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Jesús Ortega vuela con alas de papel. Por Sergio Badilla Castillo.
Conocí a Jesús Ortega, en el verano de 1986, cuando yo, con el Pelican Group of Arts, de
Estocolmo, habíamos invitado a Suecia, al poeta Raúl Zurita. En compañía del poeta
uruguayo, Roberto Mascaró y del artista Juan Castillo, viajamos todos juntos, en tren,
alrededor de 600 kilómetros, hasta la sureña ciudad de Malmö, en cuya estación nos
esperaba, Pancho Pérez, o mejor dicho, Omar Pérez Santiago. En la lectura que hicimos
allí, estaba como, co-organizador del evento Jesús Ortega, quien estaba más interesado en
sus propios textos que en la recepción de sus huéspedes. En esa ocasión Jesús, en su
epifanía, no sólo leyó algunos poemas, sino que cantó, bailó e intentó seducir a algunas
musas, cuyas edades eran la mitad de la del vate.
Por eso creo conveniente señalar y ahora haciendo hincapié en esta nueva obra de él, que
Jesús Ortega es un poeta de la revelación, de la agudeza ecuánime y de la picardía
incansable. Tal vez el único sin ser Parra que logra esos versos perspicaces con los
ingredientes poéticos que caracterizan la obra ingeniosa de Nicanor Parra.
Aunque autor de pocos libros Ortega avecindado en Suecia desde hace cuatro décadas, es
un poeta que mejor que muchos otros escaldos maneja con aticismo proverbial, los
atributos esenciales de la construcción poética, como son el ritmo, la imaginería y la
eufonía, agregándole además a sus texturas una reiteración lírica a manera de apotegma. En
uno de sus poemas, Casualidad, escribe:
“Todo es milagro,
prodigio infinito:
no tiene bordes
la maravilla”
En este nuevo libro, “Con las alas de papel”, el poeta emplea una infinidad de instrumentos
literarios, como, por ejemplo, el uso de una oralidad que se entremezcla en el paisaje épico
de lo cotidiano con una pincelada de ironía. Asimismo, los versos son esmeradamente
escogidos para no generar aspereza alguna, lo que constituye una asepsia del discurso
poético, que demuestra, al mismo tiempo, la maestría del vate en la cimentación de sus
textos, como en este poema, Jazz, que comienza así:
“Ganso gangoso
el ronco saxo,
de la silla,
de la dama de mi afán.
Su enfoque reflexivo surge como una cadencia permanente en varios de sus versos (Niego
el tiempo, enciendo encantadas primaveras que no pierden su color ni su gracia en este
espejo de virtud, en que te miro ), esa negación temporal no se antepone a la expresión de
amor irrefrenable que acapara la vida del poeta y las causas afectivas que se desnudan en
sus textos de manera reiterada.
Cabe agregar que el intríngulis entre la impaciencia por estampar sus versos y la
compactación textual que expresa el poeta queda de manifiesto en estos cuerpos poéticos
donde, por momentos logra instantes de eminencia lírica, como en el poema Mundo aparte:
de su luz prestada,
yo me asomo.”
Sin lugar a dudas también es la nostalgia la que enciende la luz reminiscente del poeta,
como ocurre en La que se fue
La virtud de este libro de Jesús Ortega. “Con alas de papel” radica en la apuesta que
establece el poeta de hacernos visible que su poética se encuentra plenamente vigente,
como una propuesta interesante de la poesía que se escribe en las antípodas del mundo, allá
donde las sombras son largas y frías.
“Con alas de Papel”
Por Juan Cameron, poeta y cronista
.. .. ..
Solamente el día de ayer me encontré con este nuevo libro de Jesús Ortega y tras de una
primera lectura hallo muy pocos textos conocidos en forma inédita. Algunos de ellos me los
mostró en el 2013, la última vez que nos tomamos un café en el Trianglen, en el Malmö de
sus lares suecos donde vive, tras breves estadías por aquí y por allá, hace ya cuatro décadas.
Con alas de papel, editado por Aura Latina a fines de 2017, aporta a sus páginas los temas
ya conocidos de Ortega: el amor, principalmente el amor, los elementos de ese contorno
erótico, algunas quejas en torno a la miseria humana, al paso del tiempo y otras
observaciones entreveradas con la ternura, la humanidad y el transcurso, a la manera de
Omar Lara y muchos de su generación.
“Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos
pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario.
Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y
era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar
satisfecho de sí mismo y de su vida”. Tal vez se trataba de otro judío errante por el mundo.
Haller o Heller, en busca de sus raíces. Llevaba otro nombre de pila por entonces. Y algo
no muy claro y a desgano respondió el poeta ante mi consulta.
“En el ala de la casa que él ocupaba, la del norte, que tenía más espacio que la otra pero
que estaba más hundida, había otros escritores y artistas, locos de talento, en general,
aunque tampoco faltaban los locos desprovistos de todo talento. En la primera categoría,
en la de los locos de talento, había un pintor, un tal Jesús Ortega, y este Jesús Ortega,
Chus Ortega, no falsificaba cuadros en el sentido estricto del término. Lo que hacía era
pintar la pintura de un pintor que no había existido nunca, un pintor cuya biografía
inventaba junto con inventar su pintura, un tal Ronsard, homónimo del poeta renacentista,
francés como él, pero de la segunda mitad del siglo XIX”.
Es decir, Ortega se ganaba la vida falsificando a un pintor inventado por él. En una
entrevista de hace ya veinte años, Jesús me cuenta de esa época:
“Si, era muy amigo de Lihn; con Jodorowsky, Palacios… era una pandilla. Palacios era
profesor de filosofía y está en París ahora”. Se refiere a Jorge Palacios nacido en 1926 y
fallecido en 2014. “Lihn, todavía lo veo caminando medio de lado, con sus dientes negros.
Yo sé lo que hundió a Lihn, me parece. Yo creo que fue una mujercita sencilla y tonta. Las
mujeres más lolitas liquidan un trasatlántico. Yo creo que fue ‘la paloma tonta’. Y Tellier
quedó hecho mierda. ¡Estoy seguro que estas tragedias de los grandes escritores, que
pasan por ser agonías literarias y artisticas, son dolores ocasionados por mujeres, nada
más!”
Y hay otro Ortega en este mazo de naipes. De pronto está en España, de cantaor y hombre
de teatro. El dúo integrado por María Knutsson y Jesús Ortega, de Möllevången en Malmö,
no fue premiado en el Festival Anual del Circo, en Monte Carlo anuncia una mañana de
febrero de 1989 el Arbetet, un matutino sueco. No podemos competir con cocodrilos,
leones y trapecistas voladores, declara el afamado mimo Obregón. Pero silencia, de seguro,
sus historias a lo Barón de Münchhausen y su antiguo sueño de trabajar alguna vez en el
circo del futuro. No está derrotado, al menos como visionario. Le Cirque du
Soleil aparecerá poco después.
Ninguna pérdida logrará derribarlo. El poeta siempre nos habla desde su pajarera, entre
periscopios, cristales y estalactitas -de esas que nacen hacia el solsticio de invierno- nos
relata una época de alegría, de besos y luminosidad, con un dejo de nostalgia como una
costumbre azul, según nos dice, que aún no termina. En un texto ha poco escrito reafirma lo
existencial y necesario y solicita, humildemente, ser incinerado con la intrínseca prenda de
esa dama como un baluarte para ingresar, así un caballero provenzal, al reino del más allá.
Muchas gracias
No tiene bordes la maravilla.
Por Sergio Infante, poeta y profesor universitario
Con alas de papel (Aura Latina, Santiago de Chile, 2017) es una selección de poemas
inéditos de Jesús Ortega Heller, poeta chileno, nacido en Caracas en 1932 y que reside en
Suecia desde hace décadas. Se advierte de inmediato en el libro una heterogeneidad debido
a que aparecen diferentes formas de versificación, entre las cuales resultan dominantes el
verso libre y el soneto (con endecasílabos siempre bien medidos y su acento principal a
maiore, en la sexta). Huelga decir que estas expresiones distintas no desmerecen la obra
pues cada una de ellas está realizada impecablemente y la lectura es grata en todo
momento. De tal variedad, sin embargo, se puede conjeturar que los poemas provienen de,
por lo menos, dos proyectos inéditos que se reúnen en esta selección, sin dar fechas ni dato
alguno. Creemos que la manera de ordenarlos entremezclados intenta fusionar en un solo
discurso el presente poemario, lo que no deja de constituir un riesgo pues este puede
resultar demasiado variopinto y dispar. O, con todo, alcanzar, observado en su totalidad,
una feliz cohesión y coherencia. Me atrevo a apostar que se logra esto último, veamos
cómo.
El título del libro, Con alas de papel, parece llevarnos tanto al vuelo como a la escritura
pues esta se ejerce en el papel, o en algún otro soporte que lo reemplace, y permite los
vuelos a los mundos posibles propios de la literatura, a veces como evocación del mundo
real; otras, como propuestas de realidades imaginadas, altamente simbólicas. Por eso he
titulado este comentario “No tiene borde la maravilla”, verso que se encuentra en el poema
“La causalidad”, donde se advierte que todo milagro singular es monstruoso y que solo
cuando es plural tiene un sentido pues pasa a ser la maravilla. ¿Y si la maravilla no tiene
límites cómo hacemos entonces para no perdernos en ella?
Pronto queda claro que para el hablante la pluralidad de milagro comienza cuando se forma
el par, y prácticamente termina con las variaciones de este. La maravilla, según se advierte
en la totalidad del libro son predominantemente las mujeres, miradas desde la nostalgia o a
través de una pantalla. En “El embudo de Dios”, primer poema del libro y de temática
erótica donde la mujer es el embudo divino que conduce al Paraíso, hay una palabra a la
que se recurrirá en varios otros textos: “sésamo”, es el ábrete sésamo del viejo cuento de
Alí Babá, la palabra mágica que despeja el umbral a lo maravilloso: “el embudo de Dios,/
el sésamo que abre/ de par en par/ el paraíso” (16). “Un computador o sésamo que me abre
su caja de Pandora cada día” (54). La palabra “sésamo”, la que abre los pasos cerrados,
tiene variantes que funcionan como sinónimos a lo largo del libro; por ejemplo, los ojos de
la amada que permiten “el paisaje que yo solo no abarcaba” (46).
Otra palabra importante es “huso” como fuente del hilo que impide extraviarse en esa
maravilla sin límites: “La causalidad es el huso/que enhebra el universo” (19), “Huso de
coser/bajo la luna muerta/nieblas de espanto (30), “y esos tacos de huso con que enhebras/
tus pasos y mi vida” El huso se encuentra en una relación metonímica con el hilo y ese hilo
metafórico, aunque nunca se lo mencione, es el de Ariadna. De modo que la(s) mujer(es)
pasan a ser tanto la maravilla sin límites, donde uno puede extraviarse, como el rescate. El
movimiento pareciera implicar un perderse maravillado hasta que alguna otra lo salve y lo
sitúe en la nueva maravilla. Ortega arriesga –en nuestros días– a ser tratado de sexista pero
parece no importarle y su hablante lírico rezuma transparencia y hasta sentido del humor
como puede verse en el poema “Calendarios” que citamos completo:
Aquí te mando todos los meses del año/ que he sufrido por ti./ Te los mando
cuidadosamente envueltos,/ con los días contados,/ sus signos rojos y negros,/ sus semanas
de luto, / sus viernes de ceniza,/ sus días de guardar.//Yo los fui sufriendo uno a uno,/
sacándome estas hojas del pecho,/ deshojándome el alma/ bajo lunas menguantes. // No sé
para qué te van a servir./ Si acaso hagas pajaritas de papel, /o los echas esos días al
fuego,/ para que arda un instante/ lo que fue una vez la eternidad.// Tampoco a mí me
sirven, por eso te los mando,/ son más tuyos que míos,/ tú colgaste ese almanaque en la
pared. Le alzaste las faldas, lo marcaste con cruces,/ con citas, onomásticos y pagos,/ del 1
al 30 al 31, volteándole el paisaje,/ dejándole de espaldas en su clavo,/ así, tres estaciones
que rodaron/ hasta el día funesto en que partiste/ dejándolo pegado en su noviembre. //
Pero no te aflijas, /otros signos, rojos y negros,/ reanudan su voltear,/ porque otro
calendario/ con sus paisajes nuevos, / sus pascuas,/ sus festivos,/ sus días menos pensados/
y sus domingos de gloria,/ otra mano amable,/ acaba de colgar.”
Pareciera que en ese transcurrir del tiempo, que está implícito en el plural Calendarios,
siempre se estuviese buscando la mujer ideal: “Por la luz de su estrella verdadera/ la
asignada, la amante, la debida/la única mujer, la señalada” (21) Hay un contrapunto entre
la nostalgia por la que se tuvo y la esperanza de una nueva que colme aunque sea
ocasionalmente lo anhelado. Pero da la impresión de que las hojas de los sucesivos
calendarios han ido cayendo implacablemente y la presencia real de una mujer se
desvanece.
Entonces se impone la soledad tristona de quien, sin perder el erotismo, recurre a la mujer
virtual: “Así te vivo yo de amor poseso, /surgiendo de esta caja de Pandora/ donde no eres
ya de carne y hueso” (35). ¿Hay goce en ello? Pareciera que sí aunque matizado por el
estoicismo y la soledad.
Aparte de este tema centrado en la relación con la mujer, aparece el de la muerte, ahí
también aparece huso como metonimia de un elemento generador de unión como puede ser
el hilo, en este caso la raíz del ciprés, típico de los cementerios: “Ondulante a la vera/ de las
tumbas/ barre suave el cielo,/ mientras bajo el suelo/ sus raíces enhebran calaveras” (30).
No es raro que Eros y Thanatos aparezcan en el mismo poema, como en los sonetos
“Avaricia de amor” –donde el primer terceto se inicia con esta pregunta: “¿Es ambición o
afán contra la muerte?”– y “Si no hubieran las amadas muerto”, toda una insistencia sobre
el tema, así en el segundo cuarteto: “La elegía con su triste llanto/ negativo es de un canto
que celebra/ el bien perdido que se amaba tanto,/ y versos con aguda espina enhebra” (47).
Ya nos hemos referido al comienzo que también aparece el tema de la escritura, que, como
se sabe, es algo muy recurrente en la poesía contemporánea. Así en el poema “Árbol de
palabras” leemos: “A este árbol/ vetusto, de flora distinta, no le corre savia/ lo surca una
tinta y lo ofusca una labia” (31).
Notable es en este sentido el soneto “Publico poco Juan, lo reconozco” (43), dedicado al
poeta Juan Cameron, quien además se ha encargado de escribir el prólogo del presente
poemario.
Empeñado en dejar constancia del proceso escritural, Ortega enumera en “Arte poética” a
algunos de sus maestro: Jonathan Swift, Pound, Neruda, Vallejo, Parra, Gabriela Mistral,
Robinson; da razones en cada caso y concluye parodiando una receta de cocina: “Todo esto
lo he metido en el caldero/ y revuelto con una cuchara de palo” (52). Pero el tema de la
escritura, y no podría ser de otro modo, está también ligado al de la mujer. En el ya
mencionado soneto “Si no hubieran las amadas muerto”, los tercetos dan cuenta
irónicamente de ello: Sin el grano en la ostra, sin la pena,/ la alquimia que hace del acíbar
mieles,/ sin Lesbia, sin Julieta, sin Helena,// sin la huida de las ninfas crueles,/ no hubiera
tanta antología llena/ de ingratas, de altaneras y de infieles” (47).
Como puede verse Con alas de papel resulta ser un texto de una coherencia con respecto a
su sentido semántico y de un nivel de calidad en relación con sus aspectos formales. Juan
Cameron, en su prólogo, ha señalado con justeza que “Jesús Ortega es poeta del
descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente” (9). Y en este libro –a
pesar de algunos gazapos que se colaron y que serán fáciles de remediar en una segunda
edición– un Jesús Ortega de 85 años de edad no solo muestra la frescura juvenil de su bien
logrado oficio sino que es capaz de plantearnos dentro de la ilimitada maravilla la llama del
erotismo cuando todo parece ser nostalgia por lo ya perdido o la irremediable soledad frente
a una pantalla.
Que nos dure este drama de buscarnos
Pablo Lacroix, poeta, profesor universitario, editor de Ajiaco ediciones.
Pero en este día nos convoca el libro de poemas de Jesús Ortega, escritor chileno, con toda
una vida en Malmö, Suecia, que en esta publicación nos expone un viaje por las zonas
sedientas y panegíricas del amor, junto a otros esqueletos del lenguaje. La poesía de Ortega
me dirige dialógico de la tradición y la ruptura, batalla interminable, para algunos
sentenciosa o trashumante, que perfila o destruye a todo poeta sin importar los choques y
las dimensiones generacionales. En este volumen aparecen sonetos, reescrituras, poemas de
verso libre, versiones y algunos poemas del yo, o con toques urbanos y propios de la
cultura pop estadounidense, como también una línea vertebral que dirige al lector: me
refiero a la mujer como cuerpo y espíritu de deseo, devoción y en reiteradas ocasiones el
leviatán imperturbable del fracaso.
Engranando de esta manera una bilocación furtiva sobre la pérdida y la derrota. Este último
punto, la bilocación, me parece un elemento que define a gran parte de los poemas. Aparece
en cada momento un sentido doble del discurso, un diálogo, armónico o no, sobre una
posición y otra.
De esto modo CON ALAS DE PAPEL perfila matices, en que predomina el viaje, el sujeto
femenino, pero también el roce de culturas, elemento que lo acerca con autoridad a la
política editorial de AURA LATINA, que es el roce intercultural, como un espectro blanco
que se llena de colores, o una metáfora inagotable que conecta dos continente.
Deseo un camino lleno de lecturas y encuentros para este libro, que estos poemas hablen
con otros, que surja el contacto, que la palabra de Ortega sea entendida y apreciada por sus
lectores. Que cobre vida en tiempo donde la cultura está muriendo, en tiempo como estos,
donde un tenista facho balbucea lo que sea en el basurero massmedia y se transforma en
voz política –agente del asco, claro está-, pero que cobra relevancia y contiene peso, por un
pasado triunfalista, tal como ese pasado terrible, que ahora regresa bajo una máscara que
por cuatro años más nos vomita la hiperdictadura.
Saludos a Jesús Ortega y le deseo a su libro un recorrido sin tormentos, a pesar que el
terreno está lleno de piedras.
Después de muchos años, me reencontré, casualmente, con una antigua amiga de los
primeros tiempos del exilio en Suecia, a mediados de los años 70 del siglo pasado. Ella se
encontraba de visita en la ciudad de Malmoe, tras haberse mudado hacía décadas a la
exótica ciudad de Oslo. Coincidimos en la nunca deseada situación de estar ayudándole a
cambiarse de casa a un tercero. La labor había comenzado temprano y ya de tarde ocurrió
que ella y yo quedamos a solas, mientras el resto de la cuadrilla se alejó con la última
camionada de muebles y enseres hacia el nuevo destino.
Nos acomodamos en las últimas dos sillas y la única mesita que aún quedaban en el ya
vacío departamento, alumbrados sólo por la luz crepuscular que entraba por una ventana.
Como siempre ocurre en estas ocasiones, el diálogo se inició tentativo, quizás buscando una
reconfirmación de la anquilosada amistad, si la existió, o, al menos, una actualización
respetuosa de los respectivos destinos. De pronto, tras un embarazoso y prolongado
silencio, ella, mirándome intensamente a los ojos parecía intentar hilvanar una pregunta que
por razón ignota se resistía a dejar sus labios. Su rasgo más característico en los viejos
tiempos, todavía de juventud, debe aclararse, era portar unos lentes ópticos gruesos y
pesadísimos, sobre un rostro precioso y un cutis excepcionalmente lene, que todos
envidiaban. Pero esta vez sus ojos estaban desnudos y parecían escrutarme
minuciosamente. Mucho después me enteraría que se había sometido a una exitosa
operación con láser. Pero en esta ocasión su mirada, al margen de todo, parecía taladrarme.
De pronto estalló la pregunta:
Aliviado y hasta contento, pude contestarle que efectivamente lo había encontrado, lo que
pareció provocarle una gran alegría. Cosa no extraña en todo caso, porque Jesús ya estaba
en los ochenta, aunque perfectamente lúcido y sin achaques, salvo una pena de amor que
paralizaba y a la vez inspiraba de su mismísimo corazón lo que él llamaba, leves plumillas
poéticas. Por otra parte, al parecer es muy común que viejos conocidos al encontrarse tras
mucho tiempo acostumbran a pasar revista, uno por uno, a los amigos y hasta conocidos de
antaño, reaccionando con entusiasmo exagerado ante las buenas noticias y con igualmente
exagerada aflicción ante las malas. Ante su positiva reacción, atrincherándome en la silla
me preparé para explayarme sin restricciones en todos los beneficios de mi relación con el
nombrado, cosa que era cierto. Debo advertir, en todo caso, que no acostumbro a hacer
preguntas personales, quizás por un exceso de pudor o simplemente desinterés. Además,
que todo el mundo que me conoce sabe que tengo la muy mala costumbre de llenar todos
los silencios que se producen en toda conversación con largas descripciones o anécdotas
que muchas veces no vienen al caso. Producto de un nerviosismo o simplemente, por falta
de empatía.
Volviendo al tema, sin esperar nuevas preguntas, le expliqué de inmediato que, a pesar de
saber de la existencia de Jesús, sólo había establecido una relación reciente con él. Cosa a la
que ella pareció asentir, si no dar por obvia, porque sólo movió levemente la cabeza sin
pronunciar palabra. Quizás era yo el desinformado, razoné para mis adentros, y esa era una
verdad de Perogrullo. En ese punto del extraño diálogo, o monólogo, si se puede decir,
comencé febrilmente a tratar de reconstruir aquellos primeros tiempos en el sur de Suecia y
en la constelación, aunque pequeña, muy activa de los latinoamericanos entonces. Trataba,
inútilmente, de imaginarme la conexión que mi interlocutora podía haber tenido con el
citado y, sinceramente, no lograba encontrarla.
Para ganar tiempo, le aseguré que Jesús atendía su enorme familia, que lo era, sin
preferencias o favoritismos. Cosa que al parecer a ella también le pareció obvia, aunque
esta vez me miró con condescendencia. Más aún, le aseveré, un poco nervioso por su
reacción o falta de reacción, que solía comunicarme a menudo con él. Le garanticé que era
muy fácil convocarlo y encontrarlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Además, de
que su obra abarcaba todas las áreas de la creación. A estas alturas, no pude dejar de notar,
sin embargo, que los ojos de mi interlocutora se comenzaron a llenar de una dulzura
complaciente que nunca había visto en mi vida. En mi entusiasmo no se me ocurrió
detenerme a tratar de entender su arrobo, su casi sublime contento ante mi relato.
Más a gusto con la situación, le conté que mi diálogo personal con Jesús, era a todas luces
muy fructífero, toda vez que podía confesarle mis tribulaciones más íntimas, hasta mis
desvelos más absurdos, una teja que se desprende o una cuchillada inesperada. En ese
punto, logré recordar de repente, el momento exacto en que lo había visto o, más exacto,
percibido por primera vez. Emocionado entonces le describí a mi escucha que eso había
sucedido una tarde de invierno y en una desolada parada de bus. Y lo más importante era
que, sin verlo físicamente, lo había escuchado decir que “más de una persona es ya una
multitud”, puesto que él como vocero de toda una colectividad en momento de la
confrontación con la autoridad y el poder, había sido completamente abandonado a su
destino. Iba a completar mi relato diciendo que Jesús se había referido a una reunión de
rutina con la dirección del centro educacional y cultural donde el trabajaba, cuando por
primera mi interlocutora juntando emocionada las palmas de sus manos exclamó:
-¡Alabado!
Dicho todo esto, creí notar en mi contertulia un encandilamiento desmedido, al punto que
comencé a preocuparme, pero como ya estaba lanzado en este último razonamiento,
agregué enseguida que Jesús también podía ser conocido por sus textos, además de sus
obras. En sus textos, tanto de antigua data, como posteriores, se adivina un profundo
humanismo, donde no hay contradicción entre la creencia y el compromiso social. Dicho en
pocas palabras, un amor sincero por el ser humano, tanto en su grandeza humanista como,
especialmente, su debilidad. Palabras escritas que trascienden lo meramente anecdótico
conmoviendo las temáticas más fundamentales y difíciles de tratar sin caer en lo ideológico
o panfletario. Palabras donde se combinaba una tremenda sensibilidad social, una denuncia
consecuente del poder abusivo, cualquiera que este fuera y, también una reafirmación de la
solidaridad entre las personas, a través, lo más importante, de una pureza estilística y una
enorme economía de las palabras, como el oficio paciente y finísimo en el engarce de un
collar de perlas. Estás ultimas creaciones de la propia naturaleza engarzadas en una obra
refinada que las hace deslumbrantes.
En este punto, debo decirlo con absoluta sinceridad, en mi elucubración interior ya había
llegado a la conclusión que no podía haber existido ninguna conexión posible entre Jesús y
ella. Por lo que decidí provocar alguna confesión de ella que pudiera revelar la verdadera
naturaleza de su interés por saber del estado de él. Decidí entonces referirme a anécdotas o
aspectos más concretos de mi propia experiencia con mi amigo. Dicho y hecho. Rememoré
la primera vez que lo había visto cantar, cosa que me había emocionado hondamente. Más
aún, que la temática de su canto había ido variando perfeccionándose con los años. Al
mismo tiempo destaqué las profundas y abarcadoras discusiones filosóficas y morales que
acostumbrábamos a tener. La facilidad suya de pasearse por la literatura, recitando pasajes
completos, especialmente en lo lírico. Más aún su conocimiento exhaustivo de la poesía
inglesa, con hincapié en la norteamericana, todo siempre acompañado de la declamación de
fragmentos completos que él había memorizado, a más de su rica experiencias teatrales
desde muy temprano. Multifacético talento histriónico vitoreado en innúmeros escenarios
del planeta.
En la medida que mi descripción se hacía más y más terrenal, mi acompañante pasó lenta
pero decididamente del más sublimado arrobo a una creciente palidez. Sus rasgos relajados
comenzaron por su parte a crisparse más y más.
Erradamente yo interpreté este cambio como un llamado a ser aún más concreto todavía,
por lo que exageré mis descripciones develando detalles francamente prosaicos, que
realmente no venían al caso. Sin detenerme y bastante nervioso me referí a su deliciosa
pintura de variados temas y, cayendo sin querer en un tono pícaro, se me salió sin querer las
innúmeras musas retratadas por Jesús a lo largo de los años, representadas en todos los
matices y muchas veces exquisitamente desnudas. Tan nervioso estaba, debo confesarlo,
que seguí enumerando anécdotas cada vez más subidas de tono cayendo irremediablemente
en el chascarro, cosa que yo mismo desprecio, pero así fue no más, caí allí adornando con
morbosidades de mi propia cosecha cosas oídas a través de terceros, que nunca son buenas.
No es necesario decir que mucho después me enteré que mi interlocutora, poco antes del
incidente de la mudanza, había ingresado a una secta religiosa seguidora de Jesús.
Por otro lado, mi amistad con Jesús, continúa de viento en popa. Hace poco, el día dos de
noviembre del año en curso, más exactamente, nos dimos la alegría de realizar una obra
colectiva con un grupo de jóvenes creadores de la ciudad de Malmoe, aprovechando la
venida de nuestro colega Amante Eledín Parraguez. Bajo el tema “El Proceso o laberinto de
la creación”, Jesús participó, a más de su poesía cada vez más incisiva y hermosa, con un
hermoso cuadro de una madona, pintada al óleo, en una superposición de planos y
volúmenes, , abstractos y a la vez sensuales, que puede interpretarse también como una
musa.