"A las plantas las endereza el cultivo; a los hombres, la
educación". Jean J. Barthélemy
ÉTICA.
En la vida cotidiana constituye una reflexión sobre el hecho
moral, busca las razones que justifican la adopción de un sistema moral u otro.
La Política.
Es un quehacer ordenado al bien común. Es el ejercicio del poder
que busca un fin trascendente. Esta promueve la participación ciudadana ya que posee la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para promover el bien común.
La ética, enriquece la política puesto que la alimenta de utopía y
también de sentido crítico, finalmente le da mucha mayor legitimidad que si no estuviera. Porque con tanta corrupción en la política la gente pierde la fe, la confianza en los políticos, y eso es muy dañino para la sociedad y finalmente se crea un ambiente en el que todo vale, y en el que uno se mete en política para ganar algo personal y no necesariamente para trabajar por el bien común, y eso a la larga es un daño enorme a la sociedad, es lo que estamos viviendo ahora en el país. ÉTICA Y MILICIA
“El deber, ese oscuro sentimiento más fuerte que el de
amar. “ André Gide
La ética militar se apoya, para empezar, en una contradicción: La
profesión militar es la única cuya función principal es inmoral. La ética militar es una paradoja, que trata de establecer una relación entre los dos conceptos antitéticos de la moralidad y del uso de la violencia. Para justificar la existencia de esta curiosa profesión hay quien dice que es necesaria en un mundo imperfecto dónde hace falta defenderse y garantizar la seguridad frente a los enemigos exteriores, de la misma forma que se considera que la policía es necesaria para protegerse de los crímenes dentro del propio Estado. Otros, pacifistas radicales, niegan cualquier justificación a su existencia.
La Milicia es un elemento más que tiene el Estado, al servicio de
la sociedad, es la herramienta que ejerce la violencia legítima. Solo es justa esa violencia racionalizada, proporcionada y moderada que está monopolizada por la fuerza legítima del poder político democrático. Esta es la fuerza que el militar tiene el deber de ejercer en nombre de su gobierno democrático, éticamente. A esto trataré de referirme a continuación. LA ÉTICA EN LA ECONÓMIA
La ciencia económica y los valores éticos Mucho antes de que la
obra de Adam Smith diera lugar al nacimiento convencional de la economía como ciencia a finales del siglo XVIII, ya existía una cierta «atmósfera científica» que, representada por figuras de la talla de R. Descartes o I. Newton, trataba de perfilar el ámbito de lo científico, deslindando éste de la mera reflexión especulativa. Por ello, ya desde la época de Cartesius en la primera mitad del siglo XVII, de una u otra manera se obligaba a lo científico, para identificarse como tal, a tener que distinguir entre valores y conocimiento. Una cosa era el conocimiento objetivo sobre los fenómenos científicos y otra los valores o ideas del investigador, los cuales no pertenecían al ámbito de las ciencias.
A pesar de las notables connotaciones teológicas caracterizadas
en la obra de Adam Smith, la distinción entre valores y conocimiento científico impregnó todo el desarrollo de la nueva ciencia económica a partir del maestro de Kirlkardy y tal vez por la obsesión de la mayor parte de los discípulos de éste de asimilar la Economía a las características de la ciencia de Newton y a otras ciencias experimentales, sólo se permitía la introducción de juicios de valor en unas coordenadas semejantes al enfoque positivo- normativo que ha llegado hasta nuestros días. ¿Hasta qué punto debe la Economía Política tratar de consideraciones morales y religiosas? — ¿Hasta qué punto deben las consideraciones de índole económica subordinarse a las consideraciones de índole moral en el arte de gobernar? LA ETICA Y LA RELIGION
La religión ha sido históricamente una de las fuentes de la
moralidad. Incluso hoy en día, muchos de los sistemas morales, de las normas y códigos de conducta de gran parte de la humanidad descansan en diversas concepciones religiosas.
La ética, como 'reflexión filosófica' sobre la moralidad se cruza en
su camino con la religión desde el momento en que pretende 'dar cuenta' mediante razones del fenómeno de la moralidad.
Las dos coinciden en la búsqueda de un sentido para las
actividades humanas, pero desde un punto de vista distinto. Por eso decimos que ambas son autómonas, pero no independientes sin resultar por ello interdependientes. En esta Unidad, vamos a analizar las características más relevantes del fenómeno religioso, en lo que atañe más directamente a la perspectiva moral, para tratar de dibujar la relación de tensión en la que se encuentran la ética y la religión.
Hablando en general, podemos decir que hay dos tipos de
respuesta a estas situaciones. Hay quienes acuden a la condición dramática del ser humano para justificar su desesperación o su esperanza en que algún día el progreso sabrá dar respuesta a lo que ahora nos resulta inexplicable. Existen otras personas, para quienes estos interrogantes suponen una muestra más del misterio que hay en toda vida, sin rechazar por eso lo que la ciencia y la razón significan de posibilidad humana. ÉTICA DE LAS PROFESIONES
Hoy, entre otras cosas, la revitalización de una ética de
las profesiones, empeñada en nuestros días en la tarea de hacer excelente la vida cotidiana. Porque, si es cierto -como dice Charles Taylor- que uno de los rasgos de la Modernidad consiste en su afán por revalorizar la vida corriente frente a las vidas heroicas, arriesgadas y nobles, tan admiradas en las Edades Antigua y Media, no lo es menos que hacer excelente esa vida cotidiana constituye una auténtica revolución social. Y justamente "buscar la excelencia" en la vida corriente es lo que pretende la ética de las profesiones, como vacuna que las inmunice frente a esos males cuasi endémicos, que matan la vida: frente a la burocratización de la vida profesional, frente al corporativismo y la endogamia. Pero vayamos por pasos.
Conviene recordar, en principio, que una profesión es un tipo de
actividad social, a la que se han atribuido desde Max Weber un buen número de características, de las que aquí destacaremos únicamente las siguientes:
1. Se trata de una actividad que presta un servicio específico a la
sociedad de una forma institucionalizada. El servicio ha de ser indispensable para la producción y reproducción de la vida humana digna, no sólo para mantener la vida humana, sino para promover una vida de calidad. 2. La profesión se considera como una suerte de vocación, lo cual no significa que alguien se sienta llamado a ellas desde la infancia, sino que cada profesión exige contar con unas aptitudes determinadas para su ejercicio y con un peculiar interés por la meta que esa actividad concreta persigue. Sin sensibilidad hacia el sufrimiento de la persona enferma, sin preocupación por transmitir el saber y formar en la autonomía, sin afán por la justicia, mal se puede ser un buen médico, enfermera, docente, jurista. Y así podríamos seguir con las, restantes profesiones.
3. El profesional, al ingresar en su profesión se compromete a
perseguir las metas de esa actividad social, sean cuales fueren sus móviles privados para incorporarse a ella.
Cada actividad profesional -diría yo- justifica su existencia por
perseguir unos bienes internos a ella, bienes que ninguna otra puede proporcionar. Transmitir conocimientos y educar en la autonomía es el bien de la docencia; ampliar la información de los ciudadanos y proporcionarles opiniones diversas es el de la actividad informativa; prevenir la enfermedad, cuidar y curar es el bien de las profesiones sanitarias; trabajar por una convivencia más justa debería ser la meta de los juristas en sus diferentes dedicaciones. Metas todas ellas que empiezan a borrarse del horizonte cuando, por poner un ejemplo, dice el abogado al cliente que entra en su despacho: "Si lo que usted busca es una solución justa al problema, ha errado el camino; aquí no vamos a tratar de justicia, sino de sacar lo que podamos". ¿Y qué sentido tiene, a fin de cuentas, una profesión si no proporciona los bienes sociales que la legitiman?
Naturalmente, quien ingresa en una profesión puede tener
motivos muy diversos para hacerlo: desde costearse una supervivencia digna hasta enriquecerse, desde cobrar una identidad social a conseguir un cierto o un gran prestigio. Pero, sea cual fuere su motivo personal, lo bien cierto es que, al ingresar en la profesión, debe asumir también la meta que le da sentido. No puede un médico o una enfermera justificar su negligencia ni un abogado sus trampas alegando que, a fin de cuentas, entraron en este mundillo por ganar dinero y no por promover la salud o por hacer posible una convivencia más justa.
Los motivos -conviene recordarlo- sólo se convierten
en razones cuando concuerdan con las metas de la profesión. Y no puede una comisión universitaria dar la plaza a quien tiene menos méritos que otros alegando que "es el de la casa", ni puede quien valora proyectos o peticiones de beca poner notas bajas a quienes no son "de los suyos". Los motivos individuales no son razones, no se convierten en argumentos si no tienen por base las exigencias de la meta profesional.
Cuando los motivos desplazan a las razones, cuando la
arbitrariedad impera sobre los argumentos legítimos, se corrompe una profesión y deja de ofrecer los bienes que sólo ella puede proporcionar y que son indispensables para promover una vida humana digna. Con lo cual pierde su auténtico sentido y su legitimidad social.
Por eso importa revitalizar las profesiones, recordando cuáles son
sus fines legítimos y qué hábitos es preciso desarrollar para alcanzarlos. A esos hábitos, que llamamos "virtudes", ponían los griegos por nombres "aretai", "excelencias". "Excelente" era para el mundo griego el que destacaba por respeto a sus compañeros en el buen ejercicio de una actividad. "Excelente" sería aquí el que compite consigo mismo para ofrecer un buen producto profesional, el que no se conforma con la mediocridad de quien únicamente aspira a eludir acusaciones legales de negligencia.