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Carlos Altamirano.
Centralidad del “hecho peronista” para explicar la sociedad argentina de 1955 en adelante. Sin
embargo, sólo tras el derrocamiento del régimen justicialista comenzó a ser evidente, para la
heterogénea constelación de sus opositores, la consistencia y el arraigo popular de una identidad
que hasta entonces, podía parecer unida al funcionamiento del orden caído y tendiente a
desaparecer. Sin embargo, la regla instituida por la “Revolución Libertadora” no impidió que el
peronismo se convirtiera en un actor central durante los diez años siguientes a 1955, atrayendo
sobre sí, como un polo magnético, los discursos que desde los puntos más distantes del campo
ideológico argentino buscaban definir “su naturaleza”. Para “la izquierda” comprender “el hecho
peronista” se volvió el problema capital, la “clave del destino” (Ref. Bibliog.: Strasser, 1961:
Ver)
Ningún otro sector se vio tan perturbado y sobre todo, tan desafiado por la aparición de ese
movimiento que incorporaba a las masas a la arena política bajo la guía de un caudillo militar
hostil a las significaciones de la cultura de izquierda. Con la excepción de unos pocos círculos
marginales, el conjunto de la cultura de izquierda, entendiéndose a sí misma como cultura de
resistencia democrática se alinearía con arreglo a esa definición del peronismo en el poder.
La mayoría de los obreros, la acción de clase a la que se entregaban –por los salarios o la
recuperación de los sindicatos intervenidos por el gobierno- NO se disociaba de la identidad
peronista y el clivaje “peronismo/antiperonismo” que, a sus ojos, NO era una división
secundaria, sino central.
No fue sorprendente entonces, que después del 55 se generara una situación revisionista dentro
del ambito político e intelectual de la izquierda argentina, larvadamente y a través de
manifestaciones aisladas al principio, como tendencia creciente después.
Se multiplicarán en ese sector los interrogantes e interpretaciones destinadas a ofrecer las claves
del movimiento que desde la segunda mitad de la década del cuarenta, había hecho de la
izquierda un dato marginal de la vida política nacional y sobre todo, del mundo obrero.
El peronismo, como quiera que se lo juzgase, había puesto en escena algo sustantivo de la
realidad nacional, a la que era necesario interrogar en su formación histórica, reciente o más
lejana. La emergencia de la situación revisionista en el ámbito de la izquierda debe ser
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aprhendida en conexión con un doble contexto de referencia: Por un lado, el contexto político
dominado por el “peronismo/antiperonismo” y por una conflictividad social que si bien podía
ser analíticamente legible en términos de clase, remitía a la acción de un proletariado amplio
y concentrado que se expresaba al interior de aquella antinomia, es decir, en términos
políticos refractarios a una intelección clasista. Por otro lado, el contexto ideológico activado
desde el último año del gobierno peronista, sobre todo en el universo de las clases medias
ilustradas. Los partidos de la izquierda (el PS y el PC) eran sólo piezas secundarias en el
juego político. Este tenía otros protagonistas dentro del sistema legal de partidos, y fuera
de él a las Fuerzas Armadas, las corporaciones empresarias y el sindicalismo peronista.
Débiles en la escena política y sindical, los partidos de la izquierda hallarán su campo
principal de gravitación en la escena ideológica, en los aparatos de la cultura.
La cultura política e intelectual de la izquierda experimentaría un viraje que no fue
súbdito aunque sí de efectos perdurables. Dicho de otro modo: la resignificación del
peronismo se encadenó a una actividad de resignificación más general.
El autor no pretende sostener que la mutación respondió solo a la presencia del “hecho
peronista”. Ella extrajo impulso también de otros focos de inspiración intelectual y política
colocados por fuera del marco de la experiencia nacional: los movimientos independentistas que
pusieron fin al orden colonial europeo y tuvieron su momento de apogeo entre los 50 y 60´. No
obstante, esas solicitaciones que provenían del exterior no podrían soslayar la solicitación
interior que provenía “del hecho peronista”. La “Idea” se transformaba en “la cuestión
nacional” y en la unión entre “socialismo y nacionalismo”. Si bien no fue el generador
exclusivo de la inflexión que experimentará la cultura de la izquierda argentina, el
peronismo fue en el orden de la política local, el centro de referencia de la mutación.
La inflexión que la revisión produjo en el campo de la cultura de izquierda fue sensible como
fenómeno ideológico y cultural antes que político, en los años que estamos considerando. No
habrá de alterar lo que la izquierda era ya en la sociedad argentina: una fuerza activa en la vida
ideológica y con escasa significación en la arena política.
El polo emergente de la izquierda argentina estará asociada a una promoción generacional (en
rigor a más de una) también emergente que no dejará de exponer y dramatizar un espíritu de
escisión respecto de la dirección intelectual y política de “los mayores”. Esta escisión se
transformará en un rasgo de “autoidentificación” de las nuevas generaciones: “jóvenes sin
maestros”. El “nosotros generacional” tomaba al año 45 como una referencia cronológica
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neutra: “Perón fue el gran agente catalizador. Y aspi como los románticos fueron rosistas, esta
generación es peronista” (David Viñas, 1959).
El nudo histórico seguía siendo el peronismo aunque para la nueva generación de intelectuales,
la fecha no era la del 45 sino la del 55. “Esta promoción es una generación porque por su
propio desarrollo –como conjunto y como individualidades- está íntimamente vinculada a un
hecho fundamental que determina de un modo decisivo su visión de mundo: la caída del
peronismo. Es generación porque es fruto del peronismo: es la generación “hija del peronismo”
Podría decirse que fue la exposición común al clivaje que introdujo el peronismo lo que
desencantó el “efecto de generación” -por decirlo así- y de fractura generacional.
Sin embargo, los escritos la empresa revisionista que pueden ser agrupados bajo el signo del
cuestionamiento de las interpretaciones legadas por la izquierda tradicional, no podrían
ordenarse como obra de una sola generación, por inciertas y porosas que sean las fronteras
generacionales. Varios de los autores cuyos libros serán fundamentales no pertenecían a ella ni
se proclamaban parte de la misma. Entre ellos el autor destaca a Rodolfo Puiggrós; Jorge
Abelardo Ramos, José Hernandez Arregui. El dato no anula el vínculo entre el polo de revisión
y la querella generacional, pero obliga a distinguir entre los dos términos y hace menos simple e
inmediata la ligazón. En la producción intelectual de algunos de los “mayores” recién
mencionados, una parte de la nueva generación encontrara ya disponible un repertorio de
temas, esquemas interpretativos, imágenes, que gravitarán en las representaciones que ella
hará del peronismo.
A su vez, el peronismo no solo será representado en el discurso de “los otros”. Después de
1955 y desde sus filas, comenzarán a multiplicarse definiciones y re-definiciones de la
propia identidad comenzando por las que provenían del general Perón en el exilio. Algunas
de éstas auto-interpretaciones se organizarán abiertamente, por lo demás, de acuerdo con
categorías y agrupamientos teóricos extraídos de la tradición doctrinaria marxista. Se
genera a partir de la “Libertadora” –y en oposición a ella- una “producción intelectual de
frontera” cuyas manifestaciones podían registrarse o como una variante del discurso
peronista o como una variante de la izquierda nacionalista. Entre sus referentes se
encuentra Hernández Arregui pero fundamentalmente, J. W. Cooke
El conjunto discursivo tenía por común la referencia al marxismo, pero no era un conjunto
homogéneo. Por borrosos que sean sus límites, por diversos que sean los núcleos que aparezcan
dentro de ese contorno, la familia de posiciones asociadas a la revisión no es un conjunto que
sólo se componga ante nuestra mirada actual: el no dejó de señalarse a sí mismo por lo general,
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a través de la polémica y la réplica de los que se sabían desafiados y obró también como señal
de reconocimiento.
Todas las interpretaciones que se propondrán aclarar y definir el significado del peronismo,
extirpando el error de la izquierda tradicional, aparecerán animadas por el propósito de
responder a dos tipos de cuestiones: Por un lado, las concernientes a las condiciones
económicas, sociales, políticas que hicieron posible la emergencia del peronismo como
movimiento y su implantación como régimen, después de obtener el triunfo en las elecciones del
46. Por otro, dar cuenta de porqué la clase obrera industrial no había hecho su ingreso en la
escena política bajo la dirección de un partido con orientación socialista, es decir, un partido que
se reclamara de clase o proletario –en correspondencia con la teoría marxista. Entender al
peronismo significaba también inscribirlo al mismo tiempo en el marco de un proceso
sociopolítico particular y en una teoría (en verdad, en un discurso militante).
Si con arreglo a la doctrina, el ser social de la clase obrera era “ser para el socialismo” y la
experiencia política local parecía cuestionar la vigencia general del postulado, la tarea de
interpretación radicaba en proporcionar las claves del rodeo que había dado la clase obrera, en el
acuerdo del proceso político nacional, antes de adecuarse a su concepto. La querella de las
interpretaciones tomará la forma dominante del discurso histórico a lo largo de los diez
años que siguieron al fin del régimen justicialista. Como si la identidad del peronismo se
fugara siempre hacia atrás donde hallaba su positividad. En el presente, en cambio, su
apariencia duraba y era real –“el hecho capital”- pero se trataba de una apariencia
interina, a la espera de otra cosa mientras prolongaba su pasado. Esta forma de dar cuenta
del “hecho peronista” tendrá una estructura paralela al modo en que el peronismo sindical
conferirá sentido a sus luchas después del 55.
Para las interpretaciones de la izquierda, que “el presente” del peronismo no pudiera ser
sino una apariencia interina, buscaba sus pruebas en el peronismo mismo (en las
contradicciones que lo habitaban) y hallaba sus razones en los principios de la teoría.
En ésta tónica, Jorge E. Spilimbergo afirmaba: “La emancipación de los trabajadores ha de ser
obra de los trabajadores mismos. El peronismo sólo puede trascender en la historia de las
luchas sociales argentinas si se transmuta en socialismo nacional” [Esta idea está en la base de
la concepción política de Ortega y Duhalde y es fundamento del posicionamiento ideológico
adoptado por ambos en su identificación peronista]
La izquierda se polarizará entre estas dos alternativas: ¿qué aguardar? ¿la crisis o la
transformación del peronismo?. Sin embargo, la capacidad de comprender al peronismo –ya
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sea previendo su crisis, ya sea previendo su transmutación- hallaba su garantía teórica en
el marxismo. El referente doctrinario compartido por el conjunto de la izquierda.
Ahora: ¿de qué marxismo se trataba? La historia de las vicisitudes ideológicas del “legado
doctrinario” de Marx es en buena medida, la historia de “escuelas” y orientaciones diferentes.
En la segunda mitad del siglo XX la disputa se vio acompañada por otro avatar: el de las
hostilidades nacionales entre estados que proclamaban al “marxismo” como la ideología oficial.
Para evitar una digresión que si quisiera ser clara debería ser extensa, es posible decir que el
itinerario intelectual y político de las ideas marxistas en Argentina no escapó a ese cuadro
general e histórico. La referencia común del marxismo en la cultura de izquierda no implicaba la
presencia de un conjunto doctrinario “homogéneo”, sin divisiones y rivalidades. Sin embargo,
algunas eran más constantes o difundidas que otras dentro del revisionismo: Lenin era
fundamental, aunque sobre todo aquel que teorizó sobre el “imperialismo” y aquello que en los
debates marxistas se conocía como “la cuestión nacional”. El trotskismo también tenía
incidencia –aunque menor- y seguiría la estela leninista: los temas claves en la lectura de
Trotsky giraron en torno al “imperialismo” y sus exponentes locales. Estas interpretaciones se
incertaban dentro del “gran relato” o “filosofía de la historia” del marxismo: la condición del
“ser-para-el-socialismo” de la clase obrera. Pero a diferencia de las interpretaciones de la
izquierda tradicional que habían hecho del peronismo un “desvío”, el revisionismo lo inscribió
como un “momento” de ese camino, momento cuya superación sobrevendría a través de la crisis
o de la “transmutación” y que “dejaría atrás” su apariencia actual.
El autor también menciona como “referencias fundamentales” para los intelectuales de
izquierda, las influencias de Sartre y Gramsci. Dos hombres que serán referencia para una
“nueva izquierda” que tendrá un papel activo en la crítica a la “izquierda tradicional”. El espíritu
de revisión era un rasgo distintivo de esa “nueva izquierda” y el “neomarxismo” de éstos autores
será fundamental en la empresa de re-significar al peronismo.
La revisión era parte de un discurso militante que si bien no tomaba la andadura del análisis
histórico, estaba referido a un proceso actual, en curso, cuyos movimientos no dejaban de
producir novedades. Sobre el fondo de la fractura “peronismo/antiperonismo” el cuadro no fue
siempre igual entre el 55 y el 65 ni en lo que concierne al peronismo ni en lo que concierne a la
situación política general. ¿Cómo ignorar la diversidad de coyunturas pasando por alto que las
expectativas en torno a la orientación que seguirán las masas peronistas (incluso en su relación
con Perón) no fueron siempre las mismas y que la acción del peronismo (y del propio Perón
como líder de masas) no transmitió permanentemente las mismas señales? ¿Es posible captar
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“en reposo” un trabajo ideológico que, por definición, no se daba reposo en tanto discurso
militante?
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colaboración del K extranjero luego del 52, había sido torpe en su política frente a los
intelectuales, todas estas limitaciones –dónde quiera que tuvieran su raíz- no anulaban el
carácter históricamente progresista de la tentativa encarnada en el ciclo justicialista. El
peronismo se inscribía en el cuadro del gran relato marxista: no como un retroceso, ni
como una desviación del camino que llevaba a la clase obrera a la realización de su ser, sino
como “un tramo del camino”: el tramo de la nacionalización de la conciencia obrera. El
peronismo sólo podía ser comprendido sobre el fondo de la dependencia y del problema
nacional. La intención de la re-interpretación era unir a la ideología marxista con los valores
nacionales. Es lo que ha dado en llamarse: “izquierda o marxismo nacional”. A partir de
1955 el peronismo comenzó a operar como un re-ordenador de las significaciones de la
cultura de izquierda y una parte creciente de ella se reorientará a la búsqueda del
encuentro de socialismo y nación, o dicho de otro modo: de un “nacionalismo de
izquierda”.
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A su vez, durante estos años, comienza a circular otro discurso referido a las clases medias:
aquel que tenía como ámbito propio a la sociología universitaria y que se implanta hacia los
mismos años en que comienza a entretejerse la literatura que se identifica en el campo de la
izquierda. El autor diferencia el malentendido que puede generarse en el empleo de la misma
expresión “clases medias” en ambos contextos: el de la cultura de izquierda y el de la sociología
universitaria.
¿Qué problemática regía el objeto “clases medias” en la sociología universitaria? Si hubo un
reinante fue, como en toda América Latina, la problemática de la modernización, dentro de una
producción intelectual abrumadoramente dominada por los “latinoamericanistas
estadounidenses”. Para resumirla en términos esquemáticos: dadas la industrialización, la
urbanización y la diversificación de la estructura social, experimentadas en las sociedades
latinoamericanas, ¿era la clase media en asenso el agente de un orden social alternativo al
tradicional? La clase media entraba en relación directa con la problemática de la
“modernización”.
En el campo de la izquierda –independientemente del eco que encontrara en la sociología
universitaria- el problema de las clases medias aparecía asociado con el surgimiento de un actor
político proveniente de una transformación de la estructura de clases de la sociedad argentina.
En la representación dominante dentro de la izquierda, las dos clases fundamentales eran la clase
obrera y la burguesía. Sin embargo, a través del inventario de las publicaciones ideológicas de la
izquierda, lo que se puede captar en lo concerniente a la clase media es, ante todo, visibilidad
pública e inédita que ella ha cobrado como efecto de su movilización. Movilización política e
ideológica que se remontaba al ultimo tramo del gobierno peronista, que habría de encontrar a
continuación su polo de referencia en el frondizismo y que todavía después del 59´ -aun con el
quiebre que había marcado ésta experiencia- no se había desactivado.
La fermentación política e ideológica que se registraba en las filas de las clases medias se
detecta por igual tanto en el discurso de las publicaciones enroladas en las posiciones del PC,
como en el discurso rival de los círculos y figuras que reivindicaban las posiciones de una
“izquierda nacional” o de una “nueva izquierda”. Sin embargo, la coincidencia en ese dato no
anulaba la división ni la competencia ideológica en un campo que estaba lejos de ser homogéneo
y menos aún, armonioso. La división pasaba también por la interpretación que se daba a la
movilización de la pequeña burguesía en las postrimetrías del peronismo.
La idea de que –como escribía Puiggrós- la pequeña burguesía le costó una mala pasada a la
clase obrera argentina –no solo en los meses que precedieron al 16 de septiembre del 55´ sino a
lo largo de los diez años transcurridos desde 1945- abriendo un abismo entre ambas se instaló
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una “estructura de culpabilización” (Oscar Terán: 1991) que se volvería poco a poco un
componente de la sensibilidad y el sentido común en la izquierda argentina.
Todo esto sugiere una hipótesis: lo que el autor llama la existencia de una “literatura socio-
psicológica” que funcionó como una literatura de mortificación y expiación: las clases medias
debían purgar las faltas que dicha literatura no dejaría de recordarles. Cómplice y víctima a la
vez de la brecha que la separaba de la clase salvadora –el “proletariado”- la pequeña burguesía
habrá de hallar en el conjunto de ésta literatura un horizonte y un camino de conversión y
reconciliación. La constelación discursiva enseña, más que nada, sobre los efectos que el
peronismo provocó en la cultura de la izquierda argentina.
El grupo social “clase media” o “pequeña burguesía” aparece definida en los escritos de Marx y
Engles –tradición de referencia para la cultura de izquierda” como “una clase de pequeños
burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen
se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia y con
el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán por
completo como fracción independiente de la sociedad moderna”. (En: El manifiesto comunista
Marx y Engels [1848], 1981: 132). Como se desprende del párrafo, la representación de la
pequeña burguesía en el espacio social es “flotante” entre las dos clases fundamentales de la
sociedad burguesa, amenazada por la proletarización creciente y sin porvenir histórico frente a la
marcha del capitalismo. Una “clase de transición” como la definirá Marx, cuya gravitación
social y política es mayor cuanto menor es el desarrollo de las relaciones de producción
capitalista y destinada a desaparecer a medida que estas se tornen dominantes.
Pero la pequeña burguesía era (es) también un actor político. A los ojos de Marx y de Engels,
esta condición social y política engendraba el espacio para la acción compón del proletariado
con los movimientos pequeño-burgueses en contra de la dominación de la burguesía, pero se
trataba de una alianza que la clase obrera debía encarar con cautela y sin desconocer las
limitaciones de su “partener”. Porque la pequeña burguesía no era una clase verdaderamente
revolucionaria, su oposición no era consecuente y temía la movilización independiente de la
clase obrera.
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La característica central que hacía de la pequeña burguesía un candidato propicio para las
campañas movilizadoras era su situación de clase intermedia y el temor asociado a esa situación:
a perder posiciones en la jerarquía social como consecuencia de los antagonismos de clase,
propios de la sociedad capitalista. Esta característica se exacerbaba en el rol que la clase media
cumplió durante el peronismo y –fundamentalmente- en su derrota y caída, expresándose en los
partidos de la intelligentsia. El discurso que sobrevolaba estaba signado por el siguiente análisis:
en lugar de comprender al pueblo trabajador que había hecho su aparición tumultuosa en la vida
política nacional a través del peronismo, se lo menospreció. La izquierda no había escapado a
esa ceguera: en nombre de un proletariado platónico –el de los libros de Marx- fue incapaz de
reconocer al proletariado real. Este discurso era “moralista” y “autoacusatorio” y versaba en la
declaración de una culpa y de un sentimiento de “deuda” con el pueblo, ambos sentimientos
“colectivos”.
Altamirano afirma que si la literatura de la mortificación alcanzaba su destino era porque iba al
encuentro del lector adecuado, es decir, predispuesto a ser interpelado por las deudas de su clase
con el pueblo al que había abandonado, desconociéndolo como tal en 1945 y en 1955, hasta el
punto de unirse a sus enemigos para enfrentarlo.
Las definiciones que sobrevolaban a la caracterización de la clase media rondaban en torno a
variados adjetivos: “veleidosa, timorata, moralista, proclive al formalismo y a todas las ilusiones
políticas, instrumento y víctima a la vez de los que oprimen a la nación y a las clases populares,
“gorila”, fuerza de choque de la movilización civil anti-peronista. No obstante, no se trataba de
una clase enemiga. Es decir, en las representaciones de la sociedad argentina con las que la
izquierda, en cualquiera de sus variantes, fijaba las grandes líneas de la división social,
designaba los campos de fuerza y formulaba las finalidades de la revolución -se la definiera
como antiimperialista o socialista- la pequeña burguesía no figuraba entre las clases y los
intereses que era necesario destruir para poner fin a la opresión y abrir paso a la nueva sociedad.
Si bien no era como el “proletariado” (el “pueblo elegido”), tampoco era la burguesía, la
oligarquía el imperialismo o alguna conjunción de éstos elementos –es decir, una fuerza cuyo
poderío económico o político la acción revolucionaria tuviera como blanco.
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estigmatizado no resultaba objeto de una condena definitiva. Esta misma literatura le ofrece,
junto con el conocimiento del sentido de la historia, un horizonte de salvación: unir su destino al
del proletariado a través de una conversión (un “cambio de mentalidad” diría Sebreli) si la clase
obrera demostraba, por su lado, la vocación de la clase universal. El discurso relativo a la
pequeña burguesía, que creció en el área de la izquierda argentina, contenía pues un mensaje de
“mortificación” y a la vez, un llamado. La literatura socio-psicológica era parte de esa operación
y una incitación a superar simbólicamente los estigmas de una “clase media”, rompiendo con la
imagen de sí misma que esa literatura ofrecía. Unir el propio destino pequeño burgués al del
proletariado. En éste punto, la frase de Viñas: “era necesario hacer una conversión, darse
vuelta como un guante”, pero no habría conversión si no había “expiación”, si no se
“purgaban” las faltas asociadas a la clase de pertenencia, las faltas que esa literatura de
mortificación tematizaba.
La revolución asume el “papel” del mito redentor: evoca y exalta el acontecimiento en que
el pequeño burgués une su destino al de los trabajadores y halla salvación. Si ésta literatura
fue eficaz, en suma, se debió a que la mortificación y la conversión exaltadora eran inseparables.
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representación del peronismo verdadero, esa representación rara vez se extendía a los
dirigentes sindicales. Estos, como la mayoría de los dirigentes políticos locales del
movimiento, pertenecían al orden del peronismo empírico, por decirlo así.
A lo largo de esos años, incluso el propio Perón no fue siempre y en todo momento el
depositario del “peronismo verdadero”. Al menos no lo fue siempre para “el peronismo
verdadero” (hay que recordar que el peronismo verdadero no tiene una sola versión, ni
diacrónica ni sincrónicamente). Cuando Perón era colocado en el registro del peronismo
empírico, entonces el evocador virtual era otro: el pueblo.
Podría pensarse que fueron la proscripción y el exilio los que le proporcionaron su
estructura básica de desdoblamiento.
El retorno al gobierno y del propio Perón no pusieron término al desdoblamiento que,
entre 1973-1976, conoció nuevos avatares. Vistas las cosas con la distancia que da el tiempo
puede decirse que el regreso de Perón hizo patente que el presente no es nunca el tiempo del
peronismo verdadero. En efecto, el presente es el tiempo de la exclusión y del testimonio,
de la proscripción y de la resistencia. La actualidad es, en cambio, el dominio por la
excelencia del enemigo y de esa versión más sutil de enemigo que suele tomar la forma de
“peronismo empírico”.
El peronismo verdadero es inactual. Este juicio no debe confundirse con el de los que
sostienen que sus ideas están desactualizadas, que son anacrónicas. Refiere a una “inactualidad”
de otro tipo, constitutiva de aquello que es siempre en el presente, solo virtual. Se trata de la
inactualidad de una expectativa: el peronismo verdadero es una expectativa sobre las
virtualidades que constituyen su verdad. El tiempo de la “expectativa” –el del retorno o del
rescate- y el pasado son los dos dominios temporales del peronismo verdadero. El presente es el
tiempo que consume el peronismo empírico, cuyo reinado, aunque contingente, impide que la
verdad del peronismo se consume.
A la “factibilidad” del peronismo le son inherentes ciertos rasgos: “la alvearización” (que
significa concebir al peronismo como un partido más), la “golirización” –que es la
internalización del enemigo- y la burocratización (el rasgo típico de los dirigentes sindicales)
que lleva al distanciamiento de las bases, de las propias bases.
Después del 55´ solo Perón pudo mantenerse en el plano de la factibilidad y en el da la verdad,
negociar sin integrarse. No en vano era Perón, se dirá, aunque ya se ha observado que aún para
él no siempre fue fácil retener los extremos de la cadena. Su vuelta en 1973 tras lanzar la
advertencia de que no bastaba “gritar la vida por Perón” para dar muestras de una identidad
clara. Empleó gran parte de su último año de vida en poner orden en el movimiento y en
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demostrar que él era el punto en que lo empírico se confundía con lo verdadero. Se interpretó a
sí mismo como un líder bonapartista, es decir, en los términos en que Jorge Abelardo Ramos lo
había interpretado muchos años atrás. No pudo evitar, sin embargo, la afrenta de que un primero
de Mayo en la Plaza, una parte de los asistentes le reclamara en nombre del peronismo
verdadero.
Para defender al peronismo verdadero no es necesario pertenecer a las estructuras políticas
formales del peronismo, a veces incluso lo necesario es abandonarlo.
La relación irregular con las instituciones positivas del peronismo es la regla más que la
excepción, del peronismo verdadero. El movimiento, en cambio, ofrece un amplio margen para
decir y para obrar sin perder la identidad. El peronismo verdadero siempre ha conjugado la
referencia a una verdad y a “una mayoría” que era una mayoría excluida por el juego de los
poderosos: el testimonio de los anónimos que no tenían voz, aunque fueran más.
Los portadores del “peronismo verdadero” han sido siempre la minoría de una mayoría, lo
que les confería una suerte de “plusvalor” que los diferenciaba de cualquier otra minoría.
Una minoría distinta, dado que era una “mayoría latente”.
Este punto remite a otro rasgo del peronismo verdadero: este, a diferencia de las minorías
portadoras de alguna ortodoxia ideológica, no ha reivindicado para su verdad los títulos de una
verdad doctrinariamente concebida. Podría decirse que estar en el peronismo, en cualquiera de
sus dos registros, supone haber asumido que la lógica informal de la vida histórica deja
“desairados” a quienes se quieren demasiado consecuentes en términos de doctrina. Haber
captado la verdad del peronismo es haber hecho propia esta certidumbre. Ello no significa que el
peronismo verdadero haya sido indiferente o hermético ante las ideologías contemporáneas. Por
el contrario, se ha tomado todas las libertades con muchas de ellas, como el marxismo, el
nacionalismo o el catolicismo social. Al hacerlo, sin embargo ha considerado siempre la realidad
peronista como la piedra de toque para la ideología en cuestión. Esas corrientes intelectuales, o
bien encontraban su verdad y se volvían históricas en la verdad del peronismo, o bien se
extraviaban según lo enseñaba la experiencia, en manos “los nacionalistas que ignoraban lo
social” y los “marxistas” que ignoraban la nación.
Frente a las pretensiones de quienes reclamaban la coherencia de una teoría, los peronistas
verdaderos han reivindicado para su verdad el enlace con un ser histórico real.
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