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Texto que persiste, mensje que explosiona

por Edesio Sánchez Cetina

Introducción
Quienes me conocen saben que Deuteronomio es mi libro favorito, y que he escrito un
comentario al mismo, así como una buena cantidad de ensayos, introducciones y
notas. Una de las razones de mi constante interés en este libro bíblico es el hecho de
compartir, a la vez, la cualidad de permanencia y la cualidad de estar al día, de ser
actual. De allí el título del ensayo que le tomo prestado a uno de los libros de Walter
Brueggemann: Texts That Linger, Words That Explode. En la práctica exegética e
interpretativa latinoamericana a estas cualidades se las conoce como “superávit de
sentido”, “exceso-de-sentido” o “polisemia del sentido”.
Los títulos hebreos que a través de su historia se le han dado al quinto libro del
Pentateuco son “Palabras” (“estas son las palabras”) y “Libro parenético” (“Libro de las
exhortaciones”). De acuerdo con ambos títulos, Deuteronomio es un libro acerca de
“palabras” que “inculcan un tipo especial de palabras”. Cuando se considera el título
que la Septuaginta (LXX) le da al libro, se hace mucho más clara la cualidad de la
permanencia y de la actualidad constante. Deuteronomio quiere decir, en castellano,
“segunda enseñanza”; es decir, es un documento que toma una enseñanza del pasado
“primera enseñanza” y la actualiza para una nueva generación. La lógica nos dice que,
si hubo una primera enseñanza y también hay una segunda enseñanza, entonces
también puede haber una tercera, una cuarta, etcétera, etcétera.
De hecho, cuando se pregunta por el lugar de Deuteronomio en el canon bíblico,
la conclusión es que Deuteronomio se coloca en un espacio parentético: antes de él
aparecen cuatro libros (Génesis, Éxodo, Levítico y Números) y después de él, Josué,
Jueces, los dos libros de Samuel y los dos libros de Reyes, los cuales pertenecen a la
tradición deuteronómica o historia deuteronómica. Desde el punto de vista histórico,
Deuteronomio retoma las enseñanzas del pasado israelita—la época patriarcal, la
formación del pueblo hebreo, el tiempo pasado en Egipto, la opresión egipcia, el éxodo
o liberación de la esclavitud, la marcha por el desierto hasta llegar a Horeb y,
finalmente, la marcha por el desierto, desde Horeb hasta las estepas de Moab—y las
recuenta e interpreta a la luz de la nueva situación que vivirán las nuevas generaciones

1
que no vivieron esas experiencias. Además, viendo a Deuteronomio desde la
perspectiva histórica, este libro, según una cantidad importante de biblistas, no tuvo
uno sino varios contextos históricos que proporcionaron motivos y contenidos para
actualizarlo más de una vez: (1) Además de la primera audiencia en el Monte Pizga,
también hubo otras en la época de Elías, después de la reforma de Ezequías1, después
de la reforma de Josías (2 R 22.1—23.25), después del exilio (587 a.C.) y en el
Posexilio (540 d.C.).
Se puede concluir, entonces, que el libro de Deuteronomio es en verdad un libro
de “las varias enseñanzas”, y se papel fue claramente homilético y catequético, es
decir, para la parénesis: ¡un libro que cuyo texto persiste y cuyo mensaje
explosiona!
A este libro se pueden anexar más de un libro de los que forman parte del canon
bíblico—porque se debe de reconocer que hay un número importante de libros, sobre
todo algunos de los más pequeños, cuya actualidad y “mensaje” para hoy día es difícil
de reconocer o descubrir—, como serían los Salmos, los sapienciales, una buena parte
de los libros proféticos, partes de los primeros cuatro libros de la Biblia y, sin duda, casi
todo el Nuevo Testamento. De los Salmos, para citar un segundo ejemplo después del
Deuteronomio, me interesa citar de manera especial a los conocidos como Salmos de
la torah (“enseñanza”), pues en su mensaje la Palabra ocupa un lugar central. Ni dudar
del Salmo 119 que hace acompañar cada expresión de la experiencia humana con uno
de los diez sinónimos de “palabra” o “enseñanza” que aparecen en ese salmo. Así,
este poema acróstico coloca el énfasis en la necesidad de acompañar nuestro diario
vivir—sea cuál sea la experiencia que se viva—con la Palabra de Dios.
Dicho lo anterior, no puedo concluir esta Introducción de otra manera que no
sea afirmando la inacabable contemporaneidad del Antiguo Testamento, y de la Biblia
en su totalidad. Como palabra de Dios y del ser humano, ella ha sido y sigue siendo
paradigma para la vida humana tanto en la urbe como en el campo, en Europa como
en el continente americano y en cada rincón de nuestro planeta. Máxime, si como dice
el tema que se me pidió para este seminario, “es la importancia del Antiguo Testamento
para la fe cristiana en nuestros tiempos”.

El Antiguo Testamento—la Biblia—¿es pertinente para el siglo XXI?


La opinión, tácita o explícita de muchas personas, dentro y fuera de la iglesia, el día de
hoy, la expresa con mucha claridad una lista de diez consideraciones que aportó una
persona dedicada a preparar profesores para la enseñanza de religión en escuelas

1
Se supone que el “Libro de la Ley” hallado durante las reparaciones del templo en época de Josías (2 R
22.8-13) es la parte más antigua de lo que ahora compone el libro de Deuteronomio.

2
públicas. Estas consideraciones las escucharon los futuros maestros de sus propios
jóvenes estudiantes de religión cristiana:2
1 La Biblia es un libro que pertenece a un mundo muy antiguo,
2 sin ninguna importancia para la vida diaria contemporánea,
3 solo comprensible para especialistas,
4 que contiene una imagen patriarcal de Dios;
5 que, por glorificar a una figura sufriente, promueve una falsa inclinación a
sacrificarse más que a salvar el pellejo;
6 su mensaje acerca de Dios contradice un estilo de vida delineado por el
individualismo, y es un obstáculo al desarrollo psicológico y emocional
necesario para la individualización de la persona;
7 promueve un espíritu de venganza más que de reconciliación;
8 pertenece a la ya superada cultura sabatina;
9 está llena de relatos poco creíbles y de sucesos nada probables,
10 y es un libro inapropiado para niños
Este es una entre otras posibles razones del por qué hoy la Biblia sea menos
leída y cuya influencia entre las nuevas generaciones esté en picada.
Es necesario considerar, antes de seguir adelante, el cambio de paradigma que
nuestras generaciones y culturas contemporáneas han experimentado en las últimas
décadas—desde la mitad del siglo pasado (la posguerra) hasta estas dos primeras
décadas del siglo XXI. Me refiero al paso de la edad moderna a la posmoderna. El
tema en cuestión requeriría de mucho espacio para poder explicarlo de manera más o
menos completa y profusa. Baste indicar que la moderna había—y sigue luchando por
mantenerse viva en algunos espacios—subsistido por varios siglos (desde el
nacimiento de la Ilustración hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial), pero está en
“bancarrota”. Su postulado es el racionalismo tal como lo planteó René Descartes y las
ciencias y postulados políticos e ideológicos que nacieron de esa época.
En lo que respecta al cristianismo, las luchas entre fundamentalistas y liberales,
la lectura literalista de la Biblia vis a vis el desprecio de la inspiración verbal de la
misma, fueron ocasionadas por las bases epistemológicas de esa era. La teología
sistemática o dogmática, las doctrinas desarrolladas por las varias iglesias, los estilos
de gobierno y la presencia de las varias denominaciones o confesiones, todo ello es
parte de ese paradigma. Fue la época de los absolutismos y de los macro-relatos.
El nuevo paradigma que trae consigo el posmodernismo va en camino contrario
al del modernismo: micro-relatos, relativismo, ruptura con las estructuras inamovibles
de la fe, de la religión, de la ética y de la moral. Los dogmas y sistemas teológicos se
resquebrajan, de tal modo que las maneras de hacer teología y exégesis se han ido
cambiando por otras más adecuadas con el nuevo paradigma. En fin, no es preciso ir

2
Gerd Theissen, The Bible and Contemporary Culture (Minniapolis: Fortress Press, 2007): XIII.

3
tan lejos para ver a un “viejo”, miembro del antiguo paradigma, que reacciona ante el
estilo de vida y pensamiento del hijo o nieto de “la nueva generación”.
Esto y muchas cosas más debemos de tomar en cuanta cuando intentamos
considerar el tema de la actualidad y e importancia del Antiguo Testamento para la fe
cristiana en el siglo veintiuno.
Es imprescindible considerar, en el estrecho espacio de nuestra consideración
temática, dos asuntos pertinentes en relación con la Biblia: (1) Los contextos tanto de la
Biblia como de “las generaciones posmodernas” y (2) lo que es propiamente la Biblia,
es decir, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la Biblia? y ¿de quién es esa
Biblia?
1 Los contextos de la Biblia y de las generaciones posmodernas
Para poder entender la Biblia, y para poder entender a quienes esa Biblia debe
hablarles, es necesario demarcar muy bien las distancias históricas, culturales,
sociales, religiosas, geográficas y políticas para poder saber cuál es su cosmovisión, su
manera de entender su mundo y saberse parte de él.
No cabe duda que existe una enorme distancia entre ambos mundos. Con
razón se ha dicho que tratar de entender la Biblia en su mundo es como viajar a otro
país, especialmente a aquellos países cuya historia y cultura son muy diferentes a las
nuestras. Lo que sigue es una lista comparativa entre el mundo bíblico (que pertenece
a la cultura del Mediterráneo oriental) y el mundo de hoy, que vive inmerso en la cultura
occidental:
1. El mundo de la Biblia es antiguo, en cambio, el nuestro es moderno. Las
historias de individuos y comunidades son unos 3000 años más antiguo que el nuestro.
2. El mundo de la Biblia es oriental, el nuestro es occidental. Nuestra cultura
occidental nace de la cultura grecorromana, el Mediterráneo helénico. En cambio, el
mundo de la Biblia, la cuenca del Mediterráneo oriental, nace de la cultura de
Mesopotamia, Siria-palestina y Egipto. Lo abstracto define a la nuestra cultura, lo
gráfico a la bíblica.
3. El mundo de la Biblia es prácticamente inmutable, el nuestro está en cambio
constante. En el mundo bíblico los cambios se consideraban amenaza y peligro. En
el mundo moderno, el cambio alimenta la economía y los avances en la industria, la
tecnología y el conocimiento. La moda cambia, así como nuestros medios de
transporte, y tantas otras cosas más. Eclesiastés 1.4-10 define muy bien el concepto
antiguo respecto de lo inmutable:
Unos nacen, otros mueren,
pero la tierra jamás cambia.
Sale el sol, se oculta el sol,
y vuelve pronto a su lugar
para volver a salir.

4
Sopla el viento hacia el sur,
y gira luego hacia el norte.
¡Gira y gira el viento!
¡Gira y vuelve a girar!
Los ríos van todos al mar,
pero el mar nunca se llena;
y vuelven los ríos a su origen
para recorrer el mismo camino.
No hay nadie capaz de expresar
cuánto aburren todas las cosas;
nadie ve ni oye lo suficiente
como para quedar satisfecho.
Nada habrá que antes no haya habido;
nada se hará que antes no se haya hecho.
¡Nada hay nuevo en este mundo!

Nunca faltará quien diga:


“¡Esto sí que es algo nuevo!”
Pero aun eso ya ha existido
siglos antes de nosotros. (DHH)

4. El mundo de la Biblia es agrícola, el nuestro es industrial. El mundo agrícola


se sincroniza con la naturaleza, el nuestro con la tecnología y la velocidad de la vida
moderna. No tenemos que acostarnos cuando se oculta el sol, porque al hacerse
noche, prendemos las luces. Aunque no salga el sol, la alarma nos despierta en la
madrugada. El mundo de la Biblia, el agrícola, ofrece los principios, por medio de la
observación para sacar lecciones para la vida.
5. El mundo de la Biblia es de bienes y recursos agotables, el nuestro es
renovable. Los habitantes del mundo bíblico fueron conservacionistas, nosotros
somos consumidores.
6. El mundo de la biblia se define desde la perspectiva del hogar, el nuestro se
define a desde el individuo. La perspectiva comunal considera al hogar como la base,
nosotros al individuo. El individuo, ahora, puede vivir por su cuenta y realizarse por sí
solo casi en todo sentido. En el mundo bíblico, el individuo aislado no llega muy lejos.
7. En el mundo de la Biblia la vejez es una bendición, en el nuestro la vejez
es una carga. En el mundo de la Biblia la vejez es sinónimo de experiencia y
sabiduría. El anciano es sabio, el joven es necio; el anciano enseña, el joven aprende.
8. En el mundo de la Biblia, el género literario favorito es el relato, en el nuestro
es la historia. Las preguntas del occidental son: ¿Sucedió de verdad o no? ¿Es la
Biblia historia o tan solo relato? Para la persona del mundo bíblico, el texto o relato
explicaba el mundo y los sucesos de manera gráfica y artística. No es el reporte del
hecho bruto.

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9. En el mundo de la Biblia no hay separación entre religión y vida cotidiana,
en el nuestro, religión y vida diaria están separados. La vida era una sola; no había
separación entre lo sagrado y lo profano, religión y estado. La religión penetraba toda
actividad cotidiana en el mundo bíblico.
10. En un mundo cuya economía es la de la subsistencia, el presente es de vital
importancia. Todo está orientado sobrevivir cada día de acuerdo con “su afán” como
dice Jesús en el texto de Mateo 6. El mundo occidental, el moderno, la orientación
temporal es el futuro.
A partir de la lista anterior, se puede concluir que, en la mayoría de los casos,
nuestro comportamiento, tanto el esperado como el real, es exactamente el opuesto al
de las personas del mundo bíblico en situaciones similares. Tomemos como ejemplo el
caso del matrimonio. En nuestros días, los jóvenes se enamoran y deciden, en la
mayoría de los casos, con quien contraerán matrimonio. El proceso es guiado, por lo
general, por el enamoramiento, la compatibilidad de caracteres, etc. En la época
bíblica, si bien las decisiones matrimoniales tuvieron su porción de romance y
enamoramiento (véase Cantares), los matrimonios fueron más que romance, en
realidad fueron políticos y económicos. El matrimonio era un contrato político y
económico. Tenía como propósito unir dos hogares que habían acordado intercambiar
bienes y servicios durante un largo periodo. El matrimonio fue más un asunto de
negocios que de placer. Muy rara vez el hombre y la mujer decidieron quién iba a ser
su compañero de vida.
2 ¿A qué nos referimos cuando hablamos de la Biblia? y ¿de quién es esa
Biblia?
La primera pregunta trae en sí un profundo y grave problema hermenéutico que se
puede considerar a partir de la siguiente pregunta: ¿Es un documento confesional en el
que está primeramente el credo de mi iglesia? Es tan común, entre nuestras
denominaciones evangélicas—y la Iglesia Católico romana no se escapa tampoco—la
costumbre de anteponer a nuestro acercamiento a la Biblia el dogma, la doctrina (sea
esta individual, familiar o eclesiástico). Detrás de esta postura se encuentra la idea de
que la Biblia solo puede tener relevancia para mí, mi familia y mi iglesia si apoya o
concuerda con la teología, dogma o doctrina de mi denominación o tradición.
Esto invita a hacerse otra serie de preguntas: ¿Es la Biblia el punto de referencia
o punto de arranque de todo dogma o confesión? o ¿es la doctrina la que establece el
criterio para acercarnos al mensaje de la Biblia?
La respuesta no debe ser otra que acerarse a la Biblia “libre” de todo prejuicio
doctrinal, dogmático o confesional, para permitirle, hasta donde sea posible, que nos
ofrezca su mensaje de manera clara y sin mediación teológica alguna. La Biblia tiene
que ser la que nos trace el camino; no nosotros ni nuestras doctrinas, dogmas,
ideologías, moralidad o ética.

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Con lo anterior, se pueden hacer otras preguntas que inciden directamente al
título de esta sección, ¿qué es la Biblia?, es decir ¿qué es ese libro? y ¿para quién es
ese libro?
En primer lugar, se debe de aclarar que ese libro es a la vez, palabra de Dios y
palabra del ser humano; es decir, la Biblia es toda divina y toda humana. Me ha
parecido, en las muchas charlas que doy a través del continente, que la balanza se
inclina mucho más hacia la idea de que le Biblia es más “palabra de Dios” que palabra
humana. El menos para mí, esto confirma el tradicional sesgo de la gran mayoría de
iglesias evangélicas latinoamericanas hacia la lectura literalista de la Biblia y, con ella,
la idea de considerar el texto bíblico como dictado por Dios, de allí, la declaración de
muchas confesiones eclesiásticas: “la inspiración verbal de las Escrituras”. A mi modo
de ver, sería como afirmar que Jesús, aunque se le reconoce como “todo Dios y todo
hombre”, es más Dios que hombre; lo cual resultaría en una afirmación doctrinal fuera
de las tradiciones teológicas que la mayoría de nosotros formamos parte.
Si seguimos insistiendo en la pregunta sobre qué es la Biblia, podrían surgir
otras relacionadas con ella: ¿Es un recetario?, ¿es un mapa?, ¿es una brújula?, ¿es un
libro de regulaciones? o ¿es un libro paradigmático, es decir, una obra que ofrece
modelos o ejemplos buenos y malos, algunos claros, otros con diversos matices? ¿Qué
es, en última instancia ese libro?
Pero siguen otras preguntas: ¿Cuál es el canon de la Biblia, de cuántos libros
consta ese libro? ¿Son 66, son 73, son más? Y si insistimos en la pregunta del número
de libros, podríamos preguntarnos, si la mayoría de iglesias, predicadores y cristianos
¿no funcionan, enseñan, predican o viven siguiendo un canon más corto o más largo,
aunque consideren que su Biblia tiene solo 66 libros? Si nos metemos un poco más
profundo en este asunto, es muy seguro que concluyamos que la mayoría funciona con
un “canon dentro del canon” y con un “canon fuera del canon”. De aquí que nuestra
muy común declaración de que “la Biblia es nuestra única regla de fe práctica”, en la
mayoría de los casos queda como eso, ¡una declaración nada más!
Y las preguntas siguen: ¿Cuál es la verdadera Biblia?, ¿la Reina-Valera?, ¿la
Dios Habla Hoy?, ¿la Nueva Versión Internacional?, ¿La Traducción en Lenguaje
Actual?, ¿la Nueva Traducción Viviente?, etc. Por otro lado, surge también la pregunta:
¿Qué tiene que ver la versión que más uso con el llamado texto original? ¿Dónde está
ese texto? Además, siempre es bueno preguntarse, especialmente quienes son
responsables de delinear las teologías o doctrinas de las denominaciones, quienes
enseñan y predican la Palabra, ¿Se basa nuestra fe, enseñanza y proclamación de la
Palabra en los textos hebreo y griego, o se basa en una traducción o versión de la
Biblia, como las que hemos mencionado arriba?
La segunda pregunta de esta unidad, ¿para quién o de quién es la Biblia?, pide
otras preguntas: ¿Es la Biblia un libro para pastores, para los eruditos, para la familia,
para la iglesia, para el joven, para el niño, etc.? Y, relacionadas con esta pregunta,

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están las siguientes: ¿Qué Biblia necesita el profesor de un seminario? ¿Qué Biblia
necesita el pastor? ¿Qué Biblia necesita la esposa del pastor? ¿Qué Biblia le ofreces al
joven, al niño, al recién convertido?
Podríamos pasarnos un buen tiempo respondiendo o buscando respuestas a
cada una de las preguntas hechas en los párrafos anteriores. Sin embargo, las he
levantado para mostrar, una vez más, lo complicado y desafiante que se hace tomar en
serio el tema de la actualidad o relevancia de la Biblia en el siglo veintiuno. El deseo es
válido, y debemos tratar este tema más a menudo. Sin embargo, la tarea para
abordarlo, aunque parece viable, en primera instancia, resulta en realidad muy difícil.
Es como desenredar un ovillo de hilo de lana con el que ha jugado el gato de la casa.
Vivimos en un mundo muy complicado y muy cambiante.

3 La ignorancia de la Biblia, sobre todo, del Antiguo Testamento


Cualquier cosa que su pudiera decir en relación con lo que dicen los párrafos
anteriores, un asunto resulta impostergable, tanto dentro como fuera de la iglesia. Es
realmente impactante el silencio de la Biblia en la iglesia, en las familias cristianas,
hasta en los pastores. A menudo escucho de gente que tiene más de cuatro décadas
en la fe evangélica la respuesta no deseada. Por ejemplo, una amiga miembro de una
familia que nació en el evangelio me dijo en una ocasión: “Yo de la Biblia no se
prácticamente nada; el que sabe es mi esposo, él sí estudia y lee la Palabra”. Lo que
más me impacta y entristece es la ruptura entre la vida cristiana y el conocimiento de la
Biblia. La pregunta que de inmediato me hago es: ¿Cómo puede la Biblia ejercer
influencia en la vida de los creyentes, si no se lee, si no se la estudia y si no se la
conoce, y mucho menos se vive de acuerdo con sus enseñanzas? Este es el meollo
del asunto; si no se resuelve, muy poca esperanza hay con la influencia que pueda o
deba de tener la Biblia sobre las generaciones que componen nuestro mundo de hoy,
tanto dentro como fuera de la iglesia.
Hablé de una amiga cuya familia lleva prácticamente toda su vida en la fe
cristiana Evangélica, pero espero que nadie se sorprenda de que la misma realidad
viven mucho pastores, líderes, predicadores y maestros de la Palabra. Su ignorancia
se manifiesta en la pobreza de sus temas y textos a tratar a la hora de ensañarla o
predicarla, y sobre todo en el hecho de haber caído en el pecado de omisión “solo
predican y enseñan lo que tiene cabida en su propio canon”.
Como nota positiva debo de decir que, al menos en la comunidad cristiana a la
que mi familia y yo pertenecemos, la comisión de cultos se ha preocupado, desde hace
unos tres años, de proponer para el púlpito y la enseñanza, textos y temas de los
“libros olvidados de la Biblia”: Cantar de los Cantares—como debe leerse y no como se
ha encarcelado en el acercamiento alegórico practicado por muchas iglesias—,
Levítico, Abdías, Nahum, Habacuc, Sofonías, Judas, las tres cartas de Juan, etc.

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De nada sirve que hablemos de la pertinencia del Antiguo Testamento o de toda
la Biblia en nuestro “aquí y ahora”, si no salvamos en inmenso y profundo abismo de la
ignorancia de las Escrituras. Y no me refiero solo al asunto del conocimiento del texto,
de su aprendizaje y uso. No hablo solo del contenido del texto bíblico; hablo también
de la formación del mismo, de sus géneros y formas literarias, de la importante lista de
figuras retóricas que aparecen en profusión a través de todo el Texto sagrado. No se
debe de ignorar que tanto para el uso interno de las Escrituras, en el seno de la iglesia,
como para el uso externo, en diálogo con los “de afuera”—profesores y estudiantes
universitarios, colegas de trabajo, compañeros de viaje, etc.—, importan además del
conocimiento del texto bíblico, también sus características, lingüísticas y literarias.
Muchas de las vergüenzas y penurias que algunos han pasado al discutir con los
“enemigos de la fe” se deben a este tipo de ignorancia.3
Comparto, como ejemplo de esa ignorancia y la incapacidad de responder en
forma adecuada, una situación que vivimos, mi esposa y yo, cuando éramos
estudiantes universitarios en la Escuela de Antropología e Historia en la ciudad de
México, en la década de los setenta, del siglo pasado. Estábamos tomando el curso de
“Materialismo histórico y dialéctico” con un profesor chileno que era marxista, “de los
buenos”. Durante toda su clase, de una hora, y ante un grupo de sesenta estudiantes,
esa noche habló en contra de la Biblia y del Dios de los cristianos. Cuando terminó de
hablar, unos 15 minutos antes de que sonara la campana, dio espacio para preguntas o
comentarios de los alumnos. Yo me paré de inmediato. Mi participación se concentró
en señalarle que la Biblia a la que él se refirió y del Dios de quien él habló, nada tenían
que ver la Biblia que yo leo y estudio ni del Dios y Padre de Jesucristo y de los
Patriarcas del Antiguo Testamento. Y le di una serie de ejemplos. Mi intención era
demostrarle que, si hubiese leído la Biblia y si se hubiese tomado el tiempo para
conocer más de nuestra fe, se habría dado cuenta de los varios puntos de contacto
entre los principios marxistas sobre la ética y la praxis con las enseñanzas y
testimonios bíblicos. La razón por la que cito esta experiencia es por lo que ahora
viene: Tan pronto terminó la clase y salió el maestro, como si fuéramos un imán, como
unos 30 estudiantes nos rodearon a mi esposa y a mí. La mayoría de ese grupo había
nacido en hogares cristianos, evangélicos y católicos, pero desconocían la Biblia, su
mensaje, su contenido y sus varios contextos. Sus conocimientos de la fe se
restringían a lo que burlescamente se llama “teología de Escuela dominical” o de
“catequesis”, si es que hubo.
¿Cómo dar respuesta de nuestra fe a quienes nos preguntes, si no conocemos
la fuente escrita de la misma? Para mí, todo esto que he tratado en este corto ensayo
es, sin duda, clave para poder seguir el camino: ¿De qué manera el mensaje de la

3
Los primeros once capítulos del Génesis, el libro de Apocalipsis, Cantares y algunos otros más son la
fuente común de los “dolores de cabeza” que causan las preguntas y burlas de los “enemigos de la fe”.
Varios de los “comics” o “libros de monos” que ha escrito Eduardo del Río (Rius), monero o caricaturista
mexicano, van en esa línea: Jesucristo de carne y hueso, El católico preguntón, La Biblia: esa linda
tontería, y otros más.

9
Palabra de Dios es y se hace pertinente para el hombre y la mujer del siglo veintiuno?
¿Cómo dialogar con la cultura occidental y occidentalizada, del siglo XXI, que es en la
que estamos inmersos?

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