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¿Qué hacen los mejores alumnos en la Universidad?

Ken Bain en su libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios (2005) ha “intentado

capturar la sabiduría colectiva de algunos de los mejores profesores de Estados Unidos, para

registrar no solo lo que hacen, sino también lo que piensan y sobre todo para dar una

caracterización de sus prácticas” (Bain 2005. p.14), en este sentido, sus reflexiones están

centradas especialmente en las características principales de los maestros para ejercer una

influencia duradera sobre sus alumnos y sus respectivos procesos de aprendizaje, sin embargo,

de las reflexiones de la primera parte de su texto, podemos tomar algunas afirmaciones que nos

ayudaran a responder a la cuestión: ¿Que hacen los mejores alumnos en la Universidad?

El relato de Bain parte de los testimonios y las entrevistas a estudiantes y profesores para

contrastarlas con estudios de psicología educativa; de esta manera, el autor presto especial

atención al lenguaje que los alumnos utilizaban para describir sus experiencias de aprendizaje,

“¿hablaban de aprender la materia, o del desarrollo y la comprensión, de hacer algo por ellos

mismos, de meterse en el asunto y encontrar sentido en todo ello?” (Bain 2005 p.20),

determinaba todo esto con el fin de descubrir si estaba o no, presente en ellos, una comprensión

profunda, que los convierta en unos aprendices profundos, concepto clave para responder la

cuestión que nos toca.

Así pues, hay tres elementos que caracterizan a los aprendices profundos, a saber, la disposición,

la motivación, y los objetivos. En estos tres elementos conjugados se enmarca el hacer de los

mejores estudiantes en la Universidad. En primer lugar, la disposición hace referencia a esa

capacidad del estudiante por profundizar, lo que en el constructivismo se conoce como conflictos

cognitivos, es decir, que desarrolle el valor de abandonar sus viejos y confiables modelos

mentales para construir unos nuevos, en este sentido, el autor afirma, que los buenos maestros
siempre propenden por crear un “fracaso de la expectativa”, es decir, una “situación en la que los

modelos mentales existentes, producirán expectativas fallidas, provocando que sus estudiantes se

den cuenta de los problemas a los que se enfrentan al creer lo que sea que crea" (Bain 2005, p.

39). En ese sentido, los estudiantes deben tener la capacidad para, por un lado, enfrentarse a una

situación en donde su modelo mental no les ayude a explicar algún asunto, y asegurarse que

definitivamente no le sirve con el fin de incrementar su esfuerzo en comprenderlo, y por otro

lado, “ser capaces de manejar el trauma que en ocasiones acompaña al desafío a creencias

mantenidas tanto tiempo” (Bain 2005 p. 39).

De esta manera, el estudiante, debe estar en disposición y preparado más que para recibir

cómodamente, para construir conocimiento a partir del encuentro con el maestro, alejándose de

manera conjunta, de lo que Paulo Freire llamaba la “educación bancaria”, que opta por concebir

las cabezas de los estudiantes como simples recipientes susceptibles a llenar de información.

Esto nos lleva al segundo elemento clave, la motivación. Para que el estudiante este en capacidad

de construir conocimiento, debe tener una mayor motivación que el cumplimiento y el deber, el

autor afirma que si el deseo principal del estudiante se centra en ser uno de los mejores de la clase

y obtener las notas más altas “no les ira tan bien como si estudiasen porque tiene interés. No

resolverán problemas con tanta eficacia, ni sintetizaran con la misma destreza mental, ni tampoco

se plantearán de manera habitual la misma clase de desafíos” (Bain 2005 p.45). De este modo, lo

que caracteriza a los mejores alumnos, es acercase al escenario educativo con un interés

profundo, que se planteen sus propias preguntas en relación con las asignaturas y las disciplinas,

y que de algún modo, estas preguntas los interpelen en su vida personal.

Sin este nivel de compromiso, es muy difícil hablar de aprendices profundos, a lo sumo, si están

motivados por la notas y la aprobación, es decir, por el “estimulante externo”, su interés en


comprender el asunto, se difuminara una vez conseguida la nota o aprobado el curso,

convirtiéndose así, en lo que el autor denomina un aprendiz estratégico, “que se centra

principalmente en que les vaya bien en la facultad, evitando cualquier desafío que pueda dañar su

resultado académico y su expediente y sin conseguir por lo general desarrollar una comprensión

en profundidad” (Bain 2005 p.45)

En este momento entra a jugar el tercer elemento crucial, los objetivos. Es necesario que los

estudiantes dejen de plantearse objetivos de resultado, caracterizados por la búsqueda de la

“perfección” o la respuesta “correcta”, con miras al reconocimiento o al estimulante externo, en

donde, como el autor afirma, muchos de esos estudiantes “son sobresalientes en algunos

estándares, pero aun así lo consiguen principalmente por el beneficio al reconocimiento externo y

se queda cortos respecto de donde podrían llegar” (Bain 2005 p. 46), en ese sentido, deben

plantearse unos objetivos de aprendizaje, de dominio de los temas, en donde el estudiante más

que trabajar por un reconocimiento, lo haga a favor de optimizar sus competencias, haciendo

saltos en el aprendizaje, arriesgándose a cometer errores, y a aprender de ellos.

Los objetivos de resultado, no hacen más que fortalecer una educación bulímica, en la cual la

información es desechada una y otra vez, debido a su nula conexión con los intereses intrínsecos

del estudiante, de este modo, la educación bulímica actúa forzando al estudiante a adquirir

temporalmente una serie de información, o a “alimentarse con un festín de datos” el cual, su

obligación es memorizar y recordar al pie de la letra y “utilizar en tareas muy concretamente

definidas. Tareas que conducen siempre a una única respuesta correcta previamente decidida por

el profesor o el libro de texto. Tras este uso los datos son purgados para hacer sitio al próximo

festín (Robert de Beaugrande 1991 citado por Bain 2005 p. 53).


A manera de conclusión, conviene recordar la teoría que Bain recoge de los estudios de

psicología educativa del Wellesley College, una suerte de clasificación por “etapas”, de las

distintas categorías por las que atraviesan los estudiantes en el marco del aprendizaje, cada una

“con su propio concepto de lo que significa aprender” (Bain 2005 p.54). En el nivel más básico,

encontramos al sabedor de lo aceptado, un estudiante que no duda nunca de modelo de

“educación bancaria”, confía ciegamente en la verdad del profesor y del texto, y espera que sea

depositada exitosamente en él la información necesaria. En segundo lugar, tenemos al sabedor

subjetivo, un estudiante que piensa basado en los sentimientos, para este estudiante todo es

materia de opinión, “si consiguen calificaciones bajas, a menudo los estudiantes en este nivel de

desarrollo dicen de la profesora que <no gusta de mi opinión>” (Bain 2005 p. 54).

En tercer lugar encontramos al sabedor de procedimiento, un estudiante que ha aprendido muy

bien las reglas del juego, aquellos que se hacen por la disciplina, “por el mero hecho de estar en

clase” (Bain 2005 p. 57), sin embargo, esta forma de razonar no influye fuera de la clase en él, ni

le incita preguntas motivadoras. En el nivel más alto encontramos los sabedores comprometidos,

estudiantes creativos, críticos e independientes, que valoran críticamente los argumentos que se

les exponen, y deciden si utilizarlos o no, consiente y consistentemente (Bain 2005 p.56).

De esta manera, considero que los mejores alumnos en la Universidad deben aceptar que en el

escenario educativo, inevitablemente se tiende a transitar de una etapa a otra y viceversa, sin un

orden determinado, sin que por eso, se ponga en duda su inteligencia, ni su capacidad, los

mejores alumnos en la Universidad deben reconocer que si bien “el proceso de madurar

intelectualmente, puede incluir retos crecientes, raramente es lineal. Las personas se desarrollan a

base de ajustes y desajustes, y se benefician de desafíos repetidos, en niveles distintos” (Bain

2005 p.56).
Los mejores alumnos en la Universidad, reconocen que su disposición, su motivación y sus

objetivos, están enmarcados en una “profundidad” personal, que lo aleja de buscar únicamente

respuestas, sino lo fuerza cada vez más a menudo a hacerse preguntas, a cuestionar su campo, a

estar en constate contradicción y cambio, así pues, los mejores son esos “estudiantes cuyas

formas de pensar y sacar conclusiones están en permanente trasformación (Bain 2005 p. 57)

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