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CHRISTIAN FERRER CABEZAS DE TORMENTA Ensayos sobre lo ingobernable ATOMOS SUELTOS VIDAS REERACTARIAS ¢Qué sobrevivira de la palabra “anarquistas” en un dic- cionario del futuro? ¢Una nota al pie de pagina, la defini- cién conceptual de una secta de conspiradores, la silueta de un animal extinto? Es inevitable que, incluso en cl me- jor de los casos, scan resaltados los rasgos aberrantes y se acabe facetando el arquetipo que por mucho tiempo ha identificado al anarquista en la imaginacion politica del liberalismo moderno: un monstruo. Esta sombra espec- tral no deja de ser tranquilizadora, pues la policia, y no pocos filésofos politicos ¢ historiadores también, suelen enfatizar los datos del prontuario a fin de dejar las moti- vaciones de los actos fuera de cuestion. Estos son los atri- butos clasicos: la bomba, el Ilamamiento a la sedicién, el gesto blasfemo, el arte de la barricada, el regicidio, el aire viciado de la catacumba, la actitud indisciplinada, la vida clandestina. Y la exageracién. Pero este identikit es ape- nas nitido. Aunque todos los datos reunidos parezean con- ducir a la antesala del infierno, la pura verdad es que las biografias de los anarquistas pueden ser perfectamente relatadas como vidas de santos. Es cierta la violencia, y no es inexacto el relato de sus asonadas, como tampoco es desdefiable el rasgo “demonfaco” en los acontecimien- tos que los tuvicron como protagonistas. Pero sélo contingentemente los anarquistas fueron aves de las tor- mentas; por lo general, el mévil de sus actividades fue constructivo, y sus existencias se asemejaron mas a las del evangelizador y el disidente que a las del “poeta maldito” o el nihilista atormentado. zExisticron? Todo indica que si, que fueron el asombro CABEZASDETORMENTA f 1S de su época y, por un tiempo, la obsesién de la policéa secreta de los estados modernos. Pero su sorprendente aparicién histérica ha sido tan improbable que tienta al historiador a hacerse la pregunta contrafactica: ;qué hu- biese pasado de no haber existido anarquistas? ¢Hubiera surgido otro grupo politico equivalente en su lugar? La cuestion de la jerarguia y el poder, ghubiera quedado sin pensar y sin impugnacién? 7O hubieran sido problemas presentados de formas mas suaves, en boca de pensadores liberales y de fugitivos de la doctrina marxista? :La histo- ria de la disidencia serfa distinta a como la rememoramos? ¢Toda la tensién politica de la modernidad se hubiera con- densado en la pulseada entre liberalismo y socialismo? Entre nacionalismo e¢ imperialismo? A la confeccién de los ensayos libertarios de Tolstoi, Orwell, Camus o Chomsky, se les habria restado un antecedente impor- tante o un interlocutor imaginario? Aun mas, ciertas li- bertades 0, mas bien, cierto grado de apetencia por liber- tades radicales, conseguidas o por lograr, gsc hubieran puesto en movimiento? Es porque los anarquistas efecti- vamente existicron que estas preguntas pueden ser dichas, ¢ incluso enunciadas con cierta calma, sin el sentimiento de pavor politico retrospectivo que asalta a quien se da cuenta de que la vida politica de los siglos XIX y xx podria haber sido mas dura y sombria. Astillas, clavos miguclitos, eabezas de tormenta, marabunta suclta y errante en el panal psiquico del orden burgués. Sin duda. Pero ademas, y no sélo ocasionalmente, los anarquistas establecieron las bases de una contrahegemonia libertaria, es decir, pos- tularon y Ilevaron a cabo formas de existencia politica descables. A comienzos del siglo xxi, Occidente se nutre atin de los restos vivientes, o metamorfoseados, de las in- novaciones dispersadas por la imaginacién politica del si- glo xtx, una de las mas prolfficas de la historia human. Nos nutrimos de nacionalismo, conservadurismo, liber: 16 / GuristisN FERRER lismo, sindicalismo, feminismo, vanguardismo, marxismo, socialismo, federalismo, y de otras migajas politicas me- nores. Y todavia esta poco rastreada la influencia radial que el anarquismo tuvo sobre grupos politicos ¢ intelec- tuales, entre otros, individualistas de toda suerte, libera- les, anticlericales, sobre los bordes del marxismo, el clitismo estetizante, la bohemia, sobre los manifiestos es- téticos de grupos de vanguardia, la floracién radicalizada de la izquierda de los aitos 60, particularmente las varian- tes extraparlamentarias, y sobre la “contracultura” nor- teamericana y curopea, el rock y el punk, sobre las ten- dencias libertarias en el movimiento de derechos humanos y en el de la disidencia en los paises soviéticos, el pacifis- mo antimilitarista, el reclamo al uso placentero del pro- pio cuerpo, el movimiento de liberacién de los animales y el ecologismo radical. Se dirfa que el anarquismo consti- tuy6 una porcién importante del plancton que hasta el dia de hoy consumen los cetdceos del movimiento social, incluso algunos que todavia tienen que madurar del todo. La historia cultural del anarquismo es un yacimiento que todavia puede ser explorado fructiferamente. ¢Cual fue su modo de existencia especifico? ;Cuales sus innova- ciones éticas? ¢Cuales las relaciones entre sus practicas modeladoras de la existencia y la imaginacién politica de su €poca? Estas preguntas deben ser precedidas por cier- tos presupuestos demograficos. En primer lugar, la esca- sez, lo exiguo de su ntimero. Nunca existieron demasia- dos anarquistas (exceptuando el caso de la anomalia espafiola entre 1890 y 1939), y el hecho de haber sido un movimiento evangelizador nunca alteré esta condicién de penuria. Hacia 1910, la policia calculaba que habia entre 5.000 y 6.000 fieles de “las ideas” en la Argentina. Esa cantidad de anarquistas organizados era altisima. En la mayor parte del mundo, apenas un pufado de partidarios y simpatizantes —la mayoria, inmigrantes 0 viajeros— acti- CAREZASDE TORMENTA #17 vaba intermitentemente, mantenia alguna corresponden- cia con centros emisores de ideas, se involucraba en huel- gas o bien editaba una publicacién. Los anarquistas, mi- noria demografica, siempre han vivido al borde de la extincin. Sin embargo, una segunda condicion intensifi- 6 la escasez asf como determiné la amplia extensidn de las ideas libertarias en su tiempo: la historia de los anarquistas es la historia de las experiencias mis Implantacién puntillista: sarpullido negro en los 360° del atlas. La razén que explica la dispersion triunfante de “la idea” reside en el inmenso esfuerzo individual devotado por cada anarquista a la supervivencia de su causa. Eran fogoneros de un tren fantasma. En todo caso, el mimero, la “masa critica”, no supuso un obstaculo para la propa- gaci6n de un ideario politico tan exigente. En cambio, si algo favorecié esa difusin, fue la inexistencia de un “con- mutador central” ideolégico que informara y disciplinara a los militantes dispersos acerca de la orientacion de su ratorias. accion y el contenido de sus propuestas. Por cl contrario, lo que resalta en la historia anarquista es la plasticidad de teorfa y praxis y, consecuentemente, una variedad nota- ble de su flora y fauna. La dosis de libertad de que disfru- taron en relacién con los modos de subjetivacién que les correspondieron se desprende de esta condicién. Esta limitaci6n demografi de anarquista se volvia preciosa, y por qué la vida misma, explica por qué cada vida entendida como “ejemplo moral”, resultaba ser tan va- liosa como las ideas, libros y manifiestos que editaron. En cada vida se realizaba, mediante practicas éticas especifi- cas, la libertad prometida. Cada existencia de anarquista, entonces, se transformaba en la prueba, el testimonio vi- viente, de una libertad del porvenir. Ellos se percibian a si mismos como esquirlas actuales de un futuro que era ob- turado una y otra vez por fuerzas mas poderosas. De alli que las biografias de anarquistas se nos presenten como 18 / GuristisN FERRER istencias exigidas, que todo lo sacrificaban en beneficio de su ideal: amistades, fami- lia, ascenso social, tranquilidad, previsién de la vejez. Has- las vidas de los santos, como e» ta el dia de hoy existen viejos anarquistas que se han ne- gado a solicitar la jubilacién estatal. Estas privaciones eran aceptadas, si no jubilosa, al menos convencidamente, pues cl anarquismo les habia sido prometido como experiencia exigente, aunque no imposible. Para ellos, la libertad era una experiencia vivida, resultado de la coherencia necesa- ria entre medios y fines, y no un efecto de declamacion, una promesa para un “despucs del Estado”. De modo que, a los efectos practicos, el anarquismo no constituyé un modo de pensar la sociedad de la dominacién sino una forma de existencia contra la dominaci6n. En la idea de libertad del anarquismo no estaba contenido tinicamente un ideal, sino también distintas practicas éticas, 0 sea, correas de transmision entre la actualidad de la persona y la realizacion del porvenir anunciado. Justamente porque el anarquismo no concebia a la persona segtin el modelo liberal del “sujeto de derechos” era imperioso modelar a cada anarquista segtin una ética especifica, y no en rela- cién con una jurisprudencia abstracta, abarcadora y generalizable. La norma ¢tica que orientaba tal construc- cién de persona era la siguiente: “vive como te gustaria que se viviera en el futuro”. Las practicas anarquistas ambicionaban trastocar el an- tiguo régimen psicoldgico, politico y cultural del domi- nio, no sélo porque ese modo de gobernar a los hombres resultaba ser coercitivo y desigualirario, sino también por- que los forzaba a volverse mufones de si mismos, perso- nas incapaces de autodignificarse. La antropologia sub- yacente en las obras de la patristica Acrata proponia al hombr mitada, mas atin en una época a la que definian “en esta- cuyos ciudadanos ya no como “promesa”, como energia autocreadora ili- do de animo revolucionario”, CABEZASDETORMENTA f 19 eran stibditos de un monarea en la misma medida en que tampoco eran criaturas de un padre celestial. Autodi- dactismo racionalista, impulso fértil de la voluntad, ape- go por la camaraderfa humana, combate al miedo y a la sumisi6n por ser bases fisiolégicas y psicolégicas del do- minio, imaginacién anticlerical y toma de partido por el oprimido, tales eran las piezas que los anarquistas preten- dian ensamblar en cada individuo singular. El anarquis- mo siempre ha sido un “ideal de salvacién” del alma hu- mana, y¥ por eso era necesario subvertir la topografia hist6rica en donde ella afincaba su existencia. En el extre- mo, se aspiraba a la santidad social: no era posible una sociedad anarquista hasta que el tiltimo de los habitantes de la tierra no se hubiera convertido en un anarquista. Esto no supone procurar la perfeccién de las almas sino purgar la idea de revolucion de la tentacion del “golpe de mano”, alejandola de los peligros que los padres funda- dores previeron en la deriva de las ideas autoritarias pro- pagadas por cl marxismo, o “socialismo autoritario”, tal como lo definfan. Por eso insistian en que la revolucién fuera “social” antes que “politica”, lo cual obliga a un maceramiento cultural previo de costumbres libertarias. Y antes incluso que una revoluci6n social, se insistia en que se trataba de una revolucién personal, es decir, de la construccién del propio caracter o “voluntad” en rela- ci6n antagonista con poderes jerarquicos. El desligamiento de la sociedad “carcomida” comenzaba por la toma de conciencia de la miseria existente y de las tropelfas de los gobiernos autocraticos, pero también por estrategias de purificaci6n de la personalidad. La entrada a los grupos anarquistas siempre supuso una conversion, un autodes- cubrimiento del “yo rebelde”. El objetivo de tal conver- sion, y del despojamiento consiguiente de los vicios socia- les del dominio, buscaba la autodignificacién. En la prensa anarquista de principios del siglo x ¢ reiteran consejos 20 / GuristitN FERRER dirigidos a la forja de la personalidad, entre ellos, tomar conciencia del estado del mundo, no dejarse atropellar por los poderosos y sus “esbirros”, actuar con reciproci- dad hacia el compafiero, servir de ejemplo al pueblo maltratado, abandonar los vicios burgueses, en particular elalcohol, el burdel, el juego por dinero y la participacién enel carnaval a modo de comparsa. Pero la dignificacién de si no sélo exige evitar estos males sociales sino tam- bién ejercer un autocontrol, es decir, una apropiacién de sia fin de hacer lugar a un querer libre y liberado de la formacion burguesa. No obstante, esa autoformacién libertaria no podia realizarse en el interior de experien- cias sectarias ni en los bordes virgenes de la experiencia hist6rica, como lo habjan intentado los fourieristas en sus falansterios y los utopistas en sus comunidades cerradas. El anarquista se vefa a sf mismo como un “hijo del pue- blo”, titulo de uno de sus himnos mas conocidos. Era un Atomo suelto en medio del encadenamiento elemental que a todos obligaba, y cuyo vinculo orbital con la cultura popular era paraddjico. Los anarquistas estaban muy préximos a las practicas populares y a la vez se ubicaban en la frontera ideolégica de las mismas. Fueron la inflorescencia salvaje de practicas populares en formacién, o bien la continuidad urbana de tradiciones tribales y cam- ava a de- terminar la relaci6n entre ereencias libertarias y practica pesinas de resistencia. Esa condicién paradéjic de subjetivacin. La preocupacién por la correlaci6n entre creencia y ac- ci6n se volvfa tanto mas acuciante porque demasiadas ve- ces se hallaban aislados en territorio enemigo, o descono- cido. Es importante tener en cuenta el “factor ntimero” ya mencionado. De modo que recordar “quién se era” a través de rituales y practicas especificas se volvfa funda- mento cotidiano de la ética. Por ejemplo, la cor dencia (todos los anarquistas respondian tarde 0 tempr: espon- CABEZASDETORMENTA f 21 no el correo) tejia una internacional invisible y la lectura de libros “de ideas” los fortalecia ante la adversidad y la soledad ideolégica, mucho mas durante la primera época de diseminacién de las ideas anarquistas, es decir, entre 1870 y 1900, cuando transcurrieron tres fases de madu- racién a las que podemos Hamar “carbonaria o conspiratoria”, “mesidnica o evangélica” ¢ “individualis- ta y organizativa”. En esta ctapa el anarquismo se hizo conocer como ideologia revolucionaria en el sentido a la vez amplio y especifico que el viejo jacobinismo habia des- perdigado por Europa entre 1789 y 1871, fechas emblematicas de la Revolucién Francesa y de la Comuna de Paris. Pero al mismo tiempo, el anarquismo se difun- did como un ideal de “hombre libre”, como modelo ético a seguir. Las rafces de este modelo cabe rastrearlas en los ideales pedagégicos de la ilustraci6n, en los estilos de for- maci6n intelectual del librepensador moderno, en las prac- ticas asociativas de los conjurados, en la dedicacion total de los revolucionarios vocacionales al estilo de Auguste Blanqui, en la sensibilidad generacional “romantica” de los afios 1830 a 1848, y en el activismo de los emigrados célebres que luchaban por la liberacién de pueblos irredentos, cuyo ejemplo mas famoso fue la causa por la libertad de Polonia. Todos estos antecedentes inmediatos confluyeron en la formacién de la personalidad de los anarcoindividualistas y de los anarquistas autodetfinidos como “revolucionarios”, las dos subespecies del género acrata de fines del siglo xtx. El aprestamiento de la subje- tividad anarquista, del niicleo ético de la voluntad, tenfa como objetivo sustentar una “moral revolucionaria”, que servia para endurecerse ante la persecucion y para no des- falle las ideas. Asimismo, para que incluso #7 r ante los magros resultados de la propaganda de tt se sintiera capaz de fundar publicaciones o de erigir sindi- lo anarquista atencos. También fue ése el sentimien- catos, bibliotecas y 22 / GuristisN FERRER to y proceder de los doce apéstoles de Cristo. Ser un revo- lucionario suponia “tener moral”, y no solamente para devenir un “caso ejemplar”, respetado incluso por sus ene- migos politicos, sino para tonificar el espiritu y mantener la fe, ral cual los cristianos ante las tentaciones o el marti- rio. Aun mas, “tener moral” para poder transforma “contrapesos” de coyunturas hist6ricas determinadas, tal cual ocurridé con acusados ante los tribunales que “daban rse en vuelta” los argumentos de las fiscalias 0, en el otro extre- mo, con los exploradores curopeos que por si mismos eran capaces de conquistar regiones enteras para su nacién. También ellos tenian una “moral de hierro”, Pero nadie puede hundir en su alma cimientos de acero si no se tiene fe en el advenimiento de un mundo nuevo. Los anarquistas crefan. Eso es un don que no se concede a cualquiera. Pero no eran religiosos, en el sentido habitual de la pala- bra: el misterio de la fe politica era balanceado por una solida formacién racionalista (incluso, por momentos, cientificista) y por un gusto por la sensibilidad escéptica de tipo “volteriana”. Eran centauros: mitad razén, mitad impulso. Pero si se dejan momentaneamente de lado el odio in- mediato al opresor y las imagenes felices de un mundo sin cadenas (es dec madas, sin policias, sin Papa, sin patrones, sin plusvalia, , sin Estado, sin prisiones, sin fuerzas ar- sin tribunales, sin privilegios de nobleza, sin carnicerias, etectera), se nos evidencian entonces los logros culturales del anarquismo y, especialmente, los contornos culturales de sus practicas de autoformacién, que tenfan como fun- cidn, primeramente, ayudar a forjar el cardcter revolucio- nario y, luego, testear constantemente la relacién entre la propia vida y los ideales. Una primera serie de Sobligacio- nes de conciencia” los distinguian de otras tomas de par- tido politicas ban a modo de guia orientativa fren- te a las pr oper jones coercitivas de las instituciones. El CABEZASDE TORMENTA f 23 anarquista no aceptaba cl servicio militar obligatorio; de- . No aceptaba unirse en matrimonio bajo la super- vision de la Iglesia o del Estado; se unfa libremente a su pareja en una practica conocida bajo el nombre de “amor libre”, macula escandalizadora para su época. En lo posi- ble, no enviaba a sus hijos a escuelas estatales, sino a es- cuelas libres o “racionalistas”. No bautizaba a los hijos segtin el santoral; solfa recurrir a nombres significativos. sertaba No debfa aceptar ascensos de rango en las jerarquias la- borales o salariales; se trabajaba a la par del compaiiero. Deba procurar ser, ademas, un buen trabajador, para dar ejemplo tanto a la burguesfa rentista y ociosa como a los demas trabajadores que alguna vez levantarian un mun- do distinto de las ruinas del actual. El anarquista no debia votar en comicios electorales, sino intentar llegar a con- sensos en las decisiones que debian tomar sus grupos 0 sindicatos. Debfa negarse a testificar en juicio si ello su- ponfa un perjuicio para quien fuera acusado por razones de Estado. No debfa aceptar los feriados dictados por el Estado (una acordada de la FORA, la central sindical anar- quista argentina, recomendaba a sus afiliados informar a los patrones que el tnico feriado laboral que respetarian serfa el 1° de Mayo, no existente en el calendario de asue- tos de entonces, y que en los casos de feriados de indole estatal o religioso reclamarian trabajar}. Tampoco se de- bia dar limosna 0 propina, pues lo correcto es procurar un salario digno. El anarquista debia dar hospitalidad a companieros perseguidos. En algunos casos extremos, muchos anarquistas se negaban a jugar a las cartas 0 a apostar dinero a fin de no promover la lucha de “todos contra todos”. Tampoco se festejaban los cumpleatios “de quince”. De ser posible, sus periddicos debian venderse a de precio de costo (en algunas publicaciones argentina comienzos del siglo Xx se lefa en primera plana, “Precio: de cada uno segtin sus fuerzas”). Al fin, debfa estar per- 24 J GuristitN FERRER trechado y preparado cultural y politicamente para acom- paiiar en primera fila a los pueblos que se rebelaban. Y no fucron pocos los anarquistas que renunciaron por testa- mento ala tumba individual, prefiriendo el osario comtn. Otros donaron sus cuerpos “a la ciencia”. iste decalogo ético promovia un modelo de conducta que necesariamente exigia firmeza interior. Al afirma- miento de si contribufan una serie de practicas intros pectivas, que abarcaban desde la lectura de libros de ideas, novelas sociales ¢ historias de héroes y revueltas popula- res hasta las primeras pruebas de fuego de la lucha social con las gue intimaba el nuevo adherente a las ideas huelgas, piquetes, contrabando de armas 0 periddicos, seguidas por las inevitables temporadas pasadas en la car- cel, Iiquido amnidtico bien conocido por los militantes, y a la vez vivero de anarquistas. Todas estas practicas de “cuidado de si” estaban dirigidas a facetar una subjetivi- dad potente (una *voluntad”) frente al poder jerarquico. , sean No sdlo es preciso no gobernar a otros, también contener en si mismo una serie de principios bien afirmados a fin de no dejarse gobernar. A quien se gobierna a si mismo y se niega a ser gobernado se lo presentaba como un “hom- bre rebelde”, refractario pero a la vez ilustrado y racio- nal: un argumentador irreductible. La educacién de la vo- luntad se desarrollaba mayormente en un nicho politico, psfquico y emocional que resulté ser la invencién organizativa mas Ilamativa de todas las promovidas por el anarquismo: el grupo de afinidad, que, hasta la stibita explosién de los sindicatos organizados en torno de prin- cipios libertarios, hacia 1900, constituy6 el modo de en- cuentro y de relacién habitual entre anarquistas; y lo si- gue siendo hasta el dia de hoy. Lo de afinidad anarquista no residfa solamente en la cteristico del grupo horizontalidad reefproca y la comtin pertenencia ideolé- gica de sus integrantes, sino en la confianza mutua como CABEZASDETORMENTA f 25 cemento de contacto de sus miembros, y en su plasticidad empatica. Operaba como contrapeso y alternativa a la familia burguesa y al orden laboral, y también era un es- pacio de aprendizaje, de saberes o de oficios. A veces, quien ingresaba en un grupo de afinidad cambiaba su nombre, o elegfa un apodo singular, que no resultaba ser tanto un alias o un “nombre de guerra” como la prueba nominal de la transformacion interior lograda. S; ‘Tomarse en serio las ideas suponia volverlas una parte iminab| de cualquier otro éreano corporal. La “idea” se acomo- de la existencia tan inel e como lo es la actividad daba entre el riién y el pulmén, o entre el estémago y la red arterial: el injerto prendia hasta devenir carne. En mo- mentos historicos cruciales o en ciertas situaciones limite, esta metamorfosis intima llev6 a algunos anarquistas a producir hechos espectaculares. Los ejemplos de atenta- dos contra cabezas coronadas son los mas difundidos, pero no necesariamente los més representativos. Témense dos casos de “agudizacién de la tensién ética” que Luce Fabbri menciona en Historia de un hombre libre. Cuando los anarquistas eran llamados a presentarse como reclutas 0 a cumplir el servicio militar solian desertar y cruzar las fronteras a fin de evitarlo. Pero no siempre se tomaba la decisi6n a tiempo. De modo que el inevitable momento en que se era Ilamado a filas podia poner a un hombre en estado de intensa conmoci6n interior. Asi, Luce Fabbri recuerda el caso del albaiil italiano Augusto Massetti, quien en octubre de 1911 utiliz6 el fusil que le acababan de entregar para disparar contra el coronel que arengaba a los nuevos reclutas que se preparaban a partir hacia Libia. El caso se transformé en una causa antimilitarista célebre en esos aiios de pujos expansivos de Italia hacia el Africa. El otro caso concierne al maestro de escuela Aldo Bernardi, quien tiré su fusil al suelo del cuartel desde el cual debia partir al frente e improvis6 alli mismo un discurso anar- 26 J GuristitN FERRER quista. Sc salvé del fusilamiento pues sus parientes pudic- ron hacerlo pasar por loco, aunque morirfa apenas termi- nada la guer gripe espanol. ‘a, como tantos millones mas, a causa de la Las practicas de conversién comenzaban luego del acer- camiento, y del primer maceramiento, del aspirante a anar- quista al grupo de afinidad, y su grado de profundizacién dependia del contexto, de la etapa de desarrollo histérico del movimiento anarquista y de la radicalidad ideoldgica del grupo de pertenencia, pero también de la “libre vo- luntad” del nuevo integrante. Eran comunes las renun- cias a la herencia pecuniaria familiar, a los titulos de no- bleza (tradicién iniciada durante la Revolucién Francesa) y alas costumbres “burguesas”. Sin embargo, estas decli- naciones no se corresponden con el modelo de la “proletarizacién” de la juventud que se volveria habitual y obligaroria durante los afios sesenta y setenta del siglo xx. Se trataba, mas bien, de purgarse de una “vida falsa”, © dotada de privilegios y oropeles que se volvian, en la nueva etapa consciente de la persona, sin sentido. Ocasio- nalmente, la persona abandonaba su antiguo nombre y optaba por “rebautizarse” con un seudénimo. Asi, un co- nocido anarquista colombiano pas6é a llamarse Bidfilo Panclasta (amante de la vida, destructor de todo), y nom- bres como Perseguido, Germinal o Libertario se volvieron mas y mds comunes. Otros muchos optaban por un alias cuando publicaban en la prensa anarquista, como modo de enfatizar que las ideas, pero también las obras litera- rias de autores famosos, no pertenecian al erario indivi- dual sino a toda la humanidad. En otras palabras, se im- pugnaba el derecho a la propiedad intelectual, derecho que, por tradicién, los anarquistas suclen pasarse olimpicamente por alto. La practica del nuevo bautismo se entronca con la historia de la Revolucién Fr cuya primera etapa los aitos comenzaron la cuenta desde neesa, en CABEZAS DE TORMENTA cero y los meses adoptaron el nombre de ciclos naturales. El anhelo por el inicio de un mundo nuevo cra asi antedatado, o adclantado. Auguste Blanqui numeraba los: ejemplares de uno de sus tantos periédicos, Ni Diew ni Maitre, siguiendo el calendario jacobino, y en la Argenti- na, el periddico La Montaiia, fundado por Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Macedonio Fernandez, era fe- chado a partir de los afios transcurridos desde la Comuna de Paris. En estos casos, se enfatizaba que el tiempo, aun siendo irreversible, era desviable a favor. Asimismo, los: sindicatos solfan repartir entre sus aliliados almanaques y calendarios revolucionarios en los cuales el santoral y las cfemérides estatales eran reemplazados por los hechos de la historia del movimiento obrero y por las fechas de na- cimiento de revolucionarios 0 de benefactores de la hu- manidad. A comienzos del siglo xx los anarquistas tomaron la costumbre, particularmente en Espafia pero también en el Rio de la Plata, de bautizar a sus hijos con nombres que los schalarian como vastagos prematuros de un mun- do mejor. Abundaban los homenajes (Espartaco, Volterina, Giordano Bruno, Prometeo), las afirmaciones doctrinarias {Acracio, Libertad, Libertario, Alba de Re- volucién, Ideal, Progreso, Liberata, Liberto), las marcas oprobiosas de nacimiento (Oprimido, Siberiano), los ho- menajes internos al movimiento anarquista (Bakunin, Rechts}, la referencia natural (Amanecer, Universo, Au- rora, Sol Libertario}, la asertividad vital (Vida, Placer), y también Eleuterio (hombre libre en griego), Poema, Amor, Esperanza, Floreal y tantos otros que nutrieron una ono- mastica propia. Esta misma denunciaba la condicién su- friente de la humanidad ¢ impugnaba al santoral, 0 bien homenajeaba a los caidos y anunciaba el porvenir. Los nombres de muchos periddicos anarquistas argentinos de esa 6poca exponian una serie de juegos especulares con 28 / GuristitN FERRER la propia identidad y con los temores de la sociedad bur- guesa. Algunos asumian nombres potentes y afirmativos, tales como El Oprintido, El Rebelde, La Protesta, La Antorcha, Agitadores, El Combate, Demoliamo, I] Pugnale, Cyclone, Escalpelo, Hierro, El Latigo del Obre- yo, El Martillo, Los Partas, El Perseguido, La Rivolta o La Voz del Fsclavo. Otros titulos, que también cincela- ban una positividad, adquirian resonancias aurorales 0 definiciones de indole iluminista, entre ellos FI Alba del Siglo XX, L Expansion Individual, La Fuerza de la Razon, Libre E. men, La Libera Parola, La Libre Iniciativa, La Luz, Luz al Soldado y Los Tiempos Nuevos. La introduccién a las ideas anarquistas corria muchas veces a cargo de “maestros”, que eran transmisores de la memoria social, la historia del movimiento anarquista, y las ideas. La maestria no estaba necesariamente vincula- uvenire, Ciencia Social, Derecho a la Vida, da con la lectura de libros, aun siendo valuados especial- mente en la tradicién anarquista, sino con el conocimicn- to personalizado de alguien ya experimentado en la doctrina libertaria. No obstante, a quien oficiaba a modo de “maestro” no se le exigia ser un sabio, sino una mezcla de persona “iniciada” y evangelizador. Era habitual que los ya experimentados dirigieran “lecturas comentadas” en sindicatos y atencos pa cfrculos de personas sin edu- cacion formal alguna o recién llegados al anarquismo. Pero a pesar de que la cinematograffa, al menos la argentina, y cierto lugar comin sensible del progresismo hayan difun- dido la figura del “viejo anarquista” benevolente, en ver- dad esa tarea de maestria podfa estar a cargo de personas muy jovenes, que sélo superaban por un lustro o una dé- cada al nuevo adherente. Era, sin dudas, una relacion de adulto a joven, pero no en cl sentido que las edades tienen hoy en dia. Este tipo de iniciaci6n estuvo vigente hasta los afios sesenta del siglo xx, cuando las rebeliones juveniles: CABEZAS DE TORMENTA 9 y el Sjuvenilismo” como ideologia rompicron esa correa de transmisién. Desde entone 's, la entrada al anarquismo ocurre por contagio, por activismo de “pandilla”. Luego, el nuevo simpatizante pasaba por pruebas iniciaticas de otro orden, tales como la participacin el huelgas, boicots, sabotajes, y viajes de publicitacidn de ideas hacia lugares virgenes de ideas libertarias o donde residian muy pocos anarquistas. A veces, esos peregrinajes se hacian para apo- yar una huelga o una lucha determinada, y los mejores oradores y oreanizadores solian ser los mas requeridos. Esas jornadas en tierra de nadie los exponian al acoso policial, pero también a la incomprensién de sus familias que percibjan en ese activismo riesgos para la economia y armonia del hogar. Los ejercicios de oratoria, que prime- ro sucedian en veladas de ateneos o sindicatos y luego en actos publicos, operaban a modo de entrenamiento reté- rico para el viajero. En cambio, nada preparaba al hom- bre “de ideas” para las habituales estadias en el presidio. Pero todos podian confiar en la solidaridad que emanaria del otro lado de los muros. Por otra parte, quiencs mal- trataban a los presos, torturaban a los detenidos o repri- mian concentraciones obrera , sabfan que podian ser el blanco de la venganza tribal. De todos modos, en casi todos los casos de ron en la mayor soledad. ‘justicieros” anarquistas, éstos actua- Cotidianamente se participaba de experiencias, cuyo ciclo solia ser semanal, que unfan socialmente a los anarquistas y a la vez los aprestaban intelectual y espiri- tualmente. Una serie de rituales de fraternizacion y enal- tecimiento, que eran compartidos por otras instituciones: socialistas, ligaban al anarquista a su organizacion y a los demas compaiieros. La participaci6n activa en conferen- cias y veladas, la concurrencia a declamaciones y cuadros filodramaticos (probable raiz del teatro independiente en la Argentina), la asistencia a picnics de confraternizacién 30 7 GuristiN FERRER y a lunchs de camaraderia, la colaboracién con piquetes de huelga o con campaiias de solidaridad a favor de pre- sos, y tomar parte de marchas y mitines. Se solian entonar canciones ¢ himnos revolucionarios, asi como se partici- paba a titulo de ptiblico en “reuniones de controversia”, que consistian en torneos de oratoria en que dos conten- dientes, uno anarquista y otro adherente a una filosotia distinta, disputaban en torno de un tema convenido, por ejemplo, la existencia 0 inexistencia de Dios, o la impor- tancia de las teorfas de Darwin. Los ateneos, bibliotecas populares y publicaciones no solo permitian reunir a la comunidad anarquista 0 expandir la palabra libertaria entre los obreros, también haefan sentir su influencia en- tre sectores de la pequefia burguesfa intelectual, lograndose capturar a peces gordos para la causa de vez en cuando (Gonzalez Prada en Perti, el uruguayo Florencio Sanchez en la Argentina). En este ltimo caso, se hace notoria la fuerte creencia de los anarquistas, propia de la época, en el poder transformador de la palabra ptiblica. El objetivo de estos rituales y participaciones consistia en inspirar y facetar sentimientos nobles, vy en desarraigar los “males de la subjetividad” que dividen a los seres humanos. Las bibliotecas personales cerraban el circulo. Todos los anarquistas se armaban pacientemente de una biblioteca “de ideas”, incluso los analfabetos. En los libros estaba contenida la salvaci6n por el conocimiento, y la impor- tancia del autodidactismo entre los anarquistas es un tema atin inexplorado. A veces, el tinico equipaje que los anarquistas arrastraban en sus migraciones era su biblio- teca basica. Han de haber existido pocos movimientos politicos menos antiintelectuales que el libertario, que sdlo se cuidé de enfatizar la importancia de vincular el trabajo manual y el intelectual en una sola madeja indevanable. La imprenta constitufa su “multiplicaci6n de los panes” y su “maquina infernal” a la vez. Los libros atesorados in- CABEZASDE TORMENTA f 31 cluian la historia de las revoluciones modernas, los ¢ cos anarquistas, las biografias de militantes caidos, las memorias de anarquistas conocidos, los testimonios de prision y persecucién, los compendios de ciencia “moder- na” y las ineludibles novelas sociales. De todos ello: autobiografias de militantes, cuyos equivalentes son de- masiadas veces el santoral y el martirologio, constituyen una fuente de informacién fundamental para analizar la las vida ética anarquista. También, evidentemente, las acor- dadas de reuniones sindicales, lo publicado en su prensa, en particular si se analiza el detalle y la marginalia, y las obras doctrinarias en general. Pero no debe descartarse el andlisis de las obras de los heresidlogos de la época y de los refutadores del anarquismo. Algunos de ellos han sido excelentes exégetas, por via negativa, de esta herejia mo- derna. Restaria una fuente a la que no siempre los histo- riadores interesados en el anarquismo han logrado acce- der: los archivos policiales. X comenzaron a difundirse entre A inicios del siglo los anarquistas dos discursos dirigidos al cuidado de la mente del nifio y del cuerpo en general: el de la escuela moderna y el de la eugenesia. Las escuelas racionalistas 0 “modernas” se difundieron ampliamente en Espaiia, y también existieron algunas experiencias argentinas, de du- racién efimera. Se proponfan como instituciones y doc- trinas alternativas a la fiscalizacion eclesidstica de la in- fancia y ala circulacién de retéricas estatales en los planes en ellas se inculcaba el conoci- curriculares escolares, y miento de la ciencia, la libertad como ideal, la formacién integral del alumno, y la convivencia de saberes manua- les ¢ intelectuales. En esas escuelas se habian eliminado los castigos y amonestaciones, y también las jerarquias entre maestros y alumnos. La suposicién preestableci antropolégica que las orientaba presentaba al nifio como librepensador por naturaleza, y a las ideas religiosas, el 32. / GuristiAN FERRER patronato estatal y el patriotismo como desvirtuadores de la mente infantil. Educar nifios para un mundo distin- to, al que se aguardaba para un futuro no muy lejano, suponia también construir ese mundo a través de nuevas generaciones puestas a salvo de las garras y vicios de la vieja sociedad. Un tipico problema légico que se les pro- ponia resolver a los alumnos se presentaba de este modo: i un trabajador fabrica diez sombreros en ocho horas, y si por hacerlo le pagan cinco pesos, decena que la em- presa envia al mercado a cincuenta pesos, cuanto dinero robé el patron al obrero2”. Cabe destacar que, aunque en forma incipiente, los anarquistas también propusie- ron planes de ciudades ideales para la vida social, que no deben confundirse con la tradicién de las utopias perfec- tas, sino con el mejoramiento del habitat obrero. A su vez, el discurso eugenésico, sin estar del todo ajeno a las preocupaciones sanitaristas ¢ higienistas de la época, se presentaba como un borde cultural apenas aceptable para la mentalidad burguesa. En cl anarquismo, el discurso de la cugenesia abareé distintas preocupaciones: la difusién del vegetarianismo, del nudismo, del antitabaquismo, de la procreacién responsable o “consciente” (de rafz neomalthusiana) que predicaba la necesidad de restringir la natalidad a fin de eludir la miseria obrera, la propa- ganda del uso del condén en barrios proletarios, la publicitacién de otros métodos anticonceptivos en la pren- sa anarcocugenesista, la critica al consumo de alcohol (un libro difundido en portugués se titulaba Alcoholismo 0 Revolucién) Todo esto se cruzaba con los discursos sobre el el cuidado de la salud obrera en general. amor li- bre, la importancia de las afinidades clectivas, y la libre voluntad. En mayo de 1937, Federica Montseny, ministra anarquista de Sanidad durante la Revolucién Espanola, autoriz6 a los hospitales ptiblicos a atender a mujeres que desearan interrumpir el embarazo. Se traté de una medi- CABEZASDE TORMENTA f 33. da histérica que trascendia la preocupacién gubernamen- tal por la practica del aborto clandestino, que se enmarca en la tentativa anarquista mas general de subversién de las costumbres, y que a su vez permitfa hacer ptiblico un saber y un discurso radical sobre la sexualidad. La euge- nesia se cruza en este punto con la critica al matrimonio burgués “hipdcrita” y con la postulacién del derecho al propio cuerpo. El discurso anarquista sobre la sexuali- dad es complejo, porque en él se intersectan una analitica sexual de indole cientifica, una preocupacidn social de raiz médico-higienista, ¢ ideales relacionales nutridos por el romanticismo, que no excluyen una dosis de voluptuo- sa erotizacién discursiva, en la que descollaron los asi llamados “armandistas”, seguidores de la doctrinas individualistas de E, Armand. Los armandistas 0 los lec- tores de la brasilefia Maria Lacerda de Moura difundie- ron el derecho al placer como derecho “natural” de los seres humanos. El discurso eugenésico y la defensa de la educacién integral y racionalista tenfan un objetivo que superaba incluso la preocupacién por la vida sana y el concernimiento por la mente infantil, pues el ideal que los guiaba era la critica a la vida alienada propia de la burguesfa. De modo que eugenesia y racionalismo busca- ban invertir la dosis de alienacién vital inyectada por la sociedad “falsa” asf como promover practicas existen- ciales menos insinceras y mas saludables. ¢Cuantas de estas practicas cran realmente Ilevadas a cabo? Algunas mucho; otras, escasamente. Algunas eran coto de caza de experimentadores de la existencia, otras eran amparadas en experimentos comunitarios, y otras atin afectaban tini- camente a los anarcoindividualistas 0 a sectores de la bohemia. La mayoria de estas costumbres y modelos de conducta no eran obligatorios ni de cumplimiento forzo- so. El anarquismo nunca fue una secta ortodoxa ni dis- puso de un “libro negro” en el cual hubiera podido 34 7 GuristiAN FERRER consultarse una preceptiva. La aceptacién de las practi- cas era libre, y éstas se difundian a la manera de las co- rrientes de opinidn, contagiando o entusiasmando, y no como un credo. A lo largo de una vida, los adherentes a las ideas anarquistas podian pasar por varias etapas y grados de aproximacion al ideal del vegetarianismo o del amor libre. A medida que el anarquismo recluté mas y mas miembros entre el proletariado fabril la posibilidad de experimentacién en los bordes de la vida burguesa dis- minuy6, pero en ningdin caso dejé de ser promovida en la prensa anarquista y en las disertaciones de especialistas dadas en sindicatos, ateneos y bibliotecas. Se diria que la grandeza de esta panoplia existencial puede medirse por el grado de rechazo sufrido en la época como también por el menor énfasis que sobre estas cuestiones ponian otras doctrinas politicas. Tanto en su actuaci6n publica, en la puesta en locucién conversacional de ciertos temas escabrosos o tabi, como en la propaganda escrita de sus ideas, los anarquistas nunca se refugiaron en retéricas de la conveniencia o en estrate- gias “maquiavelistas” 0 coyunturalistas, aun cuando las consecuencias de tales acciones y opiniones fueran costo- sas, 0 incluso letales a su inmediata supervivencia politi- ca. En suma, nunca mintieron acerca de quiénes eran y qué querfan. Los tejemanejes, hipocresias, disfraces y “ope- raciones” alas que con tanto fervor recurrirfan liberales y comunistas durante la Guerra Fria les eran por completo ajenos. La sinceridad politica era una de sus “obligacio- nes identitarias”, condicién derivada de su intransigencia en relacién con las ideas (lo que no los volvia necesaria- mente principistas) y de sustentar una firme adecuacién entre conducta y ereencia enunciada. Esto explica por qué solfan identificarse a sf mismos como “anarquistas” cuan- do eran Ilevados a tribunales. También permite identifi- car un centro de gravedad de su drama politico: la abso- CABEZASDETORMENTA #35 luta responsabilidad con las propias convicciones les res- taba “efi “técnico”) y audibilidad, aunque les concedia el raro pres- a” (si se la define desde un punto de vista tigio de disponer de un Sexceso de razén”. Decir la ver- dad siempre es costoso, pero en su caso era imprescindi- ble: combatir la arbitrariedad de los gobierno: cl maltrato de patrones y “cosacos”, registrar y testimo- niar la persecuci6n a sindicatos y protestas populares. denunciar 'stas “verdades excesivas” cncajaban golpes proporcionales. Los asesinatos politicos de organizadores anarquistas de sindicatos fueron comunes en la Espaiia de 1920 y en toda Latinoamérica. De la Argentina se los deportaba (Ley de Residencia de 1902}, de Brasil se los expulsaba como * deseables”, o recibian largas condenas cumplidas en pe- nales espectrales ¢ inhdspitos (en Tierra del Fuego, en la selva amaz6nica, cerca de las Guayanas), confinamientos n- en Siberia o en islotes italianos, 0 en las posesiones colo- niales espafiolas y portuguesas en Africa, o en la Paptia- Nueva Guinea francesa. Y también el servicio militar de “asociales” cumplido en durfsimas “compaiifas de disci- plina” (en Italia, luego de la Guerra de Libia). Simese a ello las ciclicas prohibiciones de actividades y la destruc- cién de imprentas, archivos y locales de periddicos. Por cierto, las carceles resultaban ser maletas herméticamente cerradas, pero con doble fondo: se transformaban en es- pacios de concientizacién de los otros presos “sociales”. Y las prohibiciones no eran mas que molestias al paso, gajes del oficio. No solamente porque el derecho a la pu- blicacién de sus “zamizdats” se los daban ellos mismos, sino porque en el terreno de la clandestinidad los anarquistas eran baqueanos. Por lo demas, ningtin anar- ado. Se dit quista tenia el dfa comp a que vivian en liber- tad condicional. La sinceridad politica se extendia a otros Ambitos de la actividad, particularmente respecto del ma- nejo del dinero, tema con el cual se mantenéa una estricta 36 7 GuristiN FERRER escrupulosidad. Los registros contables de los sindicatos anarquistas eran perfectos. No pocos historiadores de la Guerra Civil Espatiola han podido reconstruir movimien- tos de dinero a partir de los registros de la Confederacién Nacional del Trabajo. La condicién de ilegalidad no ex- ceptuaba a los militantes de esta “honestidad financiera” incluso en los casos limite, muy debatidos entre ellos, de los Sexpropiadores” y los “falsificadores de dinero”. Lo “recaudado” no podia disponerse para uso personal; per- tenecfa al pueblo o eran fondos a ser donados para activi- dades culturales u organizativas. Esas eran las reglas de su jurisprudencia, que se extendian a los problemas ideo- légicos o relacionales entre compaiieros, para los cuales se habilitaban, de ser preciso, “tribunales de honor”. Anarcosindicalistas, expropiadores, guerrilleros antifran- quistas, anarcoindividualistas, combatientes junto al ma- quis, partisanos, regicidas, “mujeres libres” en Espafia, crotos, “wooblies”, foristas, “ceneteros”, organizadores de huelgas contra la United Fruit Company, y decenas de otras mutaciones, todos ellos trataron, en lo posible, de vivir y morir en su ley. Su “ley”: gen qué medida los anarquistas no experi- mentaron una tensidn espiritual entre el esfuerzo por “mejorar” el alma y la insondable rurbulencia espiritual que se vierte en impetus violentos? Probablemente. Sus: acciones fueron muchas veces sangrientas ¢ insensatas; otras veces sacrificadas y dignificantes. Fueron seres de extremos. Asi como la historia del capitalismo moderno y de la sociedad industrial es inescindible del surgimiento del sindicalismo, asf también el anarquismo es incompren- sible sin su antipoda, la jer narca siempre se midieron entre si, como capas gcolégicas rqufa. El anarquista y el mo- que no se confunden aunque se reconocen y se estudian mutuamente, como cérvidos que eventualmente se enfren- tan en campos de lidia. Pero esa misma tensién nutre la CAREZASDE TORMENTA #37 tendencia a asilarse centripetamente en las propias ideas y practicas culturales como también convoca complejas re- laciones osméticas entre el “alma anarquista” y el Salma burguesa”, vinculos que deben analizarse a través de los procesos metamorf6ticos que su mutua pugna produce en la frontera en disputa. Durante el tiempo en que el anarquismo desplegd una influencia nitida sobre la accidn sindical, sobre las sensi- bilidades populares de zonas espeefficas de Occidente y sobre sectores de la opinién publica “ilustrada”, opers como movilizador politico y antropolégico de un desor- den fértil y como hostigador de las fuerzas de la tradicién y el estatismo, Colaboraba, junto a otras ideas y sectores politicos, en la desorganizacion de la herencia politica y espiritual del “ancien régime”. A la vez, el anarquismo difundié un modelo de personalidad libre, un ideal exi- gente cuyo logro histérico consistié en ejercer una pre- sion, una “curvatura”, sobre las creencias ¢ instituciones modernas, pero también sobre las apetencias de mayor autonomfa individual y de mas amplia libertad que ya germinaban en la imaginaci6n social del siglo xx. En suma, su insistencia en que el Estado obstaculizaba la libre aso- ciacién tanto como las capacidades creativas de los seres humanos lo transformé en una suerte de simbolo antipo- daa la imaginacién jet Arquica. Pero su zigzagueante cir- culacién en el mundo de las ideas y la distinta suerte que les tocé a sus intentos sediciosos no se explica inicamente por el radical angulo politico que ocupé en la moderni- dad. También el anarquismo result6 ser el emergente pe- culiar de un nuevo tipo de relacién social que enormes sectores de la poblacién occidental ya ansiaban y practi- caban, el gusto por la afinidad electiva. Por otro lado, en tanto minoria demografica sostenida en practicas éticas (irreductibilidad de la conciencia, innegociabilidad de las convicciones, construccidn de instituciones contrapotentes, 38 / GuristiAN FERRER desplicgue de grupos de afinidad, rituales de autofor- macion especificos), las vidas anarquistas en sf mismas, que siempre bascularon entre el color tenebroso y el aura lirica, constituyeron un modelo moral que atrajo intermi- tentemente a las energias refractarias de sucesivas oleadas de jovene sencillo, y es de poca utilidad la explicacién psicologista, a saber, que los jévenes necesitan por un tiempo de una estadia en el infierno o bien mantener intacto su sentido de la irrealidad hasta el dudablemente, el adjetivo “revolucionario™ le cabe al anar- quismo como un guante al puto, pero entre las facetas que admitia esta idea descuella la de “subversién existencial”. El anarquismo constituy6 una respuesta sub- jetiva radical que movilizé el malestar social de su época. A lo largo del siglo x1x, la irritaci6n social en relaci6n con el hambre y la autocracia posibilitaron el despliegue de Comprender la fuerza de esta atraccién no es momento de “sentar cabeza”. In- movimientos politicos y sindicales de oposicién. El ham- bre se correspondié con la demanda de dignidad laboral y humana, y el socialismo, el sindicalismo y el populismo fucron sus portavoces. La autoer: ‘acia se correspondié con el reclamo de mayores amplitudes civiles, y el liberalismo, el socialismo y el feminismo devinieron respuestas politi- cas. El anarquismo participé, a modo de tecla suelta, de este abanico. Sin embargo, la cuestién de la “vida falsa”, propia de las torsiones vitales de la época burguesa, tam- bién se constituyé en un irritador difuso del malestar so- cial. La preocupaci6n por la insinceridad relacional, el tedio, la “alienacién vital” y la autocontencién emocio- nal son temas que recorrieron a la modernidad, desde el romanticismo a las rebeliones existencialistas de los afios sesenta del siglo xx. La insistencia de los anarquistas en la cuesti6n de la vida falsa y sus propias vidas facetadas como ejemplos morales quizds expliquen por qué la sensibili- dad refractaria se acoplé mas dtictilmente al anarquismo, CABEZASDETORMENTA #39 o asus variantes laterales o paralelas, que a otros movi- mientos de ideas; y también es la causa de su extrafia su- pervivencia actual, una vez que sus otrora potentes sindi- catos y sus participaciones revolucionarias pasaron a ser poco menos que partes histéricos para el mundo acadé- Mico que se interesa atin en este tipo de herejias politicas. Esa supervivencia no equivale al rebrote del yuyo en el jardin bien ordenado, sino al sarpullido somatico en un cuerpo que ha sido una y otra vez persuadido de doblar la cerviz o de descargar sus malestares en espacios previa- mente delimitados al efecto. En tanto y en cuanto perdure el malestar, el anarquismo podra resurgir como retorno de lo que ha sido mal reprimido, El demonio rojo y el judfo errante han sido los emblemas grabados a fuego en la historia anarquista. También lo han sido el Ave Fénix y Lazaro redivivo. 40 J Cristian FERRER

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