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Diecisiete (e)lecciones
Carlos Díaz
Tres prólogos para un solo libro
Prólogo Uno
Prólogo Dos
Prólogo tres
Todo comenzó un día en que, al hurgar entre libros, pedidos y gestiones, escuché a
unos amigos iniciar una senda de pensamiento y reflexión, siempre con el fin último de saber más para poder
servir mejor a los que más lo necesitan.
Fueron bastantes las ocasiones en las que nos reunimos al atardecer -a esa hora en la
que está dicho que se nos examinará en el amor- para desgranar el pasado y analizar las semillas de nuestro
presente. En estos momentos de estudio dialogado, de exposición y razonable discusión, nos encontramos con
la palabra de gigantes del pensamiento como Platón, San Agustín, Kant, Rousseau, etc, y con la obra de gentes
de buena voluntad desde las primeras comunidades cristianas hasta la Reforma y nuestra descreída actualidad.
Tal ha sido nuestro empeño, caminar de la mano por ese reguero de pólvora y esperanza que es la historia de la
humanidad para tratar de alcanzar luces que puedan orientar el devenir de nuestro mundo.
Debo agradecer a Carlos Díaz ésta y otras tantas iniciativas en las que nos saca de la
inercia apática en que la sociedad occidental nos imbuye. Él ha sido el principio animador de estas charlas,
suyo el mayor esfuerzo -preparación y exposición-, suyo el esquema interpretativo, suya la sabiduría teórica y
vital que permite hacer de la letra muerta vida futura en abundancia. Pero todos los posesivos que he listado
antes recibieron cumplimiento en la entrega de Carlos cada amoroso atardecer que compartimos, así como hoy
quedan resueltos en la donación de la obra que prologamos. En ella pudimos poner nuestro granito de arena
por medio de la interrogación y de ciertas perplejidades, mediante el diálogo socrático y sus tres momentos:
admiración ante lo problemático, radicalidad en la búsqueda de soluciones, y compromiso con los seres
humanos. O, como diría Mounier, mediante el acogimiento espiritual del acontecimiento, la escucha de nuestra
responsabilidad, y la asunción de un plan de actuación concreto.
Hace tiempo que compartimos senda Carlos y todos los que militamos en el Instituto
Emmanuel Mounier (los que hoy seguimos en él y todos los que colaboraron con eminentes granitos de
mostaza), pero hoy más que nunca creo que la tarea que tenemos encomendada tiene sentido, que es necesaria
y urgente por mor de una humanidad tan amenazada por formas de poder cada vez más omnímodo e
incuestionado tanto ética como socialmente. Este libro que ahora presentamos no es ni más ni menos que otro
paso en el camino que hacemos juntos al andar.
Eduardo Martínez
Pre-Liminar
1
«El País», 25-2-1994.
contra ello, dada la desmoralización, el hambre, y demás enfermedades del alma colectiva, sólo preocupada por
sortear los pozos, en lugar de avisar al que viene detrás para evitar la caída en ellos y de taparlos
adecuadamente entre todos.
Pero en México al menos veo algo que me resulta muy cercano: la capacidad
de acogida, la tierna cercanía, la fértil ingenuidad tanto más intensa cuanto menos chilanga, cuanto menos
capitalina y más rural, más del interior del país. La gente es menos desconfiada, más generosa, más capaz de
aprender porque tiene menos que perder, es más empática, más humana, a pesar de la renuncia a la denuncia
profética y el resignado fatalismo: demasiado cantinfleo a veces, donde debía haber más seriedad ante lo difícil.
Cuando en aquella humildísima iglesia de un extrarradio de México D.F., al término de una plática, leí la
pancarta «no vienen porque no nos conocen», pensé: ¿no será que no vienen porque nos conocen? Y mientras
esto pensaba una viejecita sin recursos puso un pequeño billete de dinero sobre mi mano, quizá agradecida por
mi plática de aquel día. Mientras haya viejecitas así, para un cristiano el pesimismo es imposible2. Y aunque
no las hubiera.
Sea como fuere, siento que mi palabra no cae en pedregal, que mi enseñanza
sirve en México para la vida de las gentes, que se recibe como pan caliente, que ayuda a mantener la
esperanza, que es solicitada incansablemente y hasta con avidez; siento que me quieren. Clases, conferencias,
congresos -a veces tan multitudinarios como sólo podría pensarse en un país tan grande-, libros, todo lo que
aporto humildemente vale a este otro lado del Atlántico. Lo único que me falta allí es tiempo; y no sólo me
falta a mí, también les falta a ellos, pues el enemigo público número uno de los mexicanos es precisamente ese
fugaz y huidizo reloj, que se les agota en el pluriempleo -dura es la supervivencia- y en el ir y venir de la
interminable megalópolis, cuando éste es el caso. Por carencia de tiempo, la militancia en causas de
humanidad más allá del propio trabajo es un lujo que sólo unos cuantos pueden pagarse.
Estas lecciones han sido impartidas con todo ese transfondo en mi cabeza y
en mi corazón, aunque no hayan sido dictadas públicamente en país alguno. Por iniciativa de mi hijo Carlos,
han sido compartidas a lo largo de un curso con puntualidad y rigor en mi propio domicilio. Esmeradamente
pensadas, dignamente preparadas, afectuosamente impartidas, laboriosamente transcritas, han tenido cuatro
destinatarios exclusivos: mi hijo Carlos (físico), Luis Narvarte (ingeniero de telecomunicaciones), Eduardo
Martínez (filósofo), y Alberto Orío (biólogo). Qué lujo disfrutarles como oyentes, gozo insólito que como
docente agradeceré siempre. Este libro es vuestro, y como tal os lo dedico.
Capítulo I
2
«Et inhorresco et inardesco; inhorresco, inquantum dissimilis ei sum, inardesco inquantum similis ei sum» (San Agustín: Confessiones, XI).
Grecia, los filósofos
1. Espartanos y atenienses
1.1. Ciudades-Estados
1.2. Esparta
1.3. Atenas
1.3.1. El esclavo
Como en Esparta, la actividad productiva descansaba sobre los menos o
nada libres, aquí los metecos y los esclavos. No todos los que vivían en Atenas eran ciudadanos. Los
extranjeros residentes en Atenas eran los metecos («los que viven al lado»), palabra que -como la
sinónima «bárbaro»- designa a los no griegos, e incluso a los no atenienses. Ellos podían adquirir
bienes muebles y poseer esclavos, pero no casas o tierras. El asesinato de un meteco podía castigarse
con el exilio, pero no con la muerte como el asesinato de un ciudadano. Junto a ellos estaban los
esclavos. En el siglo V la Atenas de Pericles tenía unos 80.000 metecos, incluyendo mujeres y niños,
sobre un total de 500.000 habitantes. De éstos, los ciudadanos varones con plenos derechos eran cerca
de 40.000, o sea, la mitad de los metecos. Los esclavos eran mayoría, más de 300.000. Únicamente
gozaban de su plena condición ciudadana los varones hijos de padre y madre atenienses. La mujer
sólo podía aspirar a ser la esposa, la hija, o la madre del ciudadano.
1.3.2. El libre
Poseer la plena ciudadanía implicaba tres aspectos fundamentales: el
derecho a la propiedad del suelo y a la participación plena en la vida municipal -con voz y voto en las
asambleas- y en los beneficios económicos de la ciudad.
Gracias a la creación de un consejo permanente (pritanía), con un
presidente que rotaba a diario (epístato), el ateniense tuvo por primera vez la oportunidad de dirigir
los destinos de la polis. Como diría Aristóteles, era un sistema perfecto en que el ciudadano pasaba
«de la obediencia del individuo al mandato del magistrado», y en el que el pueblo controlaba y
gobernaba su propia ciudad. El aristocrático Consejo del Areópago había sido reducido a la
jurisdicción de ciertos delitos de carácter religioso, mientras que el ciudadano ateniense se implicaba
en la vida política de su ciudad, es decir, compartiendo y ejerciendo la ciudadanía. También como en
Esparta, a la Ecclesía o Asamblea general de atenienses podían asistir todos los varones libres
mayores de edad. Empero, dado su tamaño excesivo (unos 40.000 libres), el Consejo (Bulé) de los
Quinientos funcionaba a modo de Parlamento, junto al que pervive reminiscente el Consejo del
Areópago, cámara alta aristocrática.
Decir Grecia es decir arte de la política: «Buscaron los humanos la
forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero una vez reunidos se ultrajaban entre sí por
no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo perecían. Entonces Zeus,
temiendo que nuestra especie quedara exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a
los humanos el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos
comunes de amistad. Preguntó entonces Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre
los hombres: '¿Las distribuyo como las demás artes, con un solo arte de la medicina para muchos, o
bien entre todos?' Respondió Zeus: 'Entre todos, y que todos participen de ellas; pues si sólo unos
pocos participan, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi
nombre esta ley: que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado
de la ciudad como una peste'»3. Todo el afán del ateniense es llegar a político, pues la política se
entiende como virtud, en la medida en que debe preocuparse por el bien común. Por eso las leyes
atenienses preveían que los cargos públicos fuesen sorteados en su mayor parte, y no por votación. A
través de esta especie de lotería política cualquier ciudadano puede alcanzar un puesto de
responsabilidad, con lo que desaparecen en parte los vicios del politiqueo y del tráfico de influencias.
Menos centralizador que el espartano, el ateniense concede autonomía
administrativa a cada démos o barrio, cien en principio, a razón de diez por tribu, pero posteriormente
más. Cada ciudadano ateniense se denomina oficialmente con tres nombres: el suyo propio, el de su
padre (patrónimo) y el de su «démos» (demótico). El demarca cumplía las funciones del alcalde
actual. La fratría es una subdivisión del demos4. Pues bien, del demos salen los candidatos para la
Asamblea de los Cincuenta, sección reducida del Consejo de los Quinientos. Tal Consejo tiene un
presidente que ocupa el poder supremo de la ciudad-Estado, honor que sólo puede ejercerse durante
un día y una sola vez en la vida: hasta tal extremo llega la sospecha del pueblo ateniense respecto del
poder unipersonal estable.
Por lo demás, el Consejo queda sometido en sus decisiones a la
ratificación de la Asamblea popular, que por otra parte ejerce su control sobre el gobierno a través de
los tribunales, compuestos por ciudadanos de cada «démos» a modo de instancia suprema 5.
Y todo esto, insistamos, por amor al arte, nunca mejor dicho. El
ciudadano libera su energía callejeando. El orgullo del ateniense son los grandes edificios públicos.
Ascender a la Acrópolis y divisar desde allí los grandes templos (el Partenón, el Erecteion, el Templo
de Niké, etc) depara un singular placer. Y, mientras se camina, se ríe con la chispa ingeniosa y procaz
de sus comediantes, o se sobrecoge con la tragedia de Esquilo y Sófocles, o se disfruta de la poesía de
3
Protágoras, 322 c-d
4
Cfr. Flacelière, R: La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles. Ed. Temas de Hoy, Madrid, 1989, pp. 51-52
5
Se leerá con provecho el libro de Tomás Calvo, De los sofistas a Platón. Política y pensamiento. Ed. Cincel, Madrid, 1986
Baquílides. Se pasea charlando y contemplando las pinturas expuestas en las Stoas o paseos
porticados, como la famosa Stoa de Atalo y la Stoa Poikilé (pórtico de las pinturas) de Micón,
Panaíos, Onasías y sobre todo de Polignoto, innovador en el movimiento de sus majestuosas pinturas.
¿Y qué decir de los paseos por el puerto de El Pireo? La ciudad entera es una escuela, que fragua la
personalidad del ateniense. Dentro de ella, cada cual modela su propia esfinge: Anacreonte, poeta de
la gastronomía, muere atragantado; Alcibiades, general, se pasa permanentemente de un bando a otro;
en el «andrón» de la casa se celebran los simposios, o banquetes privados exclusivos para hombres;
los burdeles regentados por esclavas están regulados por el Estado; la peste siembra de calamidades la
ciudad... Y la vida sigue.
6
Hegel: Filosofía del Derecho. Prefacio. Cfr. nuestra traducción de esta obra en Ediciones Libertarias, Madrid, 1993.
proponiendo un sistema o articulando en profundidad la plural opinión (doxa) de los coetáneos.
¿Qué añaden los filósofos, pues, a la doxología de la gente de la calle? Añaden
reflexión. Están mejor preparados y sirven mejor (diaconía de la reflexión) porque han permanecido
sobrios y vigilantes estudiando y pensando, en vez de trabajar en lo vulgar y común. Un esclavo carece
del imprescindible tiempo para meditar, y por ende no pueden ser tenidas en serio sus cogitaciones,
mientras que los filósofos liberados se ejercitan en el arte de pensar, alumbrando así conceptos de
eternidad. Por eso el filósofo asume como animal totémico al observador buho de Minerva; como él,
con sus esféricos ojos nocturnos, reelabora en la ardiente oscuridad lo que ha contemplado antes.
Desde esa perspectiva resulta distinto a los demás, posee esa estirpe regia y religiosa que le confiere la
escucha (Heráclito: «la naturaleza nos ha dado dos oídos y una boca, para que al menos escuchemos
dos veces más de lo que hablamos»), no quedándose dentro de sí con lo escuchado y fuera de la
sociedad, sino ofreciendo ante la asamblea de libres sus frutos de eternidad exenta de prejuicios e
intereses: el filósofo busca lo que es, y lo dice como es para que así sea, tratando en consecuencia de
eternizar lo verdadero.
7
Aristóteles lo intentó, pero al separar al primer motor de lo primero movido lo pierde de vista: su primer motor no está aún maduro para separarse de lo
por él movido y continuar manteniendo activa su distancia relacional con ello. De alguna forma la actio in distans repugna tanto a la racionalidad filosófica
griega, como a su teogonía: los dioses proceden unos del contacto con los otros, y a su vez necesitan presencia entre los hombres. De todos modos, esa
proximidad nunca llega al límite de imaginar la proximidad-realidad del Dios cristiano en la persona del Hijo.
espíritu, sino al contrario: del espíritu sale la materia por adensamiento.
Este filósofo, de cuya existencia se duda, u otro igual que él que también se
llamara Pitágoras aunque no fuese él, qué más da, tiene el no parvo mérito de liderar una escuela de
sabios, un círculo de intelectuales, que no sólo reflexiona sobre la naturaleza, sino que la «inventa»,
va hacia ella, y luego extrae de ella lo así hallado, sus «inventos»: calendarios, instrumentos de
navegación resultado de la especulación sobre los números, molinos, instrumentos bélicos, etc,
demostrando de paso (aunque no fuese peripatético) que nada hay más práctico que una buena teoría,
y que sólo se derrota una teoría con otra mejor elaborada.
Pitágoras encuentra el origen de todo en el número, entendido como armonía
última. Se enseñorea de la realidad una armonía originaria, la realidad responde a esa armonía, a la
que Pitágoras llama «número»8. La armonía numérica responde a los ritmos profundos de lo real
originario. Por eso el número es música; la música necesita ser armónica, producir sensación de
redondez, plenitud, acorde. Músico es quien tiene buen trato con las Musas. La música dis-armónica
chirría.
El kosmos es armónico; si no lo fuera no podría ser cosmos, sino kaos (bostezo:
al bostezar se exterioriza lo disarmónico que llevamos dentro). Si en el origen fue ese caos
magmático, de él y por desarrollo perfectivo procede el cosmos armónico. El caos, para aclararse a sí
mismo, necesita dar a luz: de tal guisa se autoconoce, y al hacerlo ordenadamente produce la armonía,
cuya forma y cuyo formato ha de ser numérico.
Por eso hablan los pitagóricos de la armonía de las esferas: quien permanece
atento al sonido del cosmos y al girar del sol, la luna y las estrellas, como Francisco de Asís, percibe
allí el gran caudal de armonía mundi, oye la música -la música celestial-, la música de las esferas
(musas=perfectas). A su vez sólo puede escucharla quien vive una vida pacificada; aquel a quien le
chirría el mundo interior no le resulta inteligible la armonía cósmica, ni entenderá la matemática
(mathémata, raíces).
No somos hijos de la entropía que degrada, sino de la eutropía (buen
movimiento) y la hermosura; la filosofía salva de la degradación del caos para liberarnos hacia la
belleza y el orden del cosmos divino. La belleza es un trascendental del ser, pues es reflejo del orden,
paz en todos los niveles de la realidad.
Este mundo de los números armónico y perfecto sufre un duro golpe al descubrir
que la raíz cuadrada no es divisible por sí misma, no acaba en cero, no es un número primo o
perfecto: ¿por qué la imperfección en el número? De todos modos la escuela pitagórica no renuncia a
la perfección, no sólo a la perfección cósmica, sino tampoco a la humana, al comportamiento moral
perfecto; ellos hubieran podido escribir como Benito Spinoza una «Ética demostrada
geométricamente».
La ética pitagórica es belleza rigurosa, simetría sin par, orden de órdenes. No se
puede desligar lo bueno de lo bello. La metempsícosis, doctrina de la trasmigración de las almas,
entiende esa trasmigración -igual que el hinduismo y el Oriente lejano en general, con el que los
griegos tenían tan profundo trato- como una búsqueda de la perfección: las almas buenas reencarnan
en la siguiente vida aproximándose a la armonía si lo merecen, o alejándose de ella como castigo. Los
buenos pertenecen al «número» (es decir, al orden) de los salvados, los malos al de los condenados.
La insistencia de algunas religiones en un número de justos que se salvan (de lo contingente) podría
tener algo que ver con este sesgo, tal vez, en última instancia.
El pitagorismo será la primera gran escuela filosófica capaz de perdurar a lo
largo de generaciones, cosa perfectamente explicable: como la armonía de la matemática no la puede
captar una sola persona, será un trabajo traducido de generación en generación y para ello resulta
necesaria la escuela, que se organiza jerárquicamente y rinde culto (¡geométrico, piramidal,
egiptizante!) a la personalidad de los maestros, dominadores de los arcanos (arcano -no se olvide-
8
Recordemos con ocasión de Pitágoras que, si Atenas fue el centro del pensamiento filosófico griego, Alejandría lo fue del científico. Entre los años 300 y
el 50 a.C. desarrollaron allí su ciencia el matemático Euclides, Aristarco de Samos, el matemático y físico Arquímedes, Eratóstenes, mensurador de la Tierra,
y otros.
viene de arjé, origen) en cuyas entrañas se origina la belleza, el número, lo archieterno.
5.1. Heráclito
5.2. Demócrito
Pero ¿qué es eso de que todo cambia? Nada más contrario a la convicción de
Parménides, para quien nada se mueve, el ser es y el no ser no es, no existe el movimiento, nunca te
bañarás dos veces en el mismo río. Cuando los sentidos te dicen que te mueves, te engañan: debes
desconfiar de ellos, pues lo único verdadero es esa razón (lógos), que pese a todas las apariencias no
baila, vive aquinética, pues el ser es y el no ser no es, no pudiéndose pasar del uno al otro.
El orden del pensar es el orden del ser: lo que el pensamiento me enseña -a
saber, la inmovilidad, la imposibilidad del paso del no ser al ser y del ser al no ser- es también el
orden del ser, todo lo racional es real y todo lo real es racional. De ahora en adelante, y Descartes así
lo hereda de forma paradigmática, la filosofía será expresión de desconfianza respecto de los sentidos
y lucha contra el sentido común. A quien redarguya que el movimiento se demuestra andando, los
parmenídeos le recordarán que eso es tan sólo según el orden de los sentidos siempre engañosos.
Aunque parezca lo contrario, Aquiles el de los pies ligeros nunca alcanzará a la tortuga, animal lento.
Esta manera de pensar también resulta muy oriental en última instancia: somos
esencia, lo que permanece es la razón, lo eterno. Buda sería parmenídeo. Frente al velo de Maya que
aportan los sentidos engañosos, lo que hay que buscar es el no-ser, que es por paradoja el ser que es. A
lo que el budismo llama no ser lo denomina Parménides el ser. El no-ser de Buda y el ser de
Parménides se dan la mano contra Heráclito.
El ser no puede luchar contra el no ser, ni éste contra aquél. Lo
verdadero es eterno. Por eso la filosofía y la teología no deben acometer una batalla campal, ni
siquiera campar por distintos registros. Puestos a pensar filosofía se hace teología. La filo-sofía es, si
no se decapita, teo-sofía, saber de lo realmente real.
¿Y amar? Amar es cosa de los cristianos. Los griegos buscan sabiduría para
conocer lo eterno, los cristianos lo descubren en el amar que ha sido previamente amado por el Amor.
Ese Amor que hace irrupción en la historia en la figura de un humilde carpintero, que además no fue
filósofo. Aventuramos: ¿tendrá algo que ver todo esto con el resentimiento hiperbólico del gremio de
filosofantes contra la religión a partir de la Ilustración?
Capítulo II
Roma, el derecho
1. De Grecia a Roma
2. El torcido derecho
9
Iglesias, J: Derecho romano. Ed. Ariel, Barcelona, 1972, p. 117
10
La autoridad del pater familias es absoluta. El hijo podrá ser cónsul, pero dentro de la casa es un filius familiae. La pedagogía romana está hecha
mirando al padre de familia. Cfr. Guillén, J: Urbs Roma. I. Ed. Sígueme, Salamanca, 1988, pp. 193-195
permanentemente con sus familiares a la tierra, de la que no pueden alejarse: a partir del siglo III las
cargas fiscales serán causa de que los propietarios cultivadores, incapaces de soportarlas, cedan sus
tierras a familias ricas, quedando en ellas como arrendatarios y con la obligación de no abandonarlas;
es casi esclavo el auctoratus, hombre libre que arrienda sus servicios como gladiador a un
empresario, obligándose bajo juramento a dejarse quemar, sujetar y morir con el hierro, de modo que
quien lo sustrae al empresario comete hurto de la misma clase que quien se apodera de cosa ajena; es
prácticamente esclavo el redemptus ab hostibus, ciudadano rescatado por un tercero de la cautividad
mediante una suma de dinero; es como esclavo el homo liber bona fide serviens, es decir, quien no
obstante ser libre sirve de buena fe como esclavo.
11
Sobre las máscaras, cfr. Guillén, J: Urbs Roma. II. La vida pública, pp. 401 ss
12
Ibi, pp. 412-416
de sillas portátiles que, pese a estar prohibida durante el día la circulación de carruajes tirados por
caballerías, constituía un verdadero compromiso el poder andar por la ciudad. Esto, sobre todo, antes
del incendio de Nerón, cuando las calles eran sumamente estrechas y tortuosas.
• La domestología: el convivio
En la vida privada los convites prolongan los escenarios y los combates.
La domestología y las reglas de etiqueta social abundan. Según Varrón, el convite, para que sea
cumplido, ha de tener cuatro cualidades: que los convidados sean personas amables y de buena
crianza, que el lugar sea conveniente, que el tiempo sea oportuno, y que la comida esté
cuidadosamente preparada. Los convites son frecuentes, y tienen una función social; rehusar una
invitación en favor de otra de mejor clase social constituye una forma de hacer política 13. El
convivium, el convite, es el ser-viviendo-con-los-demás. Cicerón reprende a Peto por haber dejado por
alguna extraña causa de salir a cenar fuera y de invitar a su propia casa, siendo así que el mayor
placer de la vida se obtiene en esas conversaciones y convivencias que brindan las cenas, no
entendidas tan sólo como una forma de practicar la elegancia social del relumbrón, ni mucho menos:
«y esto no lo digo por el placer, sino por la unión de la vida, por la convivencia y el solaz de las almas
que se logra en la conversación familiar, que en los convites resulta agradabilísima, de suerte que los
nuestros estuvieron más acertados en significar estas cosas al llamarlas 'convivencias' que los griegos
al llamarlas 'combebidas' y 'concomidas', porque en las convivencias sobre todo se vive en compañía
de otros. Procura por tanto estar bien, y sábete que esto lo conseguirás fácilmente cenando fuera de tu
propia casa»14. «La vejez ha acrecentado en mí el deseo de conversar, y me ha quitado el de comer y
el de beber, así que a mí me gustan los convites a sus horas por el deleite de la conversación, y no
solamente con los de mi tiempo, de los cuales ya van quedando muy pocos, sino también con los de
vuestra edad. A mí me deleitan aquellos ministerios instituídos por nuestros mayores, y la
conversación que según su costumbre mantiene el que gobierna la copa. Y esto lo practico en mi
granja de la Sabina, y convido todos los días a mis vecinos, alargando el convite hasta muy tarde de la
noche, según podemos, con conversaciones muy variadas»15. «Y no medía yo aquel deleite por el
gusto del cuerpo, sino por la compañía y conversación de los amigos» 16.
Como puede verse, la raíz etimológica de este término convivium
mucho tiene de expresión de con-vivencia y de comunicación, de con-versar o congregarse en mirada
recíproca, de ocasión y lugar de encuentro para poder tranquila y mansamente estar (el estar es la
modestia del ser y su ineludible compañero), de benefactante ambitalidad para compartir departiendo.
En el orden del protocolo han de invitarse, en la medida de lo posible, personas ni locuaces ni
taciturnas, porque la elocuencia está bien en el foro, y el silencio no es propio del convite sino del
aposento. A tal efecto parece que Cicerón reunía también bajo esta perspectiva todas las cualidades
para ser considerado un invitado de excepción y de lujo por todos los conceptos. ¿Quién no se le
rifaría en sus galas nocturnas? Helo ahí conversador extraordinario que hacía las delicias de los
comensales, discreto a pesar del abundante dominio de su información privilegiada y de primera
mano en asuntos de régimen público, chistoso hasta el extremo de que la mayor parte de los chistes
que corrían por la Urbe se le atribuían, atribución que no obstante no le complacía del todo, pues
enterado de ello escribe así a su amigo Volumnio: «Puesto que hay tanta porquería en Roma, que ya
no hace reir más que lo muy picante, tú puedes jurar que si los dichos no son hermosos, ni agudos, ni
elegantes, ni bellos, ni graciosos, ni llenos de ingenio, no son míos» 17.
Tampoco estaba mal, caray, el grado de autoestima en que se tenía a sí
mismo el buen pico de oro de Cicerón. Lo cierto es que -para poder pensarse con ratio recta y para
estar en condiciones de regir los destinos de la urbe de forma que resultara válida asimismo para el
orbe- los romanos se invitaban mutuamente y con mucha frecuencia a cenar. Cuando a la caída de la
tarde cesaban los negocios, se cerraban los tribunales o terminaban su paseo o sus estancias en las
13
Guillén, J: Urbs Roma. II. La vida pública. Ed. Sígueme, Salamanca, 1978, pp. 247-250
14
Fam. 9, 24, 2-3
15
Cicerón: De senectute, 46
16
De senectute, 45
17
Fam. 7, 32, 2.
termas, resultaba frecuente que para poder proseguir el deleite de sus conversaciones o simplemente
para permanecer más rato juntos se invitaran a cenar. Otras veces la invitación se debía a motivos
familiares, aniversarios, bodas, natalicios, llegadas o despedidas, o simplemente a tiempo y a
destiempo, con razón y sin ella, por el grandísimo placer de reunirse y hablar de los temas estrella de
entonces: política, literatura y teatro, filosofía. De ello resultaba una serie de invitaciones en cadena,
como se lee en Plauto: «Yo te hubiera invitado a cenar en mi casa si no me hubiera dicho tu hermano,
al invitarme a mí, que tú cenarías con él. Mejor hubiera sido que hubierais venido todos a mi casa
para daros un convite de bienvenida, pero no he querido contrariarlo. Pero yo no hago cumplimientos
de pura fórmula, así que mañana vendréis a mi casa a cenar tu hermano y tú con vuestras respectivas
esposas. -Y pasado mañana todos a mi casa 18».
En este contexto resultaba altamente indelicado rehusar la invitación de
un amigo, y se habría faltado gravemente a la cortesía aceptando una invitación a la que no se
acudiese ulteriormente, pues si en tal caso no se aducían excusas suficientemente convincentes el
desairado quedaba convencido de que se había dejado de ir a su casa por culpa de otro convivio mejor.
En todo caso no desearíamos tampoco dar la impresión falsa de que
todos los ciudadanos romanos fueran sin excepción alguna unos tipos extraordinariamente cultos y
apasionados por comunicarse (común-icarse) la verdad interpersonal, ni mucho menos. Como
resultaba inevitable, aquellos ambientes se hallaban infestados de cortesanos, gorrones, cotillas,
buscones, etc, fauna de la que tampoco podían estar ausentes los glotones, de los cuales recuerda el
estoico Lucio Anneo Séneca con evidente crispación que «vomitaban para comer y comían para
vomitar y no querían siquiera perder el tiempo en digerir los alimentos traídos de todas las partes del
mundo»19.
Ni siquiera faltaba en aquellos pagos el recuerdo de la muerte, pues a
veces el anfitrión -por ejemplo, Trimalción- filosofaba sobre la brevedad de la vida humana después
de que un esclavo sacara tras los entremeses un esqueleto de plata, extrayendo ante él la conclusión
ergo vivamus, dum licet esee bene («así pues, vivamos mientras nos encontremos bien»). ¿Hará falta
añadir, así las cosas, que en ocasiones me acuerdo más o menos de estas paganías sin especial fruición
cuando en alguna ocasión académica -para mi habitualmente ingrata- se canta o malentona el
gaudeamus igitur iuvenes dum summus, post iucundam iuventutem, post molestam senectutem
nos habebit humus (alegrémonos mientras somos jóvenes, tras la alegre juventud y la molesta vejez
se apoderará de nosotros la tierra)? Desde luego tampoco me produce especial reconfortación -la
verdad sea dicha- recordar que la costumbre de vincular el atracón con la parca pelona es algo de tan
antigua recordación como la humanidad misma, pues en las cuestiones de mal gusto la veteranía no
me parece un grado de virtud.
Aunque los dioses sean los mismos en Grecia y en Roma, los romanos
les rebautizarán con nuevos nombres, pero la relación con el mundo del divino Olimpo será muy
distinta: en Grecia se trata de una relación con forma humana, en Roma de una relación con formato
jurídico. En Roma, todo lo que se toca se convierte en derecho, también la teología. Pocos pueblos
como Roma en la continuidad entre las leyes positivas humanas y las eternas divinas que
supuestamente las fundan.
18
Stich 510-17
19
Ad. Helv. 10,3
historia de su pueblo, en la que el joven se sentía inmerso desde el momento en que se contemplaba en
la trayectoria iniciada por sus antecesores. Los desfiles de las imágenes de los antepasados de cada
familia en las pompas fúnebres no eran simplemente manifestaciones de la vanidad familiar u
ostentación de lujo, era una bella lección de historia de Roma y un ejemplo estimulante para la
juventud que reflexiona sobre el porqué de la grandeza de su pueblo. Incluso tienen sus dioses
familiares, sus lares propios a los que, cuando por su gran influjo cívico pasan a dioses del Estado,
ellos seguirán prestando el culto debido con los sacerdotes correspondientes» 20.
Ahora bien, como pueblo amante del derecho, sabe el pueblo romano
que los pactos han de ser guardados, por eso el no cumplimiento de lo prometido a los dioses conlleva
castigos en la propia vida y en la de la familia, de ahí que no sólo los miembros vivos de la familia,
sino también los muertos, vigilen para que se cumplan los compromisos contraídos con los dioses. A
su vez, esto exige una reciprocidad por parte de los dioses, pues si los hombres se convencen de que
los dioses no tienen cuidado alguno sobre ellos, dice Cicerón, «¿por qué hemos de ofrecer a los dioses
inmortales ninguna especie de culto, honor y preces?»21.
En el atrio primero, y después en el altar familiar, situado en el centro
de la casa (en el lugar que hoy ocupa la televisión), el pater ofrecía culto a los dioses familiares. Junto
al altar estaba el sagrario de los generosos y providentes dioses penates, que proveían a la casa de la
despensa (penus) necesaria para la vida.
El culto incluye a los dioses tutelares de la casa, los dioses lares (lares,
si benéficos; manes, si inciertos: a estos últimos había que darles culto, por si acaso). Son espíritus
tutelares considerados como almas de los muertos (en tiempo remoto enterrados en el jardín de la
propia casa), encargados de proteger la vivienda de los hombres. Se admira al difunto, se le honra,
pero en el fondo se le tiene miedo. La razón es sencilla: los muertos, héroes de la grandeza de la
Roma aliada con los dioses, no pueden tolerar que sus descendientes arruinen Roma faltando a los
pactos contraídos con los dioses protectores, y castigan a los propios familiares que conculcan las
leyes y quiebran el culto.
20
Guillén, J: Urbs Roma. I. Ed. Sígueme, Salamanca, 1988, pp. 209-210
21
De natura deorum, 1, 3
Capítulo III
El cristianismo, la fe
Libres eran muy pocos, y desde luego, como es sabido, los esclavos
carecían del estatuto de seres personales.
Los que en aquel momento se enteran de que existe alguien, Jesús, que
les convence de que ya no hay libre ni esclavo, hombre ni mujer, griego ni escita, adulto ni niño, todos
sois iguales en la libertad que Dios os da; los que al ver y oir a Cristo lo creen; los que lo certifican
finalmente cuando Cristo muere y resucita, pasan a sentirse libres, pues ahora experimentan que quien
se aferra a la mano fuerte del Señor vence toda esclavitud, incluida la de la muerte.
Quien ha sido liberado de toda esclavitud ¿cómo reacciona? Cuando los
que vivían en la desventura, en la amargura, en la derrota, en el dolor de las diversas pérdidas,
interiorizan la palabra sagrada y más prestigiosa, libertad, la gran buena noticia, se convierten. Dos
movimientos del alma mueven el interior de los sacudidos por la palabra de Cristo y por el encuentro
personal con él primero, con las comunidades de discípulos después: viento de libertad y gran alegría.
No es un encuentro con abstracciones; no se topan con la teórica libertad, se ven las caras con el
liberador, con este Cristo que les ama. Nada de meras teorías, es una vivencia fascinante cuyo
resultado no es sólo el cambio de la vida personal, sino también la remoción de todo el Imperio
romano.
En las primeras comunidades todo es catequesis (del verbo katejéo),
golpe que resuena, percusión: así de impactados quedaban los cristianos que en el primer tiempo
aprendían la noticia alegre y liberadora. Luego venía el bautismo. Y el cambio radical de vida. Como
consecuencia de eso afrontaban el martirio y la muerte, sabiendo que iban a la Vida.
Viento de libertad y gran alegría. Frente a los judíos que para creer
piden señales (milagros), y los griegos sabiduría, «nosotros -dice san Pablo- predicamos a Cristo
crucificado, escándalo para judíos, locura para gentiles, poder y sabiduría de Dios para todos».
Escándalo, porque ningún judío reivindica su condición de Hijo del Padre, y locura porque en la
helenidad ningún dios olímpico se parece ni remotamente a Cristo, verdadero hombre y verdadero
Dios.
En estas circunstancias, todo el que encuentra a Jesús se convierte en
un apóstol, porque su descubrimiento no le pertenece exclusivamente a él. Y se produce la
manifestación pública de la fe en todo tiempo y lugar: nada puede acallar la alegría libre de un
corazón enamorado.
22
Lc, 24
23
A los ojos de los judíos y de los paganos, si los cristianos adoran a Cristo adoran a dos dioses. Para escapar a esta acusación unos dicen que Cristo es un
hombre adoptado por Dios como Hijo suyo (adopcionismo); otros, que es inferior al Padre (subordinacionismo); otros, que se trata del Dios único, pero
que ha venido a nosotros bajo otro modo (modalismo). En el siglo III a tales herejías se añade la herejía del monarquismo, ya sea adopcionista en el primer
caso, o modalista en el segundo (también llamado unitariano, con su derivación patripasiana: puesto que para los patripasianos no habría más que un solo
Dios, Cristo sería el Padre, el Padre quien nació, sufrió y murió). Así las cosas, el sabelianismo será una especie de agnosticismo teológico: la Escritura nos
hablaría de un Dios pluripersonal para impresionarnos más, pero sólo tendría valor funcional, sin corresponder a la realidad de Dios. Posición herética que
niega que Dios se haya revelado como es y porque quiere. Estas y otras innúmeras herejías son resultado de un gran deseo de conocer la identidad del Dios
uno y trino. Pero son herejías.
24
Para un Padre de la Iglesia del siglo II la palabra «economía», empleada en singular, designa el plan de Dios sobre el hombre, y el ejercicio o
actualización de ese plan. Empleado en plural, remite a las múltiples realizaciones concretas a través de las cuales Dios lleva a cabo ese proyecto.
En la teología de Hans Urs von Balthasar, la Trinidad inmanente (las relaciones entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, sus «procesiones
Por si fuera poco, otros creyentes y jerarcas eclesiásticos comienzan a
formular y sistematizar afirmaciones de fe (credos de autores), algunas de las cuales serán reputadas
heréticas tras los correspondientes Concilios: mucha energía, mucha herejía. Todo esto pone de
relieve una explosión de vitalidad («no quiero que escribas esto en un papel, sino que lo grabes en tu
corazón», exhorta Cirilo de Jerusalén25), pero también conlleva un cierto desorden fruto de la
exuberancia. Por todo, se impone definir la fe, fijarla en un credo, lo cual resulta difícil.
4. Acuñar la fe en fórmulas
intratrinitarias» o modos de proceder entre sí) es presupuesto y condición de posibilidad de la Trinidad económica, las procesiones intratrinitarias se
prolongan en las misiones temporales; dicho a la inversa, las misiones temporales traducen en el plano salvífico la realidad misma intradivina.
No deja de ser curioso que, según von Balthasar, «en la actuación salvífica la acción del Espíritu precede a la encarnación del Hijo y al
otorgamiento por el hijo del don del Espíritu; en la realidad inmanente de Dios, el Espíritu procede del Padre y del Hijo. Ahora bien, esta 'inversión', sin
embargo, no sería válida para el conjunto de la revelación histórico-salvífica, sino únicamente en lo relativo al estado de abajamiento o kénosis, es decir, en
ese proceso de acercamiento progresivo de Dios al ser humano que alcanza su punto culminante en la encarnación y en la cruz. A partir de la resurrección, en
el estado de glorificación, el Espíritu Santo aparece enviado, donado, otorgado por el Hijo resucitado. Como si de nuevo se hubiera restablecido en el orden
de la salvación el «orden» (taxis) intratrinitario eterno, que habría sufrido alteraciones (inversión) únicamente en el paréntesis de la historia salvífica bajo la
forma de kénosis» (del Cura, S: Muéstranos al Padre: cometido de la teo-logía. Cuadernos de Teología Deusto. Universidad de Deusto, Bilbao, 1999, p.
74).
25
Cfr. Cirilo de Jerusalén: Las verdades de la fe. Catequesis IV, XII. Ed. Sígueme, Salamanca, 1989, 39
26
Sesboüe, B: El Dios de la salvación. Secretariado Trinitario, Salamanca, 1995, p. 75
27
Ortigues, E: Le discours et le symbole. Ed. Aubier, Paris, 1962, pp. 60-61
28
De paso digamos que también Kant se equivoca cuando afirma: «De la doctrina de la Trinidad tomada al pie de la letra no puede sacarse absolutamente
nada para la práctica» (Der Streit der Fakultäten).
• En efecto, el primer teólogo que se expresó en latín, Tertuliano,
ardiente apologeta de los siglos II-III, cuyo celo de ortodoxia le llevó al montanismo más rigorista,
forjó ni más ni menos que novecientas palabras nuevas o cargadas de nuevos significados en el
contexto cristiano, de entre las cuales sobresalen «sustancia» y «persona».
El viejo término griego y filosófico sustancia (que Tertuliano utiliza
unas cuatrocientas veces en sus publicaciones) connota ahora que el Hijo existe realmente, y no como
decían los modalistas: para Tertuliano el Hijo existe según la misma sustancia que el Padre, pero no
es sustancia por el mismo título que el Padre, ya que la recibe de Él. Sólo el Padre tiene la totalidad de
la sustancia divina. Tertuliano defiende, pues, ya la unidad de sustancia, pero no la concibe aún en el
sentido que acuñará el Concilio de Nicea.
Persona (término que Tertuliano utiliza unas cien veces) no designa ya
al actor enmascarado sobre el escenario, como en Grecia, sino lo que hay de «numeroso» (tres) y de
interiormente diferenciado en el Dios uno, si bien no lo que pueda «significar» en sí mismo.
Por su parte el discípulo de Clemente de Alejandría, Orígenes,
coetáneo de Tertuliano, acuña el término hypóstasis: «Para nosotros, convencidos como estamos de
que hay tres realidades subsistentes (treis hypostaseis), el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo...» 29.
Como se ve, las palabras hypóstasis, ousía, hypokeimenon, empleadas
a propósito de Dios tienen todavía sentidos muy próximos, si no sinónimos. En el contexto
antimodalista, no se presenta ya a las Tres personas a partir de una sustancia una, identificada con
Dios Padre, la «sustancia matriz», sino en ellas mismas, a partir de su intrínseca referencialidad.
29
Comm.in Joh.II,10(6)
30
A tal respecto se han producido todo tipo de herejías, entre ellas las que afirman que:
• Cristo es sólo Dios, y su humanidad sólo apariencia (docetas).
• Cristo es hombre y «criatura divina» (arrianos).
• Cristo es sólo hombre (ebionitas).
. Cristo no es ni Dios ni hombre, sólo un ángel (ciertos gnósticos).
• Cristo es Dios y hombre por separado, en dos personas distintas (nestorianos).
• Cristo es Dios y hombre no separadamente, sino en una sola persona y confundidos en una sola
naturaleza (monofisitas).
Frente a las herejías, la fe de la Iglesia afirma que Cristo es Dios y hombre en una sola persona (no
separados), pero no confundidos (con dos naturalezas, divina y humana).
31
Cfr. la magnífica exposición de la doctrina de las relaciones subsistentes de san Agustín a Santo Tomás (donde el esse in divino es a la vez esse ad) y
todo lo relativo al «Filioque» en Sesboüe, B: El Dios de la salvación. Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca, 1995, pp. 241 ss.
32
Sobre el carácter relacional y amoroso de la persona en el ámbito de la Trinidad, cfr. Schneider, T: Lo que nosotros creemos. Exposición del símbolo
de los Apóstoles. Ed. Sígueme, Salamanca, 1991, pp. 336-338
33
VVAA: Para decir el credo. Ed. Verbo Divino, Estella, 1987, p. 57
(gennèthenta, ou poièthenta): Dios engendra a su Hijo y crea al mundo, el cual mundo no es de la
naturaleza del Padre34.
34
«Para regresar a sus lares, como habían hecho para el viaje de ida, los obispos aprovecharon las postas públicas. Antes de despedirse de ellos,
Constantino dio en su honor un suntuoso banquete en el palacio imperial, y aprovechó la circunstancia para festejar con ellos sus vicennalia, los veinte años
de su reinado, al mismo tiempo que el fin del Concilio. En su discurso los exhortó a que mantuvieran entre ellos la unión y la paz» (Metz, R: Historia de los
Concilios. Oikos-tau, Barcelona, 1971, p. 22).
35
El Concilio adoptó también la decisión de que el obispo de Constantinopla, nueva capital imperial, tuviera la preeminencia de honor tras el obispo de
Roma, atribuyendo asimismo una amplia autonomía a los obispos de las importantes circunscripciones eclesiásticas que en aquellos tiempos eran las
diócesis.
36
Dentro del arrianismo existía a su vez la herejía de los pneumatómajoi, según los cuales el Espíritu no debía ser glorificado a la misma altura que el
Padre y el Hijo, sino por debajo de ambos.
37
En el credo actual. A diferencia de la Iglesia oriental, decimos además desde el siglo VII que el Espíritu Santo «procede del Padre y del Hijo»
(Filioque). «La introducción de la expresión Filioque ('y del Hijo') en el credo originó profundas tensiones. En efecto, el Concilio de Éfeso había prohibido
toda modificación del texto conciliar. La negativa de los orientales era sin duda, al principio, más bien canónica que teológica. Pero de todas formas fue un
argumento más en la ruptura consumada en 1054... Sin entrar en más detalles, es posible decir que Oriente se mostró más cuidadoso de manifestar la
'monarquía' del Padre, siendo Él solo su origen y la fuente de la vida trinitaria. Occidente desarrolló más específicamente las relaciones entre las personas
divinas, expresándolas en términos de amor compartido» (VVAA: Para decir el credo cit, p. 116).
38
Cfr. Küng, H: El cristianismo. Esencia e historia. Ed. Trotta, Madrid, 1997, p. 203
39
El número de herejías, derivadas del gran interés cristológico, es infinito. El patriarca Sergio (610-638) hizo una nueva tentativa para atrer a los
monofisitas, proponiéndoles una fórmula de compromiso: no habiendo en Cristo una sola naturaleza, al menos habría según él una sola energía, y por tanto
una sola voluntad (monotelismo). El Tercer Concilio de Constantinopla (680-681) condenó el monotelismo declarando la existencia de dos voluntades en
Cristo, una divina y otra humana.
Si Nestorio había separado demasiado las dos naturalezas en Cristo,
Eutiques peca por exceso en sentido contrario; las unía tanto que las confundía, llegando a declarar
que en Cristo no había más que una naturaleza, la divina. Es la doctrina herética del monofisismo
(monos physis, una sola naturaleza). En realidad, «el monofisismo es una afirmación de Dios a costa
del hombre, mientras que el nestorianismo es una afirmación del hombre al margen de Dios» 40.
El emperador Marciano, que acababa de suceder a Teodosio -muerto el
450 a consecuencia de una caída de caballo- reunió en Calcedonia41 el Concilio, que ratificó la
doctrina de las dos naturalezas en Cristo.
Establecido el canon de la fe, consolidado el cristianismo como religión
del Imperio, la gran tentación va a ser olvidarse de la fe y promover la empresa. Esto se verá muy
claramente a lo largo de la Edad Media.
6. Filosofía y cristianismo
40
González Faus, J.I: La humanidad nueva. Ed. Sal Terrae, Santander, 1974, p.467. No olvidemos que las Iglesias no calcedonianas se mantienen hasta
hoy separadas tanto de la Iglesia romano-occidental, como de la Iglesia bizantino-ortodoxa de Oriente: la Iglesia copta monofisita en Egipto, la Iglesia siria
nestoriana, luego extendida en Persia, en la India («cristianos de Tomás») y en el este de Asia hasta Pekin, y las Iglesias armenia y georgiana, que se pasaron
más tarde al monofisismo.
41
Se afirmó también que la sede de la nueva ciudad imperial debía gozar de las mismas ventajas que la de la antigua, y se ratificó lo establecido en
Constantinopla (381): que tras la sede de Roma tendría Constantinopla preeminencia sobre las otras sedes. El papa León el Grande se negará a ratificar este
canon, en adelante motivo de fricción entre Oriente y Occidente. Cfr. Küng, H: El cristianismo. Esencia e historia. Ed. Trotta, Madrid, 1997, p. 207.
En los siglos III y IV la patrística designa a todos los escritores
eclesiásticos antiguos, muertos en la fe cristiana y en comunión con la Iglesia; en sentido estricto, un
Padre de la Iglesia debe presentar cuatro caracteres: ortodoxia doctrinal, santidad de vida, aprobación
por parte de la Iglesia, y antigüedad hasta el final del siglo III. Cuando falta la antigüedad, si el
escritor ha representado de manera eminente la doctrina de la Iglesia, recibe el título de Doctor de la
Iglesia. La Patrística arraiga en Alejandría. Clemente de Alejandría promueve la hibridación filosofía-
cristianismo:
• Elaborando un discurso de exhortación para que se abandone la
idolatría. Primero fe.
• Reformando las costumbres del ex-idólatra ya convertido. Luego vida.
• Escuchando a la inteligencia: si Dios ha querido la razón, es buena.
Ahora filosofía.
Todo queda subsumido: la ley para los judíos; la filosofía para los
griegos; la ley, la filosofía y la fe para los cristianos. Orígenes, el más vehemente de los Padres
alejandrinos (se hizo eunuco para seguir la fe hasta sus últimas consecuencias), repetirá con san
Pablo: «a unos les será dada por el Espíritu la palabra de Sabiduría, a otros la de conocimiento, a
otros, por fin, la fe en el mismo Espíritu». La sabiduría divina es el primero de los carismas; después,
el conocimiento; finalmente, la fe, que no elimina a la filosofía. Antes de la venida del Señor, la
filosofía era necesaria a los griegos para su justificación; les sigue siendo útil para prepararles a la fe,
y, cuando alcanzada, para profundizar en ella y defenderla.
Tras el Concilio de Nicea quedará fijado el parentesco entre platónico
y cristianismo, algo especialmente notorio en el padre griego Eusebio de Cesárea. La impresión que
deja la patrística es la de haber absorbido al platonismo. De todos modos, hablar del platonismo de los
Padres sólo tiene sentido desde su inserción en la fe. La tensión entre el philosophus (el pagano) y el
sanctus (el seguidor de Cristo) se inclina en favor de este último.
42
Solil. I,2
43
«Si enim fallor, sum. Nam qui non est, utique nec falli potest; ac per hoc sum, si fallor. Quia ergo sum si fallor, quo modo esse me fallor, quando certum
est me esse, si fallor? Quia igitur essem qui fallerer, etiamsi fallerer; procul dubio in eo quod me novi esse, non fallor. Consecuens est autem, ut etiam in eo
quod me novi esse, non fallar. Sicut enim novi esse, ita novi etiam hoc ipsum, nosse me» (De civitate Dei, XI, 27, BAC, pp. 733-734)
44
Acerca de la verdadera religión 39, 72
ayudarlas a conocer; el camino del conocer no va de los sentidos a la inteligencia, la iniciativa corre a
cargo de la parte superior del alma (el espíritu), que vuelca sobre los sentidos su propia actividad y les
ayuda a conocer. Mas ¿de dónde le viene al alma esa capacidad de prestar su propia luz con la que
ilumina a unos sentidos cegados -por corporales- para que éstos comiencen a funcionar?, ¿cómo se
explica el dinamismo de la inteligencia? Si el alma contiene en sí misma las reglas e ideas con que ha
de guiar a los sentidos es porque las recibe de Dios, que las pone en nosotros: ¿cómo podría el alma
recibir de los sentidos la idea de unidad, si cuanto ofrecen los sentidos mismos no es sino
multiplicidad y dispersión? ¿y cómo extraerla de sí misma? Es el espíritu divino el que vive en
nosotros y nos sostiene ayudándonos a conocer. Sin Dios andaríamos a ciegas.
El espíritu está en contacto con Dios, aunque su parte inferior lo esté
con el cuerpo, con el mundo sensible: el alma es «vecina de Dios» y se desenvuelve en el
ejemplarismo de las ideas, «contenidas en la divina inteligencia. Sólo al alma racional le es dado el
conocerlas con aquella porción suya que sobresale, es decir, con la mente y la razón. Y no cualquier
alma racional, sino la santa y pura, es idónea para tener visión de ellas; es decir, la que tuviere el
mismo ojo interior sano, limpio y sereno con que estas cosas se ven, y semejante a la misma realidad
que se pretende intuir»45.
¿Tenemos, pues, como quería Platón, ideas innatas, nacidas con
nosotros, puestas en nuestra alma directamente por Dios? ¿es innatista la teoría de san Agustín, dado
que Dios mismo irradia la verdad sobre el espíritu humano, que así descubre en los actos de su vida
espiritual (pensar, sentir, querer) verdades eternas, inmutables y necesarias? Sí. Podrá el ser humano -
en el ejercicio de su libertad- desatenderlas, rebelarse contra ellas, pero ellas permanecerán
inmutables en su interior porque tales verdades no tienen su asiento en el espacio ni en el tiempo
perecederos, sino que tras de ellas se revela el orden y la jerarquía divina. Detrás de lo imperfecto
tocamos lo perfecto; detrás de lo relativo, lo absoluto; detrás de lo humano, lo divino.
45
Sobre ochenta y tres diversas cuestiones, 43
46
De las costumbres de los maniqueos, II, 4, 6
paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma irracional, la ordenada calma de
sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, y
la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el hombre
mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí,
su ordenada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los ciudadanos que gobiernan
y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de
Dios y a la vez en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden».
47
La ciudad de Dios XIV, 1
48
La ciudad de Dios, XIV, 28
cada persona es perecedera y corruptible. Sólo es inmortal el entendimiento común a toda la
humanidad, entendimiento que tampoco es Dios, sino el que corresponde a la esfera inmediatamente
superior a la Tierra, la esfera de la Luna.
Frente a esta tesis afirma santo Tomás: no el entendimiento colectivo,
sino el individual, en cuanto que facultad superior del alma, es inmortal.
10.2.4. Hilemorfismo
En las sustancias naturales se da una composición hilemórfica: ellas se
componen de materia y forma. Es una unión sustancial, pues el hombre es una sustancia única
compuesta por alma y cuerpo, siendo a su vez el alma principio de vida, forma y acto del cuerpo (a
49
Suma Teológica I, q.3, art.4
diferencia del agustinismo platónico donde cuerpo y alma estaban accidentalmente unidas).
10.2.5. Creacionismo
Por algo el alma ha sido creada directamente por Dios (creacionismo).
Si en su esencia el alma es radical y fundamentalmente independiente del cuerpo, no puede tener un
origen corpóreo, no puede ser engendrada por los padres lo mismo que el cuerpo; sólo queda la
posibilidad de que Dios, en el momento mismo de engendrarse el cuerpo, infunda el alma en cada uno
de los seres humanos.
• Percepción de lo individual
Los sentidos perciben lo individual, su materia concreta, su principio de
individuación.
• Fantasma
La imaginación registra lo percibido. Las percepciones sensibles dejan
en la imaginación o memoria una imagen o representación particular (el fantasma).
• Entendimiento agente
El entendimiento abstractivo (agente o activo) universaliza el contenido
de esa imagen particular, despojándola de sus elementos individuales y obteniendo los rasgos
esenciales e idénticos a todos los individuos de la misma especie.
• Entendimiento paciente
El entendimiento cognoscitivo (paciente o pasivo) formula el concepto
universal correspondiente.
50
De la verdad 22,5
• Vuelta al singular
El entendimiento inicia ahora su camino de vuelta: mira a la imagen
para reconocer al individuo a partir del cual ha obtenido el conocimiento universal.
51
Suma Teológica I-II, q. 91, art.2
52
Suma Teológica I-II, q. 95, art. 2
considera malo y que debe ser evitado. El orden de los preceptos de la ley natural sigue, pues, el orden
de las inclinaciones naturales.
En primer lugar, hay en el hombre una inclinación -que comparte con
todas las sustancias- al bien natural, en cuanto que toda sustancia apetece la conservación de su ser,
conforme a su naturaleza; de acuerdo con esto, a la ley natural pertenece todo aquello que contribuye a
la conservación de la vida del hombre y prohíbe lo contrario.
En segundo lugar, hay en el hombre una inclinación hacia fines
naturales más específicos, que comparte con el resto de los animales: de acuerdo con esto, a la ley
natural pertenece todo aquello que la naturaleza enseñó a todos los animales, como la relación del
macho y de la hembra, la educación de los hijos, etc.
En tercer lugar, hay en el hombre una inclinación al bien conforme a la
naturaleza propia de la razón; así el hombre posee una inclinación natural a conocer la verdad sobre
Dios y a vivir en sociedad; de acuerdo con esto, a la ley natural pertenece lo relativo a tal inclinación,
por ejemplo, que el hombre evite la ignorancia, que no actúe injustamente contra aquellos con quienes
ha de convivir, y todo cuanto es relativo a esto»53.
Ya Sócrates preguntaba a Eutifrón si es justo un acto por estar
ordenado por los dioses, o si está mandado por los dioses y por ello es justo. Eutifrón se adhiere a la
primera alternativa alegando que la piedad es lo que resulta querido a los dioses y la impiedad lo que
no les resulta querido. Más tarde, frente a Pelagio, san Agustín, al plantearse la cuestión de si cabría
el bonum morale sin la gracia, afirma que quien se sitúa fuera de Cristo se sitúa asimismo fuera del
hombre, aunque a lo más pueda cumplir la ley natural. Por su parte, Santo Tomás asegura que existen
virtudes naturales verdaderas aunque imperfectas, y que sin la gracia de Dios el hombre deviene capaz
de llevar a cabo el bien moral, si bien con grandes dificultades y a niveles bastante pobres, toda vez
que el peso del apetito inferior resulta tan fuerte que malogra hasta las intenciones más nobles, pues
«no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» 54.
Más adelante Tomás Moro pondrá en los tolerantes habitantes de
Utopía, que cultivan el pluralismo religioso, la exigencia de tres verdades: la inmortalidad del alma, la
existencia de Dios, y la sanación en el más allá con premios y castigos, desconfiando de que el ateo
pueda hallarse en posesión de la moral suficiente como para cumplir las leyes civiles, encontrándose
más bien dispuesto a quebrantarlas si de ello se derivase algún beneficio, aquello que más tarde
afirmará Dostoyevski: si Dios no existe entonces todo está permitido.
Kant, tras fundar una ética autónoma, añadirá que aún así cree
razonable esperar en el allende la sanción correspondiente a nuestras acciones, esperanza que postula
a su vez estos tres considerandos: que Dios exista, que nuestra alma sea inmortal, y que habrá
sanciones. En la misma línea se moverá Max Horkheimer en lo referente a que la mente del hombre
no puede soportar la idea de que el criminal triunfe para la eternidad sobre su víctima, demandando
por ello un más allá en que las injusticias perpetradas reciban su pena y las padecidas su
compensación. Mas esto son ya derivaciones contemporáneas de un asunto surgido en el medioevo.
53
Suma Teológica I-II, q.94, art.2
54
Rom 7,19
Capítulo IV
Por inercia suele convenirse en que la mal denominada Edad Media (el
calificativo de Edad Media da a entender que se trata de un simple periodo de transición entre las
Edades Antigua y Moderna, algo enteramente falso ya que el Medioevo tiene una entidad tan
diferenciada como específica) comienza con la llegada de los árabes a España en el año 711. Con el
trasfondo de las guerras de religión, con la emergencia de los Estados europeos tempranos, con la
elaboración de una cultura nueva y con el descubrimiento del Nuevo Mundo se abre tan vasto
panorama, que cabría hablar de varias Edades Medias dentro de una sola Edad Media, algunos de
cuyos hitos más relevantes podrían ser:
• Extinción de la dinastía carolingia en el año 911 (dinastía que había
comenzado en el año 800 con la coronación de Carlomagno como emperador por León III).
• Decadencia del papado (880-999).
• Creación del Califato de Córdoba (912: Abderramán III), que
independiza del mundo islámico a España.
• Cisma de Oriente (1054: Ruptura definitiva de la Iglesia griega con la
Iglesia romana).
• Guerra de las Cruzadas (1095-1254: Desde que el Papa Urbano II
predica una cruzada contra el Islam para recuperar los Santos Lugares, hasta la sexta cruzada).
• Guerra de reconquista (1236-1492: Desde que Fernando III de
Castilla conquista Córdoba hasta la reconquista de Granada, inicio de la unidad nacional española).
• Fundación de las Universidades: Bolonia (1119), Montpellier (1125),
Paris (1150), Oxford (1168), Cambridge (1209), Salamanca (1244). Alberto Magno es nombrado
rector de la Universidad de Colonia (1249).
• Fundación de muchas Ordenes religiosas (1084-1098: Fundación de
las Órdenes de los Cartujos y de los Cistercienses; 1210-1215: Fundación por Francisco de Asís de la
Orden Franciscana. Fundación por Santo Domingo de Guzmán de la Orden de Predicadores, de la que
saldrá Tomás de Aquino).
• Creación del Tribunal de la Inquisición (1231, durante el pontificado
de Gregorio IX para combatir las herejías).
• Guerra de los Cien Años (1337-1453, entre Inglaterra y Francia).
• Descubrimiento de América (1492).
• Cisma de Occidente (1378-1418).
• Caída de Constantinopla ante los otomanos (1453). Fin del Imperio
bizantino. Fin de la Edad Media.
4. El humanismo renacentista
55
Cfr. sobre esto las obras de López Aranguren, J.L: Catolicismo y protestantismo como formas de existencia. Obras. Ed. Trotta, Vol. I, Madrid,
1994; El protestantismo y la moral. Ibi, vol. II, Madrid, 1994
parezcan buenas, son con toda probabilidad pecado mortal» 56. Lutero cree que tras el pecado original
la naturaleza ha quedado damnata irreparablemente, y por eso el hombre está siempre en pecado,
haga lo que haga.
• «La soberbia no puede evitarse si ante cada oportunidad en que se
obra no se teme el juicio de la condenación»57. Y eso, la hybris, es un pecado capital, es un pecado
grave. El miedo a la condenación es humildad, lo contrario es soberbia, pecado de muerte. Todo
pecado mortal puede perdonarlo Dios, pero ¿cómo perdonar a quien se cree más que Dios? Sólo Dios
salva, sólo el teocentrismo absoluto; cuanto menos pretenda concurrir el hombre en su propia
salvación, tanto mejor para él; nada, pues, de antropo-teocentrismo de corte renacentista: frente al
libre arbitrio, siervo arbitrio ante Dios.
• «Con más razón todavía, las obras de los hombres, aunque sean
siempre espléndidas y parezcan buenas, son con toda probabilidad pecado mortal si se realizan con la
certeza de que uno se va a salvar exento de dudas»58. Tienes que dudar siempre de lo que hagas. De lo
que no debes dudar es de que estás en manos de Dios, al que debes implorar la salvación, confiando
en que si Dios quiere te salvará.
• «Las obras de los justos serían pecados mortales, si los justos no
tuvieran temor de Dios»59. La obra sin fe es obra muerta. La buena acción no vale para nada si tú
crees (como creen los pelagianos) que con esa buena acción podrás salvarte. Eso sería una simonía,
una compraventa de la acción salvífica de Dios, y pondría la capacidad salvífica del hombre a la altura
de la gracia redentora de Dios, lo que constituiría una gran blasfemia.
Por el contrario, la buena acción moral no sirve para la salvación
religiosa. La moral y la religión no se encuentran situadas en el mismo plano. Nadie es lo
suficientemente bueno como para salvarse, ni lo suficientemente malo como para condenarse. La
lucha contra las indulgencias, punto de partida del luteranismo, va cada vez más allá, para terminar
siendo una lucha radical contra la autoindulgencia de quien cree que por acumulación de puntos o de
obras meritorias va a convertirse en obra de Dios. Misericordia quiero, y no sacrificios. Creer que con
limosnitas o méritos voy a salvarme es gracia barata (Bonhöffer).
En todo caso las obras morales agradan al hombre que cree en Dios,
pero no mueven la voluntad de Dios, el cual no puede sentirse obligado a salvarnos por el mérito de
nuestras acciones. No es que dé igual que las obras humanas sean buenas o malas, pues quien cree en
Dios por añadidura hará el bien, pero eso no contabiliza para salvarse. Tampoco el mal contabiliza, lo
importante no es pecar poco o mucho, sino creer más fuertemente aún de lo que hayas pecado; la
afirmación «peca fuertemente, pero cree más fuertemente todavía» no es una incitación al libertinaje,
obviamente, sino un recurso retórico para subrayar que donde abundó el mérito o demérito
sobreabundó la gracia: aunque peques fuertemente, cree más fuertemente todavía, puesto que esto
último es lo que habrá de salvarte. No se trata de invitarte a pecar, sino de invitarte a creer, pues ni el
más justo se salvaría por el propio mérito (como pretendía el pelagianismo). No es justo el que mucho
bueno hace, sino aquel que sin hacerlo cree grandemente en Cristo.
• «Las obras de Dios, aun cuando sean a veces de aspecto deforme y
parezcan malas, son en verdad méritos eternos»60. No se debe intentar defender lo que en la creación
parece estar mal (como quiere la teodicea), pues procede de Dios, y Él no necesita como abogada a
nuestra miserable razón, ¿cómo se atreve ella, quién se cree?
56
Lutero, M: La disputación de Heidelberg. In Obras. Vol. I. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1967, p. 29
57
Ibi, p. 30
58
Vol I, p. 30
59
Ibidem
60
Ibi, p. 29
La gracia es cara, porque sólo la redime la sangre de Cristo, sangre
preciosa y carísima desde la cruz: nulla redemptio sine sanguinis effusione. ¿Sangre de quién?
Sangre de Cristo. Es de esa sangre derramada del costado de Cristo (ex latere Christi) de donde nace
-y sólo de ahí- la salvación y redención. Luteranismo es estaurología: cruz, cruz, cruz 61.
Lutero desea descontaminar la religión de sus adherencias
antropocéntricas humanistas y humanitarias, para subrayar el primado absoluto de la fe: lo religioso
es ese Gottesabhängigkeitsgefühl, ese sentimiento de dependencia respecto del Dios omnipotente: tú
vive mientras tanto tu vida con la conciencia acongojada (Kierkegaard), con temor y temblor, para
que no olvides que dependes en cada instante de Dios, ya que si lo olvidas te has vuelto autocéntrico.
Aunque esto sea muy duro, no debes pedir señales de que Dios te haya salvado (lo que sí pedirá el
calvinismo), porque el que pide señales es como los judíos, que piden señales, o como los paganos
romanos, que piden razones para creer; pero nosotros predicamos al Cristo muerto y resucitado.
Lutero remite, pues, a la fe pura predicada por san Pablo, y a la sabiduría que viene de la cruz de
Dios. Es una vuelta radical al primado absoluto de la fe.
Si Dios salva a quien quiere, porque nadie tiene mérito suficiente,
entonces hay que abandonar la noción de «mérito», en favor de la noción omnipresente de «gracia».
Ha quedado dañado el hombre desde el pecado de Adán; por mucho que el hombre quiera salvarse por
su propia fuerza, nunca lo logrará: sola gratia, sola fides, y además sola scriptura, principio este
último sobre el que iremos más adelante.
5. Creer es tra-ducir
61
Ibi, p. 31
62
Lutero, M: Obras citadas, volumen IV, p. 90
real y viva.
Esta traducción exige necesariamente una interpretación o
hermenéutica, todo traductor es a la vez hermeneuta: según tú interpretes lo traducido, te salvarás o
no. Necesitamos interpretar bien lo que traducimos, y esto constituye otro riesgo añadido para el
creyente; sin embargo es un riesgo necesario, pues vivir a fondo la fe exige traducirla e interpretarla,
es decir, arriesgarse.
Si como en el islam hay que fomentar la sumisión a Dios, como en el
judaísmo hay que estudiar día y noche si se quiere traducir e interpretar bien la Biblia, que es la
Palabra de Dios. El estudio es oración en cualquier religión que se viva con profundidad. El mismo
Lutero que desconfía de la razón como instrumento de salvación es el que pone intensamente la razón
al servicio de la traducción; en realidad el protestante no va contra la razón, sino que la usa a fondo
para ir contra la razón que va contra la fe (de modo similar a como el budismo ejerce el yo para ganar
el no-yo).
6. El calvinismo
1. El ambiente
63
Escritos filosóficos. Editora Nacional, Madrid, 1975, pp. 243-244
64
Ibi, pp. 244-245
65
Gómez Heras, J.M: Prólogo al libro de Ginzo, A: La Ilustración francesa. Ed. Cincel, Madrid, 1985, pp. 9-10
2. La Enciclopedia
3. Le philosophe
66
Samuel Clarke (1675-1729) dividió a los deístas en: los que reconocen que Dios creó el mundo, pero niegan que tenga participación en su gobierno; los
que creen que todos los acontecimientos naturales dependen de la actividad divina, pero que Dios no se ocupa del comportamiento moral del hombre,
basándose en que las distinciones morales dependen solamente de la ley positiva humana; los que creen que Dios espera un comportamiento moral de sus
criaturas racionales, pero no creen en la inmortalidad del alma; los que creen en una vida futura en la que Dios premiará y castigará, pero aceptan solamente
aquellas verdades que puedan ser descubiertas por la razón (Cfr. Copleston, F: Historia de la filosofía. V. Ed. Ariel, Barcelona, 1975, p. 157)
67
Si la razón es la exacta verdad, precisa como la máquina, y el hombre es razón, entonces el hombre-razón tiene que ser el hombre-máquina, postulado
necesario de una antropología de la exactitud. La antropología dualista anterior debía explicar cómo era posible que un elemento espiritual (alma) y otro
material (cuerpo) pudieran ponerse de acuerdo y actuar al unísono. Algunos, como Descartes, se atreven a afirmar la existencia de un órgano concreto (la
glándula pineal, situada en el cerebro) en el que se produce la relación entre ambas partes. Siguiéndole, escribe La Mettrie: «Cuando hago el bien o el mal es
mi sangre la causa de ello, es lo que la espesa, lo que la detiene, la disuelve o la precipita; de la misma manera, cuando los espíritus animales recorren una vía
preferentemente a otras (una vez filtrados en la médula del cerebro para ser enviados desde allí a todos los nervios) me hacen girar en un parque hacia la
derecha en lugar de girar hacia la izquierda. Sin embargo, estoy convencido de haber elegido y me felicito por mi libertad. Pero, puesto que somos
conducidos maquinalmente a nuestro bien propio, y puesto que nacemos con esa inclinación y esta invencible disposición, se deduce que cada individuo no
hace en esto más que seguir las órdenes de la naturaleza» (Discours sur le bonheur. Amsterdam, 1753, pp. 53-54).
La diferencia, pues, entre hombre y animal se aminora, al perder el hombre los atributos sobrenaturales y
quedar reducido a los naturales: también los animales conocen la ley natural, en cuanto que la naturaleza se comporta mecánicamente. También nosotros
somos resultado de la acción de la naturaleza. El pensamiento es propiedad de una máquina evolucionada, no es el alma el elemento motor de la máquina
sino el resultado de su actividad. Por todo ello, los mejores jueces son los médicos. Así piensa el ilustrado.
• «La gracia obliga al cristiano a actuar, la razón al filósofo». He aquí
la dicotomía que abre una brecha sin sutura posible: ilustradamente hablando, o se es hijo de la gracia,
o se es hijo de la razón. Lutero había optado por la fe; la Enciclopedia optará por la razón, aunque
lentamente: se puede ser creyente, pero tras haber pasado por el ideal de la razón.
• Es además «un hombre honrado que quiere agradar y ser útil, está
lleno de humanidad, es humano y nada humano le deja indiferente. Cuanta más razón encontréis en
un hombre, hallaréis en él más honradez. Por el contrario, donde reina el fanatismo y la superstición
vencen las pasiones y el arrebato... Un tonto no tiene suficiente talento para ser bueno; sólo se peca
cuando el conocimiento es menos fuerte que las pasiones; es una máxima de verdadera teología en
cierto sentido: que todo pecador es un ignorante». El hombre de razón es hombre sin pasión, por
encima del bien y del mal: son ecos de Sócrates, que el hiperracionalista Benito Spinoza asumirá
siglos después por completo -ahora- escribiendo una «Ética demostrada geométricamente». Si la
razón es el bien, el mal es lo irracional. Lo bueno surge por despliegue analítico de lo racional.
Analizando lo que es racional te encuentras lo que es real, o sea, lo bueno, tesis que a su vez
desarrollará Hegel después.
• «No creáis que porque nadie le observe se abandonará a una acción
contraria a la probidad. No hace jamás buenas acciones para que se sepa que las ha realizado, sino
porque no puede actuar de otra manera».
• Sin embargo, a la vez, «está dispuesto a encontrar con sus reflexiones
atractivo y placer en vivir con vosotros, a ganarse vuestra confianza y estima, a adquirir los deberes de
la amistad y el reconocimiento. Estos sentimientos son, además, alimentados en el fondo de su
corazón por la religión, a donde le conducen las luces naturales de la razón». Y, como no es un
tímpano de hielo, ni un estoico, ni un extraterrestre, pero tampoco un bon vivant, «el verdadero
filósofo no está atormentado por la ambición, pero desea tener las comodidades de la vida; le es
preciso, además de lo estrictamente necesario, algo comedidamente superfluo necesario para un
hombre honesto, y con lo que sólo se es feliz; es la base del bienestar y de los placeres. Son falsos
filósofos quienes han dado lugar a este panegírico con sus indolencias y máximas deslumbrantes: que
le basta lo estrictamente necesario».
• En fin, «los pueblos serán dichosos cuando los reyes sean filósofos, o
cuando los filósofos sean reyes»68, exaltación autoapologética de la razón en la figura del animal más
razonable, el filósofo, orgullo de casta, inveterada tendencia al declasamiento, afirmación enfatizadora
del carácter lumínico del yo que sabe que sabe, aunque sepa que no sabe.
4. El derecho
68
Diderot y D'Alembert: Artículos políticos de la Enciclopedia. Ed. Tecnos, Madrid, 1986, pp. 60-65
69
«No ha quizá existido nunca, probablemente no existirá jamás» (Rousseau: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
introduce esta noción como hipótesis hermenéutica: si la vitalidad antecedente del salvaje es buena,
pero la razón subsiguiente del civilizado es mala, pues produce el pecado de origen, u original, si se
quiere70, ¿cómo surge entonces el pecado en el tránsito del animal presocial al social? Mientras el
salvaje no utiliza la razón todavía, no hay problema; sin embargo, el primero que -habiendo cercado
un terreno- descubrió la manera de decir «esto me pertenece», y halló gente lo bastante obtusa para
creerle, fue el fundador de la sociedad civil, es decir, del pecado. ¡Cuántos crímenes, guerras y
asesinatos, miserias y horrores se hubiera evitado el género humano si no hubiera vallado su finca!
Mas ¿por qué surge la necesidad de vallar la finca y poner el cartel de «propiedad privada»? Porque al
utilizar la razón, ésta lleva a la afirmación de sí misma, a la separación, al final de lo natural, a la
propiedad privada. La afirmación de sí que se autoafirma lleva a poner vallas. El ser humano tiene la
facultad de perfeccionarse, es decir, de romper lo establecido para sembrar discordia o separación, y
este es el origen del mal, tesis luego repetida por Pío Baroja, por Ciorán, y por otros muchos.
Parece, pues, que la naturaleza lleva en sí misma, por natura, el
principio de rebelión contra la identidad, la neotenia, el instinto de transgresión, y que con él va
también el de progreso, y a su vez con éste el de destrucción, todo el cual es el precio que hay que
pagar por el uso de la razón. Exploración, transgresión, progreso, destrucción, esa sería la secuencia.
Ahora bien, se trata de una secuencia hasta cierto punto evitable,
evitable gracias al buen uso de la razón. En efecto, para utilizar adecuadamente la razón ha de tenerse
en cuenta que el amor propio y la compasión, las dos tendencias innatas de nuestro ser al decir de
Rousseau y de otros muchos ilustrados como Hutcheson o Adam Smith, son también las dos fuentes
más profundas de la conciencia; no es la razón quien despertándose crea la conciencia, su oficio es tan
sólo el de erigir esas dos disposiciones naturales en reglas reflexivas de la conducta. La razón ilumina
las afecciones naturales, por eso lo que el sentimiento persigue a tientas la razón lo muestra digno de
ser buscado; aquello de lo que aquél se aparta sin saber por qué, ésta da los motivos para rehusarlo; la
razón controla al sentimiento, sirve a la libertad: «Nacido en el fondo de un bosque, el hombre
hubiese vivido más dichoso y más libre; pero, no teniendo nada que combatir para seguir sus
inclinaciones, hubiera sido bueno sin mérito, no hubiera sido virtuoso, y ahora sabe serlo a pesar de
sus pasiones»71. Hombre virtuoso es aquel que «sabe vencer sus afecciones con su razón y conciencia,
cumple con su deber, se mantiene en el orden, y nada puede separarle del mismo» 72.
Paradoja no pequeña: la razón, cuya luz nos perfecciona y cuyo
dominio nos convierte en buenos, es la misma que a la vez nos induce a la separación y a la
afirmación excluyente. ¿Por qué? Porque la razón puede utilizarse mal, si la libertad se ejerce
disoperadora y no cooperadoramente.
hombres. Ed. de Bolsillo, Barcelona, 1973, prólogo). De todos modos, la hipótesis de un «hombre natural» previo y contrapuesto al social es algo muy
común a la Ilustración, y de forma elaborada ya lo encontramos en el Leviathan de Hobbes antes que en Rousseau.
70
Cfr. Aranzadi, J: Rousseau ante el pecado original. Aula Fe y Modernidad, Madrid, 1975
71
Rousseau: Contrato social, I, 8
72
Rousseau, Emilio, L.V
73
Rousseau, J.J: Discurso sobre la economía política. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, p. 44
nueve años antes que Rousseau, prefigura algunos temas rusonianos, e ilustrados en general. Es la
época del contrato social, precedido de la afirmación de que el ser humano antes de firmar el contrato
era un salvaje. La razón es sencilla: ahora se habla de contrato porque, si anteriormente el pueblo no
tenía nada que decir, nada que contractualizar, dada su disimetría respecto del príncipe, ahora sí.
74
Hobbes, T: Leviatán. Ed. Nacional, Madrid, 1979, cap. XIII, p. 222
75
Ibi, p. 223
76
Ibi, pp. 224-226
5.2.4. Se necesita al Estado (Leviatán) para evitar la guerra y
devolvernos a la verdadera naturaleza
Pero es mejor la paz que la guerra; si por naturaleza somos violentos,
por ley podemos ser pacíficos y cooperadores. Yo puedo elegir mi libertad para actuar como salvaje
violento y en guerra permanente, pero entonces me destruyo. ¿Qué libertad será aquella que preserve
mi vida? Pues la que es capaz de pactar. El pacto, el contrato social, nos hace pacíficos. Contrato: paz,
pacto. Si quieres paz, cumple los pactos que has celebrado77. El carácter contractualista de todo esto
merece ser subrayado. Tanta importancia cobrará el posterior pacto social entre los ex-salvajes,
canonizado por el Estado, que a partir de su entrada en escena quedamos definidos por él: somos
naturales si actuamos de acuerdo con él. Lo natural humano no es ya el «estado natural», lo biológico,
sino lo racional bendecido por el pacto social que el Estado mismo preserva y hace cumplir. El
derecho natural, nacido de la abdicación de los individuos a la violencia, surge de una violencia que se
corrige dejándola en manos del Estado, que ahora aparecerá como monopolio legítimo de la violencia
misma. Dialéctica a la vista: yo me niego a mí mismo en mi condición de violento personal, transfiero
esta negación al Estado, y éste me niega a mí mismo como violento. La negación de la negación es la
afirmación de la libertad. En esto parecen no haber cambiado mucho las cosas: ¿quién es capaz hoy de
una crítica al Estado, sobre todo cuando ha devenido Estado de bienestar? Olvidado su carácter de
monopolizador de la violencia, le hemos convertido en padre benefactor.
Antes de entrar en sociedad la violencia no es justa ni injusta, ya que
sólo puede hablarse de tal cuando hay leyes, y éstas sólo pueden proceder del Estado. Es algo que toda
naturaleza racional apetece: a esto (y no al estado de naturaleza salvaje) podemos llamarlo
propiamente natural para todo ser humano, en la medida en que todo ser humano ordena su
racionalidad en orden a la convivencia. Por eso «el derecho natural es la libertad que cada hombre
tiene de usar su propio poder para la preservación de su propia naturaleza. Una ley de naturaleza es
un precepto o regla general encontrada por la razón, por la cual se prohíbe al hombre hacer aquello
que sea destructivo para su vida o que le arrebate los medios de preservar la misma, y omitir aquello
con lo que puede mejor preservarla»78. Natural, estatal y humano se han vuelto sinónimos.
Hobbes menciona hasta diecinueve leyes naturales (de naturaleza),
algunas de ellas repetidas, un poco rapsódicamente, en desorden, pero que giran en torno a la segunda
de ellas, «esto es aquella ley del Evangelio: todo lo que queréis que otros os hagan, hacédselo a ellos,
quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris». La sexta dice: «un hombre debiera perdonar las ofensas
pasadas de aquellos que, arrepentidos, lo desean».
En suma, se precisa un Estado que, por la fuerza o virtud (vir, fuerza)
de sus leyes, nos haga racionales y, por tanto, buenos. Lo que el individuo con su razón trasgresora no
puede, lo puede el Estado.
Más paradojas: para acabar con la violencia individual, el Estado se
convierte en monopolio legítimo de la violencia, transgresión con supertransgresión se cura. Quien
imagine que la hipótesis rusoniana del «animal salvaje» o inocente es a su vez una hipótesis
«inocente» debería explicarle a Bakunin -anarquista acérrimo crítico del estatalismo de Rousseau-
cómo es posible que el salvaje bueno se convierta en civilizado malo, si no es porque Rousseau y los
ilustrados están buscando el criptoestablecimiento de un Estado redentor capaz de hacernos buenos
asumiendo él mismo, el Estado, las maldades humanas, y de paso autojustificándose; en resumen:
escudándose en la hipótesis del buen salvaje es más fácil meter de matute al Estado deificado.
Ahora entendemos bien esta afirmación de la Enciclopedia: «La virtud
es en las democracias el amor a las leyes y a la patria, que exige la renuncia a uno mismo» 79. «Las
leyes ocupan todas las virtudes, de las que ya, cuando aquéllas existen, no hay necesidad alguna». Así
pues, son las leyes del Estado las que insuflan el espíritu, el espíritu de las leyes; las virtudes
ciudadanas nada cuentan: «la politique fait faire les grandes choses avec le moins de vertu qu'elle
peut». Robespierre entronca aquí con estas palabras a la Convención: «Si la virtud es competencia del
gobierno popular, éste será a la vez Terror y Virtud. Sin virtud, el terror es funesto; sin Terror, la
77
Ibi, p. 240
78
Ibi, p. 228
79
Enciclopedia cit. p. 27
virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia rápida, severa, inflexible; es, pues, una
emanación de la virtud; es menos un principio particular que una consecuencia del principio general
de la democracia aplicada a las más acuciantes necesidades de la patria». Con el Terror, pues, busca
Robespierre «hacer a los hombres felices y libres mediante leyes» (10 de mayo de 1793). ¡Cuán
frecuente ha sido en la historia el tránsito insensible de Befehl (orden-imperio) a Ordnung (orden-
virtud)!80. Enemigo del Estado quien piense que el Estado puede ser enemigo suyo.
El Estado habrá de promover «la utilidad pública, principio de todas las
virtudes humanas y fundamento de todas las legislaciones. Debe forzar a los pueblos a someterse a sus
leyes; a este principio es al que hay que sacrificar todos los sentimientos, incluso el sentimiento
mismo de humanidad», escribe Helvétius. Por eso «todo el arte del legislador consiste en forzar a los
hombres, por el sentimiento del amor propio, a ser siempre justos entre sí. No es de la maldad de los
humanos de lo que hay que quejarse, sino de la ignorancia de los legisladores que han contrapuesto
siempre el interés particular al general»81; «todo el estudio de los moralistas consiste en averiguar y
fijar el uso que debe hacerse de las recompensas y de los castigos, y la ayuda que se puede obtener de
ellos para ligar el interés personal con el general» 82. Dados estos antecedentes, «se podría
confeccionar un catecismo de probidad. Una vez establecidos esos principios ¡con qué facilidad
extinguiría la superstición el legislador, suprimiría los abusos, reformaría las costumbres bárbaras!»83.
En resumen, que «por la reforma de las leyes es por donde hay que comenzar la reforma de las
costumbres». No hay más virtudes que las estatales, ser bueno coincide con ser buen miembro del
Estado. Hegel tomará buena nota de esta intuición ilustrada al soñar su sueño del Estado ético.
Todo esto tenía que culminar en lo que se llama ahora religión civil:
«Hay una profesión de fe puramente civil, cuyos artículos corresponde fijar al soberano, no
precisamente como dogmas de religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es
imposible ser buen ciudadano ni súbdito fiel. No puede obligar a nadie a creerles, pero puede desterrar
del Estado a cualquiera que no los crea; puede desterrarlos, no por impíos, sino por insociables, por
incapaces de amar sinceramente a las leyes, la justicia, e inmolar la vida, en caso de necesidad, ante el
deber. Si alguien, después de haber reconocido públicamente estos mismos dogmas, se conduce como
si no los creyese, sea condenado a muerte; ha cometido el mayor de los crímenes: ha mentido ante las
leyes. Los dogmas de la religión civil deben ser sencillos, en pequeño número, enunciados con
precisión, sin explicación ni comentarios. La existencia de la Divinidad poderosa, inteligente,
bienhechora, previsora y providente; la vida por venir, la felicidad de los justos, el castigo de los
malos, la santidad del contrato social y de las leyes; he aquí los dogmas positivos. En cuanto a los
negativos, los reduzco a uno solo: la intolerancia; ésta entra en los cultos que hemos excluido» 84. He
aquí la sacralización del Estado, que no sólo define la «santidad» de sus propias leyes, sino que
además establece por ley la existencia de la divinidad estatal poderosa, inteligente, bienhechora,
previsora y providente; la vida por venir, la felicidad de los justos, el castigo de los malos, es decir, de
los que no obedezcan las leyes estatales. Las gentes del Estado se deifican desde entonces cada vez
más, rodeados de una liturgia, una parafernalia y un poder sobrenaturales.
80
Cfr. Díaz, C: Eudaimonía, la felicidad como utopía necesaria. Ed. Encuentro, Madrid, 1987, cap. VII
81
Helvétius: De l'Esprit, II,13
82
Ibi, II, 22
83
Ibi, I, 17
84
Rousseau: El contrato social, capítulo VIII.
nosotros mismos, que consentimos en perder la vida por un instinto natural y oscuro que hace que nos
queramos más que a nuestra vida misma»85. Como agudamente comenta Enrique Tierno, «todo
organismo lleva en sí el impulso de crecer, el engrandecimiento, y este impulso es tan fuerte que
sacrifica su propia conservación para ser cada vez más y más hasta que muere. Autodestrucción
equivale a desmesuramiento, es decir, a la grandeza sin equilibrio. En el pensamiento político de
Montesquieu éste será un principio constante y su principal preocupación recaerá sobre esta cuestión:
¿qué es y cómo evitar el desarrollo del 'instinto' de grandeza para evitar a su vez la destrucción del
Estado y de los ciudadanos?»86. Montesquieu, consecuente, trata de escapar a esa dialéctica necesaria
proponiendo la división de poderes en el Estado: divide y conservarás.
6. La educación
Con dos armas cuenta el Estado para sus fines: con la sanción y con la
educación, deviniendo así él mismo «única virtud verdaderamente sublime» 87, por cuya mediación
«todo llega a ser legítimo y aún virtuoso para la salud pública».
6.1.1. Libertad
«Dejad al niño vivir en libertad. Y, por de pronto, que disfrute, desde la
primera infancia, de la libertad física; que vaya, venga, corra, salte, trepe, se expansione a su placer...
Que yo sepa, jamás se ha visto que un niño en libertad se haya muerto o hecho daño grave, a no ser
que se le haya expuesto imprudentemente a caer de lugares elevados o se le haya hecho caer junto a la
lumbre o bien con instrumentos peligrosos a su alcance. Fuera de estos casos -¿es que acaso he dicho
yo que el preceptor debe ser imprudente o negligente?- sólo le ocurrirán al niño ligeros accidentes en
sus juegos. Y ¿qué importa esto ante la alegría que le proporciona la ausencia de toda presión? Mi
alumno sufrirá frecuentes contusiones; en cambio estará siempre alegre. Si los vuestros rara vez se
hacen daño, estarán siempre disgustados, siempre encadenados, siempre tristes. Yo dudo que la
ventaja esté de su parte»88.
Ahora bien, «no hay que confundir la licencia con la libertad, ni el niño
a quien se hace dichoso con el niño a quien se mima. El medio más seguro para hacer miserable al
propio hijo es el de acostumbrarle a conseguirlo todo. El niño a quien basta querer para alcanzar se
cree el árbitro del universo; mira como esclavos suyos a todos los hombres y cuando, por fin, es
forzoso negarle alguna cosa, acostumbrado a creer que, mediante sus órdenes, todo es posible,
considera esta negativa como un acto de rebelión, todas las razones que se le dan, en una edad incapaz
de razonamiento, no son, a juicio suyo, otra cosa que meros pretextos. En todo ve la mala voluntad y,
agriando su natural, toma odio a todo el mundo, no agradece nunca la condescendencia, y se indigna
de toda oposición. Está lejos de ser feliz. Es un déspota» 89.
6.1.2. Antiautoritarismo
85
Sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence. Oeuvres completes. Ed. du Seuil, Paris, 1964, p. 459
86
Introducción al Espíritu de las leyes. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, XXXII.
87
Helvetius: De l'Homme I, 14
89
Emilio, L.II
«El niño no debe hacer nada por la mera obediencia... Evitad que sienta
jamás el peso de vuestra voluntad; es preciso más bien que vea la necesidad en las cosas, jamás en el
capricho de los hombres, que el freno que le retenga sea la fuerza, no la autoridad. Mantenedle
únicamente en el seno de las cosas y habréis seguido el orden de la naturaleza en el progreso de su
educación»90.
6.1.5. No memorismo
No se trata de obligar al alumno a tener una cabeza bien llena, sino
bien hecha, ser capaz de formar el sentido del juicio, del cual vendrá una mejor memoria; no empezar
por la memoria, sino por la inteligencia afectiva, que grabará mejor lo entonces aprendido-
aprehendido.
90
Emilio L.II
91
Emilio L.II
92
Emilio L.II
aplicar a la sociedad francesa de su tiempo, o mejor aún, a la sociedad ideal que imaginaban, las leyes
pedagógicas generales contenidas en el Emilio de J.J. Rousseau. Deber del Estado de creer y sostener
un sistema completo de instrucción pública, laicidad o neutralidad de la enseñanza pública,
importancia central de la educación moral y cívica: tales son las tres ideas, elementos capitales de la
pedagogía revolucionaria que fueron transportadas por Condorcet desde la doctrina de Rousseau a la
vida estatal. Si, como Rousseau lo cree, el funcionamiento regular y normal de las instituciones
políticas depende menos de la perfección de su estructura que de la excelencia de las costumbres
cívicas; si la constitución mejor ordenada en vistas a la libertad e igualdad naturales sólo puede
funcionar bien en el caso de que los ciudadanos estén ya poseídos del amor a la libertad y la igualdad;
si, en una palabra, es el hombre quien sostiene a la sociedad política y no a la inversa, ¿no es evidente
que la política es la cúspide de una pirámide cuya base es la educación?» 93.
Condorcet concibe la Historia con un hondo sentido pedagógico; cada
etapa que la Humanidad recorre en su progreso indefinido es, en el fondo, un avance en la instrucción,
y éste, a su vez, perfecciona los métodos para esparcir las luces: «Por el descubrimiento sucesivo de
las verdades de todos los órdenes es como las naciones civilizadas han escapado a la barbarie y a todos
los males que siguen a la ignorancia y a los prejuicios. Por ese descubrimiento de las verdades nuevas
continuará perfeccionándose la especie humana. Es, pues, un verdadero deber el favorecer el
descubrimiento de las verdades especulativas como el medio único de llevar sucesivamente a la
especie humana a los diversos grados de perfección y, por consiguiente, de felicidad, a que la
Naturaleza le permite aspirar»94. La instrucción del pueblo es, pues, el nervio de la concepción social
y política de Condorcet, que así lo hace llegar a la Asamblea en 1792: «El hijo del rico no será de la
misma clase que el hijo del pobre si no los acerca alguna instrucción, y la clase que la reciba con
mayor cuidado tendrá necesariamente costumbres más dulces, una probidad más delicada y una
honradez más escrupulosa; sus virtudes serán más puras; sus vicios, por el contrario, serán menos
repulsivos; su corrupción, menos abyecta, menos bárbara y menos incurable»95. Por tanto, «mientras
más dispuestos están los hombres, por la educación, a razonar con justeza, a apoderarse de las
verdades que se les presentan y a rechazar los errores de los que se les quiere hacer víctimas, más
también puede esperar obtener y conservar buenas leyes una administración sabia y una constitución
verdaderamente libre la nación que vea acrecentarse así las luces cada vez más y repartirse sobre un
número mayor de individuos»96.
7. Los disidentes
93
Vial, F: La doctrina educativa de Rousseau. Ed. Labor, Barcelona, 1931, p. 165-167
94
Condorcet: Escritos pedagógicos. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1922, p. 23
95
Condorcet: Escritos pedagógicos. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1922, p. 17. «Esta igualdad de instrucción contribuiría a la perfección de las artes, y no
solamente destruiría la desigualdad que la desigualdad de las fortunas pone entre los hombres que quieren consagrarse a ellas, sino que establecería otro
género de igualdad más general: la del bienestar» (Ibi, p. 20).
96
Ibi, p. 18
propina, las violencias que comete y hasta las muertes y asesinatos por su culpa, ¿no son otros tantos
asuntos que se minimizan y que se olvidan en seis meses? Pero, si le roban a ese mismo hombre, toda
la policía se pone de inmediato en movimiento, y pobres de los inocentes de quienes se sospeche. Si
atraviesa un lugar peligroso no falta la escolta; si se rompe el eje de su silla, todos acuden en su
ayuda; si hay bullicio ante su puerta, dice una palabra y todo calla; si el gentío le incomoda, hace un
signo y todo se arregla; si un carretero le molesta en su camino, sus gentes se disponen a molerle a
palos. Todos estos miramientos no le cuestan una perra: son el derecho del hombre rico más que el
precio de la riqueza. ¡Cuán diferente el cuadro del pobre! Cuanto más le debe la humanidad, más le
niega la sociedad. Se le cierran todas las puertas, incluso cuando tiene el derecho a que se le abran y,
si alguna vez obtiene justicia, es con mayor pena que con la que otro obtiene gracia. Si hay que hacer
un trabajo penoso o reclutar milicia, se le da preferencia; además de la suya, soporta la carga de la que
su vecino rico queda exento; todos se alejan de él cuando le sobreviene el menor accidente; si vuelca
su mísero carruaje, en lugar de que alguien le ayude, puede alegrarse si evita al pasar las vejaciones de
los acompañantes de un joven duque: en una palabra, ninguna asistencia gratuita le alcanza,
precisamente porque no tiene con qué pagarla, y yo lo tengo por hombre perdido si tiene la desgracia
de poseer un alma honesta, una hija amable, o un vecino poderoso.
Otra cosa no menos importante a la que prestar atención es que las
pérdidas de los pobres son mucho menos reparables que las del rico, así como que la dificultad para
adquirir crece siempre en razón de la necesidad. Con nada, nada se hace; esto es cierto tanto en los
negocios como en la Física. El dinero es simiente de dinero y el primer doblón es a veces más difícil
de ganar que el segundo millón. Más aún, todo lo que el pobre paga lo pierde para siempre y va a
parar o vuelve a las manos del rico y, como el producto de los impuestos va a parar, tarde o temprano,
sólo a los miembros del gobierno o a sus allegados, aunque paguen su contingente, tienen un claro
interés en aumentarlos.
Resumamos en cuatro palabras el pacto social de los Estados: vosotros
tenéis necesidad de mí, pues yo soy rico y vosotros pobres. Hagamos, pues, un pacto: yo permitiré que
tengáis el honor de servirme a condición de que me deis lo poco que os queda a cambio de la pena que
me causará mandaros»97.
97
Rousseau: Discurso sobre la economía política. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, pp. 47-48
hacia adelante, hacia donde tú estás, mas hacia atrás y de vuelta no veo ninguna'?
Aprendamos, pues, alguna vez. Aprendamos a obrar bien: elevemos los
ojos al cielo, por nuestro honor, o por amor a la virtud misma, a Dios Todopoderoso, testigo seguro de
nuestros actos y justo juez de nuestras faltas. Por mi parte pienso, y no estoy equivocado, que no hay
nada tan contrario a Dios -tan liberal y generoso- como la tiranía, y que Él reserva aquí abajo
especialmente para los tiranos y sus cómplices algún castigo singular» 98.
98
Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra uno. Ed. Tecnos, Madrid, 1986, pp. 14-15 y 52-56
99
FCE, México, 1982, p. 22. A fin de no escandalizar, se ve obligado a añadir a renglón seguido la siguiente coletilla: «Y aquí tengo que rogar al lector
que tenga en cuenta que, cuando digo hombres, no me refiero a judíos ni a cristianos, sino meramente al hombre en estado natural e ignorante de la verdadera
divinidad».
100
Ibi, pp. 14-32
alza desde lo subterráneo como catequesis anti-catequética, la cultura któnica de Grecia, el
maquiavelismo renacentista, el estado de violencia hobbesiana de todos contra todos, el futuro
egocentrismo stirneriano en el romanticismo, lo inconfesable bajopasional, esa cara oculta que no
pregonada ni defendida en público tanto mueve a tanta gente sin embargo en lo privado, a modo de -
diríamos con Freud- principio elloico de placer que, defenestrado, se cuela sin embargo de nuevo
subrepticiamente por la puerta durante la no-luz de la noche101...
8. ¿Qué es la Ilustración?
101
Así como decía Mounier que hay una izquierda que ríe y una izquierda que llora, así también podríamos sugerir que hay una Ilustración que ríe, en
general más armoniosa en el racionalismo, con la serenidad de Spinoza y el optimismo del Leibniz para el cual vivimos en el mejor de los mundos posibles, y
una Ilustración que llora, en general más inglesa, con el belicismo de Hobbes y el escepticismo de Hume. También hay posiciones intermedias, obviamente.
102
Kant, E: Qué es la Ilustración. In VVAA: «¿Qué es Ilustración?. Ed. Tecnos, Madrid, 1989, p. 17
103
Ibidem. Esto se lleva hasta el límite: «Si Dios tuviera encerrada en su mano derecha toda la verdad y en su izquierda el único impulso que mueve a
ella, y me dijera: '¡Elige!', yo caería, aun en el supuesto de que me equivocase siempre y eternamente, en su mano izquierda, y le diría. '¡dámela, Padre!' ¡La
verdad pura es únicamente para ti!'» (Lessing, G. E: Acerca de la verdad. Ibi, p.68).
104
Wieland, C.M: Seis preguntas sobre la Ilustración. Ibi, p. 45.
El racionalismo es una expresión más de este espíritu ilustrado. Según
el el calendario gregoriano reformado en 1582, donde al 5 de octubre le sucede el 15, entre los años
1596 y 1650, fechas de nacimiento y muerte de Renato Descartes, ocurren muchas y muy graves
cosas, entre otras la condena de Galileo en Roma (1633), comienzo del divorcio entre la Iglesia y la
intelectualidad, la ejecución de Giordano Bruno en la hoguera (1600), o la guerra de los treinta años
(1618-1648), mal llamada guerra de religión. En medio de estas turbulencias, en las que la Iglesia no
estuvo a la altura de sus exigencias, inaugurando lo que se ha denominado «racionalismo», pues
Benito Espinosa no nacerá hasta el 1630 y Leibniz hasta 1646, en medio de todo esto aparece en la
Francia centro del mundo emergente Renato Descartes. Pocas figuras tan empeñadas en comprenderlo
todo a la luz de la razón, tan ilustradas, tan modernas, no en vano ha sido considerado por Hegel nada
menos que como el padre de la filosofía ¡alemana!, es decir, de la sabiduría moderna y
verdaderamente nueva. Con Descartes, pues, parece que queda «descartado» todo lo anterior, ese
perennismo de Roma, ciudad eterna, expresado en latín, lengua eterna, y manifestado en el discurso
escolástico, filosofía eterna.
Si el pensamiento anterior era teocéntrico, a partir de Descartes será
antropocéntrico; a la confianza en el mundo creado por Dios le sigue la desconfianza y la duda por
sistema: duda de los sentidos, duda de la imaginación, duda de la memoria, duda hasta de Dios como
método, filosofar es dudar, a más duda más certeza, duda hiperbólica o exagerada; si el mundo, con
sus olores, sus sabores y sus colores era el lugar de cita en el jardín posedénico, ahora todo lo sensible,
reducido a la condición triste de cualidades secundarias, queda devaluado para ensalzar la euforia del
cálculo, de la razón, de la extensión, de la figura, del movimiento; si el antiguo Adán renacentista
había sido visto como un microcosmos, el nuevo macántropo será presentado como un complicado
aparato mecánico, más parecido a una máquina que a un ángel o a una bestia. Después de mucho
pensar, el pensamiento moderno termina siendo un pensar que se piensa a sí mismo: yo pienso, yo
existo, aquí estoy yo, en primera persona, en nominativo, lo primero que cae bajo el entendimiento no
es el ser, sino mi yo. Ego cogito. Ego sum. Aquí estoy yo.
Acabamos de inaugurar la modernidad ilustrada, que en su esfuerzo por
atenerse exclusivamente a lo (de)mostrable por la razón sólo puede dar fe de un yo que piensa
pensamientos, un yo sin un tú, un yo-mónada como después verá Leibniz, un yo sin un mundo, sin
otro mundo que el mundillo de los pensamientos y del pensar que pensar debía, un yo empeñado en
ejercitar el magisterio de la sospecha o de la desconfianza, paradójico camino que para entregarse a la
afirmación comienza por entregarse a la vía de la dubitación. Dudo de ti, me afirmo en mí.
He ahí a Descartes, con su método, sus reglas para la dirección de la
mente, su yo matemático, y pronto -con Espinosa- su ética demostrada geométricamente. Y, un poco
después, soñando el sueño de la matemática universal, con Newton, que en 1687 escribe sus
«Principia mathematica», unas matemáticas con las que pueda llegar a saberse todo: las mathémata,
las raíces de todo son matemáticas, el cosmos es un libro abierto escrito con caracteres matemáticos,
sólo inteligible para quien sepa descifrar esos signos; las matemáticas son la llave que abre el misterio
del cosmos, ahora reducido a problema; gracias al cálculo infinitesimal entraremos en el espacio y en
el tiempo infinitos en los que Dios reside, y de este modo también en Dios. Desde ahora todas las
mamás y los papás querrán que sus niños sepan matemáticas, sólo el niño que suspende las
matemáticas es tonto.
La razón promete mucho, es prometeica. Renato Descartes no es el
primero en haber soñado esos sueños, cuyos orígenes se remontan a Platón y los pitagóricos, pero sí es
el hombre que de una forma más autocontrolada, reflexiva, fría y calculadora ha intentado llevarlos al
centro de la escena. Hay un antes y un después de Descartes. El después ha llegado -vía Kant, Husserl,
y círculo de Viena, hasta el segundo Wittgenstein- hasta hoy, sarampión urticante y persistente105.
Nadie más convencido que el ilustrado de que la razón luminosa abre,
105
¿Por qué un pensador como él, que no reconoce en el origen al nosotros, al yo-y-tú, sino al mero yo; por qué un pensador como Descartes, que
abandona la vida y se refugia en la matemática al margen de la armonía de la existencia; por qué un filósofo que se empeña en acentuar la duda como vía de
acceso a la certeza; por qué un hombre así no ha sido repensado críticamente? No estoy hablando, obviamente, de ignorarle, ni de menospreciarle, ni de
mirarle con desafecto, nunca he propuesto ninguna caza de cartesianos, estoy hablando de verle ¡racionalmente, con la razón! La fe cristiana, que es
teocéntrica sin dejar de ser antropocéntrica, que es dialógica y no monológica, que es fiduciaria y no desconfiada, que es raciovital y no disocia la razón y la
vida, que es amorosa y se afinca en la gratuidad, esa fe ¿es compatible con la piedra angular que Descartes pone como eje de la modernidad, con ese
solipsismo cartesiano del yo sin el tú y sin el nosotros, de la duda y no de la confianza?, ¿por qué no se intenta construir en diálogo con Descartes una
racionalidad más completa, donde el «pienso luego existo» racional sea sustituido por el mucho más razonable soy amado luego existo?
por fin, al progreso permanente. Muchas son las formas de acceder al progreso, la del ilustrado
descansa en su confianza en la razón: el género humano se encuentra en progreso constante hacia
mejor, escribe Kant106, dejando así abierto el camino hacia el positivismo, el romanticismo y el
movimiento obrero, cuya forma de postular el progreso es, sin embargo, distinta. El positivismo aún
puede considerarse como un heredero muy directo de la razón ilustrada, una derivación o variante de
la misma que se expresa en su pretensión de orden y de progreso.
Pero veamos cómo argumenta la razón en uno de sus más
empedernidos defensores, el judío pulidor de lentes Benito Spinoza.
Capítulo VII
1. Rasgos biográficos
«El hombre 'ebrio de Dios', que profiere sin cesar su sagrado Nombre;
el que deposita una mosca en la tela de araña y contempla sonriente el necesario desenlace, el que
rechaza ofertas de dinero y de honrosos cargos académicos, el minucioso pulidor de lentes, el que
envía a prisión a un deudor, el que se informa con toda cortesía de las enseñanzas que su huesped ha
obtenido en un sermón dominical, el que no puede evitar una sonrisa cuando rezan en su presencia, el
que declara que la guerra y la matanza no le incitan a risa ni a llanto, el apacible fumador de pipa, el
arrebatado personaje que, panfleto en mano, intenta salir a la calle para acusar de bárbaros a los
asesinos de sus amigos y protectores políticos, el que dice que en la naturaleza no hay bien ni mal, el
defensor de la democracia, el que menosprecia al vulgo, el tísico, el que acaso fue rechazado por la
hija de su maestro de matemáticas -ella prefirió a otro, según cuentan-, el que habla serenamente de
las pasiones 'como de líneas, superficies y cuerpos', el que acota, quizá bruscamente, tratando de los
celos, que esa pasión se incrementa al imaginar los genitales y las excreciones de quien posee al objeto
amado... ese hombre es, al parecer, el mismo, pero la reconstrucción de su identidad pasa por más de
106
Cfr. Filosofía de la historia. FCE, México, 1984
un esquema»107. ¿Quién fue, en realidad, Benito Spinoza?
La vida de Spinoza es a la vez sin sobresaltos y novelesca. Baruch
Spinoza nace en 1632 en el seno de la comunidad judía de Amsterdam (Holanda), siendo su padre un
acomodado comerciante en especias que llega a formar parte del consejo rector (Parnassim). Las
lenguas maternas o familiares de Spinoza son el portugués y el castellano; más tarde aprenderá el
latín -idioma en el que escribirá toda su obra- y el holandés, pues los Spinoza se encuentran en
Holanda desde que el abuelo de Benito llegara allí procedente de la Península Ibérica, probablemente
de Portugal, aunque no faltan quienes hacen derivar su genealogía de España (incluso, de Espinosa de
los Monteros); acaso se trataba de una familia de judíos que pasó de España a Portugal buscando un
ambiente de mayor tolerancia hacia su raza.
Sea como fuere, expulsado y excomulgado de la sinagoga judía en el
1656, aunque tales excomuniones no eran entonces raras en la comunidad religiosa de Amsterdam y
frecuentemente se revocaban si el excomulgado se avenía a las correspondientes rectificaciones, se
desentenderá del negocio familiar para dedicarse de por vida a la filosofía, llevando una vida solitaria
y viviendo del oficio de pulidor de lentes.
En el año de su muerte, 1677, se publican en edición póstuma la Ética,
el Tratado político, la Reforma del entendimiento humano, y una Gramática hebrea.
107
Peña, V: Prólogo a su traducción de la Ética de Benito Spinoza. Madrid, 1979, pp. 9-10
108
Ética. Parte 1ª, prop. LI
109
Ética. Parte 4ª, prop. XXXV
110
Ética. Parte 1ª, prop. XLVII
ocurren las cosas y pasan de unas formas a otras; por tanto, uno y el mismo debe ser también el
camino para entender la naturaleza de las cosas, cualesquiera que sean, a saber: por medio de las
reglas y leyes universales de la naturaleza. Siendo así, los afectos tales como el odio, la ira, la envidia,
etcétera, considerados en sí, se siguen de la misma necesidad y eficacia de la naturaleza que las demás
cosas singulares. Así pues, consideraré los actos y apetitos humanos como si fuese cuestión de líneas,
superficies o cuerpos»111.
Y, si esto es así para el hombre, si lo importante y lo perfecto es la
razón, también el Dios de Spinoza será un Dios exclusivamente racional: «Dios está libre de pasiones
y no puede experimentar afecto alguno de alegría o tristeza» 112.
111
Ética, III, Prefacio
112
Ética. Parte 5ª, prop. XVII
113
Ética. Parte 5ª, prop. III
114
Ética. Parte 4ª, prop. XLVI
semejantes»115. «La naturaleza no se siente contenida en las leyes de la razón humana, las cuales no
pretenden más que la verdad útil y la conservación de los hombres, sino que está contenida en otras
infinitas leyes que miran al orden eterno de toda la naturaleza, del que el hombre es una partícula, y
por la sola necesidad de este orden de todos los individuos están determinados a existir y a operar de
un modo cierto. Así pues, todo lo que en la naturaleza nos parece ridículo, absurdo o malo, proviene
del hecho de que conocemos las cosas sólo parcialmente y de que ignoramos en su mayor parte el
orden y la coherencia de la naturaleza total» 116.
115
Tratado de las Pasiones, C.I, & IV
116
Tratado de las Pasiones C.I, & VIII
117
Ética. Definición III
118
Ética. Definición I
119
Ética. Parte 1ª, prop. XVIII
120
Ética. Parte 1ª, prop. XI
121
Ética. Definición VI
atributos, ya que «cuanta más realidad o ser tiene una cosa, tantos más atributos le competen»122.
Y, como ya avanzara san Anselmo, dado que «el orden y conexión de
las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas» 123, aunque los atributos de la sustancia
divina sean infinitos nosotros sólo percibimos en nuestro entendimiento dos atributos de la sustancia
divina infinita, la extensión y el pensamiento. De los demás atributos divinos no podemos afirmar
nada, porque no los conocemos.
Ahora bien, ¿qué hemos de entender por atributo? «Por atributo
entiendo aquello que el entendimiento percibe de una sustancia como constitutivo de la esencia de la
misma»124. Los atributos son cualificaciones constitutivas de la sustancia desde el punto de vista de la
forma que el entendimiento tiene de conocer o percibir la sustancia, es el entendimiento el que
«atribuye» a la sustancia la cualificación que constituye el contenido de cada uno de los atributos; los
atributos no son, pues, una propiedad de la sustancia sino, como ya hemos dicho, la esencia de la
sustancia misma en tanto que es concebida por el entendimiento, ya sea el entendimiento finito del
hombre o el infinito de Dios. Desde esa perspectiva, todos los atributos participan de la eternidad y la
infinitud de Dios. La unica diferencia es que los atributos sólo son atributos en su género, es decir,
cada uno en la forma de ser que le es propia, mientras que Dios es absolutamente infinito.
Dios es pensamiento, algo que los filósofos anteriores habían repetido;
sin embargo, junto al pensamiento sitúa Spinoza también el atributo divino de la extensión, pero una
extensión «apoteósica», es decir, que lleva consigo todas las propiedades divinas: eternidad,
simplicidad, infinitud, indivisibilidad, perfección y autosuficiencia.
122
Ética. Parte 1ª, prop. IX
123
Ética. Parte 2ª, prop. VII
124
Ética. Definición IV
125
Ética. Parte 2ª, prop. VII
126
Ética. Definición VII
absurdo. Por eso las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún
otro orden»127.
En este contexto, ¿cómo explicar la libertad no sólo divina, sino
tampoco la humana?
«Por modo entiendo las afecciones de una sustancia, o sea, aquello que
es en otra cosa, por medio de la cual es también entendido» (Ética. Definición V). Así como la
sustancia es infinita en sus atributos, así también cada uno de estos es infinito en sus modos concretos
de existir. Ahora bien, las cosas o modos finitos son contingentes en la medida en que la esencia de
cada una de ellas no implica su existencia. Pero su contingencia está sostenida en la sustancia divina,
de modo que «de nada puede decirse que sea contingente, excepto con respecto a la imperfección de
nuestro pensamiento»128.
Si la sustancia es por naturaleza eterna, y los modos existen con una
duración no eterna, entonces la sustancia no es la esencia de los modos, por más que todo lo que los
modos tengan se deba a la sustancia. Cada modo pertenece a un atributo e implica el concepto del
atributo al que pertenece y no el de ningún otro. Repitamos: los modos son finitos, porque en ellos su
esencia no implica su existencia; es decir, que si se pudiera contemplar a cada uno de esos modos
aisladamente, prescindiendo de los nexos que los unen a los demás modos, serían contingentes. Pese a
todo, en la naturaleza, repite Spinoza, no hay nada contingente: Dios, causalidad inmanente, es
inseparable de sus efectos. Por eso, contemplada desde lo divino, cada cosa tiene en sí un conatus,
«cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser» 129.
Spinoza se esfuerza por defender a la vez la necesidad y la autonomía
de los seres. Aunque de forma descendente el Dios-sustancia se exprese y despliegue en los atributos y
éstos en los modos, no toda causalidad es ejercida inmediatamente por Dios, pues al participar todo de
Él, conserva su propia dinámica; Dios es la causa eficiente no sólo de la existencia de las cosas, sino
también de su esencia, y por ende toda determinación procede de Dios, pero el ejercicio concreto de
esta determinación debe contar con la autonomía de cada una de las realidades concretas o modos de
la sustancia única e infinita, y de este modo pretende evitar Spinoza la acusación de determinismo: ¿lo
logra?.
El atributo del pensamiento se despliega en los modos de pensar.
Según Spinoza, nuestra mente, en tanto que entiende, es un modo eterno del pensar, que es
determinado por otro modo del pensar, y éste a su vez por otro, y así hasta el infinito; de manera que,
spinozianamente hablando, todas las mentes constituirían al mismo tiempo el entendimiento eterno e
infinito de Dios, con lo cual no podemos decir que Dios en sí mismo tenga un entendimiento distinto
del sistema infinito de las mentes.
Asimismo, el atributo de la extensión se despliega en los modos de la
extensión. De esta forma cree solucionar Spinoza el problema de la interacción entre alma
(pensamiento) y cuerpo (extensión) al que Descartes no dió adecuada respuesta, y lo descarta no
mediante la reducción de la mente al cuerpo o del cuerpo a la mente, sino declarando que éstos son
simplemente aspectos de una misma realidad. La mente sería la idea del cuerpo, pues a cada modo
bajo el atributo de extensión correspondería un modo bajo el atributo de pensamiento («idea», dirá
Spinoza). Hay un solo orden en la naturaleza, aunque pueda ser entendido por nosotros de dos
maneras, por eso no es cuestión de reducir los cuerpos a ideas ni a la inversa.
7. Teoría política
127
Ética. Parte 1ª, prop. XXXIII
128
Ética, I, prop. 33
129
Ética. Parte 3ª, prop. VI
Pero no todos los hombres son filósofos tranquilos. Spinoza es
despiadado en la descripción del ser humano. Salvo raras excepciones el hombre es cruel, busca su
bien a costa de los demás, miente, propende a dominar y a hacer de su voluntad ley, le guía la
concupiscencia o la avaricia, etc. Por consiguiente, la organización política (el Estado) tiene que
imponer las normas que hacen posible la vida en común y subordinar la religión en cuanto culto y
norma de comportamiento a sus mandatos. Pues el humano, para sobrevivir, como todo lo que existe,
se define como el impulso a perdurar y se organiza en comunidades. Estas comunidades se regulan
por leyes que reducen la tendencia conflictiva del hombre y hacen posible, activa y buena para todos,
la convivencia.
Parece que los políticos entienden mejor, dice Spinoza, la naturaleza
humana que los filósofos. En efecto, «los filósofos entienden los afectos, cuyos conflictos soportamos,
como vicios en los que caen los hombres por su culpa. Por eso suelen reírse o quejarse de ellos,
criticarlos o (quienes quieren aparecer más santos) detestarlos. Y así creen hacer una obra divina y
alcanzar la cumbre de la sabiduría cuando han aprendido a alabar de diversas formas una naturaleza
humana que no existe en parte alguna y a vituperar con sus dichos lo que realmente existe. En efecto,
entienden a los hombres no como son, sino como ellos quisieran que fuesen. De ahí que, las más de
las veces, hayan escrito una sátira, en vez de una ética, y que no hayan ideado jamás una política que
pueda llevarse a la práctica, sino otra que, o debería ser considerada como una quimera, o sólo podría
ser instaurada en el país de Utopía o en el siglo dorado de los poetas, es decir, allí donde no hacía falta
alguna. En consecuencia, como se cree que, entre todas las ciencias que se destinan al uso, la teoría
política es la más alejada de su práctica, se considera que nadie es menos idóneo para gobernar el
Estado que los teóricos o filósofos.
Los políticos, por el contrario, se cree que se dedican a tender trampas a
los hombres, más que a ayudarles, y se juzga que son más bien hábiles que sabios. Efectivamente, la
experiencia les ha enseñado que habrá vicios mientras haya hombres. Se esfuerzan, pues, en prevenir
la malicia humana mediante recursos cuya eficacia ha demostrado una larga experiencia, y que los
hombres suelen emplear cuando son guiados por el miedo más que por la razón. Con ello, sin
embargo, parecen oponerse a la religión y, sobre todo, a los teólogos, ya que éstos creen que las
supremas potestades deben administrar los asuntos públicos según las mismas reglas de la piedad, que
los particulares deben observar. Pese a ello, no cabe duda de que esos políticos han escrito sobre los
temas con mucho más acierto que los filósofos; ya que, como tomaron la experiencia por maestra, no
enseñaron nada que se apartara de la práctica» 130.
Dicho lo cual, Spinoza recalca que el hombre es un ser no sólo
comunitario, sino estatalmente comunitario: «El hombre que se guía de la razón es más libre en el
Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde sólo se obedece a sí
mismo»131.
El enunciado del capítulo XIX de su Tractatus theologico-politicus
reza: «El derecho acerca de las cosas sagradas reside por completo en el soberano, y el culto externo
de la religión debe acomodarse a la paz del Estado si queremos obedecer a Dios rectamente». Spinoza
quiere demostrar que «cualquier concepción religiosa y cualquier forma exterior de culto son
compatibles con cualquier forma de Estado, siempre que se mantengan en los límites de la razón; si
nos atenemos a un criterio meramente analítico, la fe y su testimonio exterior son convenientes y
necesarios, porque la naturaleza es divina y la fe y el culto se refieren a lo divino, pero la razón, en
cuanto tiene que ordenar el mundo, tiene que ordenar también a la religión. Negada la noción de
trascendencia y la personalidad de Dios, la revelación cobra un carácter especial, es testimonio de las
condiciones inmutables en las posibilidades de un sistema, y en este sentido es preceptiva y predictiva,
pero la realización de las posibilidades corresponde a cada hombre en su correspondiente situación.
Las consecuencias parecen claras:
a. Toda religión que no repugne a la naturaleza es verdadera, ya que el
concepto de verdad religiosa depende del criterio de bondad o maldad impuesto por el modo según el
cual la sustancia divina regula un proceso, es decir, según la razón.
b. El criterio de bondad o maldad está impuesto por el Estado. El
130
Spinoza, B: Tratado político. Alianza Ed, Madrid, 1986, pp. 77-79
131
Ética. Parte 4ª, prop. LXXIII
Estado protege la vida, mantiene el orden, permite el desarrollo de las mejores facultades; luego el
Estado expresa la razón.
Según Spinoza, se cumple con Dios obedeciendo al Estado, que es
testimonio de la común racionalidad. 'La fe, dice Spinoza, no exige tanto la verdad como la piedad, y
no se es piadoso ni saludable sino en razón de la obediencia y, por consiguiente, nadie es fiel sino bajo
esta misma condición'. Así, cuando la fe se manifiesta en obras, debe obedecer al Estado, y el mejor
súbdito será el más fiel, y viceversa. La verdad política de la religión la define el Estado, y no deja,
por ello, de ser verdad, pues la verdad de la religión como elemento de la vida en común está en el
orden y la obediencia. Spinoza es un claro antecesor de la «religión civil».
«Son criterios hobbesianos; en el orden de la especulación política
Spinoza es un pensador que parte constantemente de Hobbes. Sin embargo, Spinoza tendió a eliminar
de los problemas políticos las consideraciones teológicas y metafísicas. Las consideraciones teológicas
las redujo a nada, admitiendo que toda religión que no repugne a la naturaleza 'divina' del hombre es
buena sin más en el fuero interno y buena y verdadera en el orden político si se somete a la obediencia
del Estado. Las consideraciones metafísicas las eludió suprimiendo cualquier ficción jurídico-
filosófica que justificase la vida en comunidad. No aceptó la teoría del pacto social, no explica en
ninguna parte por qué la rechaza en cuanto fundamento genérico de la sociedad civil. Se limita a
aceptar como un hecho que los hombres viven en sociedad y elimina la justificación metafísica de este
hecho. Esta eliminación contribuye a potenciar el vitalismo de la doctrina de Spinoza, pues la
convivencia en la comunidad no necesita de una ficción jurídica o metafísica. Se está con los demás
por el hecho inevitable de pertenecer a la especie.
La ruptura con un Dios trascendente ha dejado a la política limitada
exclusivamente por las exigencias humanas. Dentro de estas exigencias, que proceden de su idea de
que el hombre ha de ser tratado como un Dios para el hombre (homo homini Deus), ¿qué sistema de
gobierno aconseja Spinoza?
Hay que admitir que el propio Spinoza no fue muy claro en este punto,
quizá por haberle llegado la muerte antes de concluir el Tractatus politicus, precisamente cuando
iniciaba el estudio de la mejor forma de gobierno. Sin embargo, puede inducirse que no consideraba
ninguna forma de gobierno la mejor por sí misma; en cada caso hay un óptimo, de manera que puede
hablarse de la mejor monarquía, la mejor aristocracia, etc. Pueden incluso distinguirse subespecies, y
dentro de varias clases de monarquía reconocer cuál es la mejor en su campo. No existe en términos
generales, pues, la posibilidad de una óptima política, porque las condiciones históricas, los usos,
prejuicios, religión, etc, lo impiden, y la construcción de un sistema abstracto, intelectualmente
perfecto, sería antagónica con el criterio pragmático de Spinoza. Su dimensión utópica no consiste en
inventar, sino en conciliar o avenir. De los diversos casos extrae lo mejor por síntesis, procurando
describir la forma más perfecta.
Sí podemos preguntarnos con licitud y rigor cuál forma de gobierno
prefería Spinoza y qué condiciones tendría que tener cualquier Estado para que fuese moralmente
lícito. Las principales de estas condiciones son:
a. Respetar los preceptos de la razón en cuanto la razón posea en cada
caso la evidencia de lo bueno.
b. Buscar la felicidad de los súbditos, permitiéndoles una vida feliz,
ordenada, y en ningún caso antagónica respecto al perfeccionamiento material y espiritual de todos
ellos.
c. Fomentar la libertad, entendiendo que ser libre equivale a que el
pueblo sea libre, no a que le concedan cierta libertad; ser libre equivale, pues, a participar en las
instituciones del Estado para la mejor conducción del Estado, sin romper la obediencia constitucional
que hemos aceptado. La libertad del pueblo, de la multitud, ha de ser real, es decir, inspirada en un
principio de selección y de la posibilidad de desarrollo de la capacidad de cada uno.
d. El pueblo, en su conjunto, expresa un alma o espíritu común que se
manifiesta en la adhesión de todos al Estado y no en la decisión de cada uno» 132.
132
Tierno, E: Prólogo a su traducción del Tractatus theologico-politicus de Spinoza. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, pp. XV-XIX
Esto no impide que, al propio tiempo, Spinoza luche decididamente por
la libertad de expresión de todo el pueblo, rasgo éste que -como los anteriores-podría a primera vista
dar la impresión de convertirle en un adelantado de la Ilustración. Así lo expresa en el capítulo último
del Tractatus theologico-politicus: «¿Cuántas cosas malas nacen del lujo, de la envidia, de la
avaricia, de la embriaguez y de otros vicios semejantes? Sin embargo se los consiente, porque no
pueden prohibirse con el auxilio de las leyes, aun siendo vicios. Mucho más debe concederse, por
tanto, la libertad de pensar, que es realmente una virtud y que no podría suprimirse. Añádase que no
procede de ella inconveniente alguno que no pueda evitarse con la autoridad de los magistrados, y
para terminar, que esta libertad es necesaria, ante todo para promover las ciencias y las artes, pues
éstas sólo se cultivan con resultado por quienes son tan felices que tienen el juicio libre y sin
preocupación.
Pero supóngase que fuera posible suprimir esta libertad y sujetar de tal
manera a los hombres que no se atrevieran éstos ni a murmurar una palabra, sino por mandato del
soberano; aun hecho esto, no podrá conseguirse nunca que piensen sino aquello que quieran. De esto
se deduce necesariamente que los hombres pensarán de una manera y hablarán de otra y, por
consiguiente, que la fe, tan necesaria en el Estado, se irá corrompiendo y alcanzando favor la
adulación abominable y la perfidia, de donde se seguirían los engaños y la corrupción de todas las
buenas costumbres. Pero estamos muy lejos de que pueda hacerse que los hombres hablen de un modo
prefijado, sino que, al contrario, cuanto más se trata de limitar la libertad de la palabra a los hombres,
tanto más éstos se obstinan y resisten; no aquellos avaros, aduladores y demás impotentes de ánimo,
cuya suprema felicidad consiste en contemplar las monedas en sus arcas y tener llenos sus estómagos,
sino aquellos otros a quienes hace superiores una buena educación y la virtud y la integridad en las
costumbres. De tal modo se hallan constituidos los hombres, que nada soportan con mayor
impaciencia que el ver tenidas como crímenes aquellas opiniones que creen verdaderas, y mucho más
que se juzgue perverso aquello que los mueve a piedad con Dios y con los hombres; por eso son
aborrecidas las leyes y se atreven contra los magistrados, juzgando los hombres, no cosa criminal, sino
honradísima, promover sediciones e intentar algunos hechos violentos por esta causa de conciencia.
Demostrado que la naturaleza humana se halla dispuesta de este modo,
se sigue que las leyes que limitan las opiniones se refieren no a los esclavos, sino a los libres, no a
corregir a los malos, sino más bien a irritar a los buenos, y que no pueden ser defendidas sin grave
peligro para el Estado. Añádase que tales leyes son inútiles en absoluto. En efecto, aquellos que creen
ser buenas y verdaderas las opiniones condenadas por las leyes, no podrán obedecer estas mismas
leyes; los que, por el contrario, las rechazan como falsas, triunfan de tal manera por ellas, pues -
aunque así lo pretendieran- no podrían derogarlas los magistrados.
¿Qué mal mayor puede escogerse para un Estado que ver hombres
honrados condenados como criminales al destierro porque piensan de diversa manera e ignoran el
fingimiento? ¿Qué, repito, más pernicioso que conducir a la muerte y considerar como enemigos a
hombres que no han cometido crimen ni delito alguno, sino que tienen el pensamiento libre... con
oprobio manifiesto del soberano?
Aquellos que se tienen por honrados no temen como los criminales la
muerte, ni escapan al suplicio; su ánimo no gime en penitencia por ningún hecho torpe, sino que
juzgan, al contrario, no suplicio, sino gloria, morir por la buena causa y por la libertad de los pueblos.
¿Qué se consigue con tales ejemplos, sino que la gente inerte y de ánimo pobre ignore sus causas, que
los sediciosos los odien y los honrados los quieran? Seguramente nadie puede aprender con estos
ejemplos sino a imitarlos, o, en otro extremo, a adular.
De este modo, para obtener no una obediencia forzada, sino una fe
sincera, debe el poder soberano conservar la autoridad de buen modo y, para no verse obligado a ceder
ante los sediciosos, conceder necesariamente la libertad del pensamiento; así se gobernarán los
hombres de tal manera que, aun pensando cosas diversas y enteramente contrarias, vivan, sin
embargo, en armonía. No podemos dudar que este modo de gobierno es excelente y sólo tiene
pequeños inconvenientes, puesto que conviene perfectamente con la naturaleza humana.
Así pues, hemos demostrado:
1º. Que es imposible arrebatar a los hombres la libertad de decir aquello
que piensan.
2º. Que esta libertad puede ser concedida a cada uno dejando a salvo el
derecho y la autoridad de los poderes soberanos y que puede, salvo este mismo derecho, conservarla
cada uno si de ella no toma licencia para introducir como derecho alguna novedad en la república o
para ejecutar algo contra las leyes recibidas.
3º. Que cada uno puede gozar de esta libertad sin daño para la paz del
Estado, y que no surgen de ella inconvenientes que no puedan ser fácilmente resueltos.
4º. Que puede también disfrutarse sin perjuicio alguno para la piedad.
5º. Que las leyes que se refieren a cosas especulativas son
absolutamente inútiles.
6º. Hemos demostrado finalmente que esta libertad puede poseerse, no
sólo manteniendo la paz del Estado, la piedad y el derecho de los sumos poderes, sino que debe
mantenerse para conservar estas mismas cosas.
Allí donde, por el contrario, se trabaja por arrebatar esta libertad a los
hombres y se llevan a juicio las opiniones de los disidentes honrados -no sus almas, únicas que pueden
pecar-, cuyos suplicios los hacen aparecer mártires, los demás se sienten movidos a misericordia y
muchas veces a venganza. Entonces se corrompen la fe y las buenas costumbres. Se ensalza a los
aduladores y a los pérfidos y triunfan los adversos, por lo que se teme a su cólera, y quienes poseen
poderes soberanos se hacen sectarios de aquellas doctrinas de que se declaran intérpretes; de ahí que
se atrevan a usurpar el derecho y la autoridad de los verdaderos y no enrojezcan al vanagloriarse de
que ellos son inmediatamente elegidos por Dios y sus divinos decretos, cuando por el contrario son en
realidad puramente humanas las potestades soberanas a las que quieren obligar con los decretos
supuestamente divinos, es decir, con sus propios decretos: nadie puede ignorar cuánto repugnan estas
cosas a la felicidad del Estado.
Por esto concluyo que nada hay más seguro para el Estado que encerrar
la religión y la piedad en el solo ejercicio de la caridad y la justicia, y limitar el derecho del poder
soberano, tanto en las cosas sagradas como en las profanas, a los actos únicamente; por lo demás,
concédase a cada uno no sólo libertad de pensar como quiera, sino también de decir cómo piensa.
He concluido lo que me había propuesto desenvolver en este Tratado.
Fáltame advertir únicamente que nada hay en él que de buen grado no someta al examen y al juicio de
los soberanos de mi patria. Si juzgaran algunas de las cosas que he dicho contrarias a las leyes o al
bien de todos, quiero que se dén por no dichas. Sé que soy hombre y que he podido equivocarme; he
procurado, sin embargo, cuidadosamente no hacerlo y, sobre todo, que aquello que escribía fuese
perfectamente conforme a las leyes de mi patria, a la piedad y a las buenas costumbres».
Puesto que todo está en Dios, «cuanto más conocemos las cosas
singulares, tanto más conocemos a Dios»133. «Quien se conoce a sí mismo clara y distintamente y
conoce de igual modo sus afectos, ama a Dios, y tanto más cuanto más se conoce a sí mismo y más
conoce sus afectos»134. En consecuencia, «el supremo bien del alma es el conocimiento de Dios, y su
suprema virtud la de conocer a Dios»135, y por ello «el amor a Dios debe ocupar el alma en el más alto
grado»136. El amor intelectual de Dios es la alegría que nace de la conciencia con que Dios se ama a sí
mismo, amor en el que participa el hombre que se sabe perteneciente a Dios, del cual goza bajo
perspectiva de eternidad. Gozo de perfección misma, es eterno e indisoluble: es la pura Beatitud del
alma que participa de la inmortalidad divina. «La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud,
sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestra concupiscencia, sino
que, al contrario, podemos reprimir nuestra concupiscencia porque gozamos de ella. Y así, en virtud
de gozar el alma de ese amor divino o felicidad, tiene el poder de reprimir las concupiscencias, y,
puesto que la potencia humana para reprimir los afectos consiste sólo en el entendimiento, nadie goza
entonces de esa felicidad porque reprima sus afectos, sino que, por el contrario, el poder de reprimir
sus concupiscencias brota de la felicidad misma.
133
Ética. Parte 5ª, prop. XXIV
134
Ética. Parte 5ª, prop. XV
135
Ética. Parte 4ª, prop. XXVIII
136
Ética. Parte 5ª, prop. XVI
Es evidente cuánto vale el sabio, y cuánto más poderoso es que el
ignorante, que actúa movido sólo por la concupiscencia. Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado
de muchos modos por las causas exteriores, y de no poseer jamás el verdadero contento de ánimo,
vive, además, casi inconsciente de sí mismo, de Dios y de las cosas y, tan pronto como deja de
padecer, deja también de ser. El sabio, por el contrario, considerado en cuanto tal, apenas experimenta
emociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta
necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento de ánimo. Si la vía
que conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla, sin embargo. Y arduo debe ser,
ciertamente, lo que tan raramente se encuentra. En efecto, si la salvación estuviera al alcance de la
mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pues
todo lo excelso es tan difícil como raro»137. Por eso «el bien que apetece para sí todo el que sigue la
virtud lo deseará también para los demás hombres, y tanto más cuanto mayor conocimiento tenga de
Dios»138.
Hasta aquí Spinoza y sus sueños de la razón. Pero ¿son tan claros y
adamantinos esos sueños de la razón como pretendía Spinoza? No faltó quien dijera que los sueños de
la razón producen monstruos, y Goya intentó pintarlos: la historia de la razón no es la entrada en
razón de la historia. En todo caso, los siglos que siguen a Spinoza no son dedicados por la humanidad
a tratar de llenar de razón el cor-razón, sino a construir una tecno-escalera altísima, una nueva torre
de Babel con formato de mecano, ingeniería que comenzó siendo a la vez tecnológica y social con
Augusto Comte, y que en nuestros días da sus ¿últimos? pasos con la terrible ingeniería genética.
Capítulo VIII
Augusto Comte, que nació en el 1798 y por tanto bajo el gran impacto
de la revolución francesa del 1789, se ve inmerso en las tensiones que Hegel explicaba
dialécticamente, pero Comte suaviza la dialéctica que pide confrontación en favor de la evolución que
pide cambio reformador; Comte es un dialéctico suave, mientras que Marx será un dialéctico fuerte.
Negará la violencia y defenderá la necesidad de «consolidar todo poder en las manos de quien lo
posee, fuere quien fuere», siempre -eso sí- que se moviese en la línea progresista de la Ilustración. Los
excesos destructivos, aunque proviniesen de los revolucionarios mismos, no gustan a Comte, por eso
afirma que el auténtico problema no es político, sino estructural, de ahí la necesaria creación de una
nueva estructura sociomoral: «Las dificultades sociales más importantes -asegura- son hoy
esencialmente morales y no políticas». O, más en concreto, esencialmente morales y técnicas.
137
Ética. Parte 5ª, prop. XLII
138
Ética. Parte 4ª, prop. XXXVII
Comte había entrado en 1818 en contacto con el «socialista utópico»
Henri de Saint-Simon, del que llegó incluso a ser su secretario particular, pero -como suele ocurrirle a
bastantes de los que fueron utópicos en su juventud-, se va tornando poco a poco pragmático con el
curso del tiempo, aunque mantiene toda su buena intención social reformadora. Y cuando, a partir del
1832, ejerza como profesor en la universidad politécnica, elaborará ya definitivamente su filosofía
social posibilista o reformista.
Lo cierto es que de las dos interpretaciones de la dialéctica, por un lado
la revolucionaria elegida por el marxismo y el anarquismo, y por otro la reformista y posibilista, fue
esta última la que eligió Auguste Comte, que optó por una revolución sin ruptura, o, por así decirlo,
por una reforvolución: «Dos movimientos de naturaleza diferente agitan hoy la sociedad, un
movimiento de desorganización y otro de reorganización. Por el primero, considerada aisladamente,
la sociedad es arrastrada hacia una profunda anarquía moral y política que parece amenazarla con una
próxima e inevitable disolución. Por el segundo movimiento, la sociedad es conducida hacia el estadio
social definitivo de la especie humana, el más conveniente a su naturaleza, aquél en el que todos los
medios de prosperidad deben recibir su más pleno desarrollo y su aplicación más directa. Es en la
coexistencia de estas dos ideas opuestas en lo que consiste la gran crisis sufrida por las naciones más
civilizadas. Es bajo este doble aspecto como la crisis debe ser considerada para ser comprendida».
Si el primero de esos movimientos es el que subrayan las mentalidades
críticas, tendentes a la destrucción del orden dado y a la construcción de un orden nuevo, el segundo
es el propio de las mentalidades reformistas, propias de las épocas orgánicas, aquellas basadas en
sistemas de creencias fijas, estables. Y Comte es sobre todo un pensador orgánico.
139
Discurso sobre el espíritu positivo. Alianza Editorial, Madrid, 1980,
140
Cfr. al respecto Mill, J.S: Comte y el positivismo. Ed. Aguilar, Madrid, 1972
A su vez, el estadio religioso, comtianamente hablando, pasaría por tres
estadios, fetichismo, politeísmo y monoteísmo. En todo caso, así como el niño se confía en su papá en
lugar de buscar las causas con su propia razón, así -añade Comte- el creyente manifiesta una
racionalidad perezosa y sempipaterna a lo largo de todas las etapas teológicas.
141
Discurso sobre el espíritu positivo. Alianza Ed. Madrid, 1980, p. 25
142
Comte es muy machacón, y estas afirmaciones se encuentran en muchos lugares de su obra. La verdad es que este ingeniero es un poco aburrido.
143
Catecismo positivista. Editora Nacional, Madrid, 1982, p. 80-81
supremacía mental y se subordina necesariamente a la observación. En una palabra, la revolución
fundamental que caracteriza a la virilidad de nuestra inteligencia consiste esencialmente en sustituir
todo a la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas, la mera investigación de las
leyes, es decir, de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados» 144.
• Lo real
«Considerada en primer lugar en su acepción más antigua y más
común, la palabra positivo designa lo real, por oposición a lo quimérico: en este aspecto conviene
plenamente al nuevo espíritu filosófico, caracterizado así por consagrarse constantemente a las
investigaciones verdaderamente asequibles a nuestra inteligencia, con exclusión permanente de los
impenetrables misterios con que se ocupa sobre todo su infancia.
• Lo útil
En un segundo sentido, muy próximo al precedente, pero distinto sin
embargo, este término fundamental indica el contraste de lo útil frente a lo inútil: entonces recuerda
en filosofía el destino necesario de todas nuestras sanas especulaciones para el mejoramiento continuo
de nuestra verdadera condición individual y colectiva, en lugar de la vana satisfacción de una estéril
curiosidad.
• Lo cierto
Según una tercera significación usual, se emplea con frecuencia esta
feliz expresión para calificar la oposición entre la certeza y la indecisión: indica así la actitud
característica de tal filosofía para constituir espontáneamente la armonía lógica en el individuo y la
comunión espiritual en la especie entera, en lugar de aquellas dudas indefinidas y de aquellas
discusiones interminables que había de suscitar el antiguo régimen mental.
• Lo preciso
Una cuarta acepción ordinaria, confundida con demasiada frecuencia
con la precedente, consiste en oponer lo preciso a lo vago: este sentido recuerda la tendencia constante
del verdadero espíritu filosófico a obtener en todo el grado de precisión compatible con la naturaleza
de los fenómenos y conforme con la exigencia de nuestras verdaderas necesidades, mientras que la
antigua manera de filosofar conducía necesariamente a opiniones vagas, ya que no llevaba consigo
una indispensable disciplina más que por una constricción permanente, apoyada en una autoridad
sobrenatural.
• Lo organizado
Es menester, por último, observar especialmente una quinta aplicación,
menos usada que las otras, aunque por otra parte igualmente universal cuando se emplea la palabra
positivo como lo contrario de negativo. En este aspecto indica una de las más eminentes propiedades
de la verdadera filosofía moderna, mostrándola destinada sobre todo por su naturaleza no a destruir,
sino a organizar.
Los caracteres generales que acabamos de recordar la distinguen a la
vez de todos los modos posibles, sean teológicos o metafísicos, propios de la filosofía inicial» 145.
• Lo tentativo
«Importa además advertir que este estudio de los fenómenos, en lugar
de poder llegar a ser en modo alguno absoluto, debe permanecer siempre relativo a nuestra
organización y a nuestra situación. Reconociendo en este doble aspecto la necesaria imperfección de
nuestros diversos medios especulativos, se ve que, lejos de poder estudiar completamente ninguna
existencia efectiva, no podemos garantizar de ningún modo la posibilidad de comprobar así, ni
siquiera muy superficialmente, todas las existencias reales, cuya mayor parte acaso debe escapar a
144
Discurso sobre el espíritu positivo, p. 28
145
Discurso sobre el espíritu positivo, pp. 58-59
nosotros por completo.
Si la pérdida de un sentido importante basta para ocultarnos
radicalmente un orden entero de fenómenos naturales, se puede pensar recíprocamente que la
adquisición de un nuevo sentido nos revelaría una clase de hechos de los que ahora no tenemos idea
alguna, a menos de creer que la diversidad de los sentidos tan diferente entre los tipos principales de
animalidad se encuentre en nuestro organismo elevada al más alto grado que pueda exigir la
exploración total del mundo exterior, suposición evidentemente gratuita y casi ridícula. Ninguna
ciencia puede mostrar mejor que la astronomía esta naturaleza necesariamente relativa de todos
nuestros conocimientos reales, puesto que, no pudiendo hacerse en ella la investigación de los
fenómenos más que por un único sentido, es muy fácil apreciar las consecuencias especulativas de su
desaparición, o de su mera alteración»146.
• Lo operativo
Hay que ver (no especular) para prever, y prever para proveer: «En las
leyes de los fenómenos es en lo que consiste, realmente, la ciencia a la cual los hechos propiamente
dichos, por exactos y numerosos que puedan ser, nunca procuran otra cosa que materiales
indispensables. Considerando el destino constante de estas leyes se puede decir, sin exageración
alguna, que la verdadera ciencia, lejos de estar formada por meras observaciones, tiende siempre a
dispensar, en cuanto es posible, de la exploración directa sustituyéndola por aquella previsión racional
que constituye, por todos los aspectos, el principal carácter del espíritu positivo. Una previsión tal,
consecuencia necesaria de las relaciones constantes descubiertas entre los fenómenos, no permitirá
nunca confundir la ciencia real con esa vana erudición que acumula hechos maquinalmente sin
aspirar a deducirlos unos de otros. Este gran atributo de todas nuestras sanas especulaciones no
importa menos a su utilidad efectiva que a su propia dignidad; pues la exploración directa de los
fenómenos realizados no podría bastar para permitirnos modificar su cumplimiento si no nos
condujera a preverlos convenientemente. Así, el verdadero espíritu positivo consiste, ante todo, en ver
para prever, en estudiar lo que es a fin de concluir de ello lo que será, según el dogma general de la
invariabilidad de las leyes naturales»147.
146
Discurso sobre el espíritu positivo, pp. 28-29
147
Discurso sobre el espíritu positivo, pp. 31-32
148
Catecismo positivista. Editora Nacional, Madrid, 1982, p. 83
Clotilde de Vaux: ¿quizá porque la religión que se expulsa por la puerta se cuela por la ventana?
¿quizá también porque el propio positivismo es una religión, una extraña religión sin Dios, la religión
de la Humanidad?. Hela aquí: «El dogma fundamental de la religión universal se resume en la
existencia constatada de un orden inmutable, al cual están sometidos todos los acontecimientos: este
orden es a la vez 'objetivo' y 'subjetivo'; en otros términos, conviene tanto al 'objeto' observado como al
sujeto observador. Las leyes físicas suponen leyes lógicas y recíprocamente las leyes lógicas suponen
leyes físicas. Si nuestro entendimiento no siguiese espontáneamente regla alguna nunca podría
comprender la armonía exterior. Siendo el mundo más simple y poderoso que el ser humano, su
regularidad sería aún menos conciliable con su desorden. Toda la ciencia positiva reposa, pues, sobre
esta doble armonía entre el objeto y el sujeto. Tal orden solamente puede ser constatado, nunca
explicado»149.
Comte, al negar el estadio metafísico, extraía las últimas consecuencias
de la Ilustración, y en consecuencia -aunque por reacción- acercaba la mecha a la llama para que se
produjese la explosión del Romanticismo. Sin embargo, el sueño de Comte -antes de ser vencido por
el romanticismo- fracasa pronto entre sus más acérrimos seguidores, entre ellos el propio John Stuart
Mill.
3.2. Lógica
149
Catecismo positivista. Editora Nacional, Madrid, 1982, pp. 80-81
Método de conveniencia
Si dos o más casos en los que tiene lugar un fenómeno tienen una única
circunstancia común, ésa es la causa o efecto de aquel fenómeno.
Método de distinción
Si dos casos contienen un fenómeno W siempre que se da la
circunstancia A, y no lo contienen si falta A, W depende de A
6. La libertad
150
Comte y el positivismo. Ed. Aguilar, Madrid, 1972, pp. 193-194
sabiduría que proclamaban como si fuera la sabiduría entera» 151.
Todo esto lo resumen así el propio Mill: «Para el bienestar de la
humanidad es necesaria la libertad de opinión por los siguientes motivos.
Primero: una opinión, aunque reducida al silencio, puede ser verdadera.
Negar esto es aceptar nuestra propia infalibilidad.
Segundo: aunque la opinión reducida a silencio sea un error, puede
contener, y con frecuencia contiene, una porción de verdad; y, como la opinión general o
prevaleciente sobre cualquier asunto rara vez o nunca es toda la verdad, sólo por la colisión de
opiniones adversas tiene alguna probabilidad de ser reconocida la verdad entera.
Tercero: Aunque la opinión admitida fuera no sólo verdadera, sino toda
la verdad, a menos que pueda ser y sea vigorosa y lealmente discutida, será sostenida por los más de
los que la admitan como un prejuicio, con poca comprensión o sentido de sus fundamentos sociales.
Cuarto: el sentido de la misma doctrina correrá el riesgo de perderse o
debilitarse, perdiendo su vital efecto sobre el carácter y la conducta; el dogma se convertirá en una
profesión meramente formal, ineficaz para el bien, pero llenando de obstáculos el terreno e
impidiendo el desarrollo de toda convicción real y sentida de corazón, fundada sobre la razón o la
experiencia personal»152.
Se puede conseguir, dice Mill, «que impidamos que hombres malvados
perviertan a la sociedad con la propaganda de opiniones que consideramos falsas o perniciosas», pero
solamente si se concede libertad a los seres humanos para poder negar que lo que se llama malo,
pernicioso, perverso o falso, lo sea en realidad; de otro modo la convicción se fundaría en un puro
dogma, no sería racional y no podría ser analizada o alterada a la luz de nuevos hechos e ideas. No
existiendo la infalibilidad humana, ¿cómo podría surgir la verdad si no fuese por la discusión? A
menos que sea sometida a discusión, la verdad está expuesta a degenerar en dogma o en prejuicio y los
hombres no la considerarían ya como una verdad viva, razón por la cual es siempre necesaria la
oposición para mantenerla vigente. «Tanto el maestro como los discípulos se duermen en sus laureles
tan pronto como el enemigo deja libre el campo». Mill creía tan firmemente en esto, que incluso llegó
a afirmar que si no existieran verdaderos disidentes tendríamos que inventarlos o convertirnos en los
primeros disidentes de nosotros mismos, un poco como lo aseguraba el último Karl Popper. En el
momento en que surgiera una sociedad sin fricciones, los poetas tenderían a desaparecer: «Si toda la
humanidad menos una persona fuera de una misma opinión, y esta misma persona fuera de opinión
contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hablase como ella misma lo sería si,
teniendo poder bastante, impidiera que hablara la humanidad». En consecucnia, dice Mill, «el
individuo no debe cuentas a la sociedad por sus actos, en cuanto éstos no se refieren a los intereses de
ninguna otra persona, sino a él mismo, y la única razón por la que el poder puede con pleno derecho
ejercerse sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad es evitar que perjudique a
los demás».
151
Sobre la libertad. Alianza Ed, Madrid, 1970, pp. 111-112
152
Sobre la libertad. Alianza Ed, Madrid, 1970, pp. 119-120
de reflejar su espíritu de insubordinación turbulenta y rehusaría su apoyo a todo acto que impusiera
una limitación, por recomendable que fuese, a su salvaje independencia.
Sin embargo, para el gobierno representativo tampoco es adecuado un
pueblo que adolece del defecto de una pasividad extrema y una pronta sumisión a la tiranía. Si un
pueblo en estas condiciones obtuviese instituciones representativas, elegiría inevitablemente a sus
tiranos por representantes»153.
Así las cosas, «una democracia representativa de la totalidad de los
ciudadanos y no simplemente de la mayoría, una democracia en que los intereses, las opiniones, los
grados de inteligencia que se hallasen en minoría, serían sin embargo oídos con probabilidades de
obtener -por el peso de su reputación y el poder de sus argumentos- una influencia superior a su fuerza
numérica, una democracia tal, donde existirían la igualdad, la imparcialidad y el gobierno de todos
por todos, estaría exenta de los males más graves de lo que hoy se llama democracia. Pero en esa
misma democracia la mayoría podría poseer, si quisiera ejercerlo, el poder absoluto; ahora bien, esta
mayoría se compondría exclusivamente de una sola clase con las mismas inclinaciones, las mismas
preocupaciones, la misma manera de pensar, y todo esto sin estar dotada de gran cultura, por no decir
otra cosa. Por lo tanto, la Constitución se hallaría expuesta a los males característicos del Gobierno de
clase, en menor grado seguramente que ese Gobierno exclusivo de una sola clase que hoy usurpa el
nombre de democracia, sin otro freno que el buen sentido, la moderación y la tolerancia de la misma
mayoría»154.
Ahora bien, ¿cómo evitar los posibles excesos de ese eventual gobierno
numérico o mayoritario? «Me apresuro a decir que considero como totalmente inadmisible, ni aun de
forma transitoria, el que la superioridad de influencia sea otorgada con arreglo a la riqueza. No niego
que la riqueza sea una especie de testimonio. En la mayoría de los países, la educación -aunque no
proporcionada a la riqueza- es mejor en la porción más rica de la sociedad que en la más pobre; pero
el criterio es imperfecto, e influye la casualidad tanto más que el mérito para elevar a los hombres,
siendo imposible a una persona con un grado cualquiera de instrucción asegurarse un grado de
elevación análogo en la esfera social, por lo que esa base del privilegio electoral ha sido y será siempre
totalmente odiosa. Así pues, si se fundase la pluralidad de votos en alguna cualidad pecuniaria, no
sólo quedaría expuesta a continuas objeciones, sino que se comprometería el principio y se haría
imposible su aplicación permanente»155.
¿Cómo lograr, pues, un gobierno representativo verdadero? Para
obtener una verdadera democracia no ve Mill en su época otra solución que el sufragio universal
«pero graduado», por etapas. Mill es, pues, reformista en materia política, pues no busca aún la
implantación directa de los principios revolucionarios que en ese momento está fraguando en Europa
el movimiento obrero y los teóricos sociales.
8. El sufragio femenino
153
Del gobierno representativo. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, pp. 46-47
154
Del gobierno representativo. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, p. 101
155
Del gobierno representativo. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, p. 107
del sexo masculino. Si ha de ser así, que sea. Si piensan por sí mismas será un gran bien; si no, no
resultará ningún mal. Constituye un gran beneficio para los seres humanos que se les libere de sus
cadenas, aunque no deseen andar y sería ya un gran progreso en la situación moral de la mujer no
incapacitarla por ley para tener su opinión y expresar su deseo sobre los intereses más elevados del
género humano.
Por otra parte, se mejoraría la calidad del voto mismo, pues el hombre
se vería obligado frecuentemente a encontrar en apoyo de su deseo razones bastante honradas para
decidir a un carácter más recto e imparcial a que militase bajo la misma bandera.
Dad voto a la mujer, y sentirá la influencia del amor propio. Mirará la
política como cosa sobre la cual se le permite tener opinión y respecto de la cual debe obrar según su
opinión: adquirirá el sentimiento de responsabilidad personal y no pensará en adelante, como hace
hoy (cualquiera que sea la dosis de mala influencia que pueda ejercer), que siempre que persuada al
hombre todo irá bien, pues la responsabilidad de éste lo cubre todo.
He supuesto que el derecho de sufragio descansa en condiciones de
valor personal, y así debe ser como dejamos dicho. Pero, allí donde se funda como en nuestro país y en
muchos otros en condiciones de riqueza, la contradicción es aún más evidente. Hay algo de
extraordinariamente poco razonable en el hecho de que, cuando una mujer puede proporcionar todas
las garantías que se exigen a un elector masculino, cuando posee una fortuna independiente, es
propietaria y jefe de familia, paga los impuestos, cumple, en fin, todas las condiciones exigidas, se da
de lado el principio mismo y el sistema de representación fundado en la riqueza, para establecer una
incapacidad con el único objeto de excluir a la mujer.
Esperemos, en fin, que antes de la próxima generación el sexo, lo
mismo que el color de la piel, no serán motivo suficiente para despojar a un ser humano de la
seguridad común y de los justos privilegios del ciudadano»156.
Capítulo IX
156
Del gobierno representativo. Ed. Tecnos, Madrid, 1985, pp. 112-115
Goya. Todo lo que había dejado fuera la cartesiana Ilustración lo recupera el romanticismo:
sentimiento, pasión, sueños157, amor, tensión teodramática, Sturm und Drang, tormenta y energía. Si
lo real no fuese más que lo real, y lo finito no más que lo finito, el hombre no sería digno de lo eterno
que hay en él. Tras el tranquilo siglo de las luces, el romanticismo no niega la razón, no postula el
irracionalismo, sino más bien el metarracionalismo, pues la amplía bajo el signo de la dialéctica
abierta por Hegel: con negatividad melancólica que aspira a afirmarse infinitamente, con nostalgia de
infinito. Esa pugna que forma parte del hondón de la realidad la vemos manifestarse en diversos
frentes:
Larra se bate en duelo, duelo que es anhelo de victoria y al mismo
tiempo tragedia. Espronceda le canta al claro de luna, buscando su cara oculta en clara misión
imposible. Becquer visita los cementerios, descendiendo a lo oscuro y tenebrante con una vuelta de
tuerca que ya no permite otra.
Fichte enaltece a la nación y enardece al alma colectiva de los
alemanes, a los que baña de absoluto (es el Volksgeist, que más tarde sacralizará a Hitler, al que
saludan sus compatriotas con saludo religioso: ¡Heil!).
Novalis ensalza a la noche, cuyos misterios contienen la explicación de
las diafanías diurnas; junto al bien están las flores del mal como movimiento de la razón insatisfecha:
«Por sendas misteriosas llegó el Mal; a su furor fue inútil toda súplica... Frío y hostil soplaba un
viento del Norte sobre el campo aterido, y el país del sueño, la patria entumecida por el frío, se levantó
hacia el éter. Las lejanías del cielo se llenaron de luz. Al profundo santuario, a los altos espacios del
espíritu, se retiró con sus fuerzas el alma del mundo para reinar allí hasta que despuntara la aurora de
la gloria del mundo. La luz ya no fue más la mansión de los dioses, con el velo de la Noche se
cubrieron»158. Fin de la Ilustración: la luz ya no fue más la mansión de los dioses, con el velo de la
Noche se cubrieron.
157
Sueños terriblemente sobrecogedores. Cfr. sobre Jean Paul Richter las páginas 193-289 de la obra de Olegario González de Cardedal Cuatro poetas
desde la otra ladera. Ed. Trotta, Madrid, 1996
158
Novalis: Himnos a la Noche. Ed. Orbis, Barcelona, 1988, pp. 14-15
159
Jena (1805-1807, donde publica la Fenomenología del Espíritu), Bamberg (1807-1808), Nüremberg (1808-1816, donde da a la imprenta la
Ciencia de la Lógica), Heidelberg (1816-1818, donde hace aparecer su Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas), Berlín, capital de Prusia, donde publica
la Filosofía del Derecho y es nombrado rector de la universidad en 1830, muriendo del cólera al año siguiente. Una parte de sus discípulos formó la
«izquierda hegeliana» (con Marx al frente), y otra la «derecha hegeliana». Pero después de Hegel ya no se podía ser sino hegeliano.
160
Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, 1
2.1.1. Lo que es racional es real y lo que es real es racional
«Todo lo racional es real y todo lo real es racional» 161, y esto significa:
• Que real (wirklich) es lo capaz de actuar (wirken). A más fuerza de
actuación, más elevada racionalidad y más capacidad de universalizarse.
• Que, cuando el pensamiento supera lo particular y alcanza lo
universal, deviene concepto (Begriff), el cual no es la mera representación, sino lo captado en su
totalidad (con-ceptum). Quien se eleva al concepto absoluto (o idea) toma el tren de la razón cósmica
y se comprende a sí mismo.
• Que el con-cepto es lo con-creto, lo que co-crece, lo co-creciente todo.
161
Filosofía del derecho, Prólogo
162
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Ed. Ricardo Aguilera, Madrid, 1969, pp. 14-17
163
Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, 1
164
Filosofía de la historia, 54
a la vez íntimamente humano, no viene desde el exterior para devastar huracanadamente a sus criaturas,
antes al contrario aprovecha la energía de los individuos y de los pueblos, porque los inhabita y a la vez los
trasciende y supera desde dentro: «el espíritu particular de un pueblo particular puede perecer; pero es un
miembro en la cadena que constituye el curso del espíritu universal, y este Espíritu universal no puede
perecer»165. «En la historia, las épocas de felicidad son hojas vacías» 166, los invididuos grandes no buscan
la felicidad para sí mismos, sino que facilitan el paso de la Razón por la historia, y de este modo se
integran en la marcha de lo absoluto ellos mismos: «los grandes individuos de la historia universal son los
que aprehenden el contenido universal superior y hacen de él su fin. En este sentido hay que llamarles
héroes, pues no hallan su fin y su misión en el sistema tranquilo y ordenado, en el curso consagrado de las
cosas. Su justificación no está en lo existente, sino en el espíritu oculto que llama a la puerta del presente,
del espíritu todavía subterráneo que no ha llegado aún a la existencia actual» 167. Entre los hombres
grandes nada grande se ha hecho sin una gran pasión. La pasión es la energía de lo eterno. El hombre que
realiza algo grande pone toda su energía en ello. Y la pasión de los grandes hombres quiere lo universal, a
lo que ellos entregan toda la energía de su yo, y en lo que ponen toda su felicidad, a la que pueden
acompañar grandezas y honores por derivación, sólo por derivación. Por eso, afirma el Hegel romántico
que «el hombre es fin en sí mismo por lo divino que hay en él» 168.
Mas, si los hombres grandes no son felices egocéntricamente, ¿no da
esto pie a la envidia de los resentidos? En efecto: «Los necesitados de consuelo pueden sacar de la historia
este horrible consuelo: que los héroes no han sido felices, y que la felicidad sólo cabe en la vida privada,
que puede darse en muy distintas circunstancias. Necesitada, pues, de consuelo está la envidia, a quien lo
grande y elevado enoja, por lo que se esfuerza por empequeñecerlo y encontrar defecto en ello, y sólo
encuentra soportable la existencia de semejante superioridad cuando sabe que el hombre grande no ha sido
feliz. Gracias a esto cree el envidioso establecer un equilibrio entre él y el héroe. El hombre libre, en
cambio, no es envidioso; reconoce gustoso a los grandes individuos y se alegra de su existencia» 169. El
resentido estigmatiza a los héroes porque han sido ambiciosos y afanosos: «¿Qué maestro de escuela no ha
demostrado muchas veces ampliamente que Alejandro Magno y Julio César fueron impulsados por las
pasiones y por ende inmorales? De lo cual se sigue en seguida que él, el maestro de escuela, es un hombre
excelente, mejor que Alejandro y César, puesto que no posee tales pasiones. No hay grande hombre para
su ayuda de cámara, no porque el grande hombre no sea un héroe, sino porque el ayuda de cámara es el
ayuda de cámara»170.
165
Hegel: Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Alianza Ed. Madrid, 1982, p. 66
166
Ibi, p. 88
167
Ibi, p. 91
168
Ibi, p. 98
169
Ibi, pp. 93-94
170
Ibi, p. 95
171
Ibi, p. 78
ser, y así siempre. Todo bien para el todo, «la razón rige el mundo, y por tanto la historia universal ha
transcurrido racionalmente. Una voluntad divina poderosa rige el mundo» 172. Convencido de esa
rectoría de la razón divina, de la existencia e insistencia de esa providencia intramundana, Hegel
asume la tarea de defender a Dios de los ataques de quienes no perciben dicha providencia, de ahí que
llegue a escribir: «Nuestra consideración es, por tanto, una Teodicea, una justificación de Dios, como
la que Leibniz intentó metafísicamente, a su modo, en categorías aún abstractas e indeterminadas» 173.
172
Leciones sobre la filosofía de la historia, 1
173
Cfr. Díaz, C: El sueño hegeliano del Estado ético. Ed. San Esteban, Salamanca, 1987
174
Enciclopedia, parágrafo 258
175
Filosofía del derecho, parágrafo 270
3. Un semipanteísmo de fondo
¿Qué hay detrás de todo esto? Según otro de los grandes románticos,
F.W.J. Schelling, la Naturaleza, abismo sombrío, forma parte de Dios, es el reino de lo oscuro, del mal.
Pero Dios, anhelando autoconocerse, arroja luz sobre ella, a la que ama pese a todo como parte suya: la
lucha entre Dios y la Naturaleza sería la historia de Dios. La misma lucha se da en todas las criaturas
entre el bien y el mal, el cual se apodera del hombre cuando éste se afirma en su propia voluntad, en lo
oscuro (el diablo), cuando únicamente aspira a la propia luz produciendo sólo pequeños destellos que
pronto caen en la sombra. Empero, la liberación del mal no consiste en eliminarlo, sino en no
personificarlo, en no afirmarlo, en dejarlo reposar inactivo; cuando el hombre conoce su mal interior y, sin
afirmarlo, lo entrega a Dios, éste lo reconoce como parte de Él y lo ama cual fundamento suyo. Todo eso
hasta que Dios acepta y acoge por medio de su Hijo y de los hombres que lo siguen a la naturaleza entera.
Sólo entonces reinará el amor cósmico, el espíritu que une naturaleza y conciencia, oscuridad y luz. Hasta
aquí Schelling.
En el mismo sentido Hans Jonas176 ha defendido en nuestros días la
incapacidad de un Dios no crucificado para superar el nihilismo. Dice así: «Renunciando a su propia
invulnerabilidad, Dios, eterno fondo del mundo, permitió a éste que existiera. Todas las creaturas deben su
existencia a esta autonegación y recibieron gracias a ella todo lo que había por recibir del más allá. Una
vez que se ha entregado por completo al mundo y a su devenir, Dios ya no tiene nada que dar. Ahora le
toca al ser humano darle lo suyo a Dios. Y lo puede hacer procurando, en los caminos de su vida, que no
se convierta en motivo para que Dios se arrepienta de haber permitido el devenir del mundo. Esto podría
ser tal vez el secreto de los 'treinta y seis justos', que según la enseñanza judía no deben faltar nunca para
que el mundo pueda continuar existiendo. Mi respuesta es contraria a la del Libro de Job: ésta apela a la
plenitud del poder del Dios creador, la mía a su renuncia al poder. Y sin embargo, aunque suene extraño,
ambas respuestas son alabanzas. Porque la renuncia ocurrió para que podamos existir. Me parece que
también es una respuesta a Job si decimos que en él, el mismo Dios también sufre».
Como en el marcionismo, el Dios creador del Antiguo Testamento sería
un dios menor, un Prometeo o demiurgo que se contrapondría al crucificado del Nuevo Testamento; lo
mismo que él, el hombre siempre debería mantenerse rebelde177. Aparece aquí el Prometeo que se
destapará horizontalmente con toda su intensidad en esa otra forma de romanticismo ateo (no en todos los
casos ateo178) que es el movimiento obrero del siglo XIX, es decir, en el marxismo y en el anarquismo. Si
176
Pensar sobre Dios y otros ensayos ensayos. Ed. Herder, Madrid, 1998, pp. 209-210
177
En cierto modo bajo esa estela se halla J. B.Metz (Anamnetische Vernunft. In A. Honneth ed: «Zwischenbetrachtungen», Frankfurt, 1989, pp. 733
ss): un cristianismo helenizado se ha dejado distanciar tanto de su propio origen de Israel, que la teología se ha vuelto insensible al grito de sufrimiento y a la
exigencia de justicia universal. Pero la fuerza de rememoración histórica que se remonta a Moisés es un elemento de la razón, por eso hay que volver a
conectar razón comunicativa griega y memoria (razón anamnética) judía. Tras Auschwitz urge desactivar el platonismo, reactivar el dolor, sin separar el
Cristo que redime las barbaries humanas y el Dios creador, al que hay que ver como implicado en su creación transida de sufrimiento. Es, pues, necesaria
una «cultura de la extrañeza» y del recuerdo que mantenga viva la desazón y que estimule la expectativa bíblica escatológica, la cual no debe quedar disuelta
en una eternidad entendida a la manera griega, sino que la experiencia de la negatividad de lo existente ha de constituir su dialéctica impulsora. La Iglesia,
que reflexiona sobre los límites de su historia eurocéntrica para armonizar la doctrina cristiana con las culturas no occidentales, no puede partir de la idea de
un cristianismo ahistórico, ni darse por satisfecha con un pluralismo vago que no establece relaciones o que mantiene una actitud meramente protectora, no
policéntrica.
Se requiere, pues, una cultura del reconocimiento. Como dice Michael Theunissen, el texto de Lucas 17,1 -
«el Reino de Dios está en medio de vosotros»- significa que está entre las personas llamadas dialógicamente a él, pues la actitud dialógica pertenece al
esfuerzo de una voluntad comunicativa por el Reino de Dios (Der Andere, Berlin, 1977, p. 505. Cfr. el extenso estudio al respecto de Jürgen Habermas:
Fragmentos filosófico-teológicos. Ed. Trotta, Madrid, 1999, pp. 101-121). Si en el desesperado no-querer-ser-uno-mismo experimentamos que no
podemos liberarnos, que estamos condenados a la libertad, y si en el desesperado querer-ser-uno-mismo experimentamos la inutilidad del empeño
voluntarioso de ponernos como sí-mismo por propio esfuerzo, sólo podemos superar esa desesperación obstinada poniendo nuestra intersolidaridad ante un
Poder infinito. Dicho de otro modo: la persona puede ser ella misma en su libertad finita si, reconociendo la absoluta libertad de Dios, se libera de un ser-uno-
mismo narcisista autoclausurado y regresa a su propio ser-uno-mismo desde la counicación con los otros que se da en la cercana distancia del Otro por
antonomasia. En los actos de solidaridad presente y anamnética irrumpe la trascendencia en la historia gracias al presente prometedor de un Poder absoluto
posibilitante de nuestra libertad finita.
178
Carlos Marx reaviva en marzo del año 1841, en el prólogo de su tesis doctoral, su fe en el Prometeo opuesto a lo divino: «La filosofía, mientras una
las universidades no valían para pensar la realidad, había que transformarla.
Capítulo X
gota de sangre haga latir su corazón, absolutamente libre y dominador del mundo, declarará a sus adversarios junto con Epicuro: 'No es impío aquel que
desprecia a los dioses del vulgo, sino quien se adhiere a la idea que la multitud se forma de los dioses'. La filosofía no oculta esto. La profesión de fe de
Prometeo ('En una palabra, ¡yo odio a todos los dioses!') es la propia de la filosofía, su propio juicio contra todas las deidades celestiales y terrestres que no
reconocen a la autoconciencia humana como la divinidad suprema. Nada debe permanecer junto a ella. Pero a los despreciables individuos que se
regocijan de que en apariencia la situación civil de la filosofía haya empeorado, éste, a su vez, les responde lo que Prometeo a Hermes, servidor de los dioses:
'Has de saber que yo no cambiaría mi mísera suerte por tu servidumbre. Prefiero seguir a la roca encadenado antes que ser el criado fiel de Zeus'.
En el calendario filosófico Prometeo ocupa el lugar más distinguido entre los santos y los mártires».
1. Socialismo utópico
En los comienzos del siglo XIX brilla por su ausencia la clase media,
que irá emergiendo con la industrialización. El pueblo vive bajo el signo del pauperismo, entre el
desempleo y una miseria permanente apenas sin esperanza. La lucha está ahí, marcada por el lema
«libertad, igualdad, fraternidad» (1789), y cada vez se hacen más presentes las nuevas ideas
revolucionarias:
• Supresión de la herencia.
• Supresión de la moneda, sustituida por bonos de trabajo.
• Sustitución de la empresa privada por la cooperativa.
• Distribución alternativa del trabajo para evitar la continua adscripción
de algunos a los peores trabajos.
• Igualdad entre hombres y mujeres.
179
Cfr. Díaz, C: España canto y llanto. Historia del movimiento obrero con la Iglesia al fondo. ACC, Madrid, 1996
el pueblo mismo; le aborrecemos si representa su parte cadavérica». Blanc postula la creación de un
Ministerio de Progreso estatal para gestionar ferrocarriles, minas y medios de comunicación; con las
ganancias obtenidas mediante esas nacionalizaciones se crearía una bolsa para los trabajadores, otra
para sus asociaciones (socorro de enfermos, viejos, etc) y otra para el Estado en concepto de
devolución.
Así las cosas, el gobierno provisional, del que Louis Blanc llegó a ser
miembro, asumió la creación del Ministerio y sus reformas. Los Talleres Nacionales, con una nueva
religión de la fraternidad obrera, con una nueva mística del trabajo, con capital común y creación de
casas y barrios obreros, terminaron sin embargo fracasando: crecía el número de los parados, la
producción distaba de racionalizarse, se carecía de visión comercial, etc, hasta que dichos talleres
degeneraron en establecimientos de beneficencia que ofrecían uno o dos francos diarios a los obreros
desocupados y por último hubieron de ser cerrados. Y entonces el levantamiento se produjo en junio.
180
Guillem, J.M: Los movimientos sociales en las sociedades industriales. Eudema, Madrid, 1994, pp. 8 ss
la siguiente forma: cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto más valores
crea, tanto más sin valor, tanto más indigno es él; cuanto más elaborado su producto, tanto más
deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto más
rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el
trabajador»181. El obrero se encuentra alienado, enajenado: «¿En qué consiste entonces la enajenación
del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
que en su trabajo el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no
desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por
eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo
cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. De este modo, su trabajo no es voluntario, sino
forzado, trabajo forzoso. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para
satisfacer las necesidades fuera del trabajo»182. Así no se puede seguir.
2.3. La A.I.T
181
Marx, K: Manuscritos de economía y filosofía. Alianza Ed. Madrid, 1970, pp. 107-108
182
Marx: Ibi,. pp. 108-109
183
Cfr. Eugenio del Rio: La dictadura del proletariado. Mañana Ed. Madrid, 1977, p. 10. Más tarde, con Lenin y Stalin, «dictadura del proletariado»
no sólo no se opondría a democracia comunista (únicamente a dictadura de la burguesía), sino que sería equivalente a una forma superior de democracia:
poder popular, centralismo democrático. Tras la segunda Guerra mundial, trasformados los Estados del Este europeo en sistemas políticos similares al
soviético (1948), las democracias comunistas se adjetivan como populares «en tránsito hacia el socialismo», con el fin de señalar su oposición a las
democracias liberales capitalistas. En ellas la unidad centralizada del poder, el dirigismo planificador y el modelo de partido único borran por completo
cualquier posibilidad de democracia formal. Tal centralismo establecería la obligatoriedad por parte de los órganos del partido de responder de sus
actuaciones frente a los órganos superiores, así como la de informar a los inferiores. Dada la centralización de las decisiones y la prohibición de las
disidencias, debatida una cuestión y adoptada una decisión, las minorías acatan disciplinadamente la posición mayoritaria. Atención al Mao de 1956:
«Estamos en presencia de dos tipos de contradicciones sociales: las contradicciones antagónicas entre nosotros y nuestros enemigos, y las contradicciones no-
antagónicas en el seno del pueblo. Los rasgos de unas y otras son totalmente diferentes. Nuestro Estado tiene como régimen la dictadura democrática popular.
El fin de la dictadura es proteger al pueblo en el trabajo que realiza para transformar a China en un país socialista dotado de una industria, de una agricultura,
de una ciencia y de una cultura modernas. ¿Quién ejerce la dictadura? La ejerce la clase obrera y el pueblo dirigido por ella. La dictadura no se ejerce en el
seno del pueblo. El pueblo no puede ejercer la dictadura sobre sí mismo, y una parte del pueblo no sabría oprimir a otra. Quienes, dentro del pueblo, infringen
la ley, deben ser castigados según la ley. Estamos en favor de una libertad a la que se une una dirección, y a favor de una democracia con una dirección
centralizada». Mao: Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo. Pekin, 1976
184
Marx, K: Manifiesto del partido comunista. Ed. Ayuso, Madrid, 1975
Que los esfuerzos de los trabajadores por conquistar su emancipación
no han de tender a constituir nuevos privilegios sino a establecer para todos los mismos derechos y los
mismos deberes;
Que la sujeción del trabajador al capital es fuente de toda esclavitud
política, material y moral;
Que por lo mismo la emancipación económica de los trabajadores es el
gran objetivo al que debe subordinarse todo movimiento político;
Que los esfuerzos hechos hasta ahora han fracasado por falta de
solidaridad entre los obreros de las diferentes profesiones en cada país, y de unión fraternal entre los
trabajadores de diversas regiones;
Que la emancipación de los trabajadores no es un problema únicamente
local o nacional, sino que, al contrario, este problema interesa a todas las naciones civilizadas,
estando necesariamente subordinada su solución al concurso teórico y práctico de las mismas;
Que el movimiento que se está efectuando entre los obreros de los
países más industriales del mundo entero, al engendrar nuevas esperanzas, da un solemne aviso para
no incurrir de nuevo en antiguos errores, aconsejando combinar todos los esfuerzos hasta ahora
aislados.
Por estas razones los abajo firmantes, miembros del Consejo elegido
por la asamblea realizada el 28 de septiembre de 1864 en el Saint Matin's Hall de Londres, han
adoptado las medidas necesarias para fundar la Asociación Internacional de Trabajadores. Declaran
que esta Asociación internacional, así como todas las sociedades e individuos que a la misma se
adhieran, reconocerán como base de su conducta para todos los hombres la Verdad, la Justicia y la
Moral, sin distinción de color, de creencia o de nacionalidad.
Consideran como un deber reclamar no solamente para ellos los
derechos del hombre y del ciudadano, sino para todos los que cumplan sus deberes. No más deberes
sin derechos, no más derechos sin deberes».
A los Congresos de la A.I.T, jugándose la vida, perseguidos, asisten
como pueden y en medio de la máxima precariedad los primeros militantes. Fueron los siguientes:
Primer Congreso: Ginebra, 1866; Segundo Congreso: Lausanne, 1867; Tercer Congreso:
Bruselas, 1868; Cuarto Congreso: Basilea, 1869; Quinto Congreso: La Haya, 1872.
Desgraciadamente la heterogeneidad de sus elementos minó pronto su eficacia: los sindicalistas
ingleses la miraban con recelo, pues no querían sufrir la entrada de mano de obra barata procedente
del continente, mientras que en otros países como Italia y España no se consiguieron afiliados durante
los primeros años. Andando el tiempo, no obstante, la A.I.T. va tomando incremento: «La gran crisis
económica de 1867 provoca grandes movimientos huelguísticos en los años siguientes que la
fortalecen. Mas, precisamente a causa de sus recien adquiridas vastas proporciones, la Internacional
abriga entonces tendencias dispares y las crisis ideológicas no se hacen esperar. En 1869 la
Internacional acepta en su seno la Alianza Internacional recién fundada por Bakunin. El anarquismo
bakuninista progresa entonces rápidamente en ella. Marx sale al paso de esta tendencia, pero no
consigue eliminarla durante el Congreso de Basilea de 1869. Durante el mismo, Bakunin acusa a
Marx de propugnar el autoritarismo dentro del movimiento obrero; y Marx a Bakunin de
atolondramiento en la acción revolucionaria y de falta de bases científicas. Sin que la Internacional se
incline por ninguno de los dos campos, estalla la guerra francoprusiana. Proclamada la república en
Francia, Bakunin se precipita a 'abolir el Estado' en Lyon, con otros correligionarios suyos. El intento
fracasa pero en París estalla la revuelta de la Comuna de París el 18 de marzo de 1870. Los
internacionales de París animan la revolución, aunque sean minoría en el Consejo de la Comuna.
Parcialmente a causa de ello la Asociación Internacional de Trabajadores sufre una crisis final. Las
facciones la dividen y el terror de los gobiernos europeos ante la revuelta parisiense envuelve a los
internacionales en una atmósfera de represión. En España la Internacional es declarada fuera de la ley
y en el Norte de Europa se persigue y encarcela a los internacionales. En condiciones muy precarias,
con muy pocos delegados, tiene lugar entonces la Conferencia de Londres en 1871, en la que Marx
hace triunfar su criterio a pesar de la oposición de varios delegados, en especial del anarquista español
Anselmo Lorenzo, cuyas Memorias reflejan muy bien el ambiente revolucionario de la época. Marx
proponía la constitución de un partido político del proletariado, única solución para conseguir la
supresión definitiva de las clases sociales. El proletariado debía politizarse: de lo contrario estaría
fuera de combate antes de entrar en la lucha. Naturalmente estas posiciones eran inaceptables para los
anarquistas, máximos campeones del apoliticismo proletario. La escisión final, y con ello la
disolución de la Primera Internacional Obrera, se consuma en el Congreso de La Haya de 1872» 185.
185
Giner, S:: Historia del pensamiento social. Ed. Ariel, Barcelona, 1967, pp. 488-489
186
Garrido, F: Historia de las clases trabajadoras. IV. Ed. Zero, Bilbao, 1972
aunque reaparecería cuantas veces pudiese durante la clandestinidad. Desde entonces días de
oficialidad y días de clandestinidad alternaron. Otro tanto pasó en el mundo.
3. Los marxismos
187
Pero si esto da una idea de la vitalidad y la flexibilidad de la flor del marxismo para aclimatarse a tan diferentes ambientes, el precio que tuvo que pagar
fue que para preservar la supuesta inmutabilidad de la misma planta marxista no se reconociera la mutación que en cada trasplante se producía, hablándose
de un único bloque monolítico marxista-leninista-estalinista-maoísta. El marxismo (sin el beneplácito de Marx mismo, pero con la insistencia de Engels)
distingue entre el materialismo dialéctico (Diamat) y el materialismo histórico (Hismat).
Federico Engels, aprovechando la aparición de las obras de Darwin lanzó su Diamat: si la naturaleza evoluciona desde el reino mineral al
vegetal, del vegetal al animal, y del animal al racional, todo obedece a la misma ley, quedando aminoradas las diferencias entre hombre y naturaleza. El
materialismo histórico (Hismat) es la prolongación del materialismo dialéctico en el terreno de la historia humana. Las fuerzas determinantes de la
evolución/revolución histórica son fuerzas económicas y materiales de la vida humana, que constituyen su infraestructura. La dialéctica histórica transforma
la cantidad en cualidad a través de rupturas o explosiones que dan lugar a fases superiores de desarrollo histórico (por ejemplo, del capitalismo a la fase
socialista). La historia se explica mediante leyes: «Toda la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases», de las cuales clases una es la clase
buena, otra la mala. Una vez alcanzado el estadio comunista, definitivo e insuperable, el movimiento dialéctico cesa por ausencia de contradicciones (lo que -
por cierto- entraña una paradoja: la dialéctica hace posible el comunismo que hace imposible la dialéctica. Mao, consciente de esa dificultad, y pretendiendo
superarla, adopta una posición intermedia distinguiendo entre contradicciones antagónicas, las propias del capitalismo, extrañas ya al comunismo, y las no
antagónicas o de tono menor, que permiten de algún modo la permanencia de ciertas tensiones dialécticas).
de la democracia social, y por marxistas y anarquistas, estos últimos también llamados «comunistas
libertarios».
Finalmente -llegado el día cuya fecha nunca se explicitó- ese paraíso
sería entregado gozosamente al pueblo obrero: «En la fase superior de la sociedad comunista, cuando
haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella
la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un
medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo del individuo en todos sus
aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro llenos los manantiales de la
riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués
y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus
necesidades!»188.
188
Marx: Crítica del programa de Gotha. Ed. Ayuso, Madrid, 1975
189
Gaudiumn et Spes, 5
190
Gaudium et Spes, 4
Pero el marxismo no se entiende sin el anarquismo. El anarquismo ha
puesto sobre la historia una enorme voluntad, tan ardorosa que podría afirmarse sin hipérbole que se
resuelve en una «religión» laica que logra articularse a mediados del siglo XIX como una respuesta
revolucionaria a vida o muerte («libertad o muerte», «tierra y libertad»).
Suele convenirse en que los teóricos anarquistas (o libertarios) más
importantes han sido el francés Pedro José Proudhon, los rusos Miguel Bakunin y Pedro Kropotkin, y
el italiano Enrique Malatesta. Si tal en el ámbito teorético, en su dimensión práctica compartió el
anarquismo con el marxismo el primer plano en aquella primera Asociación Internacional de
Trabajadores, antítesis verdadera de toda xenofobia («los trabajadores no tienen patria, su patria es el
trabajo»). Luego vino la ruptura con el marxismo por tres discrepancias:
• Rechazo de la dictadura
Establecida la dictadura del proletariado (contradictorio «tordo blanco»
según la expresión de Kropotkin), ella se tornaría algún día dictadura sobre el proletariado.
• Insuficiencia del economicismo
Los mecanismos económicos no son el último resorte explicativo de la
realidad; a diferencia del marxista más epicúreo, el anarquista tuvo una vida más estoica.
• Confianza antropológica
La lucha de clases noes el motor de la historia; la bondad natural del
ser humano se manifiesta en el «apoyo mutuo» de todos los animales entre sí, antítesis del
darwinismo.
191
Voz «Anarquismo» de la Enciclopedia anarquista. Editorial Tierra y Libertad. México, 1972, p. 134
anarquista?, ¿con qué criterio habríamos de reputar más anarquista al anarcocomunista Errico
Malatesta que al egocéntrico Max Stirner?
• ¿Por qué apropiarse el término libertad?
¿No parecería demasiado presuntuoso cualquier intento de apropiación
exclusivizante de la libertad por parte del anarquismo? En efecto, ¿por qué no podría rotularse bajo el
genérico designativo de «anarquista» a cualquier organización que también hubiera luchado por la
libertad? ¿acaso no hubo quien dió su vida por ella desde las más variadas y hasta antagónicas
convicciones, no sólo entre los que asumieron opciones de tipo «quijotista», sino incluso hasta en el
interior del más enconado enemigo histórico del anarquismo, el mismísimo marxismo «científico»?
• ¿Todos anarquistas, ninguno anarquista?
Pero, si el anarquismo es coextensible con la entera humanidad que
busca la libertad, ¿no nos encontraríamos con un curioso anarquismo anteanarquista,
anarcopitequiano, anterior al anarquismo histórico específico que comienza propiamente en el siglo
XIX? Ahora bien, cuando todos anarquistas, ningún anarquista.
192
Entre campesinos. In «Socialismo y anarquía». Ed. Ayuso, Madrid, 1975
impuesta desde que nacemos, por el acaso o por prejuicios sociales. Y aun cuando existieran ciertos
trabajos que persistiesen en ser más penosos que otros, se buscaría el modo de compensar la diferencia
con otras ventajas especiales; sin contar que, cuando se trabaja en común, para el común interés, nace
siempre el espíritu de fraternidad y condescendencia, como en la familia, de modo que más bien que
litigar para ahorrar esfuerzo, cada uno tomará entonces para sí los trabajos más penosos. Si a pesar de
todo lo dicho hubiese aún trabajos necesarios que nadie quisiera efectuar voluntariamente, entonces
los efectuaremos todos, trabajando en ellos un determinado tiempo cada individuo, por ejemplo un día
cada mes o una semana al año»193.
4.2.3. Educación
Los anarquistas fueron socráticos:
«- Pero y los vividores, los ladrones y los malvados, ¿qué se hará con
ellos? - Primeramente te diré que cuando no exista ya más miseria e ignorancia, todos estos tampoco
existirán. Pero aunque existiese alguno ¿hay por eso necesidad de tener gobierno y policía? ¿Acaso no
seremos aptos nosotros mismos para tener a raya al que no respete a los demás? Lo que haremos no
será suprimirlos, como sucede hoy, con los reos y aún con los inocentes; pero los pondremos en
condiciones de que no puedan dañar; y haremos lo posible para volverlos al buen camino» 194.
• La cuestión de la violencia
El anarquista ha sido desacreditado como individuo con sombrero de
ala ancha y bomba de fabricación casera en el bolsillo, dominado por el instinto de muerte, e incluso
marcado genéticamente por el cromosoma del crimen (Cesare Lombroso); en cuanto enemigo
encarnizado del poder, se vería obligado a no vacilar ni de día ni de noche en su recurso al terrorismo,
la «propaganda por la acción» del furor y de la rabia sin escrúpulos, tal y como lo propugnaron
determinados elementos marginales dentro del anarquismo, desde Ravachol hasta Netchaiev y su
«Catecismo del Revolucionario». Ahora bien, junto a los anteriores, en el anarquismo siempre
predominaron los anarquistas pacifistas como Leon Tolstoi.
• La cuestión del ateísmo
El anarquismo ha venido siendo considerado como un sinónimo de
ateísmo, porque -bajo el santo y seña del lema Ni Dieu ni Maître de Bakunin- ha identificado
falsamente la figura de Dios con la figura de un amo (aunque, para no ser en esto menos que en lo
demás, excepciones también las hubo aquí, por ejemplo la de F. D. Niewenhuis). Esto no impide que
el anarquismo siempre haya mirado con respeto y hasta con admiración a la figura humana de Jesús
de Nazareth, aunque sin reconocer su naturaleza divina.
• La cuestión del antiestatalismo
El anarquismo debe reconsiderar asimismo su ancestral antiestatalismo.
En efecto, si bien es verdad que todo Estado tiende a erigirse en Estado de clase dominante, en
gigantesca máquina de productividad decreciente, en burocracias mamutizadas a costa de la sociedad
civil, especialmente de los más pobres, sin embargo en el día de hoy es un mal necesario, sin que
parezca razonable abolirle en las presentes condiciones mientras no se sustituya más que por el
inconcreto deseo de que llegue el hipotético reino de la libertad plena, pues ¿qué pasaría mientras
tanto si el Estado no se hiciese cargo de ciertos servicios básicos y vitales como la salud, la enseñanza,
las comunicaciones, los transportes, etc, que no resultarían rentables en general a menos que se
cobrara por ellos cantidades que la gran mayoría de la población no podría permitirse pagar?, ¿qué
empresa privada y por ende con ánimo de lucro se haría cargo de los servicios sociales
económicamente onerosos en los barrios marginales, por ejemplo?
• La cuestión del antiautoritarismo
El anarquismo debe retomar aquella pista que el propio Bakunin
suministraba al aseverar que no rechaza por principio toda autoridad sino tan sólo la opresora, ya que
en materia de autoridad a la hora de hacer zapatos prefiere recurrir al zapatero.
193
Ibidem
194
Ibidem
Por lo demás también el anarquismo tiene sus propias autoridades
morales como todos los colectivos, y es bueno que así sea.
• La cuestión del poder
El anarquismo debe matizar también su noción de poder, porque ha
aceptado demasiado alegremente aquella famosa sentencia de Lord Acton según la cual «el poder
corrompe y el poder absoluto absolutamente», o la otra más popular según la cual «le pouvoir rend
fou» (el poder enloquece). Nada menos cierto sin embargo, porque allí donde hay poder hay ser; a
más poder, más ser, la impotencia vendría a coincidir con el no-ser, y la muerte con la pérdida total de
potencia. Por el hecho de ser, todo tiene un poder: incluso el viejo, o el niño, o el enfermo, pues sus
rostros tienen poder sobre las personas morales que no les abandonan. Así pues, cuanto más poder
compartido tanto mejor, más energía, más vitalidad.
• La cuestión de la libertad
El anarquismo debe repasar asimismo ciertas nociones fundamentales
de su teoría ética, sobre todo (sin entrar ahora en la cuestión de su propio conflicto interior entre el
determinismo moral de P. Kropotkin frente al voluntarismo de E. Malatesta) aquella relación entre
moralidad y acción libre que concluye a veces en un inmoralismo «virtuoso» cuando exalta una
libertad cuya exacerbación y torcido ejercicio puede dar como resultado en muchas ocasiones la
perversión moral de la acción libre misma. Dicho de otro modo, el anarquismo, sin necesidad de
abandonar la libertad como principio moral formal, debe reflexionar sobre los contenidos materiales
presentes en el ejercicio concreto de esa libertad y distinguir entre ellos, pues no todos son buenos. La
razón es clara: se puede hacer mucho mal al intentar asumir inadecuadamente la libertad.
• La cuestión de la obligación y la sanción
Por último, debería remeditar la relación entre moralidad y
obligación/sanción. Frente a la extendida opinión tomada de Jean Marie Guyau, la moral anarquista
no puede ser una moral «sin obligación ni sanción» por el mero hecho de asentarse en la irrestricta
libertad, precisamente porque la libertad -no siendo nunca abstracta- debe responder de sus acciones
concretas ante unas normas morales concretas, los códigos morales y las prácticas deontológicas
(relativas al deber), cuya exigencia de respeto y cumplimiento resulta obligatoria (sin por ello dejar de
aceptarse libremente) y cuya conculcación pide por ende sanción (sanción moral, cuando menos;
sanción legal, si el comportamiento incorrecto se traduce en lesión de la convivencia).
Pero al final ¿venció el obrero anarcomarxista al burgués, o el obrero
terminaría aburguesándose? Federico Nietzsche previó esta última posibilidad, de ahí su reacción
gigantesca frente a todo lo colectivo, rechazando por tanto al Prometeo colectivo en favor de un
profético Zaratustra, de un guerrero vikingo superior, de un Wotan universal con mirada de
superhombre.
Capítulo XI
Nietzsche: del titán Prometeo al Superhombre trágico
195
G.D. pp. 55-56
196
Z.G.M. I,2
197
G.D. p. 82
198
Z.G.M. I,5
199
J.G.B. parágrafo 30
200
Z.G.M. I,12
201
J.G.B. parágrafo 62
202
Z.G.M. parágrafo 13; J.G.B., parágrafo 60
203
J.G.B. parágrafo 16
2.2. No hay un sujeto-sustancia
Así como Goethe había escrito que «nadie vaya a buscar nada detrás de
los fenómenos, ellos mismos son la doctrina», así también repite Nietzsche: «No hay ningún 'ser'
detrás del hacer, del actuar, del devenir; el agente ha sido ficticiamente añadido al hacer, el hacer es
todo»204; «por un instinto de conservación, en que toda mentira suele santificarse, esa especie de
hombre necesita creer en el sujeto indiferente y libre para elegir. El sujeto (o, hablando de modo más
popular, el alma) ha sido hasta ahora en la tierra el mejor dogma»205. «A partir de ahora guardémonos
de la peligrosa y vieja patraña conceptual que ha creado un sujeto puro del conocimiento, sujeto ajeno
a la voluntad, al dolor, al tiempo»206.
2.3. Ni un sujeto-voluntad
2.4. Ni un sujeto-causa
204
Z.G.M. I,13
205
Z.G.M. I,13
206
Ibi, III, parágrafo 12
207
G.D. p.10
208
J.G.B. parágrafo 19. «Nosotros hemos inventado el concepto 'finalidad'; en la realidad falta la finalidad. Se es necesario, se es fragmento de fatalidad, se
forma parte del todo, se es en el todo, pero no hay nada fuera del todo» (G.D, pp. 68-70).
209
Ibi, parágrafo 21. «En todo tiempo se creyó saber qué es una causa, mas ¿de dónde sacábamos nuestro saber, o más exactamente nuestra creencia de
tener ese saber? Del ámbito de los famosos 'hechos internos', ninguno de los cuales fue demostrado hasta ahora ser un hecho. Creíamos que en el acto de la
voluntad nosotros mismos éramos causas... Tampoco se dudaba que todos los antecedentia de una acción, sus causas, había que buscarlos en la conciencia,
¿quién habría discutido que el yo causa el pensamiento? De esos tres 'hechos internos' con que la causalidad parecía quedar garantizada, el primero y más
convincente es el de la voluntad como causa; la idea de una conciencia ('espíritu') como causa, y más tarde también la del yo (el 'sujeto') como causa nacieron
2.5. Ni sujeto yo, ni sujeto ello
«Un pensamiento viene cuando 'él' quiere, y no cuando 'yo' quiero; es
un falseamiento de la moral decir: el sujeto 'yo' es la condición del predicado 'pienso'. Ello piensa.
Pero incluso decir 'ello piensa' es ya decir demasiado, pues ese 'ello' contiene una interpretación del
proceso, y no forma parte del mismo. Se razona así según la rutina gramatical que dice: 'pensar es una
actividad, de toda actividad forma parte alguien que actúa, luego...'. Más o menos de acuerdo con
idéntico esquema buscaba el viejo atomismo el átomo... acaso algún día se habituará la gente, también
los lógicos, a pasarse sin aquel pequeño 'ello', a que ha quedado reducido, al volatilizarse, el honesto y
viejo yo»210.
¿Qué queda, pues, del hombre? No un yo, ni siquiera un ello, sólo una
máscara para cada instante, tantos sujetos como instantes, y tantos instantes como máscaras; nada
debajo, en fin, tan sólo un caballero inexistente: «Todo lo profundo ama la máscara» 211. «¿Cómo, un
gran hombre? Yo siempre veo tan sólo al comerciante de su propio ideal»212, «la hipocresía es propia
de las edades de fe fuerte»213.
3. Un yo inocente
Si no hay yo, tampoco hay que buscar culpables éticos: «La doctrina de
la voluntad ha sido inventada esencialmente con la finalidad de castigar, es decir, de querer encontrar
culpables; por consiguiente, se tuvo que pensar que toda acción era querida, y que el origen de toda
acción estaba situado en la conciencia»214, por lo cual Nietzsche pide «que no se haga ya responsable
a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa» 215. No existe para Nietzsche el deber,
sino el ser: «¡Qué ingenuidad es decir: 'el hombre debería ser de este y de aquel modo'! La realidad
nos muestra una riqueza fascinante de tipos, la exuberancia propia de un pródigo juego y mudanza de
formas. Cuando el moralista se dirige al individuo y le dice: ¡tú deberías ser de este y de aquel modo!
no deja de ponerse en ridículo. El individuo es un fragmento de fatum, una ley más, una necesidad
más para todo lo que viene y será. Decirle 'modifícate' significa demandar que se modifiquen todas las
cosas»216.
simplemente después de que la voluntad estableciera la causalidad como dada, como una empiría. Entre tanto hemos pensado mejor las cosas. Hoy no
creemos ya una sola palabra de todo aquello» (G.D. pp. 63-65).
210
J.G.B. parágrafo 17
211
Ibi, parágrafos 15 y 289
212
Ibi, parágrafo 97
213
G.D., p. 97
214
G.D. pp. 68-70
215
G.D. p. 70
216
G.D. p. 58
permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la
memoria... Cuando el hombre consideró hacerse una memoria, tal cosa no se realizó jamás sin sangre,
martirio, sacrificios»217. «Se trata de hacer una memoria a quien hace promesas» 218. Frente a la
memoria, que reintroduce la culpa y la pena, hay que desarrollar el olvido, que restaura la inocencia,
aunque desarrollar el olvido exija «un activo no-querer volver a recordar»219. Sin sujeto no hay
memoria, sin memoria no hay moral: «no hay hechos morales, sólo una interpretación moral de los
fenómenos»220. Sobre la inocencia del ser descansa el Superhombre221.
4. Inaugurar la voluntad
217
Z.G.M. II, parágrafo 3
218
Z.G.M. II, parágrafo 5
219
Z.G.M. II, parágrafo 1
220
J.G.B. parágrafo 108. Lo mismo en J.G.B. parágrafo 32, en G.D. p. 71, y en el prólogo de Z.G.M.
221
Z.G.M. III, 19
222
J.G.B. parágrafo 260. «El espíritu que ha llegado a ser libre pisotea la despreciable especie de bienestar con que sueñan los tenderos, los cristianos, las
vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas. El hombre libre es un guerrero» (G.D. pp. 114-115). «La moderación se nos ha vuelto extraña,
confesémoslo; nuestro prurito es cabalmente el prurito de lo infinito, desmesurado. Semejantes al jinete que, montado sobre un corcel, se lanza hacia adelante,
así nosotros dejamos caer las riendas ante lo infinito, nosotros los semibárbaros, y no tenemos nuestra bienaventuranza más que allí donde más peligro
corremos» (J.G.B. parágrafo 224). «Resulta imposible no reconocer en la base de todas estas razas nobles al animal de rapiña, la magnífica bestia rubia, que
vagabundea codiciosa de botín; de cuando en cuando necesita desahogarse, el animal tiene que volver a salir fuera, retornar a la selva -las aristocracias
romana, árabe, germánica, japonesa, los héroes homéricos, los vikingos escandinavos- todos ellos coinciden en tal imperiosa necesidad. Son las razas nobles
las que han dejado atrás de sí el concepto de 'bárbaro' por donde han pasado: es esa audacia, la razymía de los atenienses, su indiferencia y su desprecio de la
seguridad, del cuerpo, del bienestar, su horrible jovialidad y el profundo placer que sienten en destruir, en todas las voluptuosidades del triunfo y de la
crueldad...; el sentido de toda cultura consiste cabalmente en sacar del animal rapaz 'hombre', mediante la crianza, un animal manso y civilizado, un animal
doméstico... ¿Qué es lo que hoy produce nuestra aversión contra 'el hombre'? -pues nosotros sufrimos por el hombre, no hay duda- No es el temor, sino, más
bien, el que ya nada tengamos que temer en el hombre, el que el 'hombre manso', el incurablemente mediocre y desagradable haya aprendido a sentirse a sí
mismo como la meta y la cumbre, como el sentido de la historia, como 'hombre superior'» (Z.G.M. I,11).
223
J.G.B. parágrafo 260
del propio Nietzsche:
• «¿Qué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la
voluntad de poder.
• ¿Qué es malo? Cuanto procede de la debilidad.
• ¿Qué es felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una
resistencia queda superada.
• No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no
virtud, sino vigor.
• ¿Qué es más dañino que cualquier vicio? La compasión activa con
todos los malogrados y débiles, el cristianismo»224.
«O los hombres son voluntad de poder, o por el contrario la impotencia
del poder, y entonces se vuelven necesariamente 'buenos'»225. «Hay una moral de señores y una moral
de esclavos. El hombre aristocrático separa de sí a aquellos seres en los que se expresa lo contrario de
tales estados elevados y orgullosos, los desprecia... La especie aristocrática de hombre se siente a sí
misma como determinadora de los valores, no necesita dejarse autorizar, su juicio dice: 'lo que me es
perjudical a mí es perjudicial en sí', sabe que ella es la que otorga dignidad en absoluto a las cosas,
ella es creadora de valores. Todo lo que conoce que hay en ella misma lo honra: tal moral es
autoglorificación»226.
Y, ante el que es superior a uno mismo, «el hombre aristocrático honra
en sí mismo al poderoso, también al poderoso que tiene poder sobre él» 227.
4.2. ¿Y la com-pasión?
4.3. Lo dionisiaco
224
Der Antichrist, 2
225
Der Antichrist, 2
226
J.G.B. parágrafo 260
227
J.G.B. parágrafo 260
228
J.G.B. parágrafo 260
229
J.G.B. parágrafo 260
230
J.G.B. parágrafo 260
231
G.D, p. 92
enthousiasme»232. En esta excitación aquilina no hay calma, no hay armonía, sino espartaquismo
moral, es decir, gusto por la pugna y la victoria: «El decir sí a la vida misma, aun a sus problemas
más extraños y duros, la voluntad de vida, gozándose en su propia inagotabilidad al sacrificar sus
tipos más elevados, a eso lo llamé dionisiaco, esto lo entendí como puente hacia la psicología del
poeta trágico. En este sentido tengo derecho a considerarme el primer filósofo trágico» 233, pues «el
artista trágico no es un pesimista, dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es
dionisiaco»234.
Capítulo XII
232
J.G.B, parágrafo 288
233
Ecce Homo 4,3
234
G.D. La «razón» en la filosofía, 6. «Yo soy, con mucho, el hombre más terrible que ha existido hasta ahora, lo cual no excluye que yo seré el más
benéfico. Conozco el placer de aniquilar en un grado que corresponde a mi fuerza para aniquilar; en ambos casos obedezco a mi naturaleza dionisiaca, la
cual no sabe separar el hablar no del decir sí. Yo soy el primer inmoralista, por ello soy el aniquilador par excellence» (Ecce Homo V,2).
1. El ambiente en que se mueve el primer Wittgenstein: un cierto
aire de familia
235
Russell, B: La Filosofía del Atomismo Lógico. In J. Muguerza: La Concepción Analítica de la Filosofía. I. Alianza Ed. Madrid, 1974
dejó caer una cerilla encendida') y, sin embargo, quedar sin determinar la verdad o falsedad de la
proposición compuesta. Y esto mismo que decimos de las proposiciones causales puede decirse de
otras, como las finales y muchas de las condicionales.
Así pues, en el lenguaje ordinario hay tipos de proposiciones cuya
verdad o falsedad no queda inequívocamente determinada por la verdad o falsedad de sus
componentes o, dicho de otro modo, que no son funciones veritativas de sus componentes. Ello puede
ser interpretado de dos modos: como una deficiencia de la lógica formal, que no ha acertado a recoger
toda la riqueza semántica del lenguaje ordinario, o bien como una deficiencia del lenguaje ordinario
que introduce nociones confusas, como la de causalidad, finalidad, etc. La segunda interpretación será
la del Wittgenstein joven y la de los neopositivistas: «La proposición es una función veritativa de la
proposición elemental»'236. La importancia de la aceptación de este principio consiste en que hace
posible el análisis total, sin residuos, de cualquiera de nuestras proposiciones, por complejas que
sean, en un número determinado de proposiciones simples, cuya verdad o falsedad puede ser
establecida directamente.
3. El Círculo de Viena
236
Tractatus, 5
que los nones», etc), por eso afirma Carnap que «las proposiciones metafísicas no sirven para la
descripción de relaciones objetivas, ni existentes ni no-existentes, ellas sirven para expresar una
actitud meramente emotiva ante la vida».
Asimismo se declaran sin sentido todas las normas éticas y en general
todo conocimiento procedente del pensamiento o de la intuición pura, al no aportar nada a nuestro
conocimiento científico: «Experimentamos sentimientos de reprobación que brotan de nosotros
mismos respecto de tal o cual acción, y eso es un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento,
no de la razón. Está en tí mismo, no en el objeto».
¿Entonces a qué se reduce la filosofía? Si quiere servir aún para algo
habrá de dedicarse, continúa Carnap, «no a proposiciones, no a una teoría, no a un sistema, sino
exclusivamente a un método, el del análisis lógico». Veámoslo.
4.1. Biografía
237
«El País», 29-X- 1991
se traslada a Manchester, donde prosigue sus estudios de ingeniería aeronáutica, si bien se interesa
sobre todo por problemas de lógica y fundamentación de la matemática.
Al estallar en 1914 la primera Guerra mundial se alista voluntario en el
ejército del imperio austrohúngaro. Inicia su reflexión escrita en su Diario filosófico, y lee a Tolstoi,
el pensador anarcopacifista que le impresiona profundamente. Asimismo, estudia los Evangelios, que
lleva consigo mientras está en el frente de guerra. En agosto de 1918, mientras disfrutaba en Viena de
un permiso, y sólo tres meses antes de que cayera prisionero en el frente sur siendo internado en un
campo de prisioneros de las proximidades de Montecassino (Italia), Wittgenstein concluye su célebre
Tractatus logico-philosophicus, que sería publicado en 1921. Escrito con un estilo austero y elegante,
el libro consta de siete puntos subdivididos en apartados numéricos lacónicamente expuestos. Una vez
concluído el Tractatus, Wittgenstein abandonaría su actividad filosófica y no volvería a
reemprenderla hasta finales de los años 20. De esta época datan dos conferencias, una sobre ética y
otra sobre el concepto de forma lógica, que, junto con sus conversaciones con algunos destacados
miembros del Círculo de Viena, pueden considerarse las últimas de su primer periodo, si bien en ellas
ya empiezan a vislumbrarse importantes rectificaciones, más propias del segundo Wittgenstein.
Liberado en agosto del 1919, duda si hacerse sacerdote o maestro de
niños. Vuelve a Viena y se matricula en la Escuela de Magisterio. Es ahora cuando dona a sus
hermanos la totalidad de su fortuna; a partir de este momento vivirá modestamente de sus sueldos
como maestro o profesor y de becas. En diciembre de ese mismo año para discutir el Tractatus se
entrevista con Bertrand Russell, con quien sostuvo una larga amistad. Al año siguiente, en 1920,
trabajará como jardinero en el convento de Klosterneuburg. Habiendo obtenido el título de maestro de
escuela primaria, empieza a ejercer en aldeas desde 1923 hasta 1926, fecha en que publica un
«Vocabulario para escuelas primarias». Vuelve a trabajar como jardinero en el convento de
Hütteldorf. Durante los años 1926-1928 se dedica a construir una casa en Viena para su hermana.
En 1929 se traslada a Cambridge, distanciándose progresivamente del
Círculo de Viena, con el que había entrado en contacto tres años antes. En 1933 dicta a sus alumnos
El Cuaderno azul, y en el 1934 El Cuaderno marrón. Siempre insatisfecho consigo mismo y con el
entorno académico-social, comienza a estudiar ruso pensando en trasladarse a un país diferente,
visitando al efecto la Unión Soviética al año siguiente. De ahí pasa a Noruega en 1936, empezando a
trabajar en el libro representativo de su segunda etapa, las Investigaciones filosóficas.
En 1937 se nacionaliza británico y regresa a Cambridge, sucediendo
dos años después a Moore en la cátedra. Vuelve a visitar la Unión Soviética, mientras estalla la
segunda Guerra mundial.
En 1942 trabaja como voluntario en el Guy's Hospital de Londres,
manteniendo secreta su identidad y sin abandonar sus clases en Cambridge. En 1943 trabaja en el
laboratorio del hospital de Newcastle, y en 1944 regresa a Cambridge. Tras el final de la guerra en
1945, en 1947 renuncia a su cátedra de Cambridge y se traslada a Irlanda, viviendo en una soledad
absoluta en la costa oeste de Irlanda durante unos meses. Después de cortas estancias en Viena y
Cambridge, vuelve a Irlanda y se instala en un hotel de Dublin.
En 1949 trabaja en la segunda parte de las Investigaciones filosóficas,
pasa el verano en los EEUU, y a finales de año se le diagnostica cáncer de próstata. Durante el 1950
reside en Noruega y en Oxford, muriendo en Cambridge en 1951 en casa de su médico, quien le había
acogido para cumplir su deseo de no morir en un hospital. Sus últimas palabras, las de un hombre
inteligente, brillante, con enorme influencia en sus alumnos y con fuerte personalidad, pero
atormentado, fueron: «Dígales a mis amigos que he tenido una vida maravillosa».
238
En torno a la ética y el valor. Universidad de San Marcos, Lima, 1967, p. 26
filosófica a partir del segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas. Russell manifiesta
así su dolor por el cambio de su amigo y discípulo: «El primer Wittgenstein, a quien conocía
íntimamente, era una persona dedicada de manera intensa y apasionada al pensamiento filosófico,
profundamente consciente de los difíciles problemas cuya importancia advertíamos tanto él como yo, y
en posesión (por lo menos así pensaba yo) de una auténtico genio filosófico. El nuevo Wittgenstein,
por el contrario, parece haberse cansado de pensar en serio y parece haber inventado una doctrina apta
para convertir en innecesaria dicha actividad. Ni por un instante creo que sea verdadera una doctrina
que manifiesta unas consecuencias tan lúgubres». Sin embargo, al abandonar las teorías del Tractatus
Wittgenstein no se convierte en un escéptico, pues «el escepticismo no es irrefutable, sino claramente
sin sentido, si pretende dudar allí en donde no se puede plantear una pregunta: pues la duda sólo
puede existir cuando hay una pregunta; una pregunta, sólo cuando hay una respuesta, y ésta
únicamente cuando se puede decir algo»239.
239
Wittgenstein, L: Tractatus Logico-Philosophicus, 6.5.1. Alianza Ed. Madrid, 1973, p. 201
que los lógicos han dicho sobre la estructura del lenguaje (incluyendo al autor del Tractatus Logico-
Philosophicus)»240.
240
Wittgenstein, L: Philosophische Untersuchungen, 23
241
Investigaciones filosóficas, parágrafo 99
242
Investigaciones filosóficas, parágrafo 109
243
Investigaciones, 11
244
Investigaciones, 38
245
Investigaciones, 255
246
Investigaciones, 309
5.3.2. Mapa lingüístico en ciudad multiforme
También «podemos considerar nuestro lenguaje como una ciudad: un
conglomerado de callejones y plazoletas, de casas nuevas y viejas, y de casas con añadidos de diversas
épocas; y todo eso rodeado por una multitud de nuevos barrios con calles rectas y regulares y con
casas uniformes»247. «El lenguaje es un laberinto de sendas. Vienes de un lado y sabes por dónde vas;
vienes al mismo sitio desde otro lado, y ya no sabes por dónde vas» 248.
Y para caminar adecuadamente por tan plurimorfa ciudad hay que
proveerse de un buen mapa lingüístico, como quiere el postwittgensteiniano Gilbert Ryle: «Los
topógrafos no registran objetos aislados, como la iglesia de una aldea; consignan en un mapa todos los
rasgos sobresalientes de la región: la iglesia, el puente, las vías férreas, los límites de la parroquia y
quizá los alrededores. Además, indican cómo ese mapa se une a los mapas de las regiones vecinales, y
cómo todos se coordinan con los puntos cardinales, las lineas de latitud y longitud y las unidades de
medida. Cualquier error topográfico da lugar a una contradicción cartográfica.
La resolución de los enigmas-tipo sobre los poderes lógicos de las ideas
requiere un procedimiento análogo; aquí el problema tampoco consiste en precisar aisladamente el
lugar de esta o aquella idea individual, sino en determinar los entrecruzamientos de toda una galaxia
de ideas pertenecientes al mismo campo o a campos contiguos. Como una investigación geográfica,
una investigación filosófica es necesariamente sinóptica».
5.4. Lo místico
247
Investigaciones, 18
248
Investigaciones, 203
249
Bonete, E: Éticas contemporáneas. Ed. Tecnos, Madrid, 1990, pp. 59 ss
puede hacerme daño, pase lo que pase'. Y, por último, la experiencia de sentirse culpable. Las tres
experiencias que nos manifiestan también el carácter absoluto de la ética, además de ser sentimientos
compartibles, cree Witggenstein que pueden ser descritas con terminología religiosa: a la primera
experiencia le correspondería la afirmación Dios creó el mundo, a la segunda la de sentirse a salvo
en las manos de Dios, y a la tercera le correspondería el sentimiento de que Dios desaprueba mi
conducta250. Wittgenstein es perfectamente consciente del paralelismo entre sentimientos éticos y
religiosos.
Sus Diarios secretos, escritos a medida que redacta su «Diario
Filosófico 1914-1916) mientras permanece en el frente de la Guerra mundial, traslucen una
religiosidad especialmente atormentada, que junto con la idea de la muerte producen en nuestro
filósofo un contacto muy personal con el hecho religioso. Durante la Guerra se le llama «el hombre
del Evangelio», y siendo maestro de escuela proclama a un aldeano que es «evangelista». Además
señala que a los niños les podrá leer la Biblia y contarles cuentos de hadas.
En esos mismos Diarios secretos escribe que «el cristianismo es el
único camino seguro a la felicidad» (8 de diciembre de 1914), pero a la vez afirma que él no podría
ser católico por el dogma que cree posible demostrar la existencia de Dios por la «razón natural»;
también declara que hay que vivir «sin el consuelo de pertenecer a una Iglesia», y que no cabe en su
mente el concepto de un Dios creador; de alguna manera anticipa así lo escrito en el Tractatus: «cómo
sea el mundo es de todo punto indiferente para lo más alto. Dios no se manifiesta en el mundo» 251.
Así pues, más que de una religión Wittgenstein experimenta una religiosidad muy personal y no
encasillable, una especie de mística que podríamos resumir en su afirmación «tú formas parte del todo
y el todo forma parte de ti. ¡No puede ocurrirte nada!».
Parece que Wittgenstein busca en lo religioso ante todo la seguridad, la
paz, por eso escribe en su Diario filosófico 1914-1916:
«Creer en un Dios quiere decir comprender el sentido de la vida.
Creer en un Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no
basta.
Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido.
El mundo me viene dado, esto es, mi voluntad se allega al mundo
enteramente desde fuera como teniéndoselas que ver con algo acabado.
(Qué sea mi voluntad es cosa que todavía ignoro).
De ahí que tengamos el sentimiento de depender de una voluntad
extraña.
Sea como fuere, en algún sentido y en cualquier caso somos
dependientes, y aquello de lo que dependemos podemos llamarlo Dios.
Dios sería en este sentido sencillamente el destino, o lo que es igual, el
mundo -independientemente de nuestra voluntad.
Para vivir feliz tengo que estar en concordancia con el mundo. Y a esto
se llama 'ser feliz'.
Estoy entonces, por así decirlo, en concordancia con aquella voluntad
ajena de la que parezco dependiente. Esto es: 'cumplo la voluntad de Dios'.
El temor a la muerte es el mejor signo de una vida falsa, esto es, mala.
Si mi conciencia me desequilibra es que no estoy en concordancia con
algo. Pero ¿qué es ello? Por supuesto es correcto decir: la conciencia es la voz de Dios».
Todo esto ¿hace de Wittgenstein una persona religiosa? Él mismo
responde: «No soy un hombre religioso, pero no puedo evitar contemplar cada problema desde un
punto de vista religioso». El 11 de junio de 1916 escribe en su ya citado Diario filosófico 1914-1916:
«¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida?
Sé que este mundo existe.
Que estoy situado en él como mi ojo en su campo visual.
Que hay en él algo problemático que llamamos su sentido.
Que este sentido no radica en él, sino fuera de él.
Que la vida es el mundo.
250
En torno a la ética y el valor cit, pp. 20-21
251
Tractatus 6.432
Que mi voluntad penetra al mundo.
Que mi voluntad es buena o mala.
Que bueno y malo dependen, por tanto, de algún modo del sentido de la
vida.
Que podemos llamar a Dios sentido de la vida, esto es, sentido del
mundo.
Y conectar con él la comparación de Dios con un Padre.
Pensar en el sentido de la vida es orar».
Es nuestra ignorancia radical respecto del conocimiento de Dios lo que
determina nuestra ignorancia respecto de las otras dimensiones de la ética (sentido de la vida,
felicidad y voluntad). Por eso precisamente la apelación a Dios es inevitable.
Hasta aquí Wittgenstein. Por otros terrenos hay en Heidegger
indicadores de caminos (Holzwege) que de algún modo también apuntan hacia lo mismo.
Capítulo XIII
252
Qué es eso de la filosofía. Ed. Narcea, Madrid, 1980, pp. 67-68
Así pues, el hombre no es señor del ente, sino pastor del ser, o
custodio del ser, y el lenguaje humano tampoco será tenido como propiedad o apropiación del ser,
sino como morada del ser. Lo más propio del humano no es tanto juzgar, cuanto quedarse «a la
escucha del ser», y de ahí la «iluminación» (Lichtung), pues sin esa actitud no cabe apropiarse de
aquello que a uno le constituye en acontecimiento fundante (Er-eignung).
2.1.1. La pregunta
Filosofía y poesía se abren al ser desde el preguntar, por eso la pregunta
forma parte del método fenomenológico. La pregunta misma, correctamente tematizada y
reflexionada, anticipa ya una respuesta. ¿Qué ocurre cuando preguntamos, a partir de dónde y por
qué, en qué condiciones podemos preguntar al respecto, por qué preguntamos, hacia dónde se dirige la
pregunta, qué horizonte de sentido tiene en orden a una respuesta? Partimos de la pregunta porque la
pregunta precede a la respuesta, y todo enunciado es la respuesta a una pregunta, expresamente
planteada o no. El sentido del enunciado debe ser comprendido a partir del modo de plantear la
pregunta. Esto no resuelve todos los problemas del comprender, porque la pregunta remite
continuamente a condiciones que se encuentran en un saber anterior, con lo cual el círculo
hermenéutico no se supera. Pero, si es cierto que el enunciado es la respuesta a una pregunta y que
debe ser entendido a partir de la pregunta, de ahí se sigue que la pregunta misma, si está
correctamente planteada, anticipa ya de algún modo la respuesta.
El preguntar, no sólo la frase interrogativa en cuanto que producto
lógico-lingüístico, sino como algo que le precede, es un fenómeno fundamental del hombre. Es
condición de posibilidad del preguntar el que yo todavía no sepa aquello por lo que pregunto, pues de
lo contrario la pregunta por el saber sería sobrepasada y -como tal pregunta- ya no posible. Condición
del preguntar es sin embargo también que yo sepa aquello por lo que pregunto, pues de lo contrario la
pregunta no tendría ningún sentido y ninguna dirección, y por ende todavía no sería posible como
pregunta. El movimiento del preguntar sólo es posible porque nuestro saber es limitado y nosotros
sabemos en torno a la limitación, pero, a la vez, porque vamos más allá de los límites hacia un saber
que se anticipa, que diseña con antelación, que seguramente todavía está indeterminado y necesitado
de determinación, pero que sin embargo es ya un presaber que anticipa en torno a sí aquello que yo no
sé pero quiero saber: precisamente aquello por lo que pregunto.
La ingenua fe en el progreso de la Ilustración pensaba sin embargo que
el conocimiento científico llegaría cada vez más lejos, hasta que un día finalmente la entera realidad
sería investigada y conocida, puesta al alcance de la mano del hombre, totalmente inteligible y
dominable. Empero, la experiencia, también la experiencia científica, camina en una dirección
completamente distinta. Cuanto más sabemos, tanto más sabemos que no sabemos. Todo nuevo
conocimiento abre un horizonte de ulteriores preguntas y plantea nuevos problemas hasta entonces
insospechados. Cuando una u otra de estas preguntas es respondida, a partir de ahí emergen otra vez
nuevas preguntas. La realidad ya no se plantea como algo finalmente alcanzable por la investigación y
por el saber humano, sino en todo caso como un horizonte del preguntar superable, ilimitadamente
abierto.
La pregunta es un preconcepto anticipador sobre la verdadera esencia.
Ahora bien, la pregunta por la esencia no es una pregunta particular que pudiera ser respondida
remitiendo a hechos particulares. Ella no es una pregunta propia de las ciencias particulares, sino una
pregunta por la totalidad, una pregunta filosófica. En resumen, toda pregunta conlleva: a) un
conocimiento o precomprensión de lo buscado; b) aquello de qué se pregunta; c) lo que se pregunta; d)
a quien se pregunta.
Por eso, también cuando preguntamos sobre el ser ocurre que: a)
precomprendemos el sentido del ser por el que preguntamos; b) preguntamos sobre el ser; c) lo que se
pregunta es su sentido; d) a quien se pregunta es a los entes, a las cosas que son, pues «ser» se dice
siempre de algo que es.
En este sentido sujeto y objeto del preguntar coinciden, pero en una
identidad que a la vez lleva consigo una diferencia, a saber, la diferencia entre aquello que yo sé por
experiencia del mundo y de mí mismo obtenido hasta entonces, y aquello que yo no sé, aquello que
para mí es oscuro y misterioso, respecto de lo cual yo sin embargo sé que no lo sé, y por ello podría
informarme y experimentar. Dicho de otro modo: dado que el precomprender preconceptual pertenece
a la naturaleza propia del ser humano, investigar dicha naturaleza conllevará a la vez exponer la
precompresión de ser, único «lugar» en que se puede determinar el sentido del ser que se busca, y por
este motivo el análisis de la existencia humana como «lugar del ser» es lo primero a investigar.
A pesar de todas las dificultades para ver la luz del ser, los humanos la
buscamos siempre a partir del mundo de la vida (Lebenswelt), tal y como inmediata y habitualmente
es vivido, es decir, antes de cualquier posicionamiento sobre él, desde la cotidianidad
(durchschnittliche Alltäglichkeit), aunque con frecuencia el sujeto que vive en esa cotidianidad lleve
una vida vacía, la de un «se» impersonal con una existencia inauténtica, es decir, con una cierta
tendencia a la deformación de las cosas. El filósofo está para depurar esa situación.
253
El final de la filosofía y la tarea del pensar. Ed. Narcea, Madrid, 1980, pp. 111-118
2.3. La reducción fenomenológica como
interpretación
2.4. El Dasein
254
Cfr. Rodríguez, R: Heidegger y la crisis de la época moderna. Ed. Cincel, madrid, 1987
cada vez más la idea del lenguaje como instrumento de information. La caracterización del lenguaje
como information suministra, ante todo, la razón para construir máquinas de pensar y edificar
grandes centros de cálculo. Pero, cuando la information in-forma, es decir, comunica noticias, está al
mismo tiempo formando, es decir, dispone y dirige. La information, en cuanto transmisión de
noticias, es también el dispositivo que coloca a los hombres, objetos y existencias en una forma tal,
que basta para asegurar el dominio del hombre sobre toda la tierra e incluso lo que está fuera de este
planeta. El poderoso principio de la razón suficiente que hay que dar domina, bajo la apariencia de
information, todo representar y caracteriza la época actual del mundo como aquella para la que todo
depende del suministro de energía atómica»255.
255
El principio de razón. Ed. Narcea, Madrid, 1980, pp. 83-85
obtendríamos el concepto formal de una nada figurada, mas no la nada misma» 256.
256
¿Qué es metafísica? Cruz del Sur, Santiago de Chile, 1983, pp. 23 ss
257
¿Qué es metafísica? Cruz del Sur, Santiago de Chile, 1983, pp. 31-33
a la 'naturaleza del hombre'. No es una disciplina filosófica especial ni un campo de divagaciones: es
el acontecimiento radical en la existencia misma y como tal existencia»258.
258
¿Qué es metafísica? Cruz del Sur, Santiago de Chile, 1983, pp. 41-48
Capítulo XIV
De Superhombre a Globalántropo
Igual que los tuaregs del desierto designan con muchos nombres al
mismo camello, bajo el término «globalización» se denomina:
• al «neoliberalismo», nueva libertad que la mano poderosa, tecnológica
y multinacional de unos pocos, muy pocos, dispone para encerrar a los demás en el mismo globo 259;
• al «pensamiento único», que es en realidad el pensamiento con que
esos pocos ponen nombre al subconsciente de todos los demás, que así son pensados;
• a la «posmodernidad»260.
Pero esta amplia homonimia es seudonímica, pues nombres falsos
ocultan lo que en realidad mientan: mienten cuando mientan. Si es cierto que, como como dijera
Jenófanes, el cosmos (el globo) es un animal que respira, y que formamos parte de un mismo dragón
global, no es menos cierto que su cabeza vive la realidad en forma de beneficios, y la cola en forma de
problemas o maleficios: el animal es el mismo, pero distinto; su boca echa llamaradas de fuego, pero
sus branquias están exhaustas y sus pies claudican. Quien determina el lugar dentro del globo son los
EEUU, nueva pax romana ahora con una fuerza superior a la de todos los imperios pasados juntos,
aunque los ciudadanos de ayer se sintieran tan impotentes como nosotros261.
259
Lo más globalizado es el holocausto, abadón, palabra hebrea, que en el Antiguo Testamento significa «(lugar de) destrucción» (Job,31,12), «morada
de los muertos» (Job 26,6; Sal 88,11), «ángel del abismo» (Ap 9,11). El término griego holocausto, lo «enteramente quemado», era la forma de sacrificio
en que la víctima resultaba totalmente consumida por el fuego. Los hay todos los días en todas las latitudes, baste una mera referencia. Un par de meses
después del retiro de Suharto, su sucesor, el presidente Habibie, habló por televisión para exhortar a la población al ayuno; el presidente alegó gentilmente
que, si el pueblo indonesio no comía dos días por semana, los lunes y los jueves, podría superarse la crisis económica.
En 1986 un diputado mexicano visitó la cárcel de Cerro Hueco, en Chiapas. Allí encontró un indio tzotzil, que había degollado a su padre y
había sido condenado a treinta años de prisión. Pero el diputado descubrió que el difunto padre llevaba tortillas y frijoles, cada mediodía, a su hijo
encarcelado. Aquel preso tzotzil había sido interrogado y juzgado en lengua castellana, que él entendía poco o nada, y con ayuda de una buena paliza había
confesado ser el autor de una cosa llamada parricidio.
Aquel parlamentario encontró la lámpara de Aladino. Pídeme un deseo y te lo concederé, pero sólo uno, replicó el genio. «Deseo que resucites a
mi madre». Lo lamento, pero es un deseo imposible, pide otro. «Deseo que se haga justicia en el mundo». «Este... ¿cómo dijo que se llamaba su mamá?»
Abadón, holocausto, Corte Inglés o similares, la autoinmolación propiciatoria que viene inducida por el pensamiento único -estupidez común-
es recibida como un regalo de las estafetas del imperio del dinero, parte de un animal común que tiene la cabeza en la Bolsa y los testículos por todas partes.
260
Cfr. Soros, G: La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro. Ed. Debate, Madrid, 1999; Iniciativa Autogestionaria: El mito de
la globalización neoliberal. Desafíos y respuestas. Acción Cultural Cristiana, 1999; Iglesia Viva: Globalización: ¿podremos vivir todos? Valencia,
septiembre de 1999; Chomsky, N: La sociedad global. Educación, mercado, democracia. MCC, Madrid, 1997
261
Los EEUU, además de poderío económico y militar propio, disponen de todas las instituciones del mundo a su servicio (FMI, ONU, etc) en nombre de
2. El tecnántropo globalizador
la pluralidad de naciones, así como de la superestructura mediática más apabullante de la historia para silenciar la pluralidad de culturas.
Toda paz romana necesita de bendiciones ideológicas, pues resulta impensable dominar el mundo con
mala conciencia. Así como la religiosidad romana se pretendía verdadera por los supuestos favores de sus dioses a Roma, algo muy «calvinista» antes de
tiempo, lo que obligaba recíprocamente a los romanos a tomarse en serio esa su alianza con los dioses, así también el neoimperio yanqui confía hoy en su
Mammona («in God we trust», rezan sus dólares de iniquidad). La creencia en que Mammona está con ellos, y ellos con ella, les lleva a suponer que pueden
disponer vicariamente del mundo entero como si de su propio jardín se tratase. Esta coartada teológica -muy productiva económicamente- les convierte
sicológicamente en casi invulnerables, y eso explica la sensación de perplejidad que tiene el ciudadano yankee cuando se le recuerda que no es más que
cualquier otro ciudadano del mundo: ¿cómo intercambiar rehén por rehén cuando uno de ellos es yankee? Y de ahí también su creencia mil veces
proclamada de que Norteamérica es la «estatura moral de la humanidad» y la salvaguarda de su «orden». Ley eterna, ley natural del cosmos, y ley positiva
humana: impensable presidente de EEUU que no se crea gendarme de la humanidad y del «orden» internacional. Pueblo que cree disponer de la mirada
benevolente de los dioses, juega con una baraka que le convierte en autoproclamada comunidad perfecta, umma. Sólo que mientras los yankees se sienten
justificados por las obras, los islámicos por la esperanza. Entre fundamentalismos anda el choque.
262
Echeverría, J: Cosmopolitas domésticos. Ed. Anagrama, Barcelona, 1995, p. 105. El mismo autor ha vuelto a ello más detalladamente en Los
señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno. Ed. Destino, Barcelona, 1999
263
Echeverría, J: Op. Cit. p. 115.
264
He aquí como breve muestra algunos términos de ese Diccionario de nuevos términos posible, la mayoría de ellos horribles y serviles anglicismos, ya
sean anglogénicos o directamente ingleses: airbag, bonobús, bonoloto, busca, cajero automático, carrilero, catering, CD Rom, compact, contestador,
cuponazo, chip, chequeo, chupa, descodificador, disquete, ecu, escanear, esponsorizar, estrés, euro, faxear, flipar, formatear, guay, hardware, internauta,
karaoke, lambada, lifting, light, liposucción, litrona, mailing, marketing, master, mediático, modem, mountain-bike, movida, móvil, multipropiedad, paddle,
parabólica, pins, quinielón, reality show, rol, senderismo, servofreno, skins, software, squash, telemando, teletienda, tetrabrik, top-model, videoclip,
videoconsola, virus informático, walkman, windsurf, zapeo, etc.
extendidas por todo el planeta, Telépolis265. Pero también se puede partir de la casa y hablar entonces
de una revolución doméstica, de un larocentrismo o de una hogarótica que profetiza la transformación
de la cueva en telecasa, caverna electrónica o cabaña telematizada de un cosmopolitismo doméstico266.
265
Echeverría, J: Telépolis. Ed. Destino, Barcelona, 1994.
266
Echeverría, J: Cosmopolitas domésticos. Ed. Anagrama. Barcelona, 1995.
267
Cultura y simulacro. Ed. Kairós, Barcelona, 1984, p. 132.
felicidad y demás valores eticopolíticos dependen de la actitud, del uso que hagan los seres humanos
de las tecnologías, y no de las tecnologías mismas.
Se habla del tecnoparaíso. Con una casi completa automatización, las
máquinas inteligentes o pensantes realizan el sueño de los diseñadores del hombre máquina: que el
robot trabaje para el hombre, una vez que éste ha dejado de ser robot 268. Liberado de duros esfuerzos y
de tareas mentales repetitivas, hasta el más humilde podrá con su tecnotarjeta electrónica circundar el
mundo en veinticuatro horas con cargo a la seguridad social. Lo que ningún emperador de ayer pudo
haber soñado lo tiene casi a la mano el más tonto del pueblo. En la aldea global de la humanidad todo
será limpio, fácil, abundante, viviremos virtualmente sensaciones nunca soñadas, habitaremos otros
planetas, poblaremos el mar. Será el triunfo total de Julio Verne. Entre el hombre del siglo XX y el
del XXI habrá más distancia que entre el hombre de las cavernas y el del siglo XX.
268
Claro que paradojas tampoco faltarán. Aquel hombre, cansado de su mujer, diseña un autómata idéntico a sí mismo, el cual, autoperfectivo y de última
generación, un día decide contárselo a la mujer: «¿sabes que te estás acostando con una máquina?, le dice. «Ah, ¿tú también?», responde ella...
269
«Estoy absolutamente convencido -había dicho Viktor E. Frankl en Psicoanálisis y Existencialismo- de que las cámaras de gas de Auschwitz,
Treblinka y Maidanek se prepararon, en última instancia, no en los ministerios de Berlín, sino en los despachos y en las salas de conferencias de científicos y
filósofos nihilistas». Cierto. Pero, sin ir tan lejos, mientras las tres cuartas partes de la humanidad pasan hambre, las confortables universidades del primer
mundo, esas fábricas cada vez más repletas de licenciados y doctores, todo lo que enseñan es cómo trepar hasta arriba y mantener el estado de cosas, para lo
cual hay que reproducir la ideología dominante. Al fin y al cabo, existen dos tragedias en la vida de la gente, como dijera Oscar Wilde: una es no lograr lo
que se quería; la otra es lograrlo.
internacional. Expliquémoslo con las palabras de un célebre político español, Felipe González
Márquez: «Dentro del fenómeno de la globalización, lo que más llama la atención no es el
crecimiento del comercio mundial. En términos globales el comercio mundial crece una media del 4%
anual. Esto no es nuevo, ya se producía antes de la primera Guerra mundial. Lo nuevo es el
crecimiento de los movimientos de capital, es decir, de dinero que busca dinero. De dinero que busca
dinero, y sobre todo dinero caliente, circulan entre 1.3 y 1.4 billones (millones de millones) de dólares
cada día por los mercados de cambio. Un país como España tiene 60.000 millones de dólares de
reserva de divisas para defender su moneda frente a algún movimiento especulativo. Si la cola de ese
potente huracán que circula cada día, veinticuatro horas al día, pasara por mi país, sólo rozarlo
significaría la liquidación de nuestras reservas de divisas en media hora de entretenimiento. ¡Tanta
reserva de divisas para defender la estabilidad cambiaria y la potencia de nuestra moneda, símbolo de
nuestra soberanía!
No hay fórmulas para contener, ni hay fronteras para limitar la libertad
de movimientos de capitales. La libertad de movimientos de capital es una auténtica revolución de la
nueva situación internacional, lo que verdaderamente está mundializando la economía a nivel
planetario. Tenemos que acostumbrarnos los políticos a gobernar 'capital humano', porque el 'capital'
lo gobiernan otros.
Ahora bien, el 90% de los capitales que circulan -el 90% de esos 1.3 o
1.4 billones de dólares diarios- son transacciones que se realizan en menos de una semana y que no se
corresponden con transacciones de mercancías, ni de servicios, ni mucho menos de inversiones
productivas. Es dinero que busca dinero o beneficio en los mercados de cambio, situación
completamente nueva. Se puede intentar frenar ese dinero, yo lo hice durante veinte días en el año
1992, y a los veinte días, después de algunos ataques a la peseta, renunciamos al intento. El
gobernador del Banco de España me dijo: 'Mejor quitamos estas medidas de control porque no sirven
para nada. Nos están quitando credibilidad y nos va a producir efectos muy negativos en los flujos de
inversión que necesitamos'»270.
• Estos buitres olisquean la presa sin dar nada a cambio. Invirtiendo-
desinvirtiendo-reinvirtiendo-y-siempre-pervirtiendo, cambian de marcha según huelen sangre, tras
abandonar al cadáver vampirizado y exangüe, pues los mercados financieros son inherentemente
inestables, y los flujos internacionales de capital se caracterizan por su patrón de auge y caída; durante
el periodo de auge los capitales fluyen del centro a la periferia, pero cuando la confianza se tambalea
tienden a regresar a sus lugares de origen, porque la meta de los competidores es prevalecer, no
preservar la competencia en el mercado.
270
González, F: Siete asedios al mundo actual. Nexos, México, marzo de 1998, p. 41
271
«Desde el final de la segunda Guerra mundial, el Estado ha jugado un incesante papel en mantener la estabilidad económica, asegurar la igualdad de
oportunidades y proveer una red de seguridad social, particularmente en los países altamente industrializados de Europa y América. Pero la capacidad del
Estado para vigilar el bienestar de sus ciudadanos ha sido severamente perjudicada por la globalización del sistema capitalista que permite al capital escapar
de los impuestos más fácilmente que al trabajo. El capital tenderá a evadir países donde el empleo está altamente tasado o altamente protegido, tendiendo a
incrementar el desempleo. Esto ha sucedido en la Europa continental. No defiendo los anticuados sistemas de seguridad social en la Europa continental, que
necesitan reformarse. Expreso tan sólo una preocupación sobre la reducción de los servicios de bienestar tanto en Europa como en América» (Soros, G:
Hacia una sociedad global abierta. In «Nexos», México D.F., marzo de 1998, p. 48).
lo hacemos en cuatro horas. Por tanto, contra la antigua idea de la soberanía monetaria, si en la
Europa de hoy tenemos un banco central entre todos, algo de soberanía recuperará cada uno.
• Segunda respuesta: la frontera define el Estado-nación. Pero en
Europa tenemos ya una frontera común para quince países y, dentro de poco, para veinte o
veinticinco.
• Tercera respuesta: las fuerzas Armadas que defienden el territorio. En
nuestro caso, la integración europea está acompañándose de una defensa común.
Lo que me interesa poner en claro es que esta dimensión supranacional
del Estado está dejando en parte vacío de contenido al Estado supranacional. Nos vamos a quedar
nada más que con la bandera. Todo lo demás, los elementos tradicionales de la soberanía nacional,
está sometido a tensiones cada vez más fuertes de la supranacionalidad, y ése es también un fenómeno
al que nadie escapa. El otro lado de la pinza que aprieta al Estado nacional viene de dentro: es la
descentralización política a nivel interno, fenómeno que también pone en cuestión el concepto
tradicional de Estado nacional. Los Estados tenderán a ser realmente federales, porque la
descentralización política es un fenómeno imparable. La reclamación identitaria, frente a la
homogeneidad de la globalización, tiende asimismo a la distribución interna del poder» 272.
• Y si eso es así, ¿para qué llenarse la boca de tanto Estado y de tanta
patria?
2.6. El trabajo
272
González, F: Siete asedios al mundo actual. Nexos, México, marzo de 1998, p. 42
273
González, F: Siete asedios al mundo actual. Nexos, México, marzo de 1998, p. 38
igualdad. Ahora bien, la justicia fáctica no es la justicia deseable274. Hoy por hoy justicia es derecho,
Estado de derecho con su correspondiente Ministerio de Justicia y su proficua selva de interminables
leyes, pero leyes de la selva que no sirven a la justicia social, sino que benefician a quienes las
establecen, pues es bien sabido que una cosa es la justicia y otra muy distinta la igualdad, y que los
Estados de derecho son Estados de injusticia porque las leyes las detentan los poderosos para uso
propio.
• Esa justicia apela, por fin, a la solidaridad, que nada tiene que ver con
la fraternidad. Seríamos hermanos si tuviésemos un mismo padre, pero la solidaridad sin padre es
voluntaria, se da si uno quiere, es propia de los voluntariados, que la entregan más o menos y por
horas, frecuentemente a cargo del Estado.
274
Cfr. Vitoria, F. J: Un orden económico justo. Cuadernos Cristianisme i Justicia, Barcelona, diciembre de 1998; Comín, A: La igualdad, una meta
pendiente. Cuadernos Cristianisme i Justicia, Barcelona, octubre de 1999; Razeto, L: De la economía popular a la economía de solidaridad en un
proyecto de desarrollo alternativo. IMDOSOC, México D.F. 1993
275
Soros, G: Hacia una sociedad global abierta. In «Nexos», México D.F., marzo de 1998, p. 49
• Por paradoja, frente a la homogeneización que esa globalización
comporta se producen fuertes reclamaciones identitarias, los nacionalismos: ¿caben esos pequeños
campanarios en la aldea de todos? ¿no son hoy más bien creaciones artificiales de los monopolios
mismos?
Los nacionalismos ocupan en la escala del desarrollo humano el
«estadio premoral» de la humanidad, el estadio egocéntrico incapaz de universalizar su mirada y de
compartir. Mas ¿cómo podría el Imperio acabar con los demás nacionalismos mientras aviva la llama
del suyo propio?
• Si quienes gobiernan el mundo no son los partidos políticos, ¿para qué
entonces tanta parafernalia electoral y tanta crispación entre las autotituladas «derechas» e
«izquierdas», todas ellas «centradas» en lo que interesa al burgués? ¿para qué tantos políticos siempre
en campaña y bien cebados con los impuestos de los ciudadanos, a los cuales hacen creer que sus
votos serán definitivos para el país si se los entregan a ellos, sus caudillos y salvadores?
Pero mientras el pueblo no sea capaz de autogestión tendrá los políticos
que se merece.
• ¿Y para qué queremos los ejércitos, si hoy quienes atacan son los
dólares de ese casino financiero transnacional, que en menos de media hora te han bombardeado con
sus dineros especulativos y te han dejado más pobre que una rata? ¿no será que esos son sus ejércitos,
no los nuestros, los del casino financiero trasnacional?
• A pesar de la maraña de leyes de los Estados de derecho, ¿por qué no
hay una sola ley que pueda evitar los movimientos del capital especulativo multinacional o
trasnacional. ¿Por qué? Porque en realidad quien únicamente legisla es ese capital multinacional o
transnacional: ¿es eso el famoso Estado mínimo?
• Quienes hoy poseen esa masa de dinero especulativo lo invierten por
Internet en Asia, por ejemplo, y de repente, tras husmear en otros lugares del Globo en los que puedan
sacar más dinero, se lo llevan de Asía, la cual queda automáticamente devastada, ya que la ruina de
cualquier zona llega cuando las inversiones realizadas no se mantienen. ¡Y además no es dinero
productivo, sino especulativo, dinero que busca dinero! ¿Acaso no significa esto que cada vez que le
va bien a la bolsa (la cual es precisamente dinero especulativo que busca dinero, que entra y sale sin
detenerse y sin invertirse) le va necesariamente mal al pobre? ¿Por qué entonces los telediarios, cada
vez más bursatilizados, no presentan la subida de la bolsa -capital especulativo- como lo que es, como
una catástrofe para los pobres?
• Si se van a imponer inexorablemente los Estados federales que ponen
en cuestión al Estado tradicional, ¿para qué entonces tanto luchar y padecer contra reivindicaciones
soberanistas e independentistas como las de Euskadi, por ejemplo?
• Sabemos que, gracias al desarrollo científico-técnico, cada vez se
produce el doble, el triple, etc: las nuevas tecnologías aumentan la producción, aunque no el reparto.
Ahora bien, ¿a dónde va a parar esa riqueza? Únicamente a los ricos, cada vez más ricos. ¿En qué se
traducen las inversiones de Telefónica en Paraguay? No en mayores beneficios para los mal pagados
trabajadores paraguayos, ni siquiera para los ya bien pagados españoles, sino en stock options, es
decir, en repartos fabulosos de divisas entre los accionistas parásitos que a su vez han sido
beneficiados por el Estado para llegar a su actual condición de accionistas parásitos. Acciones para los
ricos, pasiones para los pobres: ¿de dónde sale la plusvalía que a unos engorda, si no es de la
minusvalía que a otros se detrae, precisamente a los que trabajan en los lugares peores de los países
más empobrecidos?
La tecnología mantiene básicamente los empleos; con fluctuaciones
relativamente predecibles según los ciclos económicos, podemos decir que no los aumenta ni los
disminuye en líneas generales en el primer mundo, pero en el tercero sí los quita, dada la progresiva
disminución en ellos de la mano de obra: ¿por qué se silencia dato tan importante en las campañas
electorales? Porque el desempleo estructural (el que padece el «ejército industrial de reserva») resulta
de todo punto necesario para que la patronal mantenga los salarios a la baja.
En medio de tantas contradicciones «globales», todo apunta a que
aquellas discusiones del siglo XIX entre Marx y los economistas liberales burgueses no fueron
accidentales ni han sido resueltas. En efecto, mientras uno de ellos, Jean Baptiste Say, fue de los
primeros en argumentar que la oferta genera su propia demanda, y que «un producto, tan pronto como
es creado, abre un mercado a otros productos de su mismo ámbito», lo cual jamás se ha demostrado
con el curso del tiempo, mientras tanto sigue siendo más certera la tesis de Marx, cuyos enterradores
parecen haberle enterrado mal, pues se les remueve bajo la tumba. Marx consideraba con todo
realismo, que el esfuerzo realizado por los fabricantes para proseguir con su tarea de sustitución del
trabajo humano por las máquinas terminaría siendo derrotado por la propia actitud de estos
fabricantes. Efectivamente, mediante la eliminación directa del trabajo humano del proceso de
producción, y mediante la creación de un ejército industrial de reserva cuyos salarios podrían ser
constante y permanentemente reducidos, los capitalistas estarían cavando inconscientemente su propia
tumba, dado el número progresivamente decreciente de consumidores con suficiente capacidad
adquisitiva.
Insistamos ¿por qué proclama en México este mensaje Felipe González,
y no en España, donde por el contrario promete a bombo y platillo que su partido va a terminar con el
desempleo? ¿por qué no hace saber que las oscilaciones de un mercado que es cíclico no eliminarán el
desempleo? ¿no será que los líderes liberalburgueses hacen creer lo que no es para ocultar que con una
alta tasa de desempleo los salarios tienden a la baja y los beneficios del Imperio al alza? ¿o acaso
resultan incompatibles voluntad de verdad y voluntad de gobierno? Peor aún, ¿no será que el pueblo
necesita amasar la falsa esperanza en la mentira para no desesperar, mentir para ir aguantando? ¿no
será que no votaría a quien le dijera la verdad, la cruda verdad, la única que sin embargo haría posible
el gran cambio? ¿y no será asimismo una condición de gobernabilidad de los pueblos, que sin falsas
ilusiones devienen ingobernables, desesperados, globalmente levantiscos?
Hay algo, así las cosas, que nadie ha conseguido explicar aún: si
vivimos en una aldea global y de pensamiento único, ¿cómo es que en ella sus habitantes, los aldeanos
globales posmodernos afirman no creer en nada común a la humanidad globalizada? Una humanidad
que ha multinacionalizado su dinero, cocacolonizado su consumo, y mancomunado su red, ¿cómo
podría tener a la vez, según pregona, voluntad de fragmento y rechazar lo global?
Ante misterio tan incomprensible, lo único que por nuestra parte
afirmamos es que actualmente se vive una crisis de coherencia, una esquizofrenia: cuanto más
interactivo es el hombre, tanto más disociado se cree. Veamos ahora la otra faz, la faz disociadora, el
rostro de la posmodernidad.
276
Lyotard, J.F: La condición posmoderna. Ed. Cátedra, Madrid, 1984, p. 10
puramente al servicio del hombre y enteramente sojuzgable por la tecnología humana; una ética
pública de las relaciones elementales de convivencia y una ética personal vinculada a la conciencia de
la dignidad de la propia existencia, una experiencia o sentimiento que, por referirse a la totalidad de
lo real, puede continuar llamándose sentimiento místico. Pero allí donde la religión de veras ha
estallado no nos resulta posible imaginar algún nuevo conjunto o unidad cultural que propiamente la
suceda y reemplace. Toda clase de combinaciones y desconexiones se antoja posible. Cabe mística con
o sin gnosis, con o sin ética. Cabe a su vez una ética dotada de gnosis o de mística, tanto como una
ética sumamente pragmática de andar por casa y de andar en sociedad, sin más miramientos que no
hacer daño a otro. Puede revelarse otra vez la radical amoralidad de toda gnosis, de toda mística. Las
solduras, las convergencias ocasionales de unos y otros elementos no están excluidas. Sólo se excluye
el carácter forzoso, «religioso» de su unión. No hay perspectiva de lo que pudiera ser una nueva
religión. La religión está desenladrillada, ¿quién la podrá enladrillar? ¡El hombre que llegue a hacerlo
buen enladrillador será!»277.
277
Fierro, A: La religión en fragmentos. Aportación al análisis de una sociedad posreligiosa. Madrid, 1984, pp. 17-18
278
Paniker, S: Religión a la medida. In «El País», 6/9/1988
principal fuerza de resistencia al poder absoluto es la religión, como lo demuestra el ejemplo de
Polonia. Pero nuestra tarea, la de los que ya no padecemos de falta de libertad, es la de inventar
nuevas formas de resistencia al poder que se adueña de la modernidad, de las formas que deben
apoyarse sobre la libertad y no sobre la tradición, sobre el individualismo y no sobre la comunidad.
Esta llamada a la persona tiene raíces cristianas, pero la Iglesia católica actúa en este momento como
si hubiera elegido dar prioridad a su refuerzo en los países más amenazados por la arbitrariedad y por
la miseria, aceptando debilitarse en los países hoy ricos y democráticos con los que se identificó
durante tanto tiempo. Esta elección, si existe, es peligrosa porque condena a la Iglesia católica a no
ser más que una fuerza de resistencia, a no ser fuerte más que a costa de sus propios fracasos y a ser
incapaz de proponer una imagen positiva de la modernidad» 279.
279
Touraine, A: Preguntas a la Iglesia católica. In «El País», 6/9/1988
280
Burgess, A: Somos a la vez paganos y cristianos. In «El País», 22/2/1987
281
Flores d'Arcais, P: El desafío oscurantista. Etica y fe en la doctrina papal. Ed. Anagrama, Madrid, 1994
282
Rubert, X: Moral y nueva cultura. Alianza Ed. Madrid, 1971, p. 52
283
«Proteo es una divinidad marina de carácter oracular. Tenía su morada en la isla de Faros, en la desembocadura del Nilo, donde guardaba unos
rebaños de focas, propiedad de Poseidón. La figura de Proteo es similar a la de Nereo, el viejo dios marino que tiene el poder de metamorfosearse de diversas
maneras» VVAA: Diccionario de mitología griega. Alianza Ed. Madrid, 1980, pp. 541-542
284
Vattimo, G: El fin de la modernidad. Gedisa, Barcelona, 1986, p. 148
los macrorrelatos, lo que vige es el pensamiento débil: «Hay que pensar modelos desde el escepticismo
y la desorientación que constituyen el aire que respiramos... Si es inútil buscar un Sentido unificador
de la vida (no porque no se encuentre, sino porque será siempre la extrapolación de un sentido
parcial), es porque hoy somos conscientes de la irremediable ambivalencia de nuestro mundo. Tal es
el precio del pluralismo ideológico»285. Más aún: «No solamente un conocimiento débil, sino además
un convencimiento débil»286.
285
Camps, V: La imaginación ética. Ed. Seix Barral, Barcelona, 1983, p. 120
286
Rubert de Ventós, X: Filosofía y/o política. Ed. Península, Barcelona, 1984, p. 54
287
«Gaudeamus igitur iuvenes dum sumus
Gaudeamus igitur iuvenes dum sumus
Post iucundam iuventutem, post molestam senectutem
Nos habebit humus.
Vivat Academia, vivant professores
Vivat Academia, vivant professores
Vivat membrum quodlibet, vivant membra quaelibet
Semper sint in flore, semper sint in flore.
Vita nostra brevis est, brevi finitur
Vita nostra brevis est, brevi finitur
Venit mors velociter, rapit nos atrociter
Nemini parcetur, nemini parcetur».
288
In «ABC Cultural», 3/2/1995
289
Macpherson, C.B: La teoría política del individualismo posesivo. Ed. Fontanella, Barcelona, 1979
290
Conforme al título de la obra de José Antonio Marina, Ética para náufragos. Ed. Anagrama, Barcelona, 1994
las culturas humanas a partir de las cuales elabora una identidad escindida, difusa, sin posible
totalización: el superviviente se fabrica un sentido, consciente de su caducidad y fragmentación.
Mientras tanto, «la civilización del bienestar consumista ha sido la gran
enterradora histórica de la ideología gloriosa del deber. En el curso de la segunda mitad del siglo la
lógica del consumo de masas ha disuelto el universo de las homilías moralizadoras, ha erradicado los
imperativos rigoristas y engendrado una cultura en que la felicidad predomina sobre el mandato
moral, los placeres sobre la prohibición, la seducción sobre la obligación. A través de la publicidad, el
crédito, la inflación de los objetos y los ocios, el capitalismo de las necesidades ha renunciado a la
santificación de los ideales en beneficio de los placeres renovados y de los sueños de la felicidad
privada. Se ha edificado una nueva civilización, que ya no se dedica a vencer el deseo sino a
exacerbarlo y desculpabilizarlo; los goces del presente, el templo del yo, del cuerpo y de la comodidad,
se han convertido en la nueva Jerusalén de los tiempos posmoralistas.
Estimulando permanentemente los valores del bienestar individual, la
era del consumo ha descalificado masivamente las formas rigoristas y disciplinarias de la obligación
moral, la liturgia del deber se ha vuelto inadecuada para una cultura materialista y hedonista basada
en la exaltación del yo y la excitación de las voluptuosidades-al-instante. Nos hemos vuelto alérgicos a
las prescripciones sacrificiales, al espíritu directivo de las morales doctrinarias; en la época
posmoralista el deber ya sólo puede expresarse en tono menor; los supermercados, el marketing, el
paraíso de los ocios han sido la tumba de la religión del deber.
¿Qué representa de verdad en nuestras sociedades la celebración de la
virtud comparada con el reclamo de la comodidad y de las vacaciones? ¿qué parte corresponde a las
conminaciones del deber en una sociedad obsesionada por la salud y la juventud, que difunde en dosis
masivas consejos dietéticos y turísticos, eróticos y sicológicos? El imperativo moral ya no ocupa el
centro de las representaciones sociales, en el lugar de los mandamientos severos de la moral tenemos
ahora el sicologismo y la euforia del bienestar. Los valores caritativos y humanitarios pueden
despertar una fuerte simpatía pero quedan muy atrás en relación con la superficie que ocupan el
himno al ego y los estímulos al consumo.
La cultura moralista predicaba la entrega personal y el deber no
retribuido. ¿Qué queda de él en la era de las normas consumistas, recreativas y sensacionalistas?
Himno a las vacaciones, entertainment televisivo, telemasacre, política espectáculo y espectáculo
publicitario: allí donde se sacralizaba la abnegación tenemos ahora la evasión y la violencia en zoom;
donde se santificaba la pureza de intenciones tenemos los escalofríos de la violencia mediática y la
frivolidad de las cosas; allí donde se beatificaba la grandeza de superarse tenemos el erotismo, las
comodidades del confort, el poder disuasivo de la publicidad. En nuestra sociedad los objetos y marcas
se exhiben más que las exhortaciones morales, los requerimientos materiales predominan sobre la
obligación humanitaria, las necesidades sobre la virtud, el bienestar sobre el Bien. La era moralista
tenía como ambición la disciplina del deseo, nosotros incitamos a la comodidad. La obligación ha sido
reemplazada por la seducción, el bienestar se ha convertido en dios y la publicidad en su profeta. La
primacía de la relación hombre/cosa sobre la relación hombre/hombre, característica de la ideología
económica moderna, se ha adueñado de los signos de la vida cotidiana. De este modo se va más allá
del deber exhibiendo en tecnicolor el derecho individualista a la indiferencia hacia los demás. 'Da
vergüenza ser feliz a la vista de ciertas miserias', escribía La Bruyère; la publicidad proclama:
'olvidaos de todo'»291.
3.2.3. Individualismo
Según Lipovetski, «mientras la tradición católica ve con malos ojos el
individualismo porque lo identifica con el egoísmo, la Modernidad tiene por centro la defensa de la
libertad individual, alaba la iniciativa de los individuos como una cosa buena. La solidaridad sí que
quedaría en un segundo plano, porque no es obligatoria, es más bien un valor sagrado laicizado, que
no ocupa el primer lugar. El individualismo es el código genético de la democracia moderna».
Desenladrillado el edificio queda ante nosotros un paisaje débilmente
propositivo con figuras individuales (ladrillos sueltos, náufragos) al fondo292. La posmodernidad se
291
Lipovetski, G: El bienestar como mundo y como representación. Correo Semanal. Asunción (Paraguay), 12 de agosto de 2001
292
«No te basta ser 'libre', debes ser más, debes ser 'propietario'. La individualidad, es decir, mi propiedad, es toda mi existencia y mi esencia, es Yo
mismo» (Stirner, M: El Único y su propiedad, 1,1)
mueve a gusto en lo que llama egoísmo asociativo, individualismo responsable o simplemente ética de
los negocios. Buena ética, hacer buenos negocios, good ethics make good business, la bonne affaire
de l'éthique y otros eslóganes similares abundan por Europa: «una persona 'buena' en el sentido de la
moral del deber no siempre produce beneficios, por eso todos preferimos un gestor que robe un poco,
pero que incremente la cuenta de resultados, a una bellísima persona que con su bondad nos lleve a la
ruina. Los santos pueden ser perjudiciales para el bienestar general, mientras que los astutos pueden
resultar beneficiosos. Al individuo responsable le interesarían más los segundos que los primeros». Un
egoísta más un egoísta más un egoísta ¡hale hop! una sociedad altamente racionalizada. Cualquier
inteligente que desee su bienestar se percatará de que le conviene respetar los ajenos derechos, el
interés por uno mismo sería la clave de esta ética de los nuevos tiempos democráticos frente al
altruísmo exigido por la moral del deber.
Los individuos se retiran a sus espacios domésticos en los cuales
distribuyen sus libertades tras haber dado por perdida la batalla social, y se dedican al bricolaje como
técnica de autoafirmación y ejercicio de sincretismo. Esto no impide que militen en lo que deseen,
pero siempre en plan de voluntariado supernova (gran fulgor que precede a la inmediata extinción),
no como por imperativo categórico racional o por vocación de fondo religioso, al fin y al cabo
macrorrelatos, sino como manifestación de cada puro querer individualista: «Pese a la decadencia de
los grandes relatos eso no significa que no haya relatos que no puedan ser creíbles. Su decadencia no
impide que existan millares de historias pequeñas o no tan pequeñas que continúen tramando el tejido
de la vida cotidiana»293.
Polimedes de Argos labra una imagen con arreglo a unas proporciones
que más tarde sistematizaría Policleto: es Kurus, el efebo rubio del siglo VI antes de Cristo que, cual
Narciso, se mira y remira en el espejo294, con decisión de no salir de la propia pompa de jabón; de
293
Lyotard. J.F: La posmodernidad explicada a los niños. Gedisa, Barcelona, 1986, p. 31
294
Según la versión del mito en Ovidio, Las metamorfosis (III), Narciso fue engendrado por el río Cefiso en la ninfa Liriope, y cuando nació era tal su
hermosura que ninfas y efebos quedaron prendados de él, pronosticando el adivino Tiresias que viviría mucho si no era visto por sí mismo. Sólo la bellísima
ninfa Eco (castigada por Juno -por sus amores con Zeus- a no poder pronunciar sino las últimas palabras de aquello que quisiera expresar) llegó a encontrarse
con el displicente Narciso abrazándole, pero Narciso, terriblemente frío, dijo: «No pensarás que yo te amo», repitiendo por su parte Eco acongojada: «Yo te
amo». «¡Permitan los dioses soberanos -grita entonces Narciso- que antes me deshaga que tú goces de mí!», y Eco: «¡Que tú goces de mí!». Desesperada,
Eco invocó a Némesis: «¡Ojalá cuando él ame como yo amo se desespere como me desespero yo!». Némesis escuchó a la ninfa, y un día en que Narciso se
acercó a beber a una fuente Cupido le clavo por la espalda su flecha. Insensatamente creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser
real ajeno a sí mismo. Entonces una voz interior le reprochó: «Insensato, ¿cómo te has enamorado de un vano fantasma? Tu pasión es una quimera; retírate
de esa fuente y verás cómo la imagen desaparece. Y sin embargo contigo está, contigo ha venido y contigo se va, pero no la poseerás nunca». Prendado de su
imagen y consumido por ese ardor, al cabo de unos minutos no quedaba al borde de las aguas sino una espléndida rosa que seguía contemplándose en el
claro espejo. Antes de cumplirse la transformación de Narciso en flor pudo exclamar: «¡Objeto vanamente amado, adiós!». Y Eco, rota de amor, caía sobre el
césped repitiendo la última palabra: «¡Adiós!». Las náyades y las dríadas lloraban y se lamentaban, y Eco, cuyo cuerpo no pudo ser hallado, respondía por
montes y valles en todas las partes del mundo a las últimas sílabas de toda la patética humana.
Según otra versión, «Tiresias le dijo a Liríope, la primera persona que consultó con él: 'Narciso vivirá hasta ser muy viejo, con tal de que nunca
se conozca a sí mismo'. Dada su belleza, cualquiera podía haberse enamorado de Narciso, pero él rechazaba cualquier posible amante, pues se sentía
tercamente orgulloso de su propia belleza. Entre las rechazadas se hallaba la ninfa Eco, quien ya no podía utilizar su voz sino para repetir tontamente los
gritos ajenos. Un día en que Narciso salió para cazar ciervos, Eco le siguió a hurtadillas a través del bosque sin senderos con el deseo de hablarle, pero
incapaz de ser la primera en hablar. Por fin, Narciso, viendo que se había separado de sus compañeros, gritó:
- ¿Está alguien por aquí?
- ¡Aquí!, repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso, pues nadie estaba a la vista.
- ¡Ven!
- ¡Ven!
- ¿Por qué me eludes?
- ¿Por qué me eludes?
- ¡Unámonos aquí!
- ¡Unámonos aquí!, repitió Eco, y corrió alegremente desde el lugar donde estaba oculta para abrazar a
Narciso.
Pero él sacudió rudamente la cabeza y se apartó gritando:
- ¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo!
- ¡Yacer conmigo!, suplicó Eco.
Pero Narciso se había ido, y ella pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de amor y
mortificación, hasta que sólo quedó su voz» Graves, R: Los mitos griegos. Alianza Ed. Madrid, 1985, pp. 356-357.
nuevo. como en las senequianas «Epístolas morales a Lucilio», he aquí la apología del autárquico
Estilpón, el cual, asaltada su villa, pierde mujer, hijos y propiedades en un incendio, y cuando
Demetrio le pregunta si ha sufrido algún daño, contesta: «Todos mis bienes van conmigo». Filosofía
del caracol295.
295
«Sí, digámoslo francamente: por íntimamente que la amistad, el amor y el matrimonio unan a los hombres, no quiere uno plenamente y de buena fe
más que a sí mismo o a su hijo. Por consiguiente, cuanto menos necesidad se tenga, a causa de condiciones objetivas o subjetivas, de ponerse en contacto con
los hombres, tanto mejor se encontrará uno. Porque la sociedad es insidiosa» (Schopenhauer, A: Arte del buen vivir. Edaf, Madrid, 1990, p. 184)
296
Vattimo, G: El final del sentido emancipador de la historia. In «El País», 6/12/1986
297
Levi, P: Lilit y otros relatos. Ed. Península, Barcelona, 1989. p. 94
298
Umbral, F: La subvención. In «El Mundo», 5-2-1994
• en este posmoderno laberinto, donde la complejidad y la
fragmentación de la vida social conducen a una pobre socialización y a una profunda crisis de las
instituciones, quedando el espacio público tan vacío como vaciado axiológicamente con el alibí de
hacerlo neutral;
• en este posmoderno laberinto light, fungible, aconvicto, insulso, bajo
en asertividades, nihilismo sin tragedia, vacío precavido contra los entusiasmos desmedidos, donde el
pluralismo legitima extremos de relativismo tontorrón que imposibilitan la existencia de sistemas de
significado produciendo desorientación ética y desviación hacia actitudes blandas y acomodaticias
(pragmatismo, escepticismo), o duras con las que lograr seguridad a cualquier precio (racismo,
fundamentalismos: la nostalgia por el héroe no se destruye, sólo se transforma);
• en este posmoderno laberinto, donde el deber muere ante la
«consagración de la normalidad» y el ocaso de las ideologías, y donde no se aspira a ser mejor sino a
ser normal, anodino, inmunizado, neutralizado, resultando la estadística y el consenso el sustitutivo
funcional de la conciencia, y quedando reducido el valor a la vigencia social o al urbanismo, o a mera
regla de urbanidad, o a gesto estético, o a la racionalización del deseo, una vez ridiculizada la
apelación a cuestiones de principio, transformada la ética en terapia para evitar las aspiraciones
desmedidas -nada demasiado- y lograr el acompasamiento a la inercia del mundo, y extirpada la
capacidad de escandalizarse, como ya criticó el cáustico Ernst Jünger 299;
• en este posmoderno laberinto que pretende reducir la vida a una
comedia, no dramatizar nunca, resignarse a lo malo conocido tras la embriaguez por lo nuevo, y que
(continuando el cartesianismo con otros medios) odia la tragedia a la que expulsa como una actriz
vieja y mala, olvidando que no puede fracasar quien no se la juega porque el nivel de decepción es
proporcional al alcance de las expectativas, resultando así una curiosa mezcla de amargura y
complacencia, de celebración y de lamento a un mismo tiempo;
• en este posmoderno laberinto que proclama por una parte el final de
toda aventura humana, el fatalismo, el conformismo y la inutilidad de cualquier travesía,
resolviéndose todo en un «qué le vamos a hacer», «es lo que hay», «uno es como es», y que por otra
parte fomenta el utilitarismo, para el cual «verdad» es el nombre que damos a lo que nos conviene y
«virtud» a la racionalización de la biología en orden a la simple supervivencia pragmática, sin que
existan asertos apodícticos, sino meramente hipotéticos gracias al uso de las comillas y los signos de
interrogación;
• en este posmoderno laberinto, donde la lógica capitalista y consumista
conduce a la multiplicación insolidaria de las necesidades generando nuevas insatisfacciones, donde
todo es adulación y puñalada al consumidor, pues si puede darse puñalada sin adulación no cabe sin
embargo adulación sin puñalada;
• en este posmoderno laberinto que refleja una profunda crisis también
religiosa, agravada en la familia, en la sociedad, en la vida pública e incluso en la comunidad católica
por la carencia de modelos que superen el desinflamiento;
• en este posmoderno laberinto, donde la escolarización no sale del
círculo vicioso en que languidece y que se contenta con alimentar sus propias esclerosis incapacitada
como está para abrir brecha;
• en este posmoderno laberinto del gran vacío posmoderno que siguió al
gran rechazo de mayo del 68, penúltimo fogonazo del mundo moderno, validando aquel dicho de
Séneca de que toda necedad sufre el fastidio de sí misma (omnis stultitia laborat fastidio suo),
ambiente secularista en el cual casi todo lo profundo se ha vuelto ocioso y lo ocioso profundo, y donde
el imperio de la técnica y la racionalidad instrumental imperan, por lo que muchos no creen necesitar
el cielo desde el momento en que suben hasta lo alto gracias a rápidos ascensores a los que toman por
carro de Elías;
• en este posmoderno laberinto, en que el bienestar material hace brotar
el tedio, y el arte de la política ha devenido tarea organizativa, sin referencias valorativas (haciendo
299
«Soy, huelga decirlo, de derechas, de izquierdas, de centro, desciendo del mono, no creo más que en lo que veo, el universo está en expansión, a tal o tal
otra velocidad -he aquí lo que escuchas desde el primer momento en boca de gente a la que no te has dirigido con la intención de que se presentaran como
unos cretinos. Si tienes la mala suerte de encontrarlos una segunda vez, cinco años más tarde, todo habrá cambiado, salvo su estilo de certidumbre autoritaria
y casi siempre brutal. Llevan otro distintivo en el ojal, se enorgullecen de su parecido con otra bestia y el universo se contracta a una velocidad que te pone los
pelos de punta».
triunfar el gusto positivista del Auguste Comte que se jactaba de haber escrito innumerables páginas
de teoría política sin emplear ni una sola vez la palabra 'perfección'), sin la inseguridad militante
desde el punto y hora en que la seguridad social garantiza unos mínimos, resumiéndose toda creencia
en la trascendencia con un vago, somnoliento y débilmente deísta «algo habrá»;
• en este posmoderno laberinto, seamos sinceros, donde por término
medio creyentes e incrédulos -unos y otros bajo el signo de una cultura del simulacro- parecemos
inclinarnos casi igualmente hacia el becerro de oro (un joven jonio aparece en Atenas envuelto en una
túnica púrpura con bordes de oro; le preguntan por su patria y él contesta: 'Yo soy rico'»), hacia la
genitalidad más o menos reivindicada («el amor moderno es una melodía débil con una gran
orquestación», afirmó Hoffmannstahl), o hacia los placeres y los deseos (olvidando que el placer desea
el medio, no el fin), y otro tanto habría que decir al respecto en materia de ocio y tiempo libre, donde
la omnipresente televisión se configura como una especie de «sancta sanctorum» doméstico que ocupa
el lugar central del lar familiar, y a cuya contemplación dedica la mayor parte de las horas libres la
telefamilia (ozio lungo d'homini ignoranti, que dijera Ariosto);
• en este posmoderno laberinto, del que por aquello tan freudiano del
retorno o venganza de lo reprimido cabría recordar el aserto de Charles Baudelaire, según el cual la
vida es aquí un hospital donde cada enfermo vive poseído por el deseo de cambiar de cama, es decir,
de pareja, de residencia, de convicción; en este ambiente secularista, en donde «todos los vicios de
moda pasan por virtudes» (Molière);
• en este posmoderno laberinto dominado por las relaciones personales
flexibles, comprensivas, críticas pero dialogantes, abiertas y no dogmáticas, divertidas y no agobiadas
por el peso de la culpa o por la exigencia del imperativo categórico, que conduce con frecuencia a un
jajajajijiji incapaz de apechugar con las cuestas arriba y desde luego incapaz de echar una mano al
otro tirado por el camino o simplemente necesitado y acogotado por una sociedad poco risueña y
altamente centrifugadora;
• en este posmoderno laberinto, en fin, donde hacerse el listo es de
tontos y donde el mentiroso tendrá que decir cien verdades para que le acepten una sola mentira, ¿a
quién vamos a engañar si no comenzamos a ser sinceros con nosotros mismos, honrados con nuestros
prójimos, y honestos para con Dios?
300
Apoteosis de Hermes: «Hermes. La juventud, la frescura, la precocidad, la astucia, la inteligencia, la elocuencia y el pintoresquismo son las principales
características de este dios rústico y popular a quienes los griegos consideraban un verdadero amigo divino. Casi recién nacido roba los bueyes a Apolo,
devuelve a Zeus los tendones que Tifón le había arrebatado, toma partido por los griegos en la guerra de Troya y como recadero divino comunica el
ultimatum de Zeus a Prometeo, es el encargado de conducir a la pradera de Asfódelos las almas de los muertos, participa en la creación de Pandora, con su
varita de oro duerme o despierta a los mortales...» (VVAA: Diccionario de la mitología clásica. Alianza Ed. Madrid, 1980, pp. 323-325).
301
Vattimo, G: La sociedad transparente. Ed. Paidós, Barcelona, 1990, pp. 131-132
vale, y por eso se ensalza al Paul Valéry que enfatiza: mes vers ont le sens qu'on leur prête, mis
versos tienen el valor que se les quiera dar. Ni huella, pues, de verdad, ya que cuando todo vale nada
vale.
302
Gellner, E: Posmodernismo, razón y religión. Ed. Paidós, Barcelona, 1994, pp. 37-39
303
Ibi, p. 45
304
Ibi, p. 46
305
Ibi, p. 51
306
Ibi, p. 67
acerca de ellos. ¿Qué les parecería alguien que se interesara sólo en lo que Clifford dice acerca de lo
que otros dicen...? Las metarreflexiones sobre la crisis de las representaciones señalan un camino
hacia un interés por las metatradiciones de las metarrepresentaciones. Nada pone fin a estas bobadas.
Más bien aman el callejón sin salida, el cual constituye su especialidad, su distinción, su superioridad
frente a los pobres ignorantes objetivistas. Esto viene a ser como una hipocondria epistemológica que
rechaza a quienes no son lo bastante escépticos, ensimismados... Los posmodernos, recurren a la duda
y al calambre epistemológico como una justificación para una gran oscuridad y subjetivismo
(principales marcas del posmodernismo). Si todo en el mundo está fragmentado y es multiforme, nada
se parece realmente a nada y nadie puede conocer a otro (o a sí mismo) ni comunicarse. ¿Qué otra
cosa puede hacerse como no sea expresar, en una prosa impenetrable, la ansiedad producida por esta
situación?... De ahí la elaboración de una jerga científica que, de hecho, ni tiene la agudeza de una
definición, ni guarda ninguna verdadera relación con la realidad, ni tiene mucha disciplina interna,
pero que suena lo suficientemente oscura e intimidante, donde cada uno puede presentarse como
descubrimiento y cambio... Siempre es posible inspeccionar la propia alma y la ansiedad por no
descubrir nada, para pensar sobre uno mismo y caer en la angustia hermenéutica no se necesita
ninguna autorización del Ministerio del Interior... Además el horror hermenéutico se presenta como
vinculado en cierto modo (¿indispensablemente?) al igualitarismo cultural: a menos que hables como
nosotros eres un colonialista, si no algo peor. Se presenta como una precondición de libertad e
igualdad. Tales vínculos son espurios, pero se insinúan asiduamente» 307.
307
Ibi, p. 56 ss
308
Gellner, E: Posmodernismo, razón y religión. Ed. Paidós, Barcelona, 1994, p. 39
309
Ibi, pp. 42-45
Capítulo XV
310
El mecanismo lo conocen muy bien los publicitarios: machacar insistentemente sobre las marcas para magnetizar la mirada colectiva del espectador, a
fin de que se identifique con el producto y lo compre, o con el personaje y lo imite, aplauda, emule, etc.
2. La mímesis de apropiación gemelar
En realidad nunca soy único deseando, sino que hay otros deseando lo
que yo, y todos a su vez deseamos el deseo del modelo, del héroe, del arquetipo. Los otros y yo
deseamos lo que el modelo o mediador nos señala como deseable, y rivalizamos entre nosotros por
alcanzarlo. Si no hubiera conflicto entre dos que rivalizan por su deseo de lo mismo, eso mismo no
sería modelo: es modelo por cuanto es deseado por dos voluntades en conflicto.
Ahora bien, dos manos que tienden a la vez hacia el modelo producen
conflicto; la mímesis de apropiación genera una rivalidad 311, y a veces un antagonismo feroz: la vida
es un drama entre gentes de una misma tribu que se disputan la jerarquía de la misma charca. No es la
diferencia la que produce la confrontación (la rivalidad amo-esclavo, rico-pobre, guapo-feo), sino el
roce, la cercanía, por eso las peleas entre gemelos resultan fratricidas, ya que al estar tan cerca
convierten en absoluta cualquier refriega relativa: entre distantes no hay conflicto porque no hay
mismidad en el deseo; lo que nos duele es la búsqueda de la afirmación en torno a lo mismo cercano,
de ahí la dureza de nuestro juicio sobre los compañeros de profesión por mímesis de apropiación de lo
mismo: lo que más conflicto entraña es la reproducción de la omofonía gemelar, la pronunciación a la
vez de las mismas palabras del mismo deseo.
La indiferenciación, la fluidificación de las diferencias, es decir, la
gemelidad, crea malestar, pues dicha indiferenciación es sinónimo de pérdida de jerarquía y de
autorreconocimiento. Yo no quiero ser el «doble» del otro, como el otro no quiere ser mi doble, cada
cual reivindica su principio de diferencia y de jerarquía. La simetría absoluta del doble, del gemelo,
del otro yo que es yo o como yo, propicia la búsqueda del sí-yo/no-tú, del yo-sí/tú-no. El deseo de
jerarquía, de logro, de afirmación en la búsqueda de lo mismo es la violencia contra esa gemelidad
que nos convierte en dobles, es decir, en desiderativamente inexistentes: uno no puede ser dos, como
dos no pueden ser uno porque ambos queremos lo mismo. Y, si el otro es ahora lo mismo que yo,
porque quiere lo mismo que yo, de tal modo que no nos identificamos en lo que somos, sino en el
modelo que queremos llegar a ser, somos gemelos en el deseo rivalizador, y por eso la «dialéctica»
relacional puede llegar a vivirse de forma «dualéctica», antagonismo dual simétrico productor de
expulsión, de conflicto, de duelo.
De ahí resulta que, por derivación, la diferenciación pide no sólo
autoafirmación (hostilidad frente al otro), sino además in-diferencia respecto del otro. De hecho, en
esa pugna a veces desaparece o queda latente lo deseado, y sólo existe o queda patente el conflicto en
torno al yo que desea, se pierde el objeto intencional y se produce la clausura egocéntrica y polémica,
con lo que la tensión binómica puede llegar a constituirse en destitutiva: lucha contra la moral en
favor de la mera autoafirmación. Cuando la rivalidad se agranda y es ya insostenible, hay que darle la
espalda al gemelo del deseo; en los peores casos, la tensión concluye en el crimen, en el exterminio312.
311
Cfr. Gn 25-33, sobre la relación gemelar Isaac-Jacob (mellizos, no gemelos): «Salió el primero, rubicundo todo él, como una pelliza de zalea, y le
llamaron Esaú. Después salió su hermano, cuya mano agarraba el talón de Esaú, y se le llamó Jacob». Jacob quiere impedir la primogenitura de Esaú, y le
agarra el calcañar. Valiéndose de artimañas, Jacob roba a Esaú el derecho de primogénito revistiéndose con la piel de un animal tan peludo como su
hermano, para así engañar al casi ciego padre común, el cual cree la artimaña sólo a medias, dividiéndose a su vez interiormente. «La voz es la de Jacob, pero
las manos son las manos de Esaú». Al final los hermanos se reconcilian porque Jacob, sabiendo que ha hecho mal, experimenta un combate interior con Dios
antes de reconciliarse con su hermano. Obsérvese que el combate Esaú-Jacob por la apropiación del deseo del otro se reproduce en un combate interior de
cada hermano consigo mismo, y de Jacob (el deseador-usurpador) con Dios: «Y, habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar
el alba. Jacob respondió: 'No te suelto hasta que no me hayas bendecido. Dijo el otro: '¿Cuál es tu nombre?' 'Jacob'. 'En adelante no te llamarás Jacob, sino
Israel; porque has sido fuerte contra Dios, y a los hombres les podrás'. Jacob le preguntó: 'Dime por favor tu nombre'. ¿Para que preguntas por mi nombre? Y
le bendijo allí mismo». Después se produce el encuentro entre los hermanos. Este texto bíblico es hermosísimo y digno de una exégesis muy pormenorizada. .
312
No sólo Freud o Marcuse, también René Girard -a quien venimos siguiendo en todo este trabajo de la mano de su mejor conocedor en España, Ángel
Barahona- asegura que la civilización surge de la separación que sigue a la necesidad de autoafirmación advenida tras la exclusión del otro. Toda civilización
sería represiva. Cuando se exacerba el conflicto, la víctima expiatoria o propiciatoria inmolada canaliza catárticamente el caos evitando la destrucción de
todos: no hay cultura sin la perpetración de un primer asesinato, en el origen de lo social hay un homicidio de la víctima. La civilización, pues, surge de la
tumba. Conjurado el caos sobre la occisión del inocente (poco importa que la víctima sea culpable o inocente, lo importante es la necesidad de aplacar el
desorden con cualquier víctima: el desorden ciego no pide lógica en su exigencia de reparación), el nuevo orden restaurado/instaurado es fundacional,
procede de un homicidio fundador totémico.
3. La mímesis de apropiación egorrelativa
Ahora bien, el yo que desea no sólo es doble respecto de otro que desea
lo mismo que él, que comparte con él su objeto desiderativo; es que además es doble respecto del
propio yo, pues el yo real siempre falible emula al yo ideal (el superyo), con el consiguiente conflicto.
Yo compito también desesperadamente con mi propio yo real, conmigo mismo, y tengo horror a los
espejos, especialmente al yo especular que me refleja el rostro que no quiero conocer de mí mismo, «el
otro», pues en ellos veo al otro yo, con el que exaspero mi rivalidad, pudiendo terminar en la locura.
Cuanto más nos alejamos de los orígenes rituales, tanto más débiles son
sus efectos, precisándose de mayores dosis de violencia para producir efectos más pequeños: cada vez
más víctimas para soluciones más efímeras. Cada vez se necesitan más millones de muertos para
conseguir paces menos profundas en el orden social espurio. Es un mecanismo en caída progresiva
desde Adán, pasando por el asesinato de Abel, hasta hoy.
Este esquema se mantiene a pesar de la desacralización, pues el orden
social no puede darse sin alguna forma de sacralidad, por lo que resacraliza elementos que antes eran
profanos para que asuman la función simbólica del tabú. En nuestros días el derecho, siempre basado
sobre la ley del Talión, pretende ser el sustituto del chivo expiatorio. Ahora bien, si el derecho
313
En ciertas tribus las fiestas son báquicas, dionisiacas, caóticas y durante ellas se permite la transgresión de todo tabú, liderando dichas transgresiones un
gemelo. Terminadas las fiestas hay que volver al orden, y para exorcizar los demonios que se han desatado durante las infracciones se mata al gemelo
trasgresor que permitió lo indiferenciado-caótico, renovándose la vida tribal con el gemelo bueno y diferenciado, el que diferencia lo bueno de lo malo. Y así
hasta el año siguiente, en que la acumulación de tensiones sea tanta que necesite ser saldada según el círculo del eterno retorno de lo idéntico.
314
Algunos exegetas dicen que en el pasaje de la mujer adúltera lo que Cristo escribe en el suelo (lenguaje prosémico) son los nombres de los que habían
adulterado antes, comenzando por el líder de aquel grupo de favorables a la lapidación de la mujer. El líder, que ve su nombre escrito, realiza un gesto
inhibidor y renuncia a lapidar. Y los otros le siguen por mímesis. ¿Qué hubiera pasado si el primero, pese a todo, hubiera lanzado la primera piedra? Es
difícil superar la mímesis. Los propios discípulos de Cristo imitan el modelo sin entenderle, presos de una mímesis de imitación, que Cristo censura: sois
todos presos de lo mismo, hacéis lo que todos, antes de que el gallo haya cantado tres veces me habréis negado como todos.
315
En el foso taurino, en el estadio de fútbol, etc, la circunferencia sitúa a los actores a la misma distancia de la víctima (torero, árbitro, etc), y el trance
ritual consiste en la copia de unos a otros contra la víctima. Todas las miradas se centran circularmente sobre uno solo, sobre el que se ejerce la violencia.
316
No solo hay que fijarse en que hay muchos borregos para pocos pastores; también se puede ver en positivo: con tu gesto de poner el primer ladrillo
puedes hacer que los demás construyan una catedral.
consiste en dar a cada uno lo suyo, es decir, en que el que la hace la pague, ojo por ojo y diente por
diente, mañana todos habrán de estar ciegos y desdentados, razón por la cual del mero derecho no
puede sacarse nada humano, y menos los derechos humanos (la expresión «derechos humanos» es
contradictoria performativamente), pues el derecho no tiene alma humana; a lo máximo, es
desalmado, o sea, pide reciprocidad en la venganza.
Como se sabe, la legislación de países democráticos, con EEUU a la
cabeza, mantiene la pena de muerte a la vez que proclama el respeto de los derechos humanos: los
humanos tienen derecho a la pena de muerte (que en los EEUU casi siempre es la de «ellos», los
negros, los hispanos, etc, difícil resulta imaginarse a un Kennedy en la silla eléctrica). La asepsia de
la inyección letal es, pues, la última palabra en el Ersatz o sustituto de la espiral de la violencia
victimadora del ritual sacrificial que tiene su origen en los sacrificios humanos, luego sustituidos por
sacrificios animales, y ahora por sacrificios jurídicos, en una eterna pirámide sacrificial. Desde tiempo
inmemorial es sabido que quien no quiere misericordia con el otro ni consigo mismo sólo puede
aspirar al sacrificio del otro y de sí mismo.
El momento central del rito jurídico es el juicio, es decir, la acusación y
la resolución por separación 317. Donde hay juicio no cabe reconciliación, sino victoria de una de las
partes, la que supuesta o realmente lleva razón 318. El derecho exige siempre una mirada vengativa, el
rencor, el recuerdo del daño padecido para que el damnificador no quede indemne a su vez. Es la
espiral del retrotraerse sin retraerse. Auschwitz llama a Auschwitz, círculo infernal del holocausto
(«todo quemado»). De lo que ocurrió en Auschwitz no salimos recordando lo que ocurrió en
Auschwitz. A no ser que lo recordemos como perdonado. El recuerdo de Auschwitz sin el perdón
sobre Auschwitz sólo causa tristeza. El recuerdo de Auschwitz con el perdón incondicional -no
obsesivo, no asediador- abre futuro para un nunca más Auschwitz.
8. Por una anámnesis del perdón total: Agnus Dei qui tollit peccata
mundi
317
Idiomas como el alemán conservan en su etimología este significado: juicio, Urteil quiere decir partición (Teil) modélica (ur).
318
De nuevo las etimologías así lo ratifican. En efecto, ratio en latín deriva del supino (ratum) del verbo reor, de donde viene el término reo.
319
Mt,27
320
«El símbolo es una prenda de reconocimiento, un objeto cortado en dos y distribuido entre dos socios o aliados para que cada uno de ellos conserve una
parte y la transmita a sus descendientes, de tal manera que esos elementos complementarios y reunidos de nuevo permiten en su ajuste recíproco dar a
conocer a los portadores y atestiguar los lazos de alianza contraídos anteriormente. El syn-bolon consiste, por tanto, en la correlación entre unos elementos
sin valor aislado, pero cuya reunión (syn-ballo) o ajuste recíproco permite a dos aliados hacerse reconocer como tales, es decir, como ligados entre sí (syn-
¿Podría el hombre perdonar tanto, sin saberse querido absolutamente
por Dios, en lo que cada uno de nosotros tenemos de necrosado, de victimador, de tanático? Sólo
quien se sabe querido incondicionalmente, aceptado como es en su propia miseria, puede mirar al otro
como Dios le mira desde Cristo, el humano y divino que cargó con todo lo inhumano, haciéndonos no
hijos de la Ley, sino de la Gracia y de la libertad. Y, por tanto, de la paz que clausura toda violencia, y
que vence a toda muerte y de toda muerte.
Capítulo XVI
Así pues:
• nada de abandonarse en las manos del destino como en la tragedia
griega lacrimógena, ahora manipulada con el formato de un publicitario retorno de los brujos y de un
reciclado de las meigas;
• nada de arrojarse a los brazos de la primera sirena que susurre
pringosos cantos de acaramelada novedad excitante o esotérica, mágica, sectaria, ludopática, o
crecepélica espectacularizadamente televisados por las cámaras de los marines y que son tomaduras de
cabello;
• nada de rendirse ante la contingencia, que es cretina cuando un sujeto
cretinizado la asume como solución de sus propios problemas. El azar no va a hacer crecer un palmo
nuestra propia estatura, ni va a crecer por nosotros, de modo que el miedo a crecer asumiendo los
propios pulsos y arrojándonos en los brazos de lo impersonal se traducirá en enanismo. No es el juego,
el azar, la lotería o un pelotazo lo que va a enrumbar ninguna existencia, la vida se hace más intensa y
profunda y humana en quien la trabaja. La vía de la contingencia no conduce a la realización de la
necesidad. Cada cual será la imagen de su propio destino, es decir, de su propio laboreo, la huella de
la labranza de su propio rostro. El destino se esculpe, y quien no esculpe su destino es escupido por el
infortunio. No hay más destino que el que cada cual asume libre y solidariamente;
• nada de evasiones, cada ser humano, cada generación, cada pueblo se
encuentran perennemente ante la misma alternativa: huir o buscar. Esperar que el «destino» solucione
los problemas es sentarse a la puerta de la casa hasta que llegue el cortejo fúnebre;
• nada de mecanismos miticomágicos, amuletos, metempsícosis,
psicofonías, licantropismos, cultos fetichistas (también el dinero puede ser fetichizante), pues sólo lo
que sale del interior cambia el curso de la historia como ya viera Metrodoro, primer discípulo de
Epicuro: maiorem esse causam ad felicitatem eam, quae est ex nobis, ea, quae ex rebus oritur
ballontes, con-trayentes) en un pacto o alianza de fidelidad» (Ortigues, E: Le discours et le symbole. Ed. Aubier, Paris, 1962, pp. 60-61).
(que la causa que proviene de nosotros mismos contribuye más a nuestra felicidad que las que nacen
de las cosas exteriores)
• nada de miedos, recordemos la voz del abuelo: «Estás perdiendo el
ánimo; esto no me gusta. Defiéndete contra la tristeza, pues la tristeza envilece. Tienes que afirmar tu
poder sobre ella. Si no, estás perdido»321;
• nada de fariseísmo ante el compromiso: «El temor de ensuciarnos al
tomar contacto con el contexto de la historia no es virtud, sino un medio de esquivar la virtud.
Algunos parecen pensar que poner manos a lo real, a este universo concreto de las cosas y de las
relaciones humanas en que el pecado existe y circula, es ya de por sí contraer pecado, como si el
pecado se contrajera desde fuera y no desde dentro. Esto es purismo farisaico»322. «La historia es el
mal mezclado con el bien y dado más frecuentemente que el bien, la historia de una humanidad
desgraciada en marcha hacia una liberación sumamente misteriosa, así como de los avances hacia el
bien que se realizan a través del mal. En cuanto un hombre ha realizado en el mundo una acción, sabe
lo que ha querido hacer, pero ya no sabe ni lo que ha hecho, ni para qué ha servido. Ese hombre, si
teme a Dios, no debe servirse sino de medios buenos en sí mismos, debe además preocuparse del
contexto para procurar que tenga posibilidades de ser lo menos malo posible. Pero después de eso
¡quédese tranquilo! El resto es cosa de Dios. El temor a mancharse por entrar en el contexto de la
historia es un temor farisaico. No es posible tocar la carne del hombre sin ensuciarse los dedos.
Ensuciarse los dedos no es ensuciarse el corazón. Pretender renunciar a los medios humanos, a las
energías humanas, sería un absurdo. Lo que hace falta no es abandonarlos, ni apartarse de ellos, ni
tampoco superponerles de una manera estática, por así decirlo, otros medios de orden superior; es dar
entrada en ellos a ese gran movimiento del advenimiento entre los hombres del Amor increado, que es
la consecuencia misma de la Encarnación»323; nada, pues, de hipocondrias, el mundo puede y debe ser
transformado.
321
Wiesel, E: Las puertas del bosque. Ed. Aguilar, Madrid, 1971
322
Maritain, J: El hombre y el Estado. Ed. Encuentro, Madrid, 1983, p. 78
323
Maritain, J: Humanismo integral. Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1966, pp. 188-189
324
Innerarity, D: Libertad como pasión. Eunsa, Pamplona, 1993, p. 47
325
Innerarity, D: Libertad como pasión. Eunsa, Pamplona, 1993, p. 78
2. El personalismo comunitario, lugar de honor de la filosofía
326
Sal 8, 5-7
327
Guitton, J: Dios y la ciencia. Ed. Debate, Madrid, 1944, p. 75
328
Buber, M: Yo y tú. Ed. Caparrós, Madrid, 1993, pp. 40-41
329
Buber, M: Qué es el hombre. FCE, México, 1949, pp. 105-106
330
Yo y tú, p. 17
331
Yo y tú, p. 61
4. Relación: comunicación, encuentro
332
Cfr. Jean Luc Marion: Prolegómenos a la caridad. Ed. Caparrós, Madrid, 1993: l'enfer enferme, enfer-me-ment, l'enfer me ment.
333
«El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él
ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza. El lenguaje no es más que su signo y su medio, toda obra espiritual ha
sido provocada por ese algo. Es lo que hace del hombre un hombre; pero, siguiendo su camino, el hombre no sólo se despliega sino que también se encoge y
sum (soy amado, luego existo), como vamos a ver.
6.1. Vocativo
6.2. Genitivo
6.3. Dativo
Si quien nos ama nos hace ser, ¿qué sería de alguien nunca amado, que
tipo de «yo» desarrollaría? ¿acaso el nacido para alma bella no se perdería -sin amor- y malograría
cual corazón duro?. La condición humana comienza, pues, con la inseparable unidad relacional
vocativo-genitivo.
La experiencia de esa buena relación vocativo-genitivo se traduce en el
dativo, en el «para ti», pues aquel que ha mamado la bondad del cuidado, aquel que ha experimentado
en su propia carne la calidez de una palabra hecha afecto y traducida en obras ¿cómo podría ignorar
que bálsamo tan benéfico merece transfundirse, que tal don merece per-donarse y transfundirse? A esa
su transfusión denominámosla con hermoso vocablo «dativo», donación, donativo, don desde el
origen, don nato desde el principio que busca perpetuarse comunicativamente.
Y por eso el pecado constituye la quiebra del dativo, la ruptura de la
cadena de dones, la negatividad que no pasa al otro el amor que le han regalado a uno: «el pecado es
en cada caso la ruptura del sistema personal de relaciones que siempre se encuentra orientado hacia el
tú: un cerrarse en sí mismo, un querer ser solamente uno mismo» (F. Ebner).
6.4. Ablativo
degenera. Sus raíces se hallan en que un ser busca otro ser, en cuanto que este otro ser concreto, para comunicar con él en una esfera común a los dos, pero
que sobrepasa el campo propio de cada uno. A esta esfera, que ya está afirmada con la existencia del hombre en cuanto tal, pero que aún no ha sido
conceptualmente dibujada, la denomino esfera del «entre». Ella constituye una protocategoría de la realidad humana, aunque es verdad que se realiza en
grados muy diferentes» Buber, M: ¿Qué es el hombre? FCE, México, 1949, pp. 147-148
6.5. Acusativo no, gracias
6.6. Nominativo
334
Leviatán, Ed. Nacional, Madrid,1979, p. 225
En conclusión: el principio no fue el «ego» ni el «cogito», ni por ende
el famoso y narcisista «ego cogito», sino el amor ergo sum, el soy amado luego existo. Amar a otro,
amarle de verdad, amarle allí donde la pequeña manía nada tiene ya que ver con la grande y
verdadera pasión, amarle más allá del juramento de fidelidad a la belleza y más allá del dictado de su
obsesión y de su despotismo, escribía Gabriel Marcel, significa decirle: mientras yo viva tú no has de
morir, pues mientras yo viva te llevaré siempre conmigo hasta el final. Y, si ahora alargamos la bella
afirmacion de Gabriel Marcel, diremos: aunque también yo tu enamorado/a muriese, sin embargo, si
existiera ese Ser que -inmortal Él- desde siempre nos amara y nos amara para siempre, entonces
ambos seríamos rescatados para la eternidad amorosa y la muerte no prevalecería sobre nuestra vida.
Pues, así como en la tierra es ya el amor lo que nos constituye y salva, y el desamor lo que nos
destituye y condena, así también en el cielo si existiera el Dios Amor garantizaría la eternidad
amándonos más allá del tiempo y de la humana caducidad: desde siempre, para siempre amor est
nomen personae (el amor es el nombre de la persona), dijo santo Tomás. Y, en nombre de ese
nombre, todo lo bueno se nombra.
335
«De hecho se trata de decir la identidad misma del yo humano a partir de la responsabilidad, es decir, a partir de esa posición o de esa deposición del yo
soberano en la conciencia de sí, deposición que, precisamente, es su responsabilidad para con el otro. La responsabilidad es lo que, de manera exclusiva, me
incumbe y que, humanamente, no puedo rechazar. Esa carga constituye una suprema dignidad del único. Yo no soy intercambiable, soy yo en la sola medida
en que soy responsable. Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí. Tal es mi identidad inalienable de sujeto. En ese sentido preciso es en
el que Dostoyeski dice: 'Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los otros'» Levinas, E: Ética e infinito. Ed. Visor,
Madrid, 1991, pp. 85-96
336
San Juan Crisóstomo: Sobre la I Epístola a los Corintios. Cfr. Sierra, R: El mensaje social de los Padres de la Iglesia. Ed. Ciudad Nueva, Madrid,
1989
no sólo de nombre. Observar esta virtud ¿qué otra cosa es sino amar a los hombres porque son
hombres y tienen nuestra misma naturaleza? Así pues, la discordia y disensión son contrarias a la
naturaleza humana. Por ello es verdadera la sentencia de Cicerón, que dice que el hombre que sigue a
su naturaleza no puede dañar al hombre. En consecuencia, si es contrario a la naturaleza hacer daño
al hombre, necesariamente ha de ser conforme a ella hacerle bien. Si alguien no hace esto, renuncia a
su condición de hombre, porque es oficio de la humanidad ayudarle en sus necesidades y
dificultades»337. En fin, «el ser hombre consiste en la compasión o misericordia; el que no la tiene no
es hombre338.
8. Conocimiento y misterio
337
Lactancio: Instituciones divinas. Cfr. Sierra, R: El mensaje social de los Padres de la Iglesia. Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1989
338
San Juan Crisóstomo: Homilías sobre San Mateo. Cfr. Sierra, R: El mensaje social de los Padres de la Iglesia. Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1989
339
Mc,5
Tampoco conocemos el ajeno «rostro», versión castellana
excesivamente dura del término lévinasiano visage340, que mejor sería traducir por faz o por
semblante, toda vez que etimológicamente rostro (de rostrum), proviene a su vez de rodo (roer,
desgastar, destruir), significando además espolón de navío, pico de ave, punta de lanza, metáforas de
la incomodidad, de la agresividad y hasta de la ob-sesión, esto es, del poner cerco y sitio entre
reclamos de desasosiego.
Pero así es el rostro, lo mismo cuando me atrae y agrada que cuando
me repele y desagrada, sobre todo cuando me solicita auxilio, cuando su piel es tersa como cuando se
reduce a un amontonamiento de arruga sobre arruga. Al fin y el cabo todos los rostros tienen en
común (nos gusten o nos disgusten, insistimos) su absoluta desprotección, su condición de realidad a
flor de piel, y mi respuesta respecto de ellos es el cuidado hacia esa su desprotección que les hace ser
tales rostros, tanto que yo me convierto en rehen del otro: «Esa realidad sobre la cual yo no tengo
ningún dominio es una piel que no está protegida por nada. Desnudez que rechaza todo atributo y que
no viste ningún ropaje. Es la parte más inaccesible del cuerpo y la más vulnerable. Trasparencia y
pobreza. Muy alto, el rostro se me escapa al despojarme de su propia esencia plástica y siendo muy
débil me inhibe cuando miro sus ojos desarmados. Si está preparado, sobrepasa mi poder. Sin defensa
queda expuesto y me infunde vergüenza por mi frialdad o mi serenidad. Me resiste y me requiere, no
soy en primer término su espectador, sino que soy alguien que le está obligado. La responsabilidad
respecto del otro precede a la contemplación. El encuentro inicial es ético, el aspecto estético viene
después.
A merced mía, ofreciéndoseme, infinitamente frágil, desgarrado como
un llanto suspendido, el rostro me llama en su ayuda, y hay algo imperioso en esta imploración: su
miseria no me da lástima; al ordenarme que acuda en su ayuda esa miseria me hace violencia. La
humilde desnudez del rostro reclama como algo que le es debido mi solicitud y hasta se podría decir,
si no temiera uno que este término hubiera sucumbido al ridículo, mi caridad. En efecto, mi compañía
no le basta a la otra persona cuando ésta se me revela de afuera, lo ético me cae de arriba y a pesar de
mí mismo mi ser se encamina hacia otro»341.
El rostro del otro, en todo caso, resulta una realidad demasiado
compleja, un revoltijo de signos y de símbolos que tiene la naturaleza de unas arenas movedizas:
«Este singular camina paso a paso de un singular al próximo singular, de un prójimo al próximo
prójimo, y renuncia al amor al lejano antes de que pueda ser amor al prójimo. Así, el concepto de
orden de este mundo no es lo universal, ni el arché ni el telos, ni la unidad natural ni la histórica, sino
lo particular, el acontecimiento, no comienzo o fin sino centro del mundo. Tanto desde el comienzo
como desde el fin del mundo es 'infinito'; desde el comienzo, infinito en el espacio; hacia el fin,
infinito en el tiempo. Sólo desde el centro aparece en el mundo ilimitado un limitado hogar, un palmo
de tierra entre cuatro clavijas de tienda de campaña que pueden ir fijándose siempre más y más allá.
Sólo vistos desde aquí el principio y el fin se convierten, de conceptos-límite de la infinitud, en
mojones de nuestra posesión del mundo; el 'comienzo' en creación, el 'fin' en redención» 342.
340
Emmanuel Lévinas expresa precisamente la complejidad del rostro del «otro» mediante el término autrui, exclusivamente aplicable a una persona pero
no a cosas, al contrario de lo que ocurre con la expresión genérica e impersonal l'autre, el otro, cualquier otro, que admite el il y a, el «hay» indiferenciado, la
illeité, la illeidad o mera alteridad que no me altera. Téngase en cuenta que autrui proviene del término latino alter huic, «para este otro», el cual término
únicamente se da en singular diferenciado, que no admite ni género ni artículo y que sólo puede ser traducido en dativo (alterui, dativo de alter), en cuanto
que «este otro», cet autre, este prójimo, esta altruidad, este concreto y específico que para mí constituye ahora mi verdadera relación de altruísmo.
341
Finkielkraut, A: La sabiduría del amor. Gedisa Ed. Barcelona, 986, p. 27
342
Rosenzweig, F: El nuevo pensamiento. Ed. Visor, Madrid, 1989, p. 3
Capítulo XVII
1. Humanidad
2. Sujeto
3. Vinculación
343
Cfr. Buber, M: Über das Erzieherische. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p. 19
344
Ibi, p. 20
4. Nosotros
5. Libertad
Semejante estar vinculado nada en absoluto tiene que ver con un estar
escolarmente constreñido, antes al contrario se manifiesta como un gozar de ese tipo de libertad que
posibilita llegar a ser más libre (freiwerden). Esa libertad de poder estar vinculado del niño (das
Verbundenwerdenkönnen)346 será capaz de propiciar la responsabilidad personal (unsere
Verantwortung personhaft). He ahí, por lo demás, la verdadera autonomía (Autonomie)347.
6. Pregunta
7. Intención
8. Universalidad
345
Über Charaktererziehung. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, pp. 88-89.
346
Buber, M: Über das Erzieherische. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p. 27
347
Ibi, p. 49
348
«ein fragender Blick ist die andere Hälfte des erzieherischen Geschehens» (Ibi, p. 23).
349
Ibi, p. 24
particular. Para pensar lo universal hay que enraizarse en lo particular, pero sólo entra en lo particular
quien sabe buscar lo universal. Si no se hace así, el sionismo verdadero se traducirá en nacionalismo
miope.
9. Ecodulía
10. Aprendizaje
11. Carácter
12. Ejemplaridad
13. Crédito
350
Buber, M: über Charaktererziehung. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p. 69
351
Ibi, p.84
352
Über das Erzieherische cit, p. 30
14. Diálogo
15. Confianza
16. Conflicto
17. Huella
18. Misterio
353
No faltan las palabras poéticas al respecto en Martin Buber: «Weil es diesen Menschen gibt, ist gewiss in der Finsternis das Licht, im Schrecken das
Heil und in der Stumpfheit der Mitlebenden die grosse Liebe verborgen» (Ibi, p. 40).
354
Buber, M: Uber Charaktererziehung. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p. 72
355
Ibi, p. 48
356
«Der Erzieher, der dazu hilft, den Menschen wieder zur eigenen Einheit zu bringen, hilft dazu, ihn wieder vor das Angesicht Gottes zu stellen» (Über
19. Formación
20. Maestro
Charaktererziehung. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p.90).
357
Buber, M: Bildung und Weltanschauung. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p. 62
358
Merece la pena citar el bello texto de Buber: «Hier kann und soll der Erzieher ansetzen. Er kann dazu helfen, dass das Gefühl des Mangels zur Klarheit
des Bewusstseins und zur Kraft des Wunsches wachse. Er kann der Mut wecken, das Leben wieder auf die eigenen Schultern zu nehmen. Er kann vor seinen
Schülern das Bild des grossen Charakters erstehen lassen, der dem Leben und der Welt keine Antwort schuldig bleibt, sondern alles Wesenhafte, das ihm
begegnet, in seine Verantwortung aufnimmt» (Über Charaktererziehung. In «Reden über Erziehung». Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1986, p.
87).
ÍNDICE
Pre-Liminar