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Daniel Hernández Guzmán

Carne 2.
En este documento me interesa explorar algunas ideas que pueden resultar de beneficio en

mi trabajo final. En primer lugar me interesa pensar en la dicotomía entre ojo y carne: esa

que supone que lo primero no está compuesto del mismo material que lo segundo. Quiero

cuestionar esta dicotomía al dudar dicha presunción y sospechar del ojo en términos

cárnicos y la carne en términos semejantes a los del ojo: como receptáculo sensorial.

Segundo, quiero pensar en esto a través de una comparación simple entre la historia de

ETA Hoffman, “El hombre de Arena”, y la Amortajada de Bombal. Me interesa detenerme

en estas obras para, a partir de una refutación de la lectura psicoanalítica (sustancialmente

dualista), proponer un monismo corporal que no condicione ojos y cuerpos a ser dos

entidades escindidas. Con esto quiero sugerir que pensar en el ojo en términos cárnicos

permite trabajar sobre la metáfora escópica e iluminista y cuestionar la substancia

cartesiana.

Primero: Generalmente el ojo es pensado como un objeto ajeno al cuerpo, conectado a él,

pero en definitiva escindido en tanto que esos nervios y músculos que lo amarran a la carne

son invisibles a primera vista. El ojo, además, parece estar compuesto de un material no

cárnico, mucho más sensible y delicado que el resto del cuerpo, que al estar cubierto de piel

puede estar desnudo al mundo. Así, en tanto la carne parece ser parte de la misma

substancia –una forma de res extensa—los ojos, así como las uñas, los dientes o el pelo

parecen ser otro objeto biológico. Curiosamente, en tanto pelo, uñas y dientes caen del

cuerpo sin producir desgarro, los ojos son tan corpóreos y propensos al dolor del desgarro

como lo es el apéndice, un dedo o la lengua. Esta condición liminal del ojo es, ya de por sí

curiosa, y más aún si se piensa en las analogía que metafóricamente existen para referir a
los ojos como espejos, luces o ventanas; elementos vidriosos que poco tienen que ver con la

gelatinosidad de su carne. Un ojo es entonces un pedazo liminal de carne, que siente y

percibe de su propio modo, pero también e forma semejante a toda otra forma de carne.

Dos ejemplos para explorar brevemente qué se puede hacer con esta nueva concepción de

ojo cárnico son el cuento “El hombre de arena” del escritor alemán ETA Hoffmann y La

amortajada de María Luisa Bombal. El primer cuento narra la historia de Nathaniel, un

joven que tras sufrir el trauma de una fantasía de la infancia en donde un hombre malévolo

robaba los ojos de los niños, queda encantado de amor por una muñeca autómata de nombre

Olympia, cuyos ojos fascinan a Nathaniel. Nathaniel se enamorará profundamente de la

muñeca hasta perder la cordura en cuanto descubra la mentira del artificio y vea los ojos

vidriosos de la muñeca rodar por el suelo. En este momento, un montaje entre los ojos de

vidrio y los ojos arrancados a los niños en la pesadilla de su infancia, producen el colapso

anímico del personaje y su posterior suicidio.

La lectura tradicional que Freud hace del cuento señala cómo Olympia, así como sus ojos

artificiales, producen una sensación de umheimlich en el personaje de Nathaniel, en tanto

traen de regreso al sujeto aquello que había sido reprimido en la infancia. Esto podría ser

traducido a nuestros términos así: algo de material cárnico, como los ojos de los niños,

regresa como un doppleganger artificial, vidrioso, que transparenta o revela eso que antes

no podía ser develado en la carne. Esta lectura, aunque rescata la condición cárnica de los

ojos, sugiere que ésta tan solo existe en un mudo pesadillesco y primario que luego es

develado, siniestramente, a partir de la concepción vidriosa del órgano. Y aunque en la

lectura de Freud del cuento la dicotomía entre ojo cárnico y ojo vidrioso queda explícita,

Freud decanta por el ojo vidrioso –ese que por estar fuera del cuerpo puede ser metáfora del
res cogitans—como artefacto que permite el acceso a la comprensión. Es decir, se necesita

que el ojo carnal sea desencarnado para poder comprender eso que en el ojo cárnico no se

podía comprender. Contrario a esto quiero sugerir una comprensión monádica del ojo como

carne en la que el umheimlich surge del desgarramiento del ojo cárnico y su posterior

conversión en vidrio y por ende en la transformación dualística de éste; es decir, lo siniestro

no es revelado por el ojo transparente, sino que surge de la extracción de éste del cuerpo

que lo comprende: del desgarramiento de la mónada en una dualidad.

Como contraejemplo “La amortajada” de Bombal, ofrece un ojo muerto, cárnico, que desde

la posición privilegiada de su entierro consigue ver, desde el cuerpo y con el cuerpo. En

este caso el ojo no surge como una metáfora de lo no corpóreo, o de la liminalidad entre

cuerpo y alma, sino que se ofrece como un elemento más del cuerpo muerto. La muerta

consigue ver con sus ojos el mundo que la rodea. Así mismo, su cuerpo percibe y siente, y

esto produce una continuidad multisensorial entre tacto, oído y vista. La amortajada es un

sujeto monádico, todo su cuerpo es carne; incluso sus ojos. Como escena fundamental en la

novela, aparece una lechuza muerta, cuyos ojos atentos producen miedo a la niña que la

ordenó matar. Esta lechuza, tal como el cuerpo de la amortajada, no renuncia a las

capacidades sensoriales por causa de la muerte; por el contrario, la condición de convertirse

en objeto cárnico revela el continuo corporal entre el cuerpo que siente y eso que siente. Si

en el caso de Hoffmann se podía ver una escisión entre la psique y el cuerpo, en este caso

vemos un cuerpo que encarna lo pensable y lo sensible. Este cuerpo ve, pero ve desde el

cuerpo mismo.

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