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“La Novia de Borges, en Soledad de Amor Herido”

Omar Pérez Santiago


Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº. 88.736
Editorial Aura Latina, 2014.
Ediciones Los Perros Románticos, 2014

“La Novia de Borges”


es un libro diseñado por Marcelo Pérez Santiago

www.auralatina.cl
contacto@auralatina.cl

Los Perros Románticos


Santo Domingo 588, Santiago
Acerca del Autor

Omar Pérez Santiago, Santiago de Chile, 6 de mayo de 1953,


escritor y cronista chileno.
Egresó de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad
de Chile.
Estudió Historia económica en la Universidad de Lund.

Últimos libros publicados:

Caricias, poemas de amor de Michael Strunge.


Aura Latina, 2014

Allende, el Retorno. Novela.


Aura Latina & Cinosargo Ediciones, 2013

Introducción para Inquietos. Tomas Tranströmer. Nobel 2011.


Cinosargo Ediciones, 2012

Nefilim en Alhué y Otros Relatos Sobre la Muerte. Cuentos.


Mago Editores, 2011

Breve historia del cómic en Chile.


Editorial Universidad Bolivariana, 2007

Escritores de la Guerra.
Vigencia de una generación de narradores chilenos. Ensayo.
Editorial Universidad Bolivariana, 2007

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La Novia de Borges
en Soledad de Amor Herido
En soledad vivía,
Y en soledad ha puesto ya su nido,
Y en soledad la guía
A solas su querido,
También en soledad de amor herido.
(San Juan de la Cruz)
Me Duele una Mujer
El nombre de una mujer me delataba
Me duele una mujer en todo el cuerpo
El amenazado, Jorge Luis Borges

La vida del genial escritor argentino Jorge Luis Borges


se podría reducir a dos o tres escenas. En una de ellas, Borges
piensa suicidarse. Por amor. O, más bien, por desamor, palabra
dolorosa que preferiría no haber usado. Estamos en el año 1945.
Borges no osa ya moverse, se siente mutilado. Se enfrenta a la
muerte, una disyuntiva teológica o ética, de un modo más bien
dramático y aun trágico, que no excluye, por cierto, la volun-
tad paródica del suicida. Es un ser patético también, solitario
y fatigado, anhelando su muerte como una liberación. Bor-
ges intuía lo que ya había revelado (o iría a revelar) el poeta:
“quizá en la muerte para siempre seremos, cuando el polvo
sea polvo, esa indescifrable raíz, de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz, nuestro solitario cielo o infierno”.

Borges busca, quizás como el Job de los libros


sapienciales, la razón del sufrimiento. Sin embargo, se parece
más al Cohélet del Eclesiástes que a Job. Cohélet, si bien queda
desconcertado ante el giro que la Sabiduría da a los asuntos
humanos, afirma que la Sabiduría no tiene por qué rendir cuentas,
y se han de aceptar de su mano tanto las pruebas como las alegrías.
Así, la voluntad de Borges encarna, por un lado, un desgarramien-
to interior y, por otro, una decidida voluntad de trascenderlo.

Dicen (lo cual es probable) que la historia fue referida


por la escritora argentina, Silvina Bullrich, meses antes
de la muerte de Jorge Luis Borges y por la misma Estela
Canto, después de la muerte de Jorge Luis Borges.

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Borges falleció, si mal no recuerdo, de muerte natural, hacia 1986.


Un cierto libro de Estela Canto, “Borges a Contraluz”, circuló en
Buenos Aires. Creo, además, haber leído una extensa entrevista al
sicólogo de Borges, Kohen Möller, en un suplemento literario del
periódico español El País. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien,
durante el funeral precioso y preciso de Jorge Luis Borges, en la
catedral Saint Pierre de Ginebra, y la reveló en Santiago de Chile.
Allí la escuché el invierno de 1990 en una tertulia de escritores.

Aquí, en mi cuarto habitual de la ciudad de Malmö,


bosquejo en mi ordenador de palabras esta historia. Lo haré con
probidad, mas ya preveo que cederé a la tentación literaria de
acentuar o agregar algún pormenor. En las diferentes versiones
se ha impugnado la autenticidad de ciertos datos, de ciertos pasajes
y aun de ciertos episodios. Pero se va renunciando cada vez más a
desconocer la unidad de la historia. Mi versión, por lo tanto, no es
literal, pero es digna de fe. Pienso que si la escribo, los otros la
leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para todos.
Para las mentes clásicas, la literatura es lo esencial, no los
individuos. La anécdota es, apenas, una aproximación imperfecta
de un símbolo, una metáfora de algo que aún intentamos descifrar
y que nos fuerza a enfrentar los enigmas humanos, como si fueran
una revelación más elevada.

Hombres menospreciados, que aman sin ser amados, lean


este cuento cierto, un aliento al perdedor.

Muchachitas que enamoran hombres maduros, asistan


a ver el naufragio.

Los hechos ocurrieron en Buenos Aires.

Pienso que no podrían haber ocurrido en otra parte.

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Fervor de Buenos Aires
Borges tropieza torpemente con el cuerpo perfumado
de Estela Canto en el Café Richmond del Sur.

Estela Canto baila en el centro de la pista -al fondo, una


pequeña orquesta toca tangos- ella gira graciosamente y en la
vuelta queda pegada al cuerpo de Borges que acaba de ingresar.
El traje tradicional y anticuado de Borges contrasta con la moderni-
dad de Estela Canto, de ojos grandes y expresivos y evidentemente
coqueta. Una vamp argentina a quienes todos elogian. La reina de la
noche porteña. La muchacha que encarna la imagen que los hombres
se han forjado de ella. Vestida exageradamente a la moda, un vestido
ajustado marca su talle de gacela y sus dos bellos pechos. Lleva una
boina blanca sobre su melena púrpura, desviándose hacia una ceja.

Borges inhala un segundo su fragancia deliciosa, ve cerca


sus labios escarlata, tartamudea dos sonidos, una disculpa
ininteligible, intenta desembarazarse y finalmente, cruza turbado,
casi vagabundo. Tambalea hacia el fondo, hasta la mesita
en la que está sentado un joven y elegante escritor argentino,
que aquí llamaremos Adolfo Bioy Casares.

Borges se saca su abrigo, se sienta y aun turbado saluda a


su amigo.

—Adolfo, he terminado “El Aleph” —dice Jorge Luis


Borges y lanza el manuscrito sobre la mesa.

Borges tiene cuarenta y cinco años y, aunque no famoso,


abunda en antologías y es apreciado por los jóvenes artistas de
Buenos Aires. Por las tardes trabaja en un cargo subalterno de la
Biblioteca Municipal Miguel Cané, en Avenida La Plata y Carlos
Calvo, en condiciones duras, desagradables y degradantes, por un

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

pequeño sueldo que lo humilla secretamente. Le pagan doscientos


diez pesos por mes, una suma equivalente a unos setenta u
ochenta dólares. Los otros compañeros de trabajo se interesan sólo
en las carreras de caballos, en el fútbol y en los chistes obscenos.
Terminado su trabajo, Borges vuelve a un mundo cálido durante
la noche. Las noches de Borges están ocupadas con el
ritual de encontrarse de sobremesa con amigos, conversar
sobre todo o sobre nada.

Adolfo Bioy Casares —más joven, tiene sólo treinta


y tres años—, toma las catorce carillas del manuscrito de Borges
y lee atentamente las últimas páginas, la Postdata de “El Aleph”,
el famoso cuento de Borges. El final (“Nuestra mente es
porosa para el olvido…”) gana su aprobación:

—¡Está bien…, está muy bien!

La radio interrumpe la música y la conversación recién


iniciada. Es una noticia importante: “Hoy 23 de agosto de 1944
París ha sido liberado. Los parisinos han salido a la calle, desde
los edificios lanzan serpentinas al paso de las tropas…”

—Linda noticia, Adolfo, ¡la liberación de París!


—¡Por fin, Borges, por fin!
—Ahora descubro que una emoción colectiva también
puede ser noble.
—Hay aquí en Buenos Aires, sin embargo, muchos que
están tristes, partidarios de Hitler.

Borges responde con una condena y tres alusiones


eruditas:

—…Versátiles…, veneran la raza germánica, pero abomi-


nan de la América sajona; condenan los artículos de Versailles,
pero aplaudieron los prodigios de Blitzkriege. Son antisemitas,
pero profesan una religión de origen hebreo.
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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—El nazismo adolece de irrealidad, Borges.


Es inhabitable; los hombres sólo pueden morir por él,
mentir por él, matar y ensangrentar por él.
—Hitler de modo ciego, como el buitre de metal y el
dragón, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán.

La conversación muy intelectual, muy de señores


sabelotodo, se desvanece en una nube de coquetería. Borges
mira a Estela Canto, mujer de veintitrés años y evidentemente
sensual, hermosa y encantadora. A veces, subyugado, deja fijos
sus ojos en la gracia de su flora. Ella ahora, balancea las curvas de
sus caderas hacia la mesa de los escritores, y surge como una bella
luna, mujer joven, un brote que huele a carnal, a sexo,
el buen olor del sexo.

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El Oro de Los Tigres
Adolfo Bioy Casares tiene fama de coquetón y mujeriego.
Ahora se levanta, se vuelve a Estela, la abraza por la cintura y
palpa su cuerpo flexible y oloroso a través de la tela de seda de
la ropa y exclama:

—Querida y bella Estela, qué alegría verte. Jorge Luis


te presento a Estela Canto, traductora de Emecé y escritora.
—Encantado…

Borges, formal y tímido, le tiende la mano sin saber dónde


posar sus ojos azules. Estela siente su mano al ser estrechada, como
sin huesos, floja, como molesta por tener que soportar el evidente
contacto. Se acerca al oído de Borges, como si fuera a contar un
chisme. Los senos inflados y los pezones canela lo rozan
y lo perturban.

—¡Ah, Borges! Toda la cofradía literaria de Buenos Aires


habla de ti. ¡Si escucharas los comentarios…!

Hay un poco de arrogancia y un poco de osadía en los


gestos de Estela. Borges responde con un ligero tartamudeo,
que se evidencia cuando está con desconocidos o cuando habla
en público.

—Sé…, sé que me acusan de soberbia intelectual, y tal


vez de misantropía, y tal vez de locura…Pero, bien, quizás mis
textos…, abundan demasiado en inservibles antologías
y ociosos opúsculos.
—Entiendo que deseas ser humilde…

La mujer perturbadora, transgresora, huele a hembra, a


perfume de mujer en fiesta.

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Uno no se propone ser humilde, se es o no se es.


—¿No se servirá una copa, Estela?

Adolfo Bioy Casares tiene aún su mano izquierda sobre la


cintura de Estela.

—No, gracias, Adolfo. Yo soy feminista. No quiero


remedar a los hombres. Me desagrada su alcohol.

La frase –subrayada maliciosamente en la palabra


“hombres”— busca ser ingeniosa y Borges no puede dejar de
conmoverse, aunque adivina que no es la primera vez que
la pronuncia.

—He oído que se publica su novela “El muro de mármol”,


Estela –comentó Borges.
—Así es, por la editorial de Don Gonzalo Losada.
—¡Felicitaciones, Estela!
—Gracias, Borges.

“Gracias, Borges”, dice y lo besa en la mejilla, como


si hubiese recibido un regalo. El color rojo del material
labial se marca en el rostro blanco de Borges.

—¿Lleva prólogo? –pregunta el joven Adolfo.


—Censuro la prologomanía. Un prólogo es el beso de la
muerte, mata el texto que prologa. Más me preocupan los críticos.
—No hay que tomarlos en cuenta –dice Borges como
disgustado—. Son como esas personas que pueden indicar a los
otros el sitio de un tesoro sin que ellos puedan alcanzarlo.
—¿No beberá algo realmente, Estela? –insiste de
nuevo Adolfo.
—No, gracias…, debo irme.

Estela en primer plano, Borges y Adolfo en segundo


y atrás, al fondo del cuadro, la pequeña y entusiasta orquesta.
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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Empieza la música y un joven desde el fondo invita a


Estela con un gesto desenfadado a bailar.

La música de tango es arrabalera. Los jóvenes originales,


graciosos, a la moda, transforman el café en una fiesta, en una
danza alegre, alegre pero con mucho de mensajes misteriosos y
magia, algo turbio y delicioso, todo un proceso de miradas y acer-
camientos. Algo eléctrico está pasando por la pista, algo como
de casa privada y en la que, democrática, todos participan. Las
mujeres jóvenes mueven sus caderas y danzan mostrando sus
muslos morenos, mostrando cosas que uno se imagina no haber
visto antes. Las jóvenes femeninas danzantes, con sus trajes
vistosos, insinuantes, acogedoras e imposibles, sorprenden y
envuelven a la audiencia masculina con un morbo permitido, un
reino de la impunidad, goce reconcentrado, que obliga a los
hombres, a pesar de estar violentados, a comportarse discreta y
virilmente frente a esas criaturas de gracia. Suena la orquesta,
suena el coro, la súplica y la magia de un tango arrabalero,
la hora de la cercanía y el contacto, de la sensibilidad y la
vehemencia. Y así se pueden ver los muslos fuertes y largos
de Estela cubiertos de medias negras y de tirantes de portaligas,
fetiches que inventaron los hombres voyeristas.

Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges continúan


analizando el manuscrito mientras los jóvenes bailan un tango.
Pero Borges apenas se concentra. A veces, sus ojos se levantan
por sobre el manuscrito, y se van más allá, con los jóvenes y entre
ellos, sus ojos focalizan a Estela y su risa, sus labios rojo mate y
sus dientes blancos y sanos que podrían triturar cualquier cosa.

Así transcurre esa noche en el café, entre tangos, portali-


gas, dientes blancos y un manuscrito sin terminar.

La trampa matemática o perfecta está ya tendida. Tras esa


trampa o ese juego descubriremos, bajo el manto de una aventura
amorosa, una dimensión sobrecogedora del destino del hombre.
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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Ese destino, que ya forma parte de nuestra intimidad,


parece desarrollarse casualmente. Esa noche húmeda, Borges y
Estela salen juntos del café.

—Vaya, qué casualidad, vamos para el mismo lado


–dice Borges.

El azar empieza a funcionar así, como un poder omnímodo


y aun metafísico. Conectan esa noche, con deliberada negligencia.
Un juego ambiguo y ciertos tonos superficiales de los juegos
verbales, poco a poco, los someterán.

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La Rosa Profunda
La calle del cafetín está rodeada por un enredo de
callejones. Se escuchan cantos y gritos. Guiño de estrellas. Brilla
la luna en los adoquines de la acera. Se escuchan las pisadas de la
pareja y se empiezan a ver las sombras alargadas de sus
cuerpos en el suelo.

—A esta hora fresca me gusta pasear sola —dice ella.

Borges recuerda una broma de Schopenhauer y contesta:



—A mí también. Hagámoslo juntos entonces.
—Oye bien…—dice ella de improviso y levanta
misteriosamente la vista hacia los árboles—. Escucha:
un pájaro está por cantar.

Al poco rato se oye el canto de un ruiseñor…

—Se piensa que quien está por morir prevé lo futuro.


—Yo estoy quizás por morir, Borges.

Ella lo toma del brazo. Él, mirón solitario, contempla


subrepticiamente las tonalidades de la carne de los senos altivos.
Caminan en silencio hasta la estación del subterráneo de Santa Fe
y Pueyrredón y cuando Estela se dispone a bajar las descuidada
escalinatas hacia el andén, Borges le dice con voz temblorosa:

—¿Puedo acompañarla hasta su casa?


—Caminar junto a un hombre inteligente es siempre
agradable.
—¿Inteligente? ¿Yooo? Usted exagera, Estela. Sólo me
gustan los relojes de arena, los mapas, las etimologías, el sabor
del café y la prosa de Stevenson, nada más.

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Tú debes tener mucho que enseñar a una mujer, Borges.


Yo podría aprender de ti.

Ella parece ansiosa y lo contagia fácil. Borges –mal


acostumbrado a los libros— responde con una cita del
maldito de Conrad:

—About women: They live in a world of their own, and


there had never been anything like it, and never can be.
—Well, well, you speak English very, very well…, mister
Borges, mister Georgie.
—You have de Mona Lisa´s smile and you move like a little
chess horse.
—Me halaga, Georgie…

Al llegar a la Avenida de Mayo, deciden entrar a un bar.


Ella pide un café y Borges un vaso de leche.

—Me disculpa, Estelita, debo llamar por teléfono a mi madre.


—¿A tu madre?

En esa pregunta y en la respuesta que sigue se engendra ya


un triángulo.

—Bueno, ella se preocupa…, usted sabe…


—Tu madre…, ¿A tu edad?

Estela lo mira curiosamente desde la mesita. La espaldas


de Borges se van empequeñeciendo a medida que camina en
perspectiva al mesón, sobre el que descansa un teléfono. Lo ve
marcar el teléfono y gesticular con lentitud casi minuciosa. Borges
luego cuelga, se pasa una mano por sobre la cabellera y viene hacia
Estela.

—Es extraño…, Estela –dice Borges sentándose a la


mesa— me parece haberle conocido mucho tiempo.Quizás
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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

la historia es un círculo y que nada es ya que no haya sido y que


no será.

—Georgie –ahora ella juguetona, lo llama Georgie, como


si fuera un niño, un muchacho de pecho—. No me dirás que tú
también perteneces a la secta de los monótonos, ¿no? La cosa es
más simple y más prosaica: yo te conocí de niña. Tenía diez años.
Tú pasabas frente a mi casa cada día. Yo te observaba desde la
puerta de mi casa.
—El tiempo es un arduo y tembloroso problema, una
delusión.
—No, tú eres el mismo.
—¿Usted cree?
—La misma silueta. Concentrado, i—rri—tan—te, casi
ridículo. A mí, en cambio, me gustan los hombres que me necesiten.
Un hombre que me recuerde que soy una hembra, un animal…
Ahora soy adulta…

Estela levanta sus manos desde sus caderas hacia arriba,


marca la idea del ser adulto. Borges se sacude al ver sus bellos
senos erectos. No se podrá saber nunca si la idea incestuosa que
ella lanza al subconsciente de Borges fue premeditada: yo niña, tú
adulto. Hacen conexión, intiman.

Salen del bar. Llegan a la esquina de la casa de Estela. Sin


embargo, Borges arguye la evidente cercanía del Parque Lezama y
camina las doce cuadras que está hacia el parque. Se sientan en los
escalones que miran hacia la calle Brasil, en el descuidado anfitea-
tro que alguna vez quiso ser un teatro griego, frente a las cúpulas
azules acebolladas de la iglesia ortodoxa rusa de Buenos Aires.
La conversación divaga por lo que había sido, por sus antiguos
cercos, por sus flores, por el paso del tiempo. El bibliotecario de
Boedo mira el reloj. Eran las tres y media de la mañana. Él llama
un taxi y deja a Estela en la puerta de su casa.

Al acostarse Borges teme el insomnio.


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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Sintió que mañana debería verla.

Incrédulo, silencioso y feliz contempló dentro de sí la


preciosa formación de un lento sentimiento humano. “De nuevo
soy mortal, de nuevo me parezco a todos los hombres”, anotó
sin dudar en su cuadernillo que posó sobre el velador.

Esa noche durmió hasta el amanecer. Nada le indicaba que


lo esperaba la mayor humillación de su vida.

24
El Jardín de Senderos
que se Bifurcan
Al día siguiente el bibliotecario vuelve la casa de
Estela. Ella no está. Deja en la portería un libro de Joseph
Conrad. Esa noche regresa y juntos caminan hacia la confitería
Richmond de Florida, vagan entre los frecuentes cafés,
con orquestas típicas de tango y con mesas de billar.

—¿Ha leído a Conrad, Estela?


—Un poco largo…Una historia de amor debe ser
imprevista, frágil como una flor, un olor, un olor directo. Lo único
que uno puede hacer es sonreír débilmente y exclamar: aaah!!

Ella lanza su pelo hacia atrás y lo mira ofensivamente,


lozana, poderosa, rinde culto al cuerpo, cuerpo cautivo y cosificado,
el cuerpo de mujer que todo buen hombre quisiera ver.

—El amor…, una flor un poco peligrosa…


—Bueno, si yo logro entender…
—¿Entender? El amor no se necesita entender, uno debe
perder la conciencia. Pasión, desesperación. Uno debe morir en
los brazos del amante…, ¿No lo has sentido así, Georgie?
—No, Estela, en verdad, no…

Ella se desliza hacia Borges. Ahora le habla desde atrás.


Se lo dice dejando sus manos sobre sus hombros.

—¿Cuántas veces puede enamorarse un hombre, Borges?


—Bueno…, Estela, este…, es una pregunta difícil.
—Háblame de tus libros, Georgie, de tu literatura…
—Escribo un cuento sobre un lugar que encierre todos los
lugares del mundo, se llamará “El Aleph”. Quizás usted me pueda
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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

ayudar con algún detalle preciso que es importante y que no


descubro. Mírelo.

El manuscrito salió desde el bolsillo de Borges.

—Deseas halagarme de nuevo. Ahora bien, yo puedo


escribir tu manuscrito a máquina…, aunque tú tienes una
letra endiablada y microscópica.
—Bueno, gracias, si a usted no le molesta.
—Yo seré un día esa vieja dama de la nouvelle de Henry
James “The Aspern Papers”, un famoso escritor, y cuando está
muy vieja los publica. Te publicaré estos papeles cuando estés
muerto, Borges.
—Vaya, la verdad es que usted me sobrevivirá, Estela,
usted es jovencita aún…
—Soy joven, mas también llegaré a vieja.
—Aquí tengo el Aleph, el objeto que muestra todos los
objetos del mundo.

Saca del abrigo un caleidoscopio, un tubo con una planchita


donde se hace girar unas virutas de acero que forman inesperadas
combinaciones. Estela juega con el caleidoscopio. Se lo pasa a él
para que mire las mezclas interiores. Estela ríe.

Una milonga se escucha desde uno de los café. Ella da


unos pasitos de baile alrededor de él mientras lo estudia con el
caleidoscopio como catalejo.

—Aquí veo todos los objetos del mundo —dice divertida.



Ella hace girar a Borges.
Borges se mueve ridícula y torpemente, casi infantil.
Está fascinado.

Él se detiene y la mira intensamente. Se sonríe.


Borges está ya enamorado.
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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Bésame —dice ella.


—No, hoy sería banal –Borges se ríe. Está feliz.

Entonces, canta de nuevo un ruiseñor.

Levanta la vista.

Piensa que ese ruiseñor que oye esa noche bien puede ser
el ruiseñor que cantaba el romántico de John Keats en su célebre
oda. Puede ser también el ruiseñor que oyó, en los campos de Israel,
el corazón triste de Ruth la moabita, cuando, sintiendo nostalgia
de su tierra, por las extrañas mieses se detuvo, llorando.

“Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las


simetrías”.

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Adrogué
Así, los días pasan. Jorge Luis Borges está ya enamorado.
Se siente atraído por una fuerza oscura y grande, una caverna
musgosa. En contraste, su vida cotidiana es curiosamente anónima
y deprimente en la biblioteca municipal Miguel Cané. No comparte
con sus compañeros de trabajo sus ruidosas y vulgares bromas y
sigue, en cambio, con su trabajo en el sótano. Allí, en su propia
Biblioteca de Babel, en un ambiente burocrático sórdido,
monótono y penoso, escribe los artículos y reseñas para Sur y
La Nación. Utiliza varios diccionarios biográficos, el Columbia
Enciclopedia de 1935, algunas revistas prestigiosas (como la
Nouvelle Revue Francaise o el Times Literary supplement)
e informaciones para la prensa, distribuidas por editores
norteamericanos y europeos.

Ahora mismo escribe pequeñas notas a Estela: “nunca,


Estela, me he sentido tan cerca de usted; la imagino y la pienso
continuamente, pero siempre de espaldas o de perfil”. Ella los
recibe, los lee, se conmueve, se sonroja. Le afecta esa especie
de pureza juvenil.

Se van juntos a veces al confortable departamento de Adolfo


Bioy Casares y Silvina Ocampo. Las tardes de los viernes, la pareja
abre su casa a los amigos literarios. Luego Borges y Estela
pasean, vuelven juntos. A veces él aprieta entre sus brazos las
agradables proporciones de su cuerpo, con sus manos regordetas
y blancas, pero nunca va más allá de unos cuantos besos (bruscos,
torpes y a destiempo) que ella acepta condescendientemente.

De los días y las noches que componen esta historia, sólo


me interesa una noche, del resto me he referido sino lo indispen-
sable para que esta noche se entienda. Estamos, según dice, en un
acontecimiento central de la vida de Borges; los días anteriores lo

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

prepararon, los subsiguientes los reflejan. Borges la invita a


conocer al hotel Las Delicias –una suerte de edificio neoclásico,
en el estilo de la Belle époque, probablemente inspirado en algún
prototipo de la Riviera francesa—. El hotel lo vincula con sus
juegos y pesadillas infantiles. Durante años Borges y su familia,
para evitar el calor y la humedad de Buenos Aires, frecuentaron
el hotel de largo pasillos con espejos y elusivas madreselvas.

Entraron por el pórtico con columnas y nichos, donde hay


ninfas semivestidas o semidesnudas, que se abre sobre un patio
con azulejos blancos y negros, en forma de diamante, la forma de
la espada. El edificio tenía menos de un siglo, pero era desmedra-
do y opaco y abundaba en perplejos corredores y en vanas antecá-
maras, aparentemente interminables y laberínticas. Abundaba en
inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: a una Diana glacial
en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana.

Después de la comida dan una vuelta por los patios y llegan


por un jardín a una plaza arbolada, llena de hojas caídas y un
interminable olor de eucaliptos. En un banco sin respaldo,
Borges y Estela se sientan a horcajadas, uno a cada extremo.
Hay poca luz y no pueden verse claramente. Una luz amarilla
y circular definía en el jardín dos fuentes cegadas.

Es ya bastante tarde y de golpe, pero con voz vacilante, él


le dice:
—Eh…, Estela, ¿Se casaría conmigo?

La pregunta parece rasgar el paño silencioso de la noche.


Un eco parece repetirla continuamente. Borges la desea.

—¿Casarnos? ¿Nosotros?
—…
—Bueno, sí, sí, Georgie, pero antes…deberíamos
acostarnos…, hacer el amor…

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Divertida y atrevida plantea la contienda sexual. Tiemblan


los músculos de la cara de Borges, respira rápido.

—Sí, sí, Estela, sí…, caramba…, tiene razón…

Entonces musita como para mitigar el impacto de las


palabras de Estela: “mucho he leído, pero poco he vivido.”

Se levanta, algo musita de nuevo tropieza.

Está abatido, inaudible casi.

Escucha el ruido ampliado del agua de las fuentes y del


suave viento. Baja la vista, desea caminar, salir de ese hotel con
forma laberíntica.

Se siente atrapado.

Es un minotauro, un minotauro que apenas se defiende.

Tampoco se defiende cuando, unos días después de este


incidente, su madre y Estela se confrontan ácidamente.

31
Inquisiciones
Estela Canto llega a la calle Maipú 994, en el centro de
Buenos Aires. Cruza el vestíbulo de entrada hasta el pequeño
ascensor y entra. En el sexto piso sale. Da dos pasos hasta
la puerta de enfrente, observa la pequeña placa de bronce con el
apellido Borges. Estira un dedo y toca el timbre.

El sonido del timbre se escucha adentro asemejando a


una leve campanada. Borges, a pesar que espera ese sonido, se
deja sorprender y levemente ansioso, va a abrir. Entran juntos
a un living room espacioso lleno de muebles del siglo XIX. La
casa de Borges es tradicional. Un ambiente de ritos y ceremonias.
Entonces se enfrentan las dos mujeres, Estela y Doña Leonor.

—Madre, te presento a Estela Canto.


—Leonor Acevedo de Borges… —dice la señora.

Doña Leonor ejerce los ritos con dignidad.

—Buenas tardes, señora.


—Ya era hora que la conociera, ¿verdad? Mi hijo me ha
hablado mucho de usted, Estela.
—Ah, ¿sí?
—Aquí en mi casa sólo se habla de usted… ¿un poco de té?
—Sí, gracias.

El encuentro no es afortunado. Según se sabe, la seño-


ra ejerce una sorprendente influencia sobre Jorge Luis. Aquella
madre fiscaliza sus amistades, sus conversaciones y sus ideas
políticas. Entre Estela Canto y Doña Leonor Acevedo de Borges
(que, según dicen, nunca dejó solo a su hijo) hay rivalidad;
quizás el duelo es entre las dos y Borges un instrumento.

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La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Pasan a la parte del comedor, donde hay mesas y sillas


sólidas, un aparador con algunas piezas de plata; contra la única
ventana, hay un pequeño sofá y dos sillas. Un elegante mueble
de marquetería, con cubierta de mármol, y el pequeño escritorio
de Doña Leonor (que le había regalado en su primera comunión).
La caoba relucía, las sillas y el sofá, recubiertos de cuero, parecían
nuevos a pesar de que la forma y el color fueran anticuados.
Un cuadro del padre de Borges cuelga en la pared. La criada de
la familia sirve té y le pregunta a Doña Leonor, no a Borges,
si éste bebería té. Borges movió la cabeza. La madre dijo:

—El niño no toma té a esta hora.


—¿Le molesta si fumo, Doña Leonor?
Estela desea ser cordial.

—Una mujer jamás debe fumar…, ninguna verdadera


mujer…
—Disculpe, Doña Leonor, no ha sido mi intención
molestarla.
—No me molesto, entiendo bien que hoy el mundo está un
poco entreverado.
—Sí, lo está. Pero yo me he acostumbrado. Como me he
acostumbrado a Buenos Aires, igual como uno acostumbra su
cuerpo a una vieja dolencia. O a un familiar que uno no simpatiza.
—Usted es una mujer altiva, Estela, orgullosa. Más
intelectual que comprensiva.
—Doña Leonor, usted no parece demasiado ingeniosa, ni
capaz de apreciar el genio de otros. No tengo obligación de soportar
su falta de hospitalidad.

Estela se levanta irritada y sale de la casa dando un portazo.


Borges se levanta también. Su madre lo coge de un brazo y lo retiene.

—Te maltrata, Jorge Luis. Maltratar a un hombre es


para este tipo de mujeres una suerte de coquetería. Escúchame
hijo: todas las mujeres guapas son impostoras.
34
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Borges la esquiva y sale, corre tras una irritada Estela. En


el ascensor la alcanza.

—Estelita, por favor, no lo tome mal.

Ella se gira e irascible le habla pegada al cuerpo:


—Te controla, Borges, te domina. Es una vergüenza.
—Sea comprensiva, Estela, mi madre no ha querido…
—Tu madre…Puedo percibir en tu madre, arrebatada y
totalitaria, lo que podría ser mi destino. No quiero ser como tu
madre. Me horroriza.
—Por favor, Estela, Estela Canto. Estela querida, no diga
eso, me hiere el desdén y el desprecio en sus palabras.
—Tú has leído demasiadas novelas, Borges. Te ves a ti
mismo como un personaje del arte, un mito. La realidad es otra.
Es una vergüenza. Es mejor que nos dejemos de ver, es mejor que
no nos veamos más.

Se da vueltas, parte y como buena argentina joven, se va


moviendo ese traste galante y llamativo.

Borges sólo hace un gesto de desesperación. La quiere


llamar. Se arrepiente y vuelve compungido al departamento.

La santa madre está como puercoespín a la defensiva.


Borges se sienta a su lado –su corazón martilla en su pecho—
toma un moleskine y escribe. La madre juega solitario. Lo mira de
reojo con violencia de gata en celo, deja caer las cartas una a una
con amaneramiento. Las cartas latigan una a una la mesa.

Suena el teléfono. El ruido queda colgando en la pieza.


Vuelve a sonar. La madre lanza una mirada acuchillada a su hijo.
Borges se levanta evitando su mirada y contesta.

—Usted está llorando…, Estela…, cálmese, voy ahora


para allá…, encontrémonos en el café. Sí…, ahora mismo.
35
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Borges cuelga el audífono y va a colocarse el abrigo.



La madre se levanta. Ya no puede controlarse.
Le habla duro.

—Jorge Luis, creo que esta situación es ya humillante,


es una vergüenza. Todos se ríen de ti. Ella juega contigo. Es una
mujer mala, es una bruja.
—Madre, ella me necesita…, no está bien…
—Jorge Luis, ¿qué ciego eres! Ella viene aquí, insulta tu
madre en su propia casa y tú te vas corriendo tras ella. ¿Y yo? No
te preocupas como yo me siento.
—Madre, no es así…

Ella gimotea.

—No te preocupas de tu madre…


—Madre…

Borges se abrocha el abrigo.

—¿Saldrás?
—Sí, madre, le prometí que iría…
—¿A qué hora vuelves?
—Pronto, madre, pronto…
—No deseo cenar sola…, ¿En una hora?

Ella negocia, chantajea, presiona.

—Dos, madre.
—Una hora y media…Tu madre no desea cenar sola…
—Bien, madre, una hora y media.

Doña Leonor se alegra, sonríe. Se le acerca decidida,


triunfadora.

36
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Entonces.

Lo besa en la boca con pasión.

Él, impávido.

Le queman los labios de su madre en la boca.

Ella le ayuda a abrocharse el abrigo.

37
Laberintos
Corre por el centro de Buenos Aires, su ciudad.

Hay un clima de fervorosa intimidad, de confesión, un


acentuado animismo que vuelve más entrañable la ciudad. Existe
también el amor y una pasión que vislumbra su soledad; existe
la nostalgia y una memoria que se estremece; existe un hombre
que se descubre y descubre al mundo que lo rodea. Pero existe
igualmente una doble lucidez: un ser que vive y se mira vivir.

Corre las cuadras hacia el cafetín del arrabal. Cruza las calles
apenas preocupado del tráfico. Entra. Se sienta, Espera. La ve venir
a través de la ventana. Ella aparece de pronto parada en el vano
de la puerta. Ella se toma del marco, su figura enhiesta se recorta
en el vano de la puerta, y se balancea sobre sus zapatos de taco
alto un momento antes de avanzar. Estela tiene mojado el rostro.
Su silueta casa etérea, naivista, flujos de luz, sombra y agua, en tonos
naranjas de la tarde, da unos pasos, comienza a bambolearse.

Se acerca a Borges. Algo llorosa musita al oído de Borges.

—Ya, ya, ya pasará.


—Sí, sí, ya se me pasa, Borges…, he sido dura. Te veo y
me preocupas… Me duele verte sufrir…
—Mi madre es buena, Estelita, ella es linda también, de
otra manera…
—No veo por qué me comparas con ella.

Borges menea la cabeza.

—Sólo deseo decirle que ella es buena…


—Entonces, ¿por qué no te casas con ella?
—Usted no me entiende, Estela.

39
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Yo entiendo que tú eres infeliz, Georgie.


—La infelicidad es sólo mía.
—¿No sería mejor que yo fuera Borges?
—Quizás, sería mejor, pero es imposible.
—Naturalmente que es imposible.
—Usted es muy bella.
—Pobre Borges, me gusta verte y conversar contigo,
perderme en tu diletancia, en tu volubilidad de verdadero
artista. Pero no podría decir que tú eres buenmozo.
—¿Tiene eso alguna importancia, Estela? ¿No habría
alguna posibilidad de que…?
—Borges, no, no nos hagamos más daño. Borges, no sabes
lo que dices…

Estela le coloca su largo dedo índice en la boca, sobresa-


liendo esa uña gatuna el rojo fiebre del esmalte.

—Yo sólo sé que usted no me ama.


—Me amas realmente a mí, Borges… No me lo esperé, yo
te respeto, pero no he coqueteado contigo. Esa idea, que da vueltas
por aquí en Buenos Aires, es un poco desagradable. ¡No sabes lo
que la gente habla!
—¿Qué habla la gente?
—Tonterías…, muchas tonterías…
—Pero, ¿qué cosas, Estelita?
—Te haría sólo más daño y de todas maneras tú no me
puedes amar, Borges.
—Pero…
—Nosotros no debemos amarnos.
—No me impida verla al menos…
—Prométeme que no me amarás. Dilo, Borges, para así
sentirme segura, enfrentar las habladurías y mis remordimientos.
Dime que no me amarás, Borges, dime mirándome a los ojos:
“Estela, yo no te amaré”.
—Estela, yo no te amaré.
—Estela, yo no te amaré.
40
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Yo no te amaré.

Ella posa el oído en sus labios. Cierra sus grandes ojos:


—Dilo otra vez de tal manera que yo escuche.
—Estela, no te amaré.

Borges lo repite con angustia, y quizás también con


humillación, moviendo sólo los labios pegados en su oreja
izquierda.

Borges la adora y Estela parece ser severa. Quizás


esté sólo confundida.

Es una verdad que no cabe contradecir. Una verdad


que todos nosotros propendemos por piedad, por veneración,
a obviar sutilmente.

Borges es humilde, busca lo que parece inaccesible y


Estela, aunque quizás esté sólo confundida parece ser severa
e imposible porque el destino pareciera estar a su favor.

41

Elogio de la Sombra
El destino está, efectivamente, a favor de Estela. Esa nueva
generación de escritores, parte del Culturburgo de Buenos Aires
—preocupados, como otras nuevas generaciones de escritores, de
promover su estética llena de decoro— compite en los premios
nacionales y municipales. En noviembre de 1945 Estela Canto
recibe, junto a Ernesto Sábato y Silvina Bullrich, el prestigioso
Premio Municipal de Buenos Aires con su libro “El muro de már-
mol”. Una universidad norteamericana la invita a dar charlas en
Estados Unidos. Poco después, parte de viaje.

Dicen (ahora que lo recuerdo me sobrecoge) que Borges


deambula por la ciudad de Buenos Aires como un sonámbulo.

Meses difíciles para un hombre enamorado.

Se deja estar, escribe unas páginas, corrige otras, pero


no avanza. Finalmente, Borges busca, a pesar de sus prejuicios
al sicoanálisis de moda, la ayuda de un sicólogo. Sus visitas las
realiza con discreción. No desea contárselo a nadie.

Una mañana, Borges, para eludir o bien para atenuar su de-


solación, concentrado en la biblioteca de su casa, intuye enigmá-
ticamente, en el laberinto del sueño, párrafo a párrafo, un cuento.
Luego, apoyado en el trabajo y la soledad, lo escribe como si alguien
e dictase. La historia que escribe Borges es más o menos análoga
a la que yo ahora escribo. Las diferencias están en su economía
y destreza literaria.

Borges, quizás sin saberlo, narra su vida futura. Es una


profecía. A veces se me ha ocurrido que Borges era un ejecutor,
a sabiendas o no, del plan que trazó la Sabiduría. Otras veces me
sacude recordar la idea borgiana de que todos somos figuras ficticias
soñadas por otro.
43
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

El hecho acontece, por lo demás, en mayo de 1945.

Una vez terminada la historia, saca una carilla y con mano


temblorosa escribe una carta a Estela Canto.

Doña Leonor se levanta y husmea.

—Le escribes de nuevo… ¡no te ha contestado nunca!


Jorge Luis, ella sólo te ha usado… Le han dado el Premio
Municipal de Buenos Aires gracias a ti.
—Madre, no digo eso…su novela “El muro de mármol”…
—¿Esa novela? No vale nada ¿No has escuchado acaso los
rumores que corren aquí en Buenos Aires? ¿No sabes lo que habla
la gente?
—¿Qué habla la gente, madre?
—Ella es una escritora de tercera categoría, que ha usado
feos artificios para influenciar a los jurados de Buenos Aires. Los
jurados, que siempre rebasan el medio siglo, temen que la gente
les impute un criterio anticuado y propenden a votar por el último.
Ella buscó tu amistad para hacer carrera a costa tuya.
—No diga eso, madre…
—De igual manera se hizo invitar a dar charlas en una uni-
versidad de Estados Unidos.
—Madre, por favor…
—Jorge Luis, hijo, por favor, escucha a tu madre; no se
debe seguir amando a una persona que no nos ama.
—Mas no siempre tenemos la fuerza para ceder al olvido,
madre.
—Tú eres una persona justa, y los justos no deberían sufrir.
—¿No estará Dios entonces expiando faltas graves?
—No blasfemes, Jorge Luis. Escúchame: yo me desvelo
por ti…, me sacrifico, me esfuerzo en que tú lo tengas todo…,
tú, sin embargo, le crees más a esa. Olvídala. Recuerda: tu padre
siempre te decía que un hombre que piensa cinco minutos seguidos
en una mujer no es un hombre sino un marica. Te digo la verdad.
—La verdad es lo que duele, madre…
44
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Anda con cuidado y hazme caso; no te preocupes por


ella. ¡Olvídate de ella! Es lo que se merece.

Borges está dolido.

Se siente también incomprendido por su madre.

Se levanta y se va a su pieza.

Pronto se marcha a su trabajo.

Pero este día, este malévolo día, continuará siendo un día


triste.

45
Historia de la Noche
Esa tarde en el trabajo, Borges sufre una humillación
adicional. Los empleados municipales reciben un paquete con un
kilo de yerba mate para llevar a casa. Por la tarde, mientras camina
las diez cuadras hasta llegar a la línea del tranvía, sus ojos se llenan de
lágrimas. Ese pequeño regalo que lleva bajo el brazo y que llega
desde arriba, subrayó su existencia en un puesto inferior y
deprimente.

“Soy yo el empleado municipal que lleva a casa el kilo de


yerba que le dieron en la oficina”.

Está bajoneado.

Se siente solo e incomprendido.

Se va hasta el café, deja sobre la mesa el kilo de yerba


mate. Coge el diario La Nación y lo abre. En una página interior
figura un artículo titulado “Literatura moderna”. Es un elogio de
cuatro o cinco jóvenes escritores que pretenden ser innovadores
de genio. Inicia la lectura del artículo con la exasperación que le
dan los principiantes arrogantes y desenfadados, que hacen carrera
lanzando puñaladas a los más viejos. Al bajar la vista, descubrió
su nombre. Una estaca le cruza el pecho cuando lee el final de una
frase: “La literatura cursi y pasada de moda de Jorge Luis Borges,
un gramático quisquilloso en cuyo epitafio se dirá que fue muerto
por la Inquisición debido a la omisión de una coma”.

La denigración le nubla la vista, deja caer el diario sobre la


mesa y se echa sobre el respaldo de la silla. El ultrajante artículo
de esos jóvenes pandilleros literarios, le abre la herida de su vani-
dad de artista. Permanece con los ojos cerrados, triste, desalenta-
do, desamparado. Desea ser compadecido.

47
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Deja que el tiempo fluya, quizás mira hacia atrás en los


recuerdos, quizás se ve caminando a través de un puente lluvioso
y frío, o quizás procura recordar ciertos pasajes favoritos que le
ahuyenten el dolor.

Unas manos femeninas se posan sobre sus ojos húmedos y


cerrados. Él al comienzo apenas reacciona. Su mano izquierda se
levanta y acaricia esas manos. Al reconocer la dueña de esas manos
finas, largas y delgadas pronuncia su nombre con un suspiro:

—¡Esteeeela!

El abrazo es largo y tenso.

—¿Cuándo llegó usted?

Borges lleva la vista turbada y está de pronto ansioso. La


contempla como si ella fuera algo que le pertenece, que había
perdido y encontrado.

—Recién ayer.
—¿Qué tal el viaje?
—Largo y cansador. Pero ya estoy de nuevo en Buenos
Aires. Te contaré una cosa curiosa. Me han ofrecido comprarme
los manuscritos de tu cuento “El Aleph”.
—¿No me digas?
—Sí. Pero voy a esperar a que mueras, porque entonces sí
que van a valer.
—Caramba, si yo fuera un verdadero caballero, me iría al
cuarto de baño y de inmediato se escucharía un tiro.
—No será necesario, Borges, yo te sobreviviré. Y tú ¿cómo
estás, Borges?
—Este tiempo sin ti ha sido malo. Algo faltaba, en Buenos
Aires.
—¿De verdad? —preguntó ella despacito.
—De verdad.
48
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Estuve obligada a viajar.


—Pienso que he engendrado fantasmas: unos, mis cuentos,
quizás me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones, me han
dado muerte.

Parece que Borges desea decirle algo nuevo y sorprendente.


—¿De qué hablas? No te entiendo.
—Hablo de lo que me dijiste esa vez en Las Delicias…

Ella se sobresaltó un poco.

—¿En Las Delicias?

Borges bebe un sorbo del vaso, lo vuelve a dejar, como si


meditara en sus palabras, como si las pesara y buscara la manera
de rechazarlas.

—Comprendo que antes de casarnos debemos tener rela-


ciones físicas, más yo soy prisionero de mis fantasmas…Los ven-
ceré, si me ayudas. He pensado mucho tiempo la respuesta que me
has dado en el parque del hotel Las Delicias y por eso, en estos
meses de tu ausencia, he estado visitando un sicólogo.
—¿Un sicólogo…? ¿Por qué un sicólogo?.
—A pesar que entre los dos pareciera haber una espada,
lucho por mi honor, por mi vida y lo que es más, por tu amor.
—No entiendo nada…Georgie… ¿Has estado visitando un
sicólogo por mis palabras en el parque? ¿Tan en serio has tomado
mis palabras?
—Escúcheme. Tenía 17 años, vivíamos en Ginebra. Era
la época de la guerra y habíamos quedado varados en esa ciudad,
época sin salida, apretada, hecha de garúas, que recordaré siempre
con algún odio. No era feliz. Mi padre, alarmado por mi timidez,
me preguntó un día si había tenido relaciones con una mujer. Mi
respuesta negativa provocó su preocupación. Vio el fantasma de la
homosexualidad. Me concertó una cita con una prostituta, una de
esas complacientes chicas de la plaza Dufour...
49
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

—Borges…
—No me atreví…, no me atreví a hacer el amor con la mu-
jer. Volvía a casa. Mi padre se mostró apremiante, me agobiaron
con tónicos, reconstituyentes y medicinas.
—Oh, Georgie…
—¿Por qué no nos casamos? Cásese conmigo,
me hará bien…
—¿Qué dices, Borges?
—Escúcheme…, no soy…, no soy impotente. No crea que
soy impotente. Puedo ser un buen marido. No es necesaria una
prueba. Confíe en lo que le digo.
—Oh, Borges, niño…
—Cásese conmigo, ¡Se lo ruego!
—Georgie, escucha bien, mi respuesta en Las Delicias era
una forma galante de decirte que no deseaba casarme contigo…
—Usted…?
—No te amo, Georgie, ni estoy hecha para el matrimonio. No
quiero casarme. Puedo hacer el amor contigo, acostarme contigo,
si eso ayuda. Pero, casarme, no.
—Todo…, es un mal entendido…
—No quiero casarme, ni te amo, Georgie.
—Entonces nada le puede pedir. Un mal entendido…

Los músicos del café empiezan a tocar un tango.

Borges intenta levantarse.

—Ven—susurró Estela.
—No— contestó Borges.

Estela le coge la mano.

Borges la retira bruscamente, se levanta, revuelve las hojas


del periódico con el artículo—insulto, busca el kilo de yerba, la
toma, da media vuelta y, con el paquete bajo el brazo, tambalea
hasta la puerta. La abre y el aire fresco de Buenos Aires le da en
el pelo y por un instante parece joven.
50
el Otro, el Mismo
“¿Por qué Tú me sacaste del seno materno?
Habría muerto y ningún ojo me habría visto.
Sería como si no hubiese existido nunca
y me habría llevado del vientre materno al sepulcro.”
El libro de Job, Antiguo Testamento

Se dice –la anécdota es ahora más incierta y ambigua— que


entonces Borges siente el fracaso y piensa suicidarse. La escena
la podría reconstruir aproximadamente así: va deambulando, casi
sin saberlo, a la estación Constitución, saca un billete, de ida sólo,
para Adrogué. Al llegar se instala en el hotel Las Delicias, para
consumar el suicidio, allí en el patio, en un banco desmantelado,
ocupa largas horas antes del alba en repasar su vida, en hojear
una novela policial de Ellery Queen y en ingerir dos o tres cañas
dobles –recurso al que acude siempre que buscaba darse ánimo.
Tal vez emplea su tiempo en redactar un poema que no pasa del
borrador de aquella noche.

Todo le asemeja un laberinto sin centro. En ese caos, Borges


deambula trágico y desesperado, sin encontrarse a sí mismo. En
su infortunio, se enfrenta a la tesis judaica tradicional de la retri-
bución terrestre. La tesis es concluyente: si yo sufro, es que he
pecado; puedo creerme justo a mis propios ojos, pero no lo soy
a los ojos de Dios. ¿Cómo es posible que sufra un justo? A estas
consideraciones teóricas, Borges opone su dolorosa experiencia.

—¿Cuál es mi pecado?

Lo repite sin cesar, y sin cesar choca con el


misterio de un Dios justo que aflige al justo. No avanza,
forcejea en la noche. En su confusión moral tiene gritos de

51
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

rebeldía y palabras de sumisión, al igual que tiene momentos de


crisis y de alivio en su sufrimiento.

Debe, quizás, desdoblarse para hablar consigo. Evoca el


pasado y deambula en el futuro. Llega el momento de la maitina.
Los minutos antes de la madrugada la noche se recoge y se oscrece
completamente. Es la hora de la muerte, de la fugacidad. El momento
del fin y del comienzo. Él se hace ilusorio, imaginario. A su lado apa-
rece una visión, su futuro, su obra, su reflejo: Borges ya anciano, ya
ciego y apoyado en su bastón, el Otro Borges, quien le estira una daga.

—Toma…

El joven Borges la rechaza y exclama:

—¿Debo morir del todo? ¿Debo morir, morir con este com-
pañero, mi cuerpo? Estela, Estela Canto, Estela querida, Estela
perdida para siempre. Me enseñó que algo más terrible que la
muerte es amar y no ser amado. Espero que el olvido no se demore.
¿Cuántas son mis faltas y pecados? ¿Mi delito?, ¡dímelo!
¿Por qué debo morir, morir con este compañero, mi cuerpo…?

—Eres un cobarde, Borges, buscas el amor de una mu-


jer para olvidarte de ella, para no pensar más en ella, eres un
cobarde, te lo dice el que escribe las cosas. Te conozco bien.
Eres un sentimental, argentino y tanguero.

—Pero a mí me ocurren las cosas, yo sufro la derrota, la


humillación, yo me dejo vivir y matar: he vivido el amor entre
sombras y ruidos, para que tú, el escritor, pueda tramar su literatu-
ra y esa literatura te justifique.

—No seas hostil, Borges. Debes reconocer que he logrado


escribir ciertas páginas válidas.

—Esa páginas están bien…, quizás por eso no pertenecen


52
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

a nadie, ni siquiera a ti… Pero esas páginas no me pueden salvar.


Quiero que ella me recuerde menos como poeta que como amigo;
lo demás no me importa. Tus libros no me salvarán.
—Pero, esas páginas, limpias de tus arrebatos y cegueras,
pertenecen al lenguaje y a la tradición.
—¡Un remolino de insensatas imágenes! Pero yo estoy des-
tinado a perderme, definitivamente. Padecer las agonías, atravesar
regiones de desesperación y de soledad. El amor…, le ocurrió
al verdadero Borges.
—Absurdo, ya nadie sabe quién es el verdadero Borges, si
tú o yo. Y a nadie le preocupa. La vida es ilusoria. Pero algo de tu
vida sobrevivirá en mí, reconócelo. Ajeno de pasado, de presente
y de porvenir.
—¡Tú y tu perversa costumbre de falsear y magnificar! Tú
eres un eco, las máscaras, las sombras. Tú estás al otro lado del
espejo. Yo soy Borges, yo he de quedar como Borges, el que vivió,
él que sufrió y murió de amor. Eso nadie lo borrará.
—No hay en la tierra una sola cosa que el olvido no borre
o que la memoria no altere…
—Tú eres un escritor, un buitre, te alimentas de mi cadáver.
—Tú eres sólo el símbolo de una detestada zona de mi alma.
—Eres cruel e implacable.

El Otro Borges le coloca la daga en la mano:

—Vete a la oscuridad, desaparece Borges. Cumple tu destino.


—Déjame ya solo.

53
Nota Final
“¿Lo creerás, Ariadna?—dijo Teseo—,
el minotauro apenas se defendió”
La Casa de Asterión, Jorge Luis Borges

Todo amor imposible es la metáfora de la soledad.

Esta historia de soledad parece irreal porque en ella se


mezclan los sucesos y la memoria de dos personas distintas,
Estela y Jorge Luis, el enfrentamiento dialéctico de diferentes
formas de existencia.

El texto de este cuento me ha llegado con muchas variantes


de detalle y fácilmente se observa la utilización de documentos
diversos. Junto a las corrupciones, las variantes ofrecen a menudo
adiciones concretas y pintorescas que tiene probabilidad de ser
originales. Indudablemente la difícil tarea de combinar las fuentes
ha podido ocasionar a veces anticipaciones, desdoblamientos y
aun simplificaciones. Todas las versiones comunican, sin embargo,
un perfume de maravillosa sobrenaturalidad, del que solo podrán
extrañarse los que no comprenden las dudas del amor.

Se ha imputado la historia desde otro punto de vista, plan-


teando la cuestión de la finalidad. Algunos han querido ver en él
un escrito de compromiso redactado en la década del 80, para con-
ciliar las agudas y a veces odiosas polémicas que se profundizaron
entre las tendencias contrarias al borgismo intelectual de origen
europeo y del borgismo local. Este antagonismo se profundizó
inmediatamente después de la muerte del maestro. La primera
corriente extrema al Borges esotérico, inteligente, culto, frío
y calculador de los detalles y creador de teologías y sutilizas
ideológicas.Por el otro lado, la corriente local restituye al Borges
apasionado, poseído por lo cotidiano y por lo trascendente.
55
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Este sistema interpretativo depende más de una filosofía de


la historia (Hegel) que de la exégesis, y en su forma radical ya no
tiene seguidores hoy en día.

La honda finalidad de este cuento es narrar una historia de


amor fracasada, como símbolo de la soledad.

La historia es en sí, increíble, en efecto, pero se ha impuesto


rápidamente a todos, porque sustancialmente es cierta.

Verdadero es el tono divertido, coqueto y festivo de Estela:


verdadero el amor y el pudor de Borges.

Infinitivamente existió Estela para Borges; Borges muy


poco, tal vez nada, para Estela.

Algunos críticos han detectado a Beatrice Portinari en


Estela Canto, a Dante en Borges Como Dante tuvo su Beatrice
Portinari, Borges tuvo su Estela Canto. Como la de Dante,
aunque de manera más frívola o quizás más literaria, a ella
no le importa mucho su devoto enamorado.

Un mes después, septiembre de 1945, fue publicado “El


Aleph” en “Sur”. Borges se lo dedica a Estela Canto. Borges
escribía también “Canto a Estela”.

La relación con “La Divina Comedia” de Dante, es, como


vemos, evidente.

Los años pasan y son tantas las veces que he oído contar
esta historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si sólo recuerdo
las palabras con que yo ahora la cuento.

Tal vez lo mismo le pasó al maestro.

56
La Novia de Borges, Omar Pérez Santiago

Ahora, lo mismo da que fuera yo o que fuera otro el que


cuente esta historia, que se movió y acabó en la sombra.

Fin

57
Otros Títulos de la Editorial Aura Latina

Allende El Retorno
Omar Pérez Santiago, Novela

Salvador Allende despierta en el año 2013


a cuadras del Palacio de la Moneda. Han
pasado 40 años desde su proyecto de mo-
dernidad. Salvador Allende está vivo en el
2013 y seduce a hombres y mujeres que lo
confunden al principio con un hipster.
Escrito para los amantes de las leyendas,
esas en las que creemos de verdad, como
por ejemplo, que Allende está vivo.

Caricias,
Poemas de Amor del Poeta Danés
Michael Strunge

Michael Strunge fue un poeta profético.


A los 27 años ya había escrito 11 libros de
poesía, con los que produjo una revolución
poética nórdica. El poeta era un neo-román-
tico, se le decía poeta azul, jóven salvaje y
poeta alado. Era en vida un mito y un culto.

Eleonora,
un cuento de amor de Edgar Allan Poe

Incluye por primera vez en castellano el en-


sayo escrito por Charles Baudelaire “Edgar
Allan Poe, un ilustre desventurado“

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