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EL VIAJE DE LOS NIÑOS

MARÍA BJERG

El viaje de los niños


Inmigración, infancia y memoria
en la Argentina de la segunda posguerra
Bjerg, María
El viaje de los niños : inmigración, infancia y
memoria en la Argentina de la segunda
posguerra . - 1a ed. - Buenos Aires : Edhasa,
2012.
152 p. ; 22.5x15.5 cm.

ISBN 978-987-628-169-0

1. Inmigración. I. Título.
CDD 304

Para Sonia
Título original:

Diseño de colección: Jordi Sábat


Realización de cubierta: Eduardo Ruiz

Primera edición en Argentina: junio de 2012

© María Bjerg, 2012


© Edhasa, 2012
Córdoba 744 2º C, Buenos Aires
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ISBN: 978-987-628-169-0

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Impreso por Elías Porter & Cía

Impreso en Argentina
Índice

Introducción ...................................................................................... 11

Capítulo 1. Una flor en el Parque Güell........................................... 21


Capítulo 2. Los paraguas de Gante................................................... 37
Capítulo 3. Escondida ....................................................................... 49
Capítulo 4. Claroscuro ...................................................................... 67
Capítulo 5. El bosque y las montañas .............................................. 75
Capítulo 6. El carro, el mapa y la radio ........................................... 95
Capítulo 7. Un colchón de caramelos .............................................. 117

Epílogo ............................................................................................... 129


Bibliografía........................................................................................ 137
Agradecimientos ............................................................................... 141
Introducción

“Cuando éramos chicos íbamos al bosque a recoger arándanos, a segar


los prados y recoger el heno. Mi padre lo cortaba con guadaña y noso-
tros ayudábamos a darlo vuelta para que se secase y a cargarlo en un ca-
rro en el que lo transportábamos al establo. El heno tenía un aroma ex-
quisito, un aroma de infancia que ha permanecido en mi memoria,
junto al sonido de las campanas de la iglesia del pueblo. Cuando regre-
sé, después de cuarenta y siete años de ausencia, y escuché ese repique-
teo, volví a ser un niño.” Estas son las palabras de Vinko, un esloveno
que al finalizar la Segunda Guerra Mundial tenía 11 años. Entonces, co-
mo tantas otras familias de la región, la de Vinko huyó de los partisa-
nos comunistas, pasó algo más de tres años en un campamento de refu-
giados en Austria, y a fines de 1948 emigró a la Argentina.
Manuel tenía 8 años cuando dejó atrás Galicia. Era 1958, y junto a
sus hermanas y sus padres emigró de una España rural pobre y atrasa-
da, respondiendo al llamado de la abuela que vivía en Buenos Aires
desde 1930. Aunque han pasado más de cinco décadas Manuel todavía
añora el sabor del pan blanco que la familia comía sólo en los días de
fiesta. “Mi padre y yo recorríamos casi veinte kilómetros a pie por el ca-
mino que une las aldeas de Oroña y Cuiña para comprarlo. Cuando en
1980 volví a Galicia vi que la panadería todavía existía. Entonces cami-
né, como lo hacía de niño, y me compré aquel pan cuyo sabor extraor-
dinario había guardado intacto entre los sentimientos del desarraigo
que sufrí en la infancia.”
He aquí el testimonio de dos inmigrantes que recuerdan (en un re-
gistro muy parecido) su niñez en otra tierra. En un lugar cargado de
símbolos, unas veces nítidos y otras borrosos, que articulan representa-
ciones e identidades en las que la migración dejó su huella pertinaz.
En la Argentina la inmigración fue un mito fundacional, y se trans-
formó en un rasgo cultural del imaginario colectivo que dio forma a la
identidad de una nación que optó por vincularla de manera indisoluble
con su edad de oro, con los tiempos en que la carrera hacia el progreso
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parecía no tener límites. Aquel país de aspecto babélico en los años que ¿Cuáles son las razones por las que en un campo del saber tan explo-
cabalgaban entre los siglos XIX y XX dejó uno de los rasgos más pree- rado se ha soslayado a la infancia? Más allá de las estadísticas que nos
minentes en la identidad de la sociedad argentina: la de ser el receptá- permiten conocer los rasgos estructurales del fenómeno (cuántos ingre-
culo de poblaciones en tránsito entre diferentes mundos, tránsitos que, saron, en qué períodos, cuál era su promedio de edad, de qué regiones
la mayoría de las veces, se vuelven residencias permanentes. provenían, en compañía de quienes llegaban al país), es difícil acceder
Desde hace varias décadas, la indagación del fenómeno inmigrato- a la experiencia de la migración infantil. En muy contadas ocasiones los
rio ha suscitado el interés de la historia y las ciencias sociales, lo que niños han dejado rastros que permitan reconstruir sus itinerarios y al-
ha resultado en una abundante producción académica y de divulga- canzar sus experiencias para así intentar dar respuesta a preguntas tan
ción. Por ella, sabemos de la inmigración en sus rasgos generales, sus sencillas como: ¿qué significó para ellos abandonar sus pequeños mun-
denominadores comunes, sus contextos. Los flujos y reflujos migrato- dos, sus tramas cotidianas y sus afectos?, ¿cómo vivieron la adaptación
rios. Las razones que impulsaban a abandonar Europa con rumbo a la a la nueva sociedad?, ¿cómo se integraron a la escuela o se hicieron de
Argentina. El peso de las redes sociales y de las estrategias familiares nuevos amigos?
que explican por qué una aldea quedaba casi vacía tras ser presa de la A menudo, las fotografías de los tiempos de la inmigración tienen a
fiebre migratoria mientras en el pueblo vecino la respuesta a la mis- niños como protagonistas. Sin embargo, más allá de los contornos de
ma situación económica y social era la permanencia. Merced a esta li- esas imágenes, en general sólo sabemos de sus vidas a través de las na-
teratura tenemos noticias de cómo millones de inmigrantes se adapta- rraciones de los adultos. Un ejemplo son las cartas familiares que han
ron a vivir en la nueva sociedad, configurando representaciones en sido una fuente extensamente utilizada en los estudios migratorios.
las que el presente incluía el pasado, la identidad adoptaba un matiz Con frecuencia, en esos epistolarios los padres hablan de sus hijos con-
transnacional, y el hogar era recreado de manera concreta y a la vez tándoles sobre ellos a los familiares (en general a los abuelos) que per-
figurativa. manecieron del otro lado del mar.
Conocemos menos de las experiencias individuales porque todavía En otras oportunidades, los documentos oficiales sobre la educación
se ha interpelado poco al mundo íntimo, aunque la trama colorida de y la experiencia escolar en la Argentina cosmopolita de fines del siglo
las historias de vida ha despertado el interés de los estudiosos en los XIX y principios del XX, hacen referencia a los niños extranjeros y a los
últimos años. Así, al enfoque panorámico se ha ido sumando la aproxi- hijos de inmigrantes que, aunque nacidos en la Argentina, seguían afe-
mación micro-analítica que contribuye con nuevos saberes no sólo rrados a idiomas y representaciones del Viejo Mundo cuando la elite lo-
aportando datos más numerosos y finos, sino dando lugar a configura- cal se esforzaba por controlar los efectos disolventes de una realidad di-
ciones más complejas que, a partir de la multiplicidad de destinos par- versa integrando a los escolares a las tramas de significado locales.
ticulares, habilitan nuevas lecturas (en general, más esclarecedoras) del Estas son algunas de las pocas fuentes de información en las que es
conjunto. posible establecer la relación analítica entre inmigración e infancia. De
Esta investigación exhaustiva sobre la historia de las migraciones se cualquier manera se trata de un acceso sesgado que, además, revela po-
ha concentrado sistemáticamente en los adultos. Sin embargo, sabemos co de la experiencia de los niños puesto que en los epistolarios los na-
que entre los hombres y mujeres que llegaron a nuestro país desde los rradores son los padres, mientras que en los documentos escolares ha-
años de la “Argentina aluvial” hasta nuestros días había miles de ni- blan funcionarios, inspectores y maestros.
ños.1 Esos actores (los niños) todavía permanecen ocultos en la trama ¿Acaso es posible encontrar un camino más directo en pos de cre-
de la historia. Por eso quizá ya sea hora de enfocarlos y de preguntar- ar el significado que tuvo la inmigración para los niños? Esto preten-
nos qué significado tuvo en sus vidas el haber sido sumados de mane- de hacer este libro, sobre la base de la reconstrucción de trayectorias
ra inconsulta al proyecto de sus padres. personales. Los inmigrantes que protagonizaron cada uno de los capí-
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tulos compartieron su experiencia en entrevistas en las que actualiza- La historia que inaugura el libro es la de Juan Flores, un niño de la
ron y dieron forma a su pasado, volviendo a la infancia por la vía de Guerra Civil Española que a los 5 años de edad huyó con su madre y su
la evocación. Por ello, la memoria también ocupará un lugar central hermano a Francia cuando Barcelona cayó en poder de los franquistas.
en el trabajo. Les siguen Frida e Hilda, dos hermanas que vivían una infancia pláci-
Sin dudas, podría argüirse que recurrir a la historia oral también pe- da en Gante hasta que Bélgica fue invadida por los alemanes. A pocos
ca de oblicuidad pues, aunque el relato surge de la voz de los protago- kilómetros de su ciudad, en Bruselas, Rosette y sus padres encontraron
nistas, no se trata sino de la memoria y las representaciones de la niñez. un endeble refugio tras una identidad falsa que ocultaba su condición
Pero lo cierto es que los relatos de vida permiten recuperar los grandes de judíos. Vinko y Franci, dos eslovenos que se conocieron en un cam-
trazos –y sobre todo los detalles más significativos– de la migración en po de refugiados en Austria, dan inicio a una serie de historias de los
la niñez. tiempos de la segunda guerra y de la posguerra. Algis es el hijo de una
Asimismo, estos relatos son herramientas de investigación útiles pa- familia de campesinos lituanos que escaparon de su país cuando el
ra comprender la relación entre los narradores y las sociedades en las Ejército Rojo se impuso a los ocupantes alemanes marcando el inicio de
que vivieron y viven, puesto que las historias que la gente cuenta nun- una nueva etapa de dominio ruso en Lituania. Tras el recorrido por las
ca son exclusivamente individuales. Las narraciones personales no só- historias de infancia en los años que van entre la Guerra Civil y 1945,
lo revelan las motivaciones, las emociones y los imaginarios de quienes el capítulo final regresa a España para contar la experiencia de Manuel,
las relatan sino también el contexto en el cual los narradores configura- Lola y Magdalena Tomé, tres hermanos gallegos que pasaron una parte
ron su experiencia. De ese modo, las historias de vida están entramadas de su niñez durante el franquismo y que llegaron a la Argentina en
en estructuras, relaciones sociales y fuerzas colectivas que sobrepasan 1958, cuando el ciclo de la inmigración europea estaba tocando su fin.
la dimensión individual. Si la delimitación del período que estudio estuvo condicionada por
El libro cuenta la historia de un puñado de hombres y mujeres que la posibilidad de utilizar el recurso de las entrevistas, la selección de
en la niñez y en la adolescencia temprana vivieron en diferentes regio- los casos osciló entre la causalidad y el azar. En gran medida, dependió
nes de Europa durante los tiempos de la Guerra Civil Española, la de la disposición de quienes habían emigrado en la infancia para com-
Segunda Guerra Mundial, la posguerra y el franquismo. Y que, en la partir sus historias y acceder a ser parte de un trabajo etnográfico. A
mayoría de los casos, llegaron a la Argentina hacia finales de la década una búsqueda en asociaciones de inmigrantes, radios y periódicos, se
de 1940. (Estos límites temporales fueron impuestos por el tipo de fuen- sumaron las recomendaciones de colegas y estudiantes que conocían
tes en las que se basó la investigación.) personas cuyas experiencias se adecuaban a mi proyecto. Cuando el
Las personas que presento a continuación son los protagonistas y primer encuentro tenía lugar, había quienes se mostraban abiertos y
también los coautores de este libro, que es fruto de un intenso trabajo et- dispuestos a compartir incluso sus recuerdos más desgarradores. Por
nográfico y de un proceso de diálogo que supera la instancia de las en- lo contrario, otras personas reaccionaban con parquedad y terminaban
trevistas. Las historias que ellos me contaron son el resultado de una sín- confesándose incapaces de narrar su experiencia.
tesis de saberes (los propios y los de los entrevistados), que fue tomando Entre la elocuencia de unos y el silencio de otros se fueron deslin-
forma a partir de numerosos encuentros personales, conversaciones te- dando las posibilidades. En este sentido, podría decir que este es mi li-
lefónicas, intercambio de correos electrónicos y la discusión de los bo- bro posible. Pero si de los casos a veces se ocupó el azar, de la forma he
rradores de los capítulos con cada uno de sus protagonistas. En este sen- sido la única responsable. ¿Por qué dos de las historias tienen a Bélgica
tido, más que las preocupaciones por la objetividad, la identificación, la como escenario? ¿Por qué el libro empieza y culmina con niños espa-
confianza y la respuesta afectiva cumplieron un papel crucial cuando ñoles? ¿Por qué los otros casos europeos provienen de regiones poco re-
fue preciso cruzar los sensibles contornos de sus universos personales. presentativas de los flujos que llegaron a la Argentina después de 1945?
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Frida, Hilda y Rosette vivieron vidas paralelas en el mismo país du- rraciones (teniendo siempre presente, claro está, que en esas obras no
rante la ocupación alemana, las primeras eran belgas y la última había hay objetividad absoluta y que las mismas también son representacio-
nacido en París y era judía. Así, la decisión de dedicar dos capítulos al nes de sus autores y de los autores de las fuentes escritas en las que se
mismo país (Bélgica) tiene como objetivo exponer dos situaciones con- basan).
trastantes. Las narraciones con las que trabajo no constituyen historias de vi-
Juan vivió el franquismo lejos de Barcelona, y cuando emigró a la da completas sino que se centran en la infancia, evocan el pasado de
Argentina Manuel y sus hermanas todavía no habían nacido. Las mar- manera desordenada y fragmentaria, y carecen de continuidad. A par-
cas indelebles de la Guerra Civil y su proyección en la vida cotidiana tir de esa fuente oral (construida a veces con una voz y otras con dos o
durante el franquismo quedaban entonces fuera de la historia de Juan, tres voces)2, mi trabajo se concentró en la reelaboración de las historias
pero era posible recuperarlas en los recuerdos de Manuel, Lola y en dos planos. En primer término, pasándolas del registro oral al escri-
Magdalena. to, y en segundo, confiriéndoles una continuidad (una temporalidad) y
Durante la guerra y la posguerra, Eslovenia y Lituania fueron arenas una coherencia que me permita contar las vidas de los niños inmigran-
en las que se dirimían combates ideológicos que involucraban (en cada tes como si cada una fuese un cuento, una story.
una de las regiones a su manera) las cambiantes alianzas entre Alema- Esa ha sido la dimensión más laboriosa. Aquí apelé a la bibliografía
nia y la URSS, y el avance del comunismo soviético que, después de de la que hablaba más arriba, a partir de cuya lectura recreé aristas del
1945, se erguía victorioso uniendo su potencia militar a la ideología re- ambiente que no emergían de los relatos de mis entrevistados. Además,
volucionaria. Durante la ocupación alemana a Lituania y Eslovenia el intenté dilucidar las conexiones entre los destinos individuales y los
comunismo animó rechazos y adhesiones. Pero cuando el Ejército Rojo contextos en los cuales transcurrieron.
“liberó” para ocupar (o, en el caso lituano, para volver a ocupar) ya no La traducción de los relatos orales a su forma escrita utilizó a la ex-
quedó espacio para quienes no comulgaban con la revolución del pro- periencia como materia prima. En los años 1930, Walter Benjamin ha-
letariado. Esa tensión ideológica se tradujo en persecución. Entonces, blaba de la crisis, la desaparición y la pobreza de la experiencia. Según
la huida y el exilio marcaron a las familias de Vinko, Franci y Algis. su perspectiva desconsolada, la modernidad capitalista había degrada-
Sus historias nos hablan de la memoria recuperando los aconteci- do la experiencia y el hombre moderno, víctima del sinsentido y la ba-
mientos del pasado no como sucesos transcurridos sino como proce- nalidad, se había vuelto incapaz de narrarla. Entre otras circunstancias,
sos que se proyectan hacia el presente. Además son especialmente la Primera Guerra Mundial aparecía como el hito histórico más conclu-
atractivas para indagar el papel de las subjetividades y de los meca- yente sobre la pérdida de la experiencia y de la capacidad narrativa.
nismos a través de los cuales los individuos expresan su sentido en (y Los soldados regresaban mudos del frente, sin experiencias para narrar.
de) la historia. La atrocidad inédita de lo vivido, empobreció las experiencias comuni-
Para atender a la subjetividad y para indagar en el sentido en (y de) cables de los hombres de aquella generación.
la historia de los entrevistados, me serví de una vasta producción his- La mayor parte de los niños de cuyas historias habla este libro tam-
toriográfica que habla de los países de las cuales son originarios. Más bién vivieron la guerra. La que desangró a España entre 1936 y 1939 y
atentas a los hechos duros y a la minuciosa fidelidad que a las miradas la Segunda Guerra Mundial. Quizá porque las atravesaron durante la
en pequeña escala y las subjetividades encarnadas en la historia oral, infancia, porque no estuvieron en contacto directo con la muerte, por-
esas obras fueron esenciales para tener una visión panorámica de los que sus padres no fueron al frente de batalla, ellos se mostraron dis-
contextos en los cuales transcurrió parte de la infancia de los protago- puestos a transmitir la experiencia3. Es posible que se trate de excepcio-
nistas del libro. A partir de esos saberes fue posible comprender las re- nes (no olvidemos que hubo personas que tras el primer contacto me
presentaciones y las ilusiones referenciales que dieron forma a sus na- expresaban su elección de guardar silencio), pero lo cierto es que los
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protagonista de cada historia le dieron mucho valor al relato de lo que NOTAS


les ocurrió y, algunos de ellos, hicieron un notable esfuerzo por desper-
1
tar los recuerdos para crear memorias narrativas densas. Aunque las cifras son aproximadas, porque no disponemos de información uni-
Sin duda, el lenguaje fue el principal obstáculo a la hora de traducir forme, a partir de la base de datos del Centro de Estudios Migratorios Latinoame-
lo que me contaron. Los protagonistas solían ser parcos cuando intenta- ricanos fue posible estimar el porcentaje de menores de 15 años que ingresaron
al país entre los años de la inmigración aluvial y la segunda posguerra. Entre
ban dar cuenta de situaciones extremas como el miedo, por ejemplo. A
1882 y 1905 los menores representaron el 19%; entre 1906 y 1930, el 15%, y en-
su vez, mis palabras, esquivas y exiguas, no alcanzaban a capturar en to-
tre 1931 y la segunda posguerra el 16% de las entradas legales al país. No obstan-
da su densidad los relatos escuchados poniendo al descubierto los lími- te, es preciso tener en cuenta que cuando finalizó la Segunda Guerra las cifras de
tes de una especie de hermenéutica de la empatía. ingresos anuales legales no dicen mucho respecto de las entradas reales. Esto se
Sin perder de vista los límites, intenté que las historias conservasen debe a la cantidad de clandestinos (individuos no detectados) que entraron a la
el sentido que los narradores les imprimían cuando convocaban a los Argentina en esos años.
2
dones de la memoria (sabiendo que existe un plano que es inaccesible Cuando se trata de amigos como Vinko y Franci, o hermanos como Hilda y Frida,
e intraducible)4. Pero, a la vez, busqué darles mi propio sentido. Para o Manuel, Lola y Magdalena, realizamos entrevistas por separado y también con-
juntas.
transformar los recuerdos infantiles en stories fue necesario ordenar la 3
El propósito del libro no es avanzar en la reflexión sobre las ideas de Benjamin
trama en una temporalidad que eludiese las idas y vueltas y las incohe-
ni sobre las perspectivas de autores contemporáneos que, como Giorgio Agamben
rencias y elipsis de la narración oral. Y para lograr unidad narrativa, tu- por ejemplo, sostienen que un discurso sobre la experiencia no es posible porque
ve que apelar a la imaginación histórica. Sin que ese acto imaginativo el hombre padece la incapacidad de tenerla y transmitirla.
significase alejarme de los testimonios de los protagonistas ni renunciar 4
Entiendo que el sentido más profundo o lo que Clifford Geertz denomina “inter-
a un tratamiento riguroso de los mismos, uní las historias a sus contex- pretaciones de primer orden” corresponden sólo a los protagonistas del libro
tos y le conferí linealidad al relato de modo que cada capítulo configu- puesto que se trata de sus propias vidas y, a quien las aborda le caben interpreta-
re una unidad que pueda ser leída como story. ciones de segundo o tercer orden.
5
Las obras utilizadas aparecen en la bibliografía.
Así, cada una de las historias ha sido reelaborada para darle una or-
denación descriptiva antes que analítica. Por esa razón he minimizado
mis intervenciones para relatar en un registro diferente lo que los in-
formantes me contaron cuando retomaron las huellas que su ser-pasa-
do había dejando en la memoria. En igual sentido, he escatimado las
citas eruditas y las referencias conceptuales y teóricas de las que me
serví para contar estas pequeñas historias construidas a partir de las
ilusiones referenciales de sus protagonistas y de mis propias represen-
taciones como historiadora.5 Esta introducción, el cuarto capítulo y el
epílogo son los espacios que he acotado para intervenir con más liber-
tad a partir de las historias surgidas de la memoria narrativa de unas
personas que recuerdan su infancia en tiempos de guerra, pobreza y
dictadura.
Capítulo 1
Una flor en el Parque Güell

“Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa,
pero no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la iz-
quierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba sentado
en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca viera sentado en
un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera.
Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una
tormenta.
Sentí el estruendo de una moto solitaria. Era un guarda con una ban-
dera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y mi-
ró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó:
‘¡Arriba España!’ Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela
de estallidos.”
En la Coruña, los militares habían declarado el estado de guerra y
disparaban contra el gobierno civil. No tardaron en llegar las tropas al
ayuntamiento del pueblo de Moncho, el niño que protagoniza el cuen-
to “La lengua de las mariposas”.
“Hablar era peligroso, ir a la misa conveniente.”
Mientras lo engalanaba con ropa de fiesta, su madre insistía en voz
grave:
“Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era ami-
go del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy im-
portante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro.
Sí que lo regaló.
No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regaló!”
“La Alameda estaba repleta de gente. Entre los muchos que iban ves-
tidos de domingo se mezclaban los que habían bajado de la aldea, las
mujeres enlutadas, los paisanos viejos de chaleco y sombrero, y los ni-
ños con aire asustado. Dos filas de soldados abrían un corredor desde
la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque en-
22 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 23

toldado como los que se usaban para transportar el ganado a la feria queño perro de peluche que llevaba consigo, quizá como prenda muda
grande. Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un si- de un candor que quedaría atrás para siempre.
lencio grave de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera pa- “Tengo poca memoria de aquel mes y medio de caminata con rum-
recían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta bo a la frontera de Francia. El recuerdo más nítido es también el más
en la fachada del ayuntamiento. triste, y ni siquiera estoy seguro de que formara parte de la realidad, si-
Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. no más bien debo haberlo construido a partir de una foto y de lo que mi
De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los madre me contó. Resulta que, en enero de 1939, nos deteníamos duran-
detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos te el día y caminábamos toda la noche. De esa manera evitábamos a los
no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el aviones italianos, empecinados en bombardear el camino. En ese tramo
de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, agotador caí enfermo; tuve tanta, tanta fiebre, que mi madre y mi her-
el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero a quien llamaban mano creyeron que me moría. Al cabo, mejoré, y tuvimos que salir a las
Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo apuradas para recuperar las jornadas de caminata que habíamos perdi-
como un sapo, el maestro. do. Ahí fue que extravié a mi perro de peluche. Lo había llevado abra-
Poco a poco, de la multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imi- zado durante todo el trayecto… Pero me lo olvidé.
tando aquellos apodos. ‘¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!’ (…)
‘¡Grítales tu también, Monchiño, grítales tu también!’ Creo que quedó entre la nieve. Cuando me di cuenta ya era tarde.
Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de Entonces, rompí en un llanto desconsolado.”
los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba con desespera- Aunque su memoria de esos días es frágil, aquel episodio dejó una
ción el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el con- marca indeleble en las emociones de Juan. Eco débil del desconsuelo
voy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alame- de entonces son las lágrimas que anegan sus ojos cuando, setenta años
da, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: después, evoca la época de su niñez y de la guerra.
‘¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!’”.1 El cruce de la frontera era el prólogo de un largo derrotero. Ajenos
Desde la inocencia, la furibunda perplejidad de Moncho revela a la al destino de su padre, ignorando si vivía o había muerto, un tren los
crueldad de la sociedad española desde los albores mismos de la gue- condujo al pequeño poblado de Trélazé, en Maine et Loire. Durante me-
rra civil. Lejos de Galicia, en Barcelona, por entonces un bastión repu- ses, el interior cavernoso de una antigua fábrica de fósforos se transfor-
blicano, otro niño, Juan Flórez, empezaba un camino de pérdidas y pe- mó en el albergue de Juan, su hermano y su madre. Allí debieron com-
regrinajes. Su padre, Gaspar, era el tesorero del gremio de los tranvías partir con otros quinientos españoles las penosas condiciones que
barceloneses. Había caído preso varias veces, pero la toma franquista de fueron el costo de haber salvado sus vidas del férreo brazo del franquis-
la ciudad lo encontró fuera de la cárcel. Entonces, junto a Verde, un mo. Hambreados en la larga marcha hacia esa libertad mezquina, Juan
compañero de militancia, Gaspar se fugó a Francia. Ese cruce clandes- recuerda los sabores del campo de refugiados. Una paradójica abundan-
tino de la frontera sería su último paso en suelo español. Nunca más cia de barriles de sidra, leche, papas y harina, colmaba los estómagos
volvería a su patria, en la que había dejado a Gregoria, su mujer, y a sus de esas almas sumidas en un paréntesis entre el pasado y el futuro.
dos hijos, Enrique y Juan. Pocos días antes de la Navidad de 1938 se iniciaba la ofensiva de Ca-
Pocos meses después de aquella huida, la vida en España ya no era taluña tras la retirada republicana en la batalla del Ebro. La caída se
posible para los Flórez, quienes, como tantos otros compatriotas, em- precipitaba, y el 26 de enero de 1939 Barcelona fue tomada por las fuer-
prendieron el camino hacia una libertad esquiva, al otro lado de los zas franquistas. Miles y miles de barceloneses habían escapado antes.
Pirineos. Juan tenía 5 años y su recuerdo más potente es el de un pe- Quizá por esa razón, el ejército nacional se extendió por la ciudad casi
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sin encontrar resistencia. Pero la guerra todavía no había terminado, ni salario y comida. Las autoridades francesas, interesadas en desalojar los
para los que ya habían cruzado la frontera ni para los caminantes que, campos de mujeres, niños y ancianos, permitieron que Gregoria, Enri-
como Gregoria y sus hijos, se marchaban de la nueva España rendida a que y Juan se reuniesen con Gaspar. Llenos de ansiedad, el viaje en tren
un destino ignoto. A poco más de un año de la huida las tropas alema- hacia la estación de Melun, en el departamento de Seine-et-Marne, fue
nas invadieron Francia, y otra vez la guerra fue el escenario cotidiano el preludio que transformó la pérdida en reencuentro.
de los republicanos exiliados. La saga del sangriento combate que Juan tenía 6 años. Tancrou, un poblado de cien habitantes, vio mo-
Franco dio por terminado el 1 de abril de 1939 iba a dirimirse en el am- dificada su homogeneidad con la llegada de refugiados e indocumenta-
plio campo de batalla europeo, en el que la lucha contra el nazismo y dos de varias procedencias. La escuela era una pequeña muestra de los
el fascismo albergaba la promesa de revertir la victoria franquista. cambios que la guerra había traído a Francia. Los niños franceses de la
Encerrados, sin documentos, hacinados en la penumbra de un gal- comarca y las hermanas belgas, hijas de un acomodado propietario ru-
pón, durmiendo en camas de paja improvisadas sobre un suelo frío y ral de la zona, estudiaban y jugaban con dos hermanos aragoneses (que,
sucio, la peste no tardó en asolarlos. Una epidemia de sarna, el trasla- como Juan, habían salido de la España franquista), con unas niñas arge-
do masivo a un hospital cercano y el color amarillo de una pasta cura- linas y unos niños polacos.
tiva tiñe el recuerdo que Juan conserva de esos días. Pocos meses después del reencuentro de Juan con su padre, los ale-
“Una interminable hilera de camas con mujeres, hombres y niños manes invadieron Francia. En ese complejo escenario en el que la cau-
embadurnados con un remedio amarillento que dejaba al descubierto tela y la amenaza dominaban la vida de los adultos, los niños, impulsa-
sólo la nariz y los ojos… Pasamos un buen tiempo internados y, des- dos por su osadía inocente, jugaban a la guerra dentro de la guerra.
pués, de nuevo a las barrancas… De ahí no podíamos salir. Sólo Enri- Cuando el estruendo y el humo negro anunciaban la caída de un avión
que, que aunque tenía 15 años era corpulento y aparentaba más edad en las cercanías, Juan y sus amigos transformaban la calamidad en di-
conseguía cada tanto un trabajo en la vendimia o como ayudante de co- versión: “Todos salíamos corriendo a robar lo que se podía: a las balas
cina… Pero mi madre y yo no teníamos libertad de movernos.” grandes les sacábamos la parte de acero, y en una bolsa vaciábamos la
Por esos días, Gregoria no sabía qué había sido de su marido. Como pólvora. Después hacíamos volar latas”.
se enteraron al poco tiempo, después de su llegada a Francia Gaspar pa- “Un día nos habíamos juntado un grupo de muchachitos de la escue-
só por cinco campos de refugiados. Puesto que la guerra desplazaba la la y andábamos con una de esas bolsas de pólvora encima cuando vimos
mano de obra laboral hacia el frente de batalla, los extranjeros eran bus- que a lo lejos venía un convoy alemán. Cruzamos la ruta con pólvora y
cados por los franceses como trabajadores. Hasta el invierno de 1940 esperamos, y cuando los alemanes estaban cerca prendimos fuego. Se ar-
Gaspar trabajó en una destilería azucarera. Fue entonces cuando consi- mó un gran desbande, con gritos y muchos tiros. Escondidos, nos reía-
guió un empleo como jornalero agrícola en una finca en el pueblo de mos pensando que seguramente los alemanes ni soñaban que nosotros
Tancrou, en Seine-et-Marne, donde se reencontraría con su familia. habíamos armado semejante alboroto. Nos internamos en un campo de
Juan no puede recordar cómo fue que su padre supo que ellos esta- trigo y nos mantuvimos largo rato sin movernos, casi sin respirar...”
ban en Trelazé. Una carta escrita por Gaspar y recuperada hace unos De los rumores que corrían entre los adultos, los niños habían apren-
años de un archivo francés le devolvió una pieza perdida del rompeca- dido a defenderse del peligro.
bezas de su infancia. Durante la ocupación, numerosos refugiados españoles antifranquis-
El 14 de febrero de 1940 Gaspar apelaba al prefecto de Maine-et- tas participaron de la resistencia y colaboraron en la lucha contra el Eje
Loire para pedirle que autorizara la salida de su mujer y sus hijos del en suelo francés. En el potente anhelo que movilizaba aquel combate,
campo de refugiados, de modo que pudieran reunirse con él en la fin- la liberación de Francia era el paso previo para liberar a España del yu-
ca. Allí, su nuevo patrón le daría una casa donde alojar a la familia, un go de Franco, y así poder desandar el camino al hogar.
26 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 27

A pesar de la desvelada vigilancia del ocupante nazi o del régimen derrotados, el desembarco en Normandía abatió a los que por años se
de Vichy, y de la cautela y el recato en los gestos y las palabras de quie- habían creído vencedores. A diferencia del comandante, los republica-
nes se les resistían, las actitudes de los mayores se filtraban en los ni- nos que se congregaban a planear una resistencia que les anticipaba el
ños. Ya sea porque eran hijos de familias involucradas de manera acti- regreso a España, a una España liberada de Franco, sufrieron una nue-
va en la resistencia, o porque percibían en sus hogares el rechazo de sus va y definitiva derrota con el final de la ocupación y la Segunda Guerra.
mayores a los alemanes, la repulsa a la ocupación se colaba en sus vi- La caída del nazismo y del fascismo no dio curso a la debacle de la
das y se manifestaba en los juegos. En medio de la guerra, Juan y sus dictadura de Franco. Si durante la ocupación alemana de Francia nume-
amigos también jugaban a la resistencia. rosos españoles regresaron a su patria, aunque les incomodara el régi-
Los domingos, Gaspar oficiaba de peluquero. Como los alemanes ha- men y temieran correr riesgos, la liberación y el fin de la guerra europea
bían prohibido congregarse, la peluquería era una excusa para hacerlo. motivaron un nuevo éxodo al suelo galo. La realidad había demostrado
“Mi papá estaba muy involucrado con la causa antifranquista, él sa- ser mucho más tozuda que la utopía de la resistencia. El franquismo con-
crificaba la familia por la ideología.” tinuaba vivo. Entonces, como en el invierno de 1939, Francia volvía a
Los españoles de la zona acudían, con la excusa de cortarse el pelo, ser el destino de quienes habían preferido arriesgarse a regresar a su ho-
para hablar de política, leer la prensa clandestina y programar la resis- gar, y de los que durante los largos años de la guerra habían quedado al
tencia al régimen que los mantenía lejos de su patria. Juan jugaba en la sur de los Pirineos, mientras sus familiares vivían refugiados en el pa-
improvisada peluquería mientras los mayores, ajenos a su presencia, se ís vecino. No eran pocas las mujeres que, como Gregoria, habían visto
dedicaban a la discusión de sus viejos ideales, resistidas derrotas y partir a sus maridos hacia el exilio. Pero muchas de ellas, en la prisa de
triunfos utópicos. la huida, habían perdido el rastro de sus hombres. Obligadas a una pe-
A veces, en aquella guerra, los derrotados iban vestidos con el traje nosa permanencia en España, tras la liberación, marcharon a Francia
de los vencedores. Los republicanos que habían visto su futuro aniqui- con sus hijos en la esperanza de reunir los fragmentos de sus familias.
lado y estaban prisioneros de una precaria libertad no eran los únicos Para los que habían permanecido durante la guerra, para quienes re-
perdedores. Como uno de aquellos hombres grises que protagonizan el gresaban, para las familias que se reunían, y para los que, sin razones
libro de Christopher Browning, un domingo llegó a la peluquería un co- políticas, escapaban de la pobreza de España, la Francia liberada se im-
mandante alemán, escoltado por dos soldados que “permanecieron du- ponía como destino.
ros custodiando la puerta”. Juan recuerda que aquel día, como tantos En España sólo habían quedado dos hermanas de Gaspar. El resto de
otros, entraba y salía en plena libertad del mundo de los adultos: “Fue la familia fue diezmada por la Guerra Civil o muerta por muerte natu-
la primera vez que vi llorar a un hombre. Recuerdo que mi padre y el ral. La vida de los Flórez, como la de tantos otros españoles, debía se-
alemán hablaron y hablaron, seguro que conversaban de política. Ines- guir su curso en el exilio. Los ocupantes nazis habían sido desplazados
peradamente, el hombre explotó en un llanto desconsolado. Yo estaba por las tropas norteamericanas. Juan tenía 11 años y residía en la Petite
jugando, no entendía qué era lo que ocurría. Luego mi padre nos contó Ferme, una finca enclavada en la Champagne Humide, con su paisaje
que en la guerra habían muerto la esposa y dos hijos del comandante. ondulado, sus inviernos crudos y sus cálidos veranos regados por el
Aquel hombre soltó todo lo que lo ahogaba diciendo que no estaba de Marne. Entre quienes, como Juan, sufren el desarraigo, el hogar se cons-
acuerdo con la política nazi”. truye en el espacio de la imaginación, las emociones, los afectos, los
Cuando la ocupación terminó con la liberación de París, en agosto sentimientos y los sentidos. En el paisaje social de Tancrou quedaron
de 1944, la historia, implacable, marcó con destino semejante al coman- enmarcados numerosos recuerdos del pasado (del hogar), pero ninguno
dante y a los parroquianos de la peluquería de Gaspar. El franquismo, como el emotivo vínculo que todavía lo une a Laura Láinez (¿un amor
ese ensayo fascista español, había transformado a los republicanos en infantil, acaso?) y está unido al sabor de una naranja.
28 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 29

había entendido era que me pedía prestada la bicicleta para ir a auxiliar


a un tanque que se había descompuesto. Entonces, otro soldado me me-
tió adentro del tanque y me llevaron no sé bien adónde, en medio de ese
ruido infernal. Cuando salí, me di cuenta de que estaba en un cuartel. Al
rato me devolvieron la bicicleta y me regalaron una mochila llena de ca-
ramelos, chocolates, chicles y una naranja. Yo nunca había probado una
naranja. Me resultaba exquisita y no quería compartirla, pero me encon-
tré con Laura Láinez. A esa chica, que iba conmigo a la escuela, yo real-
mente la quería mucho. La prueba fue que le convidé. Yo masticaba un
gajo y le daba la pulpa a ella. Luego hice lo mismo con los chicles: mas-
caba uno y se los pasaba a ella. No hace muchos años mi hermano la en-
contró en Francia, y Laura guarda el mismo recuerdo de aquél día.”
Más allá de una vida de juegos y amigos, Juan, como otros niños de
su tiempo, conserva imágenes del trabajo. Los días en los que Enrique y
él participaban de las labores con sus padres. La fatigosa siembra “a ren-
glón corrido”, la carpida, el desyuye, la labor de arrancar las pesadas re-
molachas azucareras del suelo helado de noviembre. En la Petite Ferme,
el gallinero y la conejera eran el dominio de Gregoria. El desabasteci-
miento atraía a los parisinos al campo. Llegaban en bicicleta a buscar ga-
llinas y alimentos, que trocaban por camisas, zapatos y abrigos.
Quizá, el atuendo dominguero que Juan llevaba puesto cuando le to-
maron aquella foto en compañía de su padre a la vera de un desconcha-
do muro de piedra había sido cuidadosamente armado con las prendas
que Gregoria trocaba por gallinas y huevos. Un pantalón corto, un saco
de paño cruzado y prendido a un costado con dos grandes botones, una
camisa blanca y, apenas asomando, un chaleco de lana. Los pies embu-
tidos en unas medias largas y gruesas cuyo tosco hilado producía come-
zón. Y atados con ásperos cordones, unos botines cuya suela de made-
ra se adhería con tachuelas al cuero que no se podía lustrar porque si
escaseaba la comida, ¿cómo iba a abundar el betún?
Juan y su padre en Francia Aquella vida infantil, cuyo espacio radicaba en la carencia, en ese
punto equidistante entre el deseo y la satisfacción, fue golpeada con una
“Fue en 1944, cuando ya estaban los yankis. Yo venía en bicicleta y me nueva pérdida: la muerte de Gaspar, que entonces tenía 51 años. Juan vi-
paré al lado del tanque, un soldado me hablaba y hablaba pero yo no en- vió su primer desgarro cuando al salir de España su perro de peluche
tendía nada… Finalmente, el hombre me arrebató la bicicleta y se fue. quedó olvidado en el largo camino que ascendía y descendía los
Me preguntaba cómo podía hacer eso un americano; se suponía que Pirineos. ¿Acaso aquél fue un dolor dulce? ¿Hay dolores dulces y dolo-
ellos eran nuestros amigos y los alemanes los enemigos… Lo que yo no res amargos? Desde el recuerdo adulto, o desde la mirada de quien vuel-
30 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 31

ve a narrar las historias de los protagonistas de este libro, no podemos tres kilómetros de la finca había quedado en el pasado. Que hubiera un
dilucidar la dimensión de la pena en la infancia. En diciembre de 1946 aula o un profesor para cada curso fue toda una novedad para el niño
Juan volvió a atravesar el umbral hacia una ausencia irreparable. Como habituado a la escuela de una sola sala y un único maestro. La intimi-
en enero de 1939, el anuncio silencioso de la nieve dio forma al triste es- dad de un mundo que congregaba alumnos de varias nacionalidades
cenario en el que un niño enfrenta a la muerte de quien le dio la vida. fue sustituida por un colegio en el que Juan sortearía una dura prueba.
Una enfermedad larga y penosa se había adueñado en los años de la Allí él era el único extranjero, y por primera vez sintió el peso del chau-
guerra del cuerpo y el semblante de Gaspar. Los rasgos se le habían en- vinismo y el desprecio por los exiliados.2
durecido, la cara se volvió más afilada, el porte curvado por la delgadez Cansado de las burlas y el desdén de uno de sus compañeros de cur-
y el agobio del dolor. En la soledad del hospital de Maux, su vida se ex- so, Juan acumuló rencor y rumió durante semanas una salida para es-
tinguió tres días antes de la Navidad. Cuando pasaron las fiestas, el capar del agravio: “Llegué a pensar en matarlo. Me hostigaba con sus
cuerpo fue sepultado. Los enigmas de la memoria han velado los deta- insultos. Me decía ‘extranjero de mierda, ¿por qué no te vas de Fran-
lles de aquella jornada. Los recuerdos a veces no son más que manchas cia?’. Y no era el único que pensaba o hablaba así, eran muchos los fran-
borrosas y rastros, y otras veces se presentan con tanta fuerza y claridad ceses xenófobos”.
que los sentimientos sumergidos durante años salen a flote con un ím- “No sólo pensé en matarlo. Un día lo intenté. Cuando empezó a in-
petu que los transforma en llanto. En la memoria de Juan figuran como sistir con sus insultos, lo agarré del pescuezo para estrangularlo. Ya es-
los dos episodios más desgarradores de su infancia la muerte de su pa- taba casi con los ojos al revés cuando nos separaron. Entonces, fui al au-
dre y la desaparición de su perro de peluche. la a buscar mis cosas y me subí en la bicicleta para irme de la escuela,
Con el final de la guerra y el fallecimiento de Gaspar, la vida cotidia- porque sabía que iban a expulsarme. Pero el director me llamó, y aun-
na se precipitó y cambió su curso. El dueño de la finca cayó enfermo, y que tuve mi sermón de reprimenda, no fue a mí al que echó del colegio
su yerno, que se hizo cargo de la administración, no estaba dispuesto a sino a mi compañero.”
mantener empleada a una viuda con familia. Gregoria debía marchar- Allí terminó la educación formal de Juan. En París, una discontinua
se. Para ese entonces Enrique ya era un adulto. Heredero de la convic- concurrencia a la escuela se combinó con la búsqueda de un destino
ción ideológica de su padre e inmerso en las organizaciones anarquis- que los refugiase en ultramar. Como tantos otros compatriotas, Juan y
tas en las que militaban miles de los españoles anclados en el exilio su madre, vivían una situación precaria. Mientras se ocupaban de pe-
francés, sus contactos políticos y su familiaridad con las prácticas clan- queños oficios o de pesados trabajos no especializados a cambio de in-
destinas le habían servido para conseguir documentos falsos. Así, en gresos magros, sumidos en la inestabilidad laboral, vivían temerosos de
1944 logró salir de Tancrou para mudarse a París y trabajar en la fábri- caer enfermos y no poder hacer frente a los cuidados médicos por falta
ca Renault. Entonces tenía 22 años, una esposa española y un hijo de 2 de dinero. Si en el campo el acceso a la comida y a la educación de los
años. En 1947 París era el único destino posible para Juan y su madre, niños podía resultar relativamente sencillo, la precariedad del exilio
habiéndose visto forzados a abandonar la Petite Ferme. empeoraba en una gran ciudad como París. Una madre viuda, un hijo
El último año y medio en Francia transcurrió en una sombría habi- adolescente y otro que a duras penas podía mantener a su familia ha-
tación de hotel. Gregoria se ganaba la vida cosiendo, y Juan intentaba ciendo equilibrio entre el trabajo y la militancia política: quedaba claro
malamente seguir siendo el alumno destacado que había sido en que el horizonte francés se cerraba para los Flórez.
Tancrou. La difícil adaptación a París, el albor de la adolescencia y el Un largo año de gestiones culminó con el cambio de destino desde
lastre de una infancia truncada, interpusieron una barrera al progreso Australia (donde la madre y el hermano de Juan querían emigrar) a la
en sus estudios. La gloria efímera de una beca que le había permitido Argentina peronista. Un permiso de trabajo gestionado por una tía de
cursar el último año de la escuela primaria en una pequeña ciudad a Gregoria que llevaba largo tiempo radicada en Pilar, en la provincia de
32 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 33

Buenos Aires, y prometía que la familia podría emplearse en trabajos na y feriados dedicados a levantar paredes. De la argamasa se encarga-
agrícolas, fue el salvoconducto para obtener los pasaportes de la ban Gregoria y la mujer de Enrique, que además contribuían a la econo-
Organización Internacional de Refugiados (IRO). Al fin, en 1948, bajo mía de la familia una criando gallinas y la otra zurciendo telas falladas
los brillantes colores de abril con los que el verano se retira y el otoño en un taller de costura. Cuando el dinero se acabó, el derrumbe de una
se confunde con la primavera, Enrique desembarcó en Buenos Aires. En tapera de ladrillos permitió terminar las paredes. De ese cascarón sin te-
París habían quedado su mujer, su pequeño hijo, su madre y su herma- cho ni piso, la memoria de Juan guardó la imagen de las noches de llu-
no, que llegarían a fines de octubre. via y de una mesa de construcción cubierta con hule que sirvió de re-
Una lengua común y los débiles vínculos con unos parientes hasta fugio y litera al adolescente que poco tiempo atrás vivía en París.
entonces desconocidos modelaron el nuevo mundo de Juan. Había que- “La admiración que tenían los argentinos por un recién llegado de
dado lejos la infancia. Su vida encontraba por primera vez un suelo fir- París me agrandó, me sentí importante. Creo que esa postura hizo que
me tras una existencia construida sobre arenas movedizas. Sin embar- hiciera mi trabajo con mucha seguridad. Todo me resultó más fácil...
go, por ese entonces Juan no percibía de ese modo los cambios de Pero mi vida no fue la de un adolescente, sino la de un adulto.”
escenario a los que lo sometieron las penurias de la guerra y la posgue- Juan entró a la escuela por azar, gracias a un empleado de la fábrica.
rra. En su memoria todavía persistía el recuerdo de una niñez alegre, y El oficial matricero enseñaba dibujo técnico en un colegio industrial.
las dimensiones más dramáticas de su vida en Francia se revelaron en Aunque no era alumno regular Juan asistía a sus clases. Su empleo en
la adultez. el depósito de materiales lo retenía largas horas en la fábrica, de lunes
“Mi infancia fue feliz hasta que tuve conciencia de lo que me había a sábado. Las guardias se superponían con el horario escolar. Disconti-
ocurrido. Recién de grande me di cuenta de lo penoso que había sido nua e informal, la enseñanza de aquel hombre (un antiperonista conmo-
mi pasado. Los niños aceptan con naturalidad el ambiente y las cir- vido por la experiencia de un adolescente hijo de una familia empuja-
cunstancias que les toca vivir. Son los adultos los que sufren. Mis pa- da a un derrotero penoso por defender ideas políticas con las que el
dres tuvieron un profundo padecimiento.” matricero simpatizaba) representó para Juan mucho más que la adqui-
Los cuadernos escolares y sus gastados lápices de dibujo (“la única sición de cierta pericia en el dibujo o en el manejo de las herramientas
caja de lápices de color de mi vida”) fueron el equipaje con que Juan lle- en un taller. Aquel gesto generoso simbolizó una puerta que le abría el
gó a la Argentina. Quizá soñaba con volver a la escuela, un espacio don- paso al país en el que iba a quedarse.
de era posible recuperar una pequeña porción de los días en Tancrou. Aunque débiles, los lazos con los familiares locales también hicieron
Pero, su niñez había quedado en la Champagne Humide, y la adolescen- que la adaptación le resultara más sencilla. Entre nuevas mudanzas y
cia, esquiva, había empezado en París. Aunque tenía sólo 15 años, cuan- desafíos, Juan iba abriéndose camino en su nueva vida. Si sus parientes
do desembarcó en Buenos Aires lo esperaba el mundo de los adultos, fueron un auxilio en los primeros tiempos, los vínculos de familia, que
desde el cual revisitaría su infancia para darle un nuevo significado. resistieron el frío peregrinar hacia Francia, el oscuro tiempo en aquel gal-
Una semana después de su llegada a la Argentina, Juan comenzó a pón que les dio refugio, la muerte de Gaspar, la expulsión de la Petite
trabajar en una fábrica de motores eléctricos en San Martín, donde la Ferme y el solitario preludio de la adolescencia en París, configuraron un
casa chorizo de sus parientes les dio cobijo por unos meses. Una vivien- continente sensible. Dentro de ese marco Juan construyó una identidad
da de madera (construida gracias a la ayuda económica de un primo) en que, lejos de languidecer arrastrada por el trauma, se resguardó en la con-
un terreno prestado fue el primer hogar de la familia. Pero ese no iba a fianza (su recurso interno más valioso) y en el afecto familiar.
ser el asiento definitivo. A finales de 1949, Enrique y Juan compraron Cinco años después de su llegada a la Argentina, el anhelo de pro-
unos lotes, y con la ayuda de toda la familia construyeron una casa. greso, “de salir del pozo del que venía” mostraba tímidamente sus pri-
Largas jornadas de trabajo en la fábrica eran seguidas por fines de sema- meros frutos. Enfundado en un traje nuevo Juan entraba a una gran
34 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 35

planta industrial, Santos Vega, con un empleo calificado: computista en


la sección de tiempos. Aquél fue su “gran salto hacia el progreso, la ilu-
sión con la que vinimos aquí”. En la fábrica trabajaba una muchacha hi-
ja de portugueses, Ermelinda. Con ella tuvo un romance que comenzó
en secreto y fue la semilla de un largo matrimonio. El niño que había
llorado desconsoladamente cuando su perro de peluche se perdió en
las nieves pirenaicas se había transformado en un hombre. Tenía 20
años, y la vida le parecía partida en dos: la mitad más penosa había que-
dado al otro lado de mar.
Juan no regresó a Francia, y la vuelta a España se demoró muchos
años. Aunque a veces añoró la Champagne Humide, con sus colinas y
su verde belleza. Cuando revisó su infancia y descubrió que el olvido
había enterrado muchos sentimientos penosos, decidió que no era allí
donde quería volver. Más que un tiempo feliz, la niñez había sido un
espacio de carencias a las que la inocencia infantil le había permitido
adaptarse, con ese don típico de los niños.
Una foto del mundo que había quedado detrás de aquel sinuoso ca-
mino hacia Francia transformó a Barcelona (una ciudad de la que Juan
no tenía recuerdos propios, una ficción infantil) en el sitio anhelado.
Tenía 4 años cuando lo congelaron en aquella imagen, una tarde de
1937 (¿de domingo quizá?), en un paseo por el gran jardín en el que es- Juan en el Parque Güell , circa 1937.
tallaba la plenitud arquitectónica de Antonio Gaudí. Por entonces, casi
una novedad para los catalanes, el Parque Güell era el reflejo del es-
plendor que vivía (y soñaba) la Europa de la Belle Époque.
La plaza oval cuyos serpenteantes bordes dan forma a unos bancos
recubiertos de coloridas e irregulares piezas de cerámica y cristal fue el
escenario de la fotografía. Debía ser inicio de la primavera (¿o quizá era
el otoño el que principiaba?), y España ya estaba sumida en la guerra ci-
vil. Sin embargo, la imagen candorosa de un niño mofletudo fruncien-
do el ceño a la cámara, agarrándose con firmeza de los bordes de un
banco, las piernas regordetas colgando a varios centímetros del suelo y
una actitud de fastidio, está recortada de la escena de horror en la que
el país empezaba a rasgarse.

Juan en el Parque Güell, 2007.


36 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 37

Si la fotografía testimonia la interrupción del tiempo, esta foto, que de ella para construir el anhelo de regresar y en ese regreso completar
fue llevada por Gregoria entre los pocos objetos valiosos que pudo res- su historia: completarse.
catar antes de la huida, representó para Juan una construcción ficcio-
nal del pasado y de la añoranza. Un momento de su vida que había ca-
ído en las profundidades más oscuras del olvido. La imagen del NOTAS
Parque Güell es como una alucinación, es un Juan que Juan no cono-
1
ció. Es posible que haya visto esa foto muchas veces, y que su madre Pasajes del cuento “La lengua de las mariposas” de Manuel Rivas.
2
le haya contado los contornos que el encuadre veda al observador. La Aunque las cifras varían dependiendo de la fuente de información, todas reflejan
imagen conmueve a Juan porque evoca un tiempo pasado que ha la importancia del refugio español en Francia. En una vertiente moderada, se ubi-
can aquellos que sostienen que en 1945 había 94.000 españoles que no podían ser
muerto, y, a la vez, construye un lugar hacia el cual la nostalgia lo in-
repatriados. Cuatro años más tarde esa cifra alcanza los 125.000 (el grupo que le
cita a volver. Una nostalgia y un anhelo que la Champagne Humide, sigue en importancia es el de los refugiados polacos que eran 49.000). Otras esta-
de la que su memoria guarda recuerdos intensos, no es capaz de des- dísticas, como la del International Rescue and Relief Committee, mencionan
pertarle. 180.000 refugiados en 1947.
En su original reflexión sobre la fotografía, el semiólogo Ronald 3
Ver: Roland Barthes, La cámara lúcida. Pág. 107.
Barthes se detiene en la relevancia del punctum, el detalle que punza,
atrae, invita, que lastima al observador.3 En el centro de su respaldo
curvilíneo, el banco tiene una flor. Esa flor es el detalle que invita a
Juan a regresar a ese lugar que ha sido creado (entre la foto y el deseo
de tener memoria) como un símbolo de su infancia. Setenta años des-
pués, una tarde de verano Juan y su mujer recorren el Parque Güell en
busca de aquella flor, de ese banco. Colmado de paseantes, turistas y
vendedores de baratijas, el inmenso jardín es un sitio desconocido, que
visitan por primera vez. Todo es novedad: el dragón de la escalinata, las
columnas con forma de patas de elefante, los viaductos, el calvario.
Juan había estado ahí, la foto plasmó ese momento, pero la memoria no
se ocupó de grabar el recuerdo.
La foto en blanco y negro de aquel niño regordete es fantasmagórica.
El paisaje ha cambiado: donde había un coposo pino ahora hay un edi-
ficio de dos plantas con tejado. Pero es la flor, la única de flor de esa ca-
dena de bancos, la que unió el pasado con el presente, el olvido con el
recuerdo, para cerrar el círculo entre la infancia y la adultez. La nueva
foto, de Juan adulto en el esplendor del trencadís de Gaudí, incorpora
el fragmento faltante de una época en la que la vida estuvo signada por
un errático deambular. Quizá, en la experiencia de Juan no se cumpla
la idea de Barthes según la cual la fotografía no rememora el pasado, ni
restituye lo abolido por el tiempo o por la distancia. La foto del Parque
Güell es mucho más que el testimonio de lo que ha sido. Juan se valió
Capítulo 2
Los paraguas de Gante

Crujientes papeles dorados envolvían la delicia del chocolate. Los sá-


bados eran días de bombones y “naricitas”, unos pequeños conos mo-
rados rellenos con jarabe de frambuesa cuya dulzura ha quedado guar-
dada en la memoria de Frida. Frente a la bombonería a la que su
metódica abuela la llevaba todas las semanas había una juguetería. En
la vidriera descansaba, soberbia y tentadora, una muñeca con forma de
bebé que Frida miraba llena de admiración.
La década de 1940 estaba llegando a su fin. Frida tenía 7 años, resi-
día en Gante y había vivido buena parte de su niñez durante la guerra.
Empujado por la posguerra y un obstinado temor a una tercera confla-
gración mundial, su padre consideraba trasladar a la familia a la
Argentina, un país del que apenas tenía una imagen borrosa, construi-
da a partir de los comentarios de algunos belgas que habían vivido aquí
o tenían parientes en Buenos Aires, y de las notas sobre América del
Sur publicadas National Geographic.
Mientras desempolva una de aquellas revistas sesenta y cinco años
más tarde, Hilda, la hermana menor de Frida, recuerda el jardín de la
casa de su abuela. Un cantero oval recortaba el verdor del césped con
el colorido espectáculo de los tulipanes. Alrededor del vistoso óvalo de
flores, Hilda y su primo Lucien andaban en triciclo. Una magnolia en
flor impregnaba con su fragancia el aire de la tarde. “Aquel año”, acota
Frida, “los tulipanes eran lilas y violetas.”
Mimí, su amiga, es el otro recuerdo querido que Frida guarda de la
infancia en Gante. Una severa educación en un colegio de monjas y una
meticulosa rutina que sus abuelos y su madre controlaban con esmero
marcaban, puntual, la hora de regresar de la escuela. Una ancha aveni-
da empedrada por la que pasaba el tranvía, un guardia que interrumpía
el tránsito para que los niños cruzasen y una agitada carrera para llegar
a tiempo a casa a la hora indicada eran los obstáculos que Frida y Mimí
40 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 41

sorteaban para resguardar su pequeño placer cotidiano en tiempos de “Recuerdo el sótano de la casa de mi abuela, que era nuestro refugio.
Adviento: detenerse unos minutos en la vidriera de la bombonería, No sé cuánto tiempo pasamos en ese lugar, pero vivíamos ahí en los dí-
donde podía verse una mesa rectangular cubierta con un paño y en ella as del final de la guerra. Era cuando Hilda recién había nacido. Los
las tentadoras miniaturas de chocolate y mazapán: relojes, árboles de grandes se turnaban para subir a preparar la comida. Los chicos quedá-
Navidad, casitas, muñecos. Como un bibelot, la vidriera encerraba un bamos abajo y a través del ventiluz veíamos la gente correr y las bom-
mundo perfecto. Por fuera de la bombonería y de la imaginación infan- bas caer. Se oían sirenas y estruendos. Yo dormía al lado de mi papá,
til, Bélgica se recuperaba de la guerra y Frans Broers había decidido sobre un cajón grande donde se guardaba el carbón para la caldera.
partir. Pero a eso quizá Frida y Mimí todavía lo ignoraban. Tengo el aroma del sótano impregnado en mi memoria, una mezcla de
El recuerdo de las gosette au pomme que su tío le mandaba comprar las manzanas que mi abuelo acomodaba sobre estantes de madera con
por las tardes a una panadería cercana a la abadía vuelven a unirla a la el carbón y la leña. Es el aroma de mi infancia, y de la guerra.”
infancia y a Mimí. Las niñas del colegio murmuraban que las monjas se Quizá su corta edad haya enterrado para siempre en el olvido las
despojaban de su cabellera en el momento de los votos, que el velo es- imágenes de la escasez. Las filas interminables para conseguir raciones
condía sus cabezas rasuradas. La intriga inquietaba a Frida y a su insepa- de alimento cada vez más mezquinas. El carbón apilado en las esquinas
rable amiga. Y el temor a ser descubiertas y reprendidas era más débil que de la ciudad y las mujeres con sus baldes de hojalata, sumidas en una
la curiosidad que alimentaba su imaginación frondosa. Dos travesuras se agobiante espera para obtener apenas unos puñados de oro negro.
unían cada vez que las niñas iban a comprar gossete au pomme. Como no Aunque la casa de los Broers no estaba lejos del centro de Gante, no
resistían postergar la tentación de saborear aquellas exquisitas empana- acuden a la memoria de Frida los desfiles de los nazis o la marcha de
ditas de manzana, siempre compraban dos de más que comían en el ca- la legión flamenca por las calles del Graslei y el Korenlei, jalonadas de
mino de regreso a casa. Fisgonas e intrépidas, las niñas se escabullían en simpatizantes que, orgullosos y entusiastas, despedían a los voluntarios
el patio cuadrado de la abadía por el que se llegaba al convento de grue- belgas enrolados en las filas del ejército alemán.
sas paredes, y espiaban a las monjas a través de unas ventanas diminu- “A mí la guerra no me daba miedo ni me producía angustia. Lo que
tas, con la esperanza de descubrir su secreto. sí recuerdo con pena es la partida de mi país. Salimos desde Amberes.
Frida nació en mayo de 1940, cuando Bélgica recién había sido ocu- Todavía hoy, cuando veo zarpar un barco, revivo aquel día y lloro.”
pada. Gante, enclavada en la confluencia de los ríos Lys y Escalda, ciu- Frida relata: “Era una tarde lluviosa, coloreada por una multitud de
dad medieval orgullosa de sus torres, sus puentes y sus magníficas pin- pañuelos y paraguas. Toda la familia nos acompañó. Todavía puedo
turas, sufrió en aquella primavera aciaga la invasión con la que los verme asomando la cara entre las barandas del barco que iba alejándo-
alemanes advertían que la neutralidad no iba a proteger a Bélgica de la me de mis abuelos, y puedo verlos a ellos diciéndome adiós”.
acción implacable de la Wehrmacht. Hilda era una beba de días cuan- En ese entonces, Frida ignoraba que esa clase de separaciones iban
do los bombardeos aliados anunciaron el ocaso del poderío alemán. a repetirse a lo largo de su vida. Durante la infancia y la adolescencia,
Si bien Gante fue una de las ciudades menos castigadas del país por cuando la visita de los abuelos despertó el temor de que la despedida
las bombas que iban a liberarlo, algunos de los puentes que comunica- sellase un último encuentro, y en la adultez, cuando sus hijos se mar-
ban el lado de la ciudad donde los Broers vivían con aquél donde esta- charon a Europa desandando el camino que ella y su hermana habían
ba el sanatorio en el que Hilda vería la luz del mundo quedaron en rui- emprendido de niñas.
nas. “No puedo imaginar cómo hicieron mis padres para llegar al otro Frida regresó a Gante a los 18 años. Los abuelos todavía vivían en la
lado de la ciudad con mi madre parturienta”, dice Frida mientras las casa del cantero de tulipanes y la magnolia altanero. Habían pasado ya
imágenes de los días previos a la liberación se cuelan entre las grietas diez años, y con ellos la niñez. Del fragmento de su infancia que perma-
de su memoria. neció en Bélgica, Frida recuperó dos imágenes: la bombonería de los sá-
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bados dulces y la vidriera de la muñeca. Una seguía intacta, la otra ha- paterna les habilitó esa ampliación del espacio simbólico. En cada car-
bía desaparecido. Pero la vuelta al pasado terminó con el regreso a la ta, Hilda y Frida podían oler la fragancia del jardín en primavera, saber
Argentina, al lugar al que sentía pertenecer. A partir de ese momento ya de sus tíos, enterarse qué hacían sus primos.
no volvería a Gante. “Me da temor regresar porque ahora son todas tum- Frida había ido dos años a la escuela en Bélgica, pero Hilda debió
bas en un cementerio, y aunque lo acepto como el curso natural de la vi- aprender a escribir en flamenco para poder cartearse con su abuela:
da me entristece. La casa, la fábrica de paraguas, nada es como antes.” “Tenía una correspondencia propia con la abuela, porque ella les escri-
Como Frida, Hilda también volvió a Gante a poco de cumplir los 18 bía a papá y a mamá una carta, y en unos sobrecitos pequeños ponía
años, pero a diferencia de su hermana regresó otra vez en la adultez. En una esquela para Frida y otra para mí. Por eso me sentía con ganas de
2004, una visita a su hija radicada en Europa le brindó la ocasión de reco- contestarle. Ella me preguntaba tal cosa o me decía tal otra, y además,
rrer las serpenteantes calles de piedra de la ciudad de su primera infancia. dentro del sobre, nos mandaba dinero o algún regalito. A veces también
Gante para ella es el sinónimo del afecto familiar del que fue despojada recibíamos regalos más grandes en paquetes o cajas. Recuerdo bien
cuando su padre la trajo a la Argentina. Cuando la casa de la abuela, el bu- cuando llegaron las zapatillas de bailarina. Adoraba el baile clásico y
llicio de los primos, la presencia de los tíos, el cotilleo y las risas de las soñaba con poder bailar ballet. Mi abuela había venido a visitarnos y
mujeres, los ruidos, los colores y los sabores propios fueron reemplazados me había visto haciendo piruetas en el jardín de casa. Yo intentaba bai-
por un lugar de extraña quietud y de colores y sabores ajenos. lar de puntas en alpargatas. Y un día recibí un paquete de Bélgica: la
“Aunque me trajeron cuando tenía 4 años, creo que guardé una foto abuela me mandaba unas auténticas zapatillas de bailarina”.
imaginaria de Gante en mi memoria. Cuando volví a los 18 y me paré A pesar de los pocos encuentros, Hilda y Frida mantuvieron una larga
frente a la que había sido mi casa, o visité la de los abuelos, me dije: és- relación epistolar con su abuela, basada en los hechos simples de la vida
to, lo conozco. Me acordaba bien de la fábrica de paraguas, del óvalo al- cotidiana. Sobres que intercambiaban fotos de la parentela a uno y otro la-
rededor del cual jugábamos con Lucien. Me veía con él en ese mismo do del mar, noticias de tíos y primos, conversaciones sobre las vivencias
lugar. Habían transcurrido casi catorce años, pero esas imágenes volvie- religiosas y la fe compartida, consejos sobre las inquietudes de unas niñas
ron a mí como si el tiempo se hubiese detenido.” que se volvían adolescentes iban y venían sin pausa. Las cartas configura-
Durante su infancia en la Argentina Hilda vio una y otra vez las fo- ron una apretada trama de afecto. Fueron un puente de papel que permi-
tos del pasado que sus padres guardaban con celo, y las que su abuela tió que la abuela presenciase a la distancia el curso de la vida de sus nie-
les enviaba desde Bélgica. Y esa fotografía imaginaria de la que habla tas, y que ellas aliviasen la nostalgia de vivir lejos de sus parientes.
posiblemente se gestó en el intersticio de una memoria familiar cons- En Gante, los Broers habían sido una familia de holgado pasar y gus-
truida de retazos ajenos más que de recuerdos propios. Porque las fotos tos refinados. Los abuelos paternos eran dueños de una fábrica de para-
tienen una lucidez especial. Más allá de sus detalles concretos y “rea- guas en la que Frans, el padre de las niñas, se encargaba de las ventas.
les”, ellas son capaces de estimular la evocación y la nostalgia incluso Vivían en una amplia casa de dos plantas con ventanas generosas, pi-
de aquello que no se ha vivido. sos relucientes, loza fina, elegantes muebles y un protagonista infalta-
Sin embargo, también es posible pensar que la sensación de Hilda de ble del living burgués: el piano de cola. Un estrecho patio separaba la
que los años se habían comprimido tenga su raíz en el vínculo que los vivienda de la fábrica.
Broers mantuvieron con el mundo que habían dejado al otro lado de En la fábrica, paraguas y parasoles eran confeccionados con esmero
mar. El flamenco, la lengua del afecto, fue uno de los elementos que por las manos de la familia y de unos pocos empleados que guardaban
permitió crear una noción de hogar que incluía significados y represen- con celo los secretos de las labores artesanales. Las flexibles barbas de
taciones belgas. Ese hogar era un lugar imaginario, de límites dilatados, las ballenas daban forma a una estructura de delgadas y dúctiles vari-
relacionado con Europa. Un intenso contacto epistolar con su abuela llas capaces de resistir los vientos más intensos. Las telas, sobrias algu-
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nas y otras vistosas, eran cortadas con esmero en forma de perfectos ga- durante un recreo y oyó que su maestra cuchicheaba con una colega: “A
jos. Las empuñaduras de maderas sencillas y fríos metales, o cargadas esta nena se la llevan a vivir a la Argentina”. El tono de la conversación,
de ornamentos, eran la marca que distinguía al paraguas comprado tan más que el contenido, fue lo que llamó la atención de Frida: “Lo decía
sólo como amparo de la lluvia de aquél que, además, simbolizaba el es- como si me trajesen al fin de mundo, a un lugar por completo inhóspi-
tilo elegante de su portador. to y desconocido”.
Pero ese pequeño universo de paraguas y bombones fue sacudido En su memoria, esa maestra, llamada Jeanne de Geiter, quedó asocia-
por la guerra. Un bombardeo destruyó parte de la casa de la que da a la melancolía que aquejó a Frida al perder las referencias de su
Frans, su mujer y sus hijas habían salido poco antes, habían salido mundo infantil: los abuelos, la escuela, Mimí, las travesuras, los choco-
poco tiempo antes buscando amparo en una pequeña vivienda alqui- lates. Diez años después, cuando regresó de visita a Gante, volvió a ver-
lada en las afueras de la ciudad. Dos pesados tubos de hormigón que la. “Iba caminando desde la casa de mi abuela hacia la fábrica de para-
descansaban a un costado del jardín improvisaban el refugio antiaé- guas. De pronto, por la vereda de enfrente vi a un grupo de chicos de la
reo de la familia. Al regresar a la fábrica, Frans comprobó que los escuela con su maestra. Era Jeanne. Me quedé paralizada de emoción y
efectos más dañinos de la bomba habían tenido lugar en el cuarto de no tuve coraje para llamarla. Sencillamente, no pude hacerlo. Detuve
Frida, cuya ventana sobresalía del primer piso y daba a la calle. La mi paso y esperé que se alejaran.”
explosión la habría sorprendido durmiendo. El temor a revivir la pena infantil de la partida quizá explica la re-
En la ciudad urgida por el ritmo vertiginoso de un final anunciado acción de Frida que, terminando la adolescencia volvía a recorrer los
(y a la vez incierto), la casa de la abuela fue el último refugio seguro: lugares y los afectos que había dejado atrás cuando la guerra terminó.
“Todavía puedo ver la imagen de mi padre y de mi tío trasladando los Sin embargo, es posible que el gesto también revele que en el nuevo
colchones desde la casita alquilada al sótano”. mundo al que sus padres la habían trasplantado hacía una década, ella
Cuando la guerra terminó, los Broers se encontraban entre los afor- encontró su lugar, un espacio en el que, poco a poco, fue desvelando el
tunados que la habían atravesado sin perder a ningún miembro de la fa- significado de una abigarrada trama de códigos y sentidos.
milia. No obstante, el agudo silbido de las sirenas, los estruendos sor- Los Broers llegaron al puerto de Buenos Aires a mediados de no-
dos y brutales de los bombardeos, el miedo y la perplejidad reinantes viembre de 1948. Hilda y Frida no recuerdan haber pasado por el Hotel
habían rasgado el velo protector de la esperanza. Para Frans Broers el de Inmigrantes, pero sí un anónimo tumulto buscando su camino en las
futuro había enmudecido, y en Bélgica no era posible recuperar el pa- largas filas de los trámites de ingreso al país: “Teníamos miedo de per-
sado. La guerra lo había trastornado todo, y la paz cobijaba el rumor dernos, así que íbamos los cuatro tomados de la mano y no nos apartá-
amenazante de un nuevo conflicto. bamos de otros belgas a los que mis padres había conocido en el barco.
En la búsqueda de un lugar donde iniciar una nueva vida, la Argen- Me sentía confusa y miedosa porque no entendía nada de lo que se ha-
tina cobró el valor de una promesa. En los años que mediaron entre el blaba alrededor. No me acuerdo bien, pero seguramente unos hablarían
fin de la guerra y la partida, la familia recuperó el curso de la vida coti- en sus lenguas europeas y otros en castellano. Era un murmullo incom-
diana. La casa fue reconstruida tras los destrozos del bombardeo, Frida prensible”, cuenta Frida.
empezó la escuela, Hilda aprendió a andar en triciclo, y en verano, con En Buenos Aires hacía calor. Un hotel en la calle Belgrano fue la pri-
sus coloridos trajes de baño, las niñas disfrutaron de la playa. Mientras mera parada. Sin un rumbo claro, con información imprecisa y dificul-
tanto, Frans preparaba el viaje que los alejaría de Gante. tades para comunicarse, Frans comenzó a buscar un lugar de residen-
Hilda tiene recuerdos borrosos de los tiempos previos a la partida. cia en el nuevo país.
Frida, en cambio, ha guardado en su memoria imágenes y sensaciones Los comentarios de algunos belgas que llevaban tiempo radicados en
que todavía la apenan. Estaba ella en segundo grado, jugaba en el patio la Argentina estimularon a la familia a explorar la Patagonia. Pocos días
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después de su llegada, los Broers tomaron un tren hacia Bariloche, y ese canasta con manzanas rojas y naranjas de California. Excepto esas fru-
viaje fue un rito de pasaje para las niñas, una aventura que las llevó a tas deliciosas, mis padres embalaron todo lo demás y lo trajimos a la
los confines de la realidad. Argentina”.
A pesar de la diferencia de edad y de los matices propios de la mira- Un año más tarde, en un lugar remoto junto a las montañas, las cos-
da individual, las similitudes del relato de aquel viaje revelan la cons- tumbres navideñas locales se desplegaban ante los ojos asombrados de
trucción de la memoria familiar de unos días confusos en los que la vi- Hilda y Frida. En la Argentina, San Nicolás era Papá Noel, y los regalos
da transcurría con pasos vacilantes sobre un terreno endeble. llegaban en Nochebuena.
El largo recorrido comenzó con un accidente. Ansiosa y afable, Hil- La estadía en la Patagonia no se extendió mucho más allá del fin de
da saludó con entusiasmo a Coppens, un belga al que sus padres habí- año.
an conocido en el barco y que los acompañaba en la estación, y cuando “Nuestro padre andaba buscando qué hacer. Era claro que paraguas
el tren empezó a deslizarse por las vías la ventana bajó con la crueldad no podía seguir fabricando y que Bariloche era demasiado pequeño
de una guillotina y le apretó los dedos. “Es imposible que olvide aquel para montar cualquier negocio. Ahí no había posibilidades para nos-
viaje, porque fue el primero que hicimos en la Argentina, y porque to- otros. Además, el clima no era bueno para el asma de Frida”, recuer-
davía recuerdo el dolor.” da Hilda.
A medida que el tren buscaba su camino hacia el sur, el confortable Entonces, los Broers regresaron a Buenos Aires. Pero, la capital fue
camarote se transformó en una polvareda. En la imaginación infantil nada más que una breve parada intermedia; el próximo destino era Mar
había empezado entonces un inolvidable viaje por el desierto. Una den- del Plata. Un matrimonio belga que Frans y su mujer habían conocido
sa nube de tierra comenzó a colarse por los intersticios de las puertas y pocos días después de llegar a la Argentina les abrió el camino hacia el
las ventanas. Los pañuelos mojados con los que cubrían sus bocas eran lugar donde la familia echaría raíces. Una ciudad junto al mar en la que
el único auxilio contra el ahogo. Y cuando la ventisca menguaba, Frans, ya vivía una pequeña comunidad de belgas con algunos de los cuales
que había traído su filmadora y su cámara fotográfica de Bélgica, efec- los Broers establecerían relaciones intensas y persistentes, que iban a
tuaba el registro de la travesía por el paisaje fantasmagórico de la tor- permitirles, entre otras cosas, mantener el idioma flamenco más allá de
menta de tierra. los estrechos contornos del mundo doméstico. Sin embargo, Hilda y
A medida que se aproximaban al sur, el bochorno de Buenos Aires Frida tomarían sus precauciones para cruzar las fronteras que separa-
se vio reemplazado por un frío que congeló las cañerías del tren. ban la Bélgica imaginaria de la Argentina real.
Vestidos con ropas veraniegas, los Broers llegaron tiritando a Bariloche, La familia llegó a Mar del Plata a mediados del verano. Pocas sema-
que por entonces no era más que un discreto caserío alojado en un pai- nas después comenzaban las clases, y los Broers eligieron un colegio ca-
saje tan imponente como inhóspito. Transcurría la segunda quincena de tólico para sus hijas. Las monjas eran el único rasgo en común con el
diciembre. Hilda y Frida pasaron allí su primera Navidad lejos de pasado escolar de Hilda y Frida. En Mar del Plata la tradición católica
Gante. Es probable que cuando la dueña de la hostería en la que se alo- se expresaba de maneras menos pomposas que en Bélgica. Sin impo-
jaban descolgó un adorno del árbol y se los obsequió la memoria de las nentes catedrales que albergasen pinturas místicas y lujosas representa-
niñas haya evocado la última visita de San Nicolás. ciones de la adoración, sin abadías, sin conventos de clausura, el cato-
Montado en su caballo blanco y cabalgando sobre los tejados con su licismo había pasado por el fino tamiz de un país joven y secular en el
capa roja y su mitra, el santo de los regalos que augura el tiempo de que las formas atávicas de lo religioso eran lábiles y sobrias.
Navidad había visitado la casa de los Broers en Gante el 6 de diciembre Por aquel marzo de 1949, el castellano todavía era una tierra incóg-
de 1947. Tras de sí dejó una estela de regalos. Frida recuerda que “la ca- nita para las hermanas belgas. Hilda ingresaba a jardín de infantes, y
sa parecía una juguetería. Una cuna, muñecas, ropitas, una cocina, una Frida repetía el segundo grado porque no conocía el idioma.
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Beatriz Arias no reemplazaría a Mimí (que persistió en la memoria tensa sobre las niñas. No era fácil saltear la rutina de ayudar a levantar
afectiva de Frida como su amiga entrañable de la infancia), pero esta la mesa y fregar platos y trastos después del almuerzo. Obedientes, Hilda
nueva compañera de banco supo aliviar y alegrar el difícil tránsito des- y Frida la cumplían a las apuradas, y de inmediato salían corriendo a la
de un hogar flamenco hasta el corazón de la sociedad marplatense. casa de enfrente. La siesta era el momento del radioteatro. En lo de Di
“Me senté junto a Beatriz durante los dos primeros años en Santa Vito las mujeres y las niñas se congregaban alrededor de la radio, dando
Cecilia. Era una pelirroja hermosa y buena. Cuando ingresé al colegio forma a una escena difícil de imaginar en el severo hogar de los Broers.
yo ni siquiera sabía cómo se decía cuaderno, goma o lápiz, nada en ab- Así el radioteatro constituyó la puerta de entrada a una de las prácticas
soluto. Ella me enseñó todo, era mi maestra. Así fui aprendiendo casi culturales más representativas de la Argentina en la época en que Hilda
sin darme cuenta. Cuando pasamos a segundo grado Beatriz pidió per- y Frida llegaron. Asimismo, la sociabilidad con los vecinos les permitió
miso para seguir a mi lado. Quien sabe qué habrá sido de ella… Fui po- profundizar su dominio del castellano y sumergirse en una trama de
cos años a ese colegio porque mi madre quería que tuviésemos una for- símbolos y códigos que alivianó su entrada a la nueva sociedad.
mación comercial y nos pasó a otra escuela católica, al San Vicente. Ahí A medida que las niñas encontraban su lugar en esa nueva vida los
también había monjitas.” recuerdos comenzaban a desdibujarse y los pequeños detalles se preci-
Hilda recuerda el flamenco como su única lengua, y que los prime- pitaban en el olvido.
ros tiempos en la escuela fueron difíciles. Consciente de ser diferente, Un mundo de sabores, aromas y colores diferentes se abría para
y por eso demasiado visible, se replegó en la timidez. Hilda y Frida. Ravioles, zapallitos rellenos, damascos, morrones, fue-
“Estaba un poco aislada, no me animaba a jugar con mis compañe- ron desplazando poco a poco a las comidas belgas. Los helados Lapo-
ras. Cuando fuimos el primer día todo el colegio estaba alrededor de no- nia, una delicia de frutilla y crema, calmaban las añoranzas de unos pa-
sotras mirándonos. Yo llevaba puestos unos zapatos acordonados. ladares ansiosos de dulces “naricitas” y más chocolates.
Enseguida me di cuenta que estaba fuera de lugar porque todas usaban Fuera del hogar, las referencias al pasado habían quedado reserva-
guillerminas. Tenía un trajecito azul marino con pollera tableada y una das a la vida social que los padres mantenían con otros miembros de la
blusa estilo marinero. Nada de eso se usaba aquí. Ni los sombreritos o colectividad belga y de la que Hilda y Frida participaban. Las visitas a
los tapados con cuello de terciopelo que mi madre nos hacía poner en la casa de unos amigos que vivían cerca de Playa Grande eran la oca-
el invierno. Con ese atuendo todas nos miraban como a unas moscas sión para ir al mar, aprender a nadar y oír sólo flamenco. Las excursio-
blancas. Entonces empecé a replegarme, me metí para adentro. Diría nes al vivero de los Van Heden, otra familia belga, abrían un espacio pa-
que no tuve amigas en el colegio. Pero eso no impidió que aprendiese ra que las niñas jugasen con chicos de su edad y su mismo origen.
muy rápido el castellano.” Para los adultos, esa sociabilidad reforzaba los lazos con el pasado y
Si la escuela fue un lugar privilegiado para aprender con presteza afianzaba su identidad en el complejo camino de adaptación. Pero pa-
el idioma, la puerta de acceso a la trama simbólica de la cultura local ra Hilda y Frida, que pasaban la mayor parte del tiempo entre la escue-
fueron los vecinos. Los Broers vivían en Bosque Alegre, un barrio bas- la y las amistades argentinas, en una urdimbre cultural que les resulta-
tante alejado del centro de Mar del Plata. Tenían una amplia casa con ba cada vez más familiar, la colectividad belga no era más que un débil
jardín y pileta. Sus vecinos, los Di Vito, una familia que cultivaba hor- eco del pasado. A fin de cuentas, lo que ellas habían dejado en Bélgica
talizas en una quinta al otro lado de la calle, tenían una hija con la que e inundaba sus corazones de añoranza eran los afectos. Mientras que
Hilda y Frida jugaban por las tardes. sus padres buscaban recuperar fragmentos de un atlas simbólico, delan-
La casa de los Di Vito, bulliciosa y permisiva, en la que convivían te de las niñas se abrían, vastos, el presente y el futuro en una ciudad
abuelos, hijos y nietos, donde cosechaban verduras desconocidas en junto al mar donde el castellano, el radioteatro, los sabores nuevos,
Bélgica y se preparaban deliciosas conservas, ejercía una atracción in- Beatriz Arias y los Di Vito eran los protagonistas.
50 MARÍA BJERG

Y así como Hilda y Frida encontraban su lugar, la familia, aunque Capítulo 3


aferrada a una identidad transnacional, se integraba a la vida producti-
va de Mar del Plata. A poco de llegar, Frans Broers compró unas hectá-
Escondida
reas en Bosque Alegre y montó un criadero de pollos. Ese fue su traba-
jo durante los primeros años en la Argentina, hasta que en 1951 vendió
el predio para iniciar una empresa más ambiciosa. Juntos a dos socios
belgas (uno de ellos Koppens, testigo involuntario del accidente de Hil-
da durante la partida del tren a Bariloche) y otro húngaro montó la fá-
Las hojas de los árboles se vuelven bermejas y ma-
brica de calefactores Eskabe. Y lentamente, con el bienestar económico
rrones, se resecan y arrugan y dejan que el viento
también creció la familia. Dos hijas más, Lilian y Marie, nacieron en
las tire al suelo. Nunca me había sentido tan triste
Mar del Plata en los años 1950, cuando Frida estaba atravesando la ado-
como ahora, delante de la ventana del dormitorio,
lescencia e Hilda el final de la infancia.
viendo las hojas perder su color y caer lentamente
El tiempo transcurrió confirmando a Gante como el lugar de los afec-
una por una. Mi vida también ha perdido su color
tos familiares, las ausencias y la añoranza. Desde allí llegaban, con me-
y a veces querría marchitarme y caer a la tierra fría
tódica periodicidad las cartas de la abuela con noticias de un mundo
y morir para siempre.1
que había quedado definitivamente atrás. Hilda y Frida habían encon-
trado ya su lugar en la nueva sociedad: sabían hablar castellano, tenían
amistades en el barrio y dos hermanas que habían nacido en la Argen-
Todavía era invierno en París. 1940 fue un año bisiesto y el 29 de fe-
tina. La trama de la cultura local era cada vez más elocuente para ellas,
brero Dora, una joven judía alemana que había huido de Colonia bus-
y también se entrelazaba de manera natural con las prácticas y los sím-
cando refugio del antisemitismo del Tercer Reich, daba a luz a su pri-
bolos del pasado.
mera hija en soledad. Ni siquiera había pensando un nombre para
Sin embargo, en esa nueva urdimbre de significados, los recuerdos
ella. Una enfermera le sugirió que la llamase Rose, en honor a las ro-
de Gante se volvían huidizos. Si hubo un tiempo en el que fueron cer-
sadas mejillas de la beba. Entonces el desasosiego de una madre sol-
canos y reales, luego empezaron a parecerse a fotografías y, más tarde,
tera en un país extranjero dio paso a la ternura y Rose se transformó
quizá, a fotografías de fotografías.
en Rosette, el fruto de su historia de amor con Hugo, un judío austrí-
Desandando el camino a través de la evocación, las hermanas Broers
aco de 19 años.
coinciden en que su adaptación fue apacible, sosegada. Ellas se adapta-
Un café del centro de la ciudad donde se congregaban los exiliados
ron fácilmente a la Argentina, y si extrañaron Gante fue porque allí se
había sido el lugar del primer encuentro. A su amparo nació un amor
habían quedado los abuelos.
que prometía mitigar la soledad, la pena y el miedo. Pero la vida no pu-
Seguramente, quien mejor describió el resultado de ese proceso fue
do cumplir esa promesa. Para Hugo, París no era más que un lugar de
Hilda, al decir que se siente como “una mestiza”, con raíces y amores
paso. Abandonar Europa era la única garantía de mantenerse a salvo. La
en dos mundos.
historia de amor quedó truncada cuando Hugo emigró a los Estados
Educadas por un padre que “se brindó a este país y por eso vivió feliz
Unidos. Al despedirse, quizá prometiéndose un reencuentro lejos de
durante trece años hasta que la muerte lo sorprendió siendo aún joven”
Europa, no sabían que en las entrañas de Dora se gestaba una vida nue-
y por una madre a la que cruzar el mar le partió el corazón y la condenó
va. Pero Rosette, como un hilo invisible, iba a unir a los dos amantes
a una infinita añoranza de Bélgica, Hilda y Frida se entregaron a un nue-
que nunca más volverían a cruzarse.
vo mundo que las abrazó, pródigo, sin pedirles que dejaran de ser belgas.
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Dora descubrió su estado cuando Hugo ya había cruzado el mar. Por dirigido por Herbert von Karajan3 fue organizado a principios de di-
ese entonces ella se alojaba en la casa de su hermano Max y la tensa re- ciembre de 1940. En esa ocasión, los nazis emparentaron la cultura con
lación con su cuñada volvía difícil la convivencia y ahondaba su angus- una forma de propaganda mucho más sutil que los groseros cartelones
tia. ¿Acaso una hija podría transformarse en una raíz milagrosa en aquel que hacían alarde de la superioridad germana.
terreno cenagoso? Sin su hombre, sin sus padres y sin país, la materni- Fue en ese entonces que Dora se encontró con Leo Kleinmann. Un
dad fue incapaz de apaciguar el desasosiego. En los días en que el futu- judío austríaco que también frecuentaba aquél café de los exiliados
ro no era sino una oquedad, las empedradas callecitas a la vera del Sena donde ella había conocido a Hugo. Tal vez desde entonces Leo había
se transformaron en el delgado borde de un desfiladero. ¿Y si arrojaba quedado prendado de Dora, o quizás se sintió atraído por la profunda
la beba al río? ¿Y si se arrojaba al río con la beba? No tenía coraje para mirada de esos ojos oscuros, o los rasgos con cierto aire a la Piaf. ¿O es
hacerlo, y se consolaba pensando que todavía quedaba un largo camino que recién la miraba como mujer y su fragilidad le resultaba atractiva?
por recorrer. Más allá de la razones, unos pocos meses de noviazgo fueron suficien-
Cuando la primavera daba paso al verano de 1940, los bombardeos tes para que Leo le prometiese que se casaría con ella y que le daría el
pusieron en vilo a París y la ciudad quedó en manos de los alemanes. apellido Kleinmann a Rosette.
Escapar de los nazis había sido en vano. Dora sentía que el miedo le co- A principios de 1941 un rabino bendijo la unión. Dora tenía una
lonizaba los huesos. No había sitio donde estar a salvo. ¿Qué destino le familia, pero el temor no se había apaciguado. Los alemanes habían
esperaba a una mujer judía, sin marido y con una hija? ¿Qué sería de impuesto su ley y orden en Francia. Hacía varios meses que los judí-
esas dos vidas en una París ocupada? No tenía ninguna respuesta a la os habían sido obligados a registrarse con la policía y llevar una tar-
pregunta que, tenaz, volvía una y otra vez a su mente. Aunque era pre- jeta de identificación con una estampa en letras rojas que decía juif o
ciso encontrar una salida a tanta oscuridad, Dora había perdido el rum- juive. Los comerciantes debían exhibir en sus locales un poster ama-
bo y se resistía “a pensar con la cabeza por temor a perderla”. rillo que los distinguía de los no judíos, ya que los alemanes habían
París se había vuelto una ciudad silenciosa. La mayoría de los cafés, censado a los judíos franceses y extranjeros para excluirlos de la vida
bistros y cines estaban cerrados. La desolación de sus calles era inte- pública.
rrumpida sólo por los vehículos de los ocupantes o por la marcha de los ¿Cómo era posible mantener la calma en ese escenario? Saberse ca-
escuadrones de soldados nazis que lo requisaban todo. Los alemanes talogado, ser parte de un fichero, conocer el riesgo que corrían desde
organizaban la administración militar de la ciudad al tiempo que poní- que los planes de internarlos en campos de trabajo habían empezado a
an en claro a sus habitantes que ellos eran quienes tenían el poder y hacerse realidad. La captura de judíos extranjeros en mayo de 1941 y
dictaban las normas. Pocos meses después de la ocupación, las bande- las redadas en la ciudad eran la prueba más elocuente de que, tarde o
ras con la esvástica flameaban por doquier mientras que unos imponen- temprano, Dora y Rosette volverían a quedarse solas. Y así fue. Un buen
tes carteles que rezaban “Deutschland siegt in allen fronten” (Alemania día, Leo recibió un “billete verde”, la carta de citación al campo de tra-
es victoria en todos los frentes) colgaban de la Torre Eiffel y el edificio bajo Beaune-la-Rolande, a unos ochenta kilómetros al sur de París, don-
de la Asamblea Nacional.2 de también estaba detenido Max, el hermano de Dora.
Las estaciones mudaron, las hojas de los árboles perdieron su color Los barracones de madera, mal ventilados y sin saneamiento, eran
y el sol cedió paso al gris opaco de finales del otoño. París empezaba a sofocantes en verano y helados en invierno. Más de cien personas vi-
despertar del letargo de los primeros meses de la ocupación, y los ale- vían hacinadas en cada una de las precarias casuchas, durmiendo so-
manes se esforzaban por ganarse el buen ánimo de los habitantes patro- bre improvisados colchones de paja, comiendo menos de 800 calorías
cinando la recuperación de la vida cultural. En el recientemente crea- diarias, trabajando algunos y otros viendo morir sus días entre el aban-
do Instituto Alemán, un concierto de obras de Bach impecablemente dono y la inactividad. Max estaba rendido; el tifus había hecho estra-
54 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 55

gos en su cuerpo. Su espectral delgadez apenas le dejó fuerza para usar taba los primeros meses de su segundo embarazo, cuando se contacta-
un último hilo de voz cuando se rehusó a acompañar a su cuñado en ron con unos pasadores que los orientarían para cruzar la frontera ha-
la fuga. cia Bélgica. Pero ¿qué destino les esperaba allí si en la primavera de
Leo había pensando durante semanas cuál era la mejor forma de es- 1940 las implacables fuerzas de la Wehrmacht habían invadido el país
capar. Algunas estrategias armadas en su imaginación eran complejas, de Hilda y Frida? La única esperanza era que en Bruselas vivía Berta, la
y por eso difíciles y riesgosas. Debía encontrar un camino sencillo para hermana de Dora, con su marido y su pequeño hijo, y que quizá ellos
evadirse. podrían ayudarlos a conseguir documentos falsos.
En Bélgica, a principios de la guerra vivían casi sesenta mil judíos.
Más del 90% eran extranjeros que habían llegado durante la década de
1930 como refugiados de Alemania o emigrados de los países de Europa
del Este. Después de la ocupación, los nazis replicaron las políticas de
persecución y eliminación de los derechos de las que habían sido obje-
to los judíos del Tercer Reich, y en 1942 dieron curso a las razias y las
deportaciones. Pero no obstante, poco más de la mitad de la población
judía logró escapar de la muerte bajo un nombre falso.
Pasaron meses y duras pruebas hasta que el cambio de identidad de
los Kleinmann se hizo realidad. Al llegar a Bruselas los tres fueron re-
gistrados como judíos en el ayuntamiento, y un pequeño departamento
en el número 14 de la Rue Saint-Ghislain se transformó en el hogar de
la familia. Allí Rosette cumplió 2 años, y cuando su madre entraba en
el noveno mes de embarazo llegó la carta que llamaba a Leo a presen-
tarse en el campo de trabajo de Malines.
Dora no resistió la imagen de otro parto en soledad. El recuerdo de
sus días de desamparo en París había hecho mella en sus emociones.
Entonces, movida por el peligroso impulso de la desesperación, acom-
Rosette con sus padres en París
pañó a su esposo a Malines. Pero los intrincados vericuetos de la arbi-
trariedad, que fue una de las dimensiones del horror en los tiempos del
“Mi padre nos relató muchas veces aquella huida. Pidió permiso para nazismo, le salvaron la vida. El médico que los revisó descartó a Dora
ir al baño y un guardia lo acompañó. A los pocos minutos de regresar, por el avanzado estado de su embarazo y eximió a Leo hasta que su mu-
le pidió de nuevo porque tenía urgencia, y otra vez fue custodiado, has- jer diera a luz. Pocos días más tarde, una nueva carta anunciaba que el
ta que repitió el pedido por tercera vez. Entonces el guardia le dijo: nacimiento de su segunda hija sería su último día de libertad.
‘Usted ya conoce el camino’. Y el camino fue la fuga. Tuvo que atrave- Finalmente, en el otoño de 1942 y pocas semanas después del naci-
sar cantidad de obstáculos, pero estaba convencido de que si se queda- miento de Jeanine, la familia logró cambiar su identidad. Con la ayuda
ba no lograría salir con vida, como le ocurrió a Max, cuyos días termi- de la Resistencia belga, los Kleinmann consiguieron documentos falsos.
naron en Auschswitz”, relato Rosette. Habían dejado, “oficialmente”, de ser judíos. Dora, transformada en
Leo Kleinmann no podía permanecer en Francia. Fugitivo del cam- Jeanne Louise Vanveldre, teñía su cabello con tonos cada vez más ru-
po de trabajo, su vida corría peligro en una ciudad sitiada. Dora transi- bios y su documento rezaba que había nacido en Brujas. Y Leo, que era
56 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 57

Leon Kleinmans, empezó a usar zuecos. Sin embargo, los nuevos nom-
bres no eran garantía de seguridad. En el barrio había que cuidarse de
los judíos y de los no judíos porque entre las sombras cada vez más lar-
gas se escondían los delatores.
Dora temía ir al mercado: “Rápido, camina rápido que ahí viene la
señora Reis”, una vecina judía que delataba judíos. Todavía resuenan
en la memoria de Rossette las palabras de su madre acuciada por el
miedo a ser descubierta.
¿Habría sido ella la que colaboró con la Gestapo marcando la vivien-
da de los Kleinmann en el número 14? Vivían en el segundo piso y una
amplia escalera de madera con un pasamanos torneado y serpenteante
hacía las veces de tobogán por el que Rosette se deslizaba, ajena a los
peligros que acechaban su vida. Casi setenta años han transcurrido des-
de entonces, y sin embargo aún puede oír los enérgicos pasos de los ale-
manes subiendo hasta el primer rellano en las noches de redada. La Rossette y Jeanine en Bélgica.
dueña del edificio, “una mujer regordeta y bajita” les advirtió que ahí
ya no quedaban judíos. La última familia se había ido hacía tiempo a Un millón y medio de niños judíos perdió la vida en los campos de ex-
los Estados Unidos. terminio. Entre los que lograron salvarse se cuentan los miles que apren-
A poca distancia de la casa de Rosette vivía su tía Berta. Probable- dieron a callar y a ocultar su identidad, y que fueron rescatados de la lo-
mente delatada por otra señora Reis, la mujer cayó en una razia. El pe- cura antisemita por la Resistencia. En Bélgica, las familias que los
queño Adie no respondió a los gritos de los vecinos que le pedían que, adoptaban o los conventos católicos que los alojaban con nombres falsos
saltando por los techos, se alejara para ponerse a salvo. “¡Quiero ir con fueron la clave de la supervivencia de niños y niñas como Rosette y
mi mamá!”, gritaba el niño en medio de un llanto desconsolado. Y Adie Jeanine. Al final de la guerra, varios miles habían perdido a sus padres
se fue con su madre. Desde ese momento, Rosette se demoraba mirando en los campos y terminaron en orfelinatos o fueron enviados a Israel y
por la ventana a la espera de que su primo volviese. Todavía era muy pe- entregados en adopción. Y aquellos cuyos padres sobrevivieron recupe-
queña para comprender que Berta y Adie se habían ido para siempre. raron su identidad, muchas veces con el alto costo de tener que renun-
La casa pronto se transformó en escondite. El sonido de los pasos en ciar a los lazos de afecto que los unían a sus familias adoptivas.
la escalera aceleraba el corazón y se clavaba como un helado puñal, un En Bélgica el rescate de los niños fue un cometido ecuménico para el
pavor conocido. Casi no cabía pensar que se podía tratar de un vecino que cientos de personas trabajaron nucleadas en el Comité para la
subiendo al piso siguiente. La amenaza de la Gestapo se encaramaba de- Defensa de los Judíos. Los sacerdotes y las monjas que ofrecían refugio
trás de cada ruido. La calle era aún más peligrosa. Para salir era nece- en los conventos, las familias que ponían en riesgo su integridad para
sario trazar una cuidada estrategia: caminar rápido pero sin exagerar, acogerlos en sus hogares e integrarlos con sus hijos biológicos, y los fun-
para no llamar la atención; mirar a los costados para asegurarse que no cionarios que fraguaban documentos de identidad dieron forma a una
había delatores al acecho; subir al tranvía y sentarse separados, Dora en Resistencia que, aunque integrada por una minoría de la población, con-
un extremo y Leo lo más lejos posible de su mujer. De ese modo, si una figuró una densa trama clandestina que puso a salvo a miles de judíos. 4
razia los sorprendía, al menos uno de los dos podría sobrevivir para Durante los tiempos de la ocupación el nombre se convirtió en una
cuidar de Rosette y Jeanine. marca peligrosa. Si se podía morir por el nombre, era preciso cambiarlo.
58 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 59

Rosette tenía 3 años cuando se transformó en Annette Lefrevre y fue en- Una tarde cualquiera, Dora conversaba con su prima Helène en la
tregada junto a su hermana Jeanine, de pocos meses, a los Van Melsen, cocina y Rosette jugaba en un rincón. Parecía ajena a la conversación de
una familia que las escondió en su casa en las afueras de Bruselas. las dos mujeres, pero no lo estaba. Dora y Helène hablaban de trenes,
Una impecable organización hacía posible el escondite. Los padres deportaciones, campos de concentración, alambrados electrificados.
entregaban a sus hijos desconociendo cuál iba a ser su destino. No sa- Nombraban sitios como Drancy, Malines y Auschwitz. Aunque esas pa-
bían sus nuevos nombres y, aunque podían verlos, los encuentros, que labras no tenían un significado claro para Rosette, ingresaban en su
eran infrecuentes, se hacían en lugares neutrales. El secreto protegía un conciencia como un lenguaje corriente. Los adultos construían sus re-
complejo andamiaje, pues si los padres caían en una razia y los alema- latos con el vocabulario del horror, y el sutil epitelio que rodeaba la ino-
nes se apropiaban de la información, la vida de una larga cadena de ni- cencia de los niños iba plagándose de impurezas.
ños y adultos, de judíos y no judíos, terminaría en los campos de ex- Quizá ese fue el día que le sacaron la fotografía en la que salió tan
terminio. despeinada. Fue en el aula del jardín de infantes. Un trencito de made-
Rosette era todavía muy pequeña cuando se desprendió de la mano ra reposa sobre el pupitre que pocos meses después iba a servir de re-
de su padre para convertirse en Anette. Los detalles de aquel año que- fugio cuando las sirenas anunciasen que a Bruselas la amenazaban los
daron enterrados en el desván del olvido. “No me acuerdo demasiado. bombardeos. En la foto, Rosette lleva un vestido con canesú y mangas
Sólo que tenían un hijo que en una oportunidad me llevó en trineo y fruncidas estilo “farolito”. Su cabello luce revuelto y seco. Su mirada
me hizo caer. Me dolió mucho golpearme contra la nieve helada. (…) profunda revela un fondo de desconcierto. Todavía no tenía cinco años
Los domingos me llegaba un sobre que contenía un pancito blanco. y la angustia ya había cuarteado la superficie lisa de su inocencia.
Quién sabe quién lo enviaba y por qué razón. Sólo sé que el aroma de ¡Todo era por culpa de las palabras! De esas palabras: trenes, deporta-
ese pan es inolvidable.” ¿Quizá lo traían aquellas jovencitas que ve- ciones, campos de concentración, alambrados electrificados, Drancy,
nían de visita los domingos? “Ellas me demostraban mucho cariño, a lo Malines, Auschwitz. ¡Cuidado! ¡Apurate que ahí viene la señora Reis!
mejor porque sabían que yo era una judía escondida. Recuerdo que tení-
an cintas violetas y amarillas en una bolsa. Me peinaban y me ponían
moños.”
Todavía no había terminado la guerra y hacía poco que Rosette ha-
bía cumplido 4 años. Una tarde, cuando regresaba del jardín de infan-
tes, su madre la esperaba en un bosque cercano a la casa de su familia
adoptiva. Lacónica, Dora le anunció que las llevaría de vuelta a
Bruselas porque le daba temor que los Van Meslen la dejaran andar so-
la por la calle. No valía la pena el desgarro de vivir separadas si no es-
taban seguras. En la Rue Saint-Ghislain los documentos falsos, los ca-
bellos teñidos, los zuecos y la estudiada ficción de la vida normal de
una familia corriente serían un mejor escondite.
Rossette no sabe qué fue de Anette. El apellido Lefevre debió haber
sido descartado, y cuando su madre la inscribió en un jardín de infan- Rossette en el jardìn de infantes en Bélgica
tes del barrio lo hizo como Rosette Kleinmans. Aún no se avistaba el
desenlace de la guerra y los días transcurrían, frágiles, entre jirones de Ese día, Helène y Dora nombraban a Max y se preguntaban si lo habrí-
vida y relatos de muerte. an deportado. Y decían que tal vez ese había sido también el destino de
60 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 61

Berta y de Adis. Y el del marido y el hijo de Helène. La pobre mujer no olvidar que fue el día en que bailé El lago de los cisnes con una polle-
podía contener el llanto y no estaba segura de querer volver a contarlo. ra blanca tableada y un buzo con flores amarillas y hojas verdes. ¡Me
Sin embargo, oír el relato de su propia voz y escucharlo como si fuese sentía volar!”
la historia de otra judía la aliviaba. Qué rumbos insondables toma la pe- Un tren los llevó desde Bruselas a Génova, un lugar de paso que con-
na cuando busca consuelo. gregaba a los judíos de diferentes orígenes europeos. La espera duró dos
Los habían capturado en una razia en Bruselas en el otoño de 1942. semanas hasta que llegó el barco que los transportaría al puerto de
Los internaron en un campo de trabajo, y al poco tiempo estaban en una Haifa. Fueron días de incertidumbre y esperanza, entre miles de desco-
larga fila en la estación de trenes. Entre susurros y gestos cargados de nocidos que compartían el horror de la experiencia pasada y la prome-
disimulo, los tres se habían puesto de acuerdo antes de abordar el va- sa de una tierra donde desplegar una identidad que tuvo que ser nega-
gón. Saltarían de forma simultánea cuando Helène les hiciera una se- da para sobrevivir: “Cuando desembarcamos, nos esperaban unos
ñal. Pero la realidad resultó muy distinta de lo que habían imaginado. cuantos camiones grandes. Era una escena como la de las películas. Nos
Sólo Helène alcanzó a dar el salto que la puso a salvo de la muerte. trasladaron a unas barracas enormes. A muchas personas ese lugar les
¿Acaso era cierto que seguía con vida? hizo acordar a los campos de concentración y les reavivó la tristeza”.
La amenaza de la captura se renovaba con cada amanecer, y el cre- No fue mucho mejor lo que los esperaba en destino: el campamento
púsculo traía el alivio de una jornada más de sobrevida. Así transcu- de Ra’anana. Las familias fueron alojadas en carpas y a cada integrante
rrían los días de miles y miles de judíos. No obstante, la ocupación y la se le entregó un catre con un rústico jergón. Dos raciones diarias de
guerra no podrían durar para siempre. aceitunas, leche agria, queso blanco, pan, jalea y té recogidas de una co-
Los rumores que anticipaban la derrota se volvieron cada vez más nu- cina común alimentaban a miles de almas expectantes. Mientras los
merosos. Luego sobrevino un tiempo de agudos silbidos, bombas y con- adultos revivían las penas del pasado cuando las dificultades de la nue-
fusión. Al cabo, todos empezaron a despertar de una larga pesadilla. va realidad les empañaban el futuro, los niños, sin otra lengua común
“Tengo pocos recuerdos de esa época. Un buen día alcancé a ver des- que la del juego, iniciaban una aventura conjugada en tiempo presente.
de casa que se incendiaba el Palacio de Justicia. Su imponente cúpula En la vecindad de su carpa, Rosette conoció a unas chicas polacas y
estaba ardiendo. Luego mi memoria me devuelve una imagen de las ca- a unas mellizas alemanas. Si con las primeras el lenguaje fue el de los
lles llenas de gente embriagada de alegría, bailando en rondas. En otra gestos, con las segundas el idioma de Dora, que sus hijas mayores ha-
ocasión me veo acompañando a la estación de trenes a la hija de la due- blaban con bastante fluidez, las puso en contacto. Pero enseguida algu-
ña del edificio donde vivíamos. Iba a esperar a un familiar que regresa- nos vecinos del campamento se irritaron al oírlas hablar en alemán. Y
ba del frente, quizá sería el esposo o algún hermano.” como ellas estaban habituadas al silencio no les resultó difícil aceptar
Cuando los brotes tiernos anunciaron la llegada de la primavera de que callando aquella lengua ahorrarían problemas a sus padres.
1945 Dora dio a luz a su tercera hija. La llamaron Monique. Apenas tre- No pasaron más de dos semanas y comenzaron las clases en una es-
ce meses más tarde nació Nicole. La vida se imponía y los Kleinmann cuela improvisada a un costado del campamento. Al aire libre, sentadas
habían salido de las sombras para recuperar su identidad. Sin embar- en ronda sobre el piso de tierra, las canciones fueron el primer acerca-
go, Bélgica no era el lugar en el que Leo quería quedarse a vivir. El lla- miento al hebreo. La identidad demostró ser una dimensión maleable.
mado de la Tierra Prometida viró la proa de la familia hacia Israel. Un Rosette había sido Anette, los Kleinmann habían dejado de ser sus pa-
mañana del otoño de 1948, Dora visitó la escuela de sus hijas para dres cuando la adoptaron los Van Meslen, el francés quedó atrás cuan-
anunciarle a la maestra que emigraban. “Después de tantas penurias, do salieron de Bélgica, el alemán, su segunda lengua, debió acallarse en
¿dónde íbamos a estar más seguros que en Israel?”, se pregunta Ra’anana, y el hebreo haría de Rosette la niña judía que ahora vivía
Rosette. “A los pocos meses nos despedimos del colegio. Nunca voy a donde debían vivir los judíos.
62 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 63

Lo que Rosette todavía ignoraba era que la Tierra Prometida no sería Allí , Rosette tenía raíces y una historia. Sin embargo, en ese regreso
más que una escala de un año de duración en el peregrinar de la fami- “a casa” la dimensión más dolorosa de su pasado volvió a cobrar enver-
lia. A las carpas las siguieron unas rústicas barracas donde los refugia- gadura. En tránsito hacia un futuro endeble, sin trabajo y con poco dine-
dos comenzaron a armar sus viviendas. Leo había pasado los primeros ro, era muy difícil para sus padres alquilar una vivienda. Leo y Dora se
meses en Israel saliendo del campamento para trabajar de jardinero en habían separado de las niñas en los momentos más duros de la persecu-
las casas vecinas, pero la precariedad y la falta de perspectivas habían ción nazi. Sabían qué se experimentaba al dejar a los hijos al cuidado de
minado la paciencia y el equilibrio psíquico de Dora. Decepcionada por extraños. Esta vez, ni siquiera sería necesario esconderlas, cambiarles la
el abismo entre sus expectativas de Israel y la realidad de esa Tierra identidad y acostumbrarse a desconocer su paradero. Un hogar que en
Prometida, quiso volver a Europa. Cuando Leo le anunció que podrían los primeros años de la posguerra había albergado a huérfanos judíos
salir de Ra’anana si aceptaban mudarse a una localidad en la frontera que terminaron viviendo en Israel alojó a Rosette y sus hermanas: “Mi
donde le había ofrecido trabajo y una casa amplia, Dora prefirió volver padre nos llevó por un camino soleado y tranquilo hasta Wezembeek.
al mundo conocido antes que aventurarse en la riesgosa empresa de Anduvimos en silencio por unas calles empedradas jalonadas de edifi-
construir el país de los judíos. cios antiguos. No nos atrevíamos a preguntar por qué debíamos quedar-
Los Kleinmann estaban otra vez en el camino. Iban hacia Austria, nos ahí, ni cuánto tiempo íbamos a estar en ese lugar al que llamaban
la tierra de Leo, donde vivía Regina, una de sus hermanas que se ha- colonia. Sin mediar palabras ni lágrimas, mi papá se fue y quedamos
bía salvado del exterminio. Los Kleinmann se ubicaron en un peque- como abandonadas. Nos despojaron de los vestidos que traían suciedad
ño departamento en Viena en la zona ocupada por los rusos, y Leo sa- de días, nos bañaron, y como pronto se hizo la hora de cenar, nos desig-
lió a buscar trabajo y ayuda estatal para mantener a su numerosa naron un lugar en el comedor. Luego nos dieron camisones, pasta dentí-
prole. frica y cepillo, y nos mostraron cuáles serían nuestras camas”.
El hebreo no había alcanzado a permear la conciencia de Rosette, y Los días se volvieron meses, y con los meses fueron mudando las es-
como la inscribieron en una escuela francesa se reencontró con su len- taciones. En ocasiones el tiempo moría y otras veces transcurría lleno
gua, aunque el idioma del barrio y de los amigos era el alemán. de vida. En el verano, el paisaje verde y frondoso en el que estaba en-
“Después del colegio, cuando nos juntábamos a jugar con los hijos clavado el hogar era el escenario de juegos y de largos paseos por el ca-
de los vecinos hablábamos alemán. Hacíamos competencias de ejerci- mino de piedra que daba acceso a la casa principal. En el invierno, la
cios y piruetas alrededor de unas barras de metal; otras veces organizá- nieve silenciosa lo escondía todo y la vida parecía quedar en suspenso
bamos carreras de escarabajos.” hasta la próxima primavera.
La pequeña vivienda, la escuela, el pan austríaco, redondo y oscuro El hogar alojaba a niños que compartían la soledad y que, aunque es-
cortado en finas rodajas, la manteca blanda, la tibieza dulce del struddel taban habituados a la distancia física y emocional de sus padres, te-
de manzana que preparaba la tía Regina son los objetos que resumen su nían una profunda añoranza de sus familias. Al respecto, dijo Rosette:
paso por Austria. Annette Lefrevre ya no existía. Era Rosette Kleinmann “Durante la noche mis compañeras de cuarto enrollaban sus cintas en
la que volvía a tener una familia y un hogar. Pero, una vez más, la esta- la baranda de la cama para alisarlas y armar sus moños a la mañana si-
día en Viena sería más breve que el ensayo de echar raíces en Israel. guiente. Hasta que el sueño nos vencía, nos contábamos historias sobre
Rosette no recuerda los motivos que sus padres esgrimieron para nuestros padres. Una de mis amigas se llamaba Cecile y ella siempre
abandonar Austria y regresar a Bruselas. El tránsito volvió a separar a hablaba del último recuerdo que tenía de su papá: él estaba en la cama
la familia. Dora partió hacia Alemania con sus hijas menores y Leo pa- tapado con una manta tan corta que no alcanzaba a cubrirle los pies.
só unos meses en Francia con Rosette y Jeanine. Al reencuentro en Esos pies, y no su rostro, le habían quedado en la memoria. La dejó en
París le siguió el viaje en tren a Bélgica. el hogar y nunca más volvió a saber de él”.
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Aunque la vida había sido más generosa con Rosette que con Cecile, guerra. Ni Dora ni su esposo querían quedarse en Europa; el océano los
ambas compartían la pena de los domingos. Dora y Leo casi no iban al pondría a salvo de la violencia si una nueva contienda se desataba en
hogar, y cuando llegaban visitas Rosette se dejaba ganar por la ansiedad las entrañas del Viejo Mundo. Emigrarían a Bolivia.
y la angustia. “Hasta que ingresaba el último visitante mantenía la es- La colectividad judía de Bolivia había nacido al calor de las fugas de
peranza de que fuera para mí. Pero esa esperanza se desvanecía cuan- los años treinta. En los meses más terribles de 1938, aquellos que trans-
do se cerraba la puerta” y entonces la tristeza la inundaba y el día se currieron entre la anexión de Austria, en marzo, y la Noche de los Cris-
marchitaba perdiendo su pálido color. Si los árboles tenían hojas, la pe- tales, en noviembre, esa tierra lejana en las alturas se transformó en uno
na los hacía aparecer desnudos; si el invierno los había despojado de su de los pocos lugares del mundo donde los judíos podían encontrar am-
follaje, el tapiz oscuro sobre un escenario desolado comulgaba mejor paro. Un rincón de la historia del Holocausto donde más de veinte mil
con su humor sombrío. centroeuropeos reiniciaron su vida. La mayor parte de ellos se estable-
La higiene, la nutrición, la educación y el cuidado de la salud ani- ció en La Paz y el resto se repartió entre Oruro, Sucre y Cochabamba.
maban las rutinas de los adultos en el hogar, y aunque los niños cre- Una vez finalizada la Segunda Guerra, otra oleada (mucho más peque-
cían sanos la ternura había sido desalojada de sus vidas. Algunos re- ña) de judíos desplazados completó la migración.
cibían pequeñas dosis semanales de afecto durante las breves visitas En los años la década de 1930, para muchos judíos la Argentina era
de sus padres o sus parientes, y otros como Cecile y Rosette y sus her- un destino más atractivo que Bolivia, pero desde la crisis las políticas
manas, vivían en los márgenes del amor. Sin lágrimas ni palabras para migratorias se habían vuelto cada vez más restrictivas. Aunque la tor-
expresar sus carencias, la falta de apetito solía ser el signo de que la me- menta de los problemas financieros y la desocupación escampó, las li-
lancolía había minado el corazón de esos niños. Pero en el hogar comer mitaciones en los cupos se mantuvieron y las razones económicas con-
era una obligación. Cuando alguien se negaba a recibir con obediencia tinuaron siendo el velo que cubría la negativa de la clase dirigente
el alimento no había excusa que lo eximiese de la severidad con la que argentina al ingreso de inmigrantes considerados peligrosos por sus
se hacían cumplir las normas. ideas o su condición racial y cultural (entre ellos, los judíos).
“A menudo veía que la celadora se sentaba al lado de mis hermanas Después de la Segunda Guerra, el primer peronismo reabrió las puer-
para forzarlas a comer. Como se resistían porque no tenían apetito, la tas a la inmigración europea, buscando aprovechar la abundante mano
mujer insistía hasta que las pobres vomitaban en el plato. Entonces ella de obra calificada que podría ser incorporada a los planes de moderni-
revolvía el vomito con la comida y se las daba a la fuerza. A pesar de zación del agro promovidos por el gobierno. Sin embargo, más allá del
que yo tenía 10 años, creo que había sentimientos maternos en mi co- afán aperturista, la política inmigratoria de esos años no fue ajena a las
razón, y comprendí enseguida que no estaba bien que las maltratasen preocupaciones clásicas de la dirigencia local que, desde hacía déca-
de ese modo. Me guardé esas escenas para contárselas a mi madre cuan- das, expresaba sus reparos a una inmigración que pusiera en riesgo la
do viniera.” homogeneidad nacional y la amalgama cultural. Si bien es cierto que
Pasaron varias semanas hasta que sus padres llegaron un domingo a durante la última parte de la de´cada de 1940 entraron refugiados ju-
la visita. Aunque a Leo el maltrato a la hora de la comida no le resultó díos al país, la política de selección sustentada en criterios de latinidad
motivo suficiente para sacar a las niñas del hogar, Dora insistió en lle- o no latinidad de los potenciales inmigrantes mantuvo el estatus de la
várselas a Bruselas. Si bien la vivienda que habían conseguido era apre- Argentina como un destino difícil.
tada, Leo progresaba en su empleo de modelista de carteras y su sueldo Según recuerda Rosette, Leo que tenía un hermano radicado en
alcanzaría para que la familia mantuviese una vida frugal. Además, no Buenos Aires desde los años previos a la Segunda Guerra, prefería emi-
iban a pasar mucho más tiempo en Bélgica. Corría el año 1950 y la paz grar a la Argentina, pero como no pudo sortear los obstáculos legales re-
simulada en aquel mundo partido en dos traía rumores de una nueva sultó más sencillo optar por Bolivia. Desde finales de la década de 1930
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en Oruro vivía su hermana Erna, y ella fue el puente para que la fami- familia que había perecido en los campos de concentración. El pasado
lia saliera de Bélgica con la documentación que le abría las puertas de era la única lente a través de la cual podía ver su presente y su futuro.
Sudamérica. La experiencia traumática de las persecuciones la había transformado
“El rumor de una guerra atómica inquietaba a mis padres, probable- en una perpetua perseguida.
mente porque sus heridas todavía no habían cicatrizado. Por eso fue Como en Ra’anana, en Austria y en Bruselas, en las alturas de La
que salimos de Europa. Un tren nos llevó otra vez desde Bruselas a Paz, en esa terraza del mundo, la vida volvía a empezar y había que
Génova. De camino pasamos por París, y en la estación, Isaac, un her- aprenderlo todo otra vez: la lengua, las costumbres, los sabores, los olo-
mano de mi padre, nos despidió intentando en vano convencer a mis res. A poco de instalarse en un departamento alquilado, Rosette comen-
padres de que se quedasen en Francia. Pero ya teníamos los papeles pa- zó a concurrir a un colegio donde los maestros eran bolivianos pero los
ra entrar legalmente a Bolivia.” alumnos eran inmigrantes o hijos de inmigrantes. En ese lugar aprendió
El barco llegó a Buenos Aires, donde los esperaba el hermano de a hablar castellano. “No fue difícil porque como mi primera lengua era
Leo. Un breve recorrido por la ciudad terminó en la estación de trenes el francés, el castellano me resultaba familiar y enseguida lo hablé. Era
desde la que partieron hacia Bolivia. A medida que el tren avanzaba ha- el idioma de la escuela y de la calle. En casa, con mis hermanas y papá
cia el norte cambiaban igualmente el paisaje social y cultural. Bajaban seguíamos usando el francés, y con mamá teníamos que hablar todos el
y subían pasajeros, y el color de la piel, la lengua y la indumentaria mu- alemán porque ella nunca aprendió otra cosa.”
daban de repente. Las cholas, con sus vaporosas polleras y sus colori- La feria es uno de los pocos recuerdos que Rosette guarda de La Paz.
dos aguayos, llamaban la atención de Rosette. Aunque para las niñas el Bulliciosa y con el aroma de la mixtura de condimentos, poblada de
viaje no debe haber sido menos agobiante que para sus padres, ellas se cholas llevando con donaire sus faldas y sus sombreros bombín, ejercía
adentraban con calma en un universo por completo desconocido. Leo una intensa atracción sobre ella. Cuando Rosette acompañaba a su ma-
disimulaba como podía su abatimiento e intentaba vanamente contener dre por las empinadas callecitas de la ciudad a hacer las compras lo que
a su mujer. Dora parecía caminar por un desfiladero, y a medida que se más disfrutaba era ver a los bebés atados en coloridos aguayos a las es-
sumergía en ese universo que sus hijas miraban asombradas, sus emo- paldas de sus madres. La inmediatez física de aquella costumbre sim-
ciones la empujaban al fondo del precipicio. bolizaba para ella la estrechez del vínculo afectivo materno-filial. Un
“No faltaba mucho para llegar a La Quiaca, donde debíamos cambiar vínculo que le habían embargado el día que se desprendió de la mano
de tren, cuando mi madre entró en una crisis profunda y comenzó a de- de sus padres para vivir como Anette en la casa de los Van Melsen.
cir que a través de la ventanilla se veían carteles que señalaban el cami- Se iniciaba la década de 1950 cuando los Kleinmann comenzaron su
no hacia los campos de concentración. Cayó la noche y algunos pasaje- aventura sudamericana. Una vez que los trastornos emocionales de
ros se levantaban de sus asientos llevando toallas para ir al baño, y Dora comenzaron a disiparse, la familia se instaló en una casa alquila-
entonces ella decía que eran enfermeros que venían a darle una inyec- da en el centro de la ciudad y Leo consiguió trabajo en una fábrica de
ción. En un momento pasó un cura. Se hincó de rodillas ante él, rogán- carteras. Las niñas empezaban a dominar el castellano, se integraban a
dole que no le hicieran daño.” la rutina escolar y se asombraban de la abigarrada trama cultural de La
Leo no podía hacer otra cosa que contener a Dora, cuyo delirio era Paz, cuyos códigos todavía les eran exóticos. Entonces estalló la revo-
cada vez más agudo, y continuar camino hacia Bolivia. En La Paz, una lución de 1952.
mutual judía los auxilió. Un psiquiatra, medicación y unas semanas en A principios de abril, el alzamiento del Movimiento Nacionalista
un campo de recreo que la colectividad tenía a las afueras de la ciudad Revolucionario, apoyado por un sector del ejército y la policía, los bom-
contuvieron a Dora y a su familia. Sin embargo, ella había entrado en el bardeos de las fuerza opositoras, los desfiles de los mineros y de los
camino sin retorno de una dolencia cruel. Era la sobreviviente de una campesinos, y los aborígenes avanzando sobre las calles de La Paz die-
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ron forma a un escenario que restituía el sonido del pasado. La revolu- “Así que de nuevo empezamos a estar escondidos. Pasamos mucho
ción reavivaba los temores de los que los Kleinmann habían buscado tiempo indocumentados”, dice Rosette.
ponerse a resguardo entre las montañas de Bolivia, y el nuevo rugir de La familia vivió dispersa algo más de un año. Dora estaba embaraza-
la violencia volvió a quebrar el inestable equilibrio psíquico de Dora. da de su quinta hija cuando, a través de los auspicios de la AMIA, Leo
Quizá Leo Kleinmann creyó que regresando a Bélgica su mujer me- consiguió empleo de casero en una quinta de Castelar. Durante los pri-
joraría. Pero una familia numerosa con recursos tan escasos ¿cómo po- meros meses, sólo Rosette se mudó a la quinta. Recién cuando su padre
dría costear el viaje? Como en Bolivia no era sencillo conseguir ayuda acordó con los dueños un alquiler por la casa, sus hermanas abandona-
de las instituciones judías para pagar los pasajes, Leo decidió abando- ron el orfelinato y se reunieron con ellos. Recién entonces se reencon-
nar La Paz con rumbo a Buenos Aires y buscar apoyo en su hermano y tró con una desvaída noción de hogar y, en el albor de la adolescencia,
en las mutuales de la colectividad. Pero a los pocos días de llegar, cayó un suelo donde empezar a arraigarse.
en la cuenta de que salir de Sudamérica les estaba vedado. Ninguna or- Tras el primer verano en Castelar, Rosette y sus hermanas ingresaron
ganización aceptó auxiliarlos para emigrar, y en cambio les ofrecieron a la escuela. Aunque tenía 14 años, comenzó el quinto grado. La adap-
unos pocos recursos para que permanecieran en la Argentina. Un cuar- tación difícil, marcada por la diferencia de edad con sus compañeras,
to en un hotel familiar del centro de la ciudad y un orfelinato para las terminó siendo un símbolo de su integración a la nueva sociedad. En la
hijas fueron el primer paso en el país en el que los Kleinmann termina- fiesta de fin de curso, bailó el pericón nacional ataviada como una chi-
rían echando raíces. na, con una colorida pollera y una peluca con trenzas de lana.
Había transcurrido poco más de un mes desde que llegaran a Buenos Pero no fue la escuela el espacio privilegiado de su integración sino
Aires cuando el luto invadió la ciudad toda. Eva Perón había pasado a el barrio, gracias a las amistades y la vida social adolescente. De aque-
la inmortalidad. La voz que en la radio anunciaba que a las 20.25 del 26 llos días Rosette recuerda a dos amigas: Mabel, que era hija de italianos,
de julio la jefa espiritual de la nación se había ido para siempre fue se- e Inés, que tenía padres polacos. Con ellas se demoraba en charlas de
guida por un prolongado velatorio y un multitudinario funeral. Las ex- esquina y en ese cotilleo no estaban ausentes los primeros amoríos. Los
presiones de congoja, los comentarios sobre el embalsamamiento del muchachos, los bailes, los vestidos con enaguas y miriñaques vuelven
cadáver y la lluvia de flores que acompañó la procesión del cuerpo por al recuerdo de una época en la que, al tiempo que se integraba, seguía
las calles de la ciudad dieron forma al escenario de los primeros tiem- sintiéndose escondida. Su pasado estaba sellado por el silencio, y ni
pos de Rosette en esta nueva estación del incansable peregrinar de la fa- Inés ni Mabel, ni su primer novio supieron que Rosette había nacido en
milia. París, que había vivido en Bélgica, ni que había sido Anette Lefrevre.
En ese entonces tenía 12 años. No había espacio para niñas de su Esconderse y callar parecían su sino.
edad en el hogar que la AMIA les asignó a Leo y Dora para que dejaran La infancia poco a poco quedaba atrás, y con ella la tristeza de aque-
a sus hijas. Entonces no dudaron en separarla de sus hermanas para que llos años en los que su vida había perdido el color, como las hojas que
viviese con los tíos. A cambio de un techo debía ayudar como niñera y se resecan y caen a la tierra para morir.
doméstica. Una relación distante con desconocidos no era una novedad El epígrafe que abre este capítulo pertenece a Marcas de Nacimiento,
para Rosette. Una vez más, la familia se desgajaba, transformando al ho- donde se cuenta la historia de una niña que fue víctima del proceso de
gar en una idea tan efímera como inalcanzable. germanización puesto en marcha por los nazis cuando más de doscien-
La ilusión de legalidad también se había desvanecido. En Buenos tos mil niños cuya fisonomía era similar a la de los alemanes fueron
Aires se reavivaron los tiempos de la clandestinidad en Bruselas. En las raptados en Polonia, Ucrania y los países bálticos durante la ocupación
postrimerías de la Argentina peronista era muy difícil conseguir docu- de la Wehrmacht. Los de más edad eran enviados a centros especiales
mentos que legalizaran la estadía de los inmigrantes judíos en el país. donde se los educaba como arios. Los más pequeños, entre ellos miles
70 MARÍA BJERG

de bebés, primero eran alojados en las granjas nazis conocidas como Capítulo 4
Lebensborn para luego ser entregados en adopción a familias alemanas.
Tanto en este plan de germanización urdido por Himmler como en
Claroscuro
la humanitaria lucha de la Resistencia para salvaguardar a niños como
Rosette, la identidad terminó siendo el nervio más sensible de millones
de niños de la guerra. Así, la usurpación del afecto hizo que la tristeza
ganara sus corazones y que, como la protagonista de Marcas de
Nacimiento, viesen su ánimo reflejado en las hojas que “se vuelven ber-
En dos de las historias evocadas hasta aquí las fotografías gravitan, aun-
mejas y marrones, se resecan y arrugan y dejan que el viento las arroje
que de manera desigual, en la construcción de sentidos y en las repre-
al suelo”.
sentaciones proyectadas por sus protagonistas. Si todo aquello que ro-
dea a la foto puede ahogarse decididamente en el olvido, en las historias
de Juan y de Rosette las imágenes salvaguardaron fragmentos de vida e
NOTAS
identidad porque su potencia hizo aparecer lo que había quedado fuera
1
Nancy Huston, Marcas de nacimiento.
de ellas.
2
Allan Mitchell: Nazi Paris. Pág. 3. A través de la foto de ese niño desconocido, Juan logró desandar el
3
Ibíd. Pág. 28. camino que conducía a lo que para él representaba el inicio de su aza-
4
Durante los dos primeros años de la ocupación el grueso de la población se man- rosa trayectoria vital. Un muchachito de 3 años, sentado en un banco
tuvo indiferente al movimiento de Resistencia. Pero su apoyo creció gradualmen- decorado con un collage de mosaicos en un parque de Barcelona, era el
te luego de que se impusiera la llamada a los judíos hacia los campos de trabajo, único vestigio de una parte de su pasado que, de no haber sido devela-
institucionalizada en octubre de 1942. El apoyo aumentó notablemente durante
do por esa foto, se habría precipitado a las sombras. Esa imagen simbo-
los últimos meses de la ocupación.
lizaba para Juan adulto el origen al que era preciso volver.
Rosette, una niña judía que en medio de la guerra vivía al amparo de
una identidad falsa, fue fotografiada sosteniendo un tren de juguete. En
la reconstrucción de su pasado a través de la lente de una memoria que
es frágil y cronológicamente inconsistente, Rosette adulta entramó a la
foto en su narrativa y en la del destino de su familia y de su grupo (los
niños escondidos). El día en que la imagen fue tomada en un jardín de
infantes de Bruselas, ha quedado ligado, en la memoria herida de
Rosette, a una conversación entre su madre y Helène sobre otros trenes,
que no eran de juguete ni se usaban como motivo de las fotos escolares.
En esos días de infortunio, los trenes de los adultos se dirigían a unos
lugares llamados campos de concentración.
Las dos fotos tienen una unidad de sentido (conferida por la memo-
ria) con aquello que yace más allá de sus contornos, con lo que como
espectadores no podemos ver. La de Juan encubre el principio de una
historia (hacia el que él regresó) y el reencuentro consigo mismo, con el
72 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 73

niño mofletudo que es él y a la vez es otro. La foto de Rosette está ro- En La cámara lúcida, Barthes sostiene que la fotografía, por vivien-
deada de destinos estrujados, de acontecimientos límite y de palabras te que nos esforcemos en concebirla, es como un teatro primitivo, como
cuyo significado le era inasequible pero cuya potencia le provocaba te- un cuadro vivo, la figuración del aspecto inmóvil y pintarrajeado bajo
mor. La imagen y aquellas palabras con las que los adultos expresaban el cual vemos a los muertos. Sin embargo, la foto de Juan recupera la vi-
su desdicha, dieron forma a una trama (construida durante la adultez) da a través de un fragmento del tiempo que había quedado atrapado en
de sentidos individuales y colectivos ligados a su doble condición de la imagen y que es crucial para consumar el relato de su identidad.
niña escondida y de judía; y, quizá también, a la premisa hebrea que Como corolario de su viaje al origen, la nueva foto (en colores) que Juan
desde la Biblia impone el mandato de no olvidar o, como prefiere lla- se hace tomar en el mismo banco del Parque Güell es una demostración
marlo Yerushalmi, el terror al olvido. (para sí mismo) de que está vivo. Ha eludido varias veces a la muerte:
en la guerra, en la huida, en el exilio.
Pero más allá de esas dos imágenes acechadas por la sombra de una
memoria infeliz, en las historias anunciadas en la introducción y que
relato en los capítulos que siguen, las fotografías revelan, en el corto
tramo de una infancia, tiempos dichosos y épocas de infortunio. La fo-
to de Franci con sus primos un día de verano en Eslovenia, o la de una
reunión familiar en la casa de la abuela de Algis en Lituania, desde su
inocuo color sepia, multiplican la luz de una memoria feliz.
Los primos, sentados sobre un muelle frágil, quizá esperan su turno
para pasear en el bote que está presto para salir. De espaldas, una mu-
jer de rodete y delantal a rayas (una tía, me aclara Franci), observa la es-
cena desde la orilla.
En una granja lituana, el pequeño rubio con un atavío de domingo al
que han adornado con un moño oscuro, es un niño en el que el adulto
Algis no se reconoce. Él también está con sus primos. En una de las
imágenes, los niños han sido dispuestos en la clásica escalera, de me-
nor a mayor, sus sombras se proyectan sobre el frente de la casa. La
abuela, cubierta con un pañuelo claro, acompaña a sus nietos en la fo-
tografía. En la otra imagen, la parentela fue retratada junta, las muje-
Franci con sus primos en Bohinj res y los niños a un lado del cuadro, y los hombres al otro. Ha sido un
día de fiesta, un acordeón sugiere música y baile. Eran, le contaron sus
En la foto de Juan el punctum, el detalle que perturba, es la flor. En la padres a Algis, dos fotos tomadas durante la fiesta de bodas de una de
de Rosette, el trencito. Es el centro de una imagen dual: ingenua y cruel sus tías.
al mismo tiempo. Una niña aferrada a un juguete en un pupitre escolar.
Una judía en Bélgica, en plena ocupación alemana, que vuelve a casa
una tarde en que su madre y Helène hablan por lo bajo de otros trenes,
de los que se usan para deportar judíos y a los que los nazis también les
toman fotos.
74 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 75

Lituania, en un día cálido a fines de la primavera, aún parecía inexpug-


nable a la desdicha. Pero, cuando el conflicto estalló y cuando a su fin,
los dos países fueron desgarrados por la fuerza de odios irreconcilia-
bles, aquella vida que transcurría sobre la lisa superficie de la placidez,
se precipitó hacia terrenos resbaladizos en los que acechaba la muerte.
Las otras dos fotos de Algis y Franci fueron tomadas en los campos
de refugiados durante los primeros años de la posguerra. Aunque no re-
velan el desasosiego, cuando imaginamos el panorama que rodea a esas
fotografías, advertimos que no irradian luz sino que proyectan sombra
sobre su contexto.
La fotografía detiene el transcurrir de lo real y, a la vez, la imagen
queda detenida respecto del paso del tiempo. Esa condición, como nos
recordaba Luis Priamo, crea vacío y suspenso en torno a la foto. Se tra-
ta de un vacío disponible y convocante que, de diferentes maneras,
Juan, Rosette, Algis y Franci han ocupado con la proyección de sus re-
cuerdos, asociaciones y emociones. Sus fotografías son momentos con-
gelados a los que la memoria les ha narrado alrededor y, de ese modo,
Franci con sus primos en Bohinj han ido engarzándolas con el transcurrir.
Algis y Franci también conservaron fotografías de sus tiempos de infor- Quizá porque Hilda y Frida vivieron en el seno de una familia aco-
tunio. En una de ellas, Franci está de espaldas, con su cabello rubio modada, son las que han conservado mayor cantidad de imágenes de la
muy corto, descalzo, junto a otros cuatro niños. No parecen conscien- niñez. Con esas fotografías es posible construir un relato ilustrado que
tes de que están siendo fotografiados. Aunque uno de ellos sonríe, to- comienza en Gante, registra la salida de Bélgica, la llegada a Mar del
dos están atentos al juego que los ha convocado. El banco sobre el que Plata y su vida de este lado del mar. Aunque atravesado por la guerra,
Franci está montado, se recuesta sobre la pared de madera de una de las podría decirse que ese relato emerge de una memoria feliz, sólo pertur-
barracas del campo de refugiados donde él y su familia pasaron más de bada por la añoranza que sintieron por los abuelos maternos y por la ca-
tres años, después de escapar de Eslovenia al final de la guerra. sa de la magnolia, el lugar del bullicio, la parentela y el afecto.
De traje oscuro, Algis, está flanqueado por dos amigos que posan Las imágenes de los veranos en la playa, de las muñecas que les ha-
para la foto. Los jovencitos, cuyas vidas bordean la pubertad, se han bía traído San Nicolás, de una mesa redonda con impecable mantel y fi-
hecho amigos en un campo de refugiados en el norte de Alemania, un na vajilla, donde Frida aparece sonriendo en compañía de sus abuelos,
destino de tránsito donde, como Franci, Vinko y otros millones de des- se mezclan con las del día de la partida desde el puerto del Amberes y
plazados, fueron a parar Algis y su familia. con imágenes tomadas en la costanera de Mar del Plata y en la casa de
Las dos primeras imágenes, en las que Franci y Algis aparecen en Bosque Alegre. Frans Broers disfrutaba del “arte medio” de la fotogra-
compañía de sus primos, proyectan su luz sobre el mundo que se abre fía, de ese rito del culto familiar en el que la familia es a la vez sujeto
más allá de las aristas de las fotografías. La memoria feliz se cuela ha- y objeto. A diferencia de los padres de los otros protagonistas del libro,
cia un universo infantil reverberante y lejano del cual la foto ha preser- Frans tenía su propia cámara fotográfica con la que despuntaba el gus-
vado su vitalidad y su encanto. Todavía no había empezado la guerra to por congelar momentos para tomar posesión tangible de lo transcu-
que iba a desgarrar a Yugoslavia y a la familia de Franci. Y la granja de rrido y dejar así un testimonio sensible de la cohesión de su familia.
76 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 77

Algis con sus amigos en el campo de refugiados.


Algis y su parentela en Lituania.

Cuando los Broers abandonaron Bélgica con rumbo a la Argentina traje-


ron consigo una gran cantidad de objetos que incluían desde el mobilia-
rio, la vajilla y los enseres domésticos, hasta un automóvil al cual emba-
laron en un contenedor y de cuya descarga en Mar del Plata Frans
también dejó un registro fotográfico. En una familia que viajaba con la
casa a cuestas, no es extraño que abundasen las fotografías del tiempo en
que Hilda y Frida vivieron en Gante. La experiencia de planear la migra-
ción y de traer todo aquello que les permitiese reconstruir en el plano
material una vida parecida a la que habían llevado hasta que estalló la
guerra, era impensable para la mayoría de las familias que abandonaban
sus hogares en los traumáticos años en los que Europa se desangraba.
Los Broers trajeron fotografías (y objetos) que se transformarían en el
soporte de su memoria y de su futuro. Querían recordar cómo habían
sido pero a la vez, reconstruir en su mundo migratorio una representa-
ción de sí mismos y de su pasado que cubriera material y simbólica-
Franci con sus amigos en el campo de refugiados. mente el oscuro vacío de la ausencia. Iban a recordar para representar-
78 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 79

se, para hacer presente lo ausente. Por su lado, los Tomé, querían ser (de impecable camisa clara asomando por el escote en “V” de un puló-
recordados y para eso también se valieron de las imágenes. Pero las de ver oscuro), comparten un gesto ceñudo que enmascara al miedo o, tal
ellos eran escasas y truncadas. vez, a la pena.
“Las copias de esas fotos se las dejamos de recuerdo a nuestros abue-
los antes de partir”, dice Magdalena.
Un testimonio que establece una relación de inmediatez con la rea-
lidad hasta convertirla en su sucedánea, las fotografías, numerosas o
escazas, de los Broers y de los Tomé eran un documento de la intimi-
dad de la familia pero, sobre todo, un objeto simbólico (y sensible) den-
tro de la economía de sus relaciones afectivas.
Las fotos, esos objetos mudos a los que les narramos alrededor, en
algunos casos, parecen haberse animado sin la intervención de las per-
sonas y sus palabras. Elegidas e incluidas cuidadosamente entre las co-
sas traídas desde Bélgica, o pegadas en la visa del pasaporte familiar, el
recorrido de las fotografías de las hermanes Broers y de los hermanos
Tomé puede trazarse con alguna certidumbre. Sin embargo, es difícil
comprender cómo las fotos (como objetos en movimiento) siguieron el
azaroso rumbo de las familias de Juan, Rosette, Franci y Algis.
Si todos los protagonistas son capaces de llenar con recuerdos (pro-
pios y ajenos) ese vacío convocante que rodea a las imágenes, pocos tie-
nen una respuesta sobre cómo fue que en las apremiantes circunstan-
cias en las que gran parte de ellos dejaron sus hogares, despojándose de
casi todo para preservar la vida, las fotos se colaron en la huída.
Las de la reunión familiar en Lituania, según conjetura Algis, pue-
den haberse traspapelado entre los títulos de propiedad de la granja que
fueron, junto a los documentos de identidad de la familia, los únicos
objetos de papel que sus padres llevaron al abandonar el hogar duran-
Hilda y Frida en la playa, con sus abuelos y con los regalos de San Nicolás. te la ocupación soviética.
¿Cómo habrán soportado tantos tránsitos las fotos de Rosette? De
En la pobreza y el atraso de la Galicia rural en tiempos del franquismo, París a Bruselas, de Bélgica a Israel, de Israel a Austria, de nuevo a
pocos podían gozar del placer de la fotografía. Manuel, Lola y Bruselas y de allí a Bolivia y a Buenos Aires. Ella no tiene una respues-
Magdalena, apenas conservan tres fotos de su infancia en España. Son ta. A lo mejor, porque esas imágenes eran parte de su identidad escon-
las que su padre les hizo tomar por un fotógrafo profesional para trami- dida y de una memoria que aguardaba en silencio. Así, las fotos fueron
tar la visa argentina. En esas fotos, de frente y de tres cuartos, que que- hundiéndose en las sombras de alguna caja que viajaba con la familia
daron adosadas al pasaporte de la familia, Magdalena y Lola llevan pero que nadie abría.
unos sacos idénticos, con abotonadura cruzada y cuellos amplios que
terminan en puntas redondas. Magdalena sonríe, pero Lola y Manuel
80 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 81

acompañar la ruptura del silencio. De manera paradójica, la imagen de


aquella niña aferrada a un tren de juguete que evocaba su memoria más
desdichada ocupó el centro mismo de su relato fotográfico e iluminó su
identidad.
Profusas o exiguas, guardianes silenciosos de la memoria herida o
testimonios de épocas venturosas, las fotografías inmovilizan el tiem-
po. El lenguaje y la memoria lo hacen fluir. Nuestros protagonistas han
narrado los alrededores de sus fotos, pero en esos relatos el tiempo flu-
ye siempre hacia el pasado.1 Despojados de esas imágenes mudas, de
esos soportes, cuando recuerdan su infancia apelando al lenguaje y a la
memoria, el pasado fluye hacia el presente. Aunque algunas veces, pa-
sado y presente se confunden y el tiempo queda suspendido por un ins-
tante en el que ocurre una vuelta imaginaria y epifánica a la niñez. De
ese brevísimo viaje, todos ellos regresan reconfortados.

NOTA

1
El caso de Juan quizá sea la excepción.

Manuel, Lola y Magdalena en el pasaporte de la familia (Galicia, 1958).

Cuando su vida rosaba la séptima década, Rosette logró gestionar lo in-


decible para contar (y contarse) quién era. Se había puesto en contacto
con una organización internacional de niños judíos escondidos duran-
te la Segunda Guerra. Ese vínculo que primero fue epistolar, terminó en
un encuentro en Israel con cientos de su condición. Cuando la conocí
habían pasado cinco años de aquel encuentro y ella tenía deseos de
contar, quizá porque los niños escondidos habían podido sacar a la su-
perficie su memoria subterránea para inscribir los recuerdos contra el
olvido. En el proceso de recordar con los otros del que hablaba Maurice
Halbwachs, las fotos de Rosette salieron de su confinamiento para
Capítulo 5
El bosque y las montañas

En Yugoslavia la guerra comenzó en abril de 1941 con el bombardeo de


Belgrado, al que presurosamente siguieron la capitulación y la partida
del gobierno al exilio en Londres. Las fuerzas de ocupación se estable-
cieron entonces en el territorio, dando comienzo a una intensa sangría
signada por la aplicación de leyes raciales, deportaciones y políticas de
limpieza étnica y desnacionalización. La neutralidad a la que el gobier-
no se había aferrado durante los primeros años del conflicto fue suce-
dida por la ocupación y el desmembramiento del país entre las fuerzas
del Eje.
En ese entonces, Franci y Vinko vivían en el boscoso territorio de
Eslovenia, una pequeña nación incluida en el reino de Yugoslavia y
controlada por la poderosa Alemania. En el reparto, los nazis se queda-
ron con el territorio de Styria, el norte de Alta Carniola, el valle de
Mezica, Dravograd, en la frontera austríaca, y la porción noroeste de
Prekmurje, cerca del deslinde húngaro, mientras que Italia dominaba el
valle de Ljubljana y la Baja Carniola,1 y Hungría anexaba a su territorio
una porción sustancial de Prekmurje.
Todos los países ocupantes demostraron su preocupación por asimi-
lar a los eslovenos, pero en ese sentido Alemania fue implacable. En
abril de 1942 Hitler pronunció su famosa sentencia “Machen sie mir
dieses Land wieder deutsch”,2 con la que daba inicio a un programa de
asimilación tan sencillo como brutal: la deportación de la población lo-
cal, su reemplazo por alemanes, y la destrucción de la cultura nativa.
Una aceitada máquina se puso en movimiento para cumplir con los de-
seos del Führer. Miles de personas fueron trasladadas, y otras tantas lle-
garon para ocupar sus lugares. Confiscaciones, control de la prensa,
destrucción material y simbólica de todo lo que estuviera vinculado
con la identidad nacional, expulsión del clero y de los intelectuales lo-
cales, y la prohibición del esloveno en las iglesias y las escuelas busca-
84 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 85

ban doblegar tradiciones y desarraigar el pasado de una tierra que de- ataques y las razias partisanas. En el otoño de 1943 completaban este
bía “volver a ser alemana”. confuso y macabro escenario los domobranci (Defensores del Hogar),
La resistencia no se hizo esperar. De un lado, el Frente de Liberación una fuerza nacionalista signada, desde su origen, por divisiones inter-
(OF) convocó a un amplio espectro de fuerzas políticas que declararon nas. Mientras una facción minimizaba la colaboración con los alema-
su batalla contra la desnacionalización y los desplazamientos, y contra nes, aguardaba su derrota y anhelaba poder dar entonces el golpe final
el terror y la persecución ejercida por los ocupantes. Así, los Socialistas a los partisanos, la otra quería destruir a su adversario nacional con el
Cristianos, los grupos estudiantiles católicos, la Sociedad de Jóvenes apoyo alemán, unirse a los Aliados como ejército de resistencia y ace-
Campesinos Eslovenos y numerosos intelectuales y hombres de la cul- lerar la retirada de Alemania al final de la guerra.
tura resistían a un enemigo común. Sin embargo, la heterogénea confor- Los incentivos para consolidar la organización de esta fuerza llega-
mación del OF quedaría bajo el control de una sola fuerza política, el ron, por un lado, de los partidos burgueses que representaban las aspi-
partido comunista liderado por Josip Broz Tito, y dominada por la prác- raciones de la clase media y no admitían que en la posguerra Eslovenia
tica de una violencia terrorista partisana cuya escalada inquietaba a quedase bajo el control político del comunismo, y del otro, de la Iglesia,
propios y ajenos. Así, el Frente, que tenía el apoyo de una importante que a mediados de 1943, y en respuesta a numerosos atentados terroris-
porción de la población eslovena (y ganaba miembros forzando los lí- tas y asesinatos de sus miembros a manos de la guerrilla partisana, hi-
mites de la persuasión con estrategias coercitivas y violentas), pronto zo pública su impugnación al Frente.
mostró que la unidad se rasgaba. La llamada así “Declaración de los Los domobranci, un grupo apoyado materialmente por los alemanes,
Dolomitas”, en el segundo aniversario de la formación del OF, marcó luchaba por el restablecimiento de la organización política previa a la
una divisoria de aguas en su corta historia. La decisión de condenar a guerra. La idea de que Eslovenia podía recuperar su forma previa a la
fusilamiento por traición a los sospechosos de colaborar con los ocu- contienda contrastaba notablemente con la imagen de futuro sostenida
pantes, más el completo control del OF por parte del Partido Comunis- por el OF. En el territorio sombreado por los bosques más densos de
ta, obturaron las prácticas democráticas de la organización y provoca- Europa se había desatado una lucha sin cuartel entre los partisanos y
ron su desmembramiento. Pocos meses después, en junio de 1943, la los Defensores del Hogar, entre el comunismo y el anticomunismo.
reorganización y el rearme de los partisanos marcaron la impronta co- Una guerra dentro de la guerra la débil trama de la sociedad eslove-
munista y revolucionaria que el OF mantendría hasta la retirada de los na. Aquello era un mundo desquiciado, impregnado de odio y terror.
alemanes. El sueño era que una Yugoslavia nueva, revolucionaria y so- Los partisanos y los domobranci representaban en su lucha civil a los
cialista pudiera emerger de la destrucción de la guerra. intereses de las poderosas fuerzas que se disputaban un botín mucho
Al margen del OF, algunos sectores católicos y liberales articularon más atractivo que el territorio de un país escondido entre el bosque y
numerosas organizaciones (la Legión Eslovena, el Movimiento Nacional las montañas.
Esloveno, Eslovenia Despierta, Nueva Yugoslavia, entre otras) de resis- Cuando en la primavera de 1945 la ocupación alemana llegaba a su
tencia civil no armada en rechazo a la ocupación. En el otro extremo, di- fin, los grupos anticomunistas eslovenos se reunían en un Parlamento
versos grupos anticomunistas se organizaban para combatir a un enemi- que intentaba presidir una democracia multipartidaria. Por su lado, las
go común: el ejército de partisanos encabezado por Tito. Revolución y fuerzas partisanas eran reconocidas y ayudadas por los Aliados, el co-
anticomunismo desintegraban por segunda vez un territorio que pocos munismo se vanagloriaba de su protagónico papel en la liberación de
meses antes había sido repartido entre las fuerzas invasoras. Yugoslavia y, en Ljubljana, Tito anunciaba el macabro destino de los
La guerra civil aguardaba en el vestíbulo: de un lado los partisanos, enemigos y dibujaba el nuevo mapa social y político del país dando
del otro, los grupos de autodefensa armados por los italianos. Las guar- curso a la expropiación, la colectivización y la nacionalización. Enton-
dias Azul y Blanca protegían sus territorios aldeanos y rurales de los ces, la quimera del Parlamento se desvanecía ante el poder embriaga-
86 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 87

dor de una ilusión hecha realidad: la pasión revolucionaria daba forma derazgo comunista ven en los emigrados a los traidores, y consideran a
a un régimen comunista que mantendría unido a ese complejo y colo- la batalla librada por los partisanos la única lucha patriótica en contra
rido mosaico de nacionalidades y religiones. de la ocupación, negando que aquella batalla también era una lucha por
El éxodo fue entonces el único camino para los que comulgaron con la revolución y la toma del poder. Una compleja trama ideológica y
la ilusión democrática. Los domobranci y miles de familias anticomu- emocional impermeable a la reconciliación.
nistas iniciaron una larga marcha luego de la asunción de Tito. Eslove- Los protagonistas de la historia que relato eran niños cuando el pa-
nia se había liberado de los alemanes, pero se veía sometida a un nue- ís se desangró en aquella cruenta batalla. Rememoran esos años como
vo yugo, determinado a destruir a los enemigos de la revolución. Así un tiempo signado por una intensa confusión y, si está claro que tienen
fue que la ruta que lleva de Yugoslavia a Austria a través de las monta- puntos de vista que se alinean de una lado de la batalla, este relato só-
ñas se pobló de un torrente de eslovenos que escapaban de sus hogares. lo intentará recrear sus trayectorias infantiles y adolescentes tal como
Muchos de esos caminantes emprendían el tramo final de sus vidas, ellos las rescataron cuando, a mi pedido, abrieron estancias que habían
puesto que iban a encontrarse con las repatriaciones, a las que seguirí- permanecido cerradas y se emocionaron al encontrarse con los recuer-
an los campos de exterminio y las ejecuciones masivas con las que se dos de la travesía penosa que configuró sus identidades.
saldaban ideologías y ambiciones de poder irreconciliables. Y otros, El país se desangraba. Todos eran culpables y todos eran inocentes.
que huían confiando en volver, terminarían viviendo en ultramar, resig- Las concepciones del porvenir de unos y otros se excluían mutuamen-
nándose a la imposibilidad de un regreso. te. Reinventar el mundo político sobre la base de las dos grandes figu-
Por esos días, todavía parecía posible que los británicos ocupasen ras de la cultura democrática (lo universal y lo nacional), desató una ca-
Eslovenia, colaborando en la afirmación de un terreno propicio para li- tástrofe sobre cuyos horrores no existe una versión única. Por estas
brarse del yugo comunista y mantener viva la ilusión democrática. Sin razones, he preferido ceñirme a contar las vidas de Franci y Vinko bajo
embargo, el reaseguro británico contra la temida revolución social se el auspicio de las palabras de Juan Senra, el protagonista de uno de los
desvaneció en medio de un panorama trastornado. Los británicos llega- episodios que Alberto Méndez magistralmente narra en Los girasoles
ron a Trieste y a la provincia austríaca de Carinthia justo a tiempo para ciegos: “Cuando algo es inexplicable, aventurar una razón plausible es
adelantarse al plan de Tito de anexar esos territorios a la nueva Yugosla- lo mismo que mentir porque los que necesitan administrar verdades
via. Pero los británicos no sólo no entraron a Eslovenia, sino que repa- suelen llamar a la confusión mentira”.3
triaron a los domobranci, poniéndolos en las manos de los partisanos y Franci tenía 4 años cuando la guerra se instaló en Eslovenia, y 8
de una muerte segura. Las torturas estuvieron seguidas por las ejecucio- cuando llegó a su fin. Para entonces ya había dejado atrás Jesenice y su
nes sin juicio y la desaparición de personas en fosas comunes. Doce mil angosto valle, por el que serpentea el Sava. En la memoria de esos años
domobranci murieron en esas circunstancias, y otros seis mil civiles quedó grabado el lejano resplandor de los bombardeos en Austria, “que
apenas pudieron escapar del fatal destino y, tras cruzar la frontera, se estaba ahí nomás, cruzando la montaña que se veía desde mi casa, y
transformaron en los desolados habitantes de un largo exilio en los eran unas luces que nosotros llamábamos los arbolitos de Navidad y cu-
campos de refugiados que los británicos regenteaban en Austria y los yos intensos destellos volvían todo tan claro como el día”.
norteamericanos en Italia. “Se podría decir que crecí en la guerra, y a pesar de la corta edad que
El conflicto que obligó a escapar a miles, desmembró familias y des- tenía entonces me acuerdo bien de esa época, de los desfiles de los sol-
truyó vínculos, todavía sigue vivo en Eslovenia poscomunista. Del lado dados alemanes, de los aviones que en las noches pasaban por encima
de los anticomunistas que encontraron refugio en ultramar, no son po- de nuestra casa, de los partisanos.”
cos los que aún conservan un sentimiento de injusticia y un dolor irre- Hasta que la infancia de Franci se vio cercada por la confusión, los es-
parable por las ausencias. De la otra parte, quienes lucharon bajo el li- truendos, la sangre y el miedo, ellos eran “una familia normal”. Marija y
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Valentín Markez tenían siete hijos, y Franci era el menor. Dos de los cin- montañas configuran el paisaje infantil de Franci y el recuerdo de sus
co varones murieron al final de la guerra. El mayor, Iván, que había par- horas felices.
ticipado de las filas de los domobranci, estaba por cumplir 25 años cuan- El desasosiego desdibujó los contornos de esa vida sencilla cuando
do fue entregado a la repatriación por las autoridades británicas: el las fuerzas del Eje ocuparon Eslovenia, y el país se encontró surcado
fusilamiento sin juicio y las fosas comunes fueron su destino inexorable. por una lucha a la que nadie podía permanecer ajeno. La confusión au-
El desgarro que la fatalidad acaecida a su hijo dejó en Marija no fue mentaba con los rumores, y las rutinas mudaban en vértigo. Emplazada
el único dolor que el final de la guerra le deparaba. Tinko, el segundo en la vecindad de una gran empresa metalúrgica, la casa de los Markez
de los varones, falleció enfermo de pleuritis en una casa austriaca del tenía un sótano enorme, cuya boca daba a la calle. El sitio que servía de
pueblito de St. Peter im Holz, donde la familia encontró su primer asi- depósito de víveres y de carbón para la fábrica, y del que a diario entra-
lo antes de ser internada en el campo de refugiados de Spittal. Marija ban y salían carros y empleados en un ajetreo de transporte, fue divul-
les pidió entonces a los dueños de casa conservar una habitación, y du- gado por las voces tendenciosas de la ciudad como un recinto donde
rante los tres años y medio que los sobrevivientes permanecieron en el eran torturados los patriotas eslovenos por la Gestapo.
limbo austríaco, cada semana la mujer hizo el camino a pie hasta el ce- En esos días dos amigos de la familia fueron asesinados por los par-
menterio de aquella aldea colgada de una colina boscosa, para visitar la tisanos. En la iglesia, una monja se acercó con sigilo a Marija, y al salir
tumba de su hijo. de misa le susurró al oído “que su marido desaparezca”. Marcado para
La guerra lo trastornó todo. Los Markez llevaban hasta ese momento morir, ocho meses antes del final de la guerra, el padre de Franci escapó
la vida más o menos típica de una familia burguesa. Vivían en una am- al otro lado de la frontera, a la casa de St. Peter im Holz, que sería el pri-
plia casa con sótano, que en tiempos de bonanza desbordaba frutas, pa- mer refugio de la familia durante el éxodo de la primavera de 1945.
pas, granos y heno. Tenían un patio que convocaba a “medio pueblo a “Vivíamos en un mundo confuso y corrupto. Mi padre, de quien se
jugar”. El padre había sido el último intendente antes de la ocupación rumoreaba ese absurdo sobre la Gestapo, ni siquiera durante la ocupa-
alemana. La madre cuidaba a la prole numerosa. Las misas, los paseos ción nos permitió armar el árbol de Navidad, porque según él era una
de los domingos y los veranos en Bohinj son imágenes de un pasado re- tradición alemana.
ciente y a la vez penosamente lejano. También dejó de fumar, para no pagar el impuesto al Reich, y algo
Aquellos veranos dejarían una huella indeleble en la infancia de más arriesgado: no se anotó en el listado de aspirantes a la ciudadanía
Franci. Bohinj es un paisaje cuya sola evocación lo lleva de regreso a la alemana. Por ese entonces en Jesenice había unos quince mil habitan-
niñez. Un lago enclaustrado en la profunda boca de las montañas alber- tes, y se decía que sólo tres familias y dos solteros no se anotaron en el
gaba a su vera una pequeña iglesia del siglo XV. Más allá, entre un pu- Volksbund. Una de ellas fue la nuestra. Actuar así tenía sus costos. Yo
ñado de poblados minúsculos, se desplegaba “una playa donde mi tío, no podía ir a la escuela porque perdí los derechos mínimos. Mis herma-
que era sacerdote, tenía una casita”. El enclave estival era el lugar de nos se fueron a estudiar a Ljubliana cuando todavía estaba ocupada por
encuentro de una veintena de primos, que pasaban en ese rincón del los italianos, y para mí tuvieron que contratar una profesora particular.”
paraíso una temporada de juego y disfrute. Las vacaciones podían du- La informal educación de Franci, que comenzó en el otoño de 1944,
rar uno o dos meses, “mi papá cargaba el carro y un peón se adelanta- fue interrumpida en mayo del año siguiente por la urgencia de la parti-
ba para llevar el equipaje y los víveres, y después íbamos nosotros en el da. Tras la confusión de aquella guerra dentro de la guerra que involu-
tren hasta una estación que quedaba a cinco kilómetros. El último tra- cró a civiles, fuerzas de ocupación, partisanos y domobranci, sobrevino
mo lo hacíamos a veces caminando y otras veces en sulky”. un escenario cuyos límites, igualmente confusos, dejaban un escaso
El embarcadero, el bote, las paredes de madera, los dormitorios en margen de acción. Dos hermanos alistados en las filas anticomunistas y
lo alto y las ventanas con verandas desde donde se veían la playa y las un padre difamado de colaborar con los ocupantes no resistirían en el
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día a día de la Eslovenia dominada por el nuevo régimen. No había otra las nieves del invierno de 1949 lo cubrieron todo, Spittal fue el hogar
opción que dejarlo todo y cruzar la frontera. de Franci. Entonces la marcha que se había detenido en una larga esta-
Confinados de su vida y ausentes de lo propio, los adultos creyeron ción de tres años, continuó hacia un destino que entrañaba nuevas in-
que salían de su tierra por unas pocas semanas, que aquél iba a ser tan certidumbres, en un lugar al otro lado del mar donde el verano desple-
sólo un tiempo de tránsito entre Austria y la vuelta al hogar. Sin embar- gaba su bochorno mientras en Austria nevaba. Pero dejemos en
go, no tardarían en descubrir que ese regreso estaba vedado. Que el suspenso la última etapa y quedémonos en el campo de refugiados, ese
tránsito sería un largo limbo entre dos mundos separados por el mar, y ámbito de “continua actividad que nos mantenía entretenidos y conten-
que “en el rezo y en el llanto” la vida, azarosa y mezquina, encontraría tos. Allí había escuelas, scouts, grupos de gimnasia y hasta teatros, don-
continuidad aún allí donde el futuro era una oquedad. de no faltaban Shakespeare ni Molière. En el recuerdo, el campo de re-
Recuperando la inocencia de sus 8 años, Franci evoca ante mí, en- fugiados es un lugar maravilloso donde los pibes de mi edad pasamos
tre pausas, la partida: “No nos fuimos para siempre, tan sólo por tres o una de las mejores épocas de la vida. Fue en Spittal donde conocí a
cuatro semanas”. “Dejamos todo. Mi mamá me puso dos calzoncillos, Vinko.”
dos camisetas, dos camisas. A la muda me la puso encima. Nos fuimos Vinko tenía 12 años cuando terminó la guerra, y era el hijo de una
pensando que los ingleses no iban a dejar Yugoslavia en manos de los familia de granjeros que vivía en las cercanías de Domžale. Los prados
comunistas. Cruzamos la frontera en un camión porque Tinko estaba y las boscosas tierras de esa región de Eslovenia, cercana a Ljubljana,
enfermo. La mayoría hizo el cruce a pie. Aquello fue una verdadera vuelven como recuerdos cargados de aromas y sonidos.
procesión. Pero no pudimos escapar todos juntos. Con mis hermanos Su memoria revive aquellos años como una “vida idílica”. Pero más
que estaban en Ljubljana nos encontramos tiempo después.” que el recuerdo de una infancia pintoresca, esa nostalgia ha sido un po-
La casa que había servido de refugio a su padre fue la primera para- deroso recurso de alivio y un instrumento de consuelo.
da en la dolorosa peregrinación. Allí falleció Tinko, y los frescos que “Cuando éramos chicos íbamos al bosque a recoger arándanos, a se-
decoran las paredes de la antigua iglesia fueron silentes testigos del gar los prados y recoger el heno. Mi padre lo cortaba con guadaña y no-
llanto de Marija, herida dos veces en sus entrañas: con un hijo muerto sotros ayudábamos a darlo vuelta para que se secase, y a cargarlo en un
al que despidió con rezos y sepultura, y con otro arrojado a la incerti- carro en el que lo transportábamos al establo. El heno tenía un aroma
dumbre de un cruel ajuste de cuentas. Más tarde, a través de rumores, exquisito, un aroma de infancia que ha permanecido en mi memoria
Marija se enteraría de los pormenores del final de Iván. Pero saber no le junto al sonido de las campanas de la iglesia del pueblo. Cuando regre-
brindó alivio, porque la pena medra entre los detalles. sé, después de cuarenta y siete años de ausencia, y escuché ese repique-
Historias como la de Marija eran la única abundancia de la que teo, volví a ser niño.”
Spittal podía dar cuenta. Porque allí todos habían perdido sus hijos, Los recuerdos de la vida familiar en tiempos de paz fluyen armonio-
hermanos, esposos. “No quedó una familia sin tocar, pero igual segui- samente cuando Vinko retrocede a los recintos de la infancia. Una ruti-
mos viviendo. Nos sostuvo la fe.” na de trabajo que involucraba a niños y adultos les aseguraba un pasar
Abatidos y atónitos, los adultos cruzaban la ancha puerta del trau- frugal, lejos de lujos y también de miserias. Siete hijos para alimentar
ma. El miedo, el hambre, la desolación y la incertidumbre desplazaban ocupaban los días y de Andrej y Franciska Rodè. Campos de trigo, ce-
poco a poco a la esperanza, la alegría y la ternura. Paralelamente, los ni- bada y maíz, una huerta poblada de frutos en el verano, inviernos ne-
ños sencillos e inocentes atravesaban acontecimientos traumáticos que vados en los que la carneada de cerdos proveía alimento suficiente a
iban a situarse en un pasado por fortuna incapaz de anular su futuro.4 tantas bocas, y el mijo, un maná del que salía la kasha. Todo demanda-
Para los niños, la guerra había sido una aventura ampliada por el in- ba labores y diligencia. Los niños se iniciaban con la azada y el rastri-
cierto peregrinaje desencadenado por el éxodo. Hasta que, silenciosas, llo, ayudaban a desyerbar los campos, a preparar la tierra, a cosechar la
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papa. A medida que crecían, sus obligaciones se parecían más a las de Pero de pronto, la guerra saltó de los contornos al centro mismo de
los adultos: cuidar del establo, recoger la hojarasca para las camas de la vida: “La presencia de la ocupación sí se hacía notar. Un buen día
los animales, ordeñar, arar. apareció en la escuela un maestro alemán. Al principio no podíamos
La vida transcurría entre el trabajo y el juego con vistas a una corti- comunicarnos porque él no sabía nuestro idioma y nosotros no enten-
na de montañas que parecían más cercanas en los días diáfanos. Allí, díamos el suyo. Lo que hicimos durante casi un año fue aprender na-
una casa de piedra con tejados de pizarra que se cubrían de blanco du- da más que canciones alemanas y marchas militares nazis. (…) Al poco
rante los crudos inviernos albergaba un “hogar cálido, con mucha liber- tiempo los partisanos incendiaron mi escuela, y debí continuar con las
tad y cariño”. clases en la de Domžale. La supresión del esloveno fue larga, duro has-
Las imágenes del invierno afloran desordenadas desde el fondo de ta el año 45, así que terminé aprendiendo alemán”.
la memoria de Vinko. Esquíes de fabricación casera, trineos tirados por Músicas ajenas y juegos que remedaban de encarnizadas batallas co-
caballos y paseos familiares. Y por supuesto la fe, que no mengua ante menzaron a cercar la inocencia del niño Vinko: “Durante el año 44 con-
la crudeza del clima y que los Rodè honraban en sus trajes de domin- tábamos los aviones de los aliados que venían del sur de Italia o del
go, caminando por la nieve hacia la parroquia. También la Navidad, norte de África y pasaban encima de Eslovenia para bombardear las ciu-
San Nicolás, el pesebre y la ilusión de los regalos: “Nos encantaba que dades alemanas. Todos los días pasaban cientos de bombarderos hacia
nos trajesen naranjas; para nosotros eran una cosa de otro mundo. el Norte, y después regresaban. Contarlos era nuestro entretenimiento”.
Entonces mi madre preparaba una comida especial, un pan dulce que Y de pronto el recuerdo se ensombrece más, revelando cómo la lu-
se llama potitza.” cha fratricida amplificaba el dolor de la guerra. A menos de dos años de
El canto todavía suena en los oídos de su memoria. La tradición es- la capitulación yugoslava, los bombardeos infrecuentes y los cientos de
lovena de cantar estaba muy arraigada en la familia de Vinko, y la mú- aviones que surcaban a diario el aire y mantenían el conflicto a distan-
sica unía a grandes y niños durante el descanso de las faenas en aquel cia se entramaron en la evocación del choque entre partisanos y domo-
mundo campesino. “Pasábamos horas cantando canciones populares. branci. La perplejidad, la ira y las pasiones de los adultos no fueron en-
El canto está encarnado en la cultura. ¡Era tan lindo cantar en familia! tonces ajenas a los niños. Y el miedo desalojó a la calma de aquel hogar
Ninguno tocaba instrumentos, el único instrumento era la voz. Eran cariñoso en el que Vinko había estado a salvo.
momentos de alegría y comunión.” Cuando los domobranci empezaron a armarse y la lucha contra los
En ese escenario infantil irrumpió la guerra. La ocupación alemana partisanos se volvió más encarnizada, los padres de Vinko no pudieron
y el enfrentamiento civil imprimirían dolor y pasmo en los corazones ocultar el miedo y transmitieron sus temores a los niños. Los dos hijos
de los Rodè. Dos hermanos de Vinko se alistaron en la filas de los do- mayores de los Rodè se alinearon en el bando anticomunista. Ignac y
mobranci. Los ocupantes alemanes prohibieron el uso del esloveno en Andrej, dos jóvenes de 16 y 19 años, luchaban por una patria de tradi-
la escuela y la iglesia mientras la resistencia partisana se colaba por do- ción católica y nacionalista. Y cuando el final de la guerra sentenció la
quier. El fervor comunista invadía al país bajo el lema de una revolu- partida, la familia huyó siguiendo la senda de otros miles de refugiados,
ción social que contestaba a otra ilusión: la de una Eslovenia democrá- pero el mayor de los hijos fue deportado. Él sufrió un horror más gran-
tica y fiel a las tradiciones culturales y religiosas (católicas). de que el miedo y el hambre: el exterminio y la fosa común. Porque
La pena, la confusión y el espanto asolaron la región desde la prima- Andrej también tuvo el destino trágico de los doce mil domobranci víc-
vera de 1941. El recuerdo de Vinko se apresura a poner en perspectiva timas de la tortura y la muerte. Había cumplido recién los 20 años.
la distancia entre la violencia y la vida: “Éramos chicos, y no nos con- Atormentado en el campo de concentración y suspendido en el fino
taban lo que pasaba, o nos contaban poco. Además, en Domzale ~ los deslinde de la muerte, Ignac pudo mantenerse del lado de la vida. La
bombardeos eran esporádicos”. minoría de edad le valió la amnistía, pero la libertad fue, no obstante,
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muy onerosa. Lejos de su familia, debió quedarse en Eslovenia como un te de sus padres. Así, en ese doloroso e incierto tránsito fue posible
testigo de la pasión revolucionaria contra la cual se había levantado. mantener las identidades y los rituales católicos.
La guerra civil abrió una fisura en la sociedad eslovena, y nadie pu-
do permanecer a salvo del horror: “Todos desconfiaban de todos, nadie
sabía bien con quién estaba hablando ni de quién fiarse. En mi casa te-
nían terror de los partisanos y de sus torturas. Tengo grabado el recuer-
do de cómo temblaba una de mis tías con sólo oírlos nombrar. Tenía el
miedo metido en los huesos”.
Los Rodè, una familia católica devota de la que saldría un cardenal5
no podían sino adherir al bando anticomunista. El enrolamiento de los
hijos en las filas de los domobranci aumentó los temores delimitó a los
enemigos y animó a las amenazas. Los últimos años de la guerra dentro
de la guerra estuvieron plagados de sobresaltos y desasosiego. En el es-
trecho y largo camino hacia la paz, 1945 fue el año de la huida y el éxo-
do, y Austria, el respiro de una fuga sin pausa. Cruzar la frontera no los
había puesto a salvo. Dos hijos, dos hermanos deportados y el presagio
del exterminio acechaban detrás de las montañas.
Vinko tenía 12 años, y a esa altura la ingenuidad con la que había
observado los primeros años de la guerra se tiñó del abatimiento de sus
mayores. La infancia había quedado atrás. “Para mis padres fue una pe-
na indecible. El dolor de la guerra y la posguerra los llevó al fin del
mundo, de sus mundos. Para ellos terminó la vida. Dejar la casa, la
granja, perder a los hijos, fue un desgarro del que mi padre no se repu-
so. Falleció a los 63, después de haber vivido en la Argentina siete u
ocho años. Extrañó tanto que esa nostalgia lo llevó a la tumba.”
Andrej Rodè “no vivió en la Argentina, sólo murió aquí”.6
Al otro lado de la frontera, los niños encontraron pronto una rutina
que reconfiguró, en un escenario desconocido y lleno de limitaciones,
una extraña normalidad. Numerosos intelectuales, profesionales y sa-
cerdotes vivían en poblados como Spittal, donde no tardaron en orga-
nizar escuelas y recuperar las prácticas religiosas que habían marcado
el ritmo de la vida en Eslovenia.
La comunión de Franci en el campo de refugiados.
Las misas eran un momento de devoción, una promesa de alivio, y
la recuperación simbólica del hogar embargado: “Una de mis tías, dice
Vinko, asistía a ocho misas por día”. Franci y Vinko recuerdan con emoción sus confirmaciones y guardan
La religión como educación, ritual y culto iniciaba a los niños en la con celo las fotografías en las que lucen atildados y contentos vistien-
fe, dentro del marco cultural y en afán de continuidad de éste por par- do sus primeros trajes. Reafirmación de la fe en las puertas de la ado-
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lescencia, la confirmación también es un rito de pasaje, pasaje que qui- rutinaria fueron dando forma a un nuevo mundo que se mantuvo, du-
zá ellos ya habían atravesado al dejar en Eslovenia una parte de su in- rante más de tres años, casi sin sobresaltos. Incierto y restrictivo, aquel
fancia. espacio que provocaba tanto desasosiego en los padres fue para los hi-
Las costumbres eslovenas también encontraron su continuidad en la jos un terreno firme en el que podían jugar, estudiar y rezar en eslove-
escuela. Allí Franci recuperó el ritmo de la niñez, y Vinko se asomó a no. Pero no era posible permanecer allí por mucho más tiempo.
la pubertad en el secundario. Acechada por el temor de la repatriación, Entonces, Franci y Vinko vivieron un nuevo desarraigo. Debieron
y desafiada por el hambre, la vida, testaruda, buscaba su curso. emigrar a un país del que supieron el nombre sólo porque se encontra-
Vinko se detuvo poco en la rutina del campo de refugiados al que re- ba anotado en el menú de sitios donde refugiarse del espanto y la gue-
cuerda con un lugar en el que forjó amistades profundas y duraderas. rra que arreciaba a Europa, presa de un tiempo “en el que sólo los muer-
Delgados trazos dibujaron un recuerdo usurpado por la tristeza y el tos no asustaban”.7
miedo de los mayores. Pero Franci se complació en rescatar los detalles En 1947, comenzaron a correr por el campamento noticias sobre la
de sus días en Austria: “Enseguida nos organizaron en escuelas regula- posibilidad de partir hacia sitios alejados de Europa. Canadá y Estados
res con boletines y certificados. La educación era rigurosa y completa, Unidos eran los destinos elegidos por los que podían cumplir con unas
y para entrar al secundario había que rendir un examen difícil. Entre estrictas pautas de selección (cupos acotados, preferencias étnicas y ra-
los profesores había uno, Marko Bajuk, que había sido director del prin- ciales, contratos de trabajo, restricciones de edad). Por su parte, la Ar-
cipal colegio de Ljubljana, uno de los mejores de Eslovenia. Ese hom- gentina peronista incluía en sus ambiciosos Planes Quinquenales una
bre logró que se reconocieran los títulos que daban en las escuelas del política de atracción de inmigrantes que, aunque tributaria de las que
campo de refugiados. Así los jóvenes podían inscribirse en las univer- había inaugurado la Ley Avellaneda en 1876, también contemplaba
sidades austríacas mientras permanecíamos en Spittal. Nadie sabía ciertos criterios de regulación y encauzamiento, aunque las condicio-
cuánto iba a durar esa vida”. nes de ingreso no eran tan restrictivas como las que se imponían en el
En el verano, el estudio quedaba en suspenso y entonces empezaban norte de América.
las clases de natación y las excursiones. “Los ingleses nos llevaban en Del lejano país, Franci sólo había oído hablar del Aconcagua. Esa
un camión a un río que quedaba a 5 kilómetros para enseñarnos a na- montaña fue la ilución que lo acompañó en su última mudanza, la que
dar. Volvíamos caminando. Y como muertos de hambre, entrábamos en lo alejaría definitivamente del hogar. En Austria, aunque su casa de
los jardines a robar manzanas. (…) Una vez fuimos en ómnibus a una Jesenice estaba cerca, al otro lado de la frontera, al mismo tiempo había
ciudad cercana para ver una de esas compañías que entretenían a los quedado lejos, inalcanzable, a causa de la expropiación comunista. Per-
soldados. Había prestidigitadores, magos, juegos. Nos dieron tanto de tinaz, el paso del tiempo había hecho su tarea. El juego despiadado en-
comer que en el viaje de regreso todos vomitamos. Nuestros estómagos tre la cercanía y la lejanía había transformado a la casa (como un sím-
habían olvidado la abundancia. Vinko recuerda que “durante el primer bolo de la vida infantil) en un recuerdo, en una fotografía mental
año pasamos mucha hambre. Después comíamos todos los días, pero el obstinada en repetir mecánicamente aquello que no puede repetirse en
alimento era escaso y monótono”. “En temporada de cosecha”, dice la existencia.
Franci, “los jóvenes se empleaban en las granjas vecinas. Los campesi- Por entonces, Franci ignoraba que el Aconcagua, ese pico de nieves
nos los buscaban porque no había trabajadores. ¡Habían muerto tantos eternas que se yergue soberbio entre los más altos del planeta, estaba a
hombres durante la guerra! En esos trabajos comían mejor, y algunas ve- mil kilómetros del lugar adonde terminaría viviendo. En el plano y mo-
ces traían algo rico a Spittal”. nótono paisaje que se extiende a partir de la ancha boca del Río de la
La escuela, los scouts, las excursiones estivales, las misas, los barra- Plata, Franci sentiría la falta del viejo continente, y en la intersección
cones transformados en estrechas casas familiares, la comida insulsa y de la nostalgia y la novedad recrearía otra vez su identidad.
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“Lo que más extrañé fueron las montañas y el bosque. De niño era El verano fue breve, pronto llegó marzo y, con él, las clases. En los
un poco solitario y me agradaba pasar un día entero en el bosque mi- últimos meses en Austria, Franci había empezado el quinto grado. Pero
rando los abejorros y las ardillas. En Eslovenia, el bosque, con sus ani- su desconocimiento del castellano lo hizo retroceder al segundo. Así, el
males, sus leyendas y sus duendes, está entretejido en la cultura popu- hogar quedaría como el refugio del esloveno, y la escuela sería la puer-
lar”. El primer día de enero de 1949 los Markez salieron de Spittal ta de acceso al nuevo idioma y a los símbolos con los cuales iba a resig-
gracias a las gestiones de la IRO. Y el 5 de febrero la familia llegó a Bue- nificar su identidad, que se configuraría sobre el resistente sustrato de
nos Aires. Poco después, Franci cumplió 12 años. la lengua de origen y de la fe católica. El colegio salesiano de Bernal, un
Durante su estadía en el Hotel de Inmigrantes, Franci fue llevado internado donde Franci se educó hasta los primeros años de la escuela
junto a otros hijos de refugiados a Ezeiza, para visitar una de las colo- secundaria, reforzó entonces su formación religiosa.
nias infantiles. Un bautismo que marcó su entrada a la Argentina pe- Mientras Franci pasaba los días en el internado católico, sus herma-
ronista. Entre juegos y nutritivas comidas, los recién llegados pasaron nos mayores ingresaban al mundo del trabajo. José se empleó en un ta-
días de verano inmersos en el murmullo cacofónico de una lengua ller metalúrgico, Cirilo en una imprenta, y las dos mujeres, Mija y
desconocida. Una laguna se ha interpuesto entre ese recuerdo y la fu- Majda, junto con el padre, en una tintorería de Morón que recién se ha-
ga de la colonia, que Franci organizó. “No puedo recordar la causa, bía inaugurado y donde la mitad del personal era esloveno. Las redes
pero seguro habrá sido a raíz de algo que no me gustó. Traté de con- con la comunidad étnica sostuvieron a los Markez mientras daban sus
vencer a varios de mis compañeros eslovenos, pero sólo uno de mis primeros pasos en el nuevo país. Probablemente haya sido la gratitud
amigos me hizo caso. También me llevé a un muchachito de 8 años al lo que motivó a Mija a donar su tiempo libre de los sábados a las escue-
que sus padres habían puesto a mi cuidado cuando salimos del hotel. las complementarias eslovenas, donde ingresó como maestra a los po-
No conocíamos nada, ni teníamos dinero, y mi amigo tenía miedo de cos meses de su llegada.
que nos perdiésemos. Yo le decía que podríamos orientarnos por el Lejos de su familia y con pocos compañeros eslovenos en el interna-
edificio Kavanagh (cuyo nombre, por supuesto yo desconocía en ese do, el castellano poco a poco fue cobrando presencia en la vida de Franci
entonces), ya que por su altura seguro se vería desde todos los puntos y afirmándose junto a la lengua materna. “Yo era el único de mis herma-
de la ciudad. Subimos a un tren y luego lo único que recuerdo es que nos que fue al internado. Salía unas pocas veces al año. Por ejemplo, pa-
un hombre en Constitución nos subió en el subte. Bajamos en Retiro, ra Navidad. Pero debía volver el 27 de diciembre, porque entonces nos
y alguien más nos debe haber orientado para llegar sanos a destino. A íbamos a Tandil, a un recreo de la congregación, a pasar el verano.”
mi pupilo lo escarmentaron con una paliza. Todavía no me explico La rigurosa disciplina escolar le recordaba la consideración que en
cómo fue que yo me salvé de ese castigo, que era tan común en aquel el campo de refugiados le daban a la educación: ‘Es tu Dios’ (estudios),
entonces.” nos decían para incentivarnos”.
La breve estadía en el Hotel de Inmigrantes estuvo seguida por la Más tarde Bernal quedó atrás, y un internado esloveno de Adrogué
mudanza a “un chalecito en Haedo. Dos dormitorios, un baño y una co- fue el nuevo hogar de Franci. De allí iría luego a terminar la escuela se-
cina alquilada por 3 familias. ¡Éramos 17 personas! Todos eslovenos cundaria en el colegio nacional de la ciudad. Los años centrales de su
que habíamos llegado juntos”. adolescencia transcurrían atravesados por una serie de cambios crucia-
La vana ilusión de un bosque cercano animó a Franci durante los les: la entrada en la pubertad, el aprendizaje de un nuevo idioma, la in-
primeros días en Haedo: “A lo lejos veía unos árboles, y sólo quería que serción en un nuevo medio y, lo más significativo quizá, que en el nue-
me dejaran salir de casa para poder visitar ese lugar. Cuando por fin me vo país Franci se separó por primera vez de su familia.
dejaron, salí corriendo, convencido de que era un bosque, pero resultó En 1951 Marija y Valentín se trasladaron a una quinta en Libertad,
ser nada más que un parque con unos pocos árboles frondosos”. cerca de Merlo, donde se emplearon como cuidadores. Era un lugar de
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esparcimiento de una congregación de monjas de un colegio de Flores zar tareas domésticas, un hermano y el padre ocupados en una fábri-
adonde concurrían jovencitas de la colectividad eslovena. “En el final ca de ladrillos en Lanús. El final del primer verano en la Argentina
de la infancia y durante la adolescencia me relacioné mucho con la co- los encontró lejos de la metrópoli a la que Vinko confiesa no haber
lectividad, que era el espacio donde tenía a mis amigos. Además, la podido acostumbrarse. La familia se afincó en Escobar.
quinta donde vivían mis padres era muy frecuentada por los eslovenos. Vinko tenía 15 años, y para él comenzaba una etapa difícil: “A la
Distintas asociaciones, coros, grupos de baile organizaban excursiones. adolescencia se superpuso la transculturación y la separación de mi fa-
Hacían asados, jugábamos juegos tradicionales y al atardecer cantába- milia. En marzo de 1949 ingresé en el internado.
mos nuestras canciones folclóricas.” “Allí, extrañaba a mis amigos eslovenos y a la escuela del campo de
La fe también se expresaba en la lengua de origen: “Las ceremonias refugiados; no sabía el idioma, añoraba mi país y mi infancia. Creo que
religiosas, los cantos y el rezo en esloveno todavía me conmueven co- todo fue más sencillo para mi hermano. Él lo soportó mejor, quizá por
mo en los primeros tiempos de mi vida en la Argentina. Será porque me su personalidad más adaptable, o porque era menor (es dos años menor
tocan los sentimientos más íntimos”. que yo). A lo mejor eso marcó una diferencia. Pero a mí dejar mi patria
Los afectos y la fe permanecían entrelazados con el pasado, pero la me desgarró. En el exilio, mi identidad eslovena se transformó en me-
Argentina era un lugar que, poco a poco, se iba haciendo conocido y lancolía”.
comprensible. El espacio desde el que se abría el futuro. “Siento una Vinko pasó seis largos años en el internado de Escobar. Como no sa-
gratitud enorme por la Argentina. Me brindó todo lo que me hubiese bía el idioma, al ingresar, en 1949, tuvo que repetir un año de estudios
ofrecido mi país en condiciones normales, y me salvó de una muerte que había aprobado en Austria. Un pequeño grupo de cinco o seis mu-
segura. Si nos quedábamos en Eslovenia nos hubiesen matado, y aquí chachos eslovenos se convirtió en su su refugio y en su ámbito de per-
no tuve obstáculos, ni me sentí discriminado. Pero necesitaba volver a tenencia: “Andábamos siempre juntos charlando en esloveno, y por eso
mi patria, era mi inquietud, lo que más deseaba en la vida. Pude regre- los curas nos perseguían bastante. Querían que aprendiésemos pronto
sar en 1968, y entonces me alivié. Habían pasado veintitrés años. el castellano, que nos asimilásemos”.
Nuestra casa estaba habitada por familias del sur de los Balcanes, que Al finalizar el secundario Vinko ingresó al noviciado, y la vida se
la alquilaban. Le saqué fotos y también fui a la municipalidad a pedir volvió todavía más severa. El escaso contacto con el mundo secular que
un certificado de la confiscación. Sabía que era en vano, que no servi- había mantenido hasta entonces se restringió por completo.
ría de nada. Fue la única forma que encontré de librarme de tanta im- “Antes, mi hermano y yo teníamos permiso para visitar a nuestros
potencia.” padres casi todos los domingos. Pero en el noviciado ya no podíamos
Vinko había llegado a la Argentina pocas semanas antes que Franci, salir. Los días comenzaban a las 5 de la mañana, no importaba la esta-
tras un fatigoso derrotero desde Austria a Italia, una estancia de un mes ción, el calor o el frío. Empezábamos la jornada con meditación y misa,
en un campo de refugiados cerca de Turín, un tren a Génova y, desde después seguían largas horas de oración, clases de francés, griego y la-
allí, un barco que fondeó el puerto de Buenos Aires en la Navidad de tín, y extensas lecturas de contenido espiritual. Me sentía confuso y va-
1948. Pero ese día los remolcadores estaban inmóviles por las fiestas. cío, no podía imaginar ver mi futuro siendo sacerdote.”
El 25 de diciembre fue una larga jornada de espera en la que el adoles- Hasta que llegó la hora de un nuevo cambio: “Una vez por semana
cente campesino miró desde lejos la gran ciudad, la entrada al país que hacíamos paseos por los alrededores del pueblo, y muchas veces íbamos
iba a albergarlo. hasta el río Luján, o hasta el Paraná. Eran unas caminatas en un paisaje
Luego vinieron el desembarco, el paso obligado por el Hotel de hermoso, pero si llegaba a cruzarme con una chica linda me embargaba
Inmigrantes, una pensión en la calle San José, el primer trabajo en un un sufrimiento profundo. Eso era lo que me estaba negado para siempre.
taller de electricidad en Munro, las hermanas empleadas para reali- Entre los compañeros no nos sincerábamos sobre nuestro malestar inte-
102 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 103

rior. Pero llegó el día en que se lo confié a mi hermano y a un amigo. Al NOTAS


abrir nuestras almas nos hicimos confidentes. Aquello me alivió”.
1
El silencio no termina, se rompe. Cuando ese velo frágil que cubría Tras de la capitulación italiana, en 1943, estos territorios fueron ocupados por los
los sentimientos íntimos de desasosiego y pudor se cayó, la realidad en- alemanes.
2
frentó a Vinko de manera despiadada. Su vocación flaqueaba y la fe no “Hagan alemán a este país otra vez para mí.”
3
Alberto Méndez, Los girasoles ciegos. Pág. 67.
alcanzaba para continuar por un camino en el que sólo le esperaba en- 4
En Historia en tránsito, Dominick LaCapra distingue entre acontecimiento trau-
contrar nuevas y más profundas sensaciones de pérdida.
mático y experiencia traumática. El primero es puntual y puede datarse. Esta si-
En el convento lazarista Vinko se había convertido en un adulto. Te- tuado en el pasado, y no traslada ese pasado al presente. En la segunda, el pasa-
nía 21 años cuando admitió que no tenía fuerzas para continuar. Creyó do no es historia ni está superado. La experiencia traumática continúa viva y
que el sacerdocio había sido su elección, hasta que pudo darse cuenta atormenta o posee al yo. Es necesario elaborarla para poder recordarla con pers-
de que seguía un mandato familiar con el que no podía cumplir. pectiva crítica, y así lograr un control consciente que permita la supervivencia.
5
“Los tránsitos de mi infancia, en lugar de fortalecerme, retrasaron Franc Rodé, el hermano menor de Vinko, fue obispo y arzobispo de Ljubljana, y
mi maduración, y el aislamiento en el noviciado aumentó mi melanco- ˆ ˆ en la actualidad es cardenal.
6
Cito aquí las palabras atribuidas a la esposa del escritor esloveno Mirko Kuncic,
lía. Esa tristeza era cada vez más profunda, y en ella creció la duda. Un
exiliado en la Argentina, a propósito del fallecimiento de su marido en Buenos
día, simplemente, no pude soportarlo más.”
Aires.
Vinko fue entonces por primera vez en busca de un camino propio, 7
La frase es de Alberto Méndez, y se encuentra en Los girasoles ciegos.
y en una torción de ese recorrido (que incluyó su graduación en filoso-
fía, su casamiento con una eslovena, y el nacimiento de los hijos y nu-
merosas mudanzas) la vida lo llevó de regreso a su hogar.
En 1992 había caído el régimen y Eslovenia era una nación indepen-
diente. Vinko estaba allí para encontrarse con su hermano y con la casa
familiar. Ignac, que había salvado su vida y había decidido vivirla lejos
de la familia, no obstante llevar la marca del traidor, terminó compran-
do la casa familiar a sus expropiadores. Fue así que el mundo infantil de
Vinko lo esperaba casi intocado: “Todo estaba como lo había guardado
en mi memoria, aunque a los ambientes los recordaba mucho más gran-
des de lo que eran en realidad”.
Vinko siempre había deseado regresar. Y ahí estaba, deslumbrado
ante el mundo de su infancia. Pero ese territorio feliz estaba también
surcado de pena y era imposible caminar por él eludiendo las fosas de
cuyas entrañas todavía brotaba el clamor de los cuerpos torturados:
“Cuando fui a las fosas comunes me desbordó un llanto sin consuelo.
Ese era el lugar de la tragedia de mi familia. Llorar fue doloroso y a
la vez liberador”.
El regreso significó alivio y liberación quizá porque el círculo se ce-
rraba en una imaginaria vuelta a la infancia.
Capítulo 6
El carro, el mapa y la radio

El 16 de junio de 1940 Pravda, el órgano de prensa del Partido Comu-


nista Soviético, anunciaba una nueva “victoria de la Gran Revolución de
Octubre” y destacaba la fecha como el día de la independencia política
de Lituania. Según esa versión, había dos países en un mismo territorio:
de un lado el que apoyaba las ideas y la lucha de los bolcheviques, y del
otro una “Lituania burguesa” que debía ser destruida para sostener la au-
tonomía impuesta por la ocupación soviética del día anterior.
Algis Rastauskas tenía 5 años cuando el gobierno de Antanas Sme-
tona se disolvió para dar paso al comienzo de una nueva era, la del
dominio soviético de Lituania. Vivía en una granja con su familia cer-
ca de un pueblo llamado Vabalninkas, en el norte del país, y aunque
la lejanía de su vida cotidiana respecto de los vertiginosos cambios
políticos que atravesaba Lituania era abrumadora, el curso que tomó
la historia tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial cambiaría su
infancia por completo. Ese mundo pequeño, seguro y acogedor, se
desgarró porque la vida cotidiana, que en tiempos de paz parecía só-
lo complicada en acontecimientos locales, no podría sustraerse a los
cambios que la ocupación soviética primero y alemana, más tarde,
traerían consigo.
Lo que para los lituanos fue el final (y no el principio) de la era de
la independencia había comenzado en agosto de 1939, cuando la URSS
y Alemania firmaron un pacto de no agresión. Según un protocolo se-
creto incluido en aquel tratado, Europa del Este quedaba dividida en
dos grandes zonas, una bajo la influencia de los soviéticos y otra a car-
go de los alemanes. De ese modo Stalin podría expandir su presencia
estratégica en el Báltico y recuperar el control de Finlandia, Besarabia
y la mitad oriental de Polonia, y paralelamente los alemanes obtenían
el libre acceso a Polonia occidental, que habían invadido el 1 de sep-
tiembre, una semana después de los acuerdos diplomáticos en Moscú.
106 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 107

A raíz del pacto, Lituania, como el resto de los países bálticos, fue Moscú, pero representada por la prensa soviética como “la independen-
forzada a firmar un tratado de asistencia mutua y se transformó en un cia lituana”.
protectorado soviético que formalmente mantenía la condición de un Rápidamente la URSS emprendió una política de sovietización tan-
estado independiente. Pero en el invierno de 1939-1940 las tropas to en el plano material como simbólico. La supresión de la lengua y la
del Ejército Rojo se estacionaron dentro del territorio lituano, y aun- cultura lituanas, y la prohibición del uso de la bandera y el himno na-
que la clase dirigente local proclamaba la autonomía y la neutralidad cional acompañaron una feroz campaña contra las instituciones no co-
del país en política internacional, en los hechos, la presencia militar munistas, entre ella la iglesia católica. Valga aclarar que el 90% de la
rusa coartaba la independencia tanto en cuestiones nacionales como población lituana profesaba el catolicismo, fe que era un sustrato de co-
internacionales. hesión y un símbolo de la identidad nacional. Amparados falazmente
La resistencia de Finlandia a suscribir acuerdos como los que la en un discurso que fomentaba la libertad de conciencia, los ocupantes
URSS le había impuesto a sus vecino provocó un enfrentamiento arma- nacionalizaron entonces los bienes de la Iglesia y arrestaron a sus líde-
do entre ambas naciones. Durante el conflicto conocido como “Guerra res religiosos.
de Invierno” el Ejército Rojo sufrió cuatrocientas mil bajas, lo cual re- La policía y los militares perseguían a los disidentes, y las clásicas
veló (en especial a Hitler) la debilidad militar soviética. No obstante, a purgas estalinistas afectaron a miles de ciudadanos que, por diferentes
mediados de marzo de 1940, y como corolario de la guerra, la URSS lo- razones (sociales, económicas, políticas o culturales), eran calificados
gró imponer un tratado de paz en el que Finlandia le cedía un 10% de como “enemigos de clase”. La ejecución o la deportación a Siberia fue
su territorio a cambio de la independencia. A partir de entonces, un po- el destino de quienes representaban una amenaza a la construcción de
sible asalto a Leningrado desde el golfo de Finlandia se transformó en la nación socialista.
una de las obsesiones de Stalin. En pocos meses Lituania se había transformado en una de las repú-
Cuando en la primavera de 1940 el mundo dirigía su atención a la in- blicas soviéticas, y esa inclusión trajo aparejados agudos cambios eco-
vasión nazi a Dinamarca, Noruega y Francia, Moscú comenzó a imponer nómicos que favorecerían la destrucción de la sociedad burguesa. La
presiones sobre sus vecinos occidentales. Entre fines de mayo y prin- nacionalización de las grandes industrias, los transportes, la banca, los
cipios de junio el Kremlin acusó a los gobiernos de los tres estados bál- bienes inmobiliarios y el comercio fueron los primeros pasos en esa di-
ticos de conspirar contra la URSS. Lo que en principio había sido pre- rección.
sentado como un pacto de asistencia y protección mutua se transformó Aunque los nuevos gobernantes prometieron no colectivizar, forza-
en un ultimátum que demandaba que Lituania, Estonia y Letonia for- ron a los productores grandes y medianos a entregar su ganado al esta-
masen nuevos gobiernos. Detrás de esas presiones se ocultaba la inten- do, al tiempo que les expropiaban parte de sus tierras. Las expropiacio-
ción de Stalin de tomar el control político y militar de sus vecinos bál- nes se realizaban en las tenencias mayores de 30 hectáreas y tenían
ticos, a fin de controlar sus puertos y sus salidas al mar. como objetivo la distribución de parcelas entre los campesinos sin tie-
La primera nación en recibir el ultimátum fue Lituania. El 14 de ju- rra y los granjeros que cultivaban fracciones exiguas. La reforma agra-
nio de 1940, bajo la acusación de un presunto secuestro de soldados del ria estaba orientada a minar las bases de la institución de la propiedad
Ejército Rojo apostados en las bases rusas, desde Moscú se informó al privada y a debilitar a los agricultores acomodados, los kulaky. Así,
gobierno de Smetona que el ejército soviético avanzaba sobre el territo- cuando llegara el momento, la colectivización sería presentada como la
rio lituano y que se le recomendaba no resistir. Tras el fallido intento de alternativa económica más eficiente.
organizar una resistencia, al menos simbólica, el presidente fue desti- Algis recuerda que su familia tenía una granja de 33 hectáreas, y que
tuido, al tiempo que tres mil soldados rusos entraban al país. De esa en 1941 los soviéticos le cercenaron tres hectáreas que fueron entrega-
manera, la ocupación dio comienzo a una revolución impuesta desde das a un vecino de la familia que poseía menos tierra: “A los producto-
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res como mi padre los ocupantes los llamaban buozes, que significa al- del estado nacional. Pero lo cierto es que, más que el entusiasmo por el
go así como terratenientes u oligarcas”. régimen comunista, el terror a los nazis fue la fuerza que impulsó a una
Sin embargo, los planes de reforma agraria y de nacionalización se parte de la colectividad judía a apoyar la invasión soviética.
vieron interrumpidos el 22 de junio de 1941 cuando Hitler le declaró la Las memorias de Harry Gordon, escritas en 1950, describen la vida
guerra a la URSS y un nuevo ocupante entró al escenario político litua- cotidiana de un jovencito judío de Lituania durante las dos ocupacio-
no. Las tropas alemanas cruzaron presurosas las fronteras occidentales nes, y algunos de sus pasajes sobre la primera invasión soviética ilus-
de su antiguo aliado y entraron a Lituania al compás del repliegue del tran bien la situación. Gordon cuenta que en una tarde de sábado en ju-
Ejército Rojo. Tras él escapaba una parte de la población que por su afi- nio de 1940 Kaunas fue invadida por tanques y tropas militares que sus
liación comunista, su compromiso con los rusos durante la ocupación, padres y vecinos creyeron erróneamente que eran alemanes. El pánico
o su condición racial, temía las represalias de los nazis. Sin embargo, la se apoderó de los judíos locales que esperaban que los nazis, que hacía
mayoría de ellos no pudo alcanzar su meta, pues los rusos obstaculiza- tiempo estaban en Polonia y ya controlaban buena parte de Europa, hu-
ban el cruce de la frontera y devolvían a quienes lograban atravesar los bieran llegado a Lituania. Pero “de pronto el ánimo cambió, porque a
contornos geopolíticos del país. medida que los tanques se acercaban pudimos ver sus estrella rojas y
Entre esa turbia marea de gente que huía en medio de los bombar- nos dimos cuenta de que eran rusos. Alborozados, todos empezamos a
deos alemanes estaban los judíos. El vacío sobre el que los nazis espe- abrazarnos como si hubiese llegado el Mesías. Claro que aún nadie sa-
raban crear un Lebensraum (espacio vital)1 para la población germana bía que en realidad estábamos atrapados entre dos animales hambrien-
en los territorios conquistados por su ejército sólo podría ser alcanzado tos, aunque los alemanes eran el peor de ambos”.4
mediante una profunda limpieza racial. Y en la primera línea de la Es claro que ni todos los judíos de Lituania fueron prosoviéticos ni
agenda alemana de Untermenschen (subhumanos) a eliminar se encon- todos los lituanos anticomunistas y antisemitas. Sin embargo, los prime-
traba la numerosa y dinámica colectividad judía de Lituania. ros fueron percibidos en bloque (en tanto comunidad) como “traidores”,
Cuando las tropas soviéticas se retiraban al ritmo del avance de los y algunos grupos locales que colaboraban con los alemanes, como el
nuevos ocupantes se desató una incontrolable ola de pogroms. Los Frente de Activistas Lituanos, nutrían el resentimiento popular con una
Einsatzgruppen2 fueron los encargados de hacer cumplir el primer pun- propaganda que identificaba a los judíos como agentes de la KGB y con-
to de la agenda racial de los nazis. La dimensión más controvertida de vocaba a los “patriotas” a luchar por una nueva Lituania, libre de una
la persecución y el exterminio de los judíos fue la colaboración de los presunta conspiración judeo-comunista. Esta visión lineal omitía de ma-
partisanos lituanos en un baño de sangre que asesinó cerca de ciento nera voluntaria el hecho de que durante la ocupación soviética miles de
ochenta mil judíos en los primeros meses de la ocupación alemana. judíos acusados de ser enemigos del pueblo, burgueses, cosmopolitas,
Más allá del clima de antisemitismo que antecedió a la llegada de los sionistas u ortodoxos habían sido arrestados y deportados a la URSS.
dos invasores, el papel de los judíos durante la ocupación soviética fue En los sangrientos días de junio de 1941, en paralelo a la masacre
utilizado para explicar (y justificar) el celo exterminador de los batallo- de los judíos a manos de los nazis y los lituanos, la invasión de la
nes de la policía local, de los partisanos y de los lituanos comunes y co- Wehrmacht estimuló insurrecciones y revueltas contra el comunismo
rrientes. Una parte de la minoría judía que simpatizaba con el Partido en las principales ciudades. Allí los grupos insurrectos buscaban res-
Comunista había recibido con beneplácito al Ejército Rojo en junio de taurar la independencia del país, y esperaban que los alemanes la reco-
1940, y accediendo a puestos políticos participó en la sovietización de nocieran devolviéndoles la autonomía política de la que habían gozado
Lituania.3 En cualquier caso, para los lituanos no era sencillo entender hasta la ocupación soviética del verano anterior.
por qué mientras ellos vivían la pérdida de la independencia como una De la misma manera que los simpatizantes del comunismo habían re-
tragedia sus conciudadanos judíos se regocijaban ante la destrucción cibido con agrado a los rusos, los representantes de la “Lituania burgue-
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sa” creyeron que el nuevo ocupante los liberaría de la opresión soviética. sospechaban de todos y la heterogeneidad se revelaba en antagonismos
Si bien es cierto que una de las metas de los nazis era la erradicación del irreconciliables y antítesis tan simples y eficaces como peligrosas. Era
régimen comunista, ella no vendría acompañada de un reconocimiento una nación sumida en una borrachera de violencia, donde el terror fue
de la independencia lituana. El plan de los alemanes estaba muy alejado apoderándose de las vidas cotidianas de sus habitantes que, aprisiona-
de las expectativas de quienes los veían como libertadores. Su propósito dos entre los intereses de dos grandes potencias en pugna, terminaban
era incluir a Lituania en el Reich y ampliar el Lebensraum, usando sus irremediablemente siendo identificados con uno u otro bando, aunque
territorios para establecer a los miles de colonos germanos que llegarían no pertenecieran a ninguno. La impostura, la ambigüedad, el silencio,
desde Alemania y las regiones europeas de la URSS. el ocultamiento y la oportunista afiliación a uno u otro ocupante, deja-
Las esperanzas se diluyeron pronto porque, lejos de contribuir a la ron en suspenso los criterios morales ante el imperio de lo individual y
independencia, las fuerzas invasoras sólo concedieron una autonomía la necesidad de preservar la propia vida.
administrativa limitada, cuyos puestos fueron ocupados por lituanos Ese país en el que la crueldad, la coacción y los excesos habían ras-
que comulgaban con el nuevo orden. Y si bien la eliminación del comu- gado el fino tejido social, ¿era el mundo de Algis? En parte sí, puesto
nismo había sido uno de los móviles de la ocupación, lo cierto es que que las invasiones sucesivas, la inestabilidad política, las medidas eco-
la centralización económica impuesta por los soviéticos se mantuvo vi- nómicas soviéticas, el antisemitismo y la sed de muerte que se apode-
gente. Los esfuerzos de comerciantes, industriales y campesinos para ró de Lituania ante la retirada de cada uno de sus invasores afectó la vi-
recuperar sus propiedades confiscadas encontraron escasa repercusión da de una comunidad abrumada por las sospechas, los rencores y los
en las nuevas autoridades, al tiempo que los trabajadores eran despoja- miedos.
dos del derecho de huelga. Así también, continuaron las deportaciones Pero en otro sentido, la inocencia de la niñez, con su efecto balsámi-
aunque con otro destino: si antes los enemigos políticos eran enviados co, preservaba a Algis de los efectos del contexto. Su pequeño mundo
a Siberia, ahora el Reich los utilizaba como fuerza de trabajo en las in- seguía hablando el lenguaje del juego y la granja, aunque cercenada por
dustrias alemanas. la expropiación, seguía siendo su hogar.
El ideal hitleriano de una Lituania integrada a sus dominios y ger- “Nuestra casa era amplia y cálida. Estaba hecha de madera. Era una
manizada no iba a cumplirse, aunque el territorio con el que se amplia- construcción larga que tenía dos partes: una, la central, era el lugar de
ría el Lebensraum había quedado limpio de Untermeschen a poco de vivir, y allí había un comedor, un estar, la cocina y el depósito. Y del
transcurrido el primer año de la ocupación nazi. Pero en 1944 la rela- otro lado estaba el lugar de descansar, donde estaban los dormitorios y
ción de fuerzas entre alemanes y soviéticos volvió a desequilibrarse a una sala de huéspedes. Mi abuela paterna vivía con nosotros. Como éra-
favor de los segundos y el Ejército Rojo inició un nuevo avance sobre el mos una familia pequeña nos abastecíamos con todo lo que se producía
país de Algis. en la granja. Teníamos caballos de tiro y vacas, faenábamos cerdos y
Durante la ocupación soviética del año 1940 el estalinismo arrestó a criábamos ovejas. Había una huerta con árboles frutales y frutos rojos.
numerosos líderes políticos de la ex república independiente, clausuró Y hasta sembrábamos centeno para el pan, y cebada y lúpulo para ha-
organizaciones culturales y religiosas, y deportó hacia el este a quienes cer la cerveza.”
se oponían a las medidas políticas y económicas. Por otra parte, cuan- Aunque en los recuerdos de Algis en la rutina de la granja no se adi-
do el país quedó en manos de los nazis, a las deportaciones hacia el vinan cambios mayores, tras junio de 1940 la vida de Vabalninkas que-
Reich se sumó la Solución Final, y para ello los ocupantes contaron con dó sujeta a un contexto del que era imposible sustraerse. Los adultos so-
la colaboración de una parte de la población local. brellevaban el peso de sus preocupaciones, sorteaban los conflictos que
En pocos años, Lituania se había transformado en una versión terre- la reforma agraria había creado entre los vecinos de las aldeas cuando
nal del infierno. Un país que pasaba de mano en mano, donde todos se les quitaba a unos para darles a otros, o convivían con el horror del
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régimen nazi, mientras los niños, ajenos al desasosiego de sus padres, cluido en aquellos campos atroces. Por otra parte, si se lo llevaban, no iría
pasaban los días sumidos en sus juegos. solo. Su familia también sería condenada a ese infierno. Pero si huían po-
Al respecto, relata Algis: “Fuera de la escuela nuestros encuentros drían poner sus vidas a salvo, y quizá, una futura derrota del Ejército Rojo
con otros chicos no eran frecuentes porque las granjas se encontraban (que Balys consideraba una posibilidad) les allanase el camino de regre-
bastante distantes entre sí (dos o tres kilómetros). Igualmente, a veces so. Con esa esperanza salieron los Rastauskas de Vabalninkas.
venían algunos compañeros de la escuela y nuestros juegos más habi- Con la retirada de los alemanes, la vida de Algis se precipitó. Si du-
tuales eran la escondida y uno llamado reketukas: con un palito de ma- rante las dos ocupaciones los fundamentos sobre los que reposaba su
dera se golpeaba a otro más corto, y ese palito salía volando y otro chi- existencia cotidiana se habían mantenido más o menos resistentes, en
co debía agarrarlo. Pero la mayoría del tiempo jugábamos solos mi el verano de 1944, comenzaron a rasgarse. La premura de los preparati-
hermano y yo. Nos gustaba andar detrás de nuestro padre. Cuando él vos puso al desnudo que el temor había invadido a sus padres. La in-
iba al campo a buscar papas lo seguíamos corriendo, y luego volvíamos minencia de la mies, el huerto, los animales y la casa, perdieron rele-
los tres montados en su carro. En invierno nos entreteníamos haciendo vancia. Las noticias de que los soviéticos avanzaban hacia Vabalninkas,
dibujos con lápiz sobre un papel o con nuestros dedos sobre los vidrios alteraron las prioridades. Era necesario ocuparse de la huida.
congelados de las ventanas”. Eran miles los lituanos que escapaban al tiempo que se retiraban los
En el verano de 1944, cuando la ocupación alemana llegó a su fin y ocupantes. Los trenes estaban colapsados, pero Balys y su esposa Ana
los soviéticos recuperaron el control de Lituania, alrededor de 50 mil encontraron una alternativa. Cargaron alimentos en una carreta y echa-
personas, entre adultos y niños, huyeron ante el avance del Ejército ron mano de las bicicletas. Ropa de verano y abrigos por si los sorpren-
Rojo. La mayoría escapaba porque había sido víctima de la persecución día el invierno lejos de la granja, un mapa, una radio a batería y el títu-
y de las expropiaciones al régimen soviético de 1940-1941. lo de propiedad de la granja fue todo el equipaje con el que la familia
No fueron pocos los que entonces terminaron en Siberia, acusados salió de su hogar. Se dirigían al sudoeste de Lituania, donde tenían
por razones políticas o por detentar una posición económica “burguesa” unos parientes que les darían refugio: “Cuando Alemania comenzó a re-
que ponía en peligro las bases de la revolución del proletariado que aho- tirarse mis padres decidieron escapar, aunque al principio no estaba en
ra se buscaba imponer en los países bálticos. Aunque durante su corta sus planes salir del país. Ellos pensaban que en algún momento el avan-
estadía en Lituania los soviéticos no alcanzaron a colectivizar las tierras, ce de la URSS se detendría y podríamos volver a casa. La idea inicial
la crudeza de los métodos con que Stalin había hecho realidad la creen- era corrernos hacia otra región de Lituania. Pero después de pasar dos
cia bolchevique de que la agricultura colectiva era superior a la explota- o tres semanas en la casa de mis tíos, el frente ruso seguía su avance.
ción individual no era desconocida por los productores rurales lituanos. Entonces, las dos familias huimos juntas hacia la frontera con Prusia
En la URSS las deskulakización5 se había propagado sembrando el con- oriental, donde permanecimos hasta noviembre de 1944”.
flicto entre los vecinos de las aldeas, estimulando la guerra de clases en Pero un nuevo avance de los soviéticos los empujó a cruzar el río
el campo, enfrentando a granjeros acomodados con aldeanos pobres y, Niemen, que separaba a Lituania de Prusia Oriental. Esta vez las dos fa-
sobre todo, imponiendo el terror. Los lituanos tenían la certeza de que la milias estaban en la frontera, pero ahora como extranjeros.
segunda ocupación arrastraría consigo ese mismo frenesí colectivizador. Durante varias semanas los soviéticos estuvieron apostados en la ri-
Por esta razón, y temerosos de ser considerados “enemigos de clase” vera lituana de la frontera: “Por las noches lograban cruzar a Prusia, pe-
y por ende candidatos a la confiscación, en julio de 1944 los padres de ro en el día los alemanes los obligaban a retroceder al punto de parti-
Algis decidieron abandonar Vabalninkas. da”, recuerda Algis.
Balys Rastauskas tenía casi 50 años cuando dejó su granja. Temía la Para sus padres no había sido sencillo atravesar el caudaloso curso
colectivización y, principalmente, ser deportado a Siberia y terminar re- del Niemen. La ruta estaba repleta de gente que escapaba en la misma
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dirección, una caravana interminable que avanzaba poco a poco. “Llegó municipalidad y ahí les daban un papel con el nombre de alguna fami-
la noche y todavía no habíamos podido cruzar el río. Los ataques aéreos lia que nos daría refugio. A veces sólo pasábamos una noche, y otras
continuaban y nosotros (mi hermano, mi primo y yo) íbamos tendidos nos quedábamos un tiempo, porque mis padres y mis tíos conseguían
en el carro, muertos de miedo, tapándonos la cabeza con unos almoha- algún trabajo (a cambio de alimentos, porque el dinero escaseaba) y los
dones para amortiguar el ruido de las bombas. No alcancé a ver cuando chicos íbamos a la escuela. Por entonces yo tenía 9 años, mi hermano
cruzamos a Prusia. Me di cuenta que lo habíamos logrado porque de Vitolis 8 y nuestro primo quizá tendría 6. Como no sabíamos el idioma
pronto las explosiones se escuchaban cada vez más lejos y porque los no entendíamos nada de lo que enseñaban los maestros, tratábamos de
mayores hacían comentarios de alivio. Mi madre y mis tíos atravesaron copiar lo que escribían en el pizarrón, y si no mirábamos sin saber de
la frontera, que era un caos, en bicicleta, prendidos al carro para no per- qué se hablaba en la clase. Fue una experiencia difícil”, relata Algis.
derse.” Aunque la comida escaseaba y los platos eran frugales Algis no re-
El combate aéreo entre soviéticos y nazis había dejado pocos pasos cuerda haber pasado hambre. Los granjeros o la gente de los pueblos les
transitables. Pero a la altura de Tilsit un puente había quedado a salvo daban lugar para dormir (en el piso de alguna habitación en desuso, o
de las bombas. Por ese paso los Rastauskas y sus parientes entraron a en galpones o establos junto a los animales) y les ofrecían comida. A ve-
Prusia. La ciudad en la que en 1807 Napoleón Bonaparte y el Zar Ale- ces su madre y su tía también obtenían permiso para cocinar algo que
jandro I habían habían puesto fin al conflicto entre Francia y Rusia fir- habían conseguido, como los hongos que recolectaban cuando la trave-
mando la paz nuevamente era un punto sensible de la guerra, de una sía atravesaba zonas de bosque, acompañados del tocino que les había
guerra del siglo XX. Un lugar expuesto y peligroso en el que Algis y su sobrado de la parada anterior.
familia no podrían permanecer, aunque Balys todavía creía posible el Aunque andar por caminos secundarios los hacía sentirse más res-
retroceso de los soviéticos. guardados, nada los eximía de los males de la guerra. Así fue que un
Sin embargo, pocos días después el Ejército Rojo logró cruzar la fron- día los alemanes le incautaron los caballos a Balys y se lo llevaron a
tera. Entonces, la carreta se puso de nuevo en marcha. Desde el Niemen un campamento donde habían concentrado a un numeroso grupo de
llegaron al Oder y otra vez los alcanzaron los soviéticos. La esperanza de hombres indocumentados de cuya fuerza se valdrían para cavar trin-
volver a la granja se había desvanecido. Cada vez era más cerrado el ru- cheras.
mor de que los aliados se imponían al ejército alemán y de que el final Alemania estaba muy cerca de la caída y los Rastauskas habían lle-
estaba cerca. La búsqueda presurosa del Oeste se volvió el Norte de la fa- gado a un pueblo llamado Hankelsbüttel. Llevaban unos días viviendo
milia. A cada paso, Vabalninkas se transformaba en pasado. en la casa de Frau Winckler, una mujer cuyo marido estaba en el fren-
¿Cómo era esa vida errante? te, tenía dos hijos pequeños e ignoraba qué había sido de su compañe-
Balys prefirió huir por caminos alternativos, evitando las rutas prin- ro; mientras Ana intentaba disfrazar la verdad ante sus hijos diciéndo-
cipales y las grandes ciudades. Ese trayecto los salvaguardaba de los les que su padre había conseguido trabajo y no demoraría su regreso.
bombardeos. Aunque avanzaban en paralelo, estaban bien informados Hasta que un buen día Balys regresó. Había logrado evadirse del cam-
del curso de la guerra y de la situación y ubicación de las tropas. Un pamento, pero hasta el fin de la guerra vivió escondido en un sótano,
mapa y una radio a batería eran las brújulas que orientaban el incierto amparado por el silencio solidario de la mujer que los alojaba.
viaje. Algis y su familia se desplazaban incansables de pueblo en pue- Cuando Algis evoca el tiempo en que su madre lloraba la ausencia de
blo, procurando que la noche nos los encontrara en medio del camino. Balys, cuando recuerda los bombardeos soviéticos en el cruce de la fron-
El alemán era una lengua desconocida para casi todos ellos; sólo la tera de Lituania con Prusia y vuelve a verse junto a Vitolis tapándose la
tía de Algis y su marido sabían lo suficiente para comunicarse con los cabeza con una almohada, o cuando el sonido de la alarma antiaérea
lugareños: “Cuando llegábamos a un pueblito, los mayores iban a la irrumpe en su memoria, siempre afirma que en aquel tiempo le era muy
116 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 117

difícil entender qué significaba realmente la guerra. Quizá porque des- aquella mujer que esperaba el regreso de su marido. Empezaba una nue-
pués de escuchar los partes por la radio Balys trazaba en el mapa los de- va etapa, no menos incierta que la anterior. Como Vinko y Franci en
rroteros ideales, aquellos que eludían la muerte, los soldados heridos y Austria, Algis vivió como refugiado en Alemania.
las ciudades en ruinas. Pero el miedo era omnipresente e impreciso. La familia fue alojada en un campo de los alrededores de Groß Hese-
Algis lo recuerda como “la sensación de que algo grave podía pasar- pe. La región era llana y pantanosa, una zona de turba donde hasta el
nos, sin saber exactamente qué. Creo que temía que les ocurriese algo a final de la guerra habían funcionado tres campos de prisioneros, uno de
mis padres, o perderlos. Aunque no me daba cuenta de que la guerra los cuales albergaba a los lituanos. Los recuerdos de aquel tiempo no
podía causarme la muerte, sí me hacía sentir el riesgo de quedar desam- han querido precipitarse al olvido como otros tramos del largo viaje.
parado”. Algis los rememora con una descripción cuyo tono se parece a los rela-
Si la llamada de una sirena o el estruendo de un bombardeo ponían tos de Vinko y Franci: “En el campo de refugiados nuestra vida estaba
al temor en el centro de la vida de los niños, la mayor parte del tiempo bien organizada y nos manteníamos tan ocupados con la escuela, el jue-
se mantenía distante y acallado. Los días transcurrían entre una difícil go y las numerosas actividades que nunca extrañé mi casa ni la granja.
rutina escolar en un idioma desconocido y el juego con los hijos de Recordar Lituania era algo en lo que no me detenía. Todo era nuevo y
Frau Winckler. En aquella casa Algis conoció a los soldados de plomo lo vivía como una aventura. Los chicos estábamos ocupados en el pre-
y pasó horas armando ejércitos en miniatura que se enfrentaban entre sente (…) En la escuela organizaban obras de teatro y grupos de boy-
sí, que unas veces eran derrotados y otras salían victoriosos. Sin embar- scouts. Hacíamos campamentos a la orilla de algún río cercano y una
go, esos tiesos soldados siempre sobrevivían para la próxima batalla de vez hasta hicimos un viaje a los Alpes alemanes y a una isla del Mar del
unos niños que jugaban a una guerra imaginaria dentro de otra real. Norte. También había fiestas. Poco antes de viajar a la Argentina, allí tu-
Un buen día, los americanos llegaron al pueblo y la contienda real ve un baile en el que me puse mi primer pantalón largo (que en reali-
tocó su fin. dad era de mi padre)”.
“Las casas tenían cubiertas sus ventanas con cortinas oscuras para Los juegos con desechos militares, como los que evocaba Juan Flo-
evitar los bombardeos. Esa mañana, Frau Winckler las había levantado res de su niñez en Francia, también atraían a Algis y a sus compañe-
apenas un poco. Desde la habitación donde estábamos se oían ruidos y ros de aventuras. Golpeando las municiones de cañón les aflojaban
movimiento de vehículos. Empezamos a ver ruedas que circulaban en las vainas para rescatar la pólvora con la que llenaban el tanque de
dirección al este. Entonces nos asomamos y nos dimos cuenta de que nafta de algún vehículo abandonado. Una mecha improvisada con un
era un tipo de vehículos con el que no estábamos familiarizados. Los trapo y un fósforo eran suficientes para provocar una explosión atro-
americanos habían llegado. Por fin, pudimos salir y curiosear a las tro- nadora. Estruendos y riesgos que poco tiempo atrás eran parte de la
pas. Al ver a esos soldados me sentía entre cowboys. Para mí era una realidad cotidiana se habían transformado ahora en entretenimientos.
aventura. Los chicos corríamos detrás de ellos porque nos daban cho- Probablemente, porque vivir la guerra y jugar a la guerra eran dos di-
colate y también porque juntábamos las colillas que tiraban al suelo pa- mensiones que en la vida infantil estaban separadas por una línea de-
ra llevárselas a nuestros padres para que armasen cigarrillos.” masiado difusa.
Poco después de que llegaran las tropas norteamericanas el pueblo Si Algis y Vitolis pudieron ampararse en esa inocencia displicente
de Frau Winckler quedó atrás: Algis y su familia fueron trasladados a tan propia de los años infantiles, para sus padres la guerra causó un da-
un campo de refugiados en Baja Sajonia. ño irreparable. Lituania y la granja eran el mundo de Balys y Ana. Su
Después de casi un año de viaje y más de mil kilómetros recorridos vida había quedado en el pasado, en un lugar al que no podían volver.
los Rastauskas estaban en Occidente. La carreta y las bicicletas, testigos Debían comenzar de nuevo. Pero ¿acaso era posible imaginar el porve-
mudos de una sinuosa travesía por la guerra, quedaron en la casa de nir desde los confines del campo de refugiados?
118 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 119

El tránsito hacia un futuro incierto estuvo animado para los adultos La rutina de trabajo, trueque, canto y devoción religiosa le dio un or-
por la intensa actividad. La libertad de desplazarse les permitió conseguir den a los días. Y así los Rastauskas pasaron tres años en Groß Hesepe,
trabajo en Groß Hesepe. Empleado en labores temporarias con los ale- hasta que aquella repetición cotidiana fue interrumpida por el proyec-
manes de la comarca, el padre de Algis obtenía alimentos que completa- to de emigrar. La mayoría de los refugiados partía rumbo a los Estados
ban la magra dieta del campo. Sin embargo, no siempre le era permitido Unidos, aunque la prioridad en este destino estaba dada a aquellos que
buscar trabajo afuera porque las autoridades demandaban mano de obra se alojaban en campos regenteados por los norteamericanos. Los demás
para mantener y ampliar las instalaciones, que semana tras semana re- debían esperar, aunque nadie sabía cuánto tiempo.
cibían nuevos contingentes de refugiados. Después de completar formularios, encargar a su hermano los trámi-
“Habían organizado cuadrillas de trabajadores para hacer reparacio- tes para entrar a los Estados Unidos y obtener un pasaporte de la IRO pa-
nes en los galpones. Eran barracas donde antes habían estado los prisio- ra la familia, Balys no quería demorar su estadía en Alemania. Tenía 53
neros de guerra y había que limpiarlas para alojar más gente (…) Esa era años y desde los 50 su libertad había quedado confinada a los límites de
una zona muy baja y en verano los hombres iban a cortar turba y la api- Groß Hesepe. Fue entonces que la Argentina se impuso en el horizonte.
laban para que se secase, así había combustible para el invierno (…) El viaje en tren hasta el puerto de Marsella estuvo jalonado por dos
Además del trabajo, la actividad de los mayores consistía en estar siem- estadías breves en los campos de refugiados en Buchholz y Hannover.
pre reunidos para tratar de saber qué iba a ser de nosotros. Crearon un co- Algis recuerda aquellos sitios como lugares bulliciosos y hacinados
mité que mantenía contacto con las autoridades inglesas. No recuerdo donde cada día llegaban nuevos contingentes de desplazados que tam-
muchos detalles, pero tengo memoria de la preocupación de mis padres.” bién debían abandonar Europa.
Entre tanto desasosiego, la vida religiosa ofrecía una efímera calma. Mientras permanecían en tránsito entre esa multitud políglota, Balys
El espíritu turbado por la incertidumbre se apaciguaba en las misas y viajo dos veces a Frankfurt para tramitar la visa, y por su lado, su her-
en la vida social que la iglesia, improvisada en un barracón, gestaba a mano hacía gestiones en Buenos Aires. Así se cerraba el capítulo de la
su alrededor. Ana se había integrado al coro, de modo que la fe le pro- vida europea de Algis, cuyo camino se bifurcó del de sus compañeros:
veía un doble alivio: en los cultos, a los que acudía con su familia, y en sus tíos y su primo emigraron a Canadá.
los efectos balsámicos del canto litúrgico. Un camión colmado de refugiados de Europa del Este los trasladó
Con la llegada de las noticias y los paquetes de América, el hori- hasta Hannover donde, después de unos días que Algis disfrutó de un
zonte comenzó a despejarse de a poco. Balys tenía dos hermanos que lugar en compañía de su hermano y de un muchachito lituano que tam-
habían emigrado antes de la guerra. Uno vivía en los Estados Unidos bién se dirigía a Buenos Aires, tomaron un tren con rumbo al puerto de
y el otro en la Argentina. Las cartas, que hablaban de una posible ayu- Marsella. “No había extrañado Lituania y tampoco me apenó irme del
da para que los Rastauskas emigrasen, venían dentro de cajas que con- campo de refugiados. En Hannover conocí a un amigo dos años mayor
tenían ropa usada, alimentos y mercancías que, como el chocolate y que yo, con cuya familia vinimos a Argentina. Todavía mantengo esa
el café, los padres de Algis trocaban en Groß Hesepe por huevos, que- amistad, aunque ahora él vive en Estados Unidos (…) Durante la espe-
so y pan de mejor calidad que el que obtenían de la cocina del cam- ra mirábamos la barcazas pasando por el río y nos entreteníamos tiran-
po. Algis relata que: “Al mediodía siempre había algún guiso, y el pan do piedras al agua. Nunca me detuve a pensar en lo que dejaba atrás,
que nos daban era de maíz. A veces estaba viejo y húmedo, y cuando quizá porque me esperaba lo nuevo.”
lo cortábamos se estiraban unos hilos verdes de moho y olía a rancio. Estaba repleto de gente yéndose. El hacinamiento en los campos,
Aunque no padecimos hambre la comida era un problema, porque la hombres, mujeres y niños apretujados durante horas en los camiones
ración diaria que recibíamos no era suficiente para tener una buena que cruzaban las fronteras, trenes apiñados de pasajeros, y puertos de
alimentación”. los que no siempre zarpaban los barcos.
120 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 121

“Cuando el tren llegó a Marsella los trabajadores estaban en huelga. de visitas fueron suficientes para que Balys consiguiese alojamiento en
Como no pudimos embarcar, nos pusieron a todos de nuevo en un tren la casa del carpintero donde su sobrino alquilaba un estrecho cuarto.
y nos llevaron a Cannes. En la estación nos esperaba otro camión. El Los Rastauskas habían pisado con un pie más firme en la Argentina.
barco estaba anclado mar adentro, y esa noche nos trasladaron en lan- Tenían parientes que les tendían la mano y un paisano que les ofrecía
chas. Era un carguero llamado Campana, al que trepamos por unas es- alojamiento. Pero seguían sintiéndose de paso, tal como habían vivido
caleras estrechas. En una bodega viajaban las mujeres y en la otra los desde que huyeron de Vabalninkas en el verano de 1944. Sus tránsitos,
varones. En cada una había tres pisos de literas. La travesía duró unos unas veces breves y otras prolongados, habían suspendido sus existen-
veinte días, y tengo recuerdos del viaje como la entrada a las islas Ca- cias entre unos delgados paréntesis más allá de los cuales se abría una
narias y el cruce del Ecuador, cuando los marineros organizaron un fes- extensión sin aristas.
tejo y alguien se disfrazó de Neptuno”, recita Algis al ritmo de las imá- Cruzaron el mar y Lituania se transformó en pasado y memoria.
genes que evoca. Iban a quedarse en la Argentina y era preciso empezar a deslindar un
El 18 de noviembre de1948 Algis y su familia llegaron al puerto de lugar en medio de ese amplio espacio de incertidumbre. Quizá el fu-
Buenos Aires. Aunque tenían parientes en la Argentina, nadie los espe- turo estaba en Paranacito. Hacia allí se dirigieron a los pocos días de
raba. Se iban a alojar en el Hotel de Inmigrantes pero antes debían for- su llegada a Buenos Aires. Un tren hasta Tigre y la lancha colectiva a
mar una larga fila a la espera de que les sacasen fotografías y les toma- través de la espesura del Delta, dieron curso a una nueva aventura cu-
sen las impresiones digitales. Desde que huyeron de Vabalninkas habían yas imágenes regresan nítidas cuando Algis convoca a los dones de la
estado indocumentados. Para viajar, la IRO les había entregado un pasa- memoria: “El viaje duró ocho horas. La lancha se detenía en todos los
porte familiar. En el tránsito entre el barco y el hotel obtuvieron su cé- lugares donde vivía gente, porque además de pasajeros llevaba víve-
dula argentina. res y correspondencia. Por momentos navegábamos por ríos angostos,
Al cabo de una semana alguien vendría a buscarlos. la vegetación era muy espesa y lo que me más me gustaba era cuando
Durante la espera, los Rastauskas paseaban por Buenos Aires. Sin los sauces se unían de una orilla a la otra formando un fabuloso túnel
aventurarse demasiado, se dirigían hasta la Torre de los Ingleses, toma- verde”.
ban sol en la plaza y miraban desde afuera el Parque Retiro, que invita- El tío de Algis tenía una chacra con un frondoso bosque de álamos
ba a un placentero recreo con sus colores estridentes, los autos choca- con los que fabricaba cajones para frutas y verduras. Balys pronto se
dores, los esqueletos que emergían de los ataúdes en el Tren Fantasma dio cuenta que quedarse en Paranacito no era una opción porque aun-
y los espejos deformantes del Palacio de la Risa. que su hermano no tenía un mal pasar, no contaba con recursos para
Asombrado ante ese emporio de la diversión tan contrastante con las ayudarlo a instalarse. Quizá hubiese compensando su destino de pér-
escenas del mundo (y de la vida) que había dejado atrás, Algis ignora- didas si volvía a labrar la tierra recuperando la identidad campesina
ba que la guerra no había dejado intacto al parque. Hasta hacía pocos que había tenido que abandonar cuando huyó de Lituania. Pero no te-
años el lugar se llamaba Nuevo Parque Japonés, pero cuando Argentina nía dinero para comprar o arrendar una chacra. Entonces regresó a
le declaró la guerra al Eje, ese enclave bullicioso donde era posible ver Buenos Aires.
a una mujer barbuda o a los hombres más altos y más bajos del mundo Pocos días después de llegar a la Argentina Balys se puso en contac-
cambió su nombre por Parque Retiro. to con sus connacionales, que formaban parte de una pequeña pero di-
El tío de Algis no vivía en Buenos Aires sino en Villa Paranacito, en námica colectividad. Una densa red de asociaciones étnicas, clubes y
la provincia de Entre Ríos, pero tenía un hijo que trabajaba en la carpin- parroquias católicas mantenía unidos a los inmigrantes lituanos que se
tería de un inmigrante lituano en el barrio de Floresta. Fue ese primo el concentraban en localidades como Avellaneda, Lanús, Berisso y Villa
que se apersonó en el hotel para llevarlos a conocer a su patrón. Un par Lugano.
122 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 123

Esos incipientes vínculos con la comunidad abrieron un espacio de La construcción de la identidad lituana había transitado un camino
sociabilidad y devoción a la familia, y fueron el ambiente que aliviaría intrincado. Encerrada entre dos grandes potencias, Rusia y Alemania, y
el extrañamiento que Algis sentía en un país nuevo con un idioma des- con una historia jalonada por la pérdida y recuperación de territorios y
conocido. ciudades emblemáticas como Vilnius,6 la lengua, que había sido tradi-
El carpintero que los alojaba les dio trabajo. Nada sabían hasta enton- cionalmente la marca común de la nacionalidad en Europa, fue la di-
ces de ese mundo de tintes, solventes y barnices en el que de maderas mensión que más preocupó a los intelectuales lituanos del siglo XIX.
opacas salían relucientes estanterías y vitrinas que se usaban en los co- De hecho, no es exagerado decir que Lituania fue imaginada entonces
mercios de la ciudad. Algis tenía 13 años y, lejos de lo que su padre ha- como una nación lingüística. Asimismo, la religión fue otro pilar en la
bía imaginado cuando de niño correteaba detrás de su carro mientras él definición de las tramas culturales del país. La Iglesia contribuyó a la
recogía papas en el campo, su primer trabajo no fue en la granja de Vabal- conservación del lituano y de las tradiciones basadas en la reivindica-
ninkas sino en un taller en el barrio porteño de Floresta. “En la carpinte- ción del pasado campesino, donde la fe católica reconocía raíces pro-
ría empezamos al poco tiempo de llegar y durante todo el verano (hasta fundas. Sobre esas bases se construyeron los criterios de soberanía y el
que empezaron las clases) no hicimos más que trabajar”, recuerda Algis. país alcanzó la condición de estado-nación independiente.
Pero en marzo esa rutina se interrumpió y Algis tuvo que cruzar los La breve ocupación soviética de 1940 y la posterior invasión alema-
umbrales de una vida que transcurría puertas adentro, donde se super- na rasgaron la urdimbre de la identidad lituana. Ambos ocupantes com-
ponían el dominio doméstico y el del trabajo y en el que la lengua co- partían un mismo objetivo: eliminar a una parte de la sociedad. Los na-
mún era el lituano. Del otro lado, había un mundo desconocido. zis lo hacían por una pureza de raza, y los soviéticos por una pureza de
El carpintero había ayudado a Balys a conseguir una escuela para clase. En 1944, la segunda ocupación rusa terminó por disolver las lá-
sus hijos. Era una nocturna para adultos donde Algis y Vitolis comen- biles tramas culturales que sostenían la nacionalidad. El ocupante ins-
zaron el sexto grado. Dice el protagonista de esta historia: “Fue un épo- tauró la prohibición de recordar quiénes eran los lituanos como nación
ca durísima. Pero en la escuela nos encontramos con un maestro que y reescribió la historia para configurar una nueva identidad cuyo hito
fue una maravilla, un hombre joven, que quizá tendría 35 años. Al ver fundacional era la Revolución de Octubre de 1917. Así, los soviéticos
que no sabíamos nada de castellano se esforzaba para que entendiéra- construyeron una memoria que excluía la religión católica, la cultura
mos, y eso hizo que los compañeros también fueran solidarios. Eran to- campesina y la idea de nación lingüística.
dos muchachos argentinos que por alguna razón no habían terminado Paradójicamente, la identidad lituana encontraba refugio al otro lado
la escuela y por eso iban a la nocturna. Para nada nos discriminaron ni del mar, en las comunidades de inmigrantes y en las instituciones que,
nos hicieron la vida difícil. Pero aún con toda la ayuda de aquel maes- como la iglesia de Avellaneda, resistían su disolución. En ese ambiente,
tro, que se llamaba Carlos de la Llave y que fue un ser inolvidable, me que también rescataba prácticas que los refugiados habían incorporado
costó mucho aprender el idioma”. en los campos en Alemania, como las organizaciones de boy-scouts y el
La parroquia lituana de Avellaneda se transformó en un punto de re- campamentismo, Algis se reencontró con una Lituania étnica en la que
ferencia para la familia. Era el centro de una nutrida actividad religiosa y la fe católica y el idioma que hablaba cotidianamente se reforzaban en
social que congregaba a los inmigrantes lituanos que habían llegado en la un marco institucional. Sin embargo, el mundo campesino que había de-
década de 1920, a sus descendientes nacidos en la Argentina y a los re- jado atrás era irrecuperable, y su versión traducida en rituales, conme-
fugiados de la segunda posguerra. La vida cultural de finales de la déca- moraciones y danzas folklóricas recreadas en el Gran Buenos Aires na-
da de 1940 incluía a un grupo de danzas folclóricas, un coro que acom- da tenía que ver con la vida en Valbalninkas.
pañaba la liturgia en la parroquia y, para los menores, una atractiva La Lituania que los inmigrantes crearon en la Argentina le ofrecía a
agenda de actividades deportivas, scoutismo y campamentos de verano. Algis un espacio étnico desde el cual articular su adaptación. Pero si la in-
124 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 125

tegración a la sociedad local, y en particular a la escuela, estuvo marcada el que paseábamos por Hannover mientras esperábamos para viajar a
por las dificultades, su ingreso a la colectividad tampoco resultó sencillo. Buenos Aires. En ese tiempo me di cuenta de que éste era mi nuevo des-
Así recuerda Algis sus primeros tiempos entre los lituanos de la Ar- tino, en el que tendría que construirme una vida distinta. Pero en esa
gentina: “Al cabo de algunas semanas, quizá después de un mes, nues- vida distinta la paradoja es que no me integré a la Argentina. Con los
tro primo nos acompañó a la parroquia en Avellaneda. Hacia poco que argentinos casi no tenía relación. Trabajando en el taller de un lituano,
habían terminado de construirla, y ahí fuimos con mis padres. Se jun- yendo a la parroquia de Avellaneda, con los boy-scouts y las reuniones
taban viejos inmigrantes y refugiados como nosotros, y las conversacio- de los fines de semana, el único contacto que tenía con los muchachos
nes giraban siempre alrededor de cómo se iniciaba la vida en el nuevo argentinos era en la escuela.”
país, donde vivir, donde trabajar (…) Después nuestro primo nos llevó Ese mundo que Algis construyó para adaptarse a su nuevo destino,
a mi hermano y a mí a las reuniones de la juventud lituana. La mayo- le allanó el camino de una integración peculiar. Más que incorporarse
ría había nacido aquí. Para nosotros era difícil porque casi todos eran a la sociedad local, cuyas tramas culturales aún le siguen siendo esqui-
mayores (yo tenía 14 años y ellos andaban todos por los 18 o los 20). vas, lo hizo a la comunidad étnica inventada por los inmigrantes: la
Cuando llegábamos, Vitolis y yo ni abríamos la boca, solamente escu- Lituania de Argentina. Allí, la fluidez de la vida estaba acotada por ri-
chábamos (…) En la escuela estábamos aislados porque no podíamos tuales y conmemoraciones elaborados con una cuidadosa ingeniería
comunicarnos. Pero también estábamos aislados en la colectividad, que salvaguardaba la identidad de aquella nación lingüística, campesi-
porque ellos eran mayores y sabían los dos idiomas. Sin embargo, yo no na y católica que había sido despojada de sus marcas culturales por los
sentía nostalgia de mi vida anterior. Quizá porque mi verdadera preo- soviéticos.
cupación era el castellano. Necesitaba comunicarme, porque para mí
estaba claro que era aquí donde me quedaría a vivir”.
Aunque había entrado en la pubertad, Algis recuerda su primer año NOTAS
de vida en la Argentina como un tiempo todavía ligado a la niñez. No
1
iba solo a la escuela y cuando asistía a la iglesia o las reuniones de jó- Aquí, el término hace referencia a la política de expansión establecida por Hitler
venes lo hacía en compañía de sus padres o su primo. Su existencia en pos de terminar con la desproporción entre la población alemana y la super-
ficie territorial que ocupaba. La idea no era restaurar las fronteras anteriores al es-
transcurría entre el taller, la escuela y el hogar. Pero al cabo de un tiem-
tallido de la Gran Guerra, sino conquistar nuevas tierras al éste. Esas tierras per-
po, la ciudad se volvió familiar y el idioma dejó de sonar como una ca- mitirían asegurar el sustento a la población, a expensas de las “razas inferiores”.
cofonía incomprensible. Él y su hermano aprendieron los recorridos de 2
Unidades móviles que seguían la entrada de los alemanes en los territorios sovié-
los colectivos porque para ese entonces vivían en Paternal en un cole- ticos y cuyos oficiales eran reclutados de las SS, las SD, la Gestapo y la Sipo.
gio técnico de Avellaneda y sus padres los habían inscripto. Poco a po- 3
Los autores consultados coinciden en que es difícil de precisar el porcentaje de
co, iba cobrando forma una nueva vida signada por una existencia que judíos (y de lituanos) que colaboraron con las autoridades de ocupación. Karen
transcurría en dos niveles. Sutton, en The Massacre of the Jews of Lithuania, sostiene la hipótesis de que
En el dominio de las tramas culturales locales, Algis aprendió caste- fueron muy pocos, ya que quienes implementaban las políticas entre el verano de
1940 y el de 1941 recibían instrucciones directamente desde la URSS.
llano, la ciudad se volvió su mundo, en la escuela el ambiente le resul- 4
Harry Gordon, The Shadow of Death. Pág. 9.
taba cada vez más familiar e incluso, aunque frágiles, estableció víncu- 5
El término hace referencia a la lucha de Stalin contra los kulaks, que en la URSS,
los con sus compañeros de clase. Sin embargo, su verdadera integración aunque a veces pertenecían a campesinos ricos, en otras ocasiones, como lo des-
tuvo lugar en el seno de la colectividad. taca Sheila Fitzpatrick en su libro sobre la revolución rusa, eran propiedad de
“En la parroquia y en el grupo de scouts conocimos a otros mucha- granjeros no queridos en sus aldeas o que habían caído en desacuerdo con las au-
chos de nuestra edad. Ahí también me reencontré con aquel amigo con toridades locales.
126 MARÍA BJERG

6 Vilnius cambió varias veces de mano en la primera posguerra y durante la Se- Capítulo 7
gunda Guerra Mundial. La ciudad ocupada por los alemanes hasta 1918, cuando
el gobierno lituano bolchevique tomó su control. Desde abril de 1919 las fuerzas Un colchón de caramelos
polacas reclamaron sus derechos sobre Vilnius y sus alrededores. Tras la firma
del tratado de 1939 entre Alemania y la URSS, Moscú selló acuerdos de asisten-
cia mutua con Lituania, y como moneda de cambio los soviéticos le transfirieron
Vilnius. En esos años, la ciudad y sus alrededores tenían más de 475 mil habitan-
tes, entre ellos una numerosa colectividad judía.

La guerra civil es un rumor lejano para Manuel Tomé. A veces el Ebro


y sus orillas regadas de sangre se colaba en la conversación de sus pa-
dres, ya que en el encarnizado combate que tuvo al río como testigo ha-
bía perdido la vida uno de sus tíos. Como tantas otras regiones de
España, Galicia quedó marcada por las profundas huellas de aquel
tiempo en el que las puertas del infierno se abrieron de par en par. El
exterminio del adversario político se inició en julio de 1936. La depu-
ración, la lucha librada al amparo del crucifijo y la espada, y la iglesia
católica declarando impúdicamente que la sublevación militar era “un
glorioso plebiscito armado” jalonaron una cruzada cuya violencia sim-
bólica se hizo efectiva en la quema de libros en el puerto de La Coruña.
En el mismo sitio “donde el mar parió a la ciudad” las hogueras ardían
devorando el alma de las bibliotecas y los ateneos.1
Manuel nació cuando hacía una década que la Guerra Civil había ter-
minado. Fue en verano y la aldea de Cuiña, donde vivían sus abuelos pa-
ternos, celebraba las fiestas patronales. Galicia todavía estaba presa de
una represión social y moral en la que el Estado y la Iglesia colaboraban
de manera estrecha. La prohibición del Carnaval, el control de ocio y los
modos de vestir indecorosos, los guardias municipales encargados de
multar a los novios que se besaban en público y la estigmatización de la
sexualidad eran moneda corriente en aquella región remota y pobre.
Entre tantas prohibiciones parece que en Cuiña estaba morigerada la
prevención contra los efectos nocivos del baile que tan preocupados te-
nían a los curas. De hecho, fue un baile el que adelantó unas cuantas
semanas el alumbramiento de Manuel. El abultado vientre y los tobillos
hinchados no le impidieron a Sara disfrutar de la fiesta, y con el ama-
necer del 2 de agosto de 1949 su primer hijo vio la luz del mundo.
Después del parto, Sara y su esposo Julio volvieron a Oroña, una al-
dea cerca de Cuiña donde estaba la finca que Sara había heredado de
128 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 129

sus abuelos y una casa de piedra construida unos pocos años después Uno de los lugares vitales de la aldea era el molino comunitario. Se
del final de la Gran Guerra. Un establo en la parte inferior de la vivien- encontraba junto al río, en un meandro torrentoso, y a él acudían por
da cobijaba a las vacas y los cerdos. La precaria economía familiar se turnos los aldeanos en los días de molienda. Pero ese sitio también era
completaba con el producto del trabajo que Julio hacía los fines de se- el mejor lugar para pescar truchas. Manuel ya había cumplido 6 años,
mana fuera del hogar. y para entonces tenía una hermana, Lola, de 4. Una mañana soleada y
El padre de Manuel era músico y tocaba en una banda de gaiteros cálida, Manuel y sus amigos faltaron a la escuela y se llevaron a Lola a
que animaba las fiestas de la comarca a cambio de una paga que, en una pescar. Interrumpieron con piedras el curso del río cerca del molino pa-
economía en la que el dinero era una rareza, casi siempre se hacía en ra crear una cristalina pileta que pronto se pobló de truchas: entonces,
especies. A veces Julio volvía de los bailes con galletas y caramelos pa- el tiempo se detuvo para ellos.
ra su hijo que lo esperaba ansioso. Las golosinas no abundaban en los Desde lo alto de la sierra donde estaba enclavada la casa de los Tomé
hogares campesinos de Galicia, donde pocas veces los niños comían se veían el amplio valle verde, el curso serpenteante del río y el moli-
dulces. Años más tarde Serafina, la abuela materna de Manuel, lo con- no. Nadie imaginaba que las travesuras infantiles lo habían mantenido
vencería de las bondades de emigrar a la Argentina prometiéndole que paralizado hasta que un vecino le contó a Sara que el dique improvisa-
la ciudad de Buenos Aires estaba construida sobre un colchón de cara- do por Manuel y sus amigos había interrumpido la marcha del molino
melos. y había echado a perder la jornada de trabajo. Al atardecer, cuando re-
La década que se cerraba cuando Manuel nació había transcurrido gresaron, Manuel usó a su hermana como escudo ante el reclamo de la
en una aguda carestía. Falta de harina y pan, malas cosechas, raciona- madre. Cándida y alegre, Lola fue al encuentro de su madre cargando
miento y requisas eran moneda común por esos años. Por entonces los las truchas como si llevase consigo un trofeo. Todo terminó en una pe-
huevos y la carne eran alimentos reservados para las fiestas o para los nitencia que no alcanzó a empañar la colorida imagen de una aventura
enfermos, y los fideos y el arroz se apreciaban como regalos de bautis- infantil que, como un fino hilo, une las memorias de los hermanos.
mos y bodas. La situación se mantuvo sin mayores cambios durante La intensidad de los días de la infancia colmaba las grietas de una
buena parte del nuevo decenio, una década de transición entre la vida frugal, haciendo menos visibles las carencias. No sólo las golosi-
Galicia arrinconada por la pobreza y las mejoras económicas y sociales nas eran extraordinarias; el pan blanco era un efecto de lujo que enga-
que en España darían paso al American way of life. Sólo que para en- lanaba la mesa unas pocas veces al año. Manuel recuerda que en la co-
tonces, cuando la primera planta embotelladora de Coca-Cola abrió sus marca había una sola panadería que horneaba pan de harina de trigo,
puertas en La Coruña, cuando la electricidad desplazó a las lámparas unos moletes que pesaban cerca de dos kilos y se comían nada más que
de carburo, cuando la expansión del automóvil impulsó la construc- en los días de fiesta. Era toda una ceremonia que comenzaba “cuando
ción de carreteras y las aldeas se abrieron al mundo con la entrada del mi padre y yo recorríamos casi veinte kilómetros a pie por el camino
televisor en los hogares, la familia Tomé ya no vivía en suelo gallego. que une las aldeas de Oroña y Cuiña para comprarlo”.
Pero no nos adelantemos. Compartamos ahora los recuerdos de in- Los sabores son un elemento privilegiado en las evocaciones de los
fancia de Manuel. protagonistas de este libro. La kasha que preparaba la madre de Vinko,
Su memoria se fija en unos zuecos de madera hechos por su padre. las gosette au pomme que Frida comía en Gante, la tibieza del struddel
Toscos y ruidosos, marcaron el compás de sus primeros años. José y de manzana que endulzó el paso de Rossette por Viena, son senderos
Chucho eran sus amigos inseparables. Con ellos iba a la escuela de la que vienen de la infancia y por los que, en la adultez, se hace posible
aldea, a pescar, a pastorear las vacas al monte, a buscar leña. Una vida el regreso imaginario al pasado. Precisamente eso fue lo que le ocurrió
en la que los límites entre el juego y la labor eran borrosos, quizá por- a Manuel cuando en el invierno de 1980 volvió a su aldea: “Una de las
que en la infancia el juego lo domina todo. primeras cosas que hice en aquella visita fue ir a la panadería. Todavía
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estaba en el camino de montaña que une a Oroña y Cuiña. La habían seria todavía no había sido desalojada de la región y si bien el dinero
mantenido casi sin cambios, como si el tiempo no hubiese transcurri- que Serafina enviaba con regularidad desde la Argentina había servido
do. Entonces compré un molete de pan blanco y tenía el mismo sabor para saldar la hipoteca de la finca de la familia, ese alivio económico
que cuando yo era niño”. no había alcanzado para mejorar la situación de Sara y de Julio, que
En esa experiencia del regreso hubo dos reencuentros. En un primer ahora era el encargado de labrar las tierras deshipotecadas.
plano el más sensible es el de volver a un sabor de la infancia, pero no Las oportunidades que ofrecía la Argentina posperonista eran in-
menos relevante es evocar la compra, transformada casi en un ritual comparables con el estrecho horizonte del mundo rural gallego, donde
que unía el objeto a las fiestas y las fiestas a la participación en el mer- las aldeas todavía se encontraban ceñidas a las prácticas precapitalistas
cado, una actividad inusual en una economía de subsistencia donde el y estaban confinadas por los altos índices de analfabetismo. A los ojos
dinero era tan escaso. de Serafina sus nietos no tendrían un buen futuro si permanecían en
Lola, que vivió sus primeros seis años en Oroña, recuerda la fatigosa aquel rezago económico y social que no les garantizaba siquiera una
labor de sus padres para abastecer a la familia con el producto de aque- educación regular.
llas pocas leiras en las que cabían una huerta, un establo con vacas y cer- “La abuela estaba en lo cierto”, dice Lola, “porque aunque había una
dos, un poblado gallinero y las pequeñas parcelas de trigo, maíz y cente- escuela en la aldea, íbamos apenas un día por semana. No era porque
no que dibujaban un colorido tablero sobre el valle. La harina obtenida nuestros padres no nos mandasen, sino porque no venían los maestros.
en el molino comunitario, el pan de maíz horneado en la casa, la carne Había tan pocos en el campo que un mismo maestro debía ir de una es-
de cerdo salada, los huevos, los pollos y las frutas cosechadas del huer- cuela a otra, y entonces alcanzaba a cubrir una sola jornada, y como
to, eran los ingredientes de la reducida dieta típica de éste y de la mayo- además daba clase a niños de diferentes edades y grados a la vez era po-
ría de los hogares de Galicia en la década de 1950. co lo que se aprendía.”
La pobreza se había mostrado implacable con los campesinos galle- Enfrentadas a un futuro sombrío y mezquino, poco a poco las alde-
gos y no les daba tregua desde la crisis de 1929. Entonces, se gestó una as se habían despoblado. La mayor parte de las familias se desmembra-
coyuntura desfavorable para la región cuyos efectos más severos se hi- ban en una migración que, si ya no las llevaba masivamente al otro la-
cieron sentir a partir de 1932 cuando los precios de los productos agrí- do del mar, las impulsaba hacia Madrid o hacia otros países de Europa
colas sufrieron una aguda caída. Endeudados, los agricultores debieron como Francia, Suiza o Inglaterra. Aunque marcharse era una tradición
poner en riesgo sus tierras sobre las que cayeron onerosas hipotecas. arraigada entre los mayores, a quienes les pesaba menos dejarlo todo en
Fue en ese entonces cuando Serafina, la abuela materna de Manuel, pos del bienestar de sus familias, para los niños emigrar era penoso,
emigró a la Argentina y dejó en Galicia a su única hija al cuidado de sus puesto que salir de esa animada colmena poblada de abuelos, tíos, pri-
padres. Sara, que tenía 5 años cuando partió su madre, era el fruto de mos y compañeros de juego les causaba temor, tristeza, y a veces, resis-
una relación furtiva de Serafina con un hacendado de la zona que nun- tencia.
ca la reconoció como hija propia. Cuando Serafina volvió a Galicia, la familia Tomé tenía una nueva
Unos pocos recuerdos deshilvanados evocan a la figura de la abuela integrante, Magdalena, de 2 años. Y cuando partió de regreso a Bue-
en los años cincuenta. Tras casi dos décadas de ausencia Serafina regre- nos Aires convencida de que su hija, su yerno y sus nietos debían
só a Oroña, y Manuel y Lola la recuerdan satisfecha con su vida en emigrar, Sara estaba embarazada de su cuarto hijo. José (Pepito) nació
Buenos Aires, donde trabajaba como gobernanta en un hotel de lujo del en la primavera de 1958, y su vida fue breve porque la meningitis la
centro de la ciudad. Dueña de un buen pasar y adaptada a la vida urba- truncó poco antes de que cumpliera los dos meses. Para ese entonces,
na y moderna, Serafina había cambiado Galicia se parecía demasiado al los Tomé estaban aprontando su viaje a la Argentina. Le vendieron la
mundo que había dejado atrás en el albor de la década de 1930. La mi- finca a un vecino para hacer frente al traslado, y consiguieron una car-
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ta de llamada y un contrato de trabajo para Julio en el hotel donde es- ajenos. Más bien, lo contrario. La memoria prístina de la infancia, en
taba empleada Serafina. Sólo faltaba ultimar algunos detalles de los sus trazos débiles y confusos, poco a poco completó su anatomía secun-
documentos y los certificados de salud que les habilitarían la entrada dada por los recuerdos de Julio y Sara. Una memoria que es individual
a la Argentina. y a la vez familiar. Prístina y al mismo tiempo alterada en su pureza por
Para Sara la perspectiva de vivir cerca de su madre no compensa- los aportes de los adultos y por el imperceptible pero decisivo influjo
ba todo lo que tendría que dejar atrás. La relación con sus suegros ha- del contexto.
bía cubierto la carencia de lazos familiares cuando, a los 17 años, per- En la entrevista conjunta Magdalena confiesa haber ido incorporan-
dió a los abuelos que la habían criado. Y tampoco sospechaba que al do a su memoria algunos “recuerdos imaginados, que no eran míos, pe-
partir dejaría en Galicia a uno de sus hijos, una pérdida que también ro que tomaron forma al calor de las conversaciones que teníamos con
marcó a Manuel, quien por aquel entonces tenía apenas 8 años: “Para nuestros padres en la casa de la Argentina y de la lectura de la corres-
mí fue traumático perder a mi hermano. Aunque yo era solo un niño, pondencia larga y sin interrupciones que mantuvimos con los abuelos ”.
fui su padrino de bautismo en la parroquia de San Orente. Recuerdo “Siempre hablábamos de España, quizá porque no teníamos a nadie
ese día como si hubiese sido ayer. Me resulta una paradoja pensar que en la Argentina y todos los afectos se quedaron en Galicia”, dice Ma-
a las pocas semanas de bautizarlo lo dejaríamos enterrado en el ce- nuel. Incluir a los seres queridos en las conversaciones los acercaba,
menterio de esa misma iglesia (…) Cuando cerramos la casa por últi- mientras que las cartas, que iban y venían con regularidad, iban gestan-
ma vez sentí un desgarro porque dejábamos todo atrás, hasta al pobre do nuevas nociones de hogar, familia y distancia. Los veinte kilómetros
Pepito”. que separaban a Oroña de Cuiña y que Manuel recorría a pie para visi-
Tal vez porque tenían 3 y 6 años cuando salieron de Galicia, Magda- tar a sus abuelos y jugar con sus primos se habían abierto como una in-
lena y Lola no guardan sentimientos de desarraigo ni un recuerdo tris- mensa grieta con un mar en medio. Mantener a Galicia viva en la evo-
te de la partida. Pero sí comparten con su hermano la añoranza de los cación fue la manera de aligerar el extrañamiento. Sin embargo, si esa
abuelos paternos, con quienes mantenían una relación entrañable y co- actitud que se refleja en la importancia que la familia atribuyó al inter-
tidiana. Los escasos kilómetros que separaban a Oroña de Cuiña se en- cambio epistolar, ayudaba a alimentar una ficción de proximidad, no
sancharon como un abismo insalvable cuando la familia emigró. La ca- sirvió para aliviar la nostalgia de Manuel.
lidez del contacto físico fue reemplazada por un vínculo epistolar, que Ninguno de los hermanos recuerda el momento preciso en que sus
aunque se mantuvo durante décadas era incapaz de reconfortarlos y lle- padres les dijeron que emigrarían a la Argentina. La idea fue tomando
nar el vacío afectivo que les provocaba crecer sin abuelos. forma de poco. Según Lola, Buenos Aires se volvió una presencia más
Un campesino y dentista aficionado al que acudían los aldeanos pa- intensa desde que Serafina llegó de visita a finales de la década de 1950
ra que exterminara con un tirón certero el insoportable dolor de mue- y Julio y Sara comenzaron a acariciar la idea de marcharse de Galicia.
las, y una comadrona que había traído al mundo a casi todos los niños Demasiado mayor para no sufrir el impacto de la partida y demasiado
de Cuiña, incluidos sus cuatro nietos, son los abuelos que acuden al lla- joven como para tener influencia en la decisión de sus padres, Manuel
mado nostálgico de Manuel, Lola y Magdalena en una entrevista con- fue, de los tres hermanos, el que se resistió con más obstinación a la mi-
junta. En esa ocasión (después de haberlos entrevistado por separado) gración y, en palabras de Lola y Magdalena, el que más la padeció.
advertí que los fragmentos del pasado de uno, apresuraban los recuer- “No quería irme de España y me transformé en el principal oposi-
dos de los otros dos poniendo al descubierto discrepancias sobre los tor del proyecto de mis padres. En mi pueblo tenía a mis amigos y a
pormenores (colores, nombres de personas y lugares) de una memoria pocos kilómetros de distancia estaban mis primos, mis abuelos, mis tí-
compartida y configurada de la evocación repetida del tiempo de la ni- os. Con José y Chucho –mis compañeros de juego– teníamos una bue-
ñez en Galicia. Una evocación a la que sus padres no permanecieron na vida, de la que conservo recuerdos imborrables. La despedida fue
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triste. Aunque mi abuela Serafina había tratado de entusiasmarme con a la hora de recrear su llegada. Sin embargo, Manuel le recuerda que las
aquella historia del colchón de caramelos yo pensaba que mi otra frutas no faltaban en Galicia y que la finca de la familia tenía un huer-
abuela –Dolores, la que se quedaba en Galicia– tenía razón cuando llo- to en el que abundaban nogales, manzanos, ciruelos y durazneros: “El
rando me decía: “Nunca más te veré mi niño”. Y así fue, porque nun- huerto de mi padre era el más importante de la aldea. Mis amigos iban
ca más nos vimos; pero el abrazo que me dio al partir me quedó graba- allí a jugar y a comer fruta. Ese fue el sitio donde me quebré un brazo
do en el cuerpo”. al caerme de un peral. El dolor fue tan intenso que me desmayé, y al
Transcurría el verano de 1958 cuando la familia emprendió el viaje despertar estaba en el hospital de Santiago de Compostela”.
a la Argentina. El primer tramo, un camino sinuoso que unía a la aldea Pero la comida también simbolizó la integración de Manuel a la nue-
con la ruta, fue hecho en una carreta. Desde allí, un ómnibus los llevó va sociedad. En los primeros tiempos, cuando todavía se resistía a que-
al puerto de La Coruña. Y pocos días antes de que Manuel cumpliese 9 darse en la Argentina, Serafina solía consentirlo con paseos en tranvía
años, el barco fondeó la bahía de Vigo, desde donde iban a navegar ha- por la ciudad e invitaciones a comer fuera de la casa. Su abuela, que le
cia las islas Canarias para internarse en el Atlántico. había prometido una abundancia de dulces que no existía, quizá busca-
Cuando llegaron a Buenos Aires Serafina los esperaba en el puerto. ba la forma de compensar la desilusión de su nieto. En esos paseos hu-
Era una persona ajena a las vidas no sólo de Manuel, Lola y Magdalena, bo un sabor salado, el de la pizza, que se transformó en un ancla para
sino también de sus padres. Julio la había conocido de manera superfi- Manuel, que sin abandonar su añoranza de Galicia, comenzó a com-
cial cuando fue a visitar a Galicia, y Sara apenas la recordaba cuando prender que no había modo de desandar el camino y que ese fragmen-
volvió después de décadas de ausencia. Pero ahora los cinco estaban de to de su infancia era irrecuperable. “Al poco tiempo de llegar a Avella-
algún modo en sus manos, ya que era ella la que había conseguido un neda, un día mi abuela me llevó a una pizzería. Cuando probé la pizza
empleo para Julio, la que los iba alojar en su casa de Avellaneda y quien me pareció algo de otro planeta, tenía un sabor extraordinario. Mientras
les abriría camino en una sociedad que en nada se parecía al mundo saboreaba ese plato maravilloso decidí que no podía ser tan malo que
que habían dejado atrás. nos quedásemos a vivir aquí. Como me gustó tanto ella empezó a lle-
La vida siguió su curso en un barrio de inmigrantes donde Manuel varme todos los días, y así, poco a poco, me fui adaptando.”
y Lola comenzaron la escuela y aprendieron un nuevo lenguaje de jue- La comida, los paseos, los juegos, fueron pasos titubeantes que Ma-
go despojado de las caminatas entre aldeas de montaña, demoras en el nuel y sus hermanas dieron tomados de la mano de Julio, Sara y Sera-
bosque y días de pesca. El verde brillante de Galicia fue reemplazado fina. No había transcurrido mucho tiempo desde la llegada a Buenos
por el opaco gris de la ciudad. Las veredas y las plazas eran ahora el es- Aires cuando Manuel y Lola debieron desprenderse de ese sostén al in-
cenario de los juegos, y las bicicletas y las hamacas los nuevos entrete- gresar a la escuela. Al cruzar su umbral empezaron a transitar un cami-
nimientos. no de adaptación y en las aulas aprendieron a vivir en la Argentina.
Los recuerdos de los primeros tiempos en la Argentina no son más Había pocos alumnos recién llegados de ultramar. La mayoría eran
que manchas desvaídas en la conciencia de Magdalena. En tanto que niños argentinos hijos de inmigrantes. Manuel, y años más tarde Magda-
para Lola transmiten sensaciones más dulces que para Manuel. Ella no lena, se sentían contrariados porque sus compañeros les hacían notar las
experimentó la nostalgia de su hermano y encontró más sencilla la diferencias, a veces de manera descarnada. “Los españoles que llegamos
adaptación. Su nueva vida le resultaba placentera. en aquellos años éramos tratados como ahora se trata a los inmigrantes
“Me parecía que en la Argentina lo que deseaba estaba al alcance de limítrofes, quizá porque entonces los argentinos tenían un buen nivel de
la mano, y que todo era más lindo y más moderno que en Galicia.” vida y nosotros éramos pobres”, recuerda Manuel.
Una imagen de abundancia que se resume en su atracción por los sa- De burlas, chanzas y expresiones hostiles también fue víctima Mag-
bores locales. La variedad de comidas y las frutas acuden a su memoria dalena, la menor de la familia. Como tenía 3 años cuando llegó a la
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Argentina, al comenzar el primer grado las tramas de significado loca- so a Cuiña, su pueblo natal. Temblor y llanto lo asaltaron a cada paso:
les le resultaban familiares y apenas guardaba rastros de su condición en el reencuentro con sus parientes y sus amigos, en el camino que lle-
foránea. No obstante, esto no la preservó de que sus compañeros resol- vaba de la aldea de sus abuelos paternos a la finca donde pasó los pri-
vieran las rencillas del recreo diciéndole “gallega de mierda”, o que se meros años de su vida, y en la panadería donde volvió a sentir el exqui-
valieran de preguntas y embustes para mofarse de ella. sito sabor del pan blanco.
Distinta fue la experiencia de Lola, que guarda un recuerdo más dul- El entusiasmo de Manuel motivó en 1982 el regreso de Lola. La vie-
ce de sus años escolares. Ella no se sentía diferente y se integró sin di- ja casa de piedra donde se había criado, guardada en su memoria como
ficultades a la escuela donde en los primeros tiempos su maestra, qui- un lugar espacioso, se encogió al verla con ojos adultos. Pero el paisaje
zá para que se sintiera contenida, indagaba en su corto pasado europeo verde que la rodeaba seguía igual, tan luminoso e intenso como en los
preguntándole “con respeto por España” sobre su vida en Galicia. veranos de la infancia. Las fiestas patronales del 2 de agosto se celebra-
Paulatinamente, los tres hermanos se transformaron en niños argen- ron como si el tiempo no hubiese pasado. En aquel escenario, quizá
tinos que, como los hijos de inmigrantes, aprendieron a vivir en dos Lola recreó el baile de su madre embarazada aquella noche calurosa en
mundos: uno privado, que seguía aferrado a las tramas de significado la que Sara ni siquiera imaginaba que el destino le había reservado ter-
gallegas, y otro que se abría ancho y cada vez más claro una vez que minar sus días tan lejos de Galicia.
traspasaban la puerta principal de la casa. Sin embargo, la vida de Ma- Aunque Lola sentía su arraigo en la Argentina, al regresar a España
nuel quedó signada por la añoranza, y a diferencia de sus hermanas rei- advirtió cuán inserta había permanecido en sus tramas culturales a pe-
vindicó su pasado gallego sintiéndose siempre más cerca de Galicia que sar de haber vivido apenas seis años en su país de nacimiento. Esas tra-
de la Argentina. mas se entretejían con una densa malla de afecto de los primos, los tíos
Así Manuel se convirtió en el portavoz de una memoria anclada en y los conocidos de las aldeas con las que su familia había creado vín-
el pasado y en el custodio de un tiempo idílico del que Lola guarda re- culos muy persistentes. Las cartas, como un puente imaginario, mantu-
cuerdos desvaídos. En cuanto a Magdalena, para ella la vida en España vieron viva a Galicia en Buenos Aires. Sin embargo, Lola, igual que Ma-
no es sino una densa oscuridad, y su primer recuerdo infantil transcu- nuel y más tarde Magdalena, volvería a la Argentina porque allí estaba
rre en la Argentina. Es este: “Hacía poco tiempo que habíamos llegado, la mitad más gravitante de sus dos mundos.
estábamos en una plaza en Sarandí y mi hermano me hamacaba. Cada El regreso de Magdalena se demoró hasta el invierno de 1999. Al par-
vez lo hacía con más fuerza, hasta que la hamaca se dio vuelta y salí vo- tir, Julio la despidió diciéndole: “Eu nao sei si te volverei a ver minha
lando. Me caí sentada y lloraba por el susto y el golpe, y entonces él me boa filha; ti me teras que lembrar assim, nao tem que esquecer de min”.
llevó a upa a la casa”. Cuando los Tomé dejaron atrás su hogar en Oroña para emigrar a
Lo que no quita que Magdalena hable de la infancia de sus herma- la Argentina hacía poco tiempo que Julio había plantado unos pinos
nos en Galicia como si la hubiese vivido. El molino, los días de pesca, en la finca. No había pasado un mes de su visita a Galicia cuando un
el sinuoso camino a la escuela... Su memoria de Galicia es un artificio llamado le anunció a Magdalena que su padre estaba gravemente en-
armado con fragmentos de las conversaciones de sus padres y buena fermo. La mujer volvió a Buenos Aires y, después de contarle de la al-
parte de la nostalgia de Manuel. dea y la parentela, le mostró una foto de los pinos que Julio había de-
A su manera, los hermanos Tomé vivieron con el corazón dividido. jado jóvenes al emigrar. La puso en sus manos y lo besó en la mejilla
Incluso Magdalena reconoce que desde niña se sintió “mitad de aquí y antes de abandonar la sala del hospital. Pocas horas más tarde, Julio
mitad de allá”. Será por eso que en la adultez todos regresaron a España. murió.
El primero en hacerlo fue Manuel, en 1980. En el aeropuerto de San- Un vínculo imaginario mantuvo unidos a los hermanos Tomé con
tiago de Compostela lo esperaba uno de sus tíos para llevarlo de regre- Galicia. Aunque cada uno experimentó a su manera su condición de
138 MARÍA BJERG

gallego, la persistente ilusión los impulsó a volver a la tierra donde ha- Epílogo
bían nacido, quizá para conocerla mejor, o quizá para reafirmar que su
lugar estaba de este lado del mar.

NOTA
El viaje de los niños cuyas historias se cuentan en este libro comenzó
1
La quema de libros en La Coruña está magistralmente descripta por Manuel Rivas en Europa en un tiempo de guerra y de dictadura y continuó, al otro la-
en la novela Los libros arden mal. do del mar, en la Argentina de las décadas de 1940 y 1950. Cada derro-
tero fue singular pero todos confluyeron en experiencias comunes. La
mayor parte de ellos vivió la Segunda Guerra Mundial, y todos sufrie-
ron el desarraigo y fueron inmigrantes en un país al que llegaron arras-
trados por la decisión (o por las ínfimas posibilidades de elegir) de sus
padres.
Sus infancias, signadas por largos derroteros, carencias, frugalidad,
y en buena parte de los casos, miedo (pero también por alegrías, juegos
e inocencia), fueron reconstruidas a partir de la memoria. Todos los
protagonistas del libro mostraron disposición para relatar y capacidad
para dar forma a una memoria narrativa que, en general, articulaba con
facilidad las experiencias extraordinarias con las ordinarias.
En sus relatos, los entrevistados no recordaron haber sufrido conflic-
tos para integrar el pasado y el presente, ni para compartir sus orígenes
y sus historias una vez que, llegados a la Argentina, se transformaron en
inmigrantes. La única excepción fue Rosette. Porque si bien desde el
principio de nuestras entrevistas ella también estuvo dispuesta a contar-
me su largo viaje, al hacerlo me reveló que durante mucho tiempo había
silenciado el pasado. Como durante su infancia en Bélgica, Rosette se-
guía viviendo escondida en Buenos Aires. Aunque es cierto que se ha-
bía visto forzada a hacerlo porque su familia estaba indocumentada, en
su caso el ocultamiento tenía raíces en las vivencias traumáticas que ha-
bían marcado su identidad desde los tiempos en que era Anette Lefevre.
El silencio de Rosette habla de su propio temor y del de sus padres,
y ambos están relacionados con la historia de persecución y exterminio
de la colectividad judía. Esto es así porque las vivencias individuales
no adquieren sentido sin la presencia de discursos culturales y expe-
riencias compartidas. Es en esa arena de contacto donde se construyen
memorias e identidades.
140 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 141

De ello ha dado cuenta la abundante literatura sobre la memoria y el una de ellas. Por consiguiente, las narraciones adultas de estos tres niños
enriquecedor debate que el tema ha despertado en las últimas décadas, están atravesadas por una profunda convicción anticomunista que da
parte del cual se ha centrado en la relación entre memoria individual y sentido a sus experiencias de la infancia. Es evidente que en ese enton-
colectiva. Dos esferas cuya interacción revela que la memoria no es al- ces ellos no eran conscientes del influjo de los discursos que animaban a
go que poseemos sino algo que producimos como individuos insertos una parte de la sociedad en la que vivían (y de la que deberían huir).
en tramas simbólicas comunes. Los contenidos de la memoria indivi- Pero, a largo plazo, la memoria personal creó un compromiso entre el pa-
dual están socialmente organizados y la presencia de lo social hace que sado y el presente y un lazo entre las narrativas privadas y los discursos
nunca estemos solos a la hora de recordar, porque aunque los recuerdos públicos en el que la familia fue la principal mediadora.
personales son únicos, sólo se recuerda con la ayuda de los recuerdos Cuando los soviéticos ocuparon Lituania por segunda vez y los
de los otros. Rastauskas salieron de Vabalninkas, y cuando los Markez y los Rodé tu-
En las historias contenidas en este libro se advierte el peso de la cons- vieron que iniciar la marcha a través de la frontera entre Eslovenia y
trucción de los recuerdos como memorias compartidas y superpuestas, Austria, Algis, Vinko y Franci aún no comprendían las razones de la
al menos en dos planos. Por un lado, no todos los recuerdos evocados huida. No eran capaces de comprender qué efectos tendría en sus vidas
por los protagonistas fueron experimentados de manera directa. En bue- el hecho de que Lituania se reintegrase a la URSS o que las fuerzas del
na parte de los casos fueron los padres quienes dieron un marco a las mariscal Tito se impusieran en Yugoslavia. Sin embargo, en la evoca-
memorias individuales de la infancia de sus hijos. A veces la influencia ción, sus infancias han quedado teñidas por un componente ideológico
de los adultos se advierte en cuestiones triviales y en detalles que, sin y cultural. Desde el presente (adulto) se recupera el pasado inscribién-
embargo, fueron esenciales en la configuración de la identidad de los ni- dolo en narrativas compartidas que muestran a la memoria como una
ños. Así, Juan relata emocionado la pérdida de su perro de peluche du- construcción (o reconstrucción) más que un recuerdo. De esta manera,
rante el cruce de los Pirineos, mientras Frida recrea las circunstancias la memoria recupera los acontecimientos del pasado no como sucesos
del nacimiento de su hermana Hilda en medio al país ocupado. Frida transcurridos sino como procesos que se proyectan hacia el presente.
puede “ver” a su madre parturienta intentando cruzar uno de los puen- Como sugiere Alessandro Portelli, la memoria es una invención histó-
tes que habían resistido al bombardeo para ir al hospital. Pero de hecho rica que se apoya en la realidad pero que encierra los intereses y deseos
no es posible que Juan y Frida recuerden esos episodios, ya que enton- de aquellos que le confieren sentido.
ces ambos eran muy pequeños y, en el caso de Frida, ni siquiera estaba Los relatos de este libro muestran los recuerdos de la niñez como
presente cuando ocurrieron. El proceso de testimoniar aparece aquí co- imágenes inconexas, apariciones fantasmagóricas, unas veces efímeras y
mo un evento que ocurrió en otro nivel, y no es parte de la corriente otras intensas. Paisajes borrosos y rostros velados, detalles incongruen-
principal de la vida consciente y de la memoria propia. Se trata de una tes que sorprenden por su aparente trivialidad. Objetos que aparecen en
apropiación involuntaria con la cual Juan y Frida imaginaron un recuer- medio de una dilatada oscuridad, y que evocan escenas como la del
do que fue esencial en la configuración de la identidad (en este caso, del mohrenkopf que describe Siri Hustvedt en la novela Todo cuánto amé.
peso que la guerra tuvo en la identidad) y que de otro modo se hubiese “Un niño judío y sus padres abandonan Berlín en agosto de 1935. En un
precipitado al olvido. arrugado trozo de papel encerado la madre le entrega al niño un
Por otro lado, en los relatos de Vinko, Franci y Algis los climas políti- Mohrenkopf. El recuerdo de aquella bola de hojaldre, crema y chocolate
cos y culturales en los cuales estaban inmersos impregnaron sus memo- es sumamente vívido, ‘aún puedo verlo a la luz de la ventanilla del tre-
rias individuales y las dotaron de un matiz ideológico que sugiere que el n’,1 reclama su memoria adulta. Sin embargo, en torno al Mohrenkopf se
recuerdo ocurre en un presente particular y que la memoria se modifica extiende la nada, un vacío que únicamente puede llenarse con los rela-
en el tiempo, variando no sólo de persona a persona sino dentro de cada tos de otras personas y con los testimonios históricos.”
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Como el niño del mohrenkopf, los protagonistas de este escrito care- Proust al tiempo perdido a través de las magdalenas ensopadas en té.
cen de una memoria continua de los años infantiles. Pero no obstante Por su parte, a través del sabor del struddel tibio que recuerda Rosette,
son capaces de ordenar esos recuerdos a partir de la narración de la vi- de la dulzura de las naricitas de frambuesa y las gosette au pomme de
da, sin importar los trazos débiles, los instantes congelados, ni las sen- Frida, o del aroma de la magnolia en la casa de Gante, ellas no alcan-
saciones y las vagas intuiciones de lugares rodeados de una oscura ex- zar a revivir las sensaciones de la infancia (quizá porque para hacerlo
tensión sin aristas que, poco a poco, va iluminándose. El aroma del necesitan de la nostalgia). Sin embargo, esas señales alimentan la me-
heno, la playa de Bohinj y la aventura del molino detenido para pescar moria narrativa y voluntaria dándole forma y continuidad al iluminar
truchas dan curso a un relato en el que los recuerdos propios se han fragmentos oscuros e imágenes borrosas.
completado con los de los padres, los hermanos, los parientes, los eslo- Pero también es cierto que los sabores no sólo conducen al pasado.
venos y lituanos del exilio, sus verdades, sus mitos y sus historias. La pizza que Manuel probó en Avellaneda y la variedad de la dieta ar-
La nostalgia, expresada en evocaciones de un mundo idílico y de un gentina que sorprendió (y agradó) a Lola simbolizan los motivos míni-
ayer irrecuperable, es un recurso en el que se encuentra alivio, consue- mos (pero a la vez poderosos) de la aceptación de su destino de inmi-
lo y sentido. El anhelo de volver al hogar que persiguió a Vinko, Franci grantes. Un destino cuya sujeción a las decisiones de los adultos no
y Manuel durante buena parte de la vida estaba enraizado en la añoran- logró despojarlos de un mundo propio donde los sentidos se imponían
za de Eslovenia y Galicia y era la energía que los incentivaba a recordar a la razón.
y a proyectar el futuro a través del pasado. Y si la nostalgia “es la me- En su cuento “Juego de niños”, Alice Munro dice que “cuando eres
moria despojada de dolor”, entonces ella también fue la forma en que pequeño te transformas en una persona distinta todos los años y te des-
los tres se liberaron de los apremios del tiempo, recuperando selectiva- prendes del pasado con facilidad, de una forma que parece automática
mente los aspectos positivos de su pasado para mantener un diálogo y adecuada. Las escenas del pasado, más que desvanecerse, dejan de te-
más o menos armonioso con el presente (o con las diferentes manifes- ner importancia.”2 Esta regla que Munro formula para introducir a sus
taciones del tiempo presente de sus vidas: los campos de refugiados, los lectores en la ficción no se adecua bien a las historias de este libro.
primeros años en la Argentina, la juventud, la adultez y, por fin, el re- Aunque quizá Algis sea la excepción. En la larga travesía entre Vabal-
greso al hogar). ninkas y Buenos Aires Algis no miraba hacia atrás. Tampoco lo aqueja-
Además, para ellos tres la memoria nostálgica trazó un camino para ba el porvenir. Su tiempo se conjugaba en presente. Y en ese único
adaptarse a su vida de inmigrantes y para templar el desarraigo y la ex- tiempo (jalonado por nítidas escenas de cambio: el primer baile, el pri-
trañeza. Esa particular mirada retrospectiva estableció un vínculo entre mer pantalón largo, los primeros viajes solo en colectivo de Floresta a
el yo del presente y la imagen del yo en el pasado que fue significativo Avellaneda) imaginó su vida como una aventura cuya premura dejaba
en la recreación y continuidad de sus identidades. Mantuvo vivo el de- atrás al pasado “de una forma que (parecía) automática y adecuada”.
seo del regreso y fue su principal impulso durante el largo tiempo de Paradójicamente, la Lituania que encontró en Avellaneda cuando se
sus vidas que transcurrió entre un pasado inalcanzable y un retorno in- había transformado en un inmigrante era todo pasado y tradición. Un
cierto. pequeño mundo inventado por los adultos. Fue allí donde Algis, que no
Pero si la añoranza no fue un rasgo común a estos niños inmigran- extrañaba Vabalninkas y que quería “aprender rápido castellano” para
tes, ciertas señales y sensaciones están presentes aun en los menos nos- moverse con soltura en su nuevo escenario, encontró el espacio de su
tálgicos. En los casos de Vinko y Manuel el olor y el sabor recuerdan, integración a la Argentina. Y el influjo de ese enclave étnico delineó los
pero a la vez perduran y aguardan. Es a través de ellos (y de la memo- contornos de su “mundo aparte”, un lugar en el que el pasado cobraba
ria involuntaria) que ambos volvieron a la infancia en un instante epi- importancia, viviendo en Argentina como lituano y entre lituanos.
fánico en el que pasado y presente se fundieron, como en el regreso de
144 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 145

En todas las historia hay un momento más o menos impreciso en que


los niños se dan cuenta de que ya no podrán regresar a su lugar de ori-
gen. Entonces, en ese momento, se transforman en inmigrantes, y de ma-
nera explícita o implícita sus vidas se dividen entre la parte europea y la
argentina. En la configuración de sus memorias y de su identidad el tra-
mo más intenso, en buena parte de los casos, es el que transcurre en
Europa. De hecho, la extensión de los capítulos del libro revela la impor-
tancia que los protagonistas le dieron a los años anteriores a la llegada a
Buenos Aires. Y si bien en algunos casos la densidad de la etapa europea
tiene relación directa con la edad, no es la única razón del desequilibro.
La elección de las fotografías con las que algunos de los entrevista-
dos ilustraron sus relatos también da cuenta de la gravitación del pasa-
do europeo en sus infancias. Las primeras imágenes de las que echaron
mano para iniciar el relato fueron de su niñez en Europa: Juan en el
banco con la flor en el Parque Güell, Rosette sosteniendo un trencito de
madera sentada en un banco del jardín de infantes en Bruselas, las her-
manas Broers jugando en la arena de una playa belga.
Entre quienes me mostraron espontáneamente sus fotos,3 sólo Mag-
dalena eligió compartir una imagen que había sido tomada en la Argen-
tina. Es una foto de estudio de la familia. Ataviados para la ocasión, Sa-
ra y Julio lucen austeros pero elegantes. A Manuel le han puesto un
saco de vestir (de cuyo bolsillo superior asoma un pulcro pañuelo), cor-
bata y pantalón corto. Lola y Magdalena sostienen unas diminutas car-
teras, llevan vestidos idénticos, aros y pulseras. Es posible que Magda-
lena haya elegido la imagen porque forma parte de sus primeros
recuerdos de infancia (ella había llegado a la Argentina a los 3 años de
edad). Sin embargo, la fotografía también la conecta con Europa, por-
que mientras me la mostraba me contó que la habían tomado para en-
La comunión de Manuel en Avellaneda. viársela a los abuelos en Galicia.
Quizá fue Algis quien expresó con más elocuencia el afán con que la
Si bien algunos de los protagonistas realizaron un viaje directo entre memoria de todos los protagonistas rescataba la etapa europea de la in-
sus lugares de origen y la Argentina, otros transitaron por caminos más fancia; porque cuando conversamos por primera vez, después de dos
sinuosos, pasaron tiempos de tránsito en los que se enfrentaron con horas en las que se había extendido en detalles sobre la huida de Vabal-
costumbres e idiomas extranjeros de modo que, al llegar a la Argentina, ninkas, la travesía por Prusia y Alemania, sus días en el campo de re-
habían adquirido recursos de adaptación. Sin embargo, haber vivido en fugiados de Groß Heseppe y el viaje hacia Buenos Aires, me dijo: “esta
Alemania como Algis, o en Israel, Austria y Bolivia como Rossette, no es la parte interesante de mi historia, que después se vuelve una vida
les ayudó a integrarse con más facilidad al nuevo país. corriente, como la de cualquier chico de mi edad”.
146 MARÍA BJERG EL VIAJE DE LOS NIÑOS 147

Las historias convergen también en el extrañamiento. En su pers- mo los niños de la Guerra Civil Española refugiados en la URSS y en Mé-
pectiva nostálgica, Vinko añora aromas y sonidos cuya lejanía lo ape- xico. Otros perdieron a sus padres, que no volvieron del frente, termina-
na mientras pasa su adolescencia en la soledad del colegio religioso ron en los campos de concentración, o fueron víctimas de represiones
donde sus padres lo internaron poco después de llegar a la Argentina. cruentas como la de la dictadura franquista en la década de 1940, prólo-
Al tiempo que, desde una mirada del pasado en la que la nostalgia apa- go atroz de un largo régimen de terror y silencio.
rece velada, Frida e Hilda se adaptan con facilidad a la escuela, al nue- En un mundo embriagado de crueldad, las historias que contó este
vo idioma y a una sociabilidad de vecinos que las encuentra atentas a libro tuvieron desenlaces afortunados. Las infancias a salvo alcanzaron
la radionovela de la tarde. Pero, a la vez, extrañan el afecto de los abue- la adultez y ahora, remontando la pendiente de los años, sus protago-
los y el bullicioso enjambre de primos y tíos que animaba la casa de nistas recuerdan el viaje de aquellos niños.
Gante.
El hogar, el barrio, la escuela y las comunidades étnicas fueron los ám- NOTAS
bitos donde estos niños (y adolescentes) vivieron como inmigrantes. De-
1
pendiendo de la edad, la adaptación fue más o menos sencilla. Si había Siri Hustvedt, Todo cuanto amé. Pág. 34
2
un grupo étnico de pertenencia, la forma la integración variaba, puesto Alice Munro, Demasiada felicidad. Pág. 212.
3
que podía ser mediada, como le ocurrió a Algis, por tramas culturales y Aunque todos los protagonistas compartieron fotografías de su infancia sólo al-
gunos lo hicieron sin que se lo solicitara.
memorias colectivas que remitían a los orígenes. Esas comunidades o los
internados a los que ingresaron Franci y Vinko trazaron un camino no só-
lo más largo sino también diferente, particular, de adaptación.
La escuela pública (o en el caso de Hilda y Frida un colegio privado
católico donde no recuerdan que hubiese otros niños extranjeros), un
contacto menos estrecho de los padres con los compatriotas o una inter-
acción más débil con las instituciones étnicas facilitó el aprendizaje del
idioma y les reveló los significados ocultos de la vida en el nuevo país.
El ingreso a la escuela fue una de las pruebas más duras porque to-
dos ellos tuvieron que desprenderse del refugio doméstico (donde era
posible comportarse como belgas, gallegos, lituanos) para salir al mun-
do como extranjeros.
Sin embargo, la escuela también fue el lugar donde comprendieron
el nuevo orden simbólico que hacía inteligible la sociedad que los esta-
ba recibiendo. Y allí encontraron maestros como Carlos de la Llave y
compañeros como la pelirroja Beatriz, que se sentaba con Frida en el
colegio Santa Cecilia. Esos nombres que se resistieron al olvido, resu-
men el momento en el que desplazándose lentos e inseguros por arenas
movedizas alguien les tendió una mano para pisar suelo firme.
Millones de niños murieron en la guerra. También se cuentan en mi-
llones los que fueron separados de sus familias para ponerlos a salvo de
los bombardeos. Miles partieron en soledad hacia un exilio precoz, co-
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bir un cuento; y a Iván Cherjovsky y Osvaldo Gerschman por sus lectu-
ras y consejos. La última palabra es para agradecer a Fernando Fagnani,
gerente general de Edhasa, por haberme brindado su confianza.
ESTA EDICIÓN DE 3.000 EJEMPLARES
DE EL VIAJE DE LOS NIÑOS, DE MARÍA BJERG
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN ELÍAS PORTER & CÍA,
PLAZA 1202, CABA, EL 31 DE MAYO DE 2012.

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