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ANSIEDAD, ESTRÉS Y TRASTORNOS PSICOFISIOLÓGICOS. María Isabel CASADO
Desde el último tercio del siglo pasado y de la mano de disciplinas como la medicina
psicosomática, la medicina conductual, la psicología de la salud y la psicofisiología, se han ido
acumulando una gran cantidad de datos que explican y matizan la relación entre los factores
psicológicos y la salud y enfermedad físicas. Dentro de estos factores psicológicos cobran especial
importancia las emociones.
El mejor campo de estudio de esta relación ha sido, y sigue siendo, el de los denominados
clásicamente trastornos psicosomáticos o psicofisiológicos. En esta línea hemos de comenzar haciendo
referencia a autores de corte psicodinámico como Alexander (1950) que sostuvo la relación entre
distintos rasgos de personalidad y ciertos trastornos somáticos. Posteriormente desde la línea
situacionista se defendió la existencia de variables no específicas, destacando especialmente los
llamados sucesos vitales (Holmes y Rahe, 1967). Ya en la década de los ochenta diversos autores
(Friedman y Booth-Kewley, 1987; Holroyd y Coyne, 1987) reelaboran la relación entre procesos
psicológicos y trastornos somáticos. Y con la inclusión de las variables cognitivas, muchos han sido los
autores que han ido trabajando en la relación entre características cognitivas y salud.
El denominador común de todos ellos es pensar que las emociones y la personalidad pueden
influir sobre las funciones fisiológicas contribuyendo a la aparición o exacerbación de numerosos
trastornos. Todos sostienen desde su punto de vista que las emociones influyen en la salud, y por ello,
en el proceso del enfermar, de muy diversas formas. Pero en esta hipótesis de trabajo ha actuado de
trampolín, sin duda, la trasformación del concepto de enfermedad y las propias enfermedades en sí
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mismas.
A mediados del siglo pasado aproximadamente tres quintas partes de las muertes en los países
desarrollados eran causadas por enfermedades infecciosas: tuberculosis, disentería, cólera, diarreas,
malaria, neumonía, etc. Todas ellas debidas a las precarias condiciones de vida. Progresivamente, estas
enfermedades fueron, en su mayor parte, bien controladas mediante el tratamiento de aguas, alimentos,
programas públicos de inmunización, prevención y control ambiental. Sin embargo, otras
enfermedades vinieron a sustituir a las anteriores en el ranking de mortalidad, enfermedades como el
cáncer, las enfermedades cardiovasculares y más recientemente las llamadas enfermedades
inmunológicas y degenerativas crónicas como el Alzheimer, enfermedades todas ellas relacionadas con
la forma de vida o la conducta de los individuos.
Pero éste no ha sido un camino fácil, ha llevado consigo muchos problemas conceptuales,
metodológicos y hasta de enfrentamiento entre los profesionales de las distintas disciplinas que
convergen en esta nueva realidad del proceso de enfermar. Para entender en toda su extensión la
situación actual es necesario hacer referencia en a tres líneas de investigación o tres formas de abordaje
que, en definitiva, conforman la historia del estudio de la relación entre lo psíquico y lo somático: la
Medicina Psicosomática, la Medicina Conductual y la Psicología de la Salud. Todas ellas suponen un
puente entre la medicina, la psicología y el resto de disciplinas de la salud, cuyos límites no se
encuentran en algunas ocasiones bien definidos (una revisión más extensa puede verse en Casado,
1994).
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A partir de mediados de los años sesenta se producen una serie de cambios conceptuales que
relanzarán nuevamente a la Medicina Psicosomática: un rigor científico cada vez mayor en sus
estudios, un creciente énfasis en el estudio de los procesos interaccionales, otorgar mayor importancia a
la influencia del medio social sobre la salud y la enfermedad, la aparición de líneas de trabajo centradas
en el estudio de los efectos de la enfermedad orgánica sobre el funcionamiento psicológico y su
conducta, el interés por profundizar en las bases biológicas de la conducta normal y anormal, la
investigación centrada en la relación existente entre determinadas características del individuo y la
predisposición a ciertas enfermedades, el afianzamiento de la concepción de la enfermedad
psicosomática como de etiología multifactorial.
Pero a pesar de todos estos cambios surgen críticas hacia la Medicina Psicosomática. Grahan
(1979), en un discurso presidencial de la Sociedad Psicosomática, apuntó que la Medicina
Psicosomática no había tenido la influencia que se había predicho en los años 40. Agras (1982)
puntualiza que este hecho se debe a la ausencia de procedimientos efectivos de intervención
psicológica y al hecho de que la investigación en este campo, al menos en su mayor parte, no fue una
intervención orientada a la práctica. Donker (1991) sostiene que la Medicina Psicosomática se planteó
una extensa e interesante línea de trabajo, pero nunca ha llegado a cumplir sus promesas, debido
principalmente a una falta de estrategias efectivas de investigación e intervención, lo que ha facilitado
posteriormente el desarrollo espectacular de la Medicina Conductual.
Con respecto a esta segunda gran línea de abordaje, la Medicina Conductual uno de sus
elementos clave ha sido el rápido desarrollo y aceptación que ha sufrido en un período de tiempo
relativamente corto. Quizá debido a este ritmo acelerado, a su naturaleza interdisciplinar y a sus
amplias contribuciones, no sólo a la ciencia aplicada sino también básica, exista confusión acerca del
área que debe abarcar esta disciplina y de cuál debe ser la definición de partida.
Las definiciones sobre Medicina Conductual han sido muy diversas (Birk, 1973; Blanchard,
1977; Schwartz y Weiss, 1978b; Pomerleau y Brady, 1979) si bien, todas ellas van a hacer hincapié en
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Conductual son consideradas, a menudo, términos que hacen referencia a una misma realidad, lo que
actualmente no parece ser correcto. Sin embargo, tampoco se está de acuerdo en cuál es la línea
divisoria, o el papel o campo de acción de dichas orientaciones. Por ello, señalaré dos de las más
extendidas opiniones sobre la distinción entre ambos campos y el papel que representa la nueva
Psicología de la Salud.
Por ello, podemos definir a la Psicología de la Salud como: "El campo de especialización de la
psicología que centra su interés en el ámbito de los problemas de salud, especialmente físicos o
médicos, con la principal función de prevenir la ocurrencia de los mismos, o de tratar o rehabilitar éstos
en caso de que tengan lugar, utilizando para ello la metodología, los principios y los conocimientos de
la actual Psicología científica, sobre la base de que la conducta constituye, junto con las causas
biológicas y sociales, los principios determinantes, tanto de la salud como de la mayor parte de las
enfermedades y problemas humanos de la salud existentes en la actualidad" (Carrobles, 1993, pág.
184).
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En cualquier caso, independientemente del modelo del que se parta o la línea de abordaje
preferida, las emociones se han ido planteando de forma indiscutible como una de las variables a tratar
y controlar en el nuevo concepto de salud, estando cada vez más asentado el papel o los distintos
papeles que juegan como factores de riesgo de enfermedad. Veamos los más importantes:
Pero un paso aún más importante ha sido el hecho de que el papel de las emociones no quede
restringido a un papel de factor precipitante o causante de la enfermad, sino también como variable
responsable del desarrollo, agravamiento y cronificación de la misma. Muchos son los estudios que así
lo confirman en enfermedades como el asma, el dolor crónico, las enfermedades cardiovasculares,
gastrointestinales, el cáncer , distintas enfermedades de carácter inmunológico, etc.
En tercer lugar, las emociones o los estados emocionales van a representar un factor de riesgo
muy especial cuando se cronifican ya que en este caso afectan a su vez a la salud por su inducción a
hábitos conductuales poco saludables: la ingesta de alcohol. el consumo de tabaco, una dieta rápida,
poco variada y con exceso de grasas, la falta de ejercicio físico, etc.
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Estas conductas desadaptadas también pueden interferir en el trato con el personal sanitario, con su
propia familia e incluso influir negativamente en el cumplimiento de las prescripciones médicas. El
paciente puede tomar decisiones y actitudes que interfieren en su proceso de curación.
En todas estas líneas que hemos esbozado, la psicología tiene un papel decisivo que cumplir,
tanto a nivel de investigación básica, como en el diseño de tratamientos efectivos que modifiquen las
consecuencias negativas derivadas de la relación entre la emoción y la enfermedad.
2. TRASTORNOS PSICOFISIOLÓGICOS
Los trastornos psicofisiológicos, tradicionalmente denominados enfermedades
psicosomáticas, han sido definidos generalmente como aquellos trastornos que presentan una clara
evidencia de enfermedad orgánica, pero en los cuales, una proporción significativa de sus
determinantes son de índole psicológica (Maher, 1978). Esta creencia, reflejada desde la propia
definición, de que los factores psicológicos influyen en la enfermedad, ha sido recogida desde hace
milenios. Sin embargo, a pesar de esta larga historia de reconocimiento, hasta tiempos más
recientes los factores psicológicos han recibido poca atención por parte de la Medicina.
Tradicionalmente, este tipo de trastornos han sido tratados desde una perspectiva médica,
haciendo hincapié en los aspectos farmacológicos, nutricionales, etc. y centrando la explicación del
trastorno principalmente en el plano descriptivo, con la consecuente falta de poder predictivo. Sin
embargo, los avances en la investigación médica actual han propiciado rápidos progresos
tecnológicos en el ámbito inmunogenético, bioquímico, farmacológico, etc., que le han otorgado
una mayor capacidad de control sobre la vida y la muerte, y que han perfilado de forma progresiva
y tajante la importancia de ciertos comportamientos como agentes responsables mediadores en la
salud y la enfermedad. En estos hallazgos, la Psicología ha contribuido de forma muy especial. Y es
que, en última instancia, no podemos olvidar que por la propia naturaleza de las enfermedades
psicofisiológicas, su estudio está a caballo entre la Medicina y la Psicología y, más genéricamente,
es punto central de todas aquellas disciplinas que podemos denominar ciencias de la salud.
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Entre las disciplinas o áreas de trabajo que combinan o relacionan las variables
comportamentales o psicológicas con las médicas u orgánicas destacan: la Medicina Psicosomática,
la Medicina Comportamental o Conductual y la Psicología de la Salud. Todas ellas suponen un
puente entre la Medicina y la Psicología.
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Puede utilizarse para describir alteraciones que en el pasado se han conocido con el nombre de
"psicosomáticas" o "psicofisiológicas"..." (D.S.M.III-R, pág, 317). Entre los ejemplos comunes de
enfermedades físicas en las que esta categoría puede ser apropiada se incluyen los siguientes:
obesidad, cefaleas de tensión, migraña, angor pectoris, dismenorrea, dolor sacroilíaco,
neurodermatitis, acné, artritis reumatoide, asma, taquicardia, arritmia, úlcera gastroduodenal,
cardiopasmo, pilorospasmo, nauseas y vómitos, colitis ulcerosa y poliaquiuria.
A partir del DSM III (DSM III-R) la American Psychiatric Association (APA) recoge la
idea de que los factores psicológicos tienen un papel de gran relevancia en la mayoría de las
enfermedades. Con la adopción, por parte de la APA, de este nuevo sistema se pretende evitar la
consideración de un determinado trastorno o enfermedad como exclusivamente psicológico u
orgánico. En el DSM-IV, aparece de nuevo un apartado denominado "Factores psicológicos que
afectan al estado físico".. Según esta reciente clasificación, la forma de diagnóstico debe ser:
F54....(Factor psicológico) que afecta a ... (indicar enfermedad médica),. Los criterios diagnósticos
son los siguientes:
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Respuesta fisiológica relacionada con el estrés que afecta a...(indicar enfermedad médica) (p. ej.
exarcebación de una úlcera relacionada con el estrés, hipertensión, arritmia o cefalea tensional)
Otros factores psicológicos o no especificados que afectan a ...(indicar enfermedad médica) (p.
ej.factores interpersonales, culturales o religiosos)
Entre las variables psicológicas destacan, sin duda, las emociones. Las distintas emociones
van a manifestarse bajo un triple sistema de respuestas: cognitivo, fisiológico y motor. La relación
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entre las respuestas del sistema fisiológico y los trastornos psicofisiológicos ha sido punto de
partida de muchas teorías explicativas sobre su génesis. Entre las distintas emociones van a destacar
la ansiedad y la ira.
b. Por otro lado, en el medio en el que se desarrolla el hombre actual ese sentido de
adaptación se va perdiendo, ya que es poco probable que un evento desencadenante de tal reacción
desaparezca por medio de una acción de ataque o huída, en el sentido planteado por Cannon. En el
mundo actual, la forma habitual de responder ante el evento estresante es por medio de respuestas
de afrontamiento, como las cognitivas, que no utilizan el incremento de energía movilizado,
generándose de esta forma el problema de la acumulación excesiva de productos no empleados.
Estos dos factores pueden dar lugar a la sobrecarga de determinados órganos, pudiendo
desencadenar trastornos a diferentes niveles. Por lo tanto, la probabilidad de que un trastorno
psicofisiológico se desarrolle aumentará con el incremento de la frecuencia o la duración de la
respuesta emocional provocada por la propia situación de estrés o por la situación considerada
como tal por el sujeto.
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Centrándonos en primer lugar en la ansiedad, la hipótesis básica sostiene que los sujetos con altos
niveles en rasgo de ansiedad interpretarán un mayor número de situaciones como amenazantes, por
lo que se verán expuestos con mayor frecuencia a situaciones que les generen estados de ansiedad,
lo que en última instancia supondrá una mayor y más frecuente activación fisiológica y por tanto
mayor probabilidad de desarrollar trastornos psicofisiológicos. Desde esta perspectiva se ha
trabajado con paradigmas de conflicto experimental para provocar incertidumbre o falta de control
en los individuos, a la vez que se han estudiado exhaustivamente los distintos modos de
afrontamiento.
En cuanto a la ira, otra de las emociones más estudiadas en su relación con los trastornos
psicofisiológicos, la investigación avala la misma hipótesis: los sujetos con mayor rasgo de ira
interpretarán un mayor número de situaciones como amenazantes, por lo que se verán expuestos
con mayor frecuencia a situaciones que les generen estados de ira , lo que supondrá una mayor y
más frecuente activación fisiológica y por tanto mayor probabilidad de desarrollar trastornos
psicofisiológicos. Aunque el caso de la ira, se añade un factor nuevo, la forma de expresión de
dicha emoción. En concreto es la expresión interna de la ira la que guarda una mayor relación con
la enfermedad.
Por tanto, aunque a nivel conceptual separemos los factores fisiológicos de los
psicológicos, en la realidad la línea divisoria no existe ya que las emociones son variables
psicológicas que se manifiestan, entre otras, por medio de respuestas fisiológicas.
5. TRASTORNOS CARDIOVASCULARES
El término trastornos cardiovasculares hace referencia a diversos trastornos del corazón y
de los vasos sanguíneos, incluyendo la hipertensión, el trastorno arterial coronario, las arritmias
cardíacas, el trastorno cerebro vascular, el trastorno valvular, las cardiomiopatías, el trastorno
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Aunque no es actualmente posible determinar de manera exacta las principales causas que
subyacen a los trastornos cardiovasculares, existen diversos factores que interactúan entre sí e
incrementan el riesgo cardiovascular. En este sentido, la interacción de factores de riesgo coronario
dan lugar a que un individuo pueda sufrir de más de uno de esos factores simultáneamente,
incrementando por tanto la probabilidad de desarrollar un trastorno cardiovascular. Teniendo en
cuenta el conjunto de la investigación existente, podemos clasificar los factores coronarios de
riesgo de la siguiente manera:
Factores Fisiológicos:
- Hipertensión: La hipertensión se trata de una presión arterial elevada y mantenida. Las
consecuencias de la hipertensión se relacionan con la aterosclerosis, que incrementa la
probabilidad de muerte por trastorno coronario, infarto de miocardio, ataque súbito e infarto
aterotrombótico cerebral.
- Obesidad: La obesidad está íntimamente relacionada con la hipertensión. La obesidad
predice la hipertensión.
- Niveles de colesterol: el colesterol se encuentra en el sistema cardiovascular bajo la forma
de Lipoproteínas de Baja Densidad (LDL) o Lipoproteínas de Alta Densidad (HDL).
Mientras que el LDL aumenta los trastornos cardiovasculares, el HDL reduce su riesgo.
Esto es especialmente evidente en los jóvenes y adultos de mediana edad, pero menos en
los mayores.
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- Acido úrico: Algunas investigaciones relacionan el ácido úrico sérico, con el riesgo de
desarrollo de trastorno coronario.
Factores Conductuales:
- Dieta: La dieta incrementa o reduce la probabilidad de trastornos cardiovasculares en
mayor grado que el sobrepeso. Mientras que una dieta basada en grasas saturadas
incrementa el riesgo de sufrir este tipo de trastornos, una dieta rica en vitaminas
(antioxidantes, vitamina E, selenio, etc.) o fibra, lo reduce.
- Ejercicio físico: Aunque no existe una completa evidencia de la relación entre ejercicio
físico y la reducción de la incidencia del trastorno coronario, su práctica reduce el peso
corporal, la presión sanguínea y el perfil lipídico. Este resultado sugiere posibles beneficios
en la reducción de los trastornos cardiovasculares.
- Consumo de tabaco: Este es el factor de riesgo conductual más relevante. Los fumadores
tienen una predisposición de muerte cardiovascular dos o tres veces mayor que los no
fumadores. Los fumadores pasivos incrementan un 20% el riesgo de desarrollo de
trastornos cardiovasculares. El componente mas peligroso en la génesis de la aterosclerosis,
mas que la nicotina, es el monóxido de carbono.
- Consumo de café: La cafeína produce taquicardia incrementando la presión sanguínea de
forma pasajera. Sin embargo, la evidencia científica es contradictoria, siendo lo mas
contrastado que la cafeína produce arritmias y actúa como disparador de una trastorno
coronario previamente establecido.
Factores Psicosociales:
- Matrimonio y redes sociales: El bajo apoyo social se relaciona con un incremento en el
riesgo de trastorno coronario. Las investigaciones han puesto de manifiesto que seis meses
después del infarto de miocardio, las personas que viven solas mostraban una probabilidad
dos veces más alta de reinfartar. El apoyo social reduce el riesgo de muerte cardiovascular
cuando los amigos y allegados animan a los pacientes a llevar un estilo de vida adecuado y
a seguir las prescripciones médicas.
- Bajo nivel económico y educativo: Los individuos con bajos recursos económicos o bajo
nivel educativo tienen una menor probabilidad de recibir asistencia médica y están mas
expuestos a sufrimiento de cualquier tipo de trastorno.
- Altos niveles de ansiedad y estrés: El estrés crónico está implicado en los trastornos
cardiovasculares, incrementando la presión sanguínea que puede producir una ruptura en
la placa aterosclerótica.
- Patrón de Conducta Tipo A (PCTA): El PCTA se caracteriza por una excesiva
competitividad, impaciencia, hostilidad y habla vigorosa. Tras un período inicial de
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Desde hace décadas, los trastornos cardiovasculares son la principal causa de mortalidad en
los países industrializados y su prevalencia está incrementándose en el mundo desarrollado, siendo
los responsables de más del 45% de los fallecimientos en 1.997, tal como señala la Organización
Mundial de la Salud. Adicionalmente, y teniendo en cuenta que la investigación psicológica y
médica ha establecido una fuerte relación entre diversas variables psicológicas y el padecimiento de
trastornos cardiovasculares, no es sorprendente que el estudio de los trastornos cardiovasculares se
haya situado en el primer lugar del ranking de la Psicología de la Salud.
En España los trastornos cardiovasculares son la primera causa de muerte, tanto para
hombres (31,6%) como para mujeres (31,9%), seguidos por el cáncer (30,6% para hombres y
24,4% para mujeres) y a considerable distancia, por las enfermedades respiratorias (11,8% para
hombres y 8,0% para las mujeres) (Ministerio de Sanidad y Consumo 2001).
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patología claramente relacionada, el infarto de miocardio) han recibido especial atención desde la
psicología de la salud, debido a que ambos trastornos contribuyen de forma destacada al fallo
cardíaco, y a que las variables emocionales como la ansiedad y la ira están fuertemente relacionadas
con su origen y exacerbación
El desarrollo del Patrón de Conducta Tipo A (PCTA) en los años 50 por los cardiólogos
Friedman y Rosenman contribuyó considerablemente al estudio de la relación entre la ira y los
trastornos cardiovasculares. Desde entonces la ira-hostilidad se ha convertido en uno de los
componentes más sobresalientes del PCTA, teniendo en cuenta su valor predictivo en su origen y
mantenimiento.
Shumaker y Czajkowski (1994) consideran la ira como el componente mas estable del
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PCTA, mostrando la asociación más fuerte con la hipertensión, el trastorno arterocoronario y otros
trastornos cardiovasculares, así como disparando el inicio del infarto agudo de miocardio
(Mittleman et al.,1995).
Smith y Christensen (1992) sugirieron que las personas más hostiles manifiestan episodios
de ira mas frecuentemente y son mas vigilantes de su ambiente. En consecuencia, existe una
estrecha relación entre ira y vigilancia que influencia las respuestas cardiovascular y endocrina, y
contribuye al desarrollo de trastornos relacionados. Suarez y Williams (1990) consideran que los
individuos con alta hostilidad y probabilidad de manifestar ira hacia afuera tienen mas riesgo de
desarrollar trastornos coronarios, mientas que los individuos que suprimen su expresión de ira
tienen más riesgo de padecer hipertensión. Así mismo, Haynes, Feinleib y Kannel (1980)
encontraron en un estudio prospectivo una relación significativa entre trastorno coronario e ira
hacia adentro o ira interna
Respecto a la ansiedad y el estrés, es bien conocido que el “estrés mental” elicita un patrón
de respuesta cardiovascular típico de la reacción de defensa, con incrementos de la tasa cardiaca, y
la salida cardiaca, y una redistribución del flujo sanguíneo en diferentes órganos, tanto en animales
como en humanos. La presión sanguínea se incrementa a pesar de la neta disminución en la
resistencia vascular, lo que se relaciona con la vasodilatación en los tejidos largos, el tejido adiposo
y los músculos esqueletales, mientras que en los riñones, órganos esplánicos y piel se produce una
vaso constricción. El estrés está implicado en la patogénesis de diversos trastornos cardiovasculares
como la hipertensión, el infarto de miocardio y la muerte súbita (Hjemdahl, 2000; Sherwood y
Carels, 2000).
Baker, Suchday y Krantz (2000) señalan que “los modelos actuales de los efectos del estrés
agudo físico y mental sobre la patofisiología cardiaca sugieren que la activación del sistema
nervioso autónomo inducido por factores conductuales puede incrementar el riesgo de eventos
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cardiovasculares” (p.327). En este sentido, estos autores proponen un modelo que ilustra los
caminos a través de los cuales el estrés mental agudo se eslabona con la isquemia de miocardio y
los eventos coronarios de carácter clínico tales como el ataque al corazón o la muerte súbita. Este
eslabonamiento se produce en individuos con un trastorno o disfunción arterocoronario
preexistente, infarto de miocardio previo o función cardiaca pobre, quienes tienen por tanto un alto
riesgo de padecer esos eventos químicos.
Suinn (2001) propone cuatro mecanismos que pueden explicar la gran relación existente
entre ansiedad, ira y salud:
- La ansiedad y la ira inducen hipervigilancia y alerta, los cuales, junto con el propio
arousal emocional, implican activación del sistema nervioso La activación del sistema
nervioso simpático media otras funciones corporales como las del sistema cardiovascular,
sistema inmune y sistema endocrino.
- La ansiedad y la ira dan lugar a conductas poco saludables incluyendo estilos de vida
insanos como el consumo de alcohol y tabaco, dieta poco saludable, patrones perturbados
de sueño, escaso cumplimiento de las prescripciones médicas, falta de ejercicio etc.
Estos cuatro mecanismos no son mutuamente excluyentes; todos ellos suponen interesantes
puntos de vista y líneas de investigación futuras sobre el papel de la ansiedad y la ira en los
trastornos cardiovasculares.
Finalmente señalar que las emociones negativas pueden preceder a la enfermedad y reducir
la fortaleza o incrementar la vulnerabilidad a padecer distintos trastornos; al mismo tiempo los
estados emocionales negativos como la ansiedad, el estrés y la ira pueden aparecer como
consecuencia de la enfermedad; de tal manera que existe una relación bidireccional entre
emocionalidad negativa y enfermedad.
7. HIPERTENSION ARTERIAL
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Hipertensión arterial es el incremento de los niveles de presión con los que la sangre pasa
por los vasos sanguíneos. Estos niveles elevados en la presión de la sangre están por encima de los
requerimientos metabólicos del organismo, y facilita la aparición de accidentes cardiovasculares a
medio y largo plazo (infartos, hemorragias cerebrales, etc).
Como hemos puntualizado, la distinción entre ambas radica en los factores etiológicos que
las originan. La hipertensión secundaria aparece como resultado de la alteración en uno o varios
elementos claves de control del sistema cardiovascular. Sin embargo, la mayor parte de los casos,
alrededor del 95% de las personas que padecen hipertensión no presentan alteración orgánica o
funcional evidente que justifique tal elevación de la presión sanguínea, es decir, los mecanismos
etiopatológicos no están establecidos; sufren por tanto de hipertensión esencial o primaria.
Criterios diagnósticos de la hipertensión. VI Informe del Joint Nacional Comité on Detection, Evaluation and
Treatment of High Blood Pressure y documento de la Organización Mundial de la Salud / Sociedad Internacional de
Hipertensión
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No obstante, estos criterios no dejan de ser arbitrarios y, además, no tienen en cuenta las
variaciones que, asociadas a la edad y el sexo, se producen en la tensión arterial. Por ello se
considera una estrategia adecuada evitar cualquier tipo de criterio, diagnosticando la hipertensión
en función del grado de riesgo cardiovascular asociado al nivel de tensión arterial que presente el
paciente.
Existen claras indicaciones de que los factores psicológicos como la ansiedad, el control de
las situaciones de estrés, el afrontamiento, el control de la ira, etc, desempeñan un importante papel
en el desarrollo y mantenimiento de la hipertensión, sea directamente por efectos sobre el sistema
cardiovascular o indirectamente por su influencia en los factores conductuales como: exceso de
peso, uso excesivo de sal o de alcohol, falta de ejercicio físico, etc.
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mencionados indican que dicha interacción contribuye de forma sustancial al riesgo total, en un
grado mayor de lo que haría suponer la suma de los distintos factores.
Es bien conocido, que al igual que en los individuos normotensos una amplia variedad de
estímulos ambientales pueden provocar moderadas o intensas reacciones emocionales
desencadenando un aumento de la presión sanguínea. Esta reactividad cardiovascular es mayor en
los pacientes hipertensos o en personas que poseen antecedentes familiares de hipertensión. Estos
hechos reafirman las teorías que incluyen los factores psicosociales en la patogénesis de la
hipertensión. Aquí debemos tener en cuenta las antiguas consideraciones de Alexander (1939)
quien, desde una perspectiva psicodinámica prestó atención al hecho de que los pacientes
hipertensos eran incapaces de expresar sus sentimientos de enfado, generando y manteniendo
estados de alta activación.
El estrés ha sido uno de los conceptos que más interés ha despertado entre los investigadores de la
salud en los últimos años. Al margen de su conceptualización original, el término estrés es hoy
empleado de muy diversas formas y centrado en muy distintos elementos, destacando de forma
especial el énfasis en la forma en que se reacciona a los eventos estresantes y su implicación sobre
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la salud.
La ocurrencia de una enfermedad puede considerarse como un tipo especial de situación estresante,
como un estresor cuyos efectos pueden variar tanto como varían sus características: aguda o
crónica; con componente de dolor intenso o suave, ocasional o mantenido; con presencia o ausencia
de discapacidad, si requiere hospitalización; si necesita intervención quirúrgica; características del
postoperatorio…
Weiner (1982) sostiene que el proceso de adaptación o afrontamiento de la enfermedad es una tarea
compleja que depende de numerosos factores:
- Si la enfermedad acontece abruptamente o gradualmente
- Si es o no incurable
- Si comporta estigma social o no
- Si requiere de hospitalización, de procedimientos terapéuticos especiales o cirugía
- El comportamiento de los profesionales sanitarios
- La habilidad previa o la experiencia del paciente con otras enfermedades
- Sus experiencias vitales previas con el sistema sanitario
- El desarrollo o no de alteraciones metabólicas y fisiológicas provocadas por la enfermedad
en curso que puedan alterar la capacidad de percepción, memoria o habilidades de solución
de problemas del paciente
- Variables personales tales como la edad
Las características del estresor “enfermedad” van a depender de cómo dicho estresor sea valorado
y afrontado. Un hecho incuestionable es que la gente percibe, evalúa y responde diferencialmente a
la enfermedad.
Sin duda, dos de los elementos clave que van a influir en como un enfermo valora y afronta su
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Con respecto al rol de enfermo hemos de resaltar que etiquetar a una persona como enfermo puede
tener efectos dramáticos sobre su comportamiento, sus emociones y sus experiencias sociales. Es el
caso, por ejemplo, en que la enfermedad que se padece es considerada socialmente como un
estigma. Ciertas deformidades o enfermedades pueden causar rechazo, repulsión o curiosidad de
forma que las personas que la padecen se enfrentan con frecuencia a interacciones en las que los
demás los tratarán de “manera especial”. El concepto de enfermo representa para numerosas
personas la oportunidad de experimentar la sensación de ser distintos, raros o anormales (cáncer,
diabetes, obesidad mórbida, tuberculosis, sida, etc.)
Otro fenómeno de simular naturaleza y que implica la adopción del rol de enfermo es el sentimiento
de culpa. Ha sido frecuente la tendencia social a culpar a las víctimas o sus familiares directos de
su infortunio “algo deben de haber hecho” para merecer su suerte, siendo especialmente frecuente
la culpabilización de los padres en la aparición de la enfermedad de un hijo, “¿que he hecho mal?”.
La forma en que las personas definen e interpretan sus síntomas, como responden a las indicaciones
anormales respecto a su organismo pueden llegar a ser un elemento clave de las conductas de
enfermedad que desarrolle un enfermo. Cuando la interpretación de determinados síntomas se
vuelve especialmente catastrofista y alarmante el enfermo tiende a desarrollar conductas muy
desadaptativas, tales como guardar excesivo reposo, acudir innecesariamente a los servicios de
urgencias, uso excesivo de las consultas médicas, evitar actividades cotidianas, búsqueda incesante
de nueva información que corrobore sus trágicas sospechas, automedicación, etc.
Por otro lado, una de las características diferenciales de la enfermedad como estresor son las
diferencias entre enfermedad crónica y aguda. Estas diferencias marcarán de forma importante la
valoración sobre la enfermedad y las estrategias de afrontamiento que se pongan en marcha.
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Una enfermedad aguda podemos calificarla como una crisis, comprendiendo que es tan novedosa
y/o importante que las habilidades o formas de responder habituales no resultan adecuadas para
tratar con ella, provocando una desorganización que se acompaña de sensaciones tales como miedo,
culpabilidad o malestar. Un episodio agudo de enfermedad, si esta es grave, dolorosa o
incapacitante, puede ser entendido como una crisis vital o situación crítica que induce en el
individuo una valoración cognitiva de su significación (consecuencias) que conduce a la
formulación de las tareas adaptativas básicas necesarias y la forma en la que puede ser afrontada.
Tanto la valoración como la formulación de las tareas y las habilidades de afrontamiento dependen
de las características personales y sociodemográficas, de los diferentes aspectos de la enfermedad
(duración, etapas, sintomatología…) y de las características del ambiente físico y sociocultural.
Enfrentarse a una enfermedad de carácter crónico o grave es un ejemplo de suceso vital que supone
una fuente de estrés especial ya requiriere cambios o adaptaciones más a menos generales. Además
hay que tener en cuente que la exposición a situaciones ambiguas o incontrolables, como es
habitualmente una enfermedad crónica, supone exacerbar la condición de la enfermedad como
estresor, afectando, por tanto, al proceso de curación
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ANSIEDAD, ESTRÉS Y TRASTORNOS PSICOFISIOLÓGICOS. María Isabel CASADO
Por eso es de especial importancia el papel del equipo sanitario tanto en el momento del diagnóstico
como en los momentos posteriores en los que hay que hacer especial hincapié en el equilibrio que
hay que guardar al dar información al paciente. Es impotante que el paciente vaya recibiendo la
información de forma dosificada, para que no sea tan abundante que el paciente no pueda
procesarla sin que le desborde, pero que no sea tan escasa como para que le provoque sensación de
excesiva novedad o ambigüedad. Y junto a la información sobre la enfermedad, es muy necesario
dotar al paciente de información sobre el proceso de tratamiento a seguir para que la situación
conlleve la menor sensación de incontrolabilidad.
Entre las recomendaciones para el diagnóstico de una enfermedad crónica podríamos resaltar:
1. Limitar las primeras normas a las indispensables
2. Limitar el número de personas que dan la información al paciente
3. Incluir a los familiares más próximos (incuestionable en el caso de niños o ancianos) en el
programa educativo general y en uno específico que recoja su papel en el cuidado de la
enfermedad de su familiar
Son muchas las formas en que los pacientes se enfrentan a su propia enfermedad: la negación o el
desentendimiento, pensar y hablar constantemente de ella, búsqueda de información o apoyo,
acciones directas para cambiar la situación, esfuerzos para regular los propios sentimientos, etc.
Ninguna de estas formas es, a priori, adaptativa o desadaptativa, sino que todas ellas pueden
cumplir en momentos puntuales del transcurso de una enfermedad un papel adaptativo que ayude al
paciente a controlar la situación y sus emociones
No debemos olvidar que la forma en la que el paciente afronta la enfermedad va a tener importancia
como factor de facilitación o agravamiento del proceso, por tanto, la estrategia global del
tratamiento debería tener en cuenta este aspecto e incluir también la intervención en este ámbito
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ANSIEDAD, ESTRÉS Y TRASTORNOS PSICOFISIOLÓGICOS. María Isabel CASADO
Los distintos profesionales que atienden a un mismo enfermo deben observar la manera en que el
paciente afronta su enfermedad entendiendo su relevancia como factor de facilitación o
agravamiento del proceso de padecimiento de una enfermedad, bien aguda, bien crónica.
Coyne y Holroyd (1982) señalan cuatro formas en las que el afrontamiento puede influir positiva o
negativamente sobre la salud
4. Las formas en las que una persona afronta la ocurrencia de un episodio de enfermedad
aguda, o el estilo de afrontamiento de un enfermedad crónica, pueden ser variables que
afecten seriamente tanto al curso del proceso patológico como a las pautas de tratamiento
que se prescriban
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