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Extensión y Educación Continuada

Cursos a distancia

Homilética I
Fundamentos de predicación

Preparado por:
William Castaño B.

Cali. Colombia
Tabla de contenido

Páginas
Introducción
Unidad 1: Qué es la predicación
Capítulo 1. Origen del término y concepto de predicación
Capítulo 2. El lugar de la predicación
Unidad 2: La historia de la predicación y su
fundamentación teológica.
Capítulo 3. La historia de la predicación y la predicación
en la historia.
Capítulo 4. La base bíblica y teológica de la predicación.
Capítulo 5. La predicación como un proceso comunicativo.
Unidad 3: Elementos constitutivos de la predicación.
Capítulo 6. El predicador
Capítulo 7. El texto del mensaje
Capítulo 8. Los contextos del mensaje
Capítulo 9. Los propósitos de la predicación
Unidad 4: Los tipos de predicación
Capítulo 10. predicaciones temáticas
Capítulo 11. Predicaciones textuales
Capítulo 12. Predicaciones expositivas
Lectura complementaria 1: La fidelidad del predicador
Lectura complementaria 2: Fundamentos teológicos de la
predicación.
Lectura Complementaria 3: El sentido teológico de la
predicación.
Lectura Complementaria 4: La elección de un texto para
predicar.
Bibliografía sugerida.
Curso de Homilética I
Fundamentos de la Predicación

Introducción.
La mayoría de los pastores, obreros y líderes cristianos, enfrentamos un constante
peligro: No dar el debido valor y no establecer la preparación para predicar como
prioridad. ¿Cuál es el principal problema? ¿Por qué hay tantas predicaciones que
no alimentan espiritualmente a los oyentes? En respuesta podemos decir que
existen varios problemas. Según Jerry Stanley Key, predicador norteamericano que
ha servido como misionero en Brasil por muchos años, “Uno de los principales
problemas es, sin lugar a dudas, la falta de dedicación a la preparación de
predicaciones que debe ser una prioridad en el ministerio”1. Muchos predicadores
no dedican el tiempo necesario para preparar predicaciones que edifiquen.
Predicar exige un trabajo de planificación y un esfuerzo constante, lo mejor del
tiempo y la energía del predicador.

Dice el Dr. Stanley Key2, que la gran mayoría de los predicadores tiene tantas
actividades y quehaceres que la preparación para la predicación acaba siendo algo
secundario en sus vidas. Dice él que en una encuesta realizada hace ya tiempo, les
solicitaron a los pastores que enumeraran varias tareas en orden de importancia
para un ministerio de éxito, fueron incluidos en la lista los asuntos administrativos
de la iglesia, la consejería, la visitación a los miembros, inclusive los enfermos, la
predicación de la Palabra, etc. En la primera parte de la encuesta los predicadores
señalaron la predicación como la tarea más importante, opinando que sin un
ministerio de púlpito adecuado, sería imposible alcanzar éxito en el ministerio.
Pero en la segunda parte de la encuesta los pastores debían indicar el tiempo que
invertían con cada una de las tareas mencionadas en la primera parte. El
resultado fue muy revelador: ¡el tiempo empleado en la elaboración de sus
mensajes ocupaba el quinto lugar! En la teoría era lo más importante, en la práctica
no lo era. Bienvenidos a este curso que coloca a la predicación en el primer lugar.

1
Stanley Key, Jerry. La preparación y predicación del Sermón bíblico. 2008. Pág. 52
2
Ibid, pág 52.
Unidad uno: ¿Qué es la predicación?

Objetivo de la unidad: Que el estudiante pueda entender lo que es la predicación


cristiana y el lugar que ella tiene en la tarea pastoral y eclesial ante el mundo de
hoy.
Preguntas problematizadoras:
1. ¿Qué entendemos por predicar?
2. ¿De dónde viene el término Homilética?
3. ¿Es importante la predicación hoy?

Capítulo 1: Origen del término y concepto de predicación

1.1 El término Homilética:


Es importante distinguir entre la acción de predicar, es decir la predicación, y la
ciencia que estudia esa acción, que es la homilética.
La palabra homilética viene del término griego homilía y significa “la ciencia o
arte del discurso cristiano”. En este sentido, la homilética es el estudio de los
fundamentos y principios de la preparación y presentación de las predicaciones.
En palabras de Andrew Watterson3 “la homilética es la ciencia cuyo arte es la
predicación y cuyo resultado es el sermón”.

1.2 La naturaleza de la predicación según el Nuevo Testamento.


Existen varias palabras en el Nuevo Testamento Griego que están directamente
relacionadas a la predicación. Podríamos hacer una exposición completa de ellas,
con muchas referencias bíblicas; sin embargo, vamos a dar énfasis solamente al
elemento que cada una representa en la predicación del evangelio.
Laleín o Laléo: "Hablar o expresar un discurso" (ver Marcos 2:22; Juan 3:34). Es el
elemento personal en la predicación.
Marturéo: "Testificar" (ver Juan 1: 7, 8 Y Apocalipsis 1: 2). Esta palabra significa la
confirmación de la verdad por alguien que tiene conocimiento personal. Es el
elemento de la experiencia personal en la predicación.
3
Ibid, pág 28.
Kerisso o Kerissein: "Proclamar como heraldo, traer las noticias, predicar o
divulgar el mensaje". (Lucas 8:1; 1 Corintios 1:23,24). Es la palabra más utilizada
en el Nuevo Testamento, ocurriendo más de 50 veces en sus variadas formas.
Significa que el mensajero recibe su mensaje y autoridad de Dios para hablar de
Cristo. Siendo un mensaje que viene de Dios y es autorizado por él, es necesario
prestarle atención y obedecerlo. Aquí existe el elemento de autoridad en la
predicación.
Euaggelízomai o Euaggelizó: "Traer, anunciar o predicar las buenas nuevas"
(Lucas 8:1; Hechos 8:4, 12,40; 14:15). Las palabras "evangelizar" y "Evangelio" son
derivadas de este vocablo. Es el elemento evangelizador de la predicación.
Propheteúo: "Hablar con la inspiración inmediata del Espíritu Santo". Es el
elemento de la unción y del poder del Espíritu en la predicación (l Corintios 14:3).
Didáskein: "Comunicar la verdad divina a través de la enseñanza". Es una palabra
común para describir a alguien disertando el mensaje. Se trata del elemento de la
enseñanza, de la instrucción doctrinaria en la predicación. Cristo ordenó a sus
discípulos que enseñasen (Mateo 28:20), Pablo enseñó la Palabra (Hechos 18: 11)
Y exhortó a Timoteo para que hiciera lo mismo (l Timoteo 6:2 y 2 Timoteo 2:2).
Parresiázomai: “Hablar con intrepidez, hablar abiertamente y sin temor" (Hechos
9:27). Aquí está el elemento de la audacia en la predicación.
Pleróo: "Llenar o tornar lleno" (Romanos 15:19). Trata del elemento de llenar el
mundo hasta que se rebose con las buenas nuevas del evangelio.
Parakaléo: "Implorar, exhortar, consolar, suplicar, confortar" (l Timoteo 4:13).
Demuestra el interés personal y la urgencia de parte de quien predica. La palabra
"exhortación" de la versión bíblica conforme los mejores textos es traducida como
"predicación" en algunas otras. Hace hincapié en el elemento de la exhortación, del
ánimo o consolación, con un reto a la acción.

Una teología de predicación fiel al Nuevo Testamento incluye los elementos


básicos sugeridos por estas palabras tan significativas. Debe haber la proclamación
de las buenas nuevas con autoridad, por un heraldo enviado por Dios y lleno del
Espíritu, que proclame su mensaje con osadía y entusiasmo, hasta trasbordar, con
el propósito de exhortar, desafiar y fortalecer a los oyentes y con el fin de llevados
a Jesucristo y a una vida de plenitud en Él. ¡Qué tarea ardua y difícil, a la vez tan
gloriosa, la que Jesucristo nos confió!
Nosotros, predicadores, somos evangelistas, señalando a las personas sus
privilegios en Cristo al recibirlo como Salvador y Señor; profetas, hablando con la
unción del Espíritu Santo, escudriñando la conciencia y desafiando la voluntad de
los oyentes; heraldos, proclamando el mensaje de Dios a los hombres; embajadores,
rogándoles a los hombres que se reconcilien con Dios; pastores, nutriendo y
cuidando de las ovejas; maestros, informando, instruyendo y adoctrinando;
mayordomos, de los misterios de Dios, entregando a los hombres la palabra
adecuada, basada en la Palabra, para suplir sus necesidades; testigos,
compartiendo todo lo que Dios hizo en nuestras vidas; ministros, preparando a los
creyentes para que ministren a los demás.

Cuando Silas y Timoteo, después de su salida de Macedonia, se encontraron con


Pablo en Corinto, este se estaba dedicando a la predicación de la Palabra (ver
Hechos 18:5 en varias versiones). Este es el reto que está delante de nosotros hoy,
en estos tiempos de tantos problemas, crisis y necesidades. Por ello, ¡ocupémonos
enteramente de la predicación de la Palabra! Que le demos prioridad a ella. ¡Que
cada uno pueda ser usado en este ministerio como Dios quiere!

1.3 ¿Qué entendemos por predicación?

Definiciones

Philps Brooks: “La predicación es la presentación de la verdad mediante la


personalidad”; es "la comunicación de la verdad por un hombre a los
hombres". Esta famosa definición nos presenta dos elementos esenciales:
verdad y personalidad. La predicación es la comunicación de la verdad a través
de la personalidad.

G. Campbel Morgan: "La predicación es la proclamación de la gracia de Dios


bajo la autoridad del trono de Dios, con miras a satisfacer las necesidades
humanas". Además de incluir la proclamación o comunicación, Morgan
también dice algo sobre el contenido del mensaje -la gracia de Dios-, la
autoridad de la predicación -el trono de Dios-, y el propósito de la predicación,
satisfacer las necesidades humanas.

Andrew Watterson Blackwood: La predicación es "la verdad de Dios


presentada por una personalidad escogida, para lograr un encuentro con las
necesidades humanas". Aquí hay un énfasis en la verdad, en la personalidad y
en el propósito de la predicación.

Bernard Manning: "La predicación es una manifestación de la Palabra


Encarnada que parte de la Palabra escrita y se logra mediante la Palabra
hablada". Aquí, en un lenguaje bastante llamativo, el énfasis está en el mensaje
centrado en Cristo y que viene de la Biblia por medio del portavoz.

Jesse C. Norrhcutt: "La predicación es la proclamación pública de la verdad


divina basada en las Escrituras cristianas, por una personalidad escogida, con
el propósito de satisfacer las necesidades humanas". Northcutt enfatiza los
siguientes elementos: la proclamación, la verdad, la personalidad y el
propósito de la predicación.

Haddon W Robinson: "La predicación expositiva es la comunicación de un


concepto bíblico, derivado de, y transmitido a través de un estudio histórico,
gramatical y literario de cierto pasaje en su contexto que el Espíritu Santo
aplica, primero a la personalidad y la experiencia del predicador, y luego, a
través de éste, a sus oyentes"

H. C. Brown: "La predicación es el uso de la Biblia para sermones que son


hermenéuticamente correctos, teológicamente orientados, psicológicamente
direccionados, retóricamente estructurados y oralmente comunicados a los
oyentes por un ministro llamado por Dios y guiado por el Espíritu Santo". No
deja de ser muy importante e interesante -y muy distinta- esta definición. Esta
incluye elementos muy preciosos. Pero, ¿y los laicos, no predican? ¿También
limitaremos la predicación totalmente a un grupo de oyentes a través del método
oral?

Jerry Stanley Key: "La predicación es la fiel exposición del correcto sentido de uno
o más textos de la Biblia, ilustrando la exposición y aplicándola a la vida de los
oyentes, involucrándolos de tal manera que son satisfechas sus necesidades, y
dando por sentado que esta comunicación sea hecha por una persona con una
experiencia real con Cristo y guiada por el Espíritu Santo".

ANÁLISIS DE LA PREDICACIÓN A LA LUZ DE LA DEFINICIÓN DE JERRY STANLEY


KEY: EL CONTENIDO DE LA PREDICACIÓN ES FUNDAMENTAL

El contenido es la fiel exposición del verdadero significado del texto o de los textos
bíblicos (por lo general la predicación es basado en un solo texto). El énfasis está
en la transmisión del mensaje de Dios de manera fiel al texto bíblico, dando el
debido lugar a la ilustración y a la aplicación práctica de esa enseñanza. La
predicación de la palabra (2 Timoteo 4:2) es la verdad divina, la verdad que Dios
aprueba.

Cualquier ministerio de púlpito tiene que ser cristocéntrico. En Hechos 8:5 leemos
que Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Apolos
demostraba por medio de las Escrituras que Jesús era el Mesías prometido (ver
Hechos 18:28). Y Pablo dijo: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado" (1
Corintios 1 :23). Cierto joven pastor que pertenecía a una denominación
considerada bastante liberal fue a conversar con un pastor de mucho éxito en su
ciudad para preguntarle qué era necesario hacer para "atrapar" a sus oyentes. El
joven dijo que los miembros de la iglesia que él pastoreaba estaban abandonando
los cultos y que él ya había intentado de todo para atraer su atención pero sin tener
éxito. Él ya había tratado de hablar de historia, filosofía, sociología, psicología,
biografías de personas ilustres, de literatura y política. Aun había hecho
comentarios sobre los libros que estaban siendo más vendidos, sin que nada de eso
le resultara. Entonces preguntó: "¿Qué debo hacer?". El predicador contestó: "¿No
cree usted que ha llegado la hora de predicar basado en la Biblia?".

La verdad es que la predicación exige más que la exposición del texto bíblico.

Es bueno que las verdades de la Palabra de Dios sean ilustradas y aplicadas a la


vida de los oyentes. Es necesario que el predicador conozca a sus oyentes y que
sus mensajes tomen en cuenta las ideas, preguntas, dudas y experiencias de
aquellos que lo oyen.

EL AGENTE DE LA PREDICACIÓN ES UNA PERSONA CON UNA EXPERIENCIA REAL


CON CRISTO GUIADA POR EL ESPÍRITU SANTO

Aquí no hay una referencia, como en la mayoría de las definiciones, 'Sobre la


necesidad de ser llamado por Dios y tener una vocación para el ministerio de la
Palabra para poder predicar. Es obvio que es de suma importancia que el
pastor que ejerce el ministerio tenga un legítimo llamamiento. Nadie debe
cuestionarIo. Pero la predicación no se limita a los pastores ni a los púlpitos de
los templos. No es necesario que la predicación se haga solamente en la
formalidad de un culto. El Dr. Key dice “Yo fui pastor de una iglesia en la que
había más de 40 predicadores laicos. Algunos predicaban toda la semana en los
cultos hogareños, en las congregaciones o misiones de la iglesia y
periódicamente en los servicios dominicales. ¡Sería un insulto a la inmensa
muchedumbre (decenas de miles) de predicadores laicos en todo el mundo
decir que lo que ellos hacen no es predicación! Entre ellos existen también
miles de santas mujeres, incluyendo misioneras locales, regionales, nacionales
y mundiales, que son fieles mensajeras de Dios”.

No estoy de acuerdo con las declaraciones de Martyn Lloyd-Jones cuando dice


que la predicación hecha por los laicos es antibíblica. Él trata de explicar el uso
del verbo "anunciar" (las buenas nuevas) en Hechos 8:4 como una simple
conversación sobre el evangelio de parte de los laicos que fueron dispersos a
raíz de la persecución en Jerusalén. Este mismo verbo aparece en algunas
traducciones como "predicar". El mismo autor dice además que la palabra para
predicar en el versículo 5 es la usada para proclamar el mensaje como heraldo
y que ese término describe lo que hizo Felipe, en una forma diferenciada de los
laicos. (¿Pero no será mejor suponer que Felipe también fuera un predicador
laico? Si no lo fuera ¿habría sido seleccionado para servir las mesas en Hechos
6?). Resulta muy difícil aceptar la referida interpretación cuando leemos en el
capítulo 8, versículo 12: "Pero cuando creyeron a Felipe mientras anunciaba el
evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y
mujeres". Efectivamente la palabra traducida aquí "anunciaba" no es el
término del versículo 5 sino el del versículo 4 que Lloyd Jones dice que se
aplicaba sólo a los "laicos". Otra vez en el versículo 40 se utiliza esta misma
palabra para hablar sobre lo que Felipe hacía en todas las ciudades hasta llegar a
Cesarea. ¿Será entonces que él no estaba "predicando"? Otros buenos autores
observan que estas dos palabras prácticamente se fusionan y que pueden ser
intercambiadas una por la otra13• (Ver también Lucas 8:1 y Hechos 15:35).

Es fundamental que todo aquel que predica sea un instrumento en las manos del
Espíritu Santo, viviendo una íntima comunión con Dios y cultivando un profundo
amor para Jesucristo y para las personas a su alrededor. Especialmente para las
personas sin salvación. El predicador debe tener una experiencia real con Cristo,
sin la cual no puede ser el instrumento de Dios para transformar vidas, por muy
elocuente que sea. ¡Nadie podrá compartir lo que no posee ni revelar lo que no vio!
Es necesario que se dedique al estudio de la Palabra de Dios y que sea
caracterizado por la piedad y la consagración, viviendo lo que predica. Oí hablar de
un joven pastor que no guardaba mucha coherencia entre mensaje y vida. Alguien
hiw la observación de que si él subiese al púlpito para predicar no debería bajarse
de allí, porque verdaderamente hablaba muy bien. Mas, al bajarse del púlpito,
¡nunca debería volver para allá porque su vida no combinaba con el mensaje que
predicaba! Había una gran discrepancia entre lo que él predicaba y lo que él vivía.
¡Qué tragedia predicar un mensaje que no esté basado en el carácter cristiano y en
la vida espiritual!

Al mismo tiempo, el heraldo de Dios debe predicar sobre cosas en las cuales él
cree, con convicción, fe y esperanza, confiando que Dios va a bendecir y usar su
mensaje.

EL PROPÓSITO U OBJETIVO DE LA PREDICACIÓN ES INVOLUCRAR A LOS OYENTES


A TAL PUNTO QUE SUS NECESIDADES SEAN SATISFECHAS

Un sermón debe influir en aquellos que lo oyen. Debe ayudarlos a mejorar su vida
espiritual y a poner en práctica su fe. Debe ayudarlos a hacer cambios como
consecuencia de la aplicación de los principios del evangelio a su vida cotidiana,
cambios que traerán paz y felicidad al corazón. Cuanto más cerca los predicadores
podamos llegar a esta meta, más relevante será nuestra predicación.

La propia palabra "comunicación" incluye no solamente la idea de decir alguna


cosa sino que toma en cuenta la recepción del mensaje por el oyente. El propósito
de la predicación no es solamente predicar la verdad divina, sino llenar las
necesidades de los oyentes. Estas necesidades empiezan con la salvación en Cristo
y el crecimiento espiritual en el discipulado, después de la experiencia de recibido
como Salvador y Señor. Para llegar a este ideal es necesario conocer bien a
aquellos que oirán el mensaje y tener un objetivo claro para cada sermón. Los
apóstoles Pedro y Pablo exhortaban, amonestaban y persuadían a sus oyentes,
buscando llevados a decisiones y acciones concretas (Hechos 2:40; 20:31;
26:27, 28). Por tales motivos la predicación bíblica y eficaz necesita tener un
propósito y debe ser personal, profético y persuasivo.

Un sermón transmitido a alguien por otro medio que no sea el oral o verbal no
puede dejar de ser considerado una predicación. En el sentido más estricto de
la palabra, creo que Dios puede usar otros medios y no solamente el método
oral. Por ejemplo: Un sermón escrito puede continuar siendo sermón e inspirar
a personas, aunque no sea predicado oralmente. Los sermones escritos por
grandes predicadores continúan inspirándonos aún muchos años después que
sus autores hayan partido para recibir su galardón eterno. A la vez, no estoy
desprestigiando el método oral o verbal, pues este fue utilizado por los
predicadores del Nuevo Testamento y ha demostrado ser un método eficaz,
cuando es correctamente utilizado, a lo largo de los siglos.

Por favor, antes de continuar su estudio, realice serenamente la


lectura complementaria 1 y reflexione en lo que dice; luego, vuelva a
este punto y continúe su estudio (ver anexos: Lectura
complementaria 1)

Orlando Costas define la predicación así:

“De igual manera, la predicación recibe su autoridad de parte de Dios. Esa


autoridad se desprende del hecho de que es un mensaje que está arraigado en lo
que Dios ha dicho. Aún más, es un hecho que la autoridad inherente de la
predicación es el resultado de la presencia misma de Dios en el acto de la
predicación. La predicación es autoritaria porque el que predica no es el hombre,
sino Dios a través del predicador, de modo que la palabra predicada viene a ser
verdaderamente Palabra de Dios”.1

En su definición, Costas, quien fue un gran exponente del texto bíblico, señala las
siguientes características de la predicación:

Primero: La autoridad de la predicación “es de parte de Dios”. Lo que distingue a


la predicación cristiana de cualquier otra clase de discurso es esa realidad. El
predicador no se apoya en sus argumentos persuasivos, lógicos o retóricos para
dar base autoritaria a la predicación. Más bien expone el mensaje respaldado por la
autoridad que Dios le ha conferido. La predicación sin la autorización divina es
hueca, sin propósito, un simple discurso vacío o un ejercicio homilético.

Esa autoridad no se recibe por la disciplina homilética. La misma tiene que venir
directamente de Dios. Los predicadores que han sido usados para comenzar
revoluciones espirituales, han sido aquellos que han ministrado en la autoridad del
Señor.

Segundo: De acuerdo a Costas “esa autoridad se desprende del hecho de que es


un mensaje que está arraigado en lo que Dios ha dicho”. Predicar no es otra cosa
sino dar un mensaje de parte de Dios. Por lo menos eso es lo que se espera de un
predicador. El predicador es un mensajero con la tarea de dar a otros el mensaje
que Dios le ha conferido. El mayor peligro y la peor presunción es dar nuestro
mensaje y no el mensaje de Dios. Cuando el mensajero se predica a sí mismo,
hablando de sus hechos y experiencias a expensas de los hechos y dichos de Dios,
corre el grave peligro de predicar su propio evangelio.

Pablo, el gran teólogo de la iglesia cristiana dijo algo que se relaciona con el punto
que está bajo consideración: “mas os hago saber, hermanos, que el evangelio

1
Orlando Costas, Comunicación por medio de la predicación. Editorial Caribe, p. 23.
anunciado por mí no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre
alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1:11–12).

El mensaje de Dios tiene que llegar por revelación divina. No se produce en la


mente del razonamiento humano. Dios lo tiene que dar. El apóstol no pretende en
sus palabras restar importancia a la preparación homilética en el evento de la
predicación. Pero sí da por sentado que el mensaje que tiene que predicarse tiene
que venir de arriba.

La homilética no es un conducto o receptor para recibir el mensaje divino. Es más


bien un proceso, una herramienta, un medio, o la manera de poder transmitir el
mensaje divino a los seres humanos. La misma no es un fin sino un medio para
alcanzar un fin.

La predicación vacía del mensaje de Dios conduce a la proclamación de un


“evangelio diferente” (Gálatas 1:6), o al anuncio de “otro evangelio” (Gálatas 1:8).
Lo que alguien le ha llamado “el evangelio según san yo”.

Muchos predicadores basan sus argumentos en lo dicho por Barth, Burtlman,


Calvino, Lutero, Wesley, Tillich, Dietrich Bonhoeffer y otros teólogos en general. La
autoridad máxima del predicador del evangelio no es la escuela filosófica del
pensamiento contemporáneo o escuela del pensamiento teológico, tampoco el
credo eclesiástico de la denominación o los principios dogmáticos y tradicionales.
La autoridad del mensajero cristiano es respaldada “en lo que Dios ha dicho”. Es
decir, en la Palabra escrita: La Biblia. Predicar sin estar arraigados en la revelación
escrituraria es ¡Voz de Dios y no de hombre! (Hechos 12:22).

Tercero: El predicador es un medio, “el que predica no es el predicador, sino


Dios a través del predicador”. Si los predicadores reconocieran que no es su
predicación sino la predicación del Señor….
En una ocasión alguien le dijo a Juan Bunyan: “Ha predicado un buen sermón”. Su
respuesta desconcertante fue: “El diablo ya me lo dijo mientras bajaba del
púlpito”.2

El conocido predicador Spurgeon dijo:


“El mensaje de Dios merece toda mi capacidad; y cuando lo transmito, debería
estar allí todo mi ser; ninguna parte del mismo debe extraviarse o dormirse.
Algunos, cuando suben al púlpito no están allí”.3

Muchos, después de una predicación regresan a sus hogares frustrados y


desanimados. Esperaban diferentes resultados. Quizás habían pecadores y no
respondieron a la invitación de salvación. Los creyentes enfermos aunque
escucharon el llamamiento por sanidad divina hicieron caso omiso. Nadie los
felicitó por la predicación.

El predicador debe recordar que el mensaje es de Dios. Por lo tanto, los resultados
de la predicación le pertenecen a El. Toda esa psicología de altares llenos por la
habilidad del predicador no son los verdaderos resultados producidos por el
evangelio. Sé de muchos predicadores que si el altar no se llena después de sus
predicaciones emplean cualquier artificio para satisfacer su propio ego. A Dios eso
no le agrada. El es Dios y sabrá cómo y cuándo obrará.

Cuarto: El propósito es que la palabra predicada y la palabra de Dios sean lo


mismo. Costas afirma: “de modo que la palabra predicada viene a ser
verdaderamente palabra de Dios”. ¿Cuándo habla Dios en su sermón o en una
predicación? Es una pregunta muy difícil de contestar. El predicador muchas veces
está sin conocimiento natural de lo que Dios está haciendo o diciendo. En otras
ocasiones los predicadores están conscientes de lo que Dios está diciendo y
haciendo. Pero de alguna manera en el evento de la predicación mucho de lo que
expresa el predicador es verdaderamente la Palabra de Dios. Es decir, Dios habla
directamente usando la voz del predicador.

2
William Barclay, El Nuevo Testamento (Mateo I, vol. 1). Editorial La Aurora, p. 116.
3
C.H. Spurgeon, Un ministerio ideal (2. El Pastor - Su mensaje). Editorial El Estandarte De La Verdad, p. 33.
2. José M. Martínez define la predicación
“Es la comunicación, en forma de discurso oral, del mensaje divino depositado en
la Sagrada Escritura, con el poder del Espíritu Santo y a través de una persona
idónea, a fin de suplir las necesidades espirituales de un auditorio”.4

Primero: Martínez considera la predicación como “comunicación en forma de


discurso oral”. El predicador no escribe para el pueblo sino que oralmente
anuncia al pueblo. Más que todo, la tarea de predicar es tarea do hablar y no de
escribir. Aunque no negamos la eficacia de los sermones escritos para ser leídos.
Pero sí estamos conscientes de que la unción hablada es de efectos más profundos
que la escrita. Por tal razón no estoy de acuerdo con los predicadores que escriben
sus sermones para leerlos ante una audiencia. El sermón o predicación debe
realizarse ante una situación verdadera y concreta. No niego que en otras
situaciones, como por ejemplo en la radio, el sermón escrito es más efectivo y
comprendido, Pero aun así el elemento de la voz le añade un toque especial.
Cuando un predicador está ante una audiencia visible e inmediata, es
imprescindible comunicar efectivamente el mensaje de manera natural y
espontánea.

Debido a que la predicación es comunicación, todo predicador necesita aprender


las diferentes técnicas para comunicar. La comunicación es tanto natural
(empleándose la personalidad y la voz del comunicador) como mecánica (equipos
y medios de comunicación).

Segundo: Martínez ve la predicación como la comunicación oral “del mensaje


divino depositado en la Sagrada Escritura”. La predicación tiene que ser
bibliocéntrica. La Biblia no sólo le da contenido a la predicación sino que le da
autoridad. Es en la Biblia donde se basa el predicador para la exposición del
evangelio. Aunque un sermón para ser bíblico no tiene que estar necesariamente
basado en la interpretación de un pasaje bíblico particular, sino en la revelación
bíblica.

4
José M. Martínez, Ministros De Jesucristo (Tomo XI - vol. 1).
Pero aun empleando la Biblia, el predicador debe saber llegar al significado del
texto. Muchos sermones no pasan de ser una “ensalada textual” o un “sancocho
homilético”. Lo que hace el predicador es atar cabos con versículos bíblicos. De un
pasaje bíblico salta al otro y al otro como si fueran lianas espirituales. Al fin y al
cabo deja a su audiencia en el aire. Es mejor que el predicador invite a sus oyentes
a entrar por la puerta de la revelación de un texto bíblico y no que se asomen a las
ventanas de muchos textos bíblicos. Los textos bíblicos no deben ser extraídos con
un “bisturí espiritual”, para luego poner sobre ellos un significado y un uso que no
es el debido. Un buen predicador sabe sujetarse al texto sin rodar dentro del
mismo.

Tercero: Otro elemento de la definición que se está analizando es: “con el


poder del Espíritu Santo”. Predicar sin la ayuda del Espíritu Santo es como querer
apagar un fuego sin agua. El poder del Espíritu Santo lo adquirirá el predicador en
su recinto privado o en la práctica diaria de una vida devocional.

Pablo decía:
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no
fui con excelencia de palabras o de sabiduría, … y estuve entre vosotros con debilidad,
y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder
de Dios.
1 Corintios 2:1–5

Lo que muchos predicadores necesitan en nuestros días es más poder que


palabras. Ese poder no llegará a no ser que haya una entrega total y completa a la
persona del Espíritu Santo. Es Él el que da unción al predicador. Cuando los
predicadores dejen que el fuego del Espíritu Santo los queme por dentro habrá
humo por fuera. Las predicaciones estarán saturadas de poder (Hechos 1:8;
Romanos 1:16). Prediquemos llenos de poder y cosas de parte de Dios sucederán a
nuestro alrededor.
En Hechos 4:31 leemos:
Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron
llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.

El secreto de una vida de poder en los apóstoles Pedro y Juan y la iglesia de los
primeros días estaba en el poder que recibían del Espíritu Santo. Con ese poder
tenían el valor necesario para predicar (Hechos 4:33), y ser acompañados de
señales.

Cuarto: Martínez ve la predicación como un mensaje divino, “a través de una


persona idónea”. Sobre este particular quiero citar algunos dichos de Spurgeon:
“Sea cual fuere el ‘llamamiento’ que alguien pretenda haber recibido, si no ha sido
llamado a la santidad, puede asegurarse que no lo ha sido al ministerio”. 5
“Cuán horrible es ser predicador del evangelio y no estar sin embargo convertido”.
6

“Mejor es eliminar los púlpitos, que ocuparlos con hombres que no tienen un
conocimiento experimental de lo que enseñan”. 7
“Nosotros necesitamos que se tenga por ministro de Dios a la flor y nata de las
huestes cristianas, a hombres tales que si la nación necesitara reyes, no pudieran
hacer cosa mejor que elevarlos al trono. Nuestros hombres de espíritu más débil,
más tímidos, más carnales, no son candidatos a propósito para el púlpito”. 8

El púlpito debe ser usado por hombres y mujeres nacidos de nuevo, que hayan
recibido el llamamiento para servir en el ministerio de la predicación. La iglesia
cristiana a lo largo de los siglos ha sido vilipendiaba por hombres y mujeres que no
han sido dignos de llevar el reconocimiento de ser llamados “hermanos”.

El ministerio no es una profesión en el sentido usual del término. Es una vocación


divina. No es el hombre o la mujer que optan por ser predicadores, sino Dios es el
que los llama a la tarea de la predicación. Muchas denominaciones han fracasado
porque al buscar los requisitos para el ministerio consideran más la disciplina
5
C.H. Spurgeon, Discursos a mis estudiantes. Casa Bautista De Publicaciones, p. 9.
6
Ibid., p. 10.
7
Ibid., p. 12.
8
Ibid., pp. 16–17.
académica graduada antes que el verdadero llamamiento de Dios. Por eso hay
denominaciones que están llenas de doctores en esto y aquello, pero carecen de
ministros de corazón, que estén dispuestos a darlo todo por la obra del Señor.
Ministran más bien por un contrato que por el llamado del Señor.

Quinto: Martínez dice que el predicador ha sido llamado “a fin de suplir las
necesidades espirituales de un auditorio”. El predicador tiene que tener en
mente que el pueblo al cual se le envía a ministrar está en necesidades espirituales.
Se me hace difícil distinguir o separar una predicación presbiteriana de una
bautista. Una predicación metodista de una pentecostal. Una predicación luterana
de una anglicana. Una predicación de los discípulos de Cristo de una reformada.

El predicador no predica su denominación o filiación religiosa sino a Cristo.


Nuestra tarea no es la de hacer prosélitos en otras denominaciones evangélicas
sino alcanzar a los pecadores con el evangelio de salvación y edificar con el
mensaje a nuestros hermanos en la fe. La experiencia cristiana es de más
importancia que los apellidos denominacionales.

Pablo dijo:
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado. 1 Corintios 2:2

Muchos fracasos en la predicación se deben al hecho de no tener en mente las


necesidades espirituales y convivenciales de la audiencia. El evangelio es pregunta
y es respuesta (Éxodo 3:11–12; Isaías 6:8; Hechos 9:4–5; 16:30–31). Por lo tanto es
importante contestarnos: pregunta a qué y respuesta a qué.

Cuántos predicadores malgastan el tiempo de la predicación tratando de explicar a


sus oyentes que lo que están leyendo no es lo correcto conforme al original griego.
El empleo del griego en el texto bíblico es importante en la exégesis correcta. Pero
el griego también puede ser un instrumento satánico para que predicadores
liberales y controversiales jueguen con definiciones aisladas para inyectar sobre el
texto sagrado su propia postura.
Un ejemplo de lo antes dicho lo encontramos en Lucas 7:25 donde leemos:
Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los
que tienen vestidura preciosa, y viven en deleites, en los palacios de los reyes están.

Leamos ahora 1 Corintios 6:9 donde dice:


¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios,
ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones.

El término griego en ambos casos es “malakos”. Recuerdo a un profesor mío que


tratando de justificar la homosexualidad jugó con este término. Según él “malakos”
no describe a alguien con tendencias homosexuales sino a cualquier persona débil
y de un comportamiento delicado. Pero aun así a la luz del contexto los tales están
excluidos del reino de Dios.

Por eso el predicador debe cuidarse de no hacerle daño al texto bíblico. La mayoría
de nuestra gente no habla bien el español. ¿Por qué confundirlos más con un
idioma que sería más provechoso para el estudiante seminarista?
Otros se preparan para llegar a cierto grupo particular de la audiencia. Su meta
es impresionar y saber la buena opinión de ese grupo a expensas de los demás.
¡Eso no es predicar! El predicador tiene que comunicar el mensaje divino a toda la
audiencia.

En todo ejercicio homilético el predicador debe tener en su corazón al pueblo que


le ministrará. Algunas preguntas que debe hacerse ante Dios son: ¿Por qué les
quiero hablar de este tema? ¿Para qué les voy a hablar? ¿Será eso lo que Dios desea
para ese pueblo? ¿Cuáles son las necesidades espirituales de esos oyentes?
¿Hablará Dios a través de mí a su pueblo y al que no lo es?
Capítulo 2. El lugar de la predicación
2.1 Su lugar bíblico

Aunque ya había mencionado algo sobre la Biblia y el predicador en la predicación,


ahora daré unos cuantos martillazos en el clavo de esta gran verdad: La Biblia es la
fuente de las predicaciones cristianas. En la Biblia se descubre el lugar que en el
andamiaje de la redención tiene la predicación.

1. En Romanos 10:13–15 leemos


Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no
han oído? ¿Y cómo predicarán si no fueran enviados? ¿Y cómo oirán sin saber quien
les predique? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la
paz de los que anuncian buenas nuevas!

Dios puede salvar al pecador a través del medio que a El le plazca escoger. Pero la
predicación en esta economía divina es el método por el cual la Palabra de Dios (la
revelada en la Biblia o la que viene por la revelación al espíritu), al igual que la
Palabra viva (Jesucristo), se predica a los seres humanos.

Pablo introduce cuatro interrogantes a manera de ironía. La primera enseña que


para invocar al Señor hay que creer en él. La segunda señala que para creer en el
Señor hay que oír de él. La tercera afirma que para oír del Señor alguien lo tiene
que anunciar. La cuarta es explícita: sólo los que son enviados pueden predicar el
evangelio.

En resumidas cuentas, el pasaje enseña el lugar que la predicación tiene como


medio de dar a conocer el evangelio, mediante la exposición de la Biblia. En la
Biblia está el evangelio y el evangelio es Jesucristo.

Todos los creyentes hemos sido llamados a testificar de Jesucristo y a proclamar el


reino de Dios aquí en la tierra. En los evangelios esto se conoce como la gran
comisión (Mateo 28:16–20; Marcos 16:14–18; Lucas 24:36–49; Juan 20:19–23). Sin
embargo Dios ha escogido de en medio de la Iglesia a un grupo de hombres y
mujeres con la tarea específica de ser portavoces y anunciadores del evangelio.

2. En 1 Corintios 1:21 leemos

Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la


sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.

Para los griegos la predicación era una locura. La escuchaban con sospechas. Ellos
no podían concebir en sus ideas a un Dios que pudiera experimentar emociones y
que pudiera asumir forma humana. Así era el Dios que predicaban los cristianos en
la persona de Jesucristo. Hoy en día el mundo continúa considerando la
predicación como una locura. Se piensa de los predicadores como individuos con
perturbaciones mentales. Los cuales viven en un mundo de irrealidades y fantasías
religiosas.

Pero a Dios le ha placido escoger la predicación para llevarle la gran noticia al


mundo de que en Jesucristo hay salvación y esperanza, no sólo para esta vida sino
para la por venir. Por medio de la predicación El ha extendido su brazo salvador
para rescatar al ser humano de su miseria espiritual. Aunque muchas de las cosas
de Dios parezcan locuras, no por eso se deben rechazar. De Jesús dijeron sus
contemporáneos: “Está fuera de sí (Marcos 3:21). El Testamento Nueva Vida dice:
“Está loco”.

La predicación es para muchos una locura. Pero en medio de esa locura la


teocentralidad y la bibliocentralidad se transforman en milagros irrefutables que
convencen al mundo de que Dios es real y lo que se predica es verdad.

Dios usa y usará la predicación en su propósito divino para llegar a los corazones
humanos. Además en la predicación los creyentes son nutridos por medio de la
exposición bíblica en la fe cristiana.
La Biblia no presenta substitutos para la predicación. Los programas que se
desarrollan en las congregaciones son para complementar la predicación. Ninguna
actividad eclesiástica debe tomar el lugar céntrico de la predicación. Las
congregaciones tienen que dejar de ser “clubes eclesiásticos” y dar la primacía a la
predicación.

Son muchas las denominaciones en la actualidad que están convertidas en


“cementerios eclesiásticos”. Lo único visible en ellas es su lápida histórica.
Sencillamente se han olvidado de la predicación bibliocéntrica de sus fundadores.
La Biblia, para sus pastores, ha dejado de ser la Palabra de Dios. La predicación
tiene que retornar a nuestros púlpitos y nuestros ministros tienen que volver a ser
predicadores.

2.2 Su lugar histórico

De alguna manera, la predicación está en el corazón del cristianismo, íntimamente


ligado con él. Por lo general, la calidad de la predicación que el pueblo escucha
revela la calidad de su vida cristiana. ¡Qué importante es la predicación!

A través de los siglos, la gloriosa misión de anunciar "las inescrutable riquezas de


Cristo" (Efesios 3:8) fue confiada a los siervos del Señor. Poco antes de volver al
Padre, Cristo ordenó que el mensaje del evangelio fuese predicado a todas las
naciones (Lucas 24:45-48 y Marcos 16:15). ¡Solamente los pesimistas y los "falsos
profetas" tratan de disminuir la importancia de los siervos de Cristo en el rol de
fieles heraldos del Maestro!

Casi todas las religiones del mundo son sacerdotales. Solamente el judaísmo ha
tenido algo semejante a la predicación, como se ve históricamente por medio de los
profetas y del estudio de las Escrituras del Antiguo Testamento en las sinagogas. El
cristianismo está vinculado con el judaísmo, teniendo muchas de sus raíces en él.

En el cristianismo, la predicación es muy importante en los cultos de adoración.


Por lo general, esto difiere históricamente de las demás grandes religiones del
mundo que dan énfasis principalmente a los ritos y ceremonias. En la historia del
budismo, por ejemplo, solamente en el siglo XX, después de casi 2.500 años de
énfasis exclusivo en los ritos y ceremonias, algunas sectas comenzaron a imitar el
cristianismo en algunos aspectos, especialmente en algunos países del Occidente.
De esta manera, estas sectas budistas, tratando de modernizarse, han empleado el
término "iglesia budista" a la vez que utilizan una especie de "predicación" en sus
reuniones. Los budistas han llegado inclusive a lanzar una Escuela Budista
Dominical (La EBD ¿se imagina?) y a entonar cánticos con palabras como "Buda me
ama yo lo sé" ... utilizando la melodía de canciones para niños de las iglesias
evangélicas.

En realidad, el mundo no necesita de sacerdotes, sino de heraldos y fieles


predicadores. Por eso es importante el hecho de que el cristianismo, a lo largo de
su historia, especialmente entre los grupos evangélicos, se ha caracterizado por la
práctica de la predicación de la Palabra.

Volviendo a los tiempos del Nuevo Testamento se puede ver que la predicación del
evangelio empezó con Juan el Bautista. El evangelista Marcos dice que Juan el
Bautista fue el precursor del Mesías profetizado en Isaías y que es el "principio del
evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (Marcos 1:1). Y sigue diciendo: ''Así Juan el
Bautista apareció en el desierto predicando el bautismo del arrepentimiento para
perdón de pecados" (Marcos 1:4).

En el mismo texto leemos que Jesús, el Mesías Prometido, vino como predicador:
"Después que Juan fue encarcelado, Jesús se fue a Galilea predicando el evangelio
de Dios" (Marcos 1:14). Más tarde, Cristo dice que la predicación sería de gran
importancia en su ministerio porque fue con este propósito que él viniera: " ...
Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que predique también allí; porque
para esto he venido. Y fue predicando en las sinagogas de ellos en toda Galilea ...
(Marcos 1 :38, 39).

Luego después del comienzo de su ministerio, Jesús habló al pueblo en la sinagoga


de Nazaret: "Fue a Nazaret, donde se había criado, y conforme a su costumbre, el
día sábado entró en la sinagoga, y se levantó para leer. Se le entregó el rollo del
profeta Isaías; y cuando abrió el rollo, encontró el lugar donde estaba escrito: El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas
nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a
los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año
agradable del Señor. Después de enrollar el libro y devolverlo al ayudante, se
sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a
decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos" (Lucas 4: 16-21).

En este texto encontramos lo ideal de todo aquel que tiene el privilegio de


predicar, pues anuncia las buenas nuevas, la venida del Mesías prometido, y
proclama la liberación a los que son esclavos del pecado. Así, se proclama también
la nueva vida, un nuevo comienzo y una nueva era en el mundo con el favor y la
bendición de Dios. ¡Todo predicador puede, entonces, proclamar que estamos
viviendo el mejor momento para comenzar de nuevo con Dios y vivir para honrarlo
y servirlo!

No existía en los días de Jesús mucha distinción entre la predicación y la


enseñanza'. En Lucas 4: 15 leemos que Jesús "enseñaba en las sinagogas de ellos, y
era glorificado por todos". En seguida, hay referencias al hecho de que él había
venido para anunciar y proclamar "el año agradable del Señor".

Al principio de su historia, el cristianismo se caracterizó por una fervorosa


predicación. Los apóstoles como Simón Pedro, Juan y Pablo fueron, sin lugar a
dudas, grandes predicadores, así como también Esteban. La predicación fue
encarada con mucha seriedad, como lo podemos verificar en Hechos 6:4 que dice:
"Y nosotros continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra'. Los
apóstoles querían dar lo mejor de sí al ministerio espiritual. El ministerio era su
prioridad. Pedro dice a Cornelio que el Señor Jesucristo "nos ha mandado a
predicar al pueblo ya testificar que él es el que Dios ha puesto como Juez de los
vivos y de los muertos" (Hechos 10:42). Más tarde el gran apóstol de los gentiles
exhortó al joven Timoteo: "Predica la palabra; mantente dispuesto a tiempo y fuera
de tiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y enseñanza' (2
Timoteo 4:2). A Tito, Pablo declaró que Dios "a su debido tiempo manifestó su
palabra en la predicación que se me ha confiado por mandato de Dios nuestro
Salvador" (Tito 1:3).
Se han escrito libros enteros sobre la predicación apostólica. La predicación
dirigida a los oyentes judíos buscaba probar que Jesús era realmente el Mesías
(Hechos 9:22; 17:2,3; 18:4,5; 19:8,9). Otra característica de la predicación
apostólica fue la comisión divina que los predicadores habían recibido (Romanos
10:15; Hechos 9:15; 1 Corintios 9:17; 2 Corintios 5:19; 2 Timoteo 4:2). La
predicación les era una cuestión de vida o muerte, y el heraldo de Dios debería
proclamar el mensaje de Dios con toda urgencia. Para el apóstol Pablo, era tan
importante predicar que él argumenta en Romanos 10:14: "¿Cómo, pues, invocarán
a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y
cómo oirán sin haber quien les predique?". Además, la predicación también
debería ser sencilla, clara y realizada con transparencia. Este mensaje tenía por
base aquello que Cristo había hecho en la vida del predicador (l Corintios 9: 16 y 2
Corintios 4:2).

Hay ciertos elementos de gran importancia en el contenido teológico de la


predicación apostólica. Los principales son:

• Las promesas de los profetas del Antiguo Testamento fueron cumplidas en la


venida del Mesías quien vino a dar inicio a una nueva etapa en la historia de la
humanidad y en las relaciones de Dios para con los hombres (ver Hechos 2:16;
10:43; 13:29,32,33).

• La vida, la enseñanza, los milagros, la muerte, la resurrección y la exaltación de


Jesucristo son los medios por los cuales se puede descubrir quién realmente era él.
Solamente a través de aquello que él hizo pueden los hombres ser salvos. Hay
mucho énfasis en el Cristo resucitado y exaltado, y en el hecho de que él vendrá
otra vez. Él es Salvador y Señor. Sin él no existe el reino de Dios (ver Hechos 2:22-
36; 3:13-15; 4:10; 5:31; 10:38). el perdón de sus pecados (ver Hechos 2:38; 3:19-
21, 26; 4:12; 5:31-32; 10:43; 13:38, 39).

La proclamación de un mensaje que contiene estos y otros elementos de la


revelación de Dios en las Sagradas Escrituras es el medio que Dios utiliza hasta en
nuestros días para perdonar y salvar a los pecadores y edificar y hacer crecer a los
creyentes. Por la predicación de la Palabra, Dios torna los hechos históricos en una
realidad presente para todo aquel que cree.

Si la predicación fue muy importante en la vida y ministerio de Jesús y de los


apóstoles, ella también ha sido una característica notable en los grandes momentos
y en los grandes movimientos del cristianismo. Por ejemplo: La Reforma
Protestante fue un movimiento cuando renació la predicación, muy especialmente
la expositiva. La predicación volvió a ser la tarea principal para los reformadores.
Los sermones fueron predicados en el lenguaje del pueblo (cosa que no ocurría en
la misa) y la Biblia, sin mezcla de tradición, fue considerada la autoridad suprema.
Martín Lutero, Juan Calvino, Juan Knox y otros líderes de la Reforma fueron
grandes predicadores; nos dejaron un gran haber.

La predicación ha tenido una estrecha ligación, a través de los siglos, con los
movimientos de avivamiento. John Wesley y George Whitefield, en Inglaterra y
América del Norte, respectivamente; los estadounidenses Charles Finney, D,Moody,
Billy Graham y otros, de varios países, demuestran cómo Dios ha usado
poderosamente sus heraldos en la predicación de la Palabra de Dios. Por ejemplo:
John Wesley, además de predicar mucho sobre la gracia de Dios y la salvación en
Cristo, predicó diversos sermones morales y éticos contra la corrupción que había
en aquella época en su patria. Especialistas en historia dicen que, a raíz de sus
predicaciones, Wesley fue en parte responsable por el hecho de que Inglaterra no
haya pasado por una revolución sangrienta como aquella que diezmó a Francia.

¿Quién puede valorar la influencia y la contribución de grandes predicadores del


evangelio como Charles Spurgeon, Alexander MacLaren, John Broadus, B. Meyer,
George Truett y muchos otros?

Solamente cuando el siervo del Señor, llamado por Dios para el ministerio de la
Palabra, descubre la gran importancia y el valor de la predicación, sólo cuando la
convierte en la prioridad de su ministerio, sólo entonces dedicará él lo mejor de sí
mismo para ser un fiel mensajero de Dios. Pero si lo hace, estará siguiendo el
ejemplo de los profetas del Antiguo Testamento, el modelo del propio Señor
Jesucristo, y el ejemplo de los apóstoles y de los grandes predicadores de la
Palabra a través de los siglos.
Unidad dos: La historia de la predicación y su
fundamentación teológica.

Objetivo de la unidad: Qué el estudiante conozca la historia de la predicación e


identifique las implicaciones y fundamentación teológica de la misma.

Preguntas problematizadoras:
1. ¿Quiénes han sido destacados como grandes predicadores a través de la
historia?
2. ¿Cuáles son los fundamentos teológicos de la predicación?
3. ¿Por qué debemos predicar?

Capítulo 3: La historia de la predicación y la predicación


en la historia.
La predicación es indispensable para el cristianismo. Sin ella se pierde una parte
necesaria de su autenticidad, puesto que el cristianismo es por su misma esencia la
religión de la Palabra de Dios. Todo intento de entender el cristianismo fracasará si
pasa por alto o niega la verdad de que el Dios viviente ha tomado la iniciativa de
revelarse a sí mismo, con el propósito de salvar a la humanidad caída; o que su
autorrevelación ha sido entregada mediante el medio de comunicación más directo
que conocemos, esto es, mediante palabras; o bien que él llama a aquellos que han
oído su Palabra a que la divulguen a otros.

Primero, Dios habló por los profetas, interpretando para ellos el significado de sus
obras en la historia de Israel, e instruyéndolos al mismo tiempo para transmitir
este mensaje a su pueblo, fuera por medio del habla, la escritura o ambas. Luego, y
en forma suprema, habló en su Hijo, el «Verbo se hizo hombre», y en las palabras
del Verbo, fuera en forma directa o por medio de sus apóstoles. En tercer lugar,
habla mediante su Espíritu, quien por sí mismo da testimonio de Cristo y las
Escrituras y hace que ambos estén vivos para el actual pueblo de Dios. Esta
afirmación trinitaria de un Padre, Hijo y Espíritu Santo que habla, y por ende, la
afirmación de una palabra de Dios bíblica, encarnada y contemporánea es
fundamental en la religión cristiana. Lo que Dios habla es lo que hace necesarias
nuestras palabras. Debemos hablar lo que él ha hablado. De aquí radica la
obligación monumental de predicar.
Más aún, este énfasis es único y exclusivo del cristianismo. Ciertamente cada
religión tiene sus maestros acreditados, sean gurúes hindúes, rabinos judíos o bien
los intérpretes musulmanes le la ley. No obstante, estos instructores de la religión
y la ética, .un cuando están dotados de autoridad oficial y carisma personal, con
esencialmente los expositores de una tradición ancestral. Sólo os predicadores
cristianos afirman ser heraldos de las buenas nuevas de Dios y osan pensar de sí
mismos como los embajadores o representantes suyos que pronuncian «palabras
de Dios» (1 P. :11) . «La predicación es una parte esencial y una característica del
cristianismo» según lo escribió E.C. Dargan en su obra de dos volúmenes History of
Preaching. Luego reafirma: «la predicación es claramente una institución
cristiana».4
El hecho de que la predicación es esencial y característica para el cristianismo ha
sido reconocido durante toda la larga y colorida Historia de la Iglesia. Por cierto, ni
las opiniones del pasado que el tiempo ha honrado, ni las voces de influencia del
presente son infalibles. Sin embargo, la impresionante unanimidad de su
convicción cerca de la primacía y poder de la predicación (y citaré
intencionalmente un amplio espectro de tradición eclesiástica), nos dará una
buena perspectiva desde la cual podremos visualizar la posición opuesta, y nos
pondrá en buena disposición para hacerlo.

3.1 Jesús, los apóstoles y los padres de la Iglesia

El único punto de comienzo es Jesús mismo. «El mismo fundador del cristianismo
fue también el primero de sus predicadores, ero fue precedido por San Juan
Bautista y seguido de los apóstoles; en la predicación de los apóstoles, la
proclamación y enseñanza de la Palabra de Dios mediante una alocución pública se
hizo una característica esencial y permanente de la religión cristiana».5 Sin duda
los evangelistas presentan a Jesús, ante todo, como un predicador itinerante.
«Jesús se fue... a anunciar... », escribe Marcos al introducir el ministerio público de
Jesús (Mr. 1:14; véase Mr. 4:17).

4
Dargan, vol. 1, pp. 12, 552.
5
Dargan, vol. II, p. 7
Los evangelios sinópticos resumen su ministerio en Galilea en estos términos:
«Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas ensebando en las sinagogas, anunciando
las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia». (Mateo
9:35, véase 4:23 y Mr. 1:39). Sin duda ésta fue la propia visión de Jesús sobre su
misión en ese período. En la sinagoga de Nazaret afirmó que, en cumplimiento de
la profecía de Isaías 61, el Espíritu del Señor lo había ungido para predicar su
mensaje liberador. Consecuentemente, era «preciso que anuncie» su mensaje,
«porque para esto fui enviado», explicó (Lucas 4:18, 43, véase Mr. 1:38: «para esto
he venido.»). El testimonio de Jesús que entrega Juan sobre su misión consciente
de predicador y maestro es similar. Aceptó el título de « Maestro», afirmó haber
hablado «abiertamente al mundo» y que «en secreto no he dicho nada»; dijo a
Pilato que había venido al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Juan 13:13;
18:20, 37).

En Hechos 6 se menciona específicamente que luego de Pentecostés los apóstoles


dieron prioridad al ministerio de la predicación. Resistieron la tentación de
participar en otras formas de servicio con el fin de dedicarse de lleno a «la oración
y al ministerio de la palabra» (v. 4), pues era para ello que Jesús los había llamado
principalmente. Durante su vida en la tierra los había enviado a predicar (Mr.
3:14), si bien temporalmente restringió su ministerio a las «ovejas descarriadas del
pueblo de Israel» (Mt. 10:5-7). Luego de su resurrección, sin embargo, los
comisionó solemnemente para llevar el evangelio a las naciones (Mt. 28:19; Lc.
24:47). De acuerdo con el final más extenso de Marcos, «salieron y predicaron por
todas partes» (16:20). En el poder el, Espíritu Santo predicaron las buenas nuevas
de la muerte y resurrección, o de los sufrimientos y gloria del Cristo (1 P. 1:11, 12).
En Hechos los vemos hacer esto, comenzando por Pedro y los demás apóstoles de
Jerusalén, quienes «proclamaban la palabra de Dios in temor alguno» (Hch. 4:31);
luego lo hace Pablo, héroe de rutas en sus tres expediciones misioneras, hasta que
Lucas se despide de él en Roma estando Pablo bajo arresto domiciliario, y sin
embargo «predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo sin
impedimento y sin temor alguno» (Hch. 28:31).
En esto Lucas refleja la percepción personal de Pablo sobre su ministerio. Escribió
que Cristo lo había enviado a predicar el evangelio, no a bautizar; en otras
palabras, sintió una cierta «necesidad» o compulsión de predicar. Por otro lado, la
predicación era la forma designada por Dios para que los pecadores escucharan
sobre el salvador y lo invocaran para salvación, porque «¿...cómo oirán si no hay
quien les predique?» (Ro. 10:14; véase 1 Co. 1:17; 9:16)., luego, casi al final de su
vida, consciente de haber peleado la batalla y terminado su carrera, entregó la
comisión a su joven lugarteniente Timoteo. En presencia de Dios y anticipando el
regreso de Cristo para reinar y juzgar, le encomendó solemnemente que predicara
la palabra, que persistiera en hacerlo, sea o no oportuno; que corrigiera,
reprendiera y animara con mucha paciencia, y que no dejara de enseñar. (2 Ti. 4:1,
2).

Tan prominente era el lugar de la predicación en el ministerio e Jesús y sus


apóstoles que no nos sorprende encontrar el mismo énfasis en ella entre los
primeros padres de la Iglesia.

La Didajé, o «Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles»,
data probablemente de comienzos del siglo II y es un manual de la iglesia sobre
ética, los sacramentos, el ministerio y segunda venida de Jesús. Hace mención a
una variedad de ministerios de enseñanza: a los «obispos y diáconos» por un lado,
y a los maestros, apóstoles y profetas» itinerantes por otro. Los maestros ajeros
deben ser bienvenidos, pero se entregan pruebas prácticas :)r las cuales
determinar su autenticidad. Si un maestro contradice la fe apostólica, si se queda
más de dos días, solicita dinero o ambas cosas, y si no practica lo que predica se
trata de un falso profeta (XI. 1-2; XII. 1-5). Si es auténtico, se le debe escuchar con
humildad. «Sé paciente y compasivo y sincero y tranquilo y bueno y temeroso en
todo tiempo de las palabras que oíste.» Nuevamente, «Hijo mío, te acordarás
noche y día del que te habla la palabra de Dios y le honrarás como al Señor».
(111.8; 1V.1)6
Aproximadamente a mediados del siglo II se publicó la Primera Apología de
Justino Mártir. En ella se dirige al Emperador, defiende al cristianismo de las

6
La Didajé en Padres Apostólicos, pp. 80-81.
representaciones erróneas y argumenta que es verdadero, puesto que el Cristo
que murió y resucitó era la personificación de la verdad y el Salvador de la
humanidad. Hacia el Final entrega una descripción de «la adoración semanal de
los cristianos». Es notable debido a la prominencia dada a la lectura y predicación
de las Escrituras y a la combinación de Palabra y sacramento:

El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran
en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo
permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una
exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces
[súplicas], y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y
agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus
preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo «amén».7

A fines del siglo II el padre latino Tertuliano escribió su Apología con el fin de
defender a los cristianos de falsas acusaciones y demostrar la injusticia de las
persecuciones que en ese entonces debían sobrellevar. Al escribir sobre «las
peculiaridades de la sociedad cristiana» hizo hincapié en el amor y unidad que los
vinculaba, y luego describió sus reuniones:

Nos reunimos para leer nuestros escritos sagrados... Con las palabras
sagradas nutrimos nuestra fe, animamos nuestra esperanza,
fortalecemos nuestra confianza, y confirmamos además los buenos
hábitos al inculcar los preceptos de Dios. En el mismo lugar también se
exhorta y administra santa censura y reprensión...8

Un contemporáneo de Tertuliano, el padre griego Ireneo, obispo de Lyon, destacó


la responsabilidad de los presbíteros de adherirse a las enseñanzas de los
apóstoles:

7
Justino Mártir, Apología 1, (173-5, en Padres apologetas griegos, p. 258.
8
Tertuliano, capítulo XXXIX, en Ante-Nicene Fathers, vol. III, p. 46.
Estos también preservan nuestra fe en un Dios que consumó tan
maravillosa voluntad divina en favor nuestro; y nos exponen las Escrituras
a nosotros sin ningún peligro, sin blasfemar a Dios, sin deshonrar a los
patriarcas o rechazar a los profetas.9

Eusebio, obispo de Cesares a comienzos del siglo IV y padre de i historia de la


Iglesia, fue capaz de resumir doscientos años de la era cristiana en términos del
trabajo de predicadores y maestros:

Efectivamente, muchos de los discípulos de entonces, heridos en sus almas


por la palabra divina con un amor muy fuerte a la filosofía, primeramente
cumplían el mandato salvador repartiendo entre los indigentes sus bienes,
y luego emprendían viaje y realizaban obra de evangelistas, empeñando su
honor en predicar a los que todavía no habían oído la palabra de fe y en
transmitir por escrito los divinos evangelios.10

Del período patrístico tardío sólo tomaré un ejemplo, el más notable por cierto es
Juan Crisóstomo, quien predicó doce años en la catedral de Antioquía antes de ser
Obispo de Constantinopla en el 398 d.C. Al exponer Efesios 6:13 («pónganse toda
la armadura e Dios...»), manifestó su convicción acerca de la importancia nica de la
predicación. Tal como el cuerpo humano, dijo, el; cuerpo de Cristo está sujeto a
muchas enfermedades. Los medicamentos, una dieta correcta, un clima y sueño
apropiados; todo ello contribuye a restaurar nuestra salud física. ¿Pero cómo será
sanado 1 cuerpo de Cristo?

Sólo un medio y un camino a la cura nos ha sido dado... y ello es la


enseñanza de la Palabra. Ella es el mejor instrumento, el mejor clima y
dieta; sirve en lugar de la medicina, y reemplaza a la incisión y al cauterio;
sea que se necesite quemar o amputar, debe utilizarse este método; sin él

9
Ireneo, Adversus Haereses, en Ante-Nicene Fathers, vol. I, p. 498. 111.:17.2.
10
Eusebio, III. 37.2.
ninguna otra cosa es de ayuda.11

Fue más de un siglo después de su muerte que su grandeza como predicador fue
reconocida, y se le dio el sobrenombre de «boca de oro». «Generalmente se le
considera, y con justicia, el más grande predicador de la iglesia griega. Tampoco
fue igualado o superado entre los padres latinos. Hasta el día de hoy sigue siendo
un modelo para los predicadores de las grandes ciudades».12

Es posible mencionar cuatro características fundamentales de su predicación. En


primer lugar, ella era bíblica. No sólo predicó sistemáticamente en varios libros,
sino que sus sermones están llenos de citas y alusiones bíblicas. En segundo lugar,
su interpretación de las Escrituras era simple y directa. Era seguidor de la escuela
de Antioquía, de exégesis literal, la cual contrastaba con las caprichosas
alegorizaciones alejandrinas. En tercer lugar, sus aplicaciones morales eran
prácticas. Al leer sus sermones en la actualidad, es posible imaginar fácilmente la
pompa de la corte imperial, los lujos de la aristocracia, las desenfrenadas carreras
en el hipódromo; en efecto, toda la vida de una ciudad oriental a fines del siglo
cuarto. En cuarto lugar, no tenía temor de condenar. De hecho, «fue mártir del
púlpito, porque fue fundamentalmente su fiel predicación la que causó su exilio».13

3.2 Monjes y reformadores

Avanzamos ahora quinientos años, en esta breve visión, hasta la fundación de las
órdenes Mendicantes medievales, puesto que «La era de la predicación», escribe
Charles Smyth, «data de la aparición de los frailes.... La historia del púlpito tal como
la conocemos comienza con los frailes predicadores. Se reunían y estimulaban tina
creciente demanda popular de los sermones. Ellos revolucionaron la técnica. Ellos
engrandecieron el oficio».14 Si bien Francisco de Asís (1182-1226) era más bien un
servidor compasivo fue un hombre letrado y, además, insistió en que «nuestros
actos y enseñanzas debían ser coincidentes», estaba sin embargo «tan dedicado a

11
Fant y Pinson, vol. I, pp. 108-9.
12
Schaff, vol. IX, p. 22
13
En el mismo lugar.
14
Smith, The Art, p. 13
la predicación como a la pobreza: 'A menos que uno predique dondequiera que
vaya', dijo Francisco, 'no sirve ir a predicar a ninguna parte'. Este había sido su
lema desde el comienzo mismo de su ministerio».15

Su contemporáneo Domingo (1170-1221) hizo un hincapié aun mayor en la


predicación. Combinó la austeridad personal con el celo evangelístico; viajó
extensamente por causa del evangelio, especialmente en Italia, Francia y España y
organizó la Orden de los Predicadores a partir de sus «monjes de legro». Un siglo
después, Humberto de Romans, (m. 1277), uno le los mejores ministros generales
de la orden, dijo: «Cristo escuchó la misa sólo una vez..., pero hacía gran énfasis en
la oración y a predicación, especialmente en esta última».16 Unos cien años
después, el gran predicador franciscano Bernardino de Siena (1380-1444), hizo
esta inesperada afirmación: «Si ustedes sólo pudieran hacer una de dos cosas, oír
la misa o bien oír el sermón, deberían dejar de lado la misa, y no el sermón.... Existe
menos peligro para su alma cuando no escuchan la misa que cuando no escuchan el
sermón».17

A partir de esta sorprendente afirmación de la primacía de la Palabra por parte de


franciscanos y dominicos, no era necesario un, gran paso para llegar al precursor o
«estrella matutina» de la [Reforma: John Wycliffe (1329-1384). Vinculado toda su
vida a la Universidad de Oxford, era un autor prolífico; su agudo intelecto, se alejó
gradualmente del escolasticismo medieval, y proclamó a las Sagradas Escrituras
como la suprema autoridad de la vida y la fe. Fue responsable de instigar la
primera Biblia completa del idioma inglés (traducida de la Vulgata), y
probablemente asumió parte de la traducción él mismo; era un predicador bíblico
y diligente, y a partir de las Escrituras atacó al papado, las indulgencias, la
transubstanciación y la opulencia de la Iglesia. No tenía duda de que la principal
vocación del clero era predicar:

El servicio más elevado que los hombres puedan alcanzar en la tierra es


predicar la Palabra de Dios. Este servicio recae en forma peculiar en los

15
Fant y Pinson, vol. I, pp. 174-5
16
Smyth, obra citada, p. 16
17
En el mismo lugar, pp. 15, 16.
presbíteros, y por ende Dios lo exige de ellos en forma más severa.... Y es
por esta causa que Jesucristo dejó otras labores y se ocupó principalmente
en la predicación, y así lo hicieron sus apóstoles, y por ello, Dios los amó....
La Iglesia, no obstante, es la más honrada por la predicación de la Palabra
de Dios, y por ello, éste es el mejor servicio que los presbíteros pueden
prestar a Dios.... Luego, si nuestros obispos no la predican por su parte e
impiden que los verdaderos sacerdotes la prediquen, cometen el pecado de
los obispos que dieron muerte al Señor Jesucristo.18

El Renacimiento no sólo precedió a la Reforma, sino que le abrió el camino. Luego


de sus comienzos en la Italia del siglo XIV, con brillantes académicos como
Petrarca, cuyo «humanismo» se expresaba en el estudio de los textos griegos y
romanos clásicos, tomó un cariz más cristiano en el siglo siguiente al alcanzar el
norte de Europa, debido a que la preocupación de los «humanistas cristianos»
como Erasmo y Tomás Moro fue el estudio de los clásicos cristianos, tanto bíblicos
como patrísticos. Como resultado, tuvieron una actitud crítica hacia la corrupción
en la Iglesia, llamaron a una reforma que concordara con la Palabra de Dios, y
reconocieron el papel clave de los predicadores para asegurar tal reforma.

La función más importante del sacerdote es la enseñanza (escribió


Erasmo), por la cual puede instruir, advertir, reprender, y consolar. Un
laico puede bautizar. Todos pueden orar. El sacerdote no siempre bautiza,
no siempre absuelve, pero siempre debe enseñar. ¿Cuál es la utilidad de
ser bautizado si no se ha recibido la catequesis, cuál la de acudir a la mesa
del Señor si no se conoce su significado?19

Así que el viejo adagio “Erasmo puso el huevo que Lutero empolló” parece ser
cierto. Ciertamente la insistencia de Erasmo en la supremacía de la Palabra por
sobre el sacramento, basada en que para su eficacia el sacramento depende de la
interpretación que entrega la Palabra, fue respaldada y ampliada por Lutero. La
reforma dio carácter central al sermón. El púlpito estaba más elevado que el altar,
pues Lutero sostuvo que la salvación es mediante la palabra, y sin la Palabra los

18
Contra Frates, citado por Fant y Pinson, vol. 1, p. 234.
19
Tratado de Erasmo On Preaching, citado en Erasmus, de Bainton, p. 324.
elementos carecen de su calidad sacramental; sin embargo, la Palabra es estéril a
menos que sea pronunciada.»20

En todos sus escritos Lutero no perdió oportunidad alguna de magnificar el poder


liberador y sustentador de la Palabra de Dios. Es así como «la Iglesia debe su vida a
la Palabra de promesa, y es nutrida y preservada por esta misma Palabra; las
promesas de Dios conforman la Iglesia, la Iglesia no conforma las promesas de
Dios».21 Más aun, sólo existen dos sacramentos auténticos, el «Bautismo y el Pan»,
puesto que «sólo en estos dos encontramos el signo instituido en forma divina y la
promesa del perdón de los pecados».22 La Palabra de Dios, por lo tanto, es
indispensable para nuestra vida espiritual. «El alma puede prescindir de todas las
cosas excepto de la Palabra de Dios... si tiene la Palabra es rica y nada le falta, pues
ésta es la Palabra de vida, de verdad, de luz, de paz, de rectitud, de salvación, de
gozo, de libertad.» Ello es así porque la Palabra se centra en Cristo.

De ahí la necesidad de predicar a Cristo a partir de la Palabra, «porque predicar a


Cristo es alimentar el alma, hacerla recta, liberarla y salvarla, si ella cree en la pre-
dicación».23 Puesto que la salud del cristiano y de la Iglesia dependen de la Palabra
de Dios, predicarla y enseñarla son «la parte más importante del servicio divino»24
y «el más alto y único deber y obligación» de todo obispo, pastor y predicador.25 Es
asimismo una pesada responsabilidad, extremadamente exigente. Lutero indica
nueve «propiedades y virtudes» de un buen predicador. Las primeras siete son
bastante predecibles. Debe, por supuesto «enseñar sistemáticamente,..., ser
despierto,..., ser elocuente,..., tener una buena voz y... una buena memoria». Luego
«debe saber cuándo poner fin», y, podríamos agregar, cómo comenzar, puesto que
«debe estar seguro de su doctrina». A continuación, «en octavo lugar, debe
arriesgar y dedicar cuerpo y sangre, riqueza y honor, por la Palabra» y «en noveno,
debe tolerar ser la burla y mofa de todos».26 El riesgo del ridículo, el de perder

20
Bainton, Erasmus, p. 348
21
Lutero, A Prelude on the Babylonian Captivity of the Church, citado por Rupp, pp. 85-6.
22
En el mismo lugar.
23
Lurero, Of the Iiberty of a Chrisfian Man, en Rupp, p. 87
24
Luther’s Works. Ed. Lehmann, vol. 53, p. 68.
25
Lutero, Treatise on Good works, en Luther’s Works. Ed. Lehmann, vol. 44, p. 58.
26
Luther’s Table-Talk, “Of Preachers and preaching”, § cccc.
vida, riqueza y nombre, eran, de acuerdo con Lutero, la prueba definitiva de «un
buen predicador».

Tal afirmación no era una mera teoría académica. Lutero mismo la experimentó,
más visiblemente durante la mayor crisis de su vida. Excomulgado por una bula
papal en 1521, en abril fue convocado a presentarse ante la Dieta de Worms,
presidida por el Emperador Carlos V. Se negó a retractarse a menos que el
testimonio de las Escrituras y la razón obvia probaran que erraba, puesto que dijo:
«Mi conciencia me obliga y estoy firme en la Palabra de Dios». Durante los días que
siguieron se le concedió una audiencia ante un tribunal de jueces letrados, pero en
realidad ya había sido condenado antes que comenzara el juicio. La audiencia
finalizó con su ultimátum: «Aun si perdiera mi cuerpo y vida por causa de ello, no
podría separarme de la verdadera Palabra de Dios». Fue la predicación de esta
Palabra divina y no la intriga política o el poder de la espada la que estableció la
Reforma en Alemania. Lutero señaló posteriormente: «Simplemente enseñé y
prediqué la palabra de Dios. Nada hice fuera de ello. Y mientras dormía o tomaba
cerveza de Wittemberg con mis amigos Felipe [Melanchton] y [Nicolás de]
Amsdorf, la Palabra debilitó sobremanera al Papado, con un daño que nunca le
había infligido príncipe o emperador alguno. Yo nada hice. Todo fue obra de la
Palabra».27

Al escribir su Institución en la relativa paz de Ginebra, Calvino también exaltó la


Palabra de Dios. «En todo lugar en que la Palabra de Dios es predicada y escuchada
en forma pura», escribió, «y los sacramentos son administrados de acuerdo con la
institución de Cristo, allí existe, sin duda, una Iglesia de Dios». En efecto, este
ministerio de Palabra y Sacramento, la proclamación audible y visible del
evangelio, debe ser considerada formalmente como «una marca perpetua por la
cual se distingue la Iglesia».28

Los reformadores ingleses recibieron gran influencia de parte de Calvino.


Aceptaron en gran medida su enseñanza de que la eficacia de los sacramentos

27
Ripp, pp. 96-9.
28
Cálvino, IV, 1.9 y 2.1.
deriva de la Palabra y que estos carecen de eficacia sin ella, de que la Palabra y los
sacramentos son sellos indispensables de la Iglesia, y que el sacerdocio es
esencialmente el ministerio de la Palabra. De este modo, el Artículo Anglicano XIX
declaró que «la iglesia visible de Cristo es una congregación de fieles (es decir,
creyentes), en la que se predica la Palabra de Dios pura, y los sacramentos son
administrados debidamente de acuerdo con la ordenanza de Cristo....» Y el obispo,
al ordenar candidatos al presbiterado, no sólo dio a cada uno una Biblia como
símbolo de su oficio, sino que los exhortó a ser «diligentes... en la lectura y
aprendizaje de las Escrituras» y los autorizó por el poder del Espíritu Santo «a
predicar la Palabra de Dios y ministrar los santos sacramentos a la congregación».

3.3 Puritanos y evangélicos


La prominencia dada a la predicación por los primeros reformadores continuó,
por parte de los puritanos, en la segunda parte del siglo XVI y en el XVII. Han sido
descritos de muchas formas, unas más amables que otras, pero «el calificativo que
mejor resume su carácter», escribe Irvonwy Morgan, es el de «Predicadores
Santos». A continuación explica el porqué:

Lo esencial para entender a los puritanos es que eran, ante todo,


predicadores cuyo énfasis particular los distinguía de otros predicadores
ante sus oyentes... Aquello que los vinculaba, sustentaba sus esfuerzos y
les daba la dinámica para continuar fue su conciencia de estar llamados a
predicar el Evangelio. « ¡Ay de mí si no predico el evangelio!» era su
inspiración y justificación. La tradición puritana debe ser evaluada, en
primera instancia, en términos del púlpito; las palabras del ex fraile
dominico Thomas Sampson, uno de los líderes y primeras víctimas en el
movimiento puritano... pueden considerarse su lema: «Que otros sean
obispos», decía, «yo tomaré el oficio de predicador o bien ningún otro».29

Entre los puritanos del siglo XVII, se destaca Richard Baxter, autor de The
Reformed Pastor (1656), como un ejemplo consistente de los ideales que
representan la tradición puritana y también su propio libro. Se sentía oprimido

29
Morgan, l., Godly Preachers, pp. 10, 11.
por la ignorancia, pereza y libertinaje del clero, la cual había sido expuesta por un
comité parlamentario en su informe titulado: «The First Century of Scandalous
Malignant Priests» [El primer siglo de sacerdotes escandalosos y malvados]
(1643), el que entregaba cien casos graves. Es así como Baxter dirigió su The
Reformed Pastoral resto del clero, en especial a los miembros de la Asociación
Ministerial de Worcestershire, y compartió con ellos los principios que dirigieron
su propio trabajo pastoral en la parroquia de Kidderminster. «En resumidas
cuentas» escribió, «debemos enseñarles, cuanto más podamos, de la Palabra y
obras de Dios. ¡Oh, qué volúmenes son estos para la predicación de un ministro!
¡Qué grandiosos, qué excelentes, qué maravillosos y misteriosos! Todos los
cristianos son discípulos o pupilos de Cristo; la Iglesia es su escuela, somos sus
ujieres; la Biblia es su gramática; es lo que debemos enseñarles diariamente.»30

Los métodos de Baxter constaban de dos aspectos. Por un lado, fue pionero de la
práctica de catequizar familias. Dado que había unas 800 familias en su
parroquia y que él quería saber de su progreso espiritual al menos una vez al
año, él y su colega invitaban a sus casas a quince o dieciséis familias cada
semana. Cada familia venía sola y se quedaba una hora. Se les pedía que
recitaran el catecismo, se les ayudaba a comprenderlo, y se les preguntaba sobre
su experiencia personal de estas verdades. La catequesis le ocupaba a Baxter dos
días completos a la semana, y era parte esencial de su trabajo. No obstante la
otra parte, «y la más excelente puesto que (tiende a obrar en muchos», era «la
predicación pública de la Palabra». Era un trabajo, insistió, «que requería una
habilidad mayor y, especialmente, mayor vivacidad y fervor de la que cualquiera
de nosotros brinda. No es poca cosa pararse frente a una congregación y
entregar un mensaje del Dios vivo, en nombre de nuestro Redentor».31

Sólo una década después, cuando acababa de regresar de dos años en Georgia,
desilusionado por ser a juicio propio un inconverso, se le concedió a John Wesley
una experiencia que lo reconfortó, en la que, según dijo, puso su «confianza en

30
Baxter, The Reformed Pastor, p. 75.
31
En el misino lugar, p. 81.
Cristo, sólo en Cristo para salvación», y le fue dada la seguridad de que sus
pecados habían sido quitados, incluso los suyos, y que Cristo lo había salvado de la
ley de la muerte y el pecado. De inmediato comenzó a predicar la salvación
gratuita que acababa de recibir. Sin duda, bajo la influencia de haber leído a
Richard Baxter, dio impulso a un ministerio casa por casa y al catecismo de los
conversos. No obstante la predicación era su ministerio característico. En las
iglesias y sus patios, en los prados de las villas, en los campos y anfiteatros
naturales proclamó el Evangelio y «ofreció a Cristo» a las vastas multitudes que se
reunían para escucharlo. «Ciertamente vivo por la predicación», comentó en su
diario el 28 de agosto de 1757. Todo ese tiempo su libro de texto fue la Biblia,
porque sabía que el propósito dominante de las Escrituras era señalar a Cristo e
iluminar a sus lectores para salvación. En su prefacio a los Stándard Sermons
escribió:

Soy un espíritu venido de Dios que vuelve a Él: simplemente planeo


sobre un gran abismo, hasta que pocos momentos después, no soy visto
más; ¡caigo en una eternidad inmutable! Una cosa quiero saber: el
camino al cielo: ... Dios mismo se ha dignado enseñar el camino: para este
mismo fin vino del cielo. Lo hubo escrito en un libro. ¡Oh dadme ese
libro! ¡A cualquier precio, dadme el libro de Dios! Lo tengo aquí: este es
conocimiento suficiente para mí. Dejadme ser homo unius libri (hombre
de un solo libro). Aquí me encuentro entonces, lejos de los caminos
atareados de los hombres. En soledad tomo asiento: sólo Dios está aquí.
En su presencia abro y leo su libro; con este fin, el de encontrar el camino
al cielo.32

Y era a partir de sus meditaciones bíblicas que Wesley predicaba, compartiendo


con otros lo que había descubierto, y señalando el camino tanto al cielo como a la
santidad.

Si bien John Wesley es un personaje más conocido por el público ti i le su


contemporáneo menor George Whitefield, (probablemente debido a la

32
Wesley, Sermons, p. vi
denominación cristiana mundial que lleva el nombre de Wesley), Whitefield era
casi sin lugar a dudas el predicador más poderoso. En Gran Bretaña y
Norteamérica (la cual visitó siete veces), en el interior y al aire libre, hizo un
promedio de veinte sermones semanales durante treinta y cuatro años.
Elocuente, entusiasta, dogmático, y apasionado, dio vida a su predicación con
vívidas metáforas, ilustraciones cotidianas y gestos dramáticos. Con ellas
mantenía encantada a su audiencia, puesto que les preguntaba directamente o
bien les rogaba encarecidamente que se reconciliaran con Dios.

Tenía completa confianza en la autoridad de su mensaje, y estaba determinado a


que éste recibiera el respeto que merecía como la Palabra de Dios. En una
ocasión, en una casa de reuniones en Nueva Jersey, notó a «un anciano
acomodándose para su acostumbrada siesta durante el sermón», escribe John
Pollock, uno de sus biógrafos. Whitefield empezó calmadamente su sermón, sin
perturbar el sopor del caballero. Pero luego dijo «en palabras medidas e
intencionadas»:

¡Si hubiera venido a hablarles en mi nombre, podrían descansar sus


codos en las rodillas, su cabeza entre las manos y dormir!... Pero he
venido a ustedes en nombre del Señor, Dios de las huestes, y (palmoteó y
taconeó) quiero y debo ser escuchado». El anciano despertó perplejo.33

3.4 El Siglo XIX

A lo largo del siglo XIX, y a pesar de los asaltos de la alta crítica en contra de la
Biblia (asociados con el nombre de Julios Wellhousen, sus contemporáneos y
sucesores), y a pesar de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, el púlpito
mantuvo su prestigio en Inglaterra. La gente llegaba en grandes cantidades a
escuchar a los mejores predicadores de ese entonces y leía con ansias sus
sermones impresos. Algunos de ellos fueron John Henry Newman (1801-1890)
en la University Church de Oxford, el Canónigo H.P. Licidon (1829-1890) en la
Catedral de San Pablo, F.W. Robertson (1816-1853) en Brighton, y

33
Pollock, George Whitefield, p. 248.
eminentemente Charles Haddon Spurgeon (1834-1892) en su Tabernáculo
Metropolitano en Londres.

Sea el eminente escocés de la era victoriana, Thomas Carlyle (1795-1881), quien


resuma para nosotros la influencia única de este predicador. Su testimonio causa
mayor impresión porque era en cierta medida un extraño, puesto que escribió
como historiador y era un crítico elocuente de las iglesias y sus credos. Y, sin
embargo, en su lista de «héroes» o «grandes hombres» que ejercen un liderazgo en
la comunidad, nombró al «presbítero», refiriéndose al «predicador», «el Capitán
espiritual de la gente». Como modelos escogió a Lutero y a Knox: «a estos dos
hombres los consideraremos nuestros mejores presbíteros, en la medida en que
fueron nuestros mejores reformadores». Lo que Carlyle admiraba en ellos era su
valor en la soledad. En la Dieta de Worms, Lutero se mantuvo impasible ante los
más imponentes dignatarios de la Iglesia y el Estado. A un lado se sientan «la
pompa y poder del mundo»; del otro «defiende la verdad de Dios un hombre, el
hijo del pobre minero Hans Lutero». «Aquí estoy», dijo, «no puedo hacer otra cosa.
¡Dios me ayude!» En la opinión de Carlyle, esto fue «el momento más grande en la
historia moderna del hombre».

Sin duda, el vasto trabajo de liberación humana en los siglos siguientes, tanto en
Europa como en América, comenzó con este hecho; «el germen de todo aquello
reside ahí». La deuda de Escocia hacia John Knox, «el más valiente de todos los
escoceses» era similar: «Aquello que hizo Knox por su nación, en verdad,
podríamos llamarlo una resurrección de la muerte... La gente comenzó a vivir». Tal
es el poder de la Palabra predicada.34

3.5 El siglo XX

Nuestro siglo comenzó con una atmósfera de euforia. Las expectativas, al menos
las de la minoría occidental favorecida y educada, eran las de un periodo de
estabilidad política, progreso científico y riqueza material. No había nubes sobre
los horizontes del mundo. la Iglesia compartió el sentido general de agrado. Aún

34
Carlyle, cap. 4, «The Hero as Priest (», pp. 181-241.
seguía siendo una institución social respetable, y quienes ocupaban sus púlpitos
eran estimados, incluso eran mirados con deferencia.

El optimismo de los primeros años de este siglo fue destrozado por el estallido de
la Primera Guerra Mundial y luego por los horrores del lodo y sangre de las
trincheras. Europa emergió con un ánimo castigado de aquellos cuatro años, lo
que pronto empeoró la depresión económica. Las declaraciones de los pastores se
¡ornaron más sobrias. Y sin embargo, subsistió la confianza en el privilegio y
poder del ministerio del púlpito. Por cierto, teólogos perceptivos como Karl
Barth, cuyo antiguo optimismo liberal fue destruido por la guerra y reemplazado
por un nuevo realismo con respecto a la humanidad y una nueva fe en Dios,
expresaron su convicción de que la predicación había ganado una importancia
aun mayor que la que había tenido.

Es simplemente una verdad manifiesta [declaró Barth en 1928], que no


existe nada más importante, urgente, de mayor ayuda o redención, más
curativo, no existe nada más relevante para la situación real, desde el
punto de vista de los cielos y la tierra, que el hablar y escuchar la Palabra
de Dios en el poder regulador y productor de su verdad, en su
determinación que todo lo erradica y todo lo reconcilia, con la luz que ella
arroja no sólo sobre el tiempo y sus confusiones sino más allá, hacia el
brillo de la eternidad, revelando el tiempo y la eternidad mediante ambos y
en ambos: la palabra, el Logos del Dios Vivo».35

Es lógico que cualquier recuperación de la confianza en la Palabra de Dios, y de


esta forma en un Dios vivo que ha hablado y habla, sin que importe cómo se defina
su doctrina, resultará en la recuperación de la predicación. Esto debe ser la razón
por la cual muchos grandes predicadores han pertenecido a la tradición refor-
mada. Otro ejemplo es James Black de Edimburgo, quien en una serie de
disertaciones en honor a Warrack en Escocia y en honor a Sprunt en
Norteamérica, ambas en 1923, exhortó en forma conmovedora a sus audiencias de
estudiantes a considerar seriamente su predicación: «El nuestro es un servicio

35
Barth, p. 123-4.
grandioso, magnífico», afirmó, «y merece la consagración de cualquier don que
poseamos... me permito pedirles, por ende, que resuelvan tempranamente hacer
de su predicación el gran trabajo de su vida».36 Y reitera, «nuestra labor es lo
suficientemente extensa como para que utilicemos todo el talento y preparación
que podamos... la suya será el cuidado y pastoreo de almas. Traigan a ella todo el
entusiasmo y la pasión de la vida plena que hay en ustedes».37

La vida y obra de Dietrich Bonhoeffer aún están siendo evaluadas. Al tiempo que es
universalmente admirado el valor con que fue a su ejecución en el campo de
concentración de Flossenburg en 1945, los estudiosos continúan en el debate de
algunas de sus afirmaciones teológicas. Quienes mejor lo conocían, como su amigo
Eberhard Bethge, nos aseguran que nunca fue su intención prescindir de la
adoración verdadera de la comunidad reunida, en su interpretación «no religiosa»
del cristianismo. Por el contrario, esta reunión es esencial porque se trata de la
ocasión en que podemos escuchar el llamado de Cristo:

Si hemos de escuchar su llamado a seguirlo, debemos hacerlo donde él se


encuentre, es decir, en la iglesia, por medio del ministerio de la Palabra y
el sacramento. La predicación de la iglesia y la administración de los
sacramentos es el lugar donde Cristo está presente. Si escuchas el
llamado de Jesús, no necesitas una revelación personal; todo lo que
tienes que hacer es escuchar el sermón y recibir el sacramento, es decir,
escuchar el evangelio de Cristo crucificado y resucitado».38

En una de sus charlas sobre la predicación anteriores al estallido de la guerra,


Bonhoeffer hace hincapié en forma aun más enfática en la importancia de la
predicación:

El mundo y todas sus palabras existen por causa de la palabra


proclamada. En el sermón se asientan los fundamentos de un nuevo
Inundo. Es ahí donde la palabra original se torna audible. No hay evasión
36
Black, P. 4.
37 En el mismo lugar, pp. 168-9
38 De The Cost of discipleship,1937, citado por Fant, en Bonhoeffer, p. 28.
ni escape de la palabra pronunciada del sermón, nada nos releva (te la
necesidad de dar testimonio, ni siquiera el culto o la liturgia... El
predicador debe tener la certeza de que Cristo entra en la congregación
mediante las palabras que proclama de la escritura.39

Mi ejemplo de la Iglesia Libre es el Dr. Martyn Lloyd-Jones, quien entre 1938 y


1968 ejerció un ministerio de tremenda influencia en Westminster Chapel de
Londres. Sin faltar nunca a su propio púlpito los domingos (excepto en
vacaciones), su mensaje alcanzó los rincones más alejados del mundo. Su
formación Inédita y anterior práctica como tal, su compromiso indestructible con
la autoridad de las Escrituras y con el Cristo en ellas, su aguda mente analítica, su
comprensión penetrante del corazón humano v su temperamento galés
apasionado se combinaron para hacer de él el predicador británico más poderoso
de las décadas de los cincuenta y sesenta. En Preaching and Preachers (1971),
entregado primero en forma de charlas en el Seminario Teológico Westminster (te
Filadelfia, comparte con nosotros sus más fuertes convicciones. F] primer capítulo
se titula «The Primacy of Preaching». En él declara, «Para mí la labor de predicar es
el llamado más sublime, Más grande y glorioso que cualquiera pueda recibir jamás.
Si quieren en agregar algo a lo anterior, les diría sin titubear que la necesidad más
urgente de la Iglesia cristiana hoy en día es una predicación verdadera».40 Hacia el
final del libro escribe sobre «el romance de la predicación»: «No hay nada como
ello. Es la labor más grandiosa del mundo, la más espeluznante, la que más
emociona, la más provechosa y la más maravillosa»41

Con estos superlativos concluyo mi breve visión histórica. Está lejos de ser
completa, y no aspira a ser una «historia de la predicación» comprensiva. En lugar
de ello, se trata de una selección muy objetiva de testigos. No obstante, al menos
tiene un doble valor.

En primer lugar, demuestra cuán amplia y antigua es la tradición cristiana, la cual

39
Fant, Bonhoeffer, p. 130.
40
Lloyd-Jones, Preaching, p. 9.
41
En el mismo lugar, p. 297.
da gran importancia a la predicación. Cubre un lapso de casi veinte siglos;
comienza con Jesús y sus apóstoles, continua con los primeros padres y los grandes
predicadores-teólogos después del concilio de Nicea, como Crisóstomo en Oriente
y Agustín en Occidente, pasa por los frailes y predicadores medievales, Francisco y
Domingo, los reformadores y puritanos, Wesley y Whitefield, y culmina con los
pastores modernos de los siglos XIX s XX. En segundo lugar, esta tradición amplia y
duradera es consecuente. Sin duda han existido excepciones que han descuidado e
incluso denigrado la predicación, las cuales he omitido en mi historia. Pero han
sido excepciones, desviaciones deplorables fuera de la norma. El consenso
cristiano a lo largo de los siglos ha sido magnificar la importancia de la
predicación, y recurrir a los mismos argumentos y vocabulario con el fin de
hacerlo. Es casi imposible no verse inspirado por este testimonio común.

Ésta es, entonces, una tradición que no puede ser dejada de lado livianamente. Sin
duda puede ser escriturada y evaluada. Sin duda, hoy está bajo el desafío de la
revolución social de nuestra era. Ciertamente, los desafíos deben ser encarados
con apertura e integridad; ese será nuestro objetivo en el siguiente capítulo. No
obstante, podremos evaluarlos con una imparcialidad mayor, sentirnos menos
amenazados por el ataque y menos perplejos ante los argumentos ahora que
hemos revisado la historia de la Iglesia y captado la gloria de la predicación en la
mirada de sus campeones de todos los siglos.
Capítulo 4. La base bíblica y teológica de la predicación.
Fundamentos teológicos para la predicación

En un mundo que aparentemente no está dispuesto a escuchar o no es capaz de


hacerlo, ¿cómo podemos estar persuadidos de continuar predicando, y aprender a
hacerlo en forma efectiva? El secreto esencial no es dominar ciertas técnicas sino
estar dominado por ciertas convicciones. En otras palabras, la teología es más
importante que la metodología. Al exponer el tema en forma simple no desestimo
la homilética como tema de estudio en seminarios, sino afirmo que la homilética
pertenece debidamente al departamento de teología práctica y no puede ser
enseñanza sin fundamentos teológicos sólidos. Sin duda, existen principios de
predicación por aprender y una práctica a desarrollar, pero es fácil poner
demasiada confianza en ellos. La técnica sólo puede hacernos oradores; si
queremos ser predicadores, teología es lo que necesitamos. Si nuestra teología es
válida, tenemos toda la comprensión básica que necesitamos para saber qué
debemos estar haciendo, y todo el incentivo que necesitamos para inducirnos a
hacerlo con fe.

La verdadera predicación cristiana (con lo que quiero decir «bíblica» o


«expositiva», según argumentaré más tarde) es extremadamente infrecuente en la
Iglesia de hoy. Jóvenes reflexivos de muchos países piden por ella, sin encontrarla.
¿Cuál es el motivo? La razón más importante sería una falta de convicción acerca
de su importancia, porque es razonable y benévolo suponer que si aquellos de
nosotros llamados a predicar (tanto pastores como predicadores laicos)
estuviéramos persuadidos de que éste es nuestro deber, deberíamos ir y hacerlo.
Entonces, si no es lo que hacemos (en general, éste es el caso) la explicación debe
ser que carecemos de la convicción necesaria.

Por ello mi tarea en este capítulo es intentar convencer a mis lectores de la


necesidad indispensable de la predicación bíblica cuidadosa, para la gloria de Dios
y el bien de la Iglesia. Mi intención es introducir cinco argumentos teológicos que
subyacen en la práctica de la predicación y la sustentan. Tienen relación con las
doctrinas de Dios y las Escrituras, de la Iglesia y la obra pastoral, y de la naturaleza
de la predicación como exposición. Cualquiera de estas verdades debiera ser
suficiente para convencernos; las cinco en conjunto nos dejan sin excusa.

4.1 Convicción acerca de Dios

Detrás del concepto y el acto de predicar yace una doctrina de Dios, una convicción
acerca de su ser, su acción y propósito. La clase de Dios en quien creemos
determina la clase de sermón que predicamos. Un cristiano debe ser al menos un
teólogo aficionado antes de aspirar a predicar. Tres afirmaciones acerca de Dios
son particularmente relevantes.

En primer lugar, Dios es luz. «Éste es el mensaje que hemos oído de él y que les
anunciamos: Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad» (1 Jn. 1:5). Ahora bien,
el simbolismo bíblico de la luz es rico y diverso, y la aserción de que Dios es luz ha
sido interpretada de distintas formas. Puede significar que Dios es perfecto en
santidad, porque a menudo en las Escrituras la luz simboliza pureza, y la oscuridad
el mal. Pero en la literatura juanina la luz representa con mayor frecuencia a la
verdad, como cuando Jesús dijo ser «la luz del mundo» (In. 8:12); asimismo, dijo a
sus seguidores que dejaran brillar su luz en la sociedad humana, en lugar de
esconderla Mt. 5:14-16). En este caso, la afirmación de Juan es que Dios es luz; que
no contenga oscuridad quiere decir que está al descubierto, no es un secreto, y que
se goza en darse a conocer.

Podemos decir que tal como la naturaleza de la luz consiste en brillar, la de Dios
consiste en revelarse a sí mismo. Ciertamente se esconde de sabios y entendidos,
pero sólo porque son orgullosos y no quieren conocerle; él se revela a «niños», es
decir a aquellos suficientemente humildes como para recibir su autorrevelación
(Mt. 11:25-26). La razón principal por la que las personas no conocen a Dios no es
que él se esconda de ellas, sino que ellas se esconden de él. Describimos como
«comunicativas» a las personas que ansían compartir sus pensamientos con otros.
¿No podríamos aplicar debidamente el mismo adjetivo a Dios? Él no juega a las
escondidas con nosotros, o se escabulle fuera de nuestra vista entre las sombras.
La oscuridad es el hábitat de Satanás; Dios es luz.
Todo predicador necesita el gran aliento que trae esta seguridad. Sentados en la
iglesia ante nosotros hay personas en una gran variedad de estados: algunos
enemistados con Dios, otros perplejos, incluso pasmados por los misterios de la
existencia humana, y aun otros rodeados de la oscura noche de duda e
incredulidad. Al hablarles, necesitamos estar seguros de que Dios es luz y de que
quiere hacer brillar su luz en la oscuridad de ellos (véase 2 Co. 4:4-6).

En segundo lugar, Dios ha actuado. Es decir, ha tomado la iniciativa de revelarse a


sí mismo en obras. Para comenzar, ha mostrado su poder y deidad en el universo
creado, de modo que el cielo y la tierra muestran su gloria.42 Pero Dios reveló aun
más de sí mismo en la redención que en la creación, puesto que cuando el hombre
se rebeló contra su Creador, Dios, en lugar de destruirlo planeó una misión de
rescate cuyo desarrollo es central en la historia humana. Puede decirse que el
Antiguo Testamento consiste en tres ciclos de liberación divina: el llamado de Dios
a Abraham, en Ur, luego los esclavos israelitas en Egipto, y luego los exiliados de
Babilonia.

Cada una fue una liberación, y llevó a formular o renovar el pacto por el que Yahvé
los hizo su pueblo y se comprometió a ser su Dios.

El Nuevo Testamento se centra en una nueva redención y pacto, el cual describe


como «mejor» y «eterno».43 Estos fueron asegurados por los actos más grandiosos
de Dios: el nacimiento, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo.

Así es que el Dios de la Biblia es un Dios cuya actividad es liberadora, quien vino al
rescate de la humanidad oprimida, quien se reveló a sí mismo como el Dios de
gracia o generosidad.
En tercer lugar, Dios habló. No sólo es comunicativo por naturaleza, sino que de
hecho se ha comunicado con su pueblo mediante el habla. La afirmación de los
profetas del Antiguo Testamento constantemente reiterada es que «la Palabra del

42 Véase Sal. 19:1; Is. 6:3; Ro. 1:19, 20.


43 Comparar el uso de los adjetivos «mejor» y «eterno» en Heb. 7:19, 22; 8:6; 9:12; 14, 15, 23; 13:20 y la expresión «más
glorioso» en 2 Co. 3:4-11.
Señor» vino a ellos. En consecuencia, solían burlarse de los ídolos paganos puesto
que, al estar muertos, eran mudos: «Tienen boca, pero no pueden hablar» (p. ej.,
Sal. 115:5). Hacían un contraste con el Dios vivo. Al ser espíritu no tiene boca, sin
embargo, se atrevían a decir: «El Señor mismo lo ha dicho» (Is. 40:5; véase 55:11).

Es importante agregar que el que Dios hablara se relacionaba con su actividad: se


molestó en explicar lo que hacía. Al llamar a Abraham en Ur, luego le habló sobre
su propósito y le dio el pacto de la promesa. Cuando llamó al pueblo de Israel a
salir de la esclavitud en Egipto, comisionó a Moisés que les enseñara cuál era la
razón: cumplir la promesa hecha a Abraham, Isaac y Jacob, confirmar su pacto con
ellos, entregarles sus leyes e instruirlos en su adoración. Al llamar a su pueblo a
salir de la humillación del exilio en Babilonia, levantó profetas que explicaran las
razones por las que este juicio había caído sobre ellos, las condiciones para su
restauración, y la clase de pueblo que deseaba que fueran. Al enviar a su Hijo a
hacerse hombre, vivir y servir en la tierra, a morir, a levantarse, reinar y derramar
su Espíritu, escogió y equipó a los apóstoles para que vieran sus obras, escucharan
sus palabras, y dieran testimonio de lo que vieron y oyeron.

La tendencia teológica moderna es hacer mucho hincapié en la actividad histórica


de Dios y negar que haya hablado; decir que la autorrevelación divina ha sido en
obras, no en palabras, y que es personal, no declarativa; y de hecho insistir en que
la redención es en sí misma la revelación. Pero ésta es una distinción falsa, que las
Escrituras mismas no contemplan. En lugar de ello, las Escrituras afirman que Dios
ha hablado mediante hechos históricos, como también mediante palabras
explicativas, y que ambas tienen una relación indisoluble. Incluso la palabra hecha
carne, el clímax de la progresiva autorrevelación divina, habría seguido siendo un
enigma si él no hubiera hablado y los apóstoles no lo hubieran descrito e
interpretado.

Aquí reside entonces una convicción fundamental acerca del Dios vivo, redentor,
que se revela a sí mismo. Es el fundamento en que descansa toda predicación
cristiana. Jamás debiéramos presumir ocupar un púlpito si no es éste el Dios en
que creemos. ¿Cómo osar hablar, si Dios no lo ha hecho? Por nuestra parte no
tenemos nada que decir. Dirigirse a una congregación sin tener la certeza de ser
portadores de un mensaje divino alcanzaría el carácter de arrogancia y locura. Es
al estar convencidos de que Dios es luz (y de que quiere ser conocido), que Dios ha
actuado (y así se ha dado a conocer), que Dios ha hablado (y explicado sus actos),
que debemos hablar y no podemos quedarnos en silencio. Como lo expresara
Amós: «Ruge el león; ¿quién no temerá? Habla el Señor omnipotente; ¿quién no
profetizará?» (3:8). Una lógica similar subyace en la afirmación de Pablo: «Escrito
está: 'Creí, y por eso hablé.' Con ese mismo espíritu de fe también nosotros
creemos, y por eso hablamos» (2 Co. 4:13; cita el Salmo 116:10). El «espíritu de fe»
al que se refiere es la convicción de que Dios ha hablado. Si no estamos seguros de
esto, sería mejor cerrar la boca. Una vez persuadidos de que Dios ha hablado, no
obstante, también nosotros debemos hablar. Hay una compulsión sobre nosotros.
Nada ni nadie será capaz de silenciarnos.

4.2 Convicción acerca de las Escrituras

Nuestra doctrina de Dios nos conduce natural e inevitablemente a nuestra doctrina


de las Escrituras. Si bien he titulado esta sección: “Convicción acerca de las
Escrituras», se trata en realidad de una convicción de varios aspectos, que puede
dividirse en al menos tres creencias distintas pero relacionadas.

En primer lugar, las Escrituras son la Palabra de Dios escrita. Esta definición está
tomada del Artículo 20 de los 39 Artículos de la Iglesia de Inglaterra. Se titula «De
la Autoridad de la Iglesia» y declara que «no es lícito a la Iglesia ordenar cosa
alguna contraria a la Palabra de Dios escrita». Por otro lado, si bien me referiré a
ello en otro párrafo, «la Palabra de Dios escrita» es una excelente definición de las
Escrituras, puesto que es una cosa creer que «Dios ha actuado», revelándose a sí
mismo en la obra histórica de la salvación, y en forma suprema en la Palabra hecha
carne. Es otra creer que «Dios ha hablado», inspirando a profetas y apóstoles a
interpretar sus obras. Una tercera etapa es creer que el habla divina, que registra y
explica la actividad divina, ha sido puesta por escrito. Y sólo así podía la revelación
particular de Dios hacerse universal, y lo que dijo e hizo en Israel y en Cristo podía
alcanzar a todas las personas en todo tiempo y lugar. Es así como la acción, el habla
y la escritura se relacionan en el propósito de Dios.

Sin embargo, cuando las Escrituras se definen como «la Palabra de Dios escrita», es
poca o ninguna la referencia a los agentes humanos por los que Dios habló y por
medio de los cuales su Palabra fue escrita. De ahí la necesidad de especificar la que
me refería. Cuando Dios hablaba, el método normal no era clamar en voz alta desde
un cielo azul. La inspiración no es dictado. En lugar de ello, puso sus palabras en las
mentes y labios humanos de tal modo que las ideas concebidas y sus palabras
fueron al mismo tiempo completamente de ellos y completamente suyas. La
inspiración no era en modo alguno incompatible con su investigación histórica o el
libre uso de sus mentes. Por ende, si hemos de ser fieles al relato que la Biblia hace
de sí misma, es esencial afirmar tanto la paternidad literaria humana como la
divina. No obstante, debemos ser cuidadosos al afirmar la doble paternidad
literaria de la Biblia (si siempre hemos de ser fieles a su propia comprensión), para
mantener tanto los factores divinos como los humanos, sin permitir que se separen
unos de otros. Por un lado, la inspiración divina no anuló la paternidad literaria
humana; por otro, la paternidad literaria humana no lo hizo con la inspiración
divina.

La Biblia corresponde igualmente a palabras de Dios y de los hombres; de forma


similar (no idéntica) Jesucristo es tanto el Hijo de Dios como el hijo del hombre. La
Biblia es la Palabra de Dios escrita, la Palabra de Dios enunciada por medio de las
palabras de los hombres, de boca de humanos y de puño y letra humanos.44

Retomo ahora la importancia de nuestra doctrina de la Biblia para nuestro


ministerio de la predicación. Todos los cristianos creemos que Dios hizo y dijo algo
único en Jesucristo; difícilmente podemos llamarnos cristianos si no creemos en
ello. ¿Pero qué objeto habría tenido esta obra y palabra definitiva de Dios en Jesús
si se hubiera perdido irremediablemente en la penumbra de la antigüedad? Puesto
que la obra y la Palabra de Dios en Jesús estaba destinada a las personas de todas
las épocas, Él proveyó, como era predecible, un registro fidedigno para que ellas

44 He desarrollado las implicancias de la doble paternidad literaria de la Escritura, especialmente en relación con las culturas
humanas, en mi charla en honor a Olivier Beguin de 1979, publicada por Li Sociedad Bíblica en Australia y el Reino Unido, y por
Inter-Varsity Press en los Estados Unidos.
fueran escritas y preservadas. Sin ello habría fracasado su propio propósito. Como
resultado, aun cuando nos separan casi 2.000 años de su obra y Palabra, Jesucristo
está a nuestro alcance.

Podemos llegar a él y conocerlo. Pero este acceso es sólo mediante la Biblia, ya que
en sus páginas el Espíritu Santo da vida a su propio testimonio de Cristo. Es verdad
que Tácito hizo una referencia breve y casual a Cristo en sus famosos Anales, y
existen alusiones más cuestionables a Jesús en Suetonio y Josefo. También es
verdad que la tradición ininterrumpida de la Iglesia cristiana da testimonio
elocuente de la dinámica realidad de su Fundador. Asimismo, es cierto que los cris-
tianos de hoy dan un testimonio contemporáneo de Jesús en base a su propia
experiencia. No obstante, si queremos conocer todos los hechos del nacimiento y
vida, palabra y obra, muerte y resurrección de Jesús, y la explicación veraz del
propio Dios, sólo podemos encontrarlos en la Biblia; es decir, si queremos escuchar
la Palabra de Dios mismo, debemos recordar que ésta habló en Cristo y en el
testimonio bíblico de Cristo.

Aquí comienza a emerger nuestra responsabilidad como predicadores. No consiste


principalmente en entregar nuestro testimonio del siglo veinte sobre Jesús (la
mayoría de la predicación actual en Occidente tiende a ser demasiado subjetiva),
sino traspasar fielmente al siglo veinte el único testimonio fidedigno que existe, el
testimonio que el propio Dios da de Jesús mediante los testigos oculares
apostólicos del siglo primero (y respaldarlo con nuestra propia experiencia). A este
respecto la Biblia es única. Es la «Palabra de Dios escrita», puesto que es ahí y sólo
ahí que encontramos la interpretación divina de su acción redentora. Sin duda los
documentos del Nuevo Testamento fueron escritos en el ambiente de las
comunidades cristianas del siglo I. Estas comunidades preservaron y, hasta cierto
grado, moldearon la tradición en el sentido que (en términos humanos) fueron sus
necesidades de evangelización, catequesis y adoración las que determinaron en
gran medida lo que se preservaba.

Cada vez se reconoce más la idea de que los autores del Nuevo Testamento
escribían como teólogos, y cada uno seleccionaba y presentaba su material de
acuerdo con su propósito teológico particular. No obstante, ni las iglesias ni los
escritores inventaron o distorsionaron su mensaje. La autoridad de éste tampoco
deriva de ellos o de su fe, puesto que ninguno de los apóstoles escribió en nombre
de una iglesia o iglesias. Por el contrario, confrontaban a las iglesias en nombre de
Jesucristo y con la autoridad proveniente de él. Y llegada la hora de establecer el
canon del Nuevo Testamento, lo que hizo la Iglesia no fue conferir autoridad a los
libros incluidos, sino reconocer la autoridad que ya poseían por contener la
enseñanza de los apóstoles.

Con seguridad no podremos manejar las Escrituras apropiadamente en el púlpito


si nuestra doctrina de las Escrituras no es la adecuada. Por otro lado, los cristianos
evangélicos, quienes tienen la mejor doctrina de las Escrituras en la Iglesia, deben
ser claramente los predicadores más concienzudos. El hecho de no serlo debiera
causar que inclinemos nuestra cabeza en señal de vergüenza. Si las Escrituras
fueran ante todo un simposio de ideas humanas, aun cuando reflejaran la fe de las
primeras comunidades cristianas, iluminadas ocasionalmente por una luz de
inspiración divina, sería perdonable el tener una actitud algo casual hacia ellas.
Pero en ellas tenemos las palabras mismas del Dios vivo, no «palabras que enseña
la sabiduría humana sino con las que enseña el Espíritu» (1 Co. 2:13), la palabra de
Dios en las palabras de los hombres, su propio testimonio sobre su propio Hijo, por
lo que ningún esfuerzo por estudiarlo y exponerlo es bastante grande.

Más aún, es necesario que en nuestra predicación mantengamos tenidos los actos
de salvación y las palabras escritas de Dios. A algunos predicadores les fascina
hablar de la «obra poderosa» de Dios, y realmente parecen creer en ella, pero lo
que dicen tiende a ser su propia interpretación al respecto, en lugar de lo que Dios
mismo dijo acerca de ella en las Escrituras. Otros predicadores son completamente
fidedignos en la exposición de la Palabra de Dios, pero son académicos y aburridos
porque han olvidado que el centro de la Biblia no es lo que Dios ha dicho, sino lo
que ha hecho para nuestra salvación mediante Cristo Jesús. Los del primer grupo
intentan ser «heraldos de Dios», proclamando las buenas nuevas de la salvación,
pero fallan en su administración de la revelación. Los del segundo grupo tratan de
ser «servidores» de Dios, guardando %- dispensando en forma comprometida su
Palabra, pero han perdido el entusiasmo propio de la tarea del heraldo. El
verdadero predicador es tanto un servidor fiel, «encargado de administrar los
misterios de Dios» (1 Co. 4:1, 2) como un heraldo ferviente de sus buenas nuevas.

A veces utilizamos la expresión «en resumidas cuentas», para referirnos a la


conclusión de un asunto. Ahora bien, los cristianos creemos que, en resumidas
cuentas, todo lo que ha tenido que decirse se ha dicho, porque Dios ha hablado y
actuado en Jesucristo. Más aún lo ha hecho hapax, de una vez y para siempre. En
Cristo, la revelación y redención de Dios están completas. Nuestra tarea es levantar
nuestras voces y darlas a conocer a otros y a nosotros mismos, para lograr una
comprensión y experiencia de ellas cada vez mayor.
Nuestra segunda convicción acerca de las Escrituras es que Dios sigue hablando
mediante lo que ya ha dicho. Si nos contentáramos con afirmar «las Escrituras son
la Palabra de Dios escrita», y nos detuviéramos allí, nos expondríamos a la crítica
de que, de no estar muerto nuestro Dios, al menos puede darse por muerto.

Porque damos la impresión de que aquel que habló hace siglos guarda silencio hoy,
y que la única palabra que podemos oír de él proviene de un libro, un eco débil del
pasado distante, con un fuerte olor al moho de las bibliotecas. Pero no, esto no es
en absoluto lo que creemos. Las Escrituras son mucho más que una colección de
documentos antiguos en que se preservan las palabras de Dios. No se trata de un
tipo de museo en que la Palabra de Dios se exhibe tras un vidrio, como un fósil o
una reliquia. Por lo contrario, es una Palabra viva, dirigida a personas vivas, que
proviene del Dios vivo; es un mensaje contemporáneo para el mundo
contemporáneo.

Claramente los apóstoles comprendieron esto y creyeron en ello con respecto a los
oráculos del Antiguo Testamento. Siempre presentaban sus citas bíblicas con una
de dos fórmulas: gegraptai gar («Porque escrito está») o bien legei gar («Porque
dice», «así dice»). El contraste entre estas fórmulas no es sólo el del tiempo
perfecto y el presente continuo, y por ende entre un evento del pasado y una
actividad del presente, sino entre la escritura y el habla. Ambas expresiones dan
por sentado que Dios ha hablado; pero en el primer caso lo que dijo fue escrito y es
un registro escrito permanente, mientras que en el segundo continúa diciendo lo
que ya había dicho una vez.

Tomemos como ejemplo las afirmaciones de Pablo en Gálatas 4. El versículo 22


comienza así: «¿Acaso no está escrito (gegraptai gar) que Abraham tuvo dos
hijos...?» ; en el verso previo, Pablo preguntaba: ¿por qué no le prestan atención a
lo que la ley misma dice?, y en el versículo 30 pregunta: «¿qué dice la Escritura?»
Estas son expresiones extraordinarias, porque la «Ley» y «la Escritura» son libros
antiguos. ¿Es posible decir que un libro antiguo «habla» de modo que lo podemos
«oír»? Sólo de una forma, a saber, que Dios habla por medio de él, y que debemos
escuchar su voz.

En Hebreos 3 y 4 se destaca este concepto de la voz contemporánea de Dios. El


autor cita el Salmo 95: «Si ustedes oyen su voz, no endurezcan el corazón», y
presenta la cita con las palabras «como dice el Espíritu Santo». Con ello implica que
el Espíritu Santo hace «hoy» el mismo llamado a escucharlo que hace siglos,
cuando el salmo fue escrito. Por cierto, es posible detectar aquí cuatro etapas en las
que Dios ha hablado y habla. La primera fue el tiempo de prueba en el desierto,
cuando Dios habló pero Israel endureció su corazón. Luego viene la exhortación
del Salmo 95 a no repetir la antigua necedad de Israel. En tercer lugar venía la
aplicación de la misma verdad a los hebreos cristianos del siglo primero d.C.; en
cuarto lugar, el llamado llega a nosotros al leer la Epístola a los Hebreos hoy. Es de
esta forma que la Palabra de Dios es contemporánea. Avanza con los tiempos y
continúa dirigiéndose a cada nueva generación.

Puede citarse otro ejemplo para demostrar que este principio se aplica en igual
forma a las Escrituras del Nuevo Testamento. Cada una de las siete cartas a las
iglesias de Asia que se encuentran en Apocalipsis 2 y 3 concluyen con una petición
idéntica del Señor Jesús resucitado: «el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias». Es una oración notable. Presuntamente cada iglesia habrá
escuchado la lectura en voz alta de su carta particular en la asamblea pública, y
cada una sabía que Juan la había escrito en la isla de Patmos, semanas o incluso
meses antes. Y sin embargo, cada carta concluye con la afirmación de que el
Espíritu estaba hablando a las iglesias. Ello demuestra que las cartas a cada iglesia
en particular se aplicaban también a «las iglesias» en general; que el mensaje
proveniente de Juan tuvo su origen con el Espíritu; y que el Espíritu aun decía en
voz viva lo que Juan había escrito tiempo atrás, incluso a cada miembro de la
iglesia en particular que tenía oídos para escuchar.

Una vez que hayamos comprendido que «Dios sigue hablando mediante lo que ya
ha dicho», estaremos bien protegidos ante dos errores opuestos. El primero es
creer que, si bien fue escuchada en tiempos antiguos, la voz de Dios calla hoy. La
segunda es la idea de que Dios ciertamente habla hoy, pero que su Palabra tiene
poco o nada que ver con la Escritura. Lo primero lleva a coleccionar antigüedades
cristianas; lo segundo, al existencialismo cristiano. La seguridad y verdad residen
en las convicciones asociadas de que Dios ha hablado y Dios habla, y que ambos
mensajes están estrechamente relacionados, porque habla por medio de lo que ya
dijo. El hace que su Palabra sea viva, contemporánea y relevante, hasta el punto de
encontrarnos nuevamente en el camino a Emaús con Cristo mismo exponiendo las
Escrituras, y con nuestros corazones ardiendo. Otra forma de expresar la misma
verdad es que debemos mantener juntos la Palabra de Dios y su Espíritu, puesto
que lejos del Espíritu la Palabra está muerta, mientras que lejos de la Palabra el
Espíritu es ajeno.

No hay mejor forma de expresar este tema que tomando prestado una expresión
que he oído del Dr. James I. Packer. «Habiendo estudiado la doctrina de las
Escrituras durante toda una vida», dijo, «el modelo de descripción más
satisfactorio que he encontrado es el siguiente: 'La Biblia es Dios predicando'».

La tercera convicción necesaria para un predicador es que la Palabra de Dios es


poderosa. Porque Dios no sólo ha hablado; no sólo continúa hablando mediante sus
palabras, sino que cuando habla, él actúa. Su palabra hace más que explicar su
accionar; es activa en sí misma. Dios logra su propósito mediante su Palabra; ésta
«hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos» (Is. 55:11).

Tiene particular importancia que estemos seguros del poder de la Palabra de Dios,
porque en nuestros días hay un desencanto generalizado hacia todas las palabras.
Se escriben y pronuncian millones cada día, con un efecto aparente muy reducido.
La Iglesia es uno de los peores transgresores, y en consecuencia algunos la
consideran una habladora profesional inútil. Más aún, la crítica prosigue: si la
Iglesia habla demasiado, es que hace muy poco. Tiene una gran boca, pero manos
encogidas. Ha llegado la hora de dejar de hablar y comenzar a actuar. En particular,
¡que bajen de sus púlpitos esos clérigos parlanchines, que pongan las manos en la
masa y hagan algo productivo para variar!

Existe demasiada verdad en esta acusación como para poder restarle importancia.
Ciertamente la Iglesia tiene un mejor historial por sus palabras que por sus hechos,
y algunos de nosotros debemos confesar que hemos fallado en seguir las Escrituras
en lo referente a defender a quienes no tienen poder y buscar la justicia social.
Pero no debemos poner las palabras y los hechos como si fueran alternativas
opuestas. De Jesús se escribe que «anduvo haciendo el bien» y que «recorría...
enseñando... sanando...» (Hch. 10:38; Mt. 4:23; 9:35). En su ministerio combinó
palabras y hechos, no vio necesidad de escoger, y nosotros tampoco debiéramos
hacerlo. Por otro lado, ¿de dónde proviene esta desconfianza hacia las palabras?
Ellas están lejos de ser impotentes. El diablo las utiliza constantemente en la
propaganda política y la explotación comercial. Y si sus mentiras tienen poder,
¿cuánto más poderosa es la verdad de Dios? James Stalker lo expresó así:

Parece la más frágil de todas las armas: porque ¿qué es una palabra? Es
sólo un soplo de aire, una vibración que tiembla en la atmósfera por un
momento y desaparece luego... (Ysin embargo), aunque sólo sea un arma
de aire, la palabra es más fuerte que la espada del guerrero.45

Lutero creía en ello. En su famoso himno Ein'Feste Burg (c. 1529), en que hizo
alusión al poder del diablo, agregó ein Wórtlein wird ihn fälllen, «una pequeña
palabra lo derribará». J.B. Cabrera tradujo el himno, Castillo fuerte es nuestro Dios.
Éste fue el resultado de la estrofa en cuestión:

45 Stalker, p. 93.
Aunque demonios mil estén prontos a devorarnos, no temeremos
porque Dios sabrá cómo ampararnos. ¡Que muestre su vigor,
Satán y su furor!
Dañarnos no podrá,
pues condenado es ya
por la Palabra santa.

No es que nuestras palabras siempre sean escuchadas; a menudo no tienen efecto.


Caen en oídos sordos y son pasadas por alto. No obstante la Palabra de Dios es
diferente, porque en sus palabras se conjugan el habla y la acción. Él creó el
universo por su Palabra: «porque él habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo
quedó firme» (Sal. 33:9). Y ahora recrea y salva por la misma palabra de autoridad.
El evangelio de Cristo es poder de Dios para salvación de todo creyente, porque a
Dios le place salvar a quienes creen mediante el kérugma, el mensaje proclamado
(Ro. 1:16; 1 Co. 1:21; véase 1 Ts. 2:13).

En la Biblia se utilizan muchos símiles para ilustrar la influencia poderosa de la


Palabra de Dios. «Ciertamente, la Palabra de Dios es viva y poderosa, y más
cortante que cualquier espada de dos filos» (Heb. 4:12), porque penetra mente y
conciencia. Como un martillo puede partir corazones de piedra y puede quemar
basura como el fuego. Ilumina nuestro camino, y brilla como una lámpara en una
noche oscura; como un espejo nos muestra lo que somos y debiéramos ser.
También se asemeja a la semilla que germina, la leche que hace crecer, el trigo que
fortalece y la miel que endulza, y al oro que enriquece sin medida a quien lo
posee.46

Un predicador que conocía por experiencia el poder de la Palabra de Dios era John
Wesley. Su diario está lleno de referencias a ella, especialmente sobre su poder
para apaciguar una multitud hostil y traerla a la convicción de pecado. El 10 de
septiembre de 1743, sólo cinco años después de su conversión, Wesley predicó al
aire libre a una congregación excepcionalmente numerosa cerca de St. Just en
Cornwall: «Exclamé, con toda la autoridad del amor; ‘¿Por qué moriréis, casa de

46 Jer. 23:29; Sal. 119:105; Stg. 1:18, 22-5; 1 P. 1:23-2:2; Sal. 19:10.
Israel?’». La gente tembló y quedó en calma. Hasta ese momento no había visto
nada así en Cornwall». El 18 de octubre de 1749 encontró dura oposición en
Bolton, Lancashire. Una turba rodeó la casa, tiró piedras por las ventanas y luego
irrumpió dentro.

Veinte años después, el mismo poder estaba presente en la predicación de Wesley.


El 18 de mayo de 1770 escribió: «Confío en que esta noche el Señor haya
quebrantado algunos de los corazones de piedra de Dunbar». El 1 de junio de 1777
predicó en el patio de una iglesia en la Isla de Man, y «la Palabra de Dios fue
poderosa». En la Iglesia de St. Luke en la Old Street de Londres, el 28 de noviembre
de 1778: «el temor de Dios parecía poseer a toda la audiencia». Más de una década
después, cuando Wesley tenía 85 años, «Dios se movió maravillosamente en los
corazones de las personas» en Falmouth, Cornwall (el 17 de agosto de 1789),
mientras en Redruth se reunió «una inmensa multitud» y «la Palabra de Dios
parecía penetrar profundo en cada corazón» (22 de agosto de 1789).

No debemos imaginar que estas experiencias eran exclusivas del siglo XVIII o de
John Wesley. Billy Graham, el evangelista más conocido mundialmente hoy en día y
que más ha viajado, afirma lo mismo. En la Asamblea de Líderes Cristianos
Panafricana de Nairobi (diciembre de 1976), lo escuché decir: «He tenido el
privilegio de predicar el evangelio en cada continente y en la mayoría de los países
del mundo, y cuando presento el mensaje del simple evangelio de Jesucristo con
autoridad, él lleva el mensaje y lo introduce en los corazones humanos en forma
sobrenatural».

Alguien pudiera comentar: «Está muy bien citar a Lutero, Wesley y Billy Graham.
Sin duda sus palabras han tenido poder. ¿Pero acaso no se trataba de personas
excepcionales, con dones y talentos excepcionales? ¿Y qué de mí? Me desvivo
predicando domingo tras domingo, y la buena semilla cae al costado del camino y
es pisoteada. ¿Por qué no es más poderosa la Palabra de Dios cuando viene de mis
labios?» A ello debo responder que sí, por supuesto que en cada generación Dios
levanta personas especiales, les da dones especiales y los reviste de un poder
especial. Sería un error envidiar a Lutero o a Wesley, y una tontería imaginar que
cada uno de nosotros tiene el don evangelístico de Billy Graham.

No obstante, las Escrituras justifican la expectativa de que, al menos en ocasiones,


nuestra predicación de la Palabra será efectiva. Consideren la Parábola del
Sembrador, a la que se hizo referencia anteriormente. Por un lado, Jesús nos
enseñó a no esperar que toda nuestra siembra lleve fruto. Debemos recordar que
parte del suelo es duro y pedregoso, y que los pájaros, la maleza y el sol ardiente
hacen lo suyo con la semilla. Por ello no debemos sentir demasiado desaliento.

Por otro lado, Jesús ciertamente nos animó a esperar que parte del suelo sea bueno
y productivo, y que la semilla que ahí caiga lleve fruto duradero. Hay vida y poder
en la semilla, y cuando el Espíritu prepara el suelo y riega la semilla, aparecerá el
crecimiento y los frutos.

Estas convicciones acerca de Dios y el hombre, acerca del hombre como prisionero
y de Dios como el que libera mediante su Palabra, transforman el trabajo de
predicar. Llegamos al púlpito con una Palabra poderosa en nuestras manos,
corazón y boca; esperamos resultados; buscamos conversiones. Tal como lo dijera
Spurgeon al dirigirse a los pastores:

Orad y predicad de tal manera, que quedéis atónitos, asombrados y


quebrantados si no hay conversiones. ¡Buscad la salvación de vuestros
oyentes con el mismo deseo que el ángel que hará sonar la última
trompeta espera el despertar de los muertos! ¡Creed en vuestra doc-
trina! ¡Creed en vuestro Salvador! ¡Creed en el Espíritu Santo que mora
en vosotros! Porque así veréis el deseo de vuestro corazón, y será
glorificado Dios.47

Se cuenta una historia divertida acerca de un predicador itinerante que pasaba por
la puerta de seguridad de un aeropuerto.

Esto ocurrió antes de la era del escáner electrónico. Mientras el funcionario de

47 Spurgeon, All Round Ministry, p. 187.


seguridad inspeccionaba desordenadamente el equipaje del predicador, se
encontró con una caja de cartón negra que contenía la Biblia del predicador, y
sintió curiosidad de saber qué contenía. «¿Qué hay en la caja?», preguntó con
sospecha, y recibió una inesperada respuesta: «¡Dinamita!» Desafortunadamente,
la historia no indica qué sucedió después. Sin embargo, creer en el poder explosivo
de la Palabra de Dios (poder que no es como un encantamiento mágico, sino se
basa en que el Dios que habló habla otra vez) debiera bastar por sí mismo para
convertir en un predicador eficiente a cada persona llamada a este ministerio
privilegiado.

4.4 Convicción acerca de la Iglesia

Sin duda tenemos numerosas convicciones acerca de la Iglesia, pero para este
propósito consideraré sólo una: que la Iglesia es creación de Dios realizada
mediante su Palabra. Más aún, la nueva creación de Dios (la Iglesia) depende tanto
de su Palabra como la antigua creación (el universo). No sólo la hizo nacer por su
Palabra, sino que la mantiene y sustenta, dirige y santifica, reforma y renueva
mediante la Palabra misma. La Palabra de Dios es el cetro mediante el cual Cristo
gobierna la Iglesia y el alimento con que la nutre.

La dependencia de la Iglesia en la Palabra no es una doctrina de fácil aceptación


para todos. En el periodo de la polémica católico-romana, por ejemplo, sus
defensores insistían en que «la Iglesia escribió la Biblia», y por ende tiene
autoridad sobre ella. Incluso hoy en día es posible, en ocasiones, escuchar este
argumento bastante simplista. Ahora bien, por cierto es verdad que ambos testa-
mentos fueron escritos en el contexto de una comunidad creyente, y que la esencia
del Nuevo Testamento, según la providencia de Dios, tal como hemos hecho notar,
fue determinada en cierta medida por las necesidades de las congregaciones
cristianas locales. En consecuencia, la Biblia no puede ser separada del ambiente
en el que surgió, ni ser comprendida aislándola de él. Sin embargo, los protestantes
siempre han enfatizado que es engañoso, incluso erróneo, decir que «la Iglesia
escribió la Biblia»; la verdad es casi lo opuesto, «que la Palabra de Dios creó la
Iglesia», porque podemos decir que el pueblo de Dios comenzó a existir cuando su
Palabra y no a Abraham, y lo llamó e hizo un pacto con él. De forma similar, fue por
medio de la predicación apostólica de la Palabra de Dios, en el poder del Espíritu
Santo, en el día de Pentecostés, que el pueblo de Dios pasó a ser el Cuerpo de Cristo
lleno del Espíritu.

No es difícil demostrar la dependencia del pueblo de Dios en su Palabra, puesto


que en todas las Escrituras Dios se dirige a su pueblo, enseñándole sus caminos y
llamándolo por causa suya y por la de ellos que escuchen y atiendan este mensaje.
Si es cierto que «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios» (Dt. 8:3, citado por Jesús en Mt. 4:4), lo mismo se aplica a la Iglesia.
El pueblo de Dios vive y florece sólo al creer y obedecer su Palabra.

El Antiguo Testamento está repleto de exhortaciones de Dios para que su pueblo lo


oiga. La caída de Adán se debió a la locura de escuchar la voz de la serpiente y no la
de su Creador. Cuando Dios estableció su pacto con Abraham, él fue hecho justo
por creer en su promesa, y Dios reiteró su bendición «puesto que me has
obedecido» (Gn. 15:1-6; 22:15-18). Cuando Dios confirmó su pacto con Israel en
cumplimiento de sus promesas a Abraham, Isaac y Jacob, y prometió hacer de ellos
su posesión especial entre todos los pueblos, la condición fue: «si ahora ustedes me
son del todo obedientes» (Ex. 2:24; 19:3-6). Fue así que cuando el pacto fue rati-
ficado por el sacrificio, y «todas las palabras y disposiciones del Señor» fueron
dichas al pueblo, ellos respondieron al unísono: «Haremos todo lo que el Señor ha
dicho» (Ex. 24:3). Debido a la trágica historia de desobediencia durante los
cuarenta años de viaje por el desierto, («Pero muy pronto olvidaron sus acciones...
y no obedecieron al Señor», Sal. 106:13, 25), el pacto fue renovado y se reiteró la
ley para beneficio de la nueva generación, antes de que entraran a la tierra
prometida. Una de las frases que se reiteran en Deuteronomio es: «Escuchen,
israelitas». Su mensaje se resume en estas palabras: «Ahora, israelitas, escuchen
los preceptos y las normas que les enseñé, para que los pongan en práctica. Así
vivirán y podrán entrar a la tierra... De este modo a ti y a tus descendientes les irá
bien».48

48
Por ejemplo, Dt. 4:1, 40; 5:1; 6:1-3; 11:26-28; 12:28; 15:5; 28:1.
Aun más explícito es el profeta Jeremías, aliado cercano del buen rey Josías,
durante cuyo reinado se volvió a descubrir en el templo el libro de la ley. Ambos,
profeta y rey, llamaron al arrepentimiento y rededicación nacional, pero la
respuesta del pueblo fue superficial y pasajera. La queja divina de boca de Jeremías
fue franca:

Lo que sí les ordené fue lo siguiente: 'Obedézcanme. Así yo seré su Dios,


y ustedes serán mi pueblo. Condúzcanse conforme a todo lo que yo les
ordene, a fin de que les vaya bien.' Pero ellos no me obedecieron ni me
prestaron atención, sino que siguieron los consejos de su terco y
malvado corazón. Fue así como, en vez de avanzar, retrocedieron. Desde
el día en que sus antepasados salieron de Egipto hasta ahora, no he
dejado de enviarles, día tras día, a mis servidores los profetas. Con todo,
no me obedecieron ni me prestaron atención, sino que se obstinaron y
fueron peores que sus antepasados.49

Entonces el juicio de Dios cayó sobre ellos, Jerusalén fue sitiada tomada, el templo
fue demolido y el pueblo fue conducido a su cautividad en Babilonia. El epitafio
nacional escrito por el cronista hizo eco del lenguaje de los profetas:

Por amor a su pueblo y al lugar donde habita, el Señor, Dios de sus


antepasados, con frecuencia les enviaba advertencias por medio de sus
mensajeros. Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, tenían en
poco sus palabras, y se mofaban de sus profetas. Por fin, el Señor desató
su ira contra el pueblo, y ya no hubo remedio.50

Queda claro en este breve recuento de la historia del Antiguo Testamento que Dios
ha hecho depender el bienestar de su pueblo consistentemente de que escuchen su
voz, crea en sus promesas y obedezca sus mandamientos.

Algo similar sucede en el Nuevo Testamento, si bien ahora los voceros de Dios son

49 Jer. 7:23-26; véase 25:3-7; 32:33; 35:12-16; 4:1-6.


50 2 Cr. 36:15, 16.
apóstoles en lugar de profetas. Ellos también afirman ser portadores de la Palabra
de Dios (1 Ts. 2:13). Designados por Cristo e investidos con su autoridad hablan sin
temor en su nombre, y esperan que las iglesias crean en su instrucción y
obedezcan sus órdenes (p. ej., 2 Ts. 3). Entonces, por medio de los escritos de ellos,
Cristo se dirige a su Iglesia, en la misma forma en que él lo hace en sus cartas
dirigidas a las siete iglesias. Él los instruye, amonesta, reprende y alienta, les da
promesas y advertencias, y los llama a escuchar, creer, obedecer y mantenerse
firmes hasta su venida. En todo el Nuevo Testamento se hace evidente que la salud
del pueblo de Dios depende de la atención que prestan a la Palabra de Dios.
Los predicadores de hoy no son apóstoles ni profetas, porque no son los receptores
de una nueva revelación de tipo directo.

La Palabra de Dios no nos llega a nosotros como a ellos; más bien debemos llegar a
la Palabra. Sin embargo, si exponemos las Escrituras en forma fidedigna, será su
Palabra la que se encuentre en nuestra boca y manos; el Espíritu Santo puede
hacerla palabra viva y poderosa en los corazones de nuestros oyentes. Por otro
lado, nuestra responsabilidad nos parecerá más pesada cuando recordemos el
vínculo indisoluble que hemos trazado entre la Palabra de Dios y su pueblo. Una
iglesia sorda es una iglesia muerta: éste es un principio inalterable. Dios da vida a
su pueblo, lo alimenta, inspira y guía mediante su Palabra. Porque siempre que la
Biblia es expuesta en forma verdadera y sistemática, Dios la utiliza para darle a su
pueblo la visión, sin la cual perecen. Primero, comienzan a ver lo que él quiere que
sean: su nueva sociedad en el mundo. Luego, llegan a utilizar los recursos que él les
ha dado en Cristo para cumplir su propósito. Es por ello que la Iglesia sólo puede
alcanzar la madurez, servir al mundo y glorificar a su Señor cuando escucha en
forma humilde y obediente.

La historia proporciona amplia evidencia de la relación indestructible entre la


Iglesia y la Palabra, entre el estado de la comunidad cristiana y la calidad de su
predicación. El Dr. D.M. Lloyd-Jones pregunta: «¿No es cierto que al observar la
historia general de la Iglesia, nos damos cuenta que los periodos y eras decadentes
de su historia siempre fueron aquellos en que la predicación declinó?» Y prosigue:
«¿Qué es lo que siempre anuncia el nacimiento de una reforma o un avivamiento?
Es la predicación renovada».51

La extensa obra en dos volúmenes, History of Preaching, del Dr. E.C. Dargan, la cual
abarca desde el 70 d.C. a 1900, confirma ampliamente esta visión. Él escribe:

El decaimiento de la vida y actividad espirituales en las iglesias va


acompañada comúnmente de una predicación formal, sin vida ni fruto, y
ello es en parte la causa y, en parte, el efecto. Por otro lado, es posible
indagar en los grandes avivamientos de la historia cristiana hasta llegar
al púlpito; en su progreso han desarrollado y hecho posible una
predicación de alto rango.52

Sería imposible describir la Iglesia mundial de hoy en día haciendo


generalizaciones drásticas, puesto que su condición varía enormemente de país a
país, y de cultura en cultura. La secularización de Europa, (junto con aquellas
partes del mundo occidental que han mantenido estrechos vínculos con ella) sigue
avanzado en forma constante desde los últimos dos siglos. En los Estados Unidos
existe un auge religioso impresionante, el cual sin embargo deja perplejos a los
observadores que están a su favor, los cuales no pueden reconciliarlo fácilmente
con las estadísticas alarmantes de crimen, violencia, aborto y divorcio en esa
nación. En algunos países no democráticos, y en aquellos en que predomina la
cultura islámica, la Iglesia es inhibida, y hasta recibe oposición o persecución
abierta. No obstante, en algunos de los países en desarrollo, en Asia, África y
Latinoamérica, el ritmo de crecimiento de la Iglesia es tan rápido que de continuar
así el liderazgo internacional de la Iglesia pronto pasará a manos del Tercer
Mundo, o quizás ya ha acontecido. Aun así los mismos líderes confiesan que, de la
mano con el vigor y el entusiasmo de la vida en sus iglesias, existe aun mucha
superficialidad e inestabilidad.

En esta situación tan abigarrada, en que a grandes rasgos la Iglesia está perdiendo
terreno, ¿será posible identificar una única causa de debilidad? Muchos dirían que

51 Lloyd-Jones, Preaching, p. 24.


52 Dargan, Vol. 1, p. 13.
no, y ciertamente existen muchas causas. No obstante, en lo personal no dudo en
afirmar que una razón importante (quizás la mayor) del decaimiento de la Iglesia
en ciertas áreas y de inmadurez en otras, es lo que Amós llamó: «hambre de oír las
palabras del Señor» (Amós 8:11). El bajo nivel de la vida cristiana se debe, más que
cualquier otra cosa, al bajo nivel de predicación cristiana. Aunque nos cueste
trabajo reconocerlo, la banca es un reflejo del púlpito. Rara vez, o quizás nunca, la
banca supera al púlpito.

Por ello, si la Iglesia ha de florecer de nuevo no hay mayor necesidad que recobrar
la predicación bíblica, poderosa y llena de fe. Dios aún dice a su pueblo: «si
escucharas hoy mi Palabra» (véase Sal. 95:7) y a los predicadores «si la
proclamaran».

4.5 Convicción acerca de la labor pastoral

Existe mucha inseguridad en la Iglesia moderna acerca de la naturaleza y funciones


del ministerio cristiano profesional. En primer lugar, el prestigio social del que
disfrutó el clero en los países de Occidente ha disminuido considerablemente.
Asimismo, y puesto que el estado ha asumido mucha de la obra filantrópica de la
cual la Iglesia fue pionera (p. ej., en medicina, educación y asistencia social),
algunos que podrían haberse interesado por la ordenación descubren que pueden
servir igualmente en la llamada «ciudad secular». Luego, y en su mayor parte como
resultado del movimiento carismático, ha sido recuperada la doctrina neotesta-
mentaria del cuerpo de Cristo, con su corolario de que cada miembro posee un don
y por ende un ministerio. Al ser así, algunos se preguntan si sigue siendo necesario
un ministerio profesional. ¿No ha pasado a ser redundante el clero? Éstas son
algunas de las tendencias que contribuyen al presente con la reducción del estado
anímico del clero.

En esta situación, se hace urgente reafirmar la enseñanza del Nuevo Testamento de


que Jesús aún brinda supervisores a su Iglesia y busca que sean un rasgo
permanente de su estructura. «Se dice, y es verdad, que si alguno desea ser obispo,
a noble función aspira» (1 Ti. 3:1).
Por otro lado, al buscar restablecer esta verdad, sería útil recuperar
simultáneamente para estos obispos la designación neotestamentaria de «pastor».
«Ministro» es un término equívoco, puesto que su carácter genérico y no
específico, demanda siempre un adjetivo calificativo para indicar qué ministerio se
tiene en mente. Desafortunadamente, «sacerdote» también es un término equí-
voco, ya que significa: «hombre dedicado y consagrado a hacer, celebrar y ofrecer
sacrificios» (DRAE). Este término se utiliza para traducir el griego hiereus —
referido al sacerdote que ofrece sacrificios—, el cual nunca es usado en el Nuevo
Testamento para referirse a ministros cristianos. El llamar «sacerdotes» al clero (si
bien es una práctica común en los círculos católico-romanos, luteranos y
anglicanos) da la falsa impresión de que el ministerio se dirige primeramente a
Dios, mientras que el Nuevo Testamento lo describe como un ministerio dirigido a
la Iglesia. Por lo tanto, «pastor» sigue siendo el término más exacto.

La objeción de que significa pastor de ganado, y que el término es irrelevante para


las grandes ciudades del siglo XX, puede abordarse al recordar que el Señor Jesús
se llamó a sí mismo «el Buen Pastor», que aun los cristianos de las ciudades
siempre piensan en él como tal, y que su ministerio pastoral (con sus
características de conocimiento íntimo, sacrificio, liderazgo, protección y cuidado),
sigue siendo un modelo permanente para todos los pastores.

Este cambio del simbolismo fue expresión de un cambio en la comprensión del


ministerio ordenado. Su esencia era considerada ahora como pastoral, no
sacerdotal. Era y es un ministerio de la Palabra, puesto que la principal
responsabilidad del pastor que «apacienta» sus ovejas es «alimentarlas». Al tiempo
que Dios reprendió a los pastores de Israel por alimentarse a sí mismos en lugar de
alimentar su rebaño, el Divino Pastor hace que sus ovejas descansen «en verdes
pastos» (Ez. 34:1-3; Sal. 23:1, 2). Al elaborar esta imagen retórica del Nuevo
Testamento, Jesús no sólo promete que sus ovejas entrarán, y saldrán, y hallarán
pastos, seguras bajo su cuidado, sino que volvió a entregar esta comisión a Pedro
repitiendo la tiendo la instrucción: «Apacienta mis corderos» y «Apacienta mis
ovejas» (Jn. 10:9; 21:15, 17).
Los apóstoles nunca olvidaron este mandato. Pedro mismo escribió más tarde:
«Cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo», mientras que Pablo
se dirigió a los ancianos de la Iglesia de Efeso con las palabras: «Tengan cuidado de
sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como
obispos (guardianes) para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su
propia sangre» (1 P. 5:2; Hch. 20:28). Con toda seguridad que los ancianos
entendieron el privilegio de que el Sumo Pastor les había delegado el cuidado
pastoral de sus propias ovejas, a las que había comprado con su vida y sangre.

Por supuesto, alimentar el rebaño de Dios es una expresión metafórica que


significa enseñar a la Iglesia. Así es que el pastor es esencialmente el maestro. Es
cierto, Cristo le ha prohibido estrictamente enseñar en forma autoritaria, que
busque usurpar la prerrogativa del Espíritu de verdad y hacer que la congregación
se vuelva dócil y dependiente del pastor (Mt. 23:8). Es cierto también que, de
acuerdo con la promesa del nuevo pacto de Dios de que «todos... me conocerán», el
Espíritu Santo es dado a todos los creyentes, de modo que todos tienen la unción
del Santo, han aprendido de Dios, y por ende, en última instancia, no necesitan
maestros humanos (Jer. 31:34; 1 Ts. 4:9; Jn. 2:20-27). Es cierto también que todos
los miembros de la Iglesia tienen la responsabilidad de permitir que la Palabra de
Dios habite con toda su riqueza en su interior, instruyéndose y aconsejándose unos
a otros con toda sabiduría (Col 3:16).

Sin embargo, todas estas verdades no son incompatibles con la formación, llamado
y comisión de especialistas, es decir pastores que se dediquen a un ministerio de
predicación y enseñanza, porque entre los muchos dones que el Señor resucitado
confiere a su Iglesia están los de pastores y maestros (Ef. 4:11). Al comentar este
versículo en su contexto, Calvino escribe en su Institución: «Notemos que, aunque
Dios pueda perfeccionar a los suyos en un momento, no quiere que lleguen a edad
perfecta sino poco a poco.

Fijémonos también en que lo consigue por medio de la predicación de la doctrina


celestial, encomendada a los pastores». Prosigue advirtiendo a sus lectores sobre la
arrogancia y tontería de rechazar esta provisión divina. «Muchos llegan a persua-
dirse, bien sea por orgullo o presunción, o por desdén o envidia, de que podrán
aprovechar mucho leyendo y meditando a solas, y así menosprecian las asambleas
públicas, pensando que el oír sermones es cosa superflua... Esto sería como
intentar borrar la imagen de Dios que resplandece en la doctrina».53 «Porque ni el
sol, ni los alimentos y la bebida son tan necesarios para la conservación de la vida
presente, como lo es el oficio de los apóstoles y pastores para la conservación de la
Iglesia».54

La enseñanza de Calvino en Ginebra sería comprendida pronto por los


reformadores ingleses. Nada parecía más importante para ellos que el que los
pastores predicaran la pura Palabra de Dios, y que las personas la escucharan. John
Jewel, Obispo de Salisbury, escribe al respecto: No desprecien, hermanos míos, no
desprecien la declaración de la Palabra de Dios. Al cuidar con ternura sus propias
almas, vengan con diligencia a los sermones, porque ese es el lugar usual donde
son conmovidos los corazones humanos y revelados los secretos de Dios. Porque
sin importar cuán débil sea el predicador, la Palabra de Dios es tan poderosa y
capaz como siempre.55

Por ello, al referirse a un ministerio «pastoral» como ministerio «de enseñanza»,


no creo necesario entrar en el debate sobre la «ordenación», y sobre lo que
distingue, de haberlo, al clero del laicado. Basta decir que Dios quiere que cada
iglesia local tenga el beneficio de episkopé o supervisión pastoral; que esta
supervisión, al menos sobre una congregación de cualquier tamaño, debe ser
ejercida por un equipo (la palabra «anciano» en el Nuevo Testamento se presenta
casi siempre en plural: p. ej., Hch. 14:23; 20:17, 1 Ti. 4:14; Tit. L5); que tal equipo
debe incluir ministros laicos y del clero, asalariados y voluntarios, de tiempo
completo y medio tiempo, y creo que mujeres tanto como hombres, si bien el
Nuevo Testamento indica que sus funciones no son idénticas.

Hay un valor inmenso en el concepto de equipo, porque podemos capitalizar las

53 Calvino, IV. 1. 5.
54
En el mismo lugar, IV.III.2
55 Works, Vol. II, p. 1034.
fortalezas de cada uno y complementarnos en nuestra debilidad. Más aún, los
laicos dotados de dones deben ser estimulados a unirse al equipo, y a ejercer su
ministerio en forma voluntaria de acuerdo con sus dones. Uno de ellos es la
predicación; la Iglesia necesita muchos predicadores laicos más. No obstante, el
ministerio pastoral de predicación y enseñanza regular es extremadamente
exigente. Requiere mucho tiempo y energía dedicados al estudio. Por ello el equipo
pastoral de cualquier iglesia de gran tamaño requiere al menos un líder a tiempo
completo que se entregue al ministerio de la Palabra. Sin ello la congregación de
seguro se verá empobrecida.

El equipo pastoral puede realizar la tarea de alimentar el rebaño o enseñar a la


iglesia en distintos contextos. El mismo Buen Pastor predicó a las multitudes, pasó
tiempo con personas y preparó a los doce. Un ministerio pastoral modelado según
su voluntad incluye también predicar a la congregación, dar consejería a
individuos y capacitar a grupos.

¿Hay diferencia entonces entre predicar y enseñar? Ciertamente, ambas palabras


no son intercambiables, y C.H. Dodd popularizó la tesis de que, en el Nuevo
Testamento, la kérugma (predicación) era la proclamación de la muerte y resu-
rrección de Jesús, de acuerdo con las Escrituras y en un contexto escatológico, con
un llamado a arrepentirse y creer; y didaché (enseñanza) era la instrucción, ética
en su mayor parte, entregada a los conversos. La distinción es importante, si bien
ha sido exagerada quizás, puesto que en el ministerio público de Jesús no se dis-
tingue categóricamente entre el enseñar en las sinagogas de ellos y predicar el
evangelio del reino (Mt. 4:23; 9:35), mientras que el apóstol Pablo se describió a sí
mismo como «predicador» y «maestro» del evangelio (1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11) ; al
separarse Lucas de él al final del libro de los Hechos, lo hallamos «predicando el
reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo» (28:31). No hay duda de
que su predicación tenía un propósito más evangelístico y que su enseñanza un
carácter más sistemático, pero no está claro que ambas pudieran distinguirse
totalmente en su contenido; probablemente coincidían en forma considerable.

Se ha dicho en ocasiones que el predicar (kérusso, «anunciar») en el Nuevo


Testamento tiene carácter evangelístico en su totalidad, y que la predicación
moderna (a una congregación cristiana en la iglesia) no ocurre en el Nuevo
Testamento, ni tampoco es considerada. Sin embargo, ello no es correcto. La
práctica de reunir al pueblo de Dios para escuchar su Palabra data del Antiguo
Testamento, continuó en las sinagogas y fue adoptada y cristianizada por los
apóstoles. Es así como Moisés entregó la ley a los sacerdotes con la instrucción de
reunir al pueblo y darle lectura, aparentemente explicándola y aplicándola en el
proceso (Dt. 31:9-13; %-éase Mal. 2:7-9). Esdras, el sacerdote y escriba, «llevó la
ley ante la asamblea» y «la leyó en presencia de ellos».

Los levitas también compartieron este ministerio: «Ellos leían con claridad el libro
de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se comprendiera su lectura» (Neh.
8:1-8). Posteriormente los servicios de las sinagogas incluyeron lecturas de la ley y
los profetas, luego de las cuales alguien predicaba. Es así como Jesús, al
encontrarse en la sinagoga de Nazaret, leyó primero de Isaías 61, afirmó ser el
cumplimiento de esta Escritura al proseguir con su mensaje, y habló otras
«hermosas palabras» que impresionaron a su audiencia (Lc. 4:16-22). Del mismo
modo, Pablo, en Antioquía de Pisidia, fue invitado por los principales de la sinagoga
a compartir con la gente «algún mensaje de aliento», después de la lectura de la ley
y de los profetas», lo que procedió a hacer. (Hch. 13:14-43).

Por lo tanto, no debe sorprendernos que al dejar las sinagogas o al ser expulsados
de ellas y comenzar a formar sus propias asambleas claramente cristianas, los
creyentes preservaran el mismo patrón de lectura de la Biblia seguida de una
exposición de ella, con la excepción de que ahora se agregaron a estos extractos la
lectura de una de las cartas de los apóstoles (p. ej., Col. 4:16; 1 Ts. 5:27; 2 Ts. 3:14).
Lucas sólo nos da un vistazo de estas reuniones. Fue la famosa ocasión en Troas
cuando los cristianos se reunieron «el primer día de la semana». Su adoración
incluyó el partir el pan y también un sermón de Pablo que se prolongó «hasta la
medianoche», con consecuencias desastrosas (Hch. 20:7 en adelante). Si bien es el
único servicio de adoración cristiano en el Nuevo Testamento en que se menciona
específicamente haber incluido un sermón, no hay razones para suponer que fue
una excepción. Por el contrario,
Pablo entrega a Timoteo instrucciones específicas no sólo acerca de cómo conducir
la oración pública (1 Ti. 2:1 en adelante), sino acerca de la predicación: «En tanto
que llego, dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los
hermanos» (1 Ti. 4:13). Ello implica claramente que luego de leer la Biblia, y
surgiendo de ella, debe haber paraklésis (exhortación) y didaskalia (instrucción).
Ello no quiere decir que no existía un elemento evangelístico también puesto que
habrá asistido una minoría de miembros, por ejemplo los «temerosos de Dios», en
los márgenes de la comunidad de la sinagoga, junto con los catecúmenos que
recibían instrucción para el bautismo y, en ocasiones, incluso visitantes paganos (1
Co. 14:23).

Sin embargo, el énfasis ha de haber estado en instruir a los fieles. Es debido a la


responsabilidad del pastor, de alimentar el rebaño, que entre los requisitos para el
presbiterado se encuentran tanto la lealtad a la fe apostólica («de modo que
también pueda exhortar a otros con la sana doctrina y refutar a los que se
opongan») como el don de la enseñanza (Tít. 1:9; 1 Ti. 3:2).

Si los pastores de la actualidad consideraran seriamente la importancia que da el


Nuevo Testamento a la prioridad de predicar y enseñar, no sólo lo encontrarían
extremadamente gratificante, sino que sin duda ello tendría un efecto muy
saludable en la Iglesia. En lugar de esto, y es trágico decirlo, muchos son básica-
mente administradores, cuyos símbolos del ministerio son el oficio en lugar del
estudio, y el teléfono en lugar de la Biblia.
Si estableciéramos como prioridad dedicarnos «de lleno a la oración y al ministerio
de la Palabra» tal como los apóstoles (Hch. 6:4), ello conllevaría para la mayoría de
nosotros una reestructuración radical de nuestro programa y horario, incluido el
delegar una cantidad considerable de otras responsabilidades a los líderes laicos,
pero ello expresaría una convicción real del Nuevo Testamento acerca de la esencia
del pastorado.
4.6 Convicción acerca de la predicación

Si damos por sentado que los pastores son predicadores y maestros, ¿qué clase de
sermones deben predicar? Los libros de texto de homilética tienden a entregar una
larga lista de opciones. La clasificación más completa es quizás la de W.E. Sangster
en su famoso libro The Craft of the Sermon (El arte de hacer sermones). Hace una
distinción entre tres clases de sermones y dedica un capítulo a cada una, si bien
agrega que «el espectro de combinaciones es casi infinito».56 La primera
corresponde al tema tratado (p. ej., bíblico, ético, devocional, doctrinal, social o
evangelístico); la segunda a un tipo de estructura (p. ej., exposición directa,
argumento progresivo o bien desarrollo por aspectos), y la tercera que coincide
con el método psicológico (es decir, si el predicador se ve a sí mismo como
maestro, defensor, hombre perplejo, o abogado del diablo).

Otros escritores menos exhaustivos que Sangster se han contentado con


clasificaciones más simples. Existen sermones textuales y temáticos, según dicen.
Algunos son evangelísticos, apologéticos o proféticos, otros doctrinales,
devocionales, éticos o exhortatorios, mientras que en algún punto se incluyen los
sermones «exegéticos» o «expositivos». Por mi parte no puedo adoptar esta relega-
ción de la predicación expositiva a ser una entre muchas. Mi argumento es que
toda predicación cristiana verdadera tiene carácter expositivo. Ciertamente, si por
sermón «expositivo» se entiende una explicación versículo a versículo de un
extenso pasaje de las Escrituras, ello es sólo una forma posible de predicar, pero
esto sería un mal uso de la palabra. En su uso debido, «exposición» tiene un
significado mucho más amplio. Se refiere al contenido del sermón (verdad bíblica)
más que al estilo (un comentario en serie). Exponer las Escrituras es extraer lo que
se encuentra en el texto y dejarlo a la vista. El expositor expone por fuerza lo que
parece estar oculto, da claridad a lo que parece confuso, deshace los nudos y
desarma lo que parece un paquete difícil.

Lo opuesto a la exposición es la imposición, es decir, imponer sobre el texto algo


que éste no incluye. El «texto» en cuestión puede ser un versículo, una oración

56
Sangster, The Craft, p. 92
gramatical o incluso una sola palabra. De igual forma puede tratarse de un párrafo,
un capítulo o todo un libro. El tamaño de un texto no tiene importancia siempre
que éste sea bíblico; importa lo que hagamos con él. Ya sea breve o extenso,
nuestra responsabilidad como expositores es hacer que se exponga de tal modo
que transmita su mensaje clara, simple, y exactamente, en forma pertinente, sin
adiciones, sustracciones o falsificación. En el contexto de la predicación expositiva,
el texto bíblico no es una introducción convencional a un sermón sobre otro tema
completamente diferente, ni una muletilla cómoda para colgar un montón de
pensamientos diversos, sino un maestro; es quien dicta y controla lo dicho.

Permítanme dirigir su atención a algunos de los principales beneficios de esta


disciplina.

En primer lugar, la exposición fija límites para nosotros. Nos limita a considerar el
texto bíblico, puesto que la predicación expositiva es predicación bíblica. No
exponemos un pasaje de la literatura secular, un discurso político o incluso un
libro sobre religión, por no mencionar nuestras opiniones personales. No es así;
nuestro texto proviene invariablemente de la Palabra de Dios. El gran primer
requisito de los expositores es reconocer que somos guardianes de un «depósito»
sagrado de verdad, depositarios del evangelio, «encargados de administrar los
misterios de Dios».57 Tal como lo expresara Donald Coggan en su primer libro
sobre la predicación:

El predicador cristiano tiene límites establecidos. No es un hombre


enteramente libre al entrar al púlpito. En un sentido muy real, puede
decirse sobre él que el Todopoderoso le ha impuesto límites que no debe
traspasar. No tiene la libertad de inventar o escoger su mensaje: le ha
sido encargado, y debe declararlo, exponerlo y encomendarlo a sus
oyentes... ¡Qué grandioso es llegar a estar bajo la magnífica tiranía del
Evangelio!58

57 1 Ti. 6:20; 2 Ti. 1: 12-14; 1 Ts. 2:4; 1 Co. 4:1, 2.


58 Coggan, Stewards, pp. 46, 48.
En segundo lugar, la exposición exige integridad. No todos están persuadidos de
ello. A menudo se dice que es posible hacer que la Biblia signifique lo que uno
quiera, ello sólo es cierto cuando no se es íntegro.

La «exégesis» debiera ser, una disciplina en extremo rigurosa. A veces se la


distingue con el adjetivo algo extenso «gramático-histórica», porque implica la
interpretación de un texto de acuerdo con su origen histórico y su construcción
gramatical. Los reformadores del siglo XVI reciben merecidamente el crédito por
rescatar la interpretación bíblica de las alegorizaciones extravagantes de los
escritores medievales. Al hablar del significado «literal», lo contrastaban con el
«alegórico»; no negaban que algunos pasajes de las Escrituras tuvieran un estilo
deliberadamente poético y un significado figurativo. Daban importancia a que cada
estudiante buscara el significado simple, natural y obvio de cada texto, sin sutileza.
¿Qué significado quiso dar el autor a sus palabras? Esa era la interrogante; más
aún, interrogante que puede contestarse con paciencia, y con respuesta confiada.

No debemos contaminarnos con el tono cínico moderno de la crítica literaria, que


sospecha que cada autor tiene un propósito secreto o significados ocultos que es
necesario detectar y desenmascarar. No es así; los autores bíblicos eran hombres
honestos, no impostores y su intención era que sus escritos fueran comprensibles,
no de «infinitas interpretaciones».

Los reformadores también se referían mucho a la «analogía de la fe», con lo que


indicaban su creencia en que las Escrituras poseen una unidad que les otorgó la
mente divina, que se les debe permitir interpretarse a sí mismas: es decir, que un
pasaje arroje luz sobre otro; y que la Iglesia no tiene la libertad de exponer un
lugar de la Escritura de modo que contradiga a otro» (Artículo XX). No negaron la
diversidad de formulación en la Escritura, pero se negaron a hacer hincapié en ella
a expensas de su unidad, tal como algunos estudiosos modernos. En contraste,
consideraron que la armonización (la cual no es sinónimo de manipulación) era
una tarea cristiana responsable.

A fines de abril de 1564, un mes antes de morir, Calvino se despidió de los pastores
de Ginebra. Ojalá cada predicador pudiera decir lo que él les dijo:

No he corrompido pasaje alguno de la Escritura, ni lo he distorsionado


hasta donde sé, y en lugar de agregar significados sutiles, como si
hubiera estudiado la sutileza, los pisoteé todos y siempre estudié para
ser sencillo...59

El autor... no es amigo de los sistematizadores teológicos (escribió). Se


ha esforzado por derivar de las Escrituras solamente su visión de la
religión; y es su deseo adherirse a ellas, con fidelidad escrupulosa; sin
hacer jamás que una parte de la Palabra de Dios favorezca una opinión
particular, sino darle a cada parte el sentido que el autor cree fue el
propósito de Dios transmitir.60

En tercer lugar, la exposición identifica los escollos ocultos que debemos evitar por
todos los medios. Puesto que el expositor está resuelto a ser fiel al texto, los dos
escollos ocultos pueden ser designados como olvido y deslealtad. El expositor
olvidadizo puede perder de vista el texto, ir por la tangente y seguir su propia idea.
El expositor desleal parece ceñirse al texto, pero lo deforma y extiende hasta
formar algo diferente de su significado natural original.

Mucho peor es la pretensión de exponer un texto cuando en realidad se le está


explotando. Los escritores mismos del Nuevo Testamento nos advierten sobre esta
perversidad con una vívida imagen retórica. Los falsos profetas son condenados
por desviar la verdad, como un arquero que no da en el blanco, por falsificar la
Palabra de Dios, como un mercader que hace trampa en la venta, por pervertir el
evangelio al alterar su contenido, y por torcer las Escrituras hasta hacerlas
irreconocibles. En contraste con todos estos crímenes, Pablo declara con solemni-
dad haber renunciado a «todo lo vergonzoso que se hace a escondidas», rehusarse
totalmente a adulterar la palabra de Dios y confiar en lugar de ello en «la clara

59 Cadier, pp. 173-75.


60 En el mismo lugar, pp. 4, 5, prefacio al Vol. 1.
exposición de la verdad».61

No obstante, la manipulación premeditada de la Escritura por parte de aquellos


determinados a darle el significado que quieren, ha sido un oprobio permanente
para la Iglesia. Como lo expresara el catedrático A. Vinet de Lausanne a mediados
del siglo pasado: «Los pasajes de la Escritura han servido mil veces como
pasaporte a ideas que no eran bíblicas».62 En ocasiones se ha tratado de la bús-
queda, inocua en comparación, de un texto apropiado, como cuando el Dr. W.R.
Matthews, deán de la Catedral de San Pablo de Londres, al cesar las hostilidades a
fines de la Segunda Guerra Mundial, y puesto que deseaba predicar sobre la
necesidad de pasar de la victoria a la reconstrucción, predicó sobre el texto «somos
más que vencedores» (Ro. 8:37); en otra ocasión un predicador no identificado que
deseaba predicar sobre la transitoriedad de toda experiencia humana, fue a dar
con la expresión común del Antiguo Testamento «aconteció» (tal como aparece en
la RV60).63

Esta forma de torcer el texto de parte de los predicadores le recordaba a R.W. Dale
los conjuradores, y lo llevó a decir en sus Charlas de Yale de 1978:

Siempre pienso en los trucos de esos ingeniosos caballeros, que


entretienen al público moviendo una libra esterlina de oro entre las
manos hasta convertirla en un canario, y sacan de su manga media
docena de globos de vidrio llenos de agua, con cuatro o cinco pececillos
de colores nadando en cada uno. Por mi parte, me gusta escuchar a un
buen predicador, y no tengo objeción alguna contra el entretenimiento
de un prestidigitador hábil, pero prefiero mantener separadas la
predicación y la magia: hacer juegos un domingo en la mañana, hacer
juegos en la iglesia, hacer juegos con los textos de la Escritura, no es de
mi gusto.64

61
2 Co. 4:2. Véase 2 Ti. 2:18; 2 Co. 2:17; Gá. 1:7; 2 P. 3:16
62 Vinet, p. 76.
63 Mc William, p. 39.
64
Dale, p. 127.
Sólo la resolución de ser un expositor concienzudo nos permitirá evitar estos
escollos ocultos.

En cuarto lugar, la exposición nos da confianza para predicar. Si nos extendiéramos


hablando sobre nuestras opiniones o bien las de algún otro ser humano falible, con
seguridad lo haríamos tímidamente. Pero si exponemos la Palabra de Dios con
integridad y honestidad, podemos hacerlo sin temor alguno. Quienquiera que
hable, escribió Pedro, «hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios» (1
Pe. 4:11) . No es que presumamos que nuestras palabras son un oráculo, sino que,
tal como los antiguos judíos, se nos ha confiado «las palabras mismas de Dios» (Ro.
3:1), y porque nuestro principal interés es tratarlos con tal fidelidad cuidadosa,
que sean ellos mismos los que hablen, o más bien Dios quien hable mediante ellos.

El catedrático Gustaf Wingren lo expresa admirablemente cuando escribe:

El expositor sólo debe proveer boca y labios para el pasaje mismo, de


modo que progrese la Palabra... Los predicadores verdaderamente
excelentes... son, de hecho, sólo siervos de las Escrituras. Después de
haber hablado durante algún tiempo... la Palabra... destella en el pasaje
mismo y es escuchada: la voz se hace oír... El pasaje mismo es la voz, el
habla de Dios; el predicador es la boca y los labios, y la congregación... el
oído en que resuena la voz... la predicación es necesaria sólo con el fin de
que la Palabra pueda avanzar, pueda salir al mundo, y abrirse camino
entre muros enemigos hasta alcanzar a los prisioneros. 65

Tales son los fundamentos teológicos del ministerio de la predicación. Dios es luz;
Dios ha actuado; Dios ha hablado; y Dios ha hecho que su obra y palabras sean
preservadas por escrito. Él continua hablando poderosamente por medio de su
Palabra escrita, con voz viva. La Iglesia necesita escuchar su Palabra con atención,
puesto que de ello depende su salud y madurez. Por ello los pastores deben
exponerla; es para ello que han sido llamados. Siempre que lo hacen con

65 Wingren, pp. 201-3.


integridad, la voz de Dios es escuchada, y la Iglesia toma conciencia y hecha
humilde, restaurada, revigorizada y transformada en un instrumento para su uso y
gloria.

Estas verdades acerca de Dios y la Escritura, la Iglesia, el pastorado y la exposición


bíblica deben reforzar nuestras convicciones tambaleantes. De este modo las
actuales objeciones a la predicación no nos harán retroceder. Por el contrario; nos
entregaremos a este ministerio con nueva pasión y determinación. Nada podrá
apartarnos de nuestra obligación principal.

Por favor, apreciado estudiante, antes de continuar su estudio de este


módulo, realice las lecturas complementarias 2 y 3; que le ayudarán con
el tema de la teología de la predicación; después de reflexionar en ellas
seriamente, vuelva a este punto del estudio.(ver anexos de lecturas 2 y
3)
Capítulo 5: LA PREDICACIÓN COMO UN PROCESO
COMUNICATIVO

5.1 Predicación y comunicación

La predicación es un acto comunicativo. Tiene como finalidad la comunicación de


la Palabra de Dios a los hombres. Comunicar es compartir, y en virtud de ese
compartimiento tener ciertos conceptos actitudes o experiencias en común con
otras personas. Predicar es, pues, compartir a Cristo con otras personas y así
introducirlas a una relación íntima con Dios.

La comunicación involucra un proceso mental y emocional; constituye una


experiencia de interacción social en la que se comparten ideas, actitudes y
sentimientos con otras personas con el fin de modificar o influir sobre su conducta.

Esta definición ubica a la comunicación en la perspectiva de un proceso que


implica dinámica, movimiento, acción. De igual manera, la pone en un contexto
amplio como actividad intelectual, emocional y social. Abarca la generación, la
recepción, la interpretación y la integración de ideas. Se da en la esfera de las
emociones. En este sentido constituye una transmisión latente de predisposiciones
Miquiridas hacia personas, ideas y objetos y de reacciones espontáneas a
experiencias vivenciales. Implica, además, que la comunicación es Un fenómeno
social y representa, por tanto, una prueba tangible de que los seres vivientes se
hallan en relación entre sí y en unión con el mundo; de ahí que necesiten compartir
con otros sus situaciones interiores e impresiones del medioambiente. Finalmente,
la antedicha definición aclara cuál es la finalidad de todo acto comunicativo: influir
sobre alguien o modificar su conducta.

Traducido a la predicación, lo dicho quiere decir que ésta no es una simple


transmisión de ideas acerca de Dios y sus relaciones con el mundo. Implícitas en la
predicación están las actitudes o predisposiciones del predicador hacia sí mismo,
Dios y su Palabra y la congregación y su situación vivencial. En ella participan
también, en forma dinámica y determinante, las actitudes de la congregación hacia
el predicador, su mensaje, el culto y sus propios integrantes. De modo que la
predicación, antes de ser un mero dar y recibir estático, donde uno (el predicador)
es el que da y muchos (la congregación) los que reciben, es una actividad dinámica
y una experiencia de interacción social que afecta y es afectada por el cuerpo y los
sentidos, el pensamiento y las palabras, los sentimientos y las actitudes, los
movimientos y las acciones, la atención y el entendimiento, tanto del, predicador
como de la congregación.

5.2 Predicación, sermón, predicador y congregación


Vista, como proceso comunicativo, la predicación involucra, pues, una interacción
dinámica entre el predicador, su mensaje y la congregación. Veamos brevemente
esa interacción partiendo del origen del sermón.

Todo sermón constituye una respuesta a una situación provocativa. En un sentido


general, se puede decir que el sermón es una respuesta a las exigencias de la
liturgia cristiana tradicional. Es decir, un sermón se prepara porque dentro de la
tradición cristiana el sermón es parte de la liturgia.

El sermón es también una respuesta a la obra divina de gracia en Jesucristo. Es ese


hecho magno el que provoca todo sermón. El que predica lo hace como resultado
de una experiencia personal con Cristo, en virtud de la obra hecha sobre la cruz.

Más específicamente, sin embargo, el sermón es el resultado de una necesidad


humana. Ello implica, por una parte, que esa necesidad la vive el predicador
mismo. Por ejemplo, cuando Pablo dice en 1 Co. 9:16 " ¡Ay de mí si no anunciare el
evangelio! ", está expresando la necesidad personal que sentía de predicar el
evangelio. Para Pablo, la predicación era una necesidad interna. O predicaba o
reventaba, por así decirlo. Por otra parte, esa necesidad emana de los oyentes
propuestos. Todo sermón debe ser una respuesta a las necesidades específicas de
la congregación. Es la congregación quien debe ponerle la agenda al predicador y
no viceversa. De no ser así, el sermón se convierte en metal que resuena o címbalo
que retiñe.
El sermón, como un mensaje verbal, pasa por el proceso normal de todo acto
comunicativo. Es en parte el resultado de una serie de reacciones neurológicas,
fisiológicas, mentales y afectivas, muchas veces inconscientes en el interior del
predicador, que surgen como resultado del hecho provocativo de Cristo y de la
perspectiva de un culto público. Esas reacciones son evaluadas tan pronto el
predicador se hace consciente de ellas. De esa evaluación nacen ideas, o
concepciones, que el predicador organiza en tal forma que se convierten en un
sermón. Una vez que tiene su sermón preparado, va y lo presenta verbalmente.

Al presentar el sermón, sin embargo, el predicador pasa otra vez por el mismo
proceso, aunque en una forma más planificada. Al subir al púlpito, tiene reacciones
emocionales, neurológicas, físicas y mentales que tiene que evaluar. Esa
evaluación, seguida por la concepción de ideas y la exposición de esas ideas, es
ayudada por el bosquejo. El predicador, no obstante, entra en ese momento en un
proceso dinámico de interacción con ese mensaje en esqueleto.

Esa interacción entre predicador y mensaje es intensificada por la congregación y


sus respuestas. Es aquí donde entra a colación lo que en el campo de la
comunicación se conoce como "retroalimentación": el proceso retroactivo por
medio del cual el receptor de un mensaje brinda información al emisor. De acuerdo
con la retroalimentación que recibe de los miembros de la congregación, el
predicador va modificando y reorganizando las ondas sonoras y ópticas que
componen su sermón. Si el predicador no pone atención a estos efectos reflejos de
su congregación (expresiones faciales, movimientos corporales, etc.), corre el
peligro de que su sermón sea oído pero no escuchado, o escuchado pero no
entendido.

La predicación necesita entenderse, estudiarse y practicarse a la luz de esa


interacción dinámica entre predicador, sermón y congregación. Ello es importante
por dos razones: Primero, porque la predicación se da en un contexto que
involucra tanto al predicador y su sermón como a la congregación. Segundo,
porque el objetivo de la predicación es que estos tres elementos se encuentren y
armonicen.
5.3 Predicación y ocasión

Al hablar, sin embargo, del contexto de la predicación, se acentúa otro elemento


importante, a saber: la ocasión o la situación en que se da el acto de la predicación.
La predicación no se da en el aire, sino en una situación histórica concreta, única y
diferente a cualquier otra. Esa situación forma el contexto para la interacción
dinámica que caracteriza todo acto comunicativo: comunicados-mensaje-receptor.
En el caso de la predicación, el contexto histórico concreto sirve de escenario para
ese encuentro entre predicador, mensaje y congregación que acabo de describir
arriba. En ese encuentro se dan una serie de variables66 que pueden ser
determinantes, positiva o negativamente, en el efecto del sermón sobre la
congregación.

De ahí que la predicación no sea una cuestión de mera preparación sermonaria.


Cuando hacemos la ecuación predicación-sermón simplificamos un proceso
sumamente complejo y limitamos la eficacia de nuestra tarea como predicadores.
El predicador que sólo se ocupa por la preparación de su sermón es semejante al
soldado que sólo se preocupa por cargar su rifle y disparar sin pensar si está dando
en el blanco o no. La predicación tiene, pues, que ir más allá de la construcción
sermonaria. El predicador necesita saber no sólo cómo preparar sermones, sino
también cómo presentarlos. Exige sobre todo una aguda sensibilidad a las
reacciones de la congregación, a la comunicación no verbal y a la dinámica del
momento.

5.4 Perspectiva comunicativa de la homilética


Es de la complejidad de la predicación como proceso comunicativo que se
desprende el diseño básico de esta obra. En las siguientes páginas, será mi

66
Se entiende por variable "cualquier fenómeno que puede asumir más de un valor—. Cp.
Gerald Miller, Speech Communication: A Behavioral Approach (N.Y.: Bobbs-Merrill, 1966). p.
33, 34. Casi todos los fenómenos pueden ser considerados como variables porque la situación
de interés puede ser construida en tal forma que el fenómeno adquiera más de un valor
singular. Por ejemplo, el término "agua" puede ser usado en diferentes contextos y adquirir
diferentes valores. Puede ser lo que calma la sed, o puede ser el elemento que echa a perder
el traje de una persona bien vestida víctima de un fuerte aguacero. En ambas situaciones el
agua crea efectos diferentes. Es un fenómeno que adquiere dos valores diferentes porque su
función varía de acuerdo con cada contexto en que se usa.
propósito hacer un análisis del proceso de la predicación partiendo de los cuatro
componentes básicos: el sermón, el predicador, la congregación y la situación. Por
este medio espero poder darle una perspectiva más científica a la homilética, la
cual, aunque ha sido definida tradicionalmente como la ciencia de la predicación,
en la práctica no ha sido nada más que la técnica de construir o preparar
sermones.67 Este trabajo considerará la predicación desde el punto de vista
científico: es decir, como un proceso comunicativo, y por lo tanto, a la luz de los
cuatro elementos fundamentales de la comunicación: comunicados, mensaje,
receptor y ocasión.68

Aquí me parece necesario hacer una aclaración importante. El hecho de que en este
libro me proponga considerar a la homilética como un proceso comunicativo no
quiere decir que haya descartado la dimensión teológica de la predicación. Por el
contrario, considero que el proceso de la predicación es un acto en el cual Dios
participa decisivamente como sujeto y tema central. Por ello, el primer capítulo de
este trabajo expone el sentido teológico de la predicación. Porque como he dicho
en otra parte: La "predicación no es mera retórica, ni un mero hecho sicológico. La
predicación es parte del diálogo de Dios con el hombre el cual se da en la
experiencia de la adoración, y como tal, no puede existir sin el testimonio del
Espíritu Santo".69

La predicación es, pues, un acto complejo no sólo porque es un proceso


comunicativo complejo, sino porque es un acto divino y litúrgico. La tarea que
queda por delante no tiene nada de fácil, pero sí promete ser interesante. Con este

67
Por ejemplo: Andrés W. Blackwood, The Preparation of Sermons (Nashville: Abingdon, 1958),
p. 18. "La homilética es la ciencia de la cual la predicación es el acto y el sermón el producto
final—. Lloyd M. Perry, A Manual for Biblical Preaching (Grand Rapids: Baker, 1965), p.3, define
la homilética sencillamente como "la ciencia de la construcción de sermones".
68
Cp. LeRoy Kennel, "Communication Constructs in Contemporary American Protestant
Preaching, 1940-1965" (Tesis doctoral presentada ante el Departament of Speech, Michigan
State University, 1966), pp. 35-37.
69 Orlando Costas, “Communication Through Preaching in Worship”, (Monografía presentada en Garrea Theological Seminary,
1968), p.29.
espíritu consideremos los varios componentes de este hecho. Comenzaremos con
el sermón.
Unidad tres: Elementos constitutivos de la
predicación
CAPÍTULO 6: EL PREDICADOR

El Predicador
La predicación tiene una variedad de aspectos. No se le puede entender sólo su
aspecto retórico, es decir, como un discurso basado en la teología cristiana; hay
que ver sus aspectos psicológicos: como una persona que comunica sus conceptos,
actitudes y sentimientos. La personalidad de quien predica, es de la mayor
importancia en la predicación, ya que ésta es un acto comunicativo entre personas;
o 10 que es 10 mismo: un encuentro comunicativo entre personalidades distintas.

Al definir la personalidad, James V. Mc Conell dice:


Definamos la personalidad como la forma característica en que un individuo piensa y se
comporta al irse ajustando a su medio ambiente, trátese de un hombre o de una mujer. Una
definición como ésta, incluirá los rasgos o características de la persona, sus valores, sus
motivos, su esquema genético, sus actitudes, reacciones emocionales, aptitudes o capacida-
des, imagen de sí mismo, e inteligencia, así como sus patrones de conducta visibles y
abiertos.

Dice Orlando Costas: «La personalidad es de suma importancia para la predicación,


porque determina en gran parte la manera cómo ésta ha de ser percibida por la
congregación.» El predicador ha de cuidar entonces no sólo lo que va a decir, sino
cómo lo dirá. Su personalidad estará en evidencia al comunicar el mensaje; sus
ansiedades, frustraciones y otros sentimientos negativos; así como su amor,
confianza, seguridad y otros sentimientos positivos, se reflejarán de tal modo en el
mensaje, que la personalidad, en muchas ocasiones, reflejará más sobre el
contenido del mensaje que el sermón.
El predicador ha de reflejar en su mensaje una personalidad que evidencia las
siguientes características:
1. Testimonio de su encuentro personal con Cristo.
Pregonará las verdades reveladas en la Escritura y a la vez dirá que la Palabra
revelada en Cristo habita por la fe en su corazón (Ef. 3:17). Cristo es tanto el
Salvador como el Señor del predicador. Con Cristo dirá que «lo que sabemos
hablamos, y lo que hemos visto testificamos» (Juan 3:11). El predicador es una
nueva criatura (2 Co. 5:17) que habla de su Creador, porque le conoce
personalmente; es un testigo del poder regenerador de Cristo, como una verdad
absoluta de la Palabra y como una realidad viviente en su persona. Como el
gadareno, al mandato de Jesús, irá proclamando tanto a los suyos como a las
comunidades humanas cercanas y lejanas, las grandes cosas que Dios ha hecho con
él (Mr. 5:19-20).

2. Moral libre de todo reproche.


Su vida debe estar por encima de toda reprensión.
Debe alejarse de toda especie de mal (II Tes. 5:22). Su vida ha de ser ejemplo
viviente a los creyentes: «en comportamiento, amor, espíritu, fe y pureza» (II Tim.
4:12). La vida del predicador ha de ser digna de un siervo de Cristo, tanto en su
hogar, como en su comunidad: «irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio,
prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no
pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no
avaro, que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda
honestidad, no un neófito, no sea que envaneciéndose, caiga en la tentación del
diablo» (II Tim. 3:2-6). El predicador está sujeto a las más altas y exigentes normas
de conducta y de moral.

3. Madurez en la fe.
Pablo nos advierte sobre el peligro de colocar neófitos en posiciones pastorales,
por el riesgo de que éstos caigan en condenación, por llenarse de vanidad ante
tanta prominencia (II Tim. 3:6). Lo mismo debe aplicarse a cualquier predicador.
En sus principios le recomendamos que comience dando cortos testimonios a
grupos de creyentes y amigos y familiares no creyentes. Luego de un período de
estudio de la Palabra y de oración, y de estudio de las técnicas de la preparación de
sermones como las que presenta este manual, debe comenzar a predicar bajo la
supervisión de su pastor o de otros hermanos experimentados.
4. Responsabilidad ante la tarea.
El predicador es una persona con alto sentido de compromiso misionero, en la
mayoría de los casos. Es una' persona que dedica tiempo a la predicación para
suplir la demanda causada por el hecho de que no se producen pastores al mismo
ritmo que iglesias nuevas, especialmente en la América hispanoparlante. Por siglos,
los laicos predicadores han sostenido y extendido la fe.
Por ese alto sentido de responsabilidad es por lo que muchos hermanos se
encuentran matriculados en seminarios, institutos bíblicos y academias teológicas.
Algunos de ellos finalmente se dedicarán al pastorado. Pero la gran mayoría de
ellos estudian con el solo y muy responsable propósito de estar preparados para
enseñar la palabra como maestros o proclamarla desde los púlpitos como
predicadores en las iglesias.

5. La dirección del Espíritu Santo.


El Espíritu Santo está en todo creyente (Rom. 8:9); I Co. 3:16; 4:19; 12:13). Éste «os
guiará en toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará
todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de venir.» (Jn. 16:13). El Señor
Jesucristo les dice a los que habrían de predicar su Palabra que el Espíritu Santo
«os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn. 14:26).
Es necesario que como creyente, y especialmente como predicador, usted esté
«lleno del Espíritu Santo». Ha de predicar con la convicción de que por el Poder del
Espíritu Santo su mensaje llegará a los corazones. Ha de buscar la inspiración y la
dirección del Espíritu Santo de tal manera, que su mensaje convenza «al mundo de
pecado, de justicia y de juicio» (Juan. 16:8). El Evangelio sólo se predica
auténticamente «por el Espíritu Santo enviado del cielo» (II Pedro 1: 12). La
predicación que no es ungida del Espíritu, no pasa de ser un ejercicio de
intelectualidad religiosa.
Para elaborar un buen sermón, se necesitan unos instrumentos o herramientas de
trabajo de suma importancia. Estos instrumentos de labranza espiritual, es
necesario adquirirlo y desarrollar destreza en su uso. A mayor cantidad de ellos y
su uso eficiente resultarán sermones más profundos bien elaborados y
cautivadores para el oyente.
Las herramientas más importantes son:
1. Biblia:
Ésta es la más importante de todas y por lo tanto es imperativo conocerla muy
bien. Es necesario leerla a diario y dedicar tiempo para estudiarla con cuidado. Se
requiere dominio en el manejo de la Biblia comprender su naturaleza su historia el
trasfondo de todos sus libros su temática general y la específica de cada libro y
texto. Se debe tener conocimiento de las reglas de interpretación bíblica
(hermenéutica).
2. Concordancia
Ésta es una herramienta muy valiosa que nos ayuda a interpretar con fidelidad las
palabras de la Escritura. Dios nos habla por su Palabra Él es la Palabra. La im-
portancia de un conocimiento y estudio cuidadoso de las palabras bíblicas para así
entrar en su significado es obligatorio.
Hay muchas concordancias en español; sin embargo hay dos de gran valor: la
Concordancia Española de la Editorial Caribe (1969) y la Nueva Concordancia
Greco-Española del Nuevo Testamento con índices compilada por Hugo M. Peter de
la Editorial Mundo Hispano; junto a ésta es de gran valor el Nuevo Léxico Griego-
Español del Nuevo Testamento de McKibbenStockwell-Rivas de la casa Bautista de
Publicaciones. Estos dos últimos tienen los vocablos coordinados en un mismo
código numérico, lo que facilita enormemente el trabajo de investigación.

En estas concordancias, todas las palabras de la Biblia se encuentran ordenadas


alfabéticamente. De este modo, se facilita buscar una palabra determinada de un
texto bíblico en todos los distintos lugares de la Biblia en que se encuentre. Eso a
su vez facilita el encontrar pasajes e ideas paralelos en la Palabra y ayuda a la
comprensión del mensaje escritural; se llega con mayor precisión al significado o
sentido del pasaje estudiado. La Concordancia greco-española, además, nos ayuda
a entender las raíces de los términos usados; facilita el entender las distintas
traducciones que un término griego pueda tener en español, y con ello ampliar las
aplicaciones del texto a la vida diaria, entre otras cosas.
Otra concordancia muy útil es la temática. Hay algunas muy buenas en las librerías
evangélicas de nuestros países hispanoparlantes.
3. Diccionarios bíblicos
Por medio de esta herramienta, conocemos el trasfondo histórico, la definición de
términos antiguos, datos geográficos, y datos biográficos de los personajes bíblicos.
Los más usados son: el Diccionario de la Santa Biblia, por Rand y el Compendio
Manual de la Biblia, de Halley. Estos textos son de gran ayuda para entender el
contexto histórico-geográfico de los relatos bíblicos y para comprender las
terminologías de la Biblia.
4. Armonía de los cuatro Evangelios
Esta herramienta facilita el estudio de los evangelios.
Los más usados son: Una Armonía de los Cuatro Evangelios de Robertson y Un
Paralelo de los Evangelios Sinópticos con Referencias a Juan. Son muy útiles
también las notas y comentarios sobre ciertos puntos problemáticos del texto
bíblico.

5. Atlas y geografías bíblicas


El contexto geográfico de las historias bíblicas es importante en la interpretación
de los pasajes; eso resalta la necesidad de una ubicación correcta de cualquier
evento o personaje en el registro sagrado. Por ello, además de mapas y otras
ayudas, es conveniente disponer de un libro sobre la geografía de las tierras
bíblicas y de las costumbres y prácticas de los pueblos que las habitaban.

Entre muchos buenos libros, podemos señalar los siguientes: Geografía Bíblica de
Palestina de Pistonesi; Atlas Histórico Westminster de la Biblia de Wright Filton y
Geografía Bíblica de Tidwell. Esta herramienta nos permite abrimos paso en el es-
tudio de la Palabra. En estos libros encontramos valiosa información sobre las
fechas, los autores, los destinatarios y los propósitos de los distintos libros de la
Biblia. También nos dará información sobre reglas de interpretación y algunos
datos de transfondo histórico.

Dos títulos muy usados son: Los libros de la Biblia, de Angus-Green y Conozca Su
Antiguo Testamento Conozca Su Nuevo Testamento de Ralph Earle. Para los que
quieran profundizar más, hay libros muy conocidos y otros de reciente publicación,
disponibles en las librerías cristianas.
6. Comentarios:
Esta herramienta es de la mayor importancia para todo predicador. Tanto el
predicador como otros ministros deben poseer por lo menos un comentario
bíblico. Aunque éstos no son libros inspirados, son el resultado del trabajo
exegético de maestros de la Palabra, que son de preciosa ayuda en el estudio de la
Escritura. El Nuevo Testamento Comentado por William Barclay es quizás el mejor
que tenemos en español al presente. Su limitación al Nuevo Testamento solamente
es una verdadera lástima. Otros usados son el de Jamieson, Fausset y Brown en dos
tomos. Más gracias sean dadas al Señor que en los últimos años han salido un gran
número. de traducciones muy buenas y de gran valor y amplitud en el estudio y
que están disponibles para aquellos que quieran ir a mayor profundidad bíblica.

Hay otros dos libros que le pueden ayudar mucho como auxiliares; así pueden ser
libros tales como Historia de la Iglesia Cristiana de Walker; o Historia del
Cristianismo (dos tomos) de Latourette; La Historia de Israel de Bright y una
introducción a la teología sistemática. También otros libros sobre Homilética que
le lleven a dominar mejor la técnica de preparación y presentación de sermones.
CAPÍTULO 7: EL TEXTO DEL MENSAJE BÍBLICO

7.1 La función del texto. Podemos definir el texto como aquel pasaje de las Escrituras,
sea breve o extenso, del cual el predicador deriva el tema de su sermón. De esta
definición se desprende que el texto desempeña una función indispensable, a saber: la de
proporcionar el tema del sermón. Veremos en párrafos subsiguientes algo acerca de las
maneras en que el tema es derivado del texto, pero aquí queremos dejar bien asentado
el hecho de tal derivación. El texto es la raíz del tema.

a. La función que el texto desempeña establece la necesidad absoluta de que cada


sermón tenga su texto. No es una cuestión de la forma de la predicación, sino de la
esencia misma. Si alguna vez el predicador piensa que ha encontrado un tema para el
cual no existe un texto apropiado, su situación se debe a una de dos cosas. O es que no
conoce suficientemente bien su Biblia, y por eso no puede hallar un texto apropiado; o
es que el tema que tiene en mente no vale la pena de ser discutido.

Si el tema no está expresado en algún pasaje de las Escrituras; o si no se encuentra en


algún principio de las Escrituras; o si no queda sobreentendido en relación con alguna
narración, parábola, evento o personaje de las Escrituras; o si ningún lenguaje escritural
lo sugiere mediante una legítima asociación de ideas, entonces es de dudarse que el
predicador cristiano deba perder el tiempo con la discusión de semejante tema.70

b. Además de establecer la necesidad del texto, la función que éste desempeña


determina también cuál ha de ser su extensión mínima. El texto debe constituir una
unidad completa de pensamiento. El predicador tiene que conocer el significado exacto
de su texto antes de poder derivar su tema de él. Un pensamiento incompleto no puede
ser interpretado satisfactoria y correctamente sin ser ampliado a su forma completa. Así
es que un pensamiento incompleto nunca puede constituir un texto satisfactorio. El texto
puede ser una cláusula u oración gramatical completa, una serie de oraciones
gramaticales conexas (como, por ejemplo, un párrafo), o algún conjunto de párrafos
conexos. Pero las expresiones fragmentarias, es decir: expresiones que dejan de
presentar un pensamiento completo, nunca deben ser utilizados como textos.
70
Austin Phelps, The Theory of Preaching, (Revised by F. D. Whitesell; Grand Rapids: Wm. B. Eerdman Publishing Co., 1947), pp.
20-21
Esta demanda de que el texto sea un pensamiento completo puede ser ilustrada con el
siguiente ejemplo. Poco después de la entrada de los EE. UU. de N. A., en la Segunda
Guerra Mundial, cierto pastor norteamericano, sintiendo la necesidad de dar aliento a los
miembros de su congregación, tomó como texto para su sermón estas palabras: “...en
las manos del Dios vivo” Hebreos 10:3 1b). Su propósito fue el de fortalecer la fe de sus
hermanos frente a los temores que la guerra les inspiraba. “Nuestra vida”, decía en su
sermón, “está en las manos del Dios vivo. Confiemos, pues, en su amor y en su poder”.
Nadie podría criticar ni su propósito ni la verdad bíblica con que se esforzaba en
lograrlo. Pero esa verdad no tenía ninguna relación legítima con su texto.
Había tomado como texto una expresión fragmentaria. La única manera de saber lo que
esta expresión quiere decir es colocarla dentro del pensamiento completo del que
forma parte, a saber: “Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo”. Cuando
examinamos la totalidad de este pensamiento, descubrimos que no tiene absolutamente
nada que ver con la idea central del sermón aludido. Lejos de presentar un aliciente a la
fe cristiana en sus horas de prueba, constituye más bien una seria advertencia de las
terribles consecuencias de la rebelión y de la desobediencia.

Lo peor del caso es que existe un texto completamente apropiado, tanto para el
propósito que animaba al predicador, como para el tema que él mismo quería discutir.
Helo aquí: “En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15a). Aquí tenemos un
pensamiento completo. Y cuando examinamos este pensamiento a la luz de todo el
salmo del que forma parte, descubrimos que su recta interpretación presenta
precisamente la idea que nuestro predicador quiso dejar sembrada en el corazón de
sus oyentes.

Todo texto, pues, debe constituir una unidad completa de pensamiento. Pero fuera de
esta estipulación ni es posible establecer ninguna regla respecto a la extensión del texto.
Phelps, con mucha razón, observa lo siguiente:

Hay argumentos buenos a favor tanto de los textos extensos como


de los breves. Los textos extensos están más de acuerdo con la
teoría original del texto. Promueven el conocimiento de la Biblia
entre la congregación y tienden a conservar la antigua reverencia
por las declaraciones inspiradas. Los textos extensos cultivan en el
pueblo un gusto por la exposición bíblica e invitan al predicador a
ejercerse en el discurso expositivo. Por otra parte, los textos breves
tienen ventajas que a veces aconsejan que se les dé la preferencia.
Son más fácilmente recordados; promueven la unidad del
discurso; cada palabra del texto puede recibir la atención que
merece; no precisan ser introducidos con mucha explicación; y
tales textos pueden ser repetidos varias veces en el curso del
sermón por vía de énfasis.71

7.2 Las ventajas de tener un texto para cada sermón. Ya hemos visto que la
función del texto lo convierte en un elemento indispensable para el sermón. Hay grande
sabiduría en este arreglo. La práctica de basar cada mensaje en algún trozo definido de
las Sagradas Escrituras contribuye poderosamente a la eficacia de la predicación.

a. En primer lugar, el texto ayuda a conseguir la atención de la congregación. Esta cuestión


de la atención de los oyentes está recibiendo un crecido énfasis en la actualidad.
Tampoco fue ignorada por nuestros antepasados. Spurgeon dedicó un capítulo entero
al asunto, diciendo, entre otras cosas, que nos es menester una atención fija,
despreocupada, despierta y continua de parte de toda la congregación. Si están
distraídos los ánimos de los que nos escuchan, no pueden recibir la verdad... No es
posible que les sea quitado a los hombres el pecado, de la manera que Eva fue sacada
del costado de Adam, es decir, mientras están dormidos.72

Es un hecho bien conocido el que los humanos prestamos atención a lo que nos interesa.
Por esta razón observamos que los predicadores apostólicos acostumbraban tomar
como punto de partida en sus mensajes algún interés que se había apoderado ya de la
mente de sus oyentes. Pero empezó su mensaje en el Día de Pentecostés con una
explicación de los fenómenos que habían llamado la atención de los habitantes de
Jerusalén.73 En su discurso en la puerta del templo llamada la Hermosa, aprovechó la

71
Ibíd, p. 28.
72
Spurgeon, op. cit., p. 226.
73
Hechos 2:12-16.
excitación popular que había sido motivada por la sanidad del hombre nacido cojo,
ofreciendo al principio de sus palabras una explicación de lo que había sido hecho.74 Y
Esteban logró captar la atención de un auditorio hostil y predispuesto en su contra
cuando inició su defensa con una referencia a lo que más les interesaba, a saber: su
orgullo en las glorias de la historia patria.75 Y es digno de notarse que mientras mantenía
sus comentarios estrictamente dentro de esa esfera de interés, pudo sostener la
atención así lograda.

Nuestras congregaciones, en su mayor parte, están compuestas de personas que tienen


interés en la Palabra de Dios. Blackwood dice que “el ministro no puede ni empezar a
comprender el encanto que las Escrituras arrojan sobre el espíritu humano”.76 Esto es
especialmente cierto en lo que respecta a los creyentes. Aun el más imperfecto comparte
en algún grado el sentimiento expresado por el salmista; “¡Cuán dulces son a mi paladar
tus palabras! Más que la miel a mi boca”.77 Su deseo por el alimento espiritual es mucho
más intenso de lo que el predicador a veces piensa. Los antiguos puritanos
comprendieron esta verdad. “No es posible”, decían, “darles a los hijos de Dios
demasiado del pan de su Padre”.78 Así es que cuando el predicador anuncia un texto
bíblico como base para su sermón, cuenta (cuando menos en ese momento) con el
interés y la atención de la mayor parte de su congregación.

b. En segundo lugar, la práctica de basar cada mensaje en alguna porción de la


revelación divina reviste el mensaje de autoridad. Cuando el predicador se para delante
de una congregación, sabiendo que viene a ellos, no con sus propias especulaciones, sino
con una palabra concisa y clara, procedente del propio corazón de Dios, hablará con
confianza y se dejará oír la nota de autoridad en su voz. Dirá como Isaías: “Oíd cielos, y
escucha tú, tierra; porque habla Jehová”.79 Vimos en un capítulo anterior80 que la voz
griega kerussoo, traducida “predicar” cincuenta y cinco veces en la versión de Valera,
significa “proclamar públicamente como un heraldo con la sugestión siempre de
formalidad, gravedad y de una autoridad que demanda atención y obediencia”. Pero

74
Hechos 3:11-13
75
Hechos 7:1-50.
76
Blackwood, op. cit., p. 47.
77
Salmo 119:103.
78
Pattison, op. cit., p. 6.
79
Isaías 1:2.
80
Véase la página 22.
esta nota autoritativa estriba precisamente en el hecho de que la predicación verdadera
es el pregón de lo que Dios ha dicho y hecho, y no la elaboración de lo que el hombre
ha pensado.

La predicación autoritativa es eficaz. Hay algo en el corazón humano que responde a lo


que se proclama con convicción. Se cuenta de David Hume, historiador, filósofo y
escéptico del siglo dieciocho, que en cierta ocasión un amigo lo detuvo en una de las
calles de Londres para preguntarle a dónde iba con tanta prisa. “Voy”, dijo Hume, “a oír
predicar a Whitefield”. Tal noticia causóle sorpresa al amigo y preguntó de nuevo al
famoso escéptico, “Pero, ¿usted no cree en lo que Whitefield predica, verdad?” “No”,
contestó Hume, “pero él lo cree”.81
c. Además, el uso de un texto bíblico como fundamento del sermón ayuda al predicador
en la preparación de su mensaje. Como mínimo la señala su tarea inicial: la de
interpretar rectamente el texto escogido. Y si su trabajo alcanza el mejor nivel posible, el
texto le proporcionará, no sólo el tema de su sermón, sino también las consideraciones
generales mediante las cuales el tema será desarrollado.

d. Por otra parte, la práctica de basar cada sermón en algún texto de las Escrituras
evitará que el predicador se agote. Esta verdad fue ilustrada admirablemente en la
experiencia de James Black, eminente pastor presbiteriano escocés de la primera mitad
del presente siglo.82 Black dijo que cuando salió del seminario no poseía arriba de unos
doce sermones. Al encargarse de su primer pastorado, empezó con la predicación de
“sermones de asunto”. Es decir, preparaba cada sermón de acuerdo con algún tema
importante, como la tentación, la providencia, etc., desarrollándolo lo mejor que podía,
pero sin ningún texto bíblico como punto de partida. Terminada la composición del
sermón, buscaba un “texto” para anteponerle, a la manera de una etiqueta, y estaba listo
para predicar. Pero pronto descubrió que habiendo predicado un solo sermón sobre un
tema dado, ya no tenía más que decir en relación con ese asunto. Y al fin de tres meses
le parecía que no le quedaban más asuntos que tratar ni recursos intelectuales con que
tratarlos. ¡Se había agotado! Cuando la situación le parecía más negra, y hasta sentía la
tentación de abandonar el ministerio por inepto, hizo “un descubrimiento maravilloso”.

81
Black, op. cit., pp. 48-49.
82
Ibíd., pp. 152-53
Descubrió que si basaba cada mensaje en algún texto bíblico, podría predicar un
número indefinido de sermones sobre el mismo tema, porque cada texto presentaba el
asunto desde un punto de vista distinto, haciendo posible una extensa variedad.

e. Por último, la costumbre de basar cada sermón en un texto de la Biblia contribuye al


crecimiento “en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”83 tanto
del predicador mismo como de su congregación. En cuanto al primero, cada semana
tiene que estudiar un mínimo de dos o tres textos bíblicos juntamente con sus
respectivos contextos. De esta manera, en el curso de un año, tiene que hacer una
investigación concienzuda en relación con unos cien o ciento cincuenta pasajes de la
Biblia. Tal esfuerzo requiere una disciplina mental constante y un continuo espíritu de
oración. Da por resultado inevitable el desarrollo intelectual y espiritual del que lo
hace. En lo que respecta la congregación, el beneficio no es menos importante, aunque
depende en no pequeña parte de la capacidad del predicador para hacer que cada
texto brille con celestial fulgor.

7.3 Sugestiones acerca de la selección del texto. Siendo el texto una parte tan
vital del sermón, conviene que el predicador ejerza sumo cuidado en su selección. Por
vía de orientación, y sin pretender haber agotado las posibilidades del asunto, ofrecemos
las siguientes sugestiones en la confianza de que no dejarán de ser útiles al que las ponga
en práctica sistemáticamente.

a. En primer lugar, el predicador debe escoger un texto que se apodere de su propio


corazón. Nunca debe predicar sobre un texto si éste primero no ha puesto en vibración
las cuerdas de su propia alma. El texto tiene que hablar al predicador antes de que el
predicador pueda hablar a su congregación. Como decía cierto antiguo marinero,
“Predicar significa sacar de tu corazón algo que arde y luego meterlo en mi corazón”.84
Este ardor santo es el producto de la oración y de la meditación en la Palabra.
A veces el predicador tendrá la experiencia de que no es él quien escoge el texto, sino
que el texto lo escoge a él. Mientras lee las Escrituras, o en el momento de estar
intercediendo por su grey, súbitamente un trozo bíblico parece levantarse y trabar de él,

83
2 Pedro 3:18.
84
Blackwood, op. cit., p. 48.
diciéndole con insistencia: “Tienes que predicarme a mí”. Tales “ráfagas de iluminación”
constituyen momentos de dicha que inspiran al predicador con fervor profético. Son
dones del Espíritu de Dios, concedidos de acuerdo con su beneplácito y su soberana
voluntad. Pero aunque el ministro nunca deba predicar sobre un texto sin la seguridad
de que éste ha sido señalado por Dios como base para su mensaje, no debe esperar que
la indicación divina venga siempre en la forma de semejantes “ráfagas de iluminación.
Para evitar el peligro de demasiada subjetividad en la selección de sus textos, tomará en
cuenta algunos factores más.

b. En segundo lugar, pues, el texto escogido debe tener un mensaje que contribuirá a
satisfacción de la necesidad específica más apremiante de la congregación. La meta de
la predicación, como hemos repetido ya varias veces, es la de “satisfacer las
necesidades humanas”. Habiendo determinado el propósito específico que su sermón
debe lograr, el predicador buscará el texto más apropiado para dicho fin. Para que tenga
buen éxito en tan importante pesquisa se precisan tres cosas; primera, un amplio
conocimiento de la Palabra; segunda, una buena dosis de sentido común; y tercera el
constante desarrollo del poder de discernir los puntos de correspondencia entre las
circunstancias de su propia congregación y la condición de las personas históricas a
quienes el pasaje bíblico en cuestión fue dirigido originalmente.

c. Una tercera consideración que debe influir en la selección del texto para cualquier
ocasión específica es la siguiente: el carácter de los mensajes predicados recientemente
ante la congregación de que se trate. El pueblo del Señor ha menester de una ración
equilibrada. Precisa para su salud espiritual “todo el consejo de Dios”.85 Para evitar tanto
la monotonía como el desequilibrio en su trabajo en el púlpito, el pastor sabio revisará
sus sermones con frecuencia para estar seguro de dos cosas. Por una parte, querrá
saber si está abarcando con suficiente regularidad todos los seis propósitos generales
de la predicación cristiana. Y por otra, querrá ver si está alimentando a su congregación
con mensajes tomados de todas partes de la Palabra de Dios. “Toda escritura es
inspirada divinamente y útil...”86 No debe omitir, pues, ninguna porción del Libro Santo
en su programa de predicación. En una palabra, debe haber una saludable variedad en

85
Hechos 20:27.
86
2 Timoteo 3:16.
los textos escogidos de semana en semana.

d. Por regla general es de aconsejarse la selección de textos que sean claros en su


sentido. Los textos perspicuos tienen la ventaja de sugerir inmediatamente los temas que
de ellos se derivan. Ahorran tiempo, puesto que no precisan ser explicados, y ayudan a
los miembros de la congregación a comprender y recordar el sermón.87 Puede haber
ocasiones, sin embargo, cuando será prudente escoger un texto que no sea del todo
claro a primera vista. Tales textos pueden haber causado dificultades a los miembros de
la congregación, y es posible que tengan un positiva necesidad de que les sean explicados
y un vivo interés en que su pastor les saque de las dudas que la ambigüedad de esos
pasajes les haya ocasionado. Pero antes de emprender la tarea el predicador debe estar
bien seguro de que puede aclarar la dificultad que el texto ambiguo presente.

e. Generalmente es mejor escoger un texto que hace hincapié sobre los aspectos
positivos de la religión cristiana. El predicador hará bien en considerar el contraste
marcado entre el Decálogo y el Sermón del Monte. Su modelo debe ser el precepto
positivo de éste y no la prohibición negativa de aquél. Debe tomar a pecho este sabio
consejo: “la refutación del error es una tarea interminable. Sembrad la verdad y el
error se marchitará”.88

Si queremos sacar de un vaso “vacío” todo el aire que contiene, hay dos maneras de
acercarnos al problema. Podríamos obtener una bomba y tratar de extraer del vaso
todo el aire, dejando en su lugar un vació completo. O bien podríamos llenar el vaso de
algún líquido, dejando que el líquido expulse el aire a medida que lo va reemplazando. El
segundo procedimiento es a todas luces el más fácil y el más seguro. De la misma
manera el predicador debe saber que la predicación positiva de la verdad es mil veces
mejor que la refutación negativa del error. Esta idea fue hecha famosa en la historia de la
predicación por Tomás Chalmers (1780-1847), predicador presbiteriano escocés. La
tomó como tema de su bien conocido sermón “El Poder Expulsivo de un Nuevo Afecto”.
He aquí las palabras introductorias de aquel sermón famoso:

87
Phelps, op. cit., pp. 27-28.
88
Palabras de F. W. Robertson (1816-1853), predicador anglicano cuyos sermones han influido más que los de cualquier otro
predicador inglés sobre la enseñanza de la homilética. Citado por James R. Blackwood, The Soul of Frederick W. Robertson, (New
York: Harper Brothers Publishers, 1947), p. 104.
Hay dos maneras en que el moralista práctico puede tratar de
desalojar del corazón humano su amor para el mundo: o por una
demostración de la vanidad del mundo, para que el corazón sea
persuadido simplemente a retirar su afecto de un objeto que le es
indigno; o bien por la presentación de otro objeto, de Dios mismo,
como más digno de su lealtad, para que el corazón sea persuadido,
no a renunciar a un afecto viejo que no tenga nada que lo
reemplace, sino a trocar un afecto antiguo por uno nuevo. Mi
propósito es el de demostrar que en virtud de la misma
constitución de nuestra naturaleza, el primer método es del todo
inepto e ineficaz, y que únicamente el segundo bastará para
rescatar al corazón y librarlo del mal afecto que lo domina.89

f. Podemos decir también que hay grande sabiduría en la selección de textos que apelan
a la imaginación, es decir: de textos que presentan “algo que ver, algo que sentir o algo
que hacer”.90 En otras palabras, hay ventajas positivas de parte de los textos que
presentan la verdad en una forma concreta más bien que abstracta. Estas ventajas
fueron reconocidas por Cristo y por los profetas del Antiguo Testamento. Por ejemplo,
cuando alguien le hizo a Cristo la pregunta, “¿Y quién es mi prójimo?”, el Señor no
contestó con una definición abstracta. Pintó más bien un cuadro. Y en ese cuadro puso
actividad, conflicto, contraste y seres humanos parecidos a nosotros.91 Cuando el
profeta Nathán quiso redargüir la conciencia del rey David, no hizo un discurso sobre los
pecados del adulterio y del homicidio como tales. Pintó más bien un cuadro. Apeló a la
imaginación. Y cuando ésta hubo hecho su labor, atravesó el corazón real con su “Tú
eres aquel hombre”.92 Estos dos ejemplos bastan para dar realce a la necesidad de que
haya un elemento gráfico en nuestra predicación. ¡Cuánto mejor es, pues, que este
elemento se halle en el mismo texto del sermón. Aquí precisamente está la razón por
qué el ministro debe predicar con frecuencia sobre las porciones narrativas de las
Escrituras. En ellas las verdades eternas están presentadas en forma dramática. Dios
nuestro Señor lo quiso así porque sabe que sus criaturas comprenden mejor cuando
pueden ver la verdad al mismo tiempo que la escuchan. Y nosotros sus siervos seremos
89
Grenville Kleiser (ed.), The World’s Great Sermons, (New York: Funk & Wagnalls Company, 1908), IV, 55.
90
Andrew Watterson Balckwood, op. cit., p. 48.
91
Lucas 10:29-37
92
2 Samuel 12:1-7.
prudentes si utilizamos este material que el Espíritu ha hecho abundar en el Libro.

g. Finalmente, podemos decir que por regla general, y especialmente al principio de su


ministerio, el predicador hará bien en limitarse a un solo texto para cada sermón.

Es posible en algunos casos utilizar textos múltiples, como a continuación


demostraremos. Pero antes de que el predicador lo intente, debe estar seguro de que
ha dominado la técnica del empleo de los textos solitarios. Pasa algo parecido con el
deporte de andar a caballo. Antes de que el jinete presuma de montar dos caballos, al
estilo de los acróbatas del circo, deberá estar seguro de que puede montar bien a uno
solo. En manos de un predicador inexperto, el empleo de textos múltiples es casi seguro
que dé por resultado una notable falta de unidad en el sermón.
Sin embargo, cuando el predicador ha adquirido suficiente experiencia, podrá atreverse
de vez en cuando a emplear textos múltiples W. E. Sangster, eminente predicador
metodista inglés contemporáneo, ha sugerido los siguientes usos para tales textos:

(a) Los textos múltiples pueden ser empleados para hacer y contestar
preguntas. “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria...?” (Salmo 8 : 4 ) .
“...el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios”
(Romanos 8:16).

(b) Los textos múltiples pueden señalar contrastes. La Biblia sabe de dos
maneras en que uno puede estar muerto sin ser sepultado.

“...sois muertos con Cristo cuanto a los rudimentos del mundo” (Colosenses 2:20).
“...muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).

(c) Los textos múltiples pueden indicar un problema y apuntar su solución


“...en la tierra angustia de gentes por la confusión” (Lucas 21:25). “...mi paz os doy. ..No se
turbe vuestro corazón” (Juan 14:27).

(d) Los textos múltiples pueden obligarnos a ver varios aspectos de una verdad.
“Porque cada cual llevará su carga” (Gálatas 6:5). “Sobrellevad los unos las cargas de
otros” (Gálatas 6:2). “Echa sobre Jehová tu carga” (Salmo 55:22).

(e) Los textos múltiples pueden presentar gráficamente una progresión del
pensamiento.
“Demonio tiene, y está fuera de sí ” (Juan 10:20). “Bueno es” (Juan 7:12).
“Tú eres el Cristo” (Mateo 16:16).
“¡Señor mío, y Dos mío!” (Juan 20-28).

“La relación inteligente de una porción de las Escrituras con otra es cosa de grande
fascinación mental para el predicador y de enriquecimiento espiritual para la
congregación. El número asombroso de tales combinaciones iluminadoras de textos
bíblicos sorprenderá a uno que no haya cultivado el hábito de buscarlas”.93

7.4 El semillero homilético”. Con la cuestión de la selección de los textos está


estrechamente relacionada la necesidad de que el predicador tenga algún plan para
conservar y archivar los textos bíblicos que lleguen a impresionarle con sus
posibilidades homiléticas.

Hemos dicho arriba que el predicador debe escoger un texto que se apodere de su
propio corazón. Si es alerta, y si está cultivando debidamente su propia vida espiritual,
no le faltarán vislumbres de inspiración respecto al uso que se puede hacer de tal o cual
texto bíblico para llenar las necesidades espirituales de su congregación. Tales ráfagas de
iluminación suelen presentársele mientras medita en la Palabra, al estar leyendo algún
libro o revista, en el curso de la visitación pastoral, mientras escucha un buen sermón, y
de otras muchas maneras más. Pero si no se habitúa a anotarlas en el acto, pronto se
esfumarán. El conjunto de estas anotaciones constituye su “semillero homilético”.

En relación con el aspecto mecánico del “semillero homilético” las siguientes sugestiones
pueden ser de valor:

a. El predicador siempre debe andar provisto de lápiz o pluma y de algún pedacito de

93
W. E. Sangster, The Craft of Sermon Construction, (Philadelphia: The Westminister Press, Copyright 1951 by W. L. Jenkins, pp. 70-
71.
papel en blanco en el cual puede anotar los textos o las ideas iníciales para sermones
que se le ocurran.

b. Debe formarse el hábito de anotar dichos textos o ideas en el mismo momento en que
se le presenten a la mente para evitar que se lo olviden.

c. En su primera oportunidad, debe pasar estas anotaciones a una hoja o tarjeta de


tamaño conveniente para ser guardada en una carpeta para hojas sueltas o en un
tarjetero. (En nuestro medio latinoamericano generalmente resulta más económico lo
primero).
d. La carpeta (o el tarjetero) debe ser arreglada con un índice para indicar los distintos
libros de la Biblia, y las hojas (o tarjetas) deben ser archivadas en orden según libro,
capítulo y versículo. De esta manera el predicador podrá siempre localizar los apuntes
que necesite en un momento dado.

e. Hasta que el predicador esté listo para elaborar el mensaje correspondiente a un


texto dado, debe dejar la hoja (o tarjeta) correspondiente en su lugar, agregando de vez
en cuando las ideas adicionales que se le ocurran en relación con el texto o con el tema
de él derivado.
f. Cuando los pensamientos anotados en relación con un texto dado hayan sido
elaborados en sermón, la hoja (o tarjeta) puede ser removida, puesto que ya sirvió
para su propósito y no se necesita más.

Uno de los grandes valores de tal sistema de anotación y conservación de textos es que
permite que las ideas germinales de los sermones tengan tiempo para madurar en la
mente y en el corazón del predicador. Bien se ha dicho que...un concepto artístico suele
vivir en el corazón de los hombres en proporción directa al tiempo que ha necesitado
para madurar en el alma del artista. De la misma manera el valor de un sermón puede
depender del número de semanas, meses y aun años que ha necesitado para crecer en
el corazón del predicador.94

94
Blackwood, op. cit., p. 39.
Apreciado estudiante, realice la lectura complementaria cuatro, acerca
de la exposición que sobre el tema de la escogencia del texto, hace
Charles Spurgeon; uno de los más grandes predicadores de la historia
(ver lectura complementaria 4)
Capítulo 8: Los contextos
La naturaleza bidimensional de la predicación bíblica
Si nuestro concepto en cuanto a la predicación surge de la misma Biblia, un
sermón bíblico tiene dos puntos de referencia: la revelación bíblica previa y la
situación presente. Esa es la forma de predicación que surgió en la sinagoga
durante el período intertestamentario. El pueblo israelita en el exilio se halló
adorando en forma comunitaria cada sábado. Sin embargo, no tenían una
dimensión central de la adoración —el sistema de sacrificios. Se necesitaron
nuevos ingredientes para la adoración. Una de las posibilidades estaba en la
aceptación de una cantidad creciente de literatura como escritura sagrada.
Gradualmente fue surgiendo un modelo de adoración, en el cual se leían la Ley y
los Profetas cada sábado. Cuando el hebreo dejó de ser un idioma de habla común,
se hizo necesaria una interpretación como agregado a la lectura. Aunque esta
interpretación podía ser ampliada hacia una exposición detallada, generalmente
asumía el carácter de una lectura más bien informal. De ese modo se originó el
sermón en la sinagoga.

El sermón de la sinagoga, por lo tanto, tenía un elemento exegético, en el cual se


leían las Escrituras o se decía algo con referencia al texto escritural, y un elemento
profético, en el cual se explicaba la importancia de aquel pasaje para la época que
se vivía. Era "costumbre exponer las lecciones leídas en los cultos. En la iglesia
judía esto se desarrolló como un discurso de exhortación, muy parecido a lo que
es un sermón moderno.”95

El concepto distintivo de los primeros cristianos fue la fe en Jesús como el Mesías.


Ellos no sentían la necesidad de cambiar otras dimensiones o elementos en su
adoración. Aunque el contenido era nuevo, podían usarse las formas antiguas. De
esa forma, el sermón cristiano primitivo siguió la misma forma del sermón de la
sinagoga. "El origen del sermón cristiano, como casi todo lo demás en los cultos de
la iglesia primitiva, se ha de encontrar en la sinagoga."96

95
W. B. Sedgwick, "The Origins of the Sermon," The Hibbert Journal 45 (Enero 1947): 162. Ver también pp. 158-64.
96
Ibid.
Esto se puede ver por medio de un vistazo rápido a los registros
neotestamentarios de los primeros sermones cristianos. Jesús fue a la sinagoga de
su pueblo en Nazaret, abrió el rollo del profeta Isaías, leyó del mismo, y dijo: "Hoy
se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos" (Luc. 4:21). En manera similar,
en el sermón del día de Pentecostés, Pedro observó lo que estaba sucediendo y
dijo: "Esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel" (Hech. 2:16). Luego hizo
una cita del profeta Joel. El estaba interpretando el evento del momento a la luz de
la Escritura previa. El modelo se repitió en los viajes misioneros de Pablo. Su
estrategia era ir primero a predicar en la sinagoga, esperando encontrar allí gente
judía lista para aceptar a Jesús como la culminación de las profecías del Antiguo
Testamento. De modo que no es raro leer el sermón en la sinagoga en Antioquía
de Pisidia (Hech. 13:14-41) y encontrar a Pablo refiriéndose a la historia de Israel
registrada en los escritos del Antiguo Testamento, y luego dirigiéndose a la
situación presente de sus oyentes a la luz de sus referencias a sus propias
Escrituras.

Por ello, el modelo para la predicación bíblica aparece claramente en las páginas
de la Biblia misma. De ella surge la naturaleza bidimensional de la predicación
bíblica. Por un lado, la predicación bíblica tiene un punto de referencia en la
revelación bíblica previa. Por el otro lado, el punto de referencia es la situación
presente del oyente. El predicador trabaja "entre dos mundos". Un sermón bíblico
verdadero "construye un puente sobre el abismo entre los mundos bíblico y
moderno, y debe estar igualmente afincado en ambos.97 La predicación bíblica
está representada en este diagrama:

Arco de la predicación
Predicador

Revelación bíblica previa Situación Real presente

97
John R. W. Stott, Between Two Worlds (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1982), p. 10.
La predicación bíblica, entonces, se alcanza cuando el predicador une en forma
efectiva la revelación bíblica previa y la situación presente del oyente,
construyendo para ello "el arco de la predicación". Para que esto suceda, no se
requiere una forma particular. Todo lo que se demanda es que el sermón funcione
en estas dos áreas. Debe tratar con el "entonces del texto" y el "ahora de nuestro
tiempo".
Capítulo 9: Los propósitos de la predicación.
9.1 LA BUENA PREDICACIÓN EXIGE PROPÓSITOS DEFINIDOS
Después de la idoneidad personal del predicador no hay factor de mayor importancia en
la preparación de un sermón eficaz que la determinación del propósito específico que el
predicador se propone lograr con su mensaje. Esta verdad ha sido recalcada por
muchos de los príncipes del púlpito cristiano. Las siguientes citas son muestras de la
opinión general de los que han escrito sobre el particular.

Analizando las cualidades que contribuyen a la efectividad del


sermón... Pongo en primer lugar la precisión de propósito. Cada
sermón debe tener a la vista una meta clara... Antes de sentarse
a preparar su discurso, el predicador siempre debe preguntarse
a s í mismo: ¿Cuál es mi propósito en este sermón? Y no debe
dar un solo paso más sino hasta haber formulado en su mente
una contestación definida a esta pregunta.98

El primer requisito del sermón eficaz es que tenga un propósito


definido... En la preparación de un sermón el ministro debe
determinar su propósito antes de formular su tema o de
escoger su texto. ¿Qué es lo que quiero lograr este domingo
próximo por la mañana en esta congregación mediante este
discurso? Esta es la primera pregunta que el predicador debe
hacerse.99

Antes de subir al púlpito es preciso que definamos nuestro


propósito en términos sencillos y exactos. Formulemos con
claridad el fin que perseguimos... Empuñemos la pluma y para
desterrar todo peligro de ambigüedad, anotemos en el papel
cuál es nuestro propósito y nuestra ambición para el día.
Démosle toda la objetividad de una carta de marinero:
examinemos nuestra ruta y contemplemos constantemente el

98
William M. Taylor, The Ministry of the Word, (New York: Anson D. F. Randolph & Co., 1876), pp. 110-111.
99
Lyman Abbott, The Christian Ministry, London: Archibald Constable & Company Ltd., 1905), p. 208.
puerto al cual queremos arribar. Si en el momento de ascender
al púlpito nos detuviese un ángel, exigiéndonos la declaración de
nuestra misión, debemos ser capaces de contestarle
inmediatamente, sin demora ni titubeos, diciendo: “Esto o
esto otro es el mandado urgente que desempeño hoy por mi
Señor”.100

9.2 EL VALOR DE LA DETERMINACIÓN DEL PROPÓSITO DEL SERMÓN

La determinación del propósito definido del sermón aporta grandes beneficios tanto
para el mismo predicador como para su congregación.

(1) En primer lugar, la práctica de empezar la preparación de cada mensaje con la


formulación del propósito específico que debe ser logrado, constituye un recuerdo
oportuno al predicador que su sermón es un medio y no un fin. “Los sermones son
herramientas”.101 Este concepto es de capital importancia. El sermón es una
herramienta; nada más y nada menos. En esto vemos tanto su pequeñez como su
grandeza. Siendo solamente una herramienta, comprendemos que su importancia
descansa solamente en su adaptación para su fin. Siendo toda una herramienta,
entendemos cuán necesario es que sea perfectamente adaptado para su fin. Lo primero
nos libra de la insensatez de pavonearnos por causa de las excelencias de nuestros
sermones. Lo segundo nos previene en contra del crimen de ser negligentes en la
preparación de nuestros mensajes.

(2) Además, el hecho de fijar un propósito definido para cada sermón obliga al
predicador a depender de Dios. Su tarea es difícil y fugaz su oportunidad. Sólo cuenta
con el momento presente, y en el breve lapso de treinta o cuarenta minutos tiene que
despertar el interés, iluminar el entendimiento, convencer la razón, redargüir la
conciencia y cautivar la voluntad, todo con relación a una cosa determinada, a saber: el
propósito del sermón. Ante semejante responsabilidad no puede menos que sentir su

100
J. H. Jowett, The Preacher His Life and Work, (New York: Harper & Brothers Publishers, 1912), pp. 148-149.
101
Johnson, op. cit., p. 288.
incapacidad. Con Pablo tiene que clamar: “Y para estas cosas ¿quién es suficiente?”102 Y
con el mismo apóstol tendrá que responder: “Nuestra suficiencia es de Dios”.103

(3) Se puede decir también que la determinación del propósito específico del sermón
constituye una guía indispensable en la preparación del mensaje. El propósito gobierna la
elección del texto; influye en la formulación del tema; indica cuáles materiales de
elaboración son idóneos y cuáles no lo son; aconseja el mejor orden para las divisiones
del plan; y determina la forma en que el mensaje debe ser concluido. Sin exageración
alguna se puede decir que desde el punto de vista estructural, no hay nada que sea tan
importante para el sermón como la determinación de su propósito.

(4) Por último, la determinación del propósito del sermón da motivo poderoso para
esperar frutos de él para la gloria de Dios. “Demasiadas veces el predicador a nada
le apunta, ni da en el blanco”.104 H. W. Beecher, generalmente considerado como uno de
los mejores predicadores evangélicos del siglo diecinueve, dio testimonio de la
transformación obrada en su propia predicación cuando aprendió a “hacer puntería”
con sus sermones. Había estado predicando por unos dos años y medio, pero sin
resultados. La esterilidad de su ministerio le causaba grande preocupación. Se
acentuaba su descontento a medida que meditaba en el contraste marcado entre los
resultados obtenidos por los sermones de los apóstoles y la nulidad de efecto producida
por sus propios discursos. Se resolvió a saber en qué consistía la diferencia. Después de
un análisis de los sermones registrados en el libro de Los Hechos, llegó a la siguiente
conclusión: que los apóstoles adaptaban la presentación de sus mensajes a la condición y
a las necesidades de sus oyentes. Por primera vez comprendió la necesidad de “hacer
puntería” con sus sermones. De acuerdo con esta idea Beecher preparó su mensaje para
el domingo siguiente. Diecisiete hombres fueron “despertados” por el impacto de aquel
sermón. De su experiencia dijo después: “Nunca en la vida había sentido tal sensación
de triunfo. Lloré durante todo el camino a mi casa y me decía: ‘Ahora s é predicar’
”.105

Cuando el predicador ora y cuando analiza la condición de su congregación; cuando


102
2 Corintios 2:16.
103
2 Corintios 3:5
104
Ilion T. Jones, Principles and Practice of Preaching, (Nashville: Abingdon Press, 1956) p. 34.
105
Henry Ward Beacher, Yale Lectures on Preaching, (Boston: The Pilgrim Press, 1902.
enfoca toda su energía intelectual y espiritual sobre la preparación de un sermón que
utilice la Palabra de Dios con el fin de satisfacer la más apremiante necesidad espiritual
del momento, puede descansar en la plena confianza de que Dios cumplirá su promesa:
Asíserá mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.106

9.3 LOS PROPÓSITOS GENERALES DE LA PREDICACIÓN

En páginas anteriores vimos que es posible definir la predicación como “la verdad de Dios
proclamada por una personalidad escogida con el fin de satisfacer las necesidades
humanas”107 Esta definición equipara el propósito total de la predicación con la esfera
de las necesidades humanas. Conviene preguntar, pues, en qué consisten estas
necesidades, porque de la contestación a esta pregunta depende la definición de los
propósitos generales de la predicación cristiana.

Indudablemente, la respuesta más concisa sería decir que las necesidades humanas
pueden ser reducidas esencialmente a una sola cosa, a saber: la necesidad de vida
espiritual. Pero la humanidad está dividida en dos grandes campos. Parte de ella es
salva, y parte no lo es. Gran parte anda “conforme a la condición de este mundo,
conforme al príncipe de la potestad de aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de
desobediencia” siendo “por naturaleza hijos de ira”.108 Otros han sido “hechos cercanos
por la sangre de Cristo”, teniendo “entrada por un mismo Espíritu al Padre”, no siendo
ya “extranjeros no advenedizos, sino juntamente ciudadanos con los santos, y
domésticos de Dios”.109 Ambos grupos tienen necesidad de vida espiritual, pero con los
primeros es la necesidad de adquisición, y con los segundos, la de desenvolvimiento. Los
primeros necesitan ser regenerados,110 los segundos necesitan crecer “en la gracia y
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.111 Tanto los unos como los otros
están incluidos en la declaración de Cristo: “Yo he venido para que tengan vida, y para

106
Isaías 55:11.
107
Blackwood, op. cit., p. 13.
108
Efesios 2:13-20.
109
Efesios 2:13-20.
110
Juan 3:5.
111
2 Pedro 3:18.
que la tengan en abundancia”.112

Vemos, por tanto, que es menester establecer un mínimo de dos propósitos generales
para la predicación cristiana: la evangelización de los perdidos y la edificación de los
creyentes. El doctor Blackwood, generalmente reconocido como el mejor maestro
contemporáneo de la homilética, hizo recientemente la siguiente declaración:

Los mejores predicadores de otros días presentaban dos clases


de mensajes: a los inconversos...; y a los seguidores activos de
Cristo. Aun cuando variaba la proporción respectiva de las dos
clases de sermones, a menudo la relación parece haber sido de
mitad y mitad. En los mensajes impresos de predicadores tan
distintos entre sí como lo fueron Spurgeon,113 Moody,114 y
Brooks,115 se observa esta proporción como norma de trabajo.
Examinad sus tomos de sermones, y os sorprenderán, como a mí
me sorprendió, la uniformidad de los resultados. Tomad, por
ejemplo, a Phillips Brooks... y estudiad los diez volúmenes de sus
sermones para determinar el propósito de cada mensaje. Hallaréis
que, aproximadamente en la mitad de ellos, Brooks estaba
procurando ganar para Cristo al oyente que aún no lo había
aceptado, y que en los demás se esforzaba en fortalecer la fe del
hombre que había creído ya. Considerad, por otra parte, a Dwight
L. Moody... Partiendo de un punto de vista distinto del de Brooks,
Moody, evangelista decidido como era, gastó como la mitad de sus
horas en el púlpito predicando a los creyentes.116

Semejante distribución de énfasis es sumamente saludable, tanto para el desarrollo de


poder del predicador como para el vigor de la vida de su congregación.

112
Juan 10:10
113
C. H. Spurgeon (1834-1892), pastor bautista inglés.
114
Dwight L. Moody (1837-1899), evangelista congregacional norteamericano.
115
Phillips Brooks (1835-1893), pastor y obispo episcopal norteamericano.
116
Andrew W. Blackwood, “Marks of Great Evangelical Preaching,” Christianity Today, I (November 12, 1956), p. 5.
La división doble que acabamos de hacer es necesaria e importante, pero no es del todo
satisfactoria como una clasificación de los propósitos generales de la predicación. Su
defecto consiste en su sencillez. Deja de especificar la diversidad de las necesidades
espirituales del creyente. El hombre inconverso, aunque necesita muchas cosas, tiene
que empezar por una sola: el nuevo nacimiento. Pero el hombre regenerado tiene
necesidades espirituales muy diversas, y cualquiera clasificación útil de los propósitos
generales de la predicación cristiana debe tener en cuenta esta diversidad.

Para el que esto escribe, el mejor análisis de las necesidades espirituales del hombre es
el que hace el profesor Weatherspoon en su edición revisada (en inglés) del bien
conocido libro de Broadus, Tratado sobre la Predicación. Las cataloga como sigue:

...la necesidad de ser introducido al compañerismo con Dios, de


crecer en el conocimiento de Dios y en la devoción al Reino de
Dios, de ser instruido en justicia en medio de situaciones morales
complejas, y de ser guiado a dar expresión apropiada a la fe y
vida cristianas.117

Tomando como base este análisis, podemos decir que la predicación, si ha de ser fiel a su
misión de satisfacer las necesidades humanas: necesita cumplir con seis propósitos
generales.

(1) El propósito evangelístico. Este es el de persuadir a los perdidos a recibir a Cristo


Jesús como su Salvador personal. Los sermones que tienen este fin principal son
clasificados como sermones evangelísticos.

La predicación evangelística es caracterizada por cuatro rasgos fundamentales. En


primer lugar, declara el hecho de la condición perdida del hombre natural.

Toda la naturaleza del hombre, todo elemento y facultad de su ser,


ha sido debilitado y depravado por el pecado. Cuerpo, alma y

117
John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons, (revisada por el doctor Weatherspoon (New York: Harper &
Brothers, 1944), p. 58. Véase también p. 115.
espíritu han caído bajo el poder de él. La mente del hombre ha
sido obscurecida, su corazón depravado, su voluntad
pervertida, por el pecado.118

El hombre Está en tinieblas morales y necesita iluminación espiritual; se halla en un


estado de condenación y necesita justificación: es un cautivo de Satanás y necesita
libertad; tiene un corazón pervertido y necesita regeneración.119

Las Escrituras confirman la exactitud de este cuadro sombrío. Según ellas el hombre
nació en pecado,120 su inclinación natural es perversa;121 por voluntad y culpa propias
se ha descarriado del buen camino;122 vive bajo la ira y condenación divinas;123 y es
totalmente incapaz de salvarse a s í mismo.124

Además, la predicación evangelística proclama los hechos verídicos de la obra redentora


de Cristo e interpreta el significado de ellos. El cristianismo es una religión histórica. Su
vida brota de ciertos hechos históricos y con éstos está de tal manera identificada que
aparte de ellos no puede permanecer en pie. Estos hechos constituyen el evangelio — las
buenas nuevas de la intervención de Dios en el curso de la historia humana para redimir
al hombre y restaurarle al compañerismo con su Creador. Encontramos la narración de
estos hechos en el Nuevo Testamento. Son como sigue:

Las profecías han sido cumplidas y un Nuevo Día fue inaugurado


por el advenimiento de Cristo; éste nació de la simiente de David;
murió de acuerdo con las Escrituras para redimirnos de este
presente siglo malo; fue sepultado; resucitó al tercer día conforme
a las Escrituras; ha sido exaltado a la diestra de Dios como Hijo de
Dios y Juez de los vivos y de los muertos; y vendrá otra vez como

118
W. T. Conner, El Evangelio de la Redención, (El Paso: Casa bautista de Publicaciones 1954), p. 36.
119
J. M. Pendleton, Compendio de Teología Cristiana, (El Paso: Casa Bautista de 1928), p. 180.
120
Salmo 51:5.
121
Génesis 6:5; 8:21; Salmo 58:3; Jeremías 17:9; Romanos 7:18.
122
Isaías 53:6; Eclesiastés 7:20; Romanos 3:9-18,23; Gálatas 3:22
123
Juan 3:18, 36; Romanos 5:12, 18; 6:23; Efesios 2:1-3; 5:6; Colosenses 3:6.
124
Romanos 3:24-28; 6:23; Gálatas 2:16; 3:10; Efesios 2:8, 9; Tito 3:5, 7.
Juez y Salvador.125

El significado de estos hechos es que Dios, en la persona de su Hijo, de manera


sobrenatural entró en el curso de la historia humana para identificarse plenamente con
el hombre, cumpliendo con todas las demandas de la ley divina. Luego asumiendo
voluntariamente la culpa ajena, y pagando con su muerte en la cruz el precio completo de
la redención del hombre, triunfó sobre la muerte en el hecho positivo de su resurrección.
Y habiendo ascendido a la diestra de Dios, sostiene por su Espíritu a los suyos,
capacitándolos para vencer en medio de todas las pruebas de la vida. Desde allá vendrá
corporal y visiblemente, en gloria inefable, para resucitar a los muertos, juzgar al mundo e
inaugurar el reino eterno. En otras palabras, Dios ha provisto perdón para nuestro
pasado, poder para nuestro presente, y pureza y perfección para nuestro porvenir.

La predicación evangelística pregona también cuáles son las condiciones de acuerdo con
las cuales el hombre puede obtener beneficio de la obra perfecta y cumplida del
Salvador. Estas condiciones son pocas y sencillas y dentro del alcance de todo aquel que
quiere ser salvo. Son “arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor
Jesucristo”.126

El arrepentimiento es un cambio interno con relación al pecado; cambio efectuado por el


Espíritu de Dios y que afecta toda la personalidad.127 Es un cambio intelectual: un
cambio de parecer. Abarca una comprensión de la enormidad del pecado; comprensión
de que el pecado brota de una naturaleza perversa; de que se manifiesta en una actitud
de rebeldía e ingratitud para con Dios; y de que redunda en el fracaso, en dejar de
alcanzar las metas de la justicia y de la felicidad verdaderas. Es también un cambio
emocional: un cambio de sentimiento. No es un simple temor al castigo ni un
remordimiento de conciencia, sino un pesar sincero por haber ofendido a un Dios de
amor y de bondad. Es el “dolor que es según Dios”,128 consistente en un “espíritu
quebrantado” y en un “corazón contrito y humillado”.129 Por último, es un cambio

125
C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and its Developments, (London: Hodder & Stoughton Limited), p. 17. Dodd funda su
resumen en las siguientes citas: 1 Corintios 15:1, 11; Gálatas 3:1, 1:4; Romanos 10:8, 9; 2 Corintios 4:4; 5:10; Romanos 14:9, 10;
2:16; <1 Corintios 4:5; 1 Tesalonicenses 1:9, 10: Romanos 8:31-34; Colosenses 3:1 y Efesios 1:20.
126
Hechos 20:20, 21.
127
Conner, op. cit., pp. 216-221.
128
2 Corintios 7:10.
129
Salmo 51:17.
volitivo: un cambio de propósito. En una de las parábolas de Cristo leemos que “un
hombre tenía dos hijos, y llegando al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Y
respondió él, dijo: No quiero; mas después, arrepentido, fue”.130 Su arrepentimiento
produjo un cambio de resolución.

Pero cuando el pecador está resuelto a dejar su pecado, encuentra que está atado a él.
No por voluntad propia puede romper la cadena que lo detiene. De ahí la necesidad de
la fe en Cristo. Esta no es un simple asentimiento 131 (aunque sí tiene su aspecto
intelectual, puesto que descansa sobre bases históricas), sino una confianza del
corazón.132 Es la recepción de Cristo como Salvador, abriéndole la puerta y dejándole
entrar para hacer su obra de transformación espiritual.133 Es la entrega de nuestra vida
en las manos de él dispuestos a arriesgar con él nuestro eterno bienestar.134 Es la
sumisión de nuestra voluntad a la de él, reconociéndolo como soberano Señor, y
disponiéndonos a servirle con obediente lealtad.135

Por último, la predicación evangelística es caracterizada por una insistencia perentoria en


que los pecadores sean “salvos de esta perversa generación”,136 y de que manifiestan su
decisión públicamente, procurando el bautismo y uniéndose a la iglesia del Señor para
una vida de servicio y de crecimiento espiritual.

El sermón que tiene un alma enfrente no debe tener ningún mañana. Su tiempo
aceptable es ‘ahora’. Ha de significar una rendición instantánea y absoluta; entregarse
desde luego a Cristo; la entrada inmediata al reino de Dios. Su invitación es actual,
urgente, insistente. No hace ni la más pequeña insinuación al alma a quien busca, de que
volverá a buscarla otra vez. No permite evasivas, no anima a dilaciones, no resfría al
pecador con ninguna sugestión de que está en el buen camino si tiene una mente seria, si
piensa en el asunto de la religión personal, y busca más luz, con la esperanza de que por
este camino llegará a la aceptación plena de Cristo. No le dirá que siga leyendo la
Escritura en busca de dirección y más luz; no le enviará a la iglesia para que por sus

130
Mateo 21:28-32.
131
Santiago 2:19.
132
Romanos 10:8-10.
133
Juan 1:11, 12; Apocalipsis 3:20.
134
Juan 2:24; 3:33.
135
Hechos 22:10.
136
Hechos 2:40-42.
puertas encuentre al fin al Salvador; ni al culto de oración diciéndole que allí, en oración
continua y en meditación, después de algún tiempo su ánimo se hará voluntario. ¡No! Con
urgencia imperiosa y dominadora al mismo tiempo que amorosa, le dirá que no hay en
esto ‘dentro de poco’ para que un alma vaya a Cristo, y señalándole la cruz, le dirá: ‘He
aquí el Cordero de Dios’. ‘Hoy, HOY, si oyereis su voz, no endurezcáis vuestro
corazón’.137

(2) El propósito doctrinal. Este es el propósito didáctico, o sea el de instruir a los


creyentes, haciéndoles ver el significado de las grandes verdades de la fe cristiana e
indicando cómo éstas tienen aplicación práctica a la vida diaria. Los sermones que tienen
este objeto principal son clasificados como sermones doctrinales.
La característica fundamental de la predicación doctrinal es su énfasis sobre la
enseñanza. En esto sigue el ejemplo de los predicadores neotestamentarios. Jesús
mismo dedicaba la mayor parte de sus energías a la instrucción. Este énfasis está
patentizado en el hecho de que era reconocido generalmente como Maestro (cuarenta y
cinco veces es llamado así en los cuatro Evangelios) y en que el término favorito con que
designaba a sus seguidores era “discípulo”, palabra que significa “alumno” o
“estudiante”.138 Lo vemos también en el hecho de que al ascender al cielo comisionó a su
iglesia con una tarea de evangelización y de enseñanza.139

Los apóstoles entendieron bien la importancia de la instrucción. En Jerusalén, después de


la predicación evangelística del Día de Pentecostés, leemos que los tres mil creyentes
nuevos fueron bautizados y que “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles”.140 Tan
eficaz fue esta enseñanza que los saduceos procuraron suprimirla, tomando presos a
Pedro y a Juan e intimándoles “que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el
nombre de Jesús.”141 Después, encarcelaron a todo el cuerpo apostólico, pero éstos,
librados por un ángel, “entraron de mañana en el templo, y enseñaban” y aun cuando
fueron amenazados y azotados, “todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban
de enseñar y predicar a Jesucristo”.142 En Antioquía la labor de Bernabé y de Saulo
consistió en que “conversaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha
137
Johnson, op. cit., p. 428.
138
Price, op. cit., pp. 17-19.
139
Mateo 28:18-20.
140
Hechos 2:42, según la Versión Latinoamericana.
141
Hechos 4:1-18.
142
Hechos 5:17-42.
gente”.143 De su ministerio en Éfeso Pablo pudo decir: “nada que fuese útil he rehuido de
anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas”.144 Y cuando llegó por fin a Roma,
allí también pasó el tiempo “predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del
Señor Jesús”.145 Así fue, que plenamente convencido de la tremenda importancia de un
ministerio docente, al escribir a Timoteo sobre las cualidades que un pastor de almas
debe poseer, dijo clara y terminantemente que necesita ser “apto para enseñar”.146

La predicación doctrinal desempeña cuatro funciones importantes. En primer lugar,


responde al deseo de aprender que existe en el corazón de cada creyente. Este deseo es
mucho más fuerte de lo que parecen pensar algunos predicadores. Los hermanos
quieren saber. Y el predicador que sepa satisfacer esta demanda no tendrá que
predicar a bancas vacías. Además, esta clase de predicación previene a la iglesia en
contra de los estragos de la doctrina falsa. Abundan las herejías. Y una de las razones
porque abundan es precisamente porque hacen énfasis sobre la enseñanza. La mejor
manera de evitar que los hermanos se alimenten de las algarrobas del error es
ofrecerles sistemática y constantemente el pan abundante que hay en casa de su Padre.

En tercer lugar, la predicación doctrinal anima a la actividad. Por regla general, una iglesia
que sabe es una iglesia que actúa. Gran parte de la indiferencia espiritual que se halla en
nuestras congregaciones se debe a la falta de instrucción. Los hermanos no comprenden
la razón de las exigencias e iniciativas de su pastor. Pero cuando ven que existen motivos
para el servicio, generalmente responderán. Por último, la predicación doctrinal
contribuye al crecimiento intelectual y espiritual del predicador. El que predica este tipo
de sermones tiene que estudiar. Tiene que conocer su Biblia y saberla interpretar. Y a
medida que medite sobre los grandes temas de las Escrituras y se esfuerce en hacer que
tengan significado para su congregación, hallará que crece la estatura de su propia
alma.

Para terminar, mencionaremos tres cualidades que son indispensables en la predicación


doctrinal si ha de cumplir con su importante papel. Debe ser sencilla tanto en su
vocabulario como en su elaboración. Los términos técnicos de la teología no deben ser
143
Hechos 11:26.
144
Hechos 20:20.
145
Hechos 28:31.
146
1 Timoteo 3:2.
llevados al púlpito; deben permanecer en el estudio del predicador. El predicador de
sermones doctrinales debe tomar por ejemplo al “teólogo Juan” quien en su Evangelio
supo presentar los conceptos más profundos en el lenguaje más sencillo. Esta sencillez
debe ser manifestada también en la elaboración del pensamiento. De ahí la necesidad
especial de suficientes ilustraciones en sermones de este tipo. En segundo lugar, la
predicación doctrinal debe ser positiva. Debe hacer hincapié en la verdad y no en el
error. La práctica contraria a menudo resulta contraproducente porque da una
importancia desmedida al error y porque desafía una ley mental importante, a saber: que
las primeras impresiones son frecuentemente las más duraderas. Por último, la
predicación doctrinal debe ser práctica. Debe tener una relación clara con las
necesidades espirituales de la congregación a la cual es predicada. Si un sermón no tiene
aplicación práctica, no debe ocupar el tiempo ni del predicador ni de sus oyentes. Esto
fue lo que hizo a Brooks dar la siguiente exhortación a un grupo de aspirantes al
ministerio: “Predicad la doctrina, predicad cuanta doctrina sepáis, y procurad aprender
siempre más y más doctrina; pero predicadla siempre, no para que los hombres la
crean, sino para que creyéndola sean salvos”.147

(3) El propósito de devoción. Este es el propósito de intensificar en los creyentes el


sentimiento de amorosa devoción para con Dios, así como de guiarles en la expresión
apropiada de la adoración que Dios merece. Los sermones que se proponen este objeto
son clasificados como sermones de devoción.

“Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este
es el Primero y el grande mandamiento”.148 El cumplimiento de este mandamiento
aseguraría el cumplimiento de todos los demás. De la misma manera, cualquier pecado
que sea cometido puede ser atribuido fundamentalmente a la falta de amor para con
Dios. Es de suma importancia, por tanto, que la predicación cristiana dedique énfasis al
mantenimiento y a la intensificación del amor de Dios en el pecho de cada creyente y
que le ayude a expresar su amor en una adoración apropiada.

El amor para con Dios descansa sobre dos fundamentos: El conocimiento de lo que Dios

147
Brooks, op. cit., p. 129.
148
Mateo 22:37, 38.
es y el aprecio de lo que ha hecho por nosotros. Así es que los sermones que
ensalzan la gloria y la majestad de su ser o que exponen la grandeza y la perfección de la
obra que ha hecho a favor de sus hijos, son los sermones que cumplen mejor con el fin de
intensificar la llama del amor divino en el corazón redimido.

“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.149
Tal adoración demanda quietud y reverencia, meditación en la Palabra de Dios, alabanza
sincera y entusiasta, ferviente acción de gracias, confesión de pecado, intercesión por los
demás y petición sencilla y confiada por las necesidades propias. Todas estas actitudes
pueden y deben ser inculcadas por la predicación de sermones de devoción.

(4) El propósito de consagración. Este es el propósito de estimular al creyente a


dedicar sus talentos, tiempo e influencia al servicio de Dios. Los sermones que se
proponen lograr este resultado son clasificados como sermones de consagración.

Este propósito está estrechamente relacionado con el anterior, pero a la vez es


claramente distinto de él. En aquél el énfasis está sobre el amor para con Dios que el
creyente abriga en su corazón. En éste el énfasis descansa sobre el servicio cristiano
mediante el cual comprueba la sinceridad de su amor. La obra de Cristo demanda
diversas actividades. Cada creyente tiene algún don que utilizar para el bien general.150
Pero demasiadas veces guarda su talento en un151 o esconde su luz debajo de algún
almud.152 Este tipo de predicación tiene por objeto sacudir su conciencia, despertarlo de
su letargo y conmoverlo de tal manera que se resuelva actuar, poniéndose a la
disposición del Señor en las actividades que el adelanto de su reino demanda. Bajo esta
categoría vienen sermones sobre los deberes cristianos personales tales como el deber
de diezmar, el de hacer obra personal con los inconversos, el de romper con cualquier
práctica en su vida que perjudique su testimonio, el de consagrarse al ministerio o a la
obra misionera o el de acometer cualquiera empresa que esté indicada por la voluntad
divina. Están incluidos en esta categoría también los sermones que tienen por fin
estimular a toda la iglesia a acometer empresas cristianas colectivas, tales como la
apertura de nuevas misiones, la celebración de una serie de cultos especiales, la
149
Juan 4:24
150
1 Corintios 12:7.
151
Lucas 19:20.
152
Mateo 5:15.
construcción de un nuevo edificio y la aprobación de planes de mejoramiento
general.

(5) El propósito ético o moral. Este es el propósito de ayudar al creyente a normar


su conducta diaria y sus relaciones sociales de acuerdo con los principios cristianos.
Los sermones que procuran cumplir con este fin son clasificados como sermones
éticos o morales.

La atención frecuente dada a asuntos morales en la Biblia, y la variedad de las


condiciones sociales encontradas en el mundo contemporáneo se unen para demandar
del púlpito cristiano una palabra clara y de provecho sobre temas de la moral. Tales
temas se dividen necesariamente en dos clases. Por una parte hay temas sobre los cuales
la Biblia tiene una palabra clara y terminante. Entre estos se pueden enumerar, como
ejemplos: el matrimonio y el divorcio, las relaciones obrero-patronales, el racismo, el
alcoholismo, la veracidad, la honradez y la gratitud. En relación con estos, todo lo que el
predicador tiene que hacer es presentar de manera clara y con espíritu de amor lo que
la Biblia dice e instar a sus oyentes a acatar la voluntad divina así revelada.

Pero existen muchos problemas morales en el mundo actual que no fueron tratados de
manera directa y específica por los autores inspirados en las Santas Escrituras. Podemos
mencionar, por ejemplo: el uso del tabaco, el baile entre personas de sexos opuestos, la
práctica de apostar sobre las carreras de caballos y la costumbre de “soplar” en los
exámenes escolares. ¿Qué debe el predicador decir respecto a tales cosas? Si está
convencido de que éstas u otras cosas semejantes están minando la vida espiritual de
una parte considerable de su congregación, debe acercarse al problema desde el punto
de vista de los principios cristianos generales que deben ser seguidos en la
determinación de la corrección moral de cualquier acto dado. Sobre esta base debe
procurar persuadir a sus oyentes a desterrar tales prácticas de sus respectivas vidas.

En la predicación de sermones éticos hay dos peligros que evitar. El primero es el de


divorciar la moral de la doctrina, o sea el peligro de dejar la impresión de que una vida
moral decente, aparte de la regeneración obrada por el Espíritu Santo, es suficiente para
la salvación del alma. El segundo es el peligro de rebajar la dignidad del púlpito con la
discusión de temas cuya escasa importancia no justifica un tratamiento formal o cuya
naturaleza sugestiva tendería a corromper la mente en vez de edificar el espíritu de la
congregación.

(6) El propósito de dar aliento. Este es el propósito de fortalecer y de dar aliento al


creyente en medio de las pruebas y crisis de su vida personal. Los sermones que tienen
esta finalidad son clasificados como sermones de aliento.

La descripción más acertada que existe de este tipo de predicación es la que hallamos
en las palabras de Pablo a los Corintios: “Mas el que profetiza, habla a los hombres para...
exhortación y consolación”.153 La palabra traducida “exhortación” es paráklesis, y
significa, según Thayer, “exhortación, admonición, aliento”. La palabra “consolación”
representa la traducción de paramuthía, voz que trata de la condición del cristiano en
este mundo malo y hostil, donde tiene que padecer persecución y aflicción de toda clase.
La consolación se propone ayudarle a comprender la naturaleza de lo que tiene que
padecer y capacitarle para perseverar con denuedo y buen ánimo hasta el fin.154

Los dos términos indican claramente que la predicación cristiana debe ocuparse, entre
otras cosas, de mensajes tales como: “confortad a las manos cansadas, roborad las
vacilantes rodillas. Decid a los de corazón apocado: Confortaos, no temáis: he aquí que
vuestro Dios viene con venganza, con pago; el mismo Dios vendrá, y os salvará”.155

Tal predicación es demandada por la multiplicidad de acontecimientos y de


circunstancias en la vida del creyente que le afligen y amargan, que le desaniman y
decepcionan. Su vida suele ser combatida por la duda, el dolor, la tentación, el temor, las
pérdidas, la persecución, la miseria y la muerte misma. A menudo comparte el
sentimiento del apóstol Pablo cuando dijo: “...en todo fuimos atribulados: de fuera,
cuestiones; de dentro, temores”.156

Pero Pablo agregó a la cita que acabamos de dar estas palabras significativas: “Mas Dios,

153
1 Corintios 14:3
154
Compárese con la palabra parácletos, traducida “Consolador” en Juan 14:16 y Abogado” en 1 Juan 2:1.
155
R. C. H. Lenski, The Interpretation of St. Paul’s First and Second Epistles to the Corinthians, (Columbus: Wartburg Press, 1946), p.
578
156
Isaías 35:3, 4. Véase también Génesis 50:21; Isaías 40:1, 2, Lucas 4:18 y Hebreos 12:12.
que consuela a los humildes, nos consoló...”157 Y Dios puede consolar a todo su pueblo
en sus días de aflicción, y fortalecerlo en sus horas de debilidad, y guiarlo en sus
momentos de irresolución. Nuestro Dios puede librar de la tentación,158 sosegar al pecho
temeroso,159 y suplir toda otra falta que sus hijos lleguen a tener.160

Tal es el mensaje de los sermones de aliento. Ponen delante del creyente la grandeza del
poder de su Dios. Le recuerdan lo que Dios ha hecho en tiempos pasados. Le advierten
de la realidad de su presencia y de su voluntad para actuar ahora. Y le infunden ánimo
para confiar en el cumplimiento de las preciosas promesas divinas y para seguir
adelante, a pesar de todo.

157
2 Corintios 7:5.
158
2 Corintios 7:6.
159
1 Corintios 10:13.
160
Génesis 15:1; Éxodo 14:13; Números 14:9; Isaías 41:10.
Unidad cuatro: Tipos de predicación.

Objetivo de la unidad: Que el estudiante se familiarice con diversos tipos de


predicación y aproveche la diversidad para enriquecer su ejercicio como
predicador.

Preguntas problematizadoras:
1. ¿Qué diferencia existe entre un sermón temático y un sermón expositivo?
2. ¿Puede conjugar o unir varios tipos de sermones en una sola predicación?
3. ¿Cuándo debo usar un tipo particular de predicación?

Debemos distinguir entre la forma que adquiere una predicación, es decir, el tipo
de predicación, y los objetivos o propósitos que se busca alcanzar con dicha
predicación, de los propósitos ya hablamos en el capítulo anterior, ahora,
hablaremos de los tipos de predicación.

Capítulo 10: Las predicaciones temáticas


EL SERMÓN TEMÁTICO
DEFINICIÓN DE UN SERMÓN TEMÁTICO

Empezamos nuestra consideración del sermón temático con una definición, porque
si esta definición es comprendida totalmente, el estudiante conseguirá dominar los
elementos básicos de un discurso temático.

Un sermón temático es aquel cuyas principales divisiones se derivan del tema con
independencia del seguimiento de un texto.

Consideremos cuidadosamente esta definición. La primera parte afirma que las


principales divisiones tienen que hacerse en base al tema misma. Esto significa que
el sermón temático empieza con un tema, y que las partes principales del sermón
consisten en ideas que provienen de dicho tema.
La segunda parte de la definición declara que el sermón temático no exige un texto
como base de su mensaje. Ello no significa que el mensaje no vaya a ser bíblico,
sino que indica solamente que no es un texto de las Escrituras la base del sermón
temático.

Sin embargo, para asegurar que el mensaje sea totalmente bíblico en su contenido,
debemos empezar con un tema o asunto bíblico. Las principales divisiones del
bosquejo del sermón deben sacarse de este tema bíblico, y cada división principal
debe estar apoyada por una referencia bíblica. Los versículos que apoyan las
principales divisiones debieran, por lo general, sacarse de pasajes de la Biblia que
estén bastante separados entre sí.

EJEMPLO DE UN SERMÓN TEMÁTICO


Para comprender aún más la definición, pongamos manos a la obra con un sencillo
bosquejo temático.
Para nuestro tema, seleccionaremos las razones de las oraciones sin respuesta.
Señalemos ahora que no estamos usando un texto, sino un tema bíblico. De este
tema tenemos que descubrir qué es lo que la Biblia da como razones de la oración
no contestada.

Al meditar y recordar varias partes de las Escrituras que se refieren a nuestro


tema, podremos hallar textos como los que siguen, todos los cuales indican por
qué, frecuentemente, las oraciones quedan sin respuesta: Santiago 4:3; Salmo 66:
18; Santiago 1:6-7; Mateo 6:7; Proverbios 28:9 y 1.4 Pedro 3: 7. Es aquí donde una
buena Biblia con referencias, una concordancia exhaustiva161 o una Biblia temática,
como la Nave's Topical Bible,162 pueden ser de incalculable utilidad.

161 Por ejemplo, Concordancia de las Sagradas Escrituras, compilada por C. P. Denyer (Miami: Editorial Caribe).

162 Como esta obra no existe en castellano, sugerimos la obra Concordancia temática de la Biblia, compilada por Carlos Bransby
(El Paso: Casa Bautista de Publicaciones).
Con la ayuda de estas referencias hallamos las siguientes causas detrás de la
oración sin respuesta:
I. Pedir mal (Stg. 4:3)
II. Pecado en el corazón (Sal. 66:18)
III. Dudar de la Palabra de Dios (Stg. 1:6-7)
IV. Repeticiones vanas (Mi. 6:7)
V. Desobediencia a la Palabra (Pr. 28:9)
VI. Comportamiento desconsiderado en la relación conyugal (I .a P. 3: 7)

Aquí tenemos un bosquejo temático bíblico, con cada división principal derivada
del tema —razones para la oración sin respuesta— y cada división apoyada por un
versículo de las Escrituras.

UNIDAD DE PENSAMIENTO
Se verá del ejemplo acabado de dar que el sermón temático contiene una idea
central. En otras palabras, este bosquejo trata acerca de un solo tema: las razones
de la oración sin respuesta. Podemos pensar en otros importantes hechos acerca
de la oración, como el significado de la oración, la importancia de la oración, el
poder de la oración, los métodos de la oración y los resultados de la oración. Sin
embargo, a fin de conformarse a la definición de un sermón temático, tenemos que
sacar las partes principales del bosquejo del tema mismo; esto es, tenemos que
limitar todo el bosquejo a la idea contenida en el tema. Temas como el significado
de la oración o su importancia deben ser omitidos en este mensaje concreto, por
cuanto nuestro tema nos limita a tratar solamente acerca de los factores que
impiden la respuesta a nuestras oraciones.

CLASES DE TEMAS
Las Escrituras tratan acerca de todas las fases de la vida y actividad humanas que
se puedan imaginar. Revelan, también, los propósitos de Dios en gracia hacia los
hombres, tanto en el tiempo como en la eternidad. Así, la Biblia contiene un fondo
inagotable de temas de los que el predicador puede conseguir material para
mensajes temáticos apropiados para cada ocasión y condición en que se hallen los
hombres. Por medio de. la constante y diligente búsqueda en la Palabra, el hombre
de Dios enriquecerá su propia alma con preciosas gemas de verdades divinas y
podrá también compartir su riqueza espiritual con otros, de forma que también
ellos vengan a ser ricos en las cosas que realmente valen, tanto para el tiempo
como para la eternidad.
Del inmenso tesoro que es la Sagrada Escritura podemos sacar temas como éstos:
influencias benéficas, cosas pequeñas que Dios usa, fracasos de los santos de Dios,
bendiciones a través del sufrimiento, resultados de la incredulidad, absolutos
divinos que conforman el carácter, los imperativos de Cristo, los deleites del
cristiano, las mentiras del diablo, conquistas de la cruz, marcas de nacimiento del
cristiano, problemas que nos dejan perplejos, las glorias del cielo, anclas del alma,
remedios para dolencias espirituales, las riquezas del cristiano, conceptos bíblicos
de educación infantil y dimensiones del servicio cristiano.

En páginas posteriores de este capítulo se mostrarán al estudiante los principios


básicos para la construcción de las principales divisiones de los bosquejos
temáticos. Al considerar estos bosquejos, el lector se dará cuenta de que no sólo
cada bosquejo tiene un tema o asunto, sino también un título que difiere del tema.
En el capítulo 5 se da una explicación a fondo de la materia, tema, asunto y título.
Para nuestro propósito presente, sin embargo, señalemos que materia, tema y
asunto son sinónimos. El título, por otra parte, es el nombre dado al sermón,
otorgado de una manera interesante o atractiva.

ELECCIÓN DE TEMAS
Al entregarse al estudio temático de la Biblia, el estudiante descubrirá una tan gran
variedad de temas, que puede preguntarse cómo elegir uno apropiado para su
mensaje.

Si vamos a saber qué tema seleccionar, tenemos que buscar la conducción del
Señor. Esta conducción la recibiremos pasando tiempo en oración y en meditación
de la Palabra de Dios.

Otros factores pueden también entrar en la elección de una materia. La elección


puede quedar determinada por el tema acerca del que se le pide al ministro que
hable, o por la ocasión específica en que tiene que darse el mensaje. Además,
ciertas condiciones en una congregación determinada, pueden indicar que sea
necesario, o aconsejable, seleccionar un tema apropiado a las circunstancias.

Aunque un sermón temático no se base directamente en un texto, puede darse un


versículo de las Escrituras como idea, en base de la cual, se puede erigir un
bosquejo temático. Por ejemplo, en Gálatas 6:17 leemos: «De aquí en adelante
nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor
Jesús.» Estas palabras nos atraen: «Yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor
Jesús.» Al comparar con el margen de la revisión 1977 de Reina-Valera, vemos que
la columna central de la traducción alternativa «cicatrices». Es indudable que Pablo
se refiere aquí a las cicatrices dejadas por las heridas producidas en su cuerpo por
sus perseguidores por causa de Cristo, cicatrices que eran marcas elocuentes de
que pertenecía a Cristo para siempre.

Las fuentes extrabíblicas revelan que cuando Pablo escribió estas palabras, no sólo
se usaban los hierros candentes con animales, sino también para marcar a
humanos, dejando señales sobre la carne que no podían ya borrarse ni ser elimi-
nadas. Había, por lo menos, tres clases de personas que llevaban marcas de este
tipo: esclavos que pertenecían a sus dueños, soldados que en ocasiones se
marcaban con el nombre del general bajo el que servían, como prenda de su total
lealtad a su causa, y devotos que quedaban dedicados de por vida a un templo y a
la deidad que era adorada allí.

Como resultado de esta información, hacemos el bosquejo temático que se muestra


a continuación:

Título: «Las marcas de Jesús»


Tema: Las marcas en la vida de un cristiano consagrado
I. Como el esclavo, un cristiano consagrado lleva la marca
de propiedad del Señor al que pertenece (1.ra Co. 6:19-
20; Ro. 1:1)
II. Como el soldado, un cristiano consagrado lleva la marca
de lealtad al Capitán al que sirve
III. Como el devoto, un cristiano consagrado lleva la marca
de adorador del Señor a quien rinde culto (Fil. 1:20; 2.5
Co. 4:5)

PRINCIPIOS BÁSICOS PARA LA PREPARACIÓN DE BOSQUEJOS TEMÁTICOS

1. Las principales divisiones debieran estar en orden lógico o cronológico.

Esto significa que debiéramos proponernos desarrollar el bosquejo con una cierta
progresión, ya lógica, ya cronológica, pero que esta elección entre orden lógico o
cronológico debe ir determinada por la naturaleza del tema. Como nuestro tema
elegimos verdades vitales con respecto a Jesucristo, y llegamos así al siguiente
bosquejo:

Título: «Digno de adoración»


Tema: Verdades vitales acerca de Jesucristo
I. El es Dios manifestando en carne (Mt. 1:23)
II. Él es el Salvador de los hombres (I.a Ti. 1:15)
III. Él es el Rey que ha de venir (Ap. 11:15)

Observemos que este bosquejo está en orden cronológico. Jesucristo, el Hijo de


Dios, primeramente se encarnó, después fue a la cruz, dando allí Su vida para venir
a ser nuestro Salvador, y un día volverá como Rey de reyes y Señor de señores.
Observemos también que, en consecuencia a la definición de un sermón temático,
las divisiones no se derivan del título, sino del tema o asunto. Lo mismo sucede con
todos los bosquejos temáticos que se dan a continuación en este capítulo.

Otro ejemplo de progresión en un bosquejo es el que se da a continuación, con las


divisiones dispuestas en orden lógico. El tema trata de características de la
esperanza del creyente, pero emplearemos las cuatro palabras, «La esperanza del
creyente», como el sencillo título del bosquejo:
Título: «La esperanza del creyente»
Tema: Características de la esperanza del creyente
I. Es una esperanza viva (I .a P. 1: 3)
II. Es una esperanza salvadora (l.& Tes. 5:8)
III. Es una esperanza cierta (He. 6:19)
IV. Es una buena esperanza (2.a Ts. 2:16)
V. Es una esperanza que no se ve (Ro. 8:24)
VI. Es una esperanza bienaventurada (Tito 2:13)
VII. Es una esperanza de vida eterna (Tito 3:7)

Obsérvese que el bosquejo llega a su punto culminante en la última división.

2. Las principales divisiones pueden ser un análisis del tema.


Para analizar un tema, tenemos que dividirlo en sus partes componentes, y cada
parte del bosquejo contribuirá así a la globalidad de la consideración del tema.
Tomemos los principales datos acerca de Satanás en la Biblia como nuestro tema, y
usando «Satanás, nuestro supremo enemigo» como título, podemos analizar el
tema de la siguiente manera:

Título: «Satanás, nuestro supremo enemigo»


Tema: Principales datos acerca de Satanás en la Biblia
I. Su origen (Ez. 28:12-17)
II. Su caída (Is. 14:12.15)
III. Su poder (EL 6:11-12; Lc. 11:14-18)
IV. Su actividad (2.a Co. 4:4; Lc. 8:12; La Te. 2:18)
V. Su destino (Mt. 25:41)

Obsérvese que si se omitiera, por ejemplo, la segunda división principal de este


bosquejo, no tendríamos un análisis satisfactorio del tema, por cuanto una de las
características básicas del tema estaría ausente. Sin embargo, es posible que un
estudio adicional de la Biblia acerca del tema de Satanás pueda resultar en otro u
otros dos importantes puntos añadidos al bosquejo. Obsérvese también que,
siguiendo la norma dada, las divisiones están dispuestas en orden lógico.
3. Las principales divisiones pueden presentar las varias pruebas de un
tema.
El bosquejo que se muestra a continuación está hecho así:

Título: «Hacia el conocimiento de la Palabra de Dios» Tema:


Algunos de los beneficios de conocer la Palabra de Dios
I. El conocimiento de la Palabra de Dios nos hace sabios
para salvación (2.a Ti. 3:15)
II. El conocimiento de la Palabra de Dios nos guarda del
pecado (Sal. 119:11)
III. El conocimiento de la Palabra de Dios produce
crecimiento espiritual (La P. 2:2)
IV. El conocimiento de la Palabra de Dios resulta en una
vida victoriosa (los. 1:7-8)

Se verá que cada una de las principales divisiones de este bosquejo confirma la
tesis del tema; es decir, cada afirmación en las divisiones principales exhibe uno de
los beneficios de conocer la Palabra de Dios.

4. Las divisiones principales pueden tratar un tema por analogía o por


contraste con algo que se halle en las Escrituras.
En un bosquejo temático de este tipo se compara o contrasta un tema con algo
relacionado con él en la Biblia. Por ejemplo, leemos en Mateo 5:13 que el Señor
Jesús dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué
será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los
hombres.» Un examen del contexto en que se halla este versículo indica claramente
que Cristo se refiere al testimonio del creyente y que asemeja su testimonio a la sal.
Podemos por ello preparar un bosquejo con el título: «Un testimonio eficaz»,
haciendo que cada división consista en una comparación entre el testimonio del
creyente y la sal:
«Un testimonio eficaz»
Una comparación entre el testimonio del creyente y la sal
I. Como la sal, el testimonio del creyente debería sazonar
(Col. 4:6)
II. Título: Tema:
III. Como la sal, el testimonio del creyente debería purificar
(I.a Te. 4:4)
IV. Como la sal, el testimonio del creyente no debería
perder su sabor (Mt. 5:13)
V. Como la sal, el testimonio del creyente debería crear sed
en otros (La P. 2:12)

5. Las principales divisiones pueden ser expresadas mediante una cierta


palabra o frase constante de las Escrituras repetida a través del bosquejo.
La frase «Dios es poderoso» o «Aquel que es poderoso», 0 «(Él) que es poderoso»
(donde Él está implicado en la forma verbal de tercera persona, refiriéndose al
Señor) aparece una cierta cantidad de veces en las Escrituras. Usando esta base
para cada división principal, obtenemos el siguiente bosquejo:

I. Título: «El poderlo de Dios»


II. Tema: Algunas de las cosas que Dios puede hacer
III. Puede salvar (He. 7:25)
IV. Es poderoso para guardar (Id. 24)
V. Es poderoso para socorrer (He. 2:18)
VI. Puede sujetar (Fil. 3:21)
VII. Es poderoso para dar gracia (2.4 Co. 9:8)
VIII. Es poderoso para hacer mucho más allá de lo que
pensamos o pedimos (Ef. 3:20)

6. Las principales divisiones pueden ser apoyadas por una palabra o frase
idéntica de las Escrituras por todo el bosquejo.
Esto significa que se emplea la misma palabra o frase de las Escrituras, no en el
bosquejo, como en el caso de la norma anterior, sino en la justificación de la
afirmación de cada división. Como ejemplo, se da un bosquejo desarrollado en base
a un estudio de la expresión «en amor», que aparece seis veces en la Epístola a los
Efesios. Al usar el tema: «Hechos con respecto a la vida de amor», y al señalar cada
referencia bíblica en el bosquejo, se verá que esta expresión apoya cada una de las
divisiones principales:

Título: «La vida de amor»


Tema: Hechos con respecto a la vida de amor
I. Se basa en el propósito eterno de Dios (1:4-5)
II. Es producida por Cristo morando en el creyente (3:17)
III. Debería manifestarse en nuestras relaciones cristianas
(4:1-2; 4:15)
IV. Resultará en edificación y crecimiento de la iglesia
(4:16)
V. Queda ejemplificada por el mismo jesucristo (5:1-2)

El estudiante diligente encontrará que la repetición de palabras y frases


significativas es un fenómeno frecuente en la Biblia. Algunas veces puede hallarse
la aparición repetida de expresiones significativas dentro de un libro determinado,
como sucede en el caso anterior. Estas repeticiones no son accidentales, sino que,
indudablemente, están registradas en la Palabra de Dios para que tomemos
especial nota de ellas. El libro de los Salmos, así como las epístolas de Pablo y la
Epístola a los Hebreos, son especialmente ricos en reiteraciones de palabras y
frases significativas. Un cuidadoso estudio del contexto en el que aparecen estas
palabras o frases resultará en muchos y útiles mensajes.

7. Las divisiones principales pueden consistir en un estudio de palabras,


mostrando los varios significados de una cierta palabra o palabras en las
Escrituras.
El estudio de palabras puede ser un examen de las lenguas originales de una
palabra usada en la Biblia castellana.

Mediante esto, el predicador puede mostrar los varios matices de significado de los
que pueda no estar consciente el lector de la Biblia castellana. Por ejemplo, el
verbo traducido «andar» en la versión castellana Reina-Valera 1960 del Nuevo
Testamento puede provenir de trece verbos griegos, y estos trece verbos sugieren
otras tantas maneras en que puede entenderse el verbo «andar».

Tal estudio de palabras puede ser un examen del original, a fin de descubrir los
matices de aquella palabra en griego o hebreo. Por ejemplo, el nombre «honor»
(timé , en griego) se usa en cuatro sentidos diferentes en el Nuevo Testamento
griego, y de un estudio de su utilización en el texto original podemos llegar al
siguiente bosquejo:

Título: «Valoraciones: de Dios o del hombre»


Tema: Significados de la palabra «honor» en el Nuevo
Testamento griego
I. Un precio que se paga (1ª Co. 6:20)
II. El valor que algunos hombres dan a las ordenanzas
humanas (Col. :23)
III. 111. Estima o respeto dado a otro (1ª Ti. 1:17; He. 2: 9)
IV. El gran valor de Cristo para el creyente (1ª P. 2:7)

No es necesario poseer conocimiento del hebreo o del griego a fin de llevar a cabo
un estudio de palabras. La concordancia de las Sagradas Escrituras, de Carlos P.
Denyer (Caribe), así como el Léxico — concordancia del Nuevo Testamento en
griego y español, de Jorge G. Parker (Mundo Hispano), la Concordancia analítica
greco-española del Nuevo Testamento greco-español, de J. Stegenga y A. E. Tuggy
(Libertador), y el Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, de W. E.
Vine (CLIE), adaptado a la versión Reina-Valera 1960, con numerosas referencias a
la revisión de 1909, 1977 y Versión Moderna, por Santiago Escuain, así como otras
ayudas gramaticales hoy día disponibles, capacitarán al estudiante que no conozca
los lenguajes originales de las Escrituras a hacer una valiosa investigación en
semántica.

De una manera similar, un estudio de palabras puede seguir una palabra o frase
significativa a través de las Escrituras, estudiándola en sus relaciones contextuales
e inductivamente. En otras palabras, revisamos cada referencia específica a una
palabra o frase particular y después comparamos, analizamos y clasificamos
nuestras observaciones, con el propósito de llegar a una conclusión válida con
respecto a aquella palabra o frase.

Por ejemplo, consideremos la frase «he pecado». Mediante el uso de una


concordancia como la de Denyer, descubrimos un total de 16 veces en que esta
expresión aparece en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Al examinar las relaciones
contextuales de cada una de estas referencias, así como al compararlas y
analizarlas, descubrimos que la frase «he pecado» no constituye necesariamente
una expresión de verdadera confesión. Después clasificamos nuestras
observaciones y las ponemos en forma de bosquejo. Bajo el título «Confesiones:
verdaderas o falsas», mostramos que la expresión «he pecado», cuando es utilizada
por los varios caracteres bíblicos, puede significar una variedad de cosas

I. Una expresión de temor


a. Nótese el caso de Faraón (]Éx. 9:27, 10:16); de Acán (los.
7:20); de Simei (2.1> S. 19:20)
II. Una expresión insincera
a. Nótese el caso de Saúl (1.0 S. 15:24, 30)
III. Una expresión de remordimiento
a. Nótese el caso de Saúl (1." S. 26:21); de Judas (Mt. 27:4)
IV. Una expresión de verdadero arrepentimiento
Nótese el caso de David (Sal. 51:4) (cp. 2° S. 12:13); de
Nehemías (Neh. 1:6); del hijo pródigo (Lc. 15:18, 21)
8. Las principales divisiones no debieran ser apoyadas por textos de prueba
retorcidos fuera de su contexto.
Existe siempre el peligro, en los estudios temáticos, de que un texto sea sacado
fuera de su contexto; por ello, el predicador debe tener cuidado, de manera
constante, de que cada referencia bíblica citada para apoyar una afirmación en su
bosquejo, sea utilizada con precisión y en armonía con el evidente propósito de su
autor.
Capítulo 11: Las predicaciones de textuales
EL SERMÓN TEXTUAL
DEFINICIÓN
Al examinar el sermón textual pasamos a tratar un tipo de discurso diferente del
sermón temático. En un sermón temático empezamos con un tema, pero en un
sermón textual empezamos con un texto. Obsérvese cuidadosamente la definición
de un sermón textual:

Un sermón textual es aquel en el cual las principales divisiones se derivan de un texto


consistente en un breve pasaje de las Escrituras. Cada una de estas divisiones es
utilizada a continuación como una línea de sugerencia, y el texto provee el tema del
sermón.

Al examinar esta definición, se hace evidente que, en el sermón textual, las líneas
maestras de desarrollo se sacan del mismo texto. De esta manera, el bosquejo
principal queda estrictamente delimitado por el texto.

El texto puede consistir en una sola línea de un versículo de las Escrituras, o puede
tratarse de un solo versículo o incluso de dos o tres versículos. Los escritores de
homilética no definen de una manera específica la extensión del pasaje que pueda
ser utilizado para un sermón textual, pero para nuestros propósitos limitaremos el
texto de un bosquejo textual a un máximo de tres versículos.

La segunda parte de la definición afirma que cada división principal derivada del
texto «es utilizada a continuación como una línea de sugerencia». Esto significa que
las principales divisiones sugieren los temas a ser considerados en el mensaje. En
algunas ocasiones, un texto es tan rico y lleno que podemos obtener muchas
verdades o puntos que servirán como desarrollo de los pensamientos contenidos
en el bosquejo. Sin embargo, habrá también ocasiones en que sea necesario ir a
otros pasajes de las Escrituras para desarrollar las principales divisiones. En otras
palabras, las principales divisiones de un bosquejo textual tienen que provenir del
texto mismo, pero el desarrollo posterior puede venir, bien del mismo texto, bien
de otros pasajes de las Escrituras.

La definición afirma, además, que «el texto provee el tema del sermón». En
contraste con el sermón temático, en el que empezamos con un tema o asunto,
empezamos ahora con un texto, el cual indicará la idea dominante del mensaje.

EJEMPLOS DE BOSQUEJOS DE SERMÓN TEXTUAL

Para nuestro primer ejemplo, tomemos como texto Esdras 7:10, que dice: «Porque
Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla,
y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos.» A menudo será útil consultar
una revisión moderna para obtener un significado más claro de los pasajes
elegidos.

Al examinar cuidadosamente el texto podemos observar que todo el versículo se


centra en el propósito de Esdras en su corazón, y así podemos llegar a las
siguientes divisiones sobre la base del mismo versículo:

I. Estaba decidido a conocer la Palabra de Dios: «Esdras


había preparado su corazón para inquirir la Ley de
Jehová.»
II. II.Estaba dispuesto a la obediencia a la Palabra de Dios:
«y para cumplirla».
III. III.Estaba dispuesto a enseñar la Palabra de Dios: «y
para enseñar en Israel sus estatutos y decretos».
Así, un tema apropiado, sacado de las ideas sugeridas en el texto, pudiera ser la
disposición de Esdras en su corazón.

Cada una de las principales divisiones, según la definición, es ahora utilizada como
«una línea de sugerencia». Éstas indican lo que vamos a decir acerca del texto.

En base a la primera división principal, tenemos que hablar acerca del propósito de
Esdras en su corazón de conocer la Palabra de Dios. Sin embargo, Esdras 7:10 no es
lo bastante detallado como para que podamos conseguir suficiente información
para desarrollar la primera división principal de nuestro texto, por lo que tenemos
que ir a otros pasajes de las Escrituras para efectuar el desarrollo.

Al examinar el contexto de Esdras 7:10, hallamos que el versículo 6 del mismo


capítulo dice: «Era [Esdras] escriba diligente en la ley de Moisés, que Jehová Dios
de Israel había dado.» Los versículos 11, 12 y 21 se refieren también a Esdras como
un «escriba de la Ley de Dios». Los versículos 14 y 25 indican, además, que el
conocimiento de Esdras de la ley de Dios había sido, incluso, reconocido por
Artajerjes, el rey de Persia. Aquí tenemos entonces a un hombre que, aunque
conocía bien la ley de Dios, no estaba satisfecho con todo el conocimiento que
poseía, sino que se entregaba a un diligente estudio para conocerla aún mejor. Y
esto lo hacía a pesar de las atracciones y de la depravación de una corte pagana en
la que, evidentemente, era muy estimado.

Al ir leyendo Esdras la Palabra de Dios, es indudable que ciertos pasajes de los


libros históricos y de los Salmos le impresionaron. Posiblemente habría leído, en
Josué 1:8: «Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de
noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está
escrito; para que seas prosperado en todas las cosas que emprendieres.» En
Proverbios 8:34-35 también habría leído: «Bienaventurado el hombre que me es-
cucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a los postes de mis puertas.
Porque el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová.» En Jeremías
29:13, luego, habría oído al Señor retando a su corazón: «Me buscaréis y me
hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.» Con toda certidumbre,
pasajes como éstos deben haber hablado al corazón del «escriba erudito» de
Babilonia, y deben haberle inspirado, con todo su conocimiento de la ley de Dios,
para buscarlo con todo su corazón, y tratar de conocerlo mucho más cerca.

Podemos recapitular lo que hemos dicho en relación con la primera división


principal en dos breves subdivisiones. Señalemos otra vez la primera división
principal del bosquejo: «Estaba decidido a conocer la Palabra de Dios», y veamos
cómo esto conduce nuestros pensamientos a las subdivisiones, u ofrece
sugerencias en cuanto a qué se debiera decir en relación con el texto:

A. En medio de una corte pagana


B. De una manera total

La segunda división principal del bosquejo acerca de Esdras 7:10 dice: «Estaba
dispuesto a la obediencia a la Palabra de Dios.» De acuerdo con la definición del
bosquejo textual, esta segunda división principal viene a ser ahora una línea de
sugerencia, indicando qué es lo que debiera ser considerado bajo este
encabezamiento. Así, tenemos que considerar de alguna manera la obediencia de
Esdras a la Palabra de Dios, y por ello presentamos las siguientes subdivisiones:

A. A dar una obediencia diligente


B. A dar una obediencia total
C. A dar una obediencia continua

Esdras 7: 10 no describe el tipo de obediencia que Esdras %e había propuesto


rendir a la Palabra de Dios, pero estas ideas pueden recogerse de otras secciones
del libro de Esdras, especialmente de los capítulos 9 y 10.

Bajo la tercera división principal, que dice: «Estaba dispuesto a enseñar la Palabra
de Dios», se pueden desarrollar las siguientes subdivisiones:

A. Con claridad
B. Al pueblo de Dios

El texto mismo no nos dice que Esdras tuviera el plan de enseñar la Palabra de Dios
con la intención de clarificar su significado, pero esto es evidente con la lectura de
Nehemías 8:542.

Con la redacción del bosquejo de Esdras 7:10 en su totalidad, debería quedar bien
claro al estudiante cómo cada división principal sacada del texto sirve como línea
de sugerencia. Las subdivisiones son, sencillamente, un desarrollo de las ideas
contenidas en sus respectivas divisiones principales, pero el material de estas
subdivisiones se obtiene de otros pasajes de las Escrituras.

Título: «Poniendo lo primero en primer lugar» Tema: El


propósito de Esdras en su corazón
I. Estaba decidido a conocer la Palabra de
II. Dios
a. En medio de una corte pagana
b. De una manera total
III. Estaba dispuesto a la obediencia a la Palabra de Dios
a. A dar una obediencia diligente
b. A dar una obediencia total
c. A dar una obediencia continua
IV. Estaba dispuesto a enseñar la Palabra de Dios
a. Con claridad
b. Al pueblo de Dios

Obsérvese que el título y el tema en este bosquejo son diferentes. Para una
explicación plena de los títulos de los sermones, ver el capítulo S. Sin embargo,
aquí se debería mencionar que cuando el tema del bosquejo del sermón es sufi-
cientemente interesante, también puede servir como título.

Para un segundo ejemplo de un bosquejo de sermón textual, usaremos Isaías 55:7.


Este versículo dice: «Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será
amplio en perdonar.» Al hacer un cuidadoso examen del versículo, descubrimos
que el texto es tan detallado que se pueden obtener todas las subdivisiones, así
como las divisiones principales, basadas en el mismo pasaje. Véase el bosquejo:

Título: «La bendición del perdón»


Tema: El perdón divino
I. Los objetos del perdón de Dios: «El impío... sus
pensamientos»
a. Los impíos (literalmente, los que son externamente
viles)
b. El hombre inicuo (literalmente, los pecadores
«respetables»)
II. Las condiciones del perdón de Dios: «Deje... vuélvase a
Jehová»
a. El pecador debe abandonar el mal
b. El pecador debe volverse a Dios
III. La promesa del perdón de Dios: «el cual tendrá de Él
misericordia... el cual será amplio en perdonara.
a. Misericordia
b. Perdón

Los ejemplos de bosquejos textuales dados aquí debieran ser suficientes para
mostrar que las principales divisiones en un bosquejo textual deben derivarse del
versículo o versículos que forma(n) la base del mensaje, en tanto que las
subdivisiones pueden sacarse del mismo texto o de cualquier otro pasaje de las
Escrituras, siempre que las ideas contenidas en las subdivisiones sean un
desarrollo adecuado de sus divisiones principales respectivas.

Cuando todas las subdivisiones, así como las divisiones principales, se sacan del
mismo texto, y son adecuadamente expuestas, decimos entonces que este texto es
tratado expositivamente.

Dejaremos ahora la consideración de las subdivisiones, pasando a considerar los


principales aspectos del sermón textual. El método del desarrollo de las divisiones
principales y de las subdivisiones se presenta exhaustivamente en el capítulo 8, y
el estudiante encontrará allí ejemplos adicionales de bosquejos textuales.

PRINCIPIOS BÁSICOS PARA LA PREPARACIÓN DE BOSQUEJOS TEXTUALES

1. El bosquejo textual debiera quedar centrado alrededor de un pensamiento


principal del texto, y las divisiones principales deben derivarse del texto, de
manera que amplíen o desarrollen el tema.

Una de las primeras tareas del predicador en la preparación de un sermón textual


es la de hacer un estudio completo del texto, descubrir una idea dominante, y
después hallar las divisiones principales del texto (véase cap. 9). Cada división
viene entonces a ser una amplificación o desarrollo del tema. En el ejemplo dado
anteriormente, de Esdras 7:10, el tema es el propósito de Esdras en su corazón, y
cada una de las principales divisiones, tomada del texto, desarrolla aquella idea
dominante.

El Dr. James M. Gray dio una vez a su clase un bosquejo textual acerca de Romanos
12:1: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional.» Usando el sacrificio del creyente como tema, el Dr. Gray sacó las
siguientes divisiones principales del versículo:

I. La razón del sacrificio: «Así que, hermanos, os ruego por las


misericordias de Dios»
II. Lo que ha de ser sacrificado: «que presentéis vuestros
cuerpos»
III. Las condiciones del sacrificio: «En sacrificio vivo... a Dios»
IV. La obligación del sacrificio: «Que es vuestro culto racional»

El siguiente bosquejo del Salmo 23: 1 se desarrolla bajo la idea dominante de la


relación del Señor con el creyente:

Título: «Jesús es mío»


I. Es una relación que da seguridad: «El Señor es mi
pastor»
II. Es una relación personal: «El Señor es mi Pastor»
III. Es una relación presente: «El Señor es mi pastor»
IV.
Al tratar de preparar un bosquejo textual, las divisiones principales en algunos
textos son tan evidentes que podemos experimentar poca o ninguna dificultad para
descubrirlas y para ver a continuación su relación con una idea dominante. Pero,
por lo general, es mejor hallar primero el tema del texto, porque después es más
fácil discernir las divisiones principales.

2. Las principales divisiones pueden consistir en verdades o principios


sugeridos por el texto.

El bosquejo de un sermón textual no tiene que consistir en un análisis del texto. En


lugar de ello, las verdades o principios sugeridos por el texto pueden ser utilizados
para formar las divisiones principales.

Léase Juan 20:19-20, y obsérvese después, con el bosquejo que sigue más abajo,
que las verdades espirituales expresadas en las divisiones principales son tomadas
del texto.

Título: «El gozo de la Pascua»


Tema: Semejanza del pueblo de Dios con los discípulos
I. Como los discípulos, el pueblo de Dios se encuentra en
ocasiones angustiado, in la consciencia de la presencia
de Cristo (v. 19a)
a. Están a veces profundamente angustiados
debido a circunstancias adversas.
b. A veces están innecesariamente angustiados en
medio de circunstancias adversas
II. Como los discípulos, el pueblo de Dios experimenta la
consolación de Cristo (vv. 19b-20a)
a. Experimentan la consolación de Cristo cuando Él
viene a ellos en el momento que más le necesitan
b. Experimentan la consolación de Cristo mediante
las palabras que Él les habla.
III. Como los discípulos, el pueblo de Dios se llena de gozo
por la presencia de Cristo (v. 20b)
a. Se llena de gozo, aunque sus circunstancias
adversas permanezcan sin cambios
b. Se llena de gozo, debido a que Cristo está en
medio de ellos.

Aplicando la misma norma a Esdras 7:10, y con el tema de los principios


básicos de la enseñanza eficaz de la Biblia, es posible comunicar cuatro
verdades principales del texto:

Título: «Enseñanza bíblica de calidad»


Tema: Principios básicos para la eficaz enseñanza de la Biblia
I. Demanda una decidida resolución: «Esdras había
preparado su corazón»
II. Demanda una asimilación diligente: «para inquirir la
Ley de Jehová»
III. Demanda una dedicación total: «y para cumplirla»
IV. Demanda una fiel propagación: «y para enseñar en
Israel sus estatutos y decretos»

3. Puede ser posible hallar más de un tema o pensamiento dominante en un


texto, dependiendo del punto de vista desde el que consideremos el texto,
pero sólo se debiera desarrollar un tema en un bosquejo.

Por medio del método del «enfoque múltiple» podemos considerar el texto desde
varias perspectivas, utilizando en cada caso una distinta idea central, y así
tendremos más de un bosquejo para un texto determinado. Ilustraremos este
principio con Juan 3:16 como texto. Utilizando distintivos del don de Dios como
nuestra principal idea, obtenemos el siguiente bosquejo:

I. Es un don de amor: «De tal manera amó Dios al mundo»


II. Es un don sacrificado: «que ha dado a su Hijo unigénito»
III. Es un don eterno: «no se pierda, mas tenga vida eterna»

IV. Es un don universal: «todo aquel»


V. Es un don condicional: «que en Él cree»

Considerando el mismo texto desde otra perspectiva, por ejemplo, en que el


pensamiento dominante sea el de sus características vitales con respecto a la vida
eterna, el bosquejo derivado de esta idea será:

I. El que la ha dado: «Dios»


II. La razón de darla: «de tal manera amó al mundo» El precio que pagó
para darla: «que ha dado a su Hijo unigénito»
III. La parte que podemos tener en ella: «para que todo aquel que en El
cree»
IV. La certeza de nuestra posesión: «no se pierda, más tenga vida
eterna»

Para el principiante que encuentre dificultades en el desarrollo de un bosquejo


basado en un texto determinado, puede ser mejor, en algunas ocasiones, probar
más de un enfoque del texto. En otras palabras, que mire el versículo, como hemos
hecho aquí, desde otros puntos de vista, y que intente desarrollar un bosquejo con
un tema diferente.

4. Las principales divisiones debieran estar en una secuencia lógica o


cronológica.
No siempre es necesario seguir el orden de las palabras en el texto, pero las
divisiones principales deberían indicar un desarrollo progresivo de la idea.

Tomando la primera parte de Juan 3:36 como nuestro texto: «El que cree en el Hijo
tiene vida eterna», empezamos con el tema de hechos importantes con respecto a
la salvación, y descubrimos en el texto las siguientes divisiones:

I. El dador: «El Hijo»


II. La condición: «cree»
III. Su disponibilidad: «El que cree»
IV. Su seguridad: «tiene»
V. Su duración: «eterna»

Podemos dar a este bosquejo el título: «La vida interminable.» Vemos que el título
es diferente del tema, pero éste es sugerido por el texto.

5. Las mismas palabras del texto pueden formar las divisiones principales,
siempre que estas divisiones queden agrupadas alrededor de un tema
principal.
Hay numerosos textos de este tipo que se prestan a un bosquejo evidente en sí
mismos. Aquí tenemos una ilustración, basada en Lucas 19: lo: «Porque el Hijo del
Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.»

Título: «A qué vino Jesús»


I. El Hijo del Hombre perdido
II. El Hijo del Hombre perdido
Es evidente que en este bosquejo, tanto el título como el tema, son esencialmente
iguales. Esto es también cierto del próximo ejemplo, basado en Juan 14:6: «Jesús le
dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.»

Título: «El único acceso a Dios»


I. Es mediante Jesús, el camino
II. Es mediante Jesús, la verdad
III. Es mediante Jesús, la vida

En el curso de nuestro ministerio no debiéramos dejar de hacer pleno uso de


textos como éste, que tienen una estructura tan evidente. Sin embargo, para el
estudiante que está tratando de adquirir la capacidad de preparar sermones tex-
tuales, sería mejor y más prudente evitar estos bosquejos «fáciles» y concentrar
sus esfuerzos en aquellos textos, cuya preparación de bosquejos será un estímulo
para ellos.
6. El contexto del texto que se toma deberá ser observado cuidadosamente,
y se relacionará con el texto.
La relación de un texto con su contexto es de importancia básica para una
interpretación correcta de las Escrituras. Nunca se insistirá lo suficiente acerca de
la importancia de este hecho, porque el descuido de esta norma puede tener como
resultado una seria distorsión de la verdad o una falsa aplicación del pasaje.

Tomemos Colosenses 2:21 como ejemplo. Dice: «No manejes, ni gustes, ni aun
toques.» Si sacamos este pasaje de su contexto podemos fácilmente caer en el error
de creer que Pablo está enseñando una forma de estricto ascetismo. Pero leído en
su contexto, Colosenses 2:21 se refiere a las normas y reglas que los falsos
maestros estaban tratando de imponer a los cristianos en Golosas.

Los textos tomados de los pasajes históricos de las Escrituras pierden también su
significado propio, a no ser que se estudie cuidadosamente su relación con el
contexto. Esto es evidente en relación con Daniel 6:10: «Cuando Daniel supo que el
edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas que daban hacia
Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios,
como lo solía hacer antes.» La oración y acción de gracias de Daniel en esta ocasión
tienen su significado propio solamente en relación con la amenaza que pesaba
sobre su vida, y que se describe en los versículos anteriores de Daniel 6.

7. Algunos textos contienen comparaciones o contrastes, que pueden recibir


su mejor trato al señalarse sus similitudes o diferencias llenas de propósito.
El tratamiento de este tipo de textos dependerá de una cuidadosa observación del
contenido del versículo o versículos involucrados.

En Hebreos 13:5-6 tenemos una comparación intencionada entre lo que el Señor


ha dicho y lo que nosotros podemos, en consecuencia, decir. Un vistazo a estos
versículos hace evidente esta comparación: «Él [Dios] dijo: No te desampararé, ni
te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador;
no temeré lo que me pueda hacer el hombre.»
Nótese el triple contraste de Proverbios 14:11. El texto dice: «La casa de los impíos
será asolada; pero florecerá la tienda de los rectos.» Es evidente que tenemos aquí
una elección llena de intención en el texto, a fin de destacar la diferencia entre los
impíos y los rectos, la casa y la tienda, y la desolación de aquello que parecía la
estructura más fuerte del impío en contraste con el florecimiento de la estructura
más ligera del recto.
Obsérvese también el contraste en 2ª Corintios 4:17: «Porque esta leve tribulación
momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de
gloria.» En este versículo tenemos un contraste lleno de intención entre la prueba
presente y la recompensa futura, entre las tribulaciones de esta vida y la gloria
venidera.

En el Salmo 1:1-2 leemos: «Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de


malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha
sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de
noche.» El siguiente bosquejo sugiere cómo podríamos tratar un texto que
contiene un contraste como el que se halla en éste:

Título: «El hombre bienaventurado»


Tema: Dos aspectos de un carácter piadoso
I. El aspecto negativo, separación de los que hacen el mal (v. 1)
II. El aspecto positivo, devoción a la ley de Dios (v. 2)

8. Dos o tres versículos, tomados cada uno de ellos de diferentes partes de las
Escrituras, pueden ser puestos Juntos, y tratados como d fuera un solo texto.
En lugar de utilizar uno de estos versículos para apoyar una división principal, y el
siguiente como base de la segunda división principal, los versículos se disponen
como si formaran un solo texto, y las divisiones principales se toman
indiscriminadamente de los versículos así combinados.

La combinación de versículos de esta manera debería hacerse solamente cuando


éstos tengan una relación verdadera entre sí. Cuando se hace apropiadamente, un
mensaje textual de este tipo viene a ser un medio muy valioso de presentar
vigorosamente las verdades espirituales. Tomemos, por ejemplo, Hechos 20:19-20
y 1ª Corintios 15:10. Nótese cómo estas dos referencias tratan del ministerio del
apóstol Pablo:

« [He servido] al Señor con toda humildad, y con muchas


lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de
los judíos; y como nada que fuese útil he rehuido de
anunciaron y enseñaron, públicamente y por las casas»
(Hechos 20:19-20).

«Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha


sido en vano conmigo, antes he trabajado más que todos ellos;
pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (La Co. 15:10).

I. Debiera ser un ministerio humilde: «Con toda humildad»


II. Debiera ser un ministerio serio: «con muchas lágrimas»
III. Debiera ser un ministerio de enseñanza: «enseñaron públicamente»
IV. Debiera ser un ministerio potenciado por Dios: «he trabajado... la gracia de
Dios conmigo»
V. Debiera ser un ministerio fiel: «nada que fuese útil he rehuido de
anunciaras»
VI. Puede que tenga que ser un ministerio laborioso: «he trabajado más que
todos ellos»

Un título apropiado para este bosquejo podría ser: «El ministerio que cuenta.»

SERIE DE SERMONES TEXTUALES


Dando un poco de atención, los mensajes textuales se pueden disponer fácilmente
en una serie. Podemos seleccionar un tema general, y elegir varios textos que
desarrollar. Cada texto viene a ser entonces la base de un mensaje textual. Como
primer ejemplo elegimos la palabra «venir» como base de una serie acerca de «Los
mejores secretos de Dios». Observemos que cada texto en la serie contiene el verbo
«venir»:
«El secreto del discipulado», basado en Mateo 19:21: «Jesús
dijo: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. "»
«El secreto del reposo», basado en Mateo 11:28: «Venid a Mí
todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré
descansar.»
«El secreto de la confianza», basado en Mateo 14:2829:
«Respondió Pedro, y dijo: "Señor, si eres tú, manda que yo vaya
a ti sobre las aguas." Y El dijo: "Ven." Y descendiendo Pedro de
la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús.»
«El secreto de la satisfacción», basado en Juan 7:37: «En el
último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz,
diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba."»

Otra serie de mensajes textuales podría ser la titulada: «Las alabanzas de


los enemigos de Cristo.» Al ir señalando las afirmaciones con respecto a
Cristo hechas por Sus enemigos y registradas en los Evangelios, es
significativo que las declaraciones más notables acerca de Cristo fueron
hechos por hombres que o bien se oponían a Él o bien le rechazaban. Re-
lacionamos cuatro de estas afirmaciones con títulos de sermón para una
serie acerca de «Las alabanzas de los enemigos de Cristo».

«Este a los pecadores recibe, y con ellos come» (Lc. 15:2).


Título: «Jesús, el Amigo de los pecadores.»
«Este hombre hace muchas señales» (In. 11:47). Título: «jesús,
el Obrador de milagros.»
«A otros salvó, así mismo no se puede salvar» (Mt. 27:42).
Título: «Jesús, el Salvador que no pudo salvarse a Sí mismo.»
«Ningún delito hallo en este hombre» (Lc. 23:4). Título: «Jesús,
el Hombre perfecto.»

Hay siete ocasiones en la Biblia en las que el Señor se dirige al individuo por su
nombre dos veces seguidas. La repetición, en las Escrituras, es un modo de hacer
énfasis, y el predicador puede utilizar algunas o todas estas llamadas para una
serie de interesantes mensajes. Aquí tenemos cuatro de estas dobles llamadas de
Dios:

«Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo:


"Abraham, Abraham." Y él respondió: "Heme aquí." Y dijo: "No
extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque
ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu
Hijo, tu único"» (Gn. 22:11-12). Título: «El llamamiento a
confiar.»
«Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la
zarza, y dijo: "¡Moisés, Moisés1" Y él respondió: "Heme aquí." Y
dijo: "No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el
lugar en que tú estás, tierra santa es»» (Ex. 3:4-5). Título: «El
llamamiento al servicio.»
«Respondiendo Jesús, le dijo: "Marta, Marta, afanada y turbada
estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y
María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada»
(Lc. 10:41-42). Título: «El llamamiento a la comunión.»
«Cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?"» (Hechos 9:4). Título: «El
llamamiento a la rendición.»

Cada ministro de Jesucristo debiera estar familiarizado con las «Siete Últimas
Palabras», esto es, las declaraciones de Cristo mientras estaba clavado en la cruz.
Es importante que el predicador tenga, por lo menos, dos o tres mensajes basados
en estas declaraciones de Cristo, y cuando la ocasión lo permita debería intentar el
desarrollo de una serie de mensajes para el tiempo de la Pascua acerca de todas
estas «Siete últimas Palabras». La serie podría ir encabezada así: «Palabras desde
la cruz», con títulos de sermón como los que siguen:
«Intercesión en la cruz», basado en Lucas 23:33-34: «Y cuando
llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús
decía: "Padre, perdónalos, no saben lo que hacen.»»
«Salvación en la cruz», basado en Lucas 23:42-43: «Y dijo a
Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino." Entonces
Jesús le dijo: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso.
«Afecto en la cruz», basado en Juan 19:25-27: «Estaban junto a
la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su
madre, y al discípulo a quien 91 amaba, que estaba presente,
dijo a su madre: "Mujer, he aquí tu hijo." Y después dijo al
discípulo: "He ahí tu madre.”
«Abandonado en la cruz», basado en Mateo 27:46: «Cerca de la
hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: "Elí, Elí, ¿lama
sabactani?" Esto es: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?”»
«Sed en la cruz», basado en Juan 19:28-29: «Después de esto,
sabiendo Jesús que ya estaba todo consumado, dijo, para que la
Escritura se cumpliese: "Tengo sed." Y estaba allí una vasija
llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una
esponja, y poniéndola en un hisopor, se la acercaron a la boca.»
«Triunfo en la cruz», basado en Juan 19:30: «Cuando Jesús
hubo tomado el vinagre, dijo: "Consumado es." Y habiendo
inclinado la cabeza, entregó el espíritu.»
«Entrega en la cruz», basado en Lucas 23:46: «Entonces Jesús,
clamando a gran voz, dijo: "Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu." Y habiendo dicho esto, expiró.»

El libro de los Salmos dará textos apropiados para una sucesión de sermones
acerca de «Males comunes de la humanidad». Para un sermón acerca de la
depresión, podremos tomar el Salmo 42:11; para uno acerca del temor, el Salmo
56:3; para uno acerca de la culpa, el Salmo 51:2-3; para un discurso acerca de la
angustia, el Salmo 25:16-17; y para un mensaje acerca de las frustraciones, el Salmo
41:9-10. El mismo libro puede proveer material para un grupo de mensajes acerca
de «Las bendiciones de los Salmos», cada uno de ellos basado en la frase
«Bienaventurado el varón». Un mensaje podría tener como título «La
bienaventuranza del piadoso», del Salmo 1:1; otro, «La bienaventuranza del
hombre perdonado», del Salmo 32:1-2. El examen de una concordancia completa
dará la necesaria información acerca de otras bienaventuranzas de los Salmos.

Otra serie pudiera ser acerca de «Las afirmaciones de Cristo», sacadas de los «YO
SOY» del Señor Jesús en el Evangelio de Juan, como: «Yo soy el pan de vida», «Yo
soy el buen pastor» y «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

Los ejemplos dados hasta aquí debieran ser suficientes para indicar al estudiante
cómo es posible formular un plan de sermones textuales basados en las Escrituras.
La predicación en orden seriado da continuidad de pensamiento a los sermones
del predicador, y tiene la posibilidad de generar mucho interés, cuando los
sermones están apropiadamente dispuestos y desarrollados.

CONCLUSIÓN
El principiante encuentra, por lo general, una considerable dificultad en la
preparación de los bosquejos textuales.

Esto se debe a que la formulación de un bosquejo textual demanda frecuentemente


un examen cuidadoso de las divisiones naturales del texto. Sin embargo, cualquier
dificultad de este tipo no debiera ser un freno para el estudiante, sino que debiera
servirle de estímulo para lanzarse a adquirir la capacidad de desarrollar sermones
textuales. Al entregarse a esta tarea conseguirá, quizá de una manera
imperceptible, la habilidad de descubrir el bosquejo que parece hallarse escondido
en el texto, y se hará conocedor, de una manera más profunda y entrañable, de
preciosos pasajes de la Palabra de Dios.
Pero hay otra característica enriquecedora para el diligente trabajador de los
sermones textuales: una compensación que se halla en el momento de pronunciar
el mensaje. Al desarrollar el joven predicador las riquezas contenidas en su texto,
observará como es un deleite para los espirituales entre el pueblo de Dios recibir el
alimento espiritual que, incluso un solo versículo de las Escrituras, puede proveer
Capítulo 12: Las predicaciones expositivas
La predicación Expositiva

Este es un acercamiento mínimo a dicho tema, ya que más adelante el estudiante


recibirá un curso completo entorno a la predicación expositiva.

Definición de predicación expositiva


Definir es una tarea delicada. Predicar es un proceso vivo que involucra a Dios, al
predicador y a la congregación, y ninguna definición puede pretender maniatar esa
dinámica. Pero igualmente debemos intentar una definición que resulte: “La
predicación expositiva es la comunicación de un concepto bíblico, derivado de, y
transmitido de, un estudio histórico, gramatical y literario de cierto pasaje en su
contexto que el Espíritu Santo aplica, primero a la personalidad y la experiencia del
predicador, y luego, a través de éste, a sus oyentes”.

El pasaje gobierna al sermón


La teología tal vez nos proteja de los males ocultos en interpretaciones atomistas o
estrechas. Pero también nos puede vendar los ojos para no ver el texto. En este
enfoque del pasaje, el intérprete debe estar deseoso de revisar convicciones
doctrinales y rechazar el juicio de maestros más respetados. Tiene que dar una
vuelta en U respecto a sus propias ideas acerca de la Biblia si entran en conflicto
con los conceptos del escritor bíblico.
Adoptar esta actitud hacia las Escrituras exige tanto sencillez como delicadeza. Sus
diamantes no están en la superficie para que los recojan como flores. Su riqueza
sólo se extrae mediante un arduo trabajo intelectual y espiritual preliminar.

El expositor comunica un concepto


Aun cuando el predicador estudie los vocablos del texto, y hasta trate con ciertos
términos al predicar, las palabras y las frases nunca deben convertirse en fines por
sí mismas. Las palabras son expresiones sin sentido hasta que se unen a otros
términos para transmitir una idea. En nuestro acercamiento a la Biblia, pues,
estamos interesados, principalmente, no en lo que las palabras individualmente
significan, sino en lo que el escritor bíblico quiere decir con el uso de ellas. Para
expresarlo de otra manera, los conceptos de un pasaje no se entienden con sólo
analizar las palabras separadamente. Un análisis gramatical, palabra por palabra,
puede ser tan inútil o aburrido como leer un diccionario. Si un expositor procura
entender la Biblia y comunicar su mensaje, debe hacerlo a través de las ideas.

El concepto proviene del texto


El énfasis en las ideas como la sustancia de la predicación expositiva de ninguna
manera niega la importancia de la gramática y el lenguaje. La definición continúa
explicando que en el sermón expositivo la idea deriva de, y se trasmite a través de,
un estudio histórico, gramatical y literario del pasaje en su contexto.

Esto trata primero con la forma en que el predicador llega a su mensaje y, segundo,
con la manera en que lo comunica. Ambas cosas implican analizar la gramática, la
historia y las formas literarias. Al estudiar, el expositor busca el significado
objetivo de un pasaje con la consabida comprensión del idioma, el trasfondo, y la
organización del texto.

Luego, en el púlpito, comparte con la congregación, suficiente información


obtenida de su estudio, para que el oyente pueda comprobar la interpretación por
sí mismo. En definitiva, la autoridad tras la predicación no yace en el predicador,
sino en el texto bíblico.

El concepto se aplica al expositor


Nuestra definición de predicación expositiva sigue diciendo que la verdad debe
aplicarse “a la personalidad y a la experiencia del predicador”. Esto pone el trato de
Dios con el predicador en el centro mismo del proceso. Por mucho que quisiéramos
que fuera de otro modo, el predicador no puede separarse del mensaje.

¿Quién no ha oído a algún consagrado hermano orar antes del sermón: “Esconde a
nuestro pastor detrás de la cruz para que no lo veamos a él, sino a Jesús”?
Elogiamos el espíritu de esa oración. Los hombres y las mujeres deben pasar a
través del predicador y llegar hasta el Salvador. ¡O tal vez el Salvador debe pasar a
través del predicador y llegar hasta la gente!
Así como el expositor estudia su Biblia, el Espíritu Santo lo estudia a él. Cuando el
hombre prepara sermones expositivos, Dios lo prepara a él. “La Biblia es el
principal predicador para el expositor”.

En definitiva, Dios está más interesado en desarrollar mensajeros que mensaje, y


como el Espíritu Santo confronta a los hombres, principalmente a través de la
Biblia, el predicador debe aprender a escuchar a Dios antes de hablar en nombre
de Él.

El concepto se aplica a los oyentes


El Espíritu Santo no sólo aplica esta verdad a la personalidad y la experiencia del
que predica, sino también, a sus oyentes. El expositor piensa en tres aspectos.
Primero como exegeta, lucha con los significados del escritor bíblico. Luego, como
hombre de Dios, batalla con la forma en que Él quiere cambiarlo personalmente.
Por último, como predicador, reflexiona en lo que Dios quiere decirle a la
congregación.

Como ya mencionamos, la predicación expositiva forma parte de un curso


completo que ofrecemos aparte, de tal manera que es innecesario ampliar
información en este punto.

Esperamos que este estudio le anime y desafíe a seguir predicando si ya lo hace o a


iniciarse en esta preciosa y sublime tarea; más adelante le ofreceremos
herramientas útiles para su desempeño, no olvide que nuestro próximo curso de
homilética es: La Preparación y presentación de predicaciones bíblicas.

DIOS LE BENDIGA GRANDEMENTE


Lectura Complementaria 1
La fidelidad del predicador
Apuntes Pastorales
Desarrollo Cristiano Internacional

La iglesia necesita en estos tiempos, como nunca antes, una clara orientación en
cuanto al ministerio de la proclamación de la Palabra de Dios. Apuntes Pastorales
dialogó con el pastor Salvador Dellutri, un reconocido orador internacional y
profesar universitario, para conocer algunos de los principios que guían su eficaz
ministerio como predicador.

¿Cómo se dio cuenta de que tenía el don de la predicación?

Mi experiencia fue bastante inusual, primero, porque yo nací en un hogar cristiano


y, por lo tanto, tenía la fascinación de la Biblia. Mi abuelo leía la Biblia y después
me contaba las historias. Así como los jovencitos de hoy tienen por héroes a
Superman o Spiderman, para mí los héroes eran Sansón, David y Moisés. En ese
tiempo, siempre quise saber cómo se obtenía de ese libro el misterio de la historia
y entonces, obligué a mis padres a que me enseñaran a leer la Biblia. A los cinco
años ya leía la Biblia de corrido y me fascinaba escuchar a los predicadores que, en
aquel tiempo, eran aún jóvenes, como don Raúl Caballero Yoccou. A los ocho años,
en mi Nuevo Testamento, diseñé mi primer bosquejo de sermón. Lo predicaba solo.
Muchos años después, sin que nadie lo supiera, retomé ese bosquejo, lo prediqué, y
¡funcionaba!

¿Por qué considera usted que es importante el ministerio de la predicación


en la iglesia?

En mi opinión, no se debe olvidar que la fe cristiana es una fe revelada. No se trata


ni de lo que yo siento ni de lo que a mí me parece, ni de lo que yo creo sino de lo
que está escrito. La Palabra de Dios constituye una de las formas de la misericordia
divina, pues nos comunica su mensaje en nuestro lenguaje y en nuestro vocablo. El
Dios que enmarcó su grandeza en el universo y la creación tiene también la
humildad de hablar en palabras humanas, las cuales las tenemos escritas en la
Biblia.
Un predicador no crea su mensaje sino que tiene que exponer lo que Dios ha dicho,
porque delante de él tiene un libro sagrado, totalmente diferente a los otros. Una
vez cierto periodista me preguntó cuáles creía yo que eran las diez obras más
importantes en la historia de la literatura universal. Yo mencioné a varias, pero no
incluí la Biblia, y él se asombró.

¿Cómo es que un pastor no menciona la Biblia?» me preguntó.

«No» —le contesté. «Usted me habló de libros. Este es EL LIBRO. Yo no lo puedo


poner al lado de El Quijote, La Ilíada o la Divina Comedia. Este es el libro de Dios.»

Sobre este libro, totalmente diferente a cualquier otro libro, se desarrolla la


enseñanza del pueblo de Dios.

El problema que yo veo es que, en este tiempo, estamos confundidos. Si usted va a


una librería, por ejemplo, va a encontrar una cantidad de libros sobre liderazgo sin
embargo, cuando usted abre la Biblia va a encontrar que no trata de líderes, sino de
siervos. El líder es la persona que capitanea gente. El siervo es quien obedece.
Cuando yo abro la Biblia, yo soy un siervo de Dios que se rinde a la transmisión de
esa Palabra. No estoy arengando a la gente para que me siga ni para obtener
resultados. Lo más importante no es la relación que tenga con la gente sino la que
tenga con Dios porque, en ese momento, estoy transmitiendo el mensaje del Señor.
Tengo que hacerlo independiente de los resultados, porque yo me debo a mi jefe, y
él me ha dicho que debo proclamar determinada palabra; entonces, eso debo
hacer.

A veces, el mensaje, desde el punto de vista humano, es exitoso porque hay buena
respuesta. Otras veces no lo es. A mí eso no me preocupa. Me interesa que el
mensaje sea fiel pues la fidelidad es la característica más importante del
comunicador de la Palabra de Dios. En este sentido es importante que, como
pastor, pueda examinar cómo entrego al pueblo todo el consejo de Dios, todo lo
que es necesario para su edificación. Debo preguntarme: «¿Qué opina Dios de mi
predicación?» Esa es la relación que se requiere intensificar para que el ministerio
del púlpito sea fuerte.
¿Dónde flaquean, hoy en día, los ministerios de predicación?

En mi opinión, falta el mensaje expositivo. Muchas veces se escucha una doctrina o


una enseñanza que ha partido del psicoanálisis, la Nueva Era, la necesidad de la
gente u otra doctrina de moda. A esta se le agregan dos o tres versículos bíblicos
para apoyar un poco el preconcepto que el predicador lleva. Este predicador no
está explicando la Biblia, más bien está presentando una teoría, la cual busca
apoyar con textos bíblicos. Por eso hay mensajes que tienen más relación con la
Nueva Era que con la Palabra de Dios. Probablemente el predicador lo haga
inconscientemente, sin darse cuenta, pero el hecho es que no ha partido de la
Palabra de Dios. Creo, entonces, que necesitamos estudiar sistemática y
exegéticamente la Palabra. El único sermón válido, en mi opinión, es el expositivo
pues con él uno abre la Biblia y explica la Palabra, sin ponerle ideas propias. En
todo caso, todos los pensamientos que uno aporte serán para dar claridad sobre el
texto bíblico.

Yo recurro mucho a anécdotas, ilustraciones históricas y experiencias personales,


pero me cuido de que el eje central no sean estas historias, sino que estas solo
sirvan para traer luz sobre el texto bíblico. El mandato que yo he recibido es
precisamente ese: explicar el texto bíblico.

También falta preparación previa. Un sermón necesita de mucha preparación. A


veces la gente me pregunta: «Este sermón de hoy ¿cuánto tiempo le llevó
prepararlo?» Yo les contesto: «¡Treinta años!»

No es solamente cuestión del tiempo que uno utiliza. Es la formación integral que
uno debe tener dentro de la Palabra de Dios para conocer con intimidad ese
mensaje. A esto me refiero cuando indico que hace falta preparación bíblica. Hay
sermones que —uno se da cuenta— han sido organizados en dos o tres horas, pero
una predicación no puede ser preparada de esta forma.

¿Qué características tiene un buen sermón?

Una buena predicación es bibliocéntrica, cristocéntrica y sencilla, de modo que


expresa la verdad de Dios al nivel de los individuos. Se dice que Juan Wesley
pensaba en una persona de doce años para preparar sus prédicas, y ese es el
término medio al cual siempre he intentado llegar. En la predicación uno puede
tratar los temas más profundos, pero siempre simplificando y buscando llegar al
hermano más sencillo.

Empero, no solamente debe estar basada en la Palabra de Dios, sino que debe
comunicar, porque en definitivas la predicación es comunicación. Para esto, uno
debe dirigirse a público determinado en un tiempo específico. El predicador llega a
un púlpito insertado en el tiempo y en el espacio, no en la eternidad. Su discurso
parte de la eternidad, pero su púlpito está ubicado en una geografía que tiene
ciertas características culturales que debe conocer. Ese púlpito también está
colocado en una época y el predicador debe conocer cuál es el tiempo en que está
viviendo. Esa es la misión del predicador: tomar la Palabra de la eternidad y
llevarla a la temporalidad que está viviendo dentro de la cultura específica en la
cual está inserto.

¿Cómo se prepara usted para una predicación?

En primer lugar, yo analizo y realizo el estudio exegético del texto. Supongamos


que hoy es domingo y debo predicar dentro de siete días. Si esto es así, entonces el
lunes ya tengo determinado cuál va a ser el texto sobre el cual voy a trabajar.
Comienzo entonces a hacer el estudio exegético del texto. No leo ningún
comentario antes, sino que siempre parto de la Biblia. Esto lo hago hasta tener
claro qué dice el pasaje y qué quiero transmitir a la comunidad sobre este.

Después, hago una acumulación; es decir, junto elementos que puedan aportar al
texto. Leo buenos comentarios bíblicos y busco pensamientos y anécdotas que
pueden iluminar la Palabra. Normalmente, para el jueves tengo reunido todo este
material. Entonces, llega el momento de procesar el material reunido; dedico el
viernes a esta tarea. Dondequiera que me encuentre durante ese día, estoy
pensando en el sermón que estoy elaborando.

El sábado por la mañana me siento en mi escritorio y comienzo a descartar todo el


material que no voy a usar, armo los lineamientos de un discurso coherente sobre
el texto que he estudiado. Ese es el trabajo más arduo y por eso yo dedico el sábado
exclusivamente a esa tarea. Comienzo a las ocho de la mañana y -seguramente- no
voy a terminar antes de las cuatro o las cinco de la tarde.

El domingo me levanto a las siete de la mañana y tomo el bosquejo para hacer las
últimas correcciones. Llego a la iglesia con una hora de antelación y tengo un
tiempo de oración con el equipo ministerial. Luego, repaso por última vez mis
apuntes, pero estoy abierto a todo lo que el Espíritu quiere hacer desde ese
momento en adelante. A pesar de tener mi bosquejo y haber realizado un estudio
cuidadoso de la Palabra, sé que Dios puede tener otros planes que no me ha
mostrado durante la semana y por lo tanto, debo tener siempre apertura de
corazón.

¿Cómo ha cambiado su estilo a lo largo de los años?

¡Ha cambiado muchísimo! Los primeros sermones que prediqué los preparaba
muy rápido. ¡En tres o cuatro horas tenía un sermón que, seguramente, quedaba en
la mente de la gente no más de cinco minutos! Ahora la preparación es mucho más
intensa y seria —no quiero hablar de la preparación espiritual porque eso
pertenece a la intimidad del predicador. Creo que debemos tener ciertos pudores
espirituales, pero esta preparación es una lucha con Dios como la que tuvo Jacob
con el ángel. El propósito de este proceso es llegar a la síntesis del texto,
quebrando las ideas propias para que prevalezcan los conceptos de Dios.

Mi predicación ha variado porque mi propia experiencia ha cambiado. Me he


enriquecido, a lo largo de treinta años de ministerio, con muchas vivencias, y esto
me ha ayudado a mejorar mi comunicación con el hombre de hoy. Para mí es
fundamental estar inserto en la realidad social del día pues no se puede ser un
hombre de la Biblia solamente, sino también un ser de la cultura en la cual se vive.
He dedicado mucho tiempo a tratar de entender la problemática del ser humano en
nuestros tiempos y, por lo tanto, trato de apuntar a ese hombre real.

¿Cuál es el «Talón de Aquiles» de un predicador?

Considero que es querer ganar fama como predicador, creer que todo lo sabe y por
eso debe ser famoso. Creo que allí comienza la vanidad y el orgullo y esos
sentimientos destruyen al predicador. Por supuesto —todos lo sabemos— hay
otros pecados que pueden surgir, pero el principal problema por combatir es el de
la vanidad.

El pueblo de Dios que es alimentado por el predicador siempre hace comentarios


sobre eso. Muchas veces son comentarios positivos. Alguien alguna vez me dijo, en
mi paso por el Instituto Bíblico, que estos son «balidos de ovejas» y nunca hay que
escucharlos. A veces, la gente está disconforme porque uno ha golpeado duro
sobre su vida y otras, aplauden. El buen predicador no hace caso a ninguna de esas
dos situaciones. El peligro constante, sin embargo, está en aquello que alimenta la
vanidad de la persona. En este momento, cuando la mentalidad capitalista también
ha llegado a los púlpitos y los predicadores se cotizan por la cantidad de
manifestaciones que tienen o la cantidad de miembros de sus iglesias, es
importante saber que todo esto forma parte de la vanidad.

¿Qué cualidades tiene una buena ilustración?

Yo tengo una gran lucha con el tema de las ilustraciones. Todos los predicadores
sabemos que cuando volvemos a algún lugar donde hemos predicado, la gente nos
dice: «Yo me acuerdo de una predicación suya», e, inmediatamente, ¡nos menciona
alguna ilustración dada!

Una buena ilustración no debe «comerse» el mensaje. Es como la ventana de una


casa: debe abrirse e iluminar pero no se tiene que ver. La ilustración ha de traer luz
sobre el texto para que sea este el que se vea. También debe ser capaz de imprimir
y, para esto, Jesús nos dejó un claro ejemplo con las parábolas mostrando la
importancia de una buena imagen para fijar un principio espiritual. La ilustración
tiene que estar muy bien elegida y no porque sea atractiva o porque la hayamos
escuchado esta semana debemos forzar el mensaje para utilizarla. Una buena
ilustración debe caer en el momento exacto y dejar grabada la esencia de lo que se
quiso decir. Si a la persona le queda grabada la ilustración, tiene que estar
acompañada del mensaje compartido en ese momento.

En mi opinión, usar bien una ilustración es, tal vez, la parte más difícil de una
buena prédica. Personalmente yo no recurro a archivos ni a libros sino que intento
retener las ilustraciones que me parecen pueden servir en algún momento. Si
persisten en la memoria a lo largo del tiempo, entonces son suficientemente
valiosas como para usarlas. Nunca voy a un libro buscando una ilustración para un
determinado texto pues debe venir sola. En todo caso, yo uso las grandes figuras de
la literatura porque muchas de ellas revelan con gran precisión los dilemas de la
existencia humana. ¿Quién mejor que Hamlet para explicar al ser dubitativo?
¿Quién mejor que Karamazov, el personaje creado por Dostoyevsky, para mostrar
lo que es un agnóstico?

¿Qué consejo le daría a predicadores jóvenes que se están iniciando en el


ministerio?

Les diría que no busquen el impacto. En general, cuando uno comienza su


ministerio y es muy joven, desea impresionar con su predicación, mas lo
importante es lograr que descienda la Palabra de Dios al corazón del oyente. No
busquen el éxito fácil. Piensen a largo plazo. Uno debe predicar durante toda la
vida y la predicación es un ministerio costoso y difícil. Las conclusiones acerca de
la eficacia de la predicación no dependen de la respuesta puntual de un domingo,
sino de la suma total de ese ministerio.

Los existencialistas decían: «se sabe lo que un hombre es hasta cuando este
muere». Allí se traza la raya final y se totaliza lo que hizo para obtener la
conclusión acerca de su vida. El ministerio también es una totalidad. Vayan arando
y sembrando lentamente.

Otro consejo es que no hagan un ministerio amplio, sino profundo. Cuando uno
hace el pozo bien hondo, Dios se encarga de agrandarlo. Por ende, promoverse no
es la responsabilidad del ministro pues eso está enteramente en manos del Señor.
Sean fieles en el lugar donde Dios les ha puesto y él les dará responsabilidad en
cosas mayores.

Nota sobre el autor:

El autor ha pastoreado durante treinta años una congregación en Buenos Aires,


Argentina. Es presidente de Sociedad Bíblica Argentina, autor de siete libros y un
reconocido expositor de la Palabra de Dios, la cual frecuentemente ministra en
diferentes países de Latinoamérica y en los EE.UU. Está casado y tiene dos hijos
varones.

Ideas básicas de este artículo

• El predicador no es el creador del mensaje. Un predicador debe exponer lo


que Dios ha dicho.
• El sermón más apropiado para una predicación es el expositivo.
• La predicación debe ser bibliocéntrica, cristocéntrica y sencilla.
• Los pasos para la preparación de un sermón son:
1. Estudio exegético del texto, sin la lectura previa de ningún
comentario.
2. Búsqueda de recursos que enriquezcan el entendimiento del texto.
3. Selección del material necesario para armar un discurso coherente
con el texto bíblico.
4. Realización de las últimas correcciones.
5. Oración con el equipo ministerial.
6. Apertura de corazón por si el Señor indica algún cambio.
• Una buena ilustración se distingue porque es oportuna y no se «come» el
mensaje.
• Se recomienda a los predicadores jóvenes que no busquen impactar sino a
ser fieles a la Palabra en la predicación.

Preguntas para pensar y dialogar

• ¿Cuáles son sus motivaciones como predicador?; ¿cuáles necesita corregir a


la luz de esta entrevista? Explique.
• ¿Cuáles son las razones que Dellutri da para afirmar que el sermón
expositivo es el único válido? ¿Está usted de acuerdo con ello? Explique.
• A la luz de esta entrevista ¿cuáles debilidades puede tener su ministerio de
predicación? Explique.
• Escoja dos personas de confianza y pídales que durante dos meses evalúen
las siguientes áreas en sus predicaciones: 1) ¿poseen las tres características
básicas? 2) ¿sus ilustraciones tienen las dos características primordiales?
Lectura Complementaria 2
Fundamentos teológicos de la predicación
Juan Stam, Costa Rica

El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que
se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios... Ya que Dios,
en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría
humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen...
Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos, y es locura para los gentiles,
pero para los que Dios ha llamado, es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues
la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es
más fuerte que la fuerza humana...

Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con


gran elocuencia y sabiduría. Me propuse, más bien, estando entre ustedes, no saber
de alguna cosa, excepto de Jesucristo y de éste crucificado (1 Cor 1:18-2:2).

La predicación, en su sentido bíblico y teológico, es mucho más que sólo la entrega


semanal de una homilía religiosa, con todo respeto por la importancia del sermón.
Es más que una conferencia teológica o una charla sicológica o social. Es aun más
que un estudio bíblico, elemento esencial de toda la vida cristiana. Entonces, ¿En
qué consiste la esencia y el sentido de la predicación?

El griego del NT emplea básicamente tres términos para la predicación. El más


común es kêrussô (proclamar), y su forma substantivada, kêrugma, ambos
derivados de kêrux (heraldo; cf. 1 Tm 2:7; 2 Tm 1:11; 2 P 2:5). En el vocabulario
teológico moderno se ha creado también el adjetivo "kerigmático", lo que tiene que
ver con la proclamación del kêrugma. Otros conjuntos semánticos son euaggelizô
(anunciar buenas nuevas), junto con euaggelion (evangelio) y euaggelistês
(evangelista) y kataggellô (anunciar) también de la raíz aggelô (llevar una noticia;
Jn 20:18) y aggelos (ángel, mensajero). En todos esos vocablos se destaca el
sentido de proclamar una noticia o entregar un mensaje. La predicación no
consiste esencialmente en comunicar nuevas ideas sino en narrar de nuevo una
historia, la de la gracia de Dios en nuestra salvación, y esperar que por esa historia
Dios vuelva a hablar y a actuar.
La predicación y el reino de Dios: Al estudiar los aspectos y dimensiones de esta
tarea kerigmática, nada mejor que comenzar donde comienza el NT. Juan el
Bautista vino predicando en el desierto, "Arrepiéntanse, porque el reino de los
cielos está cerca" (Mt 3:1), y Jesús llegó con el idéntico mensaje, según Mt 4:17 (cf.
Mr 1.14-15). Jesús comisionó a los doce a proclamar el mismo mensaje (Mt 10:7; Lc
9:2). Más adelante el primer evangelista, escribiendo para los judíos, describe el
ministerio de Jesús con las palabras, "Jesús recorría todos los pueblos y aldeas,
enseñando (didaskôn) en las sinagogas, anunciando (kêrussôn) el evangelio del
reino, y sanando toda enfermedad" (Mt 9:35; Lc 8:1; cf. 4:43). Según Lucas, el
Cristo Resucitado también enseñó a los discípulos durante cuarenta días "acerca
del reino de Dios" (Hch 1:3) y de la misión de proclamar ese reino hasta lo último
de la tierra, hasta su venida (1:1-11). El tema central de los tres primeros
evangelios es la llegada del reino de Dios, que con seguridad refleja el mensaje
original de Jesús. Muy relacionado con el tema del reino, Jesús proclamó también la
libertad y la igualdad del Jubileo (Lc 4:18-19; cf. 7:22).

Aunque el tema del reino es menos presente en Pablo y en el cuatro evangelio, por
las nuevas circunstancias culturales y políticas de su misión, sigue siendo muy
importante (cf. Jn 3:3,5; 18:36). La labor misionera de Pablo se describe como
"andar predicando el reino de Dios" (Hch 20:25), y en la fase final de su misión, ya
como preso en Roma, Pablo "predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del
Señor Jesucristo" (Hch 28:31). Es más, Jesús mismo, en su sermón profético,
anuncia que "este evangelio del reino se predicará en todo el mundo" hasta el fin
de la historia (Mt 24:14).

La expectativa del reino mesiánico pertenecía hacía siglos a la tradición judía; lo


novedoso del evangelio del reino consistía en anunciar su inmediata cercanía (Mt
3:1; 4:17). Para Jesús, el reino no sólo está cerca sino que, en su persona, el reino se
ha hecho presente (Mt 12:28; Lc 4:21; 11:20). Los apóstoles también proclamaban
que los tiempos del reino habían llegado (Hch 2:16; 1 Cor 10:11; 1 Jn 2:18). Por
eso, predicar es "decir la hora" para anunciar que el reino de Dios ha llegado ya. La
predicación es la proclamación de este hecho para interpretar bajo esta nueva luz
el pasado, el presente y el futuro. "La predicación pone siempre en presencia de un
hecho que plantea una cuestión" (Léon Dufour 1973:711). Esta nueva realidad
exige una respuesta específica: arrepentimiento, fe y la búsqueda del reino de Dios
y su justicia (Mat 6:33), o en una palabra, la conversión.

En conclusión: la proclamación del reino es parte central de la predicación, y


también, la predicación es parte esencial de la dinámica del reino y un agente
importante de su realización. Como señala González Nuñez, "La palabra de Dios es
poder activo en la historia. Pero, además, ejerce en el mundo actividad creadora,
empujando todas las cosas hacia su respectiva plenitud. Visto al trasluz de la
palabra, el mundo se hace transparente... Creadora en el mundo, salvadora en la
historia, la palabra de Dios es una especie de sustento, necesario para que la vida lo
sea plenamente " (Floristán 1983:678). La palabra creativa de la predicación va
acompañando la marcha del reino de Dios.

La predicación y el Evangelio: Si bien el tema "reino de Dios" predomina en los


evangelios sinópticos, en las epístolas paulinas, por razones relacionadas con su
misión, apenas se menciona el reino y son muy típicas las frases "el evangelio" y
"predicar el evangelio". Sin embargo, las epístolas de Pablo, por lo menos la
mayoría de ellas cuya paternidad paulina no es cuestionada, son anteriores
cronológicamente a los evangelios sinópticos. En ese sentido, la enseñanza del
reino antecede a las epístolas (por venir del tiempo de Jesús) y a la vez es posterior
a ellas (por la fecha en que fueron redactados los sinópticos). Eso refuta la tesis de
que la iglesia había abandonado, o disminuido casi totalmente, el tema del reino y
lo había sustituido con "el evangelio". "Reino" y "evangelio" son dos lados de la
misma moneda.

La proclamación de las buenas nuevas de salvación es esencial a la tarea de


predicación, tan urgente que Pablo una vez exclamó, "¡Ay de mí si no predico el
evangelio!" (1 Cor 9:16). Más adelante en la misma epístola, Pablo define "el
evangelio que les prediqué", y que él había recibido, como el mensaje de la muerte,
sepultura y resurrección de Jesús (1 Cor 15:1-4). El anhelo de toda la vida de Pablo
fue el de "proclamar el evangelio donde Cristo no sea conocido" (Rom 15:20). Toda
predicadora fiel puede afirmar con Pablo, sin titubeos, "no me avergüenzo del
evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen" (Rom
1:16).
La predicación evangélica es en primer lugar "predicar a Jesucristo" y "el evangelio
de Jesucristo" (Hch 20:24; 2 Cor 4:5; cf. 11:4), como Hijo de Dios (1 Cor 1:19; Hch
9:20), crucificado (1 Cor 1:23; Gal 3:1) y resucitado (1 Cor 15:11-12; Hch 17:18).
En Gálatas 3:1, Pablo describe su predicación como si fuera dibujar el rostro de
Cristo ante los ojos de los oyentes (kat' ofthalmous Iêsous Jristos proegrafê
estaurômenos). En algunos pasajes se llama "el evangelio de Dios" (1 Ts 2:9; 2 Cor
11:7) o "el evangelio de la gracia de Dios" (Hch 20:24). Con una terminología
levemente distinta, se llama también "el mensaje de la fe" (Rom 10:8; cf. Gal 1:23) o
"el mensaje de la cruz" (1 Cor 1:18). En Efesios 2:17, Pablo describe a Cristo mismo
como predicador del Shalom de Dios (cf. Hch 10:36). En conjunto, estos textos nos
dan el cuadro de un evangelio integral en la predicación.

La predicación y la palabra de Dios: Esa relación dinámica entre la proclamación


y el evangelio del reino implica también la relación inseparable entre la
predicación y la Palabra de Dios. Por eso, se repite a menudo que los apóstoles y
los primeros creyentes "predicaban la palabra de Dios" (Hch 8:25 13:5; 15:36;
17:13), o sinónimamente, "la palabra de evangelio" (1 P 1:25) o "la palabra de
verdad" (2 Tm 2:15). Otras veces se dice lo mismo con sólo "predicar la palabra"
(Hch 8:4). El encargo de los siervos y las siervas del Señor es, "predique la palabra"
(2 Tm 4:2), lo cual es mucho más que sólo pronunciar sermones.

La frase "palabra de Dios" tiene diversos significados en las escrituras y en la


historia de la teología. La palabra de Dios por excelencia es el Verbo encarnado (Jn
1:1-18; Heb 1:2; Apoc 19:13, Cristo es ho logos tou theou). En las escrituras
tenemos la palabra de Dios escrita, que da testimonio al Verbo encarnado (Jn 5:39).
Pero la palabra proclamada, en predicación o en testimonio, se llama también
"palabra de Dios", donde no se refiere ni a Jesucristo ni a las escrituras (Hch 4:31;
6:7; 8:14,25; 15:35-36; 16:32; 17:13; cf. Lc 10.16). Cristo es la máxima y perfecta
revelación de Dios, quien después de hablarnos por diversos medios, "en estos días
finales nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb 1:1-2, elalêsen hêmin en huiô,
"nos habló en Hijo"). El lenguaje supremo de Dios es "en Hijo" y las escrituras son
el testimonio inspirado de esa revelación, definitivamente normativas para toda
proclamación de Cristo. Pero esa proclamación oral es también "palabra de Dios",
según el uso bíblico de esa frase.
Esta comprensión de las tres modalidades de la palabra de Dios, y por ende de la
predicación como palabra de Dios cuando es fiel a las escrituras, fue expresada en
lenguaje muy enfático por Martín Lutero y reiterado con igual énfasis por Karl
Barth (KB 1/1 107; 1/2 743,751). Según la Confesión Helvética de 1563, "la
predicación de la palabra de Dios es palabra de Dios" (praedicatio verbi Dei est
verbum Dei). Lutero se atrevió a afirmar que cuando el predicar proclama
fielmente la palabra de Dios, "su boca es la boca de Cristo". Karl Barth hace suya
esta teología de la predicación, para afirmar que la predicación es en primer
término una acción de Dios (1/2 751) en la que es Dios mismo, y sólo Dios, quien
habla (1/2 884).

Para muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como sólo la Biblia,
este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la manera de
entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la dignidad del
púlpito y el privilegio de ser portador de la palabra divino. También aumenta
infinitamente nuestra expectativa de lo que Dios puede hacer por medio de su
palabra, a pesar de nuestra debilidad e insuficiencia. Es una vocación demasiada
alta y honrosa para cualquier ser humano. Así entendido, el carácter de la
predicación como palabra de Dios nos dignifica y nos humilla a la vez.

Aquí vale para nuestra predicación la doble consigna de la Reforma de tota


scriptura y sola scriptura. Pablo nos da el ejemplo de proclamar "todo el consejo de
Dios" (Hch 20:20,27; Col 1:2), sin quitarle nada, y tampoco añadirle "nada fuera de
las cosas que los profetas y Moisés dijeron..." (Hch 26:22). Quitamos de las
escrituras cuando sólo predicamos sobre ciertos temas o de ciertos libros y pasajes
de nuestra preferencia. En ese sentido, predicar desde el calendario litúrgico tiene
dos grandes ventajas: obliga al predicador a exponer toda la amplísima gama de
enseñanza bíblico, y liga la predicación con la historia de la salvación (no sólo
navidad y semana santa, sino ascensión, domingo de Pentecostés, etc.). Pero esa
práctica no debe desplazar la predicación expositiva de libros enteros, teniendo
cuidado de incluir en la enseñanza los diferentes estratos y géneros de la literatura
bíblica.
Aun mayor es la tentación en la predicación de añadir al texto, como si él no fuera
suficiente. Un sermón fiel a la Palabra de Dios parte del texto bíblico y no sale de él
sino profundiza en su mensaje hasta el Amén final (Hch 2:14-36; 8:35). Muchos
predicadores se dedican más bien a sacar inferencias del texto, que aun cuando
fueren totalmente válidas lógicamente, no son bíblicas y puede hasta contradecir el
sentido del texto. Una ensalada de consejos vagos, sugerencias abstractas y
exhortaciones muy generales, aunque vengan maquillados con textos bíblicos, no
es un sermón, mucho menos palabra de Dios. El sermón no debe ser una simple
antología de ilustraciones, anécdotas y ex abruptos sensacionalistas. El sermón
tampoco es el lugar para ventilar las opiniones personales del predicador, que no
surgen de la palabra de Dios ni se fundamentan en ella. En la predicación
contemporánea priva un "opinionismo" que raya con el sacrilegio.

El humor debe tener su debido lugar en la predicación (la Biblia misma es una
fuente rica de humor), pero siempre en función del texto y no como fin en si
mismo. El humor debe iluminar el mensaje del texto. Jugar con la palabra de Dios
es pecado, como lo es también volverla aburrida. Los predicadores tienen que
saber moverse entre la frivolidad por un lado, y la rutina seca y el aburrimiento
por otro lado. La jocosidad frívola puede ayudar para el "éxito" del sermón y la
popularidad del predicador, pero será un obstáculo que impida la eficacia del
sermón como palabra de Dios. Hay dos peligros que evitar en la predicación: la
frivolidad, y el aburrimiento.

La predicación es una tarea bíblica, es decir, exegética y hermenéutica. Bien ha


dicho Bernard Ramm (1976:8) que la primera preocupación del predicador no
debe ser homilética (¿Cómo predico un buen sermón?) sino hermenéutica (¿Cómo
oigo la palabra de Dios, y la hago oír?). Antes del sermón la predicadora se
encuentra con Dios en y por el texto, luchando con Dios y el texto hasta recibir de
Dios una palabra viva que sea a la vez fiel y contextual. Al presentarse ante la
comunidad, plasma ese encuentro en un sermón para compartir ese encuentro con
los demás y buscar juntos la presencia del Señor y escuchar juntos su voz.

La única meta del sermón, la mayor responsabilidad del predicador y el criterio


exclusivo del resultado de la predicación, todos responden a la pregunta central, si
se proclamó fielmente la palabra de Dios. El predicador no predica para complacer
a los oyentes, para manipular sus emociones ni aun para lograr cambios religiosos
y morales en ellos. Su tarea es proclamar la palabra de Dios; no predica buscando
esa transformación sino esperándola como resultado indirecto por la obra del
Espíritu Santo. Mucho menos debe predicar con la motivación de lograr éxito y
fama como orador o erudito bíblico.

Atreverse a predicar como Dios quiere, es un acto de amor, de humildad y de


abnegación. William Willimon ha señalado que el verdadero predicador tiene que
amar más a Dios que a su congregación. Es una gran tentación para el predicador
buscar en su ministerio la realización de sus propios intereses y metas. La
predicación fiel comienza en el corazón del predicador. Es un corazón con un
supremo amor a Dios y su palabra, aun más que a la congregación y mucho más
que a sí mismo.

Pasa con la predicación igual que con la profecía: la predicación fiel siempre va
acompañada por la predicación falsa, que busca complacer a la gente, se dirige por
las expectativas del público y les enseña a decir "Señor, Señor" pero no a hacer la
voluntad del Padre celestial (Mt 7:21-23). Por eso, la iglesia debe vigilar su púlpito
con todo celo en el Espíritu. No debe dejar a cualquiera que "habla lindo" ocupar
ese lugar sagrado sino sólo a los que se han demostrado maduros, bien centrados
en la Palabra y consecuentes en sus vidas. No cabe duda que el descuido en este
aspecto ha producido desviaciones y aberraciones en las últimas décadas,
produciendo daños muy serios en la iglesia.

Es urgente también ir enseñando a las congregaciones lo que bíblicamente deben


esperar de un predicador y de un sermón. Mucho del desorden de las últimas
décadas se debe a la gran falta de discernimiento de los mismos oyentes. A pesar
del exagerado número de horas que pasan escuchando sermones, en general no se
logra una adecuada formación bíblica y teológica para discriminar entre
predicación fiel y predicación "bonita", conmovedora o sensacionalista pero no
bíblica. Hace años el destacado orador evangélico, Cecilio Arrastía -- ¡un verdadero
modelo de predicador fiel! -- hablaba de la congregación como comunidad
hermenéutica en que todos sepan interpretar la palabra y distinguir entre lo bueno
y lo malo en la predicación (1 Ts 5:21; Hch 17:11; 1 Cor 14:29).

¡Imploremos al Espíritu de Dios que unja a nuestros predicadores y


congregaciones con amor a la palabra y discernimiento acertado ante estos abusos!

La predicación y el Espíritu de Dios: Por todo lo que hemos expuesto hasta


ahora, queda claro que la predicación es una tarea muy seria, sin duda mucho más
grande de lo que solemos pensar. Con razón observa Karl Barth, en su tratado
sobre nuestro tema, que la predicación es una tarea imposible; para ella, observa,
todo ser humano es incapaz e indigno (1969:48,52). Es aun imposible que sepa de
antemano qué está pasando en la predicación, porque depende enteramente de
Dios (1969:48). Tenemos que exclamar con San Pablo, "¿Quién es competente para
semejante tarea?" (2 Cor 2:16).

Pero gracias al Señor, la palabra de Dios nunca corre sin que la acompañe el
Espíritu divino que la ha inspirado. Un tema constante en la teología de los
Reformadores fue el de "La Palabra y el Espíritu". La palabra sin el Espíritu
conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra llevaba, en la frase de
ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores enseñaban también el
testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es letra muerta. En un
brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que fue con esta doctrina que
los Reformadores evitaron un concepto cuasi-mágico de la eficacia de la Biblia que
podría compararse con el ex opere operato del tradicional sacramentalismo
católico. La palabra escrita no opera sola sino vivificada por el Espíritu de Dios.

En nuestro tiempo, Karl Barth ha reformulado esta doctrina en términos muy


impresionantes. La palabra de Dios, para él, ocurre en su sentido pleno cuando
Dios habla y el pueblo escucha (1969:71). La predicación hace presente a la
palabra en forma viva; "cuando se predica el evangelio, Dios habla" (1969:19) y
entonces, en la frase de Lutero, "La palabra trae a Cristo al pueblo" (1/1 61). En ese
acto de Dios, el "Dios que habló" del pasado se convierte en un presente "Dios que
habla", siempre por las escrituras. Por la acción del Espíritu Santo, la Palabra toma
vida, como si fuera una resurrección del texto.
La predicación, así entendida, es un acto de Dios, totalmente imposible para un ser
humano (1969:21,48,52). El predicador no tiene ningún control sobre la acción de
Dios, ni puede garantizar que Dios hablará por medio de su homilía. Eso queda
totalmente en manos de Dios y ocurre cuándo Dios quiere y dónde Dios quiere. Por
eso -- y esto es lo sorprendente -- la Palabra de Dios por medio de un predicador y
su sermón es siempre un milagro (1969:23,101). "En esta situación concreta puede
suceder que Dios hable y realice un milagro. Pero nosotros no debemos incluir un
milagro, por anticipado, en nuestra predicación" (1969:23). Al predicador sólo le
toca anunciar que Dios está por hablar (1969:14) y proclamar a la comunidad lo
que Dios mismo los quiere decir, mediante la explicación, en sus propias palabras,
de un pasaje de las escrituras (1969:13).

Esta comprensión radicalmente teocéntrica y pneumatológica nos hace entender


que la única fuerza verdadera de la buena predicación es la obra del Espíritu Santo.
A fin de cuentas, el predicador no puede confiar en la elocuencia de su oratoria ni
el carisma y encanto de su atractiva personalidad ni nada parecido. Reconocer que
el poder del sermón no pertenece a nosotros mismos, pero que Dios ha prometido
el obrar eficaz de su Espíritu, y confiar en el Espíritu y sólo el Espíritu, no nos
permitirá emplear mecanismos de manipulación para tratar de persuadir a los
oyentes (1 Cor 1:18-2:2; 2 Cor 4:2; 12:16-17; Ef 4:14). No harán falta gritos y
gemidos simulados, ni pegajosa música de trasfondo, ni pavonearse de un lado a
otro, micrófono en mano. Es el Espíritu Santo quien penetrará en los corazones, y
nosotros los predicadores sabremos confiar en su actuar y no interferir contra su
eficaz actuar.

Por otra parte, nunca tomaremos la promesa del Espíritu como un pretexto para la
pereza. Convencidos del inmenso privilegio de ser instrumentos del Espíritu,
estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y prepararemos los sermones con
todo cuidado y pasión. El texto favorito de algunos predicadores, "no se preocupen
de qué van a decir; el Espíritu Santo los enseñará lo que deben responder" (Lc
12:11-12), no se aplica a la preparación de sermones ni al estudio sistemático de
las escrituras sino a casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo
para preparar su defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones
carismáticos de la iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro
estudio de la palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15;
Hch 17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).

La Predicación y los Sacramentos: Llama la atención que el NT comienza con la


proclamación y el sacramento juntos. Cuando Juan vino predicando el reino de
Dios, llamaba a los oyentes a un cambio radical de actitud ("Arrepiéntanse", Mt
3:2) ratificado por una acción sacramental (3:6, ser bautizados). Jesús también
vino predicando el reino, exigió arrepentimiento (4:17) y se dejó bautizar por Juan
(3:13-16). El evangelio de Mateo también concluye con el mandato de evangelizar
a todos los pueblos y bautizarlos (28:19).

Proclamación y sacramento se unieron cuando Juan apareció "predicando el


bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados" (Mr 1:4; Lc 3:3; Mt
3:6,8,11). El bautismo conocido en Israel antes de Juan era el bautismo de
prosélitos. Como gentiles inmundos, ellos tenían que limpiarse en el río Jordán y
renacer como nuevas personas, ahora judíos, hasta con nombre nuevo, según
algunas fuentes. Entonces pedirle a un judío de nacimiento que se someta a tal
bautismo era tratarlo como gentil, como que no fuera israelita, y obligarlo a
reconocerse a sí mismo como tal. Por eso el bautismo de Juan significaba un acto
de profundo arrepentimiento. Al dejarse bautizar también, Jesús, que no tenía
pecado alguno de que arrepentirse, se identificó con los pecadores en ese
escandaloso sacramento del arrepentimiento.

En la acción sacramental, Dios mismo actúa en el actuar de la comunidad, como en


la predicación Dios habla en nuestro hablar. En ese sentido, el sacramento también
es milagro, parecido al sermón. Esa correlación de palabra y acción apareció antes
en los profetas de Israel, que solían coordinar integralmente la palabra profética y
la acción profética. El acto sacramental es palpable y visible, por una mediación
material: el agua en el bautismo, el pan y el vino en la comunión. Dios, el creador de
la materia, se place en hablar también por ella, como su lenguaje no-verbal (cf.
Salmo 19:1-4).

Ambos, el lenguaje verbal de Dios y su lenguaje no-verbal, son necesidades


esenciales para la comunidad y deben mantenerse en su debido equilibrio. Ni la
celebración del sacramento debe eclipsar a la predicación, como en el catolicismo
tradicional, ni el énfasis "púlpito-céntrico" debe restarle valor e importancia a los
sacramentos. Debe haber una relación coherente y dinámica entre los dos.

La predicación y el culto: Por "culto" entendemos la celebración de la comunidad


de fe en todos sus aspectos y momentos. Incluye el cántico, la lectura, la oración, la
confesión, el silencio, los testimonios, el sermón y el sacramento. A veces se
analizan como leitourgia (liturgia, doxología), kerygma (proclamación) y didaje
(enseñanza) En todo debe estar presente, por lo menos implícitamente, la diakonia
(servicio, praxis). El sermón no debe verse como una interrupción extránea del
culto, tampoco la adoración congregacional como "preliminares" para el sermón, ni
el sacramento como un mero apéndice, ni mucho menos una nota al pie, del resto
de la celebración. En el culto contemporáneo, hay una fuerte tendencia a
sobredimensionar los momentos en que nosotros hablamos a Dios (cántico,
testimonios, oraciones) pero subvalorar los momentos en que escuchamos a Dios
hablarnos a nosotros (la lectura, confesión, silencio, sermón y
sacramento).Especialmente notable y preocupante es la ausencia del silencio en
casi todos los cultos, en el que Dios nos pueda hablar.

La tendencia hoy en muchas iglesias evangélicas es de priorizar exageradamente la


"A y A" (Alabanza y Adoración) a expensas, lamentablemente, del sermón. El
cántico, a menudo estilo rock 'n roll, dura unas horas, repitiendo muchas veces los
mismos coros, y a la hora de proclamar la palabra, todos (incluso el predicador)
están agotados. Es común escuchar desde el púlpito frases como, "el Señor nos ha
bendecido tanto, y ahora es muy tarde, de modo que el sermoncito será muy
breve", o aun peor, "el Señor nos ha bendecido tanto esta mañana, no vamos a
tener sermón hoy".

Si se puede afirmar que el catolicismo tradicional tendía a enfatizar tanto el


sacramento que llegaba a eclipsar al sermón, muchas congregaciones evangélicas
contemporáneas están cayendo en la misma trampa, pero sin el sacramento.
Martín Lutero, a denunciar la priorización de la misa en desmedro del sermón,
pronunció palabras que se aplican quizá aun más a muchos cultos protestantes
hoy:
Ahora para corregir este abuso, lo primero es saber que la comunidad cristiana
nunca debe reunirse, sin que ahí la misma palabra de Dios sea predicada y que se
hagan oraciones... Por eso, donde no se predica la palabra de Dios, sería mucho
mejor ni cantar ni leer ni aun reunirse... Sería mejor omitir todo lo demás, menos la
palabra., porque no hay nada mejor que dedicarnos a ella.

La predicación como voz profética: Si la predicación es palabra viva de Dios, lo


cuál es la esencia de la profecía, entonces la predicación debe entenderse como
palabra profética. Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado carácter
profético (Mt 16:14), y las escrituras tienen un carácter marcadamente profético,
desde el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la predicación de
Cristo y de las escrituras también debe ser profética.

Se puede decir que en la Biblia los primeros predicadores, y no sólo maestros de la


ley, fueron los profetas en Israel. Aunque hoy tenemos sus profecías en forma
escrita, originalmente ellos pronunciaron sus incendiarios discursos en plaza
pública. Y hoy, si nuestra predicación es palabra de Dios, como hemos afirmado,
entonces toda predicación debe tener algo de carácter profético. Eso es la falta más
común y más seria en la mayor parte de la predicación; de hecho, a menudo la
predicación en muchas iglesias es anti-profética y alienante. Tal predicación es
infiel a la vocación con que Dios nos ha llamado.

La palabra "profecía" es uno de los términos bíblicos que peor se entienden. Se


suele entenderla como esencialmente predicción del futuro, como revelación
sobrenatural de información secreta, o como una palabra divinamente autorizada
que nadie debe cuestionar. ¡Todo equivocado! El vaticinio de eventos futuros
constituye una mínima parte del mensaje profético. El profeta no lo era por
predecir, ni dejaba de serlo si no predecía. En segundo lugar, el AT prohíbe y
condena la adivinación, a lo que corresponde un gran porcentaje de supuestas
"palabras proféticas" hoy. Y lejos de otorgarles a los profetas una autoridad
incuestionable, casi divina, Pablo dos veces exhorta a los fieles a examinar las
profecías con discernimiento crítico (1 Tes 5:21; 1 Cor 14:29).
Un aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces reconocido, es que
aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y profética de toda la
iglesia, sin distingo de género, edad o condición social (Hch 2:17-18). Eso significa
un llamado profético especialmente para los y las líderes de la iglesia y una
responsabilidad ante Dios y la historia de no traicionar esa vocación. Una iglesia
que no encuentra su voz profética, sobre todo en momentos de crisis histórica, es
simplemente una iglesia infiel.

La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una
predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene
cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de Dios.
Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso pero no
nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt 16:24).

Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras
voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su
justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de
igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y
Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió,
en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos.Que Dios
nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo.
Lectura Complementaria 3
EL SENTIDO TEOLÓGICO DE LA PREDICACIÓN

1.0 Introducción
1.01 Entre las múltiples responsabilidades del pastor, la que tiene mayor
prioridad es la predicación. En cierto sentido, no obstante, la importancia de la
predicación en el ministerio pastoral ha sido condicionada por el ambiente en que
se ministra. El énfasis que se le dio a la predicación en la liturgia protestante a
partir de la Reforma, hizo que ésta se convirtiera en la tarea más importante del
pastor. De ahí que, en la mayoría de las iglesias protestantes, la eficiencia de un
pastor se mide por su éxito como predicador. Todo ello ha contribuido a que la
imagen del pastor que se ha formado en el ambiente cultural, por lo menos en el
occidente, sea la de un predicador.

1.02 Pero la predicación, aparte de la influencia del ambiente cultural, ocupa por
su propia naturaleza un lugar especial, no meramente en el ministerio pastoral,
sino en el ministerio total de la iglesia cristiana. El destacado teólogo inglés P. T.
Forsyth, reconoció este hecho al declarar en su obra, La predicación positiva y la
mentalidad moderna, que con "su predicación el cristianismo se sostiene o se
derrumba".163 Años antes, Broadus había iniciado su clásico Tratado sobre la
predicación afirmando que “la predicación es el principal medio de difusión del
evangelio” y, por lo tanto, es “una necesidad”.164 Con esto concuerdan las palabras
de Pablo en 1 Corintios 9:16 donde se refiere a la predicación como una necesidad
impuesta por Cristo: "¡Ay de mí si no predicare el evangelio!" Es que la predicación
es la responsabilidad primordial de la iglesia. Está intrínsecamente vinculada a la
Gran Comisión. "Id por todo el mundo y predícad...” fueron las palabras del Señor a
su iglesia al encomendarle la tarea de "hacer discípulos a todas las naciones" (Mt.
28:19; Mr. 16:15).

163
P.T. Forsyth, Positive Preaching and the Modere Mind (Grand Rapids, Mich.: Eercimans,
1966), p. 1.
164 John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons (New York: Harper & Row, 1926), p. 5.
1.03 La importancia y centralidad de la predicación en el ministerio de la iglesia,
es, pues, un hecho indiscutible. De ahí la necesidad de que ésta conozca la
naturaleza esencial de la predicación. Para una concepción amplia y correcta de la
predicación hay que acudir no sólo a la Escritura, sino también a otros campos del
pensamiento humano, tales como la retórica y la psicología, por cuanto, la
predicación es tanto un acto divino como humano. En este capítulo sin embargo,
nos concretaremos al sentido teológico de la predicación.

1.04 El sentido teológico de la predicación se desprende del hecho de que es la


transmisión de un mensaje que se origina con Dios y se transmite por orden de
Dios. Como bien ha dicho Donald G. Miller:
Predicar es venir a formar parte de un evento dinámico en el cual el Dios viviente, el
Dios redentor, reproduce su acto de redención en un encuentro viviente entre El y los
que escuchan a través del predicador.165

Vista en toda su significación, la predicación tiene un carácter teologal, cristológico,


evangélico, antropológico, eclesial, escatológico, persuasivo, espiritual y litúrgico.

1.1 El carácter teologal de la predicación

1.11 La predicación tiene su punto de partida en el amor de Dios y en la


revelación de ese amor. Amor infinito que dio origen a la auto-revelación de Dios, y
que es a la vez la causa de la predicación. De ahí que Miller nos advierta que la
predicación "no se centraliza en ideas humanas acerca de Dios, sino en lo que Dios
ha hecho..."166

1.12 La predicación deriva su energía del poder de Dios. Por tanto, es un


mensaje poderoso. Es tan poderoso que Dios mismo lo ha hecho el vehículo para

165 Donald G. Miller, Fire in thy Mouth (Nashville: Abingdon, 1954), p.17.

166
The Biblical Background for Preachíng, Dictionary of Practica/ Theology (Grand Rapids:
Baker, 1967), p. 1.
salvar a los hombres. Como bien nos dice Pablo: "Pues ya que en la sabiduría de
Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los
creyentes por la locura de la predicación- (1 Co. 1:21; cp. Ro. 10:12-15, 17).

1.13 De igual manera, la predicación recibe su autoridad de parte de Dios. Esa


autoridad se desprende del hecho de que es un mensaje que está arraigado en lo
que Dios ha dicho. Aún más, es un hecho que la autoridad inherente de la
predicación es el resultado de la presencia misma de Dios en el acto de la
predicación. La predicación es autoritativa porque el que predica no es el
predicador, sino Dios a través del predicador, de modo que la palabra predicada
viene a ser verdaderamente palabra de Dios.

1.14 El objetivo final de la predicación es el conocimiento de Dios. Por


consiguiente, la predicación no sólo halla su punto de partida en Dios y se lleva a
cabo por el poder y la presencia de Dios, sino que también tiene su fin en Dios, ya
que procura llevar a los hombres al conocimiento personal de Dios.

1.2 El carácter cristológico de la predicación

1.21 En segundo lugar, la predicación tiene carácter cristológico. Como el


mediador del nuevo pacto, que tiene como núcleo al evangelio, Cristo es el eje de la
predicación. Es él, por tanto, quien le da el contenido a la predicación, ya que sin él
no hay kerygma. Además, le da verdadero propósito, pues sin él no hay salvación
(He. 4:12).

1.22 La predicación debe ser, por lo tanto, cristocéntrica. Debe relacionar todas
las cosas: el orden socio-económico, político, cultural, educativo y religioso, con
Cristo. De igual manera, debe procurar compartir a Cristo como persona con las
masas despersonalizadas. Ello tiene implicaciones intelectuales y sicológicas. Es
decir, en la predicación no sólo se debe compartir ideas acerca de Cristo (su
señorío sobre la historia, su encarnación, muerte y resurrección, su ascensión y
segunda aparición), sino también la realidad de su persona. Esto último se logra
por medio de la experiencia y la personalidad del predicador cuando predica
movido por una experiencia personal con Cristo y saturado de Su poder.

1.3 El carácter evangélico de la predicación

1.31 La predicación no es un mero discurso moral, político o religioso. Es más bien


la comunicación del evangelio de Cristo. Esto no quiere decir que todo lo que se
debe predicar es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Pero sí quiere
decir que el evangelio es la presuposición de toda predicación cristiana. Todo lo
demás, el enfoque didáctico o el pastoral, se hace cristiano por su relación con
Cristo, y evangélico por su relación con el evangelio.

1.32 La predicación tiene, pues, un carácter evangélico, porque anuncia


preeminentemente la actividad de Dios en Cristo en favor de la humanidad. Es así,
que no importa cuál sea el objetivo inmediato de la predicación. Este puede ser
anunciar los elementos básicos del evangelio, exponer las grandes doctrinas ético-
teológicas de la Biblia, consolar o aconsejar a los creyentes, pero el propósito final
es obtener una respuesta de fe y dedicación a Jesucristo. En otras palabras, la
predicación, no importa cuál sea su énfasis particular, trata de anunciar el
evangelio y sus implicaciones para toda la vida.

1.4 El carácter antropológico de la predicación

1.41 En la predicación, el hombre es siempre el receptor. La predicación cumple


su fin cuando penetra en la vida de los hombres e influye en su comportamiento.
Esto quiere decir que tanto el qué (el contenido) de la predicación como el cómo (la
manera de presentar ese mensaje) tienen que tener presente al quien (el receptor).
1.42 La predicación se dirige al hombre como un ser enajenado de Dios, y por
tanto, fuera de las fronteras de la familia de Dios. Entendida en este sentido, la
predicación llama al hombre a la comunión de la iglesia. Como bien dice Donald
Macleod:

...la predicación da origen a la iglesia. A través de la predicación los apóstoles


establecieron la iglesia. Cuando entraban a una nueva ciudad le contaban a la gente
lo que Dios había hecho por los hombres en Jesucristo. Como resultado se formaba
una unidad de compañerismo como parte del cuerpo de Cristo.167

1.43 La predicación se dirige también al hombre como parte de la iglesia. En este


sentido, la predicación edifica la iglesia.

Como instrumento para la transmisión de la Palabra de Dios, la predicación es el


fundamento de la iglesia, por cuanto es el órgano que le da vida. Además, la
predicación ilumina, acompaña y protege a la iglesia, porque la reúne y continúa
edificándola, nutriéndola y haciéndola crecer.

1.5 El carácter eclesial de la predicación

1.51 Lo dicho nos pone de lleno en el carácter eclesial de la predicación. La


predicación se lleva a cabo en el contexto de la iglesia y, por tanto, está atada a la
existencia y misión de ésta. "Precisamente por esta razón", nos advierte Karl Barth,
"la predicación debe conformarse a la revelación—. Y añade, la predicación, cuando
es fiel a la revelación de Dios, efectúa la reconciliación,- y donde los hombres reciben
esta Palabra, ahí está la Iglesia, la asamblea de los que han sido llamados por el
Señor... La Iglesia existe porque se hace sonar ese llamamiento y porque los hombres
pueden oírlo. Es por ello que el lazo que ata a la predicación con la Iglesia se
desprende de su fidelidad a la revelación.168

De ahí que la predicación, como hemos dicho, de origen a la iglesia y la haga crecer
en gracia. Como también nos dice Domenico Grasso en su Teología de la
predicación:

167 Donald Mac'leod, "The Sermon in Worship– Ibid., p. 68.

168 Karl Barth, Prayer and Preaching (London: SCM Press, 1964), p. 74.
la predicación misionera crea la Iglesia al llamar a los hombres dejados de Dios a la
salvación , [ y ] la catequética... [desarrolla) la comunidad cristiana, enraizando a los
fieles cada vez más profundamente en Cristo.169

1.52 La predicación hace consciente a la iglesia de la realidad de su posición en


Cristo y de su vida actual. Su naturaleza es desarrollar conciencia en los miembros
de la comunidad cristiana de que pertenecen al pueblo de Dios, a la nueva
humanidad, a un reino de sacerdotes y a una nueva nación santa; a una comunidad
apostólica, profética y peregrina. La predicación tiene también que crear
conciencia en la iglesia de cómo está viviendo esa realidad y cumpliendo con su
llamamiento. En este sentido, el predicador ejerce la función del profeta, esto es:
llamar al pueblo de Dios a considerar (reflexionar) sus caminos delante de Dios
(cp. Hag. 1:5), y, si es necesario, llamarle a arrepentirse y a convertirse de sus
malos caminos (cp. Is. 1: 10-20; 55:6-8).

1.6 El carácter escatológico de la predicación

1.61 En sexto lugar, la predicación tiene carácter escatológico que se desprende


del hecho de que pertenece a los "últimos tiempos". Al hablar de los últimos
tiempos, nos referimos a lo que Grasso ha llamado "la última fase de la historia de
la salvación, en la que se invita a los hombres, sin acepción de razas o
nacionalidades, a participar de el reino de Dios”.170 Esta dispensación, por así
decirlo, fue inaugurada con la muerte y resurrección de Jesucristo y será
consumada en su segunda aparición. Tiene que ver con el reino que anunciaba
Jesús, por cuanto invita a los hombres a participar de un nuevo orden de vida.

1.62 La predicación tiene también un carácter escatológico porque confronta al


hombre con dos posibilidades futuras: condenación o salvación. La predicación
sacude al hombre en sus sentimientos más íntimos y lo obliga a reflexionar sobre
su futuro. Y no sólo lo obliga a reflexionar, sino a tomar una decisión respecto a las

169
Domenico Grasso, Teología de la Predicación (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968), p. 189.
170
Ibid, p. 193.
alternativas que hay en ese futuro.

1.7 El carácter persuasivo de la predicación

1.71 La predicación tiene un fin persuasivo. Su objetivo primordial es persuadir a


los hombres, estén éstos fuera o dentro de la iglesia, a darse por completo al Señor.
De ahí que Pattison define la predicación como "la comunicación verbal de la
verdad divina con el fin de persuadir”.171

1.72 En la persuasión se trata de cambiar la actitud (o actitudes) y la creencia (o


creencias) de una o más personas. Se procura lograr una decisión con respecto al
mensaje que se comunica. Por tanto, al decir que la predicación tiene un carácter
persuasivo queremos decir que no se conforma con que haya una actitud favorable
hacia el mensaje, sino que procura penetrar por todos los medios en los oyentes
hasta que éstos respondan en fe y obediencia. En otras palabras, la predicación
busca una transferencia de significados que influya sobre el comportamiento de los
oyentes: procura que los oyentes cambien de actitud con respecto a Cristo y a su
evangelio, con todo lo que ello implica.

1.8 El carácter espiritual de la predicación

1.81 La predicación no sólo tiene letra sino espíritu. El carácter espiritual de la


predicación emana del hecho de que es un acto testificante del Espíritu Santo. Es él
quien finaliza y hace penetrar el mensaje predicado en tal forma que los oyentes
sean persuadidos. En este sentido, el Espíritu Santo no sólo ilumina al receptor de
modo que comprenda el sentido del mensaje, sino que también lo convence de
pecado y de su necesidad de Cristo. Hace que ese mensaje penetre en el corazón de
tal forma que se realice esa transferencia de significados y haya un cambio de
mente y actitud, una respuesta de fe y obediencia a Cristo.

1.82 Es por ello que la predicación necesita hacerse a través del Espíritu Santo, si

Harwood Pattison, The Making of a Sermon (Philadelphia: The American Baptist Publication
171

Society, 1941), p. 3.
es que ha de ser eficaz. Como bien nos dice Jean-Jacques Von Aumen en su obra
sobre La Predicación y la Congregación: "Sin la obra del Espíritu Santo, la Palabra
que Dios ha hablado al mundo en su Hijo no puede ser traducida eficazmente ni
hacerse presente”.172 De ahí también la importancia de la oración en la predicación.
Porque es a través de la oración que el predicador expresa su dependencia de la
persona y obra del Espíritu Santo.

Hay en la oración un principio de debilidad, insuficiencia y dependencia. El que


ora, lo hace porque se siente incapaz de cubrir sus necesidades: porque reconoce
que su "socorro viene de Jehová" (Sal. 121:2). En la oración el predicador confiesa
su debilidad e insuficiencia para cumplir el propósito de la predicación. En su
debilidad pide la ayuda del Espíritu quien intercede con gemidos indecibles (Ro.
8:26) y hace posible la manifestación del poder de Dios en la proclamación.

1.9 El carácter litúrgico de la predicación

1.91 La predicación tiene también un carácter litúrgico. Entendemos por liturgia


el culto que le rinde la iglesia a su Dios, o la adoración pública de Dios como
expresión de servicio. En la adoración, la iglesia reconoce el valor supremo de Dios
en cada aspecto de la existencia humana, y celebra la victoria de Dios en Cristo. En
la celebración de esa victoria, la iglesia, unida a esa nube de testigos de todos los
tiempos, proclama el triunfo del evangelio y ofrece a toda la humanidad, en
nombre de Dios, los frutos de esa victoria.

1.92 Toda adoración pública constituye, por sus propios méritos, un acto de
proclamación y, por tanto, se le puede llamar un acto de predicación. Sin embargo,
hay dentro de ese acto una parte que es dedicada a interpretar y a aplicar el
sentido de la proclamación. Entendida de esta manera, la predicación es un aspecto
integral de la adoración pública de la iglesia. Como tal, tiene una triple función.

1.92.1 En primer lugar, la predicación unifica la adoración pública. Hace evidente

OJean-Jacques Von Allmen, Preaching and the Congregation (Richmond: John Knox Press,
172

1962), p. 31.
el diálogo involucrado en la adoración, entre la Palabra de Dios y la palabra del
hombre, entre Dios mismo y el hombre y entre éste y su prójimo. La predicación,
entendida como la Palabra de Dios dirigida al hombre, no se completa hasta tanto
el hombre no responde a Dios. Pero como en esa Palabra está implícita la palabra
del prójimo, la respuesta humana tiene también que tener una dimensión
horizontal. La predicación es, pues, un puente entre Palabra y sacramento, entre
revelación y respuesta. En la predicación se hace evidente la dinámica de la
adoración que el profeta Isaías nos describe en el capítulo seis de su libro: el
llamamiento de Dios y la respuesta del hombre, la confesión humana y el perdón
divino, la proclamación de la Palabra y la dedicación del adorante, la comisión al
servicio y la promesa de poder para el cumplimiento de esa tarea.

1.92.2 En segundo lugar, la predicación hace contemporánea la victoria del


evangelio que se celebra en la adoración. La predicación interpreta el simbolismo
evangélico, presente en la adoración, que actúa como señal de la victoria de Dios.
La predicación aplica esa victoria tanto a las necesidades de la iglesia como del
mundo. La predicación, pues, le da a la adoración un carácter existencial, al
relacionarla con toda la vida. La predicación es el vehículo por excelencia para la
transmisión de la gracia divina que viene como resultado de la adoración divina.

1.92.3 En tercer lugar, la predicación provee el tema del culto. Para que el servicio
de adoración posea una buena simetría, debe haber una coordinación de los
himnos, las oraciones, las antífonas, las lecturas bíblicas y el mensaje que va a
predicarse. Como el sermón es la exposición y la interpretación de un tema bíblico,
es importante que los otros elementos giren en torno al tema del sermón; de lo
contrario, se corre el riesgo de perder la unidad y la simetría, que son tan
esenciales para la adoración.

1.10 Conclusión

1.10.1 La predicación es, finalmente, un acto dinámico en el cual Dios se dirige a


hombres y mujeres fuera y dentro de su pueblo, para confrontarlos con las
profundas implicaciones de su obra redentora en Cristo. Es un acto integral de la
adoración pública de la iglesia. Sobre todo, la predicación es un acto escatológico,
por cuanto atañe a los últimos tiempos y es el instrumento por excelencia del
Espíritu para la salvación de los hombres. Es por ello que el predicador no puede
concebirse a sí mismo como un mero orador, ni "como un empresario que presenta
una estrella a una multitud”,173 sino como un siervo, instrumento y heraldo de
Dios.

1.10.2 Es a base del sentido teológico de la predicación que debemos juzgar


nuestra predicación. ¿Tiene nuestra predicación un carácter teologal, cristológico,
evangélico, antropológico, eclesial, escatológico, persuasivo, espiritual y litúrgico?
¿Qué imagen tenemos de nuestra función como predicadores? ¿Nos vemos a
nosotros mismos como siervos de Jesucristo, como heraldos de su evangelio y
como instrumentos del Espíritu, o simplemente como oradores, empresarios o
artistas? Sobre la respuesta que le demos a estas interrogantes descansa la eficacia
de nuestra predicación.

173
Ibid.
Lectura Complementaria cuatro
Sobre la Elección de un Texto
Spurgeon: El príncipe de los predicadores

Creo, hermanos míos, que nosotros todos sentimos la importancia de dirigir cada
una de las partes del culto divino, con la mayor eficiencia posible. Cuando
recordamos que la salvación de un alma puede depender, instrumentalmente, de la
elección de un himno, no debemos considerar como insignificante aun una cosa tan
pequeña como la elección de los salmos y los himnos. Un extranjero irreligioso que
asistía por casualidad a uno de nuestros cultos en Exeter Hall, fue traído a la cruz
de Cristo por las palabras de Wesley: "Jesús, que ama a mi alma." ¿Es verdad," dijo
él, "que Jesús me ama a mí? entonces, ¿por qué vivo yo en enemistad con El?"

Cuando reflexionemos también en que Dios puede bendecir especialmente alguna


expresión en nuestras oraciones para la conversión de un hijo pródigo, y que la
oración acompañada de la unción del Espíritu Santo, puede contribuir mucho para
edificar al pueblo de Dios, y para conseguirle bendiciones innumerables, nos
esforzaremos en hacer oración con las mejores dotes y la más abundante gracia
que se halle a nuestro alcance. Puesto que el consuelo y la Instrucción, se pueden
distribuir abundantemente también en la lectura de la Biblia, nos detendremos
sobre nuestras Biblias abiertas, e imploraremos, el ser dirigidos a la elección de la
parte de la palabra inspirada que pueda serle más útil a la congregación. En cuanto
al sermón, tendremos empeño, antes de todo, en la elección del texto.

Ninguno de entre nosotros, desprecia el sermón de tal modo que considere


cualquier texto escogido al acaso, a propósito para un culto donde quiera que se
celebre, o con cualquier motivo. No estamos todos conformes con la opinión de
Sydney Smith, cuando él recomendó a un hermano que buscaba un texto, que
escogiera "Partos, y Medos y Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia," como
sí cualquiera cosa pudiera servir de base para un sermón. Debemos considerar de
buena fe y seríamente cada semana, sobre qué asuntos predicaremos a nuestra
congregación el domingo próximo, tanto en la mañana como en la tarde; porque
aunque toda Escritura es buena y útil, sin embargo, no todo es igualmente a
propósito para cada ocasión. Reflexionar por un momento sobre las consecuencias
eternas que pueden seguir a la predicación de un solo sermón en el nombre del
Gran Autor y Consumador de la le, debe bastar para condenar eficazmente el
descuido y el amor propio con que se escogen y se tratan muchas veces los textos,
y para impresionar a todo ministro verdadero del Evangelio, con el deber de
escoger sus textos, estando él en un estado de espíritu que armonice con la
dirección divina siempre que pueda desempeñar obra tan interesante. A cada cosa
corresponde su tiempo oportuno, y lo mejor siempre es lo oportuno.

Un ecónomo entendido, se afana por dar a cada miembro de la familia su alimento


correspondiente en el debido tiempo; no lo distribuye a su antojo, sino que
acomoda los manjares a la necesidad de los comensales.

Sólo un mero empleado esclavo de la rutina, o autómata inanimado del formalismo,


puede estar contento apoderándose del primer asunto que se ofrezca. El hombre
que recoge tópicos del mismo modo que los niños en el prado reúnen botones de
oro y margaritas, es decir, como se le ofrecen por casualidad, obra quizá en
conformidad con la parte que le incumbe en una iglesia en que un patrón lo ha
puesto y de que el pueblo no puede quitarlo; pero los que creen que son llamados
por Dios y que se han escogido para sus puestos respectivos por la elección libre de
los creyentes, deben dar más satisfactoria evidencia de su llamamiento que la que
se puede encontrar en este descuido.

De entre muchas piedras preciosas, tenemos que escoger la joya más a propósito
para la ocasión y las circunstancias bajo las cuales vamos a predicar. No nos
atrevemos a meternos en el salón de banquete del Rey, con una confusión de
provisiones, como si el festín fuera una rebatiña vulgar; sino que como servidores
de buenas costumbres, nos detenemos y hacemos esta pregunta al Gran Maestro
del convite: "Señor, ¿qué quieres tú que pongamos en tu mesa hoy?" Ciertos textos
nos parecen poco convenientes.

Nos admiramos de lo que hizo el ministro del Sr. Disraeli con las palabras: "En mi
carne veré a Dios," al predicar recientemente en la fiesta de los segadores al
concluir la cosecha. Muy incongruo era el texto del discurso fúnebre cuando se
enterró un ministro (el Sr. Plow), que se había matado: "Así da a sus amados
sueño." Era sin disputa un mentecato aquel que, al predicar un sermón a los jueces
durante la sesión del tribunal pleno, escogió por texto las palabras: "No juzguéis
para que no seáis juzgados." No os engañéis por el sonido y la aparente
conveniencia de las palabras bíblicas. El Sr. M. Athanase Coquerel, confiesa que
predicó al visitar la ciudad de Amsterdam por tercera vez, sobre las palabras: "Esta
tercera vez voy a vosotros," 2 Cor. 13:1, y agrega con razón, que "encontró mucha
dificultad en hacer mérito en el sermón de lo que era a propósito a la ocasión." Un
caso análogo se encuentra en uno de los sermones predicados sobre la muerte de
la Princesa Carlota, siendo el texto: "Ella estaba enferma y murió."

Es peor aun escoger palabras de un chiste de poco gusto, como sucedió con motivo
de un sermón reciente sobre la muerte de Abraham Lincoln, siendo el texto:
"Abraham murió." Se dice que un estudiante, que probablemente nunca llegó a
ordenarse, predicó un sermón ante su preceptor, el Dr. Felipe Doddridge. Este
estaba acostumbrado a ponerse directamente en frente del estudiante y a mirarlo
cara a cara. Figuraos, pues, su sorpresa y tal vez indignación, al oír anunciado este
texto: "¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y no me has conocido, Felipe?"
Señores, algunas veces los necios se hacen estudiantes: que ninguno de esta clase
deshonre nuestra Alma Mater. Perdono al hombre que predicó ante aquel Salomón
borracho, Jacobo Segundo de Inglaterra y Sexto de Escocia, sobre Jacobo 5:5:
"Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido disolutos: habéis cebado vuestros
corazones como en el día de sacrificios." En este caso la tentación fue demasiado
fuerte para ser resistida; pero si es que ha llegado a vivir un hombre, como se nos
dice, que celebró la muerte de un diácono por medio de un discurso sobre el texto:
"Y aconteció que murió el mendigo," que sea execrado. Perdono al mentiroso que
me atribuyó a mi tal afrenta; pero que no practique sus artes infames en otra
persona.

Así como nos cumple evitar una elección poco cuidadosa de asuntos, así debemos
evitar también una regularidad monótona. He oído hablar de un ministro que tenía
52 sermones, y otros pocos para ocasiones especiales, y estaba acostumbrado a
predicarlos en un orden fijo año tras año. En este caso habría sido por demás que
la congregación le pidiera que "les predicara las mismas verdades en el domingo
siguiente;" ni habría sido muy extraño que imitadores de Euticho, se hubieran
encontrado en otros lugares del tercer piso. Hace poco un ministro dijo a un
agricultor, amigo mío: "Sabe usted, señor D, que estaba hojeando yo mis sermones
el otro día, y realmente el estudio es tan húmedo, especialmente mi escritorio, que
mis sermones se han enmohecido?" Mi amigo que aunque era mayordomo de
iglesia, asistía a los cultos de los Disidentes, no era tan rudo que dijera que "le
parecía muy probable:" pero como los ancianos de la aldea habían oído con
frecuencia los dichos discursos, es posible que para ellos hayan estado
desmejorados en más de un sentido.

Hay ministros que habiendo acumulado unos cuantos sermones, los repiten hasta
que se fastidian sus oyentes. Los hermanos viandantes deben estar más expuestos
a esta tentación, que los que continúan por muchos años en un lugar. Si se hacen
víctimas de la costumbre referida, debe terminar su utilidad y enviar el frío
insufrible de la muerte a sus corazones, cosa de que sus oyentes deben tener
conciencia, mientras les escuchen repetir desanimadamente sus producciones
raídas. El modo más eficaz de promover la indolencia espiritual, debe ser el plan de
adquirir un surtido de sermones por dos o tres años, y entonces repetirlos en
orden regular muchas veces. Hermanos míos, puesto que esperamos vivir por
muchos años, si no por toda nuestra vida, en un lugar, radicados allí por los afectos
mutuos que existían entre nosotros y nuestras congregaciones, necesitamos un
método muy diferente al que pueda servir a un haragán o a un evangelista
ambulante. Debe ser molesto para algunos, y para otros muy fácil, según me figuro,
encontrar su asunto, como lo hacen los Episcopales, en el evangelio o en la epístola
que se asigna en el devocionario para el día en que se ha de predicar el sermón. El
se ve impelido, no por ninguna ley, sino una especie de precedente a predicar
sobre un versículo de ésta o de aquél. Cuando las fiestas de Adviento y de la
Epifanía, y de la Cuaresma, y del Pentecostés, traen sus observaciones
estereotípicas, ninguno tiene necesidad de atormentar su corazón con la pregunta
de "¿Qué diré a mi congregación?"
La voz de la iglesia es muy clara y distinta. "Maestro, habla: allí se encuentra tu
trabajo, entrégate enteramente a él." Bien puede haber algunas ventajas en
conexión con este arreglo, hecho con anticipación, pero no nos parece que el
público Episcopal se ha hecho participante de ellas, puesto que sus escritores
públicos siempre están lamentándose de la esterilidad de sus sermones, y
deplorando el estado triste de los pacientes seglares que se encuentran compelidos
a escucharlos. La costumbre servil de seguir al curso del sol y a la rotación de los
meses, en vez de esperar al Espíritu Santo basta, a mi parecer, para explicar el
hecho de que en muchas iglesias, siendo jueces sus propios escritores, los
sermones no son más que muestra de "aquella debilidad decente que tanto precave
a sus autores de los errores cómicos como les preserva de las hermosuras más
notables." Téngase pues por sentado que todos nosotros estamos persuadidos de
la importancia de predicar no sólo la verdad, sino la verdad que sea más a
propósito para cada ocasión particular. Debemos esforzarnos en presentar
siempre los asuntos que mejor cuadren con las necesidades de nuestro pueblo, y se
adapten más perfectamente como medios para llevar la gracia a sus corazones.

¿Hay acaso dificultad en encontrar textos? Recuerdo haber leído hace muchos años
en un tomo de lecturas sobre la Homilética, una declaración que me causó bastante
inquietud por algún tiempo; trataba de algo relativo a este efecto: "Si alguno
encuentra dificultad en escoger un texto, es mejor que desde luego se vaya a una
tienda de abarrotes, o a empuñar la mancera de un arado, porque evidentemente
eso sería la señal de que no tiene la aptitud necesaria para el ministerio."

Ahora bien, puesto que yo había sufrido muchas veces por esta causa, comencé a
examinarme a mí mismo, para informarme si no era mi deber buscar cualquiera
clase de trabajo secular, y abandonar el ministerio; pero no lo he hecho, porque
tengo aún la convicción de que, aunque condenado por el juicio de dicho autor que,
me comprende a mi por su generalidad, obedezco a un llamamiento que Dios ha
confirmado por el sello de su aprobación. Me sentí tan desazonado en mi
conciencia, a causa de la severidad de dicha observación, que hice a mi abuelo que
había sido ministro por 50 años, la pregunta de si él alguna vez se encontraba
indeciso en la elección de su tema. Me contestó con toda franqueza que siempre le
había causado mucho trabajo, y que comparada con esto, la predicación le había
sido muy fácil. Recuerdo bien la observación del anciano venerable. "La dificultad
no se origina de que no hay textos suficientes, sino de que hay tantos que me siento
comprimido entre ellos." Hermanos, nos parecemos, a veces, al que siendo afecto a
las flores exquisitas, se encuentra rodeado de todas las hermosuras del jardín, con
licencia de escoger sólo una de ellas. ¡Cuánto tiempo fluctúa irresoluto entre la rosa
y el lirio, y cuán grande es la dificultad que tiene para elegir como la más
preferible, a una que pueda descollar entre tantos millares de flores seductoras!

Debo confesar que para mí todavía hasta hoy, la elección de mi texto me pone en
gran embarazo, pero en embarazo de riquezas," como dicen los franceses, muy
diferente por cierto de la esterilidad de pobreza. Nos lo causa la indecisión sobre
qué es lo más atendible entre tantas verdades, siendo así que todas exigen darse a
conocer; entre tantos deberes que requieren ser encarecidos, y entre tantas
necesidades espirituales de la congregación que reclaman ser satisfechas. No es
pues de extrañar que sea muy difícil decidir a nuestra entera satisfacción con qué
deber nos conviene que cumplamos primero. Confieso que me siento muchas veces
hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la parte
principal de mí estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando sobre
tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y después
sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando mi
navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces de
un faro para poder dirigirme al puerto suspirado.

Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes bosquejos de sermones para
abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo a
predicarlos, pues el hacerlo me asemejaría a un marinero honrado que llevara un
cargamento de mercancías de contrabando. Los temas vuelan en la imaginación
uno tras otro, así como las imágenes que pasan a través del lente de un fotógrafo;
pero en tanto que la mente no sea como la lámina sensible que retiene la impresión
de alguna de ellas, todos estos asuntos son enteramente inútiles para nosotros.
¿Cuál es el propio texto? ¿Cómo se conoce?

Lo conocemos por demostraciones amistosas. Cuando un versículo se apodera


vigorosamente de vuestro entendimiento, de tal manera que no podáis desasiros,
no necesitaréis de otra indicación respecto de vuestro propio tema. Como un pez,
podéis picar muchos cebos; pero una vez tragado el anzuelo, no vagaréis ya más.
Así cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que a nuestra vez lo
hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda confianza
de predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos textos en la
mano, y os esforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os
afanáis inútilmente; al fin encontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los
diferentes pedazos lanzan chispas al caer, y veis las joyas más radiantes brillando
en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de la semilla de la fábula que se
desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba. Os encanta y fascina,
u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor.

Sabed entonces, que este es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y
estando ciertos de esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis
descansar hasta que hallándoos completamente sometidos a su Influencia,
prediquéis sobre él como el Señor os inspire que habléis. Esperad aquella palabra
escogida aun cuando tengáis que esperar hasta una hora antes del culto. Quizá esto
no será entendido por hombres de un frío cálculo a quienes por lo general no
mueve el mismo impulso que a nosotros, para quienes esto es una ley del corazón
que no nos atrevemos a violar.

Nos detenemos en Jerusalén este es hasta recibir la virtud celestial. "Creo en el


Espíritu Santo." Este es uno de los artículos del Credo, pero apenas se cree por los
cristianos de un modo práctico. Muchos ministros parece que piensan que ellos
tienen que escoger el texto, que descubrir sus enseñanzas, y encontrar un discurso
en él. No lo creemos así. Debemos hacer uso tanto de nuestra voluntad, por
supuesto, como de nuestra inteligencia y de nuestros afectos, porque no es de
presumirse que el Espíritu Santo nos compela a que prediquemos sobre un texto
en contra de nuestra voluntad. No nos trata como si fuéramos órganos cilíndricos,
a que fuera posible dar cuerda y ajustarlos a alguna determinada música, sino que
aquel glorioso inspirador de toda verdad, nos trata como seres racionales,
dominados por fuerzas espirituales, adecuadas a nuestra naturaleza; sin embargo,
los espíritus devotos siempre desean que sea escogido el texto por el Espíritu
Santo infinitamente sabio, y no por sus entendimientos falibles; y por tanto, se
entregan a si mismos en las manos de Aquél, pidiéndole que condescienda en
dirigirlos respecto de la provisión conveniente que haya ordenado ministrar a su
grey. A este propósito dice Gurnal: "Los ministros no tienen aptitud propia para su
trabajo. ¡Ah! Cuánto tiempo pueden sentarse, hojeando sus libros y devanándose
los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces se pone el sermón a su
alcance, como se puso la carne de venado al de Jacob.

Sí Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta; si alguno
tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del evangelio." Sí
alguno me preguntara ¿cómo puedo hacerme del texto más oportuno? le contestaría:
"pedidlo a Dios." Harrington Evans en sus "Reglas para hacer sermones," nos da
como la primera, "pedid a Dios la elección de un pasaje. Preguntad por qué se
escoge, y que sea contestada satisfactoriamente la pregunta. Algunas veces la
contestación será tal que se deba rechazar el pasaje." Sí la oración sola os dirige al
tesoro apetecido, será en cualquier caso, un ejercicio provechoso para vuestras
almas. Si la dificultad de escoger un texto os hace multiplicar vuestras oraciones,
será esto una gran bendición. El mejor estudio es la oración. Así dijo Lutero:
"Haber orado bien, es haber estudiado bien;" y este proverbio merece repetirse
con frecuencia. Mezclad la oración con vuestros estudios de la Biblia. Esto será
como la trilla de las uvas en el lagar, o la del trigo en la era; o la separación del oro
del residuo. La oración es doblemente bendita: bendice al predicador que ruega, y
al pueblo a que predica. Cuando vuestro texto viene como señal de que Dios ha
aceptado vuestra oración, será más preciosa para vosotros, y tendrá un sabor y una
unción enteramente desconocidos al orador formal para quien -un tema es igual a
otro.

La palabra de Dios es más penetrante que una espada de dos filos, y por tanto,
podéis dejarla que hiera y mate, y no tenéis necesidad de hacer uso de frases duras
y gestos severos. La palabra de Dios es penetrante: dejadla que examine los
corazones de los hombres sin el aumento de palabras ofensivas por parte de
vosotros.

Habiendo ya ofrecido nuestras oraciones, debemos hacer uso con todo empeño, de
los medios más a propósito para concentrar nuestros pensamientos y ocuparlos de
los asuntos más provechosos. Considerad el estado espiritual de vuestros oyentes.
Meditad sobre su condición espiritual como un todo, y como individuos, y
prescribid la medicina conveniente para curar la enfermedad que prevalezca entre
ellos, o la comida que esté más en consonancia con sus necesidades. Dejadme que
os advierta sin embargo, que es menester no hacer mérito de los caprichos de
vuestros oyentes, ni de las excentricidades de los que gozan de riquezas e
influencia.

No penséis demasiado en la influencia del caballero y de su señora que se sientan


en el lugar privilegiado, si es que por desgracia tenéis uno de esta clase para
establecer cierta distinción entre los oyentes, allí donde todos deben hallarse en el
mismo nivel. Que al que más contribuye, se le guarden tantas consideraciones
como a cualquiera otro, y que no se menosprecie a nadie. El rico, no por serlo, es de
mayor importancia que los otros miembros de la congregación, y entristeceríais al
Espíritu Santo, si así pensarais. Mirad a los pobres en el templo con igual interés, y
escoged asuntos que ellos puedan entender y puedan consolarlos en sus muchas
tristezas.

No permitáis que vuestro juicio se trastorne manifestando un miramiento excesivo


a los que son miembros a medías de la congregación, y que a la vez que se halagan
mucho con ciertas verdades evangélicas, se hacen sordos al tratarse de otras; no
tengáis mucho empeño ni en servirles un festín, ni en reprenderles. Sería una
satisfacción saber que habían andado complacidos, si fueran cristianos o sí uno
pudiera acomodarse a sus preferencias; pero la fidelidad nos exige que no nos
hagamos meros tañedores para nuestros oyentes, tocando sólo la música que nos
pidan, sino que seamos siempre consecuentes con la palabra del Señor, declarando
todos sus consejos. Repito la observación de que debéis pensar en lo que vuestros
oyentes realmente necesitan para su edificación espiritual, y que esto debe ser
vuestro tema. Aquel apóstol famoso del Norte de Escocía, el doctor MaeDonald, nos
da una relación a propósito de esto. en su diario de trabajos emprendidos en ese
lugar. Viernes 27 de mayo. En nuestros ejercicios de esta mañana, leí el capítulo
duodécimo de la epístola a los Romanos, el cual me ofreció una buena oportunidad
de poner de manifiesto la conexión que existe entre la fe y la práctica, y de decir
que las doctrinas de la gracia están conformes con la santidad, y tienden a la misma
tanto en el corazón como en la vida. Esto me pareció necesario, puesto que por la
elevación de los asuntos de que me había yo ocupado por algunos días, temí que la
congregación se dirigiese hacía el Antinomianismo, extremo por lo menos tan
peligroso como el Arminianismo."

Considerad bien qué pecados se encuentran en mayor número en la iglesia y la


congregación. Ved sí son la vanidad humana, la codicia, la falta de oración, la ira, el
orgullo, la falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes. Tomad
en cuenta cariñosamente las pruebas a que la Providencia plazca sujetar a vuestros
oyentes, y buscad un bálsamo que pueda cicatrizar sus heridas. No es necesario
hacer mención pormenorizadamente, ni en la oración ni en el sermón, de todas
estas dificultades con que luchen los miembros de vuestra congregación, por más
que eso haya sido la costumbre de un ministro venerable que antes era un gran
obispo por acá, y que ahora se halla en el cielo. Solía en su grande cariño hacía su
congregación, hacer tantas alusiones respecto de los nacimientos, las muertes y los
casamientos habidos entre su grey, que una de las diversiones de sus oyentes en la
tarde del domingo debe haber consistido en determinar a quienes se había referido
el ministro en las diferentes partes de su oración y de su sermón. Esto fue tolerado
y aun considerado admirable en él; pero en nosotros sería ridículo: un patriarca
puede hacer con propiedad, lo que un joven debe evitar escrupulosamente.

El ministro venerable de quien acabo de hacer mención, aprendió esta costumbre


de particularizar, del ejemplo de su padre, porque en su familia, los niños tenían la
costumbre de hablar entre si respecto de alguna cosa especial que hubiera
acontecido en el día: 'Debemos esperar hasta que se celebre el culto familiar,
entonces oiremos todo."
Pero estoy desviándome del asunto. Este ejemplo nos enseña cómo una costumbre
excelente puede degenerar en una falta; pero la regla que he indicado no se afecta
por ello. Pueden presentarse a veces ciertas pruebas, a muchos de la congregación,
y como estas aflicciones dirigirán vuestros pensamientos a asuntos nuevos, no
podréis menos de respetar sus sugestiones. Además, debemos notar el estado
espiritual de nuestra congregación, y si podemos ver que ella está recayendo en
faltas; sí tememos que estén sus miembros en peligro de ser inoculados de alguna
herejía dañosa, u ofuscados por una perversa imaginación; si algo, en efecto, en
todo el carácter fisiológico de la iglesia, nos impresiona como una falta, debemos
preparar cuanto antes un sermón que pueda, por la gracia divina, impedir que
cunda esa plaga. Indicios como estos son los que el Espíritu de Dios presenta al
pastor cuidadoso, que con todo esmero quiere cumplir con su deber hacía su grey.

El pastor fiel examina con frecuencia sus ovejas y se determina su modo de


tratarlas por el estado en que se encuentran. Proveerá" una clase de comida frugal
y otra más abundante, y la medicina oportuna, en su proporción debida, según lo
que su juicio práctico encuentre necesario." Seremos guiados bien en esto, si nos
asociamos con "Aquel Gran Pastor de las Ovejas."

Sin embargo, no permitamos que nuestra predicación directa y fiel degenere en


regaños a la congregación. Algunos llaman al púlpito "Castillo de los cobardes, y tal
nombre es muy propio en algunos casos, especialmente cuando los necios suben a
él e insultan impúdicamente a sus oyentes, exponiendo al escarnio público sus
faltas o flaquezas de carácter. Hay una personalidad ofensiva, licenciosa e
injustificable que se debe evitar escrupulosamente, es de la tierra, terrena, y debe
ser condenada explícitamente; pero hay otra que es prudente, espiritual y celestial,
que se debe buscar siempre que prediquemos.

No es sino un chapucero el que al pintar un retrato, tiene necesidad de escribir el


nombre del original al pie del cuadro, aunque se cuelgue éste en la pared del salón
donde se sienta la persona misma. Haced que vuestros oyentes se perciban de que
habláis de ellos, aunque no los mencionéis ni los indiquéis en lo más mínimo.
Puede suceder a veces que os veáis obligados a imitar a Hugh Latimer cuando
hablando del cohecho, dijo: "El que tomó el tazón y el jarro de plata por cohecho,
pensando que su pecado nunca se descubriría, sepa que yo lo conozco, y no sólo yo,
sino muchos. ¡Ay del cohechador y del cohecho! El que recibe cohechos nunca fue
hombre piadoso; ni puedo yo creer que el cohechador llegará a ser un buen juez."
Encontramos aquí tanta reticencia prudente como descubrimiento franco, y sí no
excedéis esto, ninguno se atreverá, a causa de su vergüenza, a acusaros de
demasiada personalidad. Además, el ministro al buscar su texto, debe tener
presentes sus asuntos anteriores. No sería provechoso insistir siempre en una sola
doctrina, descuidando las demás. Quizá algunos de nuestros hermanos más
profundos, pueden ocuparse del mismo asunto en una serie de discursos, y
puedan, volteando el kaleidoscopio, presentar nuevas formas de hermosura sin
cambiar de asuntos; pero la mayoría de nosotros, siendo menos fecundos
intelectualmente, tendremos mejor éxito si estudiamos el modo de conseguir la
variedad y de tratar de muchas clases de verdades.

Me parece bien y necesario revisar con frecuencia la lista de mis sermones, para
ver si en mi ministerio he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de
insistir en el cultivo de alguna gracia cristiana. Es provechoso preguntarnos a
nosotros mismos si hemos tratado recientemente demasiado de la mera doctrina, o
de la mera práctica, o si nos hemos ocupado excesivamente de lo experimental. No
queremos degenerar en Antinomianos, ni tampoco, por otra parte, hacernos meros
preceptores de una moralidad fría, sino que es nuestra mayor ambición cumplir
nuestro ministerio. Queremos dar a cada parte de la Biblia su propio lugar en
nuestro corazón y en nuestra inteligencia. Debemos incluir toda la verdad
inspirada, en el círculo de nuestras enseñanzas, es decir, las doctrinas, los
preceptos, la historia, los tipos, los salmos, los proverbios, la experiencia las
amonestaciones, las promesas, las invitaciones, las amenazas y las reprensiones.
Evitemos la consideración de la verdad a medías, es decir, la exageración de una
verdad y el desprecio de otra, y esforcémonos en pintar el retrato de la verdad,
dándole facciones proporcionadas y colores a propósito, para que no la
deshonremos, presentando un desfiguramiento en vez de la simetría, y una
caricatura en vez de una copia fiel. Empero, suponiendo que hubieseis rogado a
Dios en vuestro oratorio; que hubieseis luchado fielmente y empleado mucho
tiempo en la oración y pensado sobre vuestra congregación y sus necesidades, y
sin embargo, no pudieseis encontrar un texto satisfactorio, ¿qué debéis hacer? No
os incomodéis por esto, ni os desesperéis. Si estuviereis para pelear a vuestras
propias expensas, sería una cosa muy grave estar desprovisto de pólvora estando
tan cerca la batalla; pero puesto que es la prerrogativa de vuestro Capitán proveer
todo lo necesario, no hay duda de que El en tiempo oportuno, os abastecerá de
municiones. Si confiáis en Dios no os desamparará: no puede hacerlo. Seguid
suplicándole y vigilando, porque el amparo celestial es seguro para el estudiante
industrioso de la palabra divina. Sí hubierais descuidado vuestra preparación toda
la semana, no podríais esperar el auxilio divino; pero sí habéis hecho todo lo
posible y ahora estáis esperando del Señor su mensaje, nunca os avergonzaréis.

Dos o tres incidentes me han ocurrido, que bien pueden pareceros extraños, pero
yo soy hombre singular. Cuando vivía yo en Cambridge, tuve que predicar, como de
costumbre, en la noche, en una aldea cercana, adonde tuve que ir a pie. Después de
leer y meditar todo el día, no pude encontrar mi texto. Por mucho que hice,
ninguna respuesta me llegó del oráculo sagrado, ninguna luz brilló del Urim y
Thummim: pedía, meditaba, hojeaba mi Biblia, pero mi mente no se apoderó de
ningún pasaje. Estuve, como dice Bunyan, "muy confuso en mis pensamientos." Salí
a asomarme a la ventana.

Al otro lado de la estrecha calle en que vivía, vi un pobrecito canario solo, parado
en el techo y rodeado por una parvada de gorriones que estaban picoteándolo
como si quisiesen hacerlo pedazos. En aquel momento me acordé de este versículo:
"¿Esme mí heredad, ave de muchos colores? ¿No están contra ellos aves en
derredor?" Salí de mi casa con la mayor calma; rumiaba el pasaje mientras iba
andando, y prediqué sobre el pueblo propio y las persecuciones de sus enemigos,
con libertad y facilidad por mi parte, y creo que con provecho de mi sencilla
congregación. Se me mandó el texto, y si no me lo trajeron los cuervos, ciertamente
lo hicieron los gorriones.
Otra vez mientras estaba misionando en Waterbeach, había predicado en la
mañana del domingo, e ido a comer a la casa de uno de los miembros de la
congregación según lo tenía de costumbre. Había desgraciadamente tres cultos en
el mismo día, y el sermón de la tarde siguió tan cerca al de la mañana, que fue
difícil preparar el alma, especialmente teniendo en consideración que la comida
era un obstáculo necesario pero grande, a la claridad y al vigor de mí cabeza. ¡Ay de
estos cultos de la tarde en nuestras aldeas inglesas! Por regla general no son sino
un desperdicio doloroso de esfuerzos intelectuales. El asado y el pudín oprimen las
almas de los oyentes, y el predicador mismo es lento en su modo de pensar en
tanto que la digestión le domina. Limitando con mucho cuidado mi comida, quedé
aquella vez en un estado muy vivo y activo; pero ¡cuál fue mi desaliento al
encontrar que mis pensamientos ordenados con anticipación se me habían
escapado! No pude recordar el plan de mi sermón preparado, y por más esfuerzos
que hice para traerlo a mi memoria, me fue enteramente imposible conseguirlo. El
tiempo era limitado, en el reloj estaba sonando la hora, y con mucha inquietud, dije
al agricultor que era un buen cristiano, que no podía de ningún modo recordar el
asunto sobre el cual me había propuesto predicar. "Oh," respondió él, "no tenga
usted cuidado; ya encontrará usted algún buen mensaje para nosotros." En aquel
momento, un leño ardiendo cayó del fuego del hogar a mis pies, llenándome de
humo los ojos y las narices. "Allí," dijo mi hombre, "hay un texto para usted. ¿No es
este tizón arrebatado del incendio?" No, pensaba yo, no fue arrebatado porque se
cayó por sí mismo. Aquí estaba un texto, una comprobación, y un pensamiento
capital que pudo servirme como de semilla para producirme muchos otros. Recibí
más luz, y el sermón, a no dudarlo, fue por lo menos, igual a otros mucho más
preparados; puedo decir que fue mejor, porque dos personas se me acercaron
después del culto diciendo que habían salido de su letargo y convertídose por lo
que habían escuchado. He pensado muchas veces sobre este acontecimiento, y me
parece siempre que el olvido del texto sobre el cual me había propuesto predicar,
fue una dicha.

En la calle de Nuevo Parque, me sucedió una vez una cosa muy singular de que
algunos de los aquí presentes, pueden servir de testigos. Había celebrado
felizmente todas las primeras partes del culto, en la tarde del domingo, y estaba
anunciando el himno que debía cantarse antes del sermón. Abrí la Biblia para
buscar el texto que había estudiado con mucho cuidado como asunto de mi
discurso, cuando otro pasaje de la página opuesta se me abalanzó por decirlo así,
como un león que sale de un bosque, y me impresionó mucho más que el que yo
había escogido. La congregación estaba cantando y yo suspirando: me sentí
comprimido entre dos cosas, y mi mente estaba en equilibrio. Quería naturalmente
seguir por el camino que me había preparado con tanto empeño, pero el otro texto
rehusó terminantemente soltarme. Me pareció que estaba tirándome de los
faldones y diciendo: "No, no; debes predicar sobre mí. Dios quiere que a mí me
sigas." Deliberé dentro de mi respecto de mi deber, porque no quería ser fanático
ni incrédulo, y al fin me dije a mi mismo: "Bien, me gustaría mucho predicar el
sermón que he preparado y hay mucho riesgo en cambiarlo por otro cuyos
pensamientos no he ordenado; sin embargo, puesto que este texto influye tanto en
mi, puede habérseme sugerido por Dios, y por tanto, me atreveré a tratarlo sean
cuales fueren las consecuencias."

Casi siempre anuncio mis divisiones al acabar el exordio, pero aquella vez no lo
hice así por razones que bien podéis conjeturar. Concluí la primera división con
bastante facilidad, por ser tanto los pensamientos como las palabras enteramente
espontáneos. El segundo punto fue desarrollado con una conciencia de poder
extraordinario y eficaz, aunque tranquilo, pero no tenía yo ninguna idea de lo que
había de ser la tercera división, porque el texto me pareció enteramente agotado, y
no puedo decir aun ahora, qué podría yo haber hecho si no hubiera acontecido un
incidente enteramente inesperado. Me encontré en la mayor dificultad
obedeciendo a lo que me parecía un impulso divino, pero sentime
comparativamente con calma, creyendo que Dios me ayudaría, y sabiendo que
podría yo por lo menos, concluir el culto, aunque ya nada más se me ocurriese que
decir. Pero no tuve necesidad de deliberar más tiempo, porque repentinamente
nos invadió la oscuridad más completa: se apagó el gas, y como el templo estaba
lleno de gente, fue esto un gran peligro, a la vez que una gran bendición. ¿Qué
podía yo hacer entonces? Los concurrentes a la congregación se asustaron algo,
pero los tranquilicé desde luego diciéndoles que no se asustaran de ninguna
manera aunque se hubiera apagado el gas puesto que sería encendido de nuevo
muy pronto; y por mi parte, corno no hacía yo uso de manuscrito, bien podía
predicar del mismo modo ya fuese en la oscuridad o en la luz, ellos me hacían el
favor de permanecer sentados y de escucharme. Por elaborado que hubiera estado
mi discurso, habría sido absurdo continuar predicándolo bajo estas circunstancias.
Considerando mi posición me vi libre de toda perplejidad. Me referí luego
mentalmente al texto familiar que habla del hijo de la luz que anda en las tinieblas,
y del hijo de las tinieblas que anda en la luz. Observaciones y comprobaciones me
ocurrieron en gran número, y cuando las lámparas se encendieron de nuevo, vi
enfrente una congregación tan interesada y atenta, como la hubiera podido ver
cualquier ministro bajo las más propicias circunstancias. Y la cosa más interesante
fue que poco tiempo después, dos personas se presentaron para hacer su profesión
de fe públicamente, diciendo que se habían convertido aquella noche, debiendo la
primera su conversión a la parte anterior del discurso, en que trató del nuevo texto
que me ocurrió, y la segunda atribuyendo la suya a la última parte que me fue
sugerida por la oscuridad. Así es que como fácilmente podéis ver, la Providencia
me dirigió y apoyó.

Me entregué en las manos de Dios, y su arreglo providencial apagó la luz en tiempo


oportuno para mi. Algunos pueden ridiculizar todo esto, pero yo veo aquí la mano
de Dios; otros pueden censurarme, pero yo me regocijo. Cualquiera cosa es mejor
que el modo mecánico de hacer sermones, en que no se conoce prácticamente la
dirección del Espíritu Santo. Todos los predicadores que confían en la tercera
persona de la Trinidad, podrán sin duda, recordar muchos acontecimientos tales
como el que acabo de referir. Os digo, por tanto, que notéis la dirección de la
Providencia, y os entreguéis en los brazos de Dios pidiéndole su dirección y ayuda.
Si habéis hecho solemnemente todo lo posible para conseguir un texto y el asunto
no se os presenta previamente, subid al púlpito seguros de que recibiréis un
mensaje en tiempo oportuno, aunque hasta aquel momento no tengáis ni una
palabra.

En la biografía de Samuel Drew, predicador metodista famoso, leemos esto:


"Deteniéndose en la casa de un amigo suyo en Cornwall, después de haber
predicado, una persona que había asistido al culto le dijo que había manifestado en
su sermón un talento extraordinario, y siendo confirmada esta opinión por otras
personas, el señor Drew les dijo: Si es verdad esto, es muy singular y, puesto que
mí sermón fue enteramente impremeditado. Subí al púlpito con el objeto de
predicaros sobre otro texto, pero viendo la Biblia que tenía abierta, me llamó la
atención el pasaje sobre el que acabo de predicaros: "Aparéjate para venir al
encuentro a tu Dios, oh Israel." Al ver estas palabras, no pude recordar mis
pensamientos anteriores y aunque nunca hasta entonces había pensado en ese
pasaje, me resolví al instante a ocuparme de él.'" El Sr. Drew hizo bien obedeciendo
así a la dirección celestial. Bajo ciertas circunstancias, os veréis absolutamente
compelidos a abandonar un discurso bien preparado, y a fiar en el oportuno auxilio
del Espíritu Santo, haciendo uso de palabras que por el momento se os ocurran.
Bien podéis encontraros en la situación en que se vio el difunto Kingman Nott al
predicar en el Teatro Nacional de Nueva York. En una de sus cartas dice: "Se llenó
completamente el edificio, y principalmente de jóvenes y niños de la clase más
ruda. Entré después de haber preparado un sermón; pero luego que me presenté
en la tribuna, me saludó mi auditorio con las exclamaciones que le son peculiares.

Cuando vi aquella masa confusa e inquieta de seres humanos a quienes tenía que
predicar, abandoné luego todos los pensamientos que había preparado, y
valiéndome de la parábola del hijo pródigo, me esforcé en interesarles en ella, y
tuve tanto éxito, que muy pocos dejaron el edificio durante el sermón, y casi todos
estuvieron medianamente atentos:" ¡Qué simplón habría sido este Señor si hubiera
persistido en predicar su sermón, poco conveniente en esas circunstancias, sólo
porque ya lo había preparado! Hermanos, creed, os suplico, en el Espíritu Santo, y
puesta en El vuestra fe, esforzaos en practicarla diariamente.

Para ayudar un poco más a algún pobre predicador que no pueda predicar por falta
de pensamientos, le recomiendo que en ese caso vuelva a estudiar repetidas veces
la Biblia misma; que lea un capitulo y piense en sus versículos uno por uno, o que
escoja un solo versículo y se posesione completamente de su contenido. Bien
puede suceder que no encuentre su texto ni en el versículo ni en el capitulo que lea,
pero después le será fácil encontrarlo por haber interesado a su entendimiento
activamente en los asuntos sagrados. Según la relación de los pensamientos entre
si, y así sucesivamente, hasta que llegue a pasar delante de la mente una procesión
larga, digámoslo así, de pensamientos, de entre los cuales uno será el tema
predestinado.

Leed también buenos libros que sugieran pensamientos provechosos. Excitad


vuestra, mente por medio de ellos. Sí los hombres quieren sacar agua de una
bomba que no se haya usado por mucho tiempo, es necesario primero echar agua
en ella, y entonces se podrá bombear con buen éxito. Profundizad los escritos de
alguno de los Puritanos: sondead a fondo la obra, y pronto os encontraréis volando
como un ave, y mentalmente activos y fecundos. Empero, como precaución,
permitidme que haga la observación de que debemos estar siempre
preparándonos para encontrar textos y para hacer sermones. Debemos conservar
siempre la actividad santa de nuestro entendimiento. ¡Ay del ministro que se
atreva a malgastar una hora! Leed el ensayo de Juan Foster sobre el deber de
aprovechar el tiempo, y resolveos a no perder nunca ni un segundo. Cualquiera que
vaga desde la mañana del lunes hasta la noche del sábado esperando
indolentemente que su texto le sea mandado por medio de un mensajero Angélico
en las últimas horas de la semana, tentará a Dios y merecerá encontrarse mudo en
el domingo. Como ministros nunca tenemos tiempo: nunca estamos fuera de
servicio, sino ocupando nuestras atalayas de día y de noche.

Estudiantes, os digo solemnemente que nada puede dispensaros de la economía


más rígida del tiempo: si dejáis de emplearlo fielmente, lo haréis a vuestro propio
riesgo. La hoja de vuestro ministerio pronto caerá, a no ser que, como el nombre
bendito de que se habla en el primer salmo, meditéis en la ley de Dios de día y de
noche. Es mí deseo más ferviente que no malgastéis el tiempo en disipación
religiosa, ni en charlas, ni en pláticas triviales. Guardaos de la costumbre de correr
de una reunión a otra, escuchando meras bomballas y contribuyendo por vuestra
parte a llenar sacos de viento. Un hombre que es afecto a frecuentar las reuniones
sociales para tomar té y charlar, por regla general es bueno para muy poco en
cualquiera otra parte. Vuestras preparaciones para el pulpito son de la mayor
importancia, y si las descuidáis no honraréis ni a vosotros mismos ni a vuestra
vocación. Las abejas están haciendo miel desde la mañana hasta la noche, y a
semejanza de ellas, nosotros debemos ocuparnos siempre en juntar víveres
espirituales para nuestra congregación. No tengo confianza alguna en un
ministerio que menosprecia una preparación laboriosa. Cuando viajaba yo por el
norte de Italia, nuestro cochero se durmió en la noche en el carruaje, y cuando le
llamé por la mañana, salió de un salto, tronó su látigo tres veces, y dijo que estaba
listo. Apenas podía yo apreciar el poco tiempo que empleaba en asearse o hacer
otra cosa cualquiera pues constantemente le veía en su puesto. Vosotros, los que os
alistáis para predicar, debéis encontraros siempre ocupados en la preparación de
los mensajes.

Nos conviene que tengamos la costumbre, día tras día, de cultivar la mente en la
dirección de nuestro trabajo. Los ministros deben estar siempre apilando su heno,
pero especialmente cuando brille el sol. ¿No es verdad que a veces os sorprendéis
de la facilidad con que podéis hacer sermones? Se nos dice que el Sr. Jay tenía la
costumbre al encontrarse en esta condición, de tomar su papel y apuntar textos y
divisiones de sermones, y de guardarlas para poder servirse de ellos en tiempos en
que su mente no estuviese tan expedita. El lamentado Tomás Spencer escribió así:
"Yo guardo un librito en que apunto cada texto de la Biblia que me ocurre como
teniendo una fuerza y una hermosura especiales. Si soñara en un pasaje de la
Biblia, lo apuntaría; y cuando tengo que hacer un sermón, reviso el librito, y nunca
me he encontrado desprovisto de un asunto." Estad alerta para encontrar asuntos
de sermones cuando andéis por la ciudad o por el campo. Dice Andrés Fuller en su
Diario: "Me encontré engolfado en algunas meditaciones muy provechosas sobre el
cuidado del Gran Pastor por su grey, al ver algunos corderos expuestos al frío, y a
una pobre oveja pereciendo por falta de cuidado." Conservad abiertos los ojos y los
oídos, y veréis y oiréis a ángeles. El mundo está lleno de sermones: atrapadlos al
vuelo.

Un escultor, siempre que ve un trozo en bruto de mármol, cree que oculta una
hermosa estatua, y que es necesario sólo quitar la superficie para descubrirla. Así
creed también vosotros que hay dentro de la cáscara de todo, la pepita de un
sermón para el hombre sabio. Sed sabios, y ved lo celestial en su tipo terrenal.
Escuchad las voces del cielo y traducidlas en el lenguaje humano. Oh hombre de
Dios! vive siempre buscando materia para el púlpito, forrajeándola, digámoslo así,
en todos los departamentos de la naturaleza y del arte, y guardándola para las
exigencias del futuro. Se me exige que responda a la pregunta de si es buen plan
anunciar una serie de sermones propuestos, y publicar la lista de ellos. Contesto
que cada uno debe hacer lo que mejor cuadre con su carácter. No me constituyo en
juez de nadie, pero yo no me atrevo a intentar tal cosa; y sí la emprendiera, saldría
muy mal en el negocio.

Tengo entendido que algunos precedentes se oponen a mi opinión, y entre ellos se


encuentran las series de discursos por Mateo Henry, Juan Newton y otros muchos;
sin embargo, puedo expresar sólo mis opiniones personales y dejar a cada uno que
haga lo que mejor le convenga. Muchos ministros eminentes han predicado series
de discursos muy provechosos, sobre asuntos escogidos y arreglados con
anticipación; pero yo no soy eminente, y debo aconsejar a los que se me parecen,
que se precavan de este modo de obrar. No me atrevo a anunciar el asunto sobre el
cual predicaré mañana, y mucho menos podría yo decir sobre qué texto predicaré
de aquí a seis semanas, o de aquí a seis meses, siendo la razón de esto, en parte, la
de que tengo la conciencia de no poseer las dotes especiales que son necesarias
para interesar a una congregación en un asunto, o en una serie de asuntos, por
mucho tiempo. Los hermanos de perspicacia extraordinaria y de conocimientos
profundos, pueden hacerlo; y los que carecen de esto y aun de sentido común,
pueden también pretenderlo pero no lo conseguirán.

Me veo obligado a confesar que debo la mayor parte de mi fuerza más bien a la
variedad que a la profundidad. Es casi cierto que la gran mayoría de predicadores
de la clase que acabamos de indicar, tendría mejor éxito si quemara sus programas.
Tengo en la memoria un recuerdo muy vivo, o más bien, muerto, de cierta serie de
discursos sobre la Epístola a los Hebreos, que me impresionó de un modo muy
desagradable. Hubiera querido muchas veces que los Hebreos se guardaran
aquella epístola, puesto que molestaba mucho a un pobre joven gentil. Sólo los más
piadosos y fieles miembros de la congregación, tenían la paciencia necesaria para
escuchar todos los discursos hasta el séptimo y el octavo: ellos, por supuesto,
declaraban que nunca habían escuchado explicaciones más provechosas; pero a
aquellos cuyo juicio era más carnal, les pareció que cada sermón era más insulso
que el que le había precedido. Pablo en esa epístola, nos exhorta a que suframos la
palabra de exhortación, y así lo hicimos. ¿Son todas las series de sermones tales
como aquella? Tal vez no; pero temo que las excepciones sean pocas, porque se
dice respecto de aquel célebre comentador, José Caryl, que comenzó sus lecturas
sobre el libro de Job con una asistencia de 800 personas, y que sólo ocho
escucharon la última. Un predicador profético multiplicó sus sermones sobre "el
cuerno pequeño" de Daniel, hasta tal grado, que en la mañana de un domingo sólo
siete se reunieron para escucharle. Les pareció extraño, a no dudarlo, que una arpa
de mil cuerdas produjese la misma música por tanto tiempo.

Ordinariamente y para la gran mayoría de oyentes, me parece que las series de


discursos anunciadas con anticipación, no les son provechosas. El provecho que
resulta de ellas, es sólo aparente; por regla general, no hay provecho, sino por el
contrario, daño. Sin duda que tratar de toda una epístola larga, debe exigir al
predicador mucho ingenio, y mucha paciencia a los oyentes. Me siento movido por
una consideración aun más profunda, en lo que acabo de decir, porque me parece
que a muchos predicadores verdaderamente vivos y celosos, un programa les
servirían de grillos. Si el predicador anunciara para el domingo siguiente un asunto
lleno de gozo, que le exigiera viveza y exaltación de espíritu, sería muy posible que
se encontrara por muchas causas, en un estado cargado y triste de espíritu, y sin
embargo, tendría que poner el vino nuevo en su cuero viejo, a subir al banquete de
boda vestido de saco y cenizas; y lo que es peor que todo, podría verse obligado a
repetir esto por un mes entero. ¿Puede estar eso conforme con la voluntad divina?
Es importante que el predicador esté en armonía con su tema; pero ¿cómo puede
lograr tal cosa, si la elección del asunto no se determina por las influencias que
existan en el tiempo de predicar? Un hombre no es máquina de vapor a la que se le
imprime determinado movimiento, y no le convendría que se le fijase en una
ranura. Mucho del poder del ministro consiste en la conformidad de su alma con el
asunto de que se trata, y temería yo designar un asunto especial para una fecha fija,
por miedo de que mi alma al llegar el tiempo, no estuviera en un estado a propósito
para discutirlo. Además, no es fácil ver cómo un hombre puede manifestar que
depende de la dirección del Espíritu de Dios, si ya ha decidido cuál debe ser su plan
mucho tiempo antes. Tal vez me responderéis: "Esta objeción nos parece muy
extraña, pues ¿por qué no podemos confiar en el Espíritu Santo tanto por veinte
semanas como por una?" Respondo que nunca hemos recibido una promesa que
garantice tal fe. Dios promete darnos la gracia según nuestras necesidades diarias,
pero no dice nada respecto de dotarnos de fondos de reserva para lo sucesivo:
"Cada día descendía el maná." ¡Ojalá que pudiéramos aprender bien esta lección!
Así nos llegarán nuestros sermones, nuevos del cielo, cuando se necesiten. Soy
celoso de todo lo que puede impedirnos que nos apoyemos en el Espíritu Santo, y
por tanto, expreso la opinión ya indicada.

Estoy seguro, hermanos míos, que para vosotros es provechoso que os diga con
autoridad, que dejéis a los hombres de mayor edad y talento, las tentativas
ambiciosas de predicar series pulidas de sermones. Tenemos, por decirlo así, muy
poca cantidad de oro y plata intelectuales, y debemos emplear nuestro pequeño
capital en bienes útiles de que poder disponer fácilmente dejando, a los
comerciantes más ricos que comercien en cosas más valiosas. No sabemos lo que
sucederá mañana: esperemos enseñanzas diarias, y no hagamos nada que pueda
impedirnos el que empleemos los materiales que la Providencia nos ofrezca hoy o
mañana.

Tal vez me haréis la pregunta de si podéis predicar sobre los textos que otras
personas os sugieran, pidiéndoos que prediquéis sobre ellos: mi respuesta es que por
regla general, no debéis hacerlo, y si hay excepciones, deben ser muy pocas.
Permitidme que os recuerde que no tenéis un taller a donde los marchantes
puedan ir a dar sus órdenes. Cuando un amigo os sugiera un asunto, pensad en él,
considerad si es a propósito y si podéis aceptarlo. Recibid la súplica cortésmente,
como conviene a los caballeros y cristianos; pero, si el señor a quien servís, no
arroja su luz sobre el texto, no prediquéis sobre él por mucho que alguno os
persuada. Estoy enteramente cierto de que si esperamos en Dios por nuestros
asuntos, y le pedimos ser guiados por la sabiduría divina, él nos guiará por el
camino recto; pero si nos gloriamos de nuestra facultad para elegimos un texto,
encontraremos que sin Cristo no podemos hacer nada, ni aun en la elección de un
texto. Esperad en el Señor; escuchad lo que él quiera decir; recibid la palabra
directamente de sus labios, y entonces salid como embajadores enviados del trono
mismo de Dios. Repito:

"esperad en el Señor."

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