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Asimilar lo normal al promedio es, ante todo, confundir lo anormal y anomalía. ¿Los sujetos
de talla pequeña, los individuos superdotados en el campo intelectual, son patológicos? En
psiquiatría no puede olvidarse la presión cultural, no se puede considerar anormal toda
conducta que se desvié del promedio. Desde este punto de vista, los resistentes franceses
durante la ocupación eran anormales, al igual que la mayoría de los hombres progresistas.
Remitir lo normal a un modelo o utopía es instaurar ipso facto (en el acto) un sistema de
valores, una normalidad ideal; quizás aquella con la que suenan los políticos, los
administrativos, los padres o los maestros para sus niños. Si tal ideal está definido por el
grupo social, este tiende a confundirlo más o menos con la norma estadística.
Todas las encuestas epidemiológicas sistemáticas muestran que la ausencia de todo síntoma
en un niño es una eventualidad tanto más rara cuanto más difundidos se hallan las
exploraciones clínicas y los tests psicológicos. Para la mayoría de los niños la normalidad
sintomática es el reflejo de su salud mental. Pero para algunos autores, esta normalidad
superficial no es otra cosa que un síntoma adaptativo, la organización en falso-self según
Winnicott, la sumisión a las presiones y exigencias del medio.
Freud no establece diferencia alguna entre el hombre sano y el hombre neurótico: ambos
presentan idéntico conflicto edípico, utilizan el mismo tipo de defensas y han atravesado en
la infancia los mismos estadios madurativos. La única diferencia entre el individuo neurótico
sano y el individuo neurótico enfermo radica en la intensidad de las pulsiones, del conflicto
y de las defensas, intensidad de la cual son testigos los puntos de fijación neuróticos y la
relativa rigidez de las defensas. La compulsión de repetición, característica esencial del
neurótico enfermo, representa el elemento mórbido más característico. La definición de la
normalidad como proceso adaptativo corresponde ampliamente a dicho cuadro, pudiendo
definirse la salud como la capacidad para utilizar la gama más extensa posible de mecanismos
psíquicos en función de las necesidades.
Winnicott ha dicho muy apropiadamente que un niño pequeño, sin madre, no existe: ambos,
madre e hijo, constituyen un todo sobre el cual debe volcarse la evaluación y el esfuerzo
terapéutico. Dicha verdad es igualmente válida para el niño mayor y el adolescente. La
evaluación de lo normal y lo patológico en el funcionamiento de un niño no debería soslayar
el contexto ambiental, paterno, fraternal, escolar, residencial, amistoso y religioso.