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El diablo y el fetichismo de la
mercancía en Sudamérica
NUEVA IMAGEN
ÍNDICE
P arte I
El fetichism o: el tropo m aestro
P arte II
L as p lantaciones del Valle del C auca en C olom bia
Parte til
Las m inas de estaño bolivianas
C onclusión 238
B ibliografía 293
PREFACIO
u
cam pesinas vecinas. En am bas regiones el proletariado salió del
cam pesinado local, cuya experiencia del consum ism o y cuya
interpretación de la proletarización están sum am ente influidas
por sus persp ectiv as precapitalistas de la econom ía. D entro del
proceso de proletarización, el diablo surge com o una figura
poderosa y com pleja, que m ediatiza maneras opuestas de valorar
la im portancia hum ana de la economía.
En las culturas occidentales y sudam ericanas existe una m i
tología abundante relacionada con el hombre que se aparta de la
com unidad para ven d er su alm a al diablo a cam bio de riquezas,
que no sólo no son de utilidad, sino que son precursoras de
desesperación, destrucción y muerte. ¿Qué es lo que sim boliza
este contrato con el diablo? ¿La antiquísim a lucha entre el bien
y el mal? ¿La inocencia de la pobreza y la m aldad de la riqueza?
Más que todo esto, el legendario contrato con el diablo es una
denuncia de un sistem a económ ico que obliga a los hom bres a
trocar sus alm as por los poderes destructivos de los artículos de
consum o. De la plétora de sus significados, interrelacionados y
con frecuencia contradictorios, el contrato diabólico es notable
en este aspecto: el alm a del hom bre no se puede com prar ni
vender, pero, en determ inadas condiciones históricas, la hum a
nidad se ve am enazada por esta form a de trueque com o un m edio
de subsistencia. Al hacer un recuento de esta fábula de! diablo,
el hombre ju sto enfrenta la lucha del bien y del mal en térm inos
que sim bolizan algunas de las contradicciones m ás agudas de las
econom ías de m ercado. El individuo queda dislocado de la
com unidad. La riqueza existe paralelam ente a una pobreza aplas
tante. Las leyes económ icas triunfan sobre las de orden ético. El
objetivo de la econom ía es la producción, no el hom bre, y los
artículos de consum o gobiernan a sus creadores.
Hace m ucho que el diablo se borró de la conciencia del m undo
occidental; no obstante, los problem as sim bolizados en un co n
trato con él siguen siendo tan conm ovedores com o siem pre, no
importa cuánto hayan sido oscurecidos por un tipo nuevo de
fetichismo donde los artículos de consum o aparecen com o su
propia fuente de valor. Es contra esta ofuscación, el fetichism o
de la m ercancía, que se dirigen tanto este libro com o las creencias
diabólicas. El concepto de fetichism o de la m ercancía, según lo
adelantara Karl M arx en E l capital, es básico para mi decons-
trucción del espíritu del mal en las relaciones capitalistas de
producción. El hecho de plasm ar el mal en un fetiche con la
im agen del diablo es una im agen que m ediatiza el concepto entre
los m odos precapitalistas y capitalistas de objetivar la condición
hum ana.
La Parte I de este libro tiene que ver con la historia social de
los esclavos africanos y sus descendientes en las plantaciones
azucareras del occidente de Colom bia. Junto con mi com pañera*
y colaboradora A nna Rubbo. pasé casi cuatro años en esa área y
sus alrededores. Trabajam os sobre todo com o antropólogos, y
nos vim os involucrados en la organización política de los cam
pesinos m ilitantes, que floreció allí a principios de la década de
1970. Tal experiencia y la inform ación etnográfica que pudim os
reunir en todo ese tiempo, constituyen ¡a base de la prim era m itad
de este trabajo. Sin la ayuda de A nna y la colaboración activa de
los cam pesinos y jornaleros involucrados en esa lucha, este libro
no se hubiera podido escribir. Gran parte del C apítulo 3 ya
apareció previam ente zn M a rxist Perspectives (verano de 1979),
y el C apítulo 6 contiene buena parte de un artículo que publiqué
en C om parative Studies in Society and H istory (abril de 1977).
La Parte II trata de la im portancia del diablo en las m inas de
estaño de B olivia, y aquí tuve que apoyarm e fuertem ente en los
escritos de otros. Me fueron especialm ente im portantes los va
liosos trabajos de June Nash, Juan Rojas, John Earls, José María
A rguedas, Joseph Bastien y W eston La Barre, quienes están
citados en la Bibliografía. T engo una deuda de gratitud con ellos
y con muchos otros, a los que me referiré progresivam ente en las
páginas siguientes.
Q uiero expresar mi agradecim iento a las siguientes institu
ciones, que desde 1970 financiaron mi trabajo de cam po en el
occidente de C olom bia: la U niversidad de Londres, el Program a
de Becas para A reas Extranjeras, la Fundación W enner-G ren, la
F undación N acional de Ciencias y la Escuela R ackham de Estu
dios para G raduados de la U niversidad de M ichigan, en Ann
A rbor. Deseo dar especialm ente las gracias a David Perry, de la
U niversidad de C arolina del Norte, por su m eticuloso trabajo de
edición.
• E n e s p a ñ o l e n el o r ig in a l.
Y el Señor dijo a Satanás: “¿De dónde vienes
tú ? " Y Satanás contestó al Señor diciendo: "De
haber recorrido la Tierra y de haber caminado
mucho por ella".
JOB 2:2
I n t e r p r e t a c io n e s
E l FETICHISMO DE LA MERCANCÍA
Bando Campesino
del sur del Valle del Cauca, 1972.
3. LA RELIGIÓN ESCLAVA Y EL SURGIMIENTO
DEL CAMPESINADO LIBRE
Los Conjuradores y los Milagreros no son cosa rara entre los Negros;
creen firmemente en ellos, pero de una manera distinta que nuestros
Ridículos Opinionisias Europeos, quienes están convencidos que
ningún Conjurador puede hacer ninguna hazaña sin la ayuda del
Diablo. Pero por el contrario, los Negros no dudan de que “se trata
de un don de Dios”, y aunque en la realidad no es más que un engaño,
ellos, ignorantes del Fraude, se lo toman como un Milagro que está
más allá de los poderes Humanos; pero el Diablo puede no participar
en lo absoluto de tal Honor, que le atribuyen enteramente a Dios
(1967: 157-158).
Señor Arboleda:
¿Quién se cree usted que es? ¿Por casualidad cree usted que todavía
está en Quinamayo con su hermano el granadino Calígula y su
ejercito de bandidos que sacrificaban a los pobres? ¿Cree usted que
vamos a seguirle tolerando su bellaquería? Alerta, Doctor de la
Venganza; es un escándalo que un hombre como usted que tiene
[antas m aneras de ganar dinero le robe a las pobres mujeres su
derecho a hacer licor, que es el único medio de subsistencia que les
queda después que usted y su hermano nos robaron durante la
revolución. ¡Es usted un ladrón cualquiera, un asesino, infame y
desvergonzado! Quítese los pantalones y cúbrase con arbustos. ¿Qué
ha venido a hacer aquí? Robarnos. No crea que hemos olvidado todo
el mal que ha hecho. La hora de la venganza está próxima. Nunca
olvidarem os los pelotones de fusilamiento de San Camilo y Palmira,
ni las horcas de Piendomo, o las órdenes de su hermano de matar de
hambre a los prisioneros. ¿Usted cree que también nos va a m atar de
hambre, quitándole a las mujeres sus ingresos? Si eso es lo que cree
está equivocado, porque aquí nadie le tiene miedo. Tenga cuidado,
no vaya a ser que el licor resulte su forma de pagar sus deudas. Cuide
que su m aldad y su vida criminal no lo hagan terminar como a su
hermano [quien fue asesinado en 1S62); a cada César su-Bruto. Es
mejor robarle 300 000 pesos o más al gobierno, que hacerle la guerra
a las m ujeres por el licor, porque esto es muy ridículo. Tenga
cuidado, o la gente va a reclamar su derecho, porque somos libres y
soberanos; ya no es usted Jefe de Estado de los Godos [los conser
vadores], que como en 1861 podían robar y matar.
Algunos enmascarados
Los negros del río Palo están constantem ente en pie de guerra. Si
continúan haciendo todo lo que les plazca, y porque aquí no hay
tuerzas que protejan a los terratenientes y ninguna forma de hacerlos
entrar en razón, deberemos apelar al gobierno liberal para ver si él
puede aplicar la fuerza. Porque estos negros que están atacando a los
oligarcas, también son una amenaza para el gobierno actual.
Los negros tenían una razón personal p ara arm arse y pelear,
puesto que los A rboleda estaban tratando de sacarlos de su
refugio en las m árgenes del río Palo. D esde el siglo XVin, los
cam pam entos de esclavos fugitivos en esta área habían sido un
factor irritante para los A rboleda. C on la p roducción de la
hacienda en declinación constante, los A rb o led a buscaban ahora
estas tierras fértiles, en un intento d esesp erad o por rom per la
independencia de los pequeños pro p ietario s y para, de paso,
vender sus tierras.
Los negros tenían un tem or constante de que los volvieran a
esclavizar. Cuando A lfonso puso a un lado una cierta cantidad
de arroz y plátanos, corrió el rum or de que él y el gobierno estaban
a punto de apoderarse de los hijos de los negros para venderlos
en otro país, como Julio A rboleda había hecho en 1847. “A partir
de esto”, le escribió A lfonso a su padre, “puedes calcular el odio
que hay contra nosotros, y puedes tam bién inferir que el robo de
los d epósitos de cacao no proviene de otro lado que de com pra
dores de cacao, quienes propagan estas m entiras. Lo peor es que
los negros creen estas historias y están alarm ados”.
A lfonso quería reequipar la fábrica con m aquinaria nueva de
los E stados Unidos, pero la constante am enaza de revolución
paralizó sus negocios. En 1882, con el colapso del boom de la
quinina, única exportación de la región, el dinero dejó de circu
lar. Los pocos trabajadores que pudo conseguir para la-fábrica lo
hacían enfurecer por su pereza y sus fie sta s constantes. “Es
im posible conseguir trabajadores, aunque uno se encuentra todos
los días con holgazanes”.
La s c o n t r a d ic c io n e s d e l p e r io d o d e t r a n s ic ió n
Aún hoy, los cam pesinos del austral Valle del Cauca, d escen
dientes de los esclavos de A rboleda, hablan de los partidos
políticos y de la Iglesia en térm inos de la estructura de sentim ien
tos forjada en el yunque de las form aciones sociales en contien
da, cuando la historia aportaba un destello de posibilidades y
transform aciones alternativas. “¿Los sacerdotes? algunos son
menos repulsivos que otros”. Cristo fue generoso y fundó la
doctrina liberal. Los conservadores deseaban conservar el mal y
esclavizar nuevam ente a los negros. Un anciano cam pesino,
Felipe C arbonero, cuando en 1972 se le pidió que explicara las
diferencias entre los dos partidos, respondió con acentos p areci
dos a los de los liberales radicales intelectuales de m ediados del
siglo XIX.
Hasta hoy esto existe. En una carta, el doctor Laureano Gómez (el
líder conservador a quien se considera como instigador de la violen
cia), dijo que iba a terminar con los negros porque casi todos ellos
eran liberales. Que los mataría o los transformaría en conservadores.
Es por eso que empezó la violencia, y golpeó sobre todo a la raza
negra. Es por esto que hasta lioy en día la carta de Arboleda es
significativa.
Todo es uno
Y uno está en todo.
En lo uno va todo.
Puesto que todo se divide en dos;
Una sola cosa está siempre dividida.
R ic a r d o H o lg u ín ,
dueño de la hacienda Perico Negro.
Antes que los ricos invadieran aquí, sólo estábamos nosotros los
cam pesinos. Cada familia tenía su ganado, dos o cinco. Había mucha
carne y leche y plantaciones de arroz, maíz, plátanos, y un poco de
cacao y café. No había máquinas para moler el café. Lo hacíamos
con una piedra. Hacíamos muy poco chocolate porque daba cólicos.
Cultivábam os tomates cerca de la casa, cebollas y también m andio
ca. ¡Pero hoy! ¡No! ¿Dónde podríamos plantar?
Antes de que los ricos entraran por la fuerza, los campesinos tenían
grandes tincas. Eran grandes plantaciones de cacao. Ya todo se ha
ido, todo. La leche era muy abundante. La carne era abundante sin
preparación. No había que cocinarla. Uno se servía una rodaja. Los
plátanos, grandes y más que suficientes. Fruta, toda la que uno
quisiera. Si uno no la quería, entonces otro podía llevársela. La vida
era más que fácil. Uno llegaba a cualquier parte y ahí le servían
comida, le daban hospitalidad y le pedían a uno que se quedara. La
única cosa que comprábamos aquí era la sal, y a veccs ropa y algo
con qué cubrirnos. De aquí a allá no había nada más porque el
cam pesino producía lodo. Nunca se compraba comida. El jabón se
hacía con cenizas y sebo. Las velas se hacían en casa. ¿Animales,
como los caballos? Si alguien necesitaba uno, se lo prestaban. En
esos tiempos casi no había explotación; la gente se prestaba todo.
¿Yo necesitaba su toro para reproducir la leche de vaca? Usted me
lo prestaba. Usted necesitaba mi caballo. Y o se lo prestaba, y así con
todo.
Una nieta de los H olguín, que en esa época estaba sup erv i
sando la finca, cuenta que en venganza por cercar la tierra y
quedarse con las pasturas, M ina y sus seguidores m ataban el
ganado y dejaban los esqueletos con una marca que decía “esto
lo hizo M in a”. Esos hom bres se habían hecho fam osos y habían
dem ostrado sus dotes de jefes guerrilleros durante la G uerra de
los Mil D ías, casi siem pre del lado del Partido Liberal.
En 1915, unos dos años después que los H olguín regresaran
a la región para reclam ar su patrim onio, fue tan grande la alarm a
por las atrocidades de M iña, que el gobierno despachó un cuerpo
perm anente de la Policía N acional para que se quedara en el área
de Puerto T ejada y tratara de seguirle el rastro (G obernador del
Cauca, 1915: 2).
En su inform e anual de 1919, el gobernador del departam ento
del,C auca se quejaba am argam ente del nivel de inestabilidad
social en el área de Puerto T ejada, que atribuía a “la anorm alidad
económ ica” del m om ento, a las dificultades con que la gente
debía enfrentarse para poder alim entarse, y a la falta de una
colonia penal. Instaba a la form ación de un cuerpo especial de
policía que “diera garantías a los hacendados y al negocio del
com ercio g anadero” (G obernador del Cauca, 1919: 4).
D urante las elecciones provinciales de 1922 (según los in
formes del gobierno), la policía apenas si pudo evitar el asesi
nato de blancos conservadores planeado por cam pesinos negros
del distrito de G uachene, unas cinco m illas al sudeste del
m unicipio de Puerto Tejada. Ese m ism o año la policía recibió
instrucciones de contener los ataques co ntra los terratenientes
del distrito de T ierradura, seis m illas al este. Los cam pesinos se
habían propuesto invadir y ocupar las tierras que habían sido
cercadas (G obernador del C auca, 1922: 4, 6). La tierra en
cuestión había sido ocupada por la em presa de Eder, La C o m
pañía A grícola del Cauca, y hoy en día esta tierra es una de las
plantaciones de azúcar m ás grandes de toda la república: El
Ingenio C auca, propiedad de la fam ilia Eder. Los cam pesinos
planteaban (y ¡o siguen haciendo) que la tierra pertenecía a los
pequeños propietarios locales porque era tierra de indiviso, y
desde 1922 el área sufrió rep etid as invasiones p o r parte de estos
cam pesinos y sus d escen d ien tes; esto ocurrió, p or ejem plo, a
m ediados d e los años cuarenta, y luego en 1961 (cf., Instituto
de P arcelaciones, 1950).
La c o m e r c ia l iz a c ió n d e l a AGRICULTURA c a m p e s in a :
La v io l e n c ia
La n a t u r a l e z a d u a l d e l p r o l e t a r ia d o
Con los precios tan altos de ¡a comida y los salarios tan bajos, los
trabajadores no tienen más remedio que trabajar muy duramente para
poder pagar sus necesidades. Algunos ni siquiera interrumpen para
comer. Cuando el otro día, un sábado, un hombre cayó al suelo con
dolores de estóm ago, los demás casi no le prestaron atención. El
capataz le exigió que siguiera trabajando. El hombre pidió un poco
de agua, pero el jefe le dijo que se tenía que levantar y trabajar. Aún
seguía caído en el campo de caña cuando llegó el camión que llevaba
a los trabajadores de vuelta al puchlo, y lo dejaron. Ahí se quedó
todo el fin de sem ana; cuando regresaron el lunes estaba casi muerto,
lo llevaron al hospital y le dieron suero, pero poco después murió.
Los trabajadores están tan ocupados en sacar el dinero suficiente para
vivir que únicamente se concentran en lo que están haciendo. No
tienen tiempo para pensar en nadie o nada que no sea lo que están
haciendo.
El a r t e d e l t r a b a jo c a m p e s in o
La a r t ic u l a c ió n d e l o s m o d o s d e p r o d u c c ió n
Según una creencia am pliam ente difundida entre los cam pesinos
de esta región, los trabajadores varones de las plantaciones hacen
a vcces contratos secretos con el diablo con el fin de increm entar
la productividad, y por lo tanto, sus jornales. A demás, se cree
que el individuo que hace el contrato va a m orir prem aturam ente
y con grandes sufrim ientos. M ientras viva, no será más que un
títere en m anos deí diablo, y el dinero obtenido de dicho contrato
será estéril. No puede servir com o capital productivo, sino que
se lo debe gastar inm ediatam ente en artículos que se consideran
lujosos, tales com o las ropas finas, licor, m antequilla y demás.
Invertir este dinero para que produzca m ás dinero -o sea usarlo
com o c a p ita l- es llam ar a la ruina. Si uno com pra o renta algo
de tierra, ésta no producirá. Si uno com pra un leclión para
engordarlo o venderlo, el anim al enferm ará y morirá. A dem ás,
se dice que la caña de azúcar cortada así, ya no vuelve a crecer.
La raíz morirá y la tierra de la plantación dejará de producir hasta
que se le haga un exorcism o, se vuelva a arar y se plante
nuevam ente. A lgunas personas dicen que si bien el dinero que
se obtiene con la ayuda del diablo n o ,sirv e para co m prar las
m ercaderías que ya m encionam os, se le debe com partir con los
am igos, que sí lo pueden usar com o dinero com ún y corriente.
Se supone que ei co ntrato se lleva a cabo en el secreto más
absoluto, individualm ente, y con la ayuda de un brujo. Se prepara
una figurita antropom órfica, a la que llam an m uñeco, usualm ente
con harina, y se hacen conjuros. E ntonces el trabajador varón
esconde la figurita en un lugar estratégico, en su lugar de trabajo.
Si es un cortador de caña, por ejem p lo , la pone en el lugar m ás
alejado de las hileras de caña que tiene que cortar, y va trabajando
en dirección a ella, y a m enudo canta m ientras va cortando su
ringlera. A veces, ju sto antes de co m en zar su trabajo, se dice jiña
oración especial. O tro aspecto de la creencia es que el JiomjDní
que trabaja con el m uñeco no necesita trabajar m ás duro que los
dem ás com pañeros.
M uchos capataces y hasta adm inistradores creen en el u so del
m uñeco; tienen m iedo, y si sospechan de alguien lo despiden
inm ediatam ente. C uando esto ha ocurrido, se cuenta, el trabaja
dor no opuso resistencia. T odos los capataces m antienen un ojo
avizor, y desconfían m ucho de todo aquel que produzca m ás de
lo habitual. A lgunas personas notan que a los industriales de la
agricultura no les gusta que los trabajadores hagan más de una
pequeña cantidad prefijada. La sensibilidad de todos los in v o lu
crados puede ser aguda, y la creencia afecta la actividad diaria
de diversas m aneras. Los trabajadores de las plantaciones le
hacen brom as a aquel m iem bro de la cuadrilla que aventaja a los
demás, diciéndole: “ ¡C óm o te viniste hoy con los m uñecos'.’’ De
paso, hay que tener en cuenta que esta creencia no es sólo de los
m ás ignorantes y crédulos: los trabajadores campesino.s m ilitan
tes, líderes de m odernos grupos políticos, tam bién creen en estos
contratos con el diablo.
Como las historias y relatos sobre los pactos con el d iablo se
cuentan con mucha circunspección y en un estilo narrativo que
habla de tales contratos com o activ id ad es de terceras personas,
un observador cultural de fuera, com o un etnógrafo, no puede
tener la certeza de que dichos co ntratos realm ente se efectúen o
si solam ente se cree que ocurren. Para mis propósitos esto no
importa, porque lo que me interesa es la creencia colectiva. Sin
em bargo, se puede afirm ar que los contratos con el diablo sí se
llevan a cabo, aunque sospecho que no con tanta frecuencia
com o la gente cree. C onozco bastante bien a dos curanderos que
se ocupan de arreglar esos contratos, y uno de mis mejores
am igos m e contó la siguiente historia referente a su prim o, de
veintidós años de edad, quien hacía no m ucho había hecho un
p acto con el diablo. N o tengo dudas sobre la autenticidad de esta
historia. Este prim o era oriundo de la costa del Pacífico, y siendo
un m uchacho jo v en llegó a la plantación del pueblo de Puerto
T ejada; durante su adolescencia trabajó interm itentem ente en las
plantaciones y tambie'n visitó algunas veces a su padre, en la
costa del Pacífico, donde adquirió conocim ientos de magia.
C ada vez le disgustaba más el trabajo en las plantaciones, por lo
q u e d ecidió hacer un pacto con el diablo. Para acrecentar su ya
considerable acervo cultural sobre la m agia, com pró varios
libros sobre el (ema en el m ercado local y los estudió. U n día se
fue a un cam po de caña de azúcar y le arrancó a un gato negro
su corazón palpitante, sobre el cual recitó una oración. A penas
lo hubo hecho, se desencadenó un viento trem endo que rugió por
toda la plantación. A terrorizado, huyó. “ Lo hizo para venderle
su alm a al diablo, para poder tener dinero sin trabajar”, dijo mi
inform ante.
M odos d e in t e r p r e t a c ió n
La cosía
Las m ujeres
Se cree generalm ente que las m ujeres que trabajan en ías plan
taciones por un jornal no hacen pactos con el diablo. Una vez
m ás, esto sigue la lógica de la creencia, porque las m ujeres son
las principales (si no las únicas) encargadas del hogar en general
y de los hijos en particular. Como aquellas pertenecientes a la
categoría arístoteliana de una “econom ía dc¡ hogar” (oecono-
m ia), se entiende que están involucradas en una em presa pro d u c
tiva cuyo objetivo no es la ganancia pura. “En la adm inistración
de la econom ía del hogar, las personas son m ás im portantes que
la propiedad m aterial, y sus cualidades tienen m ás peso que el
de las m ercaderías que representan su fortuna” (A ristóteles,
1962: 50-51). Como el dinero obtenido de las plantaciones a
través de contratos con el diablo induce a la esterilidad y destruye
el crecim iento, uno obviam ente no lo puede usar para criar a los
hijos.
Se dice que las mujeres están muy im plicadas con la m agia
porque em plean la brujería contra las am antes de sus consortes
y, con m enos frecuencia, contra los m ism os consortes infieles.
En la m ayoría de dichos casos, la brujería tiene lugar cuando una
de las m ujeres involucradas está em barazada o dando a luz. Esta
brujería redentora está dirigida al proceso de reproducción y no
a la producción m aterial, com o ocurre con el contrato con el
diablo que realizan los proletarios varones. Cuando un hom bre
se ve directam ente afligido por esta magia del amor, se transfor
ma en un tonto enferm o de amor, atado para siem pre a la m ujer
que le hizo el hechizo.
Lo que sigue es un ejem plo de este rito secreto cuyo objetivo
es “atar” a un am ante desleal, el cual, com o sucede tan a m enudo,
com ienza a fallar en aportar el sustento eje sus hijos: I-a m ujer se
consigue un cigarro, una vela com pleta, cuatro fósforos y un
cabo de otra vela. El ritual es más eficaz si el cigarro y la vela
entera se com pran con el dinero del esposo infiel y si los dem ás
objetos se com pran con dinero que presta alguien ostensiblem en
te perverso; tres de los fósforos se usan a la vez para encender el
cigarro; cuando la m ujer lo com ienza a fum ar, la vela entera se
corta por )a m itad; cuando ya ha fum ado la mitad del cigarro,
enciende el cabo de vela y luego la m itad de la otra; entonces
tiene que fum ar lo que queda del cigarro a la m ayor velocidad
posible, em itiendo grandes nubes de humo sobre las velas, y
concentrándose profundam ente en el hom bre en cuestión, cuyo
nom bre era C a ta lin a Cuando la ceniza caía, ella la pisaba,
cantando, “Caiai'mo, hijepula, Catalina, hijcpuia, Catalino, hi-
je p u ia ”. A lgunas variantes de este procedim iento incluyen dar
vuelta al cigarro de manera que el extrem o encendido quede
adentro de la boca mientras se echan bocanadas, usar cuatro
cigarros pero fumar solam ente dos, arrojarlos al aire para que
hagan una voltereta y cantar "V enite hijepuía, Venite hijeputa;
párete hijeputa; p á re te hijeputa
Si bien una parte del sim bolism o es oscuro, buena parte de él
es obvio. Está presente la m agia contagiosa en la com pra de los
objetos con el d inero del hom bre que se quiere hechizar, y
tam bién con el dinero de alguien notoriam ente malo. D etrás del
principio de la m agia contagiosa, uno saca en limpio que en
ciertas situaciones, el intercam bio de m ercaderías y dinero im
plica una noción de que corporizan y transm iten la esencia
espiritual de una persona. La inversión y el hecho de cortar por
la m itad los ob jeto s rituales tam bién responde a leyes de la m agia
sim pática, cuyo objetivo es invertir la situación social en la que
están inm ersos la m ujer y el hom bre. La vela y el cigarro, am bos
encendidos, presum iblem ente sim bolizan la potencia sexual del
hom bre. La vela se corta por la m itad y se aplasta la ceniza o
sim iente que cae dei cigarro encendido, lo que sim bólicam ente
destruye su po tencia y sim iente con otras m ujeres. Ai m ism o
tiem po el rezo lo m aldice en térm inos claros, y exige su regreso.
La m agia no tiene cóm o aum entar las ganancias. El rito está
dirigido a d estru ir la potencia del hom bre que va más allá de su
com pañera en la reproducción, y en dicho m om ento pasa a
relacionarse con la inversión de capital que busca sim plem ente
la ganancia. Este hom bre puede y debe quedarse dentro de los
lím ites de la oeconnm ia para m antener a su esposa e hijos, y para
que no incurra en m ultiplicaciones irresponsables. El sistem a de
intercam bio entre un hom bre, una m ujer y sus hijos, se ve
am enazado si el hom bre se em barca en un sistem a distinto de
intercam bio, basado en las ganancias o provechos sin fin. La fe
en el rito m ágico es una m anifestación de la virtud del antiguo
sistem a y de la falta de legitim idad del nuevo.
La c o s m o g o n ía
L a COSMOLOGÍA ESTABLECIDA
La in c r e d u l id a d y l a s o c io l o g ía d e l m a l
Las a n t in o m ia s d e l a p r o d u c c ió n
Hace mucho tiempo que padecemos los enormes daños que nos
infligieron los señores de la industria dedicados a beneficiarse con
la caña de azúcar [...] para la cual toman agua del río Palo sin ningún
tipo de control [...] sin poner en práctica ni respetar las normas
sagradas que están escritas en los libros de leyes. Mientras esté en
vigencia la justicia basada en la igualdad, la justicia como la voz de
Dios, solicitamos su atención.
El f e t ic h is m o y l a h e r m e n é u t ic a
El b a u t is m o d e l d in e r o y e l NACIMIENTO d e l c a p it a l
José,
¿te vas o te quedas?
¿te vas o le quedas?
¿le vas o te quedas?
Llam ándolo por su nom bre, se le pregunta al billete tres veces
si va a regresar a su dueño o no. Si todo funciona com o debe, el
billete pronto volverá a su padrino, llevando consigo una gran
cantidad de dinero. Esta transferencia se lleva a cabo en forma
invisible.
Una fam ilia negra de clase m edia era propietaria de una tienda
del pueblo, ubicada en una esquina. A tíledia m añana, cuando la
esposa se encontraba sola, se dirigió a la parte de atrás, pero
regresó rápidam ente porque creyó oír un ruido en la .gaveta del
dinero. C uando la abrió, vio que todo el efectivo había-desapa
recido. E ntonces recordó el com portam iento peculiar de uno de
los clientes de esa m añana,y sed io cuenta d e q u e le había pasado
un billete bautizado. Tan pronto le dio la espalda, el billete había
desaparecido con todo el dinero de la caja registradora.
En un concurrido superm ercado, en la gran ciudad vecina, un
guardia de la tienda oyó que una mujer que estaba de -pie junto
a una de las cajas canturreaba para sí “¿G uillerm o? ¿Te vas o te
quedas? ¿Te vas o te quedas? ¿Te vas o te quedas?” . Inm ediata
mente se dio cuenta de que había pasado un billete bautizado y
que estaba esperando que éste regresara, junto con el resto del
dinero de la caja, y la arrestó. Se la llevaron, y nadie sabe qué
fue lo que pasó después.
U no de ios pocos negros dueños de tiendas del pueblo a quien
le ¡ba bien, se salvó de una gran pérdida únicam ente p or una
coincidencia poco com ún. M ientras atendía en la tienda, le llam ó
la atención un extraño ruido en la caja registradora. C uando fue
a espiar vio dos billetes peleándose por adueñarse de todo su
contenido, y cayó en la cuenta de que dos clientes, cada cual con
su billete bautizado, acababan de hacerle un pago y estaban
esperando su regreso. .E sta extraña coincidencia le perm itió
evitar que se desvaneciese todo el contenido de la caja.
Nota: D = Dinero; D' = Dinero más intereses sobre ese dinero, o sea, capital.
Natural Antinatural
animal D
cría
dinero _ destructivo
capital productivo
C o n c l u s ió n
Las supersticiones del V alle del C auca que nos ocupan, esto es,
el contrato con el diablo y el bautism o del dinero, se revelan
com o creencias que respaldan sistem áticam ente la lógica de la
contradicción entre el v alor de uso y el valor de intercam bio. Al
hacerlo, estas creencias son idénticas a los postulados básicos dé
la econom ía aristotélica, a la doctrina dom inante de la econom ía
postulada por A quinas y otros de fines de la Edad M edia, y son
prem isas básicas del m arxism o. Estas supersticiones no son
vestigios confusos d erivados de una era anterior donde la vida
cam pesina o 1a influencia de la Iglesia estaban más intactas, sino
form ulaciones precisas que trasm iten una crítica sistem ática de
la intrusión del m odo de producción capitalista. Como se m ani
fiesta en estas creencias, la sensibilidad ante la distinción entre
el valor de uso y el valor de intercam bio no es resultado de la
nostalgia o de ideales m om ificados de los días en que florecía el
m odo de producción cam pesino, ni se puede explicar únicam ente
como resultado de [a coexistencia de cierta producción c am p e
sina con el m odo de producción capitalista en desarrollo; tam
bién se debe al hecho de que la “ econom ía de barrios b ajo s” de
los cam pesinos recientem ente urbanizados es igualm ente una
econom ía basada en un m ayor grado en las prácticas de los
valores de uso.
El paradigm a de racionalidad implícito en estas form ulacio
nes depende en gran m edida de la razón análoga. Las ex p lica
ciones analógicas im plican una versión de lo no fam iliar en
térm inos de lo fam iliar, y el m odo de razonam iento analógico
que se cuestiona aquí es esencialm ente holístico y dependiente
del hecho de identificar las cosas por sus relaciones con con ju n
tos m ás grandes. Por otro lado, el paradigm a causal que tan
concienzudam ente lia penetrado en las m odernas ciencias socia
les de O ccidente, y en la co rriente principal de lo que se llam a
pensam iento occidental desde el si^lo XVII, es esencialm ente
atom ista y reduccionista; define la identidad pui la cosa m ism a
y no por la relación con el contexto de que tal cosa es parte.
El m odo de razón analógica de que ya hablam os, parece
usarse m ás prolífica y conscientem ente en las culturas guiadas
por una economía de valores de uso, y com o S J . Tam bíah explicara
tan elegantem ente en su interpretación de la m agia Zande, el
conocim iento de su lógica y su sistem atización, disipa [as con
fusiones peyorativas que están im plícitas, cuando tales creencias
se sujetan a los cán o n es de validez que están corporizados en la
m oderna m itología positivista y en la filosofía social utilitaria
(1973). Sin em bargo, en lo que T am biah se queda corto, es en
no haber considerado el sistem a m etafísico subyacente, del que
extraen su significado los términos de tales analogías. A unque
ya representa un gran servicio haber d em ostrado cóm o se pueden
postular conexiones e influencias aparentem ente fantásticas en
tre fenóm enos, sosteniéndolas en las propiedades puram ente
form ales de un conjunto analógico, la ontología indígena tam
bién se debe tener en cuenta. Al subrayar las características
form ales de la racionalidad analógica, nos da una com prensión
de la precisión sistem ática que está'vinculada con los m odos de
explicar que no está basada únicam ente en el paradigm a de causa
y efecto. Pero esto no nos lleva m ucho más allá del anáfisis del
siglo XIX, de T y lo r y Frazer, quienes expusieron sus logros
intelectuales y tam bién lo que consideraron el error fatal vincu
lado con las fórm ulas analógicas de la m agia: esto es, el error,
si se tom aran estas fórm ulas com o m edios instrum entales para
adquirir algún bien concreto. Pero si no supeditam os estas fór
m ulas a la exigencia m oderna de explicar tales cosas a partir de
su utilidad, entonces no es una ciencia errónea sino una afirm a
ción sobre el significado del m undo lo que confrontam os en estas
expresiones m ágicas. E vans-Pritchard habló en contra del reduc-
cionism o psicológico y el utilitarism o de T ylor y Frazer, dicien
do que las fórm ulas m ágicas no son hechos psicológicos sino
sociales, cuyo verdadero valor radica en el lenguaje de las
relaciones sociales y en el legado ineludible de la cultura (1933).
Para parafrasear el fam oso aforism o de D urkheim relativo a la
religión, la m agia es la sociedad que se hechiza a sí misma.
V olviendo a las analogías que constituyen creencias mágicas,
tenem os por lo tanto que preguntar: ¿por qué, en prim er lugar,
ciertas propiedades, y no otras, se consideran relacionadas ana
lógicam ente? A unque podem os m arcar la relación analógica
entre dinero y capital, por ejem plo, y dem ostrar el problem a y la
solución a que conduce tal analogía, aún no estarem os sino
apuntando a un conjunto de supuestos, cuyo significado en
últim a instancia se apoya en una base distinta de las presentes en
las propias reglas de razonam iento formal. A esta base se le ha
de encontrar en la m etafísica y en la filosofía social del grupo en
cuestión, y en este caso específico, una dim ensión im portante de
esa filosofía está transm itida en el paradigm a de la econom ía de
valores de uso, en tanto y cuanto dicho paradigm a transm ita el
significado de la m ercantilización y la concretización.
El m odo de razonam iento analógico es obligatorio en las
econom ías de valores de uso, porque las cosas no se ven com o
sus factores constitutivos sino com o las corporizaciones de redes
que guardan una relación entre sí. Las cosas interactúan por los
significados que com portan, significados transitorios, sensorios,
interactivos, a n im ad o s-y n o p o rlo ssig n ific a d o sd e fuerza física,
prisioneros en la celda privatizada de la cosificación encerrada
en sí misma.
Los tipos de analogía que se tom aron de los ejem plos extraí
dos del V alle del C auca son interesantes en el sentido que la
relación de causa y sim ilitud entre los térm inos aislados que
form an estas analogías, dependen del conjunto total, y no se dan
en los térm inos mism os. El concepto de “ causa” vinculado con
esto no es el de causalidad m ecánica, sino el de patrón, asocia
ción y propósito. N ada m ás que una inm ensa confusión puede
resultar de supeditar este concepto al paradigm a mecánico de
fuerzas interactuantes, lo que es sim ilar a hacer rebotar bolas de
billar o a engranar ruedas dentadas; de ah í que al ser presentada
bajo tales form as de razón, la óptica de concretización las co n
sidera irracionales. Al describ ir las propiedades del siguiente
tipo de analogía, que es el m ism o tipo que tocam os antes, Hesse
señala que las relaciones de sim ilitud en un nivel horizontal son
dependientes del particular sentido establecido por las relaciones
verticales (1963).
padre estado
hijo ciudadanos
E rn e s to C a rd e n a l,
“La economía de Tahuantinsuyu”
En el tiro de las m inas de estaño que se encuentran en las
m ontañas de alrededor de la ciudad de O ruro, Bolivia, lo?
m ineros tienen estatuas que representan al espíritu que es dueño
de las m inas y el estaño. Estos iconos, co n o cid o s com o el diablo
o el T ío, pueden ser tan pequeños com o una m ano o tan grandes
como un ser hum ano. T iene el poder de la vida y la m uerte sobre
las m inas y los m ineros, quienes hacen ritos de sacrificios e
intercam bio de ofrendas al espíritu que representan los ¡conos;
la m anifestación contem poránea del poder precolonial de la
m ontaña (N ash, 1976: 27; C ostas A rguedas, 1961, 2: 303-304).
El cuerpo está esculpido con m ineral. Las m anos, rostro y
piernas están hechos de barro. A m enudo, los ojos se forman con
trozos brillantes de metal o focos de luz de los cascos de los
m ineros. Los dientes p u ed en 'ser de vidrio o de cristal, afilados
com o clavos, y la boca está entreabierta, a la espera de las
ofrendas de coca y cigarrillos. Las m anos están extendidas para
recibir al licor. En la mina "Siglo XX”, el icono tiene un enorm e
pene erecto. El espíritu tam bién puede tener la forma de una
aparición: un gringo rubio, barbado, de cara roja, con som brero
vaquero, parecido a los técnicos y adm inistradores que controlan
las decenas de miles de m ineros que extraen el estaño que, desde
fines del siglo x t x , ha hecho de B olivia un satélite del m ercado
m undial del consum o. Tam bién puede tom ar la forma de un
súcubo que ofrece riquezas a cam bio de la vida o el alm a del
individuo (N ash, 1972).
Sin la buena voluntad de este espíritu, que se gana por m edio
de rituales, tanto la producción m inera com o la vida de los
m ineros corren peligro. En el m ejor de los casos, el espíritu
dueño de las minas es extraordinariam ente am bivalente, porque
representa la fuerza de la vida y la fuerza de la m uerte; a m edida
que cam bia el contexto político y económ ico, cam bia tam bién
su am bivalencia. Después de los cam bios revolucionarios y de
la nacionalización de las m inas de 1952, la propiedad personal
y privada de los barones de) estaño fue rem plazada por un torpe
c o n tro l burocrático y por una dictadura m ilitar, la que de alguna
m anera, hizo que la lucha de los trabajadores por el control fuera
m ás ardua y crítica d é lo que había sido en los días de los barones
del estaño. Desde el golpe m ilitar de 1964 se suprim ieron los
rito s de los m ineros al espíritu dueño de la m ina. A firm ando que
im piden el progreso, algunos m ineros creen que es m ejor olvi
d arse de los ritos. Otros dicen lo contrario, y sostienen que el
go bierno suprim ió los ritos porque éstos m antenían la solidari
dad entre los proletarios y el alto nivel de conciencia revolucio
naria, por la que son fam osas las áreas m ineras.
C ada cam bio en el modo de producción y cada nuevo d esa
rrollo de lucha política, le agrega nuevos significados y trans
form aciones a la sim bolización y com prensión del espíritu dueño
de la naturaleza. En las com unidades cam pesinas de la altiplani
cie andina, donde individual o comunalmente los labradores ejer
cen una m edida de control real sobre los m edios de producción,
los espíritus dueños de la naturaleza difieren de los de las m inas,
do n d e reina el modo de producción capitalista. En las com uni
dad es cam pesinas, tam bién, los espíritus dueños tienen el poder
de la vida y la m uerte sobre los seres hum anos y sobre los
recursos. E specialm ente im portantes son los espíritus dueños de
las m ontañas, a quienes se personifica con frecuencia, aunque
nunca se les erigen esculturas; ellos no tienen el carácter activa
m ente m aligno del espíritu de las m inas, y los ritos en su honor
son m ucho m enos frecuentes. En la vida cam pesina, los espíritus
du eñ o s de la m ontaña se corporizan en ¡conos naturales, tales
co m o los riscos o los cantos rodados, cuya vitalidad y entereza
garantizan la vitalidad y solidaridad de la com unidad que reside
en las laderas montañosas. Los ritos de sacrificio y de intercam
bio de ofrendas para los espíritus dueños de la m ontaña ejem pli
fican y ratifican estas creencias: garantizan el suave flujo de la
producción, cuyo objetivo principal es la autosubsistencia, y
existen fundam entalm ente fuera del intercam bio m ercantil capi
talista. Al alim entar al espíritu de la m ontaña, los productores
cam pesinos se aseguran que los espíritus de la m ontaña los
alim entarán a ellos. Los intercam bios de ofrendas con los espí
ritus garantizan que ellos les van a corresponder con dones de
vida para los cam pesinos. En las com unidades que están relati
vam ente aisladas del m ercado com ercial y de la cultura com er
cial, la com prensión y la representación de los espíritus dueños
de las m ontañas responden m ás a los m otivos y benevolencia
indios que en las com unidades cam pesinas que no están tan
alejadas. La am bivalencia de los espíritus dueños está siem pre
presente, pueden por igual hacer daño o ayudar, pero el inter
cam bio ritual de ofrendas puede canalizar esta am bivalencia
hacia una salida favorable.
Ú nicam ente en las m inas, m ontañas apanaladas de organiza
ción capitalista, el espíritu dueño parece ser predom inante y
activam ente m aligno. A llí, los ritos para el espíritu dueño son
necesarios y frecuentes; sin em bargo, los m ineros están constan
tem ente al borde del fracaso, a pesar de los ritos propiciatorios.
H asta com ienzos de la década de 1950, bajo el control persona
lista de los barones del estaño, com o Sim ón Patino, los ritos de
los m ineros tenían un alto grado de legitim idad; Patiño m ism o
participaba de algunos. D espués de la nacionalización y la
reorganización de las minas bajo la égida del capitalism o estatal,
los m ineros se vieron expuestos a una situación diferente, con
contradicciones nuevas, com o parte de la nación boliviana,
teóricam ente com partían la propiedad de las minas, en sus sin
dicatos izquierdistas se luchaba continuam ente por este derecho;
sin em bargo, la adm inistración cotidiana del proceso laboral y
la reivindicación real por la distribución de la riqueza minera, no
pasaron p or sus m anos, y la dom inación burocrática, en algunos
aspectos, puede haber em peorado la situación. Ciertam ente pa
rece haber hecho su em peño aún m ás arbitrario y más anónim o,
y la violencia sangrienta del estado contra ellos no ha cesado en
lo absoluto. Con la mente en este desarrollo histórico reciente
uno percibe con m ayor agudeza las transform aciones y la am bi
valencia que marca la figura del diablo dueño de las minas, el
Tío. “Todo aquel que juega con el Tío se transforma en un
dem onio”, dijo la mujer de un m inero a fines de la década de
1960. Las m ujeres se mostraron especialm ente prejuiciosas fren
te a los cam bios organizativos, la m ecanización y las críticas
severas contra sus rebuscos m inerales. La misma mujer dijo:
Para los indios andinos que residen en las laderas del M onte
K aata, la m ontaña es un cu erp o hum ano. Sus cam p o s se usan, y
sus diferentes productos se intercam bian según las d iferentes
partes funcionales de ese cuerpo. La concepción de naturaleza y
sociedad fusionada en ese solo organism o, es sum am ente exp lí
cita aquí. A la tierra se le entiende en térm inos del cuerpo
hum ano, y al cuerp o hum ano se le entiende en térm inos de la
configuración de la tierra, culturalm ente percibida. La tierra
forma una g estalt, la gestalt del cuerpo hum ano. El pueblo
alim enta el cuerpo de la m ontaña con ofrendas y sacrificios, y la
m ontaña corresponde con alim entos para todo el pueblo. El
carácter sagrado de la m ontaña es dependiente de su totalidad:
de la naturaleza, del grupo social, de la persona, y de las tres
cosas juntas. Los rituales perm iten el desp ertar constante de la
gestalt del cuerpo, y esta gesta lt garantiza el cum plim iento de
los ciclos del intercam bio económ ico recíproco que une a la
gente entre sí y con la tierra.
C orrespondiendo a esta cosm ología, la epistem ología y onto-
logía de los habitantes de Kaata no conciben al cuerpo y la m ente,
a [a m ateria y al pensam iento, com o una dualidad. Los kaatanos
no son kantianos. “ El cuerpo incluye el yo interior”, dice B astien,
“ y las experiencias no se perciben dualísticam ente como aq u e
llas de Ja psiquis y aquellas del c u e rp o ” (1978: 43). Esto está
agradablem ente ¡lustrado por el significado de yachay (saber),
asociado con los ritualistas y con el hecho de tom ar coca. Este
no es el conocim iento de un m undo exterior a través del pensa
m iento interior, com o pretende hacérnoslo entender la epistem o
logía cartesiana y todo su legado. En cam bio, es “la om nisapien-
cia para entender los secretos del cuerpo de la m ontaña, en
térm inos del cuerpo corporal [,..] La tierra y los humanos ya no
existen com o dicotom ías, sino m ás bien com o reflejos sin fin de
espejos de formas d istintas” (Ibid: 56). Saber es estar asociado
con todo lo de alrededor de uno, y es entrar en la tierra y ser parte
de ella.
De aquí se supone que los ritos de sacrificios y de intercam
bios de ofrendas con los espíritus de la montaña no causan, de
ninguna m anera directa o m ecánica, la fertilidad y Ja prosperidad
de los cam pos. Estos ritos despiertan el p oder dorm idu de la
m ontaña, “no para controlarlo sino para experim entarlo y estar
en situación de intercam bio con é l” (Ibid: 81). En este sentido,
el intercam bio con los espíritus de la naturaleza no es un instru
m ento de utilidad, sin o una tautología y un fin en sí m ism o,
renovando los im portantes significados que los rituales hacen
visibles.
Sería igualmente un error elaborar un diccionario de las
propiedades taxonóm icas de los espíritus, sin establecer con
anterioridad el sistema total de parentesco m etafórico que une a
la naturaleza, la sociedad y los espíritus. Com o destacan los
B uechler, la identidad no es inherente a las cosas mismas sino a
las relaciones sim ilares o a las analogías que constituyen las
cosas. El hecho de adoptar el punto de vista atom ístico de la
identidad com o residente en las cosas mism as, sólo puede causar
el incurrir en el riesgo de retratar tales culturas como misceláneas
confusas de una m ezcolanza de afirm aciones de diferentes in
form antes. Frente a este resultado inevitable de la metodología
del atom ism o, el etnógrafo llega inevitablem ente a la conclusión,
con un aire de realism o funesto, de que un sistem a tradicional,
alguna vez intacto, se encuentra ahora en un desorden heterogé
neo, com o resultado de la aculturación, la m odernización, etcé
tera (cf., T shopik, 1968). Esta conclusión, que depende de los
mism os edictos del individualism o m etodológico que han lleva
do la conquista y la opresión a los A ndes, exagera hasta el grado
donde todos pensaban lo m ism o antes de la aculturación, y, por
el m ism o m ecanism o, e x a g e ra igualm ente las b rech as abiertas
por la m o d ern izació n que vendría a' frag m en tar la cultura
andina.
Es im portante notar que las analogías entre el cuerpo hum ano,
el cuerpo social y la naturaleza, forman un sistem a cultural que
es com o un idioma, con su propia autonom ía e integridad. Una
sola persona puede, y a decir verdad debe, hablar ese idioma;
pero su conocim iento de ese sistem a por fuerza es incom pleto y
está individualizado. Esto es com o la relación que Ferdinand de
Saussure planteaba entre “ idiom a” y “palabra” (langue y p a ro
la), o lo que N oam C hom sky acuñó entre “com petencia” y
“actuación”. Com o un sistem a de idioma, la cultura se hereda de
generación en generación, y es ineludible. Y com o idiom a, la
cultura cam bia sistem áticam ente, y la gente, com o seres sociales,
crean activam ente con el legado que les ha sido transm itido. De
esta forma dialéctica, el sistem a de analogías que se obtiene entre
el cuerpo hum ano, el cuerpo social y la naturaleza, nunca es
com pletam ente fijo o isom órfico. En todas ¡as esferas ocurren
cam bios. La cultura andina prueba su dinam ismo e im aginación
en la restauración constante de las asociaciones que constituyen
esta red de analogía, particularm ente cuando se le ha distorisio-
nado con la intrusión de fuerzas políticas y económ icas tales,
com o aquellas que provocan que las com unidades cedan a los
blancos tierras y recursos. Com o resultado de tales discrepancias
entre la m etáfora de la m ontana y la metáfora del cuerpo, dice
Bastien, “la lucha en los A ndes es un intento de elim inar las
discrepancias entre los térm inos análogos. Esto brinda una ex
plicación cultural para la violencia en los Andes” (1978: 194).
“Esta violencia constante es un sím bolo de la tensión dentro de
la metáfora, cuando el pueblo y la tierra no son análogos” (Ibid:
197). John Earls analizó de m anera sim ilar el resurgim iento del
mesianismo andino, y lo consideró com o una respuesta dialécti
ca a la antítesis planteada entre la form a indígena y el contenido
im puesto desde el exterior. La respuesta m esiánica es un medio
de solucion ar ese contenido im puesto y de restaurar las form as
indígenas equilibradam ente (1969). En esta conexión, las versio
nes de Earls y B astien confirm an el trabajo pionero de José M aría
A rguedas, quien dedicó su vida a ex p licare) m undo quechua, del
cual form ó parte. C om o novelista, etnógrafo y folclorista, des
plegó las im plicaciones políticas del cripto-paganism o que ha
persistido en los A ndes com o una respuesta a la colonización por
parte de O ccidente. Precisam ente por su form a de organización
destructora del alm a, los intentos capitalistas y dei Estado capi
talista de sub y u g ar al indio, abren nuevos canales para Ja expre
sión de la cultura indígena y la resistencia de sus participantes.
Se m ostró especialm ente desdeñoso hacia el argum ento según el
cual las ideologías indigenistas o pro indias de indigenismo.
pudieran transform arse en herram ientas para el beneficio de las
clases gobernantes. T anto aquellos que abogan por el im peria
lismo cultural capitalista, com o aquellos que le temen, afirmó,
com eten un error, porque están olvidando “ que el hombre real
mente posee un alm a, y que ésta raram ente es negociable” (1975:
13S).
EL CRIPTO-PAGANISMO
La ic o n o g r a f ía d e la n a t u r a l e z a
S egún B andelier, los aym ará creen que todo objeto conspicuo de
la naturaleza posee su propio núcleo espiritual que ju eg a un papel
activo en la vida de las cosas que lo ro d ean (1910: 94). Los
aym ará denom inan frecuentem ente a esos objetos achachilas,
sinónim o d e los warnanis, apus, aukis y h u a ca s que se en cu en
tran a lo largo de toda la cultura andina. T o d o s estos térm inos
pueden significar “abuelo” o antepasados. Los prim eros cronis
tas m encionaban repetidam ente que los indios consideraban a
los picos de las m ontañas entre sus p rin cip ales deidades. Es
necesario destacar que no hay ningún rastro de m aldad en los
nom bres que poseían dichos picos antes de la C onquista, aunque
los españoles se referían a ellos com o diab lo s o dem onios (cf.,
A rriaga, 1968; A rguedas, 1966).
Según W illiam Stein, el elem ento b ásico de la religión co n
tem poránea hualcan, “es su visión del m u ndo penetrado por
poderes sobrenaturales. Estas fuerzas se irradian por todo el
universo, pero al m ism o tiem po pueden estar m ás o m enos
confinadas a objetos que están ‘carg ad o s’ de ellas. Casi siem pre
estos poderes están en equilibrio, pero cu an d o alguien rom pe una
regla, se crea el deseq u ilib rio ” (1961: 295). Por m edio de estos
objetos cargados de poder, particularm ente en sitios de la natu
raleza, estas fuerzas sobrenaturales se relacionan de cerca con la
actividad y la organización social. T an im portante es este patrón
de interconexiones, que LaBarre dice, haciendo referencia a los
aym ará, que: “B ásicam ente, su religión fue y es una adoración
y una súplica a lugares-deidades fuertem ente localizadas, a veces
ancestrales y totém icas”. La consecuencia o asociación no m e
nos im portante de esto es el fuerte apego de los indios a sus tierras
ancestrales, según se evidencia por la ubicación geográfica de
sus ayllus, o grupos de parentesco. “ Es com o si” , continúa el
autor, “ los aym ará en su religión hubieran proyectado al m undo
exterior la m arcada tendencia localizada presente en su propia
organización social interna” (1 9 4 8 :1 6 5 ). El patrón d e la natura
leza es el patrón de la sociedad.
T anto antes de la C onquista como hoy en día, los m uertos y
los antepasados de linaje pueblan los iconos naturales, tales
com o los picos montañosos.. Este culto a los m uertos causó
m ucho disgusto a los m isioneros del siglo xvn, quienes no
pudieron convencer a los indios de que los entierros cristianos
en cem enterios cristianos eran una opción conveniente (cf.,
A costa, 1880: 314-315). “En muchos lugares”, escribió el padre
jesu íta Pablo José Arriaga, en 1621, “ retiraron los cuerpos de sus
m uertos de la iglesia y los llevaron a los cam pos, a sus m achays,
o lugares de entierro de sus ancestros. La razón que dan para esto
se expresa con la palabra cuyaspa, o am or que sienten por ellos”
(1968: 18). Estos m achays eran cuevas o nichos que los indios
cavaban en la roca para sus m om ias u ofrendas funerarias.
Contenían altares e im itaciones de puertas y ventanas para
com unicarse con los espíritus de sus antepasados. Los m isione
ros destruyeron las m om ias, pero los santuarios siguen existien
do. Los quechua contem poráneos describen las m om ias com o si
todavía existieran; dicen que son gente dim inuta que baila y toca
la flauta, que com e en el interior de la tierra cerca de los sitios
de las mom ias. Más aún, hay ciudades para esta gentecita (Bas
tien, 1973: 118). Los quechuas de las lierras bajas, y otras
sociedades indias de la m ontaña, describen de igual m anera a ¡os
espíritus del alucinógeno Bunistereopsis coapi. Los ven cuando
tom an la droga durante los ritos dirigidos por sus cham anes y
m odelan sus costum bres según las de los espíritus de esta gente
pequeñita.
A rriaga notó con am argura que los indios adoraban las colinas
altas, las m ontañas, y las piedras de gran tamaño. D ecían que
estos iconos n aturales una vez fueron personas, y tenían nom bre
para ellos y m uchas fábulas relativas a sus m etam orfosis. Com o
no podían qu itarlo s de la vista, la Iglesia sólo podía tratar de
arrancarlos del corazón de los indios.
Un mito de origen registrado por Cristóbal de M olina, de
Cuzco (1943: 9) (que según R owe es una elaboración d e mitos
más antiguos de los colla-aym ará, a quienes los incas con qu is
taron), relata que el creador hizo con barro los prim eros seres
hum anos. Los pintó con diferentes ropajes para los distintos
sexos, edades y grados de categoría social, le dio a cada grupo
su idiom a, alm a y ser, y los puso bajo la tierra. Finalm ente, cada
uno em ergió en su propio sitio, algunos de las cuevas, o tro s de
¡as m ontañas, otros de fuentes, lagos, árboles, y así sucesivam en
te. A partir de ah í se m ultiplicaron, y sus descendientes adoraron
estos sitios por ser los principios de sus linajes y su vida. Las prim eras
personas que em ergieron fueron convertidas en piedras, m on ta
ñas, cóndores, halcones y otros anim ales y pájaros. A todas estas
cosas se las llam ó huacas. Dice G arcilaso de la V ega, “ esta
nación vanam ente creía y hacía alardes de que sus antepasados
venían de un lago, al que supuestam ente regresaban las alm as de
los que m orían, para luego aparecer nuevam ente en los cuerpos
de los que n acían ” (1966: 52).
A rriaga observó que los ritos a los m uertos seguían el patrón
de principios de los linajes respectivos: “se agrupan alreded orde
la plaza en clanes y facciones, y llevan los cuerpos m om ificados
Je sus ancestros [...] ju n ta con los cuerpos retirados de la iglesia,
y tal parece que los vivos y los muertos vienen a ju zg a r” (196S:
19).
En la versión d e los m itos de H uarochirí del jesuita Francisco
de Á vila, queda claro que las huacas estaban ordenadas entre sí
de m anera sistem ática, y que este orden copiaba la organización
social hum ana. Este corpas de mitos es im portante porque los
huarochirí habían sido conquistados por el Estado inca pocas
generaciones antes de la llegada de los españoles. En el m ito del
asentam iento en el área perteneciente a la época preincaica, cada
ayllu o grupo de parentesco recibía, adem ás de la tierra, una
huaca com o nuevo antepasado o guardián mítico (Spalding,
1967: 72-73). En form a análoga a la escisión de los ayllus, hubo
una escisión de las huacas a partir de un tronco original. Al igual
que los ayllus, estas huacas estaban clasificadas con un sistem a
am plio y m ás inclusivo, que iba desde la persona individual hasta
el m ism o nivel regional, de m iniestado y E stado. E! uso de la
tierra y el agua se regulaba de acuerdo con esta clasificación, y
dicho uso no estaba precedido por ritos a la hu a ca co rresp o n
diente (cf., A rguedas, 1966: 113). En H uarochirí no había una
única deidad suprem a antes de la conquista incaica. H abía un par
de huacas: Pariacaca, una m ontaña nevada, y su herm ana o
cuñada C haupiñam ca, una gran roca con cinco “a la s”. Las h u a
cas com o éstas no estaban consideradas com o sim ples creadoras
de determ inadas personas, grupos fam iliares o a yllu s, sino com o
las creadoras y guardianas de todas las personas y del m undo en
general, incluyendo las m ontañas m ás pequeñas, los árboles, los
ríos, los anim ales y los cam pos (cf., G ilm er, 1952: 65). Los ritos
específicos para Pariacaca tenían lugar en toda la región, m ás o
m enos cada cinco años. Los habitantes de toda el área confluían
a su hogar de la m ontaña. A lgunos afirm aban que Pariacaca y
C haupiñam ca fueron, en tiem pos antiguos, las hijas de una huaca
anterior, y que C haupiñarH taera la creadora de am bos sexos. Su
fiesta, decían, era Ja fiesta de su m adre (G ilm er, 1952: 72). A nte
estas huacas se presentaban sacerdotes y sacerd o tisas especiales,
y las podían desposar. Cada ayllu tenía su correspondiente
huaca, y siem pre se reservaba una parte de las tierras de- la
com unidad paru cultivar la cerveza de m aíz n ecesaria para sus
libaciones. Setenta años después de la C onquista española, cuan
do el sistem a de tenencia de la tierra del E stado inca estaba en
ruinas, estas tierras todavía se trabajaban en secreto para las
huacas locales. D ichas tierras siem pre eran las que prim ero se
plantaban, y nadie podía arar su parcela hasta que esto no estuviera
hecho (M urra, 1956: 15-58).
C om o sucedía antes de la conquista española, la adoración de
la naturaleza en la configuración concreta de las liuacas, testi
m onia el origen de la vida y la civilización. T estim o n ia tam bién
la recreación constante de la vida y la sociedad, donde los ciclos
de nacim iento y m uerte y de los seres hum anos, circulan dentro
de los ciclos m ás am plios de los ritos com unales al paisaje, y más
allá de ellos, de los orígenes de la hum anidad. Lo vivo surge de
la naturaleza, la que por fuerza se transform a en una geografía
sagrada de m ontañas, lagos y laderas, y las cabezas del linaje
pasan nuevam ente por las huacas, com pletando así el círculo en
el cual las autobiografías individuales se unen a la biografía de
la com unidad en la iconografía de la naturaleza.
El isom orfism o estructural y la unidad existencial entre la
persona, el patrón social y lo sobrenatural, quizás en ninguna otra
parte sean tan obvios com o en las m ontañas. A las montañas se
les consideraba y se les considera aún com o las cuidadoras de
las regiones que rodean sus picos, y de la gente y los recursos
naturales de dichas regiones. Existe un parentesco definitivo
entre el paisaje de los sím bolos y los seres hum anos que los
ubican dentro de su sistem a de parentesco: se dice que una
person a es “propiedad” del objeto de la naturaleza que a partir
de ah í se transform a en su santuario (Bastien, 1978: 91). Hoy en
K aata se cree que una persona se origina en el pico de la m ontaña
y que después de la m uerte regresa a él, no al cielo. Los antepa
sad o s m ediatizan en los reinos de la naturaleza y la sociedad, de
los vivos y los m uertos. A pesar de las depredaciones de los
m isioneros, sus sitios de tum bas siguen siendo hoy los santuarios
donde se realizan los ritos que rinden hom enaje a esos profundos
principios, y se dice que los especialistas en rituales obtienen su
p o d er de estos sitios. La iconografía de la m ontaña asum e en
K aata la forma de un cuerpo hum ano, lo m ism o que en la antigua
H uarochirí, por lo cual, según A lbo, la montaña con forma de
pum a unifica el ayllu en los pueblos cercanos a Tiahuanaco
(1972).
2 ts
religión andina y su propio diablo. V ieron a los indios com o el
fruto del dem onio y a sus ritos com o la adoración a él. Incluso
las extrañas sim ilitudes entre los sacram entos cristianos del
bautism o y la confesión y los ritos indígenas, se explicaron com o
inversiones satánicas de la verdad divina, testim onio de la artera
bellaquería del diablo y d e su traición elaborada al im itar a D ios.
Los españoles crédulos tem ían a las d eid ad es indígenas, no se
burlaban de ellas. Sin d u d a qu e los indios respetaban a los
españoles y los co n sid erab an casi divinos. Pero ios esp añ o les
tam bién estaban im p resio n ad o s con el p o d e r de los d em onios de
los indígenas. En su cruel extirpación de la idolatría, lo m ism o
que al recurrir a la m agia indígena para las curaciones y la
adivinación, los españoles d otaron de un gran poder a sus sú b
ditos. Al conquistar a los ind io s, les adjudicaron el p o d er de su
enem igo sobrenatural, el d iab lo . Por ejem plo, el padre jesuíta
A rriaga exhortaba a que se enseñara a los indios que el diablo
era un ángel caído que se v engaba de D ios a través de los ídolos
que los indios adoraban (1968: 109). El fervor m aniqueo del
cristianism o piantó la sem illa de las revueltas m ilenarias por
parte de los indios.
E n.sus esfuerzos por errad icar la idolatría, los españoles le
adjudicaron p o der e invencibilidad a los d ioses indígenas. Otra
dificultad que im pedía la extirpación de la religión indígena era
que ésta penetraba en la vida cotidiana, los nacim ientos, las
m uertes, la agricultura, las curaciones, etcétera. A dem ás, era
im posible erradicar a casi todos sus iconos, puesto que se trataba
de m ontañas, rocas, lagos y arroyos, que com ponían la geografía
sagrada de la naturaleza. Lo que es m ás, el alm a de su religión
yacía en los trabajos de la com unidad indígena, y después de
1570 los españoles trataron de invocar nuevam ente esta forma
com unal, m ientras p o r o tro lado com enzaba la gran cam paña
contra la idolatría. Un sig lo m ás tarde dism inuyó esta in transi
gencia hacia el culto indígena de la naturaleza. M ientras que los
indios consideraban a D ios p o r encim a de todas las cosas, su
fetichism o de la naturaleza era considerado com o una su p e rsti
ción tolerable.
Aun cuando se p erseguía cruelm ente a los seguidores de la
antigua religión, la au to rid ad de (os ritualistas nativos no n ece
sariam ente dism inuyó. L lam ados brujos, brujas o hechiceros por
los especialistas, por fuerza dichos ritualistas llevaban una e x is
tencia clandestina. La religión anterior a la C onquista no m urió,
se hizo clandestina, bajo la form a de “m agia” se disim uló de muy
distintas m aneras. B asado en su experiencia personal en Perú
durante el últim o cuarto del siglo XVI, el padre José de A costa
observó: “A unque los indios se abstienen de sacrificar m uchas
bestias, en otro tipo de cosas públicas que no pueden ocultarle a
los españoles, usan aún m uchas cerem onias que tienen su origen
en estas fiestas y antiguas supersticiones” (1880: 377). S iguió
d iciendo que era el diablo quien los organizaba, para falsear esas
cosas que son de D ios y para oscurecer la diferencia entre la luz
y las tinieblas. A lgunas com unidades protegían a sus especialis
tas en rituales pagando tributos y realizando trabajos (Spalding,
1967), y el padre A rriaga se quejaba de que los líderes de las
com unidades indígenas, predisponían a sus seguidores contra el
cristianism o (1968: 79). En algunas instancias, tales com o en
H uarochirí, en el siglo x v m , el corregidor indio responsable de
hacer cu m p lir las reglam entaciones de los españoles, servía
secretam ente com o ritualista.
El padre Á vila pudo asir concisam ente las poderosas parado
jas. S egún él, el problem a principal radicaba en que el diablo
había dicho a los indios que podían rendir culto tanto al cristia
nismo com o a su propia religión, y que por ningún m otivo debían
olvidarse de sus huacas, so pena de castigos o m uerte (G ilm er,
1952: 121). Así, al m ism o tiempo que los indios asim ilaban el
cristianism o, asim ilaban un espíritu maligno, el diablo, quien
ratificaba los espíritus de la naturaleza a los que veneraban
persistentem ente com o sus “dueños” y com o fuente de su iden
tidad. Se desprendía, com o A vila hizo notar rápidam ente, que
abandonar a estos dioses podría traer consecuencias terribles. De
hecho, con frecuencia se culpaba al cristianism o por las en fer
m edades epidém icas. De este intrincado com plejo de co n trad ic
ciones surgieron las am bigüedades del diablo, am bigüedades
que muy fácilm ente se podían canalizar en una prom esa de
victoria de los indígenas sobre sus opresores.
E! padre A rriaga cita, para estos efectos, una carta de un
contem poráneo que registraba una gira de extirpación por las
provincias a principios del siglo x ix . R espetando la instrucción
cristiana, algunos indios confesaron que aunque habían desistido
de adorar a las huacas com o antes, persistían adorándolas en sus
corazones, cam pos y casas, con signos tanto “ internos com o
externos” . B ajo la presión del diablo, “ habían quedado conven
cidos de que después de este tiem po vendría otro, en el que
podrían retom ar sin correr peligro, las antiguas costum bres”
(1968: 81). Esta dialéctica de la sum isión y el resurgim iento
em ergía con inquietud dentro del inestable sincretism o del cris
tianism o y la religión indígena. Sólo tres décadas después de la
C onquista ya había surgido una nueva cultura de la resistencia
con el culto m ilenario del Toqui O nqoy (E nferm edad de la
D anza). Esto era nada menos que un culto de reconquista, que
predecía la caída de D ios y los españoles, y que se difundió
rápidam ente por todo el corazón de la tierra del Im perio inca. En
el m edio de su curso de diez años, de 1561 a 1570, el rey inca
rebelde planeó un levantam iento arm ado panandino desde Q uito
hasta Chile. Este período torm entoso de la historia andina term i
nó sangrientam ente con el castigo de unos ocho mil indios y la
ejecución de su jefe, T upac A m aru, en 1572.
El culto a la E nferm edad de la D anza invocaba la pasión que
acom pañaba el retorno a la vida de las huacas, unidas para
derrotar al dios de los cristianos. Su retorno coincidía con el fin
del m undo y el nacim iento de un nuevo orden, según lo predecían
las leyendas largam ente establecidas del cosmos. A las hua ca l
las resucitaban ritualistas viajeros, y se establecieron ritos de
iniciación para los devotos. Se rem ovieron las interpretaciones
tradicionales del universo para que cobrara sentido el significado
de la C onquista, y lo inevitable de su desaparición. Se dijo que
el dios cristiano había creado a los españoles y a todos los
anim ales y las cosas necesarias para su sustento. Pero las huacas,
que habían creado a los indios y a sus medios de subsistencia,
tam bién m antenían ahora a los españoles, lo que testim oniaba la
m ás alta valía de las huacas (M illones Santa Gadea, 1964:136).
De esta m anera, dijo el testigo presencial M olina, los indios ya
no creían en el poder de D ios y el m undo debía ser puesto al revés
(1943: 80; cf„ D uviols, 1971: 112-122).
Otro ejem plo m ás de la fuerza con que la religión tradicional
podía interpretar y desafiar al cristianism o, era la creencia am
pliam ente difundida de que las huacas vagaban por el aire,
sedientas y.m urien do por falta de cuidados, porque los indios
estaban olvidando sus intercam bios rituales con ellas. Según
destaca M auss en su trabajo sobre los intercam bios de ofrendas
y la reciprocidad, negar la reciprocidad con los dioses, verd ad e
ros dueños de la riqueza del m undo, es llam ar a la m uerte y a la
ruina (1967). S e decía que las huacas estaban enojadas con los
indios que habían adoptado las costum bres españolas, y que
habían de m atarlo s, a menos que las dejaran de lado, p ero que
aquellos que creían en las huacas vivirían en la prosperidad, la
gracia y la salud. Las h uacas prohibían que se com iera com ida
española, que se usara ropa española y que se entrara a las
iglesias cristianas, que se rezara y se esperara a los sacerdotes.
Las enferm ed ad es y las desgracias se atribuían al disgusto de las:
huacas; M olina creía que los ritos curativos de ofrendas a las
h uacas eran el resultado de este m ovim iento m ilenario: “ A todas
las h u a ca s y vilca s de las cuatro partes de esta tierra, y a mis.
abuelos y ancestros, reciban este sacrificio donde q uiera que=
estén, y denm e salu d ”. Estas ofrendas se colocaban en conchas;
m arinas en las tum bas de los antepasados, “porque los hechice
ros Jes habían dicho que los ancestros estaban m u riendo de.
ham bre y que era por eso que creaban las enferm edades” . Para
com pletar la curación, la víctim a debía cam inar hasta la con-,
fluencia de dos ríos, y allí lavarse con harina de maíz blanco,
dejando ah í la enferm edad, y sacándola de la casa (1943: 82-83)::.
B astien describe (1978) rituales casi idénticos de los andinos
contem poráneos para curar las enferm edades de los antepasados
y m itigar las desgracias.
La creencia de este culto de los predicadores que recorrían e¡
país para d espertar la creencia en que las huacas que salían de
las piedras, las m ontañas, las rocas y las nubes, se reencarnaban:
en los cu erpo s de los indios haciéndoles agitarse y bailar, atesti
guaba la tem ible tensión im plícita en la am enazada pérdida de.
los antiguos dioses. Lo que es más, a veces los m ism os indios se
sacrificaban a las huacas. Las fuerzas explosivas de d esestru c
turación que acom pañaron a la Conquista crearon una reacción-
contraria: la antigua estructura de personas y dioses hizo im plo
sión y pasó a corporizarse en los seres hum anos.
C om o señalan W achtel (1977) y G eorge K ubler (1963), este
m ovim iento m ilenario tam bién ilustró cóm o la aculturación
aportó las arm as para el enfrentam iento con el cristianism o. Por
ejem plo, las dos asistentes indias del profeta principal se llam a
ron Santa M aría y M aría M agdalena. T am bién se pudo utilizar
el p oder de los d ioses cristianos, aunque inm ersos en la religión
indígena. Esto tam bién fue obvio en las formas que tom ó la-
m agia después de la C onquista. El padre A co sta llam ó a sus
p racticantes “m inistros del d iab lo ”, y observó con cuanta fre
cuencia los indios utilizaban sus serv icio s con fines adivinatorios
o para obtener triunfos (1880: 367). C om o es típico, acentuó las
su p u estas sim ilitudes con los cultos e u ro p eo s de brujería, subra
yando el papel que ju g ab an las m ujeres d e m ucha edad, el uso
de ungüentos que se frotaban en el cuerpo, la ingestión de
p u rg an tes alucinógenos y la inducción de trances. K u b ler afirma
que la llam ada brujería proliferó v io len tam en te desp u és de la
C onquista, debido en parte a la d ifu sió n de la pobreza. Los ritos
asim ilaban elem entos cristianos con form as indígenas. Se decía
q ue de hecho, la bondad de D ios era finita, y qu e el perdón de
los p ecado s no se le otorgaba a los g randes pecadores; sin
em bargo, las huacas gobernaban los ev en to s naturales. En ver
dad, los santos cristianos tam bién eran hu a ca s, y Jesús y el diablo
eran herm anos (K ubler, 1963: 398).
D e esta forma, el cristianism o se m ezcló con las creencias
indígenas y se subordinó a ellas. S in em bargo, la mezcla, fue más
una yuxtaposición que una fusión sin costuras. Por ejem plo,
A rriaga describe la brujería indígena qu e teñía por objeto que
m arle el alm a a un inspector de la C orona. C om o esta brujería
estaba dirigida contra un español, se usó la figurita de un cerdo
en vez de la grasa de la llam a, que se usaba en los rituales que
afectaban a los indígenas. A dem ás, la grasa de la figurita se
m ezcló con harina de trigo, cereal que introdujeran y com ieran
los españoles; para un indio, se le hubiera m ezclado con harina
de m aíz, el producto indígena (Í9 6 8 : 44).
A m enudo, las huacas y las m om ias se enterraban secreta
m ente deb ajo de las cruces cristianas im plantadas por la Iglesia.
C uando los sacerdotes católicos las d escu b rían , las rom pían,
pero los indios las parchaban nuevam ente. Esta serie de m ovi
m ientos y colación de im ágenes, do n d e la cru z cristiana se coloca
sobre iconos indígenas enterrados en secreto, ilum ina vivida
m ente la estructura del sincretism o, en la inflexible determ ina
ción de los sacerdotes católicos de d esm em b rar y destruir los
¡conos nativos, “para que el diablo no los pu ed a volver a unir”,
encontram os la m etáfora clave (Ibid: 84). La im agen del diablo
uniendo las partes desm em bradas, es una ilustración de las
tensiones estructuradas causadas por la colonización, por un
lado, y de la form ulación indígena de có m o su supervivencia y
rev italizació n tenían com o fin m antener la integridad de las
form as estructurales, por el otro. Este tem a abunda en las ley en
d as y m itos andinos, y más que nada en los m itos relativos al
o rigen y retorno m esiánico del rey inca, quien fuera decapitado
y descuartizado por los españoles. En los m itos contem poráneos
reg istrad o s por A rguedas, por ejem plo, esta tensión dialéctica
del desm em bram iento y la eventual vuelta a la integridad del
cu erp o d el rey, es el m otivo que sustenta el triunfo eventual del
m undo indio, desm em brado por el dom inio español (1975).
Ig u alm en te, las distintas partes de las h u a ca s y las m om ias
pu ed en h ab er sido rotas y desquiciadas por los españoles, pero
el poten cial de la reunificación sigue viviendo dentro de esta
e stru ctu ra de histéresis: aunque arrancadas del todo, las partes
p ersisten co m o relaciones en el espacio cargado de tensiones. En
la fo rm ulación de A rriaga, el diablo ve este patrón tenso, cuya
fuerza interior predeterm ina su resolución. Los entendim ientos
esp añ o les e indígenas tenían que tolerarse entre sí en puntos
com o éstos, form ando un lenguaje com plejo de com unicaciones
y disensiones de culturas cruzadas, que constituía la nueva cultura
del im perialism o.
En este aspecto, es bueno recordar que el cristianism o tenía
una historia y mitos que resolver en relación con sus propias
raíces paganas. Los prim eros cristianos europeos estuvieron
m arcados com o no creyentes y herejes; sin em bargo, lejos de
neg ar a sus dioses, sus oponentes los calificaron de espíritus
m alignos, aum entando así las posibilidades de la magia (Thorn-
d ike, 1936: 661). Pero de los siglos XV al XVII, con su poder
co n so lid ad o , el cristianismo europeo m ontó un ataque riguroso
contra el paganism o, para tratar de elim inar su fuerza del senti
m iento popular, mientras que la difusión del mercado y el desarro
llo de la sociedad de clases m oderna, alteraba la m oralidad social
(H ill, 1969: 1L6). Jules M ichelet llegó a plantear que el diablo
euro p eo del prim er periodo m oderno, era una figura que había
surgido del paganism o popular, y estaba considerado com o un
aliado de los pobres en su lucha contra los am os de la tierra y la
Iglesia.
H ay otra conexión im portante entre la adoración a la natura
leza de los indios y la visión cristiana del diablo. Según el punto
de vista gnóstico de la Iglesia medieval, el m undo de la materia
y de la realidad objetiva había sido creado por el diablo, y en este
sentido, buena parte de la naturaleza estaba considerada com o la
encarnación del espíritu del mal (R udw in, 1959 :1 2 2 ). C om o los
dem onios conocían profundam ente los secretos de la naturaleza,
los m agos y hechiceros podían hacer m aravillas si recurrían a
ellos.
Los sacerdotes cristianos en los A ndes tenían la tarea en o r
m em ente difícil de suplantar las visiones paganas de la natura
leza por las doctrinas derivadas de la Iglesia. D ebían efectuar
una revolución en la base m oral de la cognición m ism a. M achas
de las h uacas que poblaban y coordinaban la naturaleza, no se
podían retirar de donde estaban. La Iglesia, com o decían los
sacerdotes, debía entonces arrancarlas del corazón de los indios.
Si los signos no se podían erradicar, entonces había que erradicar
su significación. Debía escribirse una nueva sem iótica tan am
plia que abarcara tanto com o el universo mismo. A los indios se
les debía “enseñar con toda propiedad las fuentes de los m anan
tiales y los ríos, cóm o se form a el rayo en el cielo, cóm o se
congela el agua, y otros fenóm enos naturales, que su m aestro
habrá de conocer bien” (A rriaga, 1968: 24). Se destacan dos
puntos: las im plicaciones de la regularidad de la naturaleza, y la
ontogenia. '
Los sacerdotes cristianos buscaban dem ostrar a los indios que
los fenóm enos naturales no podían ser dioses, p orsu regularidad.
El sol, por ejem plo, no podía detener.su m ovim iento cuando y
com o quisiera. Por lo tanto era natural y estaba supeditado a lo
sobrenatural. Arriaga tiene m ucho de esto, lo mism o que A costa,
quien recom endó las enseñanzas de un “capitán muy d iscreto”
que había convencido a los indios de que el sol no era ningún
dios. El capitán le pidió a un jefe indio que le ordenara a un
corredor indio que llevara una carta. Entonces preguntó: “D im e
quién es el amo y señor; ¿este indio que lleva la carta o tú que la
env ías?”; el jefe contestó que él era, porque el corredor hacía lo
que él le ordenaba. Lo mismo pasa con el sol, dijo el capitán: el
sol no es m ás que un sirviente del amo superior a todos, quien le
ordena m overse suavem ente para dar luz a tudas las naciones, y
por lo tanto va contra la razón darle ese honor al sol, que le
corresponde al creador de todo (A costa, 1880: 3 10). Esto ilustra
cóm o una concepción de un sistem a auto-organizado de cosas
que se apoyan mutuamente, se transform ó en una concepción de
otro tipo üe unidad orgánica, que pasó a estar dom inado por un
solo líder: D ios, e! ingeniero celestial, el m ovedor inam ovible.
El cristianism o buscó suplantar el sistem a de partes que se
condicionaban m utuam ente con otro que im primía en !a natura
leza una relación de am o-sirviente.
La Iglesia tam bién tuvo que alterar el concepto indígena de
los orígenes sociales y hum anos. A rriaga dijo que las creencias
de los indios- del origen de “clanes” diferentes de antepasados
distintos, y de distin to s sitios de origen (pacarinas), tales com o
las m ontañas, cuevas, m anantiales y dem ás, debían rem plazarse
por el concepto de un solo antepasado común. Más aún, esta
nueva concepción debía incluir la noción del pecado original.
Todo esto era fundam ental para negar los lazos esenciales de la
cosm ología andina, que ataba a las personas con sus orígenes por
medio de los iconos de la naturaleza. Tam bién fue un intento
vano de sustituir un esquem a jerárquico por el marco de oposi?
ciones duales ligadas unas a otras com o partes recíprocas de una
totalidad segm entada. Tal sustitución exigía una lógica radical
mente diferente, una noción diferente de relaciones, y una noción
diferente de la relación entre parte y totalidad. A dem ás, el
esquem a cristiano zozobraba inevitablem ente en lo que se refería
a la teodicea, la cual, ligada a la idea del pecado original, evocaba
la ¡dea del diablo. N inguna de estas contradicciones tortuosas
penetró con facilidad en la estructura de la religión andina
anterior a la C onquista, la cual, con dicha Conquista, se vio
sumida en los dom inios del diablo.
L a m o r a l id a d y la d u a l id a d
Hace falta decir m ucho más sobre ¡a atribución del mal a los
espíritus dueños de la montaña. Primero habría que destacar que
tal atribución puede defender la sociedad india contra los efectos
perniciosos del dinero y la estratificación causados por la rique
za. T anto el d inero com o la riqueza se pueden obtener por medio
de convenios ¡lícitos con los espíritus. Sin em bargo, se dice que
dichos pactos pueden acarrearle al resto de la com unidad desas
tres, com o la enferm edad y el fracaso de los cultivos. La versión
de M ishkin del Ccoa fam iliar del espíritu de la m ontaña es un
caso a propósito, y Pedro Carrasco relata una creencia sim ilar
entre los indios tarascos de México, relacionada con la gente que
le vende el alm a al diablo para obtener dinero o para rom per las
leyes de la naturaleza y acelerar el crecim iento o las ganancias
derivadas del ganado; a cam bio del alma, una persona puede
obtener una serpiente que excreta monedas, o un toro o una oveja
que crecen má.s rápido de lo normal. “En su defensa de la
pobreza”, escribe C arrasco, tocando un tema análogo a uno que
desarrollara W olf (1955) en su análisis de las “ com unidades
corporativas cerradas" de los indios en todas las tierras altas de
A m érica L atina, “p ueden verse com o una d efen sa del m odo
de vida indígena. La econom ía del dinero im puesta desde afuera
es una influencia dañina para la aldea com unitaria, que le crea
conflictos o la pérdida de sus tierras en beneficio de ex trañ o s”
(1957: 48). Evon Vogt detalla funciones sim ilares de acusacio
nes de la brujería, relacionadas con el Señor de la T ierra, que
sirven para dism inuir la estratificación social y para oponerse al
dinero (1969).
¿ D io s e s blancos?
D avid Forbes afirmó en 1870 que los aym ará alim entaban un
odio inveterado y profundam ente arraigado contra los blancos,
y que se consolaban con la idea de que un día obtendrían la tierra
de sus antepasados. En el curso de su trabajo de cam po entre los
aym ará, en la década de 1940, LaBarre llegó a la mism a conclu
sión; él subrayó la hostilidad hacia los blancos, a quienes sólo
muy de vez en cuando se les perm itía pasar la noche en los
poblados indígenas. Explicó que las barracas de los ingenieros
estadunidenses de C orocoro eran un com plejo con una gran
muralla, d efen d id o por una am etralladora, y en su opinión, la
agresión de los indios que ya estaba en m archa; sólo pudieron
contenerla los blancos con los “ habituales métodos terroristas de
una casta su p erio r” (1948: 158).
En vista de esto, logram os un sentido más profundo de la
vehem encia y tam bién de la racionalidad con la que los indios le
atribuyen a ciertos espíritus dueños, caractcrí:;:icas de hombres
blancos, cu an d o los intereses de dichos espíritus se fusionan o
tienen que ver con la p ropiedad, las em presas, o m otivos de
control p o r parte de los blancos. Y sin em bargo, en el m ejor de
los casos, a uno lo deja p erp lejo que los indios puedan tam bién
reverenciar a estos esp íritu s en calidad, p o r ejem plo, de an tece
sores de linaje y p rotectores de la vid a: en Bolivia, donde al
espíritu de las m inas d en tro de las m ontañas se le describe y se
Je tom a com o a un b lanco en térm inos bastante precisos, es
tam bién, según las p alab ras de N ash, una proyección de las
esperan zas de los m in ero s para el futuro y su aliado (1972: 233).
V a r ia c io n e s
La m in e r ía a n t e r io r a la C o n q u is t a
El oro, la plata y las piedras preciosas que poseían los reyes incas en
tan grandes cantidades, como es bien sabido, no se producían para
ningún tributo forzoso que los indios tuvieran que pagar, así como
tampoco eran exigidos por ios gobernantes, porque tales objetos no
se consideraban necesarios ni para la guerra ni para la paz, ni se los
valoraba como propiedades o tesoros. Como ya hemos dicho, nada
se compraba ni se vendía, ni con oro ni con plata, y estos metales no
se usaban para pagar.soldados ni se entregaban para abastecer ningún
lipo de necesidad. Con.sccucntcmcntc, se les tomaba como algo
superfiuo porque no servían para comcr ni eran útiles para obtener
alimentos. Sólo se los estimaba por su brillo y su belleza, para
adornar los palacios reales, los templos del Sol y las casas de las
Vírgenes (1966: 253).
En todas estas ocasiones nunca besaban las manos del Inca sin antes
entregarle todo el oro, la plata y las piedras preciosas que sus indios
habían extraído cuando no tenían otro trabajo que hacer, porque
como el trabajo minero no era necesario para sustentar la vida, sólo
lo realizaban cuando no tenían otros asuntos que atender. Pero como
eJJos vieron que estas artículos se usaban para adornar los palacios
reales y ¡os templos, lugares que ellos tenían en tan alta estima,
empleaban su tiempo libre en buscar oro, plata y preciosas
para obsequiar al Inca y al Sol, sus dioses (Ibitl: 254).
C obo nos dice que los m ineros adoraban a las m ontañas que
contenían ¡as m inas y a las minas m ism as, a las que les pedían
que les dieran su mineral. Uno de los secretarios de Pizarro
describe m inas de 60 a 240 pies de profundidad, que eran
trabajadas por unos pocos m ineros, tanto hom bres como m ujeres
(veinte de un je fe , cincuenta de otro). Le dijeron que los m ineros
sólo trabajaban cuatro meses al año, y M urra interpreta esto
com o consecuencia de que tuvieran que regresar a sus aldeas
para retom ar sus responsabilidades con la agricultura (1956:
189). M urra cita también a Cieza de León para decir que cuando
los aldeanos estaban trabajando en las m inas, el resto de la
com unidad atendía sus tierras, y que los hom bres solteros no
podían ser m ineros; solam ente se aceptaba a los jefes de fam ilia
con buen estado físico. O tras fuentes afirm an que cada unidad
de cien fam ilias debía cooperar con un m inero, sobre una base
de rotación (Ib id .). Cuando escribió en 1588, Acosta dijo que el
inca le proporcionaba a los m ineros todo lo que necesitaban para
sus gastos, y que la m inería “ no era para ellos una servidum bre
sino m ás bien una vida ag rad ab le” (1880: 418).
Aquellos que iban a las minas adoraban a las montañas que las
albergaban, al igual que a las minas mismas. A oslas las llamaban
Coya, y les imploraban que Ies dieran sus metales. Para lograrlo,
bebían y bailaban para reverenciar a esias montañas. En forma
sim ilar adoraban a los metales, a los que llamaban M am a, y a las
piedras que los contenían, a las que llamaban Corpas, besándolas y
realizando otras ceremonias (1890-1895, 3: 345).
El d ia b l o , l a
V ir g e n , y l a s a l v a c ió n e n l a s m in a s
BOLIVIANAS CONTEMPORÁNEAS
Se cree que las m ontañas que están sobre las m inas de estaño
bolivianas de hoy en día, habían sido habitadas por un espíritu
llam ado hahuari, quien hoy es el diablo o T ío, el espíritu dueño
de las m inas. “Fue él quien convenció a la gente de que abando
nara el cam po y entrara en las cuevas para encontrar la riqueza
que él había alm acenado. E ¡los abandonaron la vida virtuosa de
trabajar el suelo, y com enzaron a beber y a irse de p arranda por
Jas noches con el dinero mal habido de las m in as” (N ash, 1972:
224).
En contraposición con la agricultura cam pesina, el trabajo
m inero se considera com o algo malo. Es un error. A los cam pe
sinos los arrastraron allí con la prom esa de riquezas, pero es la
riqueza la que carece de virtud. Es la versión andina del cuento
de Fausto, y com o le o currió a él, había un precio muy alto que
pagar:
Entonces apareció una serpiente monstruosa, un lagarto, un escuerzo
y un ejército de hormigas para devorarlos, pero cada uno de ellos fue
abatido por un rayo cuando avanzaban sobre el pueblo, cuando uno
de los asustados habitantes llamó a Nusia, la doncella inca, que más
tarde se identificó con la Virgen de las minas (Ibid.).
Señora, le voy a contar de la Virgen del tiro. Ella está arriba del metal,
arriba del oro que todavía está ahí en el pozo, debajo de la iglesia y
en la pulpería. Agua hirviendo atraviesa este metal, agua cristalina
que burbujea y hierve. La Virgen es milagrosa. El metal es líquido,
Entra muy limpio, y uno no puede moverlo para nada. Una vez
fuim os al pozo que está debajo de la pulpería... ¡Qué hermoso era
[el metal]! Era como azúcar en bruto. [No se debe m overá la Virgen.]
Si se la moviera, el pueblo de Oruro la podría perder. El agua se la
podría llevar, porque la Virgen camina sobre el agua. El pueblo de
Oruro estaría perdido [...] La colina se incendiaría y nosotros nos
perderíam os en ella (1976; 77).
Del e s p ír it u d e l a s m o n t a ñ a s a l d ia b l o d f l a s m in a s
Hoy en día ios dueños de las haciendas creen que ellos son los que
designan a ios funcionarios indígenas sin consultar los deseos de sus
indios [...] En la zona, el propietario más bien acepta a estos dos
funcionarios principales, alrcdedordel 1° de enero de cada año, pero
no los nombres [...j Los nativos de Challa me dijeron enérgicamente
que existía un consejo de ancianos, y que este consejo proponía al
hilacata, al alcalde y al campos, que se designaban cada año. La
existencia de tal grupo de hombres fue negada por los dueños (1910:
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Pino 343-71, C ol. Santa M aría la Ribera
M éxico, D. F.