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Fe del centurión

Ponce de León, Enrique, “Fe del Centurión” en Testigos del Señor Jesús,
Ed. Buena Prensa.

Fe

Acabo de llegar a este pueblo miserable de pescadores a la orilla de


un pequeño lago; se llama Carfanaúm. Me nombró centurión Poncio
Pilato. No sé si lo hizo para deshacerse de mí o me hizo un favor.
Llevo varias semanas en Judea, país habitado por fanáticos israelitas,
dominados por nosotros los romanos desde hace casi cien años. El clima
es insoportable y la gente ruda y hostil. Por lo menos Galilea es una
región mucho más hermosa y tranquila. Pilato, que casi todo el año se la
pasa a la orilla del mar en Cesarea, me dijo que me pusiera a las
órdenes de Herodes. Al tetrarca lo conocí en Roma hace poco cuando se
trajo a la mujer de su hermano Filipo: Herodías. Es un canalla, y se la
pasa adulando al César. Trataré, como buen soldado, de adaptarme a
las circunstancias.
Me vine con mi familia y con mi fiel servidor Claudio. Le di la libertad
hace años, pero el insistió en acompañarme hasta este obscuro rincón
del mundo; mas que un criado, es un amigo, un viejo amigo.

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Por lo menos todo está bastante tranquilo en el pueblo. Ya estoy


harto de los horrores de la guerra. He visto correr mucha sangre y, en
nombre de Roma, he contemplado crímenes detestables. La injusticia
reina en todas partes. Como legionario se me ha enseñado a matar, no a
pensar ni a sentir; obedecer siempre sin reflexionar sobre las órdenes.
Mi espada está teñida de mucha sangre; creo que esas manchas jamás
se quitarán. La ley siempre será la más fuerte y los débiles están
condenados a perecer. Falso que hay paz romana. Basta ver el rostro
lleno de odio de estos pescadores para caer en la cuenta de que no
existe la paz. Hace poco Pilato ordenó una matanza de galileos
revoltosos en Jerusalén. 1 Debo andar con cuidado. Creo que los años
me han hecho cambiar: ya no quiero más violencia, ¡ya no…!
Me parece que la verdadera razón de haber aceptado venir hasta
Oriente es mi sed de verdad y paz. Estoy harto de los dioses y de tantas
supersticiones. Ya no creo en ningún dios y no le encuentro sentido a la
vida. Tampoco creo que Tiberio sea Dios. Cuando me vine de Roma, la
ciudad rebosaba de magos, astrólogos y farsantes charlatanes. Todavía
tengo la esperanza de encontrar algo o alguien que le dé sentido a mi
vida. Anhelo tener paz en el corazón.

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Los judíos apenas hablan de su religión, pero he averiguado que


adoran a un dios invisible. Extraño culto. Son pobres en Cafarnaúm, que
ni templo tienen y se reúnen en la casa de un anciano que llaman
rabino. Siento lástima por ellos, al fin y al cabo, a pesar de ser romano,
me han tratado bien.
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1 Lc 13, 1

Algunos niños están jugando con mi casco de centurión mientras las


mamás ríen divertidas. Me he ganado buenos amigos entre el pueblo y
con frecuencia me llevan a regalar los mejores pescados. Trato de ser
justo y fomentar la paz en el pueblo.

Su dios me inquieta mucho, es poderoso pero, dicen, que también es


bueno y justo. Hoy me reuní con los principales del pueblo y les dije que
quería cooperar para que construyeran su templo, pues no es bueno que
ese dios no tenga un lugar en donde habitar. Me agradecieron mucho y
aceptaron aunque me dijeron que su dios habita en todas partes y se le
da un culto especial en el templo de Jerusalén. Pero tienen casas de
oración llamadas sinagogas en las demás poblaciones y que, gracias a
mi ayuda, construirán una en Cafarnaúm. 2

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Han pasado rápidamente los meses. Me aburró pues casi nunca


sucede nada por estas regiones. Un correo militar nos avisó que en
Nazaret, un pueblo insignificante cerca de Séforis, hubo una revuelta en
la sinagoga: un paisano fue expulsado a golpes del pueblo. Parece que
se llama Jesús. Espero que no venga por acá, no quiero tener problemas.
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Pues, ese tal Jesús se vino a vivir aquí al pueblo, a la casa de uno de
los pecadores más importantes llamado Simón. Dos o tres veces nos
hemos cruzado por las calles. Me impresionó su mirada, jamás había
visto tanta bondad y profundidad en la mirada de un hombre. Sin duda
es un hombre santo.

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Su fama se ha extendido por todas partes. Afirman que hace


milagros extraordinarios y que predica una doctrina de amor.
¿Amor? ¿Acaso de verdad existe el amor? En un mundo de tanta
violencia en donde los poderosos dominan con la fuerza de la espada y
la riqueza es la única ley es la imposible que pueda existir el amor.
Sin embargo yo siempre he deseado amar: trato de amar a mi
familia y a mis amigos, a Claudio y hasta a estos judíos.
También dicen que Jesús afirma que existe un solo Dios verdadero,
que es Padre de todos los hombres, hasta de los romanos. ¡Uf! esto sí es
demasiado para mí.
Sin embargo un hombre así de bondadoso no puede ser un farsante;
además prueba su doctrina haciendo verdaderos milagros. Yo suelo
mandar a mis soldados y me obedecen: él le ordena a la vida y ésta
cumple su mandato.
Me inquieta mucho Jesús. Ojalá alguna vez pueda acercarme al él.
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2 Lc 7, 4-5
3 Lc 4, 28-30

Claudio mi siervo, hoy no se pudo levantar de su lecho. Me dijo que


tiene entumecidas las piernas y no las puede mover. Su mirada era de
un dolor inmenso. Mandé un pelotón para que trajera a los mejores
médicos de Jerusalén. Haría por Claudio cualquier cosa.

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Es inútil todo, la parálisis de Claudio se va extendiendo por todo el


cuerpo y sufre espantosos dolores, los médicos me dijeron que
probablemente pronto morirá cuando el mal llegue a la cabeza.
No me he separado de su lecho. Me duele mucho verlo sufrir así.
Claudio siempre ha sido muy fiel conmigo y yo estaré con él hasta el fin.
Cuando todos los recursos se han agotado recurro a la oración: si
existe algún dios, le ruego que tenga piedad de mi siervo y amigo.

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Me dijeron que Jesús, ese hombre santo, acaba de llegar a


Cafarnaúm. La esperanza renació en mí, ¿si le pidiera que curara a
Claudio? Pero eso es imposible. Sé que Jesús hace milagros, pero a los
suyos; jamás a un pagano, como los israelitas me llaman.
Un hombre santo no se atrevería a entrar a una casa de un romano,
lo sé. Pero…

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¡Ya viene hacia acá! Me atreví y envié a los principales del pueblo
para que curara a mi criado. ¡Y el accedió!
Pero, no puede ser ¡yo soy digno de que entre en mi casa! Debo de
apresurarme y mandaré a unos amigos que so lo digan.
Yo no soy digno de que entre en mi casa, por eso no me he atrevido
a presentarme personalmente a ti; pero basta una palabra tuya, para
que mi criado quede sano. Porque yo, que no soy más que subalterno,
tengo soldados a mis órdenes, y si digo a uno de ellos: ve, él va; y a
otro, ven, él viene; y a mi criado, haz esto, él lo hace. 4

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A los pocos minutos Claudio abrió los ojos y me sonrió.


Inmediatamente se incorporó del lecho y ante mis ojos asombrados, se
puso de pie. ¡Estaba curado!
Nos abrazamos con alegría. Cuando llegaron mis amigos traían un
recado de Jesús: que en todo Israel no había encontrado un fe tan
grande como la mía. 5
No supe que decir…

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4 Lc 7, 6-8
5 Lc 7, 9-10

Ha pasad0 mucho tiempo desde aquel día. Jesús ha causado gran


revuelto por toda la región. Me fascina su libertad y valentía. El
supersticioso de Herodes cree que es Juan, un profeta a quien el tetrarca
mandó a matar. Ahora está empeñado en Asesinar a Jesús.6 Estuvo a
punto de ordenarme que fuera a tomarlo preso. Afortunadamente
parece que Jesús se fue más allá de nuestras fronteras y Herodes pronto
lo olvidará.
No soporto los caprichos y la crueldad de Herodes. Probablemente
pediré mi cambio. Por otra parte Jesús me ha fascinado cada vez más.
Busco la verdad con todas mis fuerzas. Recuerdo una frase de
Jesús: todo el que busca encuentra… 7 Es una luz en medio de tanta
confusión y maldad.
Acabo de recibir una carta lacrada del mismo Pilato: me ordena
unirme a su guarnición personal como tribunnus militum en la cohorte
de Jerusalén.
Me iré de Cafarnaúm la semana entrante. Me duele, pues me había
encariñado con este pueblo. Pero probablemente estaré mejor bajo las
órdenes del procurador; además él se pasa casi todo el año fuera de
Jerusalén y únicamente en primavera asiste a las fiestas judías.
De Jesús no se ha sabido nada. No sé si lo vuelva a ver.

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