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04/04/13 CD 15 - Colección educ.

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Colección educ.ar

Más abajo se transcribe una disertación de Santiago Kovadloff que tiene, además de su valor general, varios
aspectos interesantes para nuestra tarea.

En el inicio, plantea una reflexión de Oscar Wilde realizada a principios del siglo pasado, que es un problema
absolutamente actual por la invasión de la telefonía celular y lo que hacemos las personas con la artificialidad
que nos rodea.

Cuando en su charla hace referencia a la tecnología, supera los límites del título del panel y pone en el centro
de la cuestión al hombre y sus formas de acción, antes que la cultura digital, que parece ser más un eslogan
que un concepto.

Kovadloff introduce la temática en una estructura de valores, recorre momentos históricos para resaltarlos y
aporta algunas anécdotas deliciosas que invitan a pensar en lo que hacemos con los recursos que tenemos a
disposición y cómo reaccionamos frente a ellos.

En el orden de los problemas, expone en un momento: "Argentina tiene problemas graves, pero no sé si tiene
problemas interesantes". Se plantea hasta dónde estamos dispuestos a abandonar las seguridades del pasado
y formula una afirmación inquietante: "es altamente infrecuente tener una idea". Se interroga sobre la relación
del hombre con la naturaleza, la duración de las cosas y de la vida humana y formula multitud de apreciaciones,
cada una más movilizadora que la otra.

En todos los casos, estas son cuestiones que debieran considerar quienes se dedican a la educación técnica y
tecnológica, más allá de los niveles educativos y las especialidades. Lo que subyace en las reflexiones del
autor es la observación de las relaciones entre el hombre y la artificialidad que lo rodea y cuáles son
las consecuencias (pasadas, actuales y futuras) de la ubicación intelectual que adopta el hombre en
esa relación.

EDUCARED. Segundo Congreso Iberoamericano de Educación y Nuevas Tecnologías. Buenos Aires 30 de junio
al 2 de julio 2005.

Conferencia de Santiago Kovadloff en el panel "Cultura digital y sociedad del


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conocimiento: notas para un análisis del contexto educativco


actual"(http://www.educared.org.ar/congreso/kovadloff_panel.asp)
Quisiera primeramente y a modo de acápite contarles una anécdota. Al parecer, cuando Oscar Wilde llegó por
primera vez a Nueva York fue recibido en el puerto por una muchedumbre de admiradores entre los cuales había
un grupo de empresarios. Ese grupo de empresarios lo homenajeó con un ramo de flores y lo invitó a pasar, allí
mismo, en el puerto, a un saloncito contiguo al lugar donde inicialmente había sido recibido, porque querían
mostrarle un aparato inédito. El aparato era una caja de madera que estaba empotrada en la pared, tenía dos
sostenes de metal en la parte posterior y un tubo acostado en los sostenes, una manivela sobre el lado derecho
y un disco en el centro donde se veían los números del 0 al 1, desde el 9 hacia abajo. Le explicaron que si él
levantaba ese tubo, se lo ponía en el oído, movía la manivela y discaba, en menos de un minuto estaba
hablando con Boston. Esto, le dijeron, se llama teléfono. Wilde se quedó pensativo y al rato dijo: "Y dígame,
¿hablando de qué?".

Esta es tal vez la cuestión que a mí me interesaría enfatizar en las pocas palabras que voy a decir hoy. Nos
podemos comunicar, objetivamente es indiscutible. Veamos en qué medida somos capaces de aprovechar esas
posibilidades extraordinarias que nos brinda el desarrollo de la tecnología para ser más o menos sujetos.

Los avances digitales y biotecnológicos de los últimos treinta años han demostrado ser la principal fuente de
riqueza de las economías más dinámicas y más competitivas, pero lo cierto es que nuestro país no logró dar el
salto. El tránsito a la sociedad del conocimiento desde la sociedad productora de materias primas exportables
hubiera significado para nosotros el pasaje del siglo XX al siglo XXI. Por no haber cumplido este pasaje, por no
haber podido cumplir este pasaje seguimos estando en términos de dilemas irresueltos más cerca del siglo XIX
que del XXI. La nuestra es una sociedad integrada, en el mejor de los casos, por sectores consumidores de los
avances digitales y biotecnológicos, pero no es todavía una sociedad del conocimiento.

La sociedad del conocimiento exige algo más que consumidores; exige, presumo, ciudadanos, y estos sólo
pueden ser provistos por sistemas políticos y educativos capaces de abrirse a lo complejo con sensibilidad
democrática. De aquí que también podamos preguntarnos si las sociedades llamadas desarrolladas, aun
contando en el orden de los avances digitales y biotecnológicos con pruebas rotundas de progreso, son o no
son sociedades que cuentan con niveles sólidos de ciudadanía. Buscar el equilibrio entre las partes y el todo
que da forma a la armonía social es precisamente uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.

Yo creo que las naciones interesantes son las que tienen capacidad de renovar su repertorio problemático.
Argentina tiene problemas graves, pero no sé si tiene problemas interesantes. Alfred North Whitehead, un
pensador inglés, escribió: "Un pueblo preserva su vigor siempre que establezca una sustancial diferencia entre
lo que ha sido y lo que puede y quiere ser y siempre que lo anime la fuerza de aventurarse más allá de las
seguridades del pasado. Sin aventura -añade- la sociedad entra en plena decadencia". Se progresa al resolver
problemas que permiten plantear nuevas incógnitas, no se progresa solamente cuando se resuelven problemas.
El signo distintivo del progreso es la aparición de problemas inéditos.

El desarrollo ha generado conflictos desconocidos y es indispensable entenderlo para situarse ante los desafíos
de la contemporaneidad con alguna posibilidad de éxito. En la base de esta sociedad tecnológica en la que nos
toca vivir hay por lo menos tres desafíos cuya consideración me parecería interesante realizar aquí a la hora de
plantearnos el ingreso a la sociedad del conocimiento y los términos en que podríamos hacerlo. Esos tres
dilemas acerca de los cuales quisiera hablarles atañen a la contemporaneidad. La contemporaneidad no es un
atributo cronológico, no se pertenece a un siglo por el hecho de haber nacido en él. Se es un hombre o una
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mujer del siglo XX en virtud de los méritos que se reúnen para poder pertenecer protagónicamente a una época.
Esto es bueno recordarlo, porque a veces nos jactamos con demasiada espontaneidad de ser hombres y
mujeres del siglo XXI y habría que ver si es cierto. Cuando hacemos un análisis somero de los recursos, de las
categorías con las que solemos pensar, en realidad descubrimos, no sin terror, que estamos siendo pensados
por conceptos que no hemos reconsiderado críticamente y que abusamos del verbo y decimos en la primera
persona del singular "yo pienso que...", cuando es altamente infrecuente tener una idea.

Por eso creo que el esfuerzo por ganar contemporaneidad debe ser tenido en cuenta a la hora de preguntarnos
qué vamos a hacer con todos estos recursos que día a día están por lo menos en el orden objetivo a disposición
de nosotros, aun cuando en sociedades como las nuestras las injusticias sociales vayan generando nuevas
formas de marginación, entre las cuales una de las más graves es la marginación de la educación y del
conocimiento.

Plantearnos estos tres dilemas de los que quiero hablarles entonces es para mí central en la medida que
permite volver a preguntarnos por la índole del sujeto en cuyas manos está el conocimiento. El primero de estos
dilemas atañe a la cuestión del significado de la naturaleza en la época en que nos toca vivir. Durante
centenares de miles de años el hombre desplegó un enorme esfuerzo para abrirse un lugar en la naturaleza. A
ese esfuerzo, a los resultados de ese esfuerzo, se los conoce, claro está, con el nombre de cultura. Pero lo
cierto es que hoy nos toca enfrentar algo completamente inusual en el pasado, y es que por primera vez la
naturaleza debe hacer un enorme esfuerzo para abrirse un lugar en la cultura. No es algo que ocurría, lo cierto
es que hoy hay que luchar para que la naturaleza tenga algún lugar en el campo de la cultura, para que su
sentido pueda ser replanteado y aun reconsiderado en términos de convivencia. Ver agonizar los ríos, la
contaminación del ambiente y todos los fenómenos que nosotros conocemos en términos generales como
polución tiene que ver precisamente con un avasallamiento de la naturaleza, que llevado a cabo de manera
insistente y con el desenfreno que nosotros sabemos, redundó en buena medida en la evidencia de que la
naturaleza agonizaba en infinidad de aspectos fundamentales.

Pero otra de las consecuencias de esa agonía advertida fue que el hombre mismo empezó a comprender que
estaba comprometida su propia subsistencia porque él no era solamente el sujeto de ese objeto llamado
naturaleza sino que él era también el destino corrido por su medio ambiente, nos ocurre lo que le pasa al
contexto. Y con esto podemos empezar a descubrir algo sumamente importante a la hora de saber quién va a
disponer de la tecnología. Empezamos a descubrir que nuestro cuerpo no se agota allí donde termina nuestra
piel, somos también lo que no somos, lo que nos rodea, lo que nos circunda. Todo aquello que un poco
ligeramente llamamos entorno es en verdad parte de nuestra intimidad. Somos contexto, somos lo otro, aquello
que no somos. En esa medida, este descubrimiento de una alteridad que no es sólo circundante sino
constituyente de nosotros nos permite advertir hasta qué punto es importante que recaractericemos la noción de
cuerpo propio, lo que entendemos por cuerpo propio, lo que entendemos por identidad, más allá del clásico
cogito en el que podemos tratar de situar el significado de lo que somos. Volver a preguntarnos por la naturaleza
es en última instancia interrogarnos acerca de nuestro modo de entablar relaciones. Quién entabla relaciones
con un contexto al que considera como objeto de dominio y quién entabla relaciones con un contexto donde
puede replantearse el significado de su propio proceder, buscando un diálogo con todo aquello que, sin dejar de
serle útil en términos de rentabilidad, debe también ser reconsiderado como aquello que interroga al hombre
acerca de su modo de hacerse presente en el mundo.

No se trata apenas de hacer ecología. Si la ecología es el campo de un repertorio de expertos, si sólo es el


campo de un repertorio de expertos en medioambiente, no vamos a estar mejor que cuando estamos delante de
la labor de expertos de cualquier orden. El problema del conocimiento especializado, por un lado imprescindible
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para poder desarrollar una civilización como la nuestra, connota sin embargo ciertos riesgos que también vale la
pena contemplar. El especialista es el que hace del fragmento un universo y del universo algo irrelevante. No
sabemos muy bien qué quiere decir lo universal, pero la propensión a fragmentar el campo de lo real en zonas
mensurables, cuantificables y previsibles, va acompañada normalmente de un creciente desinterés por las
interdependencias y las interacciones, las interrelaciones entre lo propio y lo ajeno.

Otra broma encantadora y también de un inglés: Lord Eddington, uno de los más grandes físicos del siglo
pasado. Eddington dijo una vez: "Todo físico sabe perfectamente que su mujer es un conjunto de átomos y de
células: ahora bien, si la trata así la pierde". El problema es ese, hay que saber cuándo uno deja el laboratorio
atrás, cuándo está fuera de él y cuando la complejidad de lo real no se reduce al cálculo, a la cifra y a los
recursos de capacitación técnica que tenemos para abordarlo.

Un segundo problema que me parece importante plantear, junto con este de la naturaleza, y que atañe a la
índole del sujeto que está situado ante la tecnología y que se reconfigura mediante la tecnología en el mundo de
hoy, tiene que ver con el fenómeno del conocimiento en un sentido estricto. Digamos que nuestra situación en
principio es la inversa a la que tuvo lugar en la Alta Edad Media. En la Alta Edad Media asistimos a un
fenómeno que sucintamente podemos caracterizar así: profunda fragmentación geopolítica, auge de la cultura
llamada feudal, esto es la fragmentación geopolítica, y un enorme esfuerzo "cosmovisional" desarrollado por el
cristianismo en el intento de crear un concepto del mundo dentro del cual cupiese precisamente este repertorio
de fragmentos geopolíticos que caracterizan a la cultura feudal. Creo yo que nuestra situación es inversa a esta.
Hoy estamos en un mundo extraordinariamente integrado, lo cual no quiere decir ecuánime, desde el punto de
vista de las comunicaciones, desde el punto de vista de lo que podemos llamar los contactos geopolíticamente
hablando, pero asistimos a una formidable fragmentación, feudalización del saber en un sinnúmero de áreas, en
un sinnúmero de campos, que no parecieran estar demasiado desvelados por el problema de la
interdependencia recíproca.

Esta fragmentación, esta feudalización del campo del saber redunda en la aparición de esta renuncia a la
búsqueda de integraciones que serían tal vez aconsejables en el momento en que estamos pensando en una
cultura planetaria. Si el fenómeno de la globalización y de la planetarización es esencialmente desplegado por
una mentalidad que ha hecho del segmento y del fragmento el centro de su inquietud, no sé en qué términos
medianamente democráticos y pluralistas podemos llegar a entender la interdependencia.

Y una última cuestión que quisiera plantear porque también nos atañe, entre otras que sin duda son
importantes, tiene que ver con el significado actual de la vejez. La nuestra es ciertamente una civilización que
está reñida con la vejez, la ha desacreditado por completo, el transcurso del tiempo ha llevado a concebir al
viejo fundamentalmente como un marginal. Nada se espera de él, nada se espera de su conocimiento, nada se
espera de su palabra, es fundamentalmente un ser descalificado para convertirse en un posible protagonista del
mundo en que nos toca vivir. Esta instancia residual del anciano aparece básicamente unida [...] Lo que quiero
decir es que justamente la idea de que no hemos podido con el transcurso del tiempo, la idea de que no hemos
podido inscribir nuestra condición finita en un marco controlable y de una rentabilidad incondicionada va
haciendo con que la vejez se convierta para nosotros en una acusación ofensiva del transcurso del tiempo. Yo
creo que si no logramos replantearnos este significado de la vejez, en una etapa de nuestra cultura en la cual
hemos aprendido a durar más, pero no mejor, creo que vamos a encontrar serias dificultades, porque esto es
también un área del conocimiento que nos atañe. El que tengamos más años ya se sabe que no es garantía de
mejor calidad de vida, pero hemos sacralizado la duración en una infinidad de aspectos. Fíjense que es
interesante pensar esto, nosotros queremos durar más y tratamos de que todos lo demás cambie rápido, el
coche, la casa, la heladera. Todo tiene que durar poco, nosotros tenemos que durar mucho. Pero de durar se
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trata.

Interrogarnos en torno a estas cuestiones, el significado de la temporalidad con respecto a la vejez, el lugar que
ocupa la naturaleza allí donde descubrimos que nos atañe íntimamente y no sólo contextualmente y
replantearnos el problema de la relación entre transdisciplinariedad en el campo del conocimiento y saber
fragmentario, es estar apuntando, me parece a mí, a algunas de las raíces que hacen al perfil del protagonista
de la sociedad del conocimiento. Pueden ser cuestiones que en primera instancia no aparezcan como
relevantes, pero el problema de fondo sigue siendo siempre este: qué sentido tiene crecer.

Y ahora...
¿Se ha interrogado usted sobre estas cuestiones? ¿Ha interrogado sobre ellas a sus alumnos? ¿Cómo haría
para formular las preguntas, ordenar los datos de las respuestas por categorías y extraer luego conclusiones
fundamentadas que permitan generar respuestas -aunque provisorias y parciales- adecuadamente informadas?
Por mi parte, considero que este sería un medio muy eficaz para cumplimentar el desarrollo del famoso
"pensamiento crítico", infaltable en toda planificación, documento, conferencia, apelación u ordenamiento de
carácter educativo.

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