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Para reflexionar…

ARACELI APRENDE EL CASTELLANO


Araceli tenía cinco años cuando llegó a Barranca con su madre
desde su pueblo en las alturas de Ancash. Su mamá tenía
entonces dieciocho años. No tenía papá. Ninguna de las dos
hablaba castellano, solo quechua. En su pueblo nunca les había
hecho falta hablar otro idioma, pero ya estaban en la ciudad y lo
que más escuchaban en las calles eran frases que no entendían.

Sin embargo, Araceli y su mamá tuvieron bastante suerte cuando


llegaron a Barranca.

Los papás y los hijos de la familia donde empezó a trabajar su


madre las trataban bien, les gustaba compartir con ellas el poco
quechua que sabían, las sentaron a comer a la misma mesa, se
encariñaron mucho con Araceli y, cuando iba a cumplir seis años,
se preocuparon por buscarle una buena escuela.

Allí empezaron los problemas.

Al ver a Araceli, la directora del jardín que estaba más cerca de la casa les dijo que no había plazas aunque
antes, por teléfono, había dicho que sí había. Ese era un jardín al que acudían niños de los barrios cercanos
y ninguno parecía tan pobre como Araceli y su mamá.

Buscaron otra escuela que no estuviera lejos y en la que hubiera niños con los que Araceli no se sintiera
demasiado diferente. Allí, la directora miró a Araceli con desconfianza y, aunque admitió que sí tenían
plazas, trató de desanimar a los patrones de la madre de Araceli para que no la matricularan. “Como solo
habla quechua, no va a aprender nada”, les dijo. Ellos insistieron en matricularla y así es como Araceli
empezó su vida escolar.

Casi todos los días, sin embargo, regresaba afligida. Y llegó el día que ya no quiso volver a la escuela. Le
preguntaron qué pasaba. Entonces les contó que sus compañeritos la llamaban “chusma”. Aunque en esa
escuela había muchos otros niños cuyos padres provenían del campo y cuyas madres trabajaban también
como empleadas domésticas, a ella la llamaban chusma.

Entonces Araceli empezó a aprender canciones en castellano.


Y, al mismo tiempo, en la casa dejó de hablar quechua. Ya no quería hablarlo, ni con su madre.

Al terminar el primer año de primaria, Araceli sacó buenas notas, hablaba ya castellano, un castellano
“motoso”, pero lo hablaba todo el tiempo.

Su quechua perfecto, quién sabe dónde lo habrá dejado.

Tomado de: Racismo, discriminación y exclusión en el Cusco


Tareas pendientes, retos urgentes – Centro Guamán Poma de Ayala

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