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Las personas podrían aprender de

sus errores si no estuvieran tan


ocupadas negándolos

“Yo no he sido” es el mantra de los niños, una frase que hacen suya
apenas descubren que cuando cometen un error serán castigados. Por
alguna extraña razón, hay quienes siguen repitiendo esa frase cuando
son adultos. Quizá ya no la repiten en voz alta pero sigue resonando en
su mente: “yo no he sido, la culpa es del otro”.

El problema es que, si bien es cierto que negando el error tienen más


probabilidades de eludir sus consecuencias, también se impiden crecer y
madurar como personas. Todo error trae consigo la semilla del
aprendizaje, pero para que esta germine es necesario asumir los fallos
cometidos.
Las 3 formas de afrontar los errores
que impiden crecer

Un estudio muy interesante llevado a cabo en las universidades de


Nueva York y California desveló que la manera en que asumimos
nuestros errores está íntimamente relacionada con nuestra personalidad
y las potencialidades de crecimiento.

Estos psicólogos analizaron a miles de personas para identificar los tipos


de personalidad que predominan en la reacción ante los errores. Así
llegaron a la conclusión de que el 70% de la población se puede
catalogar en tres grandes grupos:

1. La culpa es del otro


Estas personas siguen usando la frase a la que recurrían cuando eran
niños: “Yo no he sido”. Cuando cometen un error intentan desligarse de
la responsabilidad y le atribuyen la culpa a alguien más. Obviamente,
estas personas no pueden aprender de sus fallos, simplemente porque
no los reconocen o no tienen la madurez necesaria para dar el salto
cualitativo. Suelen ponerse a la defensiva cuando otean cualquier
intento de crítica, aunque sea constructiva, y caen a menudo
en comportamientos victimistas.

2. Error, ¿qué error? Aquí no ha pasado nada


Se trata de personas que niegan incluso la existencia del error, lo cual
suele provocar un gran enfado en los demás. Esta persona, aunque la
pongan de frente a la evidencia, no solo negará su implicación en el
asunto sino que nos intentará convencer de que no se trata de un fallo,
de que no ha ocurrido nada. Esta forma de lidiar con los errores significa
que esa persona espera ser perdonada por todo lo que hace, y que no
está dispuesta a reconocer sus defectos ni el daño que puede causarle a
los demás. Obviamente, al asumir esta actitud es imposible que aprenda
de sus errores y los corrija.

3. La culpa es mía
Estas personas asumen una actitud diametralmente opuesta: entonan
el mea culpa ante el menor desliz. El problema es que a menudo se
culpan por todo e incluso llegan a asumir responsabilidades que no son
suyas. Suelen ser duros jueces de sí mismos y a menudo van por la vida
autoflagelándose sin ninguna necesidad. Sin embargo, quizá lo más
interesante es que estas personas tampoco aprenden mucho de sus
errores ya que a menudo reconocen la culpa de manera automática, por
un sentido de culpa visceral que probablemente le inculcaron en su
infancia, pero que no implica un análisis reflexivo de su implicación y
responsabilidad en la situación.

El error es una oportunidad de


aprendizaje: Tú decides si
aprovecharla o descartarla

La mayoría de las personas no reconoce sus errores por miedo, porque


eso les hace sentir débiles, avergonzados o incompetentes. Esto se debe
a que nuestra sociedad ha rodeado a los errores de un halo negativo
haciéndonos creer que las personas inteligentes, competentes y capaces
no se equivocan.

Sin embargo, los errores forman parte de la vida y nos conducen a


nuevos aprendizajes que nos permiten mejorar como personas, pero solo
si somos capaces de reconocer el fallo y estamos dispuesto a
enmendarlo. En palabras de Confucio: “el hombre que ha cometido un
error y no lo corrige, comete otro error aún mayor”.
Por eso, si bien equivocarnos puede que no sea la sensación más
agradable del mundo, es aún peor desaprovechar esa oportunidad para
aprender.

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