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Universidad Pentecostal Mizpa

San Juan, Puerto Rico

Exégesis de Romanos 10:1-13

Eduardo Figueroa Aponte

Hermenéutica BI -202

Profesora Ileana Rosario De Jesús

14 de noviembre de 2016
2

Tabla de Contenido

Introducción………..…………………………………………………………………………….. 3

Contextos……………………………………………………………………................................ 4

Autor y fecha…………………………………………………………………………….. 4

Histórico-social………………………………………………………………………….. 4

Político…………………………………………………………………………..………. 5

Religioso………………………………………………………..……………………….. 6

Literario………………………………………………………………………..………... 6

Teológico…………………………………………………………....…………..………. 7

Crítica de Forma………………………………………………………………………..……….. 8

Estructura de la Epístola…………………………………………………...……………. 8

Estructura del pasaje………………………………………………..………………….. 13

Géneros…………………………………………………………………..…………….. 13

Intención o propósito…………………………………………………………..………. 14

Comentarios…………………………………………………………………………...……….. 14

Conclusión………………………………………………………………………..……………. 21

Contextualización……………………………………..……………………………………..… 22

Referencias……………………………………………..……………………………...………. 24
3

Introducción

Muchos consideran que la Epístola a los Romanos es el Evangelio de Dios. Ciertamente,

su composición recoge la profundidad del pensamiento teológico del apóstol Pablo, a la luz de

sus convicciones sobre la Escritura y el cumplimiento de las promesas de Dios en Cristo Jesús.

En ella, encontramos una disertación reiterada sobre la lucha que Pablo ha venido arrastrando, en

contra de la práctica de los preceptos de la Ley mosaica. Esto, como parte de la insistencia de

judíos inconversos y algunos ya convertidos, que insisten en conservar sus tradiciones religiosas,

en medio de una abrumadora expansión de la Iglesia cristiana alrededor del mundo. La discusión

exegética que nos ocupará en las próximas páginas, está estrechamente relacionada con la lucha

antes mencionada. El apóstol Pablo tuvo que luchar constantemente contra los judaizantes, y

como él, los cristianos de todos los siglos hasta hoy tenemos que librar esa lucha.

Hoy día no basta con dedicarnos al estudio de la Palabra de Dios para predicar el

evangelio, pues es necesario que nos instruyamos también en lo que plantean las religiones que

proliferan a nuestro alrededor, para poder contrastarlas con el mensaje del evangelio y fortalecer

nuestra apologética. El judaísmo sigue siendo una realidad en medio nuestro, pero mayormente

promovido por “judeocristianos” que al igual que en los tiempos de Pablo, en nuestros días

pretenden conservar sus tradiciones religiosas, imponiéndoselas a los cristianos que de alguna

manera llegan a ellos. Por eso analizaremos el capítulo 10, versículos 1 al 13, de la carta a los

Romanos, donde Pablo discute y contrasta la justificación y la salvación por la fe y no por las

obras que demanda la Ley. A grosso modo, discutiremos todos los contextos que rodearon la

carta a los Romanos, las estructuras de la carta y del pasaje, los géneros literarios y su propósito.

Además trabajaremos de forma detallada y profunda cada uno de los versículos de la perícopa

seleccionada, para luego llegar a conclusiones y contextualizarlas a nuestra realidad.


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Contextos

Autor y Fecha

No hay oposición significativa al planteamiento de que el apóstol Pablo escribió la

Epístola a los Romanos, y que se encontraba en la ciudad de Corinto cuando lo hizo, entre finales

del año 57 o principios del 58 (Pérez Millos, 1994, p. 22). Y es que tenemos los medios para

determinarlo con precisión de la Epístola misma, al ser cotejada con los Hechos de los Apóstoles

(Jamieson, Fausset, & Brown, 2003). Según esta evidencia, el apóstol se encontraba en su

tercera visita a la ciudad de Corinto. Y mientras recogía donativos para llevar ayuda a los

hermanos de la iglesia de Jerusalén, en su intención de llegar hasta España, planificaba visitar a

los hermanos de Roma.

Histórico-social

Según una inscripción de la época, Roma estaba compuesta por cuatro millones de

habitantes, que fueron recibidos con sus religiones de todas partes del mundo, y en su mayoría

eran esclavos (Pérez Millos, 1994, p. 19). El idioma oficial era el griego y a través de toda la

ciudad de Roma, vivían comunidades judías junto a sus líderes. Se cree que éstas ascendieron a

cincuenta mil personas, divididas en grupos pobres y algunos más acomodados y educados, pero

las iglesias judías, presuntamente se reunían en su gueto al otro lado del Tíber, mientras que la

conversión de romanos al judaísmo condujo al resentimiento entre otros aristócratas y una

tención entre judíos y gentiles (Keener, 2003, p. 411). Existe la presunción de que el apóstol

Pedro es el responsable de fundar la iglesia de Roma, pero las evidencias textuales sobre el

ministerio de Pedro no concuerdan con esa posición. Sin embargo, tenemos suficiente evidencia

histórica que ubica a los cristianos en Roma, mucho antes de que los apóstoles llegaran allí, y se

desconoce cómo realmente se desarrolló esta iglesia.


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Político

Roma era la capital cosmopolita del Imperio Romano que dominaba el mundo para el

tiempo en que se escribió la Epístola. Pérez (2011) afirma lo siguiente:

Roma, como ciudad era la capital del imperio. Hacia mediados del s. III a.C. la
actividad política se mantenía en el marco de la civitas de Roma. El territorio de la
península itálica estaba dividido en ciudades que se dividían en distintos grados: colonias
romanas, municipios, colonias de derecho latino, y ciudades aliadas. Cada ciudad estaba
ligada a Roma por un tratado, tanto más duro cuanto más difícil hubiera resultado su
conquista y vinculación. Sólo tenían derechos políticos los ciudadanos romanos y para
ejercerlos era necesario estar en la propia Roma. El mundo de entonces se había
organizado en una federación de ciudades que gravitaban alrededor de Roma y accedían
progresivamente a la plenitud de derechos de la ciudadanía romana. Por otra parte, la
constante expansión del mundo romano hasta el s. II d.C. exigió que el pueblo romano
delegara su poder soberano al emperador. Desde entonces Roma dejó de ser un estado
romano para ser la capital del imperio. En el tiempo de los Antoninos (s. II d.C.), Roma
se había convertido en una aglomeración de gentes que se estimaba en más de un millón
de habitantes, en la que los pobres se amontonaban en edificios de varios pisos, mientras
los ricos vivían en palacios. Los emperadores residían en el Palatino. (Pérez, 2011, p. 10)

El imperio estaba bajo el dominio del Claudio, quien expulsó a los judíos de Roma, por

los continuos disturbios a causa de (Crestus o Cristus), que se cree se referían a Cristo (Harrison,

1980, p. 297). Esta no fue la primera vez que fueron expulsados de Roma por defender su fe.

Pérez dice que “posiblemente la iglesia fue fundada por creyentes judíos que procedentes de

Roma, escucharon el mensaje del evangelio en Jerusalén, en el día de Pentecostés (Hch. 2),

donde se mencionan a los romanos (Hch. 2:10)” (Pérez, 2011, p. 12). Esto es parte de lo que

lleva a la conclusión, de que los judíos cristianos conformaban gran parte de la iglesia de Roma.

Por eso es asumible que cuando fueron expulsados, la iglesia que quedó en Roma estuvo

formada principalmente de gentiles hasta la muerte de Claudio, pues su edicto quedó sin efecto y

muchos judíos regresaron a Roma, lo que resultó en una iglesia mixta que experimentó tensión

entre dos expresiones culturales válidas de la fe cristiana (Keener, 2003).


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Religioso

No está del todo claro cuál era la tradición religiosa predominante dentro del Imperio

Romano. Según lo que subyace de los eventos históricos y los comentaristas bíblicos, se

entiende que en el imperio Romano se le rendía culto a muchos dioses paganos. Esto como

consecuencia de su herencia helénica, y el establecimiento de múltiples etnias, que arrastraron el

culto a sus dioses desde sus lugares de origen. Sin embargo, vemos en la misma historia bíblica

cómo los reyes se hacían adorar como dioses y hasta construían estatuas de su imagen para que

les adoraran. Por eso, uno de los cultos más importantes de la época era la adoración al

emperador, pero también había que rendirle culto al dios que el emperador reconocía como el

poder que libraba sus batallas y le daba la victoria. No obstante, en los tiempos en que Pablo

escribió su carta a los romanos, el cristianismo había alcanzado un gran crecimiento dentro del

imperio, puesto que el mismo Pablo reconoció que en todas partes se hablaba de la fe de ellos.

Esto se hace evidente cuando en las Escrituras se mencionan varias personas que ocupan

posiciones privilegiadas del imperio y la sociedad, que eran discípulos de Jesús.

Literario

El género literario de la carta a los romanos es un tanto controvertible. Resulta que,

aunque generalmente es nominada como una epístola, muchos difieren de esa conclusión, puesto

que contiene los elementos estructurales de una carta, pero es una muy diferente al resto de las

que se escribían en esa época. William Barclay lo explica de forma sucinta diciendo:

Hay una diferencia indiscutible entre la Carta a los Romanos de Pablo y otra
cualquiera de sus cartas. El que haya leído antes, digamos, las Cartas a los Corintios,
notará la diferencia inmediatamente, tanto de ambiente como de método. Una parte
considerable de ella es debida a un hecho básico: cuando Pablo escribió Romanos se
estaba dirigiendo a una iglesia en cuya fundación no había tenido arte ni parte y con la
que no había tenido contacto personal. Esto explica por qué en Romanos hay tan pocas de
las alusiones a los problemas prácticos que abundan en las otras cartas. Por eso Romanos,
a primera vista, parece mucho más impersonal. Como dijo Dibelius, «es la menos
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condicionada por la situación momentánea de todas las cartas de Pablo.» Para decirlo de
otra manera: Romanos es la que más se parece a un tratado teológico. En casi todas las
otras cartas Pablo está saliendo al paso de algún problema inmediato, de alguna situación
apremiante, de algún error extendido, de algún peligro amenazador, que se cernían sobre
la iglesia a la que estaba escribiendo. Romanos es la que se acerca más a una exposición
sistemática de la posición teológica del mismo Pablo independientemente de cualquier
conjunto de circunstancias inmediatas. (Barclay, 1999, p. 555)

En cuanto a la controversia encontramos que Robertson A.T. citando a Deissman dice:

El doctor Deissmann mantiene con fuerza la idea de llamar a las Epístolas de


Pablo «cartas» en lugar de «Epístolas». Él asigna un carácter estudiadamente literario a
las «epístolas», como más o menos artificiales y escritas para el público más que para un
efecto determinado. Cuatro de las Epístolas de Pablo son personales sin duda de ningún
género (las de Filemón, Tito y Timoteo), pero en estas cartas que pueden ser consideradas
con propiedad personales aparecen los principios del evangelio aplicados a problemas
personales, sociales y eclesiásticos de un modo tan incisivo que poseen un valor
permanente. En el anterior grupo de las Epístolas de Pablo, él recuerda a los
tesalonicenses el carácter oficial de la Epístola, que se dirigía a la iglesia como un todo (1
Ts. 5:27). Dice asimismo: «Y si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta
carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se sienta avergonzado» (2 Ts.
3:14). Pide atención a su firma como prueba de la genuinidad de cada epístola (2 Ts.
3:17). Da instrucciones para la lectura pública de sus Epístolas (Col. 4:16). Las
consideraba como la expresión de la voluntad de Dios por medio de la vida de las
iglesias, y ponía en ellas todo su corazón… Más adelante afirma …No se trata de
epístolas literarias, pero son más que cartas personales. Son fulminaciones de pasión y
poder que dieron en la diana y que impactan ahora poderosamente a todos aquellos que se
toman el esfuerzo de acudir a las mismas para encontrar en ellas la mente de Cristo que
revelan.
 (Robertson, 2003, p. 383)

Teológico

El apóstol Pablo tuvo una constante lucha con los judíos y los judeocristianos que no

entendían el concepto de la salvación en el nuevo pacto en Jesús, por lo cual pretendían seguir

practicando lo que demandaba la Ley e insistían en judaizar a los cristianos. Kuss (1976) plantea

esta problemática de una manera extraordinaria diciendo:

La carta a los Romanos es el resultado teológico de una lucha encarnizada por la


esencia del cristianismo. Pablo ha analizado aquí por primera vez, en profundidad y
teológicamente, la oposición insalvable entre judaísmo y cristianismo, y la ha formulado,
a su modo, de una forma sistemática. En la carta a los Romanos el cristianismo adquiere
a su vez conciencia doctrinal. Frente a la petulancia y estreches del judaísmo, Pablo
predica la universalidad de la Salvación; Dios no es sólo el Dios de los judíos, sino el
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Dios de todo los hombres, judíos y gentiles. La salvación, fundada en la redención de


Jesucristo, no está ligada a unos determinados privilegios terrenos. Tal concepción
cristiana estaría demasiado cerca del pensamiento judío. La salvación tiene que llegar a
cualquier hombre, pues todos, tanto judíos como gentiles están necesitados de ella. No
hay camino alguno hacia Dios que el hombre pueda recorrer hasta el final por sus propias
fuerzas; todos son pecadores y sin la misericordia y amor de Dios están perdidos. (Kuss,
1976, p. 26)

Crítica de forma
Estructura de la Epístola

Según (Pérez, 2011, p. 34):

I. Introducción y argumento (1:1–17).

1.1. Saludos (1:1–7). 


1.2. Interés del apóstol por los creyentes en Roma (1:8–13). 


1.2.1. Orando por la iglesia (1:8–10).

1.2.2. Deseando edificarles (1:11–13).

1.3. La posición de Pablo frente al evangelio (1:14–15).

1.4. Tesis de la epístola (1:16–17).

II. Justificación: la justicia imputada (1:18–5:21).

2.1. Condenación: la necesidad universal de la justicia (1:18–3:20).

2.1.1. La culpa de los gentiles (1:18–32).


A) Revelación del conocimiento (1:18–20).


B) Rechazo del conocimiento (1:21–23).


C) Resultados del rechazo del conocimiento (1:24–32).

2.1.2. La culpa de los judíos (2:1–3:8).

A) La declaración de la culpa (2:1).

B) El criterio del juicio (2:2–16).

a) Según verdad (2:2–5).


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b) Según obras (2:6–10).

c) Sin acepción de personas (2:11–16).

C) El peligro del judío (2:17–29).

a) Sus privilegios (2:17–20).

b) Sus prácticas (2:21–24).

c) Su posición (2:25–29).

D) Las promesas del judío (3:1–8).

2.1.3. La prueba de la culpa universal (3:9–20).

A) La acusación (3:9).

B) La demostración (3:10–18).

C) La aplicación (3:19–20).

2.2. Manifestación: la provisión universal de la justicia (3:21–26).

2.2.1. Justicia sin ley (3:21).

2.2.2. Justicia aprobada por la fe (3:22–23).

2.2.3. Justicia consumada por el sacrificio de Cristo (3:24–26).

2.3. Armonización: la justificación y la ley (3:27–31).

2.4. Ilustración: la justificación en el Antiguo Testamento (4:1–25).

2.4.1. Abraham y la justificación (4:1–5).

2.4.2. David y la justificación (4:6–8).

2.4.3. La circuncisión y la justificación (4:9–12).

2.4.4. La fe y la justificación (4:13–25).

2.5. Exultación: la certeza de la salvación (5:1–11).

2.5.1. Seguridad por la justificación (5:1–5).


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2.5.2. Seguridad por el amor de Dios (5:6–8).

2.5.3. Seguridad por la posición alcanzada en Cristo (5:9–11).

2.6. Aplicación: la universalidad de la justificación (5:12–21). 


III. Santificación: la apropiación de la justicia (6:1–8:17).

3.1. La base de la santificación: identificación con Cristo (6:1–14).

3.1.1. Identificación con la Persona y obra de Cristo (6:1–10).

3.1.2. El reconocimiento de la nueva realidad (6:11).

3.1.3. La entrega de la vida a Dios (6:12–14).

3.2. Un nuevo principio gobernante: esclavos de la justicia (6:15–23).

3.3. Una nueva relación: emancipación de la ley (7:1–25).

3.3.1. El creyente y la ley (7:1–6).

3.3.2. El creyente y el pecado (7:7–13).

3.3.3. El creyente y el ego (7:14–25).

A) Sin Cristo el creyente es esclavo del pecado (7:14–17).

B) Sin Cristo el creyente no produce justicia (7:18–25).

3.4. Un nuevo poder en la vida: la obra del Espíritu Santo (8:1–17).

3.4.1. Liberación del pecado (8:1–8).

3.4.2. Liberación del cuerpo (8:9–11).

3.4.3. Liberación de la esclavitud (8:12–13).

3.4.4. Liberación de los hijos de Dios (8:14–17). 


IV. Glorificación: conformidad con el Señor de la justicia (8:18–39).

4.1. Los sufrimientos de la vida presente (8:18–27).

4.1.1. Sufrimientos de la creación (8:18–22).


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4.1.2. Sufrimientos de los creyentes (8:23–25).

4.1.3. Intercesión del Espíritu (8:26–27).

4.2. La gloria que será manifestada (8:28–30).

4.3. Himno de seguridad y alabanza (8:31–39). 


V. Vindicación: la justicia de Dios tocante a Israel (9:1–11:36).

5.1. La consideración del rechazo de Israel (9:1–29).

5.1.1. La tristeza de Pablo por Israel (9:1–5).

5.1.2. La luz de la historia bíblica (9:6–13).

5.1.3. La luz de los principios bíblicos (9:14–29).

5.2. La explicación del rechazo de Israel (9:30–10:21).

5.2.1. El tropiezo de Israel (9:30–33).

5.2.2. La ignorancia del canal de salvación (10:1–11). 


A) El deseo de Pablo (10:1–2).


B) La descripción de la justicia legal (10:3–5).


C) La descripción de la justicia de la fe (10:6–11).

5.2.3. Ignorancia del carácter universal de la salvación (10:12–13).

5.2.4. Ignorancia de la proclamación universal del evangelio (10:14–21).

5.3. La consolación del rechazo de Israel (11:1–36).

5.3.1. El rechazo no es total (11:1–10).

A) El caso de Pablo (11:1).

B) La presciencia de Dios (11:2a).

C) El llamamiento del remanente (11:2b–10).

5.3.2. El rechazo no es final (11:11–32).


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A) Consecuencias del rechazo de Israel (11:11–24).

B) La promesa de la restauración de Israel (11:25–32).

5.3.3. Alabanza por la sabiduría infinita de Dios (11:33–36). 


VI. Aplicación: la justicia de Dios en acción (12:1–15:13).

6.1. Aplicación a la congregación (12:1–21).

6.1.1. La base de la conducta cristiana (12:1–2).

6.1.2. La práctica de la humildad (12:3–8).

6.1.3. La práctica del amor con los creyentes (12:9–13).

6.1.4. La práctica del amor con todos (12:14–21).

6.2. Aplicación al gobierno civil (13:1–14).

6.2.1. Obligaciones públicas (13:1–7).

6.2.2. Obligaciones privadas (13:8–10).

6.2.3. Motivación para el cumplimiento de las obligaciones (13:11–14).

6.3. Aplicación a las cosas dudosas (14:1–15:13).

6.3.1. Exposición del problema (14:1–3).

6.3.2. Principios que gobiernan el problema (14:4–15:13).

A) El principio de la libertad en Cristo (14:4–12).

a) No juzgar (14:4).


b) Reconocer la relación con el Señor (14:5–9).

c) 
 El derecho del Señor a juzgar (14:10–12).

B) El principio de no causar tropiezo (14:13–23).

C) El principio de agradar a otros (15:1–3).

D) El principio de glorificar a Dios mediante la unidad (15:4–13).


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VII. Propagación: la difusión de la justicia de Dios (15:14–16:27).

7.1. El propósito de Pablo al escribir la epístola (15:14–21).

7.1.1. Su seguridad de la madurez espiritual de los romanos (15:14).

7.1.2. Su celo en ministrar la Palabra (15:15–21).

7.2. Los planes futuros de Pablo (15:22–33).

7.2.1. Su deseo de visitar la iglesia en Roma (15:22–29).

7.2.2. Su deseo de que la iglesia orase por él (15:30–33).

VIII. Saludos, despedida, advertencias y alabanza (16:1–27).

8.1. Recomendación de Febe (16:1–2).

8.2. Saludos a varias personas (16:3–16).

8.3. Advertencias (16:17–20).

8.4. Saludos personales (16:21–24).

8.5. Doxología final (16:25–27). 


Estructura del pasaje

I. La ignorancia del canal de salvación (10:1–11).

1.1 El deseo de Pablo (10:1–2).



1.2 La descripción de la justicia legal (10:3–5).

1.3 La descripción de la justicia de la fe (10:6–11).

II. Ignorancia del carácter universal de la salvación (10:12–13).

Géneros

Según Keener (2003):

Algunos estudiosos han opinado que la carta de Pablo a los Romanos es una carta
ensayo, en la que explica su *evangelio sin relación a las necesidades específicas de la
iglesia en Roma. En vista de los que ya hemos dicho anteriormente respecto a las
circunstancias y al tema, no obstante, parece que Pablo expone los hechos del evangelio
en los capítulos 1-11, y entonces llama a sus lectores a la reconciliación y al servicio
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mutuo en los capítulos 12-15; así la carta es retórica “deliberativa”, un argumento con la
intención de persuadir a los lectores a que cambien de conducta” (Keener, 2003, p. 412)

Harrison (1980) afirma que la introducción y la conclusión califican a Romanos como

epístola, pero no tiene carácter ocasional como las otras epístolas de Pablo y que por eso parece

más un tratado que una carta” (Harrison, 1980, p. 304).

Intención o propósito

Robertson (2003) afirma que Pablo nos lo explica en la carta cuando dice:

Hacía largo tiempo que acariciaba la idea de ir a Roma (Hch. 19:21) y


frecuentemente había hecho planes para ello (Ro. 1:13) que quedaron interrumpidos
(15:22), pero ahora decididamente planea ir de Jerusalén a Roma, una vez haya
depositado allí la ofrenda (15:26), y luego dirigirse a España (15:24, 28). Mientras tanto,
envía esta Epístola a fin de que los romanos puedan saber cuál es realmente el evangelio
de Pablo (1:15; 2:16). Tiene su mente llena de las cuestiones suscitadas por la
controversia de los judaizantes y que se exponen en las Epístolas a Corinto y a Galacia.
Así que con un talante más sereno y de una manera más extensa les presenta su
concepción de la Justicia que Dios exige (1:17) tanto del gentil (1:18–32) como del judío
(2:1–3:20) y que sólo puede ser obtenida mediante la fe en Cristo, el cual, por su muerte
expiatoria (justificación) la ha hecho posible (3:21–5:21). (Robertson, 2003, p. 383)

Carballosa (1994) nos ilustra al respecto de forma sintetizada pero explícita diciendo:

El propósito central de la Epístola a los Romanos es exponer el tema de la


santidad y la justicia de Dios a través del evangelio de la gracia (1:16-17). Además,
demostrar que todo ser humano está desprovisto de la santidad y la justicia que Dios
demanda (1:18-32). Tanto el judío como el gentil están perdidos y, por lo tanto,
necesitan la justicia de Dios. En esta epístola Pablo aclara cuál es la posición que ocupa
tanto el judío como el gentil dentro del plan divino de la salvación. (Carballosa, 1994, p.
15)

Comentarios

Por siglos, la carta a los Romanos ha causado revuelo en el pensamiento teológico de los

creyentes y ha tenido un rol protagónico en los postulados de fe de los más grandes pesadores del

cristianismo. Llama a nuestra atención el capítulo 10, que en sus primeros 13 versículos,

encontramos los postulados de la justificación por la fe, inspirados en el apóstol Pablo por su

continua lucha con los judaizantes y las obras de la Ley.


15

Es menester de la iglesia considerar estos planteamientos detenidamente, pues tal parece

que en este tiempo, también tendremos que luchar con tal amenaza. Por esta razón elegimos esta

porción bíblica para nuestro estudio. Para tales efectos, estaremos haciendo referencia al la

Nueva Versión Internacional (1999) de la Biblia. El primer versículo del capítulo 10 de la carta

a los Romanos comienza diciendo:

“1 Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por los Israelitas, es que


lleguen a ser salvos”.

Es evidente que estas primeras palabras están dirigidas a los gentiles. A pesar de la lucha

que a tenido que librar en contra de los judaizantes, y a favor del cristianismo, el apóstol Pablo

expresa su pesar por aquellos que son sus hermanos y no recibieron a Jesús como Mesías. Sus

palabras sientan las pautas de cuál debe ser nuestra responsabilidad para con ellos, de quienes

nació nuestro Señor y Salvador. Su lucha es contra sus creencias, no contra ellos, porque son sus

hermanos. Como está en juego la salvación de su pueblo, esto le afecta muy profundamente e

intercede por ellos (Kuss, 1976, p. 133). Me parece interesante el planteamiento de Barclay

(1999), que aunque es cónsono con el de Kuss, añade una perspectiva de cómo los judíos pueden

recibir este mensaje, diciendo:

Pablo ha estado diciendo algunas cosas muy duras de los judíos; cosas que a ellos
les resultaría desagradable oír, y más aún reconocer. Todo el pasaje de Romanos 9 al 11
es una condenación de la actitud religiosa de los judíos. Sin embargo, desde el principio
hasta el fin no hay ira, sino anhelo y ansiedad cordiales. Lo que Pablo desea por encima
de todo es que los judíos se salven (Barclay, 1999, p. 63).

En el versículo 2, Pablo continúa diciendo:

“2 Puedo declarar a favor de ellos que muestran celo por Dios, pero su celo no se basa
en el conocimiento”.

Los judíos creían fielmente en las estipulaciones de la Ley de Moisés, y creían que la

salvación sólo era posible haciendo lo que Ella demandaba. Y hasta cierto punto tenían razón.
16

El problema radica en que ellos nunca desarrollaron una relación afectiva con Dios, ni

entendieron que la Ley era sólo una representación de la verdadera salvación que llegaría a

consumarse en el Mesías prometido. Pero como Jesús no se manifestó según lo que ellos

esperaban que fuera su salvador, entonces no lo aceptaron. El concepto de un salvador en la

cosmovisión de ellos, no armonizaba con el Salvador profetizado en las Escrituras. Ellos

esperaban un salvador como el rey David, que los librara del yugo de Roma y restableciera el

reino de Israel. Que de hecho, la Escritura establece que ese salvador vendría de su simiente

(Jeremías 23:5-6), y así fue, pero el reino que había de establecer era el reino de Dios no el de los

hombres. En esto está de acuerdo Pérez (2011) al señalar lo siguiente:

Los judíos eran celosos de las cosas de Dios y más concretamente de las formas
legales, porque no tenían un conocimiento pleno de lo que Él demandaba. Era un celo
ciego, mal orientado, envuelto en fanatismo religioso. Para ellos el camino de salvación
que Dios había establecido no era suficiente (Mi. 6:8). Habían cambiado el plan de Dios
por su sistema religioso (Is. 29:13). Su mayor problema consistía en la abierta oposición,
incluso lucha, contra el Salvador (Hch. 26:9–11). Una situación semejante se produce en
todos los que desean honrar la doctrina, pero ignoran al Dios de la doctrina. Hay muchos
creyentes que son celosos de su denominación, de su historia, de sus tradiciones, de su
forma de entender la santidad, pero ignoran absolutamente el amor y la comunión, que
son demandas esenciales y mandatos concretos establecidos por Dios (Jn. 13:35; Ef. 4:3).
Celosos del sistema, viven cargados con preceptos y cargan con ellos a quienes Dios ha
hecho libres. Son los que cuelan el mosquito y dejan pasar el camello (Mt. 23:24). Esta es
una de las formas habituales de conducta en el legalista. Miran con minuciosidad el
literalismo de la Palabra, pero desconocen la realidad espiritual de la misma. Están
interesados en asuntos externos de poca o ninguna importancia. Hacen énfasis en el modo
de vestir, conforme a lo que ellos entienden que la Biblia demanda, en el modo de
expansión lícita, en los lugares a donde se debe o no asistir, al modo de llevar a cabo el
culto, a los cánticos que se deben cantar en la congregación y, en fin, a todo cuanto no
tiene verdadera importancia delante de Dios, pero que da un aspecto piadoso al que lo
practica, mientras abandonan la parte más importante de la vida cristiana que es el amor a
los hermanos. Mantienen tozudamente las tradiciones heredadas de los antiguos, pero no
avanzan en el camino de la comunión. Son capaces de revolver cielo y tierra para hacer
las cosas como siempre se hicieron, pero incapaces de guardar con solicitud la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz (Ef. 4:3). (Pérez, 2011, p. 661)

En otros palabras, la ceguera de los judíos es a causa de su celo (fanatismo religioso),

porque en realidad nunca entendieron que la demanda de Dios era la comunión en amor.
17

Todo esto se ratifica en el versículo 3 donde dice:

“3 No conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya


propia, no se sometieron a la justicia a Dios”.

Esta expresión confirma el hecho de que los judíos no entendían a Dios porque no tenían

comunión con Él. Ellos nunca entendieron que Dios les escogió para darse a conocer al mundo,

pero al igual que otros pueblos, creían tener un Dios exclusivamente para ellos. Se adueñaron de

Dios e idealizaron la “manera correcta” de buscarle y serle fiel, y creían que sus obras los hacían

merecedores de su favor. Nunca aceptaron otra manera de acercarse a Dios, y como Jesús retó

todo su sistema religioso, no podían ver en Él la justicia de Dios. Wenham, Motyer, Carson y

France (2003) nos arrojan un poco más de luz al respecto cuando exponen lo siguiente:

En Romanos 10:1-4 Pablo explica con mayor detalle este “tropiezo” de los judíos
en Jesús. Después de reafirmar su profundo anhelo por la salvación de sus hermanos y
hermanas judíos (ver Romanos 9:1-3), Pablo destaca la falla de los judíos en no tener un
conocimiento de los caminos y los propósitos de Dios que sea comparable a su
indiscutible celo. Utilizando la imagen de la carrera vista en Romanos 9:30-33, Israel
corría afanosamente, pero no se dirigía hacia la verdadera línea de llegada de la carrera.
Esa línea de llegada es la justicia de Dios (gr. ten tou theou dikaiosunen, v. 3), y, como en
Romanos 1:17 y en 3:21, 22, se refiere a la acción de Dios de colocar a las personas en
una relación correcta con él. Concentrados en la persecución de su propia justicia, la
justicia que viene por obras (Romanos 9:32) y por la ley (Romanos 10:5), los judíos no se
han sometido a, ni han querido aceptar en fe, la manera en que Dios relaciona a las
personas con él. La preocupación de los judíos por la ley es, una vez más, el problema
subyacente, como lo implica Pablo en el v. 4; porque no han llegado a comprender que
Cristo es en sí mismo la “culminación” de la ley. (Wenham, Motyer, Carson, & France,
2003, p. 555)

El versículo 4, como bien menciona el comentarista, trabaja con el aspecto del

cumplimiento de la ley en Cristo cuando dice:

“4 De hecho, Cristo es el fin de la Ley, para que todo el que cree reciba la justicia”.

Aquí el apóstol Pablo establece que la única finalidad de la Ley, era conducir a Israel a

Cristo, la manifestación excelsa de la justicia de Dios, adjudicada por fe, y no por obras. “El fin

de la Ley, puede significar la “meta” o “climax” al cual apunta la Ley” (Keener, 2003, p. 443).
18

Kuss (1976) nos lo explica detalladamente al decir:

El camino de los judíos con la Ley podía parecer legítimo; pero ahora ha quedado
patente que la fe es el fundamento exclusivo de la salvación. El hombre no puede hacer
nada decisivo por sí solo; debe someterse a la acción de Dios, si es que quiere alcanzar su
salvación. Cristo y solo Cristo, ése es el auténtico contenido de la predicación del
apóstol. Ello incluye un supremo esfuerzo del hombre, aunque tal esfuerzo no pueda
fundamentar la menor pretensión. (Kuss, 1976, p. 133)

En el versículo 5, Pablo cita a Moisés para dar énfasis al contraste de la justicia que viene

por la fe, y las obras de Ley al decir:

“5 Así describe Moisés la justicia que se basa en la ley: «Quien practique estas cosas
vivirá por ellas.»”

Es decir, según la Ley de Moisés, para ser considerado justo delante de Dios y conservar

la vida, hay que ser obediente a sus mandamientos. Pero cuando decidimos recibir a Jesús como

Salvador, creyendo que por su sangre Dios nos considera justos, recibimos por gracia el don de

la vida, que nos motiva a vivir sometidos a su voluntad. Barclay (1999) no pudo haberlo

explicado mejor, al decir:

Los judíos estaban convencidos de que adquirían crédito con Dios mediante la
obediencia a la Ley. Lo que mejor revela la actitud judía son las tres clases en que
dividían la humanidad: Había personas que eran buenas, cuyo balance era positivo; había
otros que eran malos, cuya vida arrojaba un balance de deuda, y había quienes estaban en
medio, que serían buenos si hicieran una buena obra más. Todo era cuestión de ley y
mérito. A esto contesta Pablo: «Cristo es el final de la Ley», lo que quiere decir que es el
final del legalismo. La relación entre Dios y el hombre ya no es la que existe entre un
acreedor y un deudor, entre un asalariado y un patrono o entre un juez y un acusado.
Gracias a Jesucristo, el hombre ya no está en la posición de tener que satisfacer la justicia
divina; sólo tiene que aceptar Su amor. Ya no tiene que merecer el favor de Dios, sino
solamente tomar la Gracia y el amor y la misericordia que Dios le ofrece gratuitamente.
Para demostrar su argumento Pablo cita dos pasajes del Antiguo Testamento. En primer
lugar, Levítico 18: S, donde se dice que el que obedezca meticulosamente los
mandamientos de Dios encontrará la vida. Es verdad, pero nadie ha podido. (Barclay,
1999, p. 64)

En los versículos 6 y 7, Pablo explica el contraste de la Ley al decir:

“6 Pero la justicia que se basa en la fe afirma: «No digas en tu corazón: “¿Quién subirá
al cielo?” (es decir, para hacer bajar a Cristo), 7 o “¿Quién bajará al abismo?”» (es decir,
para hacer subir a Cristo de entre los muertos).”
19

En otras palabras, el creyente debe aceptar por fe lo que Dios ha hecho, confiando y

esperando en sus promesas. Cualquier otra cosa que intentemos hacer, fuera de lo que Dios ha

dicho, es en vano. El planteamiento de Barclay sobre el versículo 5 continúa hacia los versículos

6 y 7, explicando la afirmación de Pablo, y dice:

Luego cita Deuteronomio 30:12s. Dice Moisés que la Ley de Dios no es


inasequible o imposible: está en la boca, en la mente y en el corazón del hombre. Pablo
toma ese pasaje en sentido alegórico. No fue nuestro esfuerzo el que trajo al mundo a
Cristo o Le resucitó. No es nuestro esfuerzo lo que nos reconcilia con Dios. Dios lo ha
hecho por nosotros, y no tenemos más que aceptarlo y recibirlo. (Barclay, 1999, p. 64)

Analizando este mismo pasaje, Stanley (2003) nos ofrece otra manera de explicarlo, al

afirmar que “Cristo no necesita ahora descender del cielo para morir en la cruz. Él ya ha venido

y muerto por nuestros pecados. Él no necesita ser resucitado de los muertos; ha sido resucitado

ya. Todo está hecho: está consumado.” (Stanley, 2003, p. 98). El planteamiento de Pablo

continúa en los versículos 8 y 9 al decir:

“8 ¿Qué afirma entonces? «La Palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el
corazón.» Esta es la palabra que predicamos: 9 que si confiesas con tu boca que Jesús es el
Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.”

Aquí, luego de reprochar los cuestionamientos legalistas e incrédulos, Pablo descifra la

ilustración que hizo al citar el pasaje de Deuteronomio 30, ya en el versículo14, donde hace

constar que en Jesucristo se cumple ese precepto por la fe en Él, que es la Palabra de Dios

encarnada. Carballosa (1994) enfatiza el aspecto del la fe al decir:

La expresión “creyeres en tu corazón” ser refiere a una fe genuina, no sólo a una


comprensión intelectual sino a una aceptación plena. La resurrección de Cristo de los
muertos es un acontecimiento histórico (obsérvese el aoristo éigeiren) y fundamental para
la salvación. La resurrección de Cristo habla de su santidad absoluta y del carácter
perfecto de su obra salvadora. Porque Él vive, es capaz de dar vida a quien cree en Él.
“Serás salvo” (sothéisei) es el futuro indicativo, voz pasiva de sódso, que significa
“salvar”, “librar”. La referencia es, sin duda, a la salvación espiritual. Obsérvese además
que la salvación es algo personal: el individuo tiene que confesar que Jesús es Dios y
creer que Él vive para salvar. Quien hace eso de manera personal, recibe personalmente
el regalo de la salvación. (Carballosa, 1994, p. 211)
20

El versículo 10 es extensivo a la discusión que venimos desarrollando, pero básicamente

es la tesis de la discusión, resumida de la siguiente forma:

“10 Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para
ser salvo.”

Creer con el corazón, es una fe apasionada y de gran convicción de lo que Dios ha dicho,

que no admite cuestionamientos, y te provoca confesarlo. En su análisis del griego, Pérez (2011)

hace una explicación más exhaustiva del versículo, y nos ilustra de la siguiente manera:

Una doble cláusula conclusiva sustenta la oración. Por un lado está la fe ejercida
con el corazón. De nuevo se enfatiza una fe de entrega y no de intelecto. El creer
mentalmente que Jesús es el Señor y en su resurrección, no salva a nadie. Los mismos
demonios creen eso pero no se salvan (Stg. 2:19). El apóstol afirma que “con el corazón
se cree para justicia”, esto es, se cree para justicia porque mediante la fe que se entrega a
la obra del Crucificado, recibe la justicia de Dios por la que como pecador es justificado,
abandonando toda obra humana. Con el corazón se expresa aquí la contingencia de todo
ser humano en materia de salvación. Expresa el carácter existencial del hombre que, con
toda decisión depone lo que es, ser-ahí y ser-así, para aceptar el ser-ahí y ser-así de Dios.
De otro modo, depone su yo, para aceptar como yo el Tú de Dios, que es Cristo. Al
hacerlo así, alcanza la justicia de Dios en ese acto de fe que es entrega personal. La boca
expresa el testimonio de haber sido salvo. Fe y confesión van siempre juntas (Lc. 12:8).
La confesión de fe es testimonio natural de quien ha creído (1 Ti. 6:12). El que confiesa
que Jesús es el Hijo de Dios, manifiesta la realidad del asentamiento de Dios en su
corazón (1 Jn. 4:15). (Pérez, 2011, p. 675)

El versículo 11 es la base escritural que Pablo usa para validar el aspecto de la salvación

por fe, como una promesa de Dios basada en Isaías 28:16, que dice:

“11 Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en Él no será jamás defraudado.»”

El apóstol contextualiza la cita de Isaías con el propósito de Dios de salvar al mundo, no

sólo a los judíos, sino también a los gentiles (Brown, 2002, p. 741). En los versículos 12 y 13,

Pablo enfatiza el hecho de que la salvación está disponible para todo el que busque a Dios y dice:

“12 No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y
bendice abundantemente al cuantos lo invocan, 13 porque «todo el que invoque el nombre del
Señor será salvo.»
21

Aquí el apóstol cita a Joel 2:23 para justificar la salvación de los gentiles (Wenham,

Motyer, Carson, & France, 2003, p. 557). Con el fin de finalizar nuestro análisis de la perícopa

que nos ocupa, comparto las expresiones de Barclay (1999) que resume muy bien lo que hemos

tratado de explicar en estos últimos versículos, y dice así:

A un judío le resultaría difícil creer que el acceso a Dios no era por medio de la
Ley; este camino de la confianza y la aceptación era algo revolucionario e increíblemente
nuevo para él. Además, le resultaría sumamente difícil creer que el acceso a Dios estaba
abierto a todo el mundo. Le parecía que los gentiles no podían estar en la misma posición
que los judíos. Así es que Pablo concluye su argumento citando dos pasajes del Antiguo
Testamento como última demostración. Cita en primer lugar Isaías 28:16: < Nadie que
crea en Él será defraudado.» No se dice nada de la Ley; todo se basa en la fe. Y en
segundo lugar cita Joel 2:32; «Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.» No
hay limitación aquí; la promesa es para todos; por tanto no hay diferencia entre judíos y
gentiles. En esencia, este pasaje es una apelación a los judíos para que abandonen el
camino del legalismo y acepten el de la Gracia. Es una apelación para que reconozcan
que su celo está descarriado, y para que presten atención a los profetas que declararon
hace mucho tiempo que la fe es el único camino de acceso a Dios, y que está abierto a
todo el mundo. (Barclay, 1999, p. 65)

Conclusión

Hemos visto cómo el apóstol Pablo, de forma magistral, defiende los postulados

teológicos de la fe cristiana, sin contender ni condenar peyorativamente a aquellos que están

equivocados. Él identificó las debilidades de la religión judía y las usó de trampolín para

enaltecer las virtudes y las fortalezas de la fe cristiana. Empleando el modelo del amor de Cristo,

hace señalamientos que están fundamentados en el amor y la misericordia que caracteriza a

aquellos que han sido transformados por el poder del amor de Dios. Sus expresiones no nacen de

efímeros sentimientos racionales, sino del conocimiento de las Escrituras y de una experiencia de

transformación integral de su carácter, al rendir su voluntad y decidir vivir como esclavo que

trabaja para hacer cumplir el propósito de Dios. Es por eso que puede confrontar con autoridad a

aquellos que insisten en trastornar los fundamentos de la fe cristiana, con planteamientos que no

tienen una base bíblica que los sostenga, porque están basados en religiosidad.
22

La confrontación de Pablo es didáctica y exhaustiva, con el propósito de hacerse entender

sin dejar lugar a dudas. Si hay alguien de entre los judíos que puede interpretar bien las Sagradas

Escrituras, es Pablo, fariseo de pura sepa. Siendo judío, ha concluido de forma meridiana que los

judíos andan perdidos en el espacio, puesto que embebidos en su religiosidad, nunca se dieron a

la tarea de escudriñar las escrituras y entender los propósitos de Dios. Sólo estaban preocupados

por cumplir con lo que habían aprendido, con el fin de disfrutar los beneficios de sus sacrificios.

Ellos nunca entendieron ni aceptaron a su Mesías, quien vino para hacerles libres de la

Ley, y cumplió todo lo que se había profetizado de Él. Sus costumbres y tradiciones eran más

importantes que lo que Dios había dicho y esperaba de ellos. Por eso el apóstol reiteradamente

citó porciones de sus escrituras sagradas, en su ejercicio de hacerles entender que el

cumplimiento de todo lo que demandaba las obras de la Ley se cumplieron en Cristo, y ya no

había que hacer nada más que recibirle y confesarle. Para nosotros los cristianos, debe quedar

totalmente claro que el único camino a la salvación es Cristo Jesús.

Contextualización

La Iglesia Cristiana contemporánea tiene mucho que aprender del apóstol Pablo como

modelo de Cristo. Al igual que los judíos, nos hemos adueñado de Dios y de la Iglesia. Hemos

abandonado la Palabra de Dios para aferrarnos a nuestras costumbres y tradiciones, que en

muchos casos son utilizadas para atormentar, señalar, condenar, criticar, alejar y señorear sobre

los demás. Es más importante lo que proyectamos ante los demás que lo que realmente somos.

Nos hemos convertido en fariseos hipócritas sin amor ni misericordia, afanados en la obra de

Dios, sin contar con el Dios de la obra. Es hora de volver a Cristo, desechar los odres viejos para

que Dios pueda insertar el vino nuevo que ha separado para este tiempo. Algunas de nuestras

tradiciones actúan como piedra de tropiezo al cumplimiento del propósito de Dios.


23

Estamos empecinados con tal arrogancia en limitar a Dios y obligarlo a que se manifieste

como nosotros queremos o entendemos que debe hacerlo, y si no vemos que las cosas no ocurren

tal cual, entonces lo ocurrido no es de Dios. Después no entendemos por qué las iglesias se

vacían. Es que como queremos hacer todo a nuestra manera, pues Dios decide dejarnos hasta

que nos demos cuenta que estamos solos, por las consecuencias de nuestras malas decisiones.

Sólo así decidimos humillarnos y buscar su rostro. Esas consecuencias nos deben llevar al

arrepentimiento y a la sumisión a su voluntad, para que podamos ser levantados de nuestra caída,

abandonando todo lastre de religiosidad y convertirnos en adoradores que le busquen en espíritu

y en verdad y decidamos ser esclavos como Pablo. Es hora de ponernos las pilas, enderezarnos y

capacitarnos para que podamos ser instrumentos útiles en las manos de Dios.

Como en tiempos de Pablo, nuestro mayor reto será continuar ganando terreno con el

evangelio de Cristo. Pero hoy más que nunca debemos estar listos para defender lo que creemos,

no sólo con el conocimiento que podemos adquirir, sino con el testimonio que predicamos con

nuestras acciones más que con palabras (los frutos del Espíritu). Es imposible que podamos

convencer a la gente, ese trabajo lo hace el Espíritu Santo de Dios, en aquellos que deciden ser

espejos limpios en los que la luz de Cristo pueda brillar sin obstáculos, sin manchas. Esto sólo se

logra cuando hemos decidido negarnos a nosotros mismos y rendimos nuestra voluntad a Dios,

muestra de que le amamos y creemos en sus promesas, y así dar testimonio de Cristo, por quien

recibimos la adjudicación de justicia y la salvación. A semejanza de Pablo, como Iglesia,

debemos cuidar de aquellos que Dios va añadiendo a su redil. Que confiesen a Jesús como su

Salvador, es sólo el principio de la jornada. Nosotros debemos mostrarles el camino y ayudarlos

a caminar para que crezcan y maduren en Dios, hasta que ellos también estén preparados para

ayudar a otros. Pero todo esto es en vano sin la verdadera fe, aquella que nace del corazón.
24

Referencias

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Editorial Clie.

Bíblica. (1999). La Santa Biblia: Nueva Versión Internacional. Miami, Florida: Autor.

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Trotta.

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Literatura Cristiana de la Iglesia Cristiana Reformada.

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Keener, C. S. (2003). Comentario del Contexto Cultural de la Biblia: Nuevo Testamento. El

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Kuss, O. (1976). Carta a los Romanos, Carta a los Corintios, Carta a los Gálatas. Barcelona,

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Pérez Millos, S. (1994). Curso de Exégesis Bíblica y Bosquejos para Predicadores (Vol.

Apéndice 3). Barcelona, España: Editorial Clie.

Pérez, S. (2011). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Romanos.

Barcelona, España: Editorial Clie.

Robertson, A. T. (2003). Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento. Barcelona, España:

Editorial Clie.
25

Stanley, C. (2003). Romanos: El Evangelio de Dios (Electrónica ed.). (SEDIN, Ed., & S.

Escuain, Trans.) Girona, España: Editorial Verdades Boiblicas.

Wenham, Motyer, Carson, & France. (2003). Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno. El

Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.

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