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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

Colonialidad,
Estado y Poder

Estructuras de poder en las formas de


organización de social de América Latina

Autor(a): Gabriela Aidee Alanís Téllez

Disciplina cursada: Licenciatura en Sociología

Institución: Universidad Nacional Autónoma de México

Mesa: Dominación y hegemonía

Jornada de trabajo propuesta: Identidad

Correo electrónico: gabriela.aidee@gmail.com

*Imagen:” La Mano” escultura de Oscar Niemeyer, Memorial de América Latina, Brasil.

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ABSTRACT

Actualmente la globalización, como proceso de expansión capitalista, va imponiendo


prácticas de producción, explotación y consumo que están minando los medios de
reproducción de la vida humana.

Ante este panorama, las sociedades latinoamericanas estamos en búsqueda de formas de


subsistencia social, material y cultural frente al proceso globalizador. Sin embargo, hasta
ahora no se han podido consolidar alternativas trascendentales para la región debido a
problemáticas que se arraigan desde la constitución de los Estados Nacionales.

El presente trabajo es un análisis de las estructuras de poder coloniales que son parte
fundante de las relaciones sociales entre Estado y Sociedad a fin de conocer los aspectos
históricos de dominación y vislumbrar algunas perspectivas de transformación social.

INTRODUCCIÓN

A finales del siglo XX el fenómeno llamado globalización daría un cambio a las formas de
organización económica, política, industrial, social, comunicacional, etc. en todo el mundo.
Desde su arista tecnológica, este fenómeno ha facilitado la comunicación a través de
medios como el internet, la televisión y otras vías que se han convertido en un espacio
común para el intercambio de información, símbolos, etc.

No obstante, desde otras perspectivas, la globalización se muestra como la etapa más


reciente de un largo proceso de expansión capitalista; etapa que se caracteriza por reformar
los mecanismos necesarios para continuar la acumulación de capital.

Si bien el sistema capitalista históricamente ha expropiado las actividades de subsistencia,


que en otros tiempos se producían en senos familiares o comunales, para convertirlos en
relaciones mercantiles, el proceso globalizador plantea llevar esto a escala mundial.

En este sentido, se trata de una mercantilización tempestuosa que pretende moldear los
modos de vida social, promoviendo estrategias para que las relaciones sociales se
conduzcan hacia la reproducción del capitalismo (como impulsar el consumo de bienes

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materiales, de información o servicios), en tanto margina, fragmenta o desarticula otros
tipos de socialidad que no son afines o que amenazan desestabilizar dicho proceso.

Por tanto, el propósito fundamental de la globalización no es configurarse como un marco


explicativo de las relaciones sociales, sino establecerse como el marco categorial que
permita constituir la realidad misma.

De esta manera las relaciones sociales se ven afectadas por las exigencias de la economía
capitalista, ya que ésta se basa en relaciones de poder que involucran contextos
históricamente desiguales y heterogéneos.

Es posible observar ya a nivel mundial los efectos de este fenómeno. Por ejemplo, las
nuevas tecnologías y los medios de comunicación permiten flujos de información masivos
que van forjando redes de conocimientos, experiencias, etc., lo cual tiene un gran impacto
en las formas de relacionarnos y de comprender el mundo. Aún cuando los bienes
materiales y de información circulan de manera volátil y efímera, esta dinámica se impone
por encima de otros modos de organización social, banalizando sus historias, costumbres,
cosmovisiones, etc.

Ante este panorama, las sociedades latinoamericanas están en búsqueda de formas de


subsistencia social, material y cultural frente al proceso globalizador.

La realidad de América Latina no ha sido ajena al desenvolvimiento del capitalismo global,


por el contrario, es a partir de las formas de organización social establecidas durante la
colonia que se constituye, de manera asimétrica y discontinua, este patrón mundial de
poder.

Las problemáticas a las que se enfrentan los países latinoamericanos son, en muchos
aspectos, históricas y a ellas se van añadiendo otras más recientes. Así, perviven problemas
como la representatividad desigual dentro de los modelos políticos actuales, conflictos
identitarios y de la tenencia de medios de subsistencia, que han derivado a su vez en otras
dificultades como marginación, pobreza extrema, migración y narcotráfico.

La gravedad de estos problemas aumenta cuando se reconoce que al mercantilizarse las


formas de socialización, se socavó la parte humana de las mismas, considerándose

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intrascendentes o destructibles las formas de vida de las poblaciones de la región en tanto
sus actividades no contribuyan al desarrollo del capitalismo.

A ello se suma la incapacidad de los Estados e instituciones públicas para comprender la


complejidad social y cultural de los diversos grupos sociales, negándoles oportunidades de
constituirse en comunidades a partir de sus propias características culturales, de sus formas
de organización social y política, así como de la autogestión de sus recursos.

Por todo lo anterior, ante la crisis social para enfrentar los embates del capitalismo global y
la crisis de las instancias estatales para atender las necesidades sociales, no es suficiente el
análisis desde la perspectiva de las estructuras institucionales, es necesario adentrarse en el
panorama social latinoamericano, indagar en las estructuras de poder que son parte
fundante de las relaciones sociales.

El objetivo del presente trabajo es presentar otras perspectivas de análisis que permitan
distinguir aquellos aspectos de carácter aún colonial que no posibilitan la generación de
alternativas a las relaciones de poder actuales entre Estado y Sociedad.

Como primer punto, se exponen los antecedentes coloniales que estructuran las relaciones
sociales en América Latina, sus expresiones y formas de reproducción. Posteriormente se
abordan los procesos de conformación de los Estados Nacionales en los cuales se
reorganizan las estructuras de poder, a través de proyectos de modernización que
posteriormente entrarían en crisis, para terminar con algunos aspectos actuales de estas
problemáticas.

1. La colonialidad del poder como estructura de las relaciones sociales en América Latina

Los cimientos de la dominación

Vivimos en la actualidad a partir de los cimientos de una larga historia constituida sobre lo
que Aníbal Quijano denomina como “colonialidad del poder”.

La colonialidad hace referencia, inicialmente a un patrón de dominación que se originó


cuando las comunidades nativas de América, fueron sometidas a inicios del siglo XVI.

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Dicho autor, quien propone por primera vez esta categoría, explica que los colonizadores
establecieron relaciones con los grupos indígenas, a partir del poder fundando
arbitrariamente en un discurso de superioridad étnica y epistémica de los primeros sobre los
segundos.

Cabe destacar que el establecimiento del régimen colonial en la región implicó la


reconfiguración violenta de las relaciones sociales, es decir, la supresión de formas de
cognición, comunicación y organización distintas a la cosmovisión europea.

Esta reconfiguración social se sostuvo de un discurso racial, a partir del cual los
colonizadores se atribuyeron una superioridad étnica y cognitiva, teniendo como referencia
la supremacía fenotípica y cultural europea en detrimento de los grupos indígenas y afro
descendientes.

Para comprender mejor la colonialidad como proceso de dominación, Quijano expresa:


“Consiste, en primer término, en una colonización del imaginario de los dominados[…]La
represión recayó ante todo sobre los modos de conocer, de producir conocimiento, de
producir perspectivas, imágenes y sistemas de imágenes, símbolos, modos de significación;
sobre los recursos, patrones e instrumentos de expresión formalizada y objetivada. Fue
seguida por la imposición del uso de los propios patrones de expresión de los dominantes,
así como de sus creencias e imágenes […] las cuales sirvieron no solamente para impedir la
producción cultural de los dominados, sino también como medios muy eficaces de control
social y cultural.” (Quijano, 1992: 438). En este sentido, el discurso de raza favoreció la
consolidación de una estructura de poder a fin de controlar los ámbitos primordiales de la
existencia y reproducción social.

Al respecto, Anibal Quijano (Quijano, 2000:345), plantea que existen cinco ámbitos que
permiten la producción de la vida humana y la reproducción de las relaciones sociales,
estos ámbitos abarcan: el trabajo, la (inter)subjetividad, la autoridad colectiva o pública, el
sexo y la naturaleza. La disputa continua por el control de estos ámbitos conduce a la
formación y expansión de relaciones de poder.

Por otra parte, Foucault, en el texto “El sujeto y el poder” (Foucault, 1988), menciona que
las formas de poder, es decir, los mecanismos a través de los cuales se busca controlar la

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reproducción de la vida social se agrupan en tres categorías: formas de dominación, de
explotación y sujeción de la subjetividad.

De esta manera, se pueden clasificar las formas de control y los ámbitos de la vida social
como se muestra en el Diagrama 1.

*Fuente: Elaboración propia

Estas formas de control social se encuentran profundamente relacionadas y conforman


relaciones complejas entre sí.

Sin embargo, en el caso de Latinoamérica, la dominación estratégica de las formas de


autoridad colectiva y la sujeción de la (inter)subjetividad fueron fundamentales para
mantener el control de la población e incluso, reestructurar los modos de organización
social, política y económica en beneficio de las metrópolis europeas.

El antropólogo argentino Pablo Quintero, resume muy bien este aspecto, al decir que “la
imposición de la dominación por medio de la violencia organiza una estructura de autoridad
(colectiva) al tiempo que se legitima en la subjetividad/intersubjetividad” (Quintero,
2010:4).

De esta forma, es a partir del control de estos dos ámbitos centrales que el poder se
extendería posteriormente hacia las otras áreas del trabajo, la explotación de recursos, etc.

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El ejercicio del poder y la configuración social

La colonialidad no se caracterizó exclusivamente de medios represivos, aunque si bien


fueron elementales, se trataba no solamente de someter físicamente, sino de conseguir que
los dominados naturalizaran el imaginario cultural europeo como única forma de
relacionarse con el medio social y de construir la propia subjetividad.

El ejercicio del poder, es decir, la manera cómo los colonizadores consolidarían la


estructura colonial abarcó mecanismos que van más allá de la violencia. Esto, por supuesto
tendría consecuencias importantes en los modos de organización social posteriores al
colonialismo.

De acuerdo con Foucault, el ejercicio de poder se refiere al modo en que ciertas acciones
modifican otras. En palabras del autor “Es un conjunto de acciones sobre acciones posibles;
opera sobre el campo de posibilidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos
actuantes: incita, induce, seduce, facilita o dificulta; amplía o limita, vuelve más o menos
probable; de manera extrema, constriñe o prohíbe de modo absoluto; con todo, siempre es
una manera de actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan
o son susceptibles de actuar. Un conjunto de acciones sobre otras acciones” (Foucault,
1988:15)

Los mecanismos, a través de los cuales se consiguió apuntalar el imaginario cultural


europeo como base de las relaciones sociales y la subjetividad fueron: deshumanización y
violencia epistémica, universalidad de la racionalidad europea y seducción de poder.

∙ Deshumanización y violencia epistémica.- Se refiere a un proceso de invisibilización de


los otros, de su posibilidad de representación histórica. Para someter a los colonizados se
les hizo creer que su cultura, cosmogonía, valores, etc. fueron los causantes de que se les
dominara y que solamente podrían recuperar su calidad de seres humanos negándose a sí
mismos.
En palabras de Walter Mignolo “Esas gentes pagaron las consecuencias de ser ajenos a
la tradición grecolatina y de no importarles tampoco. Las consecuencias fueron el
silencio, la imposibilidad de ingresar en el diálogo de pensamiento y, por lo tanto, de
pasar solamente a ser pensados” (Mignolo, 2003:23).

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∙ Universalidad de la racionalidad europea.- Negada la esencia humana de los
colonizados, éstos descubren que el mundo de los dominadores es mejor, el único que
existe y al que no puede acceder si no es imitando las formas de ser de las metrópolis, el
lugar donde se gestan los parámetros, los criterios y referencias con los cuales se
entiende el mundo.
Este rubro trata entonces de la “naturalización” de las relaciones de poder, la
introyección de pautas de conducta que determinan cómo deben ser las acciones y que
no puedan ser de otra manera.

∙ Seducción de poder.- La cultura europea se convirtió en una seducción porque daba


acceso al poder. Lograr participar en el poder colonial implicaba alcanzar los mismos
beneficios que los europeos. (Podría decirse que las independencias fueron motivadas
más por buscar espacios de poder que por la libertad para desarrollar medios de vida
sociales propios).

Entre los múltiples efectos y consecuencias ocasionados por estos mecanismos, destacan: la
imposibilidad de constituir (o al menos reconocer) otras formas de conocimiento,
estableciéndose Latinoamérica más como un objeto de estudio, que como un espacio de
construcción de conocimiento.

Ante el menosprecio de la cultura, los pensamientos y los valores no afines a la


racionalidad moderna, la premisa del “progreso” se convirtió en la bandera de las
transformaciones sociales necesarias para alcanzar la modernidad.

Por otra parte, los organismos de los gobiernos independientes se administrarían bajo los
intereses de una clase autoproclamada dirigente, dejando fuera de toda participación, en la
gestión y organización de instituciones públicas, a una amplia mayoría de indígenas,
afrodescendientes y mestizos.

De las muchas condiciones del control político, social y cultural de las sociedades
latinoamericanas, probablemente se destaquen dos que se prolongarían a lo largo del
tiempo: la primera es la división de la población fundamentada en la idea de raza,
controlando con ello la subjetividad, el trabajo y la participación política; la segunda es el

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fortalecimiento de una estructura de gobierno que, además de administrar la política y la
economía, controlaría la vida pública y las formas de organización social. Ambas
condicionantes permanecerían en las etapas posteriores al periodo colonial, pues en el
imaginario social y político de la región se les tenía como puntos clave para alcanzar la
“modernidad”.

Se hace evidente, de esta manera, que la finalidad del poder no consiste solamente en
incidir en las acciones de otros, sino procurar también que las mismas se prolonguen. Es
decir, el ejercicio del poder busca disciplinar a los individuos para hacer perdurar sus
respuestas de sumisión y resistencia.

Aquí se inserta la segunda perspectiva de la colonialidad del poder: como estructura de


socialización. Es decir, es el proceso en que se configuran las relaciones sociales mediante
pautas de conducta.

Contempla el control de las actitudes y posibles movimientos de los individuos, no


solamente por parte de las instituciones que proponen dichas pautas, sino también a través
de los imaginarios, la memoria colectiva y los prototipos de comportamiento que los
individuos han introyectado y a partir de los cuales interactúan cotidianamente.

Esto significa que, posterior a la etapa del colonialismo, las relaciones de poder no se
terminaron, más bien cambiaron de máscara y forma. Con las independencias y la
constitución de los Estados-nacionales, se dio un proceso de descolonización política, pero
la estructura de poder iniciada durante la colonia, en tanto sistema ordenador de las
relaciones sociales continuó su funcionamiento, reproduciéndose incluso hasta la
actualidad.

Quintero expone al respecto “Es posible hablar de una matriz colonial del poder, en tanto
sistema ordenador y acumulativo de relaciones sociales y de la disposición del poder, en la
trama de las relaciones sociales que constituye la historia de América Latina. Ciertamente,
con la independencia latinoamericana a principios del siglo XIX, se inicia un proceso de
descolonización, pero no de descolonialidad.”(Quintero, op. cit.:11)

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Al reproducirse la colonialidad por periodos de larga duración, se han generado pautas que
sirven de guía para la conducta de los individuos, originando reordenamientos sociales,
formas de socialización que se legitiman en los imaginarios y memorias colectivas a través
de mecanismos de poder, los cuales establecen, como ya se había mencionado
anteriormente, el “deber ser” de los comportamientos actuales y futuros, naturalizando el
poder de tal manera que las acciones “no puedan ser de otra manera”.

Es importante mencionar, que a la par de los mecanismos de dominación se crean a su vez


los de la resistencia. Los mecanismos de poder históricamente han pretendido destruir otras
formas de pensamiento y de organización colectiva, no siempre obteniendo el resultado
esperado, lo que deja una puerta abierta para que organizaciones alternas luchen contra las
relaciones de poder.

En este contexto, luchar contra esta estructura de manera profunda, implica actualmente,
transformar la concepción de los medios políticos de resistencia y cambio, del discurso, de
las categorías y conceptos con los que se accede a la realidad y sobre todo, se requiere
construir de una conciencia colectiva que contribuya al proceso de descolonización política,
económica y cognitiva.

El siguiente diagrama se incluye como una síntesis de lo expuesto en esta sección.

*Fuente: Elaboración propia.

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2. Estado y Colonialidad. Reproducción de la vida social

El proceso de conformación de los Estados e identidades nacionales en Europa Occidental,


estuvo vinculado al desarrollo del capitalismo. Esto produjo diversas transformaciones,
como por ejemplo, la reconfiguración de la propiedad sobre la tierra y otros recursos,
nuevas formas de organización del trabajo y de modos de producción.

Esto proyectaba, fundamentalmente, sustituir la concepción que hasta entonces se tenía de


las formas de organización sociales y políticas de tipo feudal, modificándose, de manera
sustancial, el sentido que hasta entonces tenía la convivencia política.

En palabras de Rhina Roux “El despliegue de la sociedad capitalista universalizó[…] la


producción orientada a la ganancia, la mercantilización de las actividades humanas, el
repliegue de los ciudadanos hacia la vida privada y el abandono de los asuntos públicos, la
subordinación del proceso de reproducción de la vida a la valorización del valor” (Roux,
2005:33).

Este orden social no podría sostenerse únicamente en el intercambio de mercancías, la


estabilidad del mismo dependía de una estructura capaz de regular los intercambios
comerciales y legitimar un orden jurídico que fuese válido para cualquier situación. De
esta manera, el Estado se convertiría en una estructura determinante para la configuración
de la vida social.

Más allá de las instituciones políticas o gubernamentales que lo caracterizan o de su


función recaudadora de impuestos, se trata de un “proceso relacional entre seres humanos”
(ibíd.:24), no pocas ocasiones conflictivo y atravesado por la violencia.

En el caso de América Latina, el prototipo de Estado sería básicamente una importación de


los modelos de República iniciados en Estados Unidos, Francia y que posteriormente se
expandiría por Europa.

De estos movimientos, dos aspectos serían fundamentales para la estructuración de dichos


Estados, el primero sería el ideal de progreso, el segundo la noción de ciudadanía.

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Apostar por el progreso implicaba una lógica evolutiva de superar las condiciones de atraso
que obstaculizaran la realización de un proceso modernizador. Desde la perspectiva de las
élites criollas latinoamericanas, la consolidación de los proyectos estatales sería la puerta de
entrada para unirse a las naciones más modernas de Europa.

Así, el objetivo inicial fue constituir una hegemonía al interior de cada país apta para
retomar el control de la autoridad pública y restablecer el orden social y político a fin de
entrar al intercambio comercial mundial como naciones independientes.

Se buscaba entonces que el Estado se configurase como un poder único a partir del cual se
concentraran diversos sectores sociales bajo un mismo orden jurídico.

Ante la necesidad de instaurar una unidad política que agrupase a la multiplicidad de


grupos sociales, se establece también un modelo ideal de “ciudadano” al que se le confieren
derechos y obligaciones, pretendiendo con ello conformar una sociedad homogénea
comprometida en el desarrollo del proyecto estatal.

Todo ello conllevaba, en palabras de Roux “la construcción de una nueva comunidad
abstracta de ciudadanos: una comunidad política conformada por individuos, regulada por
leyes positivas, impersonales, abstractas, universales y obligatorias, y organizadas bajo los
principios de separación entre lo público y lo privado, garantía de derechos individuales,
división de poderes, independencia del poder judicial, representación política ciudadana
[…]” (íbid. 57).

No obstante, a pesar del establecimiento ideal de iguales derechos individuales en términos


jurídicos, en la práctica no existían vínculos de solidaridad o de reconocimiento equitativos
entre los diversos grupos étnicos y sociales, más bien sucedía lo opuesto, las élites políticas
e intelectuales consideraban atrasadas las ideas, tradiciones y costumbres de los pueblos
indígenas, ya que la base de organización comunal de estos pueblos era absolutamente
opuesta a los requerimientos del liberalismo que requerían atomizar e individualizar a los
sujetos, por ello estos grupos, no podían ser tomados en cuenta como base de una sociedad
progresista. Tampoco fue el caso de los afrodescendientes, para quienes estuvo negada
también toda forma de participación en las decisiones sobre asuntos nacionales.

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En algunos países incluso, al tratarse de grupos étnicos minoritarios, no se contempló
siquiera la posibilidad de incorporarlos como parte representativa del proceso de
configuración estatal, convirtiéndose así en grupos marginales.

Por todo lo anterior, es posible notar que el desarrollo de los proyectos de Estado para las
élites criollas no implicaba necesariamente descolonizar las relaciones sociales. En primer
término por el rechazo ya mencionado a abarcar a estos grupos sociales como elementos
sustanciales del proceso modernizador y en segundo lugar porque el intercambio comercial
no conllevaba necesariamente la abolición de prácticas de dominación y esclavitud.

En este sentido, los procesos de configuración estatales no se plasmaron en la realidad


como transformaciones de democratización de las relaciones sociales, sino como
rearticulaciones de la colonialidad del poder sobre nuevas bases institucionales.

En palabras de Anibal Quijano: “La estructura de poder fue y aún sigue estando organizada
sobre y alrededor del eje colonial. La construcción de la nación y sobre todo del Estado-
nación han sido conceptualizadas y trabajadas en contra de la mayoría de la población, en
este caso de los indios, negros y mestizos. La colonialidad del poder aún ejerce su dominio,
en la mayor parte de América Latina, en contra de la democracia, la ciudadanía, la nación y
el Estado-nación moderno” (Quijano, 2000:237).

El modelo cívico liberal se proponía construir cada república remodelando desde arriba
todas las relaciones sociales a través de los siguientes preceptos básicos (Roux, 2005):
establecer relaciones de mando-obediencia, consolidar una hegemonía a través de la
integración política y de formas de legitimación.

En otras palabras, las élites liberales habían reconocido que debía fortalecerse una
estructura de poder a fin de ordenar los asuntos internos como condición determinante para
participar en el intercambio comercial con Europa y Estados Unidos.

Cabe mencionar, que además del desconcierto social interno, los países latinoamericanos
se enfrentaban a su vez, a las intervenciones extranjeras que querían cooptar los espacios
de poder, de los cuales justamente dichas élites pretendían beneficiarse.

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Por todo esto establecer un orden social al interior de cada nación era primordial. Para ello
se valieron de diversas instituciones, incluidas instancias educativas, quienes forjarían a los
nuevos ciudadanos, induciendo la formación de una conciencia individual que no
contradijera esta nueva estructura de dominio; es decir, que los nuevos ciudadanos
asumieran el incipiente modelo de gobierno.

Hasta este punto, es posible resumir entonces que la “modernización” de las relaciones
sociales significó procesos de cohesión social basándose en la colonialidad del poder, lo
que favoreció el fortalecimiento de estructuras autoritarias y la naturalización de las
relaciones de poder.

Si algo caracteriza históricamente la relación Estado-Sociedad en América Latina es


precisamente que los Estados se constituyeron como estructuras con intereses autónomos,
altamente eficaces y eficientes en cuanto al ejercicio del poder sobre sociedades
organizadas aun colonialmente.

Consecuencias históricas

A lo largo del siglo XX se gestaron diversas luchas reivindicatorias por parte de los grupos
excluidos de la modernización, estas movilizaciones se intensificarían hacia la segunda
mitad del siglo, cuando se empezaron a recrudecer las problemáticas social a causa del
segundo intento de modernización esta vez impulsado desde la perspectiva del desarrollo
industrial.

En efecto, el debate sobre el progreso se transformó en el análisis sobre el


desarrollo/subdesarrollo. La diferencia significativa entre uno y otro proceso es que, a partir
de los años 30 del siglo pasado, ante los efectos de las guerras mundiales y la depresión
económica de 1929, los países latinoamericanos concibieron la posibilidad de pasar del
mercado únicamente comercial de materias primas, a la consolidación de una industria
propia.

Esto significó nuevamente una serie de transformaciones sociales, no así del Estado que
continuó siendo el eje fundamental de las transformaciones sociales.

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La propuesta era llevar el desarrollo económico a las sociedades latinoamericanas mediante
el impulso de industrias nacionales. Este proyecto involucraría a sectores urbanos y no
urbanos que debían estar comprometidos con las políticas de desarrollo en cuanto a la
producción y explotación de materias primas, así como con el avance tecnológico.

Como ya se mencionó anteriormente, este planteamiento no funcionó. Entre las múltiples


causas del colapso se puede mencionar, por ejemplo, el desfase entre la demanda de
recursos necesarios para el desarrollo industrial y el lento avance tecnológico. Aunque,
dentro de los fines de este escrito, destaca especialmente la incapacidad de las instituciones
públicas y educativas para dar respuesta a los problemas inmediatos, sobre todo de carácter
social, como el aumento de la marginación de ciertos grupos en la región o los estragos
culturales, e incluso ambientales, que a causa del intento industrializador se ocasionaron.

Este segundo intento modernizador, pondría en evidencia alginas aberraciones históricas no


resueltas:

∙ Desde el inicio de la consolidación de los Estados nacionales, el acercamiento con los


naciones de Europa, nunca fue en términos equitativos, principalmente porque las élites
latinoamericanas se limitaron al comercio de materias primas sin el fortalecimiento de
una industria propia y de un mercado interno sólido (como sí ocurrió en el proceso de
expansión capitalista europeo), esto fue lo que conllevó a la dependencia económica de
la región respecto a Estados Unidos y los países europeos.

∙ Se comprendería tardíamente que la marginación de los grupos sociales debía ser un


elemento fundamental a resolver para el despliegue económico regional y sobre todo
para consolidar una auténtica democratización de las relaciones sociales. Este es un
proceso que continúa inconcluso hasta la actualidad.

∙ Las propuestas ideológicas de las instancias estatales e incluso algunos perspectivas


teóricas se enfocaron en el fomento de la capacidad económico-administrativa del
Estado para regular los recursos, recaudar impuestos, etc. pero no en las acciones
coercitivas que se ejercieron sobre la población, como si éstas hubiesen consistido en
“un mal necesario”.

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∙ Además de reconocer finalmente que el desarrollo económico no necesariamente se
refleja en el desarrollo social como se creyó inicialmente durante la gestación del
proyecto modernizador.

Al respecto el historiador chileno Fernando Mires expresa: “En vista de esos funestos
resultados de las políticas de desarrollo, siempre será difícil convencer a indios, campesinos
pobres y habitantes de los tugurios suburbanos, acerca de las supuestas ventajas del
desarrollo. Hay una larga historia que prueba lo contrario. El concepto de desarrollo tiene
sólo una significación política positiva en las ideologías de las élites establecidas en los
poderes políticos, pero más allá de esas ideologías, sólo existe la verdad de la miseria”.
(Mires, 1993: 28).

Tras los estragos culturales, sociales, ambientales, políticos y económicos, producto del
proceso de industrialización, diversos movimientos sociales, no solamente cuestionarían las
políticas implementadas, sino también la perspectiva de poder desde donde históricamente
se han gestado dichas políticas.

3. Conclusiones

A lo largo de la historia de las naciones latinoamericanas, el Estado cumplió un papel


central en la configuración social, política y económica de las mismas. A partir de dicha
estructura se decidía el papel que los ciudadanos debían efectuar para poder obtener los
beneficios sociales que también el Estado determinaba.

Así, el Estado se ha convertido en una superestructura desde la cual se plantean y coordinan


las maniobras, las acciones que los ciudadanos, por ser simplemente ciudadanos, deben
realizar.

De esta forma, a los diversos grupos étnicos y sociales de Latinoamérica, se les ha


obligado, a renunciar a su historia, sus lenguas, su cultura, a sus medios de subsistencia
como la tierra, a quienes se les niega la posibilidad de recrear sus propias cosmovisiones y
cuyos conocimientos se les minimiza por escapar a los rigores del método científico.

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Pero que además, las estructuras de poder, les devuelven una cultura grotesca, deformada
por los medios de comunicación, les ofrecen tierras inutilizables y agua contaminada,
alimentos adulterados, transgénicos, etc.

En resumen, estos grupos de poder, tanto regionales como mundiales, están acabando con
los medios necesarios para la reproducción de la vida humana (y ambiental), los cuales han
sido puestos al servicio de estas superestructuras estatales y mega corporaciones
comerciales en beneficio precisamente de los corporativos y no para atender las
necesidades reales de los seres humanos.

Ante este panorama, el impulso de cambio debe iniciar por descolonizar las relaciones
sociales dentro del esquema Estado-Sociedad.

Descolonizar significa desmontar las maquinarias y las prácticas de colonialidad,


supliéndolas por prácticas que permitan el desarrollo de la vida humana y el equilibro
ambiental; deconstruir las subjetividades sumisas y domesticadas, edificando otras
subjetividades de resistencia y emancipación. Implica transiciones múltiples, instituciones
plurales, abiertas a transformar el modelo político-económico actual por otras formas de
participación política múltiples y que incentiven modelos de economía comunitaria.

Contribuir a estas acciones es tarea de las ciencias sociales latinoamericanas en el siglo


XXI.

4. Bibliografía

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