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El Nuevo Testamento es la parte de la Biblia cristiana compuesta por un conjunto

canónico de libros y cartas escritas después de la muerte de Jesús de Nazaret, que la


tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia, apartando otros textos considerados
apócrifos (griego: από 'lejos', κρυφος 'oculto'; latín: apócryphus). Se le designa como
Nuevo Testamento desde Tertuliano en la Iglesia cristiana. Al contrario con el Tanaj
hebreo, llamado por los cristianos Antiguo Testamento, los judíos (a excepción de los
llamados judíos mesiánicos), no tienen el Nuevo Testamento en común con los
cristianos.

El uso del término «testamento» proviene del vocablo hebreo berith ('alianza, pacto,
convenio o disposiciones entre dos contratantes'), a través del griego diatheké, y del
latín testamentum. Algunos autores presentan los nombres Antiguo y Nuevo Testamento
con que se designa las dos grandes secciones en que se divide la Biblia cristiana como
el resultado de un error de interpretación de la palabra diatheké, que significa: 'deseo' o
'voluntad', y también 'acuerdo’ o 'convenio'.1 Con este criterio diatheké en griego haría
referencia al antiguo y al nuevo convenio de Dios con los hombres más que a las
Escrituras mismas.

Según otros autores, el término «testamento» proviene de la traducción de la Vulgata y


del paso del concepto hebreo al griego, y sería el resultado de una búsqueda consciente.2
Los traductores de la Septuaginta habrían querido evitar que al hablar del berith (la
alianza entre Dios e Israel) se entendiera que era un pacto entre iguales. Por eso no
usaron el término griego syntheké (que se traduce por 'alianza'), sino que escogieron
diatheké, que se traduce por 'testamento' o 'voluntad', que es la obligación de uno solo
con respecto a otro que solo recibe beneficios.2 De esta forma destacaron más la
disparidad entre las partes (es decir, entre Dios y los hombres). Luego, esa es una de las
acepciones de la palabra testamentum, y de la castellana «testamento» (no entendida
solo como última voluntad ex mortis, como en el uso coloquial). De allí que las
versiones latinas, como la de Jerónimo de Estridón, y la mayoría de las versiones de la
Biblia cristiana siguen utilizando el término «testamento» en lugar de «alianza» para
referirse al Antiguo Testamento (alianza del Sinaí) y al Nuevo Testamento (alianza en la
sangre de Cristo).2
El Antiguo Testamento es —según el canon cristiano— la primera parte de la Biblia.
Contiene el Pentateuco, y otras series de libros históricos, sapienciales y proféticos. En
total se numeran en el Antiguo Testamento 39 libros en la versión protestante, 46 libros
en la versión de la Iglesia católica y 51 libros en la de la Iglesia ortodoxa.

Los judíos dividen los libros del Tanaj en tres grupos distintos: Torá (la Ley), Neviim
(los Profetas) y Ketuvim (los Hagiógrafos).

El grupo denominado testigos de Jehová prefiere la expresión Escrituras Hebreas para


referirse a esta colección de libros.

El Antiguo Testamento de los cristianos en el judaísmo es llamado Tanaj, un acrónimo para


Torá, Neviim y Ketuvim (Ley, Profetas y Escritos). El Tanaj consiste en la Torá de Moisés, el
único libro considerado como dictado y escrito por Dios mismo y entregado a Moisés en el
Monte Sinaí; los Profetas, que son los libros que se consideran como inspirados por Revelación
Profética; y los Escritos, que son una colección de escritos poéticos e históricos que se
consideran inspirados por el Ruaj haKodesh (Espíritu Santo). Puesto que Dios en su Torá
manda no añadir ni quitar nada de la Torá de Moisés, toda escritura que viniese después es
medida a la luz de la Torá. Así, los libros que menos se acoplan a la Torá son considerados
menos inspirados y por tanto, menos importantes. Por este motivo, el judaísmo no considera
los Escritos de los discípulos de Jesús como inspiración Divina, por tanto la Biblia judía solo se
compone del Tanaj. Algunos grupos, entre ellos los judíos nazarenos y judíos mesiánicos (no
reconocidos como judíos por ninguna denominación tradicional) consideran el llamado
«Nuevo Testamento» como material importante de aprendizaje, al mismo nivel que el santo
Zohar o el Talmud, pero nunca al mismo nivel que la Torá de Moisés, la cual es considerada
«Ley perfecta» (Sal 19:7), «para los hijos de nuestros hijos» (Dt 4:8-9), y como Jesús mismo
enseñaría, la Torá es vigente «hasta que pasen los cielos y la Tierra» (Mt 5:18).

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