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El origen del lenguaje

como emergencia neuronal

Ángel López García-Molins

Texto base de la conferencia ofrecida en los XVIII Encuentros de Filosofía, Oviedo 22-23 de marzo
de 2013

La ciencia se plantea cuestiones que al hombre de la calle sólo le suelen llegar en forma de
aplicaciones técnicas (los célebres «inventos») o bien como mera divulgación del saber. Pero no
siempre es así. A veces la ciencia responde a las grandes preguntas, a las inquietudes íntimas del
ser humano. Como dice Richard Dawkins (1994, 1), el polemista que con mejores argumentos ha
sabido defender para el gran público la postura darwinista:

«La vida inteligente sobre un planeta alcanza su mayoría de edad cuando resuelve el
problema de su propia existencia. Si alguna vez visitan la Tierra criaturas superiores
procedentes del espacio, la primera pregunta que formularán, con el fin de valorar el nivel
de nuestra civilización, será: “¿Han descubierto ya la evolución?”. Los organismos
vivientes han existido sobre la Tierra, sin saber nunca por qué, durante más de tres mil
millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de ellos. Por
un hombre llamado Charles Darwin.»

El camino no fue fácil. Desde que en 1859 se publicó El origen de las especies, admirable
libro del que hace cuatro años celebramos el sesquicentenario, las ideas de Darwin fueron
criticadas, ridiculizadas o prohibidas. Lo tacharon de ateo, lo caricaturizaron como un mono,
condenaron a maestros que osaban enseñar su doctrina y hasta hace poco era obligatorio impartir
creacionismo junto a la teoría de la evolución en algunos estados de EEUU. Inútilmente. Hoy la
ciencia biológica resulta inconcebible sin la evolución, sabemos que la vida fundamentalmente
consiste en organismos que evolucionan, del embrión al individuo adulto y de unas especies a
otras. La postura creacionista, para la que el cuadro pintado por los primeros versículos del
Genésis resulta indiscutible, no tiene ninguna posibilidad de imponerse, pues dicho cuadro supone
la inmutabilidad de cada especie en sus caracteres primitivos, esto es, que el perro de Adán y Eva
es como el de Juan y María, matrimonio del siglo XXI. Sin embargo, el propio Darwin recogió
testimonios empíricos que probaban lo contrario en su viaje de varios años en el Beagle y desde
entonces las pruebas de la evolución son abrumadoras, en cantidad y en calidad. Tanto es así
que la propia Iglesia católica acabó rindiéndose a la evidencia y el papa Pío XII aceptó el
darwinismo en la encíclica Humani generis en 1951. Con un matiz, eso sí: el cuerpo de la especie
humana –dice– procede por evolución de otras especies anteriores, pero el alma fue creada por
Dios.

¿Es irrelevante este matiz? O dicho de otra manera: la evolución resulta probada –no es una
mera «teoría» científica, como dicen los creacionistas–, pero el ámbito de las creencias religiosas
es ajeno a este mundo y, por lo tanto, los creyentes están en su derecho de postular la existencia
de un alma inmortal creada por Dios. No, no me parece un matiz irrelevante. Porque hay un
aspecto que la teoría de la evolución todavía no ha resuelto y que tiene que ver con el alma. Y es
que lo que en la terminología escolástica se conocía por «alma», frente al «cuerpo», era la vida
intelectual en oposición a la vida sensitiva. ¿Acaso los animales no poseen inteligencia? Los
superiores, desde luego, sí que manifiestan comportamientos inteligentes, pero cuando se habla
de inteligencia-alma se está hablando de una propiedad exclusiva del ser humano, porque alma,
lo que se dice alma, sólo la poseería la especie humana y de ahí que sea exclusivamente suya la
responsabilidad de relacionarse con la divinidad, según las religiones monoteístas. Y aquí
entramos ya en un terreno de juego plenamente moderno. Los científicos no hablarían hoy de
alma, pero sí de otra propiedad cognitiva que es exclusiva de nuestra especie: el lenguaje. El ser
humano es el único animal que tiene lenguaje, o lenguaje-alma, para entendernos. Pero el
surgimiento del lenguaje no está claro en términos evolucionistas, por lo que desentrañar esta
cuestión resulta importante tanto para el creyente como para el no-creyente.

Los creacionistas son conscientes de la importancia del lenguaje para sus postulados. Por
eso, mientras que los divulgadores de esa doctrina se conforman con crear (es lo suyo) parques
temáticos con maquetas de animales que simulan la fauna del paraíso terrenal, los creacionistas
más serios, que también los hay, repugnan estos procedimientos y echan el resto en ponderar el
obstáculo casi insalvable que el lenguaje representa para sus adversarios ideológicos, los
evolucionistas. Considérense, por ejemplo, los argumentos manejados por Henry Morris:

1) El lenguaje es la más importante propiedad exclusiva que diferencia al ser humano de los
demás animales;

2) La gramática generativa y, en particular, su fundador Noam Chomsky, que para el no iniciado


se ha convertido en el prototipo de autoridad lingüística indiscutida, reconocen el hecho anterior
y rechazan cualquier intento de explicar su aparición con el modelo evolucionista;

3) Todos los seres humanos normales llegan a hablar, no existe ninguna sociedad humana sin
lenguaje;

4) Los intentos de enseñar a hablar a chimpancés y a otros animales nunca han superado la etapa
inicial;

5) Incluso los evolucionistas más ortodoxos son conscientes de la dificultad de postular un


desarrollo gradual del lenguaje. Por ejemplo Dawkins (1998, 294) escribe:

«Mi mejor ejemplo es el lenguaje. Nadie sabe cómo comenzó… Igual de oscuro es el
origen de la semántica, de las palabras y sus significados… Estoy inclinado a pensar que
fue gradual, pero no resulta obvio que lo haya sido. Algunas personas creen que comenzó
repentinamente, más o menos inventado por algún genio en algún lugar y en un
determinado momento.»

6) El lenguaje propició una capacidad intelectual que es la responsable de la superioridad de la


especie humana sobre las demás, lo que lleva a Lieberman (1997, 27), un acreditado lingüista
que se ha ocupado de estos temas, a recordar el evangelio de San Juan con su célebre
versículo: «En el Principio era el Verbo y el Verbo era Dios».

Bueno, pues todo esto es cierto. Hablar es algo exclusivo de la especie humana y nadie
puede ser ajeno al hecho de que representa una ventaja adaptativa incuestionable. Si los seres
humanos hemos llegado a imponernos sobre las demás especies animales –otra cosa es si
acabaremos dando al traste con el planeta entero– es sin duda gracias a las redes socializadoras
que el lenguaje ha propiciado y al enorme acervo cognitivo que nos permite legar a las
generaciones siguientes. En ausencia de lenguaje, la sociedad y la tecnología serían imposibles y
estaríamos todavía en el paleolítico. Faltos de lenguaje, no seríamos nada, una especie más de
primates (el mono desnudo, como reza el título de un célebre best seller), la cual tal vez se habría
extinguido hace muchos siglos, acosada por los depredadores y por los fenómenos naturales.

Pero a partir de aquí, Morris cambia radicalmente el tono de su discurso y se convierte en un


predicador. Así, comentando la cita de Lieberman, escribe:
«Nuestro distinguido evolucionista británico se acerca aquí a un punto de vista bíblico, si
bien evidentemente rechazaría indignado esta imputación… Aunque Lieberman no se
proponía nada parecido cuando cita a Juan 1:1 de esta manera, realmente está dando la
verdadera explicación del origen del lenguaje. En efecto, fue por «la Palabra» como «todas
las cosas» fueron creadas en el comienzo (cfr. Juan 1:3), y esto incluye el lenguaje
humano. No existe mejor –ni de hecho, otra– explicación viable y plausible.»

Y la cuestión es: ¿de verdad no existe otra explicación? Curiosamente fue el mismo Noam
Chomsky quien estableció en una entrevista una célebre distinción entre «misterio» y «problema»:

«Our ignorance can be divided into problems and mysteries. When we face a problem, we
may not know its solution, but we have insight, increasing knowledge, and an inkling of
what we are looking for. When we face a mystery, however, we can only stare in wonder
and bewilderment, not knowing what an explanation would even look like.»

Lo malo es que años después dicha distinción la aplicaría al lenguaje, al que clasifica no solo
como problemático, sino también como misterioso, frente a todos los demás sistemas biológicos
(Chomsky, 1999):

«The general conclusion… is that language is designed as a system that is «beautiful» but
in general unusable. It is designed for elegance, not for use, though with features that
enable to it to be used sufficiently for the purposes of normal life… Insofar as this is true,
the system is elegant, but badly designed for use. Typically, biological systems are not like
that at all. They are highly redundant, for reasons that have a plausible functional
account… Why language should be so different from other biological systems is a problem,
possibly even a mystery.»

Flaco favor le ha hecho Chomsky a la ciencia: no fue casual que, aprovechando que para el
gran público Chomsky viene a ser algo así como el gurú de la lingüística (he aquí las ventajas de
trabajar en una gran universidad de EEUU), los creacionistas acabaron por convertir las ideas
generativistas en la legitimación última de sus sermones bíblicos.

1. Un problema político-epistemológico

Seamos justos: esta reticencia de los lingüistas a ocuparse del origen del lenguaje no es
privativa de Chomsky. Lo curioso es que a nadie había extrañado hasta ahora. Aunque varias
ciencias puedan ocuparse de un mismo objeto de estudio, que esté ausente la que le corresponde
propiamente resulta increíble. En la fabricación de aviones intervienen, junto a la Ingeniería
aeronáutica, la Física y el Diseño, p.ej., pero aquella resulta imprescindible. Por eso llama tanto la
atención la falta de interés de los lingüistas.

Históricamente el tema lo suscitó primero la Religión y luego, la Biología. Casi todas las
religiones suponen que el ser humano fue creado por algún dios y que, para hacerlo, le insufló el
lenguaje. No se trata tan sólo del Génesis cuando dice que Adán, nada más ser creado por Javeh,
dio nombre a los animales. Otras religiones han hecho lo mismo atribuyendo a Sarasvati, la
esposa de Brahma, o a Thoth la paternidad del lenguaje. A veces no se opta por un solo acto de
creación, sino por varios actos sucesivos que van perfeccionando el lenguaje, en un esquema que
recuerda de cerca a la teoría de la evolución, según sucede en el Popol Vuh de los mayas. En
cambio, la Filología o la Lingüística están ausentes. Peor aún: en 1866 los estatutos de la Société
de Linguistique de Paris prohiben tratar el tema del origen del lenguaje. Poco después en
la Linguistic Society of America un acuerdo de caballeros resuelve lo mismo. Para los lingüistas se
trataba hasta hace poco de un tema tabú. La razón es que la respuesta de la Biología se
enfrentaba a la Religión.
Sin embargo la lingüística en la época de Darwin no era una disciplina menor y no estaba
desvinculada de la Biología, sino todo lo contrario. Conviene refutar aquí una idea preconcebida:
se suele decir que los lingüístas del XIX imitaron el evolucionismo de Darwin y que Schleicher, por
ejemplo, fue su principal propugnador según se advierte en el título de su libro Die darwinische
Theorie und die Sprachwissenschaft. Sin embargo, aunque esto es cierto por lo que respecta al
origen del lenguaje y a su estructura, no lo es en lo relativo a la evolución de las lenguas. Sucedió
lo contrario: fueron los esfuerzos de los primeros idoeuropeístas los que sugirieron a Darwin la
imagen de una evolución en forma de sucesivas ramificaciones proporcionándole el esquema de
la evolución de las especies. Es el primer caso en la historia de una ciencia humana –si la
Lingüística lo es– que ha influido decisivamente en el método de una ciencia de la naturaleza.
En la primera mitad del siglo XIX, gracias a los hermanos Schlegel, a Grimm y a Bopp, había
nacido el comparatismo lingüístico, mientras que el biológico no vería la luz hasta que Charles
Darwin publicase The origin of species en 1859. Parece que la noticia del indoeuropeísmo le vino
a Darwin de su primo y cuñado Hensleigh Wedgwood quien contribuyó a que se fundase la
Philological Society of London y preparó las etimologías del New English Dictionary: Darwin
mantuvo un estrecho contacto con Wedgwood nada más regresar del viaje del Beagle (1836)
alrededor del mundo, en el que el contacto con los fósiles de la Patagonia y con los pinzones de
las islas Galápagos habían puesto de manifiesto la posibilidad de la evolución. También recibió la
influencia del astrónomo John F. W. Herschel, quien había popularizado la analogía lengua-
naturaleza con la metáfora de los fósiles, y la del divulgador científico William Whewell, quien en
su History of the Inductive Sciences(1837) llegó a postular una categoría de ciencias
palaetiológicas (Geología, Paleontología, Etnología, Arqueología y Filología comparada), las
cuales serían ciencias que, pese a ocuparse de aspectos tan dispares como la tierra, sus
habitantes en el pasado, el parentesco, la cultura y la lengua, tienen en común un mismo método
basado en «a past state of things, by the aid of the evidence of the present» (Whewell, 1837, 3:
482).
El reflejo que todo esto tuvo en el Origen de las Especies de Darwin fue enorme. Por
ejemplo, al final del primer capítulo se comparan las razas con los dialectos, pues al igual que
ellos no son realidades estáticas de una pieza, sino que surgen de forma gradual por mutación:
«…a breed, like a dialect of a language, can hardly be said to have a definite origin». Otra analogía
productiva intenta responder a las objeciones que se hacían a la teoría evolucionista basadas en
el carácter fragmentario de los restos fósiles. Darwin sabía, con su maestro el geólogo Lyell, que
esto es debido a que la naturaleza de muchas rocas no es la adecuada para permitir la
conservación, pero lo explica con el símil de un texto sobre la historia de la Humanidad del que
sólo han sobrevivido partes aisladas y dispersas del último volumen: «Of this volume, only here
and there a short chapter has been preserved; and of each page, only here and there a few lines»,
de donde se sigue que la «misma» palabra tendrá valores muy distintos en cada ocurrencia. Con
todo, la metáfora lingüística más conocida es aquella en la que Darwin establece una genealogía
de la especie humana similar a los diagramas evolutivos de los filólogos comparatistas. Merece la
pena reproducir sus palabras del capítulo 4 (Darwin, 1859, 422-423):

«…a genealogical arrangement of the races of man would afford the best classification of
the various languages now spoken throughout the world; and if all extinct languages, and
all intermediate and slowly changing dialects, had to be included, such an arrangement
would, I think, be the only possible one.»

El paralelismo entre razas (hoy diríamos grupos étnicos) y lenguas no tiene (casi) nada de
objetable. Modernamente la Genética ha venido en auxilio de Darwin para apoyar su punto de
vista: L. Cavalli-Sforza y otros (1988, 1996) han comparado el mapa genealógico de los pueblos
de la Tierra, tal y como resulta de los análisis de ADN mitocondrial –que sólo se transmite por vía
materna– con el mapa lingüístico del mundo (Ruhlen 1994) y las coincidencias son sorprendentes.
La causa, como señala Cavalli-Sforza (2000, 185), es la siguiente:

«Dos poblaciones aisladas entre sí se distinguen desde el punto de vista tanto genético
como lingüístico. El aislamiento, debido a las barreras geográficas, ecológicas y sociales,
impide (o hace menos probables) los matrimonios entre las dos poblaciones, y por lo tanto
también el intercambio genético. Entonces, las poblaciones evolucionarán
independientemente y se volverán distintas. La diferenciación genética aumentará
regularmente con el paso del tiempo. Podemos esperar exactamente lo mismo desde el
punto de vista lingüístico: el aislamiento reduce o anula los intercambios culturales, y las
dos lenguas también se diferencian… Por lo tanto, tiene que haber una correspondencia
básica entre el árbol lingüístico y el árbol genético, pues reflejan la misma historia de
separaciones y aislamientos evolutivos.»

Lo que conduce al siguiente esquema:

La admirable perspicacia de Darwin cuando compara la evolución de las especies con la de


las lenguas, tal vez fue la causa de que se aceptara acríticamennte su punto de vista sobre el
origen del lenguaje, un planteamiento que resulta bastante trivial. Darwin (El origen del
hombre, 1871, cap. 3) postula explícitamente que el ser humano procede de los antropoides
superiores y que el lenguaje viene de los gritos de los animales, algo que ya habían afirmado los
filósofos en épocas anteriores, pero que resulta muy difícil de demostrar:

«Respecto al origen del lenguaje articulado, después de haber leído, por un lado, los
interesantísimos trabajos de Mr. Hensleigh Wedgwood, del Rev. F. Farrar, y del Prof.
Schleicher y, por otro lado, las apreciadas conferencias del Prof. Max Müller, no tengo
ninguna duda de que el lenguaje se originó en la imitación y modificación de varios sonidos
de la naturaleza, de las voces de otros animales y de los propios gritos instintivos del
hombre, con el auxilio de señas y gestos.»

Mas, si la cuestión de la descendencia genética de la especie humana está hoy resuelta, no


pasa lo mismo con el lenguaje. No es obvio ni mucho menos que Darwin tuviese aquí razón
porque en términos darwinistas el lenguaje solo puede surgir de manera gradual, es decir por
evolución guiada por la selección natural, lo cual plantea enormes dificultades si nos atenemos a
los hechos. No pudo surgir repentinamente a partir de una mutación gigantesca, porque las
mutaciones de largo alcance siempre resultan letales. Y no pudo surgir con la parsimonia y la
lentitud características de la evolución porque carecemos de eslabones intermedios y, en
cualquier caso, el lenguaje es un producto muy moderno, de no hace más de 100.000 años
tirando por lo alto.
Pero si Darwin no tenía razón, ¿de dónde viene el lenguaje, al fin y al cabo la única
propiedad que diferencia de manera radical al ser humano de los animales? Hoy en día, cuando
ya no hay censura ideológica, la ciencia del lenguaje sigue sin pronunciarse sobre su origen. D.
Bickerton (2003, 77) señala:

«I approach the evolution of language as a linguist. This immediately puts me in a minority,


and before proceeding further I think it's worth pausing a moment to consider the sheer
oddity of that fact. If a physicist found himself in a minority among those studying the
evolution of matter, if a biologist found himself in a minority among those studying the
evolution of sex, the world would be amazed, if not shocked and stunned. But a parallel
situation in the evolution of language causes not a hair to turn.»

Según Bickerton, la ciencia tiene miedo al vacío, y como no lo llenaron los lingüistas,
acudieron otros. Me parece un argumento trivial. Existe otra explicación para este malentendido: lo
que los lingüistas no nos solemos plantear es algo más general, es el origen de la facultad
lingüística. Pero en esto no diferimos tan apenas de las demás ciencias. Aunque la Biología sea la
ciencia de los seres vivos, el origen de la vida (de los primeros organismos unicelulares
autorreplicantes, muy parecidos a los virus) se lo plantean en realidad los químicos. Fueron los
experimentos de Stanley Miller los que permitieron reproducir en el laboratorio, mediante la
aplicación de la chispa eléctrica a una mezcla de vapor de agua, amoniaco, hidrógeno y metano,
las condiciones de los tiempos primitivos y obtener así alanina, glicina, ácido aspártico y ácido
glutámico, cuatro aminoácidos esenciales para la vida. Y no hay que olvidar que en ese mismo
año de 1953 Watson y Crick, otra vez dos químicos, descubrieron la estructura del ADN apoyados
por Rosalind Franklin, una físicoquímica.

Así pues, que la cuestión del origen de la facultad del lenguaje casi no haya preocupado a los
lingüistas era de esperar: es habitual que el problema de cómo se originó el fenómeno que
constituye el objeto de estudio de una ciencia sea resuelto por otra ciencia. ¿Por qué?: porque un
nuevo nivel es siempre una emergencia y, en cuanto tal, resulta de las condiciones existentes en
el nivel inmediatamente inferior. Por ejemplo, los productos químicos que caracterizan a los seres
vivos, no son ajenos a la Química: pero son los más complejos de la misma e implican una nueva
dimensión, la de la Bioquímica. Los organismos están hechos de proteínas, que son cadenas de
decenas de aminoácidos, que son estructuras bastante complejas de átomos de carbono y de
nitrógeno: en comparación con ellos, la molécula de H2O, de ClNa o de SO4H2� parecen un juego
de niños.

Por tanto, que el origen del lenguaje lo deban resolver otros es lógico. También la Biología es
una Meta-Química y la Química es una Meta-Física. Lo sorprendente es que haya tres candidatos
para resolver el problema del origen del lenguaje, según refleja nuestro título:

LINGÜÍSTICA LINGÜÍSTICA LINGÜISTICA


= META-GENÉTICA = META-FÍSICA = META-SOCIOLOGÍA
El lenguaje surge en los El lenguaje surge en el cerebro El lenguaje surge en las
seres vivos superiores de los seres vivos superiores sociedades de homínidos
como una consecuencia de como una consecuencia formal cuando aumentan su
la complicación de sus derivada de la complejidad de tamaño y la complejidad
genomas sus circuitos cerebrales de sus relaciones

Esto es extraño no porque varias ciencias puedan hablar sobre un mismo objeto de estudio,
sino porque todas ellas parecen suministrar la base para que este emerja, lo cual resulta increíble:
La candidatura de la Genética y la de la Sociología eran esperables; la de la Física es más
sorprendente. Voy con las dos primeras. En realidad, este empate técnico deriva de una dualidad
relativa a la naturaleza del lenguaje, que seguimos sin resolver. Es evidente que:

i) El lenguaje es un procedimiento para representar el conocimiento;

ii) El lenguaje es un procedimiento para comunicarnos con los demás seres humanos;

Esto no lo discute nadie. Lo que se discute es qué fue primero y qué fue después:
¿Representamos el mundo y luego lo comunicamos? o ¿Entablamos relaciones sociales y al
entablarlas surge la representación de un mundo compartido?

Los lingüistas que me escuchan saben que esta dualidad nos divide inexorablemente y que,
lo queramos o no, se nos clasifica (y nos autodefinimos) como cognitivistas o como funcionalistas:

No voy a entrar en esta discusión irresoluble. Pero sí señalaré que el planteamiento


cognitivista incide, no por casualidad, en la Biología a la hora de hablar del origen del lenguaje,
mientras que el planteamiento funcionalista inevitablemente busca sus raíces en la Sociología y
en la Psicología social:

Aquí no me ocuparé de los planteamientos que buscan la explicación fuera del ser humano
individual, en el mundo. Es obvio que casi todo lo que constituye a las lenguas les viene de fuera
(del referente y de la sociedad). Sin embargo, soy de los que piensan que en el lenguaje existe un
fondo irreductible a cualquier explicación culturalista y como no quiero confiar la respuesta a
vagas especulaciones metafísicas –en el sentido popperiano– me ceñiré a las dos propuestas
más relevantes, la genetista y la fisicista.

2. El origen del lenguaje desde la Física

El inconveniente con el que nos tropezamos es siempre el mismo: las lenguas tienen una
estructura formal muy complicada y esta es en gran parte disfuncional, esto es, inexplicable desde
el mundo. Dichas estructuras formales carecen de justificación externa en el mundo, pero son
universales y por ello, lo más razonable es suponerlas innatas. Los argumentos manejados
habitualmente por los generativistas para justificar el carácter innato de la facultad lingüística me
siguen pareciendo impactantes:

a) Todos los seres humanos normales poseen lenguaje y sólo los seres humanos lo poseen. El
lenguaje es una condición necesaria y suficiente para que se pueda hablar de ser humano. El
hombre no es ni el único animal racional (los delfines tienen inteligencia) ni el único animal
social (las hormigas viven en sociedad), pero sí el único animal lingüístico, es el homo loquens.

b) Argumento de uniformidad: todas las lenguas revisten idéntico grado de complejidad, la


cultura de las sociedades que se sirven de ellas no es determinante.

c) La lengua materna se adquiere en un periodo crítico (entre los 2 y los 10 años) con unos
auxilios exteriores claramente insuficientes en relación a su complejidad: es el llamado
argumento de la pobreza del estímulo. Además, aunque las distintas culturas varíen en relación
con la ayuda prestada por los adultos (el llamado maternés), el resultado es siempre el mismo.

d) El argumento de la disociabilidad. El lenguaje y la cognición son disociables: puede estar


afectado el primero y no la segunda (como en las afasias) o al revés (como en muchas
enfermedades mentales).

e) Los niños adquieren el lenguaje siguiendo fases o etapas muy parecidas en todos ellos y en
todas las lenguas. Este desarrollo prefijado es típico de las capacidades genéticas, como el
volar en las aves.

f) Los enunciados lingüísticos tienen una estructura jerárquica formal que no resulta
inmediatamente de la cadena lineal, la cual la enmascara. Es el argumento de la estructura
latente. A pesar de ello, los niños infieren dicha estructura con notable habilidad, habilidad que
no demuestran para captar otras secuencias estructurales más simples, como la estructura
tonal de las canciones, por ejemplo.

g) Y lo más importante de todo, la gratuidad: dichas estructuras formales carecen de


justificación funcional.

Chomsky y sus discípulos han aducido estos hechos como prueba del innatismo de la
facultad del lenguaje, pero ante la evidencia de que ello aísla a la Lingüística de la ciencia,
acercando sus postulados a la vieja idea del origen divino del lenguaje, han terminado por acudir a
una fuente bastante sorprendente: la Física. ¿Qué se quiere decir con esto? Lo que se pretende
sugerir es que la sintaxis es una consecuencia de la complejidad de las relaciones establecidas
entre las palabras o, como afirma Chomsky, el resultado de comprimir millones de conexiones
neuronales en un espacio no mayor que una pelota de baseball. Como dice en una entrevista
reciente (Chomsky, 2002, 117):

«Tal vez toda la evolución esté modelada por procesos físicos en un sentido profundo,
dando lugar a muchas propiedades equivocadamente atribuidas a la selección…
Pongamos la observación de que la serie de Fibonacci aparece por todas partes. Nadie
cree que se trate de Dios o de la selección natural: todo el mundo supone que es el
resultado de las leyes físicas.»

Ha sido Jenkins (2000) quien ha desarrollado este argumento por extenso buscando sus
antecedentes en la teoría de la Urpflanze de Goethe y en la obra de D'Arcy Thompson (1917). En
lo relativo a la serie de Fibonacci, una serie de números en la que cada uno es el resultado de la
suma de los dos anteriores (1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34…), la pregunta es por qué nos la encontramos
una y otra vez en la naturaleza, tanto orgánica (p. ej, las espirales de los girasoles) como
inorgánica (los cristales de ciertos minerales); y la respuesta es que se trata de una propiedad de
la materia, la cual no tiene más remedio que producir estos resultados. Naturalmente, de cara a la
explicación de las propiedades formales de las gramáticas esto es poco más que una petición de
principio, pues la serie de Fibonacci no tiene nada que ver con el lenguaje. A donde sí se ha
acudido es a la moderna teoría de la complejidad.

La teoría de la complejidad es una ciencia emergente cuya primera manifestación práctica no


tuvo lugar hasta los sorprendentes descubrimientos realizados por Fran� ois Jacob y Jacques
Monod en los sesenta relativos a cómo los genes se activan y desactivan mutuamente. Esto
planteó una revolución en embriología. A partir de una sola célula, el zigoto, se producen hasta 50
divisiones, lo cual conduce al ser humano adulto que tiene millones de células. Sin embargo este
es un proceso que parece dirigido, puesto que en cada tejido se realiza sólo un tipo de células. La
solución de Jacob y Monod fue la auto-organización: los genes se expresan diferenciadamente en
cada lugar dependiendo de complejas interacciones entre las células y el entorno extracelular.

Estos son los hechos. Todavía estamos muy lejos de poder entender cómo funciona el
genoma. Pero hay otras situaciones más accesibles a la observación de la complejidad. Pronto se
sumaron datos procedentes de otros ámbitos. Por ejemplo, las sociedades de hormigas y termitas,
¿cómo es posible que parezcan actuar coordinadamente y lleguen a recolectar exhaustivamente
un territorio o a construir termiteros complejos, a pesar de que cada insecto sólo se relaciona por
el olor con los que lo rodean, sin un jefe o un equipo que coordine todo? Las unidades
individuales, las hormigas, no recogen, almacenan ni procesan información por sí mismas. Por el
contrario, lo que sucede es que interactúan de forma que es la colectividad en su conjunto, la
colonia de hormigas, la que manipula dicha información. Curiosamente esta forma de proceder,
sin un organismo que centralice la información, permite a la colonia responder adecuadamente a
los retos del entorno. También resultan notables los comportamientos colectivos de las termitas,
otro insecto social. Según advirtió ya el naturalista francés Paul Grassé, la construcción de los
nidos termiteros parece seguir, como en el caso de arriba, una pauta misteriosa que emerge (he
aquí un término clave) de la propia configuración del nido en cada fase del proceso constructivo:
una cierta distribución local de las partículas (hojas, espinas, piedrecillas) que las termitas van
trayendo parece guiar el comportamiento del insecto que trae una nueva partícula, con lo que, al
colocarla en un cierto lugar y no en otro, vuelve a modificar la distribución del nido y así
sucesivamente. La dinámica de todo el proceso es la siguiente: al principio, las termitas colocan
las partículas, junto con una cierta cantidad de feromona, al azar en una superficie dada; pero al
llegar nuevas termitas, las concentraciones elevadas de feromona estimulan nuevos aportes, y así
se van elevando muros en ciertos sitios y dejan de alzarse en otros.

Recientemente la teoría de la complejidad se ha revelado como una disciplina matemática


(Kauffman, 1995). Las estructuras emergentes de situaciones tan dispares tienen, sin embargo,
las mismas propiedades formales, son predecibles. La tentación de los lingüistas de derivar la
sintaxis universal como un conjunto de leyes de la complejidad ha sido inmediata: Berwick (1998),
ha logrado derivar matemáticamente la propiedad sintáctica fundamental del programa minimalista
de la gramática generativa, merge («fusión»), y supone, que una vez obtenido merge, lo demás
resulta automáticamente. Permítaseme expresar mi escepticismo ante estos planteamientos. Si
cualquier sistema de símbolos, por el mero hecho de existir, produjese necesariamente una
sintaxis como la de las lenguas naturales, uno tiene derecho a preguntarse por qué todos los
demás sistemas simbólicos del ser humano (la moda, los códigos sociales de protocolo, los mitos,
&c.) no han generado algo parecido. Y si lo característico no está en la fusión de símbolos, sino en
el llamado principio de lo discreto (particulate principle), el cual permite generar secuencias
infinitas con medios finitos, habría que preguntarse por qué otros sistemas que presentan dicha
propiedad y que han sido comparados con el lenguaje, como los números o los elementos
químicos (Abler, 1989), no han desarrollado tampoco una sintaxis lingüística.
Y es que el problema, a mi modo de ver, consiste en que Berwick (y con él Chomsky)
resultan demasiado optimistas. Porque, en definitiva, ¿en qué está basado merge?: es un
operador de concatenación que combina dos palabras en una nueva superpalabra que tiene las
propiedades funcionales de una de ellas tan sólo. Por ejemplo, un nombre y un adjetivo dan lugar
a una frase nominal: come patatas fritas y come patatas tienen un valor equivalente (frente a come
patatas comparado con no come patatas) porque patatas fritas es el resultado de fusionar
(merge)patatas –como núcleo– y fritas –como modificador–. Yo no diré que el descubrimiento de
la base matemática de esta operación no sea interesante. En realidad estriba en lo que se llama
«función booleana de canalización», esto es, en una situación en la que, dadas dos entradas
(inputs), cualquiera que sea el valor (on / off) de una de ellas, el resultado de la salida (output)
coincide siempre con el valor de la otra:

Dicha función booleana resulta de manera automática cuando se alcanza un cierto nivel de
complejidad y, naturalmente, debió surgir en la red de conexiones neuronales del cerebro
conforme este se desarrolló. Pero esta situación no es específica del lenguaje. Cualquier acto
perceptivo, como notaron hace casi un siglo los psicólogos de la Gestalt, se basa justamente en
esto, en que dadas dos unidades, una de ellas (figura) se impone sobre la otra (fondo), con lo que
el resultado de la percepción es la figura. Por ejemplo, una mujer delante de una cortina se ve
como una mujer, es la imagen de una mujer, en el mismo sentido en el que la suma de patatas
más fritas es una clase de patatas y no una clase de fritas.

La explicación que se apoya en la Física encierra, contra lo que pretenden sus defensores,
muchos puntos oscuros. En realidad, es la consecuencia de los derroteros epistemológicos de la
gramática generativa, un movimiento que comenzó reivindicando –y practicando– el más riguroso
método científico y que hoy anda mucho más cerca de la cábala que de la ciencia. Los
generativistas insisten en que la sintaxis de las lenguas no puede explicarse por evolución
gradual, pero yerran el tiro cuando afirman que es un desarrollo espontáneo de una base
computacional común a otros sistemas como el de los números. Desgraciadamente los números,
que diría Galileo (es decir, las Matemáticas), están en la base del mundo natural, pero el lenguaje
es exclusivo del ser humano. Con lo que, pienso, Dennett (1999, 658) tenía toda la razón al
acusar a los generativistas de confundir una grúa con un gancho divino, esto es, una explicación
científica con otra de naturaleza metafísica:

«Pero aunque Chomsky nos descubrió la estructura abstracta del lenguaje –la grúa que es
más responsable de la elevación [del ser humano] hasta su posición [entre las especies],
más que todas las otras grúas de la cultura–, nos ha desanimado enérgicamente a
considerarlo una grúa. No es extraño que los que anhelan la existencia de ganchos
celestes con frecuencia hayan aceptado a Chomsky como su autoridad.»

3. El origen del lenguaje desde la Biología

Suponer que lo fundamental es la Biología está muy bien mientras podamos aducir
peculiaridades biológicas que sólo se dan en el ser humano y que le permiten tener lenguaje, algo
que no posee ningún otro ser vivo. El problema es que, hoy por hoy, no está nada claro que sea
así:

—Las grandes esperanzas cifradas en la posición de la laringe, que al estar muy baja permitiría
formar un tubo de resonancia capaz de articular sonidos, se han venido abajo cuando se han
descubierto especies animales, como el ciervo, a las que les ocurre lo mismo. Quiero recordar
lo que se insistió en el riesgo que corremos al respirar y trasegar comida por el mismo conducto
y que esta disfuncionalidad siempre se explicó como un tributo pagado al servicio de una
finalidad superior: la capacidad lingüística.

—El argumento del tamaño del cerebro parece conclusivo (el ser humano habría desarrollado
enormemente el neocortex hasta alcanzar un cerebro de 1.500 c.c. frente a los 400 c.c. de los
antropoides) y se completaba tradicionalmente con el descubrimiento de las áreas de Broca y
de Wernicke, aunque existen animales, como el elefante, con un cerebro todavía más
desarrollado en relación con su tamaño. El problema es que el descubrimiento de las llamadas
neuronas especulares (mirror neurons) por G. Rizzolati y otros (1996) lo ha puesto en
entredicho: en el área cortical F5 de los monos se activa el mismo grupo de neuronas cuando
hacen algo y cuando ven a otro hacerlo (es decir, re-presentan la realidad visual) y,
sorprendentemente, el área F5 coincide con el área de Broca del ser humano. Añádase el
reciente descubrimiento del Homo floresiensis: trátese de una especie nueva o de un Homo
sapiens enano, lo cierto es que tenía un cerebro de volumen parecido al de un simio, aunque, a
juzgar por las manifestaciones simbólicas que acompañaban a sus restos, poseía alguna forma
de lenguaje. Ello se contradice con la relación estadística establecida por L. Aiello y R. Dunbar
(1993) entre el tamaño del grupo social y el de la masa cerebral: al aumentar las necesidades
comunicativas, crecen las conexiones neuronales y el lenguaje termina por emerger.

Naturalmente, que el ser humano no posea especificidad biológica relativa al lenguaje (según
creía E. Lenneberg, 1967), sino que los rasgos biológicos que lo hacen posible puedan
retrotraerse a otras especies, no es un inconveniente en sí mismo: podría aducirse que el ser
humano ha desarrollado más dichos rasgos, sobre todo, combinándolos de forma adecuada, lo
cual explicaría que sea el único ser vivo con lenguaje, como los murciélagos son los únicos seres
vivos que poseen un sistema de ondas parecido al radar. En cualquier caso conviene destacar
que no es que la combinación de dichos requisitos biológicos propiciase el lenguaje, sino al revés,
el lenguaje tuvo que ser previo para hacerla adaptativa: en algún momento, dichas propiedades se
combinaron en algún descendiente de los antropoides para permitirle usar el lenguaje,
desarrollado en la sociedad, con mayor comodidad.

Este lenguaje social previo suele atribuirse a un doble origen, el gesto y la voz. La teoría del
gesto, desarrollada ya por Condillac (1947) en 1746 y actualizada, entre otros, por Corballis
(2002), supone que con el desarrollo del bipedalismo las manos quedaron libres para aumentar el
número de gestos y llegaron a enlazarlos creando una incipiente narrativa; luego, conforme las
manos se fueron ocupando en fabricar instrumentos, los gestos tuvieron que ser sustituidos por
muecas a las que pronto se añadirían vocalizaciones (es el efecto McGurk: si se graba un sonido
ga en un video de una boca que dice ba, se oye da, algo intermedio): estas muecas terminaron
siendo gestos internos a la boca y condujeron a una evolución notable del aparato fonador.

También se basa en supuestos orgánicos la teoría vocal, alternativa de la anterior y mucho


más próxima al sentido común ingenuo: ya aparece en el Cratilo platónico, vuelve a cobrar fuerza
con el romanticismo alemán (Herder, Fichte) y hoy la postulan autores como Dunbar (1996).
Señala con razón esta estudiosa que los gestos tienen el inconveniente de que sólo se ven a corta
distancia y no se pueden ver de noche; ello le lleva a desarrollar una teoría vocal considerando
que el lenguaje simplemente continúa procedimientos de cohesión social desarrollados por el
grupo de chimpancés, como el espulgado (grooming) o el cotilleo (gossip), los cuales habrían sido
reemplazados por una especie de canto coral: en efecto, los chimpancés invierten un 30 % de su
tiempo en acicalarse mutuamente y en establecer relaciones sociales jugueteando, pero al
aumentar el grupo hubo que trasladar estas prácticas a algo más colectivo como el canto coral.

Por desgracia la idea que muchos biólogos tienen del lenguaje es sorprendentemente simple.
Es fácil ver las limitaciones de estas dos propuestas, las cuales se resumen en la ingenua
contribución de Carstairs-McCarthy (1998) cuando supone que más tarde la estructura de la sílaba
acabó prefigurando la de la frase y, con ella, la de la sintaxis. Porque el problema no estriba en la
modalidad, los propios seres humanos pueden hablar oralmente o por gestos (lenguas de signos
de los sordos), pero lo que los convierte en hablantes (y, por ello, en seres humanos) es otra cosa:
la sintaxis consiste en mucho más que en un esquema asimétrico del tipo "inicio + (núcleo +
coda)", equivalente a "Det + (Núcleo + Mod)": hay transformaciones, hay concordancias, hay
proformas, hay elipsis, y todo esto no puede ser explicado por la forma de la sílaba.

Según esto, parece obvio que la facultad del lenguaje no sólo es específica del hombre, sino,
además, que es innata. Adviértase que innato supone: que ciertos genes son responsables de que
aparezca; que lo sustentan ciertos circuitos neuronales (que es modular). No hay que decir que
los partidarios de derivar el lenguaje de nuestras capacidades cognitivas generales se oponen a
esto, aunque sean incapaces de dar cuenta de los puntos a) - f). Pero si el lenguaje es una
capacidad innata (como el volar en los buitres y el nadar en las sardinas) y no algo que
aprendemos en el medio social (como aprendemos a leer, a conducir, a multiplicar o a
comportarnos en la mesa), debió originarse evolutivamente, pues somos un animal que procede
de otros animales, los cuales, sin embargo, no poseen lenguaje. Y aquí, los supuestos evolutivos
de la Biología se revelan problemáticos.

Es evidente que el lenguaje resulta adaptativo para la especie humana, tanto desde el punto
de vista cognitivo (permite recordar experiencias pasadas y proyectar las futuras) como desde el
punto de vista funcional (permite constituir la sociedad). Es lógico pensar con S. Pinker y P. Bloom
(1990) que el lenguaje resultó de la selección natural, del proceso por el que los distintos
descendientes de una pareja están mejor o peor adaptados al entorno y los que se acomodan
mejor viven más y tienen más ocasión de reproducirse, con lo que a la larga triunfan sus mínimas
diferencias genéticas respecto a los demás.

Sin embargo, hay dos dificultades para sustentar dicho punto de vista adaptacionista, las
cuales parecen insalvables. Una se refiere al cuándo, la otra al cómo.

¿Cuándo? El lenguaje es algo muy complejo y, sin embargo, parece haberse originado en
poquísimo tiempo y sin etapas intermedias. Ambos factores son importantes. Mientras que el paso
de los antropoides al primer representante del género homo se lleva cuatro millones de años (el
Homo habilis surge hace 2,5 millones de años), las evidencias del lenguaje, que son
fundamentalmente productos semióticos como el arte o los ritos funerarios, no tienen más de
50.000 años con el Homo sapiens. Ha habido quien ha intentado salvar este escollo hablando de
fósiles lingüísticos (del Homo erectus, del Homo habilis y hasta de los Australopiteus afarensis,
amanensis, &c.) que quedarían esclerotizados en las lenguas como las branquias lo están en el
feto humano: esta postura, sustentada por R. Jackendoff (2002) es insostenible, pues dichos
fósiles serían las interjecciones (que son emotivas y que se asientan en el hipocampo, no en el
neocortex), los adverbios (!), que en los niños aparecen muy tardíamente dado su valor semántico
intelectualizado, y los esquemas actanciales.
¿Cómo? Por lo que respecta al cómo se han propuesto dos explicaciones:

1) Una mutación gigantesca que transformó de repente un animal sin lenguaje en un animal con
él. Es una explicación impensable, pues en la naturaleza las mutaciones que sobreviven son
retoques puntuales (alteraciones de unas pocas bases nucleotídicas), mientras que las
mutaciones radicales ocasionan la muerte del individuo. Además, dicha mutación radical tendría
que haber afectado a varios individuos a la vez, pues de lo contrario no se habrían comunicado
entre sí. No es sorprendente que los darwinianos ortodoxos atribuyan hoy el lenguaje al ámbito
de la cultura, pues en la teoría de Darwin la evolución es siempre suave y gradual: es lo que ha
hecho R. Dawkins (1976) cuando opone genes a memes y dice que los memes (las ideas
religiosas, políticas, la moda, los hábitos lingüísticos) se replican igual que los genes, pero no
en el seno de un organismo, sino en el de la sociedad.

2) Una exaptación baldwiniana. Es un lamarckismo suave (Lamarck propuso la herencia de los


caracteres adquiridos, lo que es falso). La exaptación consiste en que un rasgo se desarrolla
para una función diferente y luego termina sirviendo para otra cosa. Por ejemplo, si un grupo de
animales se desplaza a zonas frías, la selección natural privilegiará a los que tienen más grasa,
pero con el tiempo dicha grasa les dará un aspecto fusiforme facilitándoles la natación, según
ocurrió con las ballenas, las cuales, pese a ser mamíferos, tienen genes (efecto Baldwin) que
les permiten nadar. Es la explicación de W. Calvin y D. Bickerton (2000) quienes proponen la
exaptación de un cálculo social (con papeles como Agente, Paciente, Instrumento, &c.) de
cohesión de grupo entre los antropoides hasta habilitarlo para efectos comunicativos en el
hombre. Lo malo es que así se explica precisamente lo que no hacía falta explicar: que las
estructuras predicativas reflejan las relaciones sociales es obvio (ya lo advirtieron Tesni� re,
1959, y Fillmore, 1968), pero así lo hacen también muchos otros productos culturales como el
folklore (Propp, 1968), los mitos (Greimas, 1966) o la literatura (Todorov, 1969) que no están
incorporados al genoma. Lo problemático no son las estructuras actanciales del lenguaje, las
cuales pueden adquirirse culturalmente, sino todo lo demás: las estructuras de la frase, los
fóricos, el desplazamiento, &c.

Sin embargo, de lo que llevo dicho hasta ahora no debe inferirse que la contribución de la
Biología al problema del origen del lenguaje pueda descartarse ni mucho menos. Una cosa es que
el mantenimiento del punto de vista darwinista resulte problemático y otra que la solución, cuando
se encuentre, pueda prescindir de las explicaciones biológicas. Por lo pronto, no puede negarse
que los genes y el organismo guardan algo más que una mera relación accidental, de hardware,
con el lenguaje. Así lo demuestra el famoso gen FOXP2 de la rama corta del cromosoma 7 cuyas
alteraciones han provocado problemas lingüísticos obvios (facilidad con los nombres, pero no con
los verbos, &c.) en la célebre familia K de habla inglesa y que, últimamente, se ha detectado en
otras familias de otras lenguas también (Gopnik & Crago, 1991), aunque FOXP2 también actúa en
otros órganos como el hígado o el corazón y en otras especies como el ratón.

4. ¿Soluciones?

¿Qué escenario parece, pues, verosímil para el origen del lenguaje? En mi opinión una
evolución por selección natural, pero no enteramente gradual, sino interrumpida por un salto
brusco. En un primer momento es muy probable que los actos perceptivos, sobre todo los visuales
y los acústicos (los más desarrollados en los animales superiores), se hiciesen extensivos a la
asociación de símbolos, esto es, que surgiese un léxico primitivo de índole perceptiva basado
en merge. Así parece atestiguarlo el fenómeno del protolenguaje, descubierto por Bickerton (1990)
y consistente en que los niños de dos años, los chimpancés a los que se ha enseñado lengua de
signos y los pidgins desarrollan asociaciones simples de elementos en las que uno destaca sobre
el otro:
Lenguaje infantil Lenguaje chimpancés Pidgin de Hawai{*}
Big train; Red book Drink red; Comb black Ifu laik meiki
Adam Checker; Mommy lunch Clothes Mrs. G.; You hat mo beta make time
Wall street; Go store Go in; Look out mane no kaen hapai
Adam put; Eve read Roger tickle; You drink Aena tu macha churen
Put book; Hit ball Tickle Washoe; Open blanket samawl churen;
house money pay

Claro que una lengua es más que palabras, es también sintaxis. Pero de aquí a las
complejidades formales de la sintaxis de cualquier lengua sigue mediando un abismo. un abismo
que no puede salvar la cultura, pese a su obvia influencia, pues estos rasgos formales son
comunes a todas las lenguas –son, pues, una cuestión genética–, mientras que las diferencias
entre ellas se explican, y muy bien por cierto, en términos icónicos, esto es, por la Sociología y por
la Semiótica.

¿Acaso puede encontrarse el origen de la misma en los animales que nos han precedido? La
sintaxis presenta una fijeza mucho mayor que el léxico. El español del siglo XXI se caracteriza por
el modo subjuntivo, por la oposición ser / estar, por el artículo lo, por tener dos géneros y dos
números, por la concordancia del sujeto con el verbo, por esquemas sintáctico-semánticos como
«alguien hace algo» o «algo gusta a alguien», etc, que no han variado desde el siglo XII. Esto es
debido a que el léxico se instala en la corteza y la sintaxis de los esquemas semánticos en el
sistema límbico. Como ha mostrado MacLean (1960), el cerebro humano consta de tres partes
evolutivamente bien diferenciadas, el cerebro reptiliano, que es la más antigua y la más interna, el
cerebro paleo-mamífero, que aparece con posterioridad y ocupa una posición intermedia, y el
neocórtex o cerebro neo-mamífero, que es la más exterior y moderna:

No es sorprendente que la sintaxis se modifique mucho más lentamente que el léxico, pues
pertenece al sistema límbico donde están impresos los circuitos neuronales que caracterizan a los
automatismos, según se dijo arriba. Bickerton sostiene, en un libro coral que escribió junto con el
neurólogo William Calvin (2000), que el origen de la sintaxis está en el recuerdo de los papeles
temáticos y de las cadenas actanciales necesarios para el buen funcionamiento del altruismo
recíproco entre los primates:

«If you understand what causes things you may be able to predict them. Accurate
prediction may save your life. Saving your life gives you more time to procreate, so current
evolutionary thought suggests that prediction should be favored. If you know that
movements of long grass when there is no wind may be caused by a predator stalking you,
you can take appropriate action in time, rather than passively awaiting the tiger� s charge
… However, we� re not talking about one kind of event. We� re talking about a variety of
events –grooming, food sharing, chasing, fighting– in which any one animal is sometimes
the performer, sometimes the object of the action. (Sometimes it� s me grooming you,
sometimes you grooming me, sometimes a third party, and so on.) When all of this takes
place among animals of a high social intelligence who need to keep track of one
another� s behavior to avoid being shortchanged by freeloaders, it would hardly be
surprising if some quite abstract analysis of the roles developed. What I think happened
was that the social calculus set up the categories of agent, theme, and goal, and that these
categories (or thematic roles, which is what linguists call them) were then exapted to
produce the basis for sentence structures. Some linguists might object that thematic roles
are semantic, and syntax is, well, syntax. Syntax is autonomous, a totally self-contained
country with its own rules and regulations, and ever more shall be so. But I think here that
the linguists are ignoring the nature of evolution. It� s like saying, well, swim-bladders were
a floatation device, and lungs are for breathing, so lungs can� t have evolved from swim-
bladders. However, we know that they did.»

No obstante, creo que Bickerton se equivoca. La vejiga natatoria de los peces pudo
evolucionar hasta los pulmones porque ambos órganos consisten en lo mismo, son bolsas llenas
de aire, lo único que cambia es la función. Pero los papeles actanciales, aunque ciertamente
forman parte de la sintaxis como bien sabemos desde Tesni� re (1959) y Fillmore (1968), no son
toda la sintaxis. Junto a ellos están las categorías y las reglas de formación, elementos puramente
formales que se ligan al léxico, pero no son el léxico (si lo fueran, los sentidos del mundo
pertenecerían a la misma categoría en todas las lenguas, lo que obviamente no sucede). ¿De
dónde vienen estas categorías? La respuesta de Chomsky, una vez liberada de sus incómodas
adherencias seudorreligiosas, sigue pareciéndome concluyente: solo pudieron surgir como una
emergencia de las redes neuronales complejas. Al fin y al cabo hasta los darwinistas más
ortodoxos aceptan hoy que el gradualimo no está reñido con la aceleración repentina de la
evolución en lo que se conoce como equilibrio interrumpido (punctuated equilibria, Eldredge y
Gould, 1972). Lo malo es que Chomsky se limita a expresar una petitio principii: debería haber
habido una emergencia de las redes neuronales, pero no sabemos cómo.

Probablemente haya que repensar toda la cuestión desde el principio. ¿Cómo funciona el
lenguaje en el cerebro? El desarrollo de la neurología desde mediados del siglo XIX ha permitido
ampliar nuestros conocimientos sobre el particular. En el siglo pasado solo sabíamos que existen
áreas específicas del lenguaje, en particular la de Broca, especializada en la codificación de la
sintaxis, y la de Wernicke, que se especializa en la de la semántica:

Esto no resuelve nuestros interrogantes genéticos. Los animales no hablan y, por


consiguiente, su cerebro no posee dichas áreas, ni siquiera en el caso de los primates. Pero
recientemente se ha establecido por Kaas y Lyon (2002) una notable relación entre la neurología
de la visión y la del lenguaje. En concreto, se ha descubierto que, aunque el córtex visual está
muy alejado de las áreas liungüístcas y estas no pueden resultar evolutivamente del mismo, sin
embargo el nervio óptico, que lleva la información de la retina hasta el córtex visual, no se detiene
allí, sino que se prolonga hasta bifurcarse en dos ramas, la dorsal, que pasa junto al área de
Broca e interviene en la sintaxis visual, y la ventral, que pasa juno al área de Wernicke e interviene
en la semántica visual:

No es muy aventurado suponer que las pautas de codificación visual de las imágenes
almacenadas en la corteza cerebral se fueron extendiendo gradualmente hasta la codificación
lingüística de las palabras que designan los objetos representados por aquellas. Por ejemplo, la
imagen percibida de una manzana se construye en el cerebro cuando la percepción del fruto
excita un determinado grupo de neuronas por su forma, otro por su color, otro más por su brillo,
&c., y así resulta un mapa topográfico. A su vez el tacto proporciona un segundo mapa topográfico
a base de excitar grupos neuronales especializados en las formas convexas, en una cierta
consistencia, en las superficies lisas, &c. Un tercer mapa topográfico sería el constituido por el
concepto «manzana», el cual resulta de experiencias anteriores con dicho fruto y así
sucesivamente:

Hasta aquí la imagen de la manzana en el cerebro de un animal aficionado a dicho fruto, por
ejemplo, un chimpancé. Es fácil explicar cómo un descendiente de dicho chimpancé acabó
asociando una cadena de sonidos a la cadena preexistente de asociaciones de arriba, bien la
cadena /manΘána/, bien la cadena /éipol/, bien la cadena /pómme/, &c.

El paso siguiente consiste en asociar dichas palabras a los huecos funcionales de una
cadena sintáctico-semántica, lo que se suele conocer por interfaz léxico-sintaxis. Para entender
cómo pueden funcionar neurológicamente los procesos de interfaz es preciso considerar la
estructura de la memoria. Básicamente se distinguen dos tipos de memoria, con ulteriores
subdivisiones en cada uno: la memoria a corto plazo (STM: short-term memory) y la memoria a
largo plazo (LTM:long-term memory). La primera tiene una retención de algunos segundos, la
segunda retiene el material durante largos periodos que pueden durar toda la vida; sin embargo,
mientras que la STM reproduce fielmente el original (permitiéndonos captar en el cerebro la
imagen de un paisaje en la retina o la melodía de una canción que estamos oyendo), la LTM
supone un proceso de elaboración mental que llega a modificar en ocasiones seriamente la
percepción originaria. Evidentemente tanto el léxico como la sintaxis pertenecen a la memoria a
largo plazo, pues el hablante acude a almacenes mnemotécnicos para elegir un determinado
esquema sintáctico-semántico y unos determinados lexemas adecuados al mismo. El oyente
funciona igual, descompone el mensaje en sus partes componentes, esquema y lexemas, y los
recuerda en su LTM. Ello no es óbice para que la emisión concreta tenga una vigencia de
segundos en las STM de ambos interlocutores cuando la oración es enunciada, como es natural.
La STM (llamada también working memory) y la LTM fueron diferenciadas mediante
numerosas pruebas experimentales realizadas en laboratorios de psicología. Una determinación
empírica de otro tipo permitió diferenciar dentro de la LTM la llamada memoria implícita (o no
declarativa) de la llamada memoria explícita (o declarativa). Se comprobó que los pacientes, casi
siempre epilépticos, a los que se les había realizado una lobotomía del lóbulo temporal, sobre todo
si afectaba al hipocampo, eran incapaces de recordar hechos y conocimientos del pasado, pero sí
lograban aprender habilidades nuevas, aunque no consiguiesen recordar cuándo lo hicieron. Algo
similar ocurría con pacientes amnésicos o enfermos de Alzheimer, los cuales eran capaces de
recordar una lista de palabras si se les facilitaba previamente la primera sílaba de cada una
(priming), pero no de recordarlas con un esfuerzo consciente de memoria. Todo ello condujo a
oponer dos subtipos dentro de la memoria a largo plazo, la memoria explícita y la implícita (Squire
& Kandel, 1999).

Por lo que respecta a la memoria explícita, sus circuitos nerviosos se conocen bastante bien
(Suzuki & Amaral, 1994). El hipocampo y el parahipocampo constituyen el sistema mnémico del
lóbulo temporal medio, el cual pertenece al sistema límbico y, como tal, no forma parte del
neocórtex. El parahipocampo o córtex rinal integra impulsos multifuncionales (visuales, acústicos y
somáticos) llevando una señal única hasta el hipocampo donde es reelaborada por tres estratos
sucesivos (el gyrus dentatus, CA3 y CA1) hasta llegar al subiculum, que reexpide la señal otra vez
hacia la zona del parahipocampo y de aquí al neocórtex (LeDoux, 2002):

Todos estos datos proceden de investigaciones llevadas a cabo con monos para comprobar
el procesamiento de estímulos visuales o sonoros y el almacenamiento memorístico de imágenes
visuales o de melodías. Dicha información se ha extrapolado a seres humanos, ya que la
experimentación (que suele dejar impedido al animal) está éticamente vedada como es natural. El
problema es cómo proceder en el caso de los esquemas sintácticos y de los lexemas que los
rellenan. Cuando adquirimos nuestra lengua materna incorporamos mentalmente los esquemas y
los lexemas al mismo tiempo. Por ejemplo, la oración el cartero metió la carta en el buzón nos
suministra un esquema actancial del tipo «Agente––Objeto––Lugar», un
verbo meter subcategorizado precisamente como meterAg,Obj,Lug y tres nombres, carteroAnimado, que
es un buen candidato para ser Agente, cartainanimado, que es un buen candidato para ser Objeto,
y buzónlugar para guardar cosas, que constituye un buen candidato para ser Lugar. Estas
subcategorizaciones tienen inicialmente una base contextual referencial, esto es, remiten al córtex
visual, al auditivo y al somático, si bien con el tiempo también se establecen de manera cotextual.
Toda esta información es procesada por el hipocampo siguiendo etapas similares a las del
esquema de arriba y queda almacenada un tiempo en dicho sistema límbico:
Sin embargo, los esquemas y los lexemas no siguen los mismos derroteros en la fase
retroactiva. Los lexemas son conocimientos conscientes que requieren un esfuerzo cognitivo para
ser recuperados, algo que no siempre se logra o que se logra en distintos grados, según la
habilidad del sujeto (compárese la recuperación de un escritor con la de un hablante cualquiera) o
la inspiración de cada momento. Por el contrario, los esquemas son automáticos, los vamos
extrayendo del almacén de la memoria conforme los vamos necesitando y además todos los
hablantes nativos de una lengua lo hacen de la misma manera. Todos los hispanohablantes
poseen el mismo conjunto de esquemas sintáctico-semánticos, el cual ha podido ser inventariado
en forma de paradigma (Báez San José, 2002), pero no tienen la misma disponibilidad léxica por
lo que respecta a los lexemas. De ahí se infiere que el subiculum retorna la información léxica
hasta el neocórtex, donde queda almacenada, pero no la información relativa a los esquemas
sintáctico semánticos. Estos últimos corren la misma suerte que otras habilidades cognitivas o
motoras de tipo automático. como ir en bici o reconocer el rostro de los amigos, las cuales son
sustentadas por la memoria implícita y se aprenden por condicionamiento de la conducta.

Los sistemas de la memoria implícita tienen una larga historia evolutiva, mientras que el
hipocampo parece ser una exaptación del procesamiento espacial (O� Keefe & Nadel, 1978)
exclusiva de la especie humana. Ello explicaría que el diccionario mental y su explicitación verbal
en forma de palabras son privativos del hombre, en tanto que los esquemas actanciales
pertenecen también a la cognición de los animales superiores, y por ello hay autores (Calvin &
Bickerton, 2000) que cifran el origen del lenguaje en una simbolización de dichos esquemas, si
bien con ello sólo explican una parte del proceso evolutivo. Los sistemas de la memoria implícita
han sido estudiados en numerosos experimentos realizados con animales, algunos de los cuales
carecen de hipocampo, y afectan a diversas partes del tronco cerebral y del sistema límbico. Por
ejemplo, las reacciones de miedo implican el tálamo y la amígdala, el parpadeo ante los destellos
luminosos se asienta en el cerebelo, &c. Las personas que padecen la enfermedad de Alzheimer
experimentan tempranamente la destrucción de las neuronas del hipocampo y pierden la memoria
explícita, pero conservan la implícita. Todo ello nos permite suponer que los esquemas sintáctico-
semánticos son procesados por el hipocampo junto con los lexemas, pero luego se almacenan en
partes del sistema límbico no conectadas con la corteza cerebral, o bien se depositan
directamente en estas últimas:
Pero con ello no damos cuenta de lo más importante, pues las palabras se integran en
huecos funcionales concretos del esquema y lo hacen con un revestimiento categorial específico.
¿Por qué son estas categorías como las conocemos, por qué hay nombres, adjetivos, adverbios y
verbos, por qué existen las completivas y las oraciones de relativo, por qué la frase tiene la misma
estructura en todos los idiomas? La sintaxis de las lenguas consiste en un conjunto de reglas y
estructuras bastante complejas. El código genético y las transformaciones del ADN en los
procesos de replicación, transcripción (del ADN en ARN) y traducción (del ARN en aminoácido)
también son complejos. Roman Jakobson (1976, 56-60) puso hace un cuarto de siglo el dedo en
la llaga cuando advirtió –siguiendo una analogía propuesta por Crick, uno de los descubridores de
la doble hélice del ADN– los sorprendentes paralelismos que existen entre ambos formalismos:

«Los descubrimientos espectaculares realizados estos últimos años en el terreno de la


genética molecular son presentados por los investigadores mismos en términos tomados
de la lingüística y de la teoría de la información… Cada palabra comprende tres
subunidades de codificación llamadas "bases nucleotídicas" o "letras" del "alfabeto" que
constituyen el código. Este alfabeto comprende cuatro letras diferentes "utilizadas para
enunciar el mensaje genético". El "diccionario" del código genético comprende 64 palabras
distintas que, teniendo en cuenta sus elementos constitutivos, se denominan "tripletes",
pues cada uno de ellos forma una secuencia de tres letras; sesenta y uno de estos tripletes
tienen una significación propia y los otros tres no se utilizan aparentemente más que para
señalar el final de un mensaje genético… Por consiguiente, podemos afirmar que, de todos
los sistemas transmisores de información, el código genético y el código verbal son los
únicos que están fundados en el empleo de elementos discretos que, en sí mismos, están
desprovistos de sentido, pero que sirven para constituir las unidades significativas
mínimas, es decir, entidades dotadas de una significación que les es propia en el código
en cuestión… El paso de las unidades léxicas a las unidades sintácticas de grados
diferentes corresponde al paso de los codones a los "cistrones" y "operones", y los
biólogos han establecido el paralelo entre estos dos últimos grados de secuencia genética
y las construcciones sintácticas ascendentes, y las constricciones impuestas a la
distribución de los codones en el interior de estas construcciones han sido llamadas
"sintaxis de la cadena de ADN»

Las palabras de Jakobson despertaron un cúmulo de expectativas que el tiempo no ha


confirmado. Desde que las formuló, la Biología molecular ha progresado mucho, en particular, ha
avanzado en el dominio que hoy se conoce como "ingeniería genética", es decir, ha propiciado
intervenciones conscientes del ser humano en la secuencia genética con el objeto de modificar su
"lectura peptídica" y, consiguientemente, sus efectos. Sin embargo, dichas intervenciones no han
tomado nunca en consideración la analogía lingüística: lo que los ingenieros genéticos hicieron
con las secuencias de ADN se realizó al margen de la Lingüística y tampoco resulta comprensible
desde sus presupuestos.

Tal vez el punto de partida de la homología "código lingüístico - código genético" planteada
por Jakobson estaba equivocado. Los primeros biólogos moleculares hablaban, en efecto, de un
"alfabeto" de cuatro "letras" que daba lugar a sesenta y cuatro "palabras" de tres letras cada una.
Este código presentaba doble articulación, según nota Jakobson: cada palabra consta de un
sonido (sus tres letras integrantes) y un sentido (el aminoácido al que remite), pero, a su vez, el
sonido es descomponible en cada una de las letras, que son ácidos nucleicos. La magia de los
vocablos es contagiosa y puede llevar demasiado lejos. ¿En qué sentido podemos considerar los
cuatro ácidos nucleicos (Adenina, Timina-Uracilo, Citosina, Guanina) como "letras" y sus cadenas
de tres ácidos nucleicos como "palabras"?:

1) En el lenguaje, tiene una rosa en la solapa es una secuencia de sonido y sentido cuyo
significado no se reduce a la suma de los sentidos de tiene, una, rosa, en, la y solapa, sino que,
aparte de estos contenidos, hay también un esquema oracional y unos esquemas frásticos que se
superponen a los mismos y que realmente los determinan (en estaba más fresco que una rosa el
sentido de rosa es muy diferente). Lo que importa es que, al fragmentar la secuencia tiene una
rosa en la solapa, los distintos fragmentos que se van obteniendo, primero tiene una rosa,
luego una rosa y, por fin, rosa, siguen siendo unidades de la primera articulación, es decir, de
sonido-sentido. En cambio, al fragmentar rosa, primero como /ro/ (frente a /sa/) y luego como /o/,
se llega a unidades a las que de ninguna forma podríamos atribuir un sentido, es decir, a unidades
de la segunda articulación. Esto se aprecia claramente cuando se procede a un análisis de los
rasgos simultáneos propios de rosa (último fragmento de la primera articulación) y de /o/ (último
fragmento de la segunda articulación): rosa es [inanimado], [vegetal], [flor], &c.; en cambio, /o/ es
[vocal], [velar], [posterior]. Nada tienen en común el rasgo [flor] y el rasgo [velar], pertenecen a dos
mundos incompatibles.

2) En el lenguaje de la vida las cosas no funcionan así. Se dice que una secuencia como
UCA asocia el sentido "serina" y se descompone en los sinsentidos sucesivos "uracilo + citosina +
adenina". Pero, ¿por qué debemos considerar la serina como un sentido y estos tres compuestos
como elementos del sonido?. El primero es un aminoácido, los segundos son ácidos nucleicos.
¿Qué diferencias relevantes existen entre uno y otro? Desde el punto de vista químico muy pocas,
en realidad se componen de los mismos elementos, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono,
aunque dispuestos en proporciones y estructuras diferentes. Lo que nos hace ver un salto de
articulación entre la serie UCA y la serina es que la serina no es la suma de estos tres ácidos
nucleicos, sino que, simplemente, la sucesión "uracilo + citosina + adenina" en la cadena de ARN
tiene el efecto de asociar una serina en la cadena polipeptídica, efecto que también se lograría
con otras secuencias como AGU, UCC, UCU, &c. Más que un salto de articulación, lo que
tenemos es una asociación arbitraria.

Todas las analogías son peligrosas como criterio científico. A la Lingüística le ha costado
demasiado tiempo librarse de la tentación de equiparar la oración sintáctica con la proposición
lógica como para caer en una comparación tan burda como la que plantea el cuadro de arriba.

Sin embargo, ello no significa que el cotejo entre el código genético y el código lingüístico
represente un camino equivocado, sólo que estaba mal planteado. No estará de más traer a
colación unas conocidas reflexiones de Jacques Monod (1993, 149, 134, 140):

«El destino se escribe a medida que se cumple, no antes. El nuestro no lo era antes de
que emergiera la especie humana, la única en la biosfera que utiliza un sistema lógico de
comunicación simbólica. Otro acontecimiento único que debería, por eso mismo,
prevenirnos contra todo antropocentrismo. Si fue único, como quizá lo fue la aparición de la
vida misma, es porque sus probabilidades, antes de aparecer, eran casi nulas … El
cerebro de los animales es, sin duda alguna, capaz, no sólo de registrar informaciones,
sino también de asociarlas y transformarlas, y de restituir el resultado de estas operaciones
en forma de una performance individual; pero no, y este es el punto esencial, de forma que
permita comunicar a otro individuo una asociación o transformación original, personal. Esto
es, en cambio, lo que permite el lenguaje humano… Lo que equivale a admitir que el
lenguaje articulado, desde su aparición en el linaje humano, no solamente ha permitido la
evolución de la cultura, sino que ha contribuido de modo decisivo a la evolución física del
hombre. Si ha sido así, la capacidad lingüística que se revela en el curso del desarrollo
epigenético del cerebro forma parte actualmente de la «naturaleza humana» definida ella
misma en el seno del genoma en el lenguaje radicalmente diferente del código genético»
[el subrayado es mío].

¿O no tan diferente? Se admite sin problemas que las formas elementales de la vida, los
organismos vivos, surgieron de manera accidental como una evolución imprevista a partir de
alguna "sopa prebiótica" que contendría una disolución acuosa de componentes similares a los
que acabaron dando lugar a los ácidos nucleicos y a las proteínas Sus componentes esenciales
estaban ya en la materia inorgánica, el único cambio relevante fue introducir la invariancia y la
teleonomía en la entropía, el orden en el desorden. En realidad, se trata de crear nódulos de
estructura en el interior de un magma donde todo llevaba hacia el cumplimiento inexorable de la
segunda ley de la termodinámica. Pues bien, en el paso, igualmente azaroso, de la vida al
lenguaje, podría haberse dado un salto similar. Como en el caso anterior, las condiciones
semióticas del código ya están prefiguradas en el código genético. Lo que el lenguaje del ser
humano parece aportar es tan sólo la capacidad para comunicar con el otro, es decir, la
proyección de su propia invariancia y de su propia teleonomía a los demás, puesto que una
sociedad no es otra cosa que una estructura de relaciones y de fines articulados por hombres que
son capaces de comunicarse. En el paso de la materia inerte a la vida se habría producido un
tránsito gnoseológicamente muy parecido al que llevó de la vida a la conciencia: la conversión de
una posibilidad, por muy baja que fuese estadísticamente, en actualidad operante. Si no hubiera
habido unas condiciones prebióticas en el Universo, no habríamos tenido vida; si no hubiera
habido un código precomunicativo en las secuencias de ADN, tampoco habría habido lenguaje.

Pero para que esto sea posible no basta con afirmar que la excesiva complejidad de las
redes neuronales de los animales superiores provocó una emergencia de la que resultaría el
lenguaje. Lo verdaderamente notable es que el lenguaje recuerda por la forma de sus categorías y
de sus cadenas al código genético. Lo cual implica que hubo azar, pero menos. Hubo emergencia,
pero emergencia dirigida hacia un resultado previsible. ¿Qué variante de la teoría de la
complejidad es capaz de sustentar una evolución como esta? Precisamente el último desarrollo de
dicha hipótesis que constata la no ergodicidad de la evolución del universo. Como dice Kauffman
(2003, 198-203):
«Consideremos todas las clases de moléculas orgánicas que hay encima, en el interior o
en la vecindad de la Tierra… Llamemos lo actual a este conjunto de moléculas…
Consideremos ahora lo adyacente posible del grafo reactivo actual: todas aquellas
especies moleculares que no forman parte de ese conjunto pero que están a un solo paso
reactivo de él… Al universo le llevaría al menos 1067veces su vida actual obtener todas las
proteínas posibles de longitud 200. Resulta obvio que, al menos para las proteínas
formadas por 200 aminoácidos, el universo es ampliamente no ergódico: no ha podido
alcanzar el equilibrio en lo referente a este tipo de moléculas… El universo se halla
absolutamente fuera del equilibrio, es ampliamente no ergódico al nivel de las moléculas
orgánicas complejas. Por extensión, el universo es ampliamente no ergódico al nivel de las
especies, los lenguajes, los sistemas legales y los camiones Chevrolet. De ello se deduce
que, aun considerando el universo como un todo, a niveles de complejidad molecular y
organizativa iguales o superiores a los de las proteínas, el universo está cinéticamente
atrapado. Ha llegado donde está desde dondequiera que haya partido y mediante
cualquiera que sea el proceso de avance hacia ese adyacente posible en perpetua
expansión, pero no podía haber llegado a cualquier sitio … Los agentes autónomos
pueden formar jerarquías . Estos agentes autónomos jerárquicamente complejos han
invadido, invaden e invadirán lo adyacente posible, tanto a escala química como a nivel
morfológico o de comportamiento … Ello nos lleva a hacer una singular consideración: esa
jerarquía ilimitadamente ascendente en complejidad es un � sumidero� en el que el
orden construido en el universo por los agentes autónomos se � vierte� .»

Permítanme interpretar esta predicción admirable. Las posibilidades combinatorias de cada


nivel no se agotan, con lo cual no se llega nunca a la ergodicidad. Al resultar cada nivel de
fusiones de elementos (agentes autónomos) del anterior, ocurre que esta no ergodicidad se
incrementa progresivamente porque el orden de un nivel se vierte al siguiente y restringe
paulatinamente las posibilidades combinatorias:

En otras palabras. Mientras que en el nivel 1 solo se realiza una posibilidad de tres, en el
nivel 2 es una posibilidad de cinco, en el nivel 3 es una posibilidad de siete, y así sucesivamente.
Pero lo más importante es que esta reducción viene acompañada de la transmisión de las pautas
formales «…XX…» de cada nivel inferior al superior.

¿Cómo pudo funcionar este vertido de pautas formales en el caso del origen del lenguaje?
He dedicado bastantes trabajos y un par de libros a esta cuestión, así que si, me lo permiten,
comentaré para terminar una cita de un trabajo mío en el que se resume mi posición actual (López
García, 2005, 173):

«There is another path I have tried to develop in this book… This renewed vision consists
of several steps: First, there is an extended parallelism between the genetic code and the
linguistic code; Secondly, biological forms like homeobox may be inherited; Thirdly, there is
also a parallelism between some intracellular motifs and some extracellular forms, which
developed from them; Fourthly, the genetic code manifests as a set of intracellular formal
procedures; linguistic code manifests as a set of brain wired extracellular connexions;
Fifthly, the genetic code could have given rise to the linguistic code (to P&P laws) by
genome duplication and the subsequent inheritance of formal structures. As reported
in Nature 431 (21 october 2004), the total number of protein-coding genes of the human
genome is in the range 20,000-25,000, a number which resembles much closer those of
worms than those of mice or rats. Nevertheless, the proportion of segmental duplication is
clearly higher in the human genome than in the mouse or rat genomes. Duplications arising
after divergence from the rodent lineage affect a total of 1,183 genes, which are
presumably responsible for human specificity».
Termino con el enigmático título de esta conferencia: ¿fue el origen del lenguaje el resultado
de una emergencia neuronal? A lo que cabría oponer la siguiente objeción: ¿acaso tienen algo
que ver los procesos neuronales con la evolución en el sentido de Darwin? Lo curioso es que sí
que tienen que ver. La TNGS o teoría de la selección de grupos neuronales (the theory of
neuronal group selection) de Edelman (1987) constituye, sin proponérselo, una hipótesis plausible
sobre cómo pudo originarse el lenguaje. Su fundamento empírico lo representa la conocida
observación de que, a menudo, células vecinas que han recibido un mismo estímulo establecen
correlaciones sinápticas entre ellas (Singer, 1979), lo cual demuestra que la proximidad contribuye
a la formación de redes. Sin embargo, también se había advertido (Macagno et al., 1973) en dos
dafnias isogénicas con el mismo número de neuronas que había gran diferencia en cuanto a sus
ramificaciones conexionales, lo cual recuerda el caso de los gemelos que, pese a tener un mismo
genotipo, lo desarrollan fenotípicamente de manera distinta. Edelman concluye que les neuronas
se organizan en repertorios primarios consistentes en grupos de neuronas en cuyo interior se
establecen redes neuronales variables por procesos de migración, adherencia o muerte neuronal,
similares a los de la selección natural darwiniana (aquí llamados de selección neuronal):

¿Cómo ocurrió todo?: gradualmente. Primero se almacenan secuencias actanciales (del tipo
agente-acción-paciente) en el sistema límbico, algo que compartimos con todos los mamíferos.
Luego, empiezan a almacenarse signos –es decir, significantes ligados a significados– en la
corteza, algo que también compartimos con los mamíferos superiores, sobre todo con los grandes
primates. Pero entonces, hace más o menos seis millones de años, ocurre algo que ya no
compartimos con nuestros predecesores: el genoma homínido se duplica (o n-plica, tanto da) y
una de las copias queda libre para funciones diferentes de la producción de proteínas. En la
mayoría de las células esto no tiene consecuencias, se traduce en lo que se suele llamar ADN
basura. Pero en las neuronas, en las células del cerebro, esta copia innecesaria, modelada
formalmente por las leyes del código genético, que están presentes en todas las células, se
proyecta a base de mecanismos darwinianos –a través de registros primarios, registros
secundarios y mapas topográficos– hasta las redes neuronales complejas que sirven de sustento
a los signos léxicos en la corteza. Como resultado de estos procesos, los lexemas (nuestras
familiares «palabras») asumen un valor abstracto, independiente del HIC ET NUNC que había
inhibido la emergencia del lenguaje en las demás especies. Desde ese momento, [gáto] ya no
será una simple secuencia fónica que pone nervioso a mi perro cada vez que la oye. Será un
elemento que puede insertarse en los huecos de los esquemas actanciales del sistema límbico
humano, en tengo (…), en me arañó un (…) o, metafóricamente, en esta mujer es más silenciosa
que una (…). La fiesta acaba de comenzar, tal vez con el Homo erectus, más probablemente con
el Homo sapiens sapiens. Y así hasta hoy.

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——

{*} En inglés convencional esta secuencia sonaría así: I like make; more better die time; money no
can carry. And too much children, small children, house money pay.

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