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El testimonio de la familia de Román González González, soldado destinado en
el campo de concentración de Mazagón, y su expediente personal, que se guarda en el
Archivo General Militar de Guadalajara, han sido el cauce que ha llevado a recuperar la
historia de este joven que sufrió la crudeza de la guerra y el dramatismo de la
posguerra.
2
Ejército republicano, sirviendo en la 43 Brigada; aunque poco después fue reclamado
por su madre y devuelto al domicilio familiar. Cumplidos los 18 años regresa de nuevo
al Ejército para defender la República hasta el final de la guerra.
En uno de estos traslados envió una carta a su madre diciéndole que el tren haría
una parada en Aranjuez. Ella fue a la estación para ver a su hijo que estaba
irreconocible, muy demacrado, y no pudo acercarse a él; solamente tuvo la ocasión de
hacerle una fotografía.
3
Román, con el traje de faena de los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores.
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Picacho. Durante su estancia en este campo participó en la construcción de los seis
búnkeres de Mazagón y en la carretera de esta localidad a Palos de la Frontera.
Román, segundo por arriba, disfrutando de los encantos de la playa de Mazagón. Al fondo, dos
compañeros posan desnudos. Si Franco se hubiera enterado... Conviene aclarar que Román era soldado de
reemplazo, y no preso político, por lo que se movía con cierta libertad por Mazagón.
Los soldados convivían en el campo con los presos políticos, comían el mismo
rancho y pasaban las mismas calamidades. Román, como el resto de sus compañeros lo
pasó mal en el campo de Mazagón; el trabajo era duro, la disciplina muy estricta y la
comida mala y escasa. Sobrevivieron gracias a la ayuda que recibían de familiares y
vecinos. A veces ayudaban a los pescadores a jalar de la red de jábega, un arte de pesca
tradicional que requería mucho esfuerzo para arrastrar el pescado a la orilla; a cambio,
los pescadores les regalaban un pequeño rancho de pescado, todo un banquete del que
disfrutaban ese día.
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María Cerezo Cabrera, esposa de Román.
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políticos. Román estaba destinado en la cocina de los mandos militares. Tanto los
soldados como los presos empezaron a disfrutar de otro régimen, saliendo y entrando
del acuartelamiento y moviéndose entre la gente del pueblo con total libertad.
Hubo quien vino a dar la razón a aquel dicho, y las jovencitas que se habían
quedado sin novio sentían herida su dignidad. Otros, sin embargo, no decepcionaron a
sus parejas y llegaron hasta el altar. Antonio el Largo, natural de Granada, se casó con
Manolita Muriano; un catalán llamado Salvador Montserrat, se casó con Milagros
Garrocho; Jacinto Blázquez, de Cuevas del Valle (Ávila) se casó con Esperanza Millán
Cerpa, y el protagonista de esta historia, Román González González se casó con María
Cerezo Cabrera. «Cuando los soldados y prisioneros vinieron de Mazagón a Palos yo
tenía 14 años —recuerda María—, poco después me fui a trabajar a Huelva, y dos años
después regresé a Palos y conocí al que luego sería mi marido. A los seis meses de
novios lo licenciaron y se marchó a Colmenar de Oreja, su pueblo. Nos estuvimos
carteando durante tres años, aunque él vino a verme a los dos años, y al siguiente año
nos casamos. Fue el 10 de junio de 1948, yo tenía 19 años. Dada la distancia que nos
separaba, los trámites de la toma de dichos la hicimos por poderes. Nos casamos en
Palos y luego nos fuimos a vivir al pueblo de él», concluye María. Curiosamente, casi
todas las chicas que se casaron con soldados o prisioneros terminaron marchándose a
los pueblos de sus maridos.
7
En Palos no había agua potable, y a pesar de que casi todas las casas tenían
pozo, el agua no era salubre y no servía nada más que para fregar. Los presos iban a por
agua desde el acuartelamiento hasta un pozo que había cerca de donde hoy se encuentra
el bar El Quinqué. En Palos se quitaron el hambre que llevaban de Mazagón, ya que la
comida era abundante y buena.
28 de febrero de 2018