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Homilética I
Fundamentos de predicación
Preparado por:
William Castaño B.
Cali. Colombia
Tabla de contenido
Páginas
Introducción
Unidad 1: Qué es la predicación
Capítulo 1. Origen del término y concepto de predicación
Capítulo 2. El lugar de la predicación
Unidad 2: La historia de la predicación y su
fundamentación teológica.
Capítulo 3. La historia de la predicación y la predicación
en la historia.
Capítulo 4. La base bíblica y teológica de la predicación.
Capítulo 5. La predicación como un proceso comunicativo.
Unidad 3: Elementos constitutivos de la predicación.
Capítulo 6. El predicador
Capítulo 7. El texto del mensaje
Capítulo 8. Los contextos del mensaje
Capítulo 9. Los propósitos de la predicación
Unidad 4: Los tipos de predicación
Capítulo 10. predicaciones temáticas
Capítulo 11. Predicaciones textuales
Capítulo 12. Predicaciones expositivas
Lectura complementaria 1: La fidelidad del predicador
Lectura complementaria 2: Fundamentos teológicos de la
predicación.
Lectura Complementaria 3: El sentido teológico de la
predicación.
Lectura Complementaria 4: La elección de un texto para
predicar.
Bibliografía sugerida.
Curso de Homilética I
Fundamentos de la Predicación
Introducción.
La mayoría de los pastores, obreros y líderes cristianos, enfrentamos un constante
peligro: No dar el debido valor y no establecer la preparación para predicar como
prioridad. ¿Cuál es el principal problema? ¿Por qué hay tantas predicaciones que
no alimentan espiritualmente a los oyentes? En respuesta podemos decir que
existen varios problemas. Según Jerry Stanley Key, predicador norteamericano que
ha servido como misionero en Brasil por muchos años, “Uno de los principales
problemas es, sin lugar a dudas, la falta de dedicación a la preparación de
predicaciones que debe ser una prioridad en el ministerio”1. Muchos predicadores
no dedican el tiempo necesario para preparar predicaciones que edifiquen.
Predicar exige un trabajo de planificación y un esfuerzo constante, lo mejor del
tiempo y la energía del predicador.
Dice el Dr. Stanley Key2, que la gran mayoría de los predicadores tiene tantas
actividades y quehaceres que la preparación para la predicación acaba siendo algo
secundario en sus vidas. Dice él que en una encuesta realizada hace ya tiempo, les
solicitaron a los pastores que enumeraran varias tareas en orden de importancia
para un ministerio de éxito, fueron incluidos en la lista los asuntos administrativos
de la iglesia, la consejería, la visitación a los miembros, inclusive los enfermos, la
predicación de la Palabra, etc. En la primera parte de la encuesta los predicadores
señalaron la predicación como la tarea más importante, opinando que sin un
ministerio de púlpito adecuado, sería imposible alcanzar éxito en el ministerio.
Pero en la segunda parte de la encuesta los pastores debían indicar el tiempo que
invertían con cada una de las tareas mencionadas en la primera parte. El
resultado fue muy revelador: ¡el tiempo empleado en la elaboración de sus
mensajes ocupaba el quinto lugar! En la teoría era lo más importante, en la práctica
no lo era. Bienvenidos a este curso que coloca a la predicación en el primer lugar.
1
Stanley Key, Jerry. La preparación y predicación del Sermón bíblico. 2008. Pág. 52
2
Ibid, pág 52.
Unidad uno: ¿Qué es la predicación?
Definiciones
Jerry Stanley Key: "La predicación es la fiel exposición del correcto sentido de uno
o más textos de la Biblia, ilustrando la exposición y aplicándola a la vida de los
oyentes, involucrándolos de tal manera que son satisfechas sus necesidades, y
dando por sentado que esta comunicación sea hecha por una persona con una
experiencia real con Cristo y guiada por el Espíritu Santo".
El contenido es la fiel exposición del verdadero significado del texto o de los textos
bíblicos (por lo general la predicación es basado en un solo texto). El énfasis está
en la transmisión del mensaje de Dios de manera fiel al texto bíblico, dando el
debido lugar a la ilustración y a la aplicación práctica de esa enseñanza. La
predicación de la palabra (2 Timoteo 4:2) es la verdad divina, la verdad que Dios
aprueba.
Cualquier ministerio de púlpito tiene que ser cristocéntrico. En Hechos 8:5 leemos
que Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Apolos
demostraba por medio de las Escrituras que Jesús era el Mesías prometido (ver
Hechos 18:28). Y Pablo dijo: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado" (1
Corintios 1 :23). Cierto joven pastor que pertenecía a una denominación
considerada bastante liberal fue a conversar con un pastor de mucho éxito en su
ciudad para preguntarle qué era necesario hacer para "atrapar" a sus oyentes. El
joven dijo que los miembros de la iglesia que él pastoreaba estaban abandonando
los cultos y que él ya había intentado de todo para atraer su atención pero sin tener
éxito. Él ya había tratado de hablar de historia, filosofía, sociología, psicología,
biografías de personas ilustres, de literatura y política. Aun había hecho
comentarios sobre los libros que estaban siendo más vendidos, sin que nada de eso
le resultara. Entonces preguntó: "¿Qué debo hacer?". El predicador contestó: "¿No
cree usted que ha llegado la hora de predicar basado en la Biblia?".
La verdad es que la predicación exige más que la exposición del texto bíblico.
Es fundamental que todo aquel que predica sea un instrumento en las manos del
Espíritu Santo, viviendo una íntima comunión con Dios y cultivando un profundo
amor para Jesucristo y para las personas a su alrededor. Especialmente para las
personas sin salvación. El predicador debe tener una experiencia real con Cristo,
sin la cual no puede ser el instrumento de Dios para transformar vidas, por muy
elocuente que sea. ¡Nadie podrá compartir lo que no posee ni revelar lo que no vio!
Es necesario que se dedique al estudio de la Palabra de Dios y que sea
caracterizado por la piedad y la consagración, viviendo lo que predica. Oí hablar de
un joven pastor que no guardaba mucha coherencia entre mensaje y vida. Alguien
hiw la observación de que si él subiese al púlpito para predicar no debería bajarse
de allí, porque verdaderamente hablaba muy bien. Mas, al bajarse del púlpito,
¡nunca debería volver para allá porque su vida no combinaba con el mensaje que
predicaba! Había una gran discrepancia entre lo que él predicaba y lo que él vivía.
¡Qué tragedia predicar un mensaje que no esté basado en el carácter cristiano y en
la vida espiritual!
Al mismo tiempo, el heraldo de Dios debe predicar sobre cosas en las cuales él
cree, con convicción, fe y esperanza, confiando que Dios va a bendecir y usar su
mensaje.
Un sermón debe influir en aquellos que lo oyen. Debe ayudarlos a mejorar su vida
espiritual y a poner en práctica su fe. Debe ayudarlos a hacer cambios como
consecuencia de la aplicación de los principios del evangelio a su vida cotidiana,
cambios que traerán paz y felicidad al corazón. Cuanto más cerca los predicadores
podamos llegar a esta meta, más relevante será nuestra predicación.
Un sermón transmitido a alguien por otro medio que no sea el oral o verbal no
puede dejar de ser considerado una predicación. En el sentido más estricto de
la palabra, creo que Dios puede usar otros medios y no solamente el método
oral. Por ejemplo: Un sermón escrito puede continuar siendo sermón e inspirar
a personas, aunque no sea predicado oralmente. Los sermones escritos por
grandes predicadores continúan inspirándonos aún muchos años después que
sus autores hayan partido para recibir su galardón eterno. A la vez, no estoy
desprestigiando el método oral o verbal, pues este fue utilizado por los
predicadores del Nuevo Testamento y ha demostrado ser un método eficaz,
cuando es correctamente utilizado, a lo largo de los siglos.
En su definición, Costas, quien fue un gran exponente del texto bíblico, señala las
siguientes características de la predicación:
Esa autoridad no se recibe por la disciplina homilética. La misma tiene que venir
directamente de Dios. Los predicadores que han sido usados para comenzar
revoluciones espirituales, han sido aquellos que han ministrado en la autoridad del
Señor.
Pablo, el gran teólogo de la iglesia cristiana dijo algo que se relaciona con el punto
que está bajo consideración: “mas os hago saber, hermanos, que el evangelio
1
Orlando Costas, Comunicación por medio de la predicación. Editorial Caribe, p. 23.
anunciado por mí no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre
alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1:11–12).
El predicador debe recordar que el mensaje es de Dios. Por lo tanto, los resultados
de la predicación le pertenecen a El. Toda esa psicología de altares llenos por la
habilidad del predicador no son los verdaderos resultados producidos por el
evangelio. Sé de muchos predicadores que si el altar no se llena después de sus
predicaciones emplean cualquier artificio para satisfacer su propio ego. A Dios eso
no le agrada. El es Dios y sabrá cómo y cuándo obrará.
2
William Barclay, El Nuevo Testamento (Mateo I, vol. 1). Editorial La Aurora, p. 116.
3
C.H. Spurgeon, Un ministerio ideal (2. El Pastor - Su mensaje). Editorial El Estandarte De La Verdad, p. 33.
2. José M. Martínez define la predicación
“Es la comunicación, en forma de discurso oral, del mensaje divino depositado en
la Sagrada Escritura, con el poder del Espíritu Santo y a través de una persona
idónea, a fin de suplir las necesidades espirituales de un auditorio”.4
4
José M. Martínez, Ministros De Jesucristo (Tomo XI - vol. 1).
Pero aun empleando la Biblia, el predicador debe saber llegar al significado del
texto. Muchos sermones no pasan de ser una “ensalada textual” o un “sancocho
homilético”. Lo que hace el predicador es atar cabos con versículos bíblicos. De un
pasaje bíblico salta al otro y al otro como si fueran lianas espirituales. Al fin y al
cabo deja a su audiencia en el aire. Es mejor que el predicador invite a sus oyentes
a entrar por la puerta de la revelación de un texto bíblico y no que se asomen a las
ventanas de muchos textos bíblicos. Los textos bíblicos no deben ser extraídos con
un “bisturí espiritual”, para luego poner sobre ellos un significado y un uso que no
es el debido. Un buen predicador sabe sujetarse al texto sin rodar dentro del
mismo.
Pablo decía:
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no
fui con excelencia de palabras o de sabiduría, … y estuve entre vosotros con debilidad,
y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder
de Dios.
1 Corintios 2:1–5
El secreto de una vida de poder en los apóstoles Pedro y Juan y la iglesia de los
primeros días estaba en el poder que recibían del Espíritu Santo. Con ese poder
tenían el valor necesario para predicar (Hechos 4:33), y ser acompañados de
señales.
“Mejor es eliminar los púlpitos, que ocuparlos con hombres que no tienen un
conocimiento experimental de lo que enseñan”. 7
“Nosotros necesitamos que se tenga por ministro de Dios a la flor y nata de las
huestes cristianas, a hombres tales que si la nación necesitara reyes, no pudieran
hacer cosa mejor que elevarlos al trono. Nuestros hombres de espíritu más débil,
más tímidos, más carnales, no son candidatos a propósito para el púlpito”. 8
El púlpito debe ser usado por hombres y mujeres nacidos de nuevo, que hayan
recibido el llamamiento para servir en el ministerio de la predicación. La iglesia
cristiana a lo largo de los siglos ha sido vilipendiaba por hombres y mujeres que no
han sido dignos de llevar el reconocimiento de ser llamados “hermanos”.
Quinto: Martínez dice que el predicador ha sido llamado “a fin de suplir las
necesidades espirituales de un auditorio”. El predicador tiene que tener en
mente que el pueblo al cual se le envía a ministrar está en necesidades espirituales.
Se me hace difícil distinguir o separar una predicación presbiteriana de una
bautista. Una predicación metodista de una pentecostal. Una predicación luterana
de una anglicana. Una predicación de los discípulos de Cristo de una reformada.
Pablo dijo:
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado. 1 Corintios 2:2
Por eso el predicador debe cuidarse de no hacerle daño al texto bíblico. La mayoría
de nuestra gente no habla bien el español. ¿Por qué confundirlos más con un
idioma que sería más provechoso para el estudiante seminarista?
Otros se preparan para llegar a cierto grupo particular de la audiencia. Su meta
es impresionar y saber la buena opinión de ese grupo a expensas de los demás.
¡Eso no es predicar! El predicador tiene que comunicar el mensaje divino a toda la
audiencia.
Dios puede salvar al pecador a través del medio que a El le plazca escoger. Pero la
predicación en esta economía divina es el método por el cual la Palabra de Dios (la
revelada en la Biblia o la que viene por la revelación al espíritu), al igual que la
Palabra viva (Jesucristo), se predica a los seres humanos.
Para los griegos la predicación era una locura. La escuchaban con sospechas. Ellos
no podían concebir en sus ideas a un Dios que pudiera experimentar emociones y
que pudiera asumir forma humana. Así era el Dios que predicaban los cristianos en
la persona de Jesucristo. Hoy en día el mundo continúa considerando la
predicación como una locura. Se piensa de los predicadores como individuos con
perturbaciones mentales. Los cuales viven en un mundo de irrealidades y fantasías
religiosas.
Dios usa y usará la predicación en su propósito divino para llegar a los corazones
humanos. Además en la predicación los creyentes son nutridos por medio de la
exposición bíblica en la fe cristiana.
La Biblia no presenta substitutos para la predicación. Los programas que se
desarrollan en las congregaciones son para complementar la predicación. Ninguna
actividad eclesiástica debe tomar el lugar céntrico de la predicación. Las
congregaciones tienen que dejar de ser “clubes eclesiásticos” y dar la primacía a la
predicación.
Casi todas las religiones del mundo son sacerdotales. Solamente el judaísmo ha
tenido algo semejante a la predicación, como se ve históricamente por medio de los
profetas y del estudio de las Escrituras del Antiguo Testamento en las sinagogas. El
cristianismo está vinculado con el judaísmo, teniendo muchas de sus raíces en él.
Volviendo a los tiempos del Nuevo Testamento se puede ver que la predicación del
evangelio empezó con Juan el Bautista. El evangelista Marcos dice que Juan el
Bautista fue el precursor del Mesías profetizado en Isaías y que es el "principio del
evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (Marcos 1:1). Y sigue diciendo: ''Así Juan el
Bautista apareció en el desierto predicando el bautismo del arrepentimiento para
perdón de pecados" (Marcos 1:4).
En el mismo texto leemos que Jesús, el Mesías Prometido, vino como predicador:
"Después que Juan fue encarcelado, Jesús se fue a Galilea predicando el evangelio
de Dios" (Marcos 1:14). Más tarde, Cristo dice que la predicación sería de gran
importancia en su ministerio porque fue con este propósito que él viniera: " ...
Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que predique también allí; porque
para esto he venido. Y fue predicando en las sinagogas de ellos en toda Galilea ...
(Marcos 1 :38, 39).
La predicación ha tenido una estrecha ligación, a través de los siglos, con los
movimientos de avivamiento. John Wesley y George Whitefield, en Inglaterra y
América del Norte, respectivamente; los estadounidenses Charles Finney, D,Moody,
Billy Graham y otros, de varios países, demuestran cómo Dios ha usado
poderosamente sus heraldos en la predicación de la Palabra de Dios. Por ejemplo:
John Wesley, además de predicar mucho sobre la gracia de Dios y la salvación en
Cristo, predicó diversos sermones morales y éticos contra la corrupción que había
en aquella época en su patria. Especialistas en historia dicen que, a raíz de sus
predicaciones, Wesley fue en parte responsable por el hecho de que Inglaterra no
haya pasado por una revolución sangrienta como aquella que diezmó a Francia.
Solamente cuando el siervo del Señor, llamado por Dios para el ministerio de la
Palabra, descubre la gran importancia y el valor de la predicación, sólo cuando la
convierte en la prioridad de su ministerio, sólo entonces dedicará él lo mejor de sí
mismo para ser un fiel mensajero de Dios. Pero si lo hace, estará siguiendo el
ejemplo de los profetas del Antiguo Testamento, el modelo del propio Señor
Jesucristo, y el ejemplo de los apóstoles y de los grandes predicadores de la
Palabra a través de los siglos.
Unidad dos: La historia de la predicación y su
fundamentación teológica.
Preguntas problematizadoras:
1. ¿Quiénes han sido destacados como grandes predicadores a través de la
historia?
2. ¿Cuáles son los fundamentos teológicos de la predicación?
3. ¿Por qué debemos predicar?
Primero, Dios habló por los profetas, interpretando para ellos el significado de sus
obras en la historia de Israel, e instruyéndolos al mismo tiempo para transmitir
este mensaje a su pueblo, fuera por medio del habla, la escritura o ambas. Luego, y
en forma suprema, habló en su Hijo, el «Verbo se hizo hombre», y en las palabras
del Verbo, fuera en forma directa o por medio de sus apóstoles. En tercer lugar,
habla mediante su Espíritu, quien por sí mismo da testimonio de Cristo y las
Escrituras y hace que ambos estén vivos para el actual pueblo de Dios. Esta
afirmación trinitaria de un Padre, Hijo y Espíritu Santo que habla, y por ende, la
afirmación de una palabra de Dios bíblica, encarnada y contemporánea es
fundamental en la religión cristiana. Lo que Dios habla es lo que hace necesarias
nuestras palabras. Debemos hablar lo que él ha hablado. De aquí radica la
obligación monumental de predicar.
Más aún, este énfasis es único y exclusivo del cristianismo. Ciertamente cada
religión tiene sus maestros acreditados, sean gurúes hindúes, rabinos judíos o bien
los intérpretes musulmanes le la ley. No obstante, estos instructores de la religión
y la ética, .un cuando están dotados de autoridad oficial y carisma personal, con
esencialmente los expositores de una tradición ancestral. Sólo os predicadores
cristianos afirman ser heraldos de las buenas nuevas de Dios y osan pensar de sí
mismos como los embajadores o representantes suyos que pronuncian «palabras
de Dios» (1 P. :11) . «La predicación es una parte esencial y una característica del
cristianismo» según lo escribió E.C. Dargan en su obra de dos volúmenes History of
Preaching. Luego reafirma: «la predicación es claramente una institución
cristiana».4
El hecho de que la predicación es esencial y característica para el cristianismo ha
sido reconocido durante toda la larga y colorida Historia de la Iglesia. Por cierto, ni
las opiniones del pasado que el tiempo ha honrado, ni las voces de influencia del
presente son infalibles. Sin embargo, la impresionante unanimidad de su
convicción cerca de la primacía y poder de la predicación (y citaré
intencionalmente un amplio espectro de tradición eclesiástica), nos dará una
buena perspectiva desde la cual podremos visualizar la posición opuesta, y nos
pondrá en buena disposición para hacerlo.
El único punto de comienzo es Jesús mismo. «El mismo fundador del cristianismo
fue también el primero de sus predicadores, ero fue precedido por San Juan
Bautista y seguido de los apóstoles; en la predicación de los apóstoles, la
proclamación y enseñanza de la Palabra de Dios mediante una alocución pública se
hizo una característica esencial y permanente de la religión cristiana».5 Sin duda
los evangelistas presentan a Jesús, ante todo, como un predicador itinerante.
«Jesús se fue... a anunciar... », escribe Marcos al introducir el ministerio público de
Jesús (Mr. 1:14; véase Mr. 4:17).
4
Dargan, vol. 1, pp. 12, 552.
5
Dargan, vol. II, p. 7
Los evangelios sinópticos resumen su ministerio en Galilea en estos términos:
«Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas ensebando en las sinagogas, anunciando
las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia». (Mateo
9:35, véase 4:23 y Mr. 1:39). Sin duda ésta fue la propia visión de Jesús sobre su
misión en ese período. En la sinagoga de Nazaret afirmó que, en cumplimiento de
la profecía de Isaías 61, el Espíritu del Señor lo había ungido para predicar su
mensaje liberador. Consecuentemente, era «preciso que anuncie» su mensaje,
«porque para esto fui enviado», explicó (Lucas 4:18, 43, véase Mr. 1:38: «para esto
he venido.»). El testimonio de Jesús que entrega Juan sobre su misión consciente
de predicador y maestro es similar. Aceptó el título de « Maestro», afirmó haber
hablado «abiertamente al mundo» y que «en secreto no he dicho nada»; dijo a
Pilato que había venido al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Juan 13:13;
18:20, 37).
La Didajé, o «Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles»,
data probablemente de comienzos del siglo II y es un manual de la iglesia sobre
ética, los sacramentos, el ministerio y segunda venida de Jesús. Hace mención a
una variedad de ministerios de enseñanza: a los «obispos y diáconos» por un lado,
y a los maestros, apóstoles y profetas» itinerantes por otro. Los maestros ajeros
deben ser bienvenidos, pero se entregan pruebas prácticas :)r las cuales
determinar su autenticidad. Si un maestro contradice la fe apostólica, si se queda
más de dos días, solicita dinero o ambas cosas, y si no practica lo que predica se
trata de un falso profeta (XI. 1-2; XII. 1-5). Si es auténtico, se le debe escuchar con
humildad. «Sé paciente y compasivo y sincero y tranquilo y bueno y temeroso en
todo tiempo de las palabras que oíste.» Nuevamente, «Hijo mío, te acordarás
noche y día del que te habla la palabra de Dios y le honrarás como al Señor».
(111.8; 1V.1)6
Aproximadamente a mediados del siglo II se publicó la Primera Apología de
Justino Mártir. En ella se dirige al Emperador, defiende al cristianismo de las
6
La Didajé en Padres Apostólicos, pp. 80-81.
representaciones erróneas y argumenta que es verdadero, puesto que el Cristo
que murió y resucitó era la personificación de la verdad y el Salvador de la
humanidad. Hacia el Final entrega una descripción de «la adoración semanal de
los cristianos». Es notable debido a la prominencia dada a la lectura y predicación
de las Escrituras y a la combinación de Palabra y sacramento:
El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran
en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo
permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una
exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces
[súplicas], y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y
agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus
preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo «amén».7
A fines del siglo II el padre latino Tertuliano escribió su Apología con el fin de
defender a los cristianos de falsas acusaciones y demostrar la injusticia de las
persecuciones que en ese entonces debían sobrellevar. Al escribir sobre «las
peculiaridades de la sociedad cristiana» hizo hincapié en el amor y unidad que los
vinculaba, y luego describió sus reuniones:
Nos reunimos para leer nuestros escritos sagrados... Con las palabras
sagradas nutrimos nuestra fe, animamos nuestra esperanza,
fortalecemos nuestra confianza, y confirmamos además los buenos
hábitos al inculcar los preceptos de Dios. En el mismo lugar también se
exhorta y administra santa censura y reprensión...8
7
Justino Mártir, Apología 1, (173-5, en Padres apologetas griegos, p. 258.
8
Tertuliano, capítulo XXXIX, en Ante-Nicene Fathers, vol. III, p. 46.
Estos también preservan nuestra fe en un Dios que consumó tan
maravillosa voluntad divina en favor nuestro; y nos exponen las Escrituras
a nosotros sin ningún peligro, sin blasfemar a Dios, sin deshonrar a los
patriarcas o rechazar a los profetas.9
Del período patrístico tardío sólo tomaré un ejemplo, el más notable por cierto es
Juan Crisóstomo, quien predicó doce años en la catedral de Antioquía antes de ser
Obispo de Constantinopla en el 398 d.C. Al exponer Efesios 6:13 («pónganse toda
la armadura e Dios...»), manifestó su convicción acerca de la importancia nica de la
predicación. Tal como el cuerpo humano, dijo, el; cuerpo de Cristo está sujeto a
muchas enfermedades. Los medicamentos, una dieta correcta, un clima y sueño
apropiados; todo ello contribuye a restaurar nuestra salud física. ¿Pero cómo será
sanado 1 cuerpo de Cristo?
9
Ireneo, Adversus Haereses, en Ante-Nicene Fathers, vol. I, p. 498. 111.:17.2.
10
Eusebio, III. 37.2.
ninguna otra cosa es de ayuda.11
Fue más de un siglo después de su muerte que su grandeza como predicador fue
reconocida, y se le dio el sobrenombre de «boca de oro». «Generalmente se le
considera, y con justicia, el más grande predicador de la iglesia griega. Tampoco
fue igualado o superado entre los padres latinos. Hasta el día de hoy sigue siendo
un modelo para los predicadores de las grandes ciudades».12
Avanzamos ahora quinientos años, en esta breve visión, hasta la fundación de las
órdenes Mendicantes medievales, puesto que «La era de la predicación», escribe
Charles Smyth, «data de la aparición de los frailes.... La historia del púlpito tal como
la conocemos comienza con los frailes predicadores. Se reunían y estimulaban tina
creciente demanda popular de los sermones. Ellos revolucionaron la técnica. Ellos
engrandecieron el oficio».14 Si bien Francisco de Asís (1182-1226) era más bien un
servidor compasivo fue un hombre letrado y, además, insistió en que «nuestros
actos y enseñanzas debían ser coincidentes», estaba sin embargo «tan dedicado a
11
Fant y Pinson, vol. I, pp. 108-9.
12
Schaff, vol. IX, p. 22
13
En el mismo lugar.
14
Smith, The Art, p. 13
la predicación como a la pobreza: 'A menos que uno predique dondequiera que
vaya', dijo Francisco, 'no sirve ir a predicar a ninguna parte'. Este había sido su
lema desde el comienzo mismo de su ministerio».15
15
Fant y Pinson, vol. I, pp. 174-5
16
Smyth, obra citada, p. 16
17
En el mismo lugar, pp. 15, 16.
presbíteros, y por ende Dios lo exige de ellos en forma más severa.... Y es
por esta causa que Jesucristo dejó otras labores y se ocupó principalmente
en la predicación, y así lo hicieron sus apóstoles, y por ello, Dios los amó....
La Iglesia, no obstante, es la más honrada por la predicación de la Palabra
de Dios, y por ello, éste es el mejor servicio que los presbíteros pueden
prestar a Dios.... Luego, si nuestros obispos no la predican por su parte e
impiden que los verdaderos sacerdotes la prediquen, cometen el pecado de
los obispos que dieron muerte al Señor Jesucristo.18
Así que el viejo adagio “Erasmo puso el huevo que Lutero empolló” parece ser
cierto. Ciertamente la insistencia de Erasmo en la supremacía de la Palabra por
sobre el sacramento, basada en que para su eficacia el sacramento depende de la
interpretación que entrega la Palabra, fue respaldada y ampliada por Lutero. La
reforma dio carácter central al sermón. El púlpito estaba más elevado que el altar,
pues Lutero sostuvo que la salvación es mediante la palabra, y sin la Palabra los
18
Contra Frates, citado por Fant y Pinson, vol. 1, p. 234.
19
Tratado de Erasmo On Preaching, citado en Erasmus, de Bainton, p. 324.
elementos carecen de su calidad sacramental; sin embargo, la Palabra es estéril a
menos que sea pronunciada.»20
20
Bainton, Erasmus, p. 348
21
Lutero, A Prelude on the Babylonian Captivity of the Church, citado por Rupp, pp. 85-6.
22
En el mismo lugar.
23
Lurero, Of the Iiberty of a Chrisfian Man, en Rupp, p. 87
24
Luther’s Works. Ed. Lehmann, vol. 53, p. 68.
25
Lutero, Treatise on Good works, en Luther’s Works. Ed. Lehmann, vol. 44, p. 58.
26
Luther’s Table-Talk, “Of Preachers and preaching”, § cccc.
vida, riqueza y nombre, eran, de acuerdo con Lutero, la prueba definitiva de «un
buen predicador».
Tal afirmación no era una mera teoría académica. Lutero mismo la experimentó,
más visiblemente durante la mayor crisis de su vida. Excomulgado por una bula
papal en 1521, en abril fue convocado a presentarse ante la Dieta de Worms,
presidida por el Emperador Carlos V. Se negó a retractarse a menos que el
testimonio de las Escrituras y la razón obvia probaran que erraba, puesto que dijo:
«Mi conciencia me obliga y estoy firme en la Palabra de Dios». Durante los días que
siguieron se le concedió una audiencia ante un tribunal de jueces letrados, pero en
realidad ya había sido condenado antes que comenzara el juicio. La audiencia
finalizó con su ultimátum: «Aun si perdiera mi cuerpo y vida por causa de ello, no
podría separarme de la verdadera Palabra de Dios». Fue la predicación de esta
Palabra divina y no la intriga política o el poder de la espada la que estableció la
Reforma en Alemania. Lutero señaló posteriormente: «Simplemente enseñé y
prediqué la palabra de Dios. Nada hice fuera de ello. Y mientras dormía o tomaba
cerveza de Wittemberg con mis amigos Felipe [Melanchton] y [Nicolás de]
Amsdorf, la Palabra debilitó sobremanera al Papado, con un daño que nunca le
había infligido príncipe o emperador alguno. Yo nada hice. Todo fue obra de la
Palabra».27
27
Ripp, pp. 96-9.
28
Cálvino, IV, 1.9 y 2.1.
deriva de la Palabra y que estos carecen de eficacia sin ella, de que la Palabra y los
sacramentos son sellos indispensables de la Iglesia, y que el sacerdocio es
esencialmente el ministerio de la Palabra. De este modo, el Artículo Anglicano XIX
declaró que «la iglesia visible de Cristo es una congregación de fieles (es decir,
creyentes), en la que se predica la Palabra de Dios pura, y los sacramentos son
administrados debidamente de acuerdo con la ordenanza de Cristo....» Y el obispo,
al ordenar candidatos al presbiterado, no sólo dio a cada uno una Biblia como
símbolo de su oficio, sino que los exhortó a ser «diligentes... en la lectura y
aprendizaje de las Escrituras» y los autorizó por el poder del Espíritu Santo «a
predicar la Palabra de Dios y ministrar los santos sacramentos a la congregación».
Entre los puritanos del siglo XVII, se destaca Richard Baxter, autor de The
Reformed Pastor (1656), como un ejemplo consistente de los ideales que
representan la tradición puritana y también su propio libro. Se sentía oprimido
29
Morgan, l., Godly Preachers, pp. 10, 11.
por la ignorancia, pereza y libertinaje del clero, la cual había sido expuesta por un
comité parlamentario en su informe titulado: «The First Century of Scandalous
Malignant Priests» [El primer siglo de sacerdotes escandalosos y malvados]
(1643), el que entregaba cien casos graves. Es así como Baxter dirigió su The
Reformed Pastoral resto del clero, en especial a los miembros de la Asociación
Ministerial de Worcestershire, y compartió con ellos los principios que dirigieron
su propio trabajo pastoral en la parroquia de Kidderminster. «En resumidas
cuentas» escribió, «debemos enseñarles, cuanto más podamos, de la Palabra y
obras de Dios. ¡Oh, qué volúmenes son estos para la predicación de un ministro!
¡Qué grandiosos, qué excelentes, qué maravillosos y misteriosos! Todos los
cristianos son discípulos o pupilos de Cristo; la Iglesia es su escuela, somos sus
ujieres; la Biblia es su gramática; es lo que debemos enseñarles diariamente.»30
Los métodos de Baxter constaban de dos aspectos. Por un lado, fue pionero de la
práctica de catequizar familias. Dado que había unas 800 familias en su
parroquia y que él quería saber de su progreso espiritual al menos una vez al
año, él y su colega invitaban a sus casas a quince o dieciséis familias cada
semana. Cada familia venía sola y se quedaba una hora. Se les pedía que
recitaran el catecismo, se les ayudaba a comprenderlo, y se les preguntaba sobre
su experiencia personal de estas verdades. La catequesis le ocupaba a Baxter dos
días completos a la semana, y era parte esencial de su trabajo. No obstante la
otra parte, «y la más excelente puesto que (tiende a obrar en muchos», era «la
predicación pública de la Palabra». Era un trabajo, insistió, «que requería una
habilidad mayor y, especialmente, mayor vivacidad y fervor de la que cualquiera
de nosotros brinda. No es poca cosa pararse frente a una congregación y
entregar un mensaje del Dios vivo, en nombre de nuestro Redentor».31
Sólo una década después, cuando acababa de regresar de dos años en Georgia,
desilusionado por ser a juicio propio un inconverso, se le concedió a John Wesley
una experiencia que lo reconfortó, en la que, según dijo, puso su «confianza en
30
Baxter, The Reformed Pastor, p. 75.
31
En el misino lugar, p. 81.
Cristo, sólo en Cristo para salvación», y le fue dada la seguridad de que sus
pecados habían sido quitados, incluso los suyos, y que Cristo lo había salvado de la
ley de la muerte y el pecado. De inmediato comenzó a predicar la salvación
gratuita que acababa de recibir. Sin duda, bajo la influencia de haber leído a
Richard Baxter, dio impulso a un ministerio casa por casa y al catecismo de los
conversos. No obstante la predicación era su ministerio característico. En las
iglesias y sus patios, en los prados de las villas, en los campos y anfiteatros
naturales proclamó el Evangelio y «ofreció a Cristo» a las vastas multitudes que se
reunían para escucharlo. «Ciertamente vivo por la predicación», comentó en su
diario el 28 de agosto de 1757. Todo ese tiempo su libro de texto fue la Biblia,
porque sabía que el propósito dominante de las Escrituras era señalar a Cristo e
iluminar a sus lectores para salvación. En su prefacio a los Stándard Sermons
escribió:
32
Wesley, Sermons, p. vi
denominación cristiana mundial que lleva el nombre de Wesley), Whitefield era
casi sin lugar a dudas el predicador más poderoso. En Gran Bretaña y
Norteamérica (la cual visitó siete veces), en el interior y al aire libre, hizo un
promedio de veinte sermones semanales durante treinta y cuatro años.
Elocuente, entusiasta, dogmático, y apasionado, dio vida a su predicación con
vívidas metáforas, ilustraciones cotidianas y gestos dramáticos. Con ellas
mantenía encantada a su audiencia, puesto que les preguntaba directamente o
bien les rogaba encarecidamente que se reconciliaran con Dios.
A lo largo del siglo XIX, y a pesar de los asaltos de la alta crítica en contra de la
Biblia (asociados con el nombre de Julios Wellhousen, sus contemporáneos y
sucesores), y a pesar de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, el púlpito
mantuvo su prestigio en Inglaterra. La gente llegaba en grandes cantidades a
escuchar a los mejores predicadores de ese entonces y leía con ansias sus
sermones impresos. Algunos de ellos fueron John Henry Newman (1801-1890)
en la University Church de Oxford, el Canónigo H.P. Licidon (1829-1890) en la
Catedral de San Pablo, F.W. Robertson (1816-1853) en Brighton, y
33
Pollock, George Whitefield, p. 248.
eminentemente Charles Haddon Spurgeon (1834-1892) en su Tabernáculo
Metropolitano en Londres.
Sin duda, el vasto trabajo de liberación humana en los siglos siguientes, tanto en
Europa como en América, comenzó con este hecho; «el germen de todo aquello
reside ahí». La deuda de Escocia hacia John Knox, «el más valiente de todos los
escoceses» era similar: «Aquello que hizo Knox por su nación, en verdad,
podríamos llamarlo una resurrección de la muerte... La gente comenzó a vivir». Tal
es el poder de la Palabra predicada.34
3.5 El siglo XX
Nuestro siglo comenzó con una atmósfera de euforia. Las expectativas, al menos
las de la minoría occidental favorecida y educada, eran las de un periodo de
estabilidad política, progreso científico y riqueza material. No había nubes sobre
los horizontes del mundo. la Iglesia compartió el sentido general de agrado. Aún
34
Carlyle, cap. 4, «The Hero as Priest (», pp. 181-241.
seguía siendo una institución social respetable, y quienes ocupaban sus púlpitos
eran estimados, incluso eran mirados con deferencia.
El optimismo de los primeros años de este siglo fue destrozado por el estallido de
la Primera Guerra Mundial y luego por los horrores del lodo y sangre de las
trincheras. Europa emergió con un ánimo castigado de aquellos cuatro años, lo
que pronto empeoró la depresión económica. Las declaraciones de los pastores se
¡ornaron más sobrias. Y sin embargo, subsistió la confianza en el privilegio y
poder del ministerio del púlpito. Por cierto, teólogos perceptivos como Karl
Barth, cuyo antiguo optimismo liberal fue destruido por la guerra y reemplazado
por un nuevo realismo con respecto a la humanidad y una nueva fe en Dios,
expresaron su convicción de que la predicación había ganado una importancia
aun mayor que la que había tenido.
35
Barth, p. 123-4.
grandioso, magnífico», afirmó, «y merece la consagración de cualquier don que
poseamos... me permito pedirles, por ende, que resuelvan tempranamente hacer
de su predicación el gran trabajo de su vida».36 Y reitera, «nuestra labor es lo
suficientemente extensa como para que utilicemos todo el talento y preparación
que podamos... la suya será el cuidado y pastoreo de almas. Traigan a ella todo el
entusiasmo y la pasión de la vida plena que hay en ustedes».37
La vida y obra de Dietrich Bonhoeffer aún están siendo evaluadas. Al tiempo que es
universalmente admirado el valor con que fue a su ejecución en el campo de
concentración de Flossenburg en 1945, los estudiosos continúan en el debate de
algunas de sus afirmaciones teológicas. Quienes mejor lo conocían, como su amigo
Eberhard Bethge, nos aseguran que nunca fue su intención prescindir de la
adoración verdadera de la comunidad reunida, en su interpretación «no religiosa»
del cristianismo. Por el contrario, esta reunión es esencial porque se trata de la
ocasión en que podemos escuchar el llamado de Cristo:
Con estos superlativos concluyo mi breve visión histórica. Está lejos de ser
completa, y no aspira a ser una «historia de la predicación» comprensiva. En lugar
de ello, se trata de una selección muy objetiva de testigos. No obstante, al menos
tiene un doble valor.
39
Fant, Bonhoeffer, p. 130.
40
Lloyd-Jones, Preaching, p. 9.
41
En el mismo lugar, p. 297.
da gran importancia a la predicación. Cubre un lapso de casi veinte siglos;
comienza con Jesús y sus apóstoles, continua con los primeros padres y los grandes
predicadores-teólogos después del concilio de Nicea, como Crisóstomo en Oriente
y Agustín en Occidente, pasa por los frailes y predicadores medievales, Francisco y
Domingo, los reformadores y puritanos, Wesley y Whitefield, y culmina con los
pastores modernos de los siglos XIX s XX. En segundo lugar, esta tradición amplia y
duradera es consecuente. Sin duda han existido excepciones que han descuidado e
incluso denigrado la predicación, las cuales he omitido en mi historia. Pero han
sido excepciones, desviaciones deplorables fuera de la norma. El consenso
cristiano a lo largo de los siglos ha sido magnificar la importancia de la
predicación, y recurrir a los mismos argumentos y vocabulario con el fin de
hacerlo. Es casi imposible no verse inspirado por este testimonio común.
Ésta es, entonces, una tradición que no puede ser dejada de lado livianamente. Sin
duda puede ser escriturada y evaluada. Sin duda, hoy está bajo el desafío de la
revolución social de nuestra era. Ciertamente, los desafíos deben ser encarados
con apertura e integridad; ese será nuestro objetivo en el siguiente capítulo. No
obstante, podremos evaluarlos con una imparcialidad mayor, sentirnos menos
amenazados por el ataque y menos perplejos ante los argumentos ahora que
hemos revisado la historia de la Iglesia y captado la gloria de la predicación en la
mirada de sus campeones de todos los siglos.
Capítulo 4. La base bíblica y teológica de la predicación.
Fundamentos teológicos para la predicación
Detrás del concepto y el acto de predicar yace una doctrina de Dios, una convicción
acerca de su ser, su acción y propósito. La clase de Dios en quien creemos
determina la clase de sermón que predicamos. Un cristiano debe ser al menos un
teólogo aficionado antes de aspirar a predicar. Tres afirmaciones acerca de Dios
son particularmente relevantes.
En primer lugar, Dios es luz. «Éste es el mensaje que hemos oído de él y que les
anunciamos: Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad» (1 Jn. 1:5). Ahora bien,
el simbolismo bíblico de la luz es rico y diverso, y la aserción de que Dios es luz ha
sido interpretada de distintas formas. Puede significar que Dios es perfecto en
santidad, porque a menudo en las Escrituras la luz simboliza pureza, y la oscuridad
el mal. Pero en la literatura juanina la luz representa con mayor frecuencia a la
verdad, como cuando Jesús dijo ser «la luz del mundo» (In. 8:12); asimismo, dijo a
sus seguidores que dejaran brillar su luz en la sociedad humana, en lugar de
esconderla Mt. 5:14-16). En este caso, la afirmación de Juan es que Dios es luz; que
no contenga oscuridad quiere decir que está al descubierto, no es un secreto, y que
se goza en darse a conocer.
Podemos decir que tal como la naturaleza de la luz consiste en brillar, la de Dios
consiste en revelarse a sí mismo. Ciertamente se esconde de sabios y entendidos,
pero sólo porque son orgullosos y no quieren conocerle; él se revela a «niños», es
decir a aquellos suficientemente humildes como para recibir su autorrevelación
(Mt. 11:25-26). La razón principal por la que las personas no conocen a Dios no es
que él se esconda de ellas, sino que ellas se esconden de él. Describimos como
«comunicativas» a las personas que ansían compartir sus pensamientos con otros.
¿No podríamos aplicar debidamente el mismo adjetivo a Dios? Él no juega a las
escondidas con nosotros, o se escabulle fuera de nuestra vista entre las sombras.
La oscuridad es el hábitat de Satanás; Dios es luz.
Todo predicador necesita el gran aliento que trae esta seguridad. Sentados en la
iglesia ante nosotros hay personas en una gran variedad de estados: algunos
enemistados con Dios, otros perplejos, incluso pasmados por los misterios de la
existencia humana, y aun otros rodeados de la oscura noche de duda e
incredulidad. Al hablarles, necesitamos estar seguros de que Dios es luz y de que
quiere hacer brillar su luz en la oscuridad de ellos (véase 2 Co. 4:4-6).
Cada una fue una liberación, y llevó a formular o renovar el pacto por el que Yahvé
los hizo su pueblo y se comprometió a ser su Dios.
Así es que el Dios de la Biblia es un Dios cuya actividad es liberadora, quien vino al
rescate de la humanidad oprimida, quien se reveló a sí mismo como el Dios de
gracia o generosidad.
En tercer lugar, Dios habló. No sólo es comunicativo por naturaleza, sino que de
hecho se ha comunicado con su pueblo mediante el habla. La afirmación de los
profetas del Antiguo Testamento constantemente reiterada es que «la Palabra del
Aquí reside entonces una convicción fundamental acerca del Dios vivo, redentor,
que se revela a sí mismo. Es el fundamento en que descansa toda predicación
cristiana. Jamás debiéramos presumir ocupar un púlpito si no es éste el Dios en
que creemos. ¿Cómo osar hablar, si Dios no lo ha hecho? Por nuestra parte no
tenemos nada que decir. Dirigirse a una congregación sin tener la certeza de ser
portadores de un mensaje divino alcanzaría el carácter de arrogancia y locura. Es
al estar convencidos de que Dios es luz (y de que quiere ser conocido), que Dios ha
actuado (y así se ha dado a conocer), que Dios ha hablado (y explicado sus actos),
que debemos hablar y no podemos quedarnos en silencio. Como lo expresara
Amós: «Ruge el león; ¿quién no temerá? Habla el Señor omnipotente; ¿quién no
profetizará?» (3:8). Una lógica similar subyace en la afirmación de Pablo: «Escrito
está: 'Creí, y por eso hablé.' Con ese mismo espíritu de fe también nosotros
creemos, y por eso hablamos» (2 Co. 4:13; cita el Salmo 116:10). El «espíritu de fe»
al que se refiere es la convicción de que Dios ha hablado. Si no estamos seguros de
esto, sería mejor cerrar la boca. Una vez persuadidos de que Dios ha hablado, no
obstante, también nosotros debemos hablar. Hay una compulsión sobre nosotros.
Nada ni nadie será capaz de silenciarnos.
En primer lugar, las Escrituras son la Palabra de Dios escrita. Esta definición está
tomada del Artículo 20 de los 39 Artículos de la Iglesia de Inglaterra. Se titula «De
la Autoridad de la Iglesia» y declara que «no es lícito a la Iglesia ordenar cosa
alguna contraria a la Palabra de Dios escrita». Por otro lado, si bien me referiré a
ello en otro párrafo, «la Palabra de Dios escrita» es una excelente definición de las
Escrituras, puesto que es una cosa creer que «Dios ha actuado», revelándose a sí
mismo en la obra histórica de la salvación, y en forma suprema en la Palabra hecha
carne. Es otra creer que «Dios ha hablado», inspirando a profetas y apóstoles a
interpretar sus obras. Una tercera etapa es creer que el habla divina, que registra y
explica la actividad divina, ha sido puesta por escrito. Y sólo así podía la revelación
particular de Dios hacerse universal, y lo que dijo e hizo en Israel y en Cristo podía
alcanzar a todas las personas en todo tiempo y lugar. Es así como la acción, el habla
y la escritura se relacionan en el propósito de Dios.
Sin embargo, cuando las Escrituras se definen como «la Palabra de Dios escrita», es
poca o ninguna la referencia a los agentes humanos por los que Dios habló y por
medio de los cuales su Palabra fue escrita. De ahí la necesidad de especificar la que
me refería. Cuando Dios hablaba, el método normal no era clamar en voz alta desde
un cielo azul. La inspiración no es dictado. En lugar de ello, puso sus palabras en las
mentes y labios humanos de tal modo que las ideas concebidas y sus palabras
fueron al mismo tiempo completamente de ellos y completamente suyas. La
inspiración no era en modo alguno incompatible con su investigación histórica o el
libre uso de sus mentes. Por ende, si hemos de ser fieles al relato que la Biblia hace
de sí misma, es esencial afirmar tanto la paternidad literaria humana como la
divina. No obstante, debemos ser cuidadosos al afirmar la doble paternidad
literaria de la Biblia (si siempre hemos de ser fieles a su propia comprensión), para
mantener tanto los factores divinos como los humanos, sin permitir que se separen
unos de otros. Por un lado, la inspiración divina no anuló la paternidad literaria
humana; por otro, la paternidad literaria humana no lo hizo con la inspiración
divina.
44 He desarrollado las implicancias de la doble paternidad literaria de la Escritura, especialmente en relación con las culturas
humanas, en mi charla en honor a Olivier Beguin de 1979, publicada por Li Sociedad Bíblica en Australia y el Reino Unido, y por
Inter-Varsity Press en los Estados Unidos.
fueran escritas y preservadas. Sin ello habría fracasado su propio propósito. Como
resultado, aun cuando nos separan casi 2.000 años de su obra y Palabra, Jesucristo
está a nuestro alcance.
Podemos llegar a él y conocerlo. Pero este acceso es sólo mediante la Biblia, ya que
en sus páginas el Espíritu Santo da vida a su propio testimonio de Cristo. Es verdad
que Tácito hizo una referencia breve y casual a Cristo en sus famosos Anales, y
existen alusiones más cuestionables a Jesús en Suetonio y Josefo. También es
verdad que la tradición ininterrumpida de la Iglesia cristiana da testimonio
elocuente de la dinámica realidad de su Fundador. Asimismo, es cierto que los cris-
tianos de hoy dan un testimonio contemporáneo de Jesús en base a su propia
experiencia. No obstante, si queremos conocer todos los hechos del nacimiento y
vida, palabra y obra, muerte y resurrección de Jesús, y la explicación veraz del
propio Dios, sólo podemos encontrarlos en la Biblia; es decir, si queremos escuchar
la Palabra de Dios mismo, debemos recordar que ésta habló en Cristo y en el
testimonio bíblico de Cristo.
Cada vez se reconoce más la idea de que los autores del Nuevo Testamento
escribían como teólogos, y cada uno seleccionaba y presentaba su material de
acuerdo con su propósito teológico particular. No obstante, ni las iglesias ni los
escritores inventaron o distorsionaron su mensaje. La autoridad de éste tampoco
deriva de ellos o de su fe, puesto que ninguno de los apóstoles escribió en nombre
de una iglesia o iglesias. Por el contrario, confrontaban a las iglesias en nombre de
Jesucristo y con la autoridad proveniente de él. Y llegada la hora de establecer el
canon del Nuevo Testamento, lo que hizo la Iglesia no fue conferir autoridad a los
libros incluidos, sino reconocer la autoridad que ya poseían por contener la
enseñanza de los apóstoles.
Más aún, es necesario que en nuestra predicación mantengamos tenidos los actos
de salvación y las palabras escritas de Dios. A algunos predicadores les fascina
hablar de la «obra poderosa» de Dios, y realmente parecen creer en ella, pero lo
que dicen tiende a ser su propia interpretación al respecto, en lugar de lo que Dios
mismo dijo acerca de ella en las Escrituras. Otros predicadores son completamente
fidedignos en la exposición de la Palabra de Dios, pero son académicos y aburridos
porque han olvidado que el centro de la Biblia no es lo que Dios ha dicho, sino lo
que ha hecho para nuestra salvación mediante Cristo Jesús. Los del primer grupo
intentan ser «heraldos de Dios», proclamando las buenas nuevas de la salvación,
pero fallan en su administración de la revelación. Los del segundo grupo tratan de
ser «servidores» de Dios, guardando %- dispensando en forma comprometida su
Palabra, pero han perdido el entusiasmo propio de la tarea del heraldo. El
verdadero predicador es tanto un servidor fiel, «encargado de administrar los
misterios de Dios» (1 Co. 4:1, 2) como un heraldo ferviente de sus buenas nuevas.
Porque damos la impresión de que aquel que habló hace siglos guarda silencio hoy,
y que la única palabra que podemos oír de él proviene de un libro, un eco débil del
pasado distante, con un fuerte olor al moho de las bibliotecas. Pero no, esto no es
en absoluto lo que creemos. Las Escrituras son mucho más que una colección de
documentos antiguos en que se preservan las palabras de Dios. No se trata de un
tipo de museo en que la Palabra de Dios se exhibe tras un vidrio, como un fósil o
una reliquia. Por lo contrario, es una Palabra viva, dirigida a personas vivas, que
proviene del Dios vivo; es un mensaje contemporáneo para el mundo
contemporáneo.
Claramente los apóstoles comprendieron esto y creyeron en ello con respecto a los
oráculos del Antiguo Testamento. Siempre presentaban sus citas bíblicas con una
de dos fórmulas: gegraptai gar («Porque escrito está») o bien legei gar («Porque
dice», «así dice»). El contraste entre estas fórmulas no es sólo el del tiempo
perfecto y el presente continuo, y por ende entre un evento del pasado y una
actividad del presente, sino entre la escritura y el habla. Ambas expresiones dan
por sentado que Dios ha hablado; pero en el primer caso lo que dijo fue escrito y es
un registro escrito permanente, mientras que en el segundo continúa diciendo lo
que ya había dicho una vez.
Puede citarse otro ejemplo para demostrar que este principio se aplica en igual
forma a las Escrituras del Nuevo Testamento. Cada una de las siete cartas a las
iglesias de Asia que se encuentran en Apocalipsis 2 y 3 concluyen con una petición
idéntica del Señor Jesús resucitado: «el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias». Es una oración notable. Presuntamente cada iglesia habrá
escuchado la lectura en voz alta de su carta particular en la asamblea pública, y
cada una sabía que Juan la había escrito en la isla de Patmos, semanas o incluso
meses antes. Y sin embargo, cada carta concluye con la afirmación de que el
Espíritu estaba hablando a las iglesias. Ello demuestra que las cartas a cada iglesia
en particular se aplicaban también a «las iglesias» en general; que el mensaje
proveniente de Juan tuvo su origen con el Espíritu; y que el Espíritu aun decía en
voz viva lo que Juan había escrito tiempo atrás, incluso a cada miembro de la
iglesia en particular que tenía oídos para escuchar.
Una vez que hayamos comprendido que «Dios sigue hablando mediante lo que ya
ha dicho», estaremos bien protegidos ante dos errores opuestos. El primero es
creer que, si bien fue escuchada en tiempos antiguos, la voz de Dios calla hoy. La
segunda es la idea de que Dios ciertamente habla hoy, pero que su Palabra tiene
poco o nada que ver con la Escritura. Lo primero lleva a coleccionar antigüedades
cristianas; lo segundo, al existencialismo cristiano. La seguridad y verdad residen
en las convicciones asociadas de que Dios ha hablado y Dios habla, y que ambos
mensajes están estrechamente relacionados, porque habla por medio de lo que ya
dijo. El hace que su Palabra sea viva, contemporánea y relevante, hasta el punto de
encontrarnos nuevamente en el camino a Emaús con Cristo mismo exponiendo las
Escrituras, y con nuestros corazones ardiendo. Otra forma de expresar la misma
verdad es que debemos mantener juntos la Palabra de Dios y su Espíritu, puesto
que lejos del Espíritu la Palabra está muerta, mientras que lejos de la Palabra el
Espíritu es ajeno.
No hay mejor forma de expresar este tema que tomando prestado una expresión
que he oído del Dr. James I. Packer. «Habiendo estudiado la doctrina de las
Escrituras durante toda una vida», dijo, «el modelo de descripción más
satisfactorio que he encontrado es el siguiente: 'La Biblia es Dios predicando'».
Tiene particular importancia que estemos seguros del poder de la Palabra de Dios,
porque en nuestros días hay un desencanto generalizado hacia todas las palabras.
Se escriben y pronuncian millones cada día, con un efecto aparente muy reducido.
La Iglesia es uno de los peores transgresores, y en consecuencia algunos la
consideran una habladora profesional inútil. Más aún, la crítica prosigue: si la
Iglesia habla demasiado, es que hace muy poco. Tiene una gran boca, pero manos
encogidas. Ha llegado la hora de dejar de hablar y comenzar a actuar. En particular,
¡que bajen de sus púlpitos esos clérigos parlanchines, que pongan las manos en la
masa y hagan algo productivo para variar!
Existe demasiada verdad en esta acusación como para poder restarle importancia.
Ciertamente la Iglesia tiene un mejor historial por sus palabras que por sus hechos,
y algunos de nosotros debemos confesar que hemos fallado en seguir las Escrituras
en lo referente a defender a quienes no tienen poder y buscar la justicia social.
Pero no debemos poner las palabras y los hechos como si fueran alternativas
opuestas. De Jesús se escribe que «anduvo haciendo el bien» y que «recorría...
enseñando... sanando...» (Hch. 10:38; Mt. 4:23; 9:35). En su ministerio combinó
palabras y hechos, no vio necesidad de escoger, y nosotros tampoco debiéramos
hacerlo. Por otro lado, ¿de dónde proviene esta desconfianza hacia las palabras?
Ellas están lejos de ser impotentes. El diablo las utiliza constantemente en la
propaganda política y la explotación comercial. Y si sus mentiras tienen poder,
¿cuánto más poderosa es la verdad de Dios? James Stalker lo expresó así:
Parece la más frágil de todas las armas: porque ¿qué es una palabra? Es
sólo un soplo de aire, una vibración que tiembla en la atmósfera por un
momento y desaparece luego... (Ysin embargo), aunque sólo sea un arma
de aire, la palabra es más fuerte que la espada del guerrero.45
Lutero creía en ello. En su famoso himno Ein'Feste Burg (c. 1529), en que hizo
alusión al poder del diablo, agregó ein Wórtlein wird ihn fälllen, «una pequeña
palabra lo derribará». J.B. Cabrera tradujo el himno, Castillo fuerte es nuestro Dios.
Éste fue el resultado de la estrofa en cuestión:
45 Stalker, p. 93.
Aunque demonios mil estén prontos a devorarnos, no temeremos
porque Dios sabrá cómo ampararnos. ¡Que muestre su vigor,
Satán y su furor!
Dañarnos no podrá,
pues condenado es ya
por la Palabra santa.
Un predicador que conocía por experiencia el poder de la Palabra de Dios era John
Wesley. Su diario está lleno de referencias a ella, especialmente sobre su poder
para apaciguar una multitud hostil y traerla a la convicción de pecado. El 10 de
septiembre de 1743, sólo cinco años después de su conversión, Wesley predicó al
aire libre a una congregación excepcionalmente numerosa cerca de St. Just en
Cornwall: «Exclamé, con toda la autoridad del amor; ‘¿Por qué moriréis, casa de
46 Jer. 23:29; Sal. 119:105; Stg. 1:18, 22-5; 1 P. 1:23-2:2; Sal. 19:10.
Israel?’». La gente tembló y quedó en calma. Hasta ese momento no había visto
nada así en Cornwall». El 18 de octubre de 1749 encontró dura oposición en
Bolton, Lancashire. Una turba rodeó la casa, tiró piedras por las ventanas y luego
irrumpió dentro.
No debemos imaginar que estas experiencias eran exclusivas del siglo XVIII o de
John Wesley. Billy Graham, el evangelista más conocido mundialmente hoy en día y
que más ha viajado, afirma lo mismo. En la Asamblea de Líderes Cristianos
Panafricana de Nairobi (diciembre de 1976), lo escuché decir: «He tenido el
privilegio de predicar el evangelio en cada continente y en la mayoría de los países
del mundo, y cuando presento el mensaje del simple evangelio de Jesucristo con
autoridad, él lleva el mensaje y lo introduce en los corazones humanos en forma
sobrenatural».
Alguien pudiera comentar: «Está muy bien citar a Lutero, Wesley y Billy Graham.
Sin duda sus palabras han tenido poder. ¿Pero acaso no se trataba de personas
excepcionales, con dones y talentos excepcionales? ¿Y qué de mí? Me desvivo
predicando domingo tras domingo, y la buena semilla cae al costado del camino y
es pisoteada. ¿Por qué no es más poderosa la Palabra de Dios cuando viene de mis
labios?» A ello debo responder que sí, por supuesto que en cada generación Dios
levanta personas especiales, les da dones especiales y los reviste de un poder
especial. Sería un error envidiar a Lutero o a Wesley, y una tontería imaginar que
cada uno de nosotros tiene el don evangelístico de Billy Graham.
Por otro lado, Jesús ciertamente nos animó a esperar que parte del suelo sea bueno
y productivo, y que la semilla que ahí caiga lleve fruto duradero. Hay vida y poder
en la semilla, y cuando el Espíritu prepara el suelo y riega la semilla, aparecerá el
crecimiento y los frutos.
Estas convicciones acerca de Dios y el hombre, acerca del hombre como prisionero
y de Dios como el que libera mediante su Palabra, transforman el trabajo de
predicar. Llegamos al púlpito con una Palabra poderosa en nuestras manos,
corazón y boca; esperamos resultados; buscamos conversiones. Tal como lo dijera
Spurgeon al dirigirse a los pastores:
Se cuenta una historia divertida acerca de un predicador itinerante que pasaba por
la puerta de seguridad de un aeropuerto.
Sin duda tenemos numerosas convicciones acerca de la Iglesia, pero para este
propósito consideraré sólo una: que la Iglesia es creación de Dios realizada
mediante su Palabra. Más aún, la nueva creación de Dios (la Iglesia) depende tanto
de su Palabra como la antigua creación (el universo). No sólo la hizo nacer por su
Palabra, sino que la mantiene y sustenta, dirige y santifica, reforma y renueva
mediante la Palabra misma. La Palabra de Dios es el cetro mediante el cual Cristo
gobierna la Iglesia y el alimento con que la nutre.
48
Por ejemplo, Dt. 4:1, 40; 5:1; 6:1-3; 11:26-28; 12:28; 15:5; 28:1.
Aun más explícito es el profeta Jeremías, aliado cercano del buen rey Josías,
durante cuyo reinado se volvió a descubrir en el templo el libro de la ley. Ambos,
profeta y rey, llamaron al arrepentimiento y rededicación nacional, pero la
respuesta del pueblo fue superficial y pasajera. La queja divina de boca de Jeremías
fue franca:
Entonces el juicio de Dios cayó sobre ellos, Jerusalén fue sitiada tomada, el templo
fue demolido y el pueblo fue conducido a su cautividad en Babilonia. El epitafio
nacional escrito por el cronista hizo eco del lenguaje de los profetas:
Queda claro en este breve recuento de la historia del Antiguo Testamento que Dios
ha hecho depender el bienestar de su pueblo consistentemente de que escuchen su
voz, crea en sus promesas y obedezca sus mandamientos.
Algo similar sucede en el Nuevo Testamento, si bien ahora los voceros de Dios son
La Palabra de Dios no nos llega a nosotros como a ellos; más bien debemos llegar a
la Palabra. Sin embargo, si exponemos las Escrituras en forma fidedigna, será su
Palabra la que se encuentre en nuestra boca y manos; el Espíritu Santo puede
hacerla palabra viva y poderosa en los corazones de nuestros oyentes. Por otro
lado, nuestra responsabilidad nos parecerá más pesada cuando recordemos el
vínculo indisoluble que hemos trazado entre la Palabra de Dios y su pueblo. Una
iglesia sorda es una iglesia muerta: éste es un principio inalterable. Dios da vida a
su pueblo, lo alimenta, inspira y guía mediante su Palabra. Porque siempre que la
Biblia es expuesta en forma verdadera y sistemática, Dios la utiliza para darle a su
pueblo la visión, sin la cual perecen. Primero, comienzan a ver lo que él quiere que
sean: su nueva sociedad en el mundo. Luego, llegan a utilizar los recursos que él les
ha dado en Cristo para cumplir su propósito. Es por ello que la Iglesia sólo puede
alcanzar la madurez, servir al mundo y glorificar a su Señor cuando escucha en
forma humilde y obediente.
La extensa obra en dos volúmenes, History of Preaching, del Dr. E.C. Dargan, la cual
abarca desde el 70 d.C. a 1900, confirma ampliamente esta visión. Él escribe:
En esta situación tan abigarrada, en que a grandes rasgos la Iglesia está perdiendo
terreno, ¿será posible identificar una única causa de debilidad? Muchos dirían que
Por ello, si la Iglesia ha de florecer de nuevo no hay mayor necesidad que recobrar
la predicación bíblica, poderosa y llena de fe. Dios aún dice a su pueblo: «si
escucharas hoy mi Palabra» (véase Sal. 95:7) y a los predicadores «si la
proclamaran».
Sin embargo, todas estas verdades no son incompatibles con la formación, llamado
y comisión de especialistas, es decir pastores que se dediquen a un ministerio de
predicación y enseñanza, porque entre los muchos dones que el Señor resucitado
confiere a su Iglesia están los de pastores y maestros (Ef. 4:11). Al comentar este
versículo en su contexto, Calvino escribe en su Institución: «Notemos que, aunque
Dios pueda perfeccionar a los suyos en un momento, no quiere que lleguen a edad
perfecta sino poco a poco.
53 Calvino, IV. 1. 5.
54
En el mismo lugar, IV.III.2
55 Works, Vol. II, p. 1034.
fortalezas de cada uno y complementarnos en nuestra debilidad. Más aún, los
laicos dotados de dones deben ser estimulados a unirse al equipo, y a ejercer su
ministerio en forma voluntaria de acuerdo con sus dones. Uno de ellos es la
predicación; la Iglesia necesita muchos predicadores laicos más. No obstante, el
ministerio pastoral de predicación y enseñanza regular es extremadamente
exigente. Requiere mucho tiempo y energía dedicados al estudio. Por ello el equipo
pastoral de cualquier iglesia de gran tamaño requiere al menos un líder a tiempo
completo que se entregue al ministerio de la Palabra. Sin ello la congregación de
seguro se verá empobrecida.
Los levitas también compartieron este ministerio: «Ellos leían con claridad el libro
de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se comprendiera su lectura» (Neh.
8:1-8). Posteriormente los servicios de las sinagogas incluyeron lecturas de la ley y
los profetas, luego de las cuales alguien predicaba. Es así como Jesús, al
encontrarse en la sinagoga de Nazaret, leyó primero de Isaías 61, afirmó ser el
cumplimiento de esta Escritura al proseguir con su mensaje, y habló otras
«hermosas palabras» que impresionaron a su audiencia (Lc. 4:16-22). Del mismo
modo, Pablo, en Antioquía de Pisidia, fue invitado por los principales de la sinagoga
a compartir con la gente «algún mensaje de aliento», después de la lectura de la ley
y de los profetas», lo que procedió a hacer. (Hch. 13:14-43).
Por lo tanto, no debe sorprendernos que al dejar las sinagogas o al ser expulsados
de ellas y comenzar a formar sus propias asambleas claramente cristianas, los
creyentes preservaran el mismo patrón de lectura de la Biblia seguida de una
exposición de ella, con la excepción de que ahora se agregaron a estos extractos la
lectura de una de las cartas de los apóstoles (p. ej., Col. 4:16; 1 Ts. 5:27; 2 Ts. 3:14).
Lucas sólo nos da un vistazo de estas reuniones. Fue la famosa ocasión en Troas
cuando los cristianos se reunieron «el primer día de la semana». Su adoración
incluyó el partir el pan y también un sermón de Pablo que se prolongó «hasta la
medianoche», con consecuencias desastrosas (Hch. 20:7 en adelante). Si bien es el
único servicio de adoración cristiano en el Nuevo Testamento en que se menciona
específicamente haber incluido un sermón, no hay razones para suponer que fue
una excepción. Por el contrario,
Pablo entrega a Timoteo instrucciones específicas no sólo acerca de cómo conducir
la oración pública (1 Ti. 2:1 en adelante), sino acerca de la predicación: «En tanto
que llego, dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los
hermanos» (1 Ti. 4:13). Ello implica claramente que luego de leer la Biblia, y
surgiendo de ella, debe haber paraklésis (exhortación) y didaskalia (instrucción).
Ello no quiere decir que no existía un elemento evangelístico también puesto que
habrá asistido una minoría de miembros, por ejemplo los «temerosos de Dios», en
los márgenes de la comunidad de la sinagoga, junto con los catecúmenos que
recibían instrucción para el bautismo y, en ocasiones, incluso visitantes paganos (1
Co. 14:23).
Si damos por sentado que los pastores son predicadores y maestros, ¿qué clase de
sermones deben predicar? Los libros de texto de homilética tienden a entregar una
larga lista de opciones. La clasificación más completa es quizás la de W.E. Sangster
en su famoso libro The Craft of the Sermon (El arte de hacer sermones). Hace una
distinción entre tres clases de sermones y dedica un capítulo a cada una, si bien
agrega que «el espectro de combinaciones es casi infinito».56 La primera
corresponde al tema tratado (p. ej., bíblico, ético, devocional, doctrinal, social o
evangelístico); la segunda a un tipo de estructura (p. ej., exposición directa,
argumento progresivo o bien desarrollo por aspectos), y la tercera que coincide
con el método psicológico (es decir, si el predicador se ve a sí mismo como
maestro, defensor, hombre perplejo, o abogado del diablo).
56
Sangster, The Craft, p. 92
gramatical o incluso una sola palabra. De igual forma puede tratarse de un párrafo,
un capítulo o todo un libro. El tamaño de un texto no tiene importancia siempre
que éste sea bíblico; importa lo que hagamos con él. Ya sea breve o extenso,
nuestra responsabilidad como expositores es hacer que se exponga de tal modo
que transmita su mensaje clara, simple, y exactamente, en forma pertinente, sin
adiciones, sustracciones o falsificación. En el contexto de la predicación expositiva,
el texto bíblico no es una introducción convencional a un sermón sobre otro tema
completamente diferente, ni una muletilla cómoda para colgar un montón de
pensamientos diversos, sino un maestro; es quien dicta y controla lo dicho.
En primer lugar, la exposición fija límites para nosotros. Nos limita a considerar el
texto bíblico, puesto que la predicación expositiva es predicación bíblica. No
exponemos un pasaje de la literatura secular, un discurso político o incluso un
libro sobre religión, por no mencionar nuestras opiniones personales. No es así;
nuestro texto proviene invariablemente de la Palabra de Dios. El gran primer
requisito de los expositores es reconocer que somos guardianes de un «depósito»
sagrado de verdad, depositarios del evangelio, «encargados de administrar los
misterios de Dios».57 Tal como lo expresara Donald Coggan en su primer libro
sobre la predicación:
A fines de abril de 1564, un mes antes de morir, Calvino se despidió de los pastores
de Ginebra. Ojalá cada predicador pudiera decir lo que él les dijo:
En tercer lugar, la exposición identifica los escollos ocultos que debemos evitar por
todos los medios. Puesto que el expositor está resuelto a ser fiel al texto, los dos
escollos ocultos pueden ser designados como olvido y deslealtad. El expositor
olvidadizo puede perder de vista el texto, ir por la tangente y seguir su propia idea.
El expositor desleal parece ceñirse al texto, pero lo deforma y extiende hasta
formar algo diferente de su significado natural original.
Esta forma de torcer el texto de parte de los predicadores le recordaba a R.W. Dale
los conjuradores, y lo llevó a decir en sus Charlas de Yale de 1978:
61
2 Co. 4:2. Véase 2 Ti. 2:18; 2 Co. 2:17; Gá. 1:7; 2 P. 3:16
62 Vinet, p. 76.
63 Mc William, p. 39.
64
Dale, p. 127.
Sólo la resolución de ser un expositor concienzudo nos permitirá evitar estos
escollos ocultos.
Tales son los fundamentos teológicos del ministerio de la predicación. Dios es luz;
Dios ha actuado; Dios ha hablado; y Dios ha hecho que su obra y palabras sean
preservadas por escrito. Él continua hablando poderosamente por medio de su
Palabra escrita, con voz viva. La Iglesia necesita escuchar su Palabra con atención,
puesto que de ello depende su salud y madurez. Por ello los pastores deben
exponerla; es para ello que han sido llamados. Siempre que lo hacen con
Al presentar el sermón, sin embargo, el predicador pasa otra vez por el mismo
proceso, aunque en una forma más planificada. Al subir al púlpito, tiene reacciones
emocionales, neurológicas, físicas y mentales que tiene que evaluar. Esa
evaluación, seguida por la concepción de ideas y la exposición de esas ideas, es
ayudada por el bosquejo. El predicador, no obstante, entra en ese momento en un
proceso dinámico de interacción con ese mensaje en esqueleto.
66
Se entiende por variable "cualquier fenómeno que puede asumir más de un valor—. Cp.
Gerald Miller, Speech Communication: A Behavioral Approach (N.Y.: Bobbs-Merrill, 1966). p.
33, 34. Casi todos los fenómenos pueden ser considerados como variables porque la situación
de interés puede ser construida en tal forma que el fenómeno adquiera más de un valor
singular. Por ejemplo, el término "agua" puede ser usado en diferentes contextos y adquirir
diferentes valores. Puede ser lo que calma la sed, o puede ser el elemento que echa a perder
el traje de una persona bien vestida víctima de un fuerte aguacero. En ambas situaciones el
agua crea efectos diferentes. Es un fenómeno que adquiere dos valores diferentes porque su
función varía de acuerdo con cada contexto en que se usa.
propósito hacer un análisis del proceso de la predicación partiendo de los cuatro
componentes básicos: el sermón, el predicador, la congregación y la situación. Por
este medio espero poder darle una perspectiva más científica a la homilética, la
cual, aunque ha sido definida tradicionalmente como la ciencia de la predicación,
en la práctica no ha sido nada más que la técnica de construir o preparar
sermones.67 Este trabajo considerará la predicación desde el punto de vista
científico: es decir, como un proceso comunicativo, y por lo tanto, a la luz de los
cuatro elementos fundamentales de la comunicación: comunicados, mensaje,
receptor y ocasión.68
Aquí me parece necesario hacer una aclaración importante. El hecho de que en este
libro me proponga considerar a la homilética como un proceso comunicativo no
quiere decir que haya descartado la dimensión teológica de la predicación. Por el
contrario, considero que el proceso de la predicación es un acto en el cual Dios
participa decisivamente como sujeto y tema central. Por ello, el primer capítulo de
este trabajo expone el sentido teológico de la predicación. Porque como he dicho
en otra parte: La "predicación no es mera retórica, ni un mero hecho sicológico. La
predicación es parte del diálogo de Dios con el hombre el cual se da en la
experiencia de la adoración, y como tal, no puede existir sin el testimonio del
Espíritu Santo".69
67
Por ejemplo: Andrés W. Blackwood, The Preparation of Sermons (Nashville: Abingdon, 1958),
p. 18. "La homilética es la ciencia de la cual la predicación es el acto y el sermón el producto
final—. Lloyd M. Perry, A Manual for Biblical Preaching (Grand Rapids: Baker, 1965), p.3, define
la homilética sencillamente como "la ciencia de la construcción de sermones".
68
Cp. LeRoy Kennel, "Communication Constructs in Contemporary American Protestant
Preaching, 1940-1965" (Tesis doctoral presentada ante el Departament of Speech, Michigan
State University, 1966), pp. 35-37.
69 Orlando Costas, “Communication Through Preaching in Worship”, (Monografía presentada en Garrea Theological Seminary,
1968), p.29.
espíritu consideremos los varios componentes de este hecho. Comenzaremos con
el sermón.
Unidad tres: Elementos constitutivos de la
predicación
CAPÍTULO 6: EL PREDICADOR
El Predicador
La predicación tiene una variedad de aspectos. No se le puede entender sólo su
aspecto retórico, es decir, como un discurso basado en la teología cristiana; hay
que ver sus aspectos psicológicos: como una persona que comunica sus conceptos,
actitudes y sentimientos. La personalidad de quien predica, es de la mayor
importancia en la predicación, ya que ésta es un acto comunicativo entre personas;
o 10 que es 10 mismo: un encuentro comunicativo entre personalidades distintas.
3. Madurez en la fe.
Pablo nos advierte sobre el peligro de colocar neófitos en posiciones pastorales,
por el riesgo de que éstos caigan en condenación, por llenarse de vanidad ante
tanta prominencia (II Tim. 3:6). Lo mismo debe aplicarse a cualquier predicador.
En sus principios le recomendamos que comience dando cortos testimonios a
grupos de creyentes y amigos y familiares no creyentes. Luego de un período de
estudio de la Palabra y de oración, y de estudio de las técnicas de la preparación de
sermones como las que presenta este manual, debe comenzar a predicar bajo la
supervisión de su pastor o de otros hermanos experimentados.
4. Responsabilidad ante la tarea.
El predicador es una persona con alto sentido de compromiso misionero, en la
mayoría de los casos. Es una' persona que dedica tiempo a la predicación para
suplir la demanda causada por el hecho de que no se producen pastores al mismo
ritmo que iglesias nuevas, especialmente en la América hispanoparlante. Por siglos,
los laicos predicadores han sostenido y extendido la fe.
Por ese alto sentido de responsabilidad es por lo que muchos hermanos se
encuentran matriculados en seminarios, institutos bíblicos y academias teológicas.
Algunos de ellos finalmente se dedicarán al pastorado. Pero la gran mayoría de
ellos estudian con el solo y muy responsable propósito de estar preparados para
enseñar la palabra como maestros o proclamarla desde los púlpitos como
predicadores en las iglesias.
Entre muchos buenos libros, podemos señalar los siguientes: Geografía Bíblica de
Palestina de Pistonesi; Atlas Histórico Westminster de la Biblia de Wright Filton y
Geografía Bíblica de Tidwell. Esta herramienta nos permite abrimos paso en el es-
tudio de la Palabra. En estos libros encontramos valiosa información sobre las
fechas, los autores, los destinatarios y los propósitos de los distintos libros de la
Biblia. También nos dará información sobre reglas de interpretación y algunos
datos de transfondo histórico.
Dos títulos muy usados son: Los libros de la Biblia, de Angus-Green y Conozca Su
Antiguo Testamento Conozca Su Nuevo Testamento de Ralph Earle. Para los que
quieran profundizar más, hay libros muy conocidos y otros de reciente publicación,
disponibles en las librerías cristianas.
6. Comentarios:
Esta herramienta es de la mayor importancia para todo predicador. Tanto el
predicador como otros ministros deben poseer por lo menos un comentario
bíblico. Aunque éstos no son libros inspirados, son el resultado del trabajo
exegético de maestros de la Palabra, que son de preciosa ayuda en el estudio de la
Escritura. El Nuevo Testamento Comentado por William Barclay es quizás el mejor
que tenemos en español al presente. Su limitación al Nuevo Testamento solamente
es una verdadera lástima. Otros usados son el de Jamieson, Fausset y Brown en dos
tomos. Más gracias sean dadas al Señor que en los últimos años han salido un gran
número. de traducciones muy buenas y de gran valor y amplitud en el estudio y
que están disponibles para aquellos que quieran ir a mayor profundidad bíblica.
Hay otros dos libros que le pueden ayudar mucho como auxiliares; así pueden ser
libros tales como Historia de la Iglesia Cristiana de Walker; o Historia del
Cristianismo (dos tomos) de Latourette; La Historia de Israel de Bright y una
introducción a la teología sistemática. También otros libros sobre Homilética que
le lleven a dominar mejor la técnica de preparación y presentación de sermones.
CAPÍTULO 7: EL TEXTO DEL MENSAJE BÍBLICO
7.1 La función del texto. Podemos definir el texto como aquel pasaje de las Escrituras,
sea breve o extenso, del cual el predicador deriva el tema de su sermón. De esta
definición se desprende que el texto desempeña una función indispensable, a saber: la de
proporcionar el tema del sermón. Veremos en párrafos subsiguientes algo acerca de las
maneras en que el tema es derivado del texto, pero aquí queremos dejar bien asentado
el hecho de tal derivación. El texto es la raíz del tema.
Lo peor del caso es que existe un texto completamente apropiado, tanto para el
propósito que animaba al predicador, como para el tema que él mismo quería discutir.
Helo aquí: “En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15a). Aquí tenemos un
pensamiento completo. Y cuando examinamos este pensamiento a la luz de todo el
salmo del que forma parte, descubrimos que su recta interpretación presenta
precisamente la idea que nuestro predicador quiso dejar sembrada en el corazón de
sus oyentes.
Todo texto, pues, debe constituir una unidad completa de pensamiento. Pero fuera de
esta estipulación ni es posible establecer ninguna regla respecto a la extensión del texto.
Phelps, con mucha razón, observa lo siguiente:
7.2 Las ventajas de tener un texto para cada sermón. Ya hemos visto que la
función del texto lo convierte en un elemento indispensable para el sermón. Hay grande
sabiduría en este arreglo. La práctica de basar cada mensaje en algún trozo definido de
las Sagradas Escrituras contribuye poderosamente a la eficacia de la predicación.
Es un hecho bien conocido el que los humanos prestamos atención a lo que nos interesa.
Por esta razón observamos que los predicadores apostólicos acostumbraban tomar
como punto de partida en sus mensajes algún interés que se había apoderado ya de la
mente de sus oyentes. Pero empezó su mensaje en el Día de Pentecostés con una
explicación de los fenómenos que habían llamado la atención de los habitantes de
Jerusalén.73 En su discurso en la puerta del templo llamada la Hermosa, aprovechó la
71
Ibíd, p. 28.
72
Spurgeon, op. cit., p. 226.
73
Hechos 2:12-16.
excitación popular que había sido motivada por la sanidad del hombre nacido cojo,
ofreciendo al principio de sus palabras una explicación de lo que había sido hecho.74 Y
Esteban logró captar la atención de un auditorio hostil y predispuesto en su contra
cuando inició su defensa con una referencia a lo que más les interesaba, a saber: su
orgullo en las glorias de la historia patria.75 Y es digno de notarse que mientras mantenía
sus comentarios estrictamente dentro de esa esfera de interés, pudo sostener la
atención así lograda.
74
Hechos 3:11-13
75
Hechos 7:1-50.
76
Blackwood, op. cit., p. 47.
77
Salmo 119:103.
78
Pattison, op. cit., p. 6.
79
Isaías 1:2.
80
Véase la página 22.
esta nota autoritativa estriba precisamente en el hecho de que la predicación verdadera
es el pregón de lo que Dios ha dicho y hecho, y no la elaboración de lo que el hombre
ha pensado.
d. Por otra parte, la práctica de basar cada sermón en algún texto de las Escrituras
evitará que el predicador se agote. Esta verdad fue ilustrada admirablemente en la
experiencia de James Black, eminente pastor presbiteriano escocés de la primera mitad
del presente siglo.82 Black dijo que cuando salió del seminario no poseía arriba de unos
doce sermones. Al encargarse de su primer pastorado, empezó con la predicación de
“sermones de asunto”. Es decir, preparaba cada sermón de acuerdo con algún tema
importante, como la tentación, la providencia, etc., desarrollándolo lo mejor que podía,
pero sin ningún texto bíblico como punto de partida. Terminada la composición del
sermón, buscaba un “texto” para anteponerle, a la manera de una etiqueta, y estaba listo
para predicar. Pero pronto descubrió que habiendo predicado un solo sermón sobre un
tema dado, ya no tenía más que decir en relación con ese asunto. Y al fin de tres meses
le parecía que no le quedaban más asuntos que tratar ni recursos intelectuales con que
tratarlos. ¡Se había agotado! Cuando la situación le parecía más negra, y hasta sentía la
tentación de abandonar el ministerio por inepto, hizo “un descubrimiento maravilloso”.
81
Black, op. cit., pp. 48-49.
82
Ibíd., pp. 152-53
Descubrió que si basaba cada mensaje en algún texto bíblico, podría predicar un
número indefinido de sermones sobre el mismo tema, porque cada texto presentaba el
asunto desde un punto de vista distinto, haciendo posible una extensa variedad.
7.3 Sugestiones acerca de la selección del texto. Siendo el texto una parte tan
vital del sermón, conviene que el predicador ejerza sumo cuidado en su selección. Por
vía de orientación, y sin pretender haber agotado las posibilidades del asunto, ofrecemos
las siguientes sugestiones en la confianza de que no dejarán de ser útiles al que las ponga
en práctica sistemáticamente.
83
2 Pedro 3:18.
84
Blackwood, op. cit., p. 48.
diciéndole con insistencia: “Tienes que predicarme a mí”. Tales “ráfagas de iluminación”
constituyen momentos de dicha que inspiran al predicador con fervor profético. Son
dones del Espíritu de Dios, concedidos de acuerdo con su beneplácito y su soberana
voluntad. Pero aunque el ministro nunca deba predicar sobre un texto sin la seguridad
de que éste ha sido señalado por Dios como base para su mensaje, no debe esperar que
la indicación divina venga siempre en la forma de semejantes “ráfagas de iluminación.
Para evitar el peligro de demasiada subjetividad en la selección de sus textos, tomará en
cuenta algunos factores más.
b. En segundo lugar, pues, el texto escogido debe tener un mensaje que contribuirá a
satisfacción de la necesidad específica más apremiante de la congregación. La meta de
la predicación, como hemos repetido ya varias veces, es la de “satisfacer las
necesidades humanas”. Habiendo determinado el propósito específico que su sermón
debe lograr, el predicador buscará el texto más apropiado para dicho fin. Para que tenga
buen éxito en tan importante pesquisa se precisan tres cosas; primera, un amplio
conocimiento de la Palabra; segunda, una buena dosis de sentido común; y tercera el
constante desarrollo del poder de discernir los puntos de correspondencia entre las
circunstancias de su propia congregación y la condición de las personas históricas a
quienes el pasaje bíblico en cuestión fue dirigido originalmente.
c. Una tercera consideración que debe influir en la selección del texto para cualquier
ocasión específica es la siguiente: el carácter de los mensajes predicados recientemente
ante la congregación de que se trate. El pueblo del Señor ha menester de una ración
equilibrada. Precisa para su salud espiritual “todo el consejo de Dios”.85 Para evitar tanto
la monotonía como el desequilibrio en su trabajo en el púlpito, el pastor sabio revisará
sus sermones con frecuencia para estar seguro de dos cosas. Por una parte, querrá
saber si está abarcando con suficiente regularidad todos los seis propósitos generales
de la predicación cristiana. Y por otra, querrá ver si está alimentando a su congregación
con mensajes tomados de todas partes de la Palabra de Dios. “Toda escritura es
inspirada divinamente y útil...”86 No debe omitir, pues, ninguna porción del Libro Santo
en su programa de predicación. En una palabra, debe haber una saludable variedad en
85
Hechos 20:27.
86
2 Timoteo 3:16.
los textos escogidos de semana en semana.
e. Generalmente es mejor escoger un texto que hace hincapié sobre los aspectos
positivos de la religión cristiana. El predicador hará bien en considerar el contraste
marcado entre el Decálogo y el Sermón del Monte. Su modelo debe ser el precepto
positivo de éste y no la prohibición negativa de aquél. Debe tomar a pecho este sabio
consejo: “la refutación del error es una tarea interminable. Sembrad la verdad y el
error se marchitará”.88
Si queremos sacar de un vaso “vacío” todo el aire que contiene, hay dos maneras de
acercarnos al problema. Podríamos obtener una bomba y tratar de extraer del vaso
todo el aire, dejando en su lugar un vació completo. O bien podríamos llenar el vaso de
algún líquido, dejando que el líquido expulse el aire a medida que lo va reemplazando. El
segundo procedimiento es a todas luces el más fácil y el más seguro. De la misma
manera el predicador debe saber que la predicación positiva de la verdad es mil veces
mejor que la refutación negativa del error. Esta idea fue hecha famosa en la historia de la
predicación por Tomás Chalmers (1780-1847), predicador presbiteriano escocés. La
tomó como tema de su bien conocido sermón “El Poder Expulsivo de un Nuevo Afecto”.
He aquí las palabras introductorias de aquel sermón famoso:
87
Phelps, op. cit., pp. 27-28.
88
Palabras de F. W. Robertson (1816-1853), predicador anglicano cuyos sermones han influido más que los de cualquier otro
predicador inglés sobre la enseñanza de la homilética. Citado por James R. Blackwood, The Soul of Frederick W. Robertson, (New
York: Harper Brothers Publishers, 1947), p. 104.
Hay dos maneras en que el moralista práctico puede tratar de
desalojar del corazón humano su amor para el mundo: o por una
demostración de la vanidad del mundo, para que el corazón sea
persuadido simplemente a retirar su afecto de un objeto que le es
indigno; o bien por la presentación de otro objeto, de Dios mismo,
como más digno de su lealtad, para que el corazón sea persuadido,
no a renunciar a un afecto viejo que no tenga nada que lo
reemplace, sino a trocar un afecto antiguo por uno nuevo. Mi
propósito es el de demostrar que en virtud de la misma
constitución de nuestra naturaleza, el primer método es del todo
inepto e ineficaz, y que únicamente el segundo bastará para
rescatar al corazón y librarlo del mal afecto que lo domina.89
f. Podemos decir también que hay grande sabiduría en la selección de textos que apelan
a la imaginación, es decir: de textos que presentan “algo que ver, algo que sentir o algo
que hacer”.90 En otras palabras, hay ventajas positivas de parte de los textos que
presentan la verdad en una forma concreta más bien que abstracta. Estas ventajas
fueron reconocidas por Cristo y por los profetas del Antiguo Testamento. Por ejemplo,
cuando alguien le hizo a Cristo la pregunta, “¿Y quién es mi prójimo?”, el Señor no
contestó con una definición abstracta. Pintó más bien un cuadro. Y en ese cuadro puso
actividad, conflicto, contraste y seres humanos parecidos a nosotros.91 Cuando el
profeta Nathán quiso redargüir la conciencia del rey David, no hizo un discurso sobre los
pecados del adulterio y del homicidio como tales. Pintó más bien un cuadro. Apeló a la
imaginación. Y cuando ésta hubo hecho su labor, atravesó el corazón real con su “Tú
eres aquel hombre”.92 Estos dos ejemplos bastan para dar realce a la necesidad de que
haya un elemento gráfico en nuestra predicación. ¡Cuánto mejor es, pues, que este
elemento se halle en el mismo texto del sermón. Aquí precisamente está la razón por
qué el ministro debe predicar con frecuencia sobre las porciones narrativas de las
Escrituras. En ellas las verdades eternas están presentadas en forma dramática. Dios
nuestro Señor lo quiso así porque sabe que sus criaturas comprenden mejor cuando
pueden ver la verdad al mismo tiempo que la escuchan. Y nosotros sus siervos seremos
89
Grenville Kleiser (ed.), The World’s Great Sermons, (New York: Funk & Wagnalls Company, 1908), IV, 55.
90
Andrew Watterson Balckwood, op. cit., p. 48.
91
Lucas 10:29-37
92
2 Samuel 12:1-7.
prudentes si utilizamos este material que el Espíritu ha hecho abundar en el Libro.
(a) Los textos múltiples pueden ser empleados para hacer y contestar
preguntas. “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria...?” (Salmo 8 : 4 ) .
“...el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios”
(Romanos 8:16).
(b) Los textos múltiples pueden señalar contrastes. La Biblia sabe de dos
maneras en que uno puede estar muerto sin ser sepultado.
“...sois muertos con Cristo cuanto a los rudimentos del mundo” (Colosenses 2:20).
“...muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).
(d) Los textos múltiples pueden obligarnos a ver varios aspectos de una verdad.
“Porque cada cual llevará su carga” (Gálatas 6:5). “Sobrellevad los unos las cargas de
otros” (Gálatas 6:2). “Echa sobre Jehová tu carga” (Salmo 55:22).
(e) Los textos múltiples pueden presentar gráficamente una progresión del
pensamiento.
“Demonio tiene, y está fuera de sí ” (Juan 10:20). “Bueno es” (Juan 7:12).
“Tú eres el Cristo” (Mateo 16:16).
“¡Señor mío, y Dos mío!” (Juan 20-28).
“La relación inteligente de una porción de las Escrituras con otra es cosa de grande
fascinación mental para el predicador y de enriquecimiento espiritual para la
congregación. El número asombroso de tales combinaciones iluminadoras de textos
bíblicos sorprenderá a uno que no haya cultivado el hábito de buscarlas”.93
Hemos dicho arriba que el predicador debe escoger un texto que se apodere de su
propio corazón. Si es alerta, y si está cultivando debidamente su propia vida espiritual,
no le faltarán vislumbres de inspiración respecto al uso que se puede hacer de tal o cual
texto bíblico para llenar las necesidades espirituales de su congregación. Tales ráfagas de
iluminación suelen presentársele mientras medita en la Palabra, al estar leyendo algún
libro o revista, en el curso de la visitación pastoral, mientras escucha un buen sermón, y
de otras muchas maneras más. Pero si no se habitúa a anotarlas en el acto, pronto se
esfumarán. El conjunto de estas anotaciones constituye su “semillero homilético”.
En relación con el aspecto mecánico del “semillero homilético” las siguientes sugestiones
pueden ser de valor:
93
W. E. Sangster, The Craft of Sermon Construction, (Philadelphia: The Westminister Press, Copyright 1951 by W. L. Jenkins, pp. 70-
71.
papel en blanco en el cual puede anotar los textos o las ideas iníciales para sermones
que se le ocurran.
b. Debe formarse el hábito de anotar dichos textos o ideas en el mismo momento en que
se le presenten a la mente para evitar que se lo olviden.
Uno de los grandes valores de tal sistema de anotación y conservación de textos es que
permite que las ideas germinales de los sermones tengan tiempo para madurar en la
mente y en el corazón del predicador. Bien se ha dicho que...un concepto artístico suele
vivir en el corazón de los hombres en proporción directa al tiempo que ha necesitado
para madurar en el alma del artista. De la misma manera el valor de un sermón puede
depender del número de semanas, meses y aun años que ha necesitado para crecer en
el corazón del predicador.94
94
Blackwood, op. cit., p. 39.
Apreciado estudiante, realice la lectura complementaria cuatro, acerca
de la exposición que sobre el tema de la escogencia del texto, hace
Charles Spurgeon; uno de los más grandes predicadores de la historia
(ver lectura complementaria 4)
Capítulo 8: Los contextos
La naturaleza bidimensional de la predicación bíblica
Si nuestro concepto en cuanto a la predicación surge de la misma Biblia, un
sermón bíblico tiene dos puntos de referencia: la revelación bíblica previa y la
situación presente. Esa es la forma de predicación que surgió en la sinagoga
durante el período intertestamentario. El pueblo israelita en el exilio se halló
adorando en forma comunitaria cada sábado. Sin embargo, no tenían una
dimensión central de la adoración —el sistema de sacrificios. Se necesitaron
nuevos ingredientes para la adoración. Una de las posibilidades estaba en la
aceptación de una cantidad creciente de literatura como escritura sagrada.
Gradualmente fue surgiendo un modelo de adoración, en el cual se leían la Ley y
los Profetas cada sábado. Cuando el hebreo dejó de ser un idioma de habla común,
se hizo necesaria una interpretación como agregado a la lectura. Aunque esta
interpretación podía ser ampliada hacia una exposición detallada, generalmente
asumía el carácter de una lectura más bien informal. De ese modo se originó el
sermón en la sinagoga.
95
W. B. Sedgwick, "The Origins of the Sermon," The Hibbert Journal 45 (Enero 1947): 162. Ver también pp. 158-64.
96
Ibid.
Esto se puede ver por medio de un vistazo rápido a los registros
neotestamentarios de los primeros sermones cristianos. Jesús fue a la sinagoga de
su pueblo en Nazaret, abrió el rollo del profeta Isaías, leyó del mismo, y dijo: "Hoy
se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos" (Luc. 4:21). En manera similar,
en el sermón del día de Pentecostés, Pedro observó lo que estaba sucediendo y
dijo: "Esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel" (Hech. 2:16). Luego hizo
una cita del profeta Joel. El estaba interpretando el evento del momento a la luz de
la Escritura previa. El modelo se repitió en los viajes misioneros de Pablo. Su
estrategia era ir primero a predicar en la sinagoga, esperando encontrar allí gente
judía lista para aceptar a Jesús como la culminación de las profecías del Antiguo
Testamento. De modo que no es raro leer el sermón en la sinagoga en Antioquía
de Pisidia (Hech. 13:14-41) y encontrar a Pablo refiriéndose a la historia de Israel
registrada en los escritos del Antiguo Testamento, y luego dirigiéndose a la
situación presente de sus oyentes a la luz de sus referencias a sus propias
Escrituras.
Por ello, el modelo para la predicación bíblica aparece claramente en las páginas
de la Biblia misma. De ella surge la naturaleza bidimensional de la predicación
bíblica. Por un lado, la predicación bíblica tiene un punto de referencia en la
revelación bíblica previa. Por el otro lado, el punto de referencia es la situación
presente del oyente. El predicador trabaja "entre dos mundos". Un sermón bíblico
verdadero "construye un puente sobre el abismo entre los mundos bíblico y
moderno, y debe estar igualmente afincado en ambos.97 La predicación bíblica
está representada en este diagrama:
Arco de la predicación
Predicador
97
John R. W. Stott, Between Two Worlds (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1982), p. 10.
La predicación bíblica, entonces, se alcanza cuando el predicador une en forma
efectiva la revelación bíblica previa y la situación presente del oyente,
construyendo para ello "el arco de la predicación". Para que esto suceda, no se
requiere una forma particular. Todo lo que se demanda es que el sermón funcione
en estas dos áreas. Debe tratar con el "entonces del texto" y el "ahora de nuestro
tiempo".
Capítulo 9: Los propósitos de la predicación.
9.1 LA BUENA PREDICACIÓN EXIGE PROPÓSITOS DEFINIDOS
Después de la idoneidad personal del predicador no hay factor de mayor importancia en
la preparación de un sermón eficaz que la determinación del propósito específico que el
predicador se propone lograr con su mensaje. Esta verdad ha sido recalcada por
muchos de los príncipes del púlpito cristiano. Las siguientes citas son muestras de la
opinión general de los que han escrito sobre el particular.
98
William M. Taylor, The Ministry of the Word, (New York: Anson D. F. Randolph & Co., 1876), pp. 110-111.
99
Lyman Abbott, The Christian Ministry, London: Archibald Constable & Company Ltd., 1905), p. 208.
puerto al cual queremos arribar. Si en el momento de ascender
al púlpito nos detuviese un ángel, exigiéndonos la declaración de
nuestra misión, debemos ser capaces de contestarle
inmediatamente, sin demora ni titubeos, diciendo: “Esto o
esto otro es el mandado urgente que desempeño hoy por mi
Señor”.100
La determinación del propósito definido del sermón aporta grandes beneficios tanto
para el mismo predicador como para su congregación.
(2) Además, el hecho de fijar un propósito definido para cada sermón obliga al
predicador a depender de Dios. Su tarea es difícil y fugaz su oportunidad. Sólo cuenta
con el momento presente, y en el breve lapso de treinta o cuarenta minutos tiene que
despertar el interés, iluminar el entendimiento, convencer la razón, redargüir la
conciencia y cautivar la voluntad, todo con relación a una cosa determinada, a saber: el
propósito del sermón. Ante semejante responsabilidad no puede menos que sentir su
100
J. H. Jowett, The Preacher His Life and Work, (New York: Harper & Brothers Publishers, 1912), pp. 148-149.
101
Johnson, op. cit., p. 288.
incapacidad. Con Pablo tiene que clamar: “Y para estas cosas ¿quién es suficiente?”102 Y
con el mismo apóstol tendrá que responder: “Nuestra suficiencia es de Dios”.103
(3) Se puede decir también que la determinación del propósito específico del sermón
constituye una guía indispensable en la preparación del mensaje. El propósito gobierna la
elección del texto; influye en la formulación del tema; indica cuáles materiales de
elaboración son idóneos y cuáles no lo son; aconseja el mejor orden para las divisiones
del plan; y determina la forma en que el mensaje debe ser concluido. Sin exageración
alguna se puede decir que desde el punto de vista estructural, no hay nada que sea tan
importante para el sermón como la determinación de su propósito.
(4) Por último, la determinación del propósito del sermón da motivo poderoso para
esperar frutos de él para la gloria de Dios. “Demasiadas veces el predicador a nada
le apunta, ni da en el blanco”.104 H. W. Beecher, generalmente considerado como uno de
los mejores predicadores evangélicos del siglo diecinueve, dio testimonio de la
transformación obrada en su propia predicación cuando aprendió a “hacer puntería”
con sus sermones. Había estado predicando por unos dos años y medio, pero sin
resultados. La esterilidad de su ministerio le causaba grande preocupación. Se
acentuaba su descontento a medida que meditaba en el contraste marcado entre los
resultados obtenidos por los sermones de los apóstoles y la nulidad de efecto producida
por sus propios discursos. Se resolvió a saber en qué consistía la diferencia. Después de
un análisis de los sermones registrados en el libro de Los Hechos, llegó a la siguiente
conclusión: que los apóstoles adaptaban la presentación de sus mensajes a la condición y
a las necesidades de sus oyentes. Por primera vez comprendió la necesidad de “hacer
puntería” con sus sermones. De acuerdo con esta idea Beecher preparó su mensaje para
el domingo siguiente. Diecisiete hombres fueron “despertados” por el impacto de aquel
sermón. De su experiencia dijo después: “Nunca en la vida había sentido tal sensación
de triunfo. Lloré durante todo el camino a mi casa y me decía: ‘Ahora s é predicar’
”.105
En páginas anteriores vimos que es posible definir la predicación como “la verdad de Dios
proclamada por una personalidad escogida con el fin de satisfacer las necesidades
humanas”107 Esta definición equipara el propósito total de la predicación con la esfera
de las necesidades humanas. Conviene preguntar, pues, en qué consisten estas
necesidades, porque de la contestación a esta pregunta depende la definición de los
propósitos generales de la predicación cristiana.
Indudablemente, la respuesta más concisa sería decir que las necesidades humanas
pueden ser reducidas esencialmente a una sola cosa, a saber: la necesidad de vida
espiritual. Pero la humanidad está dividida en dos grandes campos. Parte de ella es
salva, y parte no lo es. Gran parte anda “conforme a la condición de este mundo,
conforme al príncipe de la potestad de aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de
desobediencia” siendo “por naturaleza hijos de ira”.108 Otros han sido “hechos cercanos
por la sangre de Cristo”, teniendo “entrada por un mismo Espíritu al Padre”, no siendo
ya “extranjeros no advenedizos, sino juntamente ciudadanos con los santos, y
domésticos de Dios”.109 Ambos grupos tienen necesidad de vida espiritual, pero con los
primeros es la necesidad de adquisición, y con los segundos, la de desenvolvimiento. Los
primeros necesitan ser regenerados,110 los segundos necesitan crecer “en la gracia y
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.111 Tanto los unos como los otros
están incluidos en la declaración de Cristo: “Yo he venido para que tengan vida, y para
106
Isaías 55:11.
107
Blackwood, op. cit., p. 13.
108
Efesios 2:13-20.
109
Efesios 2:13-20.
110
Juan 3:5.
111
2 Pedro 3:18.
que la tengan en abundancia”.112
Vemos, por tanto, que es menester establecer un mínimo de dos propósitos generales
para la predicación cristiana: la evangelización de los perdidos y la edificación de los
creyentes. El doctor Blackwood, generalmente reconocido como el mejor maestro
contemporáneo de la homilética, hizo recientemente la siguiente declaración:
112
Juan 10:10
113
C. H. Spurgeon (1834-1892), pastor bautista inglés.
114
Dwight L. Moody (1837-1899), evangelista congregacional norteamericano.
115
Phillips Brooks (1835-1893), pastor y obispo episcopal norteamericano.
116
Andrew W. Blackwood, “Marks of Great Evangelical Preaching,” Christianity Today, I (November 12, 1956), p. 5.
La división doble que acabamos de hacer es necesaria e importante, pero no es del todo
satisfactoria como una clasificación de los propósitos generales de la predicación. Su
defecto consiste en su sencillez. Deja de especificar la diversidad de las necesidades
espirituales del creyente. El hombre inconverso, aunque necesita muchas cosas, tiene
que empezar por una sola: el nuevo nacimiento. Pero el hombre regenerado tiene
necesidades espirituales muy diversas, y cualquiera clasificación útil de los propósitos
generales de la predicación cristiana debe tener en cuenta esta diversidad.
Para el que esto escribe, el mejor análisis de las necesidades espirituales del hombre es
el que hace el profesor Weatherspoon en su edición revisada (en inglés) del bien
conocido libro de Broadus, Tratado sobre la Predicación. Las cataloga como sigue:
Tomando como base este análisis, podemos decir que la predicación, si ha de ser fiel a su
misión de satisfacer las necesidades humanas: necesita cumplir con seis propósitos
generales.
117
John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons, (revisada por el doctor Weatherspoon (New York: Harper &
Brothers, 1944), p. 58. Véase también p. 115.
espíritu han caído bajo el poder de él. La mente del hombre ha
sido obscurecida, su corazón depravado, su voluntad
pervertida, por el pecado.118
Las Escrituras confirman la exactitud de este cuadro sombrío. Según ellas el hombre
nació en pecado,120 su inclinación natural es perversa;121 por voluntad y culpa propias
se ha descarriado del buen camino;122 vive bajo la ira y condenación divinas;123 y es
totalmente incapaz de salvarse a s í mismo.124
118
W. T. Conner, El Evangelio de la Redención, (El Paso: Casa bautista de Publicaciones 1954), p. 36.
119
J. M. Pendleton, Compendio de Teología Cristiana, (El Paso: Casa Bautista de 1928), p. 180.
120
Salmo 51:5.
121
Génesis 6:5; 8:21; Salmo 58:3; Jeremías 17:9; Romanos 7:18.
122
Isaías 53:6; Eclesiastés 7:20; Romanos 3:9-18,23; Gálatas 3:22
123
Juan 3:18, 36; Romanos 5:12, 18; 6:23; Efesios 2:1-3; 5:6; Colosenses 3:6.
124
Romanos 3:24-28; 6:23; Gálatas 2:16; 3:10; Efesios 2:8, 9; Tito 3:5, 7.
Juez y Salvador.125
La predicación evangelística pregona también cuáles son las condiciones de acuerdo con
las cuales el hombre puede obtener beneficio de la obra perfecta y cumplida del
Salvador. Estas condiciones son pocas y sencillas y dentro del alcance de todo aquel que
quiere ser salvo. Son “arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor
Jesucristo”.126
125
C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and its Developments, (London: Hodder & Stoughton Limited), p. 17. Dodd funda su
resumen en las siguientes citas: 1 Corintios 15:1, 11; Gálatas 3:1, 1:4; Romanos 10:8, 9; 2 Corintios 4:4; 5:10; Romanos 14:9, 10;
2:16; <1 Corintios 4:5; 1 Tesalonicenses 1:9, 10: Romanos 8:31-34; Colosenses 3:1 y Efesios 1:20.
126
Hechos 20:20, 21.
127
Conner, op. cit., pp. 216-221.
128
2 Corintios 7:10.
129
Salmo 51:17.
volitivo: un cambio de propósito. En una de las parábolas de Cristo leemos que “un
hombre tenía dos hijos, y llegando al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Y
respondió él, dijo: No quiero; mas después, arrepentido, fue”.130 Su arrepentimiento
produjo un cambio de resolución.
Pero cuando el pecador está resuelto a dejar su pecado, encuentra que está atado a él.
No por voluntad propia puede romper la cadena que lo detiene. De ahí la necesidad de
la fe en Cristo. Esta no es un simple asentimiento 131 (aunque sí tiene su aspecto
intelectual, puesto que descansa sobre bases históricas), sino una confianza del
corazón.132 Es la recepción de Cristo como Salvador, abriéndole la puerta y dejándole
entrar para hacer su obra de transformación espiritual.133 Es la entrega de nuestra vida
en las manos de él dispuestos a arriesgar con él nuestro eterno bienestar.134 Es la
sumisión de nuestra voluntad a la de él, reconociéndolo como soberano Señor, y
disponiéndonos a servirle con obediente lealtad.135
El sermón que tiene un alma enfrente no debe tener ningún mañana. Su tiempo
aceptable es ‘ahora’. Ha de significar una rendición instantánea y absoluta; entregarse
desde luego a Cristo; la entrada inmediata al reino de Dios. Su invitación es actual,
urgente, insistente. No hace ni la más pequeña insinuación al alma a quien busca, de que
volverá a buscarla otra vez. No permite evasivas, no anima a dilaciones, no resfría al
pecador con ninguna sugestión de que está en el buen camino si tiene una mente seria, si
piensa en el asunto de la religión personal, y busca más luz, con la esperanza de que por
este camino llegará a la aceptación plena de Cristo. No le dirá que siga leyendo la
Escritura en busca de dirección y más luz; no le enviará a la iglesia para que por sus
130
Mateo 21:28-32.
131
Santiago 2:19.
132
Romanos 10:8-10.
133
Juan 1:11, 12; Apocalipsis 3:20.
134
Juan 2:24; 3:33.
135
Hechos 22:10.
136
Hechos 2:40-42.
puertas encuentre al fin al Salvador; ni al culto de oración diciéndole que allí, en oración
continua y en meditación, después de algún tiempo su ánimo se hará voluntario. ¡No! Con
urgencia imperiosa y dominadora al mismo tiempo que amorosa, le dirá que no hay en
esto ‘dentro de poco’ para que un alma vaya a Cristo, y señalándole la cruz, le dirá: ‘He
aquí el Cordero de Dios’. ‘Hoy, HOY, si oyereis su voz, no endurezcáis vuestro
corazón’.137
En tercer lugar, la predicación doctrinal anima a la actividad. Por regla general, una iglesia
que sabe es una iglesia que actúa. Gran parte de la indiferencia espiritual que se halla en
nuestras congregaciones se debe a la falta de instrucción. Los hermanos no comprenden
la razón de las exigencias e iniciativas de su pastor. Pero cuando ven que existen motivos
para el servicio, generalmente responderán. Por último, la predicación doctrinal
contribuye al crecimiento intelectual y espiritual del predicador. El que predica este tipo
de sermones tiene que estudiar. Tiene que conocer su Biblia y saberla interpretar. Y a
medida que medite sobre los grandes temas de las Escrituras y se esfuerce en hacer que
tengan significado para su congregación, hallará que crece la estatura de su propia
alma.
“Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este
es el Primero y el grande mandamiento”.148 El cumplimiento de este mandamiento
aseguraría el cumplimiento de todos los demás. De la misma manera, cualquier pecado
que sea cometido puede ser atribuido fundamentalmente a la falta de amor para con
Dios. Es de suma importancia, por tanto, que la predicación cristiana dedique énfasis al
mantenimiento y a la intensificación del amor de Dios en el pecho de cada creyente y
que le ayude a expresar su amor en una adoración apropiada.
El amor para con Dios descansa sobre dos fundamentos: El conocimiento de lo que Dios
147
Brooks, op. cit., p. 129.
148
Mateo 22:37, 38.
es y el aprecio de lo que ha hecho por nosotros. Así es que los sermones que
ensalzan la gloria y la majestad de su ser o que exponen la grandeza y la perfección de la
obra que ha hecho a favor de sus hijos, son los sermones que cumplen mejor con el fin de
intensificar la llama del amor divino en el corazón redimido.
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.149
Tal adoración demanda quietud y reverencia, meditación en la Palabra de Dios, alabanza
sincera y entusiasta, ferviente acción de gracias, confesión de pecado, intercesión por los
demás y petición sencilla y confiada por las necesidades propias. Todas estas actitudes
pueden y deben ser inculcadas por la predicación de sermones de devoción.
Pero existen muchos problemas morales en el mundo actual que no fueron tratados de
manera directa y específica por los autores inspirados en las Santas Escrituras. Podemos
mencionar, por ejemplo: el uso del tabaco, el baile entre personas de sexos opuestos, la
práctica de apostar sobre las carreras de caballos y la costumbre de “soplar” en los
exámenes escolares. ¿Qué debe el predicador decir respecto a tales cosas? Si está
convencido de que éstas u otras cosas semejantes están minando la vida espiritual de
una parte considerable de su congregación, debe acercarse al problema desde el punto
de vista de los principios cristianos generales que deben ser seguidos en la
determinación de la corrección moral de cualquier acto dado. Sobre esta base debe
procurar persuadir a sus oyentes a desterrar tales prácticas de sus respectivas vidas.
La descripción más acertada que existe de este tipo de predicación es la que hallamos
en las palabras de Pablo a los Corintios: “Mas el que profetiza, habla a los hombres para...
exhortación y consolación”.153 La palabra traducida “exhortación” es paráklesis, y
significa, según Thayer, “exhortación, admonición, aliento”. La palabra “consolación”
representa la traducción de paramuthía, voz que trata de la condición del cristiano en
este mundo malo y hostil, donde tiene que padecer persecución y aflicción de toda clase.
La consolación se propone ayudarle a comprender la naturaleza de lo que tiene que
padecer y capacitarle para perseverar con denuedo y buen ánimo hasta el fin.154
Los dos términos indican claramente que la predicación cristiana debe ocuparse, entre
otras cosas, de mensajes tales como: “confortad a las manos cansadas, roborad las
vacilantes rodillas. Decid a los de corazón apocado: Confortaos, no temáis: he aquí que
vuestro Dios viene con venganza, con pago; el mismo Dios vendrá, y os salvará”.155
Pero Pablo agregó a la cita que acabamos de dar estas palabras significativas: “Mas Dios,
153
1 Corintios 14:3
154
Compárese con la palabra parácletos, traducida “Consolador” en Juan 14:16 y Abogado” en 1 Juan 2:1.
155
R. C. H. Lenski, The Interpretation of St. Paul’s First and Second Epistles to the Corinthians, (Columbus: Wartburg Press, 1946), p.
578
156
Isaías 35:3, 4. Véase también Génesis 50:21; Isaías 40:1, 2, Lucas 4:18 y Hebreos 12:12.
que consuela a los humildes, nos consoló...”157 Y Dios puede consolar a todo su pueblo
en sus días de aflicción, y fortalecerlo en sus horas de debilidad, y guiarlo en sus
momentos de irresolución. Nuestro Dios puede librar de la tentación,158 sosegar al pecho
temeroso,159 y suplir toda otra falta que sus hijos lleguen a tener.160
Tal es el mensaje de los sermones de aliento. Ponen delante del creyente la grandeza del
poder de su Dios. Le recuerdan lo que Dios ha hecho en tiempos pasados. Le advierten
de la realidad de su presencia y de su voluntad para actuar ahora. Y le infunden ánimo
para confiar en el cumplimiento de las preciosas promesas divinas y para seguir
adelante, a pesar de todo.
157
2 Corintios 7:5.
158
2 Corintios 7:6.
159
1 Corintios 10:13.
160
Génesis 15:1; Éxodo 14:13; Números 14:9; Isaías 41:10.
Unidad cuatro: Tipos de predicación.
Preguntas problematizadoras:
1. ¿Qué diferencia existe entre un sermón temático y un sermón expositivo?
2. ¿Puede conjugar o unir varios tipos de sermones en una sola predicación?
3. ¿Cuándo debo usar un tipo particular de predicación?
Debemos distinguir entre la forma que adquiere una predicación, es decir, el tipo
de predicación, y los objetivos o propósitos que se busca alcanzar con dicha
predicación, de los propósitos ya hablamos en el capítulo anterior, ahora,
hablaremos de los tipos de predicación.
Empezamos nuestra consideración del sermón temático con una definición, porque
si esta definición es comprendida totalmente, el estudiante conseguirá dominar los
elementos básicos de un discurso temático.
Un sermón temático es aquel cuyas principales divisiones se derivan del tema con
independencia del seguimiento de un texto.
Sin embargo, para asegurar que el mensaje sea totalmente bíblico en su contenido,
debemos empezar con un tema o asunto bíblico. Las principales divisiones del
bosquejo del sermón deben sacarse de este tema bíblico, y cada división principal
debe estar apoyada por una referencia bíblica. Los versículos que apoyan las
principales divisiones debieran, por lo general, sacarse de pasajes de la Biblia que
estén bastante separados entre sí.
161 Por ejemplo, Concordancia de las Sagradas Escrituras, compilada por C. P. Denyer (Miami: Editorial Caribe).
162 Como esta obra no existe en castellano, sugerimos la obra Concordancia temática de la Biblia, compilada por Carlos Bransby
(El Paso: Casa Bautista de Publicaciones).
Con la ayuda de estas referencias hallamos las siguientes causas detrás de la
oración sin respuesta:
I. Pedir mal (Stg. 4:3)
II. Pecado en el corazón (Sal. 66:18)
III. Dudar de la Palabra de Dios (Stg. 1:6-7)
IV. Repeticiones vanas (Mi. 6:7)
V. Desobediencia a la Palabra (Pr. 28:9)
VI. Comportamiento desconsiderado en la relación conyugal (I .a P. 3: 7)
Aquí tenemos un bosquejo temático bíblico, con cada división principal derivada
del tema —razones para la oración sin respuesta— y cada división apoyada por un
versículo de las Escrituras.
UNIDAD DE PENSAMIENTO
Se verá del ejemplo acabado de dar que el sermón temático contiene una idea
central. En otras palabras, este bosquejo trata acerca de un solo tema: las razones
de la oración sin respuesta. Podemos pensar en otros importantes hechos acerca
de la oración, como el significado de la oración, la importancia de la oración, el
poder de la oración, los métodos de la oración y los resultados de la oración. Sin
embargo, a fin de conformarse a la definición de un sermón temático, tenemos que
sacar las partes principales del bosquejo del tema mismo; esto es, tenemos que
limitar todo el bosquejo a la idea contenida en el tema. Temas como el significado
de la oración o su importancia deben ser omitidos en este mensaje concreto, por
cuanto nuestro tema nos limita a tratar solamente acerca de los factores que
impiden la respuesta a nuestras oraciones.
CLASES DE TEMAS
Las Escrituras tratan acerca de todas las fases de la vida y actividad humanas que
se puedan imaginar. Revelan, también, los propósitos de Dios en gracia hacia los
hombres, tanto en el tiempo como en la eternidad. Así, la Biblia contiene un fondo
inagotable de temas de los que el predicador puede conseguir material para
mensajes temáticos apropiados para cada ocasión y condición en que se hallen los
hombres. Por medio de. la constante y diligente búsqueda en la Palabra, el hombre
de Dios enriquecerá su propia alma con preciosas gemas de verdades divinas y
podrá también compartir su riqueza espiritual con otros, de forma que también
ellos vengan a ser ricos en las cosas que realmente valen, tanto para el tiempo
como para la eternidad.
Del inmenso tesoro que es la Sagrada Escritura podemos sacar temas como éstos:
influencias benéficas, cosas pequeñas que Dios usa, fracasos de los santos de Dios,
bendiciones a través del sufrimiento, resultados de la incredulidad, absolutos
divinos que conforman el carácter, los imperativos de Cristo, los deleites del
cristiano, las mentiras del diablo, conquistas de la cruz, marcas de nacimiento del
cristiano, problemas que nos dejan perplejos, las glorias del cielo, anclas del alma,
remedios para dolencias espirituales, las riquezas del cristiano, conceptos bíblicos
de educación infantil y dimensiones del servicio cristiano.
ELECCIÓN DE TEMAS
Al entregarse al estudio temático de la Biblia, el estudiante descubrirá una tan gran
variedad de temas, que puede preguntarse cómo elegir uno apropiado para su
mensaje.
Si vamos a saber qué tema seleccionar, tenemos que buscar la conducción del
Señor. Esta conducción la recibiremos pasando tiempo en oración y en meditación
de la Palabra de Dios.
Las fuentes extrabíblicas revelan que cuando Pablo escribió estas palabras, no sólo
se usaban los hierros candentes con animales, sino también para marcar a
humanos, dejando señales sobre la carne que no podían ya borrarse ni ser elimi-
nadas. Había, por lo menos, tres clases de personas que llevaban marcas de este
tipo: esclavos que pertenecían a sus dueños, soldados que en ocasiones se
marcaban con el nombre del general bajo el que servían, como prenda de su total
lealtad a su causa, y devotos que quedaban dedicados de por vida a un templo y a
la deidad que era adorada allí.
Esto significa que debiéramos proponernos desarrollar el bosquejo con una cierta
progresión, ya lógica, ya cronológica, pero que esta elección entre orden lógico o
cronológico debe ir determinada por la naturaleza del tema. Como nuestro tema
elegimos verdades vitales con respecto a Jesucristo, y llegamos así al siguiente
bosquejo:
Se verá que cada una de las principales divisiones de este bosquejo confirma la
tesis del tema; es decir, cada afirmación en las divisiones principales exhibe uno de
los beneficios de conocer la Palabra de Dios.
6. Las principales divisiones pueden ser apoyadas por una palabra o frase
idéntica de las Escrituras por todo el bosquejo.
Esto significa que se emplea la misma palabra o frase de las Escrituras, no en el
bosquejo, como en el caso de la norma anterior, sino en la justificación de la
afirmación de cada división. Como ejemplo, se da un bosquejo desarrollado en base
a un estudio de la expresión «en amor», que aparece seis veces en la Epístola a los
Efesios. Al usar el tema: «Hechos con respecto a la vida de amor», y al señalar cada
referencia bíblica en el bosquejo, se verá que esta expresión apoya cada una de las
divisiones principales:
Mediante esto, el predicador puede mostrar los varios matices de significado de los
que pueda no estar consciente el lector de la Biblia castellana. Por ejemplo, el
verbo traducido «andar» en la versión castellana Reina-Valera 1960 del Nuevo
Testamento puede provenir de trece verbos griegos, y estos trece verbos sugieren
otras tantas maneras en que puede entenderse el verbo «andar».
Tal estudio de palabras puede ser un examen del original, a fin de descubrir los
matices de aquella palabra en griego o hebreo. Por ejemplo, el nombre «honor»
(timé , en griego) se usa en cuatro sentidos diferentes en el Nuevo Testamento
griego, y de un estudio de su utilización en el texto original podemos llegar al
siguiente bosquejo:
No es necesario poseer conocimiento del hebreo o del griego a fin de llevar a cabo
un estudio de palabras. La concordancia de las Sagradas Escrituras, de Carlos P.
Denyer (Caribe), así como el Léxico — concordancia del Nuevo Testamento en
griego y español, de Jorge G. Parker (Mundo Hispano), la Concordancia analítica
greco-española del Nuevo Testamento greco-español, de J. Stegenga y A. E. Tuggy
(Libertador), y el Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, de W. E.
Vine (CLIE), adaptado a la versión Reina-Valera 1960, con numerosas referencias a
la revisión de 1909, 1977 y Versión Moderna, por Santiago Escuain, así como otras
ayudas gramaticales hoy día disponibles, capacitarán al estudiante que no conozca
los lenguajes originales de las Escrituras a hacer una valiosa investigación en
semántica.
De una manera similar, un estudio de palabras puede seguir una palabra o frase
significativa a través de las Escrituras, estudiándola en sus relaciones contextuales
e inductivamente. En otras palabras, revisamos cada referencia específica a una
palabra o frase particular y después comparamos, analizamos y clasificamos
nuestras observaciones, con el propósito de llegar a una conclusión válida con
respecto a aquella palabra o frase.
Al examinar esta definición, se hace evidente que, en el sermón textual, las líneas
maestras de desarrollo se sacan del mismo texto. De esta manera, el bosquejo
principal queda estrictamente delimitado por el texto.
El texto puede consistir en una sola línea de un versículo de las Escrituras, o puede
tratarse de un solo versículo o incluso de dos o tres versículos. Los escritores de
homilética no definen de una manera específica la extensión del pasaje que pueda
ser utilizado para un sermón textual, pero para nuestros propósitos limitaremos el
texto de un bosquejo textual a un máximo de tres versículos.
La segunda parte de la definición afirma que cada división principal derivada del
texto «es utilizada a continuación como una línea de sugerencia». Esto significa que
las principales divisiones sugieren los temas a ser considerados en el mensaje. En
algunas ocasiones, un texto es tan rico y lleno que podemos obtener muchas
verdades o puntos que servirán como desarrollo de los pensamientos contenidos
en el bosquejo. Sin embargo, habrá también ocasiones en que sea necesario ir a
otros pasajes de las Escrituras para desarrollar las principales divisiones. En otras
palabras, las principales divisiones de un bosquejo textual tienen que provenir del
texto mismo, pero el desarrollo posterior puede venir, bien del mismo texto, bien
de otros pasajes de las Escrituras.
La definición afirma, además, que «el texto provee el tema del sermón». En
contraste con el sermón temático, en el que empezamos con un tema o asunto,
empezamos ahora con un texto, el cual indicará la idea dominante del mensaje.
Para nuestro primer ejemplo, tomemos como texto Esdras 7:10, que dice: «Porque
Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla,
y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos.» A menudo será útil consultar
una revisión moderna para obtener un significado más claro de los pasajes
elegidos.
Cada una de las principales divisiones, según la definición, es ahora utilizada como
«una línea de sugerencia». Éstas indican lo que vamos a decir acerca del texto.
En base a la primera división principal, tenemos que hablar acerca del propósito de
Esdras en su corazón de conocer la Palabra de Dios. Sin embargo, Esdras 7:10 no es
lo bastante detallado como para que podamos conseguir suficiente información
para desarrollar la primera división principal de nuestro texto, por lo que tenemos
que ir a otros pasajes de las Escrituras para efectuar el desarrollo.
La segunda división principal del bosquejo acerca de Esdras 7:10 dice: «Estaba
dispuesto a la obediencia a la Palabra de Dios.» De acuerdo con la definición del
bosquejo textual, esta segunda división principal viene a ser ahora una línea de
sugerencia, indicando qué es lo que debiera ser considerado bajo este
encabezamiento. Así, tenemos que considerar de alguna manera la obediencia de
Esdras a la Palabra de Dios, y por ello presentamos las siguientes subdivisiones:
Bajo la tercera división principal, que dice: «Estaba dispuesto a enseñar la Palabra
de Dios», se pueden desarrollar las siguientes subdivisiones:
A. Con claridad
B. Al pueblo de Dios
El texto mismo no nos dice que Esdras tuviera el plan de enseñar la Palabra de Dios
con la intención de clarificar su significado, pero esto es evidente con la lectura de
Nehemías 8:542.
Con la redacción del bosquejo de Esdras 7:10 en su totalidad, debería quedar bien
claro al estudiante cómo cada división principal sacada del texto sirve como línea
de sugerencia. Las subdivisiones son, sencillamente, un desarrollo de las ideas
contenidas en sus respectivas divisiones principales, pero el material de estas
subdivisiones se obtiene de otros pasajes de las Escrituras.
Obsérvese que el título y el tema en este bosquejo son diferentes. Para una
explicación plena de los títulos de los sermones, ver el capítulo S. Sin embargo,
aquí se debería mencionar que cuando el tema del bosquejo del sermón es sufi-
cientemente interesante, también puede servir como título.
Los ejemplos de bosquejos textuales dados aquí debieran ser suficientes para
mostrar que las principales divisiones en un bosquejo textual deben derivarse del
versículo o versículos que forma(n) la base del mensaje, en tanto que las
subdivisiones pueden sacarse del mismo texto o de cualquier otro pasaje de las
Escrituras, siempre que las ideas contenidas en las subdivisiones sean un
desarrollo adecuado de sus divisiones principales respectivas.
Cuando todas las subdivisiones, así como las divisiones principales, se sacan del
mismo texto, y son adecuadamente expuestas, decimos entonces que este texto es
tratado expositivamente.
El Dr. James M. Gray dio una vez a su clase un bosquejo textual acerca de Romanos
12:1: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional.» Usando el sacrificio del creyente como tema, el Dr. Gray sacó las
siguientes divisiones principales del versículo:
Léase Juan 20:19-20, y obsérvese después, con el bosquejo que sigue más abajo,
que las verdades espirituales expresadas en las divisiones principales son tomadas
del texto.
Por medio del método del «enfoque múltiple» podemos considerar el texto desde
varias perspectivas, utilizando en cada caso una distinta idea central, y así
tendremos más de un bosquejo para un texto determinado. Ilustraremos este
principio con Juan 3:16 como texto. Utilizando distintivos del don de Dios como
nuestra principal idea, obtenemos el siguiente bosquejo:
Tomando la primera parte de Juan 3:36 como nuestro texto: «El que cree en el Hijo
tiene vida eterna», empezamos con el tema de hechos importantes con respecto a
la salvación, y descubrimos en el texto las siguientes divisiones:
Podemos dar a este bosquejo el título: «La vida interminable.» Vemos que el título
es diferente del tema, pero éste es sugerido por el texto.
5. Las mismas palabras del texto pueden formar las divisiones principales,
siempre que estas divisiones queden agrupadas alrededor de un tema
principal.
Hay numerosos textos de este tipo que se prestan a un bosquejo evidente en sí
mismos. Aquí tenemos una ilustración, basada en Lucas 19: lo: «Porque el Hijo del
Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.»
Tomemos Colosenses 2:21 como ejemplo. Dice: «No manejes, ni gustes, ni aun
toques.» Si sacamos este pasaje de su contexto podemos fácilmente caer en el error
de creer que Pablo está enseñando una forma de estricto ascetismo. Pero leído en
su contexto, Colosenses 2:21 se refiere a las normas y reglas que los falsos
maestros estaban tratando de imponer a los cristianos en Golosas.
Los textos tomados de los pasajes históricos de las Escrituras pierden también su
significado propio, a no ser que se estudie cuidadosamente su relación con el
contexto. Esto es evidente en relación con Daniel 6:10: «Cuando Daniel supo que el
edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas que daban hacia
Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios,
como lo solía hacer antes.» La oración y acción de gracias de Daniel en esta ocasión
tienen su significado propio solamente en relación con la amenaza que pesaba
sobre su vida, y que se describe en los versículos anteriores de Daniel 6.
8. Dos o tres versículos, tomados cada uno de ellos de diferentes partes de las
Escrituras, pueden ser puestos Juntos, y tratados como d fuera un solo texto.
En lugar de utilizar uno de estos versículos para apoyar una división principal, y el
siguiente como base de la segunda división principal, los versículos se disponen
como si formaran un solo texto, y las divisiones principales se toman
indiscriminadamente de los versículos así combinados.
Un título apropiado para este bosquejo podría ser: «El ministerio que cuenta.»
Hay siete ocasiones en la Biblia en las que el Señor se dirige al individuo por su
nombre dos veces seguidas. La repetición, en las Escrituras, es un modo de hacer
énfasis, y el predicador puede utilizar algunas o todas estas llamadas para una
serie de interesantes mensajes. Aquí tenemos cuatro de estas dobles llamadas de
Dios:
Cada ministro de Jesucristo debiera estar familiarizado con las «Siete Últimas
Palabras», esto es, las declaraciones de Cristo mientras estaba clavado en la cruz.
Es importante que el predicador tenga, por lo menos, dos o tres mensajes basados
en estas declaraciones de Cristo, y cuando la ocasión lo permita debería intentar el
desarrollo de una serie de mensajes para el tiempo de la Pascua acerca de todas
estas «Siete últimas Palabras». La serie podría ir encabezada así: «Palabras desde
la cruz», con títulos de sermón como los que siguen:
«Intercesión en la cruz», basado en Lucas 23:33-34: «Y cuando
llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús
decía: "Padre, perdónalos, no saben lo que hacen.»»
«Salvación en la cruz», basado en Lucas 23:42-43: «Y dijo a
Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino." Entonces
Jesús le dijo: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso.
«Afecto en la cruz», basado en Juan 19:25-27: «Estaban junto a
la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su
madre, y al discípulo a quien 91 amaba, que estaba presente,
dijo a su madre: "Mujer, he aquí tu hijo." Y después dijo al
discípulo: "He ahí tu madre.”
«Abandonado en la cruz», basado en Mateo 27:46: «Cerca de la
hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: "Elí, Elí, ¿lama
sabactani?" Esto es: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?”»
«Sed en la cruz», basado en Juan 19:28-29: «Después de esto,
sabiendo Jesús que ya estaba todo consumado, dijo, para que la
Escritura se cumpliese: "Tengo sed." Y estaba allí una vasija
llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una
esponja, y poniéndola en un hisopor, se la acercaron a la boca.»
«Triunfo en la cruz», basado en Juan 19:30: «Cuando Jesús
hubo tomado el vinagre, dijo: "Consumado es." Y habiendo
inclinado la cabeza, entregó el espíritu.»
«Entrega en la cruz», basado en Lucas 23:46: «Entonces Jesús,
clamando a gran voz, dijo: "Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu." Y habiendo dicho esto, expiró.»
El libro de los Salmos dará textos apropiados para una sucesión de sermones
acerca de «Males comunes de la humanidad». Para un sermón acerca de la
depresión, podremos tomar el Salmo 42:11; para uno acerca del temor, el Salmo
56:3; para uno acerca de la culpa, el Salmo 51:2-3; para un discurso acerca de la
angustia, el Salmo 25:16-17; y para un mensaje acerca de las frustraciones, el Salmo
41:9-10. El mismo libro puede proveer material para un grupo de mensajes acerca
de «Las bendiciones de los Salmos», cada uno de ellos basado en la frase
«Bienaventurado el varón». Un mensaje podría tener como título «La
bienaventuranza del piadoso», del Salmo 1:1; otro, «La bienaventuranza del
hombre perdonado», del Salmo 32:1-2. El examen de una concordancia completa
dará la necesaria información acerca de otras bienaventuranzas de los Salmos.
Otra serie pudiera ser acerca de «Las afirmaciones de Cristo», sacadas de los «YO
SOY» del Señor Jesús en el Evangelio de Juan, como: «Yo soy el pan de vida», «Yo
soy el buen pastor» y «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Los ejemplos dados hasta aquí debieran ser suficientes para indicar al estudiante
cómo es posible formular un plan de sermones textuales basados en las Escrituras.
La predicación en orden seriado da continuidad de pensamiento a los sermones
del predicador, y tiene la posibilidad de generar mucho interés, cuando los
sermones están apropiadamente dispuestos y desarrollados.
CONCLUSIÓN
El principiante encuentra, por lo general, una considerable dificultad en la
preparación de los bosquejos textuales.
Esto trata primero con la forma en que el predicador llega a su mensaje y, segundo,
con la manera en que lo comunica. Ambas cosas implican analizar la gramática, la
historia y las formas literarias. Al estudiar, el expositor busca el significado
objetivo de un pasaje con la consabida comprensión del idioma, el trasfondo, y la
organización del texto.
¿Quién no ha oído a algún consagrado hermano orar antes del sermón: “Esconde a
nuestro pastor detrás de la cruz para que no lo veamos a él, sino a Jesús”?
Elogiamos el espíritu de esa oración. Los hombres y las mujeres deben pasar a
través del predicador y llegar hasta el Salvador. ¡O tal vez el Salvador debe pasar a
través del predicador y llegar hasta la gente!
Así como el expositor estudia su Biblia, el Espíritu Santo lo estudia a él. Cuando el
hombre prepara sermones expositivos, Dios lo prepara a él. “La Biblia es el
principal predicador para el expositor”.
La iglesia necesita en estos tiempos, como nunca antes, una clara orientación en
cuanto al ministerio de la proclamación de la Palabra de Dios. Apuntes Pastorales
dialogó con el pastor Salvador Dellutri, un reconocido orador internacional y
profesar universitario, para conocer algunos de los principios que guían su eficaz
ministerio como predicador.
A veces, el mensaje, desde el punto de vista humano, es exitoso porque hay buena
respuesta. Otras veces no lo es. A mí eso no me preocupa. Me interesa que el
mensaje sea fiel pues la fidelidad es la característica más importante del
comunicador de la Palabra de Dios. En este sentido es importante que, como
pastor, pueda examinar cómo entrego al pueblo todo el consejo de Dios, todo lo
que es necesario para su edificación. Debo preguntarme: «¿Qué opina Dios de mi
predicación?» Esa es la relación que se requiere intensificar para que el ministerio
del púlpito sea fuerte.
¿Dónde flaquean, hoy en día, los ministerios de predicación?
No es solamente cuestión del tiempo que uno utiliza. Es la formación integral que
uno debe tener dentro de la Palabra de Dios para conocer con intimidad ese
mensaje. A esto me refiero cuando indico que hace falta preparación bíblica. Hay
sermones que —uno se da cuenta— han sido organizados en dos o tres horas, pero
una predicación no puede ser preparada de esta forma.
Empero, no solamente debe estar basada en la Palabra de Dios, sino que debe
comunicar, porque en definitivas la predicación es comunicación. Para esto, uno
debe dirigirse a público determinado en un tiempo específico. El predicador llega a
un púlpito insertado en el tiempo y en el espacio, no en la eternidad. Su discurso
parte de la eternidad, pero su púlpito está ubicado en una geografía que tiene
ciertas características culturales que debe conocer. Ese púlpito también está
colocado en una época y el predicador debe conocer cuál es el tiempo en que está
viviendo. Esa es la misión del predicador: tomar la Palabra de la eternidad y
llevarla a la temporalidad que está viviendo dentro de la cultura específica en la
cual está inserto.
Después, hago una acumulación; es decir, junto elementos que puedan aportar al
texto. Leo buenos comentarios bíblicos y busco pensamientos y anécdotas que
pueden iluminar la Palabra. Normalmente, para el jueves tengo reunido todo este
material. Entonces, llega el momento de procesar el material reunido; dedico el
viernes a esta tarea. Dondequiera que me encuentre durante ese día, estoy
pensando en el sermón que estoy elaborando.
El domingo me levanto a las siete de la mañana y tomo el bosquejo para hacer las
últimas correcciones. Llego a la iglesia con una hora de antelación y tengo un
tiempo de oración con el equipo ministerial. Luego, repaso por última vez mis
apuntes, pero estoy abierto a todo lo que el Espíritu quiere hacer desde ese
momento en adelante. A pesar de tener mi bosquejo y haber realizado un estudio
cuidadoso de la Palabra, sé que Dios puede tener otros planes que no me ha
mostrado durante la semana y por lo tanto, debo tener siempre apertura de
corazón.
¡Ha cambiado muchísimo! Los primeros sermones que prediqué los preparaba
muy rápido. ¡En tres o cuatro horas tenía un sermón que, seguramente, quedaba en
la mente de la gente no más de cinco minutos! Ahora la preparación es mucho más
intensa y seria —no quiero hablar de la preparación espiritual porque eso
pertenece a la intimidad del predicador. Creo que debemos tener ciertos pudores
espirituales, pero esta preparación es una lucha con Dios como la que tuvo Jacob
con el ángel. El propósito de este proceso es llegar a la síntesis del texto,
quebrando las ideas propias para que prevalezcan los conceptos de Dios.
Considero que es querer ganar fama como predicador, creer que todo lo sabe y por
eso debe ser famoso. Creo que allí comienza la vanidad y el orgullo y esos
sentimientos destruyen al predicador. Por supuesto —todos lo sabemos— hay
otros pecados que pueden surgir, pero el principal problema por combatir es el de
la vanidad.
Yo tengo una gran lucha con el tema de las ilustraciones. Todos los predicadores
sabemos que cuando volvemos a algún lugar donde hemos predicado, la gente nos
dice: «Yo me acuerdo de una predicación suya», e, inmediatamente, ¡nos menciona
alguna ilustración dada!
En mi opinión, usar bien una ilustración es, tal vez, la parte más difícil de una
buena prédica. Personalmente yo no recurro a archivos ni a libros sino que intento
retener las ilustraciones que me parecen pueden servir en algún momento. Si
persisten en la memoria a lo largo del tiempo, entonces son suficientemente
valiosas como para usarlas. Nunca voy a un libro buscando una ilustración para un
determinado texto pues debe venir sola. En todo caso, yo uso las grandes figuras de
la literatura porque muchas de ellas revelan con gran precisión los dilemas de la
existencia humana. ¿Quién mejor que Hamlet para explicar al ser dubitativo?
¿Quién mejor que Karamazov, el personaje creado por Dostoyevsky, para mostrar
lo que es un agnóstico?
Los existencialistas decían: «se sabe lo que un hombre es hasta cuando este
muere». Allí se traza la raya final y se totaliza lo que hizo para obtener la
conclusión acerca de su vida. El ministerio también es una totalidad. Vayan arando
y sembrando lentamente.
Otro consejo es que no hagan un ministerio amplio, sino profundo. Cuando uno
hace el pozo bien hondo, Dios se encarga de agrandarlo. Por ende, promoverse no
es la responsabilidad del ministro pues eso está enteramente en manos del Señor.
Sean fieles en el lugar donde Dios les ha puesto y él les dará responsabilidad en
cosas mayores.
El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que
se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios... Ya que Dios,
en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría
humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen...
Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos, y es locura para los gentiles,
pero para los que Dios ha llamado, es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues
la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es
más fuerte que la fuerza humana...
Aunque el tema del reino es menos presente en Pablo y en el cuatro evangelio, por
las nuevas circunstancias culturales y políticas de su misión, sigue siendo muy
importante (cf. Jn 3:3,5; 18:36). La labor misionera de Pablo se describe como
"andar predicando el reino de Dios" (Hch 20:25), y en la fase final de su misión, ya
como preso en Roma, Pablo "predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del
Señor Jesucristo" (Hch 28:31). Es más, Jesús mismo, en su sermón profético,
anuncia que "este evangelio del reino se predicará en todo el mundo" hasta el fin
de la historia (Mt 24:14).
Para muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como sólo la Biblia,
este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la manera de
entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la dignidad del
púlpito y el privilegio de ser portador de la palabra divino. También aumenta
infinitamente nuestra expectativa de lo que Dios puede hacer por medio de su
palabra, a pesar de nuestra debilidad e insuficiencia. Es una vocación demasiada
alta y honrosa para cualquier ser humano. Así entendido, el carácter de la
predicación como palabra de Dios nos dignifica y nos humilla a la vez.
El humor debe tener su debido lugar en la predicación (la Biblia misma es una
fuente rica de humor), pero siempre en función del texto y no como fin en si
mismo. El humor debe iluminar el mensaje del texto. Jugar con la palabra de Dios
es pecado, como lo es también volverla aburrida. Los predicadores tienen que
saber moverse entre la frivolidad por un lado, y la rutina seca y el aburrimiento
por otro lado. La jocosidad frívola puede ayudar para el "éxito" del sermón y la
popularidad del predicador, pero será un obstáculo que impida la eficacia del
sermón como palabra de Dios. Hay dos peligros que evitar en la predicación: la
frivolidad, y el aburrimiento.
Pasa con la predicación igual que con la profecía: la predicación fiel siempre va
acompañada por la predicación falsa, que busca complacer a la gente, se dirige por
las expectativas del público y les enseña a decir "Señor, Señor" pero no a hacer la
voluntad del Padre celestial (Mt 7:21-23). Por eso, la iglesia debe vigilar su púlpito
con todo celo en el Espíritu. No debe dejar a cualquiera que "habla lindo" ocupar
ese lugar sagrado sino sólo a los que se han demostrado maduros, bien centrados
en la Palabra y consecuentes en sus vidas. No cabe duda que el descuido en este
aspecto ha producido desviaciones y aberraciones en las últimas décadas,
produciendo daños muy serios en la iglesia.
Pero gracias al Señor, la palabra de Dios nunca corre sin que la acompañe el
Espíritu divino que la ha inspirado. Un tema constante en la teología de los
Reformadores fue el de "La Palabra y el Espíritu". La palabra sin el Espíritu
conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra llevaba, en la frase de
ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores enseñaban también el
testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es letra muerta. En un
brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que fue con esta doctrina que
los Reformadores evitaron un concepto cuasi-mágico de la eficacia de la Biblia que
podría compararse con el ex opere operato del tradicional sacramentalismo
católico. La palabra escrita no opera sola sino vivificada por el Espíritu de Dios.
Por otra parte, nunca tomaremos la promesa del Espíritu como un pretexto para la
pereza. Convencidos del inmenso privilegio de ser instrumentos del Espíritu,
estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y prepararemos los sermones con
todo cuidado y pasión. El texto favorito de algunos predicadores, "no se preocupen
de qué van a decir; el Espíritu Santo los enseñará lo que deben responder" (Lc
12:11-12), no se aplica a la preparación de sermones ni al estudio sistemático de
las escrituras sino a casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo
para preparar su defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones
carismáticos de la iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro
estudio de la palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15;
Hch 17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).
La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una
predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene
cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de Dios.
Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso pero no
nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt 16:24).
Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras
voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su
justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de
igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y
Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió,
en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos.Que Dios
nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo.
Lectura Complementaria 3
EL SENTIDO TEOLÓGICO DE LA PREDICACIÓN
1.0 Introducción
1.01 Entre las múltiples responsabilidades del pastor, la que tiene mayor
prioridad es la predicación. En cierto sentido, no obstante, la importancia de la
predicación en el ministerio pastoral ha sido condicionada por el ambiente en que
se ministra. El énfasis que se le dio a la predicación en la liturgia protestante a
partir de la Reforma, hizo que ésta se convirtiera en la tarea más importante del
pastor. De ahí que, en la mayoría de las iglesias protestantes, la eficiencia de un
pastor se mide por su éxito como predicador. Todo ello ha contribuido a que la
imagen del pastor que se ha formado en el ambiente cultural, por lo menos en el
occidente, sea la de un predicador.
1.02 Pero la predicación, aparte de la influencia del ambiente cultural, ocupa por
su propia naturaleza un lugar especial, no meramente en el ministerio pastoral,
sino en el ministerio total de la iglesia cristiana. El destacado teólogo inglés P. T.
Forsyth, reconoció este hecho al declarar en su obra, La predicación positiva y la
mentalidad moderna, que con "su predicación el cristianismo se sostiene o se
derrumba".163 Años antes, Broadus había iniciado su clásico Tratado sobre la
predicación afirmando que “la predicación es el principal medio de difusión del
evangelio” y, por lo tanto, es “una necesidad”.164 Con esto concuerdan las palabras
de Pablo en 1 Corintios 9:16 donde se refiere a la predicación como una necesidad
impuesta por Cristo: "¡Ay de mí si no predicare el evangelio!" Es que la predicación
es la responsabilidad primordial de la iglesia. Está intrínsecamente vinculada a la
Gran Comisión. "Id por todo el mundo y predícad...” fueron las palabras del Señor a
su iglesia al encomendarle la tarea de "hacer discípulos a todas las naciones" (Mt.
28:19; Mr. 16:15).
163
P.T. Forsyth, Positive Preaching and the Modere Mind (Grand Rapids, Mich.: Eercimans,
1966), p. 1.
164 John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons (New York: Harper & Row, 1926), p. 5.
1.03 La importancia y centralidad de la predicación en el ministerio de la iglesia,
es, pues, un hecho indiscutible. De ahí la necesidad de que ésta conozca la
naturaleza esencial de la predicación. Para una concepción amplia y correcta de la
predicación hay que acudir no sólo a la Escritura, sino también a otros campos del
pensamiento humano, tales como la retórica y la psicología, por cuanto, la
predicación es tanto un acto divino como humano. En este capítulo sin embargo,
nos concretaremos al sentido teológico de la predicación.
165 Donald G. Miller, Fire in thy Mouth (Nashville: Abingdon, 1954), p.17.
166
The Biblical Background for Preachíng, Dictionary of Practica/ Theology (Grand Rapids:
Baker, 1967), p. 1.
salvar a los hombres. Como bien nos dice Pablo: "Pues ya que en la sabiduría de
Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los
creyentes por la locura de la predicación- (1 Co. 1:21; cp. Ro. 10:12-15, 17).
1.22 La predicación debe ser, por lo tanto, cristocéntrica. Debe relacionar todas
las cosas: el orden socio-económico, político, cultural, educativo y religioso, con
Cristo. De igual manera, debe procurar compartir a Cristo como persona con las
masas despersonalizadas. Ello tiene implicaciones intelectuales y sicológicas. Es
decir, en la predicación no sólo se debe compartir ideas acerca de Cristo (su
señorío sobre la historia, su encarnación, muerte y resurrección, su ascensión y
segunda aparición), sino también la realidad de su persona. Esto último se logra
por medio de la experiencia y la personalidad del predicador cuando predica
movido por una experiencia personal con Cristo y saturado de Su poder.
De ahí que la predicación, como hemos dicho, de origen a la iglesia y la haga crecer
en gracia. Como también nos dice Domenico Grasso en su Teología de la
predicación:
168 Karl Barth, Prayer and Preaching (London: SCM Press, 1964), p. 74.
la predicación misionera crea la Iglesia al llamar a los hombres dejados de Dios a la
salvación , [ y ] la catequética... [desarrolla) la comunidad cristiana, enraizando a los
fieles cada vez más profundamente en Cristo.169
169
Domenico Grasso, Teología de la Predicación (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968), p. 189.
170
Ibid, p. 193.
alternativas que hay en ese futuro.
1.82 Es por ello que la predicación necesita hacerse a través del Espíritu Santo, si
Harwood Pattison, The Making of a Sermon (Philadelphia: The American Baptist Publication
171
Society, 1941), p. 3.
es que ha de ser eficaz. Como bien nos dice Jean-Jacques Von Aumen en su obra
sobre La Predicación y la Congregación: "Sin la obra del Espíritu Santo, la Palabra
que Dios ha hablado al mundo en su Hijo no puede ser traducida eficazmente ni
hacerse presente”.172 De ahí también la importancia de la oración en la predicación.
Porque es a través de la oración que el predicador expresa su dependencia de la
persona y obra del Espíritu Santo.
1.92 Toda adoración pública constituye, por sus propios méritos, un acto de
proclamación y, por tanto, se le puede llamar un acto de predicación. Sin embargo,
hay dentro de ese acto una parte que es dedicada a interpretar y a aplicar el
sentido de la proclamación. Entendida de esta manera, la predicación es un aspecto
integral de la adoración pública de la iglesia. Como tal, tiene una triple función.
OJean-Jacques Von Allmen, Preaching and the Congregation (Richmond: John Knox Press,
172
1962), p. 31.
el diálogo involucrado en la adoración, entre la Palabra de Dios y la palabra del
hombre, entre Dios mismo y el hombre y entre éste y su prójimo. La predicación,
entendida como la Palabra de Dios dirigida al hombre, no se completa hasta tanto
el hombre no responde a Dios. Pero como en esa Palabra está implícita la palabra
del prójimo, la respuesta humana tiene también que tener una dimensión
horizontal. La predicación es, pues, un puente entre Palabra y sacramento, entre
revelación y respuesta. En la predicación se hace evidente la dinámica de la
adoración que el profeta Isaías nos describe en el capítulo seis de su libro: el
llamamiento de Dios y la respuesta del hombre, la confesión humana y el perdón
divino, la proclamación de la Palabra y la dedicación del adorante, la comisión al
servicio y la promesa de poder para el cumplimiento de esa tarea.
1.92.3 En tercer lugar, la predicación provee el tema del culto. Para que el servicio
de adoración posea una buena simetría, debe haber una coordinación de los
himnos, las oraciones, las antífonas, las lecturas bíblicas y el mensaje que va a
predicarse. Como el sermón es la exposición y la interpretación de un tema bíblico,
es importante que los otros elementos giren en torno al tema del sermón; de lo
contrario, se corre el riesgo de perder la unidad y la simetría, que son tan
esenciales para la adoración.
1.10 Conclusión
173
Ibid.
Lectura Complementaria cuatro
Sobre la Elección de un Texto
Spurgeon: El príncipe de los predicadores
Creo, hermanos míos, que nosotros todos sentimos la importancia de dirigir cada
una de las partes del culto divino, con la mayor eficiencia posible. Cuando
recordamos que la salvación de un alma puede depender, instrumentalmente, de la
elección de un himno, no debemos considerar como insignificante aun una cosa tan
pequeña como la elección de los salmos y los himnos. Un extranjero irreligioso que
asistía por casualidad a uno de nuestros cultos en Exeter Hall, fue traído a la cruz
de Cristo por las palabras de Wesley: "Jesús, que ama a mi alma." ¿Es verdad," dijo
él, "que Jesús me ama a mí? entonces, ¿por qué vivo yo en enemistad con El?"
De entre muchas piedras preciosas, tenemos que escoger la joya más a propósito
para la ocasión y las circunstancias bajo las cuales vamos a predicar. No nos
atrevemos a meternos en el salón de banquete del Rey, con una confusión de
provisiones, como si el festín fuera una rebatiña vulgar; sino que como servidores
de buenas costumbres, nos detenemos y hacemos esta pregunta al Gran Maestro
del convite: "Señor, ¿qué quieres tú que pongamos en tu mesa hoy?" Ciertos textos
nos parecen poco convenientes.
Nos admiramos de lo que hizo el ministro del Sr. Disraeli con las palabras: "En mi
carne veré a Dios," al predicar recientemente en la fiesta de los segadores al
concluir la cosecha. Muy incongruo era el texto del discurso fúnebre cuando se
enterró un ministro (el Sr. Plow), que se había matado: "Así da a sus amados
sueño." Era sin disputa un mentecato aquel que, al predicar un sermón a los jueces
durante la sesión del tribunal pleno, escogió por texto las palabras: "No juzguéis
para que no seáis juzgados." No os engañéis por el sonido y la aparente
conveniencia de las palabras bíblicas. El Sr. M. Athanase Coquerel, confiesa que
predicó al visitar la ciudad de Amsterdam por tercera vez, sobre las palabras: "Esta
tercera vez voy a vosotros," 2 Cor. 13:1, y agrega con razón, que "encontró mucha
dificultad en hacer mérito en el sermón de lo que era a propósito a la ocasión." Un
caso análogo se encuentra en uno de los sermones predicados sobre la muerte de
la Princesa Carlota, siendo el texto: "Ella estaba enferma y murió."
Es peor aun escoger palabras de un chiste de poco gusto, como sucedió con motivo
de un sermón reciente sobre la muerte de Abraham Lincoln, siendo el texto:
"Abraham murió." Se dice que un estudiante, que probablemente nunca llegó a
ordenarse, predicó un sermón ante su preceptor, el Dr. Felipe Doddridge. Este
estaba acostumbrado a ponerse directamente en frente del estudiante y a mirarlo
cara a cara. Figuraos, pues, su sorpresa y tal vez indignación, al oír anunciado este
texto: "¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y no me has conocido, Felipe?"
Señores, algunas veces los necios se hacen estudiantes: que ninguno de esta clase
deshonre nuestra Alma Mater. Perdono al hombre que predicó ante aquel Salomón
borracho, Jacobo Segundo de Inglaterra y Sexto de Escocia, sobre Jacobo 5:5:
"Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido disolutos: habéis cebado vuestros
corazones como en el día de sacrificios." En este caso la tentación fue demasiado
fuerte para ser resistida; pero si es que ha llegado a vivir un hombre, como se nos
dice, que celebró la muerte de un diácono por medio de un discurso sobre el texto:
"Y aconteció que murió el mendigo," que sea execrado. Perdono al mentiroso que
me atribuyó a mi tal afrenta; pero que no practique sus artes infames en otra
persona.
Así como nos cumple evitar una elección poco cuidadosa de asuntos, así debemos
evitar también una regularidad monótona. He oído hablar de un ministro que tenía
52 sermones, y otros pocos para ocasiones especiales, y estaba acostumbrado a
predicarlos en un orden fijo año tras año. En este caso habría sido por demás que
la congregación le pidiera que "les predicara las mismas verdades en el domingo
siguiente;" ni habría sido muy extraño que imitadores de Euticho, se hubieran
encontrado en otros lugares del tercer piso. Hace poco un ministro dijo a un
agricultor, amigo mío: "Sabe usted, señor D, que estaba hojeando yo mis sermones
el otro día, y realmente el estudio es tan húmedo, especialmente mi escritorio, que
mis sermones se han enmohecido?" Mi amigo que aunque era mayordomo de
iglesia, asistía a los cultos de los Disidentes, no era tan rudo que dijera que "le
parecía muy probable:" pero como los ancianos de la aldea habían oído con
frecuencia los dichos discursos, es posible que para ellos hayan estado
desmejorados en más de un sentido.
Hay ministros que habiendo acumulado unos cuantos sermones, los repiten hasta
que se fastidian sus oyentes. Los hermanos viandantes deben estar más expuestos
a esta tentación, que los que continúan por muchos años en un lugar. Si se hacen
víctimas de la costumbre referida, debe terminar su utilidad y enviar el frío
insufrible de la muerte a sus corazones, cosa de que sus oyentes deben tener
conciencia, mientras les escuchen repetir desanimadamente sus producciones
raídas. El modo más eficaz de promover la indolencia espiritual, debe ser el plan de
adquirir un surtido de sermones por dos o tres años, y entonces repetirlos en
orden regular muchas veces. Hermanos míos, puesto que esperamos vivir por
muchos años, si no por toda nuestra vida, en un lugar, radicados allí por los afectos
mutuos que existían entre nosotros y nuestras congregaciones, necesitamos un
método muy diferente al que pueda servir a un haragán o a un evangelista
ambulante. Debe ser molesto para algunos, y para otros muy fácil, según me figuro,
encontrar su asunto, como lo hacen los Episcopales, en el evangelio o en la epístola
que se asigna en el devocionario para el día en que se ha de predicar el sermón. El
se ve impelido, no por ninguna ley, sino una especie de precedente a predicar
sobre un versículo de ésta o de aquél. Cuando las fiestas de Adviento y de la
Epifanía, y de la Cuaresma, y del Pentecostés, traen sus observaciones
estereotípicas, ninguno tiene necesidad de atormentar su corazón con la pregunta
de "¿Qué diré a mi congregación?"
La voz de la iglesia es muy clara y distinta. "Maestro, habla: allí se encuentra tu
trabajo, entrégate enteramente a él." Bien puede haber algunas ventajas en
conexión con este arreglo, hecho con anticipación, pero no nos parece que el
público Episcopal se ha hecho participante de ellas, puesto que sus escritores
públicos siempre están lamentándose de la esterilidad de sus sermones, y
deplorando el estado triste de los pacientes seglares que se encuentran compelidos
a escucharlos. La costumbre servil de seguir al curso del sol y a la rotación de los
meses, en vez de esperar al Espíritu Santo basta, a mi parecer, para explicar el
hecho de que en muchas iglesias, siendo jueces sus propios escritores, los
sermones no son más que muestra de "aquella debilidad decente que tanto precave
a sus autores de los errores cómicos como les preserva de las hermosuras más
notables." Téngase pues por sentado que todos nosotros estamos persuadidos de
la importancia de predicar no sólo la verdad, sino la verdad que sea más a
propósito para cada ocasión particular. Debemos esforzarnos en presentar
siempre los asuntos que mejor cuadren con las necesidades de nuestro pueblo, y se
adapten más perfectamente como medios para llevar la gracia a sus corazones.
¿Hay acaso dificultad en encontrar textos? Recuerdo haber leído hace muchos años
en un tomo de lecturas sobre la Homilética, una declaración que me causó bastante
inquietud por algún tiempo; trataba de algo relativo a este efecto: "Si alguno
encuentra dificultad en escoger un texto, es mejor que desde luego se vaya a una
tienda de abarrotes, o a empuñar la mancera de un arado, porque evidentemente
eso sería la señal de que no tiene la aptitud necesaria para el ministerio."
Ahora bien, puesto que yo había sufrido muchas veces por esta causa, comencé a
examinarme a mí mismo, para informarme si no era mi deber buscar cualquiera
clase de trabajo secular, y abandonar el ministerio; pero no lo he hecho, porque
tengo aún la convicción de que, aunque condenado por el juicio de dicho autor que,
me comprende a mi por su generalidad, obedezco a un llamamiento que Dios ha
confirmado por el sello de su aprobación. Me sentí tan desazonado en mi
conciencia, a causa de la severidad de dicha observación, que hice a mi abuelo que
había sido ministro por 50 años, la pregunta de si él alguna vez se encontraba
indeciso en la elección de su tema. Me contestó con toda franqueza que siempre le
había causado mucho trabajo, y que comparada con esto, la predicación le había
sido muy fácil. Recuerdo bien la observación del anciano venerable. "La dificultad
no se origina de que no hay textos suficientes, sino de que hay tantos que me siento
comprimido entre ellos." Hermanos, nos parecemos, a veces, al que siendo afecto a
las flores exquisitas, se encuentra rodeado de todas las hermosuras del jardín, con
licencia de escoger sólo una de ellas. ¡Cuánto tiempo fluctúa irresoluto entre la rosa
y el lirio, y cuán grande es la dificultad que tiene para elegir como la más
preferible, a una que pueda descollar entre tantos millares de flores seductoras!
Debo confesar que para mí todavía hasta hoy, la elección de mi texto me pone en
gran embarazo, pero en embarazo de riquezas," como dicen los franceses, muy
diferente por cierto de la esterilidad de pobreza. Nos lo causa la indecisión sobre
qué es lo más atendible entre tantas verdades, siendo así que todas exigen darse a
conocer; entre tantos deberes que requieren ser encarecidos, y entre tantas
necesidades espirituales de la congregación que reclaman ser satisfechas. No es
pues de extrañar que sea muy difícil decidir a nuestra entera satisfacción con qué
deber nos conviene que cumplamos primero. Confieso que me siento muchas veces
hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la parte
principal de mí estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando sobre
tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y después
sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando mi
navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces de
un faro para poder dirigirme al puerto suspirado.
Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes bosquejos de sermones para
abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo a
predicarlos, pues el hacerlo me asemejaría a un marinero honrado que llevara un
cargamento de mercancías de contrabando. Los temas vuelan en la imaginación
uno tras otro, así como las imágenes que pasan a través del lente de un fotógrafo;
pero en tanto que la mente no sea como la lámina sensible que retiene la impresión
de alguna de ellas, todos estos asuntos son enteramente inútiles para nosotros.
¿Cuál es el propio texto? ¿Cómo se conoce?
Sabed entonces, que este es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y
estando ciertos de esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis
descansar hasta que hallándoos completamente sometidos a su Influencia,
prediquéis sobre él como el Señor os inspire que habléis. Esperad aquella palabra
escogida aun cuando tengáis que esperar hasta una hora antes del culto. Quizá esto
no será entendido por hombres de un frío cálculo a quienes por lo general no
mueve el mismo impulso que a nosotros, para quienes esto es una ley del corazón
que no nos atrevemos a violar.
Sí Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta; si alguno
tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del evangelio." Sí
alguno me preguntara ¿cómo puedo hacerme del texto más oportuno? le contestaría:
"pedidlo a Dios." Harrington Evans en sus "Reglas para hacer sermones," nos da
como la primera, "pedid a Dios la elección de un pasaje. Preguntad por qué se
escoge, y que sea contestada satisfactoriamente la pregunta. Algunas veces la
contestación será tal que se deba rechazar el pasaje." Sí la oración sola os dirige al
tesoro apetecido, será en cualquier caso, un ejercicio provechoso para vuestras
almas. Si la dificultad de escoger un texto os hace multiplicar vuestras oraciones,
será esto una gran bendición. El mejor estudio es la oración. Así dijo Lutero:
"Haber orado bien, es haber estudiado bien;" y este proverbio merece repetirse
con frecuencia. Mezclad la oración con vuestros estudios de la Biblia. Esto será
como la trilla de las uvas en el lagar, o la del trigo en la era; o la separación del oro
del residuo. La oración es doblemente bendita: bendice al predicador que ruega, y
al pueblo a que predica. Cuando vuestro texto viene como señal de que Dios ha
aceptado vuestra oración, será más preciosa para vosotros, y tendrá un sabor y una
unción enteramente desconocidos al orador formal para quien -un tema es igual a
otro.
La palabra de Dios es más penetrante que una espada de dos filos, y por tanto,
podéis dejarla que hiera y mate, y no tenéis necesidad de hacer uso de frases duras
y gestos severos. La palabra de Dios es penetrante: dejadla que examine los
corazones de los hombres sin el aumento de palabras ofensivas por parte de
vosotros.
Habiendo ya ofrecido nuestras oraciones, debemos hacer uso con todo empeño, de
los medios más a propósito para concentrar nuestros pensamientos y ocuparlos de
los asuntos más provechosos. Considerad el estado espiritual de vuestros oyentes.
Meditad sobre su condición espiritual como un todo, y como individuos, y
prescribid la medicina conveniente para curar la enfermedad que prevalezca entre
ellos, o la comida que esté más en consonancia con sus necesidades. Dejadme que
os advierta sin embargo, que es menester no hacer mérito de los caprichos de
vuestros oyentes, ni de las excentricidades de los que gozan de riquezas e
influencia.
Me parece bien y necesario revisar con frecuencia la lista de mis sermones, para
ver si en mi ministerio he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de
insistir en el cultivo de alguna gracia cristiana. Es provechoso preguntarnos a
nosotros mismos si hemos tratado recientemente demasiado de la mera doctrina, o
de la mera práctica, o si nos hemos ocupado excesivamente de lo experimental. No
queremos degenerar en Antinomianos, ni tampoco, por otra parte, hacernos meros
preceptores de una moralidad fría, sino que es nuestra mayor ambición cumplir
nuestro ministerio. Queremos dar a cada parte de la Biblia su propio lugar en
nuestro corazón y en nuestra inteligencia. Debemos incluir toda la verdad
inspirada, en el círculo de nuestras enseñanzas, es decir, las doctrinas, los
preceptos, la historia, los tipos, los salmos, los proverbios, la experiencia las
amonestaciones, las promesas, las invitaciones, las amenazas y las reprensiones.
Evitemos la consideración de la verdad a medías, es decir, la exageración de una
verdad y el desprecio de otra, y esforcémonos en pintar el retrato de la verdad,
dándole facciones proporcionadas y colores a propósito, para que no la
deshonremos, presentando un desfiguramiento en vez de la simetría, y una
caricatura en vez de una copia fiel. Empero, suponiendo que hubieseis rogado a
Dios en vuestro oratorio; que hubieseis luchado fielmente y empleado mucho
tiempo en la oración y pensado sobre vuestra congregación y sus necesidades, y
sin embargo, no pudieseis encontrar un texto satisfactorio, ¿qué debéis hacer? No
os incomodéis por esto, ni os desesperéis. Si estuviereis para pelear a vuestras
propias expensas, sería una cosa muy grave estar desprovisto de pólvora estando
tan cerca la batalla; pero puesto que es la prerrogativa de vuestro Capitán proveer
todo lo necesario, no hay duda de que El en tiempo oportuno, os abastecerá de
municiones. Si confiáis en Dios no os desamparará: no puede hacerlo. Seguid
suplicándole y vigilando, porque el amparo celestial es seguro para el estudiante
industrioso de la palabra divina. Sí hubierais descuidado vuestra preparación toda
la semana, no podríais esperar el auxilio divino; pero sí habéis hecho todo lo
posible y ahora estáis esperando del Señor su mensaje, nunca os avergonzaréis.
Dos o tres incidentes me han ocurrido, que bien pueden pareceros extraños, pero
yo soy hombre singular. Cuando vivía yo en Cambridge, tuve que predicar, como de
costumbre, en la noche, en una aldea cercana, adonde tuve que ir a pie. Después de
leer y meditar todo el día, no pude encontrar mi texto. Por mucho que hice,
ninguna respuesta me llegó del oráculo sagrado, ninguna luz brilló del Urim y
Thummim: pedía, meditaba, hojeaba mi Biblia, pero mi mente no se apoderó de
ningún pasaje. Estuve, como dice Bunyan, "muy confuso en mis pensamientos." Salí
a asomarme a la ventana.
Al otro lado de la estrecha calle en que vivía, vi un pobrecito canario solo, parado
en el techo y rodeado por una parvada de gorriones que estaban picoteándolo
como si quisiesen hacerlo pedazos. En aquel momento me acordé de este versículo:
"¿Esme mí heredad, ave de muchos colores? ¿No están contra ellos aves en
derredor?" Salí de mi casa con la mayor calma; rumiaba el pasaje mientras iba
andando, y prediqué sobre el pueblo propio y las persecuciones de sus enemigos,
con libertad y facilidad por mi parte, y creo que con provecho de mi sencilla
congregación. Se me mandó el texto, y si no me lo trajeron los cuervos, ciertamente
lo hicieron los gorriones.
Otra vez mientras estaba misionando en Waterbeach, había predicado en la
mañana del domingo, e ido a comer a la casa de uno de los miembros de la
congregación según lo tenía de costumbre. Había desgraciadamente tres cultos en
el mismo día, y el sermón de la tarde siguió tan cerca al de la mañana, que fue
difícil preparar el alma, especialmente teniendo en consideración que la comida
era un obstáculo necesario pero grande, a la claridad y al vigor de mí cabeza. ¡Ay de
estos cultos de la tarde en nuestras aldeas inglesas! Por regla general no son sino
un desperdicio doloroso de esfuerzos intelectuales. El asado y el pudín oprimen las
almas de los oyentes, y el predicador mismo es lento en su modo de pensar en
tanto que la digestión le domina. Limitando con mucho cuidado mi comida, quedé
aquella vez en un estado muy vivo y activo; pero ¡cuál fue mi desaliento al
encontrar que mis pensamientos ordenados con anticipación se me habían
escapado! No pude recordar el plan de mi sermón preparado, y por más esfuerzos
que hice para traerlo a mi memoria, me fue enteramente imposible conseguirlo. El
tiempo era limitado, en el reloj estaba sonando la hora, y con mucha inquietud, dije
al agricultor que era un buen cristiano, que no podía de ningún modo recordar el
asunto sobre el cual me había propuesto predicar. "Oh," respondió él, "no tenga
usted cuidado; ya encontrará usted algún buen mensaje para nosotros." En aquel
momento, un leño ardiendo cayó del fuego del hogar a mis pies, llenándome de
humo los ojos y las narices. "Allí," dijo mi hombre, "hay un texto para usted. ¿No es
este tizón arrebatado del incendio?" No, pensaba yo, no fue arrebatado porque se
cayó por sí mismo. Aquí estaba un texto, una comprobación, y un pensamiento
capital que pudo servirme como de semilla para producirme muchos otros. Recibí
más luz, y el sermón, a no dudarlo, fue por lo menos, igual a otros mucho más
preparados; puedo decir que fue mejor, porque dos personas se me acercaron
después del culto diciendo que habían salido de su letargo y convertídose por lo
que habían escuchado. He pensado muchas veces sobre este acontecimiento, y me
parece siempre que el olvido del texto sobre el cual me había propuesto predicar,
fue una dicha.
En la calle de Nuevo Parque, me sucedió una vez una cosa muy singular de que
algunos de los aquí presentes, pueden servir de testigos. Había celebrado
felizmente todas las primeras partes del culto, en la tarde del domingo, y estaba
anunciando el himno que debía cantarse antes del sermón. Abrí la Biblia para
buscar el texto que había estudiado con mucho cuidado como asunto de mi
discurso, cuando otro pasaje de la página opuesta se me abalanzó por decirlo así,
como un león que sale de un bosque, y me impresionó mucho más que el que yo
había escogido. La congregación estaba cantando y yo suspirando: me sentí
comprimido entre dos cosas, y mi mente estaba en equilibrio. Quería naturalmente
seguir por el camino que me había preparado con tanto empeño, pero el otro texto
rehusó terminantemente soltarme. Me pareció que estaba tirándome de los
faldones y diciendo: "No, no; debes predicar sobre mí. Dios quiere que a mí me
sigas." Deliberé dentro de mi respecto de mi deber, porque no quería ser fanático
ni incrédulo, y al fin me dije a mi mismo: "Bien, me gustaría mucho predicar el
sermón que he preparado y hay mucho riesgo en cambiarlo por otro cuyos
pensamientos no he ordenado; sin embargo, puesto que este texto influye tanto en
mi, puede habérseme sugerido por Dios, y por tanto, me atreveré a tratarlo sean
cuales fueren las consecuencias."
Casi siempre anuncio mis divisiones al acabar el exordio, pero aquella vez no lo
hice así por razones que bien podéis conjeturar. Concluí la primera división con
bastante facilidad, por ser tanto los pensamientos como las palabras enteramente
espontáneos. El segundo punto fue desarrollado con una conciencia de poder
extraordinario y eficaz, aunque tranquilo, pero no tenía yo ninguna idea de lo que
había de ser la tercera división, porque el texto me pareció enteramente agotado, y
no puedo decir aun ahora, qué podría yo haber hecho si no hubiera acontecido un
incidente enteramente inesperado. Me encontré en la mayor dificultad
obedeciendo a lo que me parecía un impulso divino, pero sentime
comparativamente con calma, creyendo que Dios me ayudaría, y sabiendo que
podría yo por lo menos, concluir el culto, aunque ya nada más se me ocurriese que
decir. Pero no tuve necesidad de deliberar más tiempo, porque repentinamente
nos invadió la oscuridad más completa: se apagó el gas, y como el templo estaba
lleno de gente, fue esto un gran peligro, a la vez que una gran bendición. ¿Qué
podía yo hacer entonces? Los concurrentes a la congregación se asustaron algo,
pero los tranquilicé desde luego diciéndoles que no se asustaran de ninguna
manera aunque se hubiera apagado el gas puesto que sería encendido de nuevo
muy pronto; y por mi parte, corno no hacía yo uso de manuscrito, bien podía
predicar del mismo modo ya fuese en la oscuridad o en la luz, ellos me hacían el
favor de permanecer sentados y de escucharme. Por elaborado que hubiera estado
mi discurso, habría sido absurdo continuar predicándolo bajo estas circunstancias.
Considerando mi posición me vi libre de toda perplejidad. Me referí luego
mentalmente al texto familiar que habla del hijo de la luz que anda en las tinieblas,
y del hijo de las tinieblas que anda en la luz. Observaciones y comprobaciones me
ocurrieron en gran número, y cuando las lámparas se encendieron de nuevo, vi
enfrente una congregación tan interesada y atenta, como la hubiera podido ver
cualquier ministro bajo las más propicias circunstancias. Y la cosa más interesante
fue que poco tiempo después, dos personas se presentaron para hacer su profesión
de fe públicamente, diciendo que se habían convertido aquella noche, debiendo la
primera su conversión a la parte anterior del discurso, en que trató del nuevo texto
que me ocurrió, y la segunda atribuyendo la suya a la última parte que me fue
sugerida por la oscuridad. Así es que como fácilmente podéis ver, la Providencia
me dirigió y apoyó.
Cuando vi aquella masa confusa e inquieta de seres humanos a quienes tenía que
predicar, abandoné luego todos los pensamientos que había preparado, y
valiéndome de la parábola del hijo pródigo, me esforcé en interesarles en ella, y
tuve tanto éxito, que muy pocos dejaron el edificio durante el sermón, y casi todos
estuvieron medianamente atentos:" ¡Qué simplón habría sido este Señor si hubiera
persistido en predicar su sermón, poco conveniente en esas circunstancias, sólo
porque ya lo había preparado! Hermanos, creed, os suplico, en el Espíritu Santo, y
puesta en El vuestra fe, esforzaos en practicarla diariamente.
Para ayudar un poco más a algún pobre predicador que no pueda predicar por falta
de pensamientos, le recomiendo que en ese caso vuelva a estudiar repetidas veces
la Biblia misma; que lea un capitulo y piense en sus versículos uno por uno, o que
escoja un solo versículo y se posesione completamente de su contenido. Bien
puede suceder que no encuentre su texto ni en el versículo ni en el capitulo que lea,
pero después le será fácil encontrarlo por haber interesado a su entendimiento
activamente en los asuntos sagrados. Según la relación de los pensamientos entre
si, y así sucesivamente, hasta que llegue a pasar delante de la mente una procesión
larga, digámoslo así, de pensamientos, de entre los cuales uno será el tema
predestinado.
Nos conviene que tengamos la costumbre, día tras día, de cultivar la mente en la
dirección de nuestro trabajo. Los ministros deben estar siempre apilando su heno,
pero especialmente cuando brille el sol. ¿No es verdad que a veces os sorprendéis
de la facilidad con que podéis hacer sermones? Se nos dice que el Sr. Jay tenía la
costumbre al encontrarse en esta condición, de tomar su papel y apuntar textos y
divisiones de sermones, y de guardarlas para poder servirse de ellos en tiempos en
que su mente no estuviese tan expedita. El lamentado Tomás Spencer escribió así:
"Yo guardo un librito en que apunto cada texto de la Biblia que me ocurre como
teniendo una fuerza y una hermosura especiales. Si soñara en un pasaje de la
Biblia, lo apuntaría; y cuando tengo que hacer un sermón, reviso el librito, y nunca
me he encontrado desprovisto de un asunto." Estad alerta para encontrar asuntos
de sermones cuando andéis por la ciudad o por el campo. Dice Andrés Fuller en su
Diario: "Me encontré engolfado en algunas meditaciones muy provechosas sobre el
cuidado del Gran Pastor por su grey, al ver algunos corderos expuestos al frío, y a
una pobre oveja pereciendo por falta de cuidado." Conservad abiertos los ojos y los
oídos, y veréis y oiréis a ángeles. El mundo está lleno de sermones: atrapadlos al
vuelo.
Un escultor, siempre que ve un trozo en bruto de mármol, cree que oculta una
hermosa estatua, y que es necesario sólo quitar la superficie para descubrirla. Así
creed también vosotros que hay dentro de la cáscara de todo, la pepita de un
sermón para el hombre sabio. Sed sabios, y ved lo celestial en su tipo terrenal.
Escuchad las voces del cielo y traducidlas en el lenguaje humano. Oh hombre de
Dios! vive siempre buscando materia para el púlpito, forrajeándola, digámoslo así,
en todos los departamentos de la naturaleza y del arte, y guardándola para las
exigencias del futuro. Se me exige que responda a la pregunta de si es buen plan
anunciar una serie de sermones propuestos, y publicar la lista de ellos. Contesto
que cada uno debe hacer lo que mejor cuadre con su carácter. No me constituyo en
juez de nadie, pero yo no me atrevo a intentar tal cosa; y sí la emprendiera, saldría
muy mal en el negocio.
Me veo obligado a confesar que debo la mayor parte de mi fuerza más bien a la
variedad que a la profundidad. Es casi cierto que la gran mayoría de predicadores
de la clase que acabamos de indicar, tendría mejor éxito si quemara sus programas.
Tengo en la memoria un recuerdo muy vivo, o más bien, muerto, de cierta serie de
discursos sobre la Epístola a los Hebreos, que me impresionó de un modo muy
desagradable. Hubiera querido muchas veces que los Hebreos se guardaran
aquella epístola, puesto que molestaba mucho a un pobre joven gentil. Sólo los más
piadosos y fieles miembros de la congregación, tenían la paciencia necesaria para
escuchar todos los discursos hasta el séptimo y el octavo: ellos, por supuesto,
declaraban que nunca habían escuchado explicaciones más provechosas; pero a
aquellos cuyo juicio era más carnal, les pareció que cada sermón era más insulso
que el que le había precedido. Pablo en esa epístola, nos exhorta a que suframos la
palabra de exhortación, y así lo hicimos. ¿Son todas las series de sermones tales
como aquella? Tal vez no; pero temo que las excepciones sean pocas, porque se
dice respecto de aquel célebre comentador, José Caryl, que comenzó sus lecturas
sobre el libro de Job con una asistencia de 800 personas, y que sólo ocho
escucharon la última. Un predicador profético multiplicó sus sermones sobre "el
cuerno pequeño" de Daniel, hasta tal grado, que en la mañana de un domingo sólo
siete se reunieron para escucharle. Les pareció extraño, a no dudarlo, que una arpa
de mil cuerdas produjese la misma música por tanto tiempo.
Estoy seguro, hermanos míos, que para vosotros es provechoso que os diga con
autoridad, que dejéis a los hombres de mayor edad y talento, las tentativas
ambiciosas de predicar series pulidas de sermones. Tenemos, por decirlo así, muy
poca cantidad de oro y plata intelectuales, y debemos emplear nuestro pequeño
capital en bienes útiles de que poder disponer fácilmente dejando, a los
comerciantes más ricos que comercien en cosas más valiosas. No sabemos lo que
sucederá mañana: esperemos enseñanzas diarias, y no hagamos nada que pueda
impedirnos el que empleemos los materiales que la Providencia nos ofrezca hoy o
mañana.
Tal vez me haréis la pregunta de si podéis predicar sobre los textos que otras
personas os sugieran, pidiéndoos que prediquéis sobre ellos: mi respuesta es que por
regla general, no debéis hacerlo, y si hay excepciones, deben ser muy pocas.
Permitidme que os recuerde que no tenéis un taller a donde los marchantes
puedan ir a dar sus órdenes. Cuando un amigo os sugiera un asunto, pensad en él,
considerad si es a propósito y si podéis aceptarlo. Recibid la súplica cortésmente,
como conviene a los caballeros y cristianos; pero, si el señor a quien servís, no
arroja su luz sobre el texto, no prediquéis sobre él por mucho que alguno os
persuada. Estoy enteramente cierto de que si esperamos en Dios por nuestros
asuntos, y le pedimos ser guiados por la sabiduría divina, él nos guiará por el
camino recto; pero si nos gloriamos de nuestra facultad para elegimos un texto,
encontraremos que sin Cristo no podemos hacer nada, ni aun en la elección de un
texto. Esperad en el Señor; escuchad lo que él quiera decir; recibid la palabra
directamente de sus labios, y entonces salid como embajadores enviados del trono
mismo de Dios. Repito:
"esperad en el Señor."
Bibliografía: