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Primer Parcial – Filosofía de la Ciencia

Pablo Baubeta Garro – IFD MINAS

1. Construya una definición de Filosofía de la ciencia (usando y citando los autores


trabajados y la perspectiva personal que tengan a partir de las lecturas realizadas máximo
3 páginas)

Podemos definir Filosofía de la ciencia, del modo más general, como aquella rama de la
filosofía que se encarga de realizar una reflexión o estudio de “segundo orden” sobre las
interpretaciones y conocimientos de la propia ciencia, tomando en consideración los problemas
filosóficos que ella plantea (Diccionario Herder).
Tal como lo dice Osaka (2007) la filosofía de la ciencia tiene como tarea principal “analizar los
métodos de investigación utilizados en los diversos campos científicos” a fin de “develar
suposiciones implícitas en la práctica científica, pero que los científicos no discuten en forma
abierta”. Para ello es que es necesario que los filósofos se encarguen de dicha actividad, ya que
es poco probable que un científico se dedique a responder preguntas de carácter “filosófico”
como lo serían ¿Por qué se asume que las repeticiones futuras de un experimento arrojarán el
mismo resultado? (teniendo en cuenta de que un científico simplemente se dedica, en la
actualidad, a repetir experimentos y registrar sus resultados) ¿Cómo saber si esto es cierto?
(Osaka, 2007, p. 23).
La práctica de la filosofía puede ser entendida en si como una “actividad reflexiva de segundo
nivel respecto de actividades reflexivas de primer nivel”, ya que tiene como objeto los “modos
conceptuales articulados con que los seres humanos se enfrentan a la realidad”, reflexiones
previas que la filosofía aborda para “analizarlas, interpretarlas, fundamentarlas, criticarlas, e
incluso a veces mejorarlas” (Ulises Moulines, 2013, p. 11). Así como del “modo religioso” de
afrontar la realidad surge la filosofía de la religión, y del modo moral surge a su vez la filosofía
de la moral, uno de los más “efectivos, sorprendentes y revolucionarios” ha sido el “modo
científico”, a este modo de enfrentarse a la realidad es lo que llamamos “filosofía de la ciencia”,
y de la influencia que actualmente tiene la ciencia en nuestra sociedad es que dicho modo de
hacer filosofía tenga un lugar “preeminente” en la actividad filosófica actual (op. cit, p. 11).
La Filosofía de la ciencia se enfrenta a ciertas cuestiones problemáticas propias de su actividad,
por un lado, cuestiones propias de la terminología y por otra parte cuestiones vinculadas a la
naturaleza de los conocimientos que estudia. Refiriéndonos a lo primero, Yeanplong y Urse
(2012) comentan que suelen existir distintos nombres que pese a ser conceptualmente
diferentes, por su relación suelen usarse de a menudo como sinónimos: Epistemología,
Gnoseología, Filosofía de la Ciencia, o Teoría del conocimiento. Dichos autores, citando a
Miguel Quintanilla refieren que “el término “gnoseología” significa lo mismo que la expresión
“teoría del conocimiento”. Se refiere a aquella parte de la filosofía que se ocupa del problema
del conocimiento general. Cabe pues, distinguir el significado de “gnoseología” respecto al de
“epistemología” en el sentido de que la epistemología sería esa parte de la filosofía que se ocupa
en especial del conocimiento científico”. Paralelamente a esto se nos aclara que en la lengua
inglesa suele usarse “epistemología” para referirse a lo que se suele entender por gnoseología,
mientras que que usa “filosofía de la ciencia” para lo que se entiende como epistemología en
otros contextos (Quintanilla, citado por Yeanplong y Urse, 2012). Estas diferencias semánticas
están vinculadas con diversas maneras de concebir el conocimiento científico, así como la
práctica de la ciencia en si. Por otra parte, la Filosofía de la ciencia se enfrenta a cuestiones
vinculadas con la naturaleza de los conocimientos que estudia, y como estos se producen y
“validan”. Dentro de este otro aspecto es importante entender, como lo dice Okasha (2002), que
“uno de los problemas claves de la filosofía de la ciencia es comprender por qué algunas
técnicas como la experimentación, la observación y la construcción de teorías han permitido a
los científicos develar muchos de los secretos de la naturaleza”. Esos “métodos particulares”
que se utilizan en ciencia para investigar el mundo, así como la “construcción” de teorías son
algunos de los aspectos que caracterizan a la ciencia de disciplinas “no científicas” y es en la
naturaleza del conocimiento que se “construye” y en los modos en que se llega a él donde se
presentan cuestiones incansables abordadas por la Filosofía de ciencia (Okasha, 2002, p. 10).
Esta problemática es tal, ya que no siempre ha sido igual la consideración que a lo largo de la
historia se ha tenido sobre la “ciencia” y la naturaleza de sus conocimientos. Por ejemplo, si
pensamos en la visión moderna de la ciencia esta se remonta simplemente al período que
transcurre entre los años 1500 y 1750 en Europa, y que hoy conocemos como “revolución
científica”, proceso cultural que permitió superar visiones dominantes hasta ese momento desde
la Antigüedad (por ejemplo la concepción geocéntrica del mundo o la teoría de los cuatro
elementos que componen los cuerpos, cuestiones defendidas desde la tradición aristotélica),
para permitir el desarrollo científico a través de figuras como Copérnico, Galileo, Kepler y
posteriormente Newton (op. Cit, 2002). Cabe pensar, además, que el conocimiento científico es
parte de la “madurez del conocimiento humano, madurez difícilmente adquirida de una larga
historia”, como sostiene Yeanplong (1989) al comienzo de su artículo sobre la “Evolución
histórica de la razón”. Este autor, además, agrega que entre las características que nos distingue
de los seres inanimados hay una que es el “motor del conocimiento: la curiosidad” (Yeanplong,
1989). Y esa curiosidad no es de hace simplemente cuatro o cinco siglos, sino que se puede
encontrar en la propia naturaleza del hombre. En términos históricos, suele nombrarse como
momento clave para el desarrollo racional de la cultura occidental, los siglos VI y VII en la
Antigua Grecia, momento en el cual surge el pensamiento filosófico con los pensadores jónicos
y en especial con la figura de Tales de Mileto, quien no usaría ya divinidades para explicar su
concepción del mundo, entendiendo así que “la naturaleza obra conforme a sus propias leyes”
(op. cit., p. 3). Yeanplong (1989) dice que “las hipótesis de Thales constituyen la idea que aún
hoy tenemos de la ciencia: que el universo está sujeto a leyes y que estas leyes pueden ser
entendidas por la mente humana”. Y es por esa naturaleza propia de la cultura histórica del
hombre y en su modo racional de ver la naturaleza, donde radica la mayor problemática a la
hora de definir el conocimiento científico desde su esencia como conocimiento humano. Dicho
conocimiento conseguido por la ciencia puede presentar diversas características de método, de
aplicación, de constitución, de progreso. Autores como Yeanplong (1989) definen el “acto
científico” como proceder de “orden racional, cuyos instrumentos son los conceptos, juicios y
razonamientos”, autores como Carl Sagan verían en dicha actividad la “mejor herramientade
que disponemos, que se autocorrige, que sigue funcionando” y que finalmente “se aplica a todo”
(Sagan, citado por Yeanplong y Urse, 2012). El argentino Mario Bunge vería en la ciencia un
conjunto de conocimientos “racionales, sistemáticos, exactos, verificables y falibles” (Bunge,
citado por Yeanplong y Urse, 2012), mientras que nuestro compatriota Mario Sambarino la
definiría como una “actividad intelectual, de carácter colectivo, que procura establecer
aseveraciones críticamente fundadas y objetivamente controlables, de valor cognoscitivo y
validez impersonal, sobre lo que existe y lo que puede existir” (Sambarino, citado por
Yeanplong y Urse, 2012). Toda esta diversidad de consideraciones nos hacen ver que ya se parte
de una cuestión problemática a la hora de definir el conocimiento científico de un modo
univoco. La ciencia, claro está, ha existido desde antes que la Filosofía de la ciencia, y es en la
diversidad de cuestiones vinculadas al conocimiento científico que pueden verse distintas
maneras de abordarla. Históricamente, Kant es uno de los primeros filósofos donde podemos
ver algo parecido a la “filosofía de la ciencia” en el sentido actual, pese a estar ligada aún a
cuestiones vinculadas a la teoría del conocimiento y la metafísica (Ulises Moulines, 2013, p.
12). Igualmente, y pese a que en el siglo XIX aparecerían autores dedicados a la disciplina
como Comte, Wheeler, Mill, Mach, Poincaré, o Duhem, sería en el siglo XX que la filosofía de
la ciencia encontraría su “madurez” metodológica y su institucionalización (op. cit., p. 13).
Desde el abordaje de la racionalidad como meramente instrumental presentada por la escuela
neopositivista, pasando por las criticas y el modo de ver el progreso en la ciencia por parte de
Popper, hasta las consideraciones más historicistas sobre paradigmas con Kuhn, el problema del
método con Feyerabend, hasta aportes importantes como los de Lakatos, Laudan, Goldman o
Giere, la Filosofía de la ciencia no ha cesado de replantearse problemas propios de la práctica
científica (Gómez, JR, 2006).
2. A partir de la lectura de los textos sobre neopositivismo elaborar una síntesis de la
principales nociones que caracterizaran esta corriente epistemológica (es importante en la
elaboración citar los autores para demostrar la lectura los mismos y la selección de
ejemplos, máximo 10 páginas)

Para entender el neopositivismo como corriente epistemológica que floreció en el período de


entreguerras es necesario asociarlo con el conjunto de pensadores provenientes de campos como
la física y las matemáticas (Rudolf Carnap, Kurt Gödel, Otto Neurath o Friedrich Waisman) que
conformaron un grupo al cual se le denominó Circulo de Viena (Yeanplong, 2012). Bajo este
nombre filósofos y hombres de ciencia, que habían iniciado contactos intelectuales hacia 1907,
se organizan en 1922 en torno a la figura de Moritz Schlick, catedrático de filosofía de la ciencia
de la Universidad de Viena, convirtiéndose en promotores del movimiento filosófico conocido
además como “positivismo lógico” (Diccionario Herder; Blasco 1998). Si bien es en 1922 (año
en que Moritz Schlick fuese nombrado como catedrático de Filosofía de las Ciencias Inductivas
en la Universidad de Viena) que este grupo de intelectuales se organiza bajo su denominación
más conocida, dicha cátedra, desde su creación en 1895 para Ernst Mach, trató de ser un espacio
para físicos interesados en filosofía (Blasco, 1998).
Si bien suele atribuirse al “Circulo” el primer impulso hacia las investigaciones y estudios
sobre filosofía de la ciencia, sus tesis básicas provenían de la combinación en un programa
articulado de posturas mantenidas previamente por otros autores. Entre estos podemos
mencionar a Hume y Comte de modo lejano, aportes de la física que serían marcados por la
teoría einsteniana de la relatividad y la mecánica cuántica, el convencionalismo de Poincaré y
Duhem, la lógica matemática (tal como había sido configurada por Russell y Whitehead tras la
publicación de los “Principia Mathemática” en 1905), la publicación en 1921 del “Tractatus
Logico-Philosophicus” de Wittgenstein, que con su tesis “el mundo es la totalidad de los
hechos, no de las cosas” reforzó las ideas neopositivistas ya que dicho autor permitía una
perfecta adecuación entre la tradición empirista y la nueva lógica matemática (Diccionario
Herder; Echevarría 1999).
Otro aporte importante fue el de Russell y su distinción entre “hechos atómicos” y “hechos
moleculares” que paralelamente llevaría a la diferenciación entre proposiciones atómicas y
moleculares, haciendo que la lógica pudiese aplicarse a los enunciados científicos de contenido
empírico, y ayudando a que el movimiento neopositivista fuese denominado habitualmente
como “empirismo lógico” o “atomismo lógico” (Diccionario Herder; Echevarría 1999). Además
de estas influencias, el grupo se relacionó con las Escuelas de Varsovia y Berlín, así como
figuras del conductivsmo norteamericano. En 1929 se publicaría un Manifiesto (“La concepción
científica del mundo: el Círculo de Viena”), redactado por Neurath, Hahn y Carnap, con el cual
se especificaban sus esfuerzos antimetafísicos, así como sus intenciones por alcanzar una
“ciencia unificada” y los antecedentes históricos y el proceso de gestación que llevó a la
Sociedad de Ernst Mach a denominarse definitivamente como “Círculo de Viena” (Yeanplong
2012; Diccionario Herder; Echevarría 1999, Manifiesto del Círculo de Viena). En 1929
organizarían su primer congreso en Praga, seguidos de varias reuniones posteriores
(Kónigsberg, Copenhague, París y Cambridge), en 1930 aparecería la revista “Erkenntnis” bajo
la dirección de Carnap y Reichenbach, así como una serie monográfica bajo el lema “Ciencia
unificada” (Diccionario Herder; Echevarría). El ascenso del nazismo, así como diversas
circunstancias personales (traslados de Carnap y Frank a Praga, viaje de Feigl a Iowa, muerte de
Hahn en 1934, la condición de judíos de algunos de sus miembros, así como el posterior
traslado de Carnap a Chicago en 1936 y el de Neurath a Holanda tras el asesinato de Schlick en
1938) marcaron el fin del Círculo como grupo (Diccionario Herder; Echevarría, 1999). En La
Haya, Neurath trató de continuar con la publicación de “Erkenntnis” bajo el título de “The
Journal of United Science” mientras que en Estados Unidos publicaría la “International
Enciclopedy for the United Science”, años antes de que el nazismo disolviera los grupos de
Berlín y Varsovia. Estas publicaciones, sumadas al traslado de ciertos protagonistas,
contribuyeron en la internacionalización de las teorías del grupo en país y universidades
anglosajones, marcándose en la historia del Neopositivismo dos etapas, una propiamente con
posturas del propio “Círculo de Viena” y otra con la “concepción heredada” de la ciencia
(Echevarría,1999).
A lo largo del siglo XX se consagró la idea de que es más profunda la pregunta sobre el “hacer”
que sobre el “ser”, esto se fue asociando, en el caso de la Epistemología, con la pregunta por el
“qué hace la ciencia” y ya no por el “ser de la ciencia”. “Qué hace el científico cuando hace
ciencia o qué clase de acto es el acto de explicar científicamente”, es ahí donde se pone énfasis
en este siglo (Yeanplong, 202). A lo largo del siglo veinte, la rama de la filosofía que sufre un
mayor desarrollo es la Epistemología, y ante esto surge el problema de las diversas líneas que en
ella se enfrentan, y tal como menciona Yeanplong (2012), los dos “modelos” o “contextos”
diferentes como lo son las “epistemologías normativas” y las “epistemologías descriptivas”. A
raíz de las primeras, hablamos de epistemologías que buscan un “criterio de demarcación” entre
lo que es y no es ciencia, búsqueda en la que aplican criterios lógicos y metodológicos. A su
vez, estas epistemologías, no dan cabida a las condiciones en las que se producen las ideas, el
contexto sociológico y otros factores externos que puedan influir en ellas, tomando las ideas
como un producto de la acción científica. Así mismo, además de ser atemporales o ahistóricas,
son epistemologías sin sujeto de conocimiento, ya que los individuos solo sirven de
espectadores de los conocimientos alcanzados (Yeanplong, 2012). Dentro de este grupo de
epistemologías pueden incluirse las posturas del Círculo de Viena.
Como ya se dijo, en 1929, el Círculo de Viena publicaría un Manifiesto sobre la Concepción
Científica del Mundo, donde se exponen sus puntos de vista y la dirección que seguirán en su
investigación, sosteniendo que no conocen problemas insolubles (“Para la concepción científica
del mundo no hay enigmas insolubles”, versa literalmente el Manifiesto), y esto lleva como
propósito del esfuerzo científico lograr una “ciencia unificada” (Yeanplong,2012). En uno de
sus párrafos, el documento mencionado refiere a las vicisitudes que llevaron al grupo y sus
allegados a esa búsqueda y citando a Wittgenstein y uno de los pasajes de su obra, el Manifiesto
dice lo siguiente en esa parte: “Con el transcurso de los años se formó en torno a Schlick un
Círculo cuyos miembros unieron distintos esfuerzos en la dirección de una concepción científica
del mundo. A través de esta concentración se produjo una fructífera estimulación mutua. Los
miembros del Círculo son nombrados en la bibliografía, en la medida en que existen
publicaciones suyas. Ninguno de ellos es de los así llamados filósofos “puro”, sino que todos
han trabajado en algún ámbito científico particular. Ellos provienen, más precisamente, de
diferentes ramas de la ciencia y originalmente de distintas posiciones filosóficas. Con el
transcurso de los años, sin embargo, apareció una creciente unidad; esto también fue el efecto de
la orientación específicamente científica: “lo que se puede decir [en lo absoluto], se puede decir
claramente” (Wittgenstein); en las diferencias de opinión es finalmente posible, y de allí que se
exija, un acuerdo. Se mostró cada vez más patente que el objetivo común de todos ellos era no
solamente lograr una posición libre de metafísica, sino también anti-metafísica” (Manifiesto del
Círculo de Viena). En dicho documento se deja en claro que el objetivo principal del grupo es
alcanzar una “ciencia unificada”, para ello es necesario “aunar y armonizar los logros de los
investigadores individuales en los distintos ámbitos de la ciencia”, haciendo así énfasis en el
trabajo colectivo de los mismos, a fin de lograr a través de una “búsqueda de un sistema de
fórmulas neutral”, de un “simbolismo liberado de escoria de los lenguajes históricamente dado”
y de un “sistema total de conceptos”, la limpieza y la claridad que permita rechazar las
“distancias oscuras y las profundidades inescrutables” (Manifiesto del Círculo de Viena).
En este proceso de “clarificación” será importante la nueva función de la filosofía, que dejará de
ser un corpus de conocimientos propios, para pasar a ser un método de análisis de los
enunciados propios de la ciencia, el Manifiesto dice a continuación: “En esta clarificación de
problemas y enunciados consiste la tarea del trabajo filosófico y no en el planteamiento de
enunciados “filosóficos” propios. El método es el del análisis lógico (…)”. Cabe detenernos en
esta nueva función que pasa a tener la filosofía para los neopositivistas, dentro del movimiento
se estaba de acuerdo en que la filosofía “no investiga un campo propio de la realidad”. En un
ensayo programático publicado en “Erkenntnis” en su primer año, Schlick determinó que esta
forma de tarea de la filosofía se remonta a Wittgenstein, puesto con ella se tiene que poner “en
claro el significado de palabras y enunciados mostrando y eliminando los que carecen de
significado. De acuerdo con esto, ella no formula proposiciones propias, sino que explica
proposiciones dadas” (Kraft, 1966). De esta manera, mientras la filosofía pasa ser esa actividad
mediante la cual se fija o se “descubre el significado de los enunciados” y su explicación, la
ciencia se encargaría de verificarlos (Kraft, 1966). A través de los trabajos de Carnap, la
filosofía pasaría así a ser una “lógica de la ciencia”, que se encargaría de investigar la sintaxis
lógica del lenguaje científico (Kraft, 1966). Kraft (1966) comenta sobre los antecedentes de esta
consideración lo siguiente: “En la concepción de la filosofía que defendió el Círculo de Viena
no hay en absoluto ninguna innovación revolucionaria. Kant redujo ya la filosofía a teoría del
conocimiento, en tanto deba ser conocimiento, y el positivismo atribuyó todo conocimiento
objetivo a las ciencias especiales. Pero la concepción del Círculo de Viena le supera al reunir
todas las ciencias en la ciencia unificada, pues con ello los problemas de una concepción
unitaria del mundo, que constituían un problema capital de la filosofía anterior, se conservan
como problemas de un sistema unitario del conocimiento científico, o sea, como científicamente
legítimos. Y en el Círculo de Viena encontró también su expresión precisa el método de la teoría
del conocimiento como análisis lógico del lenguaje. Por eso una investigación del conocimiento
ha de realizarse en el lenguaje”. De esta manera podemos ver como la tradición filosófica de
Kant confluye con las influencias que la matemática y la lógica ejercieron sobre los
neopositivistas.
Para los empiristas lógicas, con la excepción Moritz Schlick, la actividad de la filosofía quedaba
reducida a ese análisis lógico de las proposiciones a fin de esclarecer su estructura formal.
Schlick por su parte se mostró más sensible teorizando sobre la filosofía como una “búsqueda
de significados” que en frente tenía a una ciencia y su “búsqueda de verdades” (Blasco, 1998).
Otro de los puntos que se vincula con lo anterior es el ferviente ataque hacia la metafísica y sus
proposiciones por parte del grupo. En uno de sus párrafos el Manifiesto, haciendo mención a la
necesidad de un análisis lógico del lenguaje, dice lo siguiente: “Este método del análisis lógico
es lo que distingue a los nuevos empirismos y positivismos de los anteriores, que estaban más
orientados biológico-psicológicamente. Si alguien afirma “no hay un Dios”, “el fundamento
primario del mundo es lo inconsciente”, “hay una entelequia como principio rector en el
organismo vivo”, no le decimos “lo que Ud. dice es falso”, sino que le preguntamos: “¿qué
quieres decir con tus enunciados?”. Y entonces se muestra que hay una demarcación precisa
entre dos tipos de enunciados” (Manifiesto). Es conocida la intención del positivismo lógico de
demostrar que el discurso metafísico carece de sentido. La metafísica sería, en términos
kantianos, una presuntuosa ciencia de noúmenos y totalidades inaccesibles a la experiencia
(Blasco, 1998). Ayer (1965), en su texto “El positivismo lógico” destacaría lo siguiente: “La
originalidad de los positivistas lógicos radica en que hacen depender la imposibilidad de la
metafísica no en la naturaleza de lo que se puede conocer, sino en la naturaleza de lo que se
puede decir”. Vale la pena mencionar, además, que el movimiento entiende por metafísica
aquella especulación filosófica autocomprendida como ciencia (Blasco, 1998). Respecto a esta
concepción, Carnap (1965) explicitaría lo siguiente: “llamaré metafísica a todos aquellos
enunciados que pretenden describir conocimientos acerca de algo que se encuentra sobre o más
allá de toda experiencia, por ejemplo, acerca de la verdadera esencia de las cosas, acerca de las
cosas en sí mismas, del Absoluto y de cosas parecidas”.
Las posturas del Círculo, las cuales quedarían establecidas en la elaboración institucional de la
“Enciclopedia para la ciencia unificada”, son contrarias a tendencias como las de Hegel o
Heiddeger, posición que queda demostrada en un artículo célebre de Rudolf Carnap llamado
“La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje” (Echevarría, 1999). En
dicho artículo, Carnap dice lo siguiente: “En el campo de la metafísica (incluyendo la filosofía
de los valores y la ciencia normativa), el análisis lógico ha conducido al resultado negativo de
que las pretendidas proposiciones de dicho campo son totalmente carentes de sentido. (…) Al
decir que las llamadas proposiciones de la metafísica carecen de sentido, hemos usado estos
términos en su acepción más estricta. Dando a la expresión un sentido lato, una proposición o
un problema son caracterizados en ocasiones como carentes de sentido cuando su planteo es
totalmente estéril.” (Carnap, 1993). Después de plantear la necesidad de un análisis lógico del
lenguaje, Carnap establece que las pretendidas proposiciones de la metafísica son en realidad
“pseudoproposiciones”, dentro de las cuales existen dos tipos: “(…) hay dos géneros de
pseudoproposiciones: aquellas que contienen una palabra a la que erróneamente se supuso un
significado o aquellas cuyas palabras constitutivas poseen significado, pero que por haber sido
reunidas de un modo antisintáctico no constituyeron una proposición con sentido” (Carnap,
1993). El artículo de Carnap, además, presenta los requerimientos con los cuales debe cumplir
dichas proposiciones para ser no ser carentes de significado, hablando de ejemplos conocidos de
dichas palabras, como “principio del mundo” o “Dios”. “Tal y como los ejemplos ya
examinados de “principio” y de “Dios”, la mayor parte de los otros términos específicamente
metafísicos se halla desposeída de significado, por ejemplo, “la Idea”, “el Absoluto”, “lo
Incondicionado”, “lo Infinito”, “el Ser-que-está-Siendo”, “el No-Ser”, “la Cosa-en-Sí”, “el
Espíritu Absoluto”, “el Espíritu Objetivo”, “la Esencia”, “el Ser-en-Sí”, “el-Ser-en-y-para-Sí”,
“la Emanación”, “la Manifestación”, “la Articulación”, “el Ego”, “el No-Ego”, etc.” (Carnap,
1993). Carnap, en dicho artículo, también habla sobre esa nueva función de la filosofía que se
mencionó anteriormente: “¿Qué le queda a la filosofía si todas las proposiciones que afirman
algo son de naturaleza empírica y pertenecen por tanto a la ciencia fáctica? Lo que queda no son
proposiciones, no es una teoría ni un sistema, sino exclusivamente un método, esto es, el del
análisis lógico” (Carnap, 1993).
Las posiciones del neopositivismo, en su combate contra la metafísica a través del análisis
lógico, también recogen consigo una importante tradición empírica. Ante las proposiciones de la
metafísica, las proposiciones que si tienen sentidos se pueden clasificar en dos grupos: las
proposiciones lógico matemáticas y las proposiciones empíricas (Yeanplong, 2012). Yeanplong
(2012), en su capítulo expone la clasificación que el propio Carnap hacia sobre las
proposiciones significativas: Enunciados analíticos (son siempre verdaderos por razones lógico
matemáticas, Enunciados incompatibles (son siempre falsos por razones lógico matemáticas) y
Enunciados sintéticos (son verdaderos o falsos por razones extralógicas, es decir dependen de la
experiencia). Cualquier enunciado que no pertenezca a alguno de estos tipos de proposiciones
sería definido como una pseudoproposiciones o una proposición carente de sentido (Yeanplong,
2012). La matemática (y la lógica), así como la física, pasarían a ser los grandes modelos a los
que debe tender el discurso científico (Echevarría, 1999).
A través de lo anterior, se pueden ver los dos grandes grupos en los que se puede dividir los
enunciados con sentido, por un lado los que versan de la estructura formal del lenguaje y por el
otro los que versan sobre los hechos, unos pertenecientes a la lógica y los otros a los de las
ciencias empíricas. Estas consideraciones estaban sumamente influenciadas por el “Tractatus
lógico-philosophicus” de Wittgenstein, que en uno de sus pasajes deja en claro la necesidad de
la lógica para establecer los “límites del pensamiento”: “no podemos pensar nada ilógico,
porque de lo contrario tendríamos que pensar ilógicamente” (Blasco, 1998). Kant diría que los
enunciados analíticos no tienen un valor cognitivo ya que no incrementan “nuestros
conocimientos”, siendo solamente “explicativos” con los que no puede constituirse ciencias que
tengan alguna pretensión cognitiva sobre la realidad o cualquier otra designación que la
metafísica hace sobre su objeto. Por otro lado, los enunciados que hablan sobre hechos es
genuinamente cognitivo, aumenta nuestro conocimiento sobre la realidad, sea cual sea el sentido
que le demos a este término (social, físico, e incluso si fuera posible, metafísico) (Blasco, 1998).
Para los empiristas lógicos, la metafísica pretende ser un saber de hechos y por ende una
ciencia, pero de hechos que están “más allá” de la experiencia. Acá radica el problema central,
que refiere a establecer que enunciados tienen o no significado (Blasco, 1998). Con el
neopositivismo, lo que en la epistemología clásica de los siglos XVII y XVIII pasaba por el
núcleo significativo de la idea o el concepto y el problema de su origen, dará lugar a un núcleo
significativo que tomará en consideración los enunciados (Blasco, 1998). A través de este
momento se permite introducir como técnica de análisis la lógica construida por Frege y
Russell-Whitehead, a través de los cuales el tratamiento lógico comienza por una mínima
unidad sintáctica significativa, denominada proposición atómica (Blasco, 1998). El Círculo
distinguió, así la ciencia de la metafísica a través de lo que se conoce como el criterio empirista
de significado (Echevarría). El “criterio empirista de significado” establece que las
proposiciones, excluyendo las analíticas, son significativas si es posible, al menos en principio
determinar empíricamente su valor de verdad. Esto permite excluir a las proposiciones
metafísicas, puesto que no hay procedimiento empírico que permita determinar su valor de
verdad (Blasco, 1998).
Para entender mejor, el criterio empirista del significado, es necesario abordar otro de los puntos
importantes en la filosofía neopositivista y es el papel que jugan la verificabilidad y la
inducción. Entre los integrantes del Círculo de Viena se defendía que ninguna proposición tenía
sentido a menos de ser en principio empíricamente verificable (Ferrater Mora, 1973). Según la
corriente neopositivsta, la investigación comienza con la observación. En relación a esto, Rudolf
Carnap definiría los enunciados observacionales (también llamados “protocolarios”) de la
siguiente forma: “Son la traducción lingüística de las observaciones sin interpretación alguna”
(Yeanplong, 2012). Es mediante la inducción que se obtienen las leyes a las cuales Carnap
define como “La enunciación más precisa posible de regularidades constantes observables en la
naturaleza” (Carnap citado por Yeanplong, 2012). Como se dijo anteriormente, una de las
características claves de las epistemologías normativas es la búsqueda de un “criterio de
demarcación” mediante el cual se distinga claramente lo que es y no es ciencia, en el caso de los
neopositivistas dicho criterio de demarcación (o justificación) se conoce como “verificabilismo”
(Yeanplong, 2012). Pese a esa necesidad de una unidad en la ciencia, y los ataques a las
proposiciones metafísicas, no faltaron los desacuerdos en el modo de alcanzar su objetivo, por
eso y como dice Blasco (1989) “los empiristas lógicos siempre se movieron en este horizonte de
incongruencia entre la necesidad de un criterio epistemológico radical, la imposibilidad de
establecerlo y ello pese al constantemente proclamado y, por lo demás con razón, rigor
metodológico de sus planteamientos aportado por el uso filosófico de la recién nacida nueva
lógica”. El propio Otto Neurath en su artículo “Proposiciones protocolares” atacaría la tesis
carnapiana que postulaba proposiciones básicas en lenguaje fenomenalista que referían de modo
directo a experiencias vividas (Blasco, 1998).
Entre las diversas tendencias del Círculo de Viena en relación a la manera de unificar a la
ciencia se impuso al final el “fisicalismo” postulado por Neurath y aceptado posteriormente por
Carnap. El mismo establecía que los enunciados observacionales eran la base de cada ciencia
positiva, y que la unificación debía llevarse a cabo reduciendo dichas proposiciones a un
“lenguaje fisicalista” (Echevarría, 1999). En un primer momento, Carnap había propuesto la
reducción de los conceptos sociales, culturales e históricos a los conceptos de un psiquismo
propio, pero esta posición fenomenalista encontró cierta oposición por no garantizar
suficientemente la intersubjetividad del conocimiento científico. Fue así que terminó por
triunfar la postura “fisicalista” que basándose directamente en los enunciados expresados en
lenguaje observacional, se nutría con la misma forma lógica para todas las ciencias empíricas
(Echevarría, 1999, Kraft, 1966). Las proposiciones protocolares serían estudiadas por Neurath
en su artículo “Proposiciones protocolares”, en el cual mencionaba que la ciencia unificada
constaría de proposiciones protocolares y no protocolares, que en todo caso serían proposiciones
fácticas. Las leyes científicas surgirían a través de dichas proposiciones protocolares por vía
inductiva (Echevarría, 1999 ). De esta manera, el problema de la verificabilidad pasaría a ser el
criterio por el cual se pudiese distinguir la ciencia de otro tipo de saberes, pero este criterio se
enfrentaría a un problema conocido en los últimos siglos, el problema de la inducción. El
problema de la inducción, ya señalado por Hume y que sería ampliamente debatido por los
epistemólogos del siglo XX, acarrea uno de los principales problemas del criterio de
significación empírica, y que refiere a que los enunciados universales en general, y más
concretamente las leyes científicas, quedarían excluidos del edificio de la ciencia, puesto que
enunciados como el conocido “todos los cisnes son blancos” no puede ser inferido
necesariamente a partir de un número finito de observaciones (Echevarría, 1999). Las
posiciones del Círculo en estas cuestiones, oscilaron entre la verificación y la simple
confirmación de dichos enunciados, desde una verificación concluyente hacia tesis menos
estrictas. Pese a eso, para el Círculo de Viena así como para otros filósofos de la ciencia
posteriores, lo esencial del saber científico es su capacidad de predecir exactamente los
fenómenos fisiconaturales (Echevarría,1999 Kraft 1966). Neurath y Hempel afirmarían
posteriormente que las proposiciones solo pueden ser confrontadas con otras proposiciones, y
no con hechos (Echevarría, Kraft, 1966). Miembros como Carnap fueron evolucionando sus
posturas verificacionistas iniciales hacia otras que contemplaban la afirmación de una
“confirmación progresiva” o “grados de confirmación”, hasta en ciertos casos vinculándose con
aspectos de la lógica probabilitaria. Schlick habló de una comprobabilidad en principio,
mientras que Carnap prefería el término de verificabilidad en principio, así como Ayer introdujo
otro matiz al distinguir entre verificabilidad en sentido fuerte y en sentido débil (Echevarría,
1999).
Otra consideración importante dentro del Círculo fue la referencia a la metafísica como una
actividad que “sirve para la expresión de una actitud emotiva ante la vida” (Carnap, 1993). Dice
Feigl: “la actitud antimetafísica esencial del Círculo de Viena se entiende quizás mejor en
términos de una distinción entre dos funciones principales del lenguaje: la función cognitiva (o
informativa), y la función no-cognitiva (o emotiva)”, estas últimas se vincularían a expresiones
de las emociones subjetivas sin ningún valor cognitivo (Blasco, 1998). Carnap en su artículo ya
mencionado, expone la tesis de que “los metafísicos son músicos sin capacidad musical”,
sugiriendo que la metafísica surgiera del mito ya divinización de la naturaleza. Esta actitud se
transmitiría a través de la poesía y la teología. Esta visión expone una de las primeras actitudes
imperantes en el Círculo sobre la metafísica, consideraciones donde se enfatiza en las críticas a
pensadores como Heiddeger y esa visión de la metafísica como “un arte que pretende ser
ciencia, y en consecuencia, ni es arte ni es ciencia” (Blasco, 1998).
Para finalizar, se pueden citar palabras de Blasco que dice lo siguiente: “El positivismo lógico
ha pasado a la historia del pensamiento del siglo XX como una filosofía científica,
antimetafísica y reduccionista por lo que respecta al ámbito epistemológico: no hay más
discurso significativo que el discurso empírico. Las tres caracterizaciones me parecen
adecuadas, y las tres responden al mismo espíritu: limpiar el conocimiento objetivo de
elementos espurios y confusos”.
Referencias bibliográficas

 BLASCO, Josep L. “El positivismo lógico”. En: GARCÍA, Jorge J.E. Concepciones de
la metafísica. Madrid: Trotta, 1998. Enciclopedia Iberoamericana de filosofía.
 CARNAP, Rudolf. “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del
lenguaje”. En: AYER, A.J. El positivismo lógico. Madrid: Fondo de Cultura
Edconómica, 1993.
 CÍRCULO DE VIENA, “De la concepción científica del Círculo de Viena”, traducción
de A. M. Tomeo y A. Rodríguez Larreta, Servicio de Documentación en Ciencias
Sociales, FCU.
 ECHEVERRÍA, Javier. Introducción a la metodología de la ciencia. La filosofía de la
ciencia en el siglo XX. Madrid, Cátedra, 1999.
 ENCYCLOPAEDIA HERDER. “Filosofía de la Ciencia”. En: Encyclopaedia Herder –
Concepta. Disponible en:
https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Filosofía_de_la_ciencia (Consultado el
24/08/17).
 ENCYCLOPAEDIA HERDER. “Círculo de Viena”. En: Encyclopaedia Herder –
Concepta. Disponible en:
https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Círculo_de_Viena (Consultado el
24/08/17).
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introducción a la filosofía de la ciencia. México DF: Oceano, 2007.
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La ciencia: estructura y desarrollo. Madrid: Trotta, 2013. Enciclopedia Iberoamericana
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Juan Carlos URSE. Didaskaloi. Montevideo: ANEP-CFE, 2012.
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