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Guatemala: medio siglo de historia política

Edelberto Torres Rivas

1. Antecedentes

Con la dictadura de Estrada Cabrera que inaugura el siglo, la revolución liberal se vuelve gobierno
conservador y entrega el país al inversionista extranjero. Iniciada en 1870 como una revancha contra
el orden colonial, la revolución liberal se proyectó como una renovación de todo el atraso social y
económico que dejo la dominación peninsular. Las reformas económicas del general Justo Rufino
Barrios, de haberse continuado luego de su muerte en 1885, habrían completado la modernización
capitalista.
El capitalismo penetra en esta región por el campo. El crecimiento de las fuerzas productivas solo tiene
lugar cuando se crean las condiciones internas para la formación de una economía de exportación, en
una coyuntura histórica en que los factores externos favorecen la vocación agrícola del país.
Crecimiento interno a condición de extrovertir su forzosa especialización. Desde 1875 hasta antes de
la I GM, se trata de la penetración del capital de inversión. Así, el mozo-colono y peón-migrante,
símbolos de la fuerza de trabajo de la economía cafetalera, resumen en su existencia social la doble
condición de semi asalariados. Los primeros, sujetos vitaliciamente a la tierra; y llevados al laboreo
agrícola a través de inequívocos mecanismos de coacción extraeconómica, los segundos. Además, la
penetración del capitalismo en el campo favorece directamente la conversión del terrateniente
propietario con el "capitalista"-productor.
Este proceso de renovación economica y política que se inició en el último cuarto del siglo XIX se fue
debilitando paulatinamente en el primer cuarto del siglo XX con el paréntesis de 1898 a 1920, durante
la dictadura de Manuel Estrada Cabrera. El gobierno cabrerista fue personalista y arbitrario,
continuador de la tradición autoritaria liberal-conservadora con orígenes en el dominio español.
La estructura oligárquica define un tipo de conflictos en los que las clases dominadas no aparecen
como actores activos, la inestabilidad política fue por ello producto de y ocasión para enfrentamientos
entre fracciones agrarias-mercantiles, que como “liberales” o “conservadores” se escindieron
ideológicamente. Estos últimos fueron derrotados militar y políticamente en 1871, siendo desplazados
definitivamente en el plano político, aunque no en el economico; dado que la importancia social de
los intereses de los conservadores fue siempre mayor.
El desarrollo del capitalismo agrario, a través del crecimiento de la demanda externa, continuó, con
vaivenes pero de manera sostenida hasta 1915. Para continuar tales resultados, el gobierno de Estrada
Cabrera no hizo sino continuar sin imaginación ni propósitos, la misma política economica por la que
el país había sido empujado como efecto de su articulación a las líneas de comercio internacional. El
cabrerato corresponde al periodo del reajuste final de la estructura productiva calificada como
“agraria de exportación”. Atrás habían quedado las expropiaciones de latifundio religioso y las
adjudicaciones de las tierras baldías; la abolición del censo enfitéutico desapropio por un simple
mecanismo legal a miles de indígenas y ladinos pobres que, faltos de recursos, no pudieron liberar la
parcela poseída. Pobreza e ignorancia se combinaron para efectuar un paulatino traslado en provecho
de la gran propiedad. La economía campesina, formalmente sometida al capital, coexistió en las
regiones indígenas y contribuyo a formar el mercado de trabajo donde la coacción extraeconómica
fue decisiva. El reglamento de jornaleros de 1877 permitió el traslado violento de indígenas desde sus
comunidades del altiplano hacia las haciendas cafetaleras.

La crisis de 1930 y sus efectos internos

El 14 de febrero de 1931 fue electo el general Jorge Ubico, el último de los militares liberales
descendientes de la generación reformista de 1871, cuando ya los efectos de la depresión
desorganizaban sin defensa la economía de exportación.
La elección de Ubico fue el resultado plausible de la política exterior norteamericana. Ya desde esa
época los intereses imperiales exigían gobiernos de orden. Ubico recibió el reconocimiento
diplomático tres veces consecutivas y cayó catorce años después, bajo los golpes de una extendida
insurrección popular.
Aun antes de la crisis, la región centroamericana vivía un clima de tensiones internas. La rebelión de
Sandino, que en Las Segovias nicaragüenses combatía la intervención de los marinos yanquis,
inflamaba los ánimos nacionalistas; a esos efectos se sumaban los ecos no apagados de la Revolución
mexicana, que la propaganda de la reacción interna, en Guatemala, presentó siempre como
bolchevique.
El malestar social exploto en El Salvador. La insurrección campesina de 1932 terminó en una
sangrienta derrota del movimiento popular y fue pretexto y advertencia en manos de Ubico. La
depresión puso de manifiesto las debilidades inherentes a una economía dependiente, cuya
estructura básica gira en torno a un dinamismo extrovertido. La política económica del estado pareció
moverse, en primer lugar, bajo la clara defensa de los intereses oligárquicos, y en segundo, el temor
al malestar popular. Ubico aplico una política anticíclica clásica: contracción del gasto público,
equilibrios presupuestales, disminución de salarios, defensa de la paridad monetaria a cualquier
precio y una política de fuerza que lo llevo a asesinar preventivamente al núcleo fundador del partido
comunista, a destrozar el movimiento sindical y a perseguir a sus rivales políticos.
En el plano externo, se contrajo la demanda internacional del café y bajaron los precios. El resultado
a largo plazo fue el reforzamiento de la economía de subsistencia del sector campesino, arrojado
desde antes al fondo de la estructura social. Es esta la raiz económica del retroceso que experimento
la sociedad guatemalteca en esa época. Entre la Gran Depresión y la segunda guerra, el autoritarismo
de base agraria desplegó su repertorio institucional: un ejecutivo fuerte, un Parlamento monosilábico
con un partido único (el Liberal Progresista) y un conflicto social congelado por intermedio del arbitrio
policial.
La política imperialista tiene su correlato en una conducta y en una mentalidad colonizadas. Y tal como
lo ha comprobado la vergonzosa historia de las dictaduras en Guatemala, a menor participación
popular más dependencia imperialista.

El sistema de trabajo forzado, que en 1877 el reformismo liberal utilizó para construir un mercado de
trabajo al servicio de la economía agrícola comercial, se prolongaron hasta 1934, cuando el general
Ubico sustituyó el régimen legal de mandamientos por una hipócrita ley contra la vagancia. Hipócrita
por sus pretensiones moralizantes y por la siniestra intención señorial que la dictó. La obligación de
todo campesino (indígena) mayor de dieciocho años era trabajar su propia tierra en un mínimo de 25
cuerdas. El castigo era el trabajo en la construcción de caminos.

A pesar de estas medievales previsiones domésticas, Ubico no construyó más de 30 kilómetros de


carreteras durante su larga gestión y la producción agrícola se mantuvo estancada hasta 1945. Con el
transfondo de virtual estancamiento, no se comprende bien la manía ubiquista por mantener como
blasón de su política económica, sucesivos superávits fiscales. Cuando fue echado por la ira popular,
en 1944, el país estaba postrado pero el estado, manejado con moral de contador, tenía guardados
11.5 millones de dólares. Con esos recursos, Ubico saldó la centenaria deuda inglesa, horas antes de
la renuncia a que lo forzó el pueblo.

La crisis mundial no justifica la dictadura doméstica, pero contribuiría a explicarla en virtud de que
aquélla puso a la defensiva los intereses de la oligarquía. El ubiquismo fue una estructura piramidal de
poder, construido a base de lealtades tradicionales al jefe, sin ninguna organización o representación
orgánica de intereses de clase, aun de aquella fracción terrateniente que se mantuvo leal al partido
liberal. Un régimen de excepción, como lo fue esta dictadura militar, puede durante cierto tiempo
tener éxito si logra inhibir en el período del marasmo económico, el juego de los mecanismos políticos
que expresan las coincidencias y las contradicciones de clase. Y puede, esperar la llegada de la
primavera del ciclo poscrítico y con ella, posibilitar la democratización de la vida política. Fue la
respuesta política inmediata a la crisis del comercio de exportación, o más bien dicho a sus efectos
internos, y prosperó porque encontró un piso abonado por la tradición autocrática, señorial, agraria,
en las relaciones políticas y sociales. Como estilo de gobierno unipersonal y arbitrario, fue cada vez
más ajeno a las realidades nacionales y al entorno latinoamericano, porque su proyecto se basó en el
predominio social que da la propiedad monopolista de la tierra.

La segunda guerra mundial y la alianza soviético-norteamericana contra el fascismo tuvieron efectos


decisivos en el interior del país. La expropiación de los plantadores alemanes, vinculados o no al Tercer
Reich, impuesta por los norteamericanos y aplicada de mala gana por el gobierno, debilitó el apoyo
terrateniente y tuvo, además, efectos desmoralizadores para el conjunto de la moral oligárquica, cuya
enjundia empezaba ya a declinar. Ese proceso de maduración condujo a la crisis de un poder que ya
sólo en apariencia era fuerte.

Fueron los estudiantes universitarios los que iniciaron la rebeldía, un clima de conspiración iniciado a
raíz de una demanda académica se propagó a tal punto que a mediados de ese mes se transformó
explícitamente en petitorio de renuncia del general Ubico, que renunció fácilmente, La estructura
política que intentara transmitir a sus herederos, una junta de generales, se liquidó
irremediablemente meses después. La dictadura fue vencida en el límite, como parte de una fatal
saturación de un ciclo histórico que hace de nuestra pobre historia una necrología, efeméride de
esperanzas breves y frustraciones generacionales.

La posguerra: reforma y revolución

El derrocamiento de Ubico fue el fin de una época y el ocaso de un estilo de conducción que además,
terminó con una estructura social de dominación política. El Partido Liberal no volvería jamás a
levantar cabeza. La sociedad agraria había empezado a recorrer una ruta sin regreso, y aunque es
cierto que la experiencia democrática apenas pudo prolongarse, sin convertirse en hechos definitivos
que alcanzaran a modificar la estructura social, cuando se intenta con la contrarrevolución de 1954
volver al ubiquismo, ese experimento resulta imposible. Los regímenes anticomunistas posteriores no
tuvieron ni la estabilidad política ni la base social ni los objetivos de los precluidos gobiernos liberales.

La Revolución de octubre fue el inicio de un nuevo ciclo económico que sin degradar como en otras
latitudes la economía cafetalera, eje indiscutido de la vida nacional, planteó como posibilidad no
lograda aún, el desarrollo industrial y la diversificación agrícola, inauguró también una nueva forma
de convivencia política, la vida democrática y las posibilidades de organización y participación popular
ampliadas.

Con la caída de Ubico se pone en movimiento una masa ciudadana que, a partir de esa fecha, va
cobrando forma, paulatinamente, hasta alcanzar una radical diferenciación interna. La amplísima
coalición social que enfrentó a la dictadura, en el momento de su derrumbe, se fue fragmentando a
medida que el proceso político, por su dinamismo interno, fue corrigiendo su camino. En las primeras
elecciones libres, el doctor Arévalo obtuvo la presidencia con el 86% del total de votos emitidos. Seis
años después, el coronel Jacobo Arbenz sólo obtuvo el 65% del sufragio efectivo.

En ambos casos, no puede hablarse de un cambio a fondo del sistema de dominación política sino más
bien de una ampliación de las bases sociales del poder y con ello, el arribo de las clases medias a la
estructura administrativa del gobierno. A partir de 1945, se conformó un bloque de poder que ató
intereses políticamente convergentes gracias a la intermediación exitosa de estos grupos medios.
Había lugar para las esperanzas de todos o de casi todos, porque los campesinos tuvieron que esperar
para luego ver frustradas, casi instantáneamente, sus reivindicaciones por la tierra.

Fueron importantes, el derecho al sufragio concedido a los analfabetos y a la mujer, marginados


seculares de la ciudadanía política; la libre organización de partidos y organizaciones sociales, la
autonomía municipal y la representación de las minorías electorales, la libertad de prensa y un clima
de tolerancia y estímulo para el debate ideológico. Todas esas medidas tuvieron un efecto integrador,
al ampliar las condiciones para la participación popular.

En las regiones indígenas el desafío resultó intolerable no tanto porque la mayoría derrotó al
candidato ladino sino porque el alcalde indígena recortó con su presencia el poder terrateniente. Fue
importante la promulgación de la legislación laboral y de protección social que tuvo efectos exclusivos
en las áreas urbanas. Con Arévalo la revolución de octubre se bate en el terreno de lo superestructural,
de la revolución legislativa como acotó la exégesis del momento.

Lo sobresaliente de todo el período bajo análisis fueron las oportunidades creadas para la movilización
popular y para el surgimiento de organizaciones obrero-campesinas y especialmente la significación
que en el plano político adquieren los sectores sociales medios. El debilitamiento del Frente Popular
Liberador, en su momento el más importante partido arevalista, expresión política del profesional
joven y del técnico pequeñoburgués, se explica por la tendencia irreversible al aburguesamiento,
aunque ello sólo sea en el ámbito del consumo.

Hasta 1945 no tuvieron las masas populares ninguna oportunidad para la organización sindical o
política. El sindicalismo de masas va paulatinamente legitimándose hasta que se completa la unidad
obrera en el seno de la Confederación General de Trabajadores, en 1951, agrupando a casi 400
sindicatos y 100000 obreros. A ello se suma el fortalecimiento de la Confederación Nacional
Campesina, que organizó inicialmente comunidades indígenas y terminó siendo un organismo
representativo de los obreros agrícolas y de los campesinos minifundistas. El movimiento popular
tuvo, así, una dinámica ascendente que lo fue transformando de masa de maniobra electoral.

La intervención norteamericana que cortó brutalmente el experimento democratizador se produjo


cuando el enfrentamiento de clases estaba transformando su naturaleza. No se comprende bien el
odio primitivo que la burguesía guatemalteca desarrolló contra Arévalo y la múltiple oposición que
finalmente consiguió tejer (gorilas). El socialismo espiritual no convenció a nadie; la intolerancia de la
burguesía agraria la llevó a desencadenar 28 intentos de golpe de estado.

El reformismo de Arévalo, adoptó siempre un tono pedagógico, producto de su formación filosófica y


de sus antecedentes vitales. Ese fue, su mayor mérito: educar a la ciudadanía en prácticas
democráticas, deliberativas, para crear hábitos cívicos. Combatió el servilismo y la corrupción, pero
negó espacio al movimiento obrero independiente. Tampoco expropió a los terratenientes, germen
de la hostilidad, pero decretó la olvidada ley de arrendamiento forzoso, que para la cultura de
aparcería era como un puñal clavado en el corazón de la propiedad privada. El gobierno de Arévalo
fue excepcional dado la dimensión de las tareas y de sus enemigos.

Con Arbenz militar de escuela, también de origen pequeñoburgués, el proceso adquiere una dinámica
precisa. Arbenz pidió el voto campesino y explicó el conjunto de objetivos a perseguir: trasformar al
país en una sociedad capitalista independiente y moderna, con el menor costo social y la mayor
dignidad nacional. El arbencismo creyó en el desarrollo nacional independiente y en la posibilidad
histórica de interesar a la burguesía para una doble tarea, fortalecer el mercado interior enfrentando
a los terratenientes y ampliarlo enfrentado al imperialismo. El eje de aquel programa fue la reforma
agraria que por la naturaleza de la estructura rural guatemalteca y por el timing internacional, fue sin
la menor duda la más avanzada de América latina.

Un tercio de las hectáreas fueron arrancadas al enclave bananero norteamericano en un acto de


soberanía que precipitó la abierta conspiración del imperialismo contra el gobierno democrático.

La reforma agraria guatemalteca fue concebida para resolver en la práctica de su aplicación, el


problema de la movilización y organización campesinas. Es difícil saber qué cosa fue asumida como
provocación mayor, si las reformas a la propiedad territorial, creando nuevos propietarios privados, o
la agitación campesina cuyas reivindicaciones parciales siguieron ciertamente un método
revolucionario. Lo cierto es que la conspiración contra el gobierno cobró vuelo y la lucha de clases
alcanzó niveles de violencia física, eso que anticipa y prepara el instante de las definiciones finales.

Hubo también un esfuerzo de diversificación y modernización agrícola: es en esta época en que


aparece el cultivo de algodón, que se convertiría en el segundo producto en importancia de
exportación y cuya implantación impulsó el desarrollo capitalista de la agricultura. Las diversas
medidas para industrializar el país dieron un efectivo limitado, sobre todo por la repugnancia con que
fueron recibidas las iniciativas gubernamentales por parte del sector privado.

El programa nacional burgués del arbencismo no se propuso nunca ir más allá del cumplimiento de
tareas democrático-nacionales, es decir, las que enfrentan el subdesarrollo y la dependencia y no las
que se dirigen contra el propio modo de producción capitalista: las tareas socialistas. La revolución
guatemalteca se proponía impulsar el desarrollo de un capitalismo nacional y democrático, una suerte
de capitalismo progresista e independiente que llevara a cabo la doble e hipotética hazaña de romper
las ataduras feudales en el campo y los vínculos imperialistas, realizando la liberación nacional. El
socialismo, era una tarea de largo plazo, problema de otra generación. Tal concepción de la revolución
democrático-burguesa descansaba en un conjunto de supuestos teóricos, homologaciones europeas
o percepciones defectuosas del proceso histórico latinoamericano. Existiría en una contradicción
interna entre las sobrevivencias feudales que obstaculizan el progreso de la agricultura y el
crecimiento industrial como etapa necesaria del desarrollo. Pero el desarrollo del capitalismo entra
en contradicción con los intereses imperialistas, por cuanto el control del mercado interno es
condición sine qua non para el surgimiento de la burguesía nacional.

El desarrollo capitalista corresponde enteramente a los intereses de la burguesía, del proletariado y


de otros sectores populares, por cuanto habría una coincidencia en romper la estructura tradicional
en el campo, que por el monopolio de la tierra y las relaciones precapitalistas del trabajo ahogan el
mercado interior.

Si la contradicción principal radica en la oposición fuerzas nacionales en crecimiento e intereses


extranjeros, que lo ahogan, la revolución define claramente su estrategia como una revolución
nacional, democrática, antifeudal y antimperialista. Toda esta caracterización estuvo lejos de ser
original. Tenía antecedentes en la política del Frente Popular del período inmediatamente anterior, y
se inspiraban en la conocida versión leninista de las etapas de la revolución.

La imputación doctrinaria se volvió ideología y el curso democrático-burgués de la revolución


guatemalteca se empantanó. El fiasco del proyecto modernizador, fue menos un error teórico que
una insuficiencia de la praxis. Es decir, fue en el terreno político donde las fuerzas reaccionarias
ganaron la delantera. El estado quiso apoyarse en el desarrollo de una contradicción social que resultó
una mera ilusión de izquierda: la lucha contra los terratenientes por parte de la burguesía
manufacturera en alianza con el proletariado y los campesinos pobres. Es decir, el estado apoyándose
en la burguesía para desarrollar el capitalismo cuando el sentido último de esa alianza es otro: la
burguesía incipiente, debe apoyarse en el poder del estado para formarse como clase.

En ausencia de una clase plenamente burguesa, hubo una pequeña burguesía relativamente lúcida
acerca de las probables tareas burguesas, pero éstas intentaron ser ejecutadas por un poder político
que se apoyó, finalmente, para obtener fuerza, en una creciente movilización popular. Por un lado, la
clase obrera pero especialmente los campesinos desempeñaron un papel cada vez más activo e
independiente, encabezados por una fracción de clase media radicalizada. Las clases propietarias,
asustadas, actuaron como una sola voluntad conspirativa.

A principios de 1954 una banda mercenaria, con cuarteles en Honduras, dirigida por el coronel Carlos
Castillo Armas, invadió Guatemala. Llegó así a su fin la limitadísima capacidad de la política exterior
norteamericana para lidiar con movimientos nacionalistas. No fue la invasión mercenaria lo decisivo
sino la deserción de los altos jefes del ejército, La traición castrense apresurada por la impaciencia del
diplomático produjo un efecto desmoralizador entre los líderes políticos y en el propio presidente.

La renuncia de Arbenz imposibilitó, la defensa armada de la revolución, sobre todo porque no fue un
acto personal sino la claudicación de una dirigencia. Se abrieron así las puertas de la contrarrevolución.

Contrarrevolución y contrainsurgencia

Las luchas del pueblo guatemalteco fueron interrumpidas brutalmente, desde fuera de su propio
movimiento por sus debilidades intrínsecas. La renuncia de Arbenz sólo fue el episodio final de una
vasta conspiración iniciada tiempo atrás. Ya la forma como se resolvió la elección de Juan José Arévalo
creó el primer foco de oposición. Las fuerzas de derecha se anotaron un éxito interno al confundir a
importantes sectores de opinión pública con una eficaz campaña anticomunista, estimulada
directamente por la alta jerarquía católica (eso me suena).

El nacionalismo burgués fue tan imposible como el capitalismo nacional y los gobiernos de la
contrarrevolución se encargaron puntualmente de comprobarlo. El camino revolucionario no pasa por
el florecimiento de la sociedad capitalista y la independencia nacional no puede alcanzarse en el marco
del capitalismo subdesarrollado. No hay peor guerra que una guerra de clases. Nunca fue tan
trasparente y desembozado el odio de clase.

La represión contrarrevolucionaria desbordó los propios canales institucionales del sistema y el


monopolio de la fuerza lo perdió el estado durante el período que se prolongó el escarmiento. En
verdad, no fue una pérdida, fue una cesión de hecho, una privatización del poder del que se sintieron
dueños, sin disimulos, los terratenientes y el conjunto de la clase. Lo difícil fue afirmar el poder de
clase a través de un estado nuevamente bajo su control. El poder se lo disputarían las fracciones
burguesas casi ininterrumpidamente hasta 1963, cuando ya habían madurado condiciones favorables
para la hegemonía política militar. El gobierno de Castillo Armas, conforme al llamado “Plan de
Tegucigalpa”, se propuso básicamente desovietizar el país. A la ilegalización de todas las
organizaciones sindicales y políticas siguió la disolución del Congreso y la derogatoria de la
Constitución de 1945. El código de trabajo fue reformulado y sancionó legalmente la contrarreforma
agraria. El gobierno anticomunista recibió donativos norteamericanos.

Las nuevas condiciones políticas torcieron el rumbo, pero no alteraron el proceso. El crecimiento
económico continúo y hasta podría decirse que se aceleró. El clima se tornó evidentemente
estimulante para el empresariado local, al revalorizarse políticamente la propiedad privada, al
ilegalizar el conflicto social y facilitar la sobreexplotación de la mano de obra local. la inversión
norteamericana se duplicó entre el fin del gobierno democrático (1954) y las postrimerías del gobierno
de Ydígoras (1963).

Bajo los regímenes anticomunistas, el país se convirtió en exportador de carne, algodón y azúcar, para
subrayar de nueva cuenta el destino agrícola de la nación y reforzar, por su intermedio, el carácter
dependiente de la sociedad nacional. La contrarrevolución no fue ni en su dimensión económica o por
sus formas políticas, una restauración del ubiquismo, un retorno al pasado. Así ha querido calificarse
especialmente la etapa castilloarmista (1954-1956), por el estilo policiaco y la brutalidad de la
represión. Los diez años de experiencia democrática desataron fuerzas que nunca más habrían de
volver a su lugar. El crecimiento económico, la diversificación social, los progresos tecnológicos,
hicieron imposible una dictadura personalista; en las nuevas condiciones internas ya no tenía cabida
el pequeño tirano cuyo régimen construido a base de lealtades verticales, favores y miedos
administrados personalmente, explican a Cabrera o a Ubico.

La virtud de la prédica anticomunista es que desequilibra las fuerzas políticas a favor de una visión
maniquea de la sociedad. Ese desequilibrio resulta fatal para las fuerzas progresistas porque la línea
divisoria de los campos ideológicos y el terreno mismo en que el enfrentamiento se produce, es
definida por una cultura reaccionaria. La burguesía reaccionó en forma unánime ante la sola
posibilidad de que la reforma agraria desatara un proceso anticapitalista de previsibles consecuencias.
El estado que la contrarrevolución fue construyendo, fue un estado autoritario, pero en crisis, semi
corporativo pero inestable. Es un poder de clase que se expresa abiertamente y sin competencia: que
decretó su horror al pluralismo democrático, su intransigencia feroz con la oposición política, su
represión casi instintiva al movimiento obrero y al conflicto social.

Las debilidades del desarrollo capitalista tanto como la tradición autoritaria que se arrastra como un
gran inconsciente colectivo, hicieron pobre la democracia burguesa que exhibió impúdicamente su
desnudez coactiva y la abierta violencia de clase. Por otro lado, están las falencias sucesivas en los
gobiernos que fueron surgiendo y cayendo, uno a uno, como resultado de desequilibrios crónicos
entre los intereses dominantes. En 1957 fue asesinado Castillo Armas como resultado de una oscura
conjura.

El gobierno provisional del abogado y terrateniente González López convocó a la primera elección
postarbencista. En ella sólo participó gente del mismo pelaje. La disidencia anticomunista creció con
los resultados de la consulta popular. Nunca se sabrá si ganó el candidato oficial Ortiz o el de la
oposición de derecha Ydígoras. El acto cívico bastó para desordenar el equilibrio interno tan
sangrientamente logrado. Las calles de Guatemala se llenaron por vez primera de masas de pueblo
que protestaban aprovechando la oportunidad de protestar. Fue ésa una instintiva reacción contra la
fracción anticomunista más belicosa, expresión de odio sin destino político propio porque las
elecciones fueron anuladas, luego de un nuevo golpe de estado que colocó en el poder ejecutivo a los
coroneles Yurrita, Mendoza y Lorenzana.

El MDN, se proclamó a sí mismo el partido de la violencia organizada, y defensores de la fe y la


propiedad quisieron capitalizar en su provecho el ambiente todavía histérico del antisovietismo. No
obstante tener a su favor la maquinaria estatal, perdieron las elecciones de 1957 y luego las de 1958;
aplaudieron la anulación de la consulta presidencial en 1963 y quedaron en tercer lugar, en las de
1966. Cuando el MLN triunfó finalmente en 1970, en coalición con otro partido, ya la sociedad
guatemalteca había sido sometida a la operación de contrainsurgencia y las bandas paramilitares
habían debilitado las bases de la resistencia popular, La elección del general Arana Osirio, es un
subproducto inevitable de la pacificación que él dirigió y que costó al país más de diez mil asesinatos
políticos.

Entre 1958 y 1963 se produce la crisis más profunda en la normalización del poder
contrarrevolucionario y aparece todo el amplio repertorio de dificultades para implantar las fórmulas
concretas de la democracia liberal. El fracaso consustancial de la burguesía guatemalteca para
cualquier proyecto democrático. Y no es culpa de un hombre sino de las contradicciones entre las
fuerzas sociales y políticas que operaban en esa etapa. En este cuadro crítico, donde tironeaban los
diversos intereses desatados, es que el estilo ydigorista hace su mayor contribución para acentuar el
deterioro. Para contribuir a fortalecer la capacidad de capitalización de la burguesía, aplicó en materia
agraria medidas inspiradas por un técnico franquista.

La corruptibilidad en el interior del estado más que signo de decadencia es un mecanismo anómalo
de acumulación de capital, pues es la apropiación de la riqueza sin creación de valor. Ydígoras aceptó
colaborar con el gobierno norteamericano en los planes de invasión a Cuba, a cambio de obtener una
proporción mayor de la cuota azucarera arrebatada precisamente a la isla, así como por el perdón de
la deuda de 1,8 millones de dólares, pendientes de pago, y que la CIA había prestado a Castillo Armas
para organizar el derrocamiento del gobierno de Arbenz. Castillo Armas no pagó y Fidel Castro no fue
derrotado. La deuda fue condonada y la cuota azucarera se abultó para beneficiar a la fracción
burguesa exportadora.

Durante más de treinta días, en marzo y abril de 1962, las masas se volcaron a las calles en
manifestaciones diarias, paralizando el tráfico de la ciudad de Guatemala, realizando encuentros
armados, barricadas y actos de sabotaje en distintas partes del país. A la convocatoria a la huelga
general respondió básicamente el sector de las clases medias: se paralizó la enseñanza media y
universitaria, los hospitales y tribunales de justicia, luego se unieron los gremios de médicos,
ingenieros, abogados y otros. Fue como la expresión multitudinaria y por ello, desordenada, de un
sentimiento de irritación colectiva que no encontró los moldes precisos de su formulación política,
hubo, sin duda, presencia de masas en las calles de los barrios, pero cuando esta oportunidad llegó,
no fue sino para moverse, inseguras, entre el desorden callejero o en torno a reivindicaciones
pequeñoburguesas. El estado de sitio y una bárbara represión no hicieron disminuir la virulencia de
los encuentros callejeros y la indisciplina que se generalizaba día a día.

Las clases dominadas, sin experiencia organizativa y faltas de conducción política oportuna, actúan
imprevisiblemente y en desorden. La revuelta guatemalteca define sus límites inmediatos y cómo su
miseria. La violencia policiaca-militar se desplegó ininterrumpidamenteo. La ola bajó como si hubiera
mediado una orden de retirada de un estado mayor popular, inexistente. El llamado a la huelga
general no llegó a las fábricas, aunque los obreros, individualmente, estuvieron presentes. No actuó
el partido que, dentro de las masas, pudiera colocarse en el centro del conflicto y convirtiera todo
aquello, aún informe, en una táctica previsible. Cuando llegó la baja marea, fue derrota para los
estudiantes y los políticos pequeñoburgueses pero no para la clase obrera.

No siendo aquella una crisis orgánica fue sin embargo una expresión mayúscula de descontento social
y de profundo desequilibrio político. Es sabido que la contrarrevolución no puede superar la crisis,
pero la detiene para luego reabsorberla. Eso fue lo que hizo, en marzo de 1963, el golpe militar. El
golpe llamado “de los trece coroneles” fue un movimiento de toda la institución, discutido y decidido
internamente en forma unánime. El ejército, conservando su jerarquía militar, asume el gobierno de
la república y se compromete solemnemente a evitar el establecimiento de un régimen comunista en
el país.
El descontento popular buscó reposo donde las esperanzas de cambio pacífico mejor pudieran
prosperar: el proceso electoral y la victoria segura del candidato civil, el doctor Arévalo. El arevalismo
habría ganado las elecciones. Pero con otro Arévalo, kennediano, anticastrista y aún más,
antiarbencista para hacerse aceptable por la burguesía guatemalteca. El doctor Arévalo tenía ya en su
haber público actos de contricción anticomunista. Así y todo, el golpe militar que evitó por la fuerza
su triunfo electoral, cerró también una buena oportunidad para encontrar una salida democrática.
Algunos observadores de la situación guatemalteca consideran que la operación castrense fue una
operación preventiva.

En resumen, en lo inmediato, la injerencia militar resolvió preocupaciones muy precisas: evitar los
desórdenes del sufragio universal. El miedo a los métodos democráticos también es de origen burgués,
siendo la democracia burguesa una de las formas políticas a su servicio, puede prescindir de esa
formalidad si se convierte en amenaza. Todo esto fue hecho con el aplauso público de los partidos
ilegalizados, de los gremios patronales y de la prensa comercial. El movimiento del ejército
correspondió ampliamente a las necesidades e intereses de la burguesía, resolvió sus temores
inmediatos y favoreció sus intereses económicos.

Después de 1963, la represión fue más sistemática como parte de un operativo de contrainsurgencia,
planeada por el estado mayor norteamericano y ejecutada por el guatemalteco. Es como si la ciencia
policiaca se pusiera al servicio del rencor político. El terror anticomunista no dejó finalmente ninguna
posibilidad para el trabajo político legal. Los preparativos guerrilleros se apresuraron visiblemente. En
enero se habían constituido las Fuerzas Armadas Rebeldes, las llamadas primeras FAR. Hubo en toda
esta gestación un conjunto de factores de naturaleza subjetiva que pudieron prosperar justamente
por las condiciones objetivas creadas con la crisis del poder burgués.

La dictadura militar de Peralta Azurdia como parte de una estrategia forzada desde afuera se vio
obligada a convocar a elecciones primero y a entregar de mala gana el poder ejecutivo al ex decano
de la Escuela de Leyes, el abogado Julio César Méndez Montenegro (1966-1970). Fue en esos años en
que la lucha guerrillera alcanzó su mayor desarrollo y en que el operativo de contrainsurgencia, como
experimento “Guatemala” se aplicó eficazmente.

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