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LA LITURGIA BIZANTINA.

La liturgia de las iglesias ortodoxas nacidas de los siete concilios ecuménicos,


reagrupadas en una familia de iglesias autónomas difundidas ya por todos los
continentes, resulta de la composición de elementos de origen diverso. El término
bizantino expresa la fuerza vital de Bizancio-Constantinopla en el contexto del estado
imperial, del que era capital. Antiguamente se aplicaba la palabra bizantino no a la
liturgia actual, sino a todo el conjunto de tradiciones litúrgicas del área bizantina: Asia
Menor, Ponto, Tracia Siria y Palestina con el Sinaí. Desde los siglos IV-V en adelante,
sirios (Eudoxio, san Juan Crisóstomo, Nestorio) y alejandrinos (Anatolio) son arzobispos
y patriarcas de Constantinopla. Teólogos e himnógrafos de primer orden (Romano el
Meloda, san Andrés de Creta, san Juan Damasceno, san Cosme de Majuma, etc.) son
sirios apreciados y leídos en Bizancio; no es raro que dejen traslucir en prosa y en poesía
una teología de la salvación que se inspira en Jerusalén y en los lugares santos. Los
monjes son un factor importante de difusión litúrgica, a causa del carácter cosmopolita
del monacato antiguo (lauras de Palestina, monasterios de Siria), que favorecía los
intercambios y las peregrinaciones a Tierra Santa o hacia los famosos santuarios de
Oriente, como san Simeón el Estilita o los santos Sergio y Baco, en Siria.
La historia de la liturgia bizantina ofrece momentos de reformas fundamentales que se
pueden sintetizar en el Typikon, el libro que resume las tradiciones concernientes a las
reglas de todas las celebraciones. El Typikon, antes de ser el actual libro homónimo, es,
desde el punto de vista histórico, un término plurívoco. Desde los siglos VII-IX la liturgia
bizantina griega tolera la aplicación paralela de varios typika. Los más importantes son
tres:
1) Typikon de la gran iglesia de Cristo (Santa Sofía de Constantinopla), expresión de
un verdadero rito catedralicio;
2) Typikon de san Sabas, la gran laura monástica junto a Jerusalén;
3) ypikon studionense, es decir, del monasterio de Studion, en Constantinopla
seguido por los monasterios afiliados a éste, como la gran laura de San Atanasio en el
Monte Athos. Además de éstos existen otros typika locales. Tales colecciones de las
diversas reglas e interpretaciones litúrgicas suponen la existencia de otros libros, en los
que se aplican las reglas, pero también de tradiciones no escritas, que han de
enumerarse en el capítulo de la liturgia viva (redacciones, costumbres, prácticas). La
tradición litúrgica del clero secular y la del monástico,, son las dos corrientes paralelas
de mayor importancia; pero los dos grupos de typika, de la gran iglesia y el de Saba-
Studion, no agotan la totalidad de la primera fase histórica de la liturgia medio-bizantina.
En un typikon, de la clase que sea, aparecen tres etapas fundamentales de oración
oficial:
1) el ciclo diario, fijado en el Horologion y en el Eucologio;
2) el ciclo pascual, contenido en el Octoechos (libro de los ocho tonos), en el Triodion
cuaresmal y en el Pentecostarion del tiempo pascual;
3) el ciclo de los doce meses del año, en el que cada día tiene una fiesta o memoria;
está recogido en los 12 Meneos mensuales.
El esbozo histórico de la liturgia bizantina se sitúa geográficamente en el arco que va de
Constantinopla a Jerusalén, y se debe confrontar con las situaciones que han influido
profundamente y modificado la liturgia:
1) en Constantinopla: período preiconoclasta, crisis iconoclasta (siglos VII-IX), período
posterior a la toma de Constantinopla por parte de los francos (1204), caída de
Constantinopla (1453) y vigorosa reanudación de la tradición bizantina en Rusia y
Moldavia
2) en Jerusalén: período anterior a la conquista persa (614), período posterior a los
persas e invasión árabe (614-638), período posterior a la devastación del califa egipcio
Hakim (1009).
Las destrucciones iconoclastas y de los francos en Constantinopla, y las de los persas y
árabes en Jerusalén, interrumpieron la vida litúrgica normal; ésta se reanudó con una
reforma que elimina, añade y crea. En Constantinopla, la época posterior al comienzo
de la iconoclastia (726) es la de insignes liturgistas, como el patriarca Germán de
Constantinopla (autor probable de un comentario a la Divina Liturgia, pero con
seguridad de himnos y estiqueros); es la época de san Teodoro Estudita; de su hermano
José, metropolita de Tesalónica, autor de numerosas homilías litúrgicas; de José de
Siracusa, sublime y fecundo himnógrafo, que enriquecen el ciclo pascual, adaptan o
componen himnos y revolucionan la tradición monástica, que privilegiaba el salterio. El
autor de gran parte del Triodion de cuaresma es probablemente Teodoro Estudita.
Después de la toma de Constantinopla por parte de los latinos, declina el solemne oficio
estudita, y más tarde desaparece; bajo el influjo de los monasterios del Monte Athos, la
tradición sabaíta es retomada y asimilada, hasta que el Typikon de san Sabas es
consagrado oficialmente por todos los ortodoxos, con su impresión en Venecia en 1546.
En Jerusalén, en el período en torno a la invasión persa del 614, la liturgia vuelve a
florecer gracias a las reformas de los patriarcas Modesto y Sofronio este último, según
dice Simeón de Tesalónica (siglo XV), habría reconstituido el Typikon de san Sabas,
"desaparecido después de las devastaciones del lugar por parte de los bárbaros" (PG
155,556D). El Horologion se enriquece con una buena himnografía, que a continuación
alcanza su culminación con las composiciones y arreglos de san Juan Damasceno, san
Cosme de Majuma y otros numerosos himnógrafos sabaítas (Teóphanes Graptós, Juan
Paleolabriota, Elías II, patriarca de Jerusalén; Jorge Aguiopolita, etc.). Después de la
destrucción del califa Hakim (1009) se siente la necesidad de reconstruir los manuscritos
destruidos y desde el siglo XII en adelante se realiza la reglamentación detallada de las
vigilias (agrypnia) dominicales, los oficios predilectos del monacato palestinense.
En Rusia la edición del Typikon de san Sabas (1610, 1633, 1634, 1682) provoca la
importante reforma del patriarca Nicon, deseoso de eliminar errores y abusos y de
reforzar la unidad litúrgica con el mundo greco-bizantino. El cisma doloroso de los viejos
creyentes (staroviery) fue provocado por reformas de por sí justas. En medio de toda
esta evolución se puede decir que se refuerza un firme principio discrecional: el
celebrante o el superior determina la medida de los oficios y el modo más o menos
solemne de ejecución.
Hoy día la himnografía litúrgica, lejos de haber muerto, es todavía creativa. Tanto laicos
como religiosos rivalizan en la composición de los oficios para los nuevos santos, los
acatistos (himnos de alabanza para recitar de pie), tan queridos en el Monte Athos, en
Rumania y en Rusia. "El mito del inmovilismo litúrgico bizantino es precisamente esto:
un mito" (M. Arranz).
Libros litúrgicos:
1) Typikon, ordo-calendario con las rúbricas detalladas de todos los oficios cotidianos,
incluida la celebración eucarística, con muchas introducciones y reglas para el ayuno,
apéndices para las ceremonias especiales (liturgia patriarcal, ordenaciones, akathistos,
sepultura, tabla de circunstancias y concurrencias festivas);
2) 2) Liturgikon, con el ordinario de las celebraciones eucarísticas y las partes
sacerdotales del oficio;
3) Eucologio, ritual con la administración de los sacramentos y los oficios de
bendición;
4) Octoechos (libro de los ocho tonos), con el propio del oficio de cada día según un
ciclo de ocho semanas, con ocho tonos diversos (texto y música); cada tono dura siete
días: hay, por tanto, 56 propios que se repiten cinco-seis veces al año;
5) Triodion (libro de los himnos triples), con propio del tiempo desde la precuaresma
al sábado santo;
6) Pentecostarion, con el propio del tiempo desde pascua al domingo de todos los
santos (primero después de pentecostés);
7) Meneo (mensual), colección de 12 volúmenes, uno al mes, con las fiestas y
memorias fijas de cada día (santoral);
8) Apóstol, leccionario de lecturas del NT para la liturgia eucarística (sigue el orden
del NT, comenzando en pascua con los Hechos, saltándose sólo la carta a Filemón, que
se lee el día de su fiesta, 22 de noviembre);
9) Evangelio, con las perícopas para la eucaristía y el matutino festivo; se lee en cuatro
series con el orden Jn, Mt, Mc, Lc y evangelios de carnaval al sábado santo;
10) Salterio, dividido en 20 kathismos para vísperas y laudes;
11) Horologion, libro de las horas sintético y portátil, con el ordinario de vísperas y
laudes y las horas menores completas; tiene un calendario que contiene los dos
principales himnos de cada día (tropario y kondakio); como apéndice tiene las tablas
pascuales, el himno akathisto a la Theotokos, el oficio de la comunión (preparación y
acción de gracias), algunos cánones poéticos votivos (a la Trinidad, a la santa Cruz, a
Jesús, Paraklisis a la Madre de Dios).
Los bizantinos unidos a Roma han condensado varias partes de estos libros en ediciones
abreviadas, que se inspiran en el misal y en el breviario.
El año litúrgico tiene dos ciclos: fiestas fijas y móviles.
1) Ciclo fijo: comienza el 1 de septiembre, inicio del año civil bizantino. Tiene nueve
grandes fiestas fijas:
a. Fiestas del Señor (despotikai heortai):
i. Exaltación de la santa Cruz (14 septiembre);
ii. Navidad (25 diciembre);
iii. Teofanía (6 enero);
iv. Encuentro del Señor (2 febrero);
v. Transfiguración 6 agosto);
b. Fiestas de la Madre de Dios (theométorikai heortai):
i. Natividad (8 septiembre);
ii. Entrada en el templo (21 noviembre);
iii. Anunciación (25 marzo);
iv. Dormición (15 agosto);
2) Ciclo móvil:
a. Tempo precuaresmal de veintidós días, con cuatro domingos (domingo del
publicano y del fariseo, domingo del hijo pródigo, domingo de carnaval, domingo de los
lacticinios o del perdón);
b. Cuaresma, de cuarenta días, con seis domingos (domingo de la ortodoxia, domingo
de san Gregorio Palamas, domingo de la adoración de la santa Cruz, domingo de san
Juan Clímaco, domingo de santa María Egipcíaca, domingo de ramos); semana santa;
c. Tiempo del pentecostario, de cincuenta días, con nueve domingos (pascua con
semana luminosa, domingo de santo Tomás o antipascua, domingo de las miróforas o
de los justos José de Arimatea y Nicodemo, domingo del paralítico, domingo de la
samaritana, domingo del ciego de nacimiento seguido del jueves de la ascensión,
domingo de los santos padres del primer concilio de Nicea, domingo de pentecostés o
de la Trinidad, domingo de todos los santos, último de Pentecostario y primero del
Octoechos).
El ciclo móvil contiene las restantes grandes fiestas del Señor: ramos (de por sí fuera
también del ciclo cuaresmal, en cuanto fiesta de la entrada del Señor en Jerusalén),
pascua, ascensión y pentecostés. En el Triodion las semanas se cuentan del lunes al
domingo; en el Pentecostarion, del domingo al sábado. El Triodion contiene un gran
número de lecturas bíblicas también para las horas menores.
Las fiestas tienen cinco rangos, anotados en los libros por una señal especial:
a) Gran fiesta (vigilia nocturna o agrypnia en la que se juntan vísperas y laudes en un
solo oficio solemne, canon poético de la fiesta en el matutino, con canto especial o
megalinario a la Madre de Dios; las fiestas del Señor tienen una cierta prevalencia sobre
el domingo; antefiesta, posfiesta con octava de clausura);
b) media de primera categoría (vigilia nocturna; las más importantes son san Juan Ev.,
el 26 de septiembre; san Juan Crisóstomo, el 13 de noviembre los tres jerarcas san
Basilio, san Gregorio Nacianceno y san Juan Crisóstomo, el 30 de enero; san Jorge, el 23
de abril, etc.);
c) media de segunda categoría (grandes vísperas con kathisma sálmico 1.°,
antifonario con aleluya, gran entrada lecturas bíblicas y laudes con Polyeleos es decir,
Sal 134-135; se usa en las fiestas de los apóstoles, en las menores de la Madre de Dios y
otros santos);
d) menor de primera categoría (no hay grandes vísperas, sin embargo en las laudes
se cana la gran doxología o Gloria in excelsis Deo; textos propios);
e) menor de segunda categoría (un cierto número de estiqueros o cantos propios en
el oficio). Los días de simple conmemoración no se señalan con ningún signo especial en
los libros.
El ciclo semanal prevé las siguientes conmemoraciones, ya insertadas en el Octoechos:
resurrección (domingo), santos Ángeles (lunes), san Juan el Precursor (martes), Madre
de Dios, santa Cruz y penitencia (miércoles), santos Apóstoles, san Nicolás el
Taumaturgo (jueves), santa Cruz, difuntos, penitencia (viernes), todos los santos y
difuntos (sábado).
Cuando se celebra la eucaristía, se usa ordinariamente la Divina Liturgia de san Juan
Crisóstomo o la especial de san Basilio (diez veces al año: vigilia de navidad, primero de
enero, esta de san Basilio, vigilia de epifanía, cinco domingos de cuaresma, jueves santo,
sábado santo). Dado que en los lunes, martes y jueves de cuaresma está prohibida la
Divina Liturgia, que se puede celebrar sólo el sábado y el domingo, considerados fuera
de la cuaresma, el miércoles y el viernes se puede celebrar la Liturgia de san Gregorio,
llamada de los presantificados (es decir: hora de nona con typicos, grandes vísperas con
distribución de la comunión, mantenida en reserva desde la Divina Liturgia del domingo
precedente; para no prolongar el ayuno se la celebra por la mañana, pese a su carácter
vespertino sin embargo, en muchas partes vuelve a iniciarse la celebración por la tarde,
comenzando el ayuno a mediodía en vez de a medianoche).
El movimiento litúrgico ortodoxo actual se está esforzando en propagar de nuevo la
celebración de la liturgia jerosolimitana de Santiago, caída en desuso durante siglos
entre los bizantinos, salvo raras excepciones; la tendencia es celebrarla al menos el día
de la fiesta del apostolado (23 octubre); existen buenas ediciones griegas y eslavas,
provistas incluso de las melodías necesarias; pero su celebración sigue siendo todavía
excepcional.
Las dos anáforas que se usan tienen estructura antioquena. En el medievo, la anáfora
de san Basilio cayó en desuso, dando el relevo a la de san Juan Crisóstomo. La Divina
Liturgia está precedida por el rito tardío, pero altamente simbólico, de la prótesis o
proscomidía (preparación de los ministros y de las especies eucarísticas). Se distingue
fácilmente la parte catecumenal (comienzo, letanías intercaladas con antífonas, entrada
con el evangelio, himnos o troparios del día, Trisagion, Apóstol con aleluya, evangelio y,
entre algunos, letanías de los catecúmenos). La parte del ofertorio comienza con la
solemne traslación de los dones santos desde la prótesis al altar, pasando por la iglesia
al canto del himno querúbico interrumpido por conmemoraciones; siguen credo,
anáfora, padrenuestro, fracción, elevación, comunión, distribución del Antidoron o
eulogia del pan bendecido.
Rasgos característicos de la liturgia bizantina:
a) Los orígenes orientales antioqueno-palestinenses son evidentes, tanto en las
estructuras como en la fuerza imaginativa de los símbolos y en el lirismo de los himnos.
Una veta de optimismo recorre los textos, incluso los de penitencia; finalmente, los
sugestivos oficios del viernes santo dejan traslucir ágilmente la resurrección. La liturgia
se concibe sobre todo como fiesta en el atrio del Señor; y la iglesia, como edificio, se
asemeja a un nuevo paraíso.
b) El aspecto formal lleva la marca puramente bizantina, es decir, romano-imperial, con
su sentido de jerarquía, de orden, de ceremonia imperial; después de la caída de
Constantinopla, la iglesia rusa retomó esta perspectiva de cesarismo, desarrollándola
con exacta dignidad y magnificencia.
c) El helenismo se ha combinado con todas las incidencias orientales y asiáticas,
introduciendo en el lenguaje los contenidos especulativos de la teología patrística
griega. Las ideas bíblico-litúrgicas no es raro que se expresen con la terminología de los
filósofos neoplatónicos, de la escuela teológica de Alejandría, de los padres capadocios,
de san Máximo el confesor. En algunos rasgos se nota que la experiencia litúrgica se ve
como una especie de iniciación gnóstica al Dios trascendente de la Escritura. Luz,
sabiduría, logos, pneuma, pistis-gnosis y sus adjetivos llenan el vocabulario litúrgico y
hacen de contrapeso al sentimiento lírico.
d) El sentido didascálico está muy difuso en la liturgia, aunque no parece fin en sí mismo.
Tal vez la voluntad de hacer conocer los dogmas de la iglesia y la doctrina de los concilios
a través de la experiencia litúrgica ha creado una mentalidad de lícito conservadurismo.
Se puede decir que los himnos como eucología abundan en formulaciones teológicas de
los sínodos y del pensamiento de los padres.
e) El simbolismo tiene como objetivo el teocentrismo y el cristocentrismo del culto. La
liturgia debe poder transmitir todo el contenido bíblico de la suprema trascendencia
divina. Dios aparece como el sujeto absoluto de las palabras y de las acciones litúrgicas,
según la enseñanza antioqueno-edesina. La eucaristía se inspira con toda claridad en la
parábola del banquete y no tiene de hecho el carácter de triste comida de adiós. Dios es
más allá de todas las teofanías litúrgicas un misterio impenetrable tremendo y
fascinante; pero la vida litúrgica de la iglesia permite conquistar el sentido de la
transfiguración de las cosas, la comunión con Cristo como Kyrios. El Cristo de la liturgia
bizantina no aparece nunca velado por el varón de dolores, pues incluso los himnos de
semana santa dejan sentir que en él viven la fuerza, el poder y la gloria.
f) El carácter escatológico aflora particularmente en la eucaristía. Tanto los textos como
el marco exterior (simbolismo de los gestos, del edificio de las vestiduras, de las
imágenes) tienen la función de signo premonitorio de la unión apocalíptica entre el cielo
y la tierra. Con frecuencia los cantos repiten que la liturgia es un servicio pneumático-
extático, aparición en imagen del reino de Dios participación en la alabanza angélica
según todo lo que enseñan, de modo diverso pero complementario, las tradiciones
catedralicia y monástica. El tema de la gloria (doxa) final de Dios se expresa
frecuentemente mediante la terminología apofática (negativa), muy del gusto de los
capadocios, cuya anáfora, de san Basilio, sigue siendo una obra de arte no superada. Ni
la Divina Liturgia ni el oficio o los sacramentos sufren la objetividad pragmática de ser
instrumentos que comunican la gracia, porque el culto se transforma en signo
anticipador de la epifanía que vence el determinismo del mundo natural.
g) Esta liturgia, en sus orígenes históricos y en su espíritu, es, al mismo tiempo, liturgia
de una iglesia local, en cuya asamblea está representada toda la iglesia de Dios. El obispo
está omnipresente espiritualmente, incluso cuando no es el presidente de la liturgia hic
et nunc; rúbricas y costumbres lo recuerdan con frecuencia. Las numerosas letanías
diaconales, con invocaciones breves pero intensas, provocan con feliz repetición las
continuas respuestas de la asamblea o del coro, y expresan toda la tensión de una
eclesiología de comunión en la que no se olvida a nadie, ni a los vivos ni a los difuntos.
h) El arte, en un grado más elevado que en todas las otras liturgias orientales, está
profundamente ligado al culto. Iconografía y arquitectura de realización extremamente
convincentes y refinadas se encuentran en el arte armenio y medieval y, más
débilmente, en las otras familias litúrgicas. Respecto a ellas, sin embargo el mundo
bizantino se enfrentó teológicamente con la relación entre imagen y culto, y conquistó
de ello una comprensión de la que sólo él posee el secreto. Los patriarcas Germán,
Nicéforo y Metodio de Constantinopla, Jorge de Chipre, san Juan Damasceno y Teodoro
Estudita escribieron entre los siglos VIII y IX , acerca del fundamento teológico de la
imagen, y lo sostuvieron: el icono es un documento teándrico que anula la prohibición
veterotestamentaria de hacer imágenes de Dios; la imagen presupone la encarnación.
El hecho cristológico es básico para que Dios pueda ser representado mediante Cristo
en su naturaleza humana. Esquivando la tentación monofisita, el II concilio de Nicea
(787) elabora el pensamiento de san Juan Damasceno y reconoce a los iconos una
veneración (proskynésis, ¡no adoración!) similar a la tributada a la santa Cruz o al libro
de los evangelios, que no entra en conflicto con el primado de la Escritura. El valor de
un icono no reside sólo en la verdad dogmática abstracta, sino en un instante de
contemplación, de amor agradecido al Dios hecho hombre, capaz de transformarse en
liturgia común o piedad personal. A partir del período posterior a la iconoclastia, las
iglesias, distintos momentos de la liturgia y la oración personal comportan cada vez más
la imagen sagrada como presencia indiscutible. La imagen sagrada, pintada según
criterios rigurosamente eclesiásticos, es fruto de una espiritualidad auténticamente
contemplativa. La figura de Cristo y las de la Madre de Dios y de los santos, asimilados a
él, se representan no de un modo naturalista, sino con la semblanza de una eternidad
creada, inmersa en la luz tabórica, simbolizada por el fondo dorado o blanco. La
humanidad que se ve en el icono es abstracta y estilizada, llena del Espíritu Santo, no
tanto naturaleza inmanente cuanto cuerpo espiritual; el límite espacial que Dios ha
asumido en Cristo es, a la luz de la resurrección, una ventana abierta a la eternidad. El
mundo fenoménico, justamente como lo inculca la liturgia, se confronta con el propio
destino de transfiguración. Las figuras comunican un sentido de inmutabilidad, como si
la materia se hubiese substraído a la corrupción. También los colores participan en esta
liturgia visual ante la imagen del Dios invisible hecho visible: la púrpura de la túnica de
Cristo significa su realeza divina, recubierta por el manto azul de la humanidad asumida
por nosotros. El papel del icono en la liturgia es el de compañía y mudo repetidor del
dogma de Calcedonia. Los ministros se preparan para las celebraciones rezando delante
del iconostasio las fórmulas previstas para este acto, inciensan las imágenes, las llevan
en procesión, las comentan. El pueblo las venera también durante la celebración,
sintiendo la identidad profunda entre el mensaje de los textos y el de las imágenes. La
liturgia bizantina presenta las imágenes como parte integrante de sí misma y medio
libre, pero eficaz, para conocer a Dios. El icono del Hijo de Dios testimonia y revela la
gloria de la Trinidad; la vista se santifica y, en la fe, puede transformarse en visión.
En la situación actual, la liturgia bizantina se practica en los patriarcados de
Constantinopla y Jerusalén, en la parte greco-ortodoxa de los patriarcados de Alejandría
y Antioquía, entre los católicos de Georgia, en los patriarcados de origen más reciente
de Moscú, Servia, Rumanía, Bulgaria, en una serie de iglesias autocéfalas o autónomas
(las más importantes: Grecia Chipre, USA). A causa de una dilatada diáspora ortodoxa,
esta liturgia se practica en todos los continentes, incluida Oceanía (Australia y Nueva
Zelanda). El movimiento misionero la difunde en África (Kenia, Uganda, Tanzania, Zaire)
y en Asia (Corea, Japón). El movimiento litúrgico opera de un modo desigual, pero, en
ocasiones, con eficacia, sea a nivel académico (Institut St. Serge, de París; Seminario de
Balamand, en el Líbano; St. Vladimir's Seminary, de Nueva York; facultad de Holy Cross,
en Boston), sea a nivel pastoral (varios movimientos laicos en Medio Oriente, sobre todo
el Mouvement de la Jeunesse Orthodoxe [MJO] siro-libanés, el Apostoliki Diakonia,
confraternidades laicas y otros movimientos en Grecia); muchos obispos en Rumania
Líbano, URSS están comprometidos en la reforma litúrgica, con éxitos satisfactorios
(publicaciones, lengua vernácula, música, predicación simplificaciones equilibradas). La
teología litúrgica ortodoxa está actualmente representada por valiosos investigadores,
como E. Theodorou y J. Foundoulis (Grecia), E. Braniste (Rumania), B. Bobrinskoy, A.
Kniazeff, E. Meliá, C. Andconikoff, mons. G. Wagner (París), el metropolita Georges
Khodre (Líbano). Son también numerosos los estudiosos no ortodoxos autores de
estudios apreciables sobre la liturgia bizantina: L. Ligier, J. Mateos, M. Arranz, R. Taft
(Roma), E. Lanne (Bélgica), W. Nyssen, H.-J. Schulz, G. Kretschmar y K. Gamber
(Alemania), S.V. Janeras (España), R. Bornert (Luxemburgo), etc.
Las iglesias greco-católicas son bastante numerosas y surgieron del desmembramiento
de iglesias locales ortodoxas en las dos obediencias, romana y ortodoxa, provocado por
movimientos de unión, algunos de los cuales datan de muy antiguo: unión de Brest-
Litovsk entre los ucranianos (1595-96), de Uzhorod entre los rutenos (1646), de los
croatas (1611), de Alba Julia entre los rumanos (1698) y de los melkitas de Oriente Medio
(1724). Ha habido otras épocas más recientes, pero de menor importancia (Macedonia,
Grecia, Bulgaria). Los ítalo-albaneses, llegados al reino de Nápoles huyendo de la
invasión turca, han adoptado más bien la intercomunión práctica con la iglesia de Roma,
sin suscribir nunca un acto de unión. Los greco-católicos de Ucrania y Rumania han sido
reabsorbidos en la respectiva iglesia ortodoxa después de coyunturas históricas
recientes.
Estas iglesias han conservado fundamentalmente la liturgia de su iglesia madre; pero, a
causa de siglos de formación teológica occidental, bajo la presión de circunstancias
desfavorables, han realizado reformas litúrgicas inspiradas en el concilio de Trento, en
las devociones de la época barroca, en la teología de la segunda escolástica y en la
devotio moderna. El grado de contaminación es más o menos fuerte, de forma que los
puntos de latinización no valen para todos los lugares o, al menos, no con la misma
intensidad. Al haber perdido el contacto con las fuentes privilegiadas de inspiración
litúrgica (vida sinodal plenamente autónoma, centros monásticos, teología patrística,
estudio de la propia tradición) y al vivir con frecuencia en un aislamiento social y
confesional, han retocado la liturgia a todos los niveles con criterios extraños al genio
originario; en la eucaristía: abandono o simplificación del rito de la proscomidia,
preparada frecuentemente sin fórmulas por el sacristán la tarde anterior a la
celebración; introducción de las misas secretas y privadas; posibilidad para los
sacerdotes de celebrar varias liturgias al día; asimilación del ayuno eucarístico oriental
(desde la media noche) al de la iglesia romana; toque de la campanilla después del
sanctus (para subrayar la doctrina católico-romana sobre la consagración) en el
momento de la institución, y no de la epíclesis; pronunciación de las palabras de la
institución por parte de todos los concelebrantes por tuciorismo; sustitución del
evangeliario sobre el altar por el misal; calendario: introducción de fiestas desconocidas
en Oriente (Corpus Domini, sagrado Corazón, inmaculada Concepción); bautismo,
confirmación y comunión se confieren separadamente; decadencia, que en ocasiones
es casi total o extrema simplificación, del oficio cantado y obligación del breviario
privado; primacía de devociones occidentales (rosario, culto del sagrado Corazón vía
crucis, novenas) y reducción de las típicamente orientales (akathisto, cánones);
bendición eucarística extralitúrgica; decadencia de los Presantificados en favor de la
misa cotidiana; sustitución de la iconografía bizantina por imágenes posrafaélicas
italianizantes; culto de santos extraños al calendario oriental (santa Rita, san Antonio de
Padua, santa Teresa del Niño Jesús); supresión o reducción del iconostasio; estatuas;
recitación del Filioque en el símbolo niceno-constantinopolitano, pese a no ser
obligatorio entre los greco-católicos; sacerdotes que por motivos de solemnidad externa
sirven en la misa como diáconos.

LA LITURGIA BIZANTINA EN ITALIA.


La Italia meridional, helenizada desde la época precristiana, al formar parte del imperio
cristiano de Oriente, ha practicado desde una época remota la liturgia bizantina. Ésta es
también la única forma de liturgia oriental practicada en la península. Las luchas
iconoclastas de oriente produjeron un aumento numérico de las comunidades griegas
en Italia, mezcladas con los restos de los longobardos. Las encontramos en Puglia,
Basilicata, Calabria, Sicilia y Roma. De los cerca de veinte papas greco-orientales, nueve
reinaron entre el 642 y el 752: Teodoro, Juan V, VI, VII; Sergio, Sisinio, Constantino, san
Gregorio III, san Zacarías. La ciudad de Roma contaba en el medievo con importantes
monasterios griegos: san Sabas, san Prisco y santos Alejo y Bonifacio, en el Aventino;
santos Vicente y Anastasio, en Tre Fontane; san Cesáreo en vía Apia; san Basilio, en el
foro Trajano; san Silvestre, san Esteban, etc. La reconquista normanda de Sicilia,
arrebatada a los árabes, produjo un reforzamiento gradual del rito latino y un
debilitamiento del griego en todo el reino. Gracias a una cierta tolerancia de los reyes
normandos, en el siglo XII tuvo lugar un renacimiento cultural y litúrgico que favoreció
la importación de libros litúrgicos de Oriente, especialmente del Monte Athos. Los
normandos, sin embargo, al introducir el derecho feudal de investidura, substrajeron los
potentes monasterios basilianos a la jurisdicción de los obispos bizantinos. Más tarde se
llegó a la supresión de las diócesis bizantinas, transformadas en ocasiones en diócesis
latinas. El rito griego desaparece definitivamente en Puglia y Basilicata en el siglo XV; en
Calabna resistió ininterrumpidamente desde los orígenes hasta los siglos XVI-XVII.
El monacato basiliano, que contaba entre los siglos VII-XII con centenares de
monasterios, lauras, eremitorios y grutas, era el punto de apoyo fundamental de la
liturgia bizantina y ha producido decenas de santos, venerados con frecuencia incluso
en Oriente: san León de Catania, san Filerato de Palermo, san Metodio de Siracusa san
Elías de Enna, san Fantino de Mercurion, san Lucas de Tauriana, san Teoctisto de
Caccamo (conocido por los sicilianos como san Calógero por el título monástico griego
"kalogéros", el buen viejo), san Daniel de Taormina, santos Nilo y Bartolomé de Rossano
Calabro, san Lucas de Messina, san Gregorio de Agrigento, santa Rosalía de Palermo,
etc.
Los monjes seguían en parte el Typikon de san Sabas, pero sobre todo el de Studion,
según la federación monástica a la que pertenecieran (las más importantes son los
archimandritados de san Salvador de Mesina, de 1059, que condividía con el obispo de
Monreale la jurisdicción eclesiástica sobre Sicilia; el Patirion de Rossano Calabro y la
heparquía de Latinianum en Basilicata). Las bibliotecas poseen varios typika ítalogriegos:
el más antiguo es el de Mesina, de 1131. Éstos están, en general, inmunes de
manipulaciones e infiltraciones heterogéneas. La universidad de Roma ha publicado en
12 volúmenes todo el cuerpo himnográfico ítalo-griego, todavía poco conocido. Los
basilianos dieron un fuerte impulso al estudio del griego, influyendo directamente en el
humanismo italiano. Petrarca y Boccaccio estudiaron el griego con dos célebres monjes
greco-calabreses Barlaam de Seminara y Leoncio Pilato. Los typika ítalo-estudionenses
se dividen en tres familias: 1) paleo-calabrés, 2) calabro-siciliana 3) pullés (del
monasterio del Casale). La tradición estudionense, desaparecida en Constantinopla y en
el Athos, ha sobrevivido en la Italia meridional. El monasterio de San Salvador de
Messina cambió el Typjkon estudionense por el de san Sabas sólo en el siglo XVI por
imposición del papa.
En el momento en el que el cristianismo bizantino desaparecía de las provincias
meridionales, comienza el fenómeno dalas inmigraciones de los albaneses desde Epiro
y el Peloponeso, llevando consigo la liturgia bizantina. Se dispersaron por el sur desde el
1461, acogidos por los aragoneses. El límite septentrional de sus colonias está en los
Abruzos. Muchas comunidades perdieron acto seguido el rito griego, pese a continuar
todavía hoy hablando la lengua albanesa.
Actualmente la liturgia bizantina la practican cerca de 70.000 fieles en las dos heparquías
(diócesis) de Fungo Albanesa, junto a Cosenza (26 parroquias en Calabria, Basilicata,
Abruzzi), y de Piana degli Albanesi, junto a Palermo (14 ,parroquias), y en la abadía
"nullius" de Santa María de Grottaferrala, junto a Roma (una parroquia y cuatro
monasterios: en Grottaferrata, San Basilio, junto a Cosenza; Piana deglia Alba y
Mezzojuso, junto a Palermo).

El rito se latinizó mucho entre el 500 y el 700. En este siglo, sin embargo, se ha
emprendido una obra de purificación de los excesivos latinismos del pasado codificada
por el sínodo de Grottaferrata de 1940 y gracias a la mejor formación del clero en el
Colegio Griego de Roma, dirigido por benedictinos belgas. La lengua litúrgica de base al
menos en algunas ceremonias solemnes, es el griego. Recientemente se han introducido
el italiano y el albanés, tanto para toda la Divina Liturgia como para ciertas partes del
oficio. La música psáltica neobizantina va felizmente acompañada de melodías locales
griegas y albanesas. El influjo latino se nota todavía en la fuerte reducción del oficio, en
la Divina Liturgia ferial leída, dialogada y sin canto, en el estilo occidental de las iglesias,
en el uso (en disminución) de las estatuas y, en ocasiones, del armónium, en el bautismo
por infusión, en la penitencia en el confesonario, en la celebración eucarística en
cuaresma, con la consiguiente desaparición o reducción de los Presantificados.
El movimiento litúrgico registra ciertos progresos; una nueva corriente iconográfica de
pintores autóctonos, junto a otros provenientes de Grecia, está proveyendo
gradualmente los lugares de culto de buen arte litúrgico de tradición neo-bizantina. No
faltan las publicaciones tanto científicas (Bolletlino de la abadía griega de Grottaferrata)
como de alta divulgación (revista y cuadernos de Oriente Cristiano de Palermo). La
iglesia concatedral griega del almirante (Martorana) en Palermo se ha convertido en un
interesante centro de contacto ecuménico entre fieles greco-ortodoxos e ítalo-albanos
greco-católicos, que se unen en el canto de la común Divina Liturgia.

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