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Cuestión 1: Cuál sea la doctrina

sagrada y a qué cosas se extiende


El propósito de esta obra es exponer las verdades de la religión cristiana en forma
apta para la enseñanza de los principiantes.
ARTÍCULO 1: Si es necesario que haya una doctrina distinta de las ciencias
filosóficas
Fue necesario para la salvación del género humano que, aparte de las disciplinas
filosóficas, campo de investigación de la razón humana, hubiese alguna doctrina
fundada en la revelación divina. En primer lugar, porque el hombre está ordenado a
Dios como a un fin que excede la capacidad de comprensión de nuestro
entendimiento, como se dice en Isaías (Is 64,4): “Fuera de ti, ¡oh Dios!, no vio el ojo
lo que preparaste para los que te aman”. Ahora bien, los hombres que han de
ordenar sus actos e intenciones a un fin deben conocerlo. Por tanto, para salvarse
necesitó el hombre que se le diesen a conocer por revelación divina algunas
verdades que exceden la capacidad de la razón humana.
Más aún, fue también necesario que el hombre fuese instruido por revelación divina
sobre las mismas verdades que la razón humana puede descubrir acerca de Dios,
porque las verdades acerca de Dios investigadas por la razón humana llegarían a
los hombres por intermedio de pocos, tras de mucho tiempo y mezcladas con
muchos errores, y, sin embargo, de su conocimiento depende que el hombre se
salve, y su salvación está en Dios. Luego para que con más prontitud y seguridad
llegase la salvación a los hombres, fue necesario que acerca de lo divino se les
instruyese por revelación divina.
ARTÍCULO 2: Si la doctrina sagrada es ciencia
La doctrina sagrada es ciencia. Pero adviértase que hay dos géneros de ciencias.
Unas que se basan en principios conocidos por la luz natural del entendimiento,
como la aritmética, la geometría y otras análogas, y otras que se apoyan en
principios demostrados por otra ciencia superior, como la perspectiva, que se basa
en principios tomados de la geometría, y la música en los demostrados en la
aritmética, y de este modo es ciencia la doctrina sagrada, ya que procede de
principios conocidos por la luz de otra ciencia superior, cual es la ciencia de Dios y
de los bienaventurados. Por consiguiente, lo mismo que la música acepta los
principios que le suministra el aritmético, así también la doctrina sagrada cree los
principios que Dios le ha revelado.
ARTÍCULO 3 : Si la doctrina sagrada es ciencia una o múltiple
La doctrina sagrada es ciencia una. La unidad de cualquier potencia o hábito se
toma del objeto, y no del objeto material, sino de la razón formal del objeto; y así,
por ejemplo, un hombre, un asno y una piedra convienen en la razón formal del
color, que es el objeto de la vista. Si, pues, la doctrina Sagrada considera las cosas
en cuanto reveladas, como hemos dicho (a.2), todo lo que sea divinamente
revelable comunica en la razón formal única del objeto de esta ciencia, y, por tanto,
queda comprendido en la doctrina sagrada como en una sola ciencia.
ARTÍCULO 4: Si la doctrina sagrada es ciencia práctica
Hemos visto ya (a.3) que la doctrina sagrada, sin perder su unidad, se extiende a lo
que pertenece a diversas ciencias filosóficas en virtud de la razón formal con que lo
considera, esto es, la de ser cognoscible por luz divina. Por tanto, aunque unas
ciencias filosóficas sean especulativas y otras prácticas, la doctrina sagrada abarca
unas y otras, a la manera como Dios, con la misma ciencia, se conoce a sí mismo
y las cosas que hace.
Es, sin embargo, más especulativa que práctica, porque trata de las cosas divinas
con preferencia a los actos humanos, de los que sólo se ocupa en cuanto que por
ellos se encamina el hombre al perfecto conocimiento de Dios, en el cual consiste
su felicidad eterna.
Y de aquí se deduce la respuesta a las dificultades.
ARTÍCULO 5: Si la doctrina sagrada es superior a las otras ciencias
Puesto que esta ciencia es en parte especulativa y en parte práctica, sobrepuja a
todas las demás ciencias, sean especulativas o prácticas. Se dice que una ciencia
especulativa es superior a otra, o en atención a su certeza, o a la dignidad de su
materia. Pues bien, por ambos conceptos excede la doctrina sagrada a las otras
ciencias especulativas. En cuanto a la certeza, porque las otras ciencias la tienen
de la luz natural de la razón humana, que es falible, mientras que ésta la toma de la
luz de la ciencia divina, que no puede engañarse. En cuanto a la dignidad de la
materia, porque ésta trata principalmente de cosas que por su elevación sobrepujan
la capacidad del entendimiento, y, en cambio, las otras ciencias sólo estudian lo que
el entendimiento señorea. Entre las ciencias prácticas es la más noble la que se
ordena a un fin más elevado, y así la ciencia civil es superior a la militar, porque el
bien del ejército se ordena al de la ciudad. Ahora bien, el fin de esta doctrina en su
aspecto práctico es la felicidad eterna, a la cual todas las otras ciencias prácticas
están subordinadas como a su último fin. Por donde se ve que en todos los aspectos
es superior a las demás ciencias.
ARTÍCULO 6: Si esta doctrina es sabiduría
Esta doctrina es la sabiduría por excelencia entre todas las sabidurías humanas, y
no sólo en algún orden, sino en absoluto. Puesto que la función del sabio es ordenar
y juzgar, y el juicio acerca de lo inferior se forma recurriendo a causas más elevadas,
en cada género de conocimientos se denomina sabio al que juzga con arreglo a la
causa suprema de aquel género: por ejemplo, en el arte de la edificación, al artífice
que dispone los planos del edificio se le llama sabio o arquitecto respecto a los
artesanos inferiores, que labran la madera o pulimentan la piedra; y por esto dice el
Apóstol (1Co 3,10): “Como sabio arquitecto, puse los cimientos”. Además, en los
asuntos de la vida humana se llama sabio al prudente, por cuanto ordena los actos
humanos al debido fin; y por esto se dice en los Proverbios (Pr 10,23): “La sabiduría
para el varón es la prudencia”. Por tanto, el que estudia la causa absolutamente
primera de todo el universo, que es Dios, es el sabio por excelencia, y por esto se
dice que sabiduría es “la ciencia de las cosas divinas”. Ahora bien, la doctrina
sagrada se ocupa de Dios precisamente en cuanto es causa suprema, y no sólo en
cuanto a aquello que de Él puede conocerse por las criaturas (y que conocieron los
filósofos, como dice el Apóstol (Ro 1,19): “Lo cognoscible de Dios les es
manifiesto”), sino también en cuanto a lo que sólo Él puede conocer de sí mismo y
comunica a otros por revelación. Por consiguiente, la doctrina sagrada es la
sabiduría por excelencia.
ARTÍCULO 7: Si el sujeto de esta ciencia es Dios
El sujeto de esta ciencia es Dios. El sujeto de una ciencia tiene con ella la misma
relación que los objetos con sus respectivas facultades o hábitos. Propiamente
hablando, el objeto de una potencia o hábito es aquello por lo cual las cosas dicen
relación a tal potencia o hábito, como el hombre y la piedra dicen relación a la vista
por el color, y de aquí que lo coloreado sea el objeto propio de la vista. Pues bien,
como en la doctrina sagrada todo se trata desde el punto de vista de Dios, bien
porque es el mismo Dios o porque está ordenado a Dios como principio y fin,
síguese que el sujeto de esta ciencia es Dios. –Esto mismo se prueba por la
naturaleza de los principios de esta ciencia, que son los artículos de fe, y la fe tiene
por objeto a Dios, ya que uno mismo es el objeto de los principios y el de toda la
ciencia, puesto que toda ciencia está contenida virtualmente en sus principios.
Hay, sin embargo, quienes, en vista de las materias que trata y no del punto de mira
bajo el que las estudia, le han asignado muy diversos objetos, y así para unos serían
cosas y signos; para otros, la obra de la redención; para otros, el Cristo total, esto
es, la cabeza y los miembros. Ciertamente que la ciencia sagrada trata de todas
esas cosas, pero lo hace en orden a Dios.
ARTÍCULO 8: Si esta doctrina emplea argumentos
Así como las otras ciencias no argumentan para demostrar sus principios, sino que,
basadas en ellos, discurren para demostrar otras verdades que hay en ellas, así
tampoco ésta emplea argumentos para demostrar los suyos, que son los artículos
de fe, sino que, partiendo de ellos, procede a demostrar otras cosas, como lo hace
el Apóstol (1Co 15,12ss), el cual, apoyado en la resurrección de Cristo, discurre
para probar la resurrección de todos nosotros.
Pero adviértase que, en las ciencias filosóficas, las inferiores no sólo no prueban
sus principios, sino que tampoco discuten con quienes los niegan, dejando esto a
cargo de otra ciencia superior; y, en cambio, la suprema entre ellas, la metafísica,
mantiene controversia con el que niega sus principios, siempre que el adversario
admita algo, puesto que, si nada admite, no queda medio de discutir con él; no
obstante lo cual, se pueden resolver sus objeciones. Así, pues, como la ciencia
sagrada no tiene superior a ella, discute también con quienes niegan sus principios;
y si el adversario admite algo de la divina revelación, lo hace argumentando; y por
eso empleamos la autoridad de la sagrada doctrina para argüir contra los herejes y
utilizamos un artículo de la fe contra los que niegan otro. Claro está que, si el
adversario no cree cosa alguna de lo revelado por Dios, no quedan medios para
hacerle ver con razones los artículos de fe; pero sí los hay para resolver sus
objeciones en caso de que las ponga, porque, asentada como está la fe en la verdad
infalible y siendo imposible demostrar lo que es opuesto a la verdad, es evidente
que las pruebas aducidas contra lo que es de fe no son demostraciones, sino
argumentos que tienen solución.
ARTÍCULO 9: Si la Sagrada Escritura debe usar de metáforas
Es conveniente que la Sagrada Escritura proponga lo divino y espiritual utilizando
imágenes corpóreas. Dios provee a todas las cosas como conviene a su naturaleza.
Lo natural del entendimiento humano es llegar a lo inteligible por medio de lo
sensible, ya que todos nuestros conocimientos empiezan en los sentidos. Así, pues,
es conveniente que la Escritura Sagrada nos proponga las cosas espirituales
envueltas en imágenes de cosas corpóreas, y esto es lo que dice Dionisio: “Sería
imposible que el rayo de la luz divina brillase para nosotros, si no fuese amortiguado
con variedad de velos sagrados”.
Además, como la Sagrada Escritura se hizo para todos, según aquello del Apóstol
(Ro 1,14): “Soy deudor de sabios e ignorantes”, fue conveniente que propusiese lo
espiritual en forma de imágenes, para que siquiera de este modo lo alcanzasen los
rudos, incapaces de elevarse por sí mismos al conocimiento de lo inteligible.
ARTÍCULO 10: Si un mismo texto de la Sagrada Escritura tiene varios sentidos
El autor de la Sagrada Escritura es Dios, el cual puede no sólo acomodar las
palabras a lo que quiere decir (que esto pueden hacerlo los hombres), sino también
las cosas mismas. Por tanto, así como en todas las ciencias la palabra significa
alguna cosa, lo propio de esta ciencia es que las cosas significadas por las palabras
signifiquen algo a su vez. Así, pues, la primera acepción en que se toma la palabra,
que es la de significar alguna cosa, pertenece al primer sentido, llamado histórico o
literal; y lo que, a su vez, significa la cosa expresada por la palabra llámase sentido
espiritual, que se apoya en el literal y lo supone.
Por su parte, el sentido espiritual admite tres subdivisiones. La antigua Ley, según
dice el Apóstol (Hb 7,19), es figura de la nueva, y ésta, como dice Dionisio, lo es de
la gloria futura; y en la nueva Ley, lo que se cumplió en la Cabeza, es figura de lo
que nosotros debemos hacer. Así, pues, en cuanto el contenido de la antigua Ley
es figura de lo que contiene la nueva, tenemos el sentido alegórico; en cuanto que
lo cumplido en Cristo o en lo que a Cristo representa es signo de lo que nosotros
debemos hacer, tenemos el sentido moral, y en cuanto significa lo que hay en la
gloria, el sentido anagógico.
Sin embargo, como el sentido literal es el que se propone el autor, y el autor de la
Sagrada Escritura es Dios, que todo lo entiende simultáneamente, no hay
inconveniente en que, como dice San Agustín, un mismo texto de la Sagrada
Escritura tenga varios sentidos.

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