGICA 69
la escultura en los relieves, y así sucesivamente, no co­
rresponde en modo alguno a estos conjuntos sensoriales, £. complejo sensorial concreto queda organizado esfé­
susceptibles de lograrse, o de suprimirse, al entrar en ricamente de tal suerte, que la obra se caracteriza esen-
juego o embotarse los sentidos; con lo cual, con sólo zalmente en el plano fenomenológico por la h e g e m o n ía
cerrar los ojos, sería posible aniquilar el universo del ;e una acción específica de las q u a lia ; lo cual es lo que,
pintor. ¡Sólo este universo! Y al taparse los oídos, en estilo aristotélico, llamaríase lo sensible propio
podría suprimirse el universo del músico, y sólo este *¿iov aío0TjTÓv) y el oíxeíov Eoyov de este arte.
universo, y así sucesivamente. El sordo pierde el mundo Por último, ese juego de las cualidades es s ie m p r e
del lenguaje, y, por tanto, de la poesía, al igual que el zn sistema definido y organizado. . . Y esto es lo que
de la música. Al perder la vista, se pierde el mundo de ceas importa.
a pintura, pero también el del dibujo, e incluso el de la Las q u a lia de la múSica, no constituya! toda la
poesía en el terreno de la lectura, y hasta el de la escul­ xasa, enorme, imprecisa, de los datos de la percepción
tura y el de la danza. Estas q u a lia propias del espacio ¿aditiva. Son, en primer lugar, “sonoridades puras”, es
de tres dimensiones, o del movimiento corporal, hacen decir productos artificiales de una maquinaria que tien­
actuar al igual la percepción visual que la percepción de a realizar en lo sensible un elemento cualitativo,
anestésica de la profundidad y del movimiento. Y este tan simple como podría lograrlo una vía analítica (en­
mundo de la vista ha de ser sobreanalizado, situando tendiendo, por supuesto, que se trata de un análisis del
por separado los colores, las luminosidades, las formas fenómeno, y no de su soporte material, ni de sus cau­
que la vista forzosamente percibe combinados, pero que sas). Es el término dialéctico final y la saciedad de un
el arte distingue al convertirlas en objeto de una aten­ apetito de pureza. E l la del diapasón es efecto de una
ción estética particular. cusqueda de la nota cualitativamente pura, y cuantita­
Y es que los datos sensoriales utilizados por las tivamente precisa. Sin contar que estos sonidos puros,
artes, nunca logran una purificación de hecho, un ais­ a los que suelen limitarse las disponibilidades del mú­
lamiento práctico de tal o cual movimiento de las qua- sico, son, e n n ú m e r o lim ita d o , s e le c c io n a d o s d e m a n e r a
lui. Los colores del cuadro tienen formas, diferencias c u e fo r m a n u n s is te m a d e e s c a la . De este modo, otra
de luminosidad, y hasta asociaciones con los valores tota, llamada m i, será efecto de una búsqueda, no sólo
táctiles que evocan la manipulación del pigmento de de la nota pura y precisa (tal como sucede para el l a ) ,
color El cuerpo en movimiento del bailarín no es un sino que ha de sonar justamente en una relación espe­
simple caleidoscopio de actitudes, de deslizamientos, cial con el la, llamada relación de quinta. Y el músico
de traslados en el espacio. Posee volúmenes escultó­ habrá de constreñirse a constituir su obra únicamente
ricos La claridad lo envuelve o le hiere, extiende so­ con un corto número de estas q u a lia , que en relación
bre él efectos de luz y de sombra. Lo que se pretende anas con otras, constituyen un sistema.
decir, cuando se reduce mentalmente ese cuadro a un Pueden valorarse, en forma algo pesadamente numé­
vuelo de colores, esa danza a un desfile de movimientos, rica, estas restricciones del arte, si se piensa que con
este grabado a un haz de blancos, grises y negros, es relación a una voz humana que canta, que dispone de
que estos elementos son a r t ís t ic a m e n te predominantes. .o infinito de lo continuo, en la música se constriñe a
emplear sólo, al máximo, y en su más amplia flexibili-
70 ANALISIS EXISTENCIAL EXISTENCIA FENOMENOLÓGICA 71
dad, ciento cincuenta notas (tan sólo treinta en el sis­ t ago cinco, o seis, como máximo; a veces son única-
tema temperado). En la armonía clásica de cuatro ve­ ™ ¿ e tres, o incluso únicamente dos), sobre los cuales
ces, base de toda nuestra música, se dispone tan sól: k edifica la armonía del cuadro. La gama del Veronés,
(si se cuentan como otras tantas esencias cualitativas « ejemplo, se establece sobre un gris plateado, un arna­
distintas las mismas notas en los cuatro timbres voca­ c o de oro viejo, un rojo escarlata, un azul algo violáceo,
les J de 245 elementos cualitativos simples (82 en e r ¿os verdes, uno muy vivo (el “verde Verones ), el otr
sistema temperado), cuyas combinaciones simultáneas Carecido casi al siena: pero esto no quiere decir, por
o acordes que pueden ser consideradas a su vez, come srouesto, que el Veronés se prohibiese, a si mismo, la
dotadas cada una de una cualidad propia de conjunte -rmbinación de diversos matices, en notas de transición,
quedan limitadas al número de 35 especies. Incluso er. - torno de estos colores-tipos, que son claves de su
a gran orquesta completa, se dispone únicamente de
m iom a. t
515 notas, en 46 timbres instrumentales (y no hay que Mas, en la base de su arte, nos encontramos, desde
imaginarse que el producto de estas dos cifras da el -ego con la organización del sistema de las q u a lia , en la
numero de q u a lia disponibles; ya que ningún instru­ ~cala limitada y discontinua de un corto numero de
mento, excepto el órgano, dispone de todas estas notas). íencias-tipos. E igual sucede con la gama de Rafael,
Y todo esto es sólo un medio, harto primario, de valo­ - - un Rubens, o de un Delacroix, y mas todavía, por
ración, ya que en realidad, la estructura de la música Templo, con la de un Van Gogh, quien se abstiene
es de tal índole, que en cada momento un número a s i rigurosamente, de las notas de transmisión y de
muy pequeño de estas notas (paradójicamente pequeño- -"exible fluir del continuo. Añadiremos por fin a esto
todos los que se inician a la armonía lo resienten con ’: ue el arte de la danza estiliza el movimiento, hasta el
sobrada crueldad) es artísticamente disponible. óunto de permitir su análisis, la reducción a un numero
Esta perpetua restricción, siempre susceptible de imitado de elementos en cierto modo atómicos; Y ^ to ,
variar, pero siempre rigurosa, de los posibles, o, más no sólo gramaticalmente, por decirlo así —j e t e , b a ttu ,
exactamente, de los disponibles; esta obligación, para el primera, segunda o tercera posición c o u lé , d e g a g é , etc.,
arte de moverse únicamente en las gradas, en número !o cual concierne principalmente a la técnica , smo
limitado, de un sistema organizado de q u a lia , es eviden­ porque el movimiento se configura en la danza al pro­
te en nuestra música, de la cual es la ley básica. Mas porcionar, a determinados ejes de su flujo, a determi­
no resulta menos importante en todas las demás artes nadas direcciones de su impulso, a determinados sen­
si bien con ngor menos concretamente reglamentado! tidos de su girar, o de su propulsión continua, a
Cierto es que la pintura, menos rica, ya que no dispone, determinadas actitudes de su detención^en la acbtud,
en cada obra, sino de un solo acorde (y no, como la unos privilegios orgánicos, capitalidades estéticas . iM
música, de una sucesión caleidoscópica de combinacio­ espacio de este modo articulado, ya no es homogéneo; y
nes) compensa esta indigencia con una variedad más es sobre su trama informe en cuanto a diversidades
amplia, con una flexibilidad más grande de sus dispo­ cualitativas, limitadas a la ley de una acción sobria, y
n t e 5’ puesto que tiene derecho a toda la continuidad por tanto más intensa en direcciones y actitudes, que
de los intermedios, entre los cinco o seis tonos básicos se dispone e instituye la obra de arte. T o d o a rte
72 ANALISIS EXISTENCIAL
EXISTENCIA “REICA” O “COSAL” 73
i -e n te : es del fenómeno puro de lo que aquí se trata,
fcsisto: lo sensible en su existencia puramente feno-
elemX V^ é eü ; t r¿ L ™ f e % r fünH
d,r eSta a« tó” * xen ológica.
Y constituye uno de los hechos más notables del
rrte, afinar, y a la vez intensificar, destacar existencial-
nente, en toda su pureza, este plano fenomenológico.
En realidad, es sólo y precisamente en el arte, y por el
« m e n te ¿ r d ,n a l« n ^ ' , ? « " " « ' ‘W o ¿ té tí- rte, donde es posible despojar este fenómeno puro de
manto lo envuelve, y aislarlo por medio de una esencia­
lización funcional.
Los psicólogos han discutido largamente acerca del
problema. (o del mito) de la sensación pura. Psicoló­
gicamente, no tiene existencia particular, ya que se
S H ^ É F - a S S íS Lilla comprendida en los complejos de percepción. Pero
ruede adquirir suerte de presencia, o de evidencia, tan

x ^ t íS f s ^ jólo por medio de una vía estética, y al término de


a misma. Aquel que se ejercite en agudizar su sensi-
rilidad ante la pintura, por el solo espejear artístico
re los colores, ante la música, por el sólo sabor sonoro
reí acorde, o de la nota melódica, logrará encontrarse en
« efecto fenomenológico de h’ t a c t o T S k
rresencia de este elemento cualitativo puro de la sen­
t ív a m » t e ° « taT y° ^ pUede a" al“ ” « sación. Y el arte, de esta suerte, le da realidad, por
a_ " í 71te ®? taI Pr0P0rción precisa de luz blanca de d hecho de apuntalar en él su obra, y exigir de nosotros
n agudización de la conciencia.
sra °o i í £ 5 riH 4 ?;ni s ™á

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su calidad de técnico’}
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3 m.íSmo pmtor (<*
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X IV . E X IS T E N C IA “R E IC A ” O “C O SA L”

N u e s t r a “Gioconda” no es únicamente un enjambre


cantarino de manchas cromáticas, de q u a lia dentro de
una gama, y que constituye un acorde de colores.
Estas manchas evocan un ser, una o varias cosas.
Distingo un busto de mujer, un paisaje.
He aquí un nuevo orden de hechos. A primera vis­
ta, parece muy sencillo, no ofrece dificultad ninguna.
74 ANALISIS EXISTENCIAL EXISTENCIA “REICA” O “COSAL” 75
La organización de los fenómenos dentro de los cuadros i esotros este cuadro, es la aceptación de esta ficción,
reicos , de modo a representar para la mente unas : de esta presencia convenida: una mujer joven són­
cosas, constituye una operación mental asaz conocida, dente, dentro de un espacio poblado por un rio, ima
y que, desde luego, no es privativa del arte. Nuestra Zanura, unas colinas, un cielo, unas nubes^ E l caso del
percepción opera de continuo de este modo. La noción retrato es tan sólo un caso particular. Consideremos
de cosa, de objeto organizado, dentro de un sistema que el caso general. , . , .
torma parte del universo; objeto persistente en su identi­ Por medio del cuadro se nos brinda un universo
dad a través de las apariencias fenomenológicas cam­ entero; un universo que puede ser reproducción del
biantes y diversas, ha sido estudiada detenidamente po^ mundo real, o sustituir a este mundo real, y competir
cien filósofos (entre los cuales Hume desempeña un ron él i igual da! De inmediato, y en lo que se refiere
papel especialmente im portante). ricam en te a la obra, el dato brindado en un nuevo
Lo que aquí parece ser peculiar, es únicamente el oiano existencial: el de la cosa, o de las cosas repre­
hecho de que las cosas presentadas son ilusorias: los sentadas, o tan sólo presentes merced al arte. E l con-
fenómenos del color, de la luminosidad, de los disposi­ unto de estas cosas forma un todo sistemático, circuns-
tivos formales, evocan una cosa ausente, pero de la cual -rito en sí, bastándose a sí mismo como hecho organi­
obligan a formarse una idea, a medio camino entre la zado en cosmos. Para emplear el lenguaje de la lógica,
imaginación pura y la presencia concreta. Es una fic­ constituye “el universo del discurso” .1
ción en la cual penetramos; una ilusión solicitada v Este universo es evidentemente muy reducido, y se
consentida; una alucinación dulce y colectiva. amita a todo cuanto exige positivamente la interpreta­
De momento, ocupémonos tan sólo de las artes en ción realista de los fenómenos del cuadro. Lo cual no
las cuales esta ficción resulta evidentemente importante '.e impide ser sobradamente amplio. Una mujer. Ue
A primera vista, en efecto, existen artes (las llamadas l Esta referencia, desde el punto de vista de la lógica, no es
artes representativas), en las cuales desempeña un papel únicamente formal. Trátase, desde luégo, de hechos de igual ín­
trascendental; y otras artes (música, arquitectura, arte dole Mas, como el lector puede no estar familiarizado con este
^anto de vista, recordaremos que por universo del discurso se en­
decorativo puro, e t c . . . ) , en las cuales parece estar
rende “el conjunto de las ideas.. . consideradas conforme a una
ausente Nuestra Gioconda”, pertenece a esas artes rinión, o a un razonamiento. Asi es como, por qemplo, la ahrma-
representativas. De momento, permaneceremos en este Z'on- ningún perro puede hablar, es cierta en el universo del dis-
terreno. ^ d éla zoología, pero no en el de la Fábula” (Voeab. tech. e<
cnt. de la philos.) Entre lójtais, se discute (cf. Ibid) si el uní-
Nuestro ejemplo nos brinda esta peculiaridad- que verso del discurso” implicado en una proposición cual la de: la ira
el cuadro representa, según nos dicen, cierta Monna de los dioses del Olimpo es terrible”, es (como lo afirma Keynes)
isa, quien le sirvió de modelo al pintor. Ahora bien el conjunto de las creencias de los griegos con relación a esos seres,
este hecho no se encuentra inscrito en la obra. Podría­ nial generalmente lo afirman los lógicos. Y es, en efecto, conforme
¡ esto último como hemos de considerarlo aquí con respecto a la
mos ignorarlo, y sin embargo seguiríamos teniendo ante
malogía. El “universo del discurso” de la “Gioconda no son las
nosotros a una mujer joven: el retrato de una descono­ ideas de Leonardo da Vinci acerca de Monna Lisa, o acerca de su
cida, tal vez una fantasía, una ficción, una pura in­ cuadro: es el conjunto de los seres presentados por este cuadro, y
vención. ¡No le hace! Lo que exige esencialmente de aceptados por todos los que los perciben en su valor representativo.
EXISTENCIA “REICA” O “COSAL” 77
76 ANALISIS EXISTENCIAL
trirremo en que navega y el viento que la asalta, y la
ella, sólo veo el busto, pero ocioso es decir que hay que : artera del barco, y la bruma y el correr de las olas.
suponerla entera. Existe un suelo sobre el cual se De esta suerte, el conjunto de apariencias sensibles
posa, y cuyas verosimilitudes definen más o menos la que constituyen, en el plano fenomenológico, el ser de
situación.
a obra puede considerarse abstracción hecha de las
Este paisaje alcanza, en profundidad, por lo me­ armonías cualitativas y de los encantos sensuales, o
nos un kilómetro y medio; y en sus márgenes requiere ios intereses de estructura que atañen al plano fenome­
ciertos desarrollos igualmente necesarios, una topografía nológico — simplemente como un sistema de signos des­
completa; un sentido del correr de las aguas, una oro­ tinados a evocar y proponer este universo de seres y
grafía. Podríamos levantar un pequeño mapa. Todo
de cosas.
esto, sobra decirlo, aparece burdamente concreto; pero Hasta cierto punto mundo análogo al mundo real
justamente lo es lo bastante como para bien caracteri­ — lo bastante para que nos sea posible penetrar con el
zar el valor patente de los hechos. Y este universo tam­ pensamiento en la obra— reconstruir con el pensamiento
poco carece de extensión temporal. En él transcurre el los seres de quienes nos habla; ver aquí una mujer, allá
tiempo, puesto que nos es dado percibir la serenidad del una montaña, acullá un río. Pero mundo que no se impo­
reposo, algo de espera, parece; y también el ritmo de
ne en forma alguna la obligación de respetar todas las le­
la hora y de una estación del año.
ves del universo tenido por real. ¿Quién puede impedirle
Cuadros hay en que este “universo del discurso” ál pintor proponernos rosas azules, cuerpos humanos
podría ser aún más limitado, aún más tenue; otros en planeando libremente en el aire, luces fantasmagóricas,
que se extiende con mayor amplitud. Contemplemos nimbos? Si así le place, puede, sin cortapisa, trasladar­
los ‘Pastores de Arcadia”, de Nicolás Poussin. El es­ nos de universo, presentarnos una naturaleza en absolu­
pacio topográfico (el mapa de esta Arcadia ficticia, cuyo to distinta de la verdadera. ¿Dónde se encuentran, no
modelo es sin duda italiano) se ofrece aún más amplio. sólo las sirenas de W atts, o de Gustave Moreau, los
En particular la duración aparece más netamente es- hipogrifos de Ingres, de Barye, de G. Doré ¿no ya sólo
tructurada, y se engrana como quien dice, con las acti­ los ángeles de Fra Angélico, los Céfiros de Botticelli
tudes, los movimientos de los personajes, la agrupación o las figuras aéreas de las alegorías, sino simplemente
e los mismos; su edad; la presencia de un sepulcro los paisajes de Claudio Lorena, o las arquitecturas de
que narra el Pasado y extiende sobre el porvenir la “La Escuela de Atenas”, o de “La comida en casa
sombra de la muerte.
de Levy”? Sin contar miles de visiones entrevistas, y
Igualmente, y con no menor exigencia, se podría más imprecisas, autorizadas por la poesía y la músi­
comentar una estatua; tan poco necesaria es una deco­ ca. . . E l único límite al respecto es de'orden práctico:
ración efectivamente representada para sostener y dila­ consiste en no enfrentarnos con seres a tal punto ex­
tar el universo de la obra. La V i c t o r i a d e S a m ¿ tr a c ia , traños a toda nuestra experiencia, que no nos sea posible
este mármol sin cabeza y sin brazos, no sólo presenta
comprenderlos en ninguna forma.
un cuerpo vivo y robusto — y entero— , por el cual circu­
Incluso en el caso particular en que se trúa de re­
la sangre vigorosa bajo una piel lozana, y también bajo
tratos, de escenas históricas, de paisajes que nos mués-
el ropaje que a él se ciñe, sino que a la vez nos brinda el
EXISTENCIA “REICA” O “COSAL” 79
78 ANALISIS EXISTENCIAL
o como Venus, a “la Mazzafirra enteramente des­
tran lugares geográficamente identificables, de Umbría
afea”, Lorenzo sabe muy bien qué magnificación le
o de Bretaña, de Auvemia o de Holanda, es privativo
del artista imponerse a sí mismo la rigurosidad de una juie a esta transposición. Y quizá, en lugar de reco-
exactitud definidora, o simplificar, componer, rehacer, iccer en la Diana a la Mazzafirra, será en esta última
o reinventar. Lo más que se puede decir, en tales casos a la cual se complacerá en reconocer, como en trans­
particulares, es que el universo de la obra manifiesta ferencia, a la Diana.
El artista, al crear el universo de la obra, es como
una relación concreta con el mundo tenido por real;
m demiurgo algo sonriente, algo fatigado, que al crear
relación que puede variar desde el retrato ingenuo y
s te mundo se entretiene en recordar, o se deja llevar
aplicado, hasta la inspiración globalmente común y la
fraternidad de atmósfera, o de alma, pasando por el -or el recuerdo de otros mundos que antaño le fue dado
:cnocer; mundos que incluso, quizá, al igual que De-
comentario interpretativo completamente libre. Y cuan­
do se trata de inspiración globalmente común, o de mogorgón, antaño creó y dejó perecer.
fraternidad de atmósfera, o de alma, con frecuencia El Dios de Leibniz seleccionaba su mundo entre
resulta difícil discernir si la obra se refiere expresamen­ miles de mundos posibles, de los cuales muchos segu­
te, en su discurso, al universo real, o si presenta un ramente se parecían bastante al que ha elegido.
universo autónomo, que únicamente sigue en armonía De esta suerte, el mundo creado por el artista puede
con tal o cual región, conocida o querida, del mundo aproximarse más o menos a la realidad. Mas, no nos
terrestre. Al historiador le compete explicar, para re­ olvidemos que mientras la obra se halla en proceso
constituir la génesis del cuadro, que Poussin se acordaba creativo, o contemplativo, es ella la que, por hipótesis,
de Italia en sus Pastores”, o que Rubens evocaba a y provisionalmente, constituye el mundo real; mientras
las mujeres flamencas en sus “Hijas de Leucipo”, lo que lo real se esfuma entre los posibles, o entre las
cual no impide que sea una Arcadia la que presenta fantasías caducadas de Demogorgón.
Poussin — una Arcadia completamente italiana en su Añadamos a esto — y en elfo hemos de insistir más
fondo; y que unas griegas — unas griegas linfáticas y adelante— que el artista, aun cuando quiera expresa­
rubias para una Grecia de mitología y no de historia— mente evocar lo real, puede evocarlo por medios sen­
sean las que nos brinda el cuadro de Rubens. Y no nos sibles muy distintos entre sí en sus apariencias concre­
olvidemos del caso en que el anacronismo, la transpo­ tas. Al pintor le incumbe — y cuando sabe su oficio,
sición local, son intencionados y forman parte de la así lo hace— evocar una tonalidad azul por medio de
esencia estética de la obra. El Pinturichio sabe muy una verde, o el negro por el rojo, y hasta unos aromas,
bien, imposible ponerlo en duda, que sus Pretendien­ o unos sonidos, por medicr del rojo y del azul. En una
tes, con sus calzas bicolores, su Penélope vestida de palabra, aquí no hay ninguna ley d e im it a c ió n . E l mun­
seda, pertenecen al siglo xv italiano, y no a la antigüedad do presentado en el plano existencial de la representa­
griega. Pero le place edificar un universo en que épocas ción artística, no tiene en forma alguna obligación de
y países se confunden, en que la Odisea se comenta por corresponder, rojo por rojo, azul por azul, a lo que
constituye la obra en el plano existencial de su fenome­
medio de una peregrina y sabrosa transposición rena­
nología cualitativa directa. Sin contar que mientras la
centista. Por igual, cuando Tebaldeo pinta como Dia-
80 ANALISIS EXISTENCIAL
EXISTENCIA “REICA” O "COSAL” 81
obra en este plano fenomenológico se especializa a.
la gama de lo realmente sensible, el mundo en el p ía * Escuchemos esta fuga de Bach. No constituye, y
lo discutiría, en nada una representación de acon-
de lo representado, adquiere de nuevo toda su com pís.!
jidad, toda su variedad sensible. Y pudiera ser la ofe- ! entos, o de cosas del mundo real. Empero, al
sesión de la pintura figurar, por medio de colores er no se nos ofrece como pura acción de combina-
cualitativas. La sometemos a una serie de inter-
un lienzo, atmósferas, temperaturas, estremecimientos,
ciones más o menos fantasiosas, de las que surgen
contactos; así como la de la escultura hacernos senfc.
por medio de las formas del mármol, la tibieza o k as nacidas en nuestro sistema ordinario de percep-
dulzura de un cuerpo vivo; o (como en la Victoria á de los objetos reales. La entrada del primer motivo,
Samotracia) el viento que pasa, o el sol que bañi ‘tema”, y un poco después la del “contratema”, su
la forma. ar (pues se diría que juegan al escondite); sus
eras, uno tras otro; su persecución desenfrenada en
Todo esto será desarrollado de nuevo a su tiempc
De momento, fijémonos tan sólo en la importancia y k fe "streta”; su detención y su reconciliación final en la
especificación de este universo presentado, cuya rique­ inclusión: todo este pequeño drama, que los transfor-
- 3 en cosas, o en personajes, pertenece desde luego a
za es quizá indefinida, pero que en todo caso difiere
en absoluto, por su estatuto existencial, de esta acción ‘ n a como fabulación representativa, cuyas claves se en­
de las q u a lia sensibles, en que está como suspendido, t centran notoriamente en una suerte de corresponden-
que lo actualiza. ría interpretativa del hecho musical con la estructura
Y queda el caso, sumamente delicado, de las artes reí mundo de la representación práctica ordinaria. Asi­
que no son ni “representativas” ni “imitativas”, tales mismo, cuando decimos (y la expresión, desde luego,
como la música, o el arte puramente decorativo, por rorresponde a una interpretación positiva y necesaria
ejemplo el arabesco. del hecho) que un mismo motivo se halla transpor­
¿Convendrá decir que en estas artes el plano exis­ tado de un tono a otro; que se halla presentado unas
tencial no existe, y que no ocupan esta dimensión po­ .eces en tono mayor y otras en tono menor, considera­
sible de su ser? mos este motivo como una cosa, como un objeto “reico”,
susceptible de desplazarse en una especie de espacio; sus­
Sería un error. Y la diferencia entre las artes lla­
madas representativas y las otras, no estriba ahí. Este ceptible de ser modelado plásticamente, y deformado,
es un punto, insistamos en ello, sumamente delicado. aunque permaneciendo idéntico a sí mismo en estos
Muy pronto habremos de tratarlo más detalladamente. avatares, al igual que una cera, o un barro, que pueden
Por ahora, contentémonos con las indicaciones indis­ ser manipulados, al igual que un objeto que se meta-
pensables, y pedimos al lector nos disculpe de requerir morfosea, como una flor que se abre (pensemos en la
de él un poco de atención acerca de un punto difícil. idea del “desarrollo” musical), o como un rostro que,
La intervención de la operación de la mente, cuan­ al modificarse por la alegría o la tristeza, o simplemente
do interpreta, en organizaciones “reicas”, en cosas, los por la luz o la sombra, permanece sin embargo esen­
datos fenomenológicos puros, es necesaria también en cialmente idéntico en su personalidad.
estas artes. Consideremos también este monumento, esta ca­
tedral. La percibimos como una cosa; y esta cosa no
ANALISIS EXISTENCIAL 1 EXISTENCIA “REICA” O “COSAL” 83

SC rePresentada ilusoriamente. Está presente, s | contribuyen a su estructura. Mientras que en las


realidad. Pero es posible, es necesario, discernir gH representativas, existe una suerte de desdoblamien-
ella, en su calidad de obra de arte, por una parte el pb-1 ütológico, una pluralidad de estos objetos de ínhe-
no del puro conjunto de los fenómenos, por otra, e r s l Las organizaciones formales pueden por igual
organización en cosa, en objeto. De una parte es gi I ir a la propia obra (reconocida como retrato
juego estético de luces y sombras, sabiamente combina-1 iíbujo de imaginación, como estatua o soneto, dra-
das y manejadas; una sinfonía de formas en el espaa: I o pantomima), que a los seres, reales o ficticios pre­
en profundidad; que, a medida que cambiamos ó; | stados y sugeridos por la obra. Ese gesto, esa palidez,
lugar, nos brindan arpegios de columnatas en perspet- I c van de ser atribuidos a Shakespeare o a Garnck, o
hva cambiante, o de opulentos acordes de bóvedas * I m ¿rama completo, sino a ese ser que es el propio Otelo.
de arcadas, de losas o de altares. Todo ello con stitu í I f s ¿ altura y esa profundidad no conciernen al cuadro
una fenomenología armónica, en absoluto distinta de I m. “La comida en casa de Levy”, sino el palacio en él
la percepción realista que por otra parte nos da, que ] presentado. Y en una de las obras de Correggio, esa
organiza el conjunto en un objeto sólido y permanen- I a y esa elegancia de las formas han de ser atribuí­
te, tema y puntal constante de todos estos fenómenos 1 a s , con toda equidad, por una parte al cuadro del Co-
la iglesia cuyos planos y elevación trazó un arquitecto v sesgio, por otra a la ninfa que en él figura. Esta dua-
que ahora abriga la piedad de -los fieles, las ceremonia* ifa d de los objetos ontológicos inherentes por un
del culto, la presencia teológica de un Dios, el conjun­ a có a la obra, por otro a los objetos representados—
to monumental de las piedras. 2 la que caracteriza las artes representativas. En las
En una palabra, incluso las obras de estas artes di- I srtes presentativas, la obra y el objeto se confunden.
rectas, sin ficción, de estas artes presentativas y no re­ Se podría decir que la obra representativa suscita,
presentativas; ocupan en forma harto distinta los dos Tinto a ella y fuera de ella (al menos fuera de su cuer­
planos del fenómeno puro y de la organización “cosal”. no. y más allá de sus fenómenos, no obstante paginados
La única y gran diferencia, entre estos dos grupos de r o ella y por ella sostenidos), un mundo de seres y de
arte, es la siguiente: en las artes representativas, esta i cosas que no pueden confundirse con la obra misma,
organización cosal sólo comprende parte, o determina­ si la varita mágica de un hechicero convirtiera de pron­
das partes, del “contenido”, cual se dice, de la obra- y to estas ficciones en sustancias, y materializara estos
atañe distintamente a la obra en su calidad de cosa’ o fantasmas, ya jamás podrían tornar a la cajita magica
a los seres que la obra ficticiamente evoca. Mientras I de la cual salieron. Monna Lisa, y el paisaje umbrío, y
que, en las artes presentativas, decorativas, o musicales d río, y las nubes, no podrían caber, ni dentro del mar­
esta organización cosal abarca totalmente, y concierne co, ni dentro de su lienzo. En cambio, el tema, y el
directamente, a la propia obra, catedral u obelisco so­ contra-tema, de la fuga, de esta suerte evocados, solidi­
nata o quatuor, pavana o chacona. Para hablar cómo ficados, congelados por dicha varita mágica, permane­
un lógico, o también como un metafísico, es a l s e r s o ­ cerían incluidos en los contornos físicos y artísticos de
n a ta , o a l s e r c a t e d r a l a lo s q u e le s s o n in h e r e n t e s ig u a l la fuga. La cajita encantada y su contenido maravilloso
q u e a su o b j e t o , t o d o s lo s a tr ib u to s , morfológicos o no, >e hallan modelados el uno sobre el otro, y se poseen
84 EXISTENCIA TRASCENDENTE 85
ANALISIS EXISTENCIAL
mutua y estrictamente. Por último, para la catecraj 'oda obra de arte semejante irradiación, algo
esta solidificación mágica y mítica es real, y ya h e S =rb'repasa. La “Gioconda” no es sólo una mujer
del todo; y la obra, bajo su aspecto realista y cosal, v s j j e paisaje. Lo haya querido o no así V inci, existe

apariencias fenomenológicas y su puntal físico se abad '"o de ideas y de sentimientos, desde luego más
can en un solo gesto, envolviéndose m utuam ente,^* imprecisos, que profundizan — si así puede
coincidencia. en elevación, este cuadro. Algo hay que va
Cierto es que la propia catedral sobrepasa los límrrd ¿la de la simple presencia de los seres que se
de su cuerpo y de su cosa, por un nimbo confuso ¿d a nuestra representación. Pudiérase decir que
sentimientos místicos, de irradiaciones espiritual» del sentimiento de vago misterio, de un secreto
de ecos trascendentes. Pero esto es ya un nuevo p3 nos ofrece enigmático. Ocioso es subrayar que
no de existencia, que examinaremos en el próximo ca­ K refiero a la famosa sonrisa. Hablo aquí de algo
pítulo. mismo aparece en el “Desembarco de Cleopa-
Fijémonos, pues, en que, cuando una gran diferen­ - en “Los Peregrinos de Emmaús” , en las estatuas
cia de organización, en este plano de la existencia “re- T Día” y “La Noche” , y en el Séptimo Preludio
ca , o cosal, contribuye a dividir las artes en dos grupo» 'Clavecín bien templado”, o en el “Duomo de
distintos (e insistiremos de nuevo en ello) — el grup: ncia: trascendencia confusa, cuya presencia certe-
de artes en que el universo presenta seres ontológicí x fe siente en toda obra de arte merecedora de ser
mente distintos de la obra misma; y el de las artes e- P r . - n por tal; y que esboza, o indica, un nuevo plano
que la interpretación cosal de los datos interpreta k t e a relación a los que ya hemos reconocido, y más es-
obra sin ver en ella otra cosa que la obra misma— ec x c T m e n te con relación a ese universo de seres con-
todo caso este plano se encuentra sólidamente ocupado ^rrr-s (reales o ficticios) de que acabamos de tratar.
por todas las artes, y forma parte igualmente de su Hay veces en que será posible comentar este con-
«pesor existencial, a pesar de no extenderse con idén­ •Eúdo'indecible, e incluso, quizá, reducirlo, aminorar­
tica amplitud. en al reconocer en él ciertos simbolismos. Verbigra-
e i . las dos manos del célebre grupo de Rodin ( La
- :-edral” ) presentan, en universo concreto, dos perso­
n e s implícitos, un hombre y una mujer, uniendo sus
redos en forma de determinada figura que se nos mues-
X V . E X IS T E N C IA T R A SC E N D E N T E
v por otra parte, en otro plano, evocan una teoría
rxnpíeta del amor, considerado como arquitectura de
D ecíamos hace un momento que una catedral no es.
so o un soporte material, una estructura fenomenolóei- i? almas. Asimismo, el soneto “ S u rg í d e la c r o u p e e t
ca, una organización en un objeto arquitecturado: que it¡ b o n d — d ’u n e v e r r e r ie é p h é m é r e ’, de Mallarme, nos
posee también un cuerpo místico, una especie de nimbo habla de un jarrón de vidrio efímero, pero haciéndonos
.slumbrar que se trata más bien de un sueño imposi­
trascendente desde luego evidentemente desarrollado
en una atmósfera esencialmente religiosa. Pero en ble de realizar. Ahora bien, en estos dos ejemplos, puede
una atmosfera más puramente estética, es posible dis- decirse que es más bien el universo del discurso concreto
ANALISIS EXISTENCIAL
EXISTENCIA TRASCENDENTE 87
el que se desdobla, estableciéndose en dos planos ui>-
pensadores, o de críticos (y nuestra “Gioconda”
de los cuales apuntala al otro, sin que se S ^
i imitablemente de ejemplo) por intentar descifrar
que se penetra en „n terreno c o m p le ta m e n te l/J ^ T
—ensaje, punto menos que hermético.
Ü S S S “ « - t e - m c o t e ig u a l s, T £ t a £ t .Ahora bien, pudiera ser — y conviene concederle
río rí^d dp " b° miStlC0' de ? ue hablamos con ante- c su elocuencia a la objeción— que el acto y el éxito
rim a! í / i S n l , > ó ’ Pe' ° “ e t e a s o ’ *> " ¡<teis r e t fa c arte consistieran únicamente, aquí, en hacemos
mS n n lír i daS ^ “ ta ^ascendencia. Cuando «¡■ robrar, o esperar, algo que el arte no pudiera, ni
mas, podría decirse que existe una armonía v
i c m r . ni siquiera justificar. Podría ser que el poema,
casi una connivencia, entre el valor propiamente este*
tico del monumento (penumbra, vitrales Pmisterio
íizamiento de los rayos del sol, i m S d T k s 0
TJi
^ 1^
a ; cuestionarnos, al hacernos creer que en él hemos de
« ce n tra r la experiencia confusa de una transfiguración
«nrim e de nosotros mismos, o de la realidad, de una
* kÍO
mf>y ^ascendencia
eugiosa. Por igual en un cuadro de Fra Aneélico sp
mr r pretación en cierto modo metafísica de sus pala-
infundiéndoles “un sentido más puro a los térmi-
«infunden, se amalgaman, la pureza el f r c s t r f r ^ a f
jes de la trib u .. . , que la sinfonía, al hacernos a un
de los medios puramente a rtístL s, y el i d S í críü an ó
icmpo sufrir y gozar, en espera de una revelación mis-
dón>^“ " d f r ^ ^ r í T ' 3! * 1 PJ r t0r de h '‘Anuncia- fcr.esa, inminente y nunca explícita, realicen un fraude
F in al’" V \ A ? n a de Ios Elegidos”, del “Juicio sgnntesco, haciendo de esa presencia presentida algo
camm'enE " í ? v arem° a C<ín T y 0 t Purcza Io V * bus- s . como el signo algebraico de una x imposible de de-
«T , l n . ^ Virgen de las Rocas” de Vinci o en la irm inar. Y sin embargo, incluso en tan desolada hipó-
Exhortación del Amor”, del Ticiano, en las cu a ja se
na imposible detenninar en qué consiste evart^
jkss, sería menester aún incluir en la cuenta existencial
ce La obra y como parte integrante de su ser, esa x en
esta profundidad, este sobrepasar los datos evidentes1este mücendencia. Se dirá que este nuevo plano sólo en­
mas alia cuya sugestión es, empero, tan es™ J a l a
obras, y les infunde un contenido , tate cierra algo de niebla. Mas convendría inscribir también
extraña instancia de nJ ™ ? c r bIe’ Per0 de muy región nebulosa como una nueva dimensión de la

i:',
■ o que p r e c .s a m l t T o T e d e
* ' “ * « ■ " . o Por “La
e r l r Z «T & xbea.
Por otra parte, esto no es propio únicamente del
irte. No existen realidades en el mundo (paisaje o
~ a £ cccho, rostro o aventura del alm a), que, en determi­
nóos momentos, no pueda ahondarse ante nosotros
-^finitamente más allá de la presencia sensible y con­
creta; que no pueda abrirse por comunicación con algo
r r L s,s a^e,ar^ ^ “
del salvaje ante la
d<>^
ScP® Hciosa
c re se encuentra más allá del horizonte, o por la iinsión
fie sobrepasarlo de esta suerte. Es posible (cual diría
cial, incluso místico nfie L?, , nimbo reveren- m metafísico sin ilusiones) que la ilusión sea la última
Para el civilizado); ’t X palabra, siempre, de esta impresión. Mas ya que en el
irte esta ilusión (si es que ilusión hay) es intenciona-
ANALISIS EXISTENCIAL RECAPITULACIÓN 89

t e , buscada, deliberadamente conseguida por mecba, idan con la obra misma, como una organización
= £ £ ■ \ esencialmente estéticos, organizados y e». (más o menos directa, o ficticia, o de fabula-
apunados hacia ella, ello basta para que el contémór •> de los datos fenomenológicos y materiales de la
« ta ilusión deba ser tenido como perte­ y en fin, una especie de nimbo, o de culminación
neciente al dominio del arte, como formando parte efe presencias superiores, más o menos inde/cl^ ’ y
Ja esencia de la obra. “ * vislumbradas a través de las presencias mas obvias.
Bien sea j o t a m o r g a n a , o presencia real de un tip- Cuando decimos que la obra es a un tiempo todo
de existencia sublime, descifrable en renovados mens*- se ha de entender: primero, que se extiende por
)« , vivificadores y perpetuos, esta culminación de k esta profundidad en cuatro planos existenciales, y
obra en un plano trascendente, este sobrepasar los pk- • k los ocupa a la vez, más o menos opulenta y sustan-
f Str Cla ^ aquilatados> es lo que da el toque rafnente; y, además, que todo este conjunto form
final a la obra, al extenderla hasta una incontestable c im e n te un solo ser, un ser muco reconocido, pud e-
y postrera región, del ser. —íc decir en distintos niveles, en distintos planos, que
5 - c e n , cada uno, tan sólo una imagen parcial e insú­
fle n te . Entre estos cuatro órdenes de realidades, exis­
t í mil armonías, mil correspondencias, que hacen vi­
X V I. R EC A P ITU LA C IÓ N brar resonancias interiores en las mil correlaciones de
n todo orgánico y arquitecturado. Hay quien, al con-
H emos reconocido en la obra de arte cuatro modalida­ -emplar un cuadro, sólo cree ver en él una representa­
des de existencia, simultáneamente utilizadas por ella ro n ilusoria, una imitación de la naturaleza;y no se da
y que, en el vocabulario técnico de la filosofía, son: la’ -lenta de que gran parte de su emoción, y del hechizo
existencia física; la existencia fenomenológica; la exis­ -ue le domina, procede de una combinación muy sabia
tencia reica" (es decir, por interpretación perceptiva de formas y colores, que forman un acorde, una espe­
P °r llusión figurativa); y la existencia tras­ j e de armonía y de melodía fenomenológica, acertada­
cendente. Digamos, en lenguaje menos austero, que la mente dispuesta para simbolizar, con los objetos repre­
o ra de arte es a un tiempo: una cosa material; una sentados, y proporcionarnos con ellos una especie de
disposición concertada, y concertante, de cualidades acompañamiento musical. Hay quien contempla un
sensibles susceptibles de ser referidas a un sistema or- edificio religioso, pondera su orden perfecto, su solidez
v su atrevimiento material, la buena disposición de su
Í r dV " ° una « P » * de Sama5 ™ conjunto
coherente, cósmico de seres y de cosas más o menos iluminación, y no sospecha que si, a la vez, siente un
análogos a los de la representación humana ordinaria- respeto misterioso hacia una presencia que interpreta
bien sea que estos objetos estén en correspondencia conforme a sus creencias teológicas, ello obedece al he­
(como en el retrato) con objetos del mundo real extra- cho de que todo, en este edificio, concurre a obligar
3 3 ? u •° blCn que sean Pllramente ficticios (como estéticamente un impulso del alma, una voluntad de
en un dibujo imaginativo), y no tengan más ser que sobrepasar todos estos datos visibles y tangibles, a la
el que les confiere la ilusión artística; o bien sea que se construcción artística de una región de misterio y de su-
RECAPITULACION 91
90 ANALISIS EXISTENCIAL
■ ¡e desde el punto de vista filosófico, hacen tan pleno
gestiones, llegan a la impresión de presencia, por un
universo de realidades imposibles de analizar, y que
se imponen como un contenido más rico que la aparen­
h>¡SMSÍftSB., . , » «
te totalidad del microcosmos concretamente brindado.
Podríamos resumir todo esto en una definición nue­
va del arte, más dinámica, más estrechamente relacio­
nada con sus misiones operatorias, con los medios de
su acción sobre el espectador, y así diríamos: e l a rte, en
este sentido (y esta definición caracteriza especialmente
las bellas artes) c o n s is te e n e n c a m in a r n o s h a c ia u n a
im p r e s ió n d e tr a s c e n d e n c ia c o n r e la c ió n a u n m u n d o S se vudven a hallar más diversa, más oscura, mas
d e s e res y d e c o s a s q u e n o s o f r e c e ú n ic a m e n t e p o r m e ­
d io d e u n a a c c ió n c o n c e r t a d a d e “ q u a lia ” s e n s ib le s , so s­
áultiplicadamente quizá, pero Il0. e" , ™ ¿ ° r ‘men
t e n id o p o r u n c u e r p o fís ic o d is p u e s to c o n vistas a p r o ­ r3tapelo ” h u b t o f r r c o m 7 e ¡ i d a d de lo real algún
d u c ir ta le s e f e c t o s . J r ¿ existencia im p o r tó te e msótóo p a r a d espr-
Los que gustan de pormenorizarlo todo, quizá pre­ ritu humano, aun n ouhhzad opor el a t ¡ |dirle
gunten: mas ¿por qué justamente cuatro modalidades
existenciales? Y ¿por qué precisamente estas cuatro?
Fácil sería edificar una teoría que justificara a p rio-
ri esta cuádruple modalidad existencial de la obra de
-an concluido sus conquistas. . . . ¿ ninguna
arte. Pero conviene desconfiar de esta clase de justifi­ ningún porvenir? ¿No existe ya, en el futuro, nmgu
caciones apriorísticas. Y, sobre todo, conviene cuidarse dona para un poeta que supiera proporcionar al arte,
de invocar una necesidad que, de un día para otro, l a n u d a e m o & r d ? alcanzar una r ^ o n todav vm
puede ser desmentida por un progreso en el campo -en de la realidad, anexionarla a sus obras, y hacer a
del arte. presente, activa y manifiesta? No pongamos lrm.-
De hecho, es posible, fuera del arte, y por otros
:es al arte del mañana.
procedimientos de análisis, encontrar en el macrocos­
mos completo de la representación corriente esta plu­
ralidad de los modos de existencia. E l interés del arte
estriba en proporcionarnos un caso particularmente ní­
tido, puro y arquitectónico de la extensión de un ser
único en una diversidad de planos existenciales. Y qui­
zá en parte alguna, fuera del arte, sea posible observar
tamaña unidad, a la vez que una disposición tan firme­
mente arquitectónica, de este múltiple aspecto existen­
cial de un mismo ser. Es ésta una entre las mil razones
A R T E S Y M A T E R IA S 93

irre en géneros típicos. Es imposible asignarle, a cada


C uarta P arte 2 =:ero importante de arte, una materia que le sea pn-
: inva, y le caracterice. Incluso resulta instructivo con­
E L S IS T E M A D E LA S B E L L A S A R T E S
secrar Dormenorizadamente este punto.
La escultura ha de utilizar, no sólo las mil variedades
ce la piedra, desde el mármol de Paros hasta la pie-
era de Euville, sino también gran número de metales,
rtonce, cobre rojo, en Versalles, plomo; con Pablo Car­
X V II. A R T E S Y M A TERIA S rillo o los hermanos Martel, cinc; oro en las estatuas
rnsoelefan tinas; sin contar el marfil, la encina, la caoba,
P a r a el tema que tratamos, es esencial darnos cuenta 5» arcilla, la cera, el yeso. Además, la piedra no perte­
con igual detenimiento, de cuanto divide entre sí a las nece únicamente al escultor, sino también al arquitecto
distintas artes, y de cuanto las une, no obstante sus al litógrafo; el metal, al orfebre, al joyero, al grabador
diferencias. Es preciso captar exactamente la naturale­ -ue hunde su buril en la plancha de cobre al ceramis­
za del corte que las separa, de los muros que las aíslan, ta que utiliza, para sus decoraciones, el oro de la purpu­
v a través de los cuales se establecen sus correspon­ ra de Cassio, o el cobre, oxidado para lograr determinado
dencias. r
granate, protoxidado para lograr el verde esmeralda,
¿A qué obedece el que existan varias artes? Para tampoco se privará de ellas el músico, para quien han
justificar esta pluralidad, podríamos incluso situarnos áe vibrar los cobres, los cornos, los trombones o las
en el plano del cuerpo físico, v referirnos (cual a me­
tubas. , •
nudo se hace) a la diversidad de las materias utilizadas. Y este mismo músico, para hacer palpitar el aire,
dea tentadora. La diversidad de los materiales es habrá de utilizar la madera de abeto en el violín, o en
importante, y harto notoria en el arte. El escultor gol­ el violonchelo; la madera de granadillo para los clari­
pea con el mazo el cincel que talla el mármol; el pin­ netes o los oboes; la caña para las flautas; membranas
tor, con el pincel, o con la espátula, extiende en el para los timbales o las cajas. ¿Es su arte un arte de
lienzo tenso en el bastidor pastas multicolores; el mú- los cobres, o un arte de la madera; un arte de las cuer­
sico hace vibrar el arte por medio de lengüetas, o de das, o de las pieles tensas? Es todo esto a la vez. Y
tablillas de madera que las cuerdas hacen palpitar el más aún que todo esto, es, por excelencia, el arte del
bailarín, por la acción de sus músculos, coloca sus miem­ aire: el arte cuya verdadera materia prima es el aire
bros en distintas actitudes. Voluntades equiparables en sus vibraciones. Y, sin embargo, el aire no le per­
(cua es licito pensar) enfrentan el mismo espíritu a
tenece en exclusiva al músico.
diversas materias. Y esta lucha del espíritu contra la
,Acaso no hay atmósfera en pintura (pensemos en
d efarte ^ deS^ C ^ue&0’ uno de los aspectos importantes estas únicas palabras: perspectiva aérea), en arquitec­
tura, o en el arte de jardinería?
•a ^ ? ra ,k*en’ fácil resulta comprobar que esta diver­ Consideremos la cuestión bajo otro ángulo. Un fi­
sidad de las materias no coincide con la división del lósofo contemporáneo, en obras enjundiosas y delicio-
92
ARTES Y MATERIAS 95
94 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES
sas,| ha subrayado el tema tradicional de la impo de pura y llanamente de todo esto? ¿Quién
de la materia en el arte. Pero, cuando habla de a n d ¿ e creerlo? Por el contrario, ello nos demuestra
piensa esencialmente, expresamente, en la poesía. Ca­ : propósito de un solo arte, de un mismo arte, es
bria, acaso, decir que el aire, el agua, son exclusivame— evocar todas las materias. D e hecho, si este
materias poéticas? ¡E l agua en el arte! ¡E l agua eo=..: .c r ejemplo la poesía, evoca tan fácilmente, bien
materia estética! ¿Acaso quien escribiera una “Estética d aire, bien sea el agua, o cualquier otro elemento
del agua” (así como, por ejemplo, se ha escrito una “E> iL tal vez sea precisamente porque no utiliza ele-
tetica de la luz”), no habría de hablarnos, verbigracia ce - } ninguno, salvo, por supuesto, la tinta y e PaPe •
arte cuyo medio por excelencia es el agua — ¡e inclusc f k realidad, la materia sólo aparece aquí (al menos e
leva su nombre!— la acuarela? Y aquel que guste di Z t v el agua) si no en el “tercer” plano existencial
las técnicas de este arte, del escarceo no con los térnv- arte (véase más arriba, cap. x m ), allí donde sólo
nos evocadores de la materia, sino con la realidad cot- m :*en construcciones espirituales.2 , .
creta de esta materia, ¿podrá acaso negar todo lo qu- Ahora bien, una estética cuyo tema fuera única,
tiene ae delicioso, en primer lugar la visión del agiu rero totalmente, una materia, en sus presencias com-
pura, virgen aun dentro del vaso en que han de mojar­ - etas lo mismo evocadas que actuales, habría de exa­
se los pinceles, y, después, su mezcla con las pastas sr minar esta materia en todos los planos existenciales del
extension, espesa o delicada, en el papel la búsaueda irte. Quien quisiera, por ejemplo, escribir una Esté­
de su espejear bajo la mirada que apresuradamente oh- tica de la Piel” (¿y por qué no?) podría evocar, al tra­
serva si la pincelada ya está demasiado seca, o si aún tar de las representaciones figurativas, la epidermis
es posible deslizar” en ella algún matiz, y, por último, marmórea de las bañistas que se estremecen en el agua,
su presencia ideal en la obra conclusa, en la cual lá
2 He aquí por qué nos gustaría (desde luego con toda cordialidad
pincelada sigue evocando el líquido original evaporado simpatía) refutar la tesis del autor ya mencionado según la cual
por el atrevimiento de la pincelada certera, por la niti­ h estética se ocupa demasiado de la forma y no lo bastante de la
dez de un fondo bien lavado, por la delicada matiza- materia D e hecho, el mismo autor, al tratar de un arte en el cual
cion de las tonalidades fundidas dentro del agua? ¿Acaso la materia que le interesa aparece sólo formalmente, es impelido a
acompañarla por medio de un análisis enteramente espiritual de las
Este” n° s1habla j am^ ié" de “Las fuentes de la Villa de estructuras que esta materia recibe del espíritu, o que le sugiere,
Este del preludio de La gota de agua”, de “Los jar­ tal suerte, que esta estética de la materia (si es que realmente se la
dines bajo la lluvia”? Sin contar los innumerables ria­ puede llamar así) resulta ser una de las más estrictamente formalis­
chuelos que corren por la música, de Couperin a Grieg tas que se hayan jamás escrito .. . Observación, ésta, que nos importa
Unto más, cuanto que, en el fondo, nos pone nuevamente de acuer
pasando por Beethoven, o también el curso amplio^v do.) Cuando la estética se ocupa de la materia (y se ocupa mucho de
seguro de las aguas del “Oro del Rhin”, las olas marinas ella: podríamos citar colecciones enteras — verbigracia, Láureos,. Ar­
tes de la tierra” ; René Jean, “Artes del metal, del fuego, del vidno ,
“Peer G y n r ? a" ’ 0 de Ia seSunda “suite" de! etc que por sus mismos títulos se sitúan, ante todo, y única­
m ente’ en este punto de vista) es a propósito de las luchasconcretas
¿Quiere esto decir que, en los libros de referencia, sostenidas en el arte, por el espíritu contra la materia efectivamente
presente. E l papel que^esem peña concierne entonces, en puridad, a
FCE,<19S8.Cll' ,ani’ L'£a“ * R(ves■
El y Mélico!
la tecnología.
96 EL SISTEMA DE LAS BELLAS a RTES

o estudiar la transposición de la tez en pintura, la com­


binación de los trozos entrecruzados, en rombos o en X V III ALGUNAS d i v i s i o n e s t r a d i c i o n ales
puntos, que intentan expresar el desnudo en el grabado D E L C O N JU N TO D E LAS A R TE S
en textura blanda; averiguar con qué términos la poesía
podrá suscitar estas impresiones epidérmicas, y sabrá en otros planos. O, mejor, averigüemos ha-
S it u é m o n o s
(como lo ha dicho Goethe) “trátese del mármol o del -a que planos nos lleva la consideración del cuadro de
seno de la mujer am ada.. . ver con una retina que toca, as bellas artes, tan pronto se procura introducir en él
o tocar con una mano que ve”. Pero, en el orden de lo determinado orden.
sensible, habrá que pensar también en la piel que actúa Es tradicional evocar en el grupo, ya de por si tra­
como medio de conocimiento y de experiencia cualita­ dicional de las bellas artes, dos campos definidos: el de
tiva; por ejemplo en el papel desempeñado por los “va­ is artes llamadas plásticas, y el de las demas artes (con
lores táctiles” en pintura, en música o en escultura. Em­ frecuencia llamadas fonéticas). A veces, se dice tam­
pero, si se trata de una presencia física, cumplirá además bién: artes del espacio y artes del tiempo.
tomar en cuenta la ‘materia” piel. Y entonces uno pasa Se reconoce, en efecto, de inmediato, gran diferen­
indistintamente por todas las ramas del arte (igual si cia entre aquellas artes — por ejemplo la arquitectura,
se trata de la piel viva, que de piel muerta y preparada)- la pintura, la escultura— en que la obra, que se ofrece
to mismo cuando se trata del desnudo y del “maquilla­ completa de golpe, parece ocupar en el espacio un lugar
je ; de la máscara y del rostro; en la danza y en la mí­ oreciso y de dimensiones precisas, y aquellas música,
mica, que cuando, en la música, la acción es la de los poesía— que no ocupan ningún lugar muy preciso, ni
timbales o de las cajas, de las gaitas o de los fuelles tienen dimensiones susceptibles de ser calibradas, ex­
del órgano, de la decoración de las claves de la flauta cepto en el tiempo en que se hallan obligadas a desarro­
o, tornando al órgano, de esa pintoresca piel de oveja llar sucesivamente su ser, y a hacer desfilar, una tras
con su lana, que sirve para tapar los tubos de madera ctra, las partes que las integran.
del bordón; o, si se trata de encuadernación (¡goce de Ahora bien, en cuanto se piensa debidamente sobre
acariciar una hermosa piel castaña, labrada en oro, con el particular, esa distinción, en apariencia al pronto bur­
sus hierros, un cordobán de color grana, rugoso y ater­ damente evidente, se esfuma, desaparece, ante un aná­
ciopelado a la vez al tacto, una piel de lagarto o de fisis más detenido. >
serpiente, lisa y poligonalmente pintada de verde y ¿Espacio o tiempo? El caso es que el tiempo des­
de gris!); o, si se trata de muebles, de la decoración de empeña un papel en todas las artes, inclusive en las artes
interiores (asientos y tapizados de piel de zapa, de cuero olásticas. Tiempo de la arquitectura: ¿acaso existen
uso o estampado, dorado o teñido); o en el arte del monumentos instantáneos? ¿Monumentos cuyas diver­
vestido (piel flexible, o pieles); incluso del grabado sas elevaciones, cuyo aspecto exterior e interior, cuya
por medio de rodillos entintadores, ¿qué sé yo?; basta cerspectiva, cuyas sucesiones de apariencias, son sus­
con decir que ninguna especificación artística ha de ceptibles de ser abarcadas de seguida, y no por itmera-
aparecer ya. La materia interfiere, como quien dice — os lentamente recorridos? ¿Acaso existen edificios
sm intención precisa, en todo el conjunto de las artes. cayo aspecto visual no varía según las horas y las esta-
97
98 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES ALGUNAS DIVISIONES TRADICIONALES 99
dones? ¿Acaso el alba y el anochecer, la primavera y el rar.:n en el espacio. Todo lo que se pretendía decir, a
invierno, el sol o las nubes, no aportan mutaciones a c primero, es que el cuerpo físico de la obra, en ciertas
una catedral, igual que a una estatua en un parque, y es inmóvil y, ya realizado, invariable en su tota-
hasta al propio parque, convirtiéndoles en espectáculos Ü K h mientras que en otras artes sólo queda estable­
sucesivos? Tal iglesia de pueblo, ve su ábside bañada ado. en cada una de estas partes, provisionalmente, en
por la luz cuando despunta el sol; se ve envuelta en c momento en que su presencia es requerida en esa
luz; en forma oblicua, por el lado de la Epístola, al csrre. Lo cual prueba la escasa importancia teórica de
mediodía; v encendida su portada en las tardes, cuando 'ti distinción que sólo tiene cierta utilidad práctica.
el sol poniente se mira en el vitral del frente. El estío Para explicar la dualidad del conjunto, conviene es-
blanquea su piedra, que parece gris bajo las lluvias in­ nc'ecer una distinción infinitamente más válida.
vernales. Pintura, escultura, arquitectura, requieren en nos-
¡E l espacio en la música! No me refiero únicamen­ rcros, ante todo y esencialmente, la vista; música y poe­
te a los efectos de perspectiva aérea (tonalidades lejanas ma. el oído. E incluso se intentará (lo cual es también
o cercanas), al relieve o a la profundidad (motivos que — ¿icional: reléase a V . Cousin o a Hegel)1 justificar
destacan de un acompañamiento, urdimbre de los acor­ irre dualismo al sostener que sólo dos sentidos, la vista
des), a la dimensión en altura (sonidos altos o bajos, « e! oído, pueden tener carácter estético.
voces que se elevan o descienden); me refiero, incluso Nos encontramos aquí frente a una mezcla mucho
físicamente, a la presencia del cuerpo de la obra — la co¿> sutil de lo verdadero y lo falso.
masa aérea en vibración— en una sala cuyo volumen Ocioso es disputar acerca del hecho de que la pin-
ocupa y colma, en la cual los instrumentos se encuen­ requiere la vista y la música el oído. Ahora bien,
tran colocados según un dispositivo espacial preciso, los acaso estos sentidos son los únicos que dan vida al
violines aquí, a la derecha, los violonchelos y los con­ ::~. unto de las artes? No quedará en él ningún lugar,
trabajos a la izquierda; aquí los cornos y acá la flauta, ejemplo para el sentido muscular, o cinético, tan
cuyos sones percibo más o menos transformados, o de­ rxscendental en la danza, en la escultura e incluso en
bilitados por la distancia. a arquitectura (en donde desempeña importantísimo
Y, por último, el recién llegado, el cinematógrafo:
capel, en lo que atañe a la percepción del espacio en
¿haremos de él un arte del espacio, o un arte del tiem­ ::::u n d id ad )? Y ¿por qué no también en poesía, en la
po, ya que los utiliza a ambos en síntesis? r eal lo introduce la emisión de la voz articulada? Por
Se comprueba entonces cuán decepcionante resulta :cra parte, ya que la literatura, en puridad, está desti­
la distinción sobre la cual se pretendía, al principio, l a antes a ser leída que oída, ¿acaso debe conside-
establecer esta clasificación. Arquitectura, escultura, -irsela como arte plástico, puesto que también de esta
música y poesía (las primas plásticas y las otras no) son .erte exige la vista? Nadie ignora la importancia de
por igual artes en las cuales la percepción de la obra :•? artificios tipográficos, de las selección de los carac-
se impone en forma de sucesión. Pintura, teatro y de
nuevo música, son por igual artes en que la obra cor­ i Víctor Cousin: Cours d’H istoire d e la P hilosophie, primera
pórea tiene su lugar, tiene una dimensión, una organi- arte, t. II, págs. 124 y 189; Hegel, principio de la tercera parte de
•: 'Estética”.
100 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES ALGUNAS DIVISIONES TRADICIONALES 101
teres de imprenta, de la distribución de las palabras en dentro del arte pictórico, por el color, o, dentro de la
cada hoja: ¡basta con pensar en el C o u p d e d e s , de Ma- pintura en imitación de bajorrelieve, por sus valores
llarmé! Dejando a un lado las discusiones a que podrían luminosos, no depende de una acción pura, sino de un
prestarse los caracteres, bien sea visuales, bien motores predominio artístico de una u otra de las dos acciones
o auditivos, del lenguaje interior. de las q u a lia . En una palabra, lo que caracteriza y es­
Pero todos estes problemas se han esclarecido desde pecifica de esta suerte un género artístico, no es la'sim-
que sabemos que no se trata, en el plano fenomenolo- pie utilización cualquiera de un orden de indicios sen-
¿ico del arte, de sensaciones (en la acepción psico-fisio- soriales: es el p a p e l fu n c io n a l d e h e g e m o n ía de una
lógica del término), sino de q u a h a sensibles. Si, por gama de q u a lia , sobre la cual la obra se edifica y esta­
ejemplo, el elemento específico de la danza es el movi­ blece, en uno de los planos estéticamente característicos
miento, ¿qué importa que éste sea sentido directamente de su ser.
por la bailarina, en sensaciones cinestésicas, o que se Y una vez entendido esto, resulta fácil comprender
apodere del espectador por el órgano de la vista, des­ que, en la pintura, el color; en la “aguada”, el claroscu­
pertando, perceptiblemente, esta esencia cualitativa de ro, en la escultura, el relieve; en la danza, el movimien­
la movilidad en el espacio, únicamente por medio de la to; en la literatura, los elementos fonéticos esenciales
imaginación, o por los órdenes generales y complejos de la voz articulada; en la música, el sonido puro, e tc .. . ,
de la percepción? .onstituyen otros tantos datos cualitativamente especí-
Si la pintura se establece en el plano especifico de -iCos, que diversifican el arte en el plano de la existen-
:¡a fenomenológica.
las q u a lia del color, y el grabado, el dibujo acuarelado,
la fotografía, la pintura en imitación de bajorrelieves, No vamos a tardar en ver cómo este principio de
en el plano de las q u a lia en luminosidad, ¿qué importa -iferenciación no es el único que interviene: hay otro
que un mismo órgano, la retina, que un mismo nervio, -ue interfiere en él, y ambos son necesarios para hacer
el nervio óptico, nos sirvan para su percepción, va que comprender en toda su complejidad el conjunto com­
podemos aislarlos en su presencia sensorial, imp eja y peto y sistemático de las bellas artes. Ahora que el
sincrética, de manera que nos es dado reconocer dos principio de las q u a lia ha de ser tomado en considera­
acciones en absoluto distintas de cualidades sensibles ron indispensablemente. Constituye uno de los dos
v de medios estéticos? ¿Acaso no sabemos que, en rea­ pontos de vista capitales que rigen el sistema.
lidad, las percepciones concretas de las obras siempre Quienes le disputan su importancia (principalmen­
son confusas e impuras? Un cuadro de Vmci, del Co- te en nombre de las correspondencias interartísticas)2
rreggio, de Prudhon, aun siendo obra coloristica, deben a n te a n mal su problema, y no entienden de lo que
mucho' al claroscuro. Una decoración mural de cera- * trata. No se trata de saber si la especificación de las
mica portuguesa del siglo x v i i i , en imitación de bajorre­ »-.es es absoluta e irremediable: ya sabemos que no es
lieve es obra de claroscuro v, sin embargo, el color, las **■ De lo que se trata es de saber qué obstáculos ten-
modulaciones del azul, claro u escuro, sobre el fondo Por ejemplo, A. Párente, en La Música e le A rti, Barí 1936
blanco azuloso, o incluso, a veces, blanco cremoso des­ “ que se proclama absurda "una clasificación de las artes, contor­
empeñan en ella su papel. La clasificación de la obra, ne i ios sentidos ).
102 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES PLURALIDAD DE LAS ARTES 103
drán que salvar estas correspondencias; y en qué plano *dad sensible, existen sistemas de datos — los gustos,
habrá de establecerse una división que, en planos dis­ .os olores, los contactos, los pesos muscularmente apre­
tintos, podría desaparecer. Y el hecho es que se com­ ciados, e t c .. . , — que nos proporcionan artes específicas
prueba que se establece una diversificación muy impor­ v que, sin embargo, parecen constituir bases tan legí­
tante en el plano fenomenología), y por el imperativo timas como el color o la apreciación de los volúme­
de las cosas. Tan pronto cierto género de "sensibles nes. ¿Acaso será menester tomar a la exclusión “cou-
propios” queda seleccionado para ser instrumento por smiana” de todos los sentidos, excepción hecha de la
excelencia de la obra, en el plano fenomenológico, las asta y el oído?
consecuencias de esta elección son considerables, y ad­ La respuesta es fácil. En puridad, no existe obstácu­
quieren un valor en adelante constitutivo. Por otra lo ninguno para que cada registro, cada grupo de q u d i a ,
parte, será posible elevarse mas alia de esta elección, \ rales como los que hemos citado, constituya la base dé
restablecer el arte en la integridad de sus bienes comu­ m arte específico, con tal, únicamente, de que este
nes. Pero existe un nivel, un plano existencial perfec­ itupo se distinga perfectamente de los demás y sea
tamente definido — el segundo plano, a la altura del susceptible de proporcionar una gama completamente
fenómeno puro— en que la obra es música o literatura, uriada, que sea posible ordenar, organizar, escalonar.
escultura o pintura, por efecto de una elección sobre Este con tal de que” basta para eliminar de las q u a lia
la cual ya no es posible insistir, y que afecta, por de­ propuestas, por ejemplo, los contactos, ya que toda su
finición, todo su destino. rama — lo liso y lo rugoso más o menos áspero o sua-
•emente granuloso, incluso sumándole los complejos
-tn que interviene la temperatura (liso y frío; liso y
tibio; rugoso y caluroso; áspero y metálico; acero ó
X IX . PLURA LIDAD D E LAS A R TE S Y madera encerada, cuero o epidermis viva; cordobán
E N U M ER A C IÓ N D E LAS Q U A L I A : lima)— no bastará para proporcionar una gama muy
A R TÍST IC A S interesante y ampliamente variada. Pero no es posible
dudar de que una humanidad ciega y sorda sólo hu-
Po d r á n existir por lo menos tantas artes como q u d i a - iera podido llegar (siempre que la impulsara un anhe-
sensibles en sus gamas sistemáticas (y digo por lo me­ ° de arte) a fundar una especie de música de los con­
nos, porque, cual se verá más adelante, cada una de cretos, de la que fuere licito entretenerse en imaginar
estas gamas puede originar dos artes). sis líneas principales. Sus obras serían unas superficies
¿Será posible enumerar las q u d i a artísticamente - ie podrían recorrerse con el dedo; unos discos curio­
utilizables, y establecer una lista detenida de ellas con­ samente labrados, y que podrían girar, entre muchos
forme a consideraciones necesarias? espectadores atentos a esa melodía de las cualidades tác-
Y, primero: si todo sistema de q u a lia define un _:es. Y si por igual los pesos (que pueden ser apre-
arte o dos, ¿cuál es la razón de la existencia, en total, —-dos por la sensibilidad muscular) no proporcionan
de tan corto número de artes? - arte específico, ello obedece, por una parte, a la in­
Sin apartarnos del plano más inmediato de la cua- digencia cualitativa de su gama (de ordinario apelamos
104 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES PLURALIDAD DE LAS ARTES 105
a este sentido con vistas a lo cuantitativo); por otra, ndo esto basta para mantener tn un nivel inferior, es-
porque el ejercicio de este sentido se confunde demasia­ r^cho y mezquino, ese arte que aparece, empero, esbo­
do estrechamente con el del movimiento en general, para z o . La cocina, con relación a la música, es lo que, en
no amalgamarse con la mímica, o la danza, próximas -- terreno de la música, es una sala de café cantante,
al deporte (pensemos, por ejemplo, en lo que aquí ca­ o que la consumición es obligatoria, con relación a la
bría decir respecto a la danza acrobática, y a todo lo Sala Gaveau.
que hay de arte en esta clase de exhibiciones atléticas). Asimismo, si el arte de los perfumes tiene tan escasa
En cuanto a datos tales como el del gusto, o el del importancia, ello obedece al hecho de que las condi-
olfato, plantean, desde luego, problemas sobradamente ~Dnes ipateriales de la producción del cuerpo de la
conocidos.. ¿Forma parte de las bellas artes la cocina? :bra (en particular las dificultades prácticas para eva­
¿Puede darse una música de los perfumes? cuar una atmósfera inicial, con objeto de sustituirla por
Para estos problemas (que sería ocioso debatir ex­ ctra, sin confusión y sin mescolanzas) se oponen, de
tensamente) las respuestas son harto fáciles. cor sí, a su desarrollo. ¿Qué habríamos de pensar de una
No cabe duda de que hay bastante arte en la coci­ música que se limitara a hacer sonar muy lentamente
na, como para que ésta quede muy cerca de las bellas -nos cuantos acordes, imposibles de distinguir (como
artes. Hay gustos, incluso, lo bastante evocadores (y si el pianista se olvidara de levantar el pie del pedal)
bajo este ángulo Guyau, antaño, planteaba el problema, de los que los han precedido o de los que los siguen?
rehabilitando el valor estético de las sensaciones del Con todo, esto ya sería algo de música.
gusto) como para que sea posible ver en ellas un arte En una palabra, son únicamente razones empíricas
representativo, afirmativo de un “universo de la obra . v prácticas las que impiden, limitan o estorban, un
Es evidente que, con el sabor de las frambuesas y de las ¡innúmero de artes completamente posibles en teoría.
fresas silvestres, sumándole, si se quiere, el amargo y Ellas son las que limitan nuestro conjunto de las bellas
resinoso sabor de una rama de abeto mordisqueada, po­ artes al grupo de aquellas que las técnicas ya probadas,
dríamos evocar todo el bosque de los Vosgos; asi como bien sean útiles, o cómodas, o 'bien sean susceptibles
con el c h u r r a s c o y la fe ij o a d a nos sería posible revivir de desarrollos intelectuales amplios y variados, nos han
el encanto del s e r ta ó b r a s ile ir o ; y con pollo y cangrejos, constituido efectivamente.
y un poco de gasolina, Bourg-en-Bresse; o el Monte Sin contar que el problema de las q u a lia artística­
Saint-Michel con la tortilla de huevos de la casa Poulard. mente utilizables no se limita, en modo alguno, a la
Pero, sin contar que con esto no habríamos de ir muy gama de datos sensoriales.. Y ¿por qué no las esencias
lejos’ (tan sólo hasta unos cuantos lugares, unos cuan­ cualitativas de la vida afectiva? La idea de una sinfo­
tos monumentos, unos cuantos paisajes), en particular nía de sentimientos, de una música de impresiones afec­
las condiciones prácticas del gusto de los sabores, la des­ tivas, concertantes y armónicas, melódicamente dispues­
trucción de la obra por la forma en que es utilizada y, tas, es una idea enteramente lícita, desde el punto de
en fin, la cooperación de todo este saborear con la vista estético. La única cortapisa artística que en ella
satisfacción de necesidades fisiológicas muy exigentes, .aparece estriba en la dificultad técnica de producir, con
y harto distintas de las de la contemplación estética, absoluta certidumbre, casi instantáneamente, con du-
PLURALIDAD DE LAS ARTES 107
106 EL SISTEMA DE LAS y cuidadosa- arte, a igual escala de magnitud con relación al tiempo,
a igual liviandad de morder en la vida. Sem qante arte
ración precisa e m t“ * f ^ timientos. De' hecho, d e ­
mente etablecidas, estos sent ^ ^ en que la cuesta demasiado caro, desde el punto de vista vital, y
empeñan un gran papel delicada precisión, sus consecuencias son demasiado duraderas. Penetra
ciencia de producir, o o°cual Stimung, tal o demasiado en el alma. Se requieren dos minutos y
al lector, al contempla » extraordinaria importan- medio para interpretar un momento musical; media
cual cualidad afectlv ’ , decu
decir es
es q
que estas cualidades hora para una gran sinfonía. En cambio, ese arte exige
cía. Todo cuanto cumple medio {en0. por lo menos varios meses para su realización, y deja
afectivas no pueden se. obras realizadas tras sí un alma por largo tiempo deshecha. ¡Si fuese
posible ejecutarlo en media hora y después irse a
menológico ekmental se sirvan de ellas como dato
únicamente con ellas, y q insensato, podría entre- cenar.. . !
inmediato. Un gemo ^ o t o , m s ^ t , J < ^ Conclusión: un conjunto de condiciones empíricas,
de hábitos, de posibilidades agógicas y rítmicas, de ne­
tenerse (y ¿Por qué ' ¿ d sinfonías afectivas. Mas no
adecuado de signo* grandes s a n0 ser que cesidades o conveniencias, bien sea técnicas, o sociales,
podría representarlas, nacer F se prestaran a en una palabra: la historia y las condiciones habituales
encontrara vícrimas sentir por v prácticas de la actividad humana, han intervenido
servir de conejillos de Indias q ^ F efectivamente y oara formar el conjunto tradicional de las bellas artes,
ellas, para vitalmente, y de modo exis- limitar la lista de los fenómenos utilizados sólo a
no por representación sentimientos de estos elementos: la línea, el color, el relieve, el claros-
tencial directo, to aa. la, S 0 terT1ura, alegría, triste- :uro, el movimiento muscular, la voz articulada, el so­
terror, angustia, aPa^ ¿ compasión, estreme- tado puro. Siete rayos, siete notas. No procuremos
za, cólera, concupiscencia,JP • ¿ altación, ardor, oues todo cuanto ha sido arriba expuesto nos lo prohi-
cimiento, d e se o ,haStl A m ien to inquietud, aridez, he- :é justificar esta cifra, organizar estos sensibles en
dureza, serenidad, : languidez, encanto, r. evade necesaria, dependiente de alguna superstición
chizo, pudor, oigu . constituirían la paleta de ¿el número siete. Aquí es empírico y, hasta cierto pun­
postración, sufnmient , q sabemos de cier- te. provisional.1
dicho arte. Y acaso, co n *^“ g antes, o quizá su- i Un acontecimiento tal como el nacimiento del cine, de-
tos artistas, un si es n J . eiecutar, en su propio - ístra suficientemente la imprudencia que implicaba el alegar
c=al lo hicieron Hegel, o Cousin) razones a priori y perentoria-
bhmes, que se * * ' % * £ £ *% eiío se prestara r-rate sempiternas, para justificar y limitar a estas actividades tra-
corazón o en el de ^ d cuanto podemos decir al nales el cuadro de las bellas artes. Sin contar que distintos
esa clase de sinfonías? Todo a » _ ^ ue> para rc^os permiten creer en el inminente enriquecimiento de los
respecto, es que ^ j as lindes del campo r trsos medios artísticos. Aparte de la cuestión de los perfumes,
m e no ha dicho aún su última palabra, es lícito suponer que los
bien o para mal, p .fen ece a\ grupo que aquí ir c-adimientos modernos de grabación, de reproducción y de difu-
■ x mecánica, pondrán más fácilmente a disposición de las artes
t i r i o s quieddo'¿tudiar Y m 3 medios cuya utilización reglamentada, sistemática, actual-
- r - e resulta difícil. Al respecto, es lícito pensar en la utilización
S c ^ l p e m c u t o T q u c las demás realizaciones del
ARTES DEL PRIMERO Y DEL SEGUNDO GRADOS 109
to de vista completamente distinto y completamente
X X A R T E S D E L P R IM E R O Y D E L SEG U N D O nuevo, para tener en cuenta esta dualidad.
G RA D O S. FO R M A PRIM A RIA Y FO R M A De cuanto antecede, resultaría que la división de
SEC U N D A RIA las artes en artes del espacio y del tiempo, o artes de la
vista y del oído, era insuficiente. Pero otras muchas
S ie t e haces, hemos contado, desde el punto de vista dicotomías han sido propuestas: artes reales o ideales
fenomenológico. E l hecho es que existe un numero (Schelling); artes solitarias o artes sociales (Alain).
mucho mayor de artes, por lo menos nueve si nos ate­ Reconocemos no entender muy bien cual es el empleo
nemos a una enumeración tradicional, desde luego de práctico de tal criterio. ¿Acaso no puede uno tocar el
masiado estrecha. Probablemente, serán una decena, e piano para sí mismo, o leer un poema in a n g e llo c u m
incluso veremos que conviene contar hasta catorce. lib ello ? ¿Es que no se pueden dar conciertos, o recitales
•Será pues, necesario procurar subdividir aun mas públicos? La calidad de la música, o de la poesía, ¿acaso
estos sistemas en q u a tid ! Por ejemplo, el relieve,varían por ello? ¿Es que es posible sostener que uno
la apre-
ciación de los contornos en el espacio conforme tres solo de estos dos géneros de presentación es legítimo, o
dimensiones, diríase que conviene igualmente, en ca i- típico? Georges Sorel clasificaba las artes en tres gru­
dad de lo sensible que le es propio, a la escultura y a pos, “según se propusieran el entretenimiento, la edu­
arouitectura. ¿Será entonces necesario (cual lo hace cación, o una afirmación de poder”,1 y en vano procu­
Max Dessoir) distinguir el espacio lleno del espacio ró dar con un arte que no corresponda a estas tres
vacío asignándolos, el uno a la primera, el otro a la definiciones.
segunda de estas dos artes? Distinción inquietante Ocupémonos, de una vez, de la única división ba­
pues al cabo, la cualidad sensible de que se trata sigue bada en un principio importante. Es la que comprende
S o la misma, bien sea que uno se contente con pal­ h s artes con frecuencia llamadas “imitativas”, o tam-
par exteriormente, o que la mano pueda penetrar (o la bién “representativas” (o sea, la escultura, el dibujo, la
mirada, o todo el cuerpo) y palpar también desde el Tintura, como ejemplares típicos) por oposición a las
interior. Aparte de que, en la práctica, el criterio re­ irres menos fáciles de catalogar (tales como la danza,
sulta por completo insuficiente. ¿Acaso la arquitectura 5a música, la arquitectura) que sucesivamente han sido
no tiene derecho de trabajar en el relreve? ¿Acaso un limadas abstractas, musicales, subjetivas o presentati-
obelisco no es obra arquitectónica? ¿Acaso la escultura was. La significación de esta división es trascendental,
debe prohibir la profundidad en hueco. Tero harto difícil de comprender. Por suerte, su prin-
En realidad, conviene hacer intervenir aquí un pun- crr.T ya nos es conocido (véase antes, cap., x m ).
dirccta de las vibraciones luminosas, sin limitarse (como hace ac­
Ante todo, recordemos que, en puridad, no existen
tualmente la pintura) a la reflexión de la luz blanca difusa en rrrts imitativas, ya que la imitación sólo es uno de los
superficies ma?eS pigmentada*. Por otra parte, « ■ xTcedimientos más sencillos, e incluso más pueriles, de
lo vamos a ver) que el cuadro sistemático que ha de resultar * -^presentación artística. Si el pintor logra evocar, re-
todas estas consideraciones (véase más adelante, fina C “ P '“
losiguieirte), deja lugares vírgenes, o al menos cuyas posrbrlrdades
todavía no se encuentran lo bastante explotadas. [¡rasiones du progrés, 3^ edic. 1921, p. 319.
108
110 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES
presentar, el espíritu del rojo por el amarillo, y el del
negro por el azul, ¿acaso comete una infracción de la
lev del arte? En cuanto a alegar lo subjetivo y lo obje­
tivo, es simplemente absurdo, pues ¿qué puede haber
en una casa que sea más subjetivo que un cuadro? Seria
fácil sostener que las artes representativas son las mas
subjetivas, puesto que evocan algo que se hace realidad
únicamente para y por el pensamiento del espectador.
E n cuanto a calificar de “abstractas (cual lo hace, em­
pero un estético tan importante como Lipps, y la expre-
Són ha sido reiteradamente empleada) artes tales como
el arabesco, la música pura, la danza de estilo o la ar­
quitectura, en verdad resulta una incongruencia Incon­
gruencia disculpable en espectadores poco ™’ h* ad“ -
desorientados al presenciar un espectáculo que no les
otrece esa clase de imágenes de las cosas por fes q u e se
hallan acostumbrados a interesarse; con lo cual esta
imposibilidad para ellos de interesarse directamente por
lo que se les muestra, por la música considerada umca-
m rate como música, por el arabesco considerado unu
camente como arabesco, les produce una desorientación
en cierto modo comparable a la que “ usan as ab^ C'
dones a los que no están acostumbrados a ellas. Ahora
W e T ;e n qué una sinfonía, un minueto, una iglesia,
o bi™ unos entrelazados y unos follajes en la decora
ción, serían menos concretos que una pmtura alegóri­
ca, o una estatua conmemorativa? Mas pisto fuera pen-
sar lo contrario. ^
E l verdadero principio de esta distinción, ya lo co­
nocemos. En las artes que no son representativas — ex­
presión ésta, enteramente negativa, q u e convendría
sustituir por un carácter positivo— los datos fenómeno o-
gicos se organizan directamente en cosas, en seres, mas
o menos opulentos en lo que toca a su contenido, en
afabulaciones constructivas, en irradiación de trascen­
dencias, ¡es lo mismo! Los seres de esta suerte orga-
ARTES DEL PRIMERO Y DEL SEGUNDO GRADOS 111
se “ "funden enteramente con la obra misma.
Un solo ser — si se prefiere, un solo universo— es el
que se halla presente. . 1
Y en las artes llamadas representativas, la organi­
zación en seres o en cosas, en universo, actúa, no direc-
S ü e n S Snbf C a fenÓmen0S’ sino sobre entidades úni-
mente sostenidas, sugeridas, propuestas en calidad de
uiscurso, por estas apariencias: toda esta esencia de la
obra posee su organización ontológica propia, distinta
de la organización directa de los fenómenos y mls
alia de los fenómenos, del cuerpo mismo de la obra
U e este hecho surge una distinción cuva importan­
cia estética vamos a poder abarcar, y que es la clave
misma de todo cuanto se refiere a las relaciones de estos
dos grupos de artes.
E n J a s artes n ° representativas, que podríamos lla­
mar artes del primer grado (pronto vamos a ver lo que
j^ if ic a esta calificación), la oganización formal^de
rodo el conjunto de los datos que constituyen el uni-
1 2 ° dC, 3 °Kra aparece sencilla» y por completo inhe-
roDte a la obra misma, como su verdadero y único
motivo de atribución. Podemos llamar a esta'organi-
-«cion forma primaria.
- ^ nJ as a rt« representativas, o artes del segundo gra-
la dualidad ontologica de la obra, de una parte v de
? a v a °! n
0rig nad0s P °r su discurso, acarrean
ma dualidad formal. Parte de la forma concierne a la
-era misma la cual, desde este punto de vista, posee
que las artes del primer grado) una formá pri­
maria. Pero hay un conjunto totalmente distinto de
-rranizaciones morfológicas, que conciernen a seres
¡mscitados y presentados por su discurso. Estos seres
sus verdaderos motivos de inherencia. Por ejemplo
« i un dibujo muy sencillo, que representa, con sus solos
tuzas un cubo en perspectiva. En su forma primaria,
—mstituye un conjunto de líneas rectas en un plano
112 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES ARTES DEL PRIMERO Y DEL SEGUNDO GRADOS

que dibujan j j n cuadrado y d(^ j^rcibimos & S


tioní rmbaTpornoet;ala T en d ^ «dimen.
sugiere la ld“ ^ ™ Yd espacio de tres dimen- una simplicidad punto menos que™ íntica''Tuno5’ de
no depende del dibujo, el cual es un plano, smo
conocidas qS^han'rid? j nterPretalivas ¿bradam^te
psicología, qe„UepharticS„ t
aerse en pasar alternativamente de una a otra m *
"n t e T fc“ na^tinción sumamente sencilla en su I^ a r. c “ eT“ £ en Plan° y “ Id kve’ h
& . S£¿~¡*’ ; £ ÍT C : C fy a x S H a H S -
¡s¿-.

mrnMwm -*zada una decoración en arabescos! la

l;z s :“ ,z sins J íí » d -
a íu • j

• en p ei aacter curiosamente ontológico v


rigor el leneuaie
lengu j platónico,
p al decir, que, onto
^ forma gi
primaria
ramente v con relación a la oora, ia jun y
^ . Mismo y ¡a forma secundaria del Otro S L d« l° u e ^ heCh° ,de q"e “ “n ^ o ?n u S
r ‘T e f h o Y e a ^ S l y obetivo, como sucede en los
( T me nTcticTo e id L l, y existente únicamente por
T Z l cosa que°no importa, cual ya tuvimos oportu-

nÍdAhod,ea bTen! cuando en su principio ^ distinción C r e s o del discurso ¿ „ u Pensamiento, como


^ un arabesco representado «i
e,emPl0’ le atribuimos dimensiones distintas
^ re,atlvas a la ficdón o a
en la cual penetramos. En particular, teñe!
" de
L"?dos t e s “ t a r p r i 2 ) T h * o , el espa-
; » 'd e f o n n a d L 'L 0 perspectiva° P u e d e n ^ 0 ' T * ^

ntC CUrÍ° S0S Cn ,3S ÍlustracionrS ’ de 3 2


2 Véase a este respecto el cap. xin.
ARTES DEL PRIMERO Y DEL SEGUNDO GRADOS 115
. CIc t e m a d e la s b e l l a sARTES
114 EL SISTEMAD del m u r0 con reía­ combinación de curvas en dobles volutas, de clave li­
geramente descentrada hacia la izquierda, y compensada
mos en cuenta la distan ^ escena, e t c .. •
por salientes más pronunciados por más ancha; e t c .. .
dón al espectador SUPU“ * J hata de una estatua, que
E igual sucede cuando se trata ü ^ ^ Todo esto, cual se ve, se refiere únicamente a la
forma del primer grado, la forma intrínseca del már­
representa, verb^ racl^ t^tua es de tamaño «aturad, cua mol sometido a una elaboración artística directa y, en
fu d e decirse, la forma d e lm á m o ^ y ^ ^ que se cierta rhanera, musical.
tada, son de idéntica est • difieten empero, mu- I Pero la estatua también dice, por otra parte: soy
f-rpe dimensiones. forma del marmol, una mujer, más aún, una diosa, esgrimiendo un arco.
eho sf se t e considera, la una “ mo forma d f Estoy recostada en un ciervo domesticado; soy Diana
¿a Cazadora, de largas piernas, senos menudos, rostro
Í otra como * * * * £ % & £ 'y ?nl=
riño y noble iluminado por un resplandor lunar; blanca
ontológica, nacida d^ ^ dades estéticas son distinta l
iparición en la espesura de los bosques; y también pa-
sino incluso sus prop .q u¿ ^ lo que nos dic e, 1
en ambas re p re se n ta c ro n ^ Q ^ $oy b piedra todada ; rona epónima de una amante real, cuya belleza evoco
t estilizo, e t c .. .
Y todo este segundo discurso se refiere a seres total­
mente distintos, a los que son transferidas, para perte-
uecerles y caracterizarlos, todas aquellas proporciones o
rrmonías del mármol, que pueden convenirles y serles
imbuidas.
Vemos, por tanto, y esto es también sumamente
, P„, otra p»m, ™ oncoco.re ^ « ¿ 3 — portante, cómo las artes representativas, que por esta
m_5ma razón llamamos artes del segundo grado, p o s e e n
(« » ' ¿ d o ? formas, P ^ a r i a y „ cUsir.
t -_n t i e m p o forma primaria y forma secundaria, como lo
urceba el doble discurso que acabamos de leer.
rCprCS rÍv,ra eS la cual un pequeño O p re sió n com en.J Mientras la sinfonía, el palacio y la catedral, el ara-
una sombra en “ounto visual , según dimensión*
procura el reflqo real de la {onn® , 0bieto represen1 lasco o la obra coreográfica, sólo presentan una forma
En este caso, 1* Sentiticable ' tmporáneos q am aría, las obras del segundo grado, el cuadro, la esta-
í V S i r ^ á e ínfimo; “ Ocultad. Cuando, por q«
tes- el dibujo imitativo (y, como podremos también
irróar, el poema o la novela) ofrecen a un tiempo
hacen de ^ Z 'S .produce, ■ bss formas, primaria y secundaria, entre las cuales
establecen relaciones peculiares, unas veces de.iden-
cierto, con u en relieve, el e p
sombras que » " m“ “ tu„rb.ado a a * .
v
configuración
mis o mr
l de estructura, otras de parecido, o de afinidad
;dora; otras, harto más sutiles, de armonía, de con-
dos, porque ^ .- t a t o - , « d' “ f 5 “ o. Esto es icia, de acorde estético, e incluso, en ocasiones, de
relieve de la con[¡guraci6n en relieve verdaderas cc
SSSfS. ¿¡J»
ciones del arte.
y oposición.
116 EL SISTEMA DE LAS BELLAS
E l espectador poco enterado podrá no advertirlo, y in eas, a su equilibrio, o a su oposición; al interés propii
atribuir
atribuir ingenuamente todo el encanto de la obra a l a de las yuxtaposiciones de colores, sin cuidarse de la
escena
escena que < puede evocar al penetrar él en¡la morfologías al uso. Una mano izquierda aparece d<
al
al enfrentarse
enfreniaisc con el >-* discurso --r
representativo.
- Ccmtero-
n, s“erte prolongando un brazo derecho; dos ojos
pía por ejemplo, la “Odalisca , de Ingress, o ■ erbcalmente superpuestos en un rostro; la mitad de
ño” Pfle
ñn’’ de Puvis de Chavannes, sin darse cuenta de qu que ostro sera blanco, y la otra amarilla; por razones esté
se halla
se liana Ddiu wbajo el imperio de
— un hechizo que, en parte, ticamente justificables, y que algunos pintores (má«
irfvlp riel
procede del canto particular, y en cierto cierro modo
muuu meló- especialmente los “musicalistas” ), explican por una evo-
dico de las líneas; o, cuando se trata de una Venus del cación legítima de las libertades o de las autonomías
Ticiano, o de ’ una— Infanta
Infanta de
de Velázquez,
veiazquc* de uc la
m sabia i na logas de la música, pero que no necesitan apelar a
lía
armonía de losde los acordes cromáticos. O también, cuando este pretexto para ser aceptadas.5
lee un hermoso poema que lo 10 sume v.» en un éxtasis im- Mas si es cierto que este modo de crear es inheren*
preciso, _ ignora,
•____ o ~ incluso nnno nníprp
quiere reconocer,
reconocer que
que uru
S/* ^Poca> y constituve un estilo fácilmente recono-
arabesco hábil de consonantes y vocales, de silabas ató­ r.ble (al que podría reprochársele, sobre todo, el querer
nicas o acentuadas, lo ha hechizado con su música, para
hacerle confiar más en el sentido de las palabras y ma­ * ,N° me re*iero al caso particular en que, como en alguno-
ravillarse de las imágenes que* se le presentan. \ SObrer ti0d0 futuristas' la transgresión de las ley« co
Aquí la forma primaria, discreta y secreta, pasa casi A I 6, l3 I" orfo,°gia externa y natural (el encabezado de un
rano doblado terminando en caracteres completos, por fuerza de
inadvertida, pues se armoniza sutilmente con la forma
3 S° bre‘mPreSÍÓn” de un Paisa)e> o de una casa sobre
secundaria, y se guarda de chocar con ella. A veces el c a .o ta humana, y demas trucos que con excesiva facilidad y la-
pintor, o el poeta, insisten mas, por la evidenc a de x e c ^ b le m e n te han degenerado, en esas Escuelas, hacia la fórmula
una aliteración, o de una armonía imitativa; por la ar- “ “ yca) aparece con pretensiones de intención y significación
. i i de una
bitrariedad rnlores. apen
___ A pcomomaciun uc ----- ,
s e l l e s por qem plo, la de representar simultáneamente el prc-
- \ e futuro de una acción, la de evocar a un tiempo cosa*
tificada por un pretexto demasiado visible. w rn ^ d a s y cosas evocadas, por asociación. Trátase de otro orden
Por último, hay estilos que, por el contrario, tien­ i r ceas, que se relaciona mucho más con el contenido intelec-
den a insistir resueltamente, incluso brutalmente en C . . y con s“ forma del segundo grado, que con su ara-
pnm ano, a pesar de que este último subsiste, y ha de seguir
estos factores primarios. E l arte contemporáneo ^
.-endo, con sus propias exigencias estéticas, punto en el cual
de disimular este primer grado, y de fundirlo discre­ pintores de dichas Escuelas no siempre son lo bastante es-
tamente en el conjunto (cual se hacia antaño), *05’ e" su afan> a veces Por demás ingenuo en su astucia
- el contrario, hacerlo resaltar, c o ^ sorprender a cierto público a su vez algo desorientado Es’
mi *1 1. TT Unl-i de ] anientar el hecho de que los que se han dado a tan cu-
, . - X aS’ 1 ° S,en,f r e l!as hayan Ornado en serio; no hayan
de R. De la Presnaye, de ricasso o uc ju *»
J Í e L o Vaf°r’ n? 35 hayan Profundizad° lo bastante, ni las
fica deliberadamente, y hasta con una especie de oste -m e tid o suficientem ente a las normas del arte eterno (con
tación, cuando no de jactancia, la forma humana, o no están en nada en contradicción). D e no ser así su
perspectiva de los muebles o de los accesorios, a moh estas £ “ * ' .Es de suPoner <1™ el porvenir insistirá en
n s-k v a h íe s ^ us<l “ edas’ con mayor respecto hacia las condicio-
ciones estéticas puramente referentes al arabesco de K s-a v a b le s para la realización de una obra grande.
ARTES DEL PRIMERO Y DEL SEGUNDO GRADOS 119
EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES
118 rejuvenecen, benéficamente, aunque siempre sin utili­
impresionar demasiad°, a t a ' « F ct“ abrirse con zar bastante todos sus recursos.
ces con cierto fren «., p u e ita sju e ^ ^ ,Q que Y éste es el tercer hecho importante que nos cum­
toda calma) preciso j as condiciones eter- plía señalar.
suele creerse, guarda relación P e n d a s de las que po­ Si se ha entendido bien todo lo que antecede, se
nas del arte. Existen o de Gleizes, tomprenderá que toda obra de arte del segundo grado
dria suponerse entre un cuadm de de Bot. y esto justifica este término de segundo grado, que no
y, por qertiplo, e ¿ x ingenua, de las implica ninguna superioridad jerárquica, sino una rela-
ticelli, en el cual a f p r e s i ó n ” sobre el nón entre inclusión y complicación), encierra en sí
olas angulares, tratadas en ^ do las c]aras con misma una obra del primer grado, cuyo aislamiento es
fondo; las f i a s en a b a n i c o ^ sostiene k figura usceptible de ligarla al arte que le corresponde en ese
las sombreadas, de la g q J descuido; las verti- olo primer grado. De esta suerte, un dibujo de simples
fememna, un si es no rnnaies en los grupos mazos, un grabado a buril, nos representa personajes, o
ugares- Procuremos anular mentalmente este paráme­
cales, en tint“ p,a“ s\ xigentias estéticas más m oda-
aéreos, responden a las exigen diferencia tro representativo; es decir, pongamos entre paréntesis
ñas, en toda su esenctfL,“ o n S o ^ I n t e le c t u a l de las d universo del discurso, y toda la combinación de for­
(independientemente «r»‘Rntticelli que en los ar­ mas que no se refieren más que a estos seres: nos que-
a r a s , desde luego más ~ “ B £ d h S ¿ único de mrá un simple arabesco, equiparable a los trazos ágiles,
rallantes o curiosamente complicados, libremente per-
tistas cont^ ^ nse° S)fuerte estilización, el Florentino
que, n o o b s t a n t e su 1 evidentemente, o expre- r er ados en el papel por una mano ociosa, o en busca
ch parte a f ^ S f c n i c a . o la posibilid ad
s e una decoración, por el solo deleite de su gracia o de
. impulso, de sus curvas elegantes o extrañas, de su
S U * * . . . i « «arrosa confusión, o de su lógica nitidez, incluso geo­

r r ic ." — métrica. Evidentemente, estos trazos de la pluma, o


¿e buril (si observamos, por ejemplo, el grabado,
pación .^n ^ lim¡te extremo, y va esfumándose « d dibujo, en posición invertida), han de perder gran
jarte de su razón de ser, y a menudo resultarán arbitra-
paulatinamente la^forma s“ ubn¿ a“ p "sado° una región - - No obedecen a la misma lógica de composición, a
1: misma unidad de pensamiento, a la misma estilis­
ssentativa,
s s cada¡ r vez ~ ^ ’ a.*
« mas *£■jn
¿ e una arquitectura,
t a de conjunto, que las decoraciones que son verda-
é - r as arabescos. Pero, sin embargo, no carecen de
pretexto impreciso de un arabesco, ^ 4 4 ura interés estético. Será posible apreciar el equilibrio,
o de una danza, nos ^ c o n tra ^ alte buena distribución de las zonas claras o sombrías,
pura”, con “ ta “esOTltura I^um - en , é mmicho o la habilidad, el atrevimiento o el inge-
contemporáneo " h4 ' " en realidad en las m-- o grato o la vigorosa inventiva de la mano, en esta
veces curiosos, pero que i P n cierto, — ■ grafía en negro sobre blanco, en este recortar el
artes primarias correspondientes, cuyo estn p
ARTES DEL PRIMERO Y DEL SEGUNDO GRADOS 121
EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES
120 rior podría darnos el motivo básico. Algo burdamente,
espado y ocupado f a J X dd gesto! unos se puede decir: de no existir, fuera de la estatua, mu­
leconoceise aquí ciertas g, ^ que en el ara- jeres de carne y hueso, este mármol ofrecería una forma
extrañamente arbitraria, que no podrían explicar com­
pletamente las necesidades de equilibrio, de euritmia,
S ” “ ” ■ « « *“ “ “
de melodía de las líneas y de los volúmenes.6
Mas si hago abstracción de esta forma; si con el
besco, como un arte d e§ ^ m8edio primario. Y al pensamiento despojo la estatua de su parámetro repre­
mer grado que utili pantomima encierra sentativo, es decir, de su voluntad de figurar un ser en
igual podrá j e d arte P coreografía de los principio distinto de ella, la estatua, en el térreno artís­
en su complejidad total u actitudes; coreogra- tico, ya sólo es una combinación estética de volúmenes,
gestos, de los movimientos, <* toda la voluntad del de formas tridimensionales, de disposiciones arquitec­
fía lograda al anular m evocar unos objetos, tónicas, cuya esencia es análoga, considerada bajo este
mimo de explicar una acción^ ^ ^ un Um- ángulo, a las de las obras del arte arquitectónico. Y,
de brindarnos, con t Visto bajo este angu- en efecto, en toda estatua considerada de esta suerte
verso hipotéticamente presemtcoreográfico puro con el bajo su forma primaria, existen los mismos elementos
lo, -se identifica con amplia acepción del tér- estéticos: justeza y perfección de las formas, de los
arte de la danza (en ^ soia técnica acrobática, tentarnos, equilibrio de las masas, acorde de los contras­
mino, es dear sm reducirlo 1 itectura directa y tes de sombra y de luz, interés, gracia, pintoresquismo,
sino comprendiendo ^ ^ d a ¿egancia o monumentalidad de la organización confe­
autónoma de actit 0 d l rimer grado que le rida al espacio lleno; lo cual, en una columna, permitiría
es, por consiguiente, el arre v ¡simismo ser ponderada como obra de arte. Arquitec­
tura y escultura forman así, pues, un par semejante al
COT C o C t e m o s ahora estos dos objetos: una columna
rae forman la danza y la pantomima, el arabesco y el
¿b a jo imitativo. Ambas, con relación a sus propios
yT u e " de idéntica J - A M » «risibles instauran, la primera, un arte del primer gra-
Por igual atraen la “ forma en el espacio de tro Digo que esto es un tanto burdo, ya que — insistamos en
de los volúmenes, de la . al modo a las combina- één — no es necesario que existan realmente en el mundo seres
dimensiones; se presta g condición es lo eos a los que nos representan las estatuas, o demás obras repre-
ciones de la sombra y de la w*■ ible pasar gra- o as. En determinados casos, éstas pueden anticiparse a la reali-
: servir de modelo no realizado, y tal vez imposible de realizar
bastante análoga c o m o ^ camin0, será la cana- ¿t veras ideal (y hablábamos de una diosa); de modelo de seres
dualmente de una a otra, a m u Im que la estatua sola será el arquetipo. Pero estos seres pueden
».;de o el telamón. hechos de carne y de sangre, o también de una materia
Mas, veamos lo que las sep a^ suponieri rae no fuera el mármol; animados en lugar de inmóviles, etc.. .
Será únicamente, para, la estatúa ^
caso, y esto es lo esencial, habrán de confundirse ontológi-
con el ser estatua. Su forma no es la de una estatua; es la
do que se trate de una es • ej mundo e*t< mcr-, ser. Y esta evocación del otro es funcional en la estatua.
participación en una forma de la o
m EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES

fio; „ segunda, un arte del se X X I. ESQ U EM A D E L SIST E M A D E LAS


BELLA S A R TES
S ita r o n é T s . se considera únicamente su forma
~ 3 do “sensible propio", toda gama de q u a lia artística­
PtIIEsta afinidad, P01 ^ 'fa s d tsfin tetírteirepresenta. mente utilizable, da origen a dos artes: uno del primer
mafias, una por a n a , p e r f i l a al máximo toda -ado, el otro del segundo.
tivas, o de segundo g r a d ' dd que sólo nos Basta con inscribir dentro de un círculo todas las
la estructura del s i s t e m arquitectómca de —es del primer grado, correspondientes a los siete
queda presentar visualmente en rmos de cualidades sensibles ya enumeradas; y en un
conjunto. secundo círculo concéntrico, y limitadas por los mis-
a c s radios, las artes del segundo grado que les corres-
rcnden, para lograr un esquema de conjunto de todas
ü relaciones que constituyen orgánicamente el sistema
i t las bellas artes. (Véase la figura arriba indicada.)

I X I I . O BSE R V A C IO N E S G E N E R A L E S ACERCA
D E L ESQ U EM A A N T E R IO R

? t e d e n hacerse varias observaciones acerca de este es-


anema que resume y presenta visualmente multitud de
■ lin o n es importantes. Pudiérase decir que constitu­
ir? d centro y el corazón de toda nuestra labor.
Echemos primero un vistazo sobre la naturaleza
ae '.os pares que agrupa: arte primario y arte secun-
tooo correspondientes, ocupan, en dos círculos con-
cos, idéntico sector.
El par arabesco-dibujo no presenta ninguna difi-
salvo el asombro que puede causar a quien no
ere lo suficientemente enterado de estas cuestio-
ver al arabesco figurar aquí con la dignidad de
especie autónoma.
Ahora bien, sabemos hasta qué punto resulta ori-
i mimes- 4, Luminosidades; 5, e importante su principio. A tal punto original,
1. Uneasi 2 V * — « 7, S o n t o m»s.cales.
rnicnto5? 123
EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES OBSERVACIONES GENERALES
------------ 125
124
que ya nos ha servido varias veces de tip o para ^ r a c - orienta su principio verdadero y primario- la estética
terizar com bin acio n es d irectas autónom as de qudm e autónoma de los sólidos, de las formas en el espacio
tridimensional. Tridimensional, pues en esto S
cualquier arte que fuere; ya que tan cóm odo r ^ u lt a td-
dar d e arabescos las co m p o siao n e s artísticas (m us c ^ esencial y generosamente, la arquitectura. Ornen se
les pictóricas u otras cuyo p rincip io es éste. M as no
acerca de )la
acerca de a Cñ ^ d<i e" °exacta
naturaleza ’ n° abr* a interesantes
de las ninguna
bus
só ío Pcs im p o rtan te este principio, sino que ese m ism o
arte del arabesco, en su sentido e sp ecia lm ra te p U sb co mí™ emprendldaS’ ucn Parbcular desde unos cinco
se encu entra am p liam en te representado, en la historia . stros, precisamente bajo estos nombres de “escultura
real de las artes, por com posiciones tan ricas como. va- pura , y también de “escultura autónoma", que va hc-
riadas (algunas de las cuales, no lo olvidem os, ostentan M evocado como perfecto exponente d ejarte por
la firm a de R a fa e l). E vo qu em o s, sin d efinirlos particu­ --emplo, de un Lipschitz, entre los contemporáneos
larm en te, los entrelazados y las volutas d ecm ab v a5 tan Ahí se combinan libremente, sin alusiones representa­
hábiles de la orn am en tació n polinesia; los pernios, las bas, las formas como una especie de música de las
lla m a s ; los zunchos de las grandes obras de hierro for­ p i c o n e s tridimensionales. Crean, por luto pe
jado firm adas por m aestros, desde B isco rn e tte h -uenas arquitecturas libres (libres ™ í w j P
ean los entrelazados de los m a n n sen t r lan; - t e s de toda utilidad v po q t p l o ' l ^ '
deses; los follajes lam brequ in es y amdehen d e las¡ e m “ f especiales’ soclaH a los qúeP se haTla s'ufeta Ta
-oor ordinana del arquitecto). Su principio, empero
m icas de U rb in o ; las decoraciones de las m ezquita
del C airo e tc. P a rte de las discusiones suscitadas ■ c deja de ser arquitectónico. Prueba de ello eSPqué
nnr la tesis de H ansrick acerca del parentesco de — arquitectura realmente moderna podría sin difi.
S o d í a con los arabescos, se t o a (e n p a r a t a » - - ¿ d y hasta con provecho, si deseara innovar en ma-
C o m b arieu ) en el d esco n o cim ien to , no solo del prm 2 * de pináculos, de consolas, e t c . . . , incorporare
c ip S es ético , sino tam bién d e las realizaciones h is tc ac-tmas de estas ingeniosas combinaciones i P
ricas q u e tan ta rm portancia con fieren a e ^ e fip o d E1 par cuy° segundo grado es la pintura representa-
arte C o m o estudiam os aparte (cap ítu lo s X X IX .
x x x i) esta im p o rtan te cu estión de las relaciones e n b j
el arabesco y Pla m úsica, nos co n ten tam o s ahora cori
* « B tssr í t n m
advertir al le cto r. . , c„firieivi
E l par arqu itectura-escu ltu ra ha sido ya lo sutic - ^ « c u ltu r a pura en el orden de la e s c u l l í o r S S T ~

te m e n te estudiado. E l ú n ico reparo q u e podría surgi^ --------- / ^ edl° dc llneas amplificadoras y mus.calizada¡. ^

" o p ó s i t o de la red ucción de la “ « c u t u r ^


al m ism o sen tid o que la arqu itectu ra. M ' T ' T ’a m h ► , w ) : un « i a l animal, q u e e s
bría de extrañar a quienes tuvieran de la a r q u it e c t o Gkdo (A cto T esc T 'v "llO l*1*'?- Va8° e“ la pnmera «**■ »
una idea m ezqu in a, adscribiéndola a las únicas o r g a J '■ : b ; V , 110b S l> Por casualidad, el escultor
zaeiones "retas” de la casa, del tem p lo o la rg le sj r t r ’ habnam? de dccir <»uc fue víctima de una
- - S i . M“ ™ » "-d o algún”
del edificio m ilitar o utrlrtano. e tc ., srn ten er 4
r

126 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES . . _ ---------- - lí!


tiva, utiliza el color como sensible propio^ ¿C ^ l es el exposiciones universales de nuestro siglo). Además in­
arte del primer grado que le corresponde? También terviene, como síntesis, en su cooperación con otras ar­
aquí podríamos e?ocar la “pintura pura” de ciegos cor, tes, por ejemplo, con la arquitectura, y también en la
temporáneos - p o r ejemplo, un Joan Miro. No lleva
en S i" * 5 * ^ i f 1 SeSUnd0 * * * « e elemento da
ningún nombre especial en la lista tradiciona e engen a todas aquellas artes cuyo medio primario es el
bellas artes, tal vez porque el arte de combinar artísti­ Jaroscnro. Asi, la aguada, que imita el bajorrelieve, c
camente manchas, espacios o formas color^ d^ -ncluso el grabado en cierto modo.2 Sumémosles la fo-
intención representativa, solo desde hace p o c > tiemp ;Ograf,a, en la medida exacta (sobradamente importan-
existe en la forma de cuadro de caballete. AhQra bien, ^ ,.^ ue mercce ser calificada realmente como arte
siempre ha existido, bien sea como momen ° * a ™ l n " h n > en « t e cuadro hemos dejado aparte el cine­
rio en los estudios preparatorios de los pintores (p matógrafo, para indicar la importancia de su estatuto
sernos en los bosquejos de colorido establecidos de va que, por un lado, utiliza (si observamos úni“ é
antemano, para sus^cuadros, por un Delacroix), o bien -d a una de sus imágenes) el claroscuro del luminismo
en las arteSP decorativas. E n ciertas ^ á rn ic a s 0 “ ¿ f c ™ m£d¡0 ptimario (el cual se a r t i c e
arte tan interesante, no obstante tenido en poco de las Jclu so , desde hace unos a,ios, cada dia más en direc-
hojas de papel que constituyen las guardas de los li­ -.on al colorido); y, por otra parte, también utiliza el
bros y también en los tejidos, en los esmaltes combi­ movimiento igual que las artes del sector que le si-
naciones polícromas que evidentemente se Racionan - . ^ trata, pues, realmente, de una síntesis (igual
con lalsen cia de esta pintura pura, de este arte de los ? Je el teatro, del cual hablaremos más adelante); pero
colores en su primer grado. Cualquier esfuer^ P ° ^ -ornenia situarlo aparte, a causa de su interés, que po-
tablecer combinaciones cromaticas emancipadas de toda ; ^ r S.deC‘r t0P ° f raf‘c0 dentro del esquema, en donde
ley dictada por objetos exteriores, y únicamente para ^-nala el eje que divide las regiones de la inmovilidad
deleite, en interés de una especie de música brindada ; del movimiento. Se sabe que esta diferencia, desde
a la visión, pertenece a este género artístico Relacio- r ? “.nt0 de Vlsta teórico, no tiene gran importancia
narlo con la pintura, cuando utiliza colores al oleo co ^-Oticamente, es lo bastante importante como para
locados en un lienzo por medio d e u n pmcel o con las ^uer derecho a figurar netamente en un esquema qu”
artes menores, cuando se sirven del tejido, del esmalte,
de los colores “a la goma”, amalgamados en una cube­
- 4 L ^ T a , « g'p™ “ puridí d' * a « c ic a
ta, es puramente tecnológico.
Después, mencionaremos el de artes que utilizan b
ferencias de luminosidad como medio esPeciflc^ , n ? en madera, según las técnicas, por ejemplo de „n
primer grado, es el arte mismo de disponer y emplear,
L S a t a " ' ' 05,'1' 1 S,S'° '" t “ P«t»ba“ b
concretamente, tales luminosidades. Este lummi£ ™ 1 ^ _ , , . , g ' se, aíirma netamente como arte de claroscuro
esta utilización estética de la iluminación, constituye, « ' faf uafucrtkc’ en Particular en las fuliginosas combi-
« del estno rembranesco. Pero, en la medida en que la
desde luego, un arte decorativo conocido (algunas c:
cuyas obras se han destacado, verbigracia, en alguna!
128 EL SISTEMA DE LAS BELLAS A RIES OBSERVACIONES GENERALES 129
hasta el punto en que le es factible tiene en cuenta musical. Este arte ocupa sobre todo, esencialmente el
primer grado del sector. La música S S ’ „
la totalidad de los caracteres de sus objetos.
El par danza-pantomima, no nos ofrece nada de
fians1ciones°
particular. Ya hemos apuntado que conviene entender erado P ? V s de la música a este
con gran amplitud la idea de arte orquestal o coreo­ grado. Nada parecido a lo que ocurre, por ejemplo con
gráfico, incorporándole toda la ciencia de los gestos, ^pantom im a en su relación con la danza. u T ú s i c a
de las actitudes, de las evoluciones en grupo. Todo esto
se transforma en mímica, tan pronto interviene la alu­
Z CT° M°d0’ CS 3 g0 aSÍ como una danza que a ra-
ms, esporádicamente (cual a veces sucede en el ballet)
sión representativa. Ello, en el arte del actor, con fre­ Una aluS1Ón rePresentativa, pero que e l
cuencia se realiza por síntesis, por medio del lenguaje, o >eguida ha de tornar a la coreografía pura la cual se ría
sea con la literatura. Mas, se puede aislar en su prin­ S e a . “ d h Uld¡mbre - n S a r dePUs u '4 a “
cipio la pantomima, como el arte puro del segundo gra­
do correspondiente a esta clasificación. Cierto es que Situación, cual decíamos antes, bastante peculiar
este arte, hoy en día, no tiene ya toda la importancia : Es; aCaso’ u“ a ^al,a de nuestro esquema? ¿Podría in-
que tuvo en el mundo antiguo, ni tampoco los medios ; n arSC remediarla, por ejemplo, agrupando ambas ar-
convencionales de expresarlo todo, de ser el verdadero S d T u T r j ™ ™ SeCtor' fuyo primer grado estaría ocu-
lenguaje por gestos que constituía, en ese mundo la ^ do por la música, y el segundo por la poesía y en
chnonom ia. Esto no impide que siga siendo lo bastan­ seneral, por la literatura? Es, éste, problema que m ereS
te importante, lo mismo aisladamente que en su sínte­ ativ T mM V 0- M r l SU reSPuesta> es fo rz o sa m en te*
sis, como para ocupar un puesto sólido en el sector 5aüva. Música y literatura no pueden aparecer en el
mismo sector (tal como, por ejemplo, hemos hecho apa-
referencia
Y nos quedan los dos sectores de la literatura y de -cer juntas la «cultura y la arquitectura), porquero
srnsible propio de cada una no es idéntico, pese a ser
la música. # L ,
Requieren una observación importante: la de qu , aí.UStico- Por bdo, tenemos sonidos
en lo tocante a la literatura, ocupa sólida, y casi única­ r ros, por el otro, sonidos, o mejor rumores, del len-
mente, el segundo grado; mientras que la división pri­ ^ j e articulado. Y ya veremos más adelante que la
maria (en la cual, en principio, habría de figurar un -rganización de estas q u a lia en sistemas, en gamas, es
arte de la conjunción, en cierto modo musical, de las Totalmente distinta. Las relaciones de la música y la
íhbas L ninguna intención de significación, m por ro«ia serán examinadas por separado, en la quinta par-
tanto de evocactón representativa) queda practrcarnente - de esta obra. Le pedimos, pues, al lector, acepte por
vacia E xcep ció n hecha de una > o s o d .a pura que anticipado los resultados que, al respecto, indica nues-
no existe como arte autónomo, sino que se halla única­ - 0 esquema. Creemos que habrán de parecerle abso­
mente implicada en la poesía, en calidad de forma prn rtam ente justificados en esta quinta parte del libro
maria de un arte realmente del segundo grado. Esto en particular en el capítulo xxvi); parte en la cual
o f S e una situación asaz peculiar. Y nos encontramos * daran al mismo tiempo las razones — a la vez empí­
con la situación contraria, o complementaria, en el art reas y racionales— de esta situación peculiar en los
130 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES wooiliwacunes generales 131
dos últimos sectores, o divisiones, de nuestro esquema

° Pasemos a otro tipo de observaciones.


En primero recordemos que el número siete de os

s e : S S S S ! = 2 S « =
ticamente. ¿Qué interés ofrecé r í a s a b f t e T e £ S '
mente existen 91? T a ñ ó l o observaremos que W
“ S .1 otdm «guido en V.

tancia puede variar según e


r ^ 's e
g
P ^ o M o ^ f c a u t ^ o d U
podría
S lS S S i’S S S S ><■"* w ¿
* tradicionales y fáciles, t l e f c o l í a dé’ l a T e é f v t
de que el dibujo diste dos sectores de la pintura, con i
™ T tie n e tantas afinidades. Mas no tiene menos afi = « .”>• frC T zaT én t^" Pa'abraS’ “ fUnden' PudÍCTa <¡0-

^ n t t a sübrTémo na
iL-smás amplias: ™ m ^ ,o ú n m f a ^ l ln
S s el arte del arabesco, que es el arte que le es mas cer
cano (como lo demostraremos en el capitulo xxix). De
esta° suerte, nuestro esquema, que ofrece m, panorama
oreánico de conjunto del universo del arte, na ae sa
presentado en la clasificación junto a esas clasificad»
nes llamadas “naturales” , que frenen en cuenta la maya
importancia relativa de los divereos c a r a c te ^ de la la escenografía/.
cosas así ordenadas. Y es en efecto, 1 * naturaleza d.
este mundo, o universo, de las obras de a y, pa ensaca. Lie D e"ah'
ahí que m'n rde' mrtereducirla
sea factible literario Pn
como
"naturaleza”, entiendo el sistema orgánico de las le
flS1C° ' aI 1,br10’ dejando a la imaginación el cui
ves— de lo que da una idea este esquema. 0 de reconstruir la síntesis y las decoración™, la m i
' Por último, reparemos en que este esquema so
comprende artes simples, o puras; es decir, artes d j| total
-i totef exigiría
¿ Í i r í a 'lla t0d° CUr t0escénica.
ejecución Para la teofanía
cadas a una combinación única, o por lo menos de cía otra, a la que corresponde la imprecisa v desdi-
132 E L SISTEM A D E LAS BELLAS ARTES
chada designación de artes menores agrupa en si casi
todas las artes de la parte derecha del esquema. El ter­ XXIII. INVENTARIO DE LAS PRINCIPALES
mino de cerámica, por ejemplo, se aplica únicamente CORRESPONDENCIAS ARTISTICAS
a determinada técnica: el empleo, como ™atena
i uQrrn Pn figuras o de caolín modelado y cocido en M ultitud de afinidades estéticas entre las artes más
horno Pero sus realizaciones, analizadas cabalmente iversas se ponen de manifiesto en el esquema que aca­
constituyense por la síntesis de una bamos de ver. Podemos distinguir seis géneros9 prinS-
arquitectónica, la del “vaso” o prron, a la cual pueden
sumarse todos los recursos del dibu|0, de la pintura, ín- *bayKiPr er° ’ relación P °r Pares> d e que ya he-
Z o de la escultura. Por lo general, estas artes menee o hablado y que sirve de base a la correspondencia
res son una síntesis en que predomina (igmdI que la
^ Z i Pnm eT,° dGl SeSundo grad°s- Impera
forma literaria en el teatro) una forma. « b o c tu d mtre todos los pares de artes situados en nuestro es-
cional” (cofre, mesa o consola, collar o brazalete, tapia ,uema en un mismo sector. Si se quiere, es el tipo de
^ ¿ dA?Ke f P1S de darSC entre un arabesco a punta
° PYtquTtambién Liste una justificación del orden ^ de Alberto Durero, y un aguafuerte de Rembíandt;
adoptado la de las relaciones entre las artes que coope­ v l P? d d!, F f dra mterPretado por Sarah Bem-
ran Mutuamente, por las síntesis mas frecuentemente 3 de,Anna pavlova en la “Cleopatra” de
practicadas Este esquema, por tanto, nos brinda (bajo 1 a ’i Cntre j colondo de un cuadro del Veronés y
Tna forma muy simple, cuya nitidez arquitectónica ” deN las.| uardas de un libro impresas a mano, o de
es una garantía de que lo esencial ha sido bien com :jrto s tejidos orientales. Es la correspondencia entre
prendido)8 la expresión concreta de todo el conjunte " fí6 y d artC pur° le corresponde
orgánico que forma este universo de las obras de arte, O tw tipo de afinidad es el que guardan entre sí
cuya enorme riqueza y complejidad ya fueror. record, artCS del mismo Srado^ es decir todas las que
das más arriba. Y basta con mirarlo, “ -^aran en nuestro esquema dentro de un mismo círculo.
él (en lo que atafie a nuestro problema general) todo! _ 0r ejemplo, el circulo interior liga artes que entre
l o s m o d o s principales de correspondencia de las disbn- - -enen esa analogía profunda de congregar ídéntica-
tas artes entre sí. Vamos a enumerarlas. “ te cada arIe a base de un Sensible p ^
’ qUC eJ eS Pecuhar) unas q u a h a organizadas como
de muslca autónoma, libre de toda sujeción
3 Para comprender toda la eficacia de estos principios de or­
■ ^ es e n fcic io n e s de C0sas’ a la morfología de los seres
denación, podemos comparar este esquema con el cuadro d é te *
damente estudiado, rico en relaciones y muy exarto - d e h e c j
5 “ pueblan los mundos de la realidad o de la ñ c T ó n
uno de los mejores que han sido propuestos— ideado por M " a? ° rdes’ 0 formas> que sólo obedecen a la
Dessoir (Aesthetík, 2 * ed. 1923, p. 2 6 2 ); y veremos c u a n t o j -^ e n cia de la construcción estética de los mismos se-
gana, en sencillez y en claridad, por medio del orden cíclico, ?or ellos constituidos. Sinfonías o catedrales, ara-
luego evidente, de las artes correspondientes a los dos grados Abe*
bien, el cuadro de Dessoir, no obstante ser extremadamente co
danzaS’ tien€n e" tre sí el íntimo parentesco
recrear, cada uno en el dominio que le asigna su
plicado, sólo encierra los mismos elementos.
133
154 E L SISTEM A D E LAS BELLAS A RTES PRIN CIPALES CORRESPOND EN CIA S 135
opción original, idéntico esfuerzo, directamente instau­ iteratura por Michelet, en música por Clément Jane-
rado!, en cosmogonías cuyos mundos se bastan cada p m , o en escultura por Pierre Bontemps. No hable-
uno a sí .mismo, sin alusión ninguna a realidades que
les sean extrañas. Es el género de afinidad cuyo voca­
bulario tan a menudo se ofrece a nosotros, cuando nos
-*-zz, aquí de una identidad de “contenido” (término
que origina tremendas confusiones, pavorosos
- -o r « , cual podrá verse, en particular, a propósito del
incita a hablar del carácter puramente musical de un scte llterario ), smo de una identidad de intención cós-
acorde cromático; del carácter de arabesco de una dan­ (tomando aquí este término de intención en su
za- del carácter coreográfico de un trazo de la pluma o « n d o fenomenología)). El mismo punto de impac-
del buril, que proyecta en el espacio sus volutas, o sus r . podría decirse, en el mundo real, impone idénticas
zigzaguees. Y también, si se quiere, la afinidad de una xm ias secundarias, pese a todas las diferencias que
fuga de Bacli con las combinaciones lineales de lambra- nsphcan artes, e incluso técnicas, tan disparejas, a las
quines decorativos en la redondez de una cerámica de ® a s <luc ° e esta suerte se comunican por medio de
c que representan.
Y en cuanto a las artes del segundo grado, que cons­ ' , en cuarto lugar, hablemos de este género de co-
tituyen el anillo exterior de nuestro esquema, todas ■ Ppondencia que resulta de la mediatización por la
tienen entre sí esa conformidad de una organización imcad de una obra de síntesis. No se trata ya única-
sobre la doble trama de una música interior primaria, sc=:.e de una cooperación, que acarreara una armoni-
y de esta plétora ontológica (pudiérase decir) que las mas 0 men°s global de los estilos, sino de una
enriquece con un mundo de seres y de cosas, brindada ^ r -d e r a correspondencia, ya que cada dato estético
por su tctica imaginativa. Conformidad que puede pre­ e ha de doblegarse a las exigencias de los demás,
nsarse a veces, en verdadera identidad de las formas -ene a su vez facultad de suministrarles unos marcos
secundarias, comido estas diversas fáculas suscitan seres os cuales han de apuntalar sus principales articu-
idénticos, o por lo menos pertenecientes a la tnism. es. pensemos en la mutua adaptación del texto
especie lo que permite precisar las alusiones a la natu- la música, en el canto. La síntesis teatral, en sus
X o a Y s realidades cósmicas esternas. De esto mas ricas, o la de la arquitectura con la pintura
suerte, cuanto más precisa aparecer la alusión a sere ■ s. escultura, nos brindan de ello incontables ejem-
idénticos a los del mundo tenido por real — el mund, a Ue esta suerte se corresponden entre sí los ballets
de la vida concreta— y mejor puede transformarse est r«s¿'jchamp y las escenas de Moliére para “Les F á -
afinidad en una verdadera comunicación por medio ¡ T (sin contar> a bes siglos de distancia, la música
las cosas representadas. Es el tipo de respues as qi Georges Aúne). Y así se corresponden entre sí
pueden darse la de “La Mañana”, de Gneg, en music C® Ia arquitectura de Pintelli y las pinturas
“La Mañana” de Epstein, en escultura La Manana •gnorelh, del Perugino o de Miguel Ángel en la
de Leconte de Lisie, en poesía, o La Manana (una c bixtma (sm olvidarnos de las composiciones
las innumerables “Mañanas” ) , de Corot en pintura; s e Pales trina, o de Allegri, que en ésta se in-
también (para llegar hasta la identificación en la pe- 1 en las solemnidades de Todos Santos, Advien-
liaridad histórica) la batalla de Manñan, descrita --^cuas, cuando el propio Papa es quien oficia)

136 EL SISTEM A DE LAS BELLAS A RTES


OLTIMA VISIÓN PANORAMICA
Y nos quedan, por último, dos tipos de correspon­
dencia, que no figuran en este esquema, ya que éste
sólo tiene en cuenta los dos planos existenciales (feno-
menológico y reico), sobre los cuales se verifica la sepa­
ración de las bellas artes; los otros dos planos, el de la
ürss &í sg-- °£4?ev!
aas de Delacroix- obrasen ev0caci0nes tyr
materia y el de la transcendencia, no tienen por qué
figurar aquí, ya que no implican ninguna especialización analogía de Ias cim p o sicio n e 'q u fse “ ***
aente, musicales o plástica? v r ? resP°nden mt
de este género. Ahora bien, precisamente por este
- e rematarse en un esfuerrr/ lteranas> da la ¿mpre
motivo, les permitan, a todas las artes, comunicarse entre
* bmftma idé" « ^
sí en estos planos, es decir, por arriba y por debajo de
de fórmulas mágicas dfcHnf ’ P 0T evocar> por
esta región en que se separan.
medias sugerido. No sería m m m V m‘Smo más aI1
En la región del cuerpo físico, hay todas las ana­
* Obras sederas del arte e T ? í 6 qUe’ taI vez> tc
logías tecnológicas, que proceden de esta indiferencia, o
f ™ " ontre sí en este nivel y m a 001
mejor de esta distribución indefinidamente desmenu­
zada de las mismas materias en todas las artes. Así es una sola y la misma realidad o s u p e r a d a ‘°
como una estatuilla de vidrio azul opaco, egipcia; un
aguamanil de Murano; un mosaico bizantino, que em­
plea el vidrio, coloreado o dorado, para figurar empera­
trices y princesas; un vitral gótico, que lo emplea en
DELLs7sTEMVA n vE NLAS
v t L L SISTE M A D PANORAM
A R T E S ICA
transparencia para imágenes de santos, o para los sím­
bolos de los bestiarios, al igual que para la difusión de
una claridad pomposa y sombría en la nave del monu­
mento, fusionan la escultura, las artes menores, la pin­ ^ «to s tiposde'cofrepo^denck ' ^ ta,Iadame"
tura o la arquitectura, en una misma materia: el vidrio,
lo que origina análogas tecnologías.
Y en lo más alto, en la cima de la pirámide, no?
sr.is.-r;:1s,
-p o rta n te? o m á s más ser:0'- ¡« >
encontramos con otra forma de correspondencia, que - w , planteados po/esta” eo T rtV ' .p jn ?° de v
■ fcca comparada. Pero a n Z < a ,P<° naencias a la
agrupa en una misma trascendencia obras evocadora?
de un mismo más allá. Esta es la parte más misteriosa,
y la que abunda en más trampas para el analista de esta
clase de correspondencias interartísticas. Con frecu
cia, resulta difícil distinguirla bien de una simple id
tidad de atmósfera sentimental, o de una afinidad
lística, en particular cuando se trata de concordan 'A “oPs s , “d
n^ t nr — a*
que coronan una cooperación de síntesis. Podrán ad
cirse determinadas músicas de fondos escénicos, y
8 3 ,a obra ” isma o a -
136 EL SISTEM A DE LAS BELLAS ARTES ÚLTIM A VISIÓ N PANORAMICA i;
Y nos quedan, por último, dos tipos de correspon­ bién oberturas, tales como la de “Coriolano”, o la c
dencia, que no figuran en este esquema, ya que éste Egmont”, o ilustraciones como las de Dinero para i
sólo tiene en cuenta los dos planos existenciales (feno- Apocalipsis, las de Doré, para Coleridge, las de Styl<
menológico y reico), sobre los cuales se venfica la sepa­ para Edgar Poe, e incluso ciertas evocaciones byroni;
ración de las bellas artes; los otros dos planos, el de la ..as de Delacroix; obras en que, con distinto acierto, 1
materia y el de la transcendencia, no tienen por que analogía de las composiciones que se responden mutuí
figurar aquí, ya que no implican ninguna especializacion mente, musicales o plásticas y literarias, da la impresió:
de este género. Ahora bien, precisamente por este de rematarse en un esfuerzo por expresar idénticamer
motivo, les permitan, a todas las artes, comunicarse entre .? la misma sensación inexpresable, por evocar, por m€
sí en estos planos, es decir, por arriba y por debajo de **io de fórmulas mágicas distintas,- el mismo más allá, ;
esta región en que se separan. medias sugerido. No sería imposible que, tal vez, toda
En la región del cuerpo físico, hay todas las ana­ is obras señeras del arte, en ciertos aspectos, se comu
logías tecnológicas, que proceden de esta indiferencia, o -icaran entre si en este nivel y que el más allá de toda:
mejor de esta distribución indefinidamente desmenu­ mera una sola y la misma realidad o supervivencia.
zada de las mismas materias en todas las artes. Asi es
como una estatuilla de vidrio azul opaco, egipcia; un
aguamanil de Murano; un mosaico bizantino, que em­
plea el vidrio, coloreado o dorado, para figurar empera­ X X IV . Ú LTIM A V ISIÓ N PANORAMICA
trices y princesas; un vitral gótico, que lo emplea en D E L SIST E M A D E LAS A R TE S
transparencia para imágenes de santos, o para los sím­
bolos de los bestiarios, al igual que para la difusión de No ES nuestro propósito examinar detalladamente to-
una claridad pomposa y sombría en la nave del monu­ -.s estos tipos de correspondencia. Ello requeriría una
mento, fusionan la escultura, las artes menores, la pin­ :c:a por demás voluminosa. Nos contentaremos con
tura o la arquitectura, en una misma materia: el vidrio, estudiar algunos de los problemas más serios, los más
lo que origina análogas tecnologías. portantes o más exigentes desde el panto' de vista
Y en lo más alto, en la cima de la pirámide, nos mcnico, planteados por estas correspondencias a la es-
encontramos con otra forma de correspondencia que 'stica comparada. Pero, antes de alejarnos del sistema
agrupa en una misma trascendencia obras evocadoras x las artes, tal vez convenga añadir alguna considera-
de un mismo más allá. Esta es la parte mas misteriosa, mrn para tener una visión panorámica de lo que nues-
V la que abunda en más trampas para el analista de esta _ . tema nos ha llevado a pormenorizar por medio del
clase de correspondencias interartisticas. Con frecuen­ análisis.
cia, resulta difícil distinguirla bien de una simple iden­ Ya hemos reconocido una división necesaria del arte
tidad de atmósfera sentimental, o de una afinidad esti­ ? planos u opciones ineludibles, que al arte se le brin-
lística, en particular cuando se trata de concordancias opción entre las diversas q u a lia sensibles, en el
que coronan una cooperación de síntesis. Podran adu­ ^xen o del fenómeno; opción entre la inherencia de las
cirse determinadas músicas de fondos escénicos, y ta pmmas a la obra misma o a su d ic tu m , en el terreno
ÚLTIMA VISIÓN PANORAMICA 141
H0 E L SISTEM A D E LAS BELLAS A RTES ^ ^
Todo sucede — para emplear un lenguaje mitológi­
tendales del arte. El arte m4s estable, co— cual si un dios, en lugar de querer crear un mundo
infinitamente mas amplia, único entre los mundos posibles, les hubiera dicho: “He
Tk misma combinación,
más definitiva; en difeencia en- aquí, que os abro todas las barreras. Encaminaos cada
Y , sobre todo — y ¿sta e s \ dispondrá expresa- uno hacia vuestra propia afirmación, hacia vuestro flo­
tre esta combinación y “ físicas, con vistes recimiento, hacia vuestra realización esplendorosa y cer­
mente sus materias pnmas, ¡ intencionada tera. Os guiaré a todos y a cada uno de vosotros, hacia
T T n a fantasmagoría, y* ot^ % e le brindará por la existencia, sin sacrificar a ninguno: Abro en el ser
« todos sus porm enor*; la » a nuestro sen- una dimensión lo bastante amplia para conteneros a
igual, a nuestra vista y » muscular. Ya se con­ todos." Figurémonos esta gran competencia de la exis­
vido táctil o a nuestro seiat de estas tencia, esta superposición de mil mundos distintos,
tente con edificar, con - Jbinaciones decorativas idénticamente dotados de posibilidades, guiados en la
mentas de fenómenos, pur , m0vimientos, via que conduce al ser por idéntica sabiduría. Tendre­
deduces y de colores, la aluci- mos así una imagen de la totalidad del mundo del arte.
o quiera, pasado a l o r g a n i z a d a , de una m t« - Mas supongamos ahora que ese dios, haya dicho
nación voluntaria, p § fuere, suscita de esta gui también a estos mundos en potencia: “ ¡Cuidado! Os
¿oy al hombre por testigo. Os impongo, como ley com­
mundos** y ^ c n a l' un^demiurgo, crea una obra cosmo- plementaria, que os manifestéis ante él; que, para dar
fe de vuestro ser, empleéis únicamente esencias sensi-
^ M a s , cual p u e d o ^ “c o f m o g ^ bles, o medios psicológicos, que puedan revelarnos a él;
trasp^an^a3 SOTsiWidad b u r r t e n a ^ R ^ p c t a n ^ y ^ ^ ;ue os introduzcan en su vida, al igual que ese mundo
; :e él cree privilegiado, y que prefiere llamar real. De
los elementos cualitativos, , mmensidad. ir.tre vosotros, me ocuparé tan sólo de aquellos que tras-
El arte, ya lo » » « * ' tisen su alma, haciendo sonar del mismo modo sus
% p e lla s artes.
Se desborda enormemente a 6nica> mucho mas tedas.” Y entonces el cuadro de los mundos vence­
como potencia cosmogónica u sgensibilidad y de la dores, en esta competencia restringida que tiene al
allá de estes puras « ¡p o n e s ° izadora. Es decir, per- acmbre por testigo, sería precisamente el sistema reve­
actividad “ensálmente orgamz lado por el universo de las obras de las bellas artes.
ceptiva” del hombre. sa diéiase decir, a. El sistema de las bellas artes, decimos, es la expre-
P Pero esta parte suya q s(P,.ibiJ ad y de esta per- a.;r. del orden establecido en la sensibilidad perceptiva
interior del circulo d constituye las b d b j inmana, surcado por las líneas de fuerza de la acción
ceptividad, es p resam en te q sensibilidad jütauradora. La instauración universal de la Represen-
artes. El c o c i e n t e aI d ón, es lo que constituya 3dón, hace sonar, un poco al azar, todas las teclas, con
m estruendo tremendo. Las artes más castas, más suti-
más angélicas, tal vez más endebles, y tal vez com­
ediando esta debilidad por la afinación del sonido, sólo
142 EL SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES
alcanzan lo que es menester alcanzar, y se delatan, por
ejemplo con creaciones de poca monta, que, en Q u in t a P arte
solas ^teclas auriculares, y únicamente en las mas puras
de entre ellas, bastan para que pase el m™ osm^ M Ú S IC A Y L IT E R A T U R A
delicado y desgarrador de un momento musical, o, en
lasteclas^del colorido y de la luz, el mundo t í como
nos lo muestran un Ticiano, o un Veronés,
teclas del verbo articulado, el universo de una i bada ,
de Aquiles y Patroclo a Zeus y Afrodita, o una Tem­ xxv , la s s e u d o - c o r r e s p o n d e n c ia s
pestad”, de Próspero a Ariel, o a Calibán. Los hay, por IN T E R SE N SO R IA L E S D IR E C T A S
último, que procuran hacer sonar armoniosamente va­
rias teclas a la vez; quizá sean los mas difícilmente vic­ 1 ° * trata’ aqm> P °r supuesto, de estudiar, una por
toriosos, ya que, en comparación a “ mp d c ía , todas las correspondencias existentes entre las di-
la representación, resultan siempre algo débiles, algo po­ ^-.sas artes. (Un matemático nos diría de plano que
bres, mientras que, por ser más puros, pueden vencer, - t r e doce artes existen ¡sesenta y seis combinaciones
merced a esa misma pureza, y a la magia de esta esen- '~ ra ronfrontarlas de dos en dos!) Examinaremos sólo
cialidad”; lo que nos brindan, en cada una de sus obras, --In te r e,empl° S’ seIeccionados entre los más im-
es quizá únicamente una m a q u e ta p a ra u n m u n d o ; p ero
cada una de estas maquetas no deja de ser, quiza, er.
P[°bll ma que hemos de tratar, es el (ya
miniatura, un universo. °2 de es,tas dos Partes> la música y la literatura
2 .1 , Cn. el esqu?ma de conjunto de las artes, pre-
“n casi
“ Tcomplementanedad.
S11 10.n ba5tante peculiar> P °r el hecho de

___an.tes de adentrarnos en el tema, hemos de


sucintamente una cuestión que tal vez parezca
~ - n o no hayamos tratado todavía: la de las corres-
Jtroencias que — independientemente del arte— p0-
c existir psicológicamente, y cósmicamente, entre
_^stintos órdenes sensoriales. ¿Acaso sería posible
anas correspondencias interartísticas se basaran
iente encstes respuestas directas de sensación a
Ton. Todos conocemos los versos de Baudelaire-
c a r n e s lo s c o lo r e s y lo s s o n id o s s e re s p o n d e n Y
_^nb,én los colores de las “Voyelles” de Rimbaud
- -me ciertos dogmas del "simbolismo”, en las po¿
del siglo pasado.
H3
M Ú SIC A Y L IT E R A T U R A ___
144 S E U_
D O -C O R R E S P O N D E N C IA S 145
Hemos retrasado este examen, primeramente por­ “simpatías” y de las “firmas”, de las correspondencias
que en sí es decepcionante: lleva a conclusiones nega­ del microcosmos y del macrocosmos, que, pasando por
tivas. No tenemos en é l un punto de apoyo en el cual Paracelso, o por Van Helmont, se remonta hasta el
apuntalar correspondencias interartísticas reales y fun­ neoplatonismo y el platonismo, en las búsquedas supers­
damentales. Además, que para explicarlo, necesitaría­ ticiosas de los filósofos de la Antigüedad, para justificar
mos establecer previamente ciertos puntos que ahora las profecías, el augurio del Porvenir en el hígado de las
han de permitirnos dar a estos hechos su verdadero víctimas, o en el vuelo de las aves.
valor. Si nos colocamos en el orden de ideas de la psico­
Esta afirmación de las “correspondencias” , sumada logía, únicamente pueden evocarse aquí útilmente dos
a la de las sugerencias de la vida anterior, es la determi­ categorías de hechos: Las sinestesias, de las cuales la
nante central en la estética baudelairiana. Lo cual nc más conocida es la famosa “audición coloreada”; y, más
es completamente exacto; más bien forma parte, en sencillamente, las asociaciones adquiridas.
algunos aspectos, de la “mística” de Baudelaire (véase, Acerca de las primeras, el gran público ha sido so-
sobra decirlo, la obra de Jean Pommier) y no de si ore todo sugestionado por el célebre soneto de Rim-
estética, es decir es originada por esta estética mucho oaud. Pero la historia del conocimiento de las mismas
más que la estética por ella. iata de mucho más atrás.1 Es claro que estos hechos
Esta mística, naturalmente, tiene sus fuentes. Ez zo pueden servir de base a una correspondencia interar-
especial Baudelaire se ha familiarizado con los anglo­ •zstica fundamental. Bajo la forma no de una verda-
sajones. Conoce a Shelley y el E p ip s y c h id io n : ¿era alucinación, sino de una evocación harto imprecisa
la o “parece” azul o “hace pensar” en el color azul),
And every motion, odour, beam and tone 5 tos fenómenos son frecuentes, pero varían enorme­
W ith that deep music is in unisón mente de un individuo a otro. Excepto un ligero pre-
W ich is soul within the soul— they seem
¿eminio estadístico de la “ a negra”, no existe ningún
Like echoes o f an antenatal dream j
¿¿cerdo en estos colores de las vocales. E l escritor que
[Y todo movimiento, olor, brillo y sonido / con tal profuD*!
¿ Acerca de esto, se puede consultar: Mahling, “Das Problems
música al unísono van / — alma encerrada dentro del alma— , éb Audition Colorée’ ” A ich, f. ges. Psych. L V II, 1-2, 1926,
que parecen / los ecos desprendidos de un sueño prenatsLl m 165-301. La primera observación de carácter científico (G. T.
E Sachs) data de 1912. El primer informe global acerca de la
Ahora bien, uno de los más antiguos mantenedor* Trrvón coloreada vocálica, es sin duda el del Dr. Perroud, de
de esta idea de las correspondencias directas entre a Jaén Aíemoires de la S ociété des Sciences M édicales d e Lyon,
El tema interesó al público en general hacia 1884 (véase
sensaciones, es Goethe. Sabido es que ha escrito, acea jfcrrnnédiaire des Chercheurs”, del 25 de junio y 25 de septiem-
del sabor de los colores, del sabor alcalino del azul i ■ e ¿ i 1884. Y también: A. de Rochas, en La Nature, del 18
ácido del amarillo. Esto relacionado, por cierto, ca A scril de 1885.) Pero la primera utilización literaria expresa es
una teoría general y cósmica, de las correspondenc* M mea la del poeta de Zurich, Godefroy Keller (muerto en 1860).
■ be pensar que Rimbaud había oído hablar (aunque muy super-
— de los a n tw o r te n d e G e g e n b ild e r — extraída de faa ¡HÉDente) de estas investigaciones. No hay que creer nunca en
tes más antiguas y no muy claras, en esta teoría de i en la ignorancia ni en la ingenuidad de los poetas.
M6 M Ú SIC A Y L IT E R A T U R A

intentara utilizarlas artísticamente, no sólo resultaría


hem ético para aquellos que desconocen estos fenóme­
nos sino que estaría en contradicción, en disonancia,
con los que los resienten intensamente, aunque en otra
concordancia;23 de hecho, estos “cromatismos , consta-
S v e n más bien, en aquellos en que aparecen muy sena­
d o s , una cortapisa al goce normal de l a m u s i c a d ^
versos. ¿O es que yo que, como Rimbaud, veo la o
azul, precisaría, cuando los poetas me hablan de rosas.
imaginarme siempre rosas azules?
Igual sucede con las asociaciones de ideas (las cua­
les por cierto, tal vez sean fuente de las smestesias
corrientes). Si tengo el sentimiento de un nexo inti­
mo de un parentesco evocador entre el aroma exaspe­
rado de ciertas flores al caer de la tarde en el
el ruido de una gota que cae.de un grifo mal cerrad
todo ello envuelto en el prestigio de una especie d:
espera algo atemorizada de no sé qué avei?tur^ ^ t .
(cuyo origen se halla sin duda esfumado por la amnesu

2 Véase Ouercy, Les HaJIucinations, T . I I , pp 95 ss.


3 Si se le permite a un autor citarse a si mismo, quien esa—
estas líneas puede confesar una obsesión estética peculiar (que h e
también la de B alzac), de este tema de la rosa azul. Y no a e
cabe duda de que esa especie de satisfacción, de goce com ple^
que experimento al realizar netam ente la imagen, depende en g r *
parte de la resolución de esta disonancia entre la flor y su nomcr-
b cual, por la audición coloreada, es para mi azul a causa de *
o. Pero también sé que, en mi calidad de lertor, e s té tic o o
necesito hacer desaparecer este efecto de audición
realzar como cumplen unos efectos literarios de colorido v erb £>
cia el de esta frase de Chateaubriand: “Serpientes verdes,
azules, flamencos rosas, jóvenes cocodrilo^ se e m b a r c a n ? ^ »
« estos buques de flores” , e t c . .. { " ) ■ Ef*seto
destacado, que, inmediatamente antes se habla de nenúfares ctm
rosas amarillas se proyectan como bandennes’ . E sto i m p l i c a *
un descuido (en uno de los textos literariamente más elab o ra-
que existen). A no ser que el gran artista expresamente h u b -
querido, con la reiteración en la separación de los dos sentidcs
la palabra rosa, designar una forma, o un color.
SE U D O -C O R R E S P O N D E N C IA S 147
infantil) puede introducir en el arte personal de vivir
algunos toques bastante peculiares, de vez en cuando-
mas, ni concierne, ni interesa en realidad sino a mí
mismo.

í e n ^ UrhVP? ler0SaS,J deSde d punt0 de vista árctico


i 1r KCUund° aparecen Ajanas, infantiles, en-
í n ln el írecinzo misterioso de un manantial per-
n lw noche de los tiempos, y en el eco de origi­
nales asombros) tales asociaciones pueden desempeñar
un papel importante en la inventiva artística. Pero no
olvidemos que el poeta no puede, ni debe, contar con
ellas para comunicarnos ese encanto que a él le em-
rga, y con el que desea profundizar su poema. Y esto
a primer lugar, porque no existen necesariamente idéní
tras asociaciones en los demás. Después, porque su
vüjetivo consiste precisamente, no en explotarlas9 (con­
tando con ellas en el lector), sino en hacer sentir su
2 ^ a fn Cr ’ S1”» rT tÚr a d la S ’ sino más bien, por el
contrario, creando los medios necesarios.
Hugo, en el R h in , nos cuenta (sin duda novelán­
dola un poco) la génesis del breve poema en decasíla­
bos que asi comienza:

Lam our forgeait. Au bruit de son endume


i ous les oiseaux, surpris, rouvraient les yeux
t i amor fraguaba. Al rumor de su yunque / todas las aves
«smadas, abnan de nuevo los o jo s...] '

que termina de esta suerte:

. . .que forge-t il done lú?


C est un regará qu il a pris á Stella.
xQué fragua ahí? / Una mirada que le tomó a Stella.]

Obra, ésta, que Víctor Hugo, por otra parte, se


de mcluir en ninguna de sus compilaciones poé-
por lo distinta que aparece su factura de su estilo
SEUDO-CORRESPONDENCIAS 149
148 M Ú SIC A Y L IT E R A T U R A
ordinario. T al poema, lo podría haber firmado un “pe­ longs échos qui de loin se confondent
Dans une ténébreuse et profonde unité,
queño maestro” del siglo xvm .
Ahora bien, nos cuenta cuál es el papel desempe­
ñado en esta génesis por la asociación de ideas que, ^prolongados ecos, a distancia confundidos / en una tenebrosa
y profunda unidad,]
para él tenía singular encanto, un encanto a un tiempo
crepuscular, campestre y sentimental, como de ensueño
provocado por el lejano tintineo del martillo de una v que crear la magia por medio de la cual los perfumes,
'.os colores y los sonidos, en cierta forma se responden
fragua, en la noche. mutuamente.
Pero ¿acaso descontó, en el lector, el efecto de tal
asociación para originar el r a p tu s p o é t i c o , con la sim­ Y el preguntar: mas ¿acaso el hecho es cierto? ¿aca­
ple evocación del amor en la fragua? ¡Idea pueril! Por so no es positiva la existencia de tales corresponden-
el contrario, lo que él quería, era construir enteramen­ mas? ¿acaso el poeta no se apoya en este hecho posi-
te, para el lector el complejo armonioso que a él le rvo?, es como si, al leer F e m m e s d a m n é e s ( “Mujeres
emocionaba. Suponer otra cosa, sería suponer, en un .-rndenadas” ), nos preguntáramos si realmente la lla­
artista, dueño de sus recursos, la ingenuidad de los que mada “Delfina” y la llamada “Hipólita” se han expre­
creen hacer obra de poesía, suscitar el éxtasis, tan sói: sado en esa forma; y como si, al leer I C e n c i, nos pre-
con nombrar la aurora, los pájaros, las rosas o el amor rmtamos si realmente Beatriz mandó asesinar a su
confiando en el nimbo sentimental de estos vocablos sd re, y si la realidad del hecho histórico es el motivo
Por el contrario, la ley del poeta estriba en construir estético de la obra de Shelley. ¡Gran despropósito!
en realizar, en apuntalar, por el arte, las esencias (senti­ Dejemos, pues, de lado tan ingenuas ideas.
mentales u otras) cuya concordancia inédita y refin De existir correspondencias directas entre las sénsa-
desea presentar. Si necesita una poesía lunar, ha de :es, correspondencias extrañas o inherentes al arte,
ber ser un constructor de lunas. Si, para emocionar sólo no podrían constituir la base de un sistema
lector, se inspira en la realidad ya construida del m anolio y sólido de correspondencias interartísticas, sino
do común y corriente, y le envía a la luna real, com serían únicamente un corto circuito fortuito, que el
un fraude con esta emoción. E l a r t e s ó l o e s r e sp o n c no puede tener en cuenta. Las únicas correspon-
d e lo q u e é l m is m o h a c e . Puede ser responsable is, en este campo, que el arte ha de tener presen-
todo un universo, con tal de que sea su creador. son aquellas que él construye e instaura dentro de
Así es como Baudelaire, o Shellev, cuando qui universo. Y, lejos de apuntar su magia, anteriores a
forman parte, por el contrario de esta magia, y
brindarnos un mundo ella se apoyan. Tal es el caso de las “v er d a d era s co-
oú des vivants piliers ídencias baudelairianas: se encuentran e n e l in t e -
Laissent parfois sortir de confuses paroles, d el u n iv e rso p o é t i c o . Y sería incongruente identi-
con estos cortos circuitos psicológicos de que
[en que vivos pilares / a veces dejan brotar confusas pala os de hablar.
Y. así, la única manera de considerar el tema en
tienen a la fuerza que edificar ellos mismos estos
150 MÚSICA Y LITERATURA MORFOLOGIA DE LA OBRA 151
toda su amplitud, es averiguar si las sonoridades de las segundo grado; las que, a veces, y desde luego arbitra­
silabas en poesía y de las notas en la música; si las lí­ riamente, se llaman artes “representativas” . Indudable­
neas y los colores en el cuadro; si los movimientos en mente no “representa” nada, puesto que no utiliza los
la danza; si los volúmenes en la arquitectura, o en la sonidos del lenguaje para figurar las apariencias de
escultura, pueden constituir los elementos (de por sí dis­ las cosas evocadas con objeto de imitar las formas, tal
parejos) de una misma acción sublime, que tiene lugar como el cuadro figura los contornos, o los colores, de
en condiciones diversas, aunque paralelas; si, en una los objetos representados. Pero ya sabemos que la pre­
palabra, existen c o r r e s p o n d e n c ia s fu n c io n a le s , basadas ocupación imitativa no es en modo alguno el impera­
en la profunda e íntima unidad de una acción siempre tivo de las artes del segundo grado.
idéntica a sí misma (pese a las diversidades originadas Lo que las caracteriza, es el ofrecemos, por el medio
por sus distintos aspectos, en mundos sensorialmente que fuere (así sea puramente) un universo de cosas
variados), llámese ésta pintura o poesía, arquitectura cuya modalidad de presencia, simplemente evocada, se
o música. distingue en absoluto de la presencia concreta de la
Y en esta dirección hemos de encaminarnos. De obra. Y éste es el caso de la literatura. Del libro abier­
este modo hallaremos el más rico y más positivo botín. to. como de un cofrecillo, salen los personajes, los pai­
sajes, los hechos, en absoluto distintos del libro en sí.
Cierto es que la literatura más que ningún otro arte (y
s ta es una originalidad que conviene destacar), da
X X V I. A CERCA D E LA M O R FO L O G IA D E LA fuerza al sistema de evocar únicamente por signos artifi-
O BR A L IT E R A R IA riales, o convenidos, las cosas por ella ideadas. Pero
esto en nada empaña (muy al contrario) su carácter de
irte del segundo grado. Por otra parte, las artes plás­
L as relaciones tan peculiares entre la música y la lite­
ticas tampoco dejan de emplear medios simbólicos de
ratura, y el interés estético general de sus correspon­
¡vocación ( emblemas, alegorías, e t c .. . ) . La única di­
dencias, al igual que de sus síntesis, así como la opor­
ferencia estriba en que la literatura, no sólo hace uso
tunidad de estudiar, a propósito de ellas, unos hechos
vitalmente de este medio, sino que toma el conjunto
artísticos tan importantes como el ritmo o la armonía,
x sus signos de un sistema ya constituido fuera de ella:
hacen su confrontación merecedora de un lugar desta­ ¿ lenguaje.1
cado en un ensayo sobre estética comparada. Además,
De este modo, la situación del arte literario resulta
va hemos señalado sobre el particular (cap. X X I) un
¿entica a las de las demás artes del segundo grado. Y
punto importante, referente a la estructura general dd
ie aquí por qué encontramos en él esta dualidad de
esquema de las artes, punto sobre el cual hemos prome»
tido insistir. Ahora bien, antes de tratar estos puntes, i Y aun esto no deja de tener analogías en las artes plásticas,
no dejará de ser útil precisar algunas nociones referen­ s que éstas, a menudo utilizan simbolismos ya creados (reli-
tes a la estructura de la obra literaria, en el terreno dei por ejemplo), algunos de los cuales también se hallan tan
mente ligados a un sistema social y local cual puede estarlo
método comparativo. lenguaje. Ya hemos citado, al respecto (cap. IV ), la simbólica
Hemos clasificado la literatura entre las artes ód a china. Más adelante daremos análogos ejemplos musicales.
M O R F O L O G ÍA D E LA O B R A 155
m ú s ic a y l it e r a t u r a
152 cando, en este terreno literario, exactamente el mismo
la forma primaria y de la forma secundaria, la ley vocabulario que se aplica a todas las demás artes, para
de estas artes. designar por los mismos términos aquellas cosas que se
¿Qué es, literiamente, esta forma primaria? Es una responden entre sí en todas las artes. Y tal vez llegue­
combinación formal de los sonidos del lenguaje: el ara­ mos de esta suerte a esclarecer un poco algunos he-
besco de las consonantes y las vocales, su “melodía” :hos, que podrían permanecer poco claros para quienes
(pues se trata realmente de un principio melódico, de solo consideran la cosa literaria en sus apariencias direc­
una sucesión lineal de q u á lia ) , su ritmo y, más amplia­ tas y obvias.
mente, el gesto general de la frase, del periodo, de la Veamos- en seguida un ejemplo.
sucesión de periodos, etc___ Una oración fúnebre de La palabra forma se emplea a menudo cuando se
Bossuet, un poema de Shelley, ofrecen evidentemente, rata de literatura. Pero se presta a torcidas interpreta-
al análisis estético, verdaderos arabescos fonéticos, que nones; puede disimular hechos importantes, si uno se
pueden atraer especialmente la atención, y cuyo aisla­ nrntenta, cual suele suceder, con oponer la forma al
miento, por medio de este análisis, coloca aparte esta in d o (o al contenido). La distinción entre la forma
forma primaria. rr.maria y la forma secundaria, que ya hemos observado
Ahora bien, al mismo tiempo, estas páginas de Bos­ s i las otras artes, en particular en las plásticas, y reco-
suet, o de Shelley, suscitan y presentan un conjunto de jcd d o que es idéntica en el arte literario, es esencial,
realidades — “el universo del -discurso” , igual que ez tiende a desaparecer en esta oposición entre la for-
pintura y en escultura— , conjunto perfectamente dis­ y el fondo, tan peligrosa del modo en que suele
tinguible, otológicam ente, de esta combinación de sa­ learse en literatura.
labas, y de formas estéticas de frases. La “forma secun­ Por lo general, la palabra forma aplícase a lo que ya
daria” , es, en el sentido concreto de estas páginas, tcd: es llamado forma del primer grado. En cuanto a
cuanto, en calidad de vocabulario, construcción de fri­ términos de fondo, o de contenido, por lo general
ses, e t c .. . , es requerido por las exigencias del s e t aplican a un tiempo, y confusamente, por una parte
— por la necesidad de instaurar este universo de co universo del discurso”, y, por otra, a este elemento,
y no por consideraciones de eufonía, de ritmo, y a' importante, y tan precisamente formal, que acaba-
nía vocal, etcétera.. . de llamar forma del segundo grado. Pues es me-
Los que se ocupan de estética literaria, quizá tener en cuenta en literatura, lo que, en este len-
profundizan lo bastante las distinciones de que hall demasiado impreciso, sería necesario llamar, a la
mos, o no consideran siempre suficientemente su paradójicamente, la “forma del fondo” .
portancia, pues no les impele a ello, como a nosoí Consideremos una novela: por ejemplo “Salambó” .
la correspondencia con las demás artes, en la qu; realidades, bien sea históricas, o ficticias, que cons­
distinción de los misinos hechos adquiere nítida, el universo de la obra, poseen su arabesco propio,
la vez que valor de primerísimo rango. Para n t tornos, su estilo, su perfil, su discurso, y hasta sus
nuestro método habrá de exigir (pese al inconve y su vocabulario propios. Al evocar la estilística
de hablar un lenguaje técnico desacostumbrado parí del mundo cartaginés, Flaubert se ha impuesto,
profesionales de estudios literarios) que sigamos
MÚSICA Y LITERATURA ___—-v/v/ü» ----- —.. \ 157
156
Esto, por cierto, nos dice cuán mezquino sería evo­ ticas. La poesía, es el verbo estilizado, es decir, en for­
car únicamente la “armonía imitativa” cuando se trata ma de arabesco absoluto (aunque siempre en armonía, y
del valor directamente expresivo del arabesco verbal: es en síntesis, con el universo del discurso). Y, al decir
menester también tener presentes las mil relaciones de a b s o lu to , queremos decir: en alguna forma preexisten­
conveniencia, con las cuales un escritor procura modelar te, bastándose a sí mismo lo suficientemente para que,
la forma directa y primaria sobre la misma forma del aun considerándolo independientemente de todo sentido
hecho, por ejemplo por medio del ritmo agógico, la de las palabras, quede estéticamente orgánico, y artísti­
brevedad o duración de los periodos, o incluso de las camente justificado. Una prosa enteramente anestética
palabras.2 Por último, conviene observar, en esta re­ la del Código Civil, o la de Auguste Comte, tal vez la
lación entre las formas del primer grado y del segundo nenos armoniosa de toda la literatura francesa) cons­
grado, que en ella estriba la diferencia esencial entre b tituye, por el contrario, un verbo enteramente regido por
poesía y la prosa; diferencia inherente a esta noción di d sentido de las palabras, por la exigencias del universo
estilización, ya introducida, por cierto, en las artes plas- ¿el discurso, de tal suerte que, ya suprimida la forma
«cundaria, nada queda en ella en el terreno del arte.
2 Más adelante (a propósito, en particular, de las teorías del *
Y fijémonos que aún puede existir arte, y mucho, en
ñor Grammont) veremos qué nitidez introducen estas nociones e obra literaria escrita en esta forma. E l monumento
los problemas que resultan confusos a causa de la idea imprecisa a las ideas, la arquitectura del mundo, tal vez complé­
“expresión”. En el caso del verso llamado “expresivo” (o, a rssa t a t e inventado, caprichosamente combinado, que se
imitativo), se trata en realidad de acomodar la forma primaria a i brinda con tan escaso esmero en la disposición de
secundaria. En un verso como este: tatabras, todavía puede convertir un ensayo filosó-
"Elle bátit un nid, pond, couve et fait eclore.. , ” una compilación de ensayos, e incluso, digámoslo
(“Construye un nido, pone; empolla y hace salir...) vez, una novela, en verdadera obra de arte. Para
~, bastaría con recurrir al testimonio de “Rojo
se trata de establecer una correspondencia, una concordandi.
”, o de “La Cartuja de Parma”.3
la forma propia del verso (forma de primer grado) y la fon
trínseca del hecho narrado (foma de segundo grado): es óec
arabesco de sucesión precipitada de los actos evocados. Ni N: exageramos, no somos de los que le niegan todo asomo de
relación con la “expresión” de los sentimientos, por ejemplo a Stendhal. Y su célebre broma acerca del Código Civil, no
en la expresión fisonómica) por medio de los síntomas, c i c engañar. Su prosa tiene arte, un arte muy discreto, que
efectos: desorden, exclamaciones, desmayo de la voz, etc. re todo a evitar todo amaneramiento, todo efectismo “de
problemas absolutamente distintos. Aunque el acorde de arnái toda exigencia de atención del lector sobre la forma
mas es real, el arabesco primario, sin embargo, no es ni m h r otra parte, también en Stendhal es arte (y es “arabes-
causal, ni un síntoma psicológico de la sucesión de hechos oc ®:«do de desarrollar una «cena, de equilibrar sus partes, de
do grado en la obra (ni de la emoción del narrador ante es a i o cual elemento, tal o cual aspecto (su famosa descrip-
chos). Trátase, únicamente, de un paralelismo, de una cor-sai a batalla de Waterloo es ejemplo señero de estos efectos
cia, de una armonía, de una conveniencia estética, cosa m en literatura, a los que dedicaremos el capítu-
tinta. No olvidemos que, en particular, la obra de arte se ^ Con todo, su determinación de no hacer resaltar el
distintos planos existenciales, y que entre estos distintos pmm . -Isiblemente a impedir que la atención sea atraída por
'-orresoondencias, conveniencias. Esto se -dBi que son dichas las cosas, en perjuicio de la cosa “en
------- «M m o o v d 7- s m
ro*a de hacer creer que se halla directamente ante nos-
158 MÚSICA Y LITERATURA MORFOLOGIA DE LA OBRA 159
Por lo que respecta a una prosa estética, mucho mi- artes, los imperativos de la materia empleada. La gra­
próxima a la poesía, sería, por ejemplo, la de Boscun mática y h sin ta x is fr a n c e s a s , en la fr a s e d e B o s s u e t , o
o la de Chateaubriand, con su arabesco de las frases, a s a la de Chateaubriand, desempeñan exactamente el
de continuo un deleite (pero en particular en los pra- mismo papel que en una obra de arquitectura las leyes
cipios y terminaciones de frases, o en las fórmulas d e la resistencia de materiales, del equilibrio físico, de
especialmente elaboradas) que nunca — o casi nunca— ja propagación óptica de la iluminación, e t c .. . Ocu­
aparece lo bastante necesario, lo suficientemente autó­ rre. como se sabe, que unas veces esta morfología inhe­
nomo y preexistente, como para sobrepasar el texto, ex­ rente a los materiales entra en conflicto con las exigen­
primiéndole por anticipado su perfil merced a las únicx cias estéticas formales, y otras; por el contrario, se
exigencias del ritmo, o de la melodía, considerada: armoniza con ellas. Incluso puede sugerir la forma ár­
aparte, sin tener en cuenta nada de lo referente al sa - c tic a , y hasta casi imponerla. Pero siempre distin­
tido de las palabras. tién d ola de ella. Un edificio “lógico” (cual se dice
Entre estas dos formas — arabesco fonético (ritmr a menudo) es un edificio en que la armonía de ambos
y melodía pura de las sílabas) y estructura propia a pr.ncipios morfológicos aparece de tal suerte, que cada
mundo de los seres, de los conceptos, de las imágeoe. o de ellos responde a la exigencia del otro, v en que
de los sentimientos ex-ocados— quizá uno se prer *~ ambos coinciden integralmente en sus resultados. Tal
(pregunta en verdad necesaria) qué papel conviene ai •curre en literatura con algunos versos de extremada
buir a un elemento morfológico, ya de por sí muy im­ smplicidad ( “ E t le s fru its p ctsseron t la p r o m e s s e d e s
portante en el arte literario y de género muy distintr 1x 11™'’ ) , (Y los frutos sobrepasaron la promesa de las
del que incluso cabría suponer que no tiene equival frrres), o con ciertas frases perfectas (por ejemplo: “Ou
en las demás artes: la forma gramatical y la sin' e¿t’ n d it q u e Y ante d e la s o lit u d e s o u p ir a it d a n s t ó a t e
¿Acaso no entraña también sus limitaciones, a la e n d u e d u d é s e r t ” (Se hubiera dicho que el alma de
por motivos de eufonía, o de ritmo, o de melodia soledad suspiraba en toda la extensión del desier-
una parte y, de otra, por consideraciones inher . en que la armonía admirable de las palabras coin-
a la cosa en sí (cual vemos, por ejemplo, en el arte tan perfectamente con las leves comunes del ma-
la traducción, en que la cosa permanece idéntica 1 filológico utilizado, que no parece pudiérase decir
través de los dos textos, y en que todo el perfil que dicen en forma distinta, incluso, haciendo caso
gico es distinto? . . . de toda intención artística.4
La respuesta, bastante curiosa, es la siguiente:
forma gramatical, en la obra literaria, se sitúa en el + En cambio, hay frases en que, con relación a la prosa espon-
mo plano, y tiene el mismo alcance que, en las d anestética, existe un retoque evidente, una inversión (como:
mesure que le bruit des hom m es diinm ue ., celui du désert
otros, sin interposición. Lo que caracteriza el arte de la presa. ite; et au tumuíte des voix succéde la plainte du vent dans
Stendhal, es, desde luego la hegemonía que le da a la foma ~ ~rret [A medida que el ruido de los hombres disminuye aumen-
daría y el hacer pasar, punto menos que inadvertida, la forma d del desierto; y al tumulto de las voces sigue el lamento del
mar ia (algo así como, en el Código brumeliano, deben pasar en el bosque]) anulando su armonía. (Y digo armonía, para
vertidos los trajes del dandy). En ciertos aspectos es, pues, el ~s el lenguaje acostumbrado, y por cierto equivocado, pues,
ta-tipo, el prosista puro. •andad, debería decirse melodía.) Para decirlo y explicarlo
160 MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 161
Acabamos de hablar del “material” filológico utili­ en literatura; que son únicamente, no lo olvidemos,
zado. Ya se comprenderá que estos datos, referentes, ai formas del primer y del segundo grado.) No adquieren
fin y al cabo, al “cuerpo de la obra” (en el sentido en importancia artística sino cuando la materia indispen­
que hemos empleado estos términos en el capítulo an­ sable para establecer el cuerpo de la obra, limita las
terior) convierten todas las disponibilidades del len­ posibilidades o impone estructuras que reaccionan so­
guaje usadas efectivamente, en un conjunto de materia bre las formas artísticas propiamente dichas. Más ade­
les que el escritor ha de emplear, ha de utilizar cor. lante nos encontraremos de nuevo con estos proble­
todos los recursos que le ofrecen. Por ejemplo, en fran­ mas, a propósito de la música y del papel que en ella
cés, el uso del acento tónico obliga, en todos los efecto; desempeñan -las leyes físicas estudiadas en la acústica,
en que se quiere que el verso empiece con un tiemp: ron relación a la organización artística del hecho mu­
sical.
fuerte, a recurrir, bien sea a un morfemo tónico (or
d o n e ; tan frecuentes en Leconte de Lisie), a un vocativ: Ocupémonos ahora del primer problema, el relativo
o a un imperativo, a un efecto de retroceso, que destaci * la situación particular de la música y de la literatura
un monosílabo ( “truco” frecuente en Paul Valéry). Y más especialmente de la poesía) en el sistema de las
la escasez de monosílabos en francés es un hecho qut relias artes situación que, en cierto modo, las hace
:emplem en tarias.
se refiere a la materia prima que el artista tiene qo;
utilizar; al material verbal de que dispone. Hecho a p t
tendrá una influencia artística totalmente comparab a
a la que, en la arquitectura y escultura egipcias, tienes,
por ejemplo, la dureza de las piedras empleadas, la esca­ X X V II. LA M Ú SICA Y LA L IT E R A T U R A
sez de la madera, etc., etcétera. . . C O M O A R T E S C O M P LE M E N TA R IA S
No es preciso insistir más en este punto. Record»
mos únicamente que todas estas condiciones re fe ree s : íamos, pues, que la música es un arte del primer
a la materia son, de por sí, independientes del 2 rs. *ado, la literatura, un arte del segundo grado; y que
(Por lo cual la “forma gramatical” no cuenta entre ú arte complementario de cada una de ellas (una mú-
“formas” propiamente estéticas que conviene co n sice» esencialmente representativa, una literatura carente
significaciones evocadoras) casi no existen.
todo, añadamos que, con relación al sistema general de las noaM |
empleadas por este escritor, el perfil de sus frases no se ca^H ¿Acaso será lícito, en estas condiciones, intentar sim-
únicamente en las exigencias de la forma primaria (la melocs di ~ r el esquema de las artes, asignándoles, a estas
las sílabas), sino que también depende de la forma secundara i§ el mismo sector, haciendo de la música el arte del
arabesco del hecho evocado). Y es que la ventaja de la in.taiM
en determinado lugar estriba en hacer surgir el tumulto de rr
grado, y de la literatura el que le corresponde
ces, después el lamento del viento, en el orden de su sucesioc m . e'. segundo grado? Esta idea no deja de ser tenta-
tal como conviene construirla en la imaginación del lector. Ls r» Mas examinándola detenidamente, resulta im-
cordancia de ambos arabescos tiene gran papel en el valor s-_¿s4 m able. E l sistema de q u a lia elementales empleadas
de la frase. Y justifica, desde luego, la libertad tomada :m a
ambas partes — ruidos de la voz articulada para
sintaxis corriente; libertad que no hace sino avivar el efecto zmdhi
por lo que tiene de excepcional filológicamente. notas de la voz modulada, humana o instrumen-
MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 163
162
tal, para la otra— difiere demasiado para permitir esta mitiva, los medios sensibles de la música y de la lite­
relación. Si ya pudiera parecer excesivamente atrevido ratura permanecen completamente distintos.
correlacionar de esta manera el par escultura y arqui­ Empero, vamos a ver cómo, hasta cierto punto, la
tectura, siquiera la identidad de lo sensible propio a estas literatura hace las veces de ese arte del segundo grado
dos artes — el volumen, la forma tridimensional— jus­ que le falta a la música; y cómo, de esta suerte, por su
tificaría este artevimiento. Pero no aquí. Cierto es que. presencia, es, en cierto modo, responsable de esta falla
física y sensorialmente, existen grandes relaciones entre musical. Y, por el contrario, cómo la música sustituye
ambos géneros de “sensibles” ; que ambos se dirigen a. al arte verbal del primer grado, a la vez que lo des­
oído, y que sus puntales físicos son vibraciones que di alienta, al tomarlo inútil.
fieren únicamente por la complejidad del periodo. Pero,
si tenemos en cuenta (lo cual es esencial) la organización En primer lugar: veamos la música.
de las q u a lia en gamas, la diferencia es enorme. L¿ No cabe duda de que es un arte del primer grado.
gama de los ruidos, vocales y consonantes, organizados Infinidad de obras musicales (por ejemplo, una fuga
en sílabas, y la de los sonidos puros de los músicos n: de J. S. Bach, un “Arabesco” de Schumann) son puras
tienen ninguna relación, ni en sus elementos cualitat: rarvas melódicas, o puras combinaciones de colores
vos, ni en su estructura. Y es ley fundamental, en esta; irmónicos; sin que sea menester buscar otras razones
relaciones por pares, que el arte del segundo grado tiene i su existencia estética, fuera de las que dependen de
que ofrecer, por simple anulación del parámetro repeí ai arquitectura sonora, del meandro de las melodías,
sentativo, el arte correspondiente del primer grado, d i re la ondulación de los ritmos, del estremecimiento
cual se halla implicado en sus formas primarias. A del florecimiento de los acordes. Los que no con­
sumo podría decirse que una música completameirr s t e n en admirar la música, sino cuando les hace pen­
bárbara, de algunos primitivos, o de algunos civilizad:* en otra cosa — huidas vagas, ensoñadoras, o visiones
que se divierten en emularlos, como Darius Milhauca ae flores, de paisajes, de cuerpos danzantes, de rostros—
hizo, a veces, en la utilización de las percusiones, o z ¡ i » verdad no son amantes de la música, o no saben
los instrumentos “de ruido” (o, mejor aún, Bela B s - la o la desconocen.
to k ), se contenta con sucesiones rítmicas y, hasta c = * | j Ahora bien, esta música pura, sin ninguna alusión
punto, melódicas, de ruidos, mas no de sonidos p c ra Jj as cosas de este mundo, tampoco es toda la música,
con instrumentos tales como el tam-tam, aparatos x ü m Í sin que este arte se establezca nunca en forma sis-
fónicos sin afinar, tambores, castañuelas o crótalos, a u j tica en el segundo grado, llega, sin embargo, lo
tros, etc. . . Entre tal género de arte y la silatoaaqjj _ te lejos — más de lo que suele creerse— por el ca­
prosódica pura, existen ciertas relaciones evidentes. r a J ! de la representación.
este arte tan primitivo, origen de la música, es s i f l No pensemos únicamente en las “armonías imitati-
música en germen. La verdadera música sólo apzaqfl — trinar de pájaros, rumor de olas (o silbato de
cuando sus estructuras toman como medio básico toras). La imitación, ya lo sabemos, es uno de los
nido puro. más elementales del arte del segundo grado. Su
Así es que, no obstante esta región de afinid;; a J normal es la evocación — incluso, exactamente,
164 MÚSICA Y LITERATURA
MÚSICA Y LITERATURA 165
es la modificación del arabesco puro por motivos de
nos sea tan fácil situar aquí los versos
evocación. Y esto es lo que la música nos brinda a
menudo. A menudo sucede que la sucesión de los acor­
Le calme clair de lune triste et beau
des o el perfil de las melodías, no puedan explicarse Qui fait réver les oiseaux dans les arbres
cabalmente por las solas exigencias de la composición
musical autónoma. En cierto momento de “La Pasión [El sereno claro de luna triste y bello / que hace soñar a los
según San Mateo”, un trazo rápido de acompañamien­ pájaros en los árboles.]
to recorre de pronto toda la tonalidad, de arriba abajo,
en forma algo extraña, algo inesperada musicalmente, y allá
aunque, por otra parte, perfectamente integrada al
conjunto. Pero, con todo, si no supiéramos que en ese Les grands jets d’eat* sveltes parmi les marbres?
momento, conforme al texto, el velo del templo se des­
garra de arriba abajo, no tendríamos la clave completa Los grandes surtidores de agua; esbeltos entre los mármoles?]
del hecho musical. ¿Imitación? No. Tanto menos,
cuanto que la misma noción de arriba y de abajo, para Y, si observamos con qué cuidado el músico, hasta
designar las notas correspondientes a vibraciones de el último compás, evita darnos la nota decisiva, que
mayor o menor frecuencia, es convencional. Pero e’. habrá de precisar su elección entre dos tonalidades, la
convencionalismo nos es tan familiar, que no vacila­ ana mayor, la otra menor, mantenidas en perpetua im­
mos en asignar un valor evocativo e incluso, hasta ciertc
precisión, ¿acaso todo esto no puede ser comentado
punto, descriptivo, a ese trazo. por otros versos del poema
Y así ¡cuántas inflexiones musicales se presentarán
con idéntico valor! Sonoridades graves y amplias, o agu­
Tout en chantant sur le mode mineur
das y vivaces, actuando sobre las mismas oposiciones
L ’amour vainqueur et la joie opportune
que las de la sombra y de la luz; lentitudes o vivacida­
lis n’ont pos l’air de croire a leur bonheur?
des; murmullos o repentinos estruendos; vacilaciones
tonales, cadencias “quebradas” , “interrumpidas” ; mar­
¿Cantando en el modo menor / el amor triunfante y la ale­
chas armónicas de inexorable progresión, modeladas
ma oportuna / no parecen creer en su dicha?]
sobre sucesiones de hechos.. . ¿Acaso no tiene signifi­
cación el que, en el “Pasacalle” de la “Suite Be:-
gamasque”, de Debussy, cuando ya tenemos en la mente Ni digamos únicamente que los dos mundos, el
el poema de las “Fiestas Galantes”, musical y el poético, copian sus formas el uno del otro;
: que la música se inspira en el poeta: digamos mejor
Votre áme est un paysage choisi que su intención expresa consiste en brindamos hechos
Que vont charmant masques et bergamasques... musicales que se bastan para suscitar un mundo ente­
sa, análogo al del poema, aunque, desde luego, mucho
[Vuestra alma es un paisaje escogido / que van llenando a
mis impreciso (la música y el poema se corresponden
encanto máscaras y bergamascas.]
aquí, no copiándose el uno al otro, sino como respon-
166 MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 167
diendo con el mismo eco a un mismo universo ofrecido como un rostro “expresivo” y animado revela perpetua­
por ambos). mente, por sus modificaciones físicas, los hechos psíqui­
E incluso no podría afirmarse con seguridad que cos concomitantes); tercero, la trasmisión, del autor al
de un modo más impreciso. Pues, al fin y al cabo, Ver- oyente, de ciertos estados del alma que se suponen fi­
laine sugiere estas imágenes únicamente con objeto nalmente idénticos en ambos o, al menos, entendidos
de describimos un alma; con lo cual, quien tomara por por el oyente como los del autor con el cual simpatiza;
presencias concretas y definidas estos árboles, estas más­ por último, cuarto, la traducción artística de los hechos
caras o estos pájaros, cometería un error; y tal vez el del universo del discurso, por medios evocadores o
músico representa más directamente los “hechos del descriptivos. Si se toma qste concepto de expresión
alma”, si se puede decir así, que el poeta, quien sólc únicamente en la última acepción, como significan­
los evoca valiéndose de un rodeo. do solamente la evocación, el hecho de presentar senti­
Y , en fin, no nos olvidemos (y esto ya nos señal¿ mientos como realidades del universo del discurso, sea:
el problema, o los errores, del concepto de expresión- dio es válido para toda música representativa (entre
sobre el cual habremos de insistir más adelante) q c; rtras cosas) y nos habla de las pasiones del alma. Pero,
esta alma no es la del músico: V u e s tr a alma es un pa­ a este caso, conviene cuidarse de una confusión en
saje elegido.. . Sin duda alguna un alma de m uir as otras acepciones del término. Y evitar la palabra
Se trata de un alma representada, y no de un alma cz z rae mantiene esta confusión. Digamos, pues, tan
desea expresarse, exteriorizar sus goces o sus aflicciones. xáq, que la música evoca representativamente sentimien-
Y hemos de dar el mismo valor descriptivo a to e * xs: que ofrece una realidad artística por hipótesis, al
las composiciones de la música dramática, a todas x «sal que podría evocar un amanecer, o un mar desen-
obras en que visiblemente el hecho musical copia i acenado. Y digamos también que la reducción de lo
malmente hechos dentro de los cuales se dan su cesin e h k de esta suerte se expresa (sea cual fuere el sentido
de distintas pasiones.. . Aquí es precisamente en ccccta « '.a palabra) a los sentimientos solos, constituye una
conviene andarse con mucho cuidado — una vez Itecr.cción absurda. ¡Como si la música no expresara
y habremos de insistir nuevamente en ello al tratar M ■ n b ié n ideas, imágenes, seres o cosas de todas clases!
la poesía— , para eludir los riesgos que entraña la á m m Recordemos también que, en la medida en que un
de expresión. ¡Es una idea a un tiempo tan e r r c c a # I f c . v en particular la música, evoca sentimientos, no
tan corriente, axioma de una estética tan rudi^oÉN krnezoso que estos sentimientos sean los del propio
ría, la de que “la música expresa los sentimiento* _ J " j ■ p r igual que en poesía, estos sentimientos pueden
No sobrará el mostrar aquí, de paso, su monstrors* in­ ■ c . mas veces los que el autor finge tener, real o ima
suficiencia. ^ ■ t r ámente, y otras los de un personaje, en el drama
Recordemos, ante todo, hasta qué extreme s d flg o también los del oyente, cuya voz se pretende
confusa e imprecisa la misma noción de expresov.fl y, en fin, también, los de un ser mítico, de
cual se refiere confusamente a conceptos mm "-¡o” que, en puridad, no es, ni el autor, ni el
mente distintos: Primero, la exteriorización x ni un personaje cualquiera de un drama. Y
interiores; segundo, el discernir éstas por sin: -mar f l f ^ ^ ■ e n d o estos sentimientos fueren efectivamente los
168 MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 169
del autor, ello constituiría un hecho anecdótico, o bio­ presencias de todo orden, entre las cuales los imperati­
gráfico, cuyo interés histórico puede ser considerable, vos sentimentales pueden ocupar un lugar, pero no más
pero en absoluto distinto del interés estético. Con importante que los de la percepción de la ideación, de
frecuencia, es menester negar que estos sentimientos la volición incluso, y así sucesivamente.
sean la causa de la obra, como tampoco su materia, in­ No me cabe duda, cuando oigo “En las estepas del
dependientemente de toda intención de creación artís­ Asia Central”, de que Borodine no haya querido evocar
tica, siendo todo lo más causa ocasional, o, a veces, útil una inmensa llanura, un campamento de nómadas asiá­
documentación, o atmósfera general favorable, y nada ticos, una tropa de soldados rusos que desfilan, e t c .. .
más.1 Tampoco me cabe duda de que la melodía que, antes
La tesis de la música limitada a expresar esencial­ y después del paso de esta columna, se me impone,
mente sentimientos, es una restricción absurda, a la vez depende menos de la intención de ser atribuida a tal o
que un corto circuito antiestético, que establece entre cual personaje, que de la de simbolizar, evocar y, si se
el autor (o incluso el intérprete) y el oyente una rela­ prefiere, expresar (no lo discutiremos) el espacio, el
ción para la cual la obra de arte resultaría inútil, o, er encanto propio de la inmensa llanura, del viento, de
todo caso, sería únicamente un pretexto. Desde luego, la estación, del vagar a la ventura. . . Sucede con ella
el hombre que pretende enamorar a una mujer puede (igual que con todos los demás hechos musicales, tan
procurar emocionarla recitándole unos versos, o apare­ pronto se les puede relacionar con precisión a la marcha
ciendo ante ella como un gran cantante. Aceptemo; de un caballo, a la de un camello de Bactriana, a la
como hecho consumado tales astucias, pero reconozca­ calma y a la soledad quebrantadas, o restablecidas...)
mos que no consiste en ellas la función metafísica de lo mismo que con esta música de los versos que debe
arte, ni siquiera en su relación de autor a auditor.:. a la vez simbolizar con el universo creado, exaltar su
¡No! La única tesis valedera, es decir: además de las encanto, profundizar y definir su alma, multiplicar
obras que nada expresan, porque se bastan de por s su potencialidad de presencia y de afirmación. En todo
— porque su ser directo es el que de por sí merece e esto, desde luego, existen muchos elementos sentimen­
interés y la existencia artística— existen obras m u sical tales. Pero, sería reducir por demás la magia del arte, si
que quieren evocar un mundo entero, más o mer.cr se dijera que sólo eso existe en ésta o que es la única
análogo al de la realidad cósmica. Y entre los sers cosa que aquí nos puede interesar.
del mundo de esta suerte evocado, pueden darse tz i Más justo sería decir — y aquí es en donde real­
mente comienzan las dificultades— : todo esto está muy
l Sabemos, por ejemplo, que la pasión (si así puede decirse as bien, pero si no hubiéramos leído el título de la obra,
Wagner por Matilde Wesendonck, está estrechamente ligada i k
composición de “Tristán e Isolda”; pero sabemos que Wagner k si no nos hubieran dicho muy exactamente, con pala­
comprometió en esta aventura muy conscientemente, en interés ae cras (por tanto, en forma literaria) y no sólo con la
su creación artística, para poder tener un estado de alma favorita» música, el tema, cósmico preciso, ¿acaso hubiéramos
a ésta; y que sería absurdo decir que escribió el “Tristán” pan a - descubierto tantas bellezas solamente por medio de la
presar esta pasión, ya que, por el contrario, suscitó esta pasión p n
mejor sumergirse en unos sentimientos que la obra exigía y bes. música?
de evocar. Es evidente que aquí surge una dificultad. Por
170 MÚSICA Y LITERATURA MOSICA Y LITERATURA 171

suerte, nos han anunciado previamente: ‘‘La Mañana”, nos; una escena egipcia por medio de colosos, o de
o “Noche en Granada.” Y así podemos saludar y re­ pirámides en el horizonte.
conocer con facilidad los rayos del sol naciente, el cas­ Todo esto es lo bastante preciso para que, en el
cabeleo de las muías, e t c .. . Pero el tema nos fue previa­ caso de la “Pastoral”, el paisaje aparezca todo lo claro
mente explicado, y por medios extraños a la música. De que pudiera ser, no en tal poema del exilio de Hugo, el
no ser así, quizá no nos mostráramos más duchos que cual podría dibujarse, sino, por ejemplo, en un poema
aquel famoso escritor que, según nos cuentan, oyendo de Lamartine, que nos habla de “espesos bosques” ,
un día la “Pastoral”, y creyendo que se trataba de la del “murmullo de las aguas”, del “frescor” y de “la
“Pasión”, situaba el último suspiro de Cristo agonizan­ sombra”; lo cual, a la postre, resulta harto más impre­
te donde el músico había querido introducir el cante ciso que la “Pastoral”.
de la codorniz. Cierto es que con frecuencia no se encuentran en
Y así es. Empero, subrayemps que semejantes con­ la música indicaciones tan precisas. Y ¿por qué habría el
diciones en música, ni son constantes, ni peculiares a músico de esforzarse en dárnoslas, cuando basta con
este arte. el título de su composición? Éste es como un letrero
En primer lugar, la música, de por sí, tiene recur­ en un poste al principio del itinerario. (Y ¿acaso el pin­
sos a menudo suficientes para orientarnos, para ofrece: tor no obra lo mismo cuando precisa: “Vista de Con-
el universo del discurso por medios estrictamente sono­ cameau”, o “Retrato de la señorita.. . ” ? Más aún: si
ros. En algunas escenas de la “Pastoral”, ciertas imi­ uno pasa en automóvil por una ciudad, o cruza un río,
taciones — trinar de pájaros (el cuco, la codorniz, son acaso no le agrada ver un letrero en un poste? Y, sin
realmente indubitables), rumor del viento, truenos— embargo, los lugares del paisaje se bastan a sí mismos,
aparecen lo suficientemente precisas como para servir sin necesidad de letreros.)
de decoración, con propósito de evocar cosas naturales Verdad es que cierto grado de precisión geográ­
Y poco a poco evoca también con precisión el rumer fica — Granada o el Asia Centrál— , no puede ser al­
del agua, e incluso el fulgor del rayo. Otras evocacio­ canzado sin ayuda de la palabra. Pero, ya dicha ésta,
nes tienen un carácter social: por ejemplo, las de las uno comprueba que la descripción del universo de este
danzas campesinas. modo suscitado es precisa y tópica. Que es incluso re­
Esta clase de simbolizaciones sociales son frecuente: veladora. Y que la música nos revela infinidad de cosas
en música: ya hemos hablado del vals y del minueto de m lo que nos describe. Yo sé tanto (naturalmente no
“Don Juan”. Cuando Schuman, en la obertura de “Her­ '.as mismas cosas, pero sí cosas muy verídicas y muy
mán y Dorotea”, introduce fragmentos de “La Marselle- urecisas) acerca de las estepas de que hablábamos, cuan-
sa” (que también utilizó, con distintas intenciones, en ei ¿o oigo a Borodine que cuando leo a Prjevalsky. Y si el
“Carnaval de Viena”, y en los “Dos Granaderos” ), hare músico nos revela tan pronto, de inmediato, la solución
aparecer, en lontananza, la proximidad de los ejércitos ¿el enigma, tiene sus motivos para hacerlo, motivos ar­
franceses, tan claramente cual si enarbolara una banden tísticos: precisamente evitarnos el despropósito estético
tricolor. Actúa igual que un pintor que definiera uní de considerar su música como enigma que fuere nece-
escena japonesa por medio de kimonos, de árboles ena­ sirío adivinar. Parece decimos: no os atormentéis, como
MÚSICA Y LITERATURA 173
172 MÚSICA Y LITERATURA
esos oyentes sin programa que, por miedo a decir e í - mente a la música se le oponga un purismo al que no
cedades, se esfuerzan por pescar algún detalle que '.e se apela cuando se trata de las demás artes. Y ya con­
dé la seguridad de que están escuchando “La Muerte c t cedido el breve recurso inicial a la palabra, por medio
Cisne", o “El Festín de la Araña”, “Antar", o “Schert- del título o, en caso necesario, por medio del texto de
zada", adivinanza que carece de valor. He aquí e una frase cantada, se comprende que ésta, a menudo, se
programa: tranquilizaos, y ahora prestad atención i adentra enormemente en el segundo grado. La música
la música. ouede ser ampliamente representativa.
Y esto sucede también con otras artes. Claro esti Empero — y éste es el hecho esencial— no hay nin­
que, por poca cultura que uno tenga, no titubea en re­ guna división, en este sector del arte (el que apela,
conocer en el cuadro de Delacroix, la barca de Dante, como medio específico, a los sonidos puros) en dos
o, en el de Rossetti, las almas volando de Paolo y ¿e artes distintas, separadas: un a r t e a u t ó n o m o , e l o tr o r e ­
p re sen ta tiv o . Hay continuidad; y la música más repre­
Francesca. Pero ¿acaso podría yo saber, por mí mismi.
que un retrato es el Retrato de la señorita de Lámbese sentativa — excepción hecha de ciertas fantasías sin al­
o que un barco representa el de Cleopatra, si antes ne cance ni duración, golpe en la tapa del piano cuando
me lo hubieran dicho? Ya una vez enterado, podré pen­ se cierra la “cajita de música", deslizar continuo del
cedo en la cuerda del violín, para que rebuzne el asno,
sar únicamente en la pintura. Sin contar que también
se recune a la literatura (en el sentido más lato de etc., e t c .. . — sigue siempre estructurada como música
término) en los “Pastores de Arcadia": pues, puec: oura. Ésta es la que forma el cuerpo y el corazón, la
leer en el cuadro una inscripción. Pero el literato, en irmazón o la espina dorsal de la música, incluso de
sentido inverso, ¿acaso se negará siempre a recurrir i la representativa. Ella es única y esencialmente la mú­
dibujo, aunque sólo sea a un esquema topográfico? T i sica. Y los estilos más imitativos no traspasan las lin­
hacen Edgar Poe en una página de “Arthur Gordco des de una estilización muy abreviada. El cuco o el
ruiseñor, la gota de lluvia al caer, o el viento que sopla,
Pym”, o Sterne, cuando renuncia a expresar con pala­
bras el gesto del caporal Trym, y nos da simplemente cantan en notas de la escala y en acordes armónicamen­
su arabesco. Y ¿acaso no sabemos que los poetas recu­ te regulares. La cosa sonora, aun cuando se haya
nen de continuo a un medio visual — a la línea; a! tomado de la naturaleza, es de nuevo pensada, de nue­
blanco— para precisar el ritmo de los versos y de las vo creada, conforme a la exigencia estructural propia
estrofas? Por supuesto, esto no es siempre necesario, * de la música, arte del primer grado. Todo lo más, se
podrán comparar sus representaciones a las estilizacio­
pueden leerse versos de Paul Fort escritos todo seguid:,
como si fueran prosa, y restablecer su cadencia sin dir nes extremadas de animales o de flores con tonalidades
convencionales e inscritas en arabescos precisos, tales
cultad, por poco oído que se tenga;' pero, en cierta:
como los que se ven en los “ c lo is o n n é s ” chinos, en las
poemas contemporáneos, desafío a cualquiera a que res­
cerámicas persas, y también en los “ te s te s de hojas", de
tablezca exactamente el ritmo deseado por el poeta, e:
Villard de Honnecourt; incluso quizás únicamente en
se suprime la indicación del encuadre tipográfico (y en
tipográfico, hay gráfico). esas decoraciones de follajes, en esos lambrequines,
ea esos “grotescos” que toman, libre y parcialmente, de
Por lo tanto, no hay razón ninguna para que unica-
174 MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 175
la naturaleza, fragmentos de animales y aparencias fan­ Incluso se ha dicho que sería menester romper toda
tasmagóricas de monstruos o de flores insólitas, de in­ esta estereotipia; dejar la música en completa libertad;
mediato reducidas a la decoración. Si el arte plástic-: emanciparla de esa estilización, de estos retomos regla­
nunca hubiera llegado más lejos en la imitación de la mentados, de estas “charlatanerías” (cual dice al res­
realidad, no se pensaría en abrir, en la clasificación de pecto Beaumarchais), para dejar libre el sentimiento, la
las artes, un sector separado, distinto del de las artes aventura, la vida, la búsqueda de las luces o de las som­
decorativas, para la pintura, o el dibujo imitativos. bras; las voces del viento o del mar, o los acentos natu­
Y ello ¿por qué? Porque las exigencias de la estruc­ rales de la pasión. Mas, cuidado: no sería libertar la
tura realmente musical son de tal índole que, tan pron­ música (cuyas evocaciones más vocales, de un Debussy
to la imitación pretende ir demasiado lejos, emanciparse por ejemplo, ya que lo hemos mencionado, o de un
de esa extremada estilización, es forzoso renunciar a k Honegger, jamás desconocen la estilización esencial):
misma música, saltarse sus leyes primarias. ¡A tal puní: por el contrario, sería esclavizarla, obligarla a renegar
aparecen los hechos naturales tan poco conformes z de sus leyes autónomas, para someterse a esa función
estas leyesI Entonces, la imitación deja de ser cante representativa que no es su vocación esencial. Y una
para convertirse en habla, en grito, en rebuzno inclus: vez traspasado el punto preciso de equilibrio, que jus­
(pienso en el “hi-han”, de la “Misa del Asno”, y tam­ tamente define la estilización, se incurre, o en entreteni­
bién en algunos glisados continuos del violín). Enton­ mientos de “ruidos” o en el patetismo vulgar de esos
ces se quebrantan los cuadros estructurales básicos.2 malos cantantes de ópera, que buscan el éxito, en un
Y el hecho es que, en música, hasta la descriptor público musicalmente ignorante, por medio de “reci­
sentimental se sale de estos cuadros tan pronto se apegi tados”, de “gritos”, de “hondos suspiros” .
demasiado a los movimientos reales del alma, al curs: Y además ¿para qué sobrepasar ese punto de equi­
natural de los hechos psíquicos, que no comprenden, xl librio, arriesgar sus escollos, subvertir la musicalidad
estos retrocesos ordenados, ni este ondular, ni esta en intenciones evocadoras, cuando le es tan fácil a la
transiciones arquitectónicas de una tonalidad a otra, m música ayudar al segundo grado del arte por medio de
estas cadencias regulares y estas cláusulas punto men:-: a síntesis con la literatura, la cual ocupa fundamental­
que estereotipadas, exigidas por la forma musical. mente este grado? E l arte lírico, al fusionar en el canto
a voz articulada y la voz modulada, no sólo se procura
2 Incluso de este modo, puede uno salirse enteramente de la te esta guisa, para presentar el universo de la obra, to­
cuadros estéticos. ¿Será preciso decir que seria perfectamente pa­ fos los recursos de la poesía colaboradora, sino que tam­
sible crear un sistema convencional de símbolos musicales (enten­ bién se emancipa de las necesidades realmente descrip­
diendo por ello: del orden de los sonidos puros) perfectamente ex tivas, para aportar a la obra común, lo que sólo ella
condiciones de decir cosas precisas, y de constituir un verdadera
lenguaje? Pensemos en el ‘lenguaje universal”, del lionés Sucre, ruede darle: esa variedad, esa sinceridad, o esa flexi­
en el siglo xix. Pero este lenguaje en seguida perdería toda e bilidad del ritmo, esa magnificencia, esa fantasía, ese
potencialidad propiamente musical, o artística, por el hecho ó; ¡cento o esa ternura de las melodías, esa opulencia de
someterse a unas exigencias de sintaxis, a unas fraseologías regi­ ¿tmonías, en las cuales nunca la poesía, con los únicos
mentadas por el sentido, que inmediatamente se opondrían a a
sintaxis y al fraseo musical autónomo. recursos de los sonidos del lenguaje, podrá competir
176 MÚSICA Y LITERATURA
MUSICA Y LITERATURA 177
realmente con ella. Mientras que, por otra parte, h
con toda la significación semántica de las palabras, con­
existencia de un enorme sistema de simbolizaciones fo­
forme a sistematizaciones enteramente constituidas, que
néticas, con el lenguaje, y la inmensa comodidad de
dan las diversas lenguas.
recurrir a él, por una síntesis tan fácilmente practicable
E , igual que en todas las artes del segundo grado,
cuando se trata de plantear la decoración, de presentar,
se pueden distinguir, en las obras de este arte, una foiuia
o de caracterizar los seres, o de explicar las ideas, siempre
primaria (el arabesco fonético de los sonidos de la len­
desalentará a la música en el intento de rivalizar, er. gua) y una forma secundaria (el conjunto de todos los
este terreno, con la literatura: Y en el de transportarse,
sistemas animados por esta significación semántica).
con toda su significación, y todas sus armas al segund.
¿Acaso puede existir un arte verbal del primer gra­
grado del arte.3 do? ¿Acaso pueue quedar aislada- la forma primaria
Examinemos ahora la literatura, y la situación Si­
del hecho literario y constituir, como arte especial, obras
métrica que en ella se observa. autónomas? ¿Acaso pueden existir, existen ya, obras que
utilizan los sonidos del l e n g u a , s i n acepción ninguna
La literatura, cuaLdecíamos, es un arte del segundo gra­
de los seres y las cosas evocados, según las convenciones
do, que emplea esencialmente, en una función genera-
habituales de la significación de la palabras?
de representación, el material fonético incrementad:
Ya hemos dicho que g ro s so m o d o , este primer grado
3 Hace cien años, los literatos no eran aficionados al arte mu­ de literatura no existía en calidad de arte autónomo.
sical. Pensemos que Victor de Laprade se tomó el trabajo c; Empero, no podría decirse que fuere imposible hallar
escribir un libro "Contra la Música” (tal es su título). En par­ ningún rasgo de él. Sin contar algunos intentos lim:
ticular, demuestra en él la frivolidad de este arte, con el siguiente
argumento: “Difícil es imaginarse — dice—, a un magistrado, x
tados y discutibles, susceptibles de ser más o menos
un profesor de Facultad, poniéndose al piano y tocando.” Igua.- relacionados (conforme a su estado civil histórico) con
mente podrían encontrarse en otros poetas, como, por ejemplo, en el difunto futurismo,4 está representado por todas las
Banville, rasgos no menos violentos contra el arte musical. Mas d vocalizaciones y silabaciones arbitrarias de los estribi-
argumento, grotesco por excelencia, nos lo suministra Émile Augxer
(en “Ceinture dorée”). Aqui nos muestra a un músico, llamaá:
Lambara (por alusión al Gambara de Balzac); y pone en su boa :ue pueblan c nundo de la experiencia cósmica concreta, o a las
abstracciones qu~ pueden sacarse de este mundo.
frases inspiradas en Sudre: “En la infancia de los idiomas, ¿cc¿
es el instrumento del pensamiento? La arquitectura. Cuando a 4 Podríamos pensar en determinada “poesía de pájaros”, del
lengua ya está formada, el pensamiento se apodera de ella, y era poeta belga de lengua francesa (si así se puede dec;r) Jean-Jacques
a un lado la arquitectura, ya en decadencia. Hoy, nos encontraría; üaillard: “Tinkswoti ti ti ti orki dudiuru duid; karraik dior du
en la decadencia de la lengua, pero la música ya está lista. Eira rwerr.. . ” etc., e tc.. . . (Esto es bastante largo.) Pretende ser poesía
propósitos, en la obra teatral, son ridiculizados por todos, y bn 'internacional” (y en efecto lo es). ¿Puede esperarse mucho de
temente refutados de esta suerte: Póngase al piano, y tóqceoa ¡Do? Tal vez baste con un solo ejemplo. Empero, digamos que
esto. — ¿El qué?— Lo que acaba de decimos.” —Pese a ejo­ ato no es aún “poesía pura” (en tal sentido), ya que se nos pide
tes tan fáciles, la música se afirma como un arte perfectameas no olvidemos pensar en pájaros. Por otra parte, de este modo
apto para expresar pensamientos. Pero, normalmente, no soc i» xonsiderada, tal poesía no es completamente nueva: "Tio, tio, tio,
mismos que puede expresar la literatura; esto es todo. Son aqude* á ix .. . , trioto, trioto, trioto, totobrix.. . Epopoi, poi, popoi, toro-
que por sí mismos forman un mundo arquitectónico, sin tener -tk xrotorotorotix, kikkabau, kikkabau torotorotorotorolililix”; estos ver­
pasar por el rodeo de una referencia precisa a las cosas y a los s e a ía son versos dé Aristófanes (“Los Pájaros”, acto primero, escena
¡acera).
178 MÚSICA Y LITERATURA
MÚSICA Y LITERATURA 179
líos, de ciertas canciones infantiles, de las palabras zur
alturas del sonido, introducidas por el acento tónico (el
gicas: todos esos “ tr a id e r id e r a , m ir o n to n m ir o n ta in e , c*-
cual aporta a ciertas lenguas unas diferencias que pue­
r á b i t iii, c a r a b o t o t o , lir é li, lu lla b y , h á i m d i h d i lu li ”; s=i
den alcanzar la cuarta); y porque, al adentramos por
olvidarnos de un “ a m stra m g ra m , p ie e t p ie e t c c .~
esta vía, conseguimos tal progreso con la sustitución de
g ra m ” ; o del “ h a t sa n a t h a u t , is ta p is ta , sista , d o m ic b :
la voz modulada a la voz hablada, que simplemente lle­
d a m n a u stra ” del viejo Catón, ni de 11A b ra c a d a b ra ," ■
gamos a la música propiamente dicha. Ésta brinda in­
de “A b ra x a s” . Y también convendría pensar en ese “g.:-
mediatamente tamaña opulencia de medios; tan evi­
sarismo” del cristianismo primitivo, contra el cual S i:
dente, tan indiscutible, tan aplastante superioridad esté­
Pablo, que lo odiaba, sólo con mucha prudencia se ah:
vía a manifestarse.5 tica de los resultados, que inmediatamente desaparece
por fuerza la torpe, bárbara, pueril o agresiva batología,
¿Por qué razón, en resumidas cuentas, esto no pueo: o queda relegada al lugar que le es dado ocupar, des­
realmente constituir un arte, y continúa en el terreo:
menuzada en fragmentos gratos dentro de la composi­
de lo divertido, de las fantasías esporádicas, o del dadaís­
ción literaria. Lo cual no impide (quizá al contrario),
mo? Sin duda a causa, por una parte, de la turbador
que esta misma música bárbara, o casi primitiva, inca­
que produce, como abuso del verbo, este parloteo, es::
paz de sostenerse como arte autónoma, adquiera una
parodia del lenguaje real, balbuceo infantil, charla d:
potencia, una grandiosidad, un prestigio, un valor de
orates, o quizá, incluso, evocación atávica del “canr:
extraordinario encanto, o embrujo, cuando se reintegra,
pasional” sin palabras distinguibles, en que algunos au­
>ara convertirse en el alma mágica, dentro de la cosa

{
tores ven los orígenes del lenguaje. Y en especial per­
iteraría normal y completa, es decir en este edificio
qué, desde el punto y hora en que uno se adentra pe:
inmenso, cuya envergadura tiene la amplitud de todo un
esta vía realmente con la idea de lograr algún resultad:
mundo de seres y de cosas, de presencias espirituales
estético, es evidente que la forma del arabesco de segur-
sensibles o "nocionales”, imaginativas o sentimenta­
da se perfecciona, merced a la atención prestada a bu
les); universo en cuyo centro el arabesco poético sitúa el
5 A estas silabaciones libres, podríase sumar el empleo de fi­ canto de una voz.
labas que forman palabras de la lengua corriente, pero que ser
utilizadas, por ejemplo, a manera de estribillo, al margen de toe; ¿Qué hay de extraño en esto? Todos sabemos — y
significación (lo cual, por tanto, antes se refiere al psitacismo qoe éste es el escollo más corriente, el más conocido, pero
a la batología). Sin contar aquí tal o cual estribillo. grotesco ex también el más insoslayable— qué género de embrujo
que se usan palabras innecesarias como champiñón, tabaquera. (“ ¡Y
puede resultar de semejantes coincidencias — la del can­
si no hubiera más que tabaquera! suspiraba en alejandrismos e
poeta Franc-Nohain. Véase también la intervención de la palabn to corso elevándose en el torpor de la siesta— cuando
m irliton en unos versos mencionados en “Los miserables”, core: Calvi duerme al sol, entre sus rampas de áloes inútil­
corespondientes al siglo xvn (ignoro las fuentes): “Mirlababosur mente exóticos y sus murallas inútilmente leales; o del
iababi, m irliton ribon ribette; m irlababi surlababo, m irliton ribos
ribo’’. Víctor Hugo veía en esto algo que tenía mucho del fue?: grave rumor producido por la ola que rítmicamente se
fatuo. Y ¿por qué no? Así considerado, esto responde a cierto mo­ desploma en la sombra de la playa tropical, mientras
tivo musical de la C onden ación . Recordemos que, en la literatura uno se asombra de que realmente existan noches tan cá­
infantil, existe una broma en sentido inverso, que consiste en dar i lidas, terrazas iluminadas bajo las palmeras, y mujeres
las palabras, realmente provistas de sentido, apariencia de batología.
vestidas de muselina blanca que no saben pronunciar
MÚSICA Y LITERATURA 181
180 MÚSICA Y LITERATURA
de lo trivial de la trampa, si su principio es estética­
la “r”, y que bailan danzas insólitas. Es la flauta del mente tan honorable? Es, sin más, la mutua multipli­
árabe, en el umbral del desierto, en el crepúsculo: siem­ cación, la amplificación lo uno por lo otro, como un
pre se apodera de uno. Es el parloteo de las cotorras eco, del amor y su decoración; de la música y la ficción
que vuelan en pequeñas ráfagas azules y verdes, bajo teatral; del rito y la piedad; y, en general, de toda com­
los escarpados del Soberbo, en Terezópolis; el gemir binación que yuxtapone, de una parte un universo, de la
de las aves marinas que, en bandadas, recorren el Bós- otra un hechizo; un acto ceremonial, un sortilegio, pero
foro, como si quisieran justificar a Loti y ciertas roman­ también cierta forma del corazón de conmoverse, o sim­
zas; o el grito de los sagrados gavilanes que giran en plemente un aroma, un acorde cromático; de manera
círculo sobre los hoteles del Cairo, al despuntar el alba. que uno de ellos parezca, y llegue a ser en efecto, el
Sencillamente, es la inmemorial colusión del ruiseñor y alma del otro. Y entonces el encanto — canción, gesto
el claro de luna. Es el rumor del surtidor en la noche, ritual, latido del corazón o aroma— amplifica con
cuando: toda la arquitectura de las presencias, mientras que éstas
La gerbe épanouie sin él, mudas y privadas del derecho de revelar un se­
En mille fleurs
creto, merced a este pequeño arabesco, o a estas cuantas
Oil Phoebé rejouie
Met ses couleurs notas, logran una perfección suprema, esencialmente
Tombe comme une pluie innecesaria, de forma que aparece como irradiación de
De larges pleurs su ser, y se diría provenir de su profundidad, cual si no
fuere el ruiseñor el que cantara, sino los árboles, la no­
[El haz abieto / en mil flores, / en que Febo gozoso che, la luna.6
pone sus colores, / cae como lluvia / de lágrimas],
y no podemos evitar: Pudiera ser divertido, si bien demasiado extenso, dar aquí la
abundante bibliografía de las relaciones entre la luna y el ruiseñor
d’écouter la picante éternelle en literatura y en estética, para mostrar lo ineludible del tema tri­
Qui murmure dans les bassins. vial. Sabido es que Kant se dignó escribir una página acerca de
este tema (en la “Crítica del Juicio”). Acerca del ruiseñor solo,
[escuchar el eterno lamento / que musita en las fuentes] contentémonos con recordar la increpación de E. Delacroix contra
los poetas, a quienes suplica nos hagan creer que jamás hemos oído
aún hablar del ruiseñor. Acerca de la luna, he aquí una opinión
Lune, eau sonore, nuit bénie, de Mallarmé: trasladado a París, le escribe a Franfois Coppée que
Arbres qui frissonnez autour, n no le queda más que una preocupación, “pero que me devora: la
Votre puré mélancolie que me causa, por doquier, la Luna, cuyo valor exacto no logro
Est le miroir de mon amour. concebir”. Y así le sigue confesando, a Coppée, su esperanza en
ina era de sabiduría, en que, por fin, será posible “disolver quími­
[Luna, agua sonora, noche bendita, / árboles en deneocr camente” la Luna, a la que desprecia. Y, sin embargo, había escrito:
estremecidos, / vuestra pura melancolía, / es el espejo de m; La Lune s’attristait. Des séraphins en pleurs.. .
amor]. [La Luna se entristecía. Serafines llorando. ..]
rcétera. Mas, tal vez pensara que una vez estos versos escritos, la
Desde luego, aquí hay un fraude, una ilusión. \ á * xma real carecía de utilidad.
¿por qué extrañarse o escandalizarse de la simpa^ aá.
182 MÜSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 18»
Sí, el claro de luna multiplicado por el canto d ¿ la profundidad, el brillo, ésa como divina liviandad, de
ruiseñor, equivale al resplandor del misterio nocturno. E vuelo aéreo, al crear un encanto, una magia,7 añadién­
igual sucede, m u ta tis m u ta n d is, en poesía. dole una música. Por ella — por el efecto del encanto
Mentira, si se quiere, pero mentira creadora y tética. de esta suerte logrado— murmura el agua, reina el
cuando se trata de arte. Pues lo que éste pretende k claro de luna, se profundiza melancólicamente el amor,
realiza. Es una de las operaciones instaurativas más po­ y una bendición se esparce sobre todo ello. Podrá des­
tentes, más asombrosas del arte, precisamente el que pués venir un Beocio que nos diga: vean este alternar
esta síntesis de un canto, de un arabesco, de un gesto o de los versos de seis y cuatro sílabas; pinta la palpita­
de una forma con un mundo de cosas, baste para engen­ ción del agua que se eleva y que desciende; su brevedad,
drar, con una dimensión más, una nueva vida del con­ opuesta a los versos de ocho sílabas de las demás estro­
junto de este modo edificado. fas, corresponde, descriptivamente, a la esbeltez del sur­
Y quien comprenda bien todo esto, mejor podra tidor.
comprender el despropósito que encierra esa idea, ya Y la aliteración de las letras n, y la frecuencia de
apuntada más arriba al tratar de la música, y que nos las m. y toda esta música algo sorda, rítmicamente acla­
encontramos de nuevo al tratar de poesía, buscar entre rada por la abundancia, por otra parte, de las i, es ex­
el universo planteado y la forma .del arabesco, una rela­ presión de la tristeza melancólica, y, sin embargo, lumi­
ción de e x p r e s ió n que, al entrar en síntesis con él, engen­ nosa, de las cosas y del alma del poeta. Igual que las
dre estos efectos. Ello equivale a confundir el efecto letras r y n, de la palabra fr is s o n (estremecimiento) se
con la causa; a suprimir, o desconocer, a ciegas, la mis­ moldean sobre la misma realidad, sentida a flor de piel,
ma función del arte en este terreno, la cual consiste jus­ del estremecimiento de los árboles. ¿Que esta forma,
tamente en crear, por medio del conjunto de este modo simplemente viste esta materia? ¡Qué absurdo! Este
constituido, unas relaciones generadoras y dinámicas, v alterar de los metros, y esta melodía en acorde en las
en realizar con ello una especie de ovulación fecunda, letras n , m , i n o ex p r esa n esta melancolía, sino que la
de la que brote una nueva realidad. Tan absurdo seria c r e a n ; igual que la encantación poética de la palabra
explicar la generación biológica diciendo que el gameto fr iss o n nos obliga a sentir a flor de piel una impresión
macho es la expresión del gameto hembra, como decir que después se les trasfiere al movimiento y al rumor de
que la melodía, o el arabesco de referencia, es expresión las hojas, creando así esta magia por la cual esta ociosa
del mundo de las cosas, al cual se une, dándole nueva agitación, botánica y meteorológica, se halla transfigu­
vida o, mejor, procreando con él un nuevo mundo, más rada, y se convierte en una de las voces de la armonía
profundo, transfigurado, rejuvenecido, iluminado. nocturna. E incluso sería pueril pretender una corres-
¿Qué hace el poeta (y aquí no hace sino lo que to­ 7 Hay tanto mayor razón en decir esto a propósito de un poema
dos los artistas de la misma índole, todos los que prac­ de Baudelaire, cuanto que Baudelaire, varias veces, ha empleado las
tican las artes llamadas representativas)? Nos ofrece, por palabras: “Hechicería evocadora", para hechos de este género. Véase
ejemplo, el agua, la fuente, la luna, el amante y la ama­ Jo uraaux intimes (Diarios íntimos), Ed. Jacques Crepet, p. 28:
“Acerca de la lengua y de la escritura, consideradas como opera­
da: Todo esto, en cierto modo pesado, sin alma, sin ciones mágicas, hechicería evocadora." Véase también Paradis Arti­
profundidad, sin brillo. Y después les confiere el alma, ficiéis (Paraísos artificiales), p. 52.
184 MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 185
pondencia entre tales v cua^s letras, ya que es el con­ en punto a evocación, puede atribuirse, conferirse, a la
junto, el perfil tot . ¿ ia melodía, el que actúa sobre cosa de esta suerte evocada, suscitada (un palpitar del
toda la naturaleza del nuevo universo instaurado por corazón, una emoción repentina). Ahora bien, el error
esta trasfiguración. y el absurdo consisten ~n suponer, pudiérase decir, este
Desde luego, hay que reconocer que, en el detallt. mundo poético, con sus espectáculos, sus emociones, sus
quedan íntimamente fundidos; que las evocaciones se impulsos, sus vibraciones, previa y totalmente creado,
persiguen paralelamente, que incluso, a veces, un hecho completamente realizado, dejándole ya tan sólo a la
métrico — por ejemplo la sustitución de un octosílabo operación poética el cuidado de conformarse a él, de
rnario por un octosílabo de doble acento— , adquiere aplicarse convenientemente a él, o incluso de extraer
un valor descriptivo local; que tal cambio agógico de.él la esencia, afinándola por la expresión. Olvidando
(lentitud o rapidez de la expresión) evoca lentitud, o que este mundo sólo existe gracias a la operación poé­
rapidez idénticas en el ritmo de los hechos ó de los tica En una palabra,^esto equivaldría a creer, como lo
sentimientos representados. Mas sería absurdo suponer hacen el niño o el lector de folletines, que “el hecho
que es por la influencia de estos hechos o de estos senti­ ocurrió” ; y no ver que “esto ocurre por obra y gracia
mientos por que se produce ese hecho métrico, ya que del pi a, o, mejor dicho, de la creación poética, de la
el ritme 1 hecho produce el del metro. Absurdo, por­ que estas modulaciones, estos cambios de í. etros, estas
que precisamente es merced al hecho mé’ co por lo que eufonías, esta prestigiosa silabación, fo’-rrv.,. parte inte­
el hecho, o el sentimiento, pueden adquirir ese ritr > e grante, y constituyen uno de los medios operativos y
iniciar su existencia, tal como a ello les obliga la magia creativos más poderosos.
poética. E l error ’ sunoner implícitamente que aquello
A la sumo se podrá conceder que Charles Baudelaire. ocurrió” se presen.j, por cierto, bajo dos aspectos El
al cambiar, aquí o acullá, y tan a propósito, el ritmo, ha uno, evident mente aparatoso, se refiere a las cosa J el
creado una magia conforme a la norma natural del des­ universo del discurso. Podrán decirnos: aquí, un caba­
arrollo espontáneo, objetivo, de los sentimientos. Aqu: llo va ¿Jopar- j ; y e n t o n c e s , el poeta expresa este ga­
reside el valor “expresivo” del verso. Lo cual significa lope por medio de un ritmo precipitado. Es evidente
exactamente que tales hechos métricos tienen un valor que lo correcto «ería decir: el poeta crea un hecho pma-
evocativo (es decir, y conviene no olvidarlo, de crea­ mente formal u j precipitación, por medio del ritmo del
ción); el cual permite relacionar su significación al mis­ verso. Y como, a la vez, nos impone semánticamente la
mo objeto que se propone, o se supone. Pertenecen idea de un caballo que va galopando, de esta manera
(para, una vez más, recurrir a este vocabulario) a la puede modelar, lograr, ^or medio del arte, el ritmo de
forma del segundo grado. Mas esto debe interpretarse este goloi. 2, al imponer, al bruto que galopa, el mis­
exactamente de esta manera: en L forma primaria (en mo ritmo y el impulso su verso, trasferido a la carrera
el arabesco puro) de la métrica, existe un hecho dife­ del animal.
rencial (por ejemplo la sustitución repentina de un ter­ E l error es más delicado, y más falaz, cupido se re­
nario por el binario esperado) — hecho, de por sí, ente­ fiere a los propias timientos que uno le supone al
ramente formal, cual puede verse— cuya significación, poeta. S dirá, por ejemplo: está emocionado, y esta
186 MÚSICA Y LITERATURA MÚSICA Y LITERATURA 187

emoción se expresa por una reiteración de las palabra Unas palabras finales acerca del carácter comple­
Incluso se dará a entender que esta reiteración es efect: mentario expuesto en este capítulo, de la poesía y la
directo de esta emoción, la cual actúa como causa psi­ música.
cológica. Y el hecho es que incluso la psicología d e Por supuesto, es necesario no imaginarse que, al dis­
poeta aquí ya aparece singularmente simplificada, si nos tinguir, tan enérgicamente cual lo hicimos, en literatura,
olvidamos de la presencia de su intención artística de la significación de la palabra y su música, se reduce el
expresarse. Pero, en realidad, lo que el poeta desea universo del poeta, privado de esta música, a la misma
(aunque sólo fuere para expresarse, suponiendo que ésta lógica, a la misma estructura burdamente positiva, a la
sea su intención) es o fr e c e r n o s u n e s ta d o e m o tiv o , en misma simplicidad semántica que la que compone la tra-
e l u n iv erso d e su p o e m a , e l “ Y o ” d e e s t e u n iv erso . ¿En mg práctica y racional del mundo objetivo, cuyo inven­
qué consiste este “Y o”? Es cosa complq'a (como vi­ tario y descripción (por ejemplo en las obras científicas)
mos a propósito de la música, pero aquí el empleo con­ proporciona la prosa ayuna de arte. En primer lugar,
creto, verbal, de la oración, aviva el problema). Es a la magia musical de la poesía, al ampliar este mundo, y
un tiempo un poeta esencial, absoluto, y también la darle mayor flexibilidad, le confiere, o le reconoce real­
imagen poetizada de sí mismo, lo que el autor quiere mente, profundidades, vibraciones, luces y sombras, que
brindar a su lector. Incluso es el propio lector, introdu­ no aparecerían sin estos recursos del arte. Y después,
cido en el poema, en el lugar que se le ha reservado, que esta interpretación, o esta trasfiguración del mundo,
para participar en los sentimientos que se le sugieren... también aparecen de este modo en el contenido signifi­
Desde luego, el poeta, en sí, y realmente, puede estar cativo del poema. E l universo poético, o, más amplia­
emocionado. Y es un interesante problema psicológico, mente, literario, quizá no tenga exactamente la misma
averiguar cómo se funden, y reaccionan mutuamente el estructura, la misma arquitectura, la misma escala de
hombre y el poeta; hasta qué punto la emoción persona; valores que este universo prosaico. Ya veremos esto
y sincera (actual o rememorada), puede ayudar, o es­ cuando corresponda, cuando estudiemos (en la última
torbar al esfuerzo artístico. Pero la c u e s tió n a r tís tic a es­ parte) lo que torpemente se llama el contenido de la
triba en saber por qué medios, bajo la acción de esta obra de arte; y más especialmente (en el cap. xxxv)
emoción, o fuera de ella, da igual, este “Y o” del poema el universo poético. En particular, no cabe duda de
será suscitado, u obligado a ser él, en estado de emo­ que el poeta procura alternar, con frecuencia, y con ra­
ción, la misma emoción que la del autor, u otra más zón, un sentido demasiado preciso y demasiado objetivo
estilizada, más elaborada, o incluso más intensa, más de las palabras del idioma o quebrantarlo, por medio de
profunda: ya sea más universalmente humana o quizá interferencias como las del símbolo o la metáfora, o
más única y peculiar. En todo caso, probablemente más simplemente por medio de desorientaciones que impi­
digna de existir, y más adecuada a la absoluta justifica­ den al lector ingenuo formarse mentalmente un universo
ción de su existencia. Como quiera que sea, dudemos demasiado simple, demasiado claro, demasiado obvio.
de que el encanto que actúa, antes que expresivo, es ins­ Es decir que, incluso desde el simple punto de vista
taurados L o q u e e x is te en e l p o e m a e x is te p o r la p o e s ía , de las significaciones, existe a i la poesía alguna presen­
y no de otra manera. cia, más o menos hábilmente creada, de misterio. Por
188 MÚSICA Y LITERATURA
LA MÚSICA DEL VERSO 189
otra parte, toda belleza encierra algún misterio, y tal
vez podamos ir entendiendo paulatinamente las razones Acerca de la música del verso, y en particular acerca
d.e este hecho. Empero, por muy desorientado y que­ de la del verso francés, existen muchos trabajos intere­
brantado que pueda aseverarse este sentido de las pala­ santes, o excelentes.1 Para ser breves, y no repetir inútil­
bras en poesía, subsiste como medio artístico constitu­ mente lo que ya se ha dicho, nos guiaremos por una
tivo. La mejor prueba, la vemos en el hecho de que obra, sólida y en cierto modo clásica: L e V e r s fra n g a is,
estas mismas desorientaciones (cual lo establecen los he­ de Maurice Grammont (cuarta edición, revisada y corre­
chos que acabamos de examinar) tienen un límite pre­ gida, '1 9 3 7 ). Se refiere únicamente al verso francés clá­
ciso, que el poeta no puede, ni debe, traspasar, sin riesgo sico.
de caer en un arte inferior, de existencia imposible. Este Ahora bien, este verso, por cuanto presenta de
límite es aquel a partir del cual este sentido atenuado monotonía en su arte, de estrechez en sus formas, y tam­
de las palabras deja de a c tu a r artísticamente. E, inver­ bién de explotado a fondo en sus recursos, por artistas
samente, existe un límite preciso que el músico no pue­ de primer rango, es, sin duda, uno de los mejores temas
de traspasar: aquel en que la arquitectura autónoma de para estudiar y destacar lo que perseguimos. Nos con­
los sonidos deja de actuar en la obra como trama y tentaremos con seguir la obra de referencia, buscando
puntal de ésta. tan sólo los puntos acerca de los cuales quien se ocupe
El capítulo siguiente nos demostrará que esta mú­ de la estética comparada tiene algo que decir, y acerca de
sica del verso, incapaz de sostenerse por sí sola, está sin los cuales su disciplina podrá aportar algunos hechos
embargo, tal como aparece en el conjunto poético, mu­ peculiares, algunos comentarios, incluso tal vez algunas
cho más próxima, en calidad y en estructura, del hecho enmiendas, algunas modificaciones. La obra menciona­
musical de lo que suele creerse. Dicho de otro modo, ni da se presta a ello tanto más cuanto que se atiene a evi­
la poesía puede ser únicamente música, ni la música úni­ tar en absoluto cualquier observación, no sólo por lo
camente poesía. Lo cual no les impide poder llegar muy que respecta a la estética, sino también a la literatura
lejos, la música en el camino poético, y la poesía en el comparada.
musical. Para quien desee estudiar la literatura, y en particu­
lar la poesía, negarse a compararla con otras artes, y prin­
cipalmente con la música, constituye, desde luego, un
principio metódico, pero siempre que no se quiera afir­
X X V III. D E LA M Ú SICA D E L V E R S O mar que la comparación es metódicamente imposible,
pues, no sólo la comparación es posible (empleando un
Nos quedan por decir unas palabras acerca de esta mú­
sica del verso, o sea, acerca del arabesco que encierra i Conviene mencionar aparte “La M usique des Vers”, de A. L.
esta virtud mágica, cuya acción creadora y cuyo valor Trannoy, pero también merecerían ser mencionados, otros autores en
poéticamente instaurativo, ya hemos comprobado. ¿Cuá­ particular Ghyka, al que tan frecuentemente podríamos referimos
les son, si se prefiere, los ritos, los gestos, los sortilegios en las páginas siguientes, y T. Servien. La obra ya muy antigua de
Combarieu: Les Rapports de la musique et d e la poésie, no tiene
o las clavículas de esta magia? ningún interés en lo que se refiere al arte del veno, pero sigue
siendo útil de consultar en lo que atañe a la bibliogafía antigua del
190 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 191

método adecuado), sino que, con frecuencia, puede ayu­ poesía (y a la poesía francesa); por tanto, conviene de­
dar a desentrañar mejor la propia poesía. Permitidme cir cuáles son los hechos que corresponden, en la otras
aquí una analogía: artes, a los hechos alegados. Conviene averiguar por me­
Supongamos un naturalista que estudia una única dio de qué notaciones comunes es posible confrontarlos
especie, por ejemplo la especie “caballo”; y que se obli­ provechosamente.
ga a sólo tener en cuenta lo que ve, sin ninguna relación Por último, nos parece lícito, e incluso necesa­
con otras especies, sin utilizar otro vocabulario que el rio, procurar que esta investigación se beneficie de los
que suele emplearse para el “caballo” . Será un estudio conocimientos, con frecuencia muy útiles, adquiridos en
legítimo, interesante precisamente a causa de su carácter otros terrenos, en que la teoría de los hechos de que se
absolutamente monográfico. Pero, sobra decir que la trata aparece más adelantada, porque los hechos apare­
anatomía y la fisiología comparadas habrán de intervenir cen más claros, los medios de investigación más eficien­
después, y que tendrá que llegar hasta una revisión in­ tes, o la documentación más completa. En particular, en
cluso de los datos monográficos. E l “comparador”, al lo que atañe a la cuestión del ritmo (una de las que han
decir metatarsos en vez de “cañas” del caballo, incisivos sido más estudiadas por la estética general, y que
en vez de “pinzas” y caninos en vez de “corchetes”, no ésta conoce m ejor), se nos hace imposible el no tener
se contenta con cambiar los apelativos. Este vocabula­ en cuenta los resultados de los innúmeros trabajos (bien
rio (que necesita justificar), resume y señala, por obser­ sea realmente estéticos, psicológicos, en particular en la
vación, unas correspondencias positivas entre los órga­ G e s t a l t t h e o ii e , incluso fisiológicos, o musicográficos),
nos del caballo y los de los demás mamíferos. que tan fructuosamente la han desentrañado. ¿Acaso
Y el estudio de estas correspondencias, a su vez, pue­ no resulta paradójico el limitarse a una instrumentación
de modificar la interpretación de los hechos monográ­ téorica, la cual, conviene tener el valor de reconocerlo,
ficos. le parece rudimentaria al que se ocupa de la estética? Si
Al mostrar metatarsos en las cañas, se muestran, ello obedece al hecho de que, en efecto, la música del
en los estiletes, los vestigios de un segundo y de un cuar­ verso (del verso francés) es rudimentaria, desde el punto
to dedos atrofiados; se columbra la adaptación a la ca­ de vista musical, eso mismo es un hecho comparativo
rrera de esta pata monodáctila. Igual sucede con los que no puede ser considerado como indiscutible sino
dientes: al mostrar que se trata de una dentadura incom­ cuando queda demostrado que no depende de los me­
pleta, de carácter regresivo, pueden columbrarse los efec­ dios empleados por la investigación; sino cuando queda
tos del régimen herbívoro. Tales revisiones son tan jus­ demostrado sin lugar a dudas que hechos más delica­
tificadas como fructíferas. dos, más complicados, más artísticos, en caso de que
tales hechos existan, podrían ser discernidos por el algo­
Igual sucede aquí. La obra que tomamos como texto
ritmo utilizado.
para comentarla, limita por completo su perspectiva a la
De esta suerte es como conviene leer las páginas si­
guientes. Deben verse en ellas — insistamos en ello— ,
tema, y ofrece, en lo tocante al problema de poner en música los
versos, algunas observaciones interesantes que na se encuentran en no una crítica de esta obra (de la cual, por el contrario,
ninguna otra parte. de nuevo subrayamos el interés, la importancia, la soli-
LA MÚSICA DEL VERSO 193
192 MÚSICA Y LITERATURA
dez,2 sino pura y simplemente las anotaciones, las “mar ¿Cuáles son los principales medios musicales?
Pueden distinguirse:
ginalia” de las comparaciones.3
Y, ante todo, conviene observar que la clasíficacior Primero, el ritmo; segundo, lo espacial, lo agó-
y la nomenclatura general de los hechos podí i haber gico ( “movimientos” diversos, p r e s t o o a n d a n t e , ritar-
d a n d o o d e c e le r a n d o , e t c . .. ) ; tercero, los matices (o
sido infinitamente más precisadas, esclarecidas, por la
confrontación con la música, en que los mismos hecho? variaciones de intensidad relativa al conjunto del “fra­
seo” ) ; cuarto, la melodía; quinto, la armonía; sexto, la
aparecen más precisos, más claros, y han siuo perfecta­
instrumentación y la orquestación (o, más generalmen­
mente clasificados, hace ya tiempo, por los teóricos.
te, la utilización artística de la variedad de timbres).
Ahora bien, t o d o s e s t o s m e d io s s e e m p le a n ig u a lm e n ­
2 Se trata en particular, en lo que a esta solidez se refiere, ¿ :
te e n p o e s ía , aunque en forma algo más rudimentaria,
hechos. Naturalmente, junto a estos hechos, la obra también ofrec:
algo más tosca.
opiniones, teorías estéticas, algunas de las cuales pueden dar loer
a controversia. En particular, la idea de expresión ocupa en e£x Vamos a examinarlos. Empezando por los que des­
demasiado lugar, y en parte puede ser objeto de las críticas hecb¡¿ empeñan un papel menos claro y también menos uni­
en el capítulo anterior. Incluso aparece paradójica (especialmenv versal. Son los que, por este mismo motivo, han sido
en lo que se refiere al estudio de los ritmos). Si realmente el vair:
artístico de un verso dependiera únicamente de los efectos “exp:: menos advertidos, menos destacados por nuestro autor.
sivos”, de las modificaciones diferenciales de la melodía pura, resc_ a ) Primero, la instrumentación, la orquestación, o,
taría que un poema que se contentara con ser de musicalidad per más generalmente, el timbre.
fecta, no tendría ningún interés artístico; ya que éste empieza ¿ Este medio puede parecer no tener ninguna analo­
partir del momento en que es posible asignar, a determinadas infie-
gía en poesía. Sería grave error creerlo: interviene cla­
xiones de la música del verso, un valor descriptivo, o una signir.cs-
ción emocional local. Felizmente, en la última parte, la más pene- ramente en la poesía dramática, y, en general, dialo­
nal y la más sólida, el autor ha dejado a un lado las considerador: gada. La O aristy s, de Chénier, por ejemplo: ¿qué sería
de expresión para tratar de las condidones generales de la a n :- sin la oposición de las dos voces, masculina y femeni­
nía del verso francés. Se puede lamentar que no hiciera lo mis=»r na? Lo mismo nos puede ofrecer, m o n ó d i c a m e n t e , la
para el ritmo, procurando discernir sus condiciones generales de eu­
ritmia, independientemente de toda intención expresiva. La euntma dicción de un recitador ducho en la utilización de los
pura le parece, en resumidas cuentas, monótona y demasiado ce­ distintos registros de la voz. Y el autor que comentamos
mente. Pero esto, cual lo veremos más adelante, obedece al hecrc lo ha considerado únicamente bajo este ángulo. En este
de que analiza el ritmo del verso francés en una forma que caso, el hecho (al igual que los matices) queda consti­
parece efectivamente reducirlo a algo muy monótono y artistaa-
mente muy corriente (por no derir demasiado bárbaro). A tal es
tuido por las variaciones diferenciales que sólo aparecen
tremo, que entonces sólo le quedarían al poeta, como recursos arts- en la ejecución. Aquí, la diferencia entre la poesía y la
ticos, variaciones diferenriales de expresión, susceptibles de quebex" música estriba en que la música, cuando lo precisa, dis­
esa monotonía. Esto se nos hace demasiado injusto. pone (en partircular para los matices), de indicaciones
3 Añadiré, lamentándolo, que el Sr. Maurice Grammont n escritas, imperativas, muy claras ( f o r t e , p ia n o rirtfor­
aún vivía cuando escribía yo este capítulo, ya ha desaparecido SI:
z a n d o , etc. . .), que la poesía no posee. Pero una parti-
costaba menos discutir acerca de los principios de su método m p »
este autor, enérgico polemista, podía defenderlo. Ello, emperc m
puede impedirnos reconocer que estos principios nos parecen c e a : rada. Reconocerlo no deja de ser a la par un reconocimiento de la
dos y esterilizadores, desde el punto de vista de la estética cc-ro*- mportancia de una obra cuya autoridad implica esta necesidad.
194 MÚSICA Y LITERATURA LA M Ú SIC A D E L V E R S O 195
tura musical puede dejar implícitos todos estos hechos, Sire, x’ous reviendrez dans votre capitule,
y entonces la situación de ambas partes resulta más o Sans tocsin, sans combat, satis lutte et sans fureur,
menos idéntica.4 Trainé par huit cheveaux sou l’arche triomphale,
b) Lo agórico, es lo que Maurice Grammont re­ En habit d'empereur. ..
conoce y designa, bien sea como “cambio de velocidad"
[Señor, volveréis a vuestra capital, / sin alarma, sin combate,
(p. 103), lo cual no es absolutamente correcto, pero lo
ni lucha ni furor / en canoza de caballos, bajo el arco triun­
mismo da, bien sea como “acelerando, o retardándo­ fal / en traje de emperador...]
la interpretación” (lo cual es definición algo extensa .
bien sea como “movimiento”, lo cual es correcto, si se está claro que nos encontramos ante un verdadero a n ­
toma este vocablo exclusivamente en el sentido que d a n te , que viene después de un p r e s to a g ita to , que ca­
tiene en música. racteriza agorágicamente una disposición completa de
Estos fenómenos no conciernen únicamente a las la composición de conjunto.
pequeñas variaciones en el detalle de la dicción, ni i Cierto es que M . Grammont evoca (p. 184) pro­
los poemas en “versos libres” (en el sentido que puede blemas de composición de esta índole, mas, dejando a
aplicarse a La Fontaine, o a M oliére). Son importante un lado la analogía musical, y después de haber restrin­
en la composición general, sobre todo en poesía lírica gido estos temas de agógica a las variaciones del de­
Tomemos un ejemplo muy llamativo: en el “Regres: talle de la ejecución, evocando en esta forma unas enti­
del Emperador” , de V íctor Hugo (compuesto casi come dades tales como el “tono épico” o el de un “himno
una sonata), cuando, después del primer movimier.t: animado”, etc. . . Y, en realidad, se trata de nociones
muy rápido, que termina: distintas, referentes al e t h o s , de esos géneros literarios.
Existen sin duda relaciones de conveniencia, de hábito,
.. .Chassant l'étranger, vü troupeau
que preferentemente ligan un movimiento a un género
Pále, la main de sang trempée
Avcc le troncón (Tune épée, un movimiento lento a una marcha fúnebre, etc. . . ) .
Avec le haUlon d’un drapeau Pero estas relaciones no son forzosas, y el poeta, igual
que el músico, puede, por el contrario, sacar poderosos
[... Arrojando al extranjero, vil manada / pálido, las miDa efectos del contraste (y no de la conveniencia) del mo­
de sangre manchadas / rotas las espadas / la bandera desp- vimiento con el tono ético. Una marcha fúnebre con
nada] movimiento rápido puede tener carácter dramático, un
carácter fatídico y pavoroso (Berlioz ha utilizado fre­
surge otro, no sólo con metro distinto, sino tambiee cuentemente esta clase de contraste). Por tanto, con­
lento y solemne: dene distinguir uno del otro ambos géneros de hechos.
c) Y llegamos a la cuestión del ritmo, que requiere
4 En lo que a las voces se refiere, pensemos, verbigracia, a - observaciones mucho más importantes.
“Duetto’' de las Romanzas sin palabras, de Mendelssohn, equsH -
ble a la “Oaristys” de Chénier. La voz del hombre y la voz óe a En primer lugar: ¿qué es el ritmo?
mujer se distinguen únicamente en la contextura del propio Es la forma conferida a una progresión por el re­
musical (y por cierto en forma muy clara). torno, a intervalos iguales, de elementos de una organi-
196 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 197
zación cíclica precedida por un esquema, lo más simple armonía (variaciones del bajo fundamental, retardos o
posible, que reproduce indefinidamente y continuamen­ anticipaciones, etc. . .) . E l simple alternar tónico — do­
te sus efectos.5 minante; o también de “notas buenas” y “notas de
Uno de los esquemas rítmicos más simples es la al­ transición”, basta para apuntalar un esquema rítmico
ternancia (ritmo binario: “ababab”. . .) , o la disposi­ en soportes armónicos. En todos estos casos, por cier­
ción ternaria ( “abbabbabb”. . .) de dos “qualia” in­ to, es posible emplear idéntico lenguaje, reconociendo
tensivas: tiempo fuerte y tiempo débil. Pero todo ritmo el retorno deliberado de una th e s is (especie de punto de
no es necesariamente intensivo. El ritmo puede esta­ apoyo estático) y una a rsis (cuyos elementos son atraí­
blecerse sobre dos “qualia” de duración (larga y breve); dos a la siguiente th e s is , en la que desemboca su movi­
e incluso sobre sistemas de duración mucho más ela­ m iento). Ya veremos más adelante la importancia que
borados que el binario o el temario, y en que intervienen todo esto tiene en poesía.
apreciaciones cuantitativas precisas (la redonda, la ne­ Decimos, pues, que el esquema p r e s id e la organiza­
gra, la corchea, etc. . .) . El ritmo característico de una ción cíclica de la progresión. Esto significa que los datos
“habanera”, de un vals sincopado, de una “siciliana”, concretos, bajo este dominio pueden disponerse en for­
e t c . . . , es lo bastante orgánico, en el único diseño plan­ ma de figuras variadas, a veces muy complejas. E l mis­
teado por las diversas duraciones de los elementos, como mo esquema binario presidirá, por ejemplo, todas las
para imponerse por este mismo diseño, independiente­ figuras de la siguiente sucesión, evidentemente en dos
mente de todo acento de intensidad; lo que incluso, per­ tiempos:
mite a veces efectos de contraste ( c o n t r a t ie m p o ) entre
este ritmo de duración y un ritmo de intensidad pro­
porcionado por un acompañamiento. Y no olvidemos J J J J ' J ' J J'JSJjíJ «N
tampoco que, en nuestra música clásica, e l r itm o tie n e
in v e stid u ra s a r m ó n ic a s ; por lo general suficientes para
3
que en un ejercicio escolar a cuatro voces, en que no
La reiteración pura y simple de una disposición única
figuren las divisiones de los compases, sea posible resta­
(cuyo resultado es la transformación del esquema orga­
blecer éstas por la sola inspección de los hechos de
nizador en una figura concreta invariable), por lo ge­
neral corresponde a un arte de carácter primitivo y
5 Rogamos al lector (en particular al estudiante de estética . rudimentario (y ya veremos más adelante la importan­
considere que esta forma se examina aquí muy detenidamente, por
cia de esta observación).
igual en lo que no expresa, que en lo que expresa. Por ejemplo,
observemos que por igual le conviene al ritmo en el espacio, que La duración propia del esquema rítmico constituye
al ritmo en el tiempo. Si se trata de poesía o de música, se podra un “compás” . Por lo general, y desde hace varios siglos,
decir: es la forma conferida al tiempo por el retomo, etc.. . En ¿ se le señala, por medio de la “división del compás” .
ritmo temporal, la identidad, o isocronismo de los intervalos (ei
decir de la duración entre un tiempo cualquiera tomado al azar - Conviene no olvidarnos de que ésta no supone en modo
el tiempo correspondiente del siguiente compás) sólo puede ser alguno un c o r t e : tan sólo es el signo convencional del
aproximada, pero, en principio, es rigurosa; sus variaciones, es lugar a partir del cual, en un movimiento continuo y
cuanto son claramente perceptibles, revisten un carácter agógKC cíclico, se empiezan a contar los elementos del ciclo,
198 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 199
hasta el retorno del primer elemento que constituirá hecho poco frecuente), o toma a confundirla (cual te­
una repetición, al empezar a manifestar de nuevo el nía que ser, y pese a la definición que nos da) con un
mismo esquema. corte gramatical, y no rítmico.
Para que en el verso francés exista ritmo, será por El simple hecho de emplear la misma palabra de
tanto necesario poder encontrar en él tales esquemas corte para el corte métrico y el corte gramatical impli­
formales de repetición. Es menester (si el ritmo es un ca que se asimilan ambos hechos; que se convierte el
hecho) d e s c u b r ir el esquema que lo engendra; y hallar corte métrico, si no en una pausa o en un descanso, al
la notación susceptible de destacarlo. Mas el método menos en una separación, un verdadero corte, una dis­
empleado al respecto, en la obra que comentamos, re­ continuidad.
sulta inquietante para el ‘'comparador” . Y, al desconocer de e$te modo el hecho señalado
En ella se emplea el término “corte” (de por sí ya de que, en la teoría general de los ritmos, el lugar ocu­
muy arriesgado; pero, en efecto, a veces empleado en pado por la división del compás carece de importancia;
tal sentido en prosodia) para designar la división del que es lícito discutir acerca de la conveniencia de si­
compás. Se dice, sí (y esto es conecto), que “ un corte tuarla después de la arsis, o después de la th e s is ; y que
no es, ni una pausa, ni un descanso, sino simplemente esta elección debe obedecer a las ventajas, o a los in­
la transición de un compás al siguiente” (p. 1 0 ); pero convenientes algorítmicos de cada sistema, M . Gram­
se supone que el lugar de esta transición queda objeti­ mont, para que la división coincida con el corte, tiene
vamente señalado en el verso. Y, ante todo, se le busca que situarla (ya que, en francés, el acento siempre va
en un corte gramatical (aunque se reconoce que “no acompañado de un corte gramatical) d e s p u é s d e l t i e m ­
siempre” existe coincidencia), lo cual lleva a escribir p o fu e r t e , después de la “thesis”; c o n tr a r ia m e n te a la
(p. 1 0 ): “Los tres primeros acentos (en el verso que c o s t u m b r e m u s ic a l. Podrá parecer esto cosa nimia; ya
sirve de ejemplo.” : B a jo ti, H ie r u s á le m m o r t ífe r a , su ­ veremos que sus consecuencias so n .. . jpavorosas 1
b le v a d a ) van seguidos de un corte, y así el verso se en­ Cosa curiosa, nuestro autor no parece haberse pre­
cuentra dividido en cuatro elementos, o c o m p a s e s . guntado si esto era correcto, y qué principios implica­
Aquí, el “comparador” no sólo se siente inquieto, ba. Incluso nos brinda este “convencionalismo” cual
sino indignado. si constituyera, o comprobara, u n h e c h o p o s itiv o y o b ­
La cesura sola (entre los hechos prosódicos) es un je tiv o (como se desprende de la lectura de la frase arriba
corte,6 y un corte gramatical, que fundamentalmente mencionada, y de otros varios párrafos de su lib ro ). Esta
se refiere a la separación de las palabras, y, en francés, falla, o mejor este error inicial de principio, acarrea con­
más exactamente a la separación de los grupos de pala­ secuencias muy notables. Digo bien: un error. Y es
bras. Es un corte objetivo, que puede reconocerse for­ que, ante todo, es un error presentar como un hecho
malmente en un texto. M . Grammont, que convierte lo que sólo es una fórmula de notación. Después, por­
la cesura en una “pausa”, la mayoría de las veces la que la costumbre musical se funda en la lógica: en el
volatiliza (pues la pausa que habría de señalarla es reconocimiento de hechos inherentes a la noción misma
6 Cxsuiz, en latín, quiere decir corte en todos los sentidet del ritmo. Y así, M . Grammont abre, e n t r e e l r itm o
Caesura sylvae: un corte de madera. m u s ic a l y lo q u e é l p r e s e n ta c o m o r itm o p o é t i c o , u n
200 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 201
a b is m o q u e s ó l o o b e d e c e a la d ife r e n c ia d e las n o ta ­ cíclica, el módulo de duración del compás permanece
c io n e s . Y, cosa aún más grave: llega hasta presentar idéntico, cualquiera que sea el vocablo que lo propor­
igualmente como positivos cierto número de hechos pa­ ciona ( m a is y e t o to u t y l ’a r ) . Mas en un verso que
radójicos, fruto únicamente de esa deplorable fórmula empieza con una sílaba larga como este, que es típico:
que ha adoptado.
Digo que la costumbre musical se funda en la ló­ Vagues, dormez, dormez, souffranees matemeUes
gica. Uno de sus motivos principales 7 se basa en que (Millevoye)
el isocronismo rítmico, el cual admite mucha latitud
(con compensaciones) entre la duración de los elemen­ [Ondas, dormid, donnid, dolores maternales]
tos en el interior de un compás, pero muy poca cuan­
conviene, destacar que la señal del isocronismo, caerá
do se trata de la duración del compás entero, busca su
principal punto de apoyo en el p r in c ip io , y no en el siempre 9 en el c o m ie n z o de las sílabas v a, m e z , m e z , ran ,
n e l. Por tanto, la in v e s tid u r a lo c a l d e e s ta e x ig e n c ia d e
final del tiempo fuerte.
is o c r o n is m o es la que puede situarse escribiendo:
Y exactamente igual sucede en poesía. Fácil es ad­
vertirlo, lo mismo en las grabaciones fonéticas experi­ / V a g u e s d o r / m e z , d o r / m e z , s o u f / fr a n c é s m a t e r /
n e lle s / .
mentales, que, simplemente, pidiéndole al declamador
que marque el compás. O también, haciéndole oír, Los grupos de sílabas existentes entre las divisiones
mientras declama, el sonido de un metrónomo; 8 pro­ de los compases, son de duración casi, idéntica. En
música-
cedimientos cuyo objetivo y cuyo efecto, son crear la
exigencia del isocronismo. Y así puede observarse, s ie m ­
p r e (y era de esperar) que, en efecto, la señal isocró­
nica cae en el principio de las sílabas acentuadas (o
IJjJI J J I Jr J U JJJIJirrl
3
largas, lo cual es lo mismo en francés). En un verso
como éste: Ahora bien, según los principios, o mejor los con­
vencionalismos, adoptados por M . Grammont (y por
M ais tout dort, et Varmée, e t les vents, e t N eptu n e algunos teóricos más, pero la autoridad de Grammont
ha reforrado el número de éstos) las divisiones de los
[Mas todo duerme, y la tropa, y los vientos y Neptuno.. . compases, colocadas d e s p u é s del tiempo fuerte, resul­
(Racine)] tan que en música sería: V a / g u e s d o r m e z / d o r m e z /
s o u ffr a n ¡ c e s m a t e m e lle s .
en que la figura rítmica es regular, y no acarrea ninguna
compensación, el lugar de la señal no tiene consecuen­ 9 En el laboratorio, hemos grabado este verso recitado por
cias importantes, porque, a causa de esta regularidad unas veinte personas distintas, y varias veces, unas con sugestiones
metronómicas de isocronía, otras, incluso, con señales visuales (por
medio de un aparato de Koffka); y nunca se nos ha presentado w »
7 Existe otro, que indicaremos más adelante. excepción. Empero, con las señales visuales, se da cierto retraso
8 A 105 centisegundos, duración media del compás rítmico en la acomodación, lo cual hace que los hechos, en la gráfica, resul­
verdadero en esta declamación isocronizada. ten menos seguros.
202 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 203
a igualarse a las seis sílabas del último compás. No sólo
es concretamente impracticable, sino que en modo al­
Jo |J J J | J J |r J J |J J J J J \ guno responde a la realidad del objetivo del isocronis­
3 mo, el cual, d e h e c h o , como lo acabamos de comprobar
(e, insistamos en ello, ha quedado experimentalmente
Lo cual es absurdo, e impracticable.10 establecido) tiende únicamente a igualar las tres síla­
Podríamos decir: esto no importa, ya que el prin­ bas / V a g u e s , d o r / ( m e z ) a las cuatro sílabas (souff) /
cipio de la colocación de la división del compás carece r a n e e s m a t e i / (nelles), lo cual exige sólo una acomo­
de importancia. Mas, observemos que en el último dispo­ dación agógica muy débil. Y la . compensación e los
sitivo, resulta que (cual, en efecto, dice M. Grammont, tiempos (en particular en la duración de las dos sílabas
y habremos de insistir en estos pretendidos “compases breves, en un compás, de tres en el otro, sobre el con­
monosilábicos” ) se darían sílabas que, por sí solas, junto que comprende la sílaba larga) se efectúa en el
formarían un compás, tlV a (gues)”, y — para el isocro­ interior de un mismo compás. Y éste es el único c r ite ­
nismo— tenderían a alargarse lo bastante como para rio o b j e t i v o v e r d a d e r a m e n t e r ítm ic o del compás, el cual
equipararse en duración (siquiera en principio) a com­ es: e l c o n ju n to , e n e l in te r io r d e l c u a l p u e d e n p r o d u c ir s e
pases distintos. “ (V a) g u es d o r m e z / o (s o u ffr a n ) / c e s c o m p e n s a c io n e s d e t i e m p o . La división del compás cae
m a t e r n e lle s / ” . Y como esto no puede ser y, en efecto, entonces objetivamente en el punto en que la exigencia
nunca ocurre, M . Grammont se ve obligado a escribir: de isocronismo se hace imperativa. Punto que, digá­
“No es imposible que un compás sea de doble duración moslo una vez más, es el p r in c ip io de la duración de la
que otrq. Mas el oíd o .. . se preocupa muy poco de sílaba acentuada.
estas disparidades.. . Con tal de que encuentre regula­ Así vemos cómo el autor (por no haber sabido, o
ridad en la variedad, queda satisfecho” (p. 1 4 ). De querido, tomar en consideración un punto esencial y
ser así, el oído poético sería ¡asombrosamente toleran­ perfectamente establecido de la teoría general de los
te! . . . p e r o n o e s así. Estos compases, que duran el ritmos) se ha visto obligado a alegar un hecho imagina­
doble que los demás, sólo son fruto de la forma que les rio: la supuesta condescendencia del oído poético para
imprime M . Grammont, cuando coloca arbitraria y au­ con tremendas desigualdades en el isocronismo, tan sólo
tomáticamente una división después de todos los tiem­ para ju s tific a r la d is ta n c ia e n t r e lo q u e e s y lo q u e d e b e ­
pos fuertes. Ello da origen a esa necesidad peculiar de ría ser c o n f o r m e a su te o r ía . Pero, digámoslo de nuevo,
considerar la sílaba V a de nuestro verso de Millevoye es únicamente la teoría, o más exactamente la fórmula
cual si por sí sola constituyera un compás, y tendiera inicial irracional, elaborada sin discusión, la que crea
esta distancia, justificada después por la afirmación de
10 Repárese en la imposibilidad de obtener, en los artificios paradójica tolerancia.
experimentales que acabamos de indicar, que el ejecutante haga Y veamos ahora las consecuencias propiamente es­
coincidir la señal isocrónica con las divisiones del compás de esta téticas de tan malhadado convencionalismo.
guisa dispuestas, es decir, con la terminación de las sílabas fuertes
(o con el comienzo de la primera de las silabas débiles de un Su resultado, es que ciertos versos, en la Escuela
grupo). de Maurice Grammont, se citan como objetivamente
206 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 207

Esta escansión (ya justificada por la simple coloca­ del uno son los acentos, y del otro las sílabas largas y
ción de las divisiones en las señales del isocronismo) es las breves. Ahora bien, queda fonéticamente demostra­
a la vez estéticamente benéfica: revela, en el verso en do que, en el verso francés, los tiempos fuertes son las
cuestión, una estructura artística interesante, variada, sílabas largas: en proporción, duran mucho más que
orgánica. Y además tiene la ventaja (que no es de poca los débiles; lo bastante para que sea posible, experi­
monta) de permitir comparar este ritmo a un ritmo mentalmente, destacar los acentos por la simple graba­
musical, lo mismo que al de un verso griego, latino, in­ ción de los tiempos (véase, no sólo la obra de Maurice
glés o alemán. Gramn\ont, sino también “L ’Alexandrin frangais d’aprés
En efecto, de esta escansión resulta que el alejan­ la phonétique expérimentale” de Georges Lote, 1913).
drino es un p e n t á m e t r o , exactamente igual, y conforme Y además, aun cuando esto no fuera así, el argumento
a los mismos principios que es un hexámetro el verso vendría a ser la negación del derecho de utilizar el pro­
siguiente: pio término de ritmo para el uno y para el otro, bajo
el pretexto de que el ritmo inviste en ellos en porta­
D o ñ e e e / ris f e / lix / / m u í / t o s n u m e / ra b is a / m ic o s dores distintos, lo cual — como hemos visto— en nada
impide, por ejemplo, en música, hablar siempre de rit­
Efectivamente, o hemos de decir que no empleamos mo. Precisamente, gracias a la notación expuesta más
las palabras en su acepción universal (y en este caso ¿a arriba, el ritmo se convierte en “unívoco” — o más exac­
qué llamar tetrámetro, pentámetro o hexámetro a un tamente, el hecho estético del ritmo resulta idéntico—
verso francés clásico, si ello en nada responde a lo que en un verso francés, o en un verso latino, inglés o ale­
se llama así en otras partes?); o, se realiza de veras una mán. Y entonces se advierte que el verso francés no es
asimilación entre el verso tenido por tetrámetro, o por menos musical que estos otros. Y siendo así ¿por qué
hexámetro, y los tetrámetros o hexámetros de las demás perjudicar al verso francés, adoptando sólo para él (con­
versificaciones. Y entonces, habríamos de basar esta traviniendo sólo para él el hábito general y racional) un
asimilación en los mismos convencionalismos que, en sistema de escansión que precisamente impide compro­
otras partes, originan estos tetrámetros, o estos hexá­ bar su musicalidad? Y que acaba por cortar, igual que
metros. se cortaría en rajas el salchichón (discúlpesenos este
Tal vez se nos arguya: el verso francés y el verso la­ ejemplo, pero el hecho emociona) en cuatro anapestos
tino no pueden compararse, ya que el principio rítmico iguales, el segundo de estos versos de “Fedra”, ejemplo
nobilísimo de la música raciniana:
palabras con la división del compás. Nada malo bav en esto; y así Et Phédre, au labyrinthe avec vous descendue
lo hace la escansión normal de un verso latino, al igual que la es­ Se serait | avec vous || retrouvée j ou perdue?
critura normal de un canto con palabras. Mas, de constituir un
inconveniente (o un disparate con relación a la lengua francesa) tal [y Fedra al laberinto con vos descendida / ¿Sería con vos en­
inconveniente nos lo encontraríamos exactamente igual en el otro contrada o perdida?].14
sistema, en donde aparece en cuanto la e muda se presenta no eli­
dida (como se recordó antes). Ejemplo (escansión Grammont):
14 Cosas buenas, junto a otias que no lo son tanto, pero que
Vous mourú / es aux bords / / oü vous fñ / tes laissée. siempre son interesantes, se encuentran en las cuatro páginas dedi-
208 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO
209
Pues, el verso de esta sjierte formado — cuatro ana­ haciendo de esta suerte dos pies con un espondeo; o
pestos, sin cesura, y un corte verbal entre cada pie— , se como si, en una melodía, un copista ignorante pusiera
haría acreedor a todo el desprecio que muy justificada­ automáticamente una división de compás después de
mente un latino, un anglo-sajón o un germano, tendrían cada b lan ca.. . , logrando en esta forma, en un grupo
por un tetrámetro constituido de este modo. ¿Será que de alejandrinos, una mescolanza harto peregrina de trí­
realmente conviene asignar esta estructura prosódica (y, metros, tetrámetros, pentámetros y hexámetros; cual si
repitámoslo, únicamente a causa de una notación de no existiera entre ellos ninguna unidad prosódica.
por sí paradójica) al ritmo de algunos de los versos más Maurice Grammont, cuando analiza los versos del
hermosos de la lengua francesa? Pues, entonces, que principio de la “Ifigenia” de Racine ( H e u r e u x q u i, satis-
se nos diga siquiera (y esto es cierto, y sería para nos­ f a i t d e s o n h u m b le fo r t u n e , e t c .; Feliz quien, satisfecho
otros un alivio), que no es posible anotar en esta forma de su humilde fortuna), nos dice: “La variedad de es­
un ritmo en el sentido general de la palabra; que será tos versos, desde el punto de vista rítmico, procede úni­
preferible no adoptar una notación susceptible de brin­ camente de que sus compases, unas veces están cons­
dar una musicalidad, en ciertos casos, en el sentido de tituidos por tres sílabas, otras por dos, otra por cuatro,
una afinidad artística real con los medios de la música, y que uno de ellos, incluso, presenta asociados un compás
o en el sentido en que se pondera esta calidad en un de una sílaba y uno de cinco” (p. 8 7 ). Se comprende
verso de Goethe, o de Shelley; y, por último, que la apa­ que también habríamos de protestar contra cualquier
rente carencia estética del verso francés, de este modo exégeta de estética que creyera poder decimos algo aná­
presentado, se debe únicamente a las convenciones de logo para explicarnos el interés rítmico del l i e d “E l
notación^ deliberadamente elaboradas al margen de toda T ilo”, de Schubert: “este l i e d es interesante a causa de
intención y de toda posibilidad de perseguir y presentar la variedad del ritmo: en efecto, el primer compás con­
analogías reales, si es que las hay, entre estos versos y tiene una nota, el segundo cuatro, el tercero tres, el
lo que se aprecia estéticamente en otras partes. cuarto cinco, y el sexto dos”. Esta enumeración resul­
Digamos también que el principio por el cual se taría exacta. ¿Será menester decir que a un músico le
coloca automáticamente la división del compás después parecería cómica? Resulta más justificada en poesía,
del acento, acarrea aún este último resultado, extraño, porque en ella los hechos rítmicos son realmente más
estéticamente paradójico, ofrecer el mismo número de toscos que en música. P a o ello no es motivo para sim­
compases que de acentos, cual si, por ejemplo, al escan­ plificarlos aún más, y en especial para hacer desapareca,
dir versos latinos, se pusiera un corte antes de cada larga, por medio de una simple enumeración de los acentos
(o por la enumaación correlativa de los atónicos que
cadas al análisis estético de este solo verso de Racine, en una tesis se les unen en a r s is ) , las figuras que se desprenden de
reciente de J. P. Krafft (La forme et Fidée en poésie, 1944, pági­
nas 84ss.). Mas ¿cómo puede él que es poeta, ver en ello, efecti­ las varias combinaciones de los diversos arabescos traza­
vamente, cuatro anapestos, lo cual le lleva no sólo a no poder seña­ dos por estos sistemas.15
lar estéticamente, desde el punto de vista del ritmo, sino el hecho
de una “insistente reiteración”? que lo escanda así: un pírrico, 15 Con riesgo de ser excesivamente extensos, nos aplicaremos,
un dáctilo, un pie con cesura y dos anfíbracos, y ya nos dirá lo que a propósito de lo antedicho, acerca del procedimiento empleado
ocurre. para la notación de los ritmos por P. Servien (pues es cuestión
210 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 211
En el conocido verso de Lamartine: ticular muy numerosos en Leconte de Lisie. Su solo
poema “E l Corazón de Hjalmar” contiene hasta tres:
La vie apparaissait, rose, á chaqué fenétre. ..
Dans Upsal, oú les farls boivent la bonne hiere. ..
[La vida aparecía, rosa, en cada ventana...] Jeune, brave, riant, libre et sans flétrissure. ..
el verso, desde el punto de vista rítmico, resulta “efec­ [En Upsala, donde los príncipes beben buena cerveza.. . / jo­
tista”, cual lo son siempre los alejandrinos con acento ven, noble, risueño, libre y sin tacha...]
inmediatamente después de la cesura. Aparecen en par-

demasiado importante en estética comparada para que sea lícito


r
prescindir de ella). Tu la venas debout, blanche au longs cheveux noirs
El sistema consiste en anotar el ritmo de un verso como el de
Racine, que se acaba de citar: Heureux qui, satisfait, etc., en la [Tú la verás en pie, blanca con sus largos cabellos negros]
forma siguiente: 2 1 3 3 3.
Por ciertos aspectos, parece merecer las críticas que acabamos de
leer. Mas esto no sería completamente justo. Este procedimiento, el último absolutamente idéntico al esquema lamarti-
muy abreviado (lo cual es ventaja oonsiderable), es absolutamente niano.
justo, si se comprende que no representa directamente el ritmo, Abundan todavía más en Mallarmé:
sino una estructura de la cual es función el ritmo, y de la cual se
saca un dato matemático, al anotar simplemente, el número de síla­
Calme bloc ici-bas chu d’un desastre obscur. ..
bas, de una larga a la larga anterior (o al silencio previo); y guar­
dándose de pensar que los intervalos de este modo medidos puedan Voíf des galéres d’or belles comme des cygnes. . .
ser segmentos divididos por cortes, y menos aún pies métricos. Pero Sortirait le frisson blanc de ma nudité...
esto nos permitirá indirectamente restablecer estos últimos. Por Le visible et serein souffle artificiel. ..
ejemplo, el hexámetro Doñee eris felix, etc., habrá de anotarse, según
estos principios: 1 3 1 1 1 1 3 3 1 . Lo cual permite evidentemente [Bloque en calma aquí abajo caido por oscuro desastre... / ve
reconstituir el sistema de las breves y de las largas, el cual, a su galeras de oro bellas como cisnes.. . / emergerá el estremeci­
vez permitirá la escansión, y, por tanto, logra restablecer por fin miento blanco de mi desnudez.. . / el visible y sereno hábito
los verdaderos pies métricos; pero sin ofrecer de éstos, en modo artificial...]
alguno, una imagen directa. Cual puede verse, este procedimiento,
legítimo y cómodo, sólo presenta el inconveniente de ser muy arries­
Y, en fin, Paul Valéry, en su versificación, les asigna
gado si se pierde de vista su verdadera índole; y de aplicarse cómo­
damente tan sólo a los ritmos en que las largas, o los acentos, aparecen un papel verdaderamente orgánico. Tres en el solo so­
casi constantemente separados por breves, o por átonas bastante neto de la “ D o r m e u s e (en C h a r m e s ) ” :
numerosas, cual, en francés, se da muy especialmente en la prosa.
Y cuando se trata de música, este procedimiento (desde luego e n en esta observación, primero un homenaje a la habilidad con
sólo aplicable a las formas rítmicas más toscas, más rústicas) muy ame abrevia las notaciones rítmicas en francés (merced a un sistema
pronto sería deplorable. Podemos, desde luego, anotar el ritmo de reva legitimidad subrayamos, pese a sus riesgos, y que sólo habrá de
los primeros compases de: II pleut bergére; 2 2 2 1 1 3 2 sin esta­ «carrear resultados erróneos en caso de una torcida interpretación
blecer ninguna diferencia entre las negras y las corcheas; pero en algoritmo); y también habrá de ver una amistosa discusión acerca
’ ‘ ----- J - -J- 1- l u r ,» r tn b o r ñ /m va anena<¡ es nnsible. . . r lific n ltn rlp c ir p v i ’r r p n r ' i ' i c m p fA rltrn p iv \m r» lp ¡n » « Ao
212 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 213
de la cesura, de las dos largas: en una palabra, la presen­
Quels secrets dans son coeur brúle ma jeune amie. . . cia de un espondeo en el pie sobre el cual cae la cesura.
Dormeuse, amas doré d’ombres et d’abandons... De un espondeo en lugar del troqueo ordinario. Y estos
[Qué secretos en mi corazón quema mi joven amiga.. . / dur­ son, en efecto, los verdaderos “espondaicos franceses",
miente, cúmulo dorado de sombras y abandonos. ..] aquellos cuyo efecto artístico puede equipararse al del
espondaico latino (caracterizado por la presencia excep­
cional de un espondeo en el penúltimo pie del hexá­
y; m etro).16
O biche avec langueur longue aupres d'une grappe.. . En una palabra, lo e s e n c ia l e n e l m e t r o p o é t i c o , es
e l a r a b e s c o d e l d ib u jo tr a z a d o p o r la o n d a r ítm ic a . Si
[oh corza con languidez larga junto a un racimo...]
hemos insistido tanto en cuestiones de pura notación,
no es porque nos interesen por sí mismas; es porque la
Nos hallamos, pues, realmente en presencia de un
notación, sea la que fuere, que se adopta, sólo sirve cuan­
tipo considerable y notable, desde el punto de vista rít­
do hace resaltar el pg-fil de este arabesco, que es lo
mico.
único que importa.
Ahora bien ¿qué es lo que caracteriza estéticamente
Y no cabe duda de que, en ciertos aspectos (lo cual
su efecto? No es en modo alguno, la presencia de cua­
bastaría para justificar nuestra enérgica oposición a las
tro, o de cinco acentos rítmicos (cuatro: en S o r tir a it le
fr iss o n , D o r m e u s e ; o b i c h e ; cinco en J e u n e , b r a v e ; V o i t
escansiones del Sr. Gram m ont), no cabe duda de que
este arabesco es tanto más impresionante, tanto más au­
d e s g a lé res ; seis e n C a lm e b l o c ) . Tampoco la presencia,
después de la cesura de un “seudopié monosilábico". E l tónomo, cuanto que, lejos de señalarse burdamente por
recurso a un término monosilábico es sólo el medio cortes gramaticales, interfiere en éstos; alza y deja caer
verbal necesario, teniendo en cuenta el material filoló­ de nuevo, con flexibilidad, la materia verbal, sin recor­
gico disponible en francés, para lograr este sistema rít­ tarse en discontinuidades sobre su apariencia material.
mico. Ni siquiera es el próposito de destacar el término Para tener la prueba de ello, basta con invocar la enorme
monosilábico r o s e o lib r e , b l a n c h e o b e l le s o lo n g u e s, diferencia artística entre el siguiente verso del mismo
etcétera. E l que este término resalte, obedece (y ello, poema de Leconte de Lisie “E l corazón de Hjalmar",
por supuesto, es semántica y estéticamente justo, sobra que abunda en curiosos refinamientos rítmicos:
decirlo) al sistema rítmico adoptado. Lo esencial en
éste es seguramente el arabesco, tan peculiar en el se­ La lune froide verse au loin sa palé flamme.
gundo hemistiquio, el cual, después, de la elevación del
La fría luna vierte a lo lejos su pálida llama.1
acento, en el primer hemistiquio, sobre la sílaba de la
cesura, vuelve a tomar el segundo sobre un acento igual
18 Sainte-Beuve ha hablado del efecto artístico y del encanto
o incluso más fuerte, para rebajarlo en seguida, y elevarlo rartzcular de los espondaicos de Virgilio. Víctor Hugo, que también
sólo, al final, sobre la palabra de la rima. Y el resul­ restaba de ellos, dice haber querido producir expresamente análogo
tado, y e s t o e s lo e s e n c ia l e n e s te e f e c t o , es la yuxtapo­ en fancés.' Es de lamentar que no nos haya dicho a cuáles
sición directa, la consecución inmediata, en ambos lados ie . sc s versos atribuía esta calidad.
214 M OSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 215
Nadie podría negar el interés de un arabesco que un acento inmediatamente antes del terminal; que, por
consigue, en forma absolutamente regular, alternar una tanto, el grupo anfíbraco ( o — o ) se impone como
breve y una larga, sistema difícil de lograr en francés en terminación constante.18 Y entonces los dos pies que
condiciones estéticas satisfactorias.17 aún siguen sin indentificar y completan el pentámetro,
Compáresele al verso de Hugo (en “El Año Terri­ son forzosamente, en este verso, un anfíbraco ( u — O)
ble” ), mencionado como hexámetro por Grammont, y y una anfimacro (— U — ); la presencia de este último
del que lo menos que pueda decirse es que no se trata tipo de pie en el cuarto compás es el hecho excepcional
de una obra de arte: que constituye la originalidad rítmica del verso citado,
en el cual todos los demás pies son normales.19
Ni beau ni laid, ni haut ni bas, ni chaud ni froid. No decimos esto por «1 gusto de atacar con todo el
arsenal técnico de la métrica, sino porque es un hecho
[Ni hermoso ni feo, ni alto ni bajo, ni cálido ni frió.) notorio la posibilidad de expresar en pocas palabras, con
este vocabulario, to d a s la s reg la s d e es tru ctu r a y to d a s
No creo pueda discutirse que, estéticamente, la dife­
la s le y e s d e e u r itm ia del alejandrino francés regular, tal
rencia es enorme. * como se ha empleado, desde Malherbe hasta Mallarmé.
El verso de Leconte de Lisie, por cierto, puede ayu­
De todo lo que antecede, se desprende, en efecto,
darnos a lograr precisiones rigurosas acerca de la escan­
que este verso puede describirse exactamente diciendo
sión del verso francés. Recordemos en efecto: primero,
que es:
que se inicia con un yambo; segundo, que al no ser
espondaico, tiene en la cesura un pie troqueo; y tercero,
18 Hemos de tener aquí en cuenta la sílaba final femenina, ya
que el verso francés nunca admite, cuando es eurítmico, que: primero, cuenta en efecto como un tiempo real (aproximada­
mente 24 centisegundos por término medio); segundo, que mientras
ir En el soneto, va mencionado, de P. Valérv hallamos el verso: regla de alternar femeninos y masculinos imperó en francés, esta,
sílaba fue tomada en consideración en la estructura del verso. En
Ta forme au ventre pur qu’un bras f/uide drape Hytier: Les technique m odem es du veis franfais (1923), se lee
cae es imposible contar como femenina la rima sola en que la "e”
[Tu forma, de vientre puro, que un brazo ligero arropa] -uáa ha de ser pronunciada (tal como lo proponen J. Romains y
Chenneviére, en su Petit traité de Versification, ya que enton-
que tiene exactamente idéntica escansión que el verso de Leconte x i el alejandrino dejaría de tener doce sílabas”. Y el hecho es que
de Lisie, con el corte verbal después del yambo inicial (aunque amor­ íc :: tiene trece. Además, si no se contaran las letras “e” mudas
tiguado por la supresión de la letra muda) ~-e se suprimen en la pronunciación, con frecuencia sólo existirían
El verso de Mallarmé: ¿ a , u once sílabas. No nos olvidemos, en la investigación estética,
ie que, de hecho, las “ees” mudas son “ees” psíquicas exactamente
Rieur, j’éléve au cíe! d ’cté la grappe vide a a o , en música, existen cuartas que se sobrentienden, armónicos
ñores, etc. .. El arte presenta innumerables fenómenos de este
[Risueño, alzo al cielo de estío el racimo vacío]
-* En pocas palabras, es preciso escandir, obligatoriamente, así:
igualmente yámbico difiere de los anteriores por un matiz: el debili­
tamiento de la larga de la cesura, bastante señalado para indicar muy U — | Ü -- U | -- || O | —- W-- |s j -- KJ
discretamente el perfil temario. La lune troide verse au loin ss pále ílam m e.
216 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 217
Un pentámetro con cesura pentemímera, cuyo pri­ dos blancas); el segundo, una blanca y después dos ne­
mer pie es unas veces pírrico, otras un yambo o un tro­ gras, o una negra, una blanca y una negra, o, por últi­
queo, otras, muy raras, un espondeo, y entonces excluye mo, un tresillo de tres negras (compás de tres, que
un anfíbraco, o un tribraquio. El tercero, que comprende equivale, en el tiempo, al compás de cuatro por cuatro)
el dáctilo en el segundo pie.20 El segundo es un dáctilo, el tercero, una blanca, un suspiro y una negra (o, excep­
la cesura, un troqueo (raras veces un espondeo, y en­ cionalmente, una negra puntuada, un medio suspiro y
tonces siempre con fuerte efecto estético). E l cuarto una blanca); el cuarto, igual que el segundo (y,- además,
comprende los mismos pies que el segundo (a veces tam­ dos negras y una blanca o, excepcionalmente, una negra,
bién un anapesto, o, excepcionalmente, un anfimacro). una corchea y una blanca); y el quinto dos frases, una
Por último, el quinto siempre es un anfíbraco, que pue­ negra, una. blanca y un suspiro, o una negra, una blanca,
de ser completo (con dos versos, y rima femenina), o una corchea y un medio suspiro.22
cataléctico (rima masculina).21 Se dirá quizá (y no nos cansamos de prever, de resol-
Todos estos términos, desde luego, tienen exacta­
mente el sentido que se les daría en métrica griega, por
ejemplo. Para quienes no estuvieran muy familiarizados
1 2 3 4 5
con este -vocabulario, y para recordar que la analogía
musical no es aquí menos positiva, se pueden expresar
los mismos hechos diciendo que el verso de referencia es:
- rr rrr r ) r rrr rr &
Una frase de cinco compases de cuatro por cuatro; el
primero de los cuales (que constantemente carece del
>rr rrr r y r 3 rrr r r )
primer tiempo, cosa corriente en música, en que tan
frecuente es empezar con la arsis) comprende, bien sea rrr rrr
dos negras puntuadas, bien una blanca y una negra, bien
una negra y después una blanca (y excepcionalmente \
rr '
rrr
a0 Para cada compás métrico, clasificamos los pies por orden de
frecuencia: el pírrico es el más frecuente en el primer compás;
(n t¡
el yambo algo menos; el troqueo es mucho más raro, d "verso tro­
caico” de (del que ya dimos un ejemplo en Nillevoye y del que Aquí se trata de que se logra cuando se atiene uno princi­
daremos varios ejemplos en Baudelaire, pero que ya utilizó a menudo palmente al “ritmo de tiempo”, tal cual lo implica el vocabulario
Racine) es siempre un "verso efectista”. En fin, el espondeo es muy rrosódico. Si se atiende principalmente al “ritmo de intensidad”
raro. Iguales observaciones valen para los pies siguientes. (lo cual es la analogía musical más directa), vale más, en este
21 Digo anfibraquio cataléctico, y no yambo, porque, en princi­ :aadro, correr hacia la derecha la división del compás entre el cuarto
pio, existe una pausa (un suspiro), al final del verso. Puede no ser • quinto pie, y colocarla justo antes de la división terminal, o penúl-
así cuando los versos consecutivos quedan “ligados” en la dicdón; •j u . Reaparece entonces la escansión directamente musical que
peyó subsiste casi siempre una “pausa psíquica” y ciertamente un remos visto anteriormente (p. 20). Lo mismo entre 3 y 4, en
corte. En los casos del verso masculino, la pausa es netamente más aa columnas 1 y 4. Se trata de hacer resaltar los sistemas cons-
larga (sobre todo si el verso siguiente comienza por un troqueo) y aetes y los sistemas intercambiables, en la sucesión de largas y
el corte más marcado. ¡reves.
218 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 219
ver las dificultades, las objeciones del lector): pero jsi los hechos que caracterizan ambas métricas resultan cada
estas reglas no han sido jamás las del verso francés 1 ¡Si vez más susceptibles de ser equiparados entre sí.
no fueron, ni conocidas, ni reconocidas, por ninguno de Por lo tanto, estas leyes son las que aparecen, cuan­
los poetas a quienes se las atribuye! do se integran unos a otros este marco estructural anti­
Esto sería comprender muy mal lo que aquí se trata. guo (el único formulado en reglas precisas) y a las leyes
El alejandrino francés obedeció primero a unas reglas eurítmicas que paulatinamente se han ido imponiendo
artísticas más sencillas, cuya única característica impor­ a una conciencia estética cada vez más sensible, a la vez
tante era mantener constante el número de doce síla­ que a un arte más evolucionado.
bas,23 pero poco a poco, en este cuadro, han florecido Puedo decir, por ejemplo, que un espondeo inicial
hechos artísticos más delicados, más arquitectónicos, y excluye un dáctilo en el segundo pie; incluso que, casi
a la vez más exigentes, los cuales, aun respetando el siempre, hace surgir en este segundo pie,24 un tribra­
marco inicial, han acabado estructurándolo estéticamen­ quio, como en este verso de Leconte de Lisie (también
te en la forma cuyas leyes implícitas hemos procurado de “El corazón de Hjalmar” ) :
exponer. Y si hemos creído poder emplear la termino­
logía ya dispuesta por la métrica greco-latina, fue porque "Va, sombre messager, dis-lui bien que je l'aime

23 En efecto, resulta fácil comprobar que las reglas precedentes rVé, sombrío mensajero, dile bien que la amo]
necesariamente mantienen este número de doce sílabas (o de trece
para los versos femeninos), pero esto es un solo factor (y al menos o en este de Rimbaud (en V o y e lle s )
artístico de su organización. J. P. Krafft, en su interesante obra ya
mencionada, escribe (p. 20): “Ello origina, en la poesía francesa, U, eyeles \ibrements divins des mers virides;
determinado número de pies, según la acepción que éstos tenían
en la métrica latina, o griega, anapestos, dáctilos, espondeos. Estos
metros por sí mismos no cuentan para la estructura del veno. Un
U. ciclos, vibraciones divinas de verdinosos mares;]
alejandrino regular puede tener cuatro pies, o metros de tres sílabas,
dos de seis, o tres de cuatro: sigue siendo una unidad poética fran­ : también, en este, de Albert Samain
cesa, por el hecho de las doce sílabas. En Roma, o en Atenas, no
se preocupaban de este total silábico, y sí sólo de los seis pies, por O Nuit magicienne, 6 douce, ó solitaire.
ejemplo, en el hexámetro.” Esto no es absolutamente exacto. Pri­
mero, porque un alejandrino “regular” no puede tener tres pies de 'Oh' mágica noche, oh! dulce, oh! solitaria.]
cuatro sílabas, y no podría ser una unidad poética francesa si fuera
tan lato respecto a su ritmo (pero Krafft nos habla aquí según los
conceptos de Grammont). En segundo lugar, no es cierto que la mé­ Esto significa que el arabesco rítmico, difícilmente
trica grecolatina se haya despreocupado siempre del total silábico. ;*:<iria aguantar la presencia inicial de tres largas con-
Un yámbico puro (Phaselus ¿líe quem videtis hospites), o un ascle- :¿c-jtivas (a no ser, ocioso es decirlo), en casos en que
piadeo (Nympharum que leves cum satyris chori) tienen necesaria­
mente doce sílabas, sobre un arabesco rítmico por cierto bastante
distinto del alejandrino francés. Repárese que el asclepiadeo ha En otros términos (y teniendo en cuenta el hecho de que el
sido interpretado históricamente de dos modos, un modo de escan­ • r=r píe, troqueo o espondeo, siempre comienza por una larga)
sión que hace de él un tetrámetro, mientras que el otro, que ha quiere decir que, cuando el primer hemistiquio empieza así:
predominado, hace de él un pentámetro. — — prosigue casi siempre así: u u U —.
220 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 221
conviene sacrificar la euritmia del verso a otro interés Un último ejemplo, que congrega todas estas clases
estético evidente). E incluso que, por lo general, las de hechos, nos parece demostrar perfectamente la in­
leyes estructurales de este arabesco (y de cualquier ara­ suficiencia, in c lu s o d e s d e e l á n g u lo e x p r e s io n is ta del sis­
besco del mismo tipo, aun en el orden plástico) exigen, tema de análisis de los ritmos que ofrece la obra de
tras el efecto del espondeo, es decir tras el arranque Grammont.
inicial en línea recta, una caída que, por una especie de Es el de unos vasos de Musset ( en “Rolla” ) :
compensación de los perfiles, de un solo impulso va ha­
cia la obligada subida de la cesura, para después pro­ Et le pále désert roule sur son enfant
seguir la ondulación rítmica por ondas más cortas, más Les flots silencieux de son linceul mouvant.
apretadas en la segunda parte de la curva. Al menos,
esto es lo que nos enseñan la mayoría de los ejemplos [Y el pálido desierto extiende sobre su hijita / las ondas silen-
destacados de esta acción rítmica.20 ciósas de su sábana móvil.]

Es uno de esos espondaicos, cuya importancia ya hemos


25 Baudelaire, muy sabio en el ritmo, parece haber evitado en
general el espondeo inicial. Cuando lo utiliza, sigue la ley formal
visto. Según nuestros principios, la escansión obliga­
que se acaba de exponer. Ejemplo: da es:
-------| u u u | — || u | — o u | o — u u | — o u | — || — u u v | u —
Grands yeux de mon enfant, arcanes adorés
Et le pále désert roule sur son enfant. ..
[Grandes ojos de mi niña, adorados arcanos]
De todos modos, no sé cómo habría que pronunciar el siguien­ Aquí el espondeo mediano, cuyo efecto ya conoce­
te, que comienza también con un espondeo, pero desfigurado en el mos, va acompañado de un tribraquio. ¿Será m enesta
segundo pie, por una cacofonía:. decir que el segundo hemistiquio, por lo mismo, reviste
Fruits purs de tout outrage et vierges de morsures. la forma de una gran ondulación, tal como la hemos
señalado a propósito de Baudelaire, en que se produce
[Frutos puros de todo ultraje y vírgenes de mordeduras.] idéntico hecho en el prim a hemistiquio, y cuyo perfil
Probablemente hay que acentuar tuot (aunque ni el sentido ni el general reviste esta forma: u — ?
ritmo invitan a ello) porque es el único medio de escamotear un Si algo expresivo existe aquí, conviaie relacionarlo
poco el desdichado toutou. Seguramente que a todo buen recita­ con la coincidencia de este movimiento de amplia ondu-
dor le será embarazoso siempre este verso.
En general, la necesidad de esta compensación de los perfiles
Valse m élancolique et langoureux vertíge . . .
es tan señalada en Baudelaire que el solo ataque sobre una larga
Reine victorieuse et féconde en rachats. . .
(con un troqueo) lleva consigo un neto predominio estadístico del
Entre en socicté de l’ideal rongeur...
tribraquio en el segundo pie; lo que, no obstante, no es muy fácil
de conseguir después del yambo y que a menudo exige una pala­
V’als melancólico y languideciente vértigo.. . / Reina victoriosa y
bra de cuatro sílabas al final del primer hemistiquio: fecunda en rescates.. . / Entra en sociedad del ideal devorador...]
— u | u u u | — || u | u ü — | ü - u Uno de sus esquemas rítmicos más característicos es el de estos
■ crsos trocaicos en que el troqueo inicial va seguido de un tribraquio.
222 M Ú SIC A Y L IT E R A T U R A LA M Ú SIC A D E L V E R S O 223

lación, y el de las ondas de arena que recubren a la creer que así se expresa la lentitud de la alondra que
yegua muerta. Ahora bien, en el género de escansión pone e incuba en una “acción lenta, que se realiza sua­
adoptado en la obra de Grammont, ¿qué queda de ello? vemente”? ¿O que La Fontaine ha hecho un burdo
Tan sólo la existencia del seudopié monosilábico. Y contrasentido de expresión? La verdad es que no hay
a este solo pie monosilábico tiene el autor que ligar ninguna relación artística entre los dos versos de Musset
todo el valor expresivo del verso. Y así escribe (p. 1 6 ): y de La Fontaine, entre los cuales sólo la teoría de la
“Compases de menos de tres sílabas expresan la lenti­ “medida monosilábica” puede establecer una estrecha
tud, describen una acción lenta, que se realiza suave­ relación. Uno y otro son espondaicos; pero éste:
mente” : U U | U — U | — || — |.— < J U | u — o
Alors elle se couche et ses grands yeux s’eteignent Elle bátit un nid, pond, couve et fait éclore,
Et le pále désert / rou / le sur son enfant
Les flots silencieux de son linceul mouvant. pírrico, anfíbraco, espondeo, dáctilo, anfíbraco, está
caracterizado por la presencia del dáctilo después del es­
[Entonces se tiende y sus ojazos se apagan / y el pálido de­ pondeo. Rechazar el tribraquio eurítmicamente nor­
sierto extiende sobre su hijita / las ondas silenciosas de su sá­ mal, es desde luego, uno de estos hechos en que es lícito
bana móvil.] procurar un efecto pintoresco y descriptivo. Y él es, es
decir, esta consecución del espondeo y del dáctilo, lo
El compás lento, constituido por la sílaba rou, des­
que distingue el verso de La Fontaine del de Musset
cribe el lento y suido movimiento de la arena que len­
en que el espondeo va seguido de un tribraquio). En
tamente recubre a la yegua; la lentitud sola se expresa
lugar de la larga vaga que termina el verso de Musset,
por el tiempo de la sílaba.. . ”
Fontaine, al prolongar la base rítmica por tres largas
D e ser así, cualquier presencia de estos en aparien­
consecutivas — cosa que, como hemos dicho, sólo so-
cia compases monosilábicos, produciría este efecto, y
p:~ra la sensibilidad estética cuando la euritmia queda
ello con una intensidad tanto mayor cuanto más abun­
suir.ficada a otro interés estético evidente— mantiene
daran estos compases. cu linea recta tres acciones que se suceden directamen­
Entonces, al leer el primero de estos versos de La
te. un interrupción. Y es el to e , t o e , to e , de los tres tiem­
Fontaine: pos inalogos, lo que expresa, pues hay expresión, la prisa
áe la alondra del fabulista. D e esta suerte, inclusive en
Elle bátit un nid, pond, couve et fait éclore
A la hdte. Le tout alia du mieux qu’il pút. ¿rs casos expresionistas, por tanto eminentemente fa-
unr'.es a la tesis aducida, el verdadero hecho artístico
[Hizo un nido, pone, empolla y hace salir las crías / De prisa. s e r e s de un procedimiento de análisis que, en lugar
Todo fue lo mejor posible.] ce -um inar el ritmo, lo mata, o prescinde de lo que
=r £ es esencial: es decir, d e l p e r fil d e l a r a b e s c o que de
¿Qué tendríamos que pensar? é s s c lta .26
Tenemos, en fila, varios de estos “pies monosilábi­
* Un hecho impresionante corrobora esta insuficiencia del al-
cos”, en el concepto de M . Grammont. ¿Hemos de
224 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 225
Para aquellos que no hubieran podido percatarse Mas, insistamos en ello (y esto es lo que toda nues­
de estos pormenores, por no interesarse por la música, tra demostración tiende a probar): so n lo s p e r file s d e
o por falta de hábito suficiente del vocabulario métrico, c>:co a r a b e s c o s lo s q u e — desde el punto de vista rítmi-
vamos a sintetizar la significación estética exacta de lo? 30— , co n stitu y e n e l h e c h o e s t é t ic o e s e n c ia l.
principios de escansión que hemos expuesto. Y para que nada quede por decir, una última obser­
vación:
Consisten simplemente en mostrar que, si bien en
un alejandrino francés clásico, la división de compás se Ei único sistema rítmico importante y conocido que
coloca después de la segunda, la quinta, la séptima y ajusta a las reglas morfológicas arriba menciona-
la décima sílaba,27 y que si después, en cada uno de i¿>. es el del te r n a r io a b s o lu to , es decir, que no se con-
estos compases, se respeta la disposición de las breves i a las reglas del verso clásico. Verso caracterizado
y de las largas, se advierte que cada uno de estos com­ r»:- la ausencia, a la vez de la cesura (es decir, de corte
pases ofrece sólo un número muy corto de sistemas (tres terbai fuerte) después de la sexta sílaba, y del acento
o cuatro apenas para cada uno), utilizando, en total, a esta última; como en este verso romántico de Ed-
m a a d Rostand: _________ _
únicamente ocho pies métricos conocidos. Y estos sis­
temas, por medio de todas sus combinaciones (un
matemático podrá decir que son exactamente 240) pro­ Em panaché d ’indépendance et de franchise
porcionan, cual se ve, más de doscientos arabescos dis­ ÍJE p e u z h a d o de independencia y franqueza]
tintos, todos perfectamente caracterizados, to d o s eu ­
r ítm ic o s .28 este otro, de André Gide, con menos plumas de
y menos toques de clarín, pero con más arte:
goritmo adoptado por M. Grammont. En las cuatro páginas que
siguen a la que hemos transcrito, el autor (a propósito de esta ex­
presión de la lentitud, o del tiempo, o incluso de la inmensidad) Fixe un regard oú s’évapore tout espoir
cita doce versos, que comprenden ese monosílabo que se quiere
presentar como “si constituyera, por sí solo, un compás”. Y no pa­ » i¿ mirada en que se evapora toda esperanza]
rece haber advertido, o por lo menos no ha subrayado, que, todos,
sin excepción , tienen el monosílabo ¡en la primera sílaba de un Li zmca “licencia’' en relación a las reglas clásicas,
hemistiquiol (del primero o del segundo). En todos, sin excepción,
¿e p r.erle un pirriquio al pie central. Lo cual, con
el pie característico (troqueo o espondeo) va seguido de un tribra­
quio. Es pues, evidentemente, el lugar d el m on osílabo d e que se reo antes, y un dáctilo después constituye lo
trata en el h em istiqu io, así como el perfil de la totalidad de éste, el de este esquema que se puede sumar legítima-
hecho rítmico esencial. Mas según el sistema analítico del autor,
precisamente este lugar, tan importante, no es, ni puede ser espe­
cificado. El hecho rítmico queda entonces ligado al monosílabo i la notación musical de la p. 217, eliminar los siste-
solo y no a la estructura de todo el hemistiquio. i _ . i ponen una blanca a ambos lados de la división del
27 ¿Y por qué exactamente en estos lugares? Esto no es arbi­ xg=ado, hacer seguir, lo más posible, un espondeo, por
trario, sino que obedece a la coincidencia con las investiduras me­ de un tribraquio; tercero, si se recarga de largas un
dias de la exigencia de isocronismo. le-.urlas más bien hacia el principio que hacia el fi-
28 Las reglas generales de la mayor euritmia son fáciles de Mas, incluso las combinaciones menos eurítmicas son
formular. Primero, y ante todo, evitar seudoespondeos, es decir,
226 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 227
mente a las combinaciones anteriores. Además, hay ¿Nos será permitido añadir que el gran, el inmenso
que decir que el verso de Gide obtiene más interés rít­ interés de todo esto, si se mira hacia el futuro, consiste
mico, por el troqueo inicial que comienza el verso sobre en que el verso en sílabas contadas, en estos esquemas
una larga, lo que es una complicación muy artística del métricos, es sólo el caso particular de una prosodia cuyo
esquema banal. Ahora bien, por lo que atañe a los ter­ principio ofrece combinaciones mucho más amplias, tan
narios normales de la versificación regular (los cuales pronto se deja a un lado el lecho de Procusto de las
hay que cuidarse mucho de llamar trímetros), compren­ sílabas contadas, sin sacrificar por ello la exigencia
didos en las combinaciones que ya hemos visto (y que eurítmica? Y seguros estamos de que por aquí despunta
pueden articularse uniformemente: pírrico, anfíbraco, el porvenir, tan pronto la poesía francesa, algo cansa­
troqueo dáctilo, anfíbraco), son más complejos, por da, y se comprende, de la regularidad, pese a todo algo
ejemplo, que en Rostand. Nos negamos, en efecto, ro­ monótona, del antiguo sistema, torne a pedir a una
tundamente, a admitir que el célebre temario del “ Can- verdadera prosodia orgánica y estructural, los medios
tique de Bethphagé” : estéticos de un arte a la vez flexible y más evoluciona­
Mon bien-aimé, mon bien-aimé, mon bien-aimé do, cuyas líneas principales ya se columbran. La poesía
francesa del porvenir será métrica, o no será. Y sí será,
[Mi bien amado, mi bien amado, mi bien amado] si sabe presentir, adivinar, utilizar las verdaderas leyes
del ritmo francés, aquellas que hacen que resulten artís­
“Tres peones cuartas”, helo aquí; el ritmo de las ticos los versos más hermosos de nuestro acervo litera­
“tres sumas” se componga de tres trozos idénticos, pues­ rio tradicional, pero que pueden utilizarse en forma
tos en fila. Todo el sentimiento estético, todas las exi­ distinta, que pueden enriquecer y enaltecer, ampliar y
gencias del buen gusto, al igual que el examen más no sólo aligerar, siempre que se respeten los verdaderos
riguroso, exigen una pronunciación distinta y, por lo principios estéticos.
mismo, emotiva, de los tres grupos verbales, con eleva­
ción esporádica, muy discreta, de la acentuación del «

bien, del grupo del medio. Pues lo característico en es­ Algo nos queda aún por decir, muy brevemente, para
tos versos, es el sobreponer dos ondas rítmicas, la una, no fatigar al lector, acerca de las dos últimas categorías
estéticas: la melodía y la armonía.
origen del perfil ternario por medio de los acentos del
segundo y del cuarto pie, y la otra, que mantiene, por d) Por lo que atañe a la melodía, sólo hemos de
la elevación central, el gesto germinado de la doble ponderar la obra de Maurice Grammont, la cual, en su
onda. Trátase de dos ondas que montan la una sobre .lama parte, presenta un número considerable de he­
la otra, igual que en tantos otros hechos artísticos de la chos muy bien observados, y muy metódicamente clasi-
misma índole, en que la sensibilidad estética, por el aná­ r.cados, referentes a las sucesiones vocálicas, o conso­
lisis armónico, distingue dos periodos diferentes, a tra­ nanticas en los versos, a sus agrupaciones y a sus
vés de una ondulación compleja. Digámoslo una vez :■■'rrespondencias por diadas, tríadas, héxadas y, en fin,
más: lo esencial en el metro poético, es el arabesco del eufonías que se derivan. Y conviene subrayar que
dibujo que traza la onda rítmica. r .edén aplicarse a todo sistema prosódico que organiza
228 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 229
un verso en un periodo bien estructurado, incluso con sonidos vocálicos, constituye este elemento melódico
otras formas que las del alejandrino regular. del verso. En conjunto, forman la gama de que dispone
Sin embargo, he aquí algunas observaciones comple­ este arte poético desde el punto de vista melódico. El
mentarias referentes a la estética comparada. empleo, aquí, por el autor de referencia, del término
Lo primero, fijémonos en que los hechos de esta armonía se relaciona únicamente con el sentido harto
suerte congregados se refieren, no ya, más o menos va­ impreciso (demasiado extendido para elevarse en su con­
gamente, a “la armonía”, sino, muy precisamente, a a tra), que le lleva a darle la significación de “combina­
m e lo d ía del verso.2» Son equiparables a los hechos que, ción feliz de elementos diversos” ( “Voccrb. t e c h . e t crit.
en música, hacen la melodía. Accionan las q u a lia de d e la p h il o s o p h i e ” s. v., se n s A ); y no al sentido más
los sonidos del lenguaje; los treinta sonidos ^ a t o r c c preciso de “carácter estético de lá sensación producida
vocálicas, dieciséis consonantes— del francés.30 Su modo por la audición s im u ltá n e a de varios sonidos” ( i b i d .,
de sucesión lineal, en que principalmente importan los sens T ) .
2D “Es menester —escribe Maurice Grammont (p. 381) que Para decir verdad, esta última definición (según la
las vocales se sigan en determinado orden; he aquí todo el secreto cual no existirían realmente hechos de armonía en
de la armonía del verso francés.” La sucesión de notas en deter .i poesía, siempre monódica) resulta por demás limita­
minado orden, es la propia definición del hecho melódico. Aceru da. En música, existen hechos de armonía incluso sin
de esto tenemos una frase excelente de Sénancour: La melodía, simultaneidad polifónica, sólo en la sucesión melódica
tomando esta expresión en toda la extensión que es susceptible de
tener puede resultar igualmente de una sucesión de colores o de los sonidos.. . D e ello se desprende que una melo­
de una sucesión de olores. Es el resultado de una sucesión bien día pueda tener, y tenga, de por sí, una significación
ordenada de ciertas sensaciones, de cualquier sene adecuada de esto armónica (aquella de la que debe inspirarse el acompa­
efectos, cuva propiedad consiste en excitar en nosotros lo que lla­ ñante cuando no adopta un estilo de puro contrapunto).
mamos exclusivamente un sentimiento” ( Oberaian Carta LX1).
(A propósito del último término, observemos que sentimiento no Los intervalos más significativos del movimiento me­
tiene el sentido actual, debido a los eclécticos, y designa simple­ lódico; el conjunto de las “buenas” notas, una vez
mente toda modificación intuitiva del alma. Pero esto ya es tema eliminadas las notas de transición, a menudo bastan
distinto.) . para sugerir, para imponer, esta armonía, implícitamen-
3o Por nuestra parte, contamos treinta y cuatro, con las cuatro
semi-vocales. No somos lo bastante competentes en fonética, para
*e existente en la melodía. Sin contar que la estructura
manifestar asombro al ver que M. Gramm ont no los contó aparte, ¿e la escala (hecho en apariencia únicamente melódi-
pero sí podemos afirmar su importancia estética. Ofrecen el gran :: i se refiere, con gran amplitud, fundamentalmente, a
interés de comportarse en el metro como consonantes y, sin embar­ hechos de armonía. Convendría, pues, hablar menos
co de introducir en él matizaciones vocálicas. Por ejem plo la U
de' ciertas palabras, como bruinc, bruit, nuit, pluie (que los análisis
d? ‘audición simultánea” que de relaciones “indepen-
de Gramm ont om iten, pues este autor sólo señala los hechos de Lentes de la sucesión” .
este tipo a propósito de diéresis y sinéresis), posee un interés estético Tomándolo así, convendría saber si la poesía, en su
perfectamente definido. Y hemos hecho suficientes estadísticas ■ túización del material fonético, se ocupa de hechos
acerca de la paleta de Chateaubriand, por ejemplo, para saber que
r : verdad armónicos.
la enorme frecuencia de las semi-vocales (1.87 por ciento son so­
nidos en las primeras páginas de “Atala” , lo cual es enorme en Maurice Grammont no se ha planteado este proble-
francés) contribuye mucho a la soltura y el colorido del estilo. cosa muy natural: es imposible planteárselo sin dar
230 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 231
un rodeo por la música, pero no por eso deja de ser diera serlo tan sólo en parte, o no serlo en absoluto. El
lamentable. problema es exactamente idéntico al de saber si la es­
La cuestión habría de consistir en averiguar si los cala musical puede basarse únicamente en razones de
conjuntos vocálicos, por ejemplo en los grupos de voca­ física acústica. Y actualmente sabemos (Helmholtz lo
les que caracterizan determinado miembro melódico del había ya parcialmente aseverado, Stumf lo ha demos­
verso — tríada o tétrada— y que son susceptibles de trado con mayor amplitud, y trabajos recientes lo han
oponerse a las de un grupo distinto, tienden, o no, a afirmado aún más) que, en determinados puntos, exis­
reunirse; si estas vocales mantienen entre sí relaciones, te una distancia considerable entre los subestratos físi­
y forman una especie de acorde, al que fuere lícito cos de la armonía y los datos artísticos. Distancia que,
oponer otros acordes (los cuales, sobra decirlo, se pre­ por varios motivos, podría ser aquí aún más señalada.
sentarían siempre bajo el aspecto “quebrado” de los Digámoslo de una vez: únicamente el estudio concreto
arpegios). Todo ello nos llevaría a distinguir, en la es­ de las armonías fonética^ en la literatura, de los distin­
cala melódica, relaciones análogas a las que, por ejem­ tos acordes y de sus relaciones; el estudio minucioso de
plo, ofrecen la tónica o la dominante, o la sensible, la paleta silábica de un Bossuet y de un Racine, de un
etcétera. Chateaubriand o de un Hugo, de un Flaubert o de
Habría que realizar investigaciones interesantes, pero un Baudelaire, puede permitirnos, quizá, hallar las afi­
difíciles. Sin adentramos por esta vía, señalemos úni­ nidades, las oposiciones, las relaciones armónicas de las
camente que convendría cuidarse de suponer que se cu alia del arte verbal, así como comprobar después si,
puede obtener “a priori” semejante escala (la cual ha­ efectivamente, estas relaciones pueden explicarse, siquie­
bría de buscarse por medio del examen de las obras de ra en sus rasgos principales, por medio de las relaciones
los grandes estilistas, además de los poetas), basándose fonéticas.
en agrupaciones, en afinidades o en oposiciones sacadas Investigación asaz difícil, pero emocionante. Di-
de la fonética.31 Pudiera ser cierto. Pero también pu- gamos tan sólo que la única melodía eficiente para
brindarnos estos acordes, es el método estadístico.
31 M. Grammont, en la medida en que se ha adentrado en Todos los iniciados en la ciencia criptográfica sa­
estos temas, parece suponer que el análisis fonético proporciona ben hasta qué punto es en ella instrumento penetrante
necesariamente los marcos de las relaciones. No diremos que esto ■ eficiente de análisis la búsqueda de las frecuencias.
es erróneo; pero sí que habría de justificarse. Existen puntos en los
cuales el acorde entre las relaciones fonéticas y las relaciones esté­
?e:o las frecuencias criptográficas sólo se refieren a las
ticas es indiscutible. Tiene razón M. Grammont cuando dice que, erras del alfabeto. Y todavía están por construir bue­
“fonológicamente, la e llamada muda es una vocal destacada” nas tablas de “frecuencias fonéticas” de las diversas
(p. 215); pero, desde el punto de vista estético, si esta letra puede •enguas (semejantes a las que utilizan, en sus trabajos,
destacarse cuando es acentuada, por ejemplo, cuando se escribe ’ : s criptógrafos) 32
en y le sigue una consonante, como en valeur, pierde su valor por
entero en su papel prosódico de letra muda, no omitida. Tal vez
los “hechos de escritura” desempeñen también aquí un gran papel. tipográfico (distinción que desempeña un papel importante en los
No nos olvidemos de que la poesía normalmente se presenta escrita, becbos erróneamente calificados de audición coloreada, los cuales,
se ofrece a la vista; ni de que los poetas, psicológicamente hablan­ a —mudo, son hechos de ‘lectura coloreada”).
do, con frecuencia tienen un lenguaje interior visual, e incluso 32 Al respecto, ya tenemos algunos documentos serios, en lo
232 MÚSICA Y LITERATURA LA MÚSICA DEL VERSO 233
Si se emprenden investigaciones de este tipo acerca tras que adquieren una importancia estética muy desta­
de los escritores, de los poetas franceses, los resultados cada. Ahora bien, examinemos la “Canción de los
serán interesantes para destacar las diversas armonías aventureros del mar” . Por P. Berret sabemos que esta­
sobre las cuales se basan les efectos estilísticos.33 ba compuesta hacía ya mucho cuando Hugo la insertó
El método estadístico es tanto más indispensable en la “Leyenda”, añadiéndole únicamente una estrofa.
a estas investigaciones, cuanto que sin él siempre se Cuál? Supongamos que no lo sabemos, y estudiemos
corre el riesgo de insistir subjetivamente en un valor os frecuencias. Éstas, efectivamente, aparecen todas
expresivo arbitrariamente imputado a ciertos sonidos, o acordes cón su paleta (con su gama, si se prefiere) ante­
que insisten especialmente en ellos por una elección que rior al exilio. Paleta clara y mate:
no responde a un predominio real. Pero el método
estadístico es muy eficiente en estas búsquedas. Para On fit ducs et grands de Castille
terminar, bastará con un solo ejemplo. Mes neuf compagnons de bonheur
Sabido es que Víctor Hugo descubrió, en sus años Qui s'en allérent á SéviUe
Epouser des dames d'honneur.
de exilio, el interés artístico de los diptongos nasa­
Le roi me dit: veux-tu ma filie?
les, de ciertas vocales graves, y de ciertas consonantes, Et je lui dis: merci, Seigneur. ..
tal como la b (oclusiva), pero no la t (que lo es igual­
m ente). En una palabra, que compuso una paleta en "Hicieron duques y grandes de Castilla / de mis nueve coni­
que los o n , los a n , la u larga, la b , la m (y también la fero s de dicha / que se fueron a Sevilla / a esposar damas
de honor. / El rey me dijo: ¿quieres mi hija? / Y le respon-
r, pero esta última, casi siempre la consonante más fre­
¿ gracias, Señor...]
cuente, predomina siempre en la gama hugolesca), le-

que al arte taquigráfico se refiere. Es la única base que hasta hoy Una sola estrofa nos da, estadísticamente, las fre-
se nos ofrece. Y no concuerda enteramente con los anhelos de los resencias de la paleta de Guernesey; hela aquí:
preocupados en la fonética y en la estética.
3-3 El examen armónico de las primeras páginas de “Atala’' J'ai lá-bas, ou les flots sans nombre
—aunque estudiadas, desde el punto de vista rítmico por P. Ser- Mugissent dans les nuits d’hiver
vien, proporciona con el método estadístico, resultados muy curiosos Ma belle farouche a l’oeil sombre
en lo tocante a la paleta fonética de Chateaubriand. Se comprue­
ba, por ejemplo, una frecuencia de 7.5 por ciento para el sonido r,
Au sourire charmant et fier
el cual tiene una frecuencia de 11 en un texto algo semejante de Qui chaqué soir chantant dans Vombre
Hugo (enorme diferencia estadística); una frecuencia muy elevada Vient m’attendre au bord de la mer. ..
de la e y de la a abiertas, así como de la i (6.9 para la e abierta,
que viene en primer lugar entre las vocales; y únicamente 4.8 en allá, donde olas sin número / mugen en las noches
el texto correspondiente de Hugo después de la a, la i, de eu y de fe rr -rerno / mi bella altiva, de mirada sombría, de sonrisa
an). Un número muy bajo de consecuciones directas de consonan­ lera de encanto y orgullo / que todas las tardes, cantando en
tes. La paleta de Chateaubriand es a la vez admirablemente bri­ ii *rc:bra / viene a esperarme al borde de la mar...]
llante y admirablemente nítida y luminosa. Se la puede comparar,
en pintura, a la de los pintores (por ejemplo, Monet) que se han
atrevido a asociar directamente tonalidades a un tiempo vivas y es, en efecto, la que data del exilio. Y por cierto,
claras. * sesee luego en forma bastante impresionante, quiebra
234 MÚSICA Y LITERATURA
LA MÚSICA DEL VERSO 235
hasta cierto punto todo el poema, con su colorido poé­ aier::a! de las materias primas. Se hallaban obligados
tico y estilístico muy diferente. Un poco a la manera z “ bajar con el barro, la tierra y las arenas de su te-
de un Rembrandt colocado entre unos Rubens. x a ñ a con los únicos colores que este terruño les pro-
¿Será menester decir que no obedece al hecho de a»:r^cnaba: verde cobrizo, azul cobalto, rojo hierro; y
que Faenzette, de Fiésole, tenía realmente los ojos ne­ iroe. c :n los acordes empíricos de esta guisa puestos a su
gros, ni a que, en verdad, el mar, en invierno, es duro £spcsición, con las formas que les permitían el pincel
en el golfo de Calabria (ni a que Hugo pensara en la a incluso el cuerno agujereado que utilizaban,
Mancha y en las mujeres de los marinos de Guernesey) n b a n dar a su obra un hechizo peculiar, insertando las
la existencia, en esa estrofa de las palabras altiva, som­ fcres. los animales, en amplias y sencillas estilizacio­
bría, encanto y orgullo? ¿ni tampoco la de esas r, esos nes, decorándolas con esmaltes refulgentes o sombríos,
on, esos a n , sino que esa música es la causa de que es >:licromía de hábil e ingenuo artificio, y componían
Faenzette tenga ese tipo de belleza en el crepúsculo ü s t a suerte, también ellos, una música.
marino? Y de desear es también que aquellos que estudian
; - ^estros poetas, reconozcan que la paleta del terruño
Esperamos que estas observaciones no hayan fatigado — _r¡a de las más ricas, una de las más variadas, y a la
excesivamente al lector; estudio que hemos deseado v ez de las más sinceras que darse puedan— permite, si
mantener lo más cerca posible del hecho artístico posi­ x la sabe emplear, un arte cuyos recursos en nada son
tivo y concreto. Uno de sus encantos, así logrados, con­ inferiores a los de aquellos de que se vanagloria cual-
siste justamente en dejar transparentar, a través del as­ : ~er otra música verbal.
pecto peculiar de los hechos, este hecho artístico más
profundo, más íntimo, que sólo puede ser destacado
por la comparación, y que permite advertir, en la poe­
sía, una música. Y digo una música, no a manera de
metáfora, sino porque así me lo imponen la correspon­
dencia, el empleo exactamente de los mismos medios,
conforme a reglas funcionalmente idénticas. Música en
verdad mucho más tosca, mucho más simple que la del
músico; y, sin embargo, no menos acreedora a la admi­
ración, por el modo en que, con medios y materiales en
efecto muy elementales, muy rebeldes; muy poco flexi­
bles, y que es preciso utilizar tal como nos los ofrece
el lenguaje, logra realizar ritmos, melodías y armonías
en verdad mágicas.
Sucede con el poeta, en cierta manera, lo que con
los ceramistas de antaño, de tiempos no muy remotos:
antes del desarrollo de la química, y de la mezcla co-
ESPACIALIZACIÓN DE MELODIAS 237
r.ores, a unas artes tan distintas entre sí, una de las
; jales se dirige a la vista, en lo simultáneo, por unos
S exta P arte
rasgos susceptibles de ser trazados en negro sobre blan­
M Ú S IC A Y A R T E S P L A S T IC A S co, con pluma sobre papel; la otra al oído, en la suce­
sión, por estremecimientos esporádicos del aire, por la
•igración de una cuerda de chelo, o de una garganta?
El problema sólo es interesante cuando se penetra
completamente en él, con todc el aparato de conoci­
X X IX . A RA BESCO Y M E LO D IA mientos científicos, filosóficos y artísticos necesarios
para establecer una convicción sólida y unas conclusio­
IN T R O D U C C IÓ N
nes que tengan el rigor del hecho objetivo. Si sólo se
reatara de sostener una metáfora y de justificar una ana­
Y a h e m o s hablado del arabesco, a propósito de la curva
logía sentimental, ya habríamos dicho bastante.
rítmica del verso, de esta curva que es uno de los me­
Así es que pedimos al lector tenga suficiente pacien­
dios más potentes de su magia. Es el propio gesto del
t a para seguir una demostración de filosofía científica,
mago; el acto al cual va unida, por el solo perfil del mo­ ¿entro de la atmósfera de la estética seria. Si prefiere
vimiento, una virtud, una eficiencia, una acción de a estética fácil, podrá contentarse con echar un vistazo
taumaturgo: hechizo, embrujo, beneficio, encanto o sor­
a las figuras de los tres capítulos siguientes: xxx,
tilegio. Más tarde habremos de averiguar qué es lo que xxtt y x x x i i . Y, a lo que quede en su mente del
surge de este sortiligo: rostros o paisajes, plantas fantas­ expediente de la cuestión, podrá añadir que todo el des-
males o ciudades míticas. Por ahora, prosigamos nues­ «rollo que ilustran se encuentra escrito en forma que
tra investigación tal como la llevamos. Preguntémonos es igualmente valedera, desde el punto de vista del fi­
si esta palabra arabesco no es una comparación, una sco. del psicólogo, del decorador y del músico. Se trata
metáfora. ¿Acaso, aplicada al ritmo de un verso, o al coto mente de hablar a la vez por Helmholtz, por Berg-
perfil de una melodía, indica sólo la comunidad de c c . por el Perugino y por J. S. Bach, y de resultar
principio artístico, la proximidad del lugar en el esque­ mcvmcente en nombre de cada uno de ellos, según las
ma de una clasificación? ¿Acaso no es posible ahondar sigencias más estrictas de su disciplina. Discúlpese
más en estas correspondencias? Éste es el problema a per tanto cierta tecnicidad, y el requerir en cierto
la vez más importante, más imperativo, más central, y v a d o , la atención del lector.
también más exigente; el más difícil que se nos plantea.
Y en la comparación entre la música y las artes plás­
ticas, es en donde (tomando el toro por los cuernos)
este problema aparecerá mejor centrado, más directo. X X X . EL PRO BLEM A D E LA ESPACIALIZACIÓN
Lo plantearemos primeramente de este modo: ¿acaso D E LAS M ELO D ÍA S
existen afinidades morfológicamente precisas entre cier­
1 a tesis de un parentesco estético entre el arabesco y
tos arabescos y ciertas melodías? ¿Acaso pueden impo­
* música, aparece en una obrita más a menudo citada
nerse leyes estructurales análogas, hasta en sus porme-
236
238 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS ESPACIALIZACIÓN DE MELODÍAS 239
que leída, y ya antigua: el famoso opúsculo de Hanslick, Pero este no es el problema. No se trata de formar
V o n M u s ik a lis c h e n S c h ó n e n , 1854.1 -arrias acerca de la esencia de la belleza musical, o del
Uno podrá asombrarse de que una idea tan notoria­ t í !'ir más o menos sentimental del arabesco. Se trata
mente justa y fundamentada haya provocado gran resis­ ¿e saber (y es, ésta, una de las cuestiones en que sólo
tencia. Las objeciones que se le hicieron, en la mayoría • m cd e intervenir el estudio positivo de los hechos), si
de las veces, obedecen, bien sea a un desconocimiento de analogías morfológicas positivas entre las obras
la verdadera naturaleza, e incluso de la importancia his­ m incales y las obras del arte ornamental; si, por ejem-
tórica del arte del arabesco (al que conviene sumar, en á r una transposicióir ,spacial de la línea de una mejo­
la época moderna, la “pintura pura’': e insistiremos una ra rruporciona una curva con valor decorativo y perfil
vez más en este punto); bien sea a la confusión que i;-Liractorio, desde el punto de vista de las exigencias
con frecuencia se establece (y de la que el propio Hans­ ts r : ;-.ules de la estética del arabesco. En caso afirma-
lick es, hasta cierto punto, responsable) entre la idea t r e. la experiencia resulta crucial; y a nuestras teorías,
tan justa de esta afinidad, y las tesis más sujetas a con­ a s -ertras opiniones estéticas, es a las que corresponde
troversia de una estética “formalista”, e incluso “inte- n - ; : en cuenta este hecho y explicarlo, si es posible;
lectualista” . m hay opinión que pueda nada contra un hecho.
Consecuencia de tal confusión es que, a menudo,
aquellos que quieren combatir la tesis de Hanslick (cual,
serenidad”; y los impares: "una vaga melancolía, inquietud,
por ejemplo, antaño, J. Combarieu),2 emplean (por áirmbre”. Muestra en qué forma los entrelazados pueden exal-
una extraña desorientación del tema) gran parte de sus v ado esto: "La imagen derivada de la asociación del cuadrado
esfuerzos en reivindicar en su contra los derechos del m “ acagono da idea de la eterna inmutabilidad, la que tiene por
sentimiento en el arte. Cual si un arabesco, o una pin­ ■ ■ k e¿ heptágono, la de un impreciso e inquietante misterio”, e tc...
T » -•= -ta Balzac algo responsable de la tesis contraria: “Con el
tura pura, hubieren de hablar tan sólo a la inteligencia, Afenrr que da la paternidad, el anciano siempre elegía sus obse­
y no implicaran un interés sentimental, ni una facultad s a s rrtre las obras cuya ornamentación pertenece a este género
de emoción.3 '.lamado arabesco, y que, al no hablar, ni a los sentidos,
S a i-ra. hablan únicamente al espíritu por medio de las creacio-
1 Esta tesis, por otra parte, también ha sido defendida en otras fantasía pura” (L ’Eníant maudit, ed. Bouteron, p. 140).
obras. En L ’E sthétique, de Ch. Véron, páginas 369 ss., se citan x contemporáneo de Balzac, Edgar Poe, al titular Tales o í
páginas jugosas de Ch. Beauquier (Philosophie de la Musiquc, r —^rsque and the Arabesque una compilación de sus cuentos,
pp. 193 ss.), que siguen siendo interesantes: "La impresión general alguno quería decir que la especie de la rareza que buscaba
de la música en el oído es la del caleidoscopio en la retina”, etc. causar, ni terror ni risa, ni nostalgia poética, ni otras mil
2 La Musique, ses ¡oís, son évolution, 1913- (pp. 37-42). mas sutiles. En las “Memorias” de Ccllini (t. 1, capitu­
3 Hemos de lamentar además el encontramos, en un maestro l e una página curiosa, que alaba “estas hermosas y capri-
de la estética tan notable como Lionel Landry (La Sensibilité Musi- m a-ncntaciones que los ignorantes llaman grotescos”. Por
caJe, primera ed., 1931, pp. 167 ss.; 171 ss., 174, y sobre todo conviene consultar, acerca de la significación estética de
183) huellas de este prejuicio. Hace ya mucho que Gayet (L ’Ait . i aquellos que gustan de él, y no a aquellos para cuya
árabe, pp. 96-98) escribió cosas excelentes acerca de los valores s arre es hermético. Resulta bastante divertido comprobar
sentimentales de los entrelazados y las combinaciones poligonales de Franck, en el prólogo de su “Diccionario de las Ciencias
la decoración islámica. Observa cómo los polígonos yuxtapuestos en al hacer la crítica del Encyclopádisch-Philosophisches
números pares despiertan “sentimientos graves, impregnados de áe Krug, y al reprocharle el “no responder a la seriedad
ESPACIALIZACIÓN DE MELODIAS 241
240 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
Pero la experiencia es delicada, es una de las más • p ie jo sincrético en el cual la audición discierne (por
difíciles y de las más importantes de la estética com­ ■ P armónico) voces polifónicas distintas: pero son
te curvas de cada una de estas voces polifónicas las
parada. se trata de conseguir. No disponemos de aparatos
¿Acaso es posible aducir fenómenos físicos, que me­
cánicamente originan figuras decorativas por medio de ■ ■ ceptibies de hacer mecánicamente este análisis armó­
vibraciones musicales? Uno piensa, bien sea en los re­ te- Los aparatos de análisis armónico, cuyo tipo pre-
motos experimentos de Chladni (figuras conseguidas el mareógrafo de Kelvin, no nos pueden servir de
por vibración de una placa enarenada), o en la prosecu­ sa¿_¿ en este caso. Por lo tanto, es menester construir
ja s curvas de que hablamos a partir del documento
ción de estos experimentos por Savart (quien procuró
clasificar las figuras), o en el “eidófono” de Mrs. Watts T-rcal (en el cual este análisis ya ha sido hecho).
Hughes (Voice figures, 1891); o, por último, en los he­ bien, ¿según qué principios? todo el valor del
chos, mucho más recientes, referentes a los arabescos «per.mento estriba en la elección racional de las coor-
originados por los medios ópticos utilizados en la téc­ tecadas.*
nica de la película sonora.4 I Repetimos que tales discusiones no pueden tratarse frívola-
Algunas de estas figuras tienen notorios caracteres st££. (Por ejemplo, lamentamos ver figurar en obra tan impor-
estéticos, pero, con frecuencia, tales caracteres son for­ rr como La Musique et la vie intérieure, 1921, de Bourgués et
taz, “curvas dinainogénicas” de la música, conseguidas ‘|por
tuitos; obedecen a determinadas condiciones del experi­ 4 * ludimiento simplificador de la intuición”). En general, el
mento (simetría en las figuras de Chladni, por ejem­ debe estar alerta contra esta clase de apreciación estética,
plo), independientes del hecho musical básico. No es i----- en confusas equivalencias impresionistas, en un problema en
el hecho musical, sino el artificio físico empleado, el se’o tiene interés el experimento realizado conforme a métodos
te^esos. Y en fin, recordaremos, para un público de otro tipo (es-
que introduce estos caracteres morfológicamente satis­ ^Ealmente para los físicos) que el hecho artístico adecuadamente
factorios, sin que correspondan a nada inherente a la atezado tiene su carácter positivo propio; y que en donde existe
música. Nos hallamos en presencia únicamente de una tercien da entre las prácticas del arte musical y el punto de vista
“estética de la vibración”. E igual observación cabe ha­ 41 “ usico, conviene no pensar que es el músico quien se equivoca
« ._e aprecia sentimentalmente, y en forma confusa, hechos que
cer respecto de las curvas de la grabación en película. te » el tísico puede abarcar con el debido rigor), aunque esta diver-
Parte de sus caracteres estéticos se deben a la máquina y r~-i es, en sí misma, un hecho positivo, que obedece a sus razó­
grabadora (por ejemplo, las inflexiones sobre segmentos s e . Vnas son psico-fisiológicas; otros propiamente estéticos; mas no
de círculo, debidas al aparato galvanométrico). El ma­ w f que olvidarse que el hecho estético (o, si se prefiere, referente

yor defecto de estas curvas es, primero, que descompo­ a iridio positivo del arte) es un hecho completamente objetivo y
n i Muchos hombres de ciencia ignoran hasta qué punto la esté-
nen en ondas distintas lo que para la sensibilidad aparece s a i ede constituir una disdplina rigurosa, que estudia, conforme
como algo continuo; segundo, que estas ondas dan el c setodos adecuados, hechos específicos, harto distintos de los he-
t e s tísicos referentes a la estructura de los materiales: guardan rela-
a x :on el “empleo” artístico de estos materiales, según reglas que
del tema”, atestigua la presencia de un articulo sobre los “Arabes­
k rata, justamente, de destacar, y en que la desviación eventual
cos”, como "| inadecuada digresión” en una obra de esta índole!
mm. respecto a la sugestión del físico es sintomática. Esta última
* Puede consultarse un articulo interesante en Nature, del 15
teaervadón es, por cierto, especialmente importante para el capí-
de noviembre de 1932. Véase también la presentación de la “pista S l x x x u i , que tratará en particular de esta desviadón.
•añora” en “Fantasía”.
ESPACIALIZACIÓN DE MELODIAS 243
242 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
J, Combarieu, a quien acabamos de mencionar, nos i-otada a la vez por un sistema de signos convencio-
proporciona a la vez la indicación del lado hacia el cual rules (blancas, negras, corcheas, etc.) y, hasta cierto
rcr.to, por espacios proporcionales.
es preciso dirigir nuestra investigación, y de lo que con­ En segundo lugar: hechos disparejos están represen­
viene evitar muy en particular, cuando nos dice (op. cit.,
p. 40): ''He considerado una pieza de música, el Ada­ tó os del mismo modo. Entre la quinta justa (do-sol)
- la quinta disminuida, o tritón (si-ja) no existe nin-
gio de la Sonata Patética, y en papel de copia, he tra­
zado el arabesco logrado al seguir las líneas melódicas rona diferencia gráfica. Parte de los estudios musicales
(textual). El resultado es de lo más desagradable, in­ ^^mentales responde a la necesidad de restablecer men­
coherente y absurdo. Es un experimento que creo inte­ tórnente la diferencia de los hechos que la notación
resante, pues, por más que Hanslick hable de sus “líneas te resenta idénticamente. Por igual, los intervalos de
sonoras", sólo las podemos captar como líneas en el es­ o de semi-tono diatónico, de la tercera mayor o
pacio. Y estas líneas son un garabato carente de valor". ior, anótanse del mismo modo. (El intervalo gráfico
Combarieu no se explica acerca de ninguno de los re una nota escrita en una línea del pentagrama y
convencionalimos de coordenadas que ha podido hacer s neta escrita inmediatamente arriba de esta línea, co-
(¡y en ello estriba todo!) para lograr estas líneas meló­ Terponde a un tono entre do y re; a un semi-tono entre
ye t fa.)
dicas. Incluso la intervención del papel de copia para
“seguir” estas líneas, parece indicar que calcó estas cur­ En tercer lugar: hechos idénticos se representan en
vas sobre las notas de la partitura escrita, agrupándolas distinta. No me refiero únicamente a la diferen-
O V U ftv
mo sí
¡como
.
si se tratara de la gráfica de una re
temperatura!
m p c Id lu iu . ce posición (en las líneas o entre las líneas) de las
híen. el intento no es enteramente
Mirándolo bien, abs,ir- I
absur- crias notas de octava a octava, de modo que se da
•' ------ :„„i
do. En efecto, nuestro sistema de notación musical es, I i “no-ciclicidad” gráfica para hechos esencialmente
hasta cierto punto, un intento por traducir en relaciones ices. Pienso en la multiplicidad de las claves: la de
en el espacio hechos musicales. Pero importa mucho a de sol, la de do en tres posiciones, más las de los
averiguar por qué razones esta tradución resulta imper­ ■ irramentos de transposición. Con lo cual en seis ins-
■ entos — por ejemplo el órgano en clave de fa, el
fecta e insuficiente. : en clave de do tercera, el violonchelo en clave de
Primeramente: la notación musical tradicional es
heterogénea. La altura absoluta del sonido se designa rmrta, el corno inglés, que se escribe una quinta
en ella, unas veces por el lugar que las notas ocupan en í irriba de la nota real, el corno de armonía, que se
el pentagrama, otras, por un sistema totálmente dife­ nóre una octava más arriba de la nota real, y el clari-
rente: el empleo de signos convencionales, tales como I t n s i bemol, que se escribe en clave de sol y se lee
sostenidos, bemoles, becuadro, doble sostenidos, doble I Eare de do cuarta — que dan al unísono el mismo
bemoles. Reparemos en que la noción de tonalidades I tendrá, en la partitura orquestal ¡seis represen-
“simples" (do mayor, ¡a menor) o complicadas (la sos­ am -es distintas!
tenido menor, do bemol mayor) sólo se refiere a esto; En cuarto lugar: un sonido que no pertenece a
hechos de escritura. Acústicamente, no corresponde ; sistema musical occidental y moderno, no tiene
nada. Añadamos que la duración de los sonidos qued¿ ttación en esta escritura. Ésta resulta inutiliza-

/
244 M Ú SIC A Y A R T E S P L A ST IC A S
E SPA C IA L IZ A C IÓ N D E M E L O D IA S 245
ble, no sólo cuando trata de escribir ciertas músicas
exóticas (lo cual la hace impracticable para el sociólogo) Otra solución, muy natural y en todo caso instruc­
sino incluso para anotar un sonido físicamente presente tiva, es la siguiente: tomar en abscisas los tiempos, y
en nuestra práctica orquestal, si bien extraño a la escala ordenadas las frecuencias físicas de las vibraciones;
de Zarlin.6 Por tanto, tampoco el físico la puede uti­ r reunir (prolongando en línea recta la curva durante
lizar. reda la duración del sonido) las notas pertenecientes
a la misma voz melódica.
Todas estas razones hacen que la escritura musical
actual, no sólo no proporcione, en modo alguno, una Apliquemos estos principios al Adagio de la P a té -
transposición del hecho musical, sino que deba ser con­ •zca (ya que es la pieza que sirvió para el experimento
siderada como muy primitiva y enteramente irracional. fe Combarieu). Obtendremos, para los ocho primeros
rompases, las curvas siguientes:
No se trata, por supuesto, de sustituirla p r á c t ic a ­
m e n t e por otra (la escritura tradicional ya está demasia­
do incorporada a nuestra cultura, y representada por una
edición demasiado abundante), pero la estética general
desearía disponer, para investigaciones teóricas, lo mis­
mo que para estudios prácticos acerca de las músicas
primitivas o exóticas, y asimismo de los hechos acústi­
cos, de una escritura racional, susceptible de ser utilizada
en todos aquellos casos en que la usual es insuficiente.
Más adelante, propondremos una solución a este pro­
blema.
Tornemos ahora a nuestro problema gráfico.

6 Por ejemplo, en los debates de los físicos acerca de la génesis


de la escala, se omite con frecuencia el decirnos qué sonido como
los armónicos nV 7, y sobre todo 11, surgen a un tiempo de nuestras E l experimento ya resulta concluyente. Las curvas
tonalidades y de nuestra escritura, y entran en ellas únicamente
2£ halladas, no son “incoherentes" ni “absurdas". Por
merced a los convencionalismos que, por ejemplo, anotan como h
sostenido el onceavo sonido del corno en do, a pesar de que todos d : ntrario, aparecen notablemente equilibradas. E l ba-
saben que se encuentra a medio camino entre el fa becuadro y ei ^reeo regular del dibujo de acompañamiento, por el
fa sostenido. Prácticamente, el físico posee su propia escritura: em­ ría ’ el tenor ocupa, pudiérase decir que constantemente,
pica nombres de notas escritas con todas su letras (nombres que,
entonces, cumple interpretar en el sistema pitagórico), realzadas
Bao una sola voz, dos planos armónicos (la armonía
por sostenidos y bemoles, con indicación del lugar de las octavas, v a sre ce como de tres voces, y en realidad tiene cuatro)
(según el procedimiento introducido por Helmholtz), subrayadas, :*■ ta curiosamente proporcionado al movimiento co-
encapuchadas con una o dos líneas, para anotar los sonidos pitagó­ adativo de las otras dos voces. También de éstas se
ricos, rebajados o elevados con una o dos comas. En calidad
redeña el gesto en una forma enteramente satisfactoria.
“escritura”, el procedimiento es rudimentario y primitivo. Pemr
anotar “sonidos aislados”, pero no es una verdadera escritura musi L i anea del bajo, unas veces siguiendo, otras compen-
■ odo, la de la contralto, en un movimiento mucho más
246 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS ESPACIALIZACIÓN DE MELODIAS 247
estilizado, tiene con la de encima una relación en reali­
dad equiparable a aquella en que se encuentran, por
ejemplo, las bases más austeras de un edificio con las
partes superiores, tanto más labradas, cuanto que apun­
talan sin actuar. Pero, lo que aquí atrae especialmente
la atención, por interés estético es la línea melódica. Su
analogía con las que combina el arte del arabesco no
puede discutirse. Para facilitar esta aseveración, recurri­
remos a ciertas obras decorativas positivas, iconográfica­
mente comprobadas, situadas. Un poco más adelante
(suprimiendo la parte del fondo, las palmas y escudos,
sobre el cual destaca el arabesco propiamente dicho)
ofrecemos una decoración mudéjar.
Uno puede, desde luego, no gustar de este género
de arte, igual que uno puede set refractario al estilo de
Scarlatti, o de Pórpora. Pero no cabe duda de que hay
mentes que gustan de su encanto (“ .. .Una decoración -ocar las significaciones peculiares de ciertos ejes horí-
a la vez maravillosamente opulenta y de una nitidez im­ zr-tales de estas curvas, ejes que corresponden a las
presionante”, dice H. Mayeux, en La Com position dé- ‘'-cenas notas” (cual dicen los músicos) de la tonali-
corative, p. 141, de quien tomamos este documento.. .).7 elegida. ¿En qué indican, plásticamente, que el
Y esas mismas mentes hallarán una satisfacción de igual rmeipio descansa en el acorde perfecto de tónica,
índole en las combinaciones lineales del diagrama an­ d cuarto compás en el de dominante, así como las dis­
terior. ertas propiedades de estos acordes? Y asimismo, ¿cuáles
Con todo, conviene no equivocarse acerca del al­ oo. aquí, las relaciones consonantes y disonantes? Pode-
cance de esta analogía. Las cualidades plásticas de este ■ cs. desde luego, advertir, en la segunda mitad del
diagrama no son las mismas que las del fragmento mu­ xcmto compás, cuán juntas aparecen las curvas; y esta
sical que lo determina. Sería imposible pretender que ■ odación, así como la posición del compás, permiten
nadie pueda, al verlo, sentir exactamente las mismas im­ —~-.cnocer el intervalo disonante de segunda. Pero, plás-
presiones que al oír el Adagio de la Patética. mente, esta relación no ofrece nada comparable a la
En primer lugar, porque estas gráficas no pueden r-rresión que resulta de la audición simultánea del re
7 Lo hemos tomado expresamente de la mas clásica de las obras hr-nol, y del mi bemol; y, en forma general, hay que
acerca del arte decorativo, para que no se nos pueda acusar de ha­ ■ conocer que tales diagramas sólo trasponen efectiva-
ber querido presentar un documento favorable, o de haber aprove­ arte, en el orden visual, el elemento contrapuntístíco
chado una coincidencia excepcional. Como se ve, confrontamos el x b música.
famoso texto musical que sirvió a Combarieu para su experimento,
con el ejemplo típico de arabesco suministrado por la obra más clá­ Uno podría dejarse llevar de la tentación de estable­
sica, y la concordancia es asombrosa. ce- una analogía “expresiva” en esta clase de delinca-
248 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS ESPACIALIZACIÓN DE MELODIAS 249
dones. Los movimientos de la melodía ¿acaso no tienen «co r (dejaría de ser un drama) si no fuera cierto que
las mismas cualidades de significación sentimental, los ecsten rostros tiernos o desgarradores, severos o adora­
mismos valores de actitud, que los movimientos corres­ res. independientemente del alma que está más allá?
pondientes del arabesco? Sigamos con la vista la melodía : no cáfpduda de que estos rostros son tiernos o des-
beethoveniana. Primero, titubea en torno de su eje me­ ssmadores, simplemente a ca u sa del arco de una ceja
diano; claramente se eleva; torna a bajar dos grados; ar esta u otra forma, de una boca más alta que ancha,
rápidamente torna a elevarse, como en un vuelo de tres ie una nariz como la que pudo haber cambiado la
aleteos, para inmediatamente descender, y, unas veces 2 z del mundo. Es todo el secreto del drama de ciertos
paulatinamente, otras con movimientos amplios, subien­ * n ::e s , esta esencia peculiar de la forma visible. Y tam­
do y bijando, para, poco a poco, con un movimiento ben es toda el secreto, o al menos uno de los secretos,
cada vez más regular, más sereno, más grave, y en cierto á r k música (y, generalizando, del arte), esta esencia
modo monumental, venir a descansar al nivel de uno jerah ar de la melodía (y también de la línea; del acorde
de estos ejes característicos de la figura; mientras las ée los colores, y así sucesivamente). No cabe duda de
otras dos curvas participan igualmente en esta serenidad una melodía resulta indolente o irónica, soñadora
directamente figurada por las oscilaciones gradualmente • msneña, ingenua o perversa, cruel o burlona (y que
amortiguadas de la curva mediana. ¿No se dan acasc a i sea posible realmente amarla) a causa de una apoya-
mentes, rápidas para la transposición visual, que creerían t e z de la mediante (lo cual implica una interrogación),
ver una figura femenina envuelta en velos negros, desli­ una disonancia inferior de retorno de un tono entero
zarse por el pretil de una terraza; elevarse primero; des­ i cual tiene un encanto arcaico), de un movimiento
pués bajar por una gran escalera hacia unas aguas som- . ~)dico que recorre la octava sin sus semitonos (lo
brías, cuyo lento ondular se expresa por el balanceo del I tiene un sabor extraño y exótico) y así sucesiva-
acompañamiento, y bajo las cuales su reflejo evoluciona I Y esto nos da la clave de la significación exacta
simétricamente en los movimientos simplificados dei estas transposiciones lineales de la música. No nos
bajo? fn enteramente el hechizo, pero hacen resaltar los
Pero esto, desde luego, es literatura. Es lo que en­ formales que lo originan.
tienden del embrujo de la música, los que no entienden Hay una frase muy bonita de Chateaubriand. Habla
de música. b u mujer, de una mujer música: “Parecía — dice— ,
La delincación melódica actúa en nosotros por sus s: fuere ella misma melodía visible, y que diera
cualidades propias (y no por ninguna evocación del sev i sus propias leyes.” 8 Es el ideal mismo de ciertas
gundo grado). Para todo músico existe, en ciertas series Aciones coreográficas.
de sonido (igual que para el decorador en ciertas infle* ;nal sucede con el arabesco conseguido de este
xiones de las líneas) algo triste, tierno, animado, o apa­ : en cierta manera (con ciertas reservas que no
sionado, sin que ello pueda explicarse con medias pala­ 3S de hacer) se trata, en efecto, de la melodía
bras, una evocación extema, una asociación de ideas. E* y que da vida a sus propias leyes.
la m e lo d ía e n sí, la cual es tierna o triste, desgarradora,
severa, adorable, igual que un rostro. ¿Qué sería de ~.nto$ publicados por V. Giraud, Chateaubriand (p. 20).
252 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
artístico de esta forma de arte) no se respeta aquí en
modo alguno. Plásticamente, la aparición del tema con X X X I. A CERCA D E LA E SC R IT U R A M U SIC A L
la voz de tenor (a la izquierda de la figura) queda más RACION AL
o menos equilibrada estéticamente, a pesar de estirarse
demasiado en sentido vertical. Esto último ya es exce­ ;A qué condiciones ha de responder una escritura mu­
sical racional?
sivo en la respuesta del alto. Y cuando, en el octavo
compás, los altos se apartan con idéntico movimiento, Primero: tiene que manifestar, por medio de rela­
para dejar libre la entrada del bajo que torna a tomar ciones aritméticas, los intervalos reales de los sonidos
en la melodía.
el tema, éste, en cambio, resulta de tal modo aplastado,
que apenas si es posible reconocer en él la forma te­ Segundo: tiene que expresar,, por medio de notacio­
nes cíclicas, los fenómenos cíclicos en los cuales se basa
mática.
h organización musical por octavas (identificación no­
Todo hombre de ciencia, acostumbrado a manejar
minal de los sonidos de relación 2/1 de frecuencia, base
los métodos gráficos, podrá darse cuenta inmediata­
del apoyo de las quintas en la octava y, por consiguiente,
mente de lo que se trata: para restablecer la identidad
de la estructura de nuestras tonalidades).
morfológica, es menester utilizar coordenadas logarítmi­
cas; por tanto, tomar en ordenadas los logaritmos de las Tercero: debe presentar la altura absoluta de los
sonidos.
frecuencias. Es decir, los intervalos melódicos.10
Mas conviene hablar con precisión. ¿Qué princi­ Cuarto: ha de poder anotar un sonido puro cualquie-
pios es menester adoptar para establecer racionalmente n , incluso extraño a nuestro sistema musical occiden­
tal moderno.
los valores aritméticos de estas ordenadas logarítmicas?
Aquí es en donde interviene provechosamente la so­ Fácil es demostrar1 que la siguiente solución del
problema es la única matemática posible.
lución a discutir del problema, antes planteado, de la
escritura musical racional. En efecto, ésta nos propor­ En primer lugar, se puede demostrar que, al llamar
ciona a un tiempo un instrumento de trabajo amplia­ x el número que es preciso hallar para designar una
mente útil, y una solución cómoda y precisa del proble­ ■ ota. y n el número de vibraciones por segundo corres­
pondientes, la fórmula siguiente:
ma ante el cual nos encontramos.
Pero esto requiere capítulo aparte. 16
X = 12 log: 11 X ------
b 435

10 Un psicólogo pensará, quizá, al respecto, en la ley de Fech- Véase nuestro artículo “L ’a/gorithme musical”, ( ‘‘Revue
ner y considerará las frecuencias físicas como excitantes, a los que hique”, 1927, 9-10, pp. 204 ss.) que ofrece, en forma más
responden, a título de sensaciones, las impresiones musicales. Mas, a, las discusiones de las que sólo reproducimos aquí los re-
ello sería una interpretación a la vez simplista y anticuada. No se esenciales, con algunas ligeras modificaciones, que tienen
trata de sensaciones, sino de percepción de las formas. El hecho es ob-eto aprovechar los progresos de esta cuestión desde aquel
que sucesiones de sonidos, bajo relaciones geométricas de frecuencia, es, o bien aportar algunos perfeccionamientos prácticos de
se traducen, para el oído, en movimientos de módulos aritméticos. a los procedimientos ya propuestos. También se encontrarán
En esto se basa la noción melódica de intervalo. jenas de las figuras que aquí reproducimos.
253
254 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS ESCRITURA MUSICAL 255

(fórmula cuyo principio consiste en sustituir los loga­ b res, e n c ifra s , de las siete notas de la escala. Do, re,
ritmos de base d ie z por los logaritmos de base d o s ) m i, fa , sol, la , si, d o , se llaman de este modo, tres, c in c o ,
proporciona, para todos los sonidos musicales, valores siete, o c h o , d ie z , d o c e , d o s , tres, y se escriben 3, 5, 7, 8,
aritméticos que responden a todas las condiciones del 6, 0, 2, 3 (respecto al 0, conviene no olvidar que, en la
problema, c u a n d o e l r e s u lta d o e s tá e s c r it o e n n u m e r a ­ numeración duodecimal, el 10 es el doce); por ejemplo,
c ió n d u o d e c im a l.
•50 significará el la de la sexta octava.3 Es el la del dia-
En efecto, cada nota de la escala temperada, en es­ oasón.4 Bastará, en fin, con saber que un sostenido
tas condiciones, queda expresada por un número de dos iemperado, o un bemol, se expresan por la cifra, supe-
cifras, de las cuales la primera designa constantemente ñor, o inferior en una unidad, a la de la nota natural.
el lugar de la octava, a partir del origen indicado por la Como el f a es 8, el f a s o s t e n id o será 9.
fórmula (tomándola un poco más abajo del umbral in­ Para transformar estas cifras en medio práctico de es­
ferior de la audición musical), y la segunda designa, en critura, bastará con adoptar las convenciones siguientes:
cada octava, siempre la misma nota de modo que co­
3 Corresponde a la tercera octava de la notación usual, cuyo
rresponda al la , como cifra de unidades 0 (al d o : 3; al ■ agen (según lo propuesto por Sauveur) está en el do de 32.3 vi­
d o s o s t e n id o : 4; al r e : 5, e tc .). Como se sabe, es menes­ braciones; convencionalismo tan poco acertado que obliga a anotar
ter, en la numeración duodecimal, contar con dos ci­ a * índices negativos sonidos musicales corrientes (el 7a de la parte
fras más que en la decimal: pongamos que 6 significa I s a del piano, es la - 1). Repárese en que el número 60, en nu-
■ eadón duodecimal, se encuentra en la misma posición mediana
d ie z , y to significa o n c e . el 50 de la numeración decimal, con relación a 100.
En efecto, se podría demostrar que las condiciones 4 Se trata del Ja del congreso de 1859 (de 870 vibraciones). En
exigidas no pueden cumplirse si se emplea una nota­ una comisión “internacional” (?), teniendo en cuenta la
ción matemática basada en el sistema decimal.2 da tendencia imperante a elevar el acorde (tendencia fa-
La fórmula que acabamos de dar es la ju s tific a c ió n a ciertos efectos orquestales, en particular para los solistas,
muy lamentable para el arte del canto) ha autorizado un Ja
m a t e m á t ic a de la notación, con r e la c ió n a lo s d a t o s d e n 0 , que es el que actualmente se distribuye radiofónicamente,
la fís ic a . Pero quien quiera utilizar prácticamente esta r^hargo, en todo esto hemos mantenido el valor tradicional
notación, para nada necesita conocer su fórmula fisico­ rCra parte, siempre legal en Francia) del la, pues toda la lite-
matemática. Le bastará, totalmente, con saber los nom- sobre este tema, al igual para los físicos que para los musicó-
está escrita conforme a este convencionalismo, por lo que
odoso complicar la cuestión con la intervención de un Ja
2 Esto es lo que ha hecho que fallaran los principales teóricos ente elevado, por deferencia al high pitch americano. Si
que se han ocupado de este problema. Ellis y HombosteL intenta­ s acabara por ser adoptado por los físicos y los musicógrafos,
ron, cierto, decimalizar la medida de los intervalos musicales, to­ en la fórmula matemática general que hemos dado más
mando como unidad la centésima parte del semitono temperado, con sustituir por 440 el divisor 435. Basta, desde luego, con
pero existen 1 200 unidades de esta clase en la escala; y no exisS que la cifra duodecimal 60 responde al Ja del diapasón y
la periodicidad en la octava. En cuanto a la unidad de los físico, a -i fórmula dada antes, la última cifra debe fijarse conforme
el savart o intervalo cuyo logaritmo vulgar es 0.001, que responde aVrra del diapasón adoptado. Pero, desde el punto de vista
enteramente a la necesidad de decimalidad, renuncia totalmente y artístico, es lamentable hacerle el juego a la manía
a adaptarse a la organización musical de los sonidos. La misma octava batía lo alto. ¿En dónde quedará el la en el año 2000 (es
se lleva en sí un número irracional, o sea 301.03... El semitoo» ■ rarrn de 53 años)? Y entonces ¿quién podrá cantar a
temperado vale algo más de 25.
256 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
ESCRITURA MUSICAL 257
Cada cifra habrá de representar una unidad de du­
V, para demostrar que todo hecho de nuestra músi­
ración que habrá de ser inicialmente designada (casi
ca necesariamente tiene su expresión, rigurosa y muy
siempre, la semicorchea; pero a veces basta con la ne­
sencilla, en este sistema, he aquí otro ejemplo de un
gra, o incluso con la blanca). El guión habrá de indi­
snk> totalmente distinto. Es uno de esos movimientos
car la prolongación de esta nota durante la unidad de
"nanísticos que recorren el teclado, haciéndolo vibrar con
la duración; y el signo = una pausa de igual duración.
pan amplitud. Es el “Preludio” de la “S u ite Berganut»
Una raya horizontal encima de varias cifras sucesivas,
f w ”. de Debussy, y se escribe:
indica que en conjunto valen la unidad de duración.
Conviene añadir también que, para simplificar al
máximo, desde un punto de vista práctico, la escritura,
y evitar la continua repetición de las cifras de la octa­
va, se puede escribir únicamente, como índice, antes de
la cifra de las unidades, la de la octava; y no repetirla
mientras permanece sin variación.
Una vez establecido todo esto (lo cual, seguramen­
te, se aprende antes que la escritura musical usual), ya
nos es p osib le leer y escribir las músicas más complejas.
Pero algunos ejemplos serán más elocuentes que todas
las explicaciones. He aquí (texto elegido por ser algo
complicado rítmicamente) el principio de una “Inven­
ción a dos voces”, de J. S. Bach. Se escribe en notación
tradicional.
— 7020 es 72 6o, 3 ctc

& 5 ----------

4 5 -----------
18 38 43 3 ----------

Y su escritura en cifras es la siguiente (en donde la Y se puede simplificar todavía más, en particular
Tarándose de música vocal, contentándose con indicar
unidad del tiempo es la semicorchea):
a octava en la primera nota (índice que, de este modo,
/ - « 7 — 6 — 5 1 — 4 — 2 — 0 | — 5 o) — 9 — o) «0 el papel de una clave).5
) 47 — 9 — to — | 50 — 2 — 4 6 — 7642
\ !5ío « 2 0 2 r,ü>9ü)76 I 7 — 9 — 0) — 1 «0 — * Este índice es para la escritura práctica, y por motivos de co-
( 7 — 47 — = — = 47 — 6 — 5 1 — 4 etc. ■Hadad, pero conviene no olvidar que, en 1calidad, es la cifra, de
émessLí-i. de un número cardinal: “«3, por ejemplo, en realidad es
258 MÚSICA Y AR IE S PLASTICAS ESCRITURA MUSICAL 259
El índice no habrá de repetirse. Y se pondrán pun­ Pero la diferencia enorme, fundamental, estriba es­
tos encima de las notas de la octava superior, y debajo pecialmente en que, en estas notaciones seudomate-
de las de la octava inferior. Aquí tenemos un último máticas, las cifras tienen un valor puramente o r d in a l; el
ejemplo de este tratamiento. Expresamente hemos es­ 1 es aquí la primera nota de la escala; el 2, la segun­
cogido un aire de Glück, que todos conocen.0 da, etc. El cero, no existe. Y las expresiones aritméticas
no tienen ningún significado cuantitativo real, en par­
57 8 | 8- -6 8— 3 1 3 2 2 = — 3 6 | 0 - - 0 8 - 8 - | 8 7 =
y ai perdu mon Eu-rydi-ce, Ríen n’éga-le mon malheur; ticular en lo referente a la dimensión de los intervalos.
De esta suerte, en Galin, entre el 1 y el 2, hay un tono;
[Yo he perdido a mi Eu-rí-di-ce, nada iguala a mi dolor;] pero sólo un semitono entre el 3 y el 4.
En cambio, hay que entender qu.e, en la notación
- 5 7 8 3 | 3 - 2 etc.
Sort cruel.. . etc. racional aquí presentada, estas cifras corresponden a nú­
meros cardinales, q u e m id e n y e x p r e s a n d im e n s io n e s .
[Suerte cruel.. . etcétera] De una nota a otra nota cualquiera, la diferencia aritmé-
A primera vista, esto se asemeja a las notaciones de txa (y no nos olvidemos de que se trata de numeración
aspecto matemático (es decir escritas con cifras), ya foodecimal, sobra decirlo)8 da la medida del intervalo.
muy frecuentemente propuestas desde la de J. J. Rous­ Véase * .)
seau.7 P e r o la d ife r e n c ia e s m u y g ra n d e .
En primer lugar, porque aquí las cifras de las notas * Lo cual equivale a decir, por ejemplo, que, de 58 a 63, la
Herencia no es de 5, sino de 7, es decir de siete semitonos tempe­
son a b s o lu ta s : doce, 0, s ie m p r e es la ; mientras que en la róos, o una quinta justa. En numeración duodecimal, 63-58 — 7.
escritura Galin, Páris y Chevé, igual que en Rousseau, ? = « esto se advierte fácilmente sin conocer esta numeración: entre
el 1 indicaba la tónica, el 2 la supertónica, el 3 la me­ mm cifras de la misma octava, no existe ninguna dificultad: 8 (diez)
■ e s o s 3 es igual a 7, lo mismo que en la numeración ordinaria. Y
diante, fuera cual fuese la tonalidad; lo cual presentaba
■ ~ intervalo salta la octava, basta con restar de doce el valor más
muchos inconvenientes para el poseedor de “oído abso­ bao. añadiéndole el valor de la segunda nota. Aquí arriba, de 58 a
luto”; y se complicaba excesivamente en cuanto inter­ i? de ocho a doce, cuatro; más tres igual a 7. En otros términos,
venía un cambio transitorio de tono. m miño al que se enseña música con este sistema, no tiene sino
mmeader los hechos musicales (como, en todo caso, habrá de ha-
63, valor numérico de una nota situada, cual se advierte enseguida, a e . r para lo cual, el sistema aquí propuesto, lo facilita enorme-
tres unidades, es decir tres semitonos temperados, o una tercera ■ a t e i ; y así se encontrará con que, al mismo tiempo, y sin saber­
menor, por encima del Ja 60 del diapasón. Por consiguiente, un do,. l a ksbrá aprendido la numeración duodecimal.
8 En este ejemplo, para solfear, se tendrá, por supuesto, que * He aquí la tabla de las dimensiones de los intervalos música-
leer: siete, ocho diez, diez diez tres tres dos dos, tres diez doce, doce f e Vasta la octava:
dieciocho ocho, siete. El cero (la) se lee doce y el 6 (sol): diez. Al 1 segunda menor.
lector que quiera hacer la experiencia, le bastará repetir tres o cuatro I segunda mayor.
veces esta frase para tener el sentimiento intuitivo de los valoro 3: tercera menor.
numéricos de los intervalos, anotados así exactamente. 4 tercera mayor.
7 Sin olvidar la de Galin, Páris y Chevé, bastante práctica, ; 5 cuarta justa.
que incluso fue empleada durante cierto tiempo para la enseñanza 4 cuarta aumentada, o quinta disminuida,
en las escuelas municiples de París. De ella hemos tomado alguna: quinta justa.
de las fórmulas prácticas de escritura ya enumeradas. ! quinta aumentada, o sexta menor.
260 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
EL ARABESCO MELÓDICO 261
De este modo, tres notas, sean las que sean, cuyas]
en que todos sus elementos están representados por
diferencias forman la serie aritmética 0, 4, 7, constitu­
ñeros enteros. Y así el signo convencional 6 * (r e sos-
yen siempre el acorde perfecto mayor. Se obtiene autc-
’o ) será simplemente abreviatura del número racional
máticamente sumando a cada término de la serie e! j
valor de la tónica. Por ejemplo, para sí, que es 2, la se­ que es su valor exacto; mientras que el m i b e m o l,
rie 0, 4, 7, dará 2, 6, 9, que son si, r e s o s te n id o , y fe ado por será abreviatura de: 5.8 ©. Por igual,
s o s te n id o . Fácil es advertir cuán sencillo resulta.0 Ltura exacta de cualquier sonido de una escala exóti-
El único reproche musical que se puede hacer : puede ser anotada con este sistema.10
estas notaciones, en su calidad de escritura, es que nc
distinguen el sostenido y el bemol temperados (cual es.
efectivamente, la realidad acústica: la diferencia es sók
de concepto). Fácil es salvar este inconveniente, si une II. D E N U EV O E L A RA BESCO M E LÓ D IC O
así lo desea, conviniendo en que un asterisco superior
por ejemplo, señala el sostenido y lo diferencia del bemot creído necesario, en el capítulo precedente, pre­
de idéntica altura (señalado con un asterisco inferior : de modo completo un sistema que constituye por
por ejemplo, 6 significará a la vez el m i b e m o l y el ~c una escritura práctica de la música y un algoritmo
s o s t e n id o temperados; 6 con asterisco arriba, 6 *, d a la expresión racional de todos los hechos que
r e s o s te n id o , y con asterisco abajo, 6 +, el m i b e m o i :n al análisis musical. Poseer tal sistema nos pare-
1 - ___1—J
Hablando científicamente, esta manera de utilizar id fu efecto, de gran .interés para la estética. Pero, ade­
cifras tendrá entonces que considerarse como represer- volviendo al problema del arabesco musical, pode-
tación de expresiones convencionales abreviadas del nu­ udlizar este sistema para que nos proporcione (bajo
mero fraccionario, que expresa el verdadero sostenido i garantías racionales en cierto modo superabun-
el verdadero bemol en la escala no temperada. una solución indiscutiblemente válida del pro­
Pues, conviene recordarlo (y ésta es la última pee» de las coordenadas de las curvas; puesto que la
liaridad que diferencia este sistema de aquellos que sch sedad fundamental del sistema estriba en que los
tienen un aspecto matemático) t o d o s o n i d o m u s ica l, x bojes m a t e m á t ic o s e m p le a d o s r e p r o d u c e n e x a c t a m e n -
e l q u e fu e r e , t i e n e a q u í su e x p r e s ió n . E l privilegio de ] c r o p ie d a d e s e s tru c tu r a les (a la vez físicas y estéti­
escala occidental moderna temperada consiste únicamcj ca lo s c o n ju n to s m u s ic a le s c o r r e s p o n d ie n te s .
F tt consiguiente, si trazamos como ordenadas (eje
v ) de las curvas musicales los valores numéricos
9 : sexta mayor.
ó : sexta aumentada, o séptima menor. t:dos para las notas conforme a este sistema (ya
o í: séptima mayor.
1 0: octava. Estonces, evidentemente, será menester tener en cuenta la
# En este sistema, cualquier transposición se logia sunuad atemática general presentada más arriba, la cual permite
uniformemente a todas las cifras de la picz3 que hay que transpon o. También se puede, por medio de una aproximación
la cifra correspondiente al intervalo de transposición (es decir j I acia, utilizar la tabla de correspondencia fácil de esta-
diferencia numérica de la antigua y de la nueva tó n ica). nna vez par siempre, según el valor del savart, el cual es
en este sistema.
2o4 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS EL ARABESCO MELÓDICO 265
en absoluto ni el mismo encanto que las melodías origi­ de esta suerte encontramos, son la proyección en el es­
nales, ni los mismos recursos decorativos que los dibujos pacio de una idea estética originalmente destinada a
expresamente compuestos para ser utilizados en el espa­ ¿parecer de forma específica en el tiempo.4 Y, así, lo
cio. ¿Cómo podría ser de otro modo? Primero, porque qoe nos es dado captar, a través de estas dos especializa-
ciertos elementos estéticos quedan inutilizados (encan­ r?:nes divergentes, es una esencia común, situada más
to propio de las sonoridades, evidencia de las armonías, illa de la diferencia entre tiempo y espacio.
matices de intensidad) elementos a los cuales se aso­ Sin contar que se podría, sobre estas transposicio-
ciaban en la música. Después, las disponibilidades del »es plásticas, incluso abarcar mejor que en los indicios
decorador en el espacio son mucho más amplias que las musicales originales, las condiciones estéticas que a ellos
del músico en el tiempo, y así los arabescos musicales presiden,.precisamente porque, así despojadas, simplifi­
siempre han de resultar algo monótonos, como datos cadas, hasta empobrecidas por la evidencia de su estili­
decorativos, pues será difícil entender por qué no utili­ zación en relación a las libres inventivas del decorador,
zan todas las posibilidades. ¿estacan más la simple búsqueda de los perfiles, el
Por ejemplo, no pueden ofrecer ningún retorno sobre recurso a las fuentes emotivas del movimiento, unas ve­
sí mismos, ningún ciclo cerrado, ya que el tiempo no ces alado, otras tímido, la búsqueda, en este espacio
puede volverse atrás. Por esa razón, un tema como el mmenso y vacío, del apuntalamiento de los ejes en las
del A n illo , en Wagner, tan notoriamente plástico, sólo scuificaciones estructurales de la tónica, o de la domi-
resulta “anular” si, por un momento, uno se libera
mentalmente del curso del tiempo, para imaginarse el * Asimismo, se nos ha preguntado, a veces (especialmente Lionel
anillo cerrado sobre sí mismo: en realidad, esta sinusoi­ l a d n ) , cuando por primera vez publicamos documentos de este
lo que, en música, daría la melodía engendrada por transpo-
de es la que proporciona el desarrollo de un círculo 3 y o del perfil de una estatua, o de un arabesco decorativo cono-
esto ¿por qué? Porque en música, el punto “Yo” (este pero la experiencia no resulta siempre “inversible”. ¿Por qué
punto “Yo” cuya importancia, en poesía, en literatu­ »? Pues simplemente porque las leves de la música, al ser mu­
ra, en pintura, ya hemos recordado, y que aún hemos zos estrechas, mucho más estrictas, que las del arabesco (espe­
dente a causa de esta prohibición del retomo sobre si) harían
de demostrar; y del que ya Schmarsow ha demostrado muchas líneas en forma de arabesco, que de este modo ha­
suficientemente la importancia en arquitectura) conti­ de transponerse, tropezaran con imposibilidades musicales que
nuamente se desliza de un extremo al otro de la obra, y rusten en el espacio. Además, como la música es escalar, todas \
únicamente es contemporáneo de una sola consecución zras curvas del arabesco deben ser estilizadas “en forma de
”, semejante al del tapiz. Ya teniendo esto en cuenta, el ex-
de notas o de acordes. nto puede a veces realizarse sobre estas bases. He aquí, para
Por tanto, conviene no olvidar que los arabescos que mitigador curioso, la curva de la cadera de Antiope, rigurosa-
mclodizada: .
3 Uno puede entretenerse en buscar analogías explicativas. Aso.
son pocos los que saben que la luna, al girar en tomo de la tierra,
nunca describe un círculo, sino que su movimiento, combinado cor
el desplazamiento de la tierra, en realidad es sólo una sinusoide. En
cuanto al análisis visual del tema wagneriano del anillo, véase, por
ejemplo, "U dito c sensi generali”, de C. Doniselli, pp. 312-313.
EL ARABESCO MELÓDICO 263
262 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
Por consiguiente, nos hallamos aquí, desde luego,
que los tiempos aparecen en abscisas) nos encontramos en presencia de un arabesco en el espacio, que ofrece
con una garantía perfecta para reproducir en nuestra cur­ exactamente las mismas propiedades estructurales que
va siquiera todas las propiedades melódicas de una obra 'os temas de la fuga de Bach. Y no es menester insistir
musical.1 scerca de su inteligibilidad estética, simplemente a títu-
Intentemos inmediatamente la prueba, con la fuga '-0 de arabesco plástico. Cambiando un poco de estilo
de Bach que ya hemos utilizado como tema de nuestra para que no parezca que queremos buscar en el arte
investigación. Con estas nuevas coordenadas, nos da: de la fuga una modalidad especialmente favorable a
estas correspondencias) he aquí un arabesco de Cho-
pin: los compases 61 al 64 del “Nocturno” , op. 9, N<? 1:

Bastará con solo vistazo para mostrar que la identi­


dad formal de los tres dibujos de arabescos, correspon­ Aquí también, la inteligibilidad estética — desde lue-
dientes a la entrada del tema en las tres voces, ha sid: desde el solo punto de vista de las técnicas decorá­
completamente restablecida salvando la “mutación” d¿ is— es perfecta. ¿Quién no habría de sentir que, con
encabezado de la respuesta que, por cierto, de por sL colores adecuados o simplemente en imitación de
relieve (que puede imaginarse en tres tonos de sie-
constituye un hecho musical.2
ocre oscuro y ocre claro) semejante motivo podría
1 Las propiedades armónicas también se encontrarán aquí; peal integrado textualmente, por un decorador, por
no están escritas en las curvas mismas: residen en las proporciona
modulares de los espacios que las separan, y sólo son intuitivamesB
pío a la franja de un tapiz?
sensibles para una sensibilidad estética especialmente preparad] Ño llevamos esta tesis demasiado lejos. Los arabes-
Para que fueran visibles en seguida, sería menester emplear un 9 que extraemos de las obras musicales, no tendrán
tema complementario de simbolización; por ejemplo, por medio i
combinaciones de colores. Pero (para que la simbolización sea <ri . Entonces se advertiría que en los dos arabescos, cuyo perfil
jetiva y rigurosa) el problema es muy delicado (véase el capita algo, a causa de las leyes de la fuga tonal, los puntos de
siguiente). ón del rojo y el verde con las dos curvas que se corrcs-
2 Este hecho podría explicarse fácilmente si, por ejemplo. 1 están rigurosamente invertidos; y que el perfil ha sido
dibujaran en la figura, horizontalmente, en verde los ejes de , para mantener entera esta inversión.
tónica (46, 56, 66 y 76) y en rojo los ejes de la dominante
266 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS EL ARABESCO MELÓDICO 267
nante, en el equilibrio provisional e inestable de lo sen­ mero por el contrapunto: cual lo sería, en la vida de
sible, en las fricciones de la disonancia, y así sucesiva­ uno de esos seres abisales, el encuentro, asaz ex­
mente. traño, de otro ser errante del abismo; como serían los
¿Quiere el lector aceptar una comparación que tal megos y evoluciones de dos o tres de estos seres, persi­
vez le parezca excesivamente imaginativa? guiéndose, apartándose, regresando y confundiendo ca­
Figurémonos la vida de los habitantes de las inmen­ prichosamente en el espacio impreciso y oscuro de la
sas profundidades del mar: los peces acorazados para armonía; por estas combinaciones de las tonalidades ar­
resistir las formidables presiones del abismo, que van y mónicas, de los acordes que incluso pueden hacer pre­
vienen en un espacio nocturno en el que nada de lo que dominar sobre toda esta coreografía la única y grave
es incidente en la vida de los seres de la superficie pue­ arquitectura de las sonoridades simultáneas y de sus ca­
de proporcionar una trama pintoresca, ni un contacto lidoscópicas sucesiones.
firme y anecdótico con el incidente exterior, el hecho Pero esto — que evoca la similitud de los acordes de
local, la textura variada de la decoración y de la situa­ k»s colores y de los acordes sonoros— merece examinarse
ción. Su vida, su actividad, que se bastan por entero a :parte. En todo caso, de lo que antecede, recordemos
sí mismas, han de ser integradas por impulsos, búsque­ que el parentesco del arabesco y de la melodía es indis-
das confusas, emperezamientos o bruscas carreras en la rutible, y que más allá, o mejor más acá, más bien que
inmensidad; por ascensos, descensos, levitaciones o caí­ los diferencias en/re el espacio visual y la dimensiona-
das progresivas, cuyo arabesco es por completo inma­ udad sonora de los intervalos, demuestra la existencia
nente, compuesto con su propia esencia, y no por nada ¿< una especie de medio artístico común, fundado por
que del exterior pueda acosarlo y modificarlo. Sus di­ d espíritu creador, al instaurar una arquitectónica sen­
versidades son como las de una vida interior (dentro de! sible.
alma Humana) que no debiera nada en absoluto a las Ahora bien, ¿acaso es menester — cual dirán los que
intrusiones, al cincelado y al centellear de la realidad, nterpreten mal estos conceptos— , aminorar el encanto,
y que, por lo tanto, estaría obligada, para ser vida y nc sugestivo y tan impreciso, de las músicas, reducién­
eternidad, a reconocerse a sí misma un perfil, un di­ dolo a estas plantillas, tan secas como rigurosas, a estos
bujo sucesivo, un discurso modulado y cambiante. E ¿agramas, cuyas magnitudes son matemáticamente
igual sucede con la música, al menos en lo que tiene «msurables, a estas severas arquitecturas, tan pobres en
de más melódico. Abarca en sí su propia esencia y se a i validez?
construye con sus impulsos y sus recaídas, su deslizarse Esta sequedad, este rigor, fueron la condición nece­
en torno a ciertos ejes, sus combinaciones en torno óí a r a de una fría demostración. Pero, por lo que atañe
posiciones que constituyen su descanso, sus astucias, pri­ wk. fondo de las cosas, conviene no olvidar lo que ya
mero para evitar, y después para alcanzar sólo paulati­ ■ ¡tiradam ente dijimos, y seguiremos repitiendo. Decir:
namente, o con un brinco preciso, los niveles que k ■ i linea, un perfil, una inflexión, el perfil de una curva
atraen. . . 11 ¡pe el alma de una belleza, de un encanto, incluso de
Por supuesto, todo esto .(e insisto en que ello ea apa facultad sentimental, es simplemente recordar uno
esencialmente la melodía) puede ser modificado, pr- de Íes misterios más grandiosos y más hermosos del
EL A R A B E SC O M E L Ó D IC O 269
268 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
: infiere, a esta alma, una inmensidad por completo in-
arte, e incluso de la contemplación estética de las cosas
material, por completo espiritual, en nada niega la pro­
de la naturaleza y de la vida: a saber, que el más agudo,
fundidad de un alma. Ni tampoco es negar la inmen-
el más tierno, o el más angustioso de los sortilegios pue­
sdad del universo poético, el decir: un arabesco rítmico
de hallar su razón suprema, y su más extremada viva­
rcede bastar para engendrarlo; ni tampoco la de la más
cidad, en lo incomprensible de la nariz de Cleopatra, o
desgarradora melodía, el mostrar en ella el poder de
del arco desigual de las cejas de Ofelia, o, en el crepúscu­
n a linca sonora. Por el contrario, ello destaca su sus­
lo, en el extraño festón, recortado, en la linde de un
tancia, enteramente inmaterial y espiritual. Y ya vere-
bosque, por el vuelo a contratiempo de los blandos mur­
a»os cómo ello sólo habrá de enriquecerla, a la vez que
ciélagos.5 Mas, quien quisiera explicar el encanto de
¿e infundirle mayor pureza, precisamente porque des­
este arco, o de este festón, por el alma de Ofelia, o por cansa en este poder mágico y, hasta cierto punto, ilu­
el abismo mental del crepúsculo, erraría burdamente,
sorio. El “contenido” de la ilusión puede ser tan impor­
pues el alma de Ofelia es la que suscita como trampa el tante como noble y sublime, en particular, si n o e x is te
color de sus ojos, o el arco de sus cejas, o este abismo
x r o m e d io de edificar el palacio mágico, que esta mis­
crepuscular que el toque postrero y desgarrador del fes­
a s magia. Únicamente un tosco materialismo podría
tón de este vuelo profundiza y hace definitivo, y no janentar que el palacio fuere edificado con nubes, en
lo contrario. m gloria del crepúsculo, en el horizonte, y no tuviera
Aquí, conviene un paréntesis, paito los espíritus sen­
substancia que la nube. Quien me dijera: “de esta
timentales. Tal vez se diga: pues entonces, esta estética sarrte, si yo entrara en este palacio, no hallaría en él,
resulta extrañamente pesimista. Es una acusación con­
. mármoles firmes, ni bóvedas pesadas, ni personajes
tra unas ilusiones. Niega todo asomo de v e r d a d e r a pro­ t carne y hueso”; tan sólo demostraría que concede
fundidad al alma de Ofelia; toda inmensidad rea l a! valor excesivo y vulgar a lo sólido, a lo denso, a la
universo poético, denunciando en ellos el efecto enga­ He y al hueso; y que olvida que hay otros modos
ñoso de un encanto, de una magia, cuya clave (en el existencia no menos poéticos.
fondo entristecedora) nos muestra en la sola modulación
En cuanto a la tristeza que pueda entrañar el hecho
de una frase, en la sola apariencia de un rostro, o en la conocer el “truco” del malabarista, y el del poeta; de
sola música de algunos pensamientos pobres, pero ar­
liar la clase de nubes que pueden sostener el pala-
moniosos. . . Nos muestra el reverso de la decoración:
mágico; de conocer la fórmula del encantamiento
y de este modo nos quita todas nuestras ilusiones.
nace subir a Helena de los infiernos, hay que reco­
Interpretación errónea. Decir que el alma es una
que es la indispensable de toda v er d a d era estética:
armonía, y que la sola realización de esta armonía le
que penetra en el laboratorio del nigromante, para
5 Si se comprenden mejor estas cosas, podrá recordarse esta frase var sus gestos y sus palabras, sorprender los movi-
de Baudelaire, que figura, aislada, en “Cohetes” ( J o urnaux intimes,
os de su varita mágica, y enterarse de cuáles son
ed. J. Crepet, p. 31); “A veces le pedía permiso para besarle a
pierna, y él aprovechaba la ocasión para besar esta hermosa pierna ites y cuáles carecen de importancia. En nada se
en una posición que dibujaba netamenente su contorno en la puesta al respeto al arte, al entregarse a estos conocimien-
del sol.” También puede pensarse en la cadera de "El Manantial” tan reales como preciosos. Lo demás, también
o en el hombro de la “Odalisca”.
MÚSICA DE LOS COLORES 271
270 MÚSICA Y ARTF.S ¡MASTICAS
mo motivo representativo, presentado con distinta gama
convendrá averiguarlo, pero a su debido tiempo. Por cromática. Podemos, por ejemplo, imaginarnos una rosa
otra parte, muy pronto insistiremos en todo esto* estilizada, en que tallo, hojas, flor, van apareciendo su­
cesivamente en el acorde verde claro, verde oscuro, rosa,
sobre fondo azul turquesa, y después con estos colores
irbitrarios: la rosa azul, las hojas color tabaco; el tallo
X X X III. ALGUNAS PALABRAS A C ERC A D E LA icgro, y el fondo amarillo. Y después, la rosa dorada,
M Ú SICA D E LO S C O L O R E S hojas rojas, el tallo ocre, y el fondo verde ácido. Teñ­
iremos de esta guisa una variación bastante análoga a
E n lo que antecede, hemos comprobado reiterada­ ¿ de un. mismo tema musical presentado sucesivamente
mente el papel desempeñado en música por los datos a m i b e m o l mayor, en d o menor, en so l mayor, en
armónicos con el que desempeñan los colores en el arte mayor. Alegamos estas distintas tonalidades sin
decorativo. Esta comparación se impone únicamente p a sa r que sea lícito justificar exactamente, por ejem-
desde el punto de vista funcional. E s evidente que es w fc. la correspondencia precisa entre un azul y un d o ,
posible comparar la transposición, en diversas tonalida­ tere un color tabaco y un m i b e m o l; entre un amarillo
des, de un motivo musical melódicamente idéntico, cor a sol. Empero, tales relaciones no son absurdas, y,
estas variaciones, tan frecuentes en el arte decorativc hecho, nos fueron sugeridas por cierto sentimien-
de un mismo motivo de arabesco, o incluso de un mis- paralelismo de los hechos.
t .\caso podrían lograrse, en este punto, precisiones
6 Todavía unas palabras, para no equivocamos acerca del signi­
ficado exacto del paso por las matemáticas, que ha caracterizado • -tas, una teoría de la armonía de los colores ínte-
que acabamos de leer. Esto atañe aún al tema de las proporciono, te válidos para la armonía de los sonidos musi-
ya reiteradamente tratado aquí (por ejemplo, a propósito del mimes > recíprocamente?
phi). Recordaremos que los ín dices m atem áticos d e las form as (pao. problema ha sido muchas veces planteado, desde
de esto es de lo que se trata en "estética pitagórica”), sólo tie s a
interés, e inclusive sign ificación , en relación con la forma que con­
<:<o “teclado de los colores”, del P. Castel (el
tribuyen a señalar, a abarcar, a conocer con precisión. Fuera di p :r cierto, no es el primer ensayo de este tipo)
forma en que son investidos, carecen de valor. En especial, la :tr:s intentos mucho más recientes.1
sencia de la misma índole matemática en distintas formas, sól
una coincidencia desprovista de alcance, cuando esta analogía m lezrzz de este pormenor, convendrá consultar obras especia-
refiere a un elemento morfológico común. Por último, en lo j rii bibliografías. Recomendamos, Colour-Music, de A. B.
toca a la materia en el arte musical, es preciso recordar que Por otra parte, es inútil insistir acerca de la actua-
exigencias propias del arte informativo son por completo di a:':.em a. Si el arte contemporáneo, en sus rasgos princi-
de las sugestiones estructurales que puede brindar la organ: üri-'criza (aproximadamente entre 1920 y 1930, para fijar
natural de esta materia inclusive cuando el arte se relacione "k los hechos), por cierto “constructivismo”, especial-
chámente con los medios de tales sugestiones. He aquí por <¡i i la música de las formas, en cambio, es carácter evi-
retoques matemáticos, por débiles que sean, que el arte imr sne completamente actual, fijarse mucho más detenida-
las proporciones numéricas de los fenómenos naturales i esencialmente, en la música de los colores, en la
por el físico, son extraordinariamente importantes para hacer mi acorde de los tonos en la organización básica de
tar la significación de la intervención del arte. Todo esto se Vrrellos que contemplan, desorientados, la evolución
comprobar en otro terreno, en donde se tendrán que r~ eixmderla bien, se limitan a observar la intensidad, la
respecto, ciertos hechos importantes en música.
M Ú SIC A Y A R T E S P L A ST IC A S M Ú SIC A D E LO S C O L O R E S
272 273
Como los colores guardan con los sonidos música i M¿¿ tarde, han tenido lugar intentos más racionales
esta relación de corresponder a frecuencias vibratocs «as elaborados. Utilizan dos métodos. E l uno con-
físicas conocidas, muchas veces se han querido apbc e ec buscar directamente relaciones matemáticamen-
a los colores, bien sea directamente, o por mediación i «aenneas en los dos campos físicos que se trata de
un coeficiente por determinar, las relaciones materna Pero, a causa de la escasa extensión del es­
cas de los acordes musicales, en la creencia de que j as: visible (inferior, en su mayor intervalo, a la rela-
se lograrían, a p r io r i unas leyes de armonía para i t re octava, y que responde aproximadamente a una
colores. a auyor, según Young) uno se ve entonces obligado
Este tipo de investigación, en su forma más arbrt ■ torcucir, en las notas de esta armonía, bajos, o ar-
ria y más torpe, fue inaugurado por el propio Nevra ■ cr-s superiores, vibraciones que el sentido de la vista
Como es sabido Newton dividió el espectro solar m z d t percibir, lo cual resulta muy molesto. Por otra
siete entidades cromáticas (violeta, añil, azul, vea r . jo s resultados de esta suerte conseguidos cuadran
amarillo, anaranjado, rojo, para presentarlas en el orá A- cem ente mal con las sugestiones de la sensibili­
que, en francés, permite recordarlas en formas de »,a
alejandrino;* y que esta división sigue siendo a tal pi ce ícuí por qué, en general, se prefiere el segundo
to tradicional, que muchos se imaginan responde a ■ hv cuyo iniciador fue Drobisch, hacia 1852: mé-
hecho positivo y objetivo. En realidad, Newton ha j tqpe consiste en introducir un coeficiente arbitrario
cedido de este modo: ha dividido e s p a c ia lm e n t e é ■ cccaonalidad, para alcanzar resultados aceptables,
pectro de los p rism a s d e v id r io en siete bandas, a ■ atóente para lograr una coincidencia aproximada
a n c h u r a es proporcional a los siete intervalos de la p k errensión del espectro visible con una octava, y
fr ig ia . Todos los factores de la operación que d a &r --:e coeficiente (cerrándolo circularmente sobre
en cursiva son arbitrarios, y algunos constituyen p3 ■ u : cual si implicara un tipo de ciclo análogo al
menos que un absurdo, en lo que se refiere al vak* desee musical3 por este método, es posible llegar
analogía de la operación .- HKsr resultados peculiares (como lo hicieron Unger,
hadnze, e t c .. . ) , algunos de los cuales pueden in-
vivacidad, el brillo del colorido, sin darse cuenta de que a tBezrse, en forma interesante, con los hechos del
relación con las investigaciones arquitectónicas (bastante reoa pfcr:. no olvidemos que entonces no son los hechos
en lo que toca a la gama empleada, y a las relaciones armóme» los que nos dan estas proporciones musica-
utiliza. tm les valores convencionales que les fueron atri-
* En español también se dan los colores del espectro er i
de salmodia mncmotécnica: rojo, anaranjado, amarillo, verde, i
añil y violado. [E.j urxio de los colores, es preciso utilizar simbólicamente
- Su crítica fue hecha, en forma excelente, ya en el srp.. Tes dimensiones.
por el genial filósofo alsaciano J. H. Lambert (el precursor, y a \
=C-miento de Drobisch consistía en elevar las relaciones
incluso el iniciador, de Kant). Véase su obra B eschreibuzí i acridas por la óptica, a una potencia cuyo exponente
Farbenpyraniide, 1772. A él se le debe esta observación, rm ¿ v.iizado en particular para corregir racionalmente la
portante, y desde entonces a menudo citada (especialma* ■ rs-ron, y establecerla sobre el modelo de la escala ma­
Ebbinghaus): para representar cspacialmente el conjunto de m je : frece ningún interés estético.
MÚSICA DE LOS COLORES 275
MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
274 aca radiográfica, igual que, con el mismo procedi­
buidos por la introducción del coeficiente calculado para ste, no se ha realizado una música de los colores*
lograr esta coincidencia.4 Digámoslo una vez más: todo consiste en saber si
Todo esto sólo tiene interés en la medida en que se acordes que se construyen a p r io r i de esta suerte,
logra, efectivamente, alcanzar los hechos del arte. De en el arte, si fueron espontáneamente hallados
inmediato se advierte que s i e m p r e se puede, con proce­ utilizados de preferencia por los grandes investiga-
dimientos de este tipo, designar, de los colores dei de armonías cromáticas, los pintores como Vero-
espectro (en número infinito, ya que su variación cua­ Rubens, Delacroix, los decoradores persas o chi­
litativa es continua); siete, o doce, o treinta y cincc que combinan las tonalidades de un tapiz, de un
entidades,5 cuyas frecuencias, merced a este coeficiente, o, de un esmalte, de una porcelana, rica o suave-
tengan relaciones que correspondan a las de siete, doce policromados.
o treinta y cinco notas de la escala; y en esta forma Ahora bien, aquí el hecho importante, el hecho do­
construir, como a uno le plazca, con estos colores, acor­ te, es el siguiente: aparte de ciertas coincidencias
des semejantes a los acordes perfectos mayores, meno­ que no nos pueden engañar, la organización
res, a los acordes de séptima o de novena, y así sucesiva­ real de las “qualia” polícromas, en pintura o
mente. Todo esto a p r io r i, y cqn entera libertad. ¿Que artes decorativas, no es, ni puede ser, conforme
interés podría tener esto, si, en pintura o en el arte organizaciones basadas en las frecuencias físicas
decorativo, no se advirtiera ningún hecho espontanee i radiaciones luminosas. Las g a m a s r e a le s de tas
(independientemente del conocimiento de estas teorías
policromas se sirven de unas “qualia” cuyas enti-
que mostrara estos mismos acordes artísticamente vi*|
ekmentales no son ésas; y cuyas relaciones esté-
lumbrados, anhelados, realizados, por razones estri
2 -: pueden coincidir con estas relaciones físicas.
mente estéticas, y objetivamente presentes en tas ob
de arte?
Sería igualmente lícito entretenerse en combinar lograrlo existen procedimientos mecánicos. Si sobre qn
>áe alvina (experimento de Bragg) se hace incidir un haz de
diaciones caloríficas, o rayos X en frecuencias de id* I coros, paralelos, entonces, en un mismo plano de inciden-
ticas proporciones que el acorde perfecto. Al hacer itran difractadas todas las radiaciones cuya frecuencia
no se habría instaurado una música calorífica, ni de una determinada frecuencia. El fenómeno, por tanto,
morfología que la sucesión de sonidos armónicos. Está
4 Como estos intentos pretenden a veces basarse en el esp alcance de nuestros sentidos. Y nadie podría decir si un
lielmholtziano, con la pretensión de tratar la teoría de los col d e sensibilidad organoléptica para los rayos X, al recibir
en la misma perspectiva con que Hclmholtz trató la teoría mu sentiría, o dejaría de sentir, una caricia, o una satisfac-
no será ocioso recordar que el propio Helmholtz se ha pronun' semejantes a la impresión que nos dan las conso-
claramente contra todo intento de este género. (Véase: Op' ales; ni si este dato sería susceptible de participar en
physiologique, trad. francesa por Javal, en particular p. 356.) artísticas de la misma índole que las de la música,
¡» Se requieren treinta y cinco para poder practicar todas encontrado con el problema de la obra de arte mí-
tonalidades, según las relaciones de la escala llamada natural. Y Conviene no olvidar que no existe ningún arte
este caso, existirá, además, en la llamada música de los colores, del aspecto del fenómeno accesible al hombre, por
enorme inferioridad respecto de la verdadera música, pues se sensible que le es peculiar, motivo de la presencia del
sólo de una música practicada en la extensión de una sola oct»
y no existe música “armónica” de este tipo.
278 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS MÚSICA DE LOS COLORES
279
tienen una forma, una superficie, unas relaciones de es­ En quinto lugar, hay que decir también que la pin­
tructura completamente perceptibles (y nada igual existe tura modula los tonos en continuidad, por constantes
en música, salvo en la medida en que en ésta inter­ “degradados”, transiciones insensibles, variaciones en
vienen, para la imaginación, localizaciones instrumen­ derredor de los tonos cardinales de sus obras; mientras
tales: teclas del piano, etc.). auc la música se halla, real e inexorablemente sujeta a
En cuarto lugar, la sensibilidad estética destaca. ia escala.9
como “qualia” simples (unidades de la escala de sensi­ Y, sin embargo ¿acaso podría decirse que no existe
bles propios) datos que físicamente son extremadamen­ ninguna relación entre los acordes musicales y los acor­
te complejos. Al establecer los acordes del color sobre des cromáticos? Nuestra investigación acerca de la co­
la base de las relaciones matemáticas de las vibraciones, rrespondencia de las artes ¿acaso ha de desembocar, en
en resumidas cuentas sólo se tienen en cuenta los que e* este punto, en un resultado negativo? Sería excesivo.
el campo pictórico constituirían colores “saturados^; Cumple únicamente decir que, esta respuesta, que es
mientras que los colores “frescos” (es decir mezclada Menester buscar por el lado del paralelismo funcional,
con mucho blanco) tales como el rosa, el crema, el a * funda en bases muy distintas de las de las relaciones
celeste, o “rebajados” (es decir los que en el ana' Sacas de los sustratos la relación de un efecto con su
por medio de los discos, precisan un amplio sector eficiente.
gro) tales como el verde oliva (amarillo y negro) Para comprobarlo, analizaremos una composición ar-
grana (rojo, carmín y negro), el gris ( blanco y n ‘ evidentemente fundada en la búsqueda de un
v con frecuencia un pequeño sector azul, verde, o í cromático. Y esto, quizá nos proporcione de re­
intervienen en los acordes del pintor, exactamente preciosos informes acerca de las verdaderas bases
mismo que los colores saturados, e incluso prefere r ;s de la propia armonía musical. Contemplemos
mente a éstos.8 {Recordemos la importancia del festín en casa de Leví”, del Veronés.
en la paleta de Veronés, o de Velázquez! Toda la composición descansa, en forma notoria, en
8 Veamos algunos ejemplos que nos proporciona el arte de colores principales, que son las “notas reales”
en que tan notoria es la búsqueda de acordes “musicales”
colores. Hemos podido observar, por ejemplo, en uno de los i pastas con pigmentos naturales, que rellenan incisiones,
"Salones”, un cuadro de R. M. Limouse, en tonalidades casi d violeta, el azul, son allí desconocidos. La pintura romana
establecido en un acorde encendido de tres colores: rosa, -3_ ~=brc todo tierras, ocres, un verde grisáceo, y el posch (véase
y rojo, de manera que la oposición del rosa y del rojo era en J , de Teófilo), esta tonalidad formada por una mezcla
actor arquitectónico esencial. Ninguna posibilidad de in“ de verde oscuro, ocre rojo, y algo de cinabrio. El azul y el
el rosa como debilitación, o degradación, del rojo. El rosa y aparecen muy parcamente. Las franjas de los fondos policro-
“trabajaban” allí como, por ejemplo, en un acorde de sép^ ée las miniaturas españolas de estilo proto-mudéjar, utilizan
dominante, un /a y un sol (notas vecinas, pero disonantes), púrpura, verde, amarillo y gris. Ciertas cerámicas que
observación cabe hacer respecto a un acorde de anaranjado, apresión de una policromía bastante rica (por ejemplo, las
y de ocre, en una “Naturaleza muerta anaranjada”, de P. d antiguo) en realidad sólo utilizan un amarillo bastante
lave, etcétera, etcétera. azul, un verde, con mucho gris, y un cieña rojizo sobre
Añadamos que, por razones técnicas, en la paleta de k» ^ 3 verdoso (huevo de pata).
tivos las gamas comprenden casi exclusivamente estos colores esibio, el arte decorativo a menudo utiliza una gama
lisas”).
rebajados, o muy complejos. La policromía de la cerámica me
280 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS MÚSICA DE LOS COLORES 2S1
(cual se dice en música) de su armonía: 19) un gris Así pues, gris plata, rojo escarlata, amarillo oro viejo
plateado, modulado unas veces hacia el blanco amari­ v verdinegro son las cuatro “buenas notas” de este
llento, en las partes más luminosas de la arquitectura, y acorde.
hacia el azulado en las sombras que casi se confunden ¿Será posible distribuirles funciones artísticas que
con el gris lino del cielo; 29) un rojo encendido, que recuerden las que, en música, expresan los términos de
es, sin discusión posible, el tono más brillante v más r:nica, dominante, mediante, etc.? Desde luego, no por
llamativo del cuadro: no sólo ocupa casi el centro de d análisis de las radiaciones. Únicamente el color rojo
éste, con el amplio traje eclesiástico del primer plano, x aproxima bastante a un color “saturado”, para po-
sino que tiene en diversos puntos evidentes relaciones, rer prestarse más o menos a ello; el resto es absoluta­
desde el rojo algo más bermellón de la túnica de San mente irreductible a una periodicidad simple. Pero en
Juan, hasta el escarlata del palio que se pierde en la modo alguno se trata de esto: nos referimos únicamente
bóveda de la izquierda; 39) un amarillo oro viejo, que s '.as relaciones a r q u ite c t ó n ic a s que en la composición
ocupa toda la parte superior de la composición y reapa­ m la obra se establecen entre estos elementos, merced
rece intencionadamente en distintos puntos, en los tra­ i la forma en que estéticamente “trabajan”.
jes de los personajes congregados, el del sirviente de- Y no cabe duda de que ese gris plata no pueda con­
primer plano en la escalera, en el cobre de un jarrón ree como una tónica (base inicial y decisiva de
en el pasamanos de esta escalera, etc.: por fin, 4V) ur la armonía), ni el escarlata como una dominante,
valor muv sombrío, que se acerca lo más posible al negro decir como la nota que realiza, en relación a esta
(y, efectivamente, utilizado como representación del ne­ la separación y el contraste cualitativos de mayor
gro, y únicamente en los trajes), modulado en genera' dura y mayor sinceridad. Así lo demuestra el
hacia el verde oscuro, en otras partes hacia el azul de de que, entre el gris plata claro, que tanto lugar
noche. Todas las demás tonalidades — el rosa vier en la composición, y el rojo escarlata que aviva
de la túnica de Cristo, el azul enteramente apagado de o, el amarillo oro viejo desempeña, evidentemen-
su manto y del de San Pedro, los tonos ocres, tirand: an papel de mediador. No sólo constituye una tran-
unas veces a anaranjado muy apagado, otras a violáceo, un término medio, entre ambos, sino que, al
que rematan la composición— están tratados a la mi­ eree entre ellos, más o menos a mitad de ca­
nera de “ notas de transición", de modo a que cada u los conciba, los modera y, a la vez, los avalo-
permanezca lo más discreto, lo menos notorio como darse cuenta de ello, basta con tapar por un
posible, y no intervenga en el acorde general.10 el amarillo de las figuras ornamentales dora-
cce pueblan la parte superior de la composición.
10 Uno puede preguntarse si no habría que hacer una exeep
para el verde musgo de las vueltas del abrigo del intendente ’a, la relación entre el gris claro y el escarlata
primer plano (retrato del propio Veronés). Pero, si se observa dura y hueca. Tan pronto aparece nuevamente
no tiene resonancia en ningún otro punto; que de por sí es , todo se suaviza y a la vez cobra más valor;
tonalidad muv poco intensa, que sólo llama la atención por
junto al verde oscuro, casi negro, del resto del traje (el cual, por str.ba en modular hacia el verde la nota sombría de este
parte, es una nota muy intensa, por el fuerte contraste que f ruede ser considerado como una verdadera apoggiatura
con el gris claro de la columnata), se comprende que su
282 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS _ ______________ N /V /X a V /l V l á J ¿Si

una como nítida opulencia. Esto es lo que nos permite nica es absolutamente decisiva. El Veronés elige el gris
asignar, en esta composición, sin dificultad, el papel de plateado, porque le agradan, no este tono, sino los efec­
dominante al rojo, a pesar de que ciertos prejuicios acer­ tos armónicos que se pueden basar en él; efectos que
ca de su dinamogenia puedan sugerir primero la idea él quizá no haya descubierto, pero que ha explotado en
de hallar algo de este brillo disonante, que da su valor una forma que le es peculiar. Además, nada importa
al acorde, en los acordes de séptima, pero esto sería un ¡a razón biográfica de esta elección. Podría ser tradi­
error. El papel del amarillo en la formación del Dreik- cional, o impuesta por circunstancias fortuitas. En todo
lang plateado, amarillo, escarlata, decide la cuestión. Y caso, estéticamente, esta elección es libre, pao le es
si algún tono del acorde desempeña este papel de vibra­ preciso apelar a otra tonalidad, que se oponga a ella
dor y de disonancia en séptima (un si bemol, junto a de manera a un tiempo clara, viva, decisiva. Tal vez
un do, un mi y un sol) ello obedece más bien al hecho sean varias las que puedan responder a esta exigencia.
de que este verde oscuro, cuya función, evidentemente, Pues, efectivamente, sería posible intentar otra armo­
estriba en avivar los grises, y hacerlos brillar, acá y acu­ nía, por ejemplo tomando como dominante un negro
llá, encendiendo su valor; en una palabra, en proporcio­ azulado, o un verde brillante. Empao, ésta aparece
nar una nota de fuerza que, sin embargo, en nada cambü privilegiada para elevar al máximo la oposición sobre
el significado del acorde básico, si bien, como quier h cual se estructura el resto del cuadro.
dice, abriéndose hacia una torsión dinámica.11 Ahora bien, suponiendo que el pintor hubiera ele-
En una palabra, en este cuadro se encuentran, coa j r io un rojo menos fuerte —por ejemplo un carmín
evidente elocuencia, todas las relaciones artísticas que woiáceo— ¿cuál sería el resultado? Simplemente que
se dan por otra parte, en música, en un acorde óe '* ‘envergadura cualitativa” de su colorido tendría me-
séptima. *cr alcance; que las relaciones subsiguientes — la dis­
Tal vez se diga: pero ¿a qué obedece que estos coi»-i finca entre la tónica y la mediante, vabigracia— se­
res, y no otros, puedan desempeñar este papel? ¿C®-j a n más restringidas; que el motivo que avivara el
les son las relaciones, físicas o de otra índole, que ka ido en disonancia podría sa menos intenso: por
predestinan a ello? I pío, un azul añil junto a un carmín, en lugar del
Respuesta: la pregunta está mal planteada. Exisa oscuro que hace intenso contraste con el escarla-
un encadenamiento dialéctico, que crea, sin predestiné E1 acorde seria difaente en sus elementos y en su
ción previa de las tonalidades, las relaciones de esa sin por ello, sin embargo, dejar de llevar a los
suerte originadas. Lo primero, que la elección de la IÉ tipos de relaciones. Después, y ya ocupados es-
eos puestos de la tónica y de la dominante, quedaría
Este papel asignado a ana tonalidad de por si ya muy
bría, muy rebajada, no ha de extrañar a quienes examinen d por inventar la mediante, pero la elección ya es
que sería lícito atribuirle al color cuando aparece aislado (un £a■ limitada, aunque todavía no aparece como obliga-
cuadro, en música, no es una nota más dinámica, ni más briQtfH E1 Veronés ha elegido un tono oro viejo, que,
que otra, pero adquiere extraordinaria fuerza junto a un sol, a • este gris y este rojo, divide en dos, en forma des-
acorde de séptima en do); y aquellos que desconocen hasta que a
to una pinceladita intensamente negra, por ejemplo, puede avñoH el espacio cualitativo. Se extiende algo hacia el
tonalidad general en un acorde cromático algo frío. 'sacia la dominante; algo más de lo que pudiaa
MÚSICA Y ARTES PLASTICAS MÚSICA DE LOS COLORES 285
284
hacerlo, por ejemplo, un amarillo verdoso, algo alimo­ .bstantc la apariencia arbitraria, imaginativa y gratuita,
nado. Por esto, nos encontramos aquí, arquitectónica­ -xir ejemplo, de la franja verde manzana de la túnica
mente, con el equivalente de un acorde mayor. El ¿el “Sueño del Caballero” de Rafael.
amarillo alimonado hubiera sido posible, y entonces nos Por otra parte, sin duda es posible hablar, siquiera
hubiéramos encontrado con un acorde menor. ■ parcialmente, para explicar determinadas afinidades, o
Lo que aquí actúa, por tanto, son efectivamente fu n ­ determinados contrastes, de las estructuras físicas de
c io n e s e s té tic a s , con las que se quiere investir aquellos a s radiaciones a las cuales corresponden las tonalidades.
datos sensibles, artísticamente disponibles, más aptos Per ejemplo, si el amarillo oro viejo del “Festín en casa
para ello, según las circunstancias globales del problema ¿e Leví” señala una intención de aproximarse más bien
por resolver. Y cada decisión es una etapa de la pro­ ¿ rojo, su capacidad para desempeñar este papel se ex­
gresión existencial de la obra. Soluciona a la vez un arca porque, en efecto, físicamente encierra cierta pro-
problema, establece una arquitectura cualitativa, y plan­ aernón de rayos rojos. Pero en modo alguno es esta
tea el problema siguiente, cada vez más estricto en le pcporción la que actúa. Y, en particular, esta circuns-
que atañe a la continuación de esta arquitectura, hasta explica simplemente por qué, antes de elegir (por
el momento en que la decisión final será, pudiérase de­ evos estéticos) un amarillo que divide en gama ma­
cir, absoluta y totalmente necesaria. Por otra parte, es la relación gris-rojo, el Veronés prefirió elegir aquél,
lícito pensar que la previsión más o menos lúcida de bs itrándole adecuado a este papel. Pero, como se
consecuencias futuras ya es palanca de las primeras de­ ao se trata jamás sino de una relación de c o n v e n ie n -
cisiones. i íT.tre los materiales seleccionados y la función ar­
En el caso de la pintura, se advierte claramente qadi que es menester proveer. La estructura física
estas elecciones son infinitamente flexibles, ya que c i —aterial explica su conveniencia para el papel que
hallan basadas en motivos estrictamente cualitativos. e desempeñar; pero no explica, ni desde luego orí-
que el pintor, con frecuencia, puede investir con este papel. No es su r a z ó n d e ser.
amplitud estos puestos funcionales, para estrechar o m Frm ítasem e presentar el hecho de esta manera:
latar los intervalos. Puede, por otra parte, cuando a fl el coronel Anacharsis Coucou organiza su re-
lo desea, enmendar armonías dudosas, por medio ád to, elige entre sus negros al de mayor estatura
recursos tan amplios como la extensión, mayor o m e a J arr.bor mayor; y al más gordo para cocinero. Esto
o el lugar, o la importancia representativa de las d r « J decir que la estatura engendre, constituya o
sas tonalidades. Una misma tonalidad, conferida a s J e el grado de tambor mayor; ni la gordura las
detalle insignificante, a un reflejo, a un matiz del h a culinarias. Trátase simplemente de conve­
do, o a un objeto que se destaca en la anécdota
cuadro, adquiere distintos valores. Son éstos, reca^B n to tiene consecuencias muy importantes cuan-
de que carece por completo la música. Mas, a m e^ ^ B it i del problema, tan discutido, de las relaciones
sucede que la solución que uno elige es ab so lu tam e* musical con la física. Pues, por “rebote” , lo
necesaria; que tiene esa n e c e s id a d d e p e r fe c c ió n cjB abamos de decir acerca de la música de los eolo-
aparece insustituible, imperativa, incontrovertible, a l _ también para explicar la música.
M Ú SIC A Y A R T E S P LA ST IC A S MÚSICA DE LOS COLORES 287
286
Quienes, en particular a partir de Helmholtz, han :¿os hechos llamados valederos para el físico sólo se
observado una “concordancia” más o menos estrecha testifican por operaciones mentales absolutamente ex­
entre las fu n c io n e s a r tís tic a s de los sonidos puros, y cier­ trañas a su ciencia, e incluso en conflicto con ésta. Por
tas r e la c io n e s m a te m á tic a s d e la s fr e c u e n c ia s v ib ra to ria s pío, todos los razonamientos que hacen intervenir
que las producen, suelen tener tendencia a sacar la con­ retorno en la octava” de las notas engendradas por
clusión de que la física podría explicar, justificar, en­ rxesión de armónicos.13
gendrar la música — engendrar, por ejemplo, la estruc­
tura de la escala— y que las relaciones de frecuencia ot que modula de do a fa mayor). Ambas notas, la y si be-
serían la s ca u sa s de las relaciones musicales. Y cuando, un si becuadro de valor 15/8) sustituyen este si bemol 7/4
pormenorizando, esta “concordancia” no aparece, se javos melódicos, en particular para la imitación formal, en
contentan con decir que la sensibilidad estética, o cier­ «egundo- tetracorde, del arabesco melódico del primer tetra-
tas exigencias artísticas, han llevado a los músicos a mo­ Para comprenderlo, basta con leer una obra, por cierto muy
dificar algo las prescripciones de la física, a apartarsa ; interesante: “L ’Art musical dans ses rapport avec la physi-
algo de éstas. Incluso, a veces, se llega hasta culpar al de Jean Becquerel, 1926, en que se sostiene la tesis de la
músico, suponiendo que la experiencia positiva del frl i^Jiacia”. Se advertirá que sólo puede justificarse por una
"argucias” que se trata de hacer resaltar lo menos posi-
sico es más valedera, más rigurosa, m á s v e r d a d e r a , qua ■ ejemplo, acerca de este retorno a la octava, el autor escribe:
el juicio aproximado de la sensibilidad, única guía del e equivalencia entTe sonidos de octava, lleva a hacer pasar
músico. Mas todo esto es absolutamente erróneo. I a una, o incluso a varias octavas más arriba, o más
En primer lugsr, aun cuando la física explicara II qemplo, en un acorde de dos notas, con esta operación,
sustituir los sonidos por otros dos comprendidos entre
estructura del s is te m a d e la s q u a lia utilizadas en músa ;s límites, cuyo .intervalo fuera una octava.” Sea asi, pero
ca, sena impotente para explicar la utilización artístial bien mantiene su punto de vista, no tiene derecho a
de estas q u a lia , es decir la música en sí (pues la escala ae este modo, pues: en primer lugar, la “casi equivalencia”
y el centenar de acordes empleados por los arm ó n icJ — —, no es un hecho fisico; y, segundo, la expresión “hacer
raido a una octava más abajo” carece de sentido para el
sólo constituyen los materiales de la música). I
se justifica desde el punto de vista de esta metafísica
En segundo lugar, esta “concordancia” , resulta n =c-.o estudio sería muy interesante), una de cuyas propo-
cho menos estricta de lo que suele suponerse. C on v ieJ aoostitutivas estriba en considerar el sonido, la nota, como
recordarlo (pues estos hechos no siempre se c o n o c J «cemgámonos aquí en este curioso problema: ¿cuál es el
en su estado actual, ni incluso entre los especialista™ enrienda de la nota do?); ser susceptible de permanecer
Cierto número de hechos musicales básicos son d istú fl ■ b modificación, en diversas posiciones, y a diversas altu-
b cual la sucesión de dos sonidos distintos puede ser in­
desde el punto de vista físico que desde el punto ■ coo» un movimiento de este ser en el espacio sonoro,
vista musical (por ejemplo, en la tonalidad en d o ™ ción vale para la idea de la nota “subida”, o “bajada”
yor, las dos notas la y s i son muy distintas de las ™ -, o el bemol. Físicamente, no se trata de un “so-
habría de exigir la teoría física).1- Y, en particular, h ” i_lo cual no tiene ningún sentido físico): se trata de
re una relación 24/25 con el primero); interpretado ar-
12 La teoría exigiría que, después de poner do, sol, ini, f a . ^ 1 axno si constituyera el m ism o ser, que hubiere sufrido
se pusiera un si bem ol, de valor 7/4, extraño a la tonalidad. —fzi equiparable a un desplazamiento en el espacio,
cluso a nuestro sistema musical (queda siete savarts por encia^| una modificación cualitativa.
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MOSICA Y artes PLASTICAS
288 te indicado elegir s o l, la quinta, para desempeñar esta
Ahora bien, estos razonamientos se encuentran en la función con relación a la tónica do. Pero ya se advierte
b a s e de organización de la escala. que ello obedece tan sólo a la conveniencia existente
Por último, incluso en donde existe la concordan­ entre esta función y esta relación física. Y todo el des­
cia (por ejemplo, para el D r c ik la n g d o , m i, s o l ) , el he­ urdió tecnológico de la instrumentación confiere a esta
cho físico en nada constituye la explicación, la justifi­ solución tales ventajas pragmáticas, que ya casi no in­
cación, ni la causa genética del hecho musical. teresa siquiera intentar otra. Ésta se impone como la
Por ejemplo, en la relación tónica — dominante, c b ■ ejor, la más satisfactoria, aquella cuyas consecuencias
ve de la música. Estéticamente, responde a la “dialc. ab rán de ser, además, las más cómodas para toda la
tica de la oposición” . Tomando una tónica cualquie­ cecución musical. Y no es menos decisiva. Su principio
ra, encontrar una segunda nota, arquitectónicam sernos aún en Anacharsis Coucou), consiste en po-
esencial, o investir de oposición la función. Convi t h e rig h t n o t e in t h e r ig h t p la c e ; empero, sigue
tomarla en una relación muy clara, que haga con’ rudo una distinción fundamental entre el papel
te sin reservas (pues no nos olvidemos de que se función) artístico, y el dato concreto al que este
de oposición, y no de contradicción, ni de consid
queda confiado. Incluso si pudiera aquí bastar
ajena) a la primera, sin aproximación, violencia ni
- tic o dato concreto, ocupando este lugar con esta
certidumbre, netamente, y que suene con ella er.
la de perfección y esta necesidad de lo único
relación cuyos términos sean perfectamente dis" . de que hablábamos antes a propósito de los
bles, a la vez que conservan su plenitud, su riquezL.
seguiríamos encontrándonos en absoluto al mar-
consonancia.14 En estas condiciones, está evident c la necesidad de causalidad eficiente. Pero no
m a verdadera necesidad; tan sólo una extremada
Añadamos, en fin, que si se les quiere atribuir a los cncia. La prueba está en que, musicalmente
logrados por estas transferencias de octava, las afinidades de eoecial en la música griega y, muy especialmen-
nidos iniciales con tal, o tal otra nota tonal, se incurre,
punto de vista físico, en error manifiesto, pues, ni los son' t:d o el sistema gregoriano) estas funciones de
cíales, ni los sonidos diferenciales, tienen ya idénticas : de dominante, con frecuencia han sido inves-
Un físico estricto habría de declarar metafísicas todas estas manera distinta. Y, melódicamente, no cabe
laciones. que la cuarta muy a menudo desempeña este
H Y que no se diga: es la consonancia lo esencial,
cordistas que nos presentan el acorde do, mi, sol (pr
“posición restringida”), como el más consonante, se cuidar
simulamos que esto es erróneo; que el acorde más conson te caracterizado) y por esta operación de inversión, tai
que se presenta fuera de la octava, en posición dispersa :e extraña al punto de vista físico.
m i ) ; que, en la misma octava, el acorde realmente más d sistema gregoriano, no olvidemos que en los modo
es el de cuarta y sexta (sol, do, m i); o, si se quiere parir h dominante está en la sexta (o en la tercera de 1¡
do, t i, la. Por tanto, él es el que debería servir de base a ^terpreta así la “mica”). En cuanto al papel de la cuart;
nía, si lo que más importara fuere la consonancia. Sólo e :_te, se le quiere justificar por la noción de “inversiór
llevarle al acorde de quinta (del que es la “segunda in\ wlos”, derivada de la de transferencia de los sonidos ¡
virtud de la construcción armónica que se desprende de La cuarta es la “inversión” del intervalo de quinta; j
tiva concedida al acorde de quinta (por tanto, hay un
M Ú SIC A Y A R T E S P L A ST IC A S
290 M Ú SIC A D E EOS COLORES 291
Iguales observaciones cumple hacer respecto a la va que ofrece afinidades a un tiempo con ambas. Dis­
función de la mediante. Su explicación dialéctica es tancia cualitativa, pero no oposición.
la siguiente: El mí, por el conjunto de sus cualidades físicas, se
E l demiurgo artístico empezó a crear su universo oropone evidentemente para satisfacer esta función. Mas
musical, dándole como primera relación arquitectónica, conviene no olvidar que no es el único que puede ha­
la estructura de oposición, que estableció vigorosamente cerlo y la prueba está en que el m i b e m o l puede ser
sobre estos dos pilares: el d o y el s o l , tónica y dominante. p á lm en te utilizado. Y entonces tenemos el acorde
Esta es la dimensión cualitativa fundamental que sirve i?enor, el cual divide el intervalo en un basamento bajo
de eje, pudiérase decir, a este universo. Con el gesto atlé­ rué sostiene una columna: igual que el acorde mayor
tico del “Dios” de Miguel Ángel, la luz queda separada c dividía en un basamento alto que sostenía una co-
de las tinieblas. Y esta oposición es, en efecto, dimen­ tnnna más corta.17
sional: señala los dos extremos cualitativos.™
Pero este intervalo aparece hueco y vacío. Un abis­ 17 No deja de ser interesante recordar que el famoso número
pfcs no tiene ninguna utilidad directa en estos problemas de división
mo, que de pronto se presenta. Hay que poblarlo; hay «■ sical modular, ni puede proponer para ello ninguna solución
que colmarlo arquitectónicamente. Para esto, es pre­ — da, ya que, en primer lugar, los números irracionales no caben
ciso hacer surgir, en esta distancia cualitativa, una nue­ a. armonía; y, en segundo lugar, que, mientras p h i se obtiene por la
a b
va realidad — una isla entre las dos orillas— que forma fc su la : — — --------- , la división de la octava en tercera y quin-
el elemento de una nueva arquitectura, de tres térmi­ b a + l)
nos, cuya nueva función es la de m e d ia c ió n . E l nue\c * logra, por el contrario, con la última de las tres “mediatas”
elemento que suscita, que exige, que requiere, ha di ■ ericas (véase, por ejemplo, en Brunschvicg, Le róle du pytha-
dans l’évohition des idées, 1937); es la “proporción armó-
servir de puente, de clave a esta bóveda, de lugar a—b a
que afianzar esta transición; y, a la vez, de lazo de uniorv de los griegos: --------- zrr — . Este es uno de los argumentos
b—c c
entonces se postula el derecho de transferirle las principales prop*- pales (con el que ofrecen las formas cristalográficas en la
dades (es, por cierto, la única justificación de la presencia del fa a Tcza) que pueden esgrimirse contra la tendencia de ciertos
nuestra escala de do, de la que es, sin embargo, el principal agente k v ¡ de la estética (Zeising, M. Ghvka, Dr. Franck-Hcllet, etc.),
Pero esta inversión (que sólo cobra sentido cuando pasa de la «¿erizar estéticamente, en forma extremada, ese número, que
cuencia vibratoria a su logaritmo), constituye para el físico *: una de las proporciones (entre otras varias) que puede hacer
identificación absurda de dos relaciones cuyas propiedades físicas «vestir las funciones artísticas básicas en ciertas formas pecu-
distintas, y que (siempre para el físico) no tienen más reí Prácticamente, la aparente importancia del número p hi pro­
que la de ser “complementarias”, respecto a la octava, bajo re la coincidencia de su aparición en el pentágono regular, en
fonna: edro y en la serie de Fibonacci. Pero el número dos so-
3 4 í0 . 6 3 6 . . varios autores así lo han observado, podría tener
log — + iog y = ,0g 2- as estéticas en mucho mayor número (por ejemplo, es la
entre longitud y anchura para media espiral de sinusoide),
Por supuesto, eu el interior de la tonalidad. No olvid
muchas proporciones (fuera de éstas) han podido ser em-
que, si el intervalo de quinta no es el intervalo máximo, más cn las artes: por ejemplo, la proporción sesquiáltera de
de este intervalo la oposición mengua. El la se encuentra la estética del phi, hav superstición v falta de método: me
nicamente rná.-; próximo al do que al sol (ésta es incluso la ¿ ’a importancia primordial atribuida a esta proporción entre
justificación de su presencia en esta escala).
MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
294 LAS FORMAS PRIMARIAS
295
tar su justificación por medio de un solo ejemplo, espe­ tegorías más íntimas del pensamiento instaurativo, que
cialmente claro. Estudios más extensos de esta cuestión a un mismo tiempo erige estas arquitecturas y se apo­
(estudios que el espacio disponible en esta obra no> ya en ellas.
impide presentar) permitirían dar mucha mayor preci- Aún tenemos que seguir estas categorías; que volver
ción a estas relaciones musicales de los colores, cuyo a encontrarlas en un nuevo campo: el de la organización
esquema hemos esbozado. Su método fundamental con­ cósmica de los universos que presentan estas obras. Pero,
sistiría en establecer unas tablas que, convenientemente tal vez no sobren algunas palabras acerca del significado
clasificadas en forma escalonada,20 ofrecerían los acordes más general de los hechos que acabamos de examinar.
reales más típicos en el arte de la pintura y de la deco­
ración. Únicamente en estas tablas es posible basar u'
conocimiento positivo de la verdadera arquitectónica
artística de la gama de los colores. Podrían presentáis: XXXIV. SIGNIFICACIÓN GENERAL
al respecto, en el estado actual de la cuestión, un nu­ DE LAS FORMAS PRIMARIAS
mero bastante grande de hechos seguros y positivos ¡
cuya exposición sería extensa y bastante técnica. Con­
ialismo : ya hemos visto escrita esta palabra, en
tentémonos con haber recordado que lo esencial, desee
el punto de vista metódico, consiste en no confunor ■ as anteriores, a propósito de la tesis que, en música,
aquí los planos tan distintos del análisis físico, del aná­ relaciona más frecuentemente con el nombre de Hans-
lisis psico-fisiológico y del análisis estético; los tres igr» Y tal vez este término que, en ocasiones, se emplea
mente positivos, tanto más cuanto que abarcan heci» sentido peyorativo, haya acudido a la mente de algún
de índole completamente distinta. hastiado o extrañado del tecnicismo de los estu­
Pero, en este estudio, nuestro mayor beneficio can! que abarcan, en poesía, los ritmos, las melodías y
siste en haber entrado en contacto con los procesos ah armonías de las sílabas en pintura o en el arte deco-
íntimos, más fundamentales de la dialéctica artísáJ ± las combinaciones de los colores y sus acordes
Mediante las diferencias y las correspondencias defl os. Y tal vez se haya dicho: ¿Es que en el arte
armonía musical y de la armonía de los colores, nos jfl hay esto? ¿Acaso no se nos deja en los umbrales de
sido dado columbrar en profundidad estas funoaJ .ció, muy lejos todavía del corazón, del tabernácu-
puramente artísticas, que son las verdaderas razones lugar en que resuenan sus más preciados, su más
ites mensajes?
tructuralcs de la doble arquitectónica, análoga e a fl
dos campos. Y también entrar en contacto con ’e luego, en el arte hay otra cosa, y ya lo hemos
así. Y tendremos que volver a decirlo. Empero,
-0 Este problema de la clasificación artística práctica quien supusiera que estas investigaciones, que hc-
colores es muy importante en estos estudios. El mejor meeaifl tado en sus rasgos principales (y a las que
gue siendo el de Ostwald. Lecoq de Boisbaudran (cuya eadH
ha tenido un efecto histórico importantísimo) había estaü[H Jos aportar, en particular, la contribución de
con objetivos mnemónicos, un método de designación y de a flfl eficientes y rigurosos, que era indispensable co­
práctica muy simplificada, cuyo interés, en lo que toca al cenen sólo un carácter de presentación simplista,
del “pensamiento pictórico”, sigue siendo muy grande. trario, se encuentran en el centro del estudio
296 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS LAS FORMAS PRIMARIAS 297
y de la comprensión de cuanto el arte encierra de más áar por esta torpe metáfora de una vestimenta y de un
recóndito y fundamental. nerpo. Amantes seducidos por el cuerpo modelado por
Formalismo: rechazamos tanto más esta etiqueta (r este velo, ¡alzad el velo! y, de este cuerpo, incluso desnu-
por muchas razones), cuanto que la forma toma precisa­ io. sólo os quedará la vestimenta (si lo pensáis bien) aun
mente, en todo esto, aparece como la manifestación (ob­ ¿e apariencias. Y, cual lo dice amargamente Lucrecio:
jetiva y positiva, lo cual hace que su estudio sea aú_
más interesante) de algo más íntimo y más creativo. Nil datur in Corpus praeter simulacra fruendum
Es un grave error creer ver, como algunos, en estz Tenuia; quae uento spes raptast saepe misella.
relaciones de sonidos, de colores, de intensidades, de per­ Uf bibere in somnis sitiens quom quaerit...
files rítmicos o de gestos en el espacio, una especie de
nada ofrecen al cuerpo, sino imágenes impalpables: m¡-
atuendo que revistiera con sus pliegues y modelara, coro: ssb le ilusión que pronto arrebata el viento. Porque, así como
ropaje liviano un hermoso cuerpo, una realidad más dif- 9 sueños el sediento quiere beber. ..}
na de amor; que esas ropas velarían a la vez que d e ja r á
traslucir, y que habría que alzar ese velo para verla. El arte tiene al menos el mérito de hacer de este si-
Lo primero, que el mismo velo es algo valioso y diga: ‘cro, una cosa de por sí preciosa, a tal punto que le
de amor. Pues no nos olvidemos de que estas combina posible conferir, y con perfecto derecho, a la túnica
ciones del color, en pintura o en el arte decorativo; de el viento amolda y pliega sobre el cuerpo de la Nike,
que estos encantos de los timbres, de los coloridos amó­ valor como al hermoso seno amoldado y sugerido
nicos, del desgranar melódico de las notas, en la músicj este fruto de la imaginación.
estas delicadas evoluciones del trazo, en lo negro sobsr P a o hay más. E l seno de la Nike sólo existe en vir-
blanco del grabado o del dibujo; y así sucesivamente, se*, ' de haber sido suscitado, inventado e instaurado por
en el arte, lo más lozanamente concreto, sensible, inclu oliegues del velo, es decir, por nuestra visión de la
a veces sensual; y que todo verdadero artista se d "dación del mármol. Y los que quisieran apartar
seducir — más incluso que por cualquier otra real- ~do no saben que, al hacerlo, aniquilarían lo que el
subyacente— por esta vestimenta de fenómenos, ene i : cubre.
tadores, magníficos, prestigiosos, delicados o esplend: Y a quien nos dijera (en lenguaje beo cio ): “Cuando
sos, deliciosos o espléndidos, seductores o desgarrado] madrina de la Cenicienta golpea con su varita la cala-
siempre brindados — como el mismo brillo del ser— a para convertirla en carroza; cuando Fausto, en su
contacto inmediato para nuestra alma, en una pres nocturna, pronuncia palabras mágicas para que
directa para los sentidos. Y esto es lo que habrá de “a Helena; lo que interesa no es el arabesco des­
tinguir al arte, tal como resplandece en sus obras en el aire por la varita mágica, ni las sílabas que
evidentes de belleza de otras muchas actividades, n de los labios del nigromante: es la carrera veloz
las cuales esta presencia nunca llegará hasta el en b carroza que partió a galope; es la propia figura de

directo de la evidencia sensible. eterno femenino, y la conversación con Helena”, a


Ahora bien, se comprendería mal lo que significa contestaremos: “Dejadnos a nosotros, hechiceros y
arte en su labor más fundamental, si uno se dejara nantes, estudiar ávidamente este arabesco v estas
LAS FORMAS PRIMARIAS 299
298 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
nes del perfil, aproximaciones o distanciamientos cuali­
sílabas, pues sabemos que en ello estriba todo. Dejadnos tativos, consonancias o disonancias del color, del timbre
a nosotros, artistas, indagar por qué relaciones secretas la sonoro o de las sombras y las lu ces.. . Y todo lo que
redondez y e l fulgor amarillo d e la calabaza se habrán puebla estos palacios fantasmagóricos nace de esta mis­
convertido en la posibilidad d e esta carrera, en la que ma fantasmagoría. A quí el impreciso ondular de un cor-
unas ratas hacen de esforzados corceles; por qué sabias tinón esboza — como espía, o tímido amante— una per­
armonías las sílabas, puestas en determinado orden, ha­ sona oculta; acullá, una oscura profundidad sobre la cual
cen subir de los infiernos y modelan el rostro y el cuerpo deslízanse de pronto unos reflejos arremolinados — otaria
de la hija del Cisne, e incluso ponen en su boca palabras a ondina— revela un habitante en la cisterna de una
de resonancias eternas. A vosotros, beocios, os toca subir ;ripta. Más allá, la modulación interrogativa, ansiosa,
(sin llevar tacones escarlatas) en nuestras carrozas: os lle­ de una llamada en las lindes del laberinto evoca extra­
varemos adonde nos plazca; y nos divertiremos al ver íd o s en cuya búsqueda se lanzan gritos. Así es como
cómo os agitáis, gritando: ¡Más rápido! ¡Más rápido' roarecen los huéspedes más misteriosos del edificio; y,
sentados en el suelo, en la huerta; o cómo, alucinado? jento a esto, cuyos medios, empero, son tan simples, ni
haréis el gasto de un semi-diálogo unilateral, hablándole r misterio de dos ojos, una nariz y una boca en un ros-
a una sombra sobre el muro de la celda en la que n a o el secreto de una muchedumbre de mil cabezas
servís de conejillo de Indias, para extraños experimenten dando, dejan de ser más o menos extraños. Cierto es
Pues, nosotros, sabemos donde rccidc el acto de toda est; conviene interesarse por estos misteriosos habitantes,
por esos demasiado notorios secretos, mas no hay que
magia.” 1
Y en esta idea de acto pondremos aquí punto finaL ir tampoco que todo esto aparece modelado, esbo-
En efecto, conviene no olvidar que categorías como )m animado o sostenido por la magia del festón del
que se han destacado antes — oposición, mediación, ra» de una flauta, o de la abertura coloreada de un
teración, evasión dinámica, antes que nada son a ccio n m . o aterciopelado. Si la flauta calla, o el color se
y acciones instauradoras. Establecen y erigen unas are», . la archivolta disminuye su altura, o la abertura
tccturas estéticas, de las que son el a c to constitutivo.» la cripta se cierra. Si la ondulación del reflejo se
en cierto modo cariatídico: pues ellas lo sostienen. a, o el llamamiento se acalla, los misteriosos hués-
Una obra de arte tiene a la vez todas sus partes ra» de la cisterna, o del laberinto, desaparecen. Y
das entre sí y dimensionalmente separadas unas de o t ^ r va no quedan, ni tónica, ni dominante, ni eoli­
por esta monumentalidad constructiva, por estos cesai tos, ni vocales, ni azul, ni verde, ni rosa, ya no
inmateriales y sensibles, para estos arcos de oposición. ■ nada, ni del edificio, ni del poblado, ni del de­
tas bóvedas de mediación, estas columnatas de “toqioí
y de reiteraciones, en que resuenan millares de ecos am le quedar un recuerdo, un alma inmaterial, y
las bóvedas, esos obeliscos de impulsos, o de evas:a( una realidad ideal, situada más allá de las presen-
dinámicas, esos peristilos y esas escaleras, esos pórtic-a* ceretas. Y a todos estos seres, convertidos enton-
esas balaustradas, esas fuentes o esas criptas, esos u to l una idea, los podemos situar aparte, examinarlos
o esos rosetones, cuyos elementos son proporciones, aa tal como lo haremos en los capítulos siguientes.
des, contrastes, inflexiones, titubeos o repentinas d ec*
300 MÚSICA Y ARTES PLASTICAS
S é p t im a P a r te
Pero, no olvidemos que fueron suscitados, animados,
traídos a la existencia, por una magia de la que unas C R O N O L O G IA A R T IS T IC A
cuantas notas en una caña cantarína, o unos cuantos
toques polícromos en un panel del lienzo, o en una pla­
ca esmaltada, fueron los únicos y eficientes hechiceros.
Cuando las campanas tienen un sonido justo, dice el fi­
lósofo chino, los funcionarios públicos están de acuerdo X X X V . A RTE Y VERDAD
entre sí (C h o u - K in g , V , 1 0 ); y, más en general, cuando
la lira de Anfión está bien afinada, la ciudad que sus Sa b id o es que el concepto de verdad fue ideado por los
acentos levantan tiene muros rectos y habitantes sano; filósofos en el decurso de los tiempos, de modos muy dis­
y discretos. Pero, tan pronto una cuerda se afloja ur. antos. Unas veces se trata de una semejanza formal, cual
ápice, las murallas comienzan a ondular en el aire cálido a un espejo, de la idea con su objeto; otras, de una co-
el número de jorobados y de cojos aumenta en la ciudad rencia interna del pensamiento, en un acorde cons-
y el rostro de Helena aparece menos bello en la penum­ ite consigo mismo; otras, es esta evidencia que no per­
bra del palacio. la duda, y que realiza el acorde final de las mentes;
sé yo? Pero en todo caso, la idea que un filósofo
acerca de la verdad es tal vez el corazón y como
Asumen denso de toda su filosofía.
Y en qué nos interesa esto?
En que varias de estas acepciones de la idea de ver-
re manifiestan curiosamente, cuando se reflexiona
de la promoción e instauración, en su totalidad,
erso artístico que representa cada obra,
irnos en su totalidad.. . tal vez los capítulos an­
han podido dar la idea de interesarse especial-
por lo que se llama, en ocasiones, y algo apresura-
% la forma de la obra, por oposición a su fondo,
itenido. Y, en estos últimos capítulos, nos gus-
este factor — muy real, muy importante— del
de la obra designado (en una terminología so­
lté arriesgada) por estos términos: fondo, o

jemos dicho por qué esta manera de expresarse


íesgada. No es únicamente (como se ha dicho
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CRONOLOGÍA ARTÍSl ICA ___.m u * t Jul\UAL/ 303
>02
con frecuencia, en particular por los parnasianos y lo jc estos motivos— les pertenecen como la curva de la
neoparnasianos) porque en arte, a menudo, el fondo k xanz de Cleopatra pertenece a Cleopatra. Su armonía,
constituye la forma: o porque forma y fondo, en arte, se su belleza, le corresponden a la obra y al universo de
hallan a tal punto fusionados, íntimamente ligados, qu. t obra, sin que deba preocupar la necesidad de cstable-
resultan indiscernibles. Es porque en toda obra de arte: ninguna distinción entre la obra y este universo. Si
y especialmente en las artes representativas, existen for­ motivo es hermoso, la sonata será tanto más hermo-
mas y fondos, como quien dice, escalonados en pisos. v si el motivo es patético, la propia sonata resultará
Examinemos nuevamente esto desde el ángulo de la tica. Esto no ofrece ninguna dificultad.
cosmicidad general de la obra de arte, el cual será d La cosa varía cuando se trata de una novela, de un
nuestro en todo lo que diremos a partir de ahora. J o, de una obra representativa. Aquí las aparien-
Toda obra de arte ofrece un universo. E ste universa de la obra y de los seres representados son distintas,
de la obra, por comodidad, lo llamaremos el mundo A el mundo sabe que la belleza de los seres represen-
(artístico). Es el conjunto — forma y fondo, confinen:; y la de la obra no son una sola y misma cosa,
y contenido, ritmo, ideas, personajes, decoración, senti­ la nariz de Cleopatra le pertenece a la propia
mientos, hechos— de todo lo que la obra aporta y plan­ afra (a la que se nos brinda dentro del universo de
tea; de todo lo que constituye esta obra y de todo lo que ra); la belleza, o el conjunto armónico de esta reina,
esta obra constituye. E l artista, demiurgo, crea, consn- en considerarse como correspondiéndole al reino de
tuye, fulgura en cosmogonía, este universo. Y en er= to (del hipotético Egipto del drama o del cuadro,
universo es en donde el espectador, el oyente o el lectcc. decirlo); pero no necesariamente, ni en la misma
durante su contemplación o su lectura, vive, se establece , al drama, o al cuadro, que no serán por fuerza
y se sitúa. Este universo es, en esta magia del arte, provi­ más hermosos cuanto más hermosa sea Cleopatra.
sionalmente y por hipótesis (sería mejor decir por tesis- desde el ángulo opuesto, la fealdad del bufón, del al-
^ o , del payaso, que trae el áspid a Cleopatra, en nada
toda la realidad. ; a la belleza de la escena.
Este universo A, nos brinda a la vez apariencias t
Por lo tanto, no tengamos la ingenuidad de supo-
seres. que el cuadro, el drama, serán tanto más hermo-
Cuando se trata de artes no representativas (música,
arabesco, coreografía pura, etc.) no existe dificultad nra- cuanto más hermosa sea Cleopatra y cuanto ma­
guna, o, mejor, ninguna complejidad. La obra es ses la belleza del cuadro o de los paisajes en él
mismo universo. Las partes de este universo (sus m: mentados. Ahora bien, no incurramos tampoco,
cual se diría en lenguaje espinoziano) son a un tiem una ingenuidad de tipo distinto, en el error con-
los seres que pueblan este mundo, y parte integrante . No le restemos al demiurgo artístico todo mé­
en lo que respecta a las armonías, o las gracias, lo
la obra. Las apariencias pertenecen en común a
resco, o a la hondura del universo que nos brin­
seres y a la obra. ques, al cabo, él es el responsable de este univer-
Una sonata es un mundo completo. Sus diversos
es quien lo ha hecho. Por entero, continente y
tivos son algunos de los seres que pueblan este m r
do, forma y fondo, este universo es un efecto
Sus cualidades — por ejemplo la línea melódica de
AR T F Y V K R D A I3 305
304 CRONOLOGÍA ARTÍSTICA
del arte. El arte ha dirigido su crecimiento, su flo­ Coriolano, no es enteramente dueño de su materia. Se
ración; ha guiado su arquitectura. Tal como es, obe­ le imponen ciertos hechos históricos.
dece a imperativos del arte. E, igual que el creyente, En el caso más típico de este género — por ejemplo
ante la belleza de una puesta de sol, o el encanto de una en el arte del retrato— lejos de constituir libremente, el
flor, agradece al creador por este beneficio, al leer “La artista toma a su cargo, positivamente, una realidad obje­
Tempestad'1 o la “Armonía del atardecer”, agradecemos, tiva, a la que su obra se refiere expresamente. El mundo
lo mismo a Shakespeare, que a Baudelaire (y al arte que A sólo existe en su relación necesaria, constitutiva, con
los guió en su cosmogonía) por igual la gracia de ArieL ci mundo “real”, cual se dice; el mundo de los datos ob­
la discreción de Próspero, la belleza del crepúsculo en jetivos (históricos, geográficos, concretos), que llamamos
que, vibrando en su tallo, cada flor se evapora como uz i mundo O.
incensario, la euritmia del verso, o el desarrollo dramáfc- Ergido en su armadura, montado en su poderoso cor­
co de las escenas por representar. Todo el universo dí cel con sus remos envueltos en anillos, he aquí, en Vene-
la obra, en efecto, el universo A —así sea muy espese, ba, “Coleone”, de Verrocchio. El rostro, de arrugas obs-
poblado, diverso, distinto, y cargado con aventuras taz madas, mirada hostil, ventanas de la nariz fruncidas en
grandes como la que congrega a Próspero, Sebastián. m hálito despreciativo y enérgico, “es real”, real, ante
Alonso, Fernando, Gonzalvo, Miranda, Ariel, Calibáz. aodo, esencialmente, en el sentido en que este término
Trínculo, y el patrón de la nave, y su contramaestre, * áefine la similitud, en el espejo, de la cosa imitativa con
los marineros y los genios, y el barco y la isla desierta; : á objeto imitado. En el mundo O ha existido un ser
tan impreciso, apenas esbozado en sus contornos, c« an ejan te. Nos lo encontramos en el mundo A, esterili­
el que se contenta con poner un corazón melancólico zado. cierto; tal vez simplificado, y engrandecido; tal vez,
tierno en presencia del atardecer y del recuerdo— , ivertido en el propio tipo del c o n d o t t ie r e , más bien
este universo, decimos, fue tejido enteramente confo en un individuo vivo. Pero, en todo caso, ligado a
al arte, por una idea dirigida por el arte. El arte es individuo por una respuesta fundamental de la efigie
demiurgo y es responsable de él, al igual en su trama zombre. Aquí existe una correspondencia (en el sen-
matemático de la palabra) entre el mundo A y el
en Exploremos,
su desarrollo.x
pues, lo mejor posible, desde este pu do O, en este punto preciso.
de vista, este aspecto de la actividad del arte. Qued He aquí, igualmente, el M onte Fuji, visto desde
do bien sentado que esta exploración se refiere princi wa, por Hokusai. Las siete grullas (cinco en el
mente a las artes representativas, únicamente porque y dos volando), las nubes, pueden ser imaginadas,
propósito de ellas aparecen más claras estas cuesticr tengo por qué creer que, en aquel lugar preciso, ha-
Conviene distinguir varios casos. Veamos primero realmente siete ases, cuando el An c ia n o -e n lo q u e c i-
más confusivo y en cierto aspecto, el más inqui* ’-e l-d ib u jo pasó por allí. Ha podido muy bien
Pudiera ser que el demiurgo no hubiera inven' tarlas, en interés de la composición. Pero no pue-
nada. Shakespeare es el único responsable de la isla ror menos creer que, en trazos generales, el perfil de
Próspero, y del propio Próspero, pero cuando nos n» itaña, más alargado hacia la izquierda, la disposi-
tra a Antonio y a Cleopatra, o a César y a Pompeya de los bosques, de los contrafuertes, el límite de las
c r o n o l o g ía a r t ís t ic a
306 ARTn
m ik V
i VEROAn
VEKDAD 307
nieves en la montaña, son reales, ya que, en la provincia Y además, ¿acaso no existían ya en la obra estas con­
de Sagami (m e refiero a la que forma parte del mundo veniencias, en el caso anterior, el del retrato, no obstante
O ) , existe realmente un lugar desde el cual se divisa ser una respuesta precisa del arte a la realidad? Ya lo he­
efectivamente un volcán como ése, con ese aspecto, y mos visto, las grullas que el pintor japonés introduce en
que el artista sometió su obra a este tipo de realidad, su paisaje son tal vez inventadas, responden tal vez úni­
basándose siempre en la respuesta dada por el mundo A camente a una necesidad de la composición. Pensemos
al mundo O. también en nuestro c o n d o t t ie r e ecuestre: ¿y su caballo?
Pero, en otros casos — y vamos a encontrarnos con ¿Acaso es un retrato? T al vez; pero no es seguro. Antes,
uno muy distinto— el mundo artístico se emancipará de hemos reparado en este curioso detalle hipiátrico: los re­
esta sujeción, de esta respuesta dada como un eco. mos enfermos, las extremidades dentro de anillos. ¿Es
He aquí un cuadro de Poussin (ya lo tomamos come que hemos de creer que el bruto favorito del C o n d o ttie r e
ejemplo, cuando rozamos estas cuestiones), los “Pasto­ era así? ¿O tan sólo el caballo que, por casualidad, le sir-
res de Arcadia". Se trata, con seguridad, de una Arcadia ríó de modelo al escultor? Sea lo que fuere, él también es
enteramente inventada. Arcadia teórica, pudiéramos •ral, pero en realidad es convencional; responde, en ese
decir (aquella en que la presencia del sepulcro es símbok detalle, a una expresión estética. Estos férreos anillos
y lección filosófica). Ninguna respuesta objetiva, histó­ dicen el bruto vigoroso y sin embargo exhausto, con fre­
rica y geográfica. cuencia agobiado por el peso del jinete cubierto de hie­
Y, sin embargo, este mundo imaginado es un munde ro . La ley fisiológica que produce esa dolencia de las
plausible. Las formas de estas montañas, de estos árboles, latas, aquí sólo existe merced a la autorización del ar­
en ese ambiente; estas vestimentas más o menos de tipc ista, quien se nos aparece desde luego más verídico
antiguo, son aceptables, son posibles. Cierto es que k¡ ronque obedeciendo siempre a una verdad artística)
Arcadia del pintor (la Arcadia A ), queda liberada de ; todos esos pintores y escultores románticos que nos
leyes geológicas, meteorológicas y sociales, cuyas exigen­ idan jinetes revestidos de una armadura completa,
cias eran muy fuertes en la Arcadia O . D e haberlo cos- atando finos caballos árabes, de esbeltos remos, que
rido el pintor, estas montañas podrían mantenerse grosamente quedan sanos, y giran con ligereza bajo
punta; sus habitantes podrían, igual que la “Penélcpe peso de ciento veinte kilos.
los Pretendientes” del Pinturicchio, vagar por la H Por último, si tal le place, el artista puede emancipar
en trajes florentinos del Renacimiento. Si nuestro
damente su mundo A de algunas de las leyes
miurgo ha respetado esta realidad, que aquí ya es
entales del mundo O; inclusive, de la gravitación
verosimilitud, lo ha hecho libremente, por su propia 1 . . . Si el hombre que cae, en pintura — el com-
luntad. Verosimilitud: analogía formal, pero te herido, el Icaro, el ciego guiado por el ciego—
mente convencional, no obligatoria, con las leyes ce conformarse, formulariamente, a las leyes de la
fogenéticas del mundo O. Por otra parte, conv< de los cuerpos, el arte, a veces, se emancipará com­
facultativa, subordinada a otras más fundamentales, ité de estas leyes, y, en miles de ejemplos, no
pasan por delante de ella en el mundo A: Conv cuerpos humanos que planean, que flotan, que
artísticas. en ascenciones o en apoteosis, a veces basa-
CRONOLOGIA ARTISTICA n i\ i c . Y
ARTE i vfcKDAD
VERDAD 309
3U8
das en un relato legendario o místico, y a veces tan sólo todos los tiempos. La literatura del siglo xiv está llena
por el gusto de la gracia de sus equilibrios, o de las sus­ de sueños y de visiones, tan sólo en el realista Chaucer
pensiones alegóricas. Incluso, instituirá al respecto una hay cinco o seis. Pero, lo mismo se podría decir que
especie de peculiar y ficticia verosimilitud; una lógica las sugerencias y formas del mundo O — tan sólo acepta­
convencional y peregrina de las actitudes en esta sus­ das con muchas reservas, sujetas a posibles enmiendas, y
pensión atmosférica. Verosimilitud ya tan reiterada, pe: sometidas, ante todo, al dominio y a la reelaboración
el hábito y la tradición, que acabará por hacemos olvidar conforme a las leyes esenciales del mundo A— de nuevo
sus convencionalismos estéticos, y hasta morales. E l arte censadas y retocadas, con arreglo a las exigencias del
religioso de los siglos xvn y x v iii , nos muestra con hart¿ irte, obedecen a las leyes propias de su dialéctica. ¿Será
frecuencia unos santos, ya vetustos, girando en el aire, menester decir, en particular, qué los anacolutos absur­
o raptados por ángeles; y de tal suerte, que los brinccs dos, las simultaneidades disparatadas, las apariciones y
aéreos de estos venerables ancianos resultan punto men^s desapariciones arbitrarias, y todas las indigencias sobrees-
que cómicos. tmadas del sueño, o de la droga, en la mayor parte del
Se podrá decir: aquí, lo que opera, es una experiencr tiempo, y por los más grandes artistas, fueron domeña­
completamente imaginativa. E l sueño, y el ensueñe, o s para quedar sometidas a elecciones razonadas, a
nos proporcionan ese volar y ese flotar, a manera de b i­ io n izacion es fabulatorias más o menos regularmente
chos que tienen sus leyes, las cuales son psicológicas i ¿¿cursivas, a preparaciones que acarrean, y salvan deli-
ncamente, los despropósitos; inclusive, con frecuencia,
subjetivas.
Sea. Pero cuidémonos de incurrir en un grave erroc. a hábiles equívocos, que tienden a disimular el origen y

en el cual han incurrido a veces aquellos (muy numero- estatuto onírico, situando cuidadosamente el mundo A
sos desde Freud; pero la tesis es mucho más antigua'. mitad del camino entre el sueño y la realidad, como
que han observado que el arte puede deber mucho M dejarnos en la incertidumbre, y en la imposibilidad
estos datos del sueño, o del ensueño. tomar burdamente partido sobre el particular?; en este
E l error consiste en sustituir, para dar presencia el ideal consiste en salvar, en mantener, en agu-
arte, las leyes naturales objetivas del mundo O por incluso depurándola v ahondándola, únicamente
leyes (igualmente naturales) que originan las estruc tinada sensación, un nimbo extraño, maravilloso,
del mundo interior, psíquico, subjetivo — llamémosle intimidad sensible con lo improbable y lo extraordi-
mundo S— que procede de la acción espontánea de empero aceptables y practicables, merced a un
imaginación. Y el arte, entonces, se nos ofrece en to de índole ya conocida y aprobada (en el con-
cipado de la limitación en el espejo del mundo O, ir al misterio de una reminiscencia.) Pensemos, en
mente para volver a caer en la imitación, en el es~ escritores que visible e intencionadamente integran
en la copia del mundo S. neño propiamente dicho al cuento, o a la novela,
Cierto es que las tabulaciones perceptivas, o ima x d o lo que un Kafka, por ejemplo, añade de urdim-
tivas, en vigilia u oníricas, han podido prestar sus m :síéticamente fabulosa, y de imperativos artísticos
al arte, especialmente al literario; y esto, no ya sólo e importantes, a la sugestión onírica utilizada,
de hace un siglo, cual erróneamente se ha dicho, sinc -ca como esquema de conjunto, o para episodios
CRONOLOGIA ARTÍSTICA ARTE Y VERDAD
310 311
particulares. Aquí, se advierte por doquier la acción del en los comienzos del siglo xx, una exploración curiosa
arte; inclusive allí en donde más evidentes aparecen las de una región de la realidad aún poco explotada; y han
aportaciones estilísticas de los datos del mundo S. ¿Qué suministrado al arte algunos recursos nuevos, un poco
ley, qué necesidad podrían impedírselo al novelista, al a la manera en que la fotografía instantánea ha obrado
poeta o al pintor? ¿En nombre de qué principio podría­ sobre el dibujo y la pintura, en el siglo xrx. D e ahí este
mos prohibírselo? Por una especie de rigorismo extraño, realismo subjetivista, cuyas mejores páginas, o las más
y de extraño purismo, se ha podido protestar contra toda tópicas (precisamente algunas de Joyce y de Kafka),
idea de semejante forzamiento del arte: por ejemplo dentro de unos cincuenta años aparecerán tan trasno­
(cual lo han hecho algunos, especialmente en nombre chadas como hoy, en pintura, aparecen trasnochados
del surrealismo) exigir cortapisas como la de la escritura los caballos de Aimé Morot.
automática, a manera de salvaguarda contra todo arre­ En realidad, la literatura, la poesía, las artes plásti­
glo artístico del mundo S, igual que la fotografía es una cas, no se hallan más sometidas a la copia, a la imita­
garantía contra todo arreglo pictórico del mundo O. ción exacta de la realidad subjetiva, que a la de la rea­
Ahora bien ¿será menester creer realmente que una lidad objetiva. Y cuando se trata, no ya de efectuar
copia literal de la forma de este mundo S, un someti­ una trasposición mecánica, sino de dar una impresión
miento, voluntario o forzado, a sus leyes espontáneas, justa, de hacer surgir, en el alma del lector, una evoca­
sea más válido en arte que el sometimiento a las leyes ción, animada o sugestiva, perturbadora, insinuante o
de la naturaleza física? Pero, entonces, de lo que se tra­ sorprendente y, en particular, deslumbrante por su ve­
ta es precisamente de aniquilar el propio arte en prc- racidad (bien sea pintoresca o íntim a), el arte será más
vécho de un documental ayuno de artificio. Lo cual que nunca necesario, con sus meditaciones, o con sus
constituye una confesión, o una afirmación vigorosa cálculos.
precisamente de que el arte, en esta forma, quedara D ije: deslumbrante de veracidad. Ésta es, cuando
sobrepasado. No incurramos en el error de considera: se trata del arte, la acepción última, más profunda, más
el “Ulises” , de foyee, como un documental científkr esencial, del término.
acerca del monólogo interior.. . Basta con saber todc Aquí, en efecto, ningún sometimiento a ningún
el arte que encierra esta obra (y de qué labor ha sur­ T-.undo (O o S, ¡da igual!): sólo tiene importancia
g id o , de qué manuscritos polícromos y continuamen» en principio el mundo A, este mundo instaurado por
retocados) para quedar vacunados contra tamaña inge­ k obra de arte. Él es; cierto es que, con frecuencia,
nuidad. aproxima enormemente a esos mundos que le son
La verdad es que la observación del mundo de m eíraños, los mundos llamados, y comúnmente supues-
cosas interiores, tal como son, de las realidades psíq»- “reales". Pero, de momento, él es el único real, y
cas vivientes (y no como una psicología teórica, ina vez lo sea aún más, si por realidad se entiende una
y errónea, nos las brindaba); la atención prestada a d intrínseca de las cosas y de los seres, y no el
decursos reales de los sueños, de la imaginación ^bo de permanecer justamente al margen de éstos. En
latoria, del lenguaje interior, han permitido, a ci punto real, que rechaza en lo impreciso de una
Escuelas, en particular literarias, y muy en par1 istencia a estos seres que están allí fuera y los
F A C IE S C Ó S M IC A 313

cronología a rtística M akart), habré de tener en cuenta (como su razón más


importante) el interés dramático en la relación teatral
312
sustituye o, mejor, los explica al recrearlos, pero m qor,
de estos personajes: Antonio y César, y Enobardo y
más patéticos, o más significativos. M as, conviene dejar
Agripa, y no ya únicamente Cleopatra, sino también
bien sentado que es una cosa muy distinta fabricar p a ­
Iras y Charmion, y el Adivino, y el Bufón; y por qué
t e t is m o y significación, o hacer que los seres sean real­
es importante, para la intensidad y la pasión de este
mente patéticos, o significativos. S e trata de fabricar
un universo fundamentalmente patético y significativo. mundo, que “ w h e n s h e fir s t m e t M a r k A n to n y , s h e
Y ésta es, en efecto, la índole postrera, la índole p u r s e d o n h is h e a r t, u p o n t h e riv er o f C y d n u s ” , y que:
final de la verdad de que se trata: una verdad intrínse­
“ T h e b a r g e s h e s a t in , 1ik e a b u r n is h 'd th r o n e
ca, una verdad de existencia. Y ésta es efectivamente
B u r n d o n t h e w a ter; e t c ., e t c é te r a "
la razón por la cual el arte se ve obligado, aun en lo
que se apropia textualmente, por alusión directa, a Te-
pues, al cabo, en este universo, lo que impera es en
construir por entero, mejor incluso que lo hicieron los
verdad esta motivación dramática. Y si el dato pictóri­
dioses; ya que por lo menos hay a lg o más de lo que
co encaja en ella, es porque, por esta razón, Shakespeare
los dioses han hecho: a lg o que revela más acerca de!
ha a c e p t a d o este dato. De otra suerte, habría rechaza­
secreto de su existencia; que mejor dice lo que es, \
porque lo es más intensamente. Pues en ello reside esta do este universo, ya que no tenía razón ninguna para
tomarse el trabajo de recrearlo, para mostrar a los dio-
verdad de existencia, esta “veritas in essendo” . * s , cómo era posible hacer algo mejor, que lo hecho
Así, en su calidad de demiurgo, el artista, al crear
este mundo, se ve obligado a dejarlo menos disperso, i per ellos, algo aún más patético, con una significación
hacer más rigurosa su arquitectura (consciente o inco»- mayor más dramática, más deslumbradora.
cien temen te, ¡da igual!) la red de sus relaciones y.
que es aquí esencial, a es tru c tu r a r a r tís t ic a m e n te
arquitectura y esta red de relaciones. La arquitecto»
interior de un universo, su construcción por medie X X X V I. FO RM A Y FA C IES CÓ SM ICA
relaciones téticas constitutivas; y las razones ar
de estas últimas: he aquí lo que aún nos queda _ qué forma puede intervenir, en el arte, una espe­
explorar. H e aquí lo que todavía hemos de com¡» re música interior del ser, con armonías concertantes
der, si pretendemos haber explorado, más o mene? _ etas, con oposiciones cuidadosamente establecí-
transposiciones curiosas, numerosos ecos, profun-
teramente, esta misión del arte.
Si estudio la historia antigua, y deseo saber per latentes, planos múltiples, en una palabra: una
Antonio se encontró a Cleopatra, necesitaré _ tónica puramente estética, armazón espiritual
g e n e a lo g ía de los Ptolomeos, conocer la situación mundo representado, brindado de modo que se
í sí mismo? He aquí lo que ahora hemos de decir
y económica de Egipto, y la evolución de la R
Romana, así como todas las causas cuya conv toas palabras.
'^'''ídentalmente este encuentro. Perc Tramemos un ejemplo que no sea demasiado amplio:
-• contemplo el
314 CRONOLOGÍA ARTÍSTICA FAC1ES CÓSMICA 315
uno de estos mundos limitados, aunque imprecisos y tes que de dimensiones espaciales y temporales, o de
poco duraderos, que un momento poético establece multiplicidad de los seres. Una habitación nocturna.
como impresión fugitiva. Un ejemplo de todos cono­ El misterio de un apartamento abandonado, habitado
cido. O sea, el famoso soneto de Mallarmé que copia­ únicamente por recuerdos, y por el poeta (si es cierto
mos completo por si el lector no lo tuviera a mano en que pueda suponérsele viviendo en ellas: tal vez sea ahí
este instante: únicamente un testigo absoluto de la soledad). Mundo,
empero, cerrado sobre sí mismo. Doblemente: por los
Sea pura ongles tres haut dédutnt lear onyx límites de lo visible, del presente, de lo que sería dado
L’Angoisse, ce minuit, soutient, lampadophore inventariar; y también por la estricta limitación del re­
\1aint rere \espéral bridé par le Phénix curso verbal, prosódico. Mas no hemos de ocuparnos
Que nc recueüle point de cinérairc ainphorc de éste; pese a que seguramente su música, tan estric­
ta, tan rigurosa, tan armoniosa, contribuye a la atmós­
Sur les crédences, au salón vide: nul ptyx fera de la presartación.1
Abolí bibelot d'inanité sonore
(Car le Maitre est a lié puiser des pleurs au Styx r Como siempre en Mallarmc (cuya posición histórica, cual
Arec ce seul objet dont le Néant s’honore). es sabido, consiste en haber encerrado un fondo “decadente” en
una forma parnasiana), un sabor especial —su verdadera marca
Muís proche la croisée au nord vacante, un or de fábrica, su marchamo personal— reside en los contrastes de lo
Agonise sclon peut-étre le décor impreciso de la sugerencia cósmica (de la forma en el segundo
Des ¡¡comes ruant du feu contre une nixe, grado) con el rigor preciosista de la forma prosódica (forma del
primer grado). Versificación a un tiempo flexible y muy sabia, con
un ritmo admirable. Impresión de un encadenamiento riguroso y
Elle, défunte nue en le miroir, encor estricto, de necesidad absoluta en la textura verbal, por medio de
Que, dans Voubli fermé par le cadre, se fixe la exasperación de las cortapisas del soneto llevadas casi al límite
De scintülations sitót le septuor. posible en la peregrina disposición de las rimas, en que los tercetos
redoblan (al transponer la rima masculina en femenina, e inversa­
[Sus uñas puras muy alto dedicando su ónix. / La angustia, mente) las de las cuartetas. En todo esto, una sola mancha: el
esta noche, sostiene, lampadófora / más de un sueño vesper­ empleo del término raro, y puramente griego, de ptyx, extraño al vo­
tino quemado por el Fénix / que no recoge cineraria ánfon. cabulario realmente normal en francés, y visiblemente exigido para
/ Sobre las credencias, en la sala vacía: ningún Ptyx / (pues responder a la cuádruple rima yx. Todas las otras palabras “raras”
e l Maestro fue a sacar llantos al Styx / (con este solo objete
a forman parte, desde hace tiempo, del vocabulario francés, y, no
sólo figuran en el Littré (y en el Bescherelle, que el poeta solía
de que la Nada se honra). / Mas junto a la ventana, en é
utilizar), sino que han sido frecuentemente empleadas en poesía.
norte vacío, un oro / agoniza, tal vez decoración / de único: Que yo sepa, ptyx, es un hapax, como dicen los filólogos (o sea una
nios arrojando fuego sobre una ondina. / Ella, muerta desni: palabra de la que se tiene un solo ejemplo, al menos en verso).
da en el espejo, aún / en donde, en el olvido encerrado por d Mas el mismo sentido de la palabra griega no está claro. Significa
marco, se graba / en centelleos fugaces el Septentrión.) literalmente repliegue, y puede utilizarse para designar el interior
hueco de un recipiente; pero también significa tablillas para escri­
Es, el suyo, un mundo bastante impreciso, de um bir; y, por último (en Píndaro), las inflexiones o meandros del
pensamiento del poeta. Es evidente que Mallarmé combina los tres
opulencia bastante limitada; antes vacío que colmado. sentidos, con una astucia filológica sólo válida en griego. El “lector
Una grandeza de arcano, de imprecisa profundidad, an- francés” (en el sentido que le da Boileau) no ha de entenderlo.
314 C R O N O L O G IA A R T ÍS T IC A FA C I E S C Ó S M IC A 315
uno de estos mundos limitados, aunque imprecisos v tes que de dimensiones espaciales y temporales, o de
poco duraderos, que un momento poético establece multiplicidad de los seres. Una habitación nocturna.
como impresión fugitiva. Un ejemplo de todos cono­ E l misterio de un apartamento abandonado, habitado
cido. O sea, el famoso soneto de Mallarmé que copia­ únicamente por recuerdos, y por el poeta (si es cierto
mos completo por si el lector no lo tuviera a mano en que pueda suponérsele viviendo en ellas: tal vez sea ahí
este instante: únicamente un testigo absoluto de la soledad). Mundo,
empero, cerrado sobre sí mismo. Doblemente: por los
Ses purs ongles tres haut dédüint leur onyx límites de lo visible, del presente, de lo que sería dado
L ’Angoisse, ce minuit, soutient, lampadophore inventariar; y también por la estricta limitación del re­
Alaint rere \espéral bridé par le Phcnix curso verbal, prosódico. Mas no hemos de ocuparnos
Que 11c recueiHe point de cinérairc awphorc de éste; pese a que seguramente su música, tan estric­
ta, tan rigurosa, tan armoniosa, contribuye a la atmós­
Sur les crédences, au salón vide: nul ptyx fera de la presartación.1
Abolí bibelot d'inanité sonore
(Car le Maitre est alié puiser des pleurs au Styx r Com o siempre en Mallarmé (cuya posición histórica, cual
Axec ce seul objet dont le Néant s’honore). es sabido, consiste en haber encerrado un fondo “decadente” en
una forma parnasiana), un sabor especial — su verdadera marca
Alais proche la croisée au nord vacante, un or de fábrica, su marchamo personal— reside en los contrastes de lo
Agonise sclon peut-étre le décor impreciso de la sugerencia cósmica (de la forma en el segundo
Des licornes ruant du feu contre une nixe, gTado) con el rigor preciosista de la forma prosódica (forma del
rimer grado). Versificación a un tiempo flexible y muy sabia, con
■ n ritmo admirable. Impresión de un encadenamiento riguroso y
Elle, défunte nue en le miroir, encor estricto, de necesidad absoluta en la textura verbal, por medio de
Que, dans Voubli fermé par le cadre, se fixe a exasperación de las cortapisas del soneto llevadas casi al límite
De scintillations sitót le septuor. posible en la peregrina disposición de las rimas, en que los tercetos
redoblan (al transponer la rima masculina en femenina, e inversa-
[Sus uñas puras muy alto dedicando su ónix. / La angusta, tcnte) las de las cuartetas. F.n todo esto, una sola mancha: el
esta noche, sostiene, lampadófora / más de un sueño vesper­ t.p leo del término raro, y puramente griego, de ptyx, extraño al vo­
tino quemado por el Fénix / que no recoge cineraria ánfoo. cabulario realmente normal en francés, y visiblemente exigido para
/ Sobre las credencias, en la sala vacía: ningún Ptyx / ( p o s -.ponder a la cuádruple rima yx. Todas las otras palabras “raras”
el Maestro fue a sacar llantos al Styx / (con este solo objeai i forman parte, desde hace tiempo, del vocabulario francés, y, no
■ rio figuran en el Littré (y en el Bescherelle, que el poeta solía
de que la Nada se honra). / Mas junto a la ventana, en d t uzar), sino que han sido frecuentemente empleadas en poesía.
norte vacío, un oro / agoniza, tal vez decoración / de umetr Que yo sepa, ptyx, es un hapax, como dicen los filólogos (o sea una
nios arrojando fuego sobre una ondina. / Ella, muerta drsra- «¿abra de la que se tiene un solo ejemplo, al menos en verso).
da en el espejo, aún / en donde, en el olvido encerrado por e Mas el mismo sentido de la palabra griega no está claro. Significa
marco, se graba / en centelleos fugaces el Septentrión.) ¿feralmente repliegue, y puede utilizarse para designar el interior
■ ■ eco de un recipiente; pero también significa tablillas para escri-
Es, el suyo, un mundo bastante impreciso, de tz s . y, por último (en Píndaro), las inflexiones o meandros del
casamiento del poeta. Es evidente que Mallarmé combina los tres
opulencia bastante limitada; antes vacío que colmase nodos, con una astucia filológica sólo válida en griego. El “lector
Una grandeza de arcano, de imprecisa profundidad, n - teacés" (en el sentido que le da Boileau) no ha de entenderlo.
316 CRONOLOGÍA ARTÍSTICA PACI ES CÓSMICA 317
Ahora bien, en ese mundo, ¿cuál es su arquitectu­ Y ¿acaso no recordamos haber visto, otrora, exac­
ra? Pues, al fin y al cabo, las habitaciones nocturnas, tamente las mismas grandes funciones constructivas, los
vacías, abandonadas, son únicamente su dato burdo, sa mismos temas arquitectónicos puros, las mismas relacio­
tema local concreto y práctico. Si buscamos la estruc­ nes fóticas fundamentales, al examinar el nacimiento
tura fundamental, de inmediato distinguimos fácilmen­ de un microcosmos como el de la tonalidad musical?
te por los menos dos ejes cruzados de relaciones c t ¿Acaso no nos los hemos encontrado de nuevo en otros
oposición significativa, que nos dan la dimensión, y en campos, a propósito, por ejemplo, de la música de los
cierto modo la envergadura existencial, del poema. Uno colores? ¿Qué significa esto, sino simplemente que, en
de los ejes es espectacular y visual. La distensión se esta “música cósmica”, esta “música del ser”, por la
establece en el par tinieblas-claridad: de una parte, es cual se congregan y ordenan mundos estéticamente ins­
ambiente sombrío, casi universal, de la habitación vi­ taurados, nos encontramos de nuevo con la acción de
cia; de otra, los siete puntos luminosos de la Osa Ma­ las mismas grandes determinaciones del espíritu puro,
yor que no se ve directamente por la ventana, sin: de los mismos procesos fundamentales y, en cierto
reflejada en el espejo. Esto, en cuanto a la visión. Peí: modo de los mismos gestos espirituales principales que
mucho más fundamentalmente, la sólida estructura ma­ sostienen y arman cualquier clase de cosmos? Son for­
terial se halla establecida sobre el par ausencia-presen­ mas; estos elementos inmateriales, sostenes profundos
cia, sobre el contraste entre el abandono actual y a de un ser. No la forma que encierra, que deslinda, sino
habitación fantasmal por los ausentes cuyos fantasmü la que edifica, la que es promoción, la que abre paso
visitan secretamente la casa vacía. Pero estos ejes em a la realidad. Formas primordiales (simplemente las
los cuales se separan y distienden los polos alejados, es­ más elementales, y también las más potentes, las más
tán poblados, en el vacío del intervalo puro, por ra creativas). Son, efectivamente, las “categorías arqui­
cúmulo de mediaciones: las visuales — vagas: formas de tectónicas” fundamentales, que presiden la armonía
muebles (de las credencias) en la penumbra o sombn creadora y constituyen el Arte puro.3 El mundo tan
del cuadro, realidades y reflejos— ; las existenciales: ¿ tenue, tan lábil, pero tan completo, tan entero, tan pre­
ensueño surgido de la angustia, la imaginación y, ante
que nada, del recuerdo, mediador esencial y a la t e ana fría fontana, en un marco de áspides desdorados; ¡quién se ha
su símbolo: la aparición, misteriosamente guardada es alirado! Ah, estoy seguro de que más de una mujer ha bañado en
imagen en el espejo y que resurge vagamente, de h rsta agua el pecado de su belleza; y que tal vez yo vería un fantas­
ea desnudo si mirara largo tiempo.]
ausente que pudo otrora “bañar el pecado de su beDt- 3 Conviene recordar y precisar lo siguiente: Los diversos ara­
za”, fantasmagoría que a menudo asedia al poeta y que bescos, esquemas rítmicos, organizaciones morfológicas de que se
comenta en prosa en otro lugar.2 rata en toda esta parte, asi como en la anterior, son formas. Y
as categorías arquitectónicas fundamentales de que acabamos de
hablar, no son sino las formas más simples, y también la más pri­
2 En “Frison cfhiVer”; "Et ta glace de Venise, profonde corría- mitivas; las que constituyen más específicamente puntos de origen.
une /roide fontaine, en un rivage de guívres dédorées, qui s’y e r Son “categorías”, pues son fundamentales e irreductibles. Si se
miiél Ah, je suis sur que plus d’une femme a baigné dans cers •mere, son las determinaciones primeras que puede conferir la or-
eau le péché de sa beauté; et peut-étre venais-je un fantóme nc x pnización morfogenética. Las formas subsiguientes son complica-
je regardais Iong temps.” [Y tu luna de Venecia, profunda a x a : renes, derivaciones, especificaciones, de las mismas.
^18 c r o n o l o g í a a r t ís t ic a F A C IK S CÓSMICA
319
sentc. tan definitivamente creado y mantenido como características estilísticas. Corresponden a una aprecia­
un objeto de arte, el mundo que nos propone el poeta, ción global, algo confusa (el término exacto es el de
es efectivamente un mundo, precisamente porque toda sincrética); a una estimación de conjunto más senti­
una música cósmica está encerrada en él, le da su gran­ mental que intelectual; que valoriza reíflexivamente, sin
deza y su intensidad de existencia, a la vez que su va­ pormenorizar, el efecto total resultante de los artificios
riedad y su armonía. En un acorde que ha resonado, artísticos profundos. “F o c ie s to tiu s u n iv e rsi” , pudiéra­
que se basta a sí mismo y se mantiene por la virtud de mos decir, empleando el lenguaje de Espinoza. Todos
una perfección. estos términos ponderan un acierto artístico, sin que
No quisiéramos fatigar al lector, ni arriesgar caer sea posible designar claramente la meta que conviene
en una especie de dogmatismo de la síntesis, al tratar alcanzar: va que todos estos trazos dé la rosa de los
de gran número de universos poéticos, unos más am­ vientos estética son igualmente lícitos, y pueden igual­
plios, otros más imprecisos, o más fugitivos; al disecar mente guiar una navegación. Pero, cuando se trata de
demasiado minuciosamente su arquitectura.. . Por tan­ averiguar los motivos de sus diferencias, los principales
to (desde el punto de vista de la estética comparada!, encontraránsc fácilmente en la diversidad de la labor,
sólo examinaremos detalladamente una de estas cate­ en la proporción variable de las grandes funciones ar­
gorías cósmicas, tomándola como ejemplo. Sin contar quitectónicas que acabamos de recordar.
que ya las hemos estudiado con más pormenores, y más Por ejemplo, ¿quién no ve que el valor trágico ca­
detenidamente de lo que convendría hacer aquí, en otra racteriza un mundo en que, fundamentalmente, la ca­
obra.4 Mas un examen ligero ayudará al lector a en­ tegoría de oposición, exaltada al máximo, es la relación
tender su importancia, debida a su relación con ciertcr hegemónica? En primer lugar, porque es el alma de este
términos, sobradamente conocidos, de apreciación es­ universo; el eje esencial sobre el cual se ha de estable­
tética. cer su dimensión artística fundamental. Así, por ejem­
Estas categorías arquitectónicas, actos puros de plo, la tónica y la dominante del mundo divino y del
arte en lo que éste tiene de creativo y de instaurativo, se mundo humano (a pesar de que el hombre esté pre­
hallan todas más o menos presentes en cualquier cons­ sente aquí sólo por representación), exaltando su opo­
trucción artística. Mas no tienen siempre igual im ­ sición hasta una antinomia fundamental e imborrable
portancia proporcional. No siempre trabajan con igur Je intereses (pues es el interés por el hombre lo que
intensidad. expía el T itá n ), constituyen el eje fundamental del
Y el hecho es que resulta fácil advertir que los ca ­ mundo esquiliano en el “Prometeo encadenado”. Y
tetos estéticos más conocidos (bello, sublime, grados: jm también, la coexistencia, en el mismo hombre, del
trágico, etc.) dependen esencialmente de esta prop:- rim en de hecho, perpetrado desde fuera, y de la ino-
ción, de este trabajo, más o menos intenso, de ecncia interior mantenida por la ignorancia, constituye,
diversas categorías arq u itectó n icas. « i cierta forma, la espina dorsal estética del mundo de
Estos términos designan a un tiempo “\aluicn~ * ‘Edipo Rey”. Pero, muy en particular, el valor trágico,
r Veatc n n fitia "Instjnrjtinn Phi/oxM/>fi¿ijue‘', cap.
IV : hJm- ■ bedecc al hecho de que esta oposición permanece
putera, imborrable, imposible de suavizar ni de disimu-
«lio.-, arquitectónicos.
FAC1ES CÓSMICA 321
En cuanto a lo idílico propiamente dicho, tal vez
320 CRONOLOGIA ARTISTICA
obedece menos a la subordinación estética de la opo­
lar; y al de que ninguna mediación es en ella realmente sición a otras categorías más activas, más poderosas
posible, que ninguna otra relación de estructura podría dentro de ese mundo, que a la debilidad inicial de la
atenuarla, o equilibrarla. oposición, y de la menguada dimensión concedida a
Ocioso sería mostrar más extensamente cómo el va­ la obra en este eje, cuyos dos polos se hallan muy pró­
lor de “gracia” , por el contrario, procede enteramente ximos, separados por un pequeño intervalo, por una
de un predominio de la mediación, la cual, gracias distensión poco acentuada (en suma, carácter negativo,
a sus nexos universales y a su perpetua transición, lo­ o privativo). Mañanas brumosas y claras a orillas de un
gra casi hacer olvidar la oposición fundamental que, río, en que la sombra es luminosa y la luz umbría; dra­
sin embargo, ella misma implica. En lo que destaca, por mas morales, en que la inocencia aparece algo turbia y
supuesto, menos el amor feliz, el amor victorioso (¡esta el pecado poco grave; como en las “novelas azules” .7
fuerza!) que la esperanza, o la idílica “promesa de la Inútil también exponer detalladamente el papel, tan
felicidad”, en todos los universos “de gracia” caracte­ exúdente, de un predominio de la “torsión” arquitectó­
rizados por esta atmósfera, es decir en que impera esta nica, de la “evasión dinámica” a lo sublime; y, por el
categoría arquitectónica de la mediación. contrario, en esta acepción algo especial de la belleza,
Examinemos más a fondo este matiz. Decíamos, que es sobre todo equilibrio y simetría, el predominio
idílica: sin embargo ¿en qué difiere este valor del de de la “reiteración” ( d o m i s o l d o cerrando el acorde,
la gracia? En que, en la gracia, oposiciones bastante abierto por d o m i s o l si b e m o l ) . 8 Pero, en un sentido
fuertes, siempre mantenidas, se encuentran domadas, y
como absueltas, por la potencia más enérgica, por el tra­ reflexivo y apreciativo, de los resultados de conjunto logrados por
bajo artístico predominante de la mediación. Y esto es este trabajo del arte. Preferiríamos categorías instaurativas y cate­
lo que, en realidad, constituye esa fuerza, esta “poten­ gorías reflexivas (insistiendo en el carácter sincrético y global de
estas últimas). Forma constructiva y apreciación afectiva son sin
cialidad de la gracia” , que pudo señalarse acertadamen­
duda suficientes.
te en un hermoso libro,5 que lo dice todo, excepto quiza " ¿Un ejemplo de esta clase de novelas? Sin llegar hasta las
esta primacía de lo estructural, cuyo valor “gracia” sóle puerilidades del tipo de ‘‘Lecturas para mi hija”, y las enormes
es el fenómeno de conjunto, el aspecto sincrético v tiradas de las novelas del tipo de “novela rosa”, podríamos recordar
afectivo, que, en el fondo, es fruto de esta combina­ el género idílico de "El Amigo Fritz”, o también "Dosia”, que tanto
enterneció a nuestras madres, o a nuestras abuelas. Mientras que
ción, intensiva y proporcional de las verdaderas catego­ la oposición del pecado y de la ignorancia desempeña, en el drama
rías artísticas iniciales.6 de Edipo, un papel que va hasta el incesto y el parricidio, el pe­
cado de la protagonista de H. Gréville (pecado enteramente de
5 R. Baycr, “Esthétique de la gráce”, T . II, pp. 253 ss. época) reside en una pueril simulación de rapto, media hora de via­
6 Si se quisiera fijar un vocabulario preciso, tópico, se podríar je en coche con un joven. . . Pueden apreciarse comparativamente
llamar ‘'categorías estéticas” estos aspectos de apreciación reflexñ? las dimensiones de la intensidad. ..
sincrética, que antes conciernen al espectador que al creador, y “ca­ s Para evitar cualquier error en esta analogía musical, conviene
tegorías artísticas” los grandes actos fundamentales, esos h e d n precisar que el acorde perfecto musical y ti acorde de séptima son
dinámicos iniciales de la demiurgia instaurativa. Pero este vocabu­ aquí tan sólo mencionados como los ejem plos artísticos más sim­
lario tendría sus riesgos. De todos modos, es importante establéese ples, y en verdad los más nimios de una estructura arquitectónica,
una diferencia entre este campo primero, activo e instaurativo, *
del arte en sus procesos constitutivos, y este otro segundo camr»-
322 CRONOLOGIA ARTÍSTICA
F A C IE S C Ó S M IC A 323
más genérico, y más denso, podría decirse de la catego­
pues, los pétalos de esta otra rosa que aparece algo
ría estética, que está caracterizada, no por el predominio
oblicuamente, en un ángulo de algunos grados con re­
artístico de ninguna fuerza arquitectónica, sino, por el
lación a la primera: grandioso, patético, heroico, cari­
contrario, por su identidad y su equilibrio; por su ar­
caturesco, pintoresco, poético.. . Cada uno de ellos
moniosa sistematización. difiere poco de cualquiera de los que le preceden. Con­
Sin contar que una explicación de las diversas cate­
frontemos bello y grandioso; sublime y patético; trágico
gorías estéticas reflexivas por medio del notorio predo­ y heroico; cómico y caricaturesco; bonito y pintoresco;
minio arquitectónico de una de las categorías estructu­
gracioso y poético: estos nuevos perfiles, tal vez resulten
rales del arte puro, resultaría en cierto modo brutal, ya
menos claros, menos simples, menos clásicos, pero, des­
que se refiere justamente a estos valores tan claros, tan
de luego, más curiosos, incluso más sabrosos, conce­
notorios, que una tradición estética relaciona única­
diéndole algo más a lo “extraño” caro a Baudelaire, o
mente con los rombos más nítidos, más simples, de esta
a lo dinámico, o con un acento más acusado, mayor
rosa de los vientos que, por lo general, se enumeran
impulso. Y así, otros mil matices, hasta el infinito,
como siguen, en su orden cíclico: lo bello, lo sublime, lo
podrían aparecer en otros intervalos; matices que reque­
trágico, lo cómico, lo gracioso, lo bonito, desde donde
rirían dosificaciones más curiosas, proporciones más de­
se torna nuevamente a lo bello. Sea. Pero conviene licadas en la arquitectura interior.
recordar que éstas son, precisamente, las esencias más
Detengámonos en uno solo de estos matices. Ya
notorias, más claras, de un ciclo que, en realidad, po­
hemos pronunciado la palabra: poético. Esta palabra
dría variar hasta el infinito. Entre cada uno de estos requiere nuestra atención.
rombos pueden presentarse muchos matices interme­
Designa un matiz en la apreciación estética global,
dios, con frecuencia infinitamente más delicados, más
en el e t h o s de una arquitectónica espiritual y cósmica.
curiosos, más sugestivos, que caracterizan proporciones
Pero también parece referirse a un convencionalismo,
más sabias, o más sutiles, en la arquitectónica existen­ referente a determinado arte.
cia!, cuya expresión global constituyen. Deshojemos,
Analizábamos, antes, el universo de un poema, y su
cuyos monumentos, tan amplios como, por ejemplo, el Partenón interés artístico se nos aparecía en su arquitectura se­
por una parte, la catedral de Reims por otra, y, en fin, el mundo creta, en la red de relaciones espirituales sobre la cual
entero tal como nos lo brinda Descartes, o nos lo presenta Pascal, se sitúan, para unas funciones casi musicales, las diver­
serian representaciones cada vez más importantes. Recordemos, por sas realidades que se nos brindan. Mas, quizá diga al­
último, que si se trata de mundos del arte tales como, por ejemplo, el
de “Ifigenia en Táuride”, opuesto al de “Fausto”, primera parte guien: lo que a mí me interesa, es el saber si, por este
(en que la oposición de la búsqueda de lo bello y de la búsqueda medio (o por otro cualquiera) el universo de que se
de lo sublime aparece muy clara, y las causas de estos efectos de trata es “poético”, y por qué razones.
conjunto harto notorias) sólo por medio de una abstracción podre­
La pregunta es capciosa, o está mal planteada, si,
mos separar la estructura propia del mundo representado, y el con­
junto fenomenológico (más o menos musical en sus apariencias cual tan a menudo les ocurre a quienes se interesan en
sensibles) que nos lo manifiesta concretamente. La forma en el a te problema, se refiere, a la vez, a los dos sentidos
primer grado y la forma en el segundo grado, en el arte, son corre ¿e la palabra, contaminándolos y confundiéndolos mu-
lativas y cooperan a la atmósfera cósmica del todo. mámente.
C ÍU>NOLO(;iA ARTISTICA
524 FACI ES CÓSMICA 325
¿Se toma la palabra “poético” en el sentido de un lagos, de lindos rostros femeninos, de tiernos o melan­
matiz, punto menos que afectivo, del e t h o s global del cólicos claros de luna, o brumas matutinas, de rosas o
mundo de referencia? Entonces, queda al margen de ruiseñores, de mitología griega o leyendas bretonas;
del arte específico del poeta: en un cuadro, en una no­ sobre todo, nada de aviones, ni de automóviles, ni de
vela, en una escultura, será posible encontrarnos de
chimeneas de fábricas; ni elocuencia, ni abstracciones,
nuevo con esa atmósfera de lo poético, exactamente ni vulgaridades.
igual que será posible encontrarnos con una atmósfera
Conviene no exagerar. Yerran, desde luego, aque­
de novela fuera de la novela, con un sentido monumen­
llos que creen poder clasificar las cosas, una por una,
tal fuera del monumento, y así sucesivamente. Son
bien sea por el lado de lo poético; o lejos de éste. Lo
matices que podrían situarse, en nuestra rosa de los va­
que constituye un universo poético, es menos cada una
lores, lo poético junto a lo idílico, pero imaginativamen­
de estas cosas que el conjunto de relaciones que es po­
te más abierto, más soñador, más nostálgico quizá, y
sible hallar en él. Y todo universo (en este sentido) es
menos suave; lo novelesco cerca de lo pintoresco, pero
poético cuando su conjunto comprende todas las rela­
menos preciso visualmente, menos anecdótico, quizá
ciones necesarias para estructurar cósmicamente un
más emocionante, más susceptible de comunicar con
mundo, tal vez con muy ligero predominio de las cate­
lo patético, pero, sin embargo, con menor violencia; lo
gorías “suaves” (mediación, ecos en reiteración ...)
monumental junto a lo grandioso, pero con una arqui­
sobre las categorías “duras” (tal como la oposición); y
tectura más equilibrada, también más plástica, tal vez
seguramente también un trabajo muy acentuado de esta
más armoniosa. Y entonces, no hay ninguna necesidad
“evasión”, de esta huida, de esta orientación dinámica
de que lo poético sea forzosamente la atmósfera de k
que descentra el universo por un movimiento hacia un
poesía. “No hay rombo de esta rosa que le sea negado
más allá, hacia un término lejano, algo fugitivo, y re­
al genio”, decía Víctor Hugo. Lo grandioso, lo paté­
chaza todo sistema claramente encerrado en sí mismo,
tico, lo extraño, lo heroico o lo gracioso, le son igual­
para animar todo el conjunto con una llamada, un im­
mente permitidos. Muy ingenuos son aquellos que 2
pulso impreciso (con la condición de que también esta
toda costa quieren encenar la poesía en lo poético, ccr-
categoría trabaje con suavidad, por presentimientos,
cediéndole únicamente una existencia dentro de un uni­
nostalgia, más bien que por atrevidos impulsos, en tran­
verso poético considerado en esta forma; y que, no se ir
ce dionisiaco, lo cual nos orientaría más bien hacia lo
condenan “La Carroña”, de Baudelaire, o “La Desp*> lírico).
jadora”, de Rimbaud, con el pretexto de que el “tem í'
Ahora bien, si así es ¿por qué, digámoslo una vez
no es “poético”, sino incluso epopeyas, sátiras, arran­
más, atribuir esta armonía únicamente a la poesía? ¿Por
ques líricos, inspirados en temas políticos o sociales: d qué exigir únicamente de la poesía esta armonía?
“ infierno” de Dante igual que las “Ciudades Ten taz
La verdad es que todo universo merece serlo en
lares” , de Verhaereri; los “Castigos”, de Hugo, ¡g al poesía, con tal, únicamente, de que, en la forma que
que lus versos latinos de Bernoulli sobre temas de
sea, lo merezca así simplemente. Y este es, en realidad,
niefría, o de cálculo de probabilidades. Y todo esto Dar rl único, el verdadero, problema artístico.
exigencia de un universo de jardines, de bosques, A r
Si un mundo posible se le ofrece al artista, como
CRONOLOGIA ARTISTICA
326 FACIES CÓSMICA 327
reivindicando altivamente la existencia, como exigiendo
Y que no se nos diga: la cosa es muy sencilla. Si
insistentemente su ayuda para lograr esta existencia (y la obra, si el mundo que conviene instaurar, se revela
¿qué es la verdadera inspiración sino este sentimiento novelesco, pues que sea una novela; si poético, que sea
de que un mundo ha de ser, que lo merece, que exige
un poema; si dramático, un drama; si pictórico, una
que un hombre se entregue por entero a él, para lle­ pintura; si monumental, una arquitectura. Estos pro­
varle hasta esa existencia?) , lo esencial es que este mun­ blemas son infinitamente más complejos. En ciertos
do, en efecto, posea esa originalidad propia, esa facul­ casos, puede ofrecer un deleite especial tratar pictóri­
tad de imponerse a las almas, ese interés, ese pode: camente una sugerencia dramática (cual lo ha hecho
virtual de existir intensamente, con esplendor, vibran­ con tanta frecuencia Delacroix); escultóricamente, una
temente, con una inmensidad dimensional, o cualitati­ sugerencia monumental; en un poema, un universo pin­
va; lugar anhelado para el pléroma de los seres (que sin toresco. . . En una palabra, contrariar el e t h o s del tema
él quedaría incompleto y localmente vacío); vocacic-
por el tratamiento concreto de la realización, contrastes
nes, aptitudes, que, en conjunto, constituyen el derech: que a veces avivan la esencia misma de la realidad pre­
a la existencia, derecho que se mide por su grado <k sentada, más que lo pudiera hacer la atribución, en
perfección. cierto modo mecánica, directa, corriente, del tema poé­
Mas pudiera ser que este mundo posible, exigió:
tico a la poesía, del tema dramático al drama, y así
por un demiurgo, fuera patético o gracioso, novelesca sucesivamente. En el fondo, el “Prometeo encadena­
o dramático, elegiaco o lírico, ¡igual da! Al demiurp:
do”, tan trágico en su esencia, es (al menos para el lec­
por él elegido es a quien corresponde convertirse a tor moderno) más bien un poema que una tragedia, y
poeta lírico, o en poeta elegiaco, en autor de novd» con ello sale ganando. Tal vez porque la situación, en
o en dramaturgo; o, si es pintor, en pintor dramático • lo que de esta suerte tiene de estático (¿y qué le aña­
romántico, según lo que esta creación exija. de el desenlace?) se aprecia todavía mejor. ¿Acaso le
Por supuesto, no diré que no pueda consultar su ta­
reprocharíamos a “Jocelyn” ser esencialmente noveles­
lento, sus fuerzas, sus inclinaciones, o la oportunidad, l a co? Éste es su encanto y su originalidad. ¿Acaso les
idea acude. Al artista es a quien le corresponde reprocharíamos, a los frescos de la Sixtina, el ser tan
lizarla, buscarle su destino artístico, es decir, las extremadamente ideas escultóricas? Por lo tanto, la
diciones de su más alta perfección, de su brillo 'to ca ció n a r tís tic a d e u n u n iv erso no se rige por su fiso­
intenso. ¿Es una idea de novela? ¿Una idea de dr nomía afectiva: pueden intervenir cálculos más sabios
¿La de un poema? La respuesta a la pregunta es
o una libertad mayor. Pues semejantes destinos se de­
caso específico, una respuesta a la medida, tan ciden por incubación en un alma. L a t e t in ú te r o g en iu s.
d u a l (en relación con la in d iv id u a lid a d d e la ob ~ z
En cuanto a estas relaciones, bien sea de acorde o
es menester realizar) cual pudiera serlo la orier.tac
áe contraste, entre el valor afectivo y el género artísti-
de un niño por un pedagogo. Hay aquí una su era hay que reconocer que, con frecuencia, en ellas in-
orientación profesional de la obra, que es preciso á t ienen cuestiones de moda y de época. Un periodo
cir del examen detenido de sus propias aptitudes. arte acepta mejor la pintura “de género”, de un
titudes individuales, insistamos en ello. toresquismo lindante en lo humorístico; otro, la pin-
328 CRONOLOGÍA ARTÍSTICA FACIES CÓSMICA 329
tura de temas novelescos; igual que, en poesía, otro más intenso y más certero, quizá, cuando se trata de la
exigirá antes que nada lirismo, y no gustará de lo épico. “Ilíada”, o del “Prometeo”, de “la Tempestad”, o del
¿Por qué extrañarse? Esto no concierne a las condicio­ “Amor sagrado y Amor profano”, o de la “Armonía
nes universales y necesarias del arte (que permiten todas del atardecer”, que cuando se trata de la tempestad que
estas combinaciones), sino a las condiciones de la in s er­ anteayer reinaba en el Atlántico norte, de la luz del
c i ó n de la obra en un medio histórico determinado. Son poniente, mañana, en los campos de Gennevilliers, o
causas ocasionales, cual diría un malebranchiano. de tal o cual persona que conocemos. . . y tal vez del
Y exactamente igual sucede en lo que atañe a la mundo que los encierra.
actitud personal del artista frente a la obra que ha de ¿Quién podría asegurar que el “Prometeo”, o la “Ar­
realizar, frente a la obra que exige su derecho a existir. monía del atardecer”, no justifican, en ciertos aspectos,
Se puede, desde luego, hablar de una especie de obli­ la existencia del hombre mejor que el hombre se justi­
gación metafísica, y casi moral del artista; obligación fica por su presencia física en este universo físico?
que obedece enteramente a su papel de demiurgo. Pues­ Conclusión: también resultan cósmicas, desde cierto
to que el artista tiene el deber de llevar hasta el ser este punto de vista, las categorías de la apreciación estética
mundo en el cual es patente el derecho a la existencia. global, como bello, sublime, gracioso, dramático, e t c .. . .
Ahora bien ¿acaso supone esto que no tenga derecho Calificaciones cósmicas, que caracterizan, algo confusa­
a clasificar las cuestiones, a considerar la urgencia, o in­ mente, y en particular en lo que atañe al sentimiento,
cluso la oportunidad de las mismas? El arte es largo, y la fa c ie s total de un universo. Y todas son válidas en el
la vida es breve. ¿Qué artista, qué creador, no sabe de arte; todo arte puede, en sus aciertos, apelar a cada una
estos dramas interiores (que justifican la nobleza dc.
de ellas. Pero lo que globalmente expresan, es la con­
arte y su valor m oral): la elección entre las posibles,
dición de una armonía cuya naturaleza profunda es tan
entre las diversas obras que le son sugeridas, que se pre­
estructural, tan delicadamente proporcionada, tan com­
sentan, ofrecen en el umbral del ser, esc umbral que eí
pleja, cual pudiera serlo un acorde musical. Y sus notas
creador puede hacerles traspasar o no, según su volun­
verdaderas — los factores existenciales íntimos y opera­
tad? ¿Y la angustia, la nostalgia ante la obra grande y
hermosa, que merecería todo su esfuerzo, que le agraz- tivos— son las categorías constructivas, cuyo trabajo
daría, oue le reconciliaría consigo mismo, en su calidad interior en este universo es la verdadera acción, la acción
de creador, y para la cual le falta el tiempo (el tiempe. directa e instaurativa del arte. Y, en su acción, estas
o quizá las fuerzas) mientras lo devoran empresas rrs- categorías tienen por ley, que eí arte, al ponerlas en
nores, que sin embargo no quiere abandonar, antes de obra, tienden antes que nada a instaurar un mundo que
que sea realidad completa lo que todavía se encuerz» se alza más alto, más adelante, más intensamente en la
a medio camino del ser? Y así es como puede el arz53 existencia. Un mundo cuya existencia es más soberana,
sentirse culpable con respecto a un ser que m ersá* más esplendorosa, más soberbia, más elevada que la de
ría existir, que sólo él podría hacer existir, y de cuya " a » ainguno de los universos a los que fueron negados esta
existencia” él solo es responsable, al restarle ese dciezÉ^j eficiencia, este poder, este realizarse por medio del arte.
a la existencia, el mayor de todos los derechos. DczedU Es un modo eminente, un modo supremo de existencia,
330 CRONOLOGÍA ARTÍSTICA EL PUNTO DE VISTA 331

incluso para un universo tenue, ínfimo, instantáneo, o dan todo un pueblo de personajes, no habremos de ser
borroso e impreciso, pues s ie m p r e , fundamentalmente el demasiado exigentes respecto a las fechas, a las genealo­
arte busca y alcanza en esta hazaña, este triunfo, este gías, a los encuentros. Las presencias concretas son las
supremo hecho existencial: la obra maestra. únicas que trabajan, o que más especialmente trabajan.
Y por esto es por lo que el arte merece que se le Mas, si se nos dan tan sólo, algunos puntos de apoyo
(por ejemplo, Stendhal no nos dice expresamente que
llame creador. ¿Qué es crear, sino dar vida?
Pero ¡cuidémonos de lo contrario: pues las condi­ Fabricio es hijo del teniente Roberto) a nosotros nos
ciones que rigen el arte son condiciones sirte q u a n o n toca calcülar las fechas, las posibilidades; y es necesaria
para toda verdadera posesión de existencia. No creáis la justeza del cálculo, para que no abriguemos duda nin­
poder existir sin el arte, sin realizar en cierto modo (por guna al respecto. Igual sucede con la decoración. Si, en
la armonía, la arquitectura, la opulenta profundidad y la primera decoración del “Cid”, se nos muestran con­
los imprecisos hacia una trascendencia); una obra maes­ juntamente la plaza, la callejuela, el umbral del palacio,
el cuarto de Jimena, el jardín de la infanta, no hemos
tra de vosotros mismos.
de discutir acerca de la completa verosimilitud de la dis­
posición. Pero si, en “la Princesa de Cléves”, se preci­
san apenas, acá y acullá, el pabellón de Coulommiers, el
X X X V II. E JE M P L O D E UNA E ST R U C T U R A jardín florido y la avenida de los sauces, lo largo del ria­
C O SM O L Ó G IC A : E L PU N TO D E V IST A chuelo, la topografía precisa, verosímil, sobrentendida,
que liga todo esto en una realidad virtual, resulta en­
T o d a obra de arte representativa, dijimos, presenta e x tonces infinitamente más exigible, más necesaria.
mundo; mundo sucinto, en verdad. En su mayor parrt. Con mayor razón, cuando se trata, no ya de organi­
es virtual. Poca cosa se nos dice de ello textualmente, zación natural, todavía física, sino de esta arquitectura
con relación a lo que queda implícito, y tal vez sea esa^ moral y espiritual de que hablamos aquí. Lo que hace
este dato implícito, lo que le da al conjunto, a un t a ­ que el alma de una cosmología sea verdaderamente artís­
po su sabor y su imprecisa profundidad. Mas, es p o r o * tica en su esencia.
este conjunto forma un todo orgánico y arquitecturas^ De las relaciones arquitectónicas, puntales de esta
por lo que en los intervalos en que nada aparece, poefec cosmología, una de las más interesantes — la única que
suponerse algo. El doble punto de arranque de um rá- deseamos examinar detenidamente— es la que ya he­
veda exige la clave que cierra y remata; el arbotarfH mos llamado el “punto de vista”.
iniciado exige el pilar y el suelo en que se apuntala T »
Todo universo (los fenomenólogos nos lo han ex­
sólo la justeza, la pureza arquitectónica del perfil plicado a fondu, pero antes, ya lo sabía la estética) es
plica la realidad de toda esta insoslayable sugerencu. 1
xsorfológicamente solidario de un testigo con relación
aquí por qué cuanto más sucinto aparece el muñó: f d cual se plantea, y al que implica.
puesto en sus presencias obvias, más enérgica ni rote
La estética comparada permite aquí unas observa-
penden su grandeza real y su opulencia de la z * a l mes harto significativas.
tura espiritual. Si un Balzac, un Julcs Romain. naife
KL PUNTO DE VISTA
332 CRONOLOGIA ARTISTICA l 333
Cuando se trata de una estatua, ya sabemos que r^ i a"tCS ,!amadas1d?1 í cmP°> <lue la ley estructural esen-
cálculo ha sido menester para combinarla según el lu­ C - í i . e,ntonccs el deslizamiento del punto “Yo” la im
gar normal de un testigo. Bien sea que debe ser vis­ O to C u p l e t .',na COntCmp0raneÍdad dd « « * » > de la
ta de abajo arriba, desde muy abajo, y desde todos sus
Pero la pintura, peregrinamente, sitúa al testigo a
ángulos, co m o el “San Jorge” de Frém .et o i poco
oblicuamente hacia la altura, y únicamente de frent esphituaimin0 ' ÍSÍÓn rCa1’ física’ -v una visión
como “El Día”, de Miguel Angel (con lo cual la parte
inferior del rostro, la parte superior del brazo ocultos i Pj drj decirse: eI Punt0 de vista del “Heliodoro ex­
a este ángulo visual, no necesitarán ser precisados); o, pulsado del templo” (de Rafael), es el lugar físico en
que el espectador ha de situarse para que la perspectiva
en fin hábilmente dispuesta como la Victoria de Sa-
de! monumento parezca justa. ¡Ingenuidad! No parece
motracia”, para ofrecer, en cualquier ángulo que-sea, un
sino que el pintor, realmente presente en la escena ha-
renovado interés, una diversidad perpetua siempre se
abase por casualidad en determinado punto, desde el
trata de un punto de vista físico; y el espectador, el tes­
cual vio las cosas de este modo; y que, a nosotros, espec­
tigo esencial, implícitamente presentado por la obra,
tadores, nos es necesario simplemente dar con ese punto
antes que nada se caracteriza como un 0]0 situado en
y.situarnos en él. Por el contrario, es indudableque eí
determinado punto del espacio.1 ... • i pintor que ha creado esta escena ficticia, ha proemado
E igual sucede en arquitectura. Con la diferencia de
dar con el ángulo bajo el cual la escena lograría su me­
que los diversos lugares del testigo están hgados - ig u a
jor apariencia, su apariencia más significativa, más in-
que en el arte de la jard in e ría- por la lógica o el valor
Estético de un itinerario. Y los diversos puntos de vist.a, mafui V 3 qU? más armoniosa en cuanto a las for­
mas Ha buscado el punto de vista absoluto, inherente
necesariamente sucesivos, en cierto modo organizan me­
a este microcosmos, para llevarlo hasta su perfección
lódicamente los espectáculos. De ahí la emoción
Mas aun, este punto de vista, en el cuadro, es por igual
asombro, la calma, la atracción, la perseverancia, o U
pausa soñadora, prescritos a este testigo sucesivo, ^orde­ e n T t e m n l f ? - " ; L °¿ q" C ]° co ^ P ^ o s ! estamos
en el templo, bajo la bóveda (se puede demostrar por
nados rítmicamente. Aquí el testigo ya no es solo un
la iluminación la cual no supone el muro del frente
ojo que ve, es un hombre que camina y un corazón que
por e lado de la entrada realmente abierto, sino simple-
se°conmueve. Su esencia psicológica es mas rica y mas
mente suprimido mentalmente). La pregunta: ¿desde
donde es m enester contemplar la escena? es una pregun-
C011Y ya hemos visto, tocante a la música, a la danza. ,
a artística, a la que habrá que contestar con razones ar-
l Sabida es la ingenuidad de la estatuaria arcaica en « t e pun^-
, €ntTe las ,cuale1s fl§urai1 algunas relativas por
gual a la psicología del testigo cósmico que al interés
b a l a d o s de K^orsabad tienen ^ P a «
tro, vistos de perfil; pero tienen cinco para qu* n bw ve en^
que cumple infundir a las cosas. El espectador se aden­
tra en la aventura: se le obliga a tomar parte en la es­
cena a participar en ella en calidad de testigo, a penetrar
en el cuadro, o, mejor dicho, en el mundo del cuadro
vista restantes.
LL PUNTO DE VISTA 335

354 CRONOLOGIA ARTISTICA Se trata siempre, en este género de cálculos (cons­


Tiene en el un lugar reservado, y ese lugar es el que se cientes o scmiconscientes, ¡da lo mismo!) de discernir
trata, para el espectador concreto, de hallar: el artista en qué forma, según el punto de vista, lo que se hace
le obliga a identificarse, física y nioralniente, con este decir tendrá mayor relieve, más agudeza original. En
qué forma resultará más y más enteramente personal, y
testigo absoluto, inherente al mundo que se le brinda.
Más peculiar aún resulta esto, cuando se trata del se impondrá con más esplendor a las mentes.
punto de vista en literatura. Aquí la visión es ente­ Pero no hemos de insistir ya en todo esto, pues lo
ramente interior, la presencia en el espectáculo, entera­ hicimos en otro lugar, cual hemos recordado antes.3
mente espiritual. Lo cual le infiere mayor importancia. Recordábamos antes un soneto de Mallarmé. Decía­
¿Quien, por ejemplo, hizo notar el sabor, tan especial, mos el lugar que en él ocupa cierta fantasía, de regusto
introducido en el siglo x v ii , en la novela picaresca, por desde luego sexual: la visión fugitiva de un desnudo en
la tradición inaugurada con el “Guzmán de Alfarache”? el espejo, motivo reiteradamente utilizado por el poeta.
¿Por la presentación de estos como cuentos narrados cual ¿Será menester conceder a este detalle (sumamente im­
si el autor fuera el que hablara? Y cualquier escritor portante en la estructura del conjunto, de la cual es una
sabe, en efecto, la decisión esencial que implica el escri­ de las “buenas notas” ) un valor especial, a causa de los
bir una novela enteramente arquitecturada en esta deci­ sentimientos peculiares que puede revelar en su autor?
sión de un punto “Yo” textual. Pero más sutil, aunque ¿Y ver aquí un indicio psicológico revelador de la gé­
no menos importante, es esta decisión secreta por la nesis del poema? Quizá algunos lectores así lo hayan
cual, sin que ninguno de los personajes se exprese direc­ pensado de inmediato. Se habrán dicho: esto es impor­
tamente, un relato, una descripción, se realizan al pre­ tante, esto es esencial. Estos lectores son, sin duda, más
sentar las cosas tal y como aparecen a uno de los perso­ psicólogos que metafísicos, y quizá hayan creído ver allí
najes presentados; con la prohibición que ello entraña
de revelar al lector, lo que no puede ser conocido de to de vista es el de una nube que pasa e imprime su tonalidad suce­
este personaje. No sólo la acuidad de las presencias, sivamente a varias escenas. Pero esto no se dice expresamente, se
desprende únicamente del desarrollo de las escenas, a la vez que
sino toda la combinación de claros y sombras intelec­ se origina una combinación de aparición y desaparición sucesivas las
tuales, de lo conocido y de lo ignoto, de la precisión y cuales, se asemejan vagamente a un sucesión cinematográfica. Por
del misterio, en el universo de la obra, es fruto de esta supuesto, el lector puede no darse cuenta de las causas artísticas que
decisión inicial. Basta con analizar artísticamente, al producen tales efectos, se contenta con sentirlos con una mezcla de
placer y sorpresa. Pero al estudioso de estética le incumbe conocer
respecto, cualquier novela bien construida, para perca­ as causas, captarlas. Ahora bien, lo que la estética sabe, el artista lo
tarse de todo lo que el arte sabe y debe calcular sobre hace, y esto implica también una ciencia, aun cuando sea menos
el particular; desde el prejuicio de las “Memorias imagi­ teórica que práctica. Si así procede, es porque, en su calidad de
demiurgo, opina en su sabiduría al hacerlo que está bien; que así su
narias” , hasta estos cambios repentinos, c incluso un s
sbra es buena.
es no asombroso, de punto de vista, que logran en 3 Véase Instauration phylosophique, pp. 246 ss. Insistimos allí
efecto insólito e innovador en ciertas obras contempo­ en un punto que no tiene lugar aquí: la importancia moral, y hasta
ráneas, desde “la muchacha verde” al “ Uliscs” .2 metafísica, de la calidad del testigo en todo relato de significación
mítica.
. , , verde” en determinado momento, el F =*
2 En “La muchacha verde , cu
C R O N O L O G ÍA A R T ÍS 1 1 C A
336 TRASCENDENCIAS 337
la “célula generadora" (cual decía V . d’Indy) de todo el
poema. Esta fantasía — ya que habitual— puede haber Todas estas hipótesis son igualmente lícitas, y, en el fon­
intervenido como causa psicológica — psicoanalítica si se do, ociosas, ya que precisamente el poeta no quiso impo­
prefiere) en esta génesis. Conformes, pero ¿como causa ner ninguna de ellas y las dejó, a d lih itu m , simultánea­
mente posibles.
artística? Pues aquí está todo el problema. Suponerlo,
sería grave error. Desde luego, un freudiano podría re­ Negarse a precisar es algo inherente al propio arte,
crearse en hacer sugir aquí el complejo de Edipo, en en este caso; al arte que voluntariamente priva al testigo
infundir carácter paternal al “Maestro" desaparecido, y de toda idea nítida en lo que se refiere a los motivos de
maternal a “Ella, la desaparecida, desnuda en el espejo” . su presencia, lo mismo que a su nexo concreto con los
Ésta es una hipótesis tan gratuita como, en cierto as­ seres humanos cuya imagen evoca, para dejarle a solas
pecto, algo trasnochada psicológicamente. Pero, ¡no le con una situación expresamente despojada y estilizada,
en cierto modo equiparable a la que produciría la amne­
hace! No es esto lo que debe importarnos.
Pues si es posible — y nada nos permite afirmarlo— sia de un despertar brusco, o de una ausencia de la con­
ciencia.
que semejante ideación haya intervenido biográfica y
psicológicamente, en las fuentes de la mentalidad de Y así es como el testigo esencial, inherente a la no­
Mallarmé, sea como fuere, queda expresamente elimi­ ción misma del universo que se presenta, no es aquí, ni
nada del universo poético, tal como aquí se nos presenta. la persona psicológica y concreta del autor, ni la de tal
En todo caso, en modo alguno exigida por el lector; ya o cual lector: es el que implica, de por sí, y presenta con­
que el tema es exclusivamente éste: “el poeta, en una sigo el universo del poema. Pues este testigo y este uni­
verso son solidarios; y esto sucede en todo verdadero
casa nocturna deshabitada, evoca, frente a la confusa
claridad de un espejo, la imagen de la que se miró en poema, al igual que en toda obra de arte. Y nosotros
lectores, sólo podemos identificarnos, lo mejor que po­
éste", a la vez. por cierto, que el recuerdo del maestro
desaparecido. Nada nos autoriza a precisar que se trata damos, con este testigo, y vivir, bajo la ley que se nos
sugiere y se nos impone, este momento.
de algo familiar, o, si hemos de creer en una impresión
real (¿y por qué no?) de una casa hoy vacía, prestada
otrora al autor por una pareja amiga; o de un aparta­
mento amueblado, habitado por desconocidos anteceso­
X X X V III. T R A SC E N D E N C IA S
res. Pero ¿por qué no suponer, también (y quizá sea
ésta la idea más plausible) que “el Maestro” es el pro­
Y así hemos casi cerrado el pcriplo por el que nos pro­
pio poeta, y que una angustia nocturna le hace imagi­
poníamos guiar al lector. Quizá hayamos logrado, si­
narse la casa tal como sería si la muerte pasara por ella'-’
quiera a grandes rasgos, seguir el arte a través de las prin­
4 El ptyx interpretado como cuaderno de apuntes, y la idea ale» cipales acciones de su empresa mayor, la cual consiste
irónica del poeta sepultado con este aditamento profesional, es e » siempre en instaurar, con cada obra, un mundo. Un
dentemente la explicación más sencilla, más completa, de las mundo podrá ser sólo un breve instante, o una am­
cuartetas (teniendo en cuenta el juego de palabras con el otro plia cosmología, la cual nos ofrecerá incontables rique­
tido: el hueco de un jarrón). zas en seres, aventuras, sentimientos, espacio, tiempo y
55S CRONOLOGIA ARTÍSTICA TRASCENDENCIAS 559
presencias. Un mundo que, igual que una sinfonía, o incomparable, fruto de una atmósfera peculiar para rea­
una decoración arbitraria, podrá bastarse a sí mismo, lizar una empresa que, cada vez, se rcmicxn por com­
brindando una nueva naturaleza, un ser de un tipo des­ pleto.
conocido para la cosmología concreta y natural; o que Esta división del Arte en artes diversas, objeto y pun­
podrá, como el cuadro o el poema, recordar la natura­ to de apoyo de todos estos estudios (y distamos mucho
leza y los seres del mundo usual, a la vez que rivalizará de suponer que hemos agotado el tema) es sólo la diver­
con éste al transfigurar más o menos lo que de él evoca, sificación más sencilla y más evidente de una actividad
quizá simplemente (como mínimo) al iluminarlo con que, en verdad, lejos de hallarse suficientemente dividida
un fulgor, con una como claridad u obligación interior, por la especie, llega hasta lo individual, lo cual consti­
que lo hace más plausible y más necesario. Que lo jus­ tuye la peculiaridad de la obra. Y esta peculiaridad, no
tifica más en su presencia, porque ésta aparece más legí­ lo olvidemos, es, a su vez, una de las c la m de la misión
tima, más digna de ser que de haber sido olvidada por del arte, para el cual cada obra por realizar tiene un
los dioses cuando crearon. derecho a la existencia, que le es propio y realmente
Y tal vez hayamos logrado mostrar también cómo el individual. Es un ser que se trata de promover, de rea­
arte, demiurgo de esta instauración, opera siempre, a lizar en cuanto tiene de único, de insustituible.
pesar de la diversidad de sus criaturas, conforme a algu­
Empero, esta división del arte en una docena de
nas leyes instaurativas principales, cuya única clave, cla-
artes especializadas, caracterizadas por la especificación
ve'espiritual, es siempre idéntica: un esfuerzo por llevar
de la apariencia sensible y el doble grado formal, pene­
d dato vislumbrado, esbozado, hacia su propio resplan­
tra hondamente en toda la vida del arte. Cada combi­
dor, hacia toda la realización de que es capaz, hacia su
nación de cualidades sensibles trae consigo recursos y
presencia más completa, hacia su plenitud en las condi­
limitaciones, fuerzas y debilidades, que le son propias.
ciones prácticas y concretas en que el arte opera.
E ste arte puede variar según sus dominios sensibles, Y, por el hábito, para los artistas que se entregan a cada
tan diversos; erigir piedras, ordenar movimientos, com­ una de éstas modalidades del arte, este conjunto de con­
binar colores o arquitecturas de los sonidos: en todo? diciones propias entraña una segunda naturaleza, al igual
estos campos, siempre responderá por sí mismo a sí mis­ para los modos de pensar que para las acciones prácticas
mo. Pues con tal diversidad de datos persigue una em­ de la técnica. Por ello la adaptación a esta naturaleza
presa equiparable, siempre animado por idéntico impulso especial actúa muy profundamente sobre cada rama con­
creta del arte.
en esta vía constante de la anáfora cxistencial.
¿Supone ello, acaso, que esta diversidad de las apa­ El músico, que piensa con sonidos, el escultor y el
riencias queda aniquilada, en el fondo por la profunda arquitecto, que piensan con ^lúm enes, el poeta, que
unidad del arte, de este Arte puro, cuyas claves (al m i ­ piensa con palabras, se ven de esta suerte impelidos a
n o s algunas, las más evidentes, también las más senc*- innúmeras acciones para las cuales, psicológicamente, ya
llas) han podido discernirse en nuestros análisis cotr.^8- no existe casi ningún denominador común, a no ser
rativos? No. Labores siempre nuevas le exigen, a caaB que, en el análisis, se llegue hasta un despojamiento que
esfuerzo del arte, siempre algo improvisado, algo ú n **. tome a encontrar la trama, punto menos que metafí-
340 CRONOLOGÍA ARTÍSTICA TRASCENDENCIAS 341

sica — en todo caso, ontológica— de la acción instau­ gada, grácil o en su plenitud) del desnudo femenino
impreciso en el espejo. Tal vez le sea necesario renunciar
rativa.
Incluso en el campo que acabamos de explorar en al nítido septuor de estrellas que lucha con la fantasmal
último lugar — este contenido cósmico de las obras repre­ aparición, y cuya ejecución resultará técnicamente casi
sentativas— campo en que la especialidad de las artes, im posible.. . Así es que, a pesar suyo, y por mucho que
en principio, apenas si se señala, aun permanece en la este ilustrador se preocupe en darnos exactamente el mis­
práctica, gracias a esta adaptación de toda la obra a mo universo que el poeta, cuanto más artista sea, más
la naturaleza de su arte especial, una especificación aun obligado se verá a pensar de nuevo este universo, según
sumamente sensible. El mundo del poeta y el del pin­ los recursos propios de su arte. Y finalmente, habrá de
tor, por idénticos que puedan ser cuando manejan datos sujetarse a una equivalencia general, que permitirá gran­
comunes, se obligan a realizaciones divergentes. Por des variantes en el detalle. Tal vez la misión del músico
ejemplo, un acuafortista (creo que, entre todas las artes sería aquí más fácil, ya que justamente la lucha de las
plásticas, el aguafuerte es aquí la más indicada) se de­ precisiones de los pormenores, en campos plásticamente
dica a ilustrar el soneto de Mallarme que tomamos como demasiado idénticos, podrá ser evitada. Pensemos en la
ejemplo; le será preciso inventar ciertas cosas, olvidarse Vida anterior”, de Baudelaire, asombrosamente ilustra­
de otras y, por tanto, pensar de nuevo artísticamente, da por Duparc en música. Los dos universos, concuer-
conforme a sus normas propias, este universo. dan maravillosamente en su atmósfera artística de con­
Pienso en un aguafuerte, porque, en el universo del junto. Pero no conozco ninguna ilustración plástica
poeta apenas si existe el color (un poco de oro para el satisfactoria de esa obra. Creo, inclusive, que sería im­
marco del espejo, y el resto en ocre, o en sepia; quizá posible, a pesar de que el estilo de un Gauguin pudiera
un toque azulado con el ónix, y, desde luego, solo la convenirle, hasta cierto punto; mas no sus hábitos, en
blancura, sin ninguna carnación, para la transparente lo que respecta a la elección de decoraciones y de acce­
sorios.
desnudez); con el amalgama fuliginoso de los muebles
imprecisos en la penumbra, todo esto evoca especial­ Si a esto añadimos que todo artista un poco hábil, un
mente el claroscuro de este tipo de grabado que, para poco virtuoso en sus procedimientos, siempre se dejará
evitar cualquier anacronismo, se puede imaginar tratado seducir, en lo que a la elección de sus temas atañe, por
en el estilo de Meryon. Pero, por muy estrechamente la previsión o la visión de los efectos sensibles peculiares,
que se correspondan las cualidades sensibles de los dos de las curiosidades técnicas, o de los aciertos de ejecu­
universos, para hacer éstos tan semejantes como fuera ción en que pudiera abundar el microcosmos elegido, se
posible, le será preciso, al grabador tomar nuevas deci­ comprenderá que, incluso en este campo del universo
siones; por ejemplo, en cuanto a la forma y el estilo de representado, jamas la respuesta, el paralelismo funcio­
los muebles (Luis xv, o Luis-Felipe, la credencia que nal de las artes, podra llegar hasta una concordancia
conserva un reflejo en su pulida cubierta y perfilara una perfecta, una verdadera identidad. Para alcanzar esta
curva de sus formas o la línea de un panel recto); y especie de comunión y de identificación, es menester lle­
también en cuanto a la gracia (juvenil o ya algo fat> gar hasta el último plano, este plano de trascendencia
342 CRONOLOGIA ARTISTICA TR ASCENDENCI AS 343
que remata y corona toda obra de arte digna de ser te­ dades precisas, de las que justamente se libera; y es evo­
nida por tal. car un mecanismo algo más complejo, un procedimiento
Se trata de una región evidentemente misteriosa, de menos directo de expresión, pero, con todo, siempre un
la que es difícil hablar con — ¿cómo lo diremos?— una procedimiento, como causa de este efecto. Mientras que
especie de severidad científica; y que, sin embargo, no de lo que se trata es en primer lugar, y esencialmente, de
se halla situada más allá de todo análisis posible. la naturaleza de este sentido, sean los que fueren los
Ya lo sabemos, cosas como los “Peregrinos de Em- procedimientos (por otra parte sumamente diversos y
maús”, de Rembrandt, o como “La exhortación al variados) por los cuales ha sido evocado. La cuestión del
amor”, del Titiano, o como la Octava fuga del “Cla­ procedimiento es secundaria. Pintores hay que se pre­
vecín bien temperado”, de J. S. Bach (para sólo citar ocuparán sobre todo del tema; otros, del acorde de los
ejemplos de todos conocidos, e indiscutibles en este colores; otros, de la gracia de las formas; los más gran­
sabor del dato sobrepasado por la evocación) le brindan, des, del acorde global del tema, los colores y las formas,
a la mente, la certera impresión de la presencia de una de su convergencia hacia el efecto que, en definitiva, se
realidad situada, empero, mucho más allá de todo cuan­ quiere producir. Lo esencial es el resultado, es decir, de
to podríamos clasificar por medio de la observación posi­ nuevo esta evocación de una presencia, cuya misma esen­
tiva, concreta y, no diré que a ras de tierra, pero sí ate­ cia está en ser un más allá, con relación a todos estos
nida sólo a lo que expresamente queda dicho término datos, en vez de constituir uno de ellos, a lo que sería
por término. reducido por la idea de simbolismo. Ahora bien, para
Si nos atuviéramos a una descripción psicológica del poder describir este más allá ¿acaso — según los recursos
efecto producido — el cual es seguramente la prueba más de las místicas y de la “teología negativa”— no nos ve­
certera del éxito completo del arte en su empresa más ríamos reducidos a decir todo cuanto no hay?
elevada— la impresión sería la de una significación infi­ Desde luego, en esta presencia misteriosa, hay algo
nitamente más importante que todo cuanto pudiera que se asemeja al desarrollo del pensamiento místico.
comprender un inventario objetivo de los datos positivos Peio quizá, si es cierto que esta obra siguió paso a
que se ofrecen, de las ideas presentadas, de los sentimien­ paso, con bastante exactitud, los procesos dialécticos del
tos evocados. Impresión de algo que va a ser dicho, que arte, podremos abrigar alguna certidumbre con el senti­
queda en suspenso al borde de la aparición de lo mani­ miento de la naturaleza de ese más allá que se hace
fiesto, y que un esfuerzo algo mayor de penetración presente.
podría revelarnos; y que, sin embargo, tal vez no ser En efecto, no es posible liberarse de la idea de que
nunca enteramente manifestado, ni lo podría ser, cu el verdadero c o n t e n id o de la obra de arte (que sobre­
otra forma que en la de esta espera que será colmad: pasa infinitamente el aparente contenido que cree abar­
en unos instantes. Por ello, el hablar, por ejemplo, <k car la imperfecta y superficial oposición de la forma y
simbolismo, para dar cuenta de este efecto, es descono del fondo) es un contenido metafísico.
cerlo, degradarlo. Es reducir el misterioso sentido de est* Quienes no gustan de la metafísica, nada pueden en
„ „„ nivpi He ideas, de sentimientos, de rti.> su contra. \Se dirá, acaso: por consiguiente, esto es in-
344 CRONOLOGIA ARTISTICA TRASCENDENCIAS 345
cognoscible; y también: por tanto, nos desinteresamos ción, la cima es la virtud, el amor y la alegría. Para De-
de ello. Pero, con esto, no podrán abolir el hecho. Lo lacroix, el abismo es lo que carece de dinamismo, la au­
metafísico, no dejará de ser una realidad (tal vez muy sencia de vibración, y la cima es la galvanización aguda,
al contrario) tan importante como lo que no es meta- por una torsión suprema de todos los impulsos, hasta
físico. el resplandor de su estremecimiento, en una tensión que
Y el hecho — no lo olvidemos— es que toda la expe­ casi amenaza quebrarlo. Y para Van Gogh, la parte
riencia artística es, si no la de una creación absoluta, al inferior es “la angustia”, la desesperación (en “rojo y
menos la de una promoción del ser, de determinado ser negro” ), y la parte superior lo que él llamaba el “repo­
singular, hacia una existencia intensa, indubitable, ma­ so absoluto” (verde y blanco); de manera que el proble­
nifiesta al espíritu.1 Y esta experiencia implica el que ma de la vida es el de los tonos intermedios: malva, azul,
el arte se apodere de todo lo que constituye este ser; y le y, sobre todo, “el endemoniado problema del amarillo”;
impone la prueba de un esfuerzo real, eficaz, que ha de de manera que, para el pobre genio con sus manos cris­
llevarle de su mínimo a su máximo de existencia (para padas al borde de la demencia,- la cuestión metafísica
emplear los términos de Giordano Bruno). Anáfora de final era la antinomia de “la exaltación” del amarillo
una base a una cima. hasta el anaranjado, el cual, empero, tiende al rojo.
Huelga decir que cada pintor, cada artista, sufre en ¿Qué significa esto, sino que cada una de estas expe­
forma distinta la prueba de esta base y de esta cima. He riencias representa un esfuerzo personal, una tentativa
aquí por qué cada uno tiene su propia metafísica. Para hecha en uno u otro de los distintos caminos por los
Filias, la parte inferior es la falta de mesura y el desor- cuales es posible intentar esta galvanización, esta orienta­
dfen bárbaro; la superior, la absoluta justeza de las pro­ ción emocionante de un ser hacia su meta; pero que, en
porciones, y el esplendor majestuoso y divino que de ella todas, el mismo intento metafísico aparece idéntico, un
resulta. Para Fra Angélico, las tinieblas de la parte in­ intento cuya índole es la misma: la intensificación de
ferior son la naturaleza ayuna de gracia, y la cima lumi­ la existencia de un ser en su totalidad, determinada y
nosa, la redención y la salvación. Para Miguel Ángel, el sentida en esta prueba?
fondo opaco y original, es la relajada amalgama de todos Ahora bien, cuanto más acertado resulte el intento,
los principios contrarios, formando un caos, es decir, en cuanto más la consecución sea consumación más intensa
su materia, y aún dormidos; y la meta suprema, es el será también la presencia de lo que se podría llamar un
arbotante de todos estos principios en la crispación que residuo — de no parecer este término peyorativo— ; un
los enfrenta y, que a la postre, victoriosa y tiránica, los trasfondo que, en realidad, no ha sido tomado del b a t h o s
detiene en su máximo de torsión, en el conflicto que original, sino que, por el contrario, es esa inexplicable
hace y perfecciona la conciencia. Para Beethoven, la consecución suprema, la manifestación de un último se­
parte inferior es la inmoralidad, el odio y la desespera- creto, el cual, por fin revelado, explícita y totalmente,
diría la razón de ser de su presencia absoluta, integral.
l Como es natural, esta manifestación existencial, esta presencia
indubitable, en nada excluyen el misterio. Por el contrario, el hacer - Las expresiones entre comillas están sacadas de la última carta
que el misterio, como tal, esté presente, sea indubitable y manifiesto, que el pintor escribió. Véase su “Correspondencia”, publicada por
es a menudo uno de los éxitos mayores del arte. A. Vollard, 1911, pp. 141 ss. Hay edición en español.
346 CRONOLOGIA ARTISTICA TRASCENDENCIAS 347
Y esto es, en efecto, lo que confusamente nos revela En segundo lugar, el que una red profunda de nece­
esta impresión de espera de un secreto indecible, ya por sidades rectoras — no solamente las formas, sino tam­
fin pronto a ser musitado, por una explicación total de bién su encadenamiento, la fecunda sucesión en sus
la existencia en su misma razón de ser. actos— lo guía en esta empresa, ya que existe una dia­
Este nimbo de evocación de algo trascendente, ¿aca­ léctica instaurativa, una serie orientada de poderosos
so podría decirse en otra forma que en la del arte? Lo procesos, en que la prueba de un retroceso, o de un ade­
ignoro. En todo caso, en el arte es donde puede segura­ lanto, según el error o la justeza de cada decisión, hacen
mente captarse, o, al menos, iniciarse, indicarse, y aun progresar al ser; de forma que los mayores éxitos del
buscarse. No lo dudemos, entre los misterios del arte, arte son el término final de una especie de procesión
éste es uno de los que le hacen más digno de atención, demiúrgica ordenada, cada momento de la cual debe ser,
no sólo por parte del filósofo, sino simplemente por una conquista y un avance del ser hacia su meta de pre­
parte del hombre preocupado por las cosas espirituales, sencia, Experiencia que constituye el fondo de la crea­
y en busca de elevadas significaciones para su vida. ción artística, en cualquier terreno que sea; y que, en
Y esto nos lleva a estas conclusiones que, aunque una misma trama espiritual, guía por igual al arte, no
pertenecen a la estética comparada, rebasan, sin embar­ obstante la diversidad de las formas sensibles que inte­
go el campo de estas artes que hemos confrontado entre gran su variedad,
sí, al encausar un arte más directo, más íntimo, más Y, por último, la coronación de todos los demás:
inmediato, más humano — tal vez más valioso, si bien que las obras maestras más importantes del arte, las
más difícil— y que sería simplemente el arte de vivir. cumbres del ser (siquiera bajo estas formas que lo adhie­
Éste — si q u is d e u s h o c n o b is Jd rg iatu r — va exigiría otra ren a las apariencias sensibles) entrañan un mensaje
investigación, pero de idéntica base, ¿Acaso no es tam­ inherente a la misma existencia, a pesar de que en cier­
bién, este arte de vivir, el arte y la empresa de llevar tos aspectos la sobrepasen, por ese nimbo, o “aura” su-
un ser apenas esbozado — nosotros mismos— hasta esa pra existencial que de ella se desprende, y que logran
cima en que la existencia se justifica ella misma por su ofrecernos, ya que no manifiesta, por lo menos, sensible.
consumación? Pero el arte — el de los artistas— tam­
La existencia — aun la más humilde— no sería ple­
bién habrá de consultarse siempre en tal caso. Incluso
na, no sería absoluta, si no entrañara en sí misma su
aporta un testimonio, o diversos testimonios al arte de
justificación. Tal vez algo de gracia, de belleza, de pate­
vivir. tismo o de armonía, basta para justificar a las más hu­
Ante todo, esto: el que una empresa tan noble, de
mildes. Las más altas quizá sean las más difíciles de
tan alta calidad como la consumación de la existencia,
justificar, no porque su justificación sería menos bri­
sólo puede lograrse (cual hemos procurado demostrarlo
llante (lo contrario es cierto) sino porque su misma
con mucho esfuerzo e incluso con mucha ciencia. Est.-
ciencia directa de la existencia, que el artista adquiere altura, su sublimidad, imprime mayor significación, y
por igual en los éxitos improvisados y gratuitos que le una significación más grave, más abundante en benefi­
otorgan los dioses, que en las largas y duras pruebas de cios, a ésta su elevación postrera, pero a la vez más
la labor paciente, meditada y críticamente dominada. inexpresable — salvo apelando a los recursos del genio—
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Y esto es, en efecto, lo que confusamente nos revela En segundo lugar, el que una red profunda de nece­
esta impresión de espera de un secreto indecible, ya por sidades rectoras — no solamente las formas, sino tam­
fin pronto a ser musitado, por una explicación total de bién su encadenamiento, la fecunda sucesión en sus
la existencia en su misma razón de ser. actos— lo guía en esta empresa, ya que existe una dia­
Este nimbo de evocación de algo trascendente, ¿aca­ léctica instaurativa, una serie orientada de poderosos
so podria decirse en otra forma que en la del arte? Lo procesos, en que la prueba de un retroceso, o de un ade­
ignoro. En todo caso, en el arte es donde puede segura­ lanto, según el error o la justeza de cada decisión, hacen
mente captarse, o, al menos, iniciarse, indicarse, y aun progresar al ser; de forma que los mayores éxitos del
buscarse. No lo dudemos, entre los misterios deí arte, arte son el término final de una especie de procesión
éste es uno de los que le hacen más digno de atención, demiúrgica ordenada, cada momento de la cual debe ser,
no sólo por parte del filósofo, sino simplemente por una conquista y un avance del ser hacia su meta de pre­
parte del hombre preocupado por las cosas espirituales, sencia. Experiencia que constituye el fondo de la crea­
y en busca de elevadas significaciones para su vida. ción artística, en cualquier terreno que sea; y que, en
Y esto nos lleva a estas conclusiones que, aunque una misma trama espiritual, guía por igual al arte, no
pertenecen a la estética comparada, rebasan, sin embar­ obstante la diversidad de las formas sensibles que inte­
go el campo de estas artes que hemos confrontado entre gran su variedad.
sí, al encausar un arte más directo, más íntimo, más Y, por último, la coronación de todos los demás:
inmediato, más humano — tal vez más valioso, si bien que las obras maestras más importantes del arte, las
más difícil’— y que sería simplemente el arte de vivir. cumbres del ser (siquiera bajo estas formas que lo adhie­
Éste — s i q u is d e u s h o c n o b is larg iatu r — ya exigiría otra ren a las apariencias sensibles) entrañan un mensaje
investigación, pero de idéntica base. ¿Acaso no es tam­ inherente a la misma existencia, a pesar de que en cier­
bién, este arte de vivir, el arte y la empresa de llevar tos aspectos la sobrepasen, por ese nimbo, o “aura** su-
un ser apenas esbozado — nosotros mismos— hasta esa
pra existencial que de ella se desprende, y que logran
cima en que la existencia se justifica ella misma por su
ofrecernos, ya que no manifiesta, por lo menos, sensible.
consumación? Pero el arte — el de los artistas— tam­
La existencia — aun la más humilde— no sería ple­
bién habrá de consultarse siempre en tal caso. Incluso
na, no sería absoluta, si no entrañara en sí misma su
aporta un testimonio, o diversos testimonios al arte de
justificación. Tal vez algo de gracia, de belleza, de pate­
vivir. tismo o de armonía, basta para justificar a las más hu­
Ante todo, esto: el que una empresa tan noble, de
mildes. Las más altas quizá sean las más difíciles de
tan alta calidad como la consumación de la existencia,
sólo puede lograrse (cual hemos procurado demostrarlo ! justificar, no porque su justificación sería menos bri­
con mucho esfuerzo e incluso con mucha ciencia. Es tí llante (lo contrario es cierto) sino porque su misma
ciencia directa de la existencia, que el artista adquiere altura, su sublimidad, imprime mayor significación, y
por igual en los éxitos improvisados y gratuitos que le una significación más grave, más abundante en benefi­
otorgan los dioses, que en las largas y duras pruebas de cios, a ésta su elevación postrera, pero a la vez más
la labor paciente, meditada y críticamente dominada. inexpresable — salvo apelando a los recursos del genio—
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a este estado supremo, totalmente explícito, consecución TRASCENDENCIAS 349
de una realidad completa, susceptible de transformar el Ahora bien, la respuesta justa es sólo la de las obras
secreto vislumbrado en ardiente y luminosa afirmación. maestras, de todo lo que supo lograr esta victoria, de
Y este secreto es el que el arte, en sus obras más todo lo que habita auténticamente estas cumbres, a las
grandes, permite adivinar: secreto de una forma de exis­ cuales nadie podrá jamás acceder, sin el profético voto
de lograrlo.
tir tal, que ya no habría que preguntar, ni por qué, ni
para qué.
El arte nos enseña siquiera a creer en aquellas de
sus obras que perpetuamente merecen la atención refle­
xiva de las almas más nobles, que existe determinad:)
secreto de la realidad, el cual reside precisamente en su
cima, en la luz y en el aire de sus cumbres. Un secreto
tal que, si nosotros mismos pudiéramos alcanzar esta
atmósfera y esta luz, nos sería otorgar algo más que el
perdón a todas las fuerzas que nos obligan a ser.
Y toda esta investigación nos enseña aún por lo me­
nos una cosa, cuyo conocimiento puede ser práctica­
mente útil y precioso: que, si puede decirse así, no existe
a r te sin a r te , es decir, que no puede existir instauración
estética sin una deferencia inspirada, inventiva y fer­
viente respecto de ciertas normas eternas, universales y
perpetuas de arquitectónica y de armonía, de nobleza,
de grandiosidad y de plenitud significativa. En una pa­
labra, que no puede darse el acceso a la existencia su­
blime, en toda su autenticidad, sin una respuesta justa
a las preguntas que plantea a cada uno de los grados
que hasta ella conducen; sin una realización total de sus
condiciones; sin una progresión sistematizada hacia estas
cumbres cuyas claves son las propias claves del arte, con
todo cuanto esta palabra implica, no sólo de inspiración
y de fervor, sino también de respeto para con las leyes
a las cuales los mismos dioses hubieron de subordinar
esta marcha eficiente hacia los lugares que habitan. Y
en cada uno de estos grados reside una esfinge que dice:
Responde lo justo, o serás devorado.. .
ÍN D IC E

P r im e r a P a rte

R e f l e x io n e s l im in a r e s

I. Planteamiento del t e m a ......................


II. Alcance y dificultades de la cuestión
III. Definición de la estética comparada. 14
IV . Estética comparada y literatura com­
parada ..................................................... 15
V . Algunas palabras acerca del método . 23
V I. A d v erten cia....................... 33

/ S e g u n d a P a rte

El a rte y las a rtes

V II. ¿Qué es el a r t e ? .................... 34


V III. El arte y las actividades humanas. . 37
IX . El problema del arte enla naturaleza 45
X . El arte y las especulaciones ontoló-
gicas.......................................... 53

Tercera Parte
A n á l is is e x is t e n c ia l de la obra de a rte

X I. Pluralidad de los modos de existencia 57


X II. Existencia física........................... 58
X III. Existencia fenom en ológica....... 64
X IV . Existencia “reica” o “cosal” . . . . 73
X V . Existencia trascendente............ 84
X V I. R ecap itu lació n ....................... 88
351
52 INDICE
Cuarta Parte ÍNDICE
553
El. SISTEMA DE LAS BELLAS ARTES X X X . __r
El —problema
.v.ud ucdeialaespacialización
espacialización dede
las m e lo d ía s.......................................... 237
X V II. Artes y m a te ria s .................................... 92
X X X I. Acerca de la escritura musical racional 253
X V III. Algunas divisiones tradicionales del
X X X II. D e nuevo el arabesco melódico . . . 261
conjunto de las a r t e s ........................ 97 X X X III. Algunas palabras acerca de la música
X IX . Pluralidad de las artes y enumeración
de los c o lo r e s ......................................270
de las qaalia a rtísticas..............................102 X X X IV . Significación general de las formas pri­
XX. Artes del primero y del segundo gra­
marias ....................................................... 295
dos. Forma primaria y forma secun­
daria ...............................................................108
X X I. Esquema del sistema de las bellas artes 123 S é p t i m a P a r te
X X II. Observaciones generales acerca del es­
C r o n o l o g ía a r t ís t ic a
quema a n terio r........................................... 123
X X III. Inventario de las principales correspon­
XXXV. Arte y v erd ad ............................................... 301
dencias a rtístic a s....................................... 133
X X X V I. Forma y faciesc ó s m ic a .............................. 313
X X IV . Ültima visión panorámica del sistema
X X X V II. Ejemplo de una estructura cosmoló­
de las a r t e s ................................................ 137
gica: el punto dev i s t a ...........................330
X X X V III. Trascendencias...................... 337
Quinta Parte
M ú s ic a y l it e r a t u r a

XXV. Las seudo-correspondencias intersenso­


riales directas.......................................... 1-'
X X V I. Acerca de la morfología de la obra li­
teraria.............................................................. 1 5 '
X X V II. La música y la literatura como artes
complementarias.................................... 16
X X V III. De la música del verso.......................... 18>*

Sexta Paite
M ú s ic a y aktks p l á s t ic a s

X X IX . Arabesco y melodía. Introducción . . 23

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