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Algunas observaciones del traductor

Tengo una fotografía colgada en un rincón de mi habitación, aquí en Alemania. En ella está
toda mi familia muy seria, tal vez solemne. Detrás están mi madre y mi padre, bastante
jóvenes, mi hermana Martha, viviendo sus quince años. Y delante de ellos mis hermanos
Alejandro, Víctor, Fernando y Julio. Todos ellos llevan vestidos nuevos, abrigos, poco usual
en esa Lima donde hace relativamente poco frío. Yo, también muy abrigado, estoy en los
brazos de mi madre, miro sorprendido al fotógrafo. Es una foto de despedida. Es el año 42 y
la familia Oshiro se apresta a regresar al Japón, a Okinawa. Dos años antes mi hermano
mayor, Kaneo con quince años había sido enviado a la patria de sus padres. También
Martha-Namiko debía partir, pero por consejo de amigos de la familia se impidió a última
hora ese viaje. Hoy, después de tanto tiempo, sabemos que el Japón perdió la guerra y que
Okinawa fue el escenario de una de las más brutales batallas en esos años en esta región del
Pacífico. ¿Qué movió a toda una familia querer regresar a la patria precisamente en un
momento tan crítico y que felizmente no se llevó a cabo? Y ¿Cuál era la situación precisa de
aquella patria adónde mi familia quería regresar?

Tomiko Higa nos dará una respuesta; nos cuenta la historia de su familia en esos momentos,
1945, nos cuenta la propia peripecia, la odisea de una muchachita de siete años que
deambula perdida en medio de una batalla infernal, en medio de una guerra que no fue la
suya ni tampoco fue la nuestra.

Pero la historia no es simple. Como toda historia humana profunda tiene ésta diferentes
perspectivas. La perspectiva inmediata es la de Tomiko Higa. Es la mujer madura, casada
que ha estudiado ciencias jurídicas. La otra es la de una niña de siete años. Es la perspectiva
de Tomiko Matsukawa. Son dos perspectivas contradictorias y complementarias.

La primera es la perspectiva del "presente", 1977, es la mujer adulta que se ve confrontada


con un hecho traumático del pasado: la guerra. Tomiko Higa no se sienta un buen día a
escribir sus recuerdos. La historia, como un fantasma del pasado vuelve como un desafío o
como una exigencia. Un día de 1977 entra al azar a una librería en lengua extranjera en
Okinawa-shi y comienza a hojear algún libro. De repente descubre la foto de la muchachita
con la bandera blanca. Ella deja el libro abruptamente y abandona la librería casi en pánico
en dirección de su casa. Está fuera de sí, llora, solloza. No, la batalla de Okinawa no ha
pasado a pesar de los muchos años transcurridos.
Naturalmente para poder sobrevivir en la normalidad posbélica ella había tenido "olvidar" la
pesadilla infernal de su niñez. Pero sabemos después de Freud y el psicoanálisis que
"olvidar" es solamente una forma de decir. A veces nuestros fantasmas del pasado vuelven
para atormentarnos otra vez. Y el fantasma de Tomiko Higa es una foto de una niña vestida
andrajosamente que lleva una bandera blanca. Tomiko no quiere saber nada de este
fantasma. Guarda silencio con la esperanza de que la "normalidad" vuelva a su cauce
anterior. Ni siquiera su esposo conoce la historia. Pero la foto es rebelde, no se deja callar y
por una serie de circunstancias que por comodidad o por ignorancia las catalogamos como
"de azar", la foto ya ha comenzado a tener su historia propia, independiente de Tomiko Higa.
Y el punto de partida de esta historia tenía que ser naturalmente el fotógrafo. Sin él no

i
hubiera habido fotografía, y sin fotografía no hubiera habido historia ni tampoco sus
fantasmas. De allí la sorprendente obsesión de Tomiko de encontrar a este fotógrafo.
Solamente después del encuentro con el fotógrafo norteamericano en Texas, cuarenta y
tres años después de aquel mágico momento de la toma de la fotografía, ella será capaz de
comenzar a escribir la historia. Solamente después de haber abrazado con lágrimas en los
ojos, a John Hendrickson, el fotógrafo, podrá ella convencerse que él no quería matar a
Tomiko Matsukawa, sino solamente hacer una fotografía de ella.

Y podría decirse que el punto culminante de la historia de Tomiko Matsukawa alcanza en el


momento de la toma de la fotografía. Toda la historia que leemos gira alrededor de esta
foto de la chica con la bandera blanca. O valga la expresión: la genealogía del libro la
encontramos en esta foto. Por eso vamos a encontrar muchos vacíos, muchos silencios en la
historia. Por ejemplo, nos quedamos con las ganas de saber cómo transcurre la historia
después de terminado la guerra. Cómo comienza y se desarrolla la "normalidad" de nuestra
pequeña heroína, es decir como deviene Tomiko Matsukawa en Tomiko Higa.

Otro vacío importante es la figura de dos personajes fundamentales en la historia, "los


Abuelos “. El "abuelo" amputado de brazos y piernas y la "abuela" ciega son tan centrales en
la narración que podríamos dividir la historia en dos partes. La primera comienza con la
familia de Tomiko Matsukawa, con la muerte de su madre, con la descripción de su padre y
el hermano Nini y la segunda parte con la aparición de "los abuelos" en una cueva. El lector
no se entera quiénes son estas personas. Ni sabemos sus nombres, ni tampoco la razón de
la amputación de los brazos y las piernas del "Abuelo". Tampoco se sabe cómo han llegado a
esa cueva misteriosa. Por la lectura de las páginas anteriores podemos concluir que el
anciano fue amputado por soldados japoneses. Hay escenas que muestran la tremenda
violencia de estos soldados contra la población civil okinawense como también con sus
propios soldados. Y la brutalidad es tal que la niña piensa que el único soldado japonés
bueno es un soldado muerto. Pero no sabemos las razones de este bárbaro proceder ni
tampoco las circunstancias de este hecho. Este vacío de referencia nos lleva a considerar el
otro lado del personaje: su aspecto mítico-simbólico. Tomiko Higa hace solamente
referencia de sus padres a quienes describe con relativa minucia, pero no habla de sus
propios abuelos (posiblemente porque dentro de la lógica de la narración –centrada en la
foto de la chica con la bandera blanca- las figuras de los propios abuelos no eran necesarias
ni importante.) Pero por otro lado sabemos la gran importancia que tienen los antepasados
en el mundo cultural okinawense y particularmente en la familia Matsukawa, expresado
claramente en tumba familiar descrito en la historia con cierto detalle.

El encuentro con los "Abuelos" se lleva a cabo en una circunstancia muy específica. La chica,
agotada por ese deambular en medio de graves peligro de muerte, ha perdido toda
esperanza de encontrar a sus hermanas y ha comenzado a resignarse a la idea de la muerte.
En esos momentos está buscando un lugar adecuado para morir. Y así desciende a la
caverna donde va a encontrar a estos dos ancianos. Ellos le dan la bienvenida, por primera
vez en toda esta aventura, donde siempre había sido rechazada en todas las cuevas que ella
había ingresado para buscar protección y un momento de reposo de la agobiante marcha.
Los "Abuelos" la reciben cordialmente y le dan de comer y beber. La reconfortan y poco a
poco la chica va a volver encontrar las esperanzas perdidas. En cierto sentido le salvan la
vida y aún más le dan otra vez el coraje de vivir y el valor de la vida. Son ellos los que le van

ii
a facilitar la bandera blanca y le van a explicar el valor y el sentido simbólico de esta bandera
blanca. Y son ellos en fin que le obligan a abandonar el refugio y continuar su marcha hacia
la vida. Ella los abandona con profundo dolor y mucha angustia. Teme por la vida de ellos
más que de su propia vida. Tomiko Matsukawa encuentra en los horrores de la guerra el
amor de sus "Abuelos", es decir, de sus antepasados, de su cultura, de su verdadera historia.

Finalmente, una última observación. Este libro es una traducción de una traducción. De la
lengua japonesa ha pasado al inglés para dar este último paso al castellano. Y no considero
el trasfondo okinawense (uchinaaguchi) detrás del idioma japonés, pues los padres de
Tomiko Matsukawa han debido hablar el uchinaaguchi, como mis padres, aunque ella no
haga ninguna referencia al respecto. Y esto sería otro silencio de la historia.

Los que han hecho trabajo de traducción saben muy lo relativo que son las traducciones. La
traducción completamente "objetiva" es una ilusión, una ficción. El texto traducido es y no
es al mismo tiempo el original. Y esto es aún más en la traducción de una traducción. El lado
"subjetivo" es siempre importante en el traducir como en cualquier acto del pensar. Sin
embargo, la fidelidad ha sido siempre el principio fundamental en este trabajo.

Esperando que posteriormente pueda leer el texto original en japonés y compararlo con el
texto en inglés y corregir (es decir, profundizar) algunos pasajes, entrego al lector en
castellano este hermoso texto de Tomiko Higa- Matsukawa con la certitud de no haber
cometido ninguna "traición" al pensar y el sentir de la autora.

iii
La chica
con la bandera blanca

Un relato fascinante que narra


la historia de amor y coraje en tiempos de guerra en Okinawa

iv
Índice

1. Introducción 1
2. Okinawa, una isla tranquila y pacífica 3
Mi casa 3
Mi padre 7
Mi hermano Nini y su fantasía creadora 12
Un soldado amable y gentil 14
3. Con los refugiados 17
Esperando a mi padre 17
Una visión del infierno 18
La muerte de Nini 21
Huyendo sola 23
4. Mis amigos los animales 27
Las hormigas 27
El talento de las ratas 28
Nini, el conejo 29
Nini me salva la vida 31
5. De cueva en cueva 33
Si quieres escaparte, ahora es el momento 33
La persecución 34
Salvada por la suerte 35
El río de la muerte 36
6. Un encuentro profético 39
La cueva 39
La paz entre los tres 43
Escenas del infierno 45
El valor inapreciable de la vida 47
7. El cumplimiento de mis deberes 50
La despedida apresurada 50
Un emblema de seguridad 53
El reencuentro 55
8. En búsqueda del fotógrafo 59
9. Agradecimientos 63

v
Introducción

El 25 de junio de 1945, en Okinawa devastada por la guerra, un joven fotógrafo de las


fuerzas armadas norteamericanas hizo una fotografía extraordinaria. En ella se mostraba
una chica descalza, vestida en harapos, agitando un pedazo de tela blanca atada en un palo
torcido. La fotografía causó una impresión indeleble en mí cuando la vi en una revista.
Aunque no llegó a ser tan famosa como aquella plantación de la bandera norteamericana en
el monte Surabachi de Iwo Jima, o años más tarde la foto que muestra la niña que huye de
un ataque con Napalm en Vietnam, sin embargo, tenía la misma calidad memorable.
La fuerza armada japonesa en Okinawa tenía la fortaleza de cien mil soldados y los EEUU
necesitaron tres meses de intensa lucha para superar esta oposición.
La muerte y la devastación extensa de Okinawa, incluyendo el bombardeo de Naha, capital
de la isla, no fue en efecto otra cosa que el sacrificio que impuso el Japón a esta isla para
ganar tiempo con el objeto de juntar fuerzas posibles de una última posición de defensa de
las islas mayores.
Durante la batalla perecieron un cuarto de millón de japoneses, más de la mitad fueron
civiles. Muchos de los habitantes de la isla, agrupados, se suicidaron en masa. Un número
considerable de personas murieron de hambre y de enfermedades. Otros, sospechosos de
ser espías, fueron victimados por los mismos soldados japoneses.
Al fin, la armada japonesa en Okinawa cesó toda resistencia y actividades hostiles y
sucumbieron a la ofensiva general de los norteamericanos. Ese día a fines de junio, soldados
y civiles, escondidos en las multitudes cuevas costeras en el sureste de Okinawa
comenzaron a salir de ellas para rendirse.
Dos fotógrafos de la armada norteamericana salieron a buscar por los alrededores
materiales fotográficos interesantes. John Hendrickson estaban tomando al azar imágenes
fijas y Richard Bagley se ocupaba de tomar las imágenes en movimiento. Su deber era
fotografiar lo que estaba sucediendo y enviar las películas a la base de Guam para su
procesamiento y el uso posterior por el Departamento de Inteligencia como también para
los trabajos de relaciones públicas.
A los soldados rendidos se les examinaban para ver si llevaban armas y granadas escondidas
en el uniforme. Luego se les obligaban a sentarse en grupo en el suelo. Los dos
camarógrafos pensaron que sería más interesante fotografiar a los soldados y civiles cuando
ellos salieran de las cuevas por lo que se subieron hacia unas colinas más altas. De repente
apareció una niña entre los soldados.

Cuando vi la foto de Hendrickson en la revista años atrás recuerdo haber pensado que
cobarde eran los japoneses de caminar detrás de la chica que ellos habían enviado a la
cabeza con una bandera blanca para protegerlos. De hecho, la leyenda debajo de la foto
decía mucho de esta interpretación.

Sin embargo, Tomiko Higa –así se llama la chica de la foto- lo niega categóricamente, y
explica que ella no tenía ninguna relación con estos soldados. Ella había llegado por otro

1
camino, desde una dirección completamente diferente e independiente de ellos. Y había
ocurrido que mientras ella caminaba se había cruzado por azar con los soldados.

John Hendrickson, que en esos momentos tenía sólo 27 años, no se enteró de las
consecuencias que había traído consigo su obra maestra fotográfica, sino después de que
había pasado 43 años y que vivía retirado con esposa Elsie en la ciudad de Texas, en los
Estados Unidos.

Tomiko Higa creció normalmente y llevaba un matrimonio en armonía. Después de trabajar


durante muchos años en una sucursal de la American Express en Okinawa comenzó el
estudio de derecho en la Universidad de Okinawa. Ella estaba muy ocupada con sus estudios
y hasta esos momentos no tenía experiencia pública. No fue hasta que se encontró con la
fotografía de John Hendrickson un día mientras pasaba un rato hojeando libros en una
librería en lengua inglesa que los recuerdos de los tiempos de guerra comenzaron a inundar
su memoria. Sin embargo, ella permaneció en silencio renuente de abrir alguna ventana del
pasado. Fue solamente muchos años más tarde cuando la chica con la bandera blanca en
los brazos se hizo pública cuando una película mostró sus imágenes y cuando comenzaron a
surgir conjeturas de su identidad de tal manera que ella se sintió obligada a identificarse
como la niña de la foto y poner en claro algunas cosas importante sobre la misma chica.
En última instancia fue su encuentro casi milagroso y emocional con John Hendrikson, diez
años después del primer descubrimiento de la existencia de la fotografía, que finalmente le
dio a ella la oportunidad de resolver el secreto tormento que había bloqueado
profundamente en su corazón. De no haber sido por la foto este libro jamás hubiera sido
escrito. En él ella describe solamente lo que recuerda claramente. Cuando ella no estaba
segura de la exacta ruta o de las secuencias de los acontecimientos ella consultó los archivos
de la armada norteamericana.

Tomiko Higa es humilde sobre las experiencias que ella describe en este libro. Pero si este
relato de guerra en Okinawa, vista con los ojos de una niña de siete años, puede servir en
cierta medida para consolar o confortar el alma de la vieja pareja que le enseñaron el valor
de la vida humana, como también a las almas de muchas, muchas otras que murieron tan
trágicamente, y si este relato puede animar a la gente a esforzarse aún más para conseguir
la paz en el mundo, de tal manera que ningún niño deba jamás vagar perdido en un campo
de batalla, entonces ella sentirá que ha valido la pena el esfuerzo realizado.

Dorothy Britton Hayama, Japón. Diciembre, 1990.

2
Okinawa, una isla tranquila y pacífica

Mi casa

Yo nací en Shuri, la vieja capital de Okinawa, que ahora es parte de la ciudad de Naha. Shuri
fue la capital del reino de Ryukyu durante aproximadamente setecientos años, desde fines
del siglo XII hasta fines del siglo XIX. Era una ciudad floreciente que tenían muchas
relaciones culturales con China y otros países del sureste del Asia.

El portal de Shuri (Shurei no Mon), que se mostraba invariablemente a los visitantes de


Okinawa, era la entrada secundaria al castillo de Shuri. En él había una inscripción que decía
«Nación de la Paz». El portal actual es una réplica, ya que la estructura original había sido
destruida por el fuego en la Guerra del Pacífico.

Yo fui la última de los nueve hijos de Chokusho y Kame Matsukawa. La familia Matsukawa
era heredera de una familia de samurai al servicio de los reyes de Ryūkyū. Mi padre estaba
muy orgulloso de esta herencia y educó muy estrictamente a sus hijos. Y a pesar de ser la
más pequeña de la familia nunca fui engreída.

A menudo cuando me había portado mal era sometida a castigos rigurosos como
permanecer sentada medio día sobre mis piernas en postura oficial en el tatami (esteras de
las casas japonesas), con las dos manos detrás de mi espalda, o someterme a una paliza con
una regla larga de bambú hasta que mi trasero tuviera color escarlata, o simplemente era
enviada a cama sin comer.

Nuestra familia era un muy respetada y los aldeanos que pasaban por nuestra casa
frecuentemente se detenían y preguntaban por la salud de mi padre.

Nuestra casa tenía un techo de paja y había sido construida en el estilo tradicional de las
casas de labranza de Okinawa. Estaba dirigida hacia el oriente y tenía un amplio hall de
entrada con piso de tierra y luego venía un espacio con piso de madera que servía a la vez
de sala de estar y comedor. A su lado se encontraba un gran dormitorio para todos nosotros.
A diferencia de la mayoría de las casas en las islas principales del Japón, cada habitación
tenía una puerta a la calle. El techo era alto y el tejado de paja tan espeso que incluso en
pleno verano era fresca por la noche. Era una casa agradable para vivir.

La casa estaba construida en el extremo norte de una parcela de unos cuarenta metros al
norte y al sur. Un pequeño arroyo de un metro de ancho corría detrás de la casa principal y
algunos cercos de setos vivos encerraban la propiedad tanto al frente como a los lados de la
casa. Los setos vivos se habían construido plantando robustos hibiscus tiliaceus1 (yuuna) con
sus ramas delgadas cubiertas de flores, había también higueras de las que colgaban manojos

1
Nota de Ganaha: Oshiro tradujo este libro de la versión en inglés. He corregido el nombre de “gran hibisco de
mar” a “hibiscus tiliaceus” que es su nombre científico. Es un árbol de la familia de las hibiscus o cucardas. En
uchinaaguchi le decimos yuuna o yuunangii. Este árbol es muy común en parques públicos de Lima, de flores
amarillas y hojas grandes y redondas que se usaban como papel higiénico antes de la guerra.

3
de raíces aéreas y arbustos de cucardas (hibiscus) con grandes flores rojas. Las higueras y los
hibiscos de mar hacían de rompe-vientos, los cuales son particularmente buenos para
lugares como Okinawa, donde el viento puede ser muy fuerte, y todavía se usan alrededor
de las grandes propiedades.

A lo largo de los setos-vivos estaban los cobertizos del ganado en una fila con espacio libre
entre ellos; los cobertizos de las cabras estaban al lado norte de la casa principal. Los
caballos estaban alojados en un establo con un hermoso techo de pajas, con un desván en
que se guardaban cosas como la paja y los aperos agrícolas. Mi padre usaba frecuentemente
ese lugar para tomar un descanso entres sus actividades.

Mirando hacia afuera de la casa, usted podría ver por un lado el establo de las vacas a la
derecha, y el chiquero de chanchos hacia el sur. Era un chiquero poco común. Al igual que
en las viejas casas de labranzas en las islas mayores del Japón nos servía de letrina exterior2.

La otra característica poco usual era que el hibiscus tiliaceus (yuunangii) había sido plantado
al lado derecho del baño. Sus hojas eran grandes y redondas y se las podía suavizar
arrugándolas y de esta forma obtener un magnífico papel higiénico.

Con el relincho de los caballos, por la mañana y por la tarde, por un lado, y los mugidos de
las vacas por otro, comenzaban también las cabras a manifestarse seguidas de los chanchos.
Todo esto era bien animado.

Delante de nuestra casa pasaba un camino suficientemente ancho como para dos carros
tirados por caballos. Al lado de la carretera frente a la casa, había un pozo rodeado de un
muro de piedra bajo la sombra de una palmera.

Usted podía ver el reflejo de la generosa palmera en el pozo, con sus hojas en forma de
abanico, que se mecían con la brisa; el agua del pozo era tan clara que se podía ver el fondo.
Y el agua siempre se veía acogedora. Se pensaba desde tiempos antiguos que las raíces de la
palmera eran capaces de purificar el agua que se filtraba a través de la tierra. Por esta razón
estos árboles a menudo eran plantados cerca de los pozos.

Yo llevaba una vida feliz al aire libre y estaba tan morena como una baya. Sin embargo, una
primavera, tres meses antes de mi sexto cumpleaños, llegó el día más triste de mi vida. Fue
el día en que mi madre falleció. Mi querida, dulce mamá.

A pesar de que la Guerra del Pacífico había comenzado con el anuncio del Cuartel Imperial:
"Nuestro Ejército y Marina Imperial han entrado en estado de guerra contra las fuerzas
inglesas y estadounidenses en el Pacífico Occidental", y la guerra ya había estado en marcha
dos años y tres meses antes y la situación era bastante mala, hasta ese momento no había la
sensación de tensión de que la guerra llegara a Okinawa.

2
Esta letrina era llamada furu, y servía como criadero de chanchos que se alimentaban del excremento. Esta
práctica fue prohibida en la era Meiji pero siguió en uso hasta la guerra. Al cuarto de baño donde se encuentra
la tina u ofuro japonés se le llama yuuburu.

4
Justo antes de morir mi madre me llamó a su lado y me dijo: "Yo te cuidaré, Tomiko, hasta
que tengas 18 años. Me miró a los ojos muy, muy fijamente y de pronto sus ojos temblaron
y eso fue el final. Ella había estado sufriendo de meningitis aguda.

Estreché las rodillas de mi fallecida madre contra mi pecho. Sus rodillas estaban ahora
delgadas y aunque yo tenía apenas seis años mis brazos las abrazaron con facilidad. Cuando
ella estaba sana sus rodillas eran redondas, suaves y amplias y las sentía amorosas cuando
me sentaba sobre ellas; en esos momentos no las hubiera podido abrazar con facilidad.

Mi madre nunca se permitió tomar un descanso y descuidar a sus hijos, no importa que
tiempo hiciera, con lluvia o con sol, si hacía calor o fuerte viento. Mi madre, siempre
sonriente, siempre tierna. Mi madre, tan enamorada de mi padre. Mi madre –muerta.

Sucedió el 19 de marzo de 1944. Mis dos hermanas ya se habían casado y vivían en otro
lugar; y mis dos hermanos mayores también se habían marchado. Uno de ellos estaba en
China sirviendo en el ejército japonés y el otro trabajaba en las islas mayores. La muerte de
mi madre fue repentina y la condición en Okinawa en esa época hacía difícil comunicarse
con ellos; incluso si hubiéramos podido tener contacto con ellos las condiciones de guerra
en las que vivíamos, hubiera impedido que ellos llegaran a casa rápidamente; así que los
únicos miembros de la familia que estábamos allí eran mi padre, mis hermanas mayores,
Yoshiko y Hatsuko, mi hermano mayor Chokuyu y yo – es decir cinco de nosotros.

Cuando tenía en mis brazos las rodillas de mi madre, que poco a poco perdía su calor, eché
una mirada de soslayo a mi padre que estaba a mi lado. Mis hermanas y mi hermano, al otro
lado de nuestra mamá, también miraban a mi padre. Cuando él se dio cuenta que lo
estábamos mirando, irguió la espalda y nos dijo: "Creo que su madre ha sido probablemente
afortunada de fallecer ahora con su familia cerca de ella, porque probablemente Okinawa se
convertirá muy pronto en un campo de batalla y cuando esto suceda habrá una terrible
confusión y las familias pueden llegar a ser desmembradas. Es mejor así, con nosotros a su
alrededor. Mejor que cuando esto se convierta en un campo de batalla. Mejor". Cuando
terminó de hablar, miró a cada uno de nosotros, a mi hermano, a mis hermanas y a mí; y
luego hizo algunos pequeños movimientos con la cabeza como si quisiera acentuar lo que
había dicho.

En esos momentos yo tenía solamente cinco años y nueve meses y no comprendí lo que mi
padre había dicho. Pensando en eso ahora, creo que él quería hacernos saber de las
condiciones severas que nos esperaban en los próximos tiempos de guerra en Okinawa y
nos alentaba a prepararnos a ser fuertes. Y creo que quería que nos diéramos cuenta de lo
importante que era para nosotros el hecho de haber estado con ella cuando falleció, todavía
en condiciones tranquilas, sin guerra. Esta es la razón por qué él utilizo la palabra
"afortunada".

5
Abrazando las rodillas de mi madre no sé por qué lo pensé en aquel entonces, pero una
escena de luna llena me vino a la mente. Mi padre tocaba el samisen3 (nosotros lo llamamos
sanshin en Okinawa) y cantaba:

La luna no cambia,
esta noche ni la de ayer; pero lo que siempre cambia,
es del hombre su voluble corazón.

A mi padre le gustaba enormemente las viejas canciones de Ryūkyū y tenía buena voz. Mi
madre y yo le escuchábamos embelesadas cuando él cantaba.

En esos momentos yo tenía solamente cinco años y nueve meses y no comprendí lo que mi
padre había dicho. Pensando en eso ahora, creo que él quería hacernos saber de las
condiciones severas que nos esperaban en los próximos tiempos de guerra en Okinawa y
nos alentaba a prepararnos a ser fuertes. Y creo que quería que nos diéramos cuenta de lo
importante que era para nosotros el hecho de haber estado con ella cuando falleció, todavía
en condiciones tranquilas, sin guerra. Esta es la razón por qué él utilizo la palabra
"afortunada".

Cuando él terminó de cantar y bebía su awamori4, mamá, acariciando su propio largo


cabello le dijo: "Quisiera cortarme el pelo5."

"No, no. Tú no tienes por qué hacer eso", respondió él inmediatamente. El admiraba mucho
los cabellos largos de su esposa. Eran hermosos, negros, muy negros; él estaba orgulloso de
ellos. Mi madre lo miró con asombro mudo, sorprendida por su reacción inesperadamente
fuerte.

Mi padre comenzó a tocar el samisen otra vez, y yo escuchaba fascinada. Entonces, de


repente miré hacía mi madre que estaba a mi lado y me di cuenta que ella se había quedado
dormida. Miré hacia mi padre para hacerle saber lo que ocurría, pero parecía que él estaba
ya al tanto de lo que había pasado, pues la miraba con ternura mientras tocaba y cantaba.
Luego abruptamente dejó de cantar y dijo: "Tomiko, no debemos dejar que tu madre se
resfríe. Voy a llevarla a la cama, ¿podrías tú levantar el mosquitero para ella?" De acuerdo,
le respondí y me acerqué al mosquitero, levanté el borde del tul y lo sostuve tan alto como
podía, parada así de puntillas. Mi padre la cogió con sus grandes y fuertes brazos y muy
suavemente la puso en la cama.
"Ella se ha dormido rápidamente", susurró, mientras que le apartaba los cabellos que
habían caído sobre la frente de ella.

De alguna manera no podía dejar de pensar que mamá estuviera ansiosa de cortarse el pelo,
y yo quería pedirle a mi padre que le permitiera este deseo. Me quedé mirándolo y debe

3
Nota de Ganaha: Samisen es la pronunciación en Okinawa del shamisen. Actualmente es más conocido como
sanshin.
4
Nota de Ganaha: Aquí Oshiro escribió “brandy de mijo”. Lo más probable es que sea awamori, el licor de
arroz de Okinawa.
5
Nota de Ganaha: El texto dice: “No quiero cortarme el pelo”. Pero evidentemente, por el contexto debe decir:
“Quiero cortarme el pelo”.

6
haber adivinado lo que tenía en mente pues anticipándose me dijo: "Es hora, Tomiko, que
vayas a cama." Sus palabras me tomaron de sorpresa y no atiné hacer otra cosa que
meterme debajo del mosquitero. Mi padre era un hombre muy estricto y nunca tuve la
oportunidad de pedirle que permitiera cortarse el pelo y ayudarle a realizar este deseo.

Traté de no despertarla cuando me acosté a su lado bajo el mosquitero. Pero para mi


sorpresa, mi madre, de quien pensaba que dormía, me atrajo hacia ella, y comenzó a
abanicarme con una hoja de palmera. Su fresca brisa comenzó a acariciarme como un
pequeño ventilador de cortas aletas, luego fue disminuyendo su velocidad para finalmente
pararse completamente. Acerqué mi rostro a su pecho y su suavidad me envolvió, así me
quedé dormida arrullada por los latidos de su corazón.

A la mañana siguiente la encontré al borde del pozo lavándose los cabellos. Parecía tener
dificultades para levantar la cubeta llena de agua que parecía terriblemente pesada. Luego
se acercó su esposo y le ayudó a lavarse sus largos cabellos. Después de enjuagar y enjuagar
repetidamente los cabellos de mi madre, sacó un peine y comenzó a peinarla. Era algo típico
que mostraba el gran amor que ellos sentían uno para el otro.

Pero aquella mañana ella no parecía sentirse tan bien como siempre, y cuando me vio, sólo
esbozó una débil sonrisa. Eso era muy extraño pues normalmente su sonrisa era como el
brillo del mismo sol. Volviendo al pasado, creo que ella ya debía estar muy enferma.

Muy pronto después de la muerte de mamá, mi padre me cortó el pelo tan corto como el de
los chicos. En aquel momento no sabía todavía por qué lo había hecho. Él siempre había
dicho: "Tomiko, tú has heredado el cabello de tu madre. Es tan negro…". Puede ser que mis
cabellos le recordaban a mi madre y esto lo ponía triste. Pero también es posible que en
esos momentos él ya pensara que la guerra se nos venía encima y que sería para mí mucho
más fácil si yo tuviera ya apariencia de un niño. Yo no estaba triste de tener el pelo corto.
Me hacía sentir más ligera y libre de preocupaciones y pensaba que a mamá le hubiera
gustado sentirse también de esa manera y era yo la menor preocupación que ella tenía.

Mi padre

Mi padre, tercer hijo de la familia Matsukawa, fundó su propia familia a las afuera de Shuri y
se dedicó a la agricultura. Tenía mucho talento en la escritura con el pincel. En aquellos días
los escolares estaban obligados a llevar un trozo de tela cosido en el lado izquierdo de la
camisa, blusa o chompa y en el que estaban escritos el nombre del niño, su dirección, el
grupo de sangre, etc. Mi hermana me contó un día que la suya había sido escrita por
nuestro padre y que su profesor estaba muy impresionado por la excelente caligrafía del
texto. La buena caligrafía de mi padre debe haber sido muy conocida, pues los aldeanos de
los alrededores venían a casa frecuentemente para que mi padre les escribiera algo para
ellos. Siempre estaba él feliz de hacerlo y comenzaba inmediatamente a frotar su piedra de
tinta. Yo me sentaba a su lado y miraba fascinada como el pincel se deslizaba sobre el
blanco papel y como surgían lentamente los maravillosos caracteres.

7
"Ud. debe hacer la tinta con mucho cuidado. No debe usted hacerlo al azar o estar en
apuro". Esto me hubiera dicho mi padre cuando él frotaba su piedra de tinta. Pronto se
llenaba la habitación con la tenue fragancia de la tinta china y una indescriptible atmósfera
de elegante solemnidad se extendía en el espacio.

Mi padre era también bueno con los números y en hacer las cuentas. Hay un esquema de
financiamiento en Okinawa llamado moai6 en el cual cada poblador contribuye con dinero a
un fondo común que luego es prestado a los que lo necesitan, dando prioridad a aquellos
que pagan más intereses (por la cantidad recibida). Mi padre estaba a cargo de las cuentas.
Era una función muy importante y esto se veía en los banquetes que se realizaban en el
pueblo. El honor del primer sake era siempre servido en honor de mi padre quien recibía
este homenaje con gran sonrisa.
Además, él era un buen tejedor de cestas de bambú. Extendía una estera de paja sobre el
suelo en el jardín, luego se sentaba sobre ella y empezaba a dividir en tiras finas los tallos de
bambú que previamente había cortado en el bosque. Con ellas se hacían todo tipo de cestas
para fines diversos como por ejemplos aquellas para colgar las rosquillas, canastas para
lavar los camotes. En los dedos ágiles de mi padre las tiras finas de bambú bailaban como si
estuvieran vivas y en poco tiempo se convertían en cestas como por obra de magia.
Una vez, cuando mi padre me envió a la arboleda de bambú, que había detrás de la casa,
para cortar un tallo de bambú pisé un tronco de bambú afilado como una punta de flecha
que perforó el pie en el empeine. La sangre borbotó frenéticamente cuando retiré el pie,
pero cuidé de no llorar pues el accidente había ocurrido por mi falta de atención. De alguna
manera me las arreglé para soportar el dolor y volver a casa. Cuando vio la sangre mi padre
naturalmente se alarmó, paró de trabajar y me llevó adentro de la casa y se ocupó de la
herida.

Mi padre era una persona que sólo a veces recurría al médico. En este caso preparó un poco
de tinta china y luego la vertió sobre la herida, luego la cubrió con papel de caligrafía y luego
vendó el pie. Fue un tratamiento áspero y rápido y unos días después cuando se deshizo el
vendaje la herida estaba completamente curada. Sólo la mancha negra de la tinta china
permanecía en mi suela y el empeine. Las cicatrices son claramente visibles en la actualidad.

Hablando de tratamiento áspero y directo yo tenía un furúnculo en el muslo. Se había


hinchado y me causaba tanto dolor que dije: "Papá, ¿cuándo crees tú que este forúnculo se
curará? Después de tocarlo me respondió: "No está maduro todavía. Tienes que esperar un
poco todavía". Después de lo dicho lo ignoró por varios días. Naturalmente para él no era
necesario de llevarme al hospital. A medida que el furúnculo crecía y se hinchaba cada vez
más, no podía reaccionar sino como lo hacen los niños, con mucha impaciencia.

Luego, un día, me dijo que viniera donde estaba la estufa. "Tomiko, hoy vamos a destruir
ese furúnculo," me dijo metiendo atizador en el fuego. Cuando el atizador estaba al rojo
vivo lo sacó y con la otra mano cogió mi muslo y perforó el furúnculo. Todo pasó tan
rápidamente que la pus salió disparada en la cara de mi padre. "Y ahora aprieta los dientes,
Tomiko", dijo él, "voy a presionar el furúnculo para que salga toda la pus". Y antes que yo

6
Nota de Ganaha: Moai, muyee o muyee-gwaa se refiere al sistema de ahorro mutuo o pandero más
conocido como tanomoshi en japonés.

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me diera cuenta, ya había comenzado a presionarlo con sus fuertes manos. Cuando
apareció la sangre, él tomó una hoja de plátano, la calentó encima del fuego y luego la puso
sobre la herida. El tratamiento había acabado.

"Bueno, esto es todo. Eres una chica valiente", me dijo acariciando mi mano.

Pensándolo ahora, pareciera que el tratamiento era bastante drástico, pero unos días más
tarde el furúnculo había desaparecido y el muslo estaba sano. Mi padre fue ciertamente un
hombre con muchas habilidades y con maneras muy personales de hacer las cosas.

Pero tenía un hábito muy incómodo. Y esto pasaba siempre que estaba muy alegre después
de haber tomado mucho.

"Ustedes, pobrecitos", decía, deben estar hartos de estar encerrados siempre en el mismo
sitio todo el tiempo. Yo los voy a dejar salir." Luego abría el corral y dejaba libre primero a
los caballos, luego a las vacas y después a las cabras, venían luego las gallinas y finalmente
los chanchos.

Era terrible. El terreno entero estaba lleno de animales. Era como un paseo peatonal de
animales. Las vacas y los caballos entraban hasta en la casa y se movían como si fueran los
propietarios. Y mi padre los veía radiante de satisfacción.

¡Mis animales! "¿No disfrutan ustedes de su libertad?", les decía acariciándolos, mientras
mis hermanos y yo estábamos tan aterrorizados que no nos atrevíamos a dormir bajo
nuestros futones (colcha) en la noche por temor de ser pisoteados y nos refugiábamos en el
granero.

Después de esto venía la tarea de juntar a los animales. Era tan grande el trabajo para mi
padre, mis hermanas y mis hermanos que los vecinos de la aldea tenían que venir a
ayudarnos. En realidad, no se necesitaba mucho tiempo para reunir a todos los animales,
incluso las vacas; pero con los caballos era otra la historia. Podían galopar tan rápidamente
que desaparecían en la distancia y a veces pasaban días antes de poderlos encontrar. En
esas ocasiones los ojos de mi padre se enturbiaban de cansancio.

Una vez cuando mi padre se emborrachó y dejó libre a los animales, partió como de
costumbre a buscar a uno de los caballos y al caer la noche aún no había regresado.
Indiferente con nuestra preocupación y fue casi al amanecer cuando volvió con el caballo.
Cuando lo encontramos estaba tendido de espalda sobre el caballo como un muerto. No fue
él el que había traído al caballo a casa; había sido el caballo que, por su cuenta, había traído
a mi padre a la casa. El sake de Okinawa tiene un alto contenido alcohólico y cuando lo
bajamos su aliento era muy acre.

Hay una tradición de solidaridad en Okinawa y esto ocurre por ejemplo en tiempos de
trabajo intenso como son los momentos de cosecha; en esos momentos la ayuda mutua se
da naturalmente. Un día que regresábamos a casa después de ayudar a algún vecino y mi
padre me llevaba a cuestas y yo disfrutaba mucho de esos momentos. Luego, mis hermanos
y hermanas le dijeron a él: "Seguramente que estás muy cansado, papá. Por qué Tomiko no

9
camina ella misma." Entonces se acercaron hacia mi muy cerca para ver si yo dormía, y
comprendí inmediatamente que si ellos sabían que yo estaba despierta me bajarían de los
hombros de mi padre. Mis ojos estaban ya cerrados, pero en esos momentos los cerré aún
más y me aferré a las anchas espaldas de mi padre como si fuera una pequeña rana. La
espalda de mi padre era blanda y agradable y encima de sus hombros podía ver la luna
alumbrar dulce y maravillosamente sobre todas las cosas alrededor. Deseaba que esos
momentos de retorno a casa no terminara jamás. Después de más de cuarenta años
recuerdo aún hoy el agradable calor de la espalda de mi padre.

Chokuyo empezó a ir a la escuela cuando yo tenía seis años, lo que significaba que ahora,
cuando mi padre se fuera al campo, yo me quedaría completamente sola en casa. No pensé
sobre este hecho, pero ahora significaba que yo tenía que hacer el almuerzo de él. Sobre
todo, era yo capaz de freír la verdura, de cocer las papas y ponerlos junto con un poco de
arroz en la fiambrera.

Colocaba la fiambrera de mi padre en una canasta y la mía en otra al borde de un palo que
lo balaceaba al hombro; así me apresuraba a lo largo del camino atravesando el monte que
llevaba al campo donde trabajaba papá. Todo esto cuando el sol ya estaba encima de mi
cabeza. (Mi padre me enseñó cómo podía yo calcular la hora. Además, con excepción de su
reloj de pulsera que siempre lo guardaba con mucho cuidado, no había otro reloj en casa).
Yo llevaba el palo conmigo también por el peligro que representaban los perros callejeros y
también porque me daba miedo ese camino por el monte con las yerbas de campo más
altas que yo y que también eran gruesas, de las cuales de pronto volaban las tórtolas con un
ruidoso batimiento de alas. Era un alivio maravilloso cuando al fin llegaba al campo donde
trabajaba mi padre y lo veía a lo lejos. Volvía a recobrar mi buen humor y cuando él me oía
que lo llamaba, dejaba de trabajar y se acercaba al camino donde yo me encontraba. Luego
se sentaba en una esquina del campo y comenzaba a comer el almuerzo con manifiesto
deleite.

"Has aprendido, como veo, a cocinar bien el arroz, Tomiko" y me sonreía. Pero más que
preparar el almuerzo de mi padre, deseaba que él tuviera más tiempo para jugar conmigo.

Un cierto día mi padre me dijo: "Tomiko hoy no necesito almuerzo y tú vendrás conmigo al
campo".

Yo pensé que él iba a jugar conmigo y me sentí de eso completamente segura y así me puse
a saltar y brincar todo el camino mientras lo seguía. Pero eso era una conclusión apresurada.
Lo que él quería era enseñarme la chacra donde se iba a sembrar papas.

"Tú lo puedes cortar con esto", me dijo, y me entregó una guadaña. La larga guadaña era
muy pesada para mis cortas manos, yo tenía dificultad para sostenerla y no podía usarla con
rapidez. Pero mi padre parecía no darse cuenta de esto y así comencé a cortar la maleza
empapada de sudor, casi sin aliento, con las manos rojas y adoloridas.

Luego de repente miré hacia arriba y vi que el sol estaba directamente sobre nosotros y dije:
"Papá, es mediodía. ¿Quién nos va a traer el almuerzo?" "Nadie", me contestó.

10
Comencé a preocuparme sobre lo que íbamos a hacer por el almuerzo. Pero me callé y no
dije nada. Entonces, mi padre me dijo, poniendo su brazo sobre mis hombros: "La comida
no es sólo lo que se asa o lo que se hierve, tú lo sabes. Tú también puedes comer rábanos
gigantes, zanahorias y tomates, pero también camotes crudos. Mira allí, coge un rábano y
una zanahoria y toma también un tomate. Toma todo eso y anda al arrollo, los lavas y luego
los comes."

Después de haberme mostrado cómo poder utilizar algunas verduras me llevó a un arroyo
cercano y en el camino encontramos una hierba amarga que se llama nigana7, él cogió
algunas de ellas y las comió; seguí su ejemplo y tomé también algunas. Pero eran tan
amargas que me hizo fruncir la boca en una mueca de gran desagrado e inmediatamente la
escupí. En comparación con esta hierba, el rábano, la zanahoria y el tomate habían estado
deliciosos. Nunca habría pensado que se pudiera comer camote crudo. A partir de ese
entonces, comencé a considerar que sería necesario cocinar para un almuerzo campestre.

Ese día llegó mucho más antes de lo esperado. Más aún ni siquiera tenía que acompañar a
mi padre al campo. Después que él había partido me puse a recoger las hojas caídas en el
jardín y luego las quemé. En ese momento se me ocurrió una idea maravillosa. Yo había
descubierto algunos puñados de semilla de soya en un rincón de la casa. Y pensé en lo
sabroso que estarían asadas en la brasa de la hoguera. Se hacen rápidamente pensé, cogí la
lata de la ceniza y comencé con un par de ellas. Estaban deliciosas. Crujían con gran alegría y
luego terminé de asarlas todas y puse la lata al sitio de donde la había recogido.

Cuando papá regresó por la tarde se dio cuenta inmediatamente del fragante aroma de las
soyas asadas y me dijo: "Tomiko, tú has tostado las soyas y las has comido, ¿no es verdad?"

"Sí, le respondí, orgullosamente. ¿No crees que lo hice bastante bien?". Pero la reacción de
mi padre fue completamente lo opuesto a lo que yo había esperado. En lugar de su
expresión usual de amabilidad estaba furioso.

"Aquellas no eran para comer, eran semillas que yo había conservado cuidadosamente para
sembrarlas el próximo año. Si tú las asas y te las comes, ¿cómo podemos sembrarlas el
próximo año? Tú eres una niña, y hay cosas que tú puedes hacer, pero hay también cosas
que tú no puedes hacer. Ven aquí Tomiko, te has ganado un castigo."

Él me tuvo bajo sus brazos mientras me ataba las manos y los pies con una soga, me metió
en un costal que suspendió sobre la rama de la cucarda bajo el pozo negro. Dejándome así
se marchó al campo. El costal en el cual estuve era de material grueso y era usado en esos
días para transportar cargas de tierra o de abono. Yo estaba conmocionada y aterrada.

Si me movía, aunque sea un poco, la rama de la cucarda se balanceaba y se mecía, y peor


aún, crujía como si fuera a romperse. Y si se rompía sabía que caería en el pozo negro. No
había nada que hacer, solamente mantenerme inmóvil. Cuando tuve que orinar me tuve
que inclinar y esto causó un horrible olor que sentí subir. Así colgada en ese costal me di

7
Nota de Ganaha: Hierba amarga. En uchinaaguchi se le llama njana. Su nombre científico es Crespidiastrum
lanceolatum (Houtt.).

11
cuenta que debía haber hecho algo muy malo. Los frijoles de soya habían tenido buen gusto,
pero que amargo me parecían ahora, retrospectivamente.

Mi padre regresó mucho más temprano que de costumbre, y me sacó del costal de la
cucarda que colgaba en esa rama y me desató. La cuerda dejó marcas moradas en mis
brazos y mis pies. Las masajeó con sus largas manos y luego dijo: "Esto te ha hecho daño.
Pero debes aprender que las semillas tienen mucha importancia en la vida. Si tú las comes,
no tendrás frijoles el próximo año. Y no solamente tú, sino tampoco Yoshiko, Hatsuko y
Chokuyu. Ninguno de ustedes tendrá frijoles que comer. ¿Has comprendido? No debes
comer semillas nunca más."

"Lo siento", dije y comencé a llorar por primera vez.

Luego Hatsuko y Chokuyo llegaron a casa de la escuela. Hatsuko tenía siete años más que yo.
Yo la llamaba Nene, una corta expresión para Oneesama 8 , que literalmente significa
"honorable hermana mayor". Chokuyu era tres años mayor que yo. A él le decía Nini9,
abreviación para Oniisan, "honorable hermano mayor". Los tres éramos muy íntimos y nos
contábamos todo. Pero decidí que lo que me había sucedido ese día, debería ser un secreto
entre mi padre y yo. Yo temía que, si uno de ellos descubriera las marcas moradas en mis
brazos y los pies, yo me pondría a llorar. Felizmente nadie se dio cuenta.

Mi padre pudo haber tenido sus lados muy estrictos, pero después de la muerte de mi
madre, se retiraba cada vez con más frecuencia al jardín y contemplaba la luna. Solía tener
ese aire de soledad. Al ver ese lado dolorido de su ser, decidí no hacer nada que lo pudiera
molestar.

Mi hermano Nini y su fantasía creadora

Nini y yo éramos compañeros de juego. Había una chica en la vecindad que era un año
mayor que yo, pero no recuerdo haber jugado con ella. Nini era mucho más divertido, pues
él era un genio en encontrar modos de jugar y en los lugares más inesperados.

Todos los días me llevaba a las colinas o al campo a hacer cosas que yo sola jamás habría
soñado hacer: tomábamos dos hojas estrechas del pino parecidas a espadas, las juntábamos
y hacíamos de ellas lindos molinillos. Tomábamos las bandas de metal de un barril ya sin uso,
juntábamos las puntas y las hacíamos rodar como si fueran verdaderos aros. Íbamos a una
pequeña colina que se llamaba Pengadake y subíamos a los árboles que había allí y luego
nos deslizábamos por la ladera de la colina como si fueran "toboganes" que habíamos
preparado presionando los pastos que crecían allí. Nini tenía un don especial para hacer
cosas para jugar con lo que se encontraba en el lugar.

A menudo jugábamos a las escondidas o a la pega en el "caparazón de tortuga", que era una
tumba familiar que había cerca de nuestra casa. Estas tumbas habían sido construidas en

8
Nota de Ganaha: Oneesan, u oneesama es el término formal para referirse o llamar a la hermana mayor.
Actualmente, las uchinaanchu llaman “neenee” a sus hermanas mayores.
9
Nota de Ganaha: En inglés ha sido traducido como el nombre del hermano mayor o niisan de Tomiko.
Actualmente a los hermanos mayores le llaman niinii. En el Perú todavía les llamamos yatchii.

12
un estilo muy peculiar de Okinawa. La nuestra tenía aproximadamente cinco metros de
ancho y cuatro de profundidad pues son excavados en la tierra y un techado revestido de
piedras con una forma que parecía un caparazón de tortuga. Había una pequeña entrada al
frente y por dentro era bastante amplio con estantes o anaqueles para colocar las urnas en
orden cronológico. Estas urnas contenían los huesos de muchas generaciones anteriores de
miembros nuestra familia ya fallecidos.

Cualquier cosa que Nini hiciera siempre trataba yo también de hacerlo, pero no era un rival
para mi hermano con su particular fantasía creadora para el juego. A mí personalmente me
gustaba trepar árboles. Cuando subía a uno de ellos veía hacía abajo el camino que
serpenteaba la colina. De esa manera podía ver cómo mi madre iba al mercado y me pasaba
horas arriba sobre el árbol hasta su regreso.

Hablando de trepar árboles, recuerdo ahora que había un árbol de mandarina en un bosque
profundo de bambús que estaba cerca de nuestra casa. En otoño estaba cargada de frutas.
Naturalmente Nini no ignoraba este hecho. "Caramba, no se ven muy bien", dijo un día
relamiéndose los labios, cuando comenzó a introducirse al bosquecillo de bambú.
"Esas mandarinas deben pertenecer a alguien." dije yo tirando de su camiseta. "Vas a robar
lo que no te pertenece."

"Sí, ya sé", respondió Nini, "pero los dueños viven bien lejos“. Inmediatamente se deslizó
por los bambúes y trepó el árbol. Lo seguí hasta el pie del árbol.

"Nini, por qué no sacudes el árbol para que las frutas se caigan. “

"No puedo hacer esto. Hay un perro guardián. Si oye algún ruido vendrá de un salto. Así que
quédate quieta.

Pero justo en ese preciso momento me dio un ataque de tos. No me había curado
completamente de la tos ferina. El perro me oyó y empezó a ladrar ferozmente.

"¡Oh Dios mío! Vámonos Tomiko!“


Nini bajó rápidamente del árbol, tomó mi mano y salimos a toda prisa del bosquecillo de
bambúes y nos fuimos corriendo tan rápidamente como pudimos sin ver hacia atrás. Incluso
ahora me dan escalofríos cada vez que pienso en ello. Después de esta aventura Nini no me
volvió a sugerir a volver otra vez al árbol de mandarinas.

***
Una vez cuando Nini y yo fuimos al rio a nadar, sentí de repente algo viscoso contra mi
cuerpo.
"¡Nini, una serpiente, auxilio! grité, pensando que era una habu1 venenosa. "¡No te muevas,
quédate parada allí donde estás! " gritó Nini apresurándose en venir en mi ayuda.

Luego después de mirar con mucha atención debajo del agua durante algún tiempo dijo:
"Sonsa, era solamente una anguila. Difícilmente podrás encontrar una serpiente en los
ríos."

13
"¿Una anguila? Pero si era viscosa y larga".

"Si era viscosa, era necesariamente una anguila. Las serpientes no son viscosas".

Ah ¿sí? Tú has tenido realmente miedo. "Y fue gracioso verte así", dije yo riéndome después
del gran susto que tuve. Olvidando lo que había hecho por mí para salvarme, pensé en la
manera agitada que había saltado sobre el agua y me reí hasta las lágrimas.

"Papá, hemos visto una anguila en el río" contó Nini cuando llegamos a casa. "¡Verdad!"
Entonces les voy a enseñar la forma cómo atraparla.
Tomando un balde nos llevó a Nini y a mí hacia el río. "Observa, Chokuyo" dijo dirigiéndose
a Nini, primero haces un círculo con el pulgar y el dedo del medio de las dos manos y atraes
a la anguila a través de ella. ¿Comprendes? Explicándonos esto se agachó y pasó las manos
en el agua con los dedos en la forma indicada un par de veces.
¿Han comprendido? Y enderezándose levantó sus brazos hacia nosotros que estábamos en
la orilla. Había atrapado una larga, gorda anguila que se retorcía en el aire.
"Quiero probar" dijo Nini, saltando al rio con ímpetu.
"Yo también", dije yo siguiéndolo. Y nos salpicamos de agua y barro de los pies hasta la
cabeza.

"Así no van a coger ninguna anguila", dijo mi padre riéndose. "Así tienen que hacerlo".

Palpó el fondo del agua y en un abrir y cerrar de ojos sacó con fuerza otra anguila. Y así
solamente por gusto de hacerlo atrapó una anguila tras otra. Pero ni Nini ni yo pudimos
atrapar una sola.

Papá sonreía con placer cuando llevaba el balde lleno de anguila a casa. Después logramos
atrapar una sola pero no con la técnica que nos había enseñado papá, sino que simplemente
logramos espantarla hasta la orilla. Pero dos o tres días después Nini logró mejorar su
técnica. Aunque no logró alcanzar la maestría de papá, por lo menos podía atrapar unos
ejemplares que luego metía en el balde y que cubría solamente su fondo.

Nini fue un maravilloso compañero de juego y me enseñó tantas cosas.

El soldado amable y gentil

Un día a fines de marzo de 1945, un año después del fallecimiento de mi madre, mi padre
regresó muy agitado a casa después de haber entregado productos alimenticios a la tropa
estacionada cerca de nuestra casa. Papá habitualmente era una persona tranquila y serena,
y se enfadaba raramente, por eso pensé que debía haber pasado algo terrible.
Inmediatamente nos llamó a todos nosotros, es decir a Yoshiko, Hatsuko, Chokuyu y a mí.

"Quiero que todos ustedes escuchen muy atentamente lo que les voy a decir. Muy pronto
van a ver fuertes combates aquí en Okinawa. Se terminaron los tiempos de paz para
nosotros y la vida no será más pacífica. Ustedes deben estar preparados de tal manera que

14
cuando llegue la hora ustedes sean capaces de utilizar su cabeza y saber lo que tienen que
hacer."

Mis hermanas y mis hermanos se miraron mutuamente y yo miré sus rostros y el rostro de
mi padre uno después de otro, pues yo no sabía qué pensar ni cómo debía reaccionar. No
fue sino hasta un mes más tarde que yo iba a aprender algo sobre la tragedia de la guerra.

Mi padre era en ese momento proveedor de alimentos de la Unidad del Cuerpo de


Mensajeros y fue así como él pudo enterarse sobre la marcha de la guerra.

Él nos decía a menudo que nosotros debíamos comer solamente los camotes pequeños
porque los grandes eran para los soldados. Pero en compensación, él traía de vez en cuando,
algunas latas de sake o dulces que los soldados le habían dado. A veces mi padre mismo
estaba muy ocupado y no podía ir a la Unidad del Cuerpo de Mensajeros. Entonces Nini y yo
les llevábamos los camotes recién cocidos a vapor. Ellos nos agradecían muy cordialmente y
nos regalaban dulces, después nos enseñaban algunas partes de la unidad como por
ejemplo el refugio contra el ataque aéreo.

Un día yo estaba viendo a Nene10 cociendo los camotes a vapor en la cocina cuando escuché
un fuerte chapoteo en dirección del pozo oscuro. "Nene", dije, "algo ha caído en la cloaca".

"Tal vez es el perro", me respondió ella, sin darle mucha importancia al asunto.
Pero el sonido ha sido demasiado fuerte como para un perro, y corrí hasta la puerta para ver
qué había pasado. Era una soldado; papá y Nini trataban de sacarlo del pozo. No sé qué
había pasado para que él se caiga; era muy poco amable de mi parte, pero no pude evitar la
risa al ver a un soldado –generalmente tan impecable y limpio en su uniforme- todo
cubierto de lodo y oliendo tan mal. Mi padre lo llevó a la fuente para que se lave y le prestó
ropa para que se pueda vestir en lugar del sucio uniforme.

Pronto el soldado y yo nos hicimos buenos amigos. Frecuentemente me llevaba a cuestas


subiendo por las colinas, me contaba del lugar de donde había venido, me contaba de su
familia, especialmente de su mamá. Quería mucho a los niños.

Luego, después de un tiempo, él desapareció y no lo vimos nunca más. "Me pregunto que
habrá pasado con este soldado". Solía pensar en él, esperando todos los días que algún día
volvería. Pero así pasó el tiempo y él nunca volvió. Entonces tuve una idea. Si yo me hiciera
cargo de algunos camotes, tal vez que lo vería algún día, así llené un balde de camote cocido
a vapor y lo llevé a la Unidad del Cuerpo de Mensajeros. Pero no encontré ningún signo de
vida de mi soldado. Otros soldados se comieron los camotes y me dijeron que estaban muy
ricos. Pero mientras caminaba a casa balanceando el balde vacío estaba tan desconsolada
de no haber encontrado a mi soldado amigo que no pude evitar que las lágrimas rodaran
por mis mejillas.

Cuando llegué a casa quise preguntar a mi padre qué le había pasado al soldado, pero por
alguna razón pensé que no debía hacerlo y me abstuve.

10
Nota de Ganaha: Neesan, hermana mayor. En uchinaaguchi se dice neenee.

15
Luego una tarde, pocos días después, me encontré con un grupo de soldados sentados en
círculo alrededor del fuego en medio del campo entre el campamento del Cuerpo de
Mensajeros y nuestra casa. Extrañamente a pesar de que había unos diez soldados no
escuchaba ninguna voz, tan silencioso era el encuentro. Preguntándome qué es lo que ellos
quemaban fui directamente hacia uno de ellos y le pregunté y él me respondió:

"Estamos incinerando a alguien", me respondió.

Me quedé atónita. Observando el fuego fui capaz de reconocer un par de botas militares en
un extremo y en el otro, donde estaba la cabeza, pude reconocer una gorra militar. De un
impulso me puse de rodillas al lado de los otros. Entre los soldados pude reconocer a uno
que había venido a nuestra casa para recoger las provisiones de camotes. Reuní todo mi
coraje para preguntarle sobre "mi" soldado.

"¿Aquél soldado? Ese es precisamente el que está entre las llamas."

No encontré palabras para expresarme, mirando las llamas me sentía como si soñara. Ese
amable y gentil soldado que solía llevarme a cuesta sobre sus hombros, ese soldado estaba
entre las llamas, haciéndose cada vez más pequeño. Y al final se convertiría en un puñado
de cenizas.

Después que el fuego había desaparecido, los soldados recogieron los huesos de la brasa y
los pusieron en una olla y haciendo una reverencia se alejaron. Yo nunca había visto a esos
severos soldados tan tristes. Secretamente recogí el resto de la ceniza en una hoja y lo
enterré cerca del río detrás de nuestra casa. Plegando mis manos en una oración le dije
dentro de mi corazón. "Querido soldado, esto es lo mejor que puedo hacer por ti, espero
que no te importe. "

Él amaba el río. Cada vez que venía a casa siempre se acercaba al río, y permanecía cerca de
él. Le recordaba a su lejana casa y a su madre. "Cuánto deseo ver a mi madre" decía cuando
contemplaba quietamente el sol al ocultarse. "Ah, si yo pudiera por lo menos escuchar su
voz". Y a pesar que yo estaba a su lado, sus ojos se llenaban de lágrimas.

En esos momentos trataba yo de animarlo invitándole a atrapar cangrejos. Pero decía:


"Tomiko, deja a esa pobre criatura en el río". Y dejaba al animal otra vez libre en el río.

Mi soldado duerme aún allí, al lado del río. Y él vive en mi corazón, siempre joven, siempre
amable, gentil.

16
Con los refugiados

Esperando a mi padre

Los soldados norteamericanos desembarcaron finalmente en Okinawa en la mañana del


primero de abril de 1945. Los documentos posteriores muestran que una flota de
aproximadamente 1,300 barcos reunidos cerca de Yomitan y Kadena frente a al Mar de la
China Oriental en la costa suroeste de la isla principal de Okinawa llevó a cabo un
bombardeo aéreo y marítimo de dos horas y media. Al mismo tiempo cerca de 60,000
soldados procedieron a desembarcar desde muy temprano en la mañana hasta el atardecer.

Naturalmente en esos momentos yo no era consciente de la situación militar. Pero el


aniversario de la muerte de mi madre no está en mi memoria más cerca que las alarmas de
las sirenas que comenzaban a sonar de tiempo en tiempo y yo veía a los aviones
norteamericanos volar en el cielo. Se oían sonidos continuos como de truenos lejanos
procedentes de la zona norte de Shuri acompañados de estruendos y ruidos sordos que yo
los sentía en la boca del estómago. Pienso ahora que eso debe haber sido el primer
bombardeo de abril. La guerra había llegado a Okinawa de la misma manera como mi padre
lo había temido.

Aproximadamente un mes más tarde las bombas y proyectiles comenzaron a caer alrededor
de nuestra casa, y cada vez que las sirenas comenzaban a aullar teníamos que correr a los
refugios antiaéreos que había preparado mi padre. El refugio había sido hecho con tierra tan
blanda que yo temía que se derrumbara fácilmente.

"¿Cuál es la función de estos refugios? " Le pregunté a mi padre.

"Ninguno de los refugios que tenemos a nuestro alrededor puede resistir si recibe un golpe
directo" me explicó "pero precisamente porque la tierra aquí es muy blanda, hay una
posibilidad que las bombas y proyectiles que caigan por aquí perforen la tierra y no exploten.
"

Efectivamente, una mañana después de un ataque aéreo cuando un hombre del pueblo
salió de este refugio para orinar, su orina lavó un objeto cilíndrico dorado que resultó ser un
proyectil sin explotar. Justamente como mi padre había dicho: la tierra blanda había evitado
la explosión.

Cada día los ataques aéreos y los bombardeos se acercaban más y eran más violentos. A
principios de 1945 no nos quedaban más camotes para darles a los soldados del Cuerpo de

17
Mensajeros. Prácticamente toda la producción agrícola de la aldea había sido puesta a
disposición de las fuerzas armadas. Mi padre tenía que abandonarnos de cuando en cuando
para ir a Makabe, al sur de nuestra casa, para recoger los animales de granjas que allí
pastaban y para poder encontrar algún producto que se necesitaba. Además de su
acostumbrado trabajo como agricultor mi padre era el responsable del abastecimiento de la
comida de la unidad del Cuerpo de Mensajeros. Debido a esta responsabilidad él estaba
dispensado de unirse a la Fuerza de Defensa Civil, y así independientemente a lo que
pudiera pasar su deber era obtener alimentos para esa unidad. Y esto fue lo que determinó
el destino de mi padre y de nosotros, sus cuatro hijos.

Nosotros no teníamos calendarios en casa, por eso no conozco la fecha exacta, pero pienso
que ha debido ser alrededor del diez de abril. Justo antes de salir de la casa nos llamó a
nosotros cuatro y nos dijo: "Si por casualidad hay un ataque enemigo en la zona inmediata
mientras que estoy lejos y no puedo volver, cada uno de ustedes tiene que decidir lo que
tiene que hacer. Pero Yoshiko, porque eres la mayor, tú debes cuidar de tus hermanas y tu
hermano. Y ustedes los menores deben de obedecer lo que ella les diga, porque ella va
tomar mi lugar". Tengo la impresión que mi padre habló en esos momentos con más
seriedad que nunca. Tal vez él presentía que lo peor estaba a punto de acaecer y quería
prepararnos. Y como sucedió luego, esas fueron las últimas palabras que nos dirigió.

Ese día, las fuerzas norteamericanas, que ya habían desembarcado, comenzaron su asalto a
Shuri, allí donde vivíamos. El ruido de las explosiones de los proyectiles parecía
estruendosamente presente, mucho más fuerte y cerca que nunca. Pero nunca imaginamos
que no lo volveríamos a ver otra vez. Nosotros lo esperamos aquella noche, al día siguiente
y los posteriores. En la mañana del tercer día Yoshiko fue al campamento de la Unidad del
Cuerpo de Mensajeros para saber si nuestro padre estaba a salvo; pero lejos de obtener
alguna información al respecto le dijeron:
"Hay luchas feroces en todo Shuri. Usted debe escapar hacia el sur inmediatamente".
Yoshiko tenía 17, Hatsuko 13, Chokuyo 9 y yo cerca de 7.

Una visión del infierno

Cuando ella regresó del campamento del Cuerpo de Mensajeros, Yoshiko nos llamó a todos
y nos dijo: "Papá nos dijo que, si él no volvía, nosotros debíamos de decidir lo que teníamos
que hacer. Ahora pienso yo que tenemos que hacer lo que él nos dijo. Nosotros nos vamos
hacia el sur. Chokuyo y Tomiko ustedes cojan alguna ropas y cosas que necesiten
urgentemente. Hatsuko y yo llevaremos la mayor cantidad de cosas posible. Es mejor que
nos apuremos".

Estuvimos listos muy pronto y dejamos atrás la casa que habíamos conocido tan bien.
Yoshiko volvió la mirada hacia atrás una y otra vez. Y cada vez que volvía su mirada hacia
atrás, todos nosotros hacíamos lo mismo. Las flores amarillas y rojas en el seto se veían tan
hermosas. Pudimos ver el techo de paja de la casa principal y el establo a través de las
ramas del árbol de higos.

"Me preguntó, cómo estarán ahora los patos", dije por decir algo.

18
"Dejen de hablar y caminen más rápido" ordenó Yoshiko enfadada, algo que contradecía su
manera suave de hablar que conocíamos muy bien.

Mis dos hermanas, llevando nuestros bultos sobre la cabeza, iban adelante y mi hermano
iba detrás tomándome de la mano. Sólo podíamos caminar por la noche, pues la ofensiva
enemiga por aire y por tierra era tan dura que nosotros teníamos que buscar protección en
los refugios y cavernas. Incluso por la noche no podíamos avanzar mucho pues de repente
las llamaradas iluminaban todo como si estuviéramos de día e inmediatamente comenzaban
los bombardeos. Era espeluznante y terrible, y aún hoy, cuando pienso en ello, un escalofrío
recorre toda mi columna.

Cuando partimos, los bultos que mis hermanas llevaban encima eran tan pesados que les
causaba dolor de cabeza. Pocos días después sólo teníamos un solo paquete que Yoshiko lo
llevaba con cierta facilidad. Esto se debía al hecho que los bultos consistían en comida y
ahora solamente quedaba para un día. Yoshiko había preguntado a algunas personas de una
casa de tejas que habíamos encontrado si nos permitían cocinar allí el arroz que teníamos,
pero cuando pedimos permiso para pasar la noche en la casa nos negaron pues había ya
tantos refugiados que tuvimos que pasar la noche en una caverna que había cerca de allí.

Okinawa tiene muchas cavernas naturales en las laderas y acantilados y a lo largo de las
costas rocosas, y todavía se pueden encontrar trozos de platos rotos y restos de cosas
abandonadas por lo refugiados. En algunas de las cavernas se pueden encontrar también
restos de huesos humanos.

Cuando Yoshiko regresó a la caverna con el arroz cocido me encontró profundamente


dormida, y aunque ella y los demás me sacudieron para despertarme, no lograron
conseguirlo pues yo seguía dormida sin poder tomar la comida.

"Tomiko, tú tienes que masticarlo bien, pues es arroz de grano entero, sino vas a tener dolor
de estómago. Tenemos que continuar caminando mañana y si no comes, no vas a poder
caminar".

Yoshiko, en su desesperación, me dio una cachetada en la mejilla. Yo estaba tan sorprendida


por el dolor en la mejilla y por el tono de voz de Yoshiko que abrí los ojos y vi a mi hermana
inclinada sobre mí.

"¿Qué pasa?", le pregunté soñolienta.

Estábamos preocupados por ti. Teníamos miedo que estuvieras enferma. Me di cuenta que
mis hermanas no habían tocado nada de su comida y que lo habían guardado para mí. Me
las arreglé para estar bien despierta y para comenzar a comer cuando hubo una explosión
ensordecedora – para mí el ruido más terrible que yo había escuchado. Era un proyectil
enemigo que había explosionado extremamente cerca de nosotros. Yo estaba bien segura
que nos había tocado, pero al ver mis manos, mis pies, todo mi cuerpo me di cuenta que
estábamos ilesos. También las otras personas presentes en nuestra cueva estaban ilesas. No
recuerdo ahora cuanto tiempo pasó después de eso, pero cuando la situación se calmó
finalmente, Hatsuko decidió salir de la caverna para buscar un poco de agua para beber.

19
Ella no regresaba y Yoshiko se puso muy nerviosa e inquieta yendo y viniendo por la caverna.
Cuando finalmente Hatsuko apareció, Yoshiko la riñó con lágrimas en los ojos.

"Hatchan, ¿por qué te fuiste tan lejos a buscar agua? Yo estuve terriblemente preocupada.
Por favor, no te vayas otra vez y no nos dejes así. Déjame ir en tu lugar".

Entregando el recipiente que tenía contra su pecho, dijo Hatsuko: "¿Te acuerdas de la casa
con el tejado donde nos dejaron hervir el arroz? Fue volado en pedazos por esa bomba.
Empecé a sacar agua del pozo que hay cerca de allí, pero había cadáveres flotando en él.
Comencé a buscar agua en otro lugar y finalmente encontré agua estancada en el campo.
"Pobre de ti", dijo repetidamente Yoshiko, acariciándole la mano. No pudimos beber el agua
de inmediato. Tuvimos que esperar hasta que la suciedad y el barro bajaran hasta el fondo
del recipiente. El recipiente estaba solamente lleno hasta la mitad, pues Hatsuko estaba tan
impresionada por la visión de la casa completamente demolida que sus manos no podían
dejar de temblar.

Yoshiko me dio el agua primero a mí y me dijo: "No lo agites porque el barro vuelve a subir."

Yo pensaba que Hatsuko debía tomar primero, pero ella dijo lo mismo que Yoshiko y me
urgió a que bebiera, así tomé uno o dos sorbos. Lo probé y tenía un gusto maravilloso.

En 1987, cuando comencé a escribir este libro, me pregunté dónde había pasado todo esto,
y le pregunté a Yoshiko. Pero ella rechazó categóricamente hablar sobre el asunto.
Finalmente dije: "Recuerdo la cachetada que me diste para que me despertara y me hiciste
comer el resto del arroz que trajiste de casa y preparaste. Tú sabes que nunca me dijiste que
me habías salvado la vida, nunca. Por esto yo siempre te he admirado".

Mientras yo la miraba fijamente, de repente dijo: "Fue en Makabe".

Esa era la respuesta a todas las preguntas que yo me había hecho tanto tiempo, - por qué
mis hermanas habían querido quedarse en la casa con el techo de tejas y por qué se habían
quedado en esa cueva durante tantos días.

Makabe era el lugar donde papá iba a recoger el ganado, según las informaciones que los
soldados de la Unidad del Cuerpo de Mensajeros habían dado a Yoshiko. Mis hermanas
creyeron que si nosotros íbamos a ese lugar podríamos encontrarlo.

Pasamos varios días en Makabe. Durante este tiempo mis hermanas nos dejaron
frecuentemente a Nini y a mí en la cueva y fueron en busca de él. Pero lejos de encontrarlo,
tampoco tuvieron éxito en encontrar alguna pista que nos condujera a su paradero.
Mientras tanto las luchas se hacían cada vez más cercanas y nosotros partimos nuevamente
hacia el sur, esta vez sin objetivos definidos, simplemente como todos los otros, como
refugiados, tropezando con sus cuerpos en la oscuridad, sin saber si estaban vivos o
muertos.

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Una horrible escena ha quedado indeleblemente grabada en mi cerebro y aún hoy me
ocasiona pesadillas. Sucedió un día o dos después que nosotros habíamos dejado Makabe.
Una mujer estaba tendida en el suelo, alcanzada por las esquirlas de una bomba; la sangre
fluía de su pecho y sobre su seno yacía un bebé de un año que chupaba la sangre de su
madre. La visión me clavó en el suelo. Cuando el bebe nos vio, levantó su cara que no era
otra cosa que una masa de sangre y extendió sus brazos como queriendo decir: "Llévenme
con ustedes". Sus brazos también estaban cubiertos con la sangre de su madre. Pero a pesar
de que nosotros cuatros intentamos de hacer algo por el bebe, no pudimos hacer nada. No
había nada que se pudiera hacer por aquella masa de heridos cubierto en sangre que se
extendían por todos los lugares pidiendo o gritando auxilio.

Era una escena que venía directamente del infierno. No hay otra manera de describirla. Y a
pesar de lo triste y doloroso que era todo eso, no podíamos interrumpir nuestro esfuerzo de
continuar la marcha y así seguimos nuestro camino rumbo al sur.

La muerte de Nini

No sé qué distancia habíamos caminado, pero seguimos adelante, animándonos los unos a
los otros hasta que sentimos que el cansancio era cada vez más grande por la falta de
alimento, que al fin vimos frente a nosotros una colina larga pero baja.

"Vamos a pasar la noche en aquella colina", dijo Yoshiko.

Escalando con las manos y rodillas a través de un matorral llegamos a una zona más plana
de lo que habíamos esperado; de repente escuchamos la explosión de una bomba sobre
nosotros y alguien comenzó a rodar envuelto en llamas. Había sido alcanzado por una
bomba incendiaria.

Al ver esto, Yoshiko decidió que sería mejor abandonar la colina y descender en dirección de
la costa.

"Tomiko, debemos cavar un hoyo para dormir, de prisa." dijo Chokuyo que ya había
comenzado a cavar en la arena con sus manos. Siguiendo su ejemplo también comencé yo a
cavar a su lado. Nos las arreglamos para hacer un agujero, o más bien un hueco
suficientemente grande para contener en su fondo a Nini y a mí. Pero el hueco era
demasiado pequeño y poco profundo para que pudiéramos acostarnos en él, sólo podíamos
sentarnos muy pegaditos con los pies extendidos y la espalda apoyada a un lado del agujero.
Me quedé dormida con la cabeza apoyada en el hombro de Nini. Él puso su brazo alrededor
de mis hombros y nos cubrimos con una pequeña manta. Nuestras hermanas dormían en
otro hueco cavado al lado derecho del nuestro. Todo el tiempo seguían cayendo sobre
nosotros proyectiles y balas de ametralladoras, cerca y lejos, sin ninguna tregua. Ya nos
habíamos resignados a los horrores del ataque enemigo.

No parece que hayamos dormido algunos minutos cuando aparecieron cinco o seis soldados
y uno gritó: "Aléjense, aléjense. Pronto va a ver un combate aquí, aléjense, vayan a otro
lugar".

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Apresuradamente traté de sacudir a Nini para que se despertara. Pero él no respondía. Está
profundamente dormido, pensé un instante. Y luego vi que él dormía con los ojos muy
abiertos. "Nene", llamé a Hatsuko, "Nini duerme con los ojos bien abiertos". De un salto
Yoshiko estaba ya a mi lado y decía su nombre: "Chokuyu, Chokuyu".

Yoshiko quitó la manta que él tenía sobre la cabeza, y vio que su cabeza tenía un agujero en
ella, y que había sangre por todas partes detrás de la cabeza, sobre sus hombros y la espalda.
Por un momento nos quedamos calladas. Nos sentamos aturdidas alrededor de Nini.
Finalmente, cada una de mis hermanas abrazaron a Nini y lloraron. Yo no podía creer que
Nini estuviera muerto y no podía comprender por qué ellas lloraban. "Nini está solamente
durmiendo," decía yo, "con los ojos abiertos." Y además su cuerpo lo sentía caliente contra
el mío cuando me desperté. Me explicaron más tarde que una bala perdida había pasado
por la cabeza de Nini y que probablemente murió en el acto. Mi cabeza y la cabeza de Nini
no han debido tener en esos momentos más de 24 centímetros de distancia. Pensar que yo
me pude salvar y Nini tenía que morir... El destino es muy cruel.

Yoshiko se quedó mirando algún rato. "Tomiko, tú estás bien, ¿no cierto?" "¿no cierto?" Y
me hizo ponerme de pie, luego palpó en todo mi cuerpo. Cuando pudo convencerse que yo
no estaba herida, me abrazó con tanta fuerza que yo casi no podía respirar y sus lágrimas
corrían en mi mejilla. Recuerdo todavía el calor de sus lágrimas.

Mis hermanas me sentaron en el agujero que ellas mismas habían cavado para sí mismas y
luego tomaron el cuerpo de Nini muy suavemente y lo pusieron en el otro agujero que Nini
y yo habíamos ocupado antes, luego lo cubrieron con arena. Pero antes salté yo antes que le
cubrieran la cabeza y quise cerrarle los ojos a Nini. Ahora sí comprendí que él había muerto
y que ya no sería capaz de seguir durmiendo con sus ojos completamente abiertos. Pero yo
misma no pude cerrarle los ojos pues sus mejillas todavía estaban calientes. Fue Yoshiko
que le cerró los ojos.

"Chau, Nini", le dije cuando sus ojos ya estaban cerrados y junté mis manos para rezar,
mientras que Hatsuko en un momento de desesperación se arrojó sobre el cuerpo de Nini y
lloró.

Poco tiempo después su rostro había desaparecido de nuestra vista y en su lugar sólo se
veía un pequeño montículo de arena un poco más grande que él. Ese fue el final de su
sepultura.

Con los ojos llenos de lágrimas Yoshiko estrechó mis dos manos y me dijo: "Tomiko, eres
todavía una muchachita y tienes una buena oportunidad de vivir mucho tiempo. Y si ni
Hatsuko ni yo lo podemos hacer, debes volver algún día aquí para recoger los restos de
Chokuyu y llevarlo de manera adecuada a la tumba de nuestra familia. Tuvimos que
enterrarlo aquí debido a la guerra. ¿Lo harás, no es verdad, Tomiko? " Y ella continuó:
"Debes recordarlo de todas maneras. Este lugar se llama Komesu, Komesu. Lo tienes:
Komesu. Lo tienes que recordar. Komesu".

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Ella repitió el nombre muchas veces y a pesar de que yo no sabía en esos momentos cómo
se escribía, nunca olvidé el nombre "Komesu".

¡Qué afortunado fuiste Chokuyu de morir en este momento, en este infierno y tener estas
hermanas que te han cubierto de arena con tanto amor!, pensé un instante y prometí a Nini
en mi corazón con toda lealtad que algún día iba a regresar a buscarlo.

No pudimos quedarnos allí por más tiempo. Los soldados, que habían fingido ignorarnos
todo este tiempo que necesitamos para enterrar a nuestro hermano, se acercaron luego y
nos dijeron que nos marcháramos.

Huyendo sola

Dejando nuestro corazón en ese lugar, nos alejamos de la playa de Komesu lanzando más de
una mirada hacia atrás, hacía el montículo de arena donde habíamos enterrado a Nini.
Komesu, una playa que yo luego encontré en el mapa, se encuentra en el punto más
meridional de la mayor isla de Okinawa. En la fuga desde nuestra casa hasta esa playa
habíamos recorrido más de 16 kilómetros.

Hasta Komesu, Nini me había tenido de la mano todo el tiempo. Ahora me agarraba de un
extremo del vestido de Hatsuko cuando caminábamos. El camino estaba lleno de gente que
también había sido expulsada de la playa de Komesu. Me agarraba a la ropa con fuerza y
casi tenía que correr para mantener el ritmo de marcha que imperaba pues tenía mucho
miedo de ser separada de mis hermanas.

Algún tiempo después se me ocurrió mirar hacia Hatsuko que en la noche su rostro era
iluminada solamente por la luz de las estrellas. Para mi horror no era el rostro de Hatsuko, ni
tampoco el de Yoshiko. Era el rostro de una mujer que yo nunca había visto antes. La mujer,
de cuyo vestido yo estaba agarrada todo este tiempo, era alguien completamente
desconocida para mí. Yo no sabía cómo pudo haber ocurrido. En pánico solté mi mano de
ese vestido y comencé a correr por aquí y por allá buscando un rostro joven, pero no
encontré ni a Hatsuko ni a Yoshiko. Yo estaba completamente sola.

Pensando que yo las iba a encontrar pronto, pasé la noche en un lugar cubierto de gras
apartado del camino, pues el cansancio y el deseo de dormir habían vencido a mi firme
propósito de encontrar a mis dos hermanas.

Buscarlas por el día era imposible pues los ataques del enemigo eran muy fuertes de tal
manera que no quedaba otra salida que esconderse en las cuevas hasta que oscureciera.
Además, no tenía conmigo nada para comer ni un vestido para cambiarme – y me sentía
terriblemente sola y el miedo era permanente.

No podía esperar hasta la caída de la noche y dejé el refugio. Corrí de cueva en cueva
gritando, "hermanas, hermanas", solo para ser ahuyentada por los moradores de las cuevas
de la misma manera que se ahuyenta a un gato o un perro indeseado.

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Finalmente, agotada, encontré una pequeña cueva no habitada en unas rocas, cerca de la
orilla y me quedé dormida de puro alivio. Pero me desperté de pronto porque sentía mucho
frío. Las olas habían entrado en la cueva mientras dormía y me cubrían casi la cabeza.
Seguramente cuando llegué había habido marea baja. No era sorprendente que la cueva
hubiese estado vacía.

Abandoné la cueva y me puse en marcha en dirección de las colinas.

A diferencia del propio Japón donde la temporada de lluvia comienza en junio, en Okinawa
la misma temporada comienza un mes antes.

Naturalmente en esos momentos era todavía una niña y no sabía nada de las estaciones,
pero era consciente del mal tiempo que hacía. Por la lluvia y por la experiencia que había
pasado en la cueva donde mi vestido se había mojado completamente, sentía el viento de la
noche todavía más frío. Mis dientes castañeaban y yo tenía mucha hambre. En esas
circunstancias encontré un huerto y pensé que eran papas, y desenterrando un poco,
efectivamente encontré un poco de camotes. A toda prisa sacudí la tierra del camote y me
los metí en la boca. También encontré un poco de zanahorias y también me las comí.

Después de encontrarme a mí misma, luego de haber satisfecho el hambre, me puse otra


vez en camino por las rutas pedregosas que parecían esperarme. Todavía no llegaba la
madrugada, pero los caminos estaban aún llenos de refugiados. De repente el terrible
sonido del fuego de la ametralladora coincidía con el de las balas. Una piedra que estaba
muy cerca de mis pies voló fragmentada y uno de los fragmentos voló contra mis piernas.
Comencé a correr frenéticamente, pero las balas nunca dejaron zumbar en mis oídos.

En ese momento vi una casa al lado izquierdo del camino, una casa rodeada de un muro de
piedras. Me caí cerca del muro y me arrastré hasta la casa. La casa estaba vacía, pero por
alguna razón, ninguna persona de la multitud de gente que corría gritando por el camino
tuvo la idea de protegerse en esa casa. Muchos de ellos cayeron tocados por las balas.

Me escondí en la casa hasta que el grupo de refugiados había pasado, pensando en lo que
mi padre me había advertido a menudo: "Tomiko, nunca copies lo que la gente haga,
siempre piensa tú en las cosas por ti misma". Recuerdo lo que solía hacer cuando jugaba al
escondite: mi secreto era evitar esconderme cerca de los otros, pues el lugar dónde la
persona se esconde se relaciona con el hecho de qué es lo que limita su visión. Según esto
yo partía siempre de mí misma como referencia para mi fuga.

Finalmente cesaron las balas y todo se cubrió de un increíble silencio. Yo me quedé en la


casa, dormí en ella y no la abandoné hasta que llegó la oscuridad.

Después de caminar mucho tiempo me encontré en un camino ancho donde podía ver el
mar a la izquierda. No tenía ninguna idea donde me encontraba. El camino estaba lleno de
barro y los zapatos de lona que llevaba se pegaban al suelo. El andar se hacía cada vez más
difícil y yo trataba de evitar por lo menos los peores lugares; de repente frente a mi
encontré a un soldado tirado en el suelo. Pobre hombre, pensé, y seguí caminando pasando

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por su lado. Lo debe haber matado una de esas balas perdidas. En esos momentos, ya había
visto tantos cuerpos muertos aquí y allá, que ya había perdido el temor de ver cadáveres
tirados por el suelo. Pero este soldado que yo creía muerto de repente movió su brazo y
cogió mi tobillo. Como yo había gritado del susto, el soldado me miró sombríamente y me
dijo: "Chica, ¿cómo va la guerra?

Yo pensé brevemente y le respondí: "Creo que el Japón está ganando". Con lo cual la
terrible expresión de su rostro dio paso a una sonrisa amable. "Así que estamos ganando.
Gracias. ¡Banzai!", dijo con una voz ronca y dejó libre mi tobillo. Luego su rostro se
derrumbó en el barro. Ya no se movió más.

En realidad, yo no sabía si estábamos ganando o perdiendo la guerra. Simplemente hacía lo


que me había enseñado mi padre. "Tomiko", me dijo, "no importa lo que te digan o lo que
escuches, tú nunca debes decir que el Japón está perdiendo, también si esto es falso." Pero
incluso si mi padre no me lo hubiera dicho, no hubiera tenido el corazón de abandonar a un
soldado moribundo con tal mala noticia. Aunque me encontraba en una situación
desesperada, sentía una necesidad imperiosa de consolarlo.

Después de tantos años estoy todavía impresionada por el recuerdo de ese soldado, con sus
manos llenas de barro sujetándome el tobillo, que pudo reconfortarse, ya moribundo, con la
idea de la superioridad del ejército japonés y con la creencia en la victoria del Japón, de tal
manera que pudo gritar en su último aliento ese "banzai".

Mientras que yo vagaba de un lugar a otro en busca de mis hermanas vi a muchos soldados
ya muertos que todavía sujetaban su fusil, su bayoneta o su espada.

Yo no tenía en esos momentos la menor idea del día o del mes en que estaba, pero
juzgando por los documentos que he revisado luego, ha debido ser entre fines de mayo o
comienzo de junio de 1945. Abandonamos nuestra casa en Shuri como refugiados entre el
doce o el trece de mayo y debemos haber llegado a Makabe entre el catorce o quince. Nos
quedamos allí durante varios días, y probablemente alrededor del diecinueve o veinte que
llegamos a la playa de Komesu donde murió nuestro hermano. Y debe haber sido entre el
veintiuno y el veinticuatro que yo estuve separada de mis hermanas. Debe haber sido entre
el día 27 y el 31 que estuve en camino entre los estruendos de las metralletas y que yo me
escondí en esa casa vacía rodeada de su muro de piedra. Los documentos de las Fuerzas de
Asalto estadounidense muestran que fue llevado a cabo un asalto del 30 de mayo al 4 de
junio del pueblo Tomigusuku y el poblado Kochinda en el oeste hasta el río Minato en el
oriente.

Pienso que perdí a mis hermanas en algún lugar cerca de Mabuni, al este de la playa de
Komesu y el camino ancho donde me encontré con el ataque de ametralladoras; era el
camino a Tamagusuku donde me dirigí en dirección al pueblo de Kochinda en mi afán de
seguir adelante. Sin darme cuenta, me dirigía precisamente en dirección del lugar de la
acción en lugar de alejarme de ella. Esto coincide con los registros de las fuerzas armadas
estadounidenses. Yo marchaba de hecho hacia el norte, en el sentido contrario a la marcha
de la aguja de reloj. No era un perfecto círculo, naturalmente, pues yo era solamente una
pequeña niña que aún no llegaba a los siete años y que no tenía un mapa ni ningún

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conocimiento de geografía. Yo iba simplemente en zigzag. Esto es la razón por qué yo veía el
mar a veces a la izquierda, a veces a la derecha. Parece cierto que yo estaba dando vueltas
en el mismo centro de la batalla, y esto explica por qué yo veía tantos muertos. Algunos días
después, llegué a un camino que pude reconocer. Nosotros, mis hermanos y yo habíamos
pasado juntos por el mismo camino en nuestra fuga anterior.

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Mis amigos, los animales

Las hormigas

Me había hecho a la idea de evitar en lo posible encontrarme con gente y elegir caminos sin
muchos refugiados. Esto se convirtió en costumbre, estar sola por los caminos y tampoco
tenía miedo en las noches. Pero era mucho más aterrador durante el día cuando éramos
blancos perfectos para el enemigo que nos bombardeaban, abaleaban, ametrallaban.
Siempre encontraba una cueva para esconderme durante el día y salía solamente por la
noche para buscar qué comer y seguir caminando.

Fue una noche oscura y nublada. Me había acostumbrado a ver en la oscuridad y no tenía
problemas en caminar. Normalmente, con la luz de la luna, podía ver casi tan bien como en
el día y en las noches estrelladas también. Pero esa noche no se veía ni una sola estrella.
Sintiendo con mis dos manos, trataba de orientarme en ese lugar de pastos buscando un
huerto, pero no pude encontrar nada. Al parecer, me encontraba en una región donde no
había otra cosa que pastos de pampa. Ahora mis pies sentían una ligera depresión del
terreno. Cuando usted no puede ver con los ojos, sus manos y sus pies desarrollan un
sentido animal. Así, me senté y cuidadosamente sentí delante de mí con los dedos de mis
pies luego mis pies de deslizaron hacia abajo en un hueco hasta la altura de mi pecho. Antes
de darme cuenta ya me había dormido.

A la mañana siguiente me encontré que la hierba de la pampa formaba una especie de


techo sobre mi agujero. Cuando salí de mi agujero y miré a mi alrededor me di cuenta que el
pasto era tan grande como yo. Encontré un pequeño montículo y me paré sobre él y salté
varias veces para ver si encontraba algo parecido a un huerto, pero no había nada que no
fuera hierba de pampa, tan lejos como mis ojos alcanzaban, solamente estas hierbas.
Mi estómago rumoraba porque yo no había comido nada desde la mañana anterior. Me
sentía débil por el hambre y regresé a mi agujero donde había pasado la noche. Me
acurruqué agarrándome la barriguita. Cuando miré con más detenimiento, descubrí una fila
de hormigas y cada una de ellas llevaban algo blanco en la boca. "Caramba", me dije, "por
aquí cerca debe haber algo de comer. Increíble, en medio de un páramo de hierbas".

Seguí a las hormigas cerca de unos cinco metros y todo se aclaró. Allí había un soldado
muerto y a su lado su mochila, toda negra por la cantidad de hormigas. Este soldado debe
haber fallecido ya un buen tiempo pues sus restos estaban en descomposición. Su abdomen
estaba hinchado como un globo y había un olor terrible. Abrí la mochila y dentro encontré
caramelos precisamente de los que más me gustaban. Los saqué de la mochila, era un
puñadito. Luego junté mis manos como para rezar y dije en voz baja: "Señor soldado. Me
permite Ud. tomar estos dulces. Usted está muerto y ya no los podrá comer." Observé los
caramelos un momento y luego cogí dos o tres caramelos y los dejé a las hormigas. Después

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dije: "Itadakimasu" que significa: "Participo con gratitud", es una forma de agradecimiento
que se dice siempre en el Japón antes tomar los alimentos.

Este puñado de dulce me animó enormemente. "Gracias, señor soldado, gracias, hormigas",
me repetía a mí misma. De allí en adelante pensé que los soldados muertos eran mis amigos,
que me daban de comer, y ya no tenía miedo de ellos, pero lo que sí me daban miedo eran
los soldados vivos. Aquellos soldados de la playa de Komesu apenas nos permitieron llorar a
nuestro querido hermano. Me convertí en experta en decidir si un soldado estaba vivo o
estaba muerto. Cada vez que me encontraba con un soldado tirado en el suelo me
aseguraba primero desde cierta distancia antes de correr hacia él. Si el soldado no
reaccionaba a todos los estruendos de las bombas o proyectiles, entonces estaba muerto y
yo me sentía segura y me aproximaba a él. Pero si él en cambio movía un brazo o una pierna
ante aquellos estruendos, entonces vivía. Una vez, sin embargo, cometí un error terrible.

Yo estaba bien segura que el soldado estaba muerto. Me acerqué a él y plegué mis dos
manos para orar y luego alargué mis manos para alcanzar la mochila y ver qué había en ella.
En esos momentos sentí una mano grande tocar mi hombro. Dejando escapar un pequeño
grito dije: "Oh, disculpe.", y caí de espalda. Yo tenía tanto miedo que no pude moverme por
cierto tiempo. Sólo estaba tirada allí temblando con todo mi cuerpo. Sin embargo, yo tenía
tanta hambre que me levanté y volví a la mochila del soldado. Dentro de ella encontré
dulces, biscochos duros y una lata de salmón.

Me las arreglé para hacer un pequeño agujero en la tapa de la lata presionándola con fuerza
contra una piedra puntiaguda. Pero esta piedra perdió su punta en este trabajo y así tuve
que buscar otra piedra e hice en la lata un hueco aún más grande. Y cuando el agujero era
suficientemente grande me las arreglé para sacar el contenido con la ayuda de dos ramitas
que las usé como "hashi", es decir, palillos. Que yo recuerde nadie me había mostrado
nunca como hacer para abrir una lata; pero de alguna manera el hambre me obligó hacerlo.

La razón porque este páramo-pampa, en el cual yo me introduje, estaba desierto de gente


era bastante simple. Desde el aire se podía ver muy bien a las personas que andaban por allí.
Es decir, no era un buen escondite. Solamente se encontraban en este lugar algunos
soldados muertos, pequeños animales que escapaban de los ruidos de cañones y proyectiles
y yo. Una cabra, sorprendida por una bomba se arrancó y se metió en el páramo de hierba,
pasó por mi lado sin detenerse. Pude ver aviones norteamericanos sobre el valle arrojando
sus bombas que pronto eran seguidos por explosiones terribles que estremecían el suelo.

El talento de las ratas

Ya era pleno día y pensé que yo podía ser un buen objetivo y así que miré frenéticamente a
mi alrededor buscando un lugar donde podía esconderme. Pero por más que buscara, no
encontré ningún agujero en donde yo podía esconderme. En esos momentos recordé lo que
mi padre me había dicho un día: "Si tu destino es morir, no importa a dónde vayas, tú
tendrás que morir. Pero si tú quieres vivir, sobrevivirás a pesar de todos los peligros"
Pensando en mi padre renuncié a mi búsqueda desesperada. Decidí que, si yo tenía que
morir de todas maneras, sería mejor que lo hiciera del mejor modo posible, en el fresco aire

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del campo en lugar de una cueva maloliente. Y ¿de qué servía encontrar una cueva llena de
gente que lo único que haría sería echarte? Después de todo, me había acostumbrado a
evitar la gente y buscar mi propio camino.

Pero tampoco me gustaba la idea de morir aquí como aquel soldado en la pampa y
convertirme en un esqueleto curtido. Preguntándome cuál sería la mejor manera de morir,
pensé que debía tener un agujero para mí sola, uno pequeño sería suficiente.
Después de buscar mucho tiempo al fin encontré una pequeña abertura en el suelo. Pero
incluso mientras me preparaba para morir, la comida se convirtió en la siguiente prioridad.
Yo me había comido toda lo que había pertenecido al soldado, y por más que buscaba no
encontraba nada, ni siquiera el extremo de la cola de un camote. Me preguntaba si
verdaderamente me iba a morir en este agujero, y de repente me vino la idea de que nadie
me iba a encontrar, y eso me puso muy triste. Pensé en mi estricto padre, en mi dulce
madre, en mi hermana Yoshiko y Hatsuko que habían llegado al extremo de darme una
cachetada en su ansiedad porque yo comiera arroz, y en Nini que siempre solía jugar
conmigo. Cada uno de sus rostros pasó delante de mí, en mis pensamientos. Qué hermoso y
cálido se sentía el hombro amplio de mi padre cuando me llevaba a cuestas. Y tiernas las
canciones de cuna de mi madre. Pensar en mis padres me dieron un momento de calma.

Fue en esos momentos que vi una rata llevar un pequeño camote en sus patas delanteras.
Cuando me vio, se asustó tanto que dejó caer el camote y se escabulló. Yo también me
había sorprendido mucho, pero estaba con tanta hambre, que tomé el camote corté con
una piedra cercana la parte que la rata había mascado y diciendo: "Oh linda ratita", hundí
mis dientes con voracidad.

"Gracias, señora rata", dije cuando había engullido el pequeño camote. No solamente
estaba agradecida por el camote, sino también porque me dejó saber que había un huerto
en la cercanía.

Gracias a la rata, encontré una vez más el coraje suficiente para seguir adelante en la vida.
Debo encontrar, me dije, ese huerto para comer un poco más de esos camotitos.

Nini, el Conejo

Me puse en marcha al día siguiente y no importaba a dónde me dirigiera pues el páramo era
infinito y no había ninguna huella de algo que remotamente se pareciera a un huerto de
hortalizas. Comenzó a llover y yo sabía perfectamente que me empaparía muy pronto si no
encontraba alguna cueva.

Luego, delante de mí, vi algunas matas que eran más altas que las otras, y debajo, en sus
raíces había un agujero. "Gracias a Dios", pensé, y me deslicé en la pequeña abertura y
aterricé con mi trasero haciendo un ruido sordo. "Dios mío", me dije, estoy sentada sobre
un soldado moribundo. Levanté mi trasero cautelosamente y me asomé a ver.

Era un conejo blanco.

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Tal vez, este conejo era una mascota perdida. Me miraba con sus ojos de color carmesí,
crispando sus bigotes, retorciendo la nariz; temblaba. Parecía aterrorizado por el ruido
continuo de las bombas y proyectiles pues no hizo ningún intento de huir cuando aparecí en
su escondite.

"Disculpa por aparecer tan intempestivamente. ¿Te he herido?". Le dije esto acariciando su
espalda. El conejo relajó sus largas orejas y parpadeó. Las bombas explotaban y lo
estremecían.

"Tranquilízate. Todo está bien. Las bombas revientan en el valle. Este último estuvo muy
lejos."

Tuve al conejo en mis brazos y le hablé cada vez que hubo una explosión. Hablando con él
también yo me sentí mejor. Después de un momento el conejo dejó de temblar.

Ahora, está mejor, ¿no cierto? Tú has estado muy asustado. Vamos a dormir los dos juntos,
¿ya?

Naturalmente el conejo no me respondió, pero era maravilloso tener alguien con quien
conversar. Pronto comencé a sentir somnolencia y antes que me diera cuenta ya estaba
profundamente dormida.

Soñé con Nini, mi hermano que había muerto en Komesu. Él había cogido mi mano y quería
ir conmigo a alguna parte para jugar. En el camino llegamos a un río caudaloso y yo tenía
mucho miedo de cruzarlo y comencé a gritar. En eso Nini cogió mi mano firmemente y me
dijo: "Todo está bien, Tomiko, yo estoy a tu lado. Y ahora ten valor, vamos a cruzar el río".
Luego me cogió con sus dos brazos y me llevó con toda seguridad hasta la otra orilla. Luego
llegamos a una pradera grande cubierta de flores amarillas mostaza, y yo estaba tan feliz
que grité con júbilo cuando comenzamos a jugar en esta pradera. Luego comenzó a
oscurecer y Nini dijo: "Mamá se va a preocupar y es mejor que ahora partamos a casa".

"Yo no quiero partir ahora, objeté. Yo tengo sed. Quiero tomar agua."

"Ah, caramba. Está bien. Toma esto y lo comes de esta manera," me dijo Nini y tomó un
tallo de bambú o de algo parecido –no sé exactamente lo que era- algún tipo de alimento
comestible que crecía en los alrededores, y me mostró como lo debía masticar.

"El jugo es dulce. Pruébalo."

Tomé el talló que él me dio, pero no sentí absolutamente ningún gusto. Luego la escena
cambia; ahora estamos en camino a casa y llegamos otra vez a la orilla de aquel río
caudaloso.

"Dame tu mano, Tomiko. Ahora agárrate fuertemente.

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Me aferraba con fuerza a la mano de Nini, cuando de repente creció la fuerza del río y sentí
como si mis piernas perdían el equilibrio y eran llevadas por la corriente. Yo grité: "Nini,
tengo miedo."

Mi propio grito me despertó. Yo estaba agarrada fuertemente de las patas delanteras del
conejo y su cabeza estaba mojada con mis lágrimas.

Me vino el pensamiento que mi mamá había tenido lástima de mi soledad y había enviado a
Nini en forma de conejo. Sí. Eso había sido.

No tengo idea cuánto tiempo había estado en ese agujero. Me asomé fuera y encontré que
había aclarado completamente, no llovía más y que había aparecido la luna.

Decidí llamar al conejo con el nombre de Nini. Ninguno de nosotros tenía algo que comer, y
así pensé recoger un poco de pasto para dárselo allí en medio de la pampa, cerca de nuestro
agujero. De repente me di cuenta de una mala hierba que parecía exactamente a la clase de
planta que en mi sueño, mi hermano me había mostrado y dicho que comiera. Recogí varias
hojas de esa hierba y lo puse en mi boca. Y, miren ustedes: ¡mi boca se llenó de un jugo
dulce!

Era fantástico. De la misma manera que mi hermano me había dicho en el sueño, las hojas
de esta hierba estaban deliciosas. Recogí también para el conejo Nini algunas de las más
tiernas que las mascó con gusto.

"Nini, soportemos los dos juntos, todo esto, hasta el final." Nosotros podemos vivir aquí en
este agujero. No necesitamos ni espada ni armas para protegernos. Después de todo, esas
armas no protegen a los soldados de ser asesinados. Yo había visto más soldados muertos
que los que podía contar.

El conejo Nini miró hacia arriba mientras yo comía. Tal vez trataba de decirme que
necesitaba algo más de comida. Pero más me parecía que mi hermano muerto me decía:
"Está bien, Tomiko, come esta hierba y sigue viviendo."

Nini me salva la vida

Me decidí encontrar algunas zanahorias para el conejo Nini. Quise llevarme al conejo Nini
conmigo, pero como era blanco, temí que fuera demasiado visible a la luz de la luna.
Además, hubiera sido demasiado cruel si lo matan por segunda vez, después de haber
muerto ya una vez en Komesu.

"Espérame un rato aquí, Nini", le dije. "Voy a buscar algunas buenas zanahorias para ti. Sé
bueno y no salgas."

Puse al conejo en lo más profundo del agujero y luego rellené la entrada con pasto de la
pampa, después até como pude algunos tallos de esta planta y lo coloqué a la entrada del
agujero como señal para reconocer el lugar cuando estuviera de vuelta.

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No me había alejado mucho del agujero cuando vi a cierta distancia algo que parecía un
huerto. Me dirigí al lugar y repetí las palabras "zanahoria, zanahoria" muchas veces, como si
fueran fórmulas mágicas. La pampa de gras de pronto se abrió y me encontré con lo creía
que era un huerto.

Pero cuando vi más detenidamente el lugar encontrado, no encontré verduras sino más
bien una figura que parecía un ser humano. Era algo blanco que se balanceaba. Un fantasma,
pensé, y me dejé caer al suelo. Pero, luego, mirando con más atención, me di cuenta que lo
que había creído ser un fantasma no era otra cosa que la mitad superior de un hombre
vestido con una camiseta blanca utilizada por los soldados. Estaba inclinado hacia adelante
y parecía retorcerse en agonía. Cuando me acerqué más para ver lo que este hombre hacía,
vi que se estaba cortando el propio vientre con una espada corta; no estaba aún muerto, y
tenía un gran dolor. Le oí gemir. Luego vi a otro soldado que sostenía una espada japonesa
larga. Este se puso hasta detrás del soldado que se retorcía y balanceaba. Plegó sus manos y
rezó. Después se movió hacia un lado y vi el filo de su espada destellar a la luz de la luna.

De repente, aterrorizada di una vuelta y comencé a correr como llevada por un fuerte viento.
No quería arriesgarme a ser descubierta.

No tenía en esos momentos la menor idea de lo que había pasado, solamente estaba
espantada. Solamente después de muchos años supe que aquel soldado había hecho
harakiri y que el otro le había asistido cortándole la cabeza para poner fin a su miseria.

Encontré otro lugar donde pude escarbar algunas zanahorias y me apresuré al agujero
donde se encontraba el conejo Nini. Pero el agujero estaba vacío.
¿Dónde podía estar él? Y aquí yo le había traído zanahorias que le gustaban. De repente
me sentí muy molesta. ¿De casualidad me habrá seguido? Yo desandé mi camino de regreso
por la pampa y lo llamaba quedamente "Nini, Nini".

Pero a pesar de toda esta caminata de regreso al campo donde desenterré las zanahorias,
no encontré ninguna señal de él. De repente hubo una terrible explosión detrás de mí. Me
di la vuelta y vi que toda el área alrededor del agujero donde el conejo Nini y yo
encontramos momentos de tranquilidad se había vuelto de color rojo brillante. El pasto de
la pampa era un solo mar de fuego. Una bomba incendiaria había caído directamente sobre
nuestro agujero.

El objeto de una bomba incendiaria es la destrucción de edificios y vegetación y esto se


realiza quemando todo lo que se encuentra en un radio fijo y el calor que ella genera es muy
intenso.

Si el conejo Nini hubiese estado en el agujero en el momento que yo volví, y si yo no hubiera


salido de él en su búsqueda, yo hubiera perecido en este infierno. Se dice que los animales
tienen un sexto sentido que les advierte de los peligros a que están expuestos. Yo creo que
la advertencia de Nini de la bomba incendiaria salvó mi vida. Por eso tengo un gran
sentimiento de gratitud con Nini. Pero al mismo tiempo tengo un gran sentimiento de
tristeza de haber perdido a mi pequeño compañero. "Espero que tú estés vivo en algún

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lugar y que te vaya bien, conejo Nini" le digo, dejando una de las zanahorias para él,
esperando que él la encuentre, si todavía está con vida. Y recito una pequeña oración.

De cueva en cueva

"Si quieres escaparte, ahora es el momento."

La minúscula casita donde yo había pasado toda una noche con el conejo Nini se había
convertido en pura ceniza. El haber soñado con Nini me dio muchas fuerzas para buscar a
mis hermanas y estar con ellas otra vez.

A medida que la luz del cielo comenzaba a clarear abandoné la todavía humeante pampa y
me puse otra vez en camino. Pensé que mis hermanas, probablemente, se habrían
refugiado en una cueva y empecé a bajar hacia el valle en dirección de un acantilado donde
probablemente habría cuevas. Cuando ya había hecho mi camino hacia abajo alrededor de
los afloramientos rocosos, pude distinguir varias cuevas a medio camino en la pared del
acantilado.

"Tengo la sensación que las voy a encontrar allá", me dije cuando subía cuidadosamente por
entre las rocas encaminándome hacia las cuevas.

Viendo desde arriba hacia una de las cuevas percibí algunos soldados acostados en la
entrada. Pero era demasiado empinada la pared del arrecife para llegar a esa cueva desde el
lugar donde me encontraba. Preguntándome cómo llegar a ese lugar me incliné lo más que
pude para ver si había un camino seguro. Y cuando hacía esto accidentalmente toqué una
pequeña roca que inmediatamente se cayó sobre la cabeza de uno de los soldados.

"¡Dios mío!" y detuve la respiración. No había ningún lugar donde poder ir o esconderme.
No había nada que podía hacer, así que me quedé esperando una reprimenda. Pero a pesar
de que había al menos tres o cuatro soldados, nadie se movió ni tampoco nadie dijo nada.

"Ellos están muertos. Me salvé." dije en voz alta sin pensar en nada. Era algo terrible decir
eso que había dicho, pero no pude evitarlo. Yo tenía mucho miedo de los soldados. Pero sin
embargo un soldado muerto ya era otra cosa.

Cuando recuperé la serenidad, tomé el camino lentamente por el acantilado por otra ruta
hacia donde estaban los soldados. Eran cuatro y de hecho estaban muertos. Pero sus rostros
tenían un aire de tranquilidad que parecían que dormían. Había una mochila tirada muy
cerca. Con toda naturalidad vi lo que había dentro. Había solamente cinco o seis caramelos.
Los tomé y me los llevé a la boca y comencé a mascarlos. Luego, me puse a examinar la
cueva, cuya entraba estaba semi-bloqueada.

Más adentro de la cueva pude ver a una chica de mi edad sentada en el regazo de una mujer.
La chica notó que yo comía algo y miró fijamente el movimiento de mi boca. Cuando yo
masticaba crujiendo el caramelo, ella movía su propia boca al unísono.

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"Quieres uno, ¿verdad?" Me incliné y acercándome más a ella, le di el último de los
caramelos que tenía. Luego miré con más atención dentro de la cueva oscura y llamé a mis
hermanas, "Nene, Nene". Pero no hubo respuesta.

No, ellas no están aquí. Voy a buscarlas en otra cueva, pensé inmediatamente. Entonces se
me ocurrió que, si me quedaba allí, ellas vendrían luego. Además, yo estaba cansada. Me
quedé. Me senté junto a la entrada, recogí mis rodillas y las abracé. Después de un rato
alguien me habló desde el fondo de la caverna:

"Muchacha, si quieres escaparte, este es el momento. Nosotros vamos a cerrar la entrada y


nos volaremos nosotros mismos con una bomba. Naturalmente puedes morir con nosotros,
si quieres."

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Salí de la cueva de un salto, me deslicé del arrecife
tratando de alejarme lo más posible del lugar. Poco después hubo una explosión detrás de
mí que retumbó en todo el valle. Nunca supe si el sonido venía de esta cueva o si era la
explosión de un proyectil de la armada norteamericana.

Durante la guerra, en las cuevas, en todas partes de Okinawa, muchas madres que llevaban
a sus hijos a cuestas estaban tan agotadas y agobiadas por la desesperanza que se quitaron
la vida. Todavía tengo en la memoria la leve sonrisa que iluminaba el rostro de aquella
muchacha con quien compartí mis caramelos en aquella caverna.

La persecución

Me sentí tan cansada buscando a mis hermanas, que una vez mientras que estaba
escondida detrás de una roca, me quedé completamente dormida. Me desperté
sobresaltada y al ver a mi alrededor, fui sorprendida por el hecho singular de no poder ver
ni siquiera una hormiga. Esto me llenó de un terror repentino. Pues la desaparición del
conejo Nini me había enseñado que la desaparición de los animales significaba que una
bomba estaba a punto de explotar. Aprendí a no emprender nunca nada antes de
asegurarme que alrededor hubiese animales como hormigas, mariposas, lagartijas o
pericotes. Si no veía ningún ser viviente en mi cercanía, sabía yo que tenía que irme lejos lo
más pronto posible del lugar donde me encontraba.

Estuve buscando de cueva en cueva, día por día. Pero no obtenía ninguna noticia de ellas. Y
pronto se me hizo una obsesión y decidí encontrar a Yoshiko y a Hatsuko de todas maneras,
y así me salía de una cueva cuando aún había luz para continuar mi búsqueda. Finalmente,
las personas que se escondían en las cuevas se resentían por mis incursiones a la luz del día
porque esto me hacía un claro objetivo para el enemigo. Así me convertí en un ser
indeseable a quien no querían tener cerca. Así, a veces cuando me acercaba a una cueva
escuchaba voces como "¡No vengas aquí, ándate lejos! " y no se me permitía entrar en la
cueva. Como yo volvía frecuentemente a una misma cueva, me hacía bastante conocida,
pero esto no me importaba.

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Tuve algunas terribles experiencias en este tiempo. Cuando llegué tal vez a mi quinta cueva,
miré al interior y estaba a punto de llamar los nombres de mis hermanas, cuando de
repente apareció un soldado blandiendo una espada japonesa y con una mirada salvaje en
la cara me gritó: "Es demasiado peligroso dejarte con vida. Te voy a matar."

Me quedé pasmada. Mi padre y los soldados del Cuerpo de Mensajeros siempre me habían
dicho que los soldados estaban allí para protegernos, y aquí pasaba todo lo contrario, había
uno que había desenvainando su espada para matarme.

Corrí con toda mi fuerza para salvar mi vida. Yo podía correr muy bien para mi edad y el
soldado tenía sus problemas para alcanzarme, sin embargo, estaba detrás de mí y yo no
podía zafarme de él. Miré alrededor buscando un lugar para esconderme, pero no había
ninguno.

Llegué finalmente al borde de un acantilado. Más allá de mí había un valle profundo, y


debajo de mí, un precipicio que era agudamente vertiginoso para mis ojos infantiles. Si
saltaba, moriría. Detrás de mi estaba el soldado con su espada desenvainada en su mano
que se acercaba cada vez más. Esto significaba una muerte segura en ambos sentidos. Mi
situación era desesperada.

Todavía busqué una salida. Luego vi una pequeña roca que justamente sobresalía debajo de
mí. Pensando que esta era mi última posibilidad salté sobre ella.

Dando la vuelta, vi la cara enrojecida del soldado justo encima de mí. No solamente podía
escuchar su pesada respiración, sino que también lo sentía en mi propia cara. Con un
gruñido dejó caer su pesada espada japonesa, cuyo filo brillaba intermitentemente. "Con
eso me va a cortar." Pensé y me resigné al hecho que me quedaba poco tiempo para vivir.
Pero no tenía ningún miedo. Extrañamente, lo que me vino a mente, en esos momentos, fue
la escena de harakiri que había presenciado en el páramo. Y pensé en lo mucho que se
parecía esta reluciente espada, que ahora estaba encima de mi cabeza, a la espada blandida
por el soldado que estaba completando el acto para el que se había destripado. Todo eso,
naturalmente duró solamente un corto momento, pero para mí parecía que el tiempo se
hubiera detenido.

Justo en el momento que la espada estaba a punto de cortarme, la roca sobre la que yo me
encontraba se comenzó a mover y cayó al fondo del acantilado, y yo con ella. Perdí el
conocimiento.

Salvada por la suerte

No sé cuánto tiempo pasó hasta que recobré la conciencia. Me sentía como si estuviese
flotando y balanceándome en el aire. "¿Dónde estoy?" me pregunté y cuando extendí la
mano para retener algo, no encontré nada. Traté de dar una patada con ambas piernas,
pero tampoco encontré ningún objeto que hubiese podido tocar. Lo peor era que algo duro
como un palo estaba hurgando en mi estómago. "¿Qué es esto?" me pregunté cuando
descubrí que mi mano tocaba la punta de un árbol. Yo estaba colgada boca arriba sujetada

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por la parte delantera de mi pantalón. Era un árbol que había crecido en el acantilado con
una parte hacia abajo. No quedaba nada del árbol excepto el tronco y sus ramas principales.
Ya no tenía más sus ramas menores ni tampoco hojas. Parecía un árbol muerto.

"He sido salvada. Dios me ha salvado. Deben haber sido mi papá, mi mamá y Nini. Ahora
tengo que seguir viviendo." Me agarré del tronco del árbol y tiré de mi misma como si fuera
gimnasia horizontal. Pero lo único que pude ver debajo de mí era el valle, y encima estaba el
acantilado. No había no otro árbol ni rama, ni nada.

"Me he salvado, pero cómo salgo de aquí". Una vez más me llegó la desesperación y me
sentí como si la espada japonesa me hubiera cortado.

"Bueno, tengo que hacer algo". Retorcí el cuerpo y alargué un brazo para ver si había algo
detrás de mí que yo pudiera retener. Al moverme hubo un fuerte crujido y el árbol retumbo
hasta el fondo del valle conmigo colgado sobre él. El árbol estaba tan deteriorado que no
pudo soportar por mucho tiempo el peso de una niña.

El cielo, el acantilado y el fondo del valle daban vuelta y vuelta frente a mis ojos mientras
caía dando saltos mortales una y otra vez. Finalmente, mi cuerpo se detuvo con un golpe.
Había sido un largo camino y había huellas de esta caída, de cuerpos que caen y rebotan.

"Dios mío he rodado todo este largo camino hasta aquí." Me quedé allí durante algún
tiempo mirando la línea de la tierra que se había desmoronado.

Instantes después comencé a sentir dolores en las rodillas. Cuando vi mi ropa noté que mis
pantalones estaban destrozados y mis rodillas sangraban. Limpié la sangre con mis dedos y
vi que la herida estaba llena de grava. Todo el cuerpo me dolía y descubrí que solamente
tenía el botón superior de mi chaqueta. Todos los otros botones habían desaparecido.
También había perdido mi gorra acolchada. Y mis zapatillas debí haberlas perdido, pues
ahora estaba descalza. "Parezco un trapo viejo." me dije a mí misma. Me tumbé sobre
algunas hojas frías y húmedas y me dormí.

El rio de la muerte

Me desperté con el sonido del agua que fluía. Estaba muy oscuro, pero yo sabía que la luna
aparecería pronto porque pude ver un débil resplandor en el borde del acantilado.

"Hay cerca un río. Esto es maravilloso pues tengo mucha sed". Insegura fui arrastrando los
pies al lugar de donde venía ese sonido. Milagrosamente, ningún hueso parece estar roto. El
rumor del agua que fluía ininterrumpidamente se hacía cada vez más cercano.

"Sí, yo tenía razón, era un río."

Un poco más allá de mí corría un arroyo de montaña, pero no me aproximé inmediatamente.


La experiencia me había enseñado a ser prudente. Si un soldado me reconociera y

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comenzara a perseguirme, esta vez sería con seguridad el fin. Decidí esconderme detrás de
una roca cerca del lecho del río, y estudié la situación.

No pude ver ningún soldado, pero sí vi a algunas personas que echados en la orilla tomaban
el agua del río. Todas esas personas seguramente agitarían el agua y la ensuciarían con
barro, por eso decidí esperar un rato hasta que ellos se fueran y el agua se aclarara.

¿Cuándo fue la última vez que yo bebí agua clara y limpia? Yo esperé mi turno. Además de
los caramelos, de la lata de salmón y de las galletas seca que estaban en las mochilas de los
soldados muertos, yo no había tenido nada de comer desde que me separé de mis
hermanas que no fueran camotes crudos y zanahorias; y si yo tenía sed había chupado el
jugo del pasto que Nini me había enseñado en el sueño o de las aguas de lluvia que se
habían estancado en algunas grietas de las rocas.

Pero a pesar que esperara tanto tiempo ninguno de ellos levantaba la cabeza del río.

"Deben estar terriblemente sedientos", pensé.

No pude esperar más y decidí ir hacia el río. Justo en ese momento uno de las personas
echadas sobre el banco de arena levantó la cabeza y miró en mi dirección. Era una vieja con
el pelo despeinado salvajemente. Cuando vi su cara, involuntariamente dejé escapar un
grito y retrocedí un paso o dos. Sangre corría por debajo de uno de sus ojos, y su cuerpo
tenía un color carmesí desde las mejillas hasta el pecho. Ella ni extendió su brazo hacia mí,
ni dijo nada, solamente hundió su rostro en el agua y no se movió más. Yo sabía que todas
aquellas personas que tienen su rostro dentro del agua, están muertas.

Me dirigí lentamente y con cautela a la orilla del rio. La luna había aparecido en ese
momento y pude ver el camino con toda claridad. Pero esta vez no podía precipitarme como
de costumbre. Ahora estaba descalza pues había perdido mis zapatillas cuando me caí con el
árbol, por eso tenía que elegir el camino con cuidado para evitar lesiones.

Entre las personas tiradas a orillas de los ríos había soldados que yo no había notado antes;
había ancianos, y madres con sus niños muertos ceñidos en sus espaldas. Los cadáveres
flotaban en el río también, llevados lentamente por la corriente, río abajo. Algunos
quedaban atrapados aquí y allá en las rocas. Pienso ahora que ellos han debido ser cerca de
cien.

Vi a una joven que tenía trenzas como las llevaba mi hermana Yoshiko. ¿Y si fuera ella? Corrí
y miré su cara, era una persona bien diferente.

No podía beber el agua de aquí. Comencé a caminar río arriba atravesado por masas de
cadáveres. Lo que vi es imposible de expresarlo en palabras. Era como la descripción del
infierno hecho por un artista. Allí habían seres humanos tirados por todos lados, tantos, que
ni los ojos podían abarcarlos, pero no había ni siquiera una sola voz humana pues todos
estaban muertos. Reinaba el más opresivo silencio. El único sonido era el del agua que se
deslizaba y el sonido de los pasos del único ser que vivía, el mío.

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Qué extraño era ese golpeteo que mis propios pasos producía, como si después de todo
podía haber todavía un ser viviente.

Al final ya no había más cadáveres y el río tenía clara sus aguas. Ahora es el momento de
beber y cuando me incliné y puse mis manos en el agua, retrocedí con horror. El agua se
retorcía de gusanos. Estos no solamente estaban en la superficie, sino más abajo, y también
en la profundidad. "¡Qué horrible! “, pensé, retirando rápidamente mi mano del agua. Me
quedé mirando los gusanos por un momento. Estaban en todas partes y en gran cantidad.
Pero mi garganta estaba reseca y si no tomaba algo ahora, cuando tendría yo la próxima
oportunidad. Yo, con mucha valentía metí las dos manos y empujando a los gusanos pude
beber un poco de agua.

"¡Caramba, qué rica! " Lo dije en voz alta sin pensar. Estaba tan sedienta que quise aún más
agua, me puse de cuatro patas y poniendo a lado a los gusanos bebí y bebí. Cuando terminé
de beber me limpié la boca y sentí que algo me hacía cosquillas en los labios y en la barbilla,
escupí y cuatro o cinco gusanos cayeron al agua. Estos gusanos se habían arrastrado hasta
mi barbilla mientras yo bebía. Pero no me importó. Era la primera vez en tantos días que
había sido capaz de beber hasta saciarme.

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Un encuentro profético

La cueva

Después de alejarme lentamente del río de la muerte comencé a caminar, pero sin rumbo
definido. Al no encontrar a mis hermanas después de todas mis búsquedas, perdí toda
esperanza. Adonde iba, habían cadáveres esparcidos por todas partes; así que comencé a
pensar que también ellas estaban muertas. Decidí entonces concentrar mis fuerzas para
permanecer con vida para enterrar los restos de Nini en la tumba familiar como quería
Yoshiko. Este pensamiento me llenó de tristeza, pues me llevaba a la conclusión que yo era
la única que había sobrevivido.

Decidí evitar acercarme a las cuevas en lo posible y dirigirme a los páramos, a los terrenos
cubiertos de maleza, busqué los matorrales y las arboledas. En estos lugares podía
encontrar más cosas que comer, y también había menos posibilidad de cruzarme con esos
temibles soldados.

Había caminado ya un buen tiempo cuando de repente me encontré en un lugar familiar.


"Yo ya he estado aquí antes. Sí." Aquí habíamos estado Yoshiko, Hatsuko y Chokuyu cuando
huíamos juntos. Estaba ahora en algún lugar cercano a la playa de Komesu. Extrañamente,
mientras que la primera vez, el camino estaba atascado de refugiados, ahora no se veía a
nadie. También la playa estaba desierta y detrás de mí se escuchaba solamente el sonido
continuo de las explosiones y el tableteo de las ametralladoras. Avancé hasta un punto y
luego tuve que retroceder para escapar de las bombas y proyectiles, en dirección al sur.
Ahora con el enemigo en mis talones una vez más había llegado hasta el extremo sur de la
isla principal de Okinawa. Mucho más tarde me di cuenta que debe haber sido entre el
quince y el diecisiete de junio. De acuerdo a los documentos del ejército norteamericano
sobre los avances de sus fuerzas el once de junio mantuvieron una línea desde el pueblo de
Itoman en la costa del suroeste pasando por la montaña central de Yaese hasta el pueblo de
Gushikami en el sureste. El diecisiete, ellos avanzaron casi hasta el sur de Mabuni.

A juzgar por estas fechas, yo he debido entrar al páramo-pampa alrededor del tres o cuatro
de junio y la fuga que emprendí escapándome del peligro de muerte en manos del soldado
que blandía su larga espada persiguiéndome muy de cerca, debe haber pasado entre el seis
y ocho. Todavía no estoy segura en qué valle fue donde pasó mi aparatosa caída intentando
huir de aquel furibundo soldado, pero creo que debe haber sido el curso medio del río
Mukue que nace en Kochinda y desemboca en el mar después de haber pasado por el
pueblo de Itoman. Probablemente deambulé ocho o nueve días después de haber escapado
del río de la muerte, lo que significaría que llegué entre el quince y el diecisiete al extremo
meridional de Okinawa.

Por lo tanto, transcurrieron cinco semanas desde que abandoné mi casa en Shuri, lo que
significa que había estado deambulando sola en medio de la batalla durante casi de un mes.

39
Ver el océano de nuevo, -el azul, el mar azul- observarlo desde mi escondite no me llenó de
emoción. Yo estaba simplemente cansada. Y tenía también hambre. Yo no había encontrado
a mis hermanas. Había perdido ahora mi determinación de enterrar los restos mortales de
Nini en la tumba familiar.

"No creo que quiera seguir viviendo" murmuré entre dientes mientras miraba el mar que se
extendía frente a mis ojos.

Era extraño, no veía ninguna nave enemiga en el mar, ningún avión enemigo en el cielo. Tal
vez eran esos pocos momentos que ningún acontecimiento entraba en el campo de mi
visión. El mar parecía tan apacible que era difícil de creer que eso pertenecía a una batalla
infernal.

"Mientas esté en camino a la muerte, pienso que encontraré una pequeña cueva agradable
y dormiré en ella. Hace tres días que no como y probablemente moriré cuando duerma."

Abandoné la playa y me encaminé hacia algún lugar donde pensé poder encontrar una
cueva adecuada. Un poco después llegué a una que tenía una entrada grande y
suficientemente grande para mí. Al entrar toqué uno de los lados de la cueva y vi niganas
que crecían en una cercana roca.

"Estas son las hojas que una vez papá se comió en nuestro campo". Estiré el brazo y tomé
algunas de ellas y me las metí en la boca.

"Caramba, esto está amargo."

A pesar de mi hambre, el amargor de esta planta hacía imposible aceptarlo.

"Tomiko, si tú comes esto, te hará saludable." Me parecía escuchar en mis oídos lo que mi
padre me decía, pero mi boca sabía tan amarga que necesitaba agua. Así, a pesar que tenía
la intención de morir, fui en busca de agua.

No quería volver a la costa y tomé el sentido contrario. Después de caminar un tanto me


encontré con una pequeña abertura en el suelo cubierto de helechos.

"Una fuente", grité con voz alta anticipándome al sorbo de agua centellante que ya veía
brotar. En mis caminatas con mi padre para ayudarle en el trabajo en el campo a menudo
encontramos lugares cubiertos con grandes plantas de helecho que cubrían manantiales de
aguas frescas. Cada vez que pasaba por estos lugares me detenía un momento para beber
de estos manantiales de frescas aguas.

Corrí ansiosamente y separé los helechos. Pero no había ninguna fuente, ningún manantial.
Había simplemente un agujero en el suelo. Sin embargo, un aroma delicioso brotaba de sus
profundidades. ¿Qué clase de agujero puede ser este? Puse mi cara muy cerca de la
apertura y traté de escudriñar, pero todo estaba tan oscuro que no pude ver nada en

40
absoluto. Pero todavía podía oler aquel delicioso aroma. Era como el delicioso aroma del
misoshiru11 de mi madre.

Sí, ¡eso era! Ya no podía contenerme más tiempo. Entonces decidí investigar. No podía ver
lo que había abajo, pero si era algo de comer no podía ser peligroso. Pero ¿cómo entrar en
él? El agujero era apenas lo suficientemente grande para mí para atravesarlo, pero
apretándome mucho. Sí, eso es, pensé. Primero con los pies, naturalmente. Recordaba que
mi padre decía que la cabeza era la parte más valiosa del cuerpo y que debemos siempre
tomar mucha atención con ella. "Si no estás seguro lo que tienes delante de ti", solía decir,
"siéntelo primero con los pies".

Así bajé primero con los pies. Pero ellos colgaban simplemente en el aire. Fijando mis manos
al borde del agujero para mantenerme bajé un poco más y moví mis pies en círculo hasta
sentir el fondo. Ahora yo estaba bien. Cuando llegué al fondo la cueva encontré que ella era
más grande de lo que había esperado. Miré a mi alrededor pero no pude ver lo que allí
había.

Finalmente, cuando mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, pude apreciar el


interior de la caverna. Yo estaba en un túnel de un diámetro de aproximadamente un metro
treinta y cinco centímetro y de unos dos metros y medio hasta la apertura de la caverna. El
túnel se alargaba unos metros al final del cual había un superficie más bien plana. La única
luz que había era la que entraba débilmente desde la apertura del agujero.

Entonces vi algo que pensé que era una persona sentada, con la espalda recostada contra la
pared de la roca. Cuando miré aún con más atención me di cuenta que era un anciano que a
su vez me miraba atentamente. ¡Dios mío!, pensé, ¿voy a ser expulsada otra vez? ¿Qué
hago? Rápidamente le di al anciano una sonrisa amable.

"Ven aquí, muchacha", dijo el anciano con voz cariñosa. Todo estaba bien y di un suspiro de
alivio.

"¿Con quién estás hablando? dijo otra voz que salía de su izquierda. Vi que había una viejita
bien delgada sentada junto al anciano un poco más dentro de la cueva.

Acepté la invitación del anciano y me acerqué a ellos. "Bien, ¿no quieres sentarte?", dijo el
anciano.

"Sí, gracias." respondí y me puse en cuclillas, frente al anciano, juntando mis rodillas. Me
senté de esta manera en caso que él me dijera que me vaya, así podía reaccionar
rápidamente. Era un hábito de sentarme que había adquirido para estar en el lado seguro.

Fue entonces que me di cuenta por primera vez que el cuerpo del anciano no era normal.
Los dos brazos habían sido amputados a la altura de los codos y las dos piernas a la altura de
las rodillas. Porqué, parecía como un daruma, me dije12.

11
Nota de Ganaha: Sopa de pasta de miso.
12
Daruma. Los muñecos daruma no tienen brazos ni piernas y son la representación de los monjes budistas
hindú Dharma, quienen meditaban tanto tiempo en una caverna que sus extremidades se atrofiaban.

41
¿Cuándo habían sido amputadas las extremidades del anciano? Los muñones habían sido
vendados con tela blanca sobre el cual salía sangre en algunos lugares. Yo estaba
horrorizado de ver gusanos revolcarse sobre el paño. Tenía el aspecto de una lamentable
figura. En cuanto a la anciana, ella me miraba fijamente, sin mover la cabeza, sin mover los
ojos.

El anciano preguntó por mi nombre.

"Soy Tomiko Matsukawa." respondí. "Y tengo seis años."

Pensándolo ahora, si eso pasó a los alrededores del diez y seis de junio, yo había cumplido
justamente siete años, pues mi cumpleaños es el catorce de junio. Yo había perdido todo el
sentido del tiempo.

"¿Y cómo has venido hasta aquí? " volvió a preguntar.

"Yo vengo de Shuri", expliqué, "con mis hermanas Yoshiko y Hatsuko y mi hermano Chokuyu.
Pero a mi hermano lo mataron con una bala en Komesu. Yoshiko, Hatsuko y yo lo
enterramos en la arena. Luego las tres nos escapamos a las colinas. Pero yo he perdido a
Yoshiko y Hatsuko. Después he dormido en el campo y he buscado a mis hermanas pero no
las he podido encontrar. Yo estuve caminando al azar y encontré este agujero.

"Y qué ha pasado con tu padre y con tu madre?"

Mi padre se marchó a Makabe donde servía a una unidad de Cuerpo de Mensajeros y no


volvió. Él nos dijo que si no volvía a casa nosotros debíamos hablar sobre ello y decidir el
mejor camino. Así, Yoshiko decidió que fuéramos al sur. Mi madre falleció mucho tiempo
antes."

Esta breve reseña era lo mejor que podía contar con mis siete años. Mientras yo hablaba, el
anciano asentía con la cabeza diciendo, "Sí, sí, comprendo", mientras la anciana a su vez
afirmaba tenuemente. "Pobrecita" y secaba sus lágrimas con la manga de su kimono,
cuando yo les conté de la muerte de Nini y de mi madre.

"Bueno, bueno. Así es como todo sucedió. Tú eres una buena chica. Y ya no necesitas ir a
otro lugar. Tú puedes quedarte aquí con nosotros."

Cuando escuché sus palabras, me dejé caer sobre mi trasero con mucho alivio. Hasta aquel
momento, yo había sido echada de más cuevas que lo que podía contar como si fuera un
perro o un gato. Yo estaba tan terriblemente feliz que, aunque sabía que era mala
educación estiré mis piernas delante de mí como lo hacía siempre en casa.

"Tú debes tener mucha hambre." dijo el anciano.


"Hay algo de comida en la plataforma, sírvete. Pero no comas demasiado a la vez. La guerra
puede durar todavía mucho tiempo. Y no hables muy alto pues un espía puede
encontrarnos y arrojar una bomba aquí.

42
La paz entre los tres

La cueva estaba, en general, en su estado natural con excepción de una de las paredes que
parecía haber sido trabajado ligeramente por manos de alguna persona. En este muro había
una especie de plataforma que consistía de una balsa de troncos cortos de leña atados uno
con otro. En esta plataforma había comidas de primera necesidad como frijoles de soya, un
tarro de azúcar, kombu (algas) y en un rincón se veían colgados tres o cuatro filetes de
bonitos secos. También había, medio enterrado en la tierra, una vasija de barro en la cual
se apreciaba pasta de miso y al lado del anciano había un bote de sal. Debajo del lugar
donde había un manantial que se filtraba a través de una grieta en la pared, se veía una
jarra de barro marrón llena de agua fresca y clara y por encima de la jarra, un cucharón.

Después de haber experimentado la rudeza y el maltrato en el mundo exterior, esta cueva


me parecía el palacio de los ensueños. No tenía reservas en todo lo que respectaba
quedarme allí para siempre, y quise ser una chica obediente.

Lo primero que hacía cada día era tomar un poco de sal del bote que el anciano tenía en su
cercanía y lo aplicaba sobre sus heridas a través de las vendas. También alejaba a los
gusanos. Algunas veces cuando lo veía arrugar su rostro como si tuviera él algún picor en
algún sitio, yo le asistía buscando y rascando el lugar que lo atormentaba; luego él se
inclinaba otra vez sobre la pared y comenzaba a roncar suavemente con gran alivio. A veces
le frotaba la piel cerca de sus llagas rojas e hinchadas. En caso de algún brote de pus, lo
apretaba con todas mis fuerzas hasta expulsarla de la piel, luego ponía sal sobre ella. Veía en
su rostro toda expresión de dolor, pero él nunca se quejaba; simplemente veía lo que
acontecía con cierta distancia y mostraba fortaleza de espíritu.

"Tomiko", decía él mirándome con bondad amorosa, "a mí me va mucho mejor, gracias a ti.
Tú me has salvado la vida. A veces pedía a la abuela que me rascara algún lugar del cuerpo
donde me picaba que yo mismo no podía hacerlo, pero no ella podía satisfacerme con
mucha frecuencia porque ella es ciega. Por eso me rascaba yo contra la pared, pero me
dolía si tocaba las llagas. Y cuando usaba a esos tenaces gusanos para que mordieran las
llagas, no podía soportar el dolor. Yo trataba de quitarme las llagas con el roce de la pared,
pero una vez que esos pequeños demonios te mordían, no te soltaban. Pero ahora Tomiko,
con sus amorosos dedos, me libera de todas esas plagas y me siento muy bien. Te estoy muy
agradecido."

A veces, se veía algunas lágrimas en su rostro cuando contaba cosas parecidas.

A la hora de comer yo tomaba los alimentos que estaban debajo de la plataforma y los
repartía siguiendo las instrucciones de la abuela. Solía alimentar al abuelo porque él ya no
podía tomar los alimentos por sí mismo. Cortaba el alga y el bonito en trozos pequeños y se
los ponía en la boca. Después de comer las algas o el miso, solía beber gran cantidad de
agua. Llevarle el agua de la jarra era otras de mis deberes.

43
Al abuelo le encantaba el miso y solía pedirlo como el primer alimento. Yo le daba el bocado
en la boca y él cerraba a media los ojos cuando comía de la misma forma como lo hacía el
conejo Nini. Era muy dulce la forma como el abuelo abría la boca cuando yo le daba de
comer como si él fuera un bebé. Sus bigotes solían hacerme cosquilla en los dedos y a la vez
hacía reír también al abuelo.

A pesar de haber perdido los dos brazos y las dos piernas el abuelo parecía ser vigoroso y
tener buena salud. Su palidez se debía o bien a la larga estancia en la cueva sin tener
contacto con la luz solar o bien a la gran cantidad de sangre que había perdido en sus
heridas. Todavía tenía un bigote bien parecido, amplio pecho y vigorosos hombros. Pero
sobre todo tenía un magnifico porte y siempre estaba sentado con la espalda recta.

La pasta de miso (andamiso) tenía algunos trozos de carne de chancho, así como también
kion (jengibre) y azúcar moreno y era absolutamente delicioso. Cada familia tiene su propia
receta para preparar el andamiso y siempre hay sutiles diferencias entre ellos. El miso de
esta pareja de ancianos se parecía mucho al que solía hacer mi madre, pero también al mío.
Era verdaderamente bueno. La anciana dama ha debido hacerlo antes de haber perdido la
luz de sus ojos.

Ella era una dama de gran belleza y refinamiento. A pesar de su ceguera ella era capaz de
cuidar por sí misma. Pero ella casi era solamente piel y hueso y parecía bastante débil. Ella
solicitaba el bonito, y cuando yo le daba un pedazo grande, ella lo rechazaba; y cuando ella
bebía agua, ella derramaba el agua en su regazo a menos que yo no le alcanzara la taza. Sus
dientes no estaban en buenas condiciones, por eso necesitaba de mucho tiempo para
comer. No podíamos cocinar en la cueva. Y lo único que podíamos hacer es preservar la
comida, mayormente comida seca y por consiguiente dura. Así tenía que yo que masticar el
bonito, las escamas, por ejemplo, para ella y dárselo mucho más blandas.

"¡Oh, qué suaves y blandos están estos copos de bonito! " Decía ella con una reverencia,
girando sus ojos sin luz hacia mí.

La anciana no era fuerte y pasaba gran parte de su tiempo descansando tendida. Ella decía
siempre que padecía de mucho frío y para eso se cubría con un paño viejo y harapiento.
Encontré un viejo kimono que pertenecía al anciano y la cubrí con él.

"¡Qué chica más amable eres tú, Tomiko! Cómo desearía ver tu cara", decía ella estirando su
delgada mano y encontraba mis mejillas y las acariciaba. "Tú tienes la cara exactamente
como yo me la imaginaba", continuaba diciendo, "Tú tienes una cara tan dulce, ah, si yo la
pudiera ver". Una lágrima caía de un ángulo de sus ojos semi-cerrados.

Ella tenía una memoria maravillosa; y si había dicho que no veía, recordaba, sin embargo,
exactamente cada cosa y en qué lugar se encontraba. Ella decía cosas como, por ejemplo:
"Tomiko, tráeme por favor el bote con el azúcar moreno. Es el segundo de la derecha en la
plataforma". Ella nunca cometía un error. Fue ella sin ninguna duda que había enterrado
parcialmente la vasija de barro del miso en la tierra para evitar que el miso se
descompusiese.

44
Era la primera vez en mucho tiempo que no tenía que seguir caminando y deambulando,
que no era expulsada de alguna cueva, que no tenía que buscar algo de comer en la mochila
de un soldado muerto. Era realmente un tiempo de descanso y paz espiritual para mí.

Escenas del infierno

Sin embargo, la Guerra del Pacífico continuaba en el exterior de la cueva y las luchas eran
más feroces a medida que la guerra llegaba a su fin. Nuestra cueva era un cielo de paz en
esta área de infernal combate. ¡Nosotros estábamos como bendecidos! ¿Pero cuánto
tiempo podía durar esto? Cuando terminaba mis cuidados o atención a esta pareja de
ancianos sentía un profundo momento de felicidad.

Pero, por otro lado, las escenas de horror imposible de olvidar que había presenciado
después de la separación con mis hermanas, volvían a atormentarme. Una de esas
experiencias había ocurrido en la noche cuando yo buscaba a mis hermanas. Todo estaba en
silencio con excepción del sonido del viento. Yo había descubierto una cueva y
agachándome entré en puntillas.

Dentro oí el grito de un bebé, que poco a poco se hacía cada vez más alto. Rápidamente me
escondí y observé la entrada de la cueva. Muy pronto apareció una joven mamá con su bebé
a la espalda que era empujada de la cueva por cuatro o cinco soldados. La madre,
apuntando hacia el interior de la cueva se inclinó una y otra vez delante de los soldados.
Parecía que ella les rogaba a los soldados que la dejara ingresar a la cueva, pero éstos se
mantuvieron imperturbables y no le permitieron entrar. Estuvo todavía algún tiempo parada
delante de la entrada, luego perdió el resto de la esperanza que tenía y se marchó
agachando la cabeza.

"¡Pero qué peligroso es caminar de esa manera! " me dije y justo en ese momento una
ametralladora comenzó su feroz martilleo, ella giró como un trompo sobre su eje y se
derrumbó. No se volvió a mover, pero el bebé a su lado seguía gritando. Luego vi una
sombra negra salir de la cueva, se arrastró hasta donde ella yacía, tomó el bebé de la
espalda de ella y rápidamente se escondió detrás de la primera roca. El grito del bebé se
hizo menor gradualmente y luego desapareció en la distancia. La cueva se quedó en silencio
otra vez, y el único sonido perceptible era el susurro de los árboles al viento.

No tuve el suficiente valor echar otro vistazo en el interior de la cueva. Lentamente di


marcha atrás y abandoné el lugar para buscar otra cueva.

Dos o tres noches después de aquella, me acerqué con mucha cautela a una cueva cuando vi
a unos quince soldados acostados en una fila en una zona rocosa frente a la entrada de una
cueva mientras un soldado que llevaba una espada, -pensé que era el oficial superior-, se
paseaba cerca del grupo. Me pregunté que iría a pasar y me escondí detrás de un árbol
grande y comencé a observar. Los soldados que estaban echados en el suelo parecían estar
heridos y no se movían mucho. Mezclado con un sordo gemido que parecía más a un aullido
de perros tristes, pude escuchar varios gritos. Eran gritos de "socorro, socorro" y de un
ronco "mátenme rápidamente", seguido de algunas súplicas: "Líbrenme de mi miseria, por

45
favor, lo más pronto posible". Parecía arrancado de las profundidades del propio tormento.
Jadeando y buscando aire para respirar alguien gritaba: "Madre", y otro se despedía con un
"adiós" seguido de un nombre de mujer. Los gritos eran tan patéticos que no podía soportar
escucharlos.

"Lo siento, no hay balas suficientes. Voy a tener que hacerlo de esta manera." El oficial con
la larga espada a su cintura tomó una espada corta de uno de ellos y comenzó a apuñalar a
los soldados heridos hundiendo su cuchillo en el lado izquierdo de la garganta. Cada uno
dejó escapar un grito ahogado y cayó de espalda inerte e inmóvil.

"Lo siento, lo siento. Perdónenme." decía el oficial cada vez que hundía su puñal en la
garganta de un soldado después de otro.

Luego, uno o dos de ellos gritaron, "Pare, pare, déjenos en paz" y empezaron a gritar y llorar,
y algunos incluso comenzaron a arrastrarse y escapar, con lo cual el movimiento del oficial
se convirtió cada vez más rápido y más rápido a medida que saltaba de un soldado a otro
levantando su cuchillo como un hacha, al igual que un animal salvaje atacando a su presa.

Yo era muy consciente de la razón de esta crueldad. Era debido a que las quejas de los
soldados heridos podían ser escuchado por el enemigo y provocaría una lluvia feroz de
fuego de las metralletas. Yo sabía de esto porque cuando yo iba de cueva en cueva
buscando a mis hermanas lo hacía en voz alta hasta que un soldado que cuidaba la entraba
de una de las cuevas me dijo: "Cállate, pilluela, el enemigo te escucha. Y no serás tú quien
muera, sino todos los que están en la cueva. Ándate." Y yo había sido perseguida por el
soldado con la espada larga y que, por un pelo, casi me mata.

Todavía me parece impensable que uno de nuestros propios soldados pudiera asesinar a
una madre indefensa, a pequeños niños como yo, o a un bebé, solamente para salvar su
propia piel.

La guerra enloquece a la gente. Aquella madre pudo haber sido la hija de esta pareja de
ancianos. Uno de los soldados heridos pudo ser su hijo. Tal vez fueron también testigos de la
escena. Esto me rompió el corazón.

A pesar que la pareja de ancianos me preguntaba de todo sobre mi persona, ellos nunca
dejaron filtrar alguna información sobre ellos mismos –de dónde venían, cómo habían
llegado a esta cueva, qué clase de trabajo hacían ellos, o sobre su familia e hijos. Me
pregunté quién había traído al anciano hasta esta cueva, a este anciano cuyos miembros
habían sido amputados, y a la anciana dama, que era ciega, quién la había traído aquí. Era
imposible que ellos hubieran venido solos hasta aquí. Quería preguntarles ya todo el tiempo,
pero no podía hacerles estas preguntas. El anciano parecía desconfiar que espías pudieran
descubrir esta cueva y yo sentía, en mi mente infantil, que no debía hacer demasiadas
preguntas, por lo que ni siquiera pude enterarme de sus nombres.

46
El valor inapreciable de la vida (Nuchi du Takara)13

Al verme sumido en mis propios pensamientos un día me preguntó el anciano: "¿Qué pasa
Tomiko, te sientes sola? "

"No, no me siento sola" respondí.

¿Realmente?"

"Sí, realmente, porque le tengo a Ud. abuelo. A mi abuelo y a mi abuela". Lo miré fijamente
y sin parpadear. "¿Puedo quedarme aquí para siempre? ¿Puedo quedarme con usted y con
abuela? Quiero estar aquí con ustedes cuando muera. "

Los dos comenzaron a llorar antes que yo terminara de hablar. Cuando vi esto yo estaba tan
emocionada que no pude continuar a hablar. Después de un instante, el anciano volvió a
hablar: "Estoy muy agradecido que tu pienses de esta manera, Tomiko. Que tú quieras morir
con nosotros. Pero Tomiko tú todavía eres una niña. Tú eres fuerte. Tú no debes hablar de
morir. Tienes de elevar tu espíritu. Tomiko, la cosa más preciosa en este mundo es la vida
humana, estar vivo." Mirándome directamente a los ojos habló lentamente y haciendo
grandes esfuerzos para hacerme entender.

"¿Qué quieren hacer usted y la abuela?"

"Estamos condenados a permanecer aquí."

Ellos tienen un pacto de morir aquí, en la cueva, pensé, y me van y echar de aquí. Decidí
decirles una vez más cómo me sentía. Esta vez quería dejar las cosas muy claras. "Abuelo,
abuela. Yo quiero quedarme aquí. Por favor, déjenme estar aquí con ustedes. Yo no tengo a
nadie más. Yo he hecho grandes esfuerzos para encontrar a mis hermanas, pero no las he
encontrado, y creo que ellas están muertas. Mi hermano Chokuyu murió en Komesu. Dos de
mis hermanos mayores se alistaron al ejército y partieron hacia la lucha y no regresaron más.
Mi otro hermano se fue a las islas principales y nunca volvió. Mi hermana mayor está casada
y vive en Naha, pero allí donde cayeron las primeras bombas, y mi padre decía que toda la
ciudad está quemada, destruida y ella debe haber muerto. Y mi segunda hermana mayor se
casó y se fue a Saipan. Es decir que yo soy la única que vive. ¡Por favor abuelo, deje que me
quede! Por favor abuela dígale al abuelo que me permita quedarme. Por favor abuela dígale
al abuelo que no me eche de aquí."

Puse toda mi alma y todo mi corazón en esta súplica. La anciana no hacia otra cosa que
sollozar. "Tú no necesitas decir una palabra más, Tomiko", dijo el anciano. "Hemos
comprendido."

Ellos me han comprendido, pensé y los miré muy agradecida. Pero las próximas palabras del
anciano no eran las palabras que yo había esperado.

13
Nota de Ganaha: Proverbio okinawense, nuchi du takara: La vida es un tesoro.

47
"Ahora, escúchame con toda tu atención, Tomiko. "Te dije hace un instante que la cosa más
preciosa del mundo es la vida humana. Pero tu vida no solamente te pertenece a ti.
Pertenece también a tu padre y a tu madre que te trajeron al mundo. Y precisamente
porque ellos han fallecido, ellos siguen viviendo en ti. Tú tienes su sangre. Tu sangre es la
misma que la sangre de tu padre y de tu madre. Así, tu deber es poner toda tu atención y
vivir tan largamente posible. ¿Entiendes lo que te he dicho hasta ahora?"

"Sí, abuelo, he comprendido" contesté.

"Muy bien. Eres una buena chica. Tomiko. Bueno, ahora en cuanto a nosotros, tú misma
puedes ver que no estamos en muy buena forma y no podemos esperar vivir mucho tiempo.
Naturalmente intentaremos vivir tanto tiempo que nos sea posible, pero no será muy largo.
Tú, sin embargo, si te acuerdas a veces de este viejo hombre y de esta vieja mujer,
estaremos contentos, es todo lo que te pedimos. Aun cuando nuestros cuerpos mueran,
nosotros queremos ser capaces de vivir en tu corazón. Esto nos hará felices. ¿Puedes
comprender esto?"

El anciano me miró con su ojos grandes y bondadosos. Ellos estaban húmedos de lágrimas.
Yo no dije nada. Simplemente asentí con la cabeza. Yo sabía que si intentaba hablar, lloraría.
Entonces decidí hacerle todavía una súplica y miré al anciano. Pero la mirada en sus ojos
había cambiado. Su expresión se había vuelto seria. Ya no era el "bebé" que todavía
solamente tiene el hábito de alimentarse, me di cuenta entonces que por triste y doloroso,
el día llegaría inevitablemente en que tendría que dejar esta cueva y despedirme de esta
vieja y amorosa pareja.

Desde ese momento cada vez que ellos no me miraban, había hecho como un punto de mira
tanto el rostro del anciano como de la anciana. Si hubiese tenido lápiz y papel y hubiera
poseído el talento de dibujar hubiera hechos muchos retratos de ellos. Pero como carecía
de todo esto, estaba obligada de usar mis ojos como lápiz y mi cerebro como lienzo de tal
manera que no olvidara como ellos eran.

Traté de no pensar en la tristeza de la separación inevitable, y para eso busqué actividades


adecuadas, como por ejemplo taponear los orificios de la pared donde se filtraba agua, o de
juntar piedritas para luego contarlas. También me esforcé mucho para no dejar ocasión que
nuestros ojos se encontraran.

Una vez cuando el anciano me llamó para que le rascara allí donde le picaba y luego se
recostó contra la pared y comenzó a roncar, la anciana que estaba acostado al lado, me dijo
con pequeña voz, "No le rasques mucho, Tomiko, pues cuando te vayas, yo soy la que
tendré que hacer eso".

"No se preocupe", le respondí, haciendo un mohín miserable. "Yo no voy a ir a ninguna


parte. Yo no quiero partir."

"No, no, Tomiko. ¿No te dijo el abuelo, justo hace poco, que la vida es lo más precioso que
tenemos? Eso es absolutamente cierto, yo lo sé. Y además de eso, Tomiko, aún si no tienes
familia, puedes crecer y llevar una buena vida."

48
Como no quería preocupar más a la anciana, por temor que sería malo para su salud, le dije:
"Sí, abuela, lo entiendo." Y luego me puse a jugar con mis piedritas.

Cuando me sentía ya completamente en casa dentro de la cueva, hice un descubrimiento.


Me encontraba jugando a la derecha de la parte posterior, donde había una grieta en el
suelo cerca de mis pies. El agua se filtraba por las paredes de la cueva escurriéndose en la
grieta y vi que corría por el suelo de la cueva como un pequeño canal. Se conectaba con el
agujero que nosotros utilizábamos como retrete. El agua lavaba nuestras heces – un inodoro
natural. Por eso, a diferencia de las otras cuevas que olían a orine y heces de muchas
personas, esta cueva era un lugar agradable, con aire fresco que siempre lo atravesaba.

Recordé las palabras de mi padre en todo este tiempo. Cuando iba al fondo de la cueva me
pareció oir una voz que me decía: "Tomiko, hay cosas como el destino. Es algo que tú no
puedes revertir. Tú no puedes decidir dónde o cuándo vas a morir. Si es tu destino morir, te
vas a morir, donde te encuentres." Fui capaz de existir sola en la pampa-pantano con los
animales después de haber sido separada de mis hermanas, porque estaba bien preparada
para morir si ese hubiese sido mi destino.

Cuantos animales he visto en la pampa-pantano: cabras, perros, gatos, también un chancho.


Una vez encontré de golpe, una cabra, y me pregunté si huiría de miedo, pero no, se acercó
a mi balando. Cuando estaba tan cerca que pude haber tocado sus barbas, se produjo una
enorme explosión en nuestra cercanía y la cabra se disparó con una enorme velocidad a
través de la pampa. Los gatos desaparecían inmediatamente cuando me veían, pero los
perros parecían bastante dóciles y se me acercaban. Pero yo desconfiaba de los perros
salvajes, sobre todo después de haber visto tres o cuatro de ellos devorar la carne de un
soldado muerto. Era extraño pensar que aún un militar poderoso pudiera ser vulnerable en
esta forma. Cada vez que caminaba por la pampa llevaba siempre un palo conmigo para
ahuyentar a los animales si era necesario.

Los chanchos eran bien graciosos. Cuando nos encontrábamos siempre ponían la cabeza a
un lado como si quisieran evaluar la situación y satisfecho de considerar que yo no tenía
ninguna mala intención, se volteaban, me daban la espalda y se iban hacia las pampas.

También estaban allí naturalmente las hormigas quien me llevaban hacia alguna comida, las
ratas a los camotes, y Nini el conejo que me protegía de directos ataques de las bombas
incendiarias. Me pregunto ahora adónde se habrá ido Nini el conejo después de haberme
salvado la vida.

Estos eran las clases de pensamientos que pasaban por mi cabeza cuando jugaba al fondo
de la cueva. Mientras que estuviera fuera de su vista tenía la posibilidad, pensaba, que el
anciano no me dijera que me marche.

49
El cumplimiento de mis deberes

La despedida apresurada

Muy pocos días habían pasado desde que había llegado a la cueva de los ancianos, y ahora
estaba viviendo en un complejo estado de ánimo desgarrado entre la seguridad y la
inseguridad. Un día cuando estaba jugando en la parte posterior de la cueva, oí a la pareja
de anciano hablando de algo en voz baja. Me asomé a un recodo de la cueva para averiguar
lo que ellos decían. La anciana solía estar echada un poco apartado del anciano, pero ahora
ella estaba inclinada frente a él y hacía algo. Y lo que ellos decían era lo siguiente:
"Apresúrate y haz una bandera con la parte delantera de mi taparrabos. Las fuerzas
norteamericanas están muy cerca".

"Sí, pero, cómo. No tenemos tijera."

"Usa tus dientes. Tus dientes están bien. Rásgalo con tus dientes." "Muy bien."
"Date prisa. Allí está el altavoz de nuevo."

Justo en ese momento escuché una voz muy curiosa fuera de la cueva. Parecía estar
hablando en japonés, pero de alguna manera no sonaba como mi lengua materna. ¡Qué
extraño! Quería saber lo que se decía y corrí hacía la entrada de la cueva pasando a través
de los ancianos. Y esto es lo que escuché:

"Pueblo de Okinawa. Yo soy un nisei. Mi padre y mi madre son de Okinawa. Por favor,
créanme lo que le estoy diciendo. Salgan de allí rápidamente. Las fuerzas armadas
norteamericanas no matan a civiles. No hay tiempo que perder. Es peligroso quedarse en las
cuevas. Las cuevas serán bombardeadas muy pronto. Por favor salgan inmediatamente.
Pueblo de Okinawa, la guerra ha terminado.

Nos están pidiendo que nos entreguemos. Era un anuncio en altavoz. Y se repitió una y otra
vez. "Pueblo de Okinawa. Yo soy un nisei...

"Ya ves, tenemos que apurarnos."

"¿Este es el lugar correcto?"

"Eso es. Agárralo con tus dientes. Así está bien."

El anciano parecía agitado. Dijo que iba a ser una bandera, pero me preguntaba qué clase de
bandera. La anciana parecía tener la cabeza entre las piernas del anciano y estaba tratando
desesperadamente de desgarrar con sus dientes usados y desiguales la parte delantera del
taparrabo del anciano. Este trataba de ayudarle girando y empujando hacia adelante su
torso sin extremidades.

50
Después que algún tiempo había pasado, cuando la graciosa voz en el altoparlante fuera de
la cueva comenzó otra vez su mensaje, la parte delantera del taparrabo había sido
desgarrado, y de ello resultó una larga tira de tela blanca.

"Ahora tenemos que convertirlo en un triángulo."

"En triángulo". Dijo la anciana, sintiendo la tela con sus manos. Voy a rasgarlo en este lugar.

"Sí, desgárralo diagonalmente desde aquí." "Haz un triángulo. Muy bien."

Otra vez comenzó la anciana a desgarrar la tela blanca con sus dientes que no engranaban
adecuadamente. Una persona con buenos dientes hubiera podido hacer esto con mucha
mayor facilidad; pero no eran sólo los dientes, también sus manos se habían vuelto muy
débiles, por eso no avanzaba rápidamente. Pero sin embargo la anciana trabajaba
desesperadamente.

"Sigue así, ya casi está listo." El anciano tenía puesto un ojo en la entrada de la cueva y el
otro en el progreso que hacía la anciana. Luego murmuró para sí mismo:

"Espero que esto esté listo a tiempo."

"¿Lo he hecho en triángulo?" preguntó la anciana, tendiendo la pieza de tela hacia el


anciano.

"Sí. Es un triángulo", dijo él, moviendo la cabeza con satisfacción. "Tú lo has hecho. Lo
lograremos." Luego se dirigió hacia mí y parecía más serio de lo acostumbrado. "Tomiko,
encuentra algo con lo que podemos fijar esto. Un palo largo, o algo así. Apúrate. "

Encontré una rama de árbol cerca de la entrada de la cueva y se lo llevé a la anciana,


después de lo cual el anciano le dijo a ella: "Amárralo en forma segura de tal manera que el
nudo no se deshaga. Asegúrate que esté bien fijo. No debe desatarse de ningún modo. Una
vida valiosa está en juego.

"Sí, comprendo." La anciana trató de atar la pieza triangular de tela a la rama, pero su visión
era tan mala y sus dedos tan débiles, que no pudo atar los nudos correctamente. Yo fui
incapaz de soportar esta situación más tiempo y ofrecí mi ayuda con la esperanza de no
interferir, y la anciana y yo atamos la pieza de tela que había sido el taparrabos del anciano.

"¿Esta bien así? ¿Piensas tú que se mantendrá así?", preguntó la anciana.

"Sí, está muy bien." Respondió el anciano. "Esto es una bandera espléndida. Tomiko, trata
de agarrarla".

Hice lo que el anciano me dijo y tomé la rama. Cuando yo lo hacía, la anciana volteó sus ojos
sin luces y dijo: "Apúrate, Tomiko, anda levántalo."

51
"¿Qué? ¿Levantar esto? ¿Yo? Yo no quiero hacerlo. No. Hasta ese momento no tenía
ninguna idea que la bandera era para mí. Y yo estuve tan sorprendida que me negué sin
pensar. Y además, aunque me dijeran que tomara la bandera y me fuera, afuera estaban los
norteamericanos y hablaban un curioso japonés. Si yo salía levantando esta llamativa
bandera blanca, estaba yo muy segura que sería fusilada inmediatamente.

"Tomiko, todo el tiempo que sostengas esta bandera blanca, estarás en completa
seguridad." Dijo el anciano. "Es un símbolo entendido en todo el mundo. Tu estarás en
completa seguridad."

"Si es absolutamente seguro, entonces usted y el abuelo vienen conmigo", dije cogiendo la
mano de la anciana. Pero el anciano respondió: "Nosotros nos quedaremos aquí. Tú te la
arreglarás muy bien sola, Tomiko. Debes apurarte y marcharte." Me miró muy fijamente y
sus ojos se abrieron con intensidad.

"Yo quiero quedarme con el abuelo." dijo la anciana. "Hemos estado juntos mucho tiempo y
seguiré estando con él. No quiero separarme de él." apartó suavemente mi mano, y se
retiró de nuevo a la pared, se apoyó contra ella, sentada justo al lado del anciano.

Yo sabía que el anciano era demasiado grande para pasar por la estrecha entrada y la
anciana demasiado débil. Pero pensé que debía haber otra entrada que yo no conocía y que
a través del cual ellos podían escapar sin ser visto. De lo contrario, ¿cómo podrían haber
entrado? Pensé que debía haber una entrada lo suficientemente grande para una persona
adulta.

Y entonces pensé en aquella noche en que vi a un oficial apuñalar con su espada hasta la
muerte a quince o dieciseis soldados gravemente heridos, uno después de otro. Incluso si
hubiera otra entrada por donde la pareja de anciano pudiera escapar, por las graves heridas
del anciano y la ceguera de la anciana, ellos serían probablemente asesinados en el lugar si
fueran descubiertos por un soldado japonés. En ese caso, pensaba, sería mejor si ellos se
quedaran aquí. Me preguntaba qué podía hacer.

Justo en ese momento habló el anciano: "Tú eres una niña, Tomiko, y las tropas
norteamericanas nunca te dispararán. Los norteamericanos no mienten."

"Pero usted y la abuela van a estar bien, también. Ellos dicen que no van a disparar a los
civiles." Yo trataba de convencerlos una vez más que se escaparan conmigo.

"Tomiko", el anciano grito, en un tono de voz que yo nunca había escuchado antes. Parecía
realmente muy serio. Y me lanzó una miraba tan seca y severa que me tomó por sorpresa.

Decidí no preocuparles más con alguna súplica más. Me puse de pie, tomé la rama con la
bandera blanca atada a ella como una vara.

"Abuelo, Abuela, gracias por todo." dije, con una pequeña reverencia con la cabeza.

52
"Muy bien. Te vas." dijo el anciano, inclinando la cabeza y con vigorosa aprobación. Cuando
estés afuera levanta la bandera blanca bien alto para que todos la puedan ver. Y mantenla
recta.

Estas fueron las últimas palabras que yo le escuché decir.


Cuando ya había subido hasta la superficie de la entrada, me di la vuelta, el anciano estaba
sentado en el mismo lugar en donde estuvo la vez de nuestro primer encuentro, y él mi
miraba de la misma manera como aquella vez. La anciana estaba sentada a su lado mirando
hacia arriba con sus ojos sin luz. Levanté la mano y el anciano asintió vigorosamente una y
otra vez. Al parecer había lagrimas que brillaban en sus ojos. Yo no podía ver con claridad,
pero yo lo vi secarse con el muñón vendado. La anciana parecía estar hablando con él pero
no pude escuchar lo que ella le decía.

Después de pasar primero la rama con la bandera blanca sujeta a ella por la entrada de la
cueva, tímidamente saqué la cabeza por el agujero. El brillo del sol me cegó. Yo no había
experimentado la luz solar, desde que había llegado a la cueva y el contacto con ella me
hirió los ojos. Me quedé así por algún momento, sólo con la cabeza fuera, para echar un
vistazo a mi alrededor. No había gente a la vista. Y a mucha distancia se escuchaba esa voz
que hablaba ese curioso japonés.

"¿No te has subido todavía? Era la voz de la anciana que venía desde abajo de la cueva. Su
voz sonaba débil, pero clara. Era el último impulso que necesitaba para escalar hasta el fin
del agujero.

Cuando pienso, incluso ahora, lo que el Abuelo ha debido sentir al ver mi pequeño trasero
desaparecer, y lo que ha debido pasar por la mente de la Abuela cuando dijo: "¿No te has
subido todavía?, me vencen las lágrimas.

Cuando salí de la cueva, me apresuré en alejarme lo más posible. Tenía miedo que si me
quedaba en los alrededores alguien podía descubrir la cueva de los dos ancianos.

Un emblema de seguridad

Cuando pensé que me había alejado lo suficiente de la cueva, por cuestión de seguridad,
volví la vista y miré hacia atrás. Miré alrededor pero no pude encontrar aún ninguna señal
en los helechos que indicaba la entrada en la cueva. Luego, finalmente comencé a realizar lo
que el anciano me había dicho que hiciera, es decir, levanté la rama del árbol con la bandera
blanca atada en su extremo.

Muy pronto llegué a un camino con una baja colina a un lado y un precipicio al otro. De
repente me di cuenta que no había sonidos de disparos ni proyectiles de explosiones que
había oído sin cesar cuando había huido por el campo.
El sol que caía sobre mi fuertemente, me hacía sudar aun cuando estaba parada. Cuando
habíamos dejado nuestra casa en Shuri la estación de lluvias acababa de empezar y llovía
todo el tiempo sin interrupción. Todo el tiempo que yo estuve en camino, ya sea protegida
en algún lugar o en camino, y en las pampas, todo estaba tan fangoso que era muy difícil

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caminar. Y ahora estábamos en pleno verano y la ola de calor me abrazaba fuertemente.
Incluso mi bandera triangular blanca hecha con el taparrabo del anciano parecía ondular en
el calor del verano. Escuchaba cantar a los pájaros y una agradable brisa acariciaba mis
mejillas. Todo estaba tan tranquilo y sereno que me era muy difícil de creer que esto había
sido el mismo campo de batalla.

Tenía la imagen del anciano y la anciana casi todo el tiempo en la cabeza, no se alejaba de
mí. Entonces me pareció escuchar la voz de mi padre justo a mi lado que me decía: "Tomiko,
tú debes aguantar hasta el fin." seguido de la voz de mi madre: "Tomiko, yo estoy aquí
contigo". Miré a mi alrededor, pero no había nadie a la vista.

Como sentía una corriente de aire en mi trasero, puse la mano detrás de mí y descubrí que
la parte posterior de mis pantalones estaban rotas y que se me caían dejando la mitad de mi
trasero al desnudo. "Oh dios mío, se me está cayendo el pantalón" pensé alarmada; sostuve
el pantalón con la mano izquierda y la rama con la bandera con el hombro y la mano
derecha. Así empecé a caminar la pendiente.

Luego, el sendero en el cual yo recorría se complementaba con otro que venía a mi derecha.
Exactamente como el anciano había dicho, no había nada que temer y comencé a sentirme
a sentirme mejor, hasta alegre. Aceleré el paso cuando de repente, me di cuenta que había
gente caminando a mi derecha, y cuando levanté más la vista vi a dos o tres soldados que no
parecían en absoluto japoneses.

¡Soldados norteamericanos! Eran los primeros que yo veía y mi corazón dio un vuelco de
miedo. Vi que uno de ellos llevaba algo delante de la cara con agujero delante que apuntaba
directamente hacia mí. ¿Qué podía ser? No se parecía en nada a un rifle o a una
ametralladora que los soldados japoneses llevaban a cuestas. De hecho, parecía más bien a
la cámara utilizada en la tienda del fotógrafo de Naha que una vez hizo de nosotros una foto
a toda la familia.

"Puede ser una cámara", pensé. "Pero por otro lado puede ser también un arma que no
conozco. Él me va a tomar una foto que me va a matar."

Cuando iba de cueva en cueva oí decir a la gente que los norteamericanos eran muy crueles
y no pensaban otra cosa que matar a la gente. Me dijeron que los norteamericanos
cortaban a las mujeres y a los niños en trozos pequeños. Estos falsos rumores eran
expandidos por el ejército japonés para que la población odiase a los norteamericanos y
pensaran de ellos como ogros con el fin que la gente tenga miedo de entregarse. Pero la
gente no sabía realmente lo que pasaba en esos momentos y creía simplemente los
rumores.

"Sí esto es un arma", pensé, " luego me va a matar". Entonces recordé las palabras de mi
padre: "Si te encuentras cara a cara con el enemigo no le muestres que lloras. Muere con
una sonrisa." Así que de inmediato me fijé en el hueco redondo que apuntaba sobre mí y
sonreí. Al mismo tiempo solté la mano izquierda que sostenía mi pantalón e hice un gesto
de saludo y con la mano derecha tomé la bandera blanca que descansaba en mi hombro y la
levanté lo más alto que pude.

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"Abuelo, Abuela, muchas gracias por la bandera blanca, pero no funcionó, pues voy a hacer
fusilada." me dije, resignada a mi destino, mirando al agujero redondo del cual yo esperaba
una bala que vendría en cualquier momento. Pero esta nunca llegó. En un momento en que
el agujero redondo estaba cerca de mí oí un clic.

Cuando pasé al lado del soldado norteamericano, no pude ver su cara porque él estaba
mirando por el agujero negro, pero sus mejillas rosadas dejaron una vívida impresión en mi
mente. Aunque era un soldado enemigo, sus mejillas regordetas le daban un aire amable.

Bueno, el anciano tuvo razón, después de todo, pensé. La bandera blanca era un símbolo de
seguridad. Yo todavía no estaba completamente libre de ansiedad, pero hasta ese momento
no había nada hostil o que diera miedo en la persona de un soldado estadounidense.

Comencé a preguntarme si por casualidad el anciano y la anciana habían tenido algunas


dudas acerca de salir de la cueva o si tal vez habían sido rescatados por alguna persona. Me
di la vuelta y miré detrás de mí con la esperanza de verlos, pero vi solamente dos hombres
con uniforme de soldados japoneses que se unían al camino donde yo estaba por otro
camino. Se veían mucho más animados que otros soldados japoneses que yo había visto y
que realmente sonreían.

Indiferente a mi búsqueda con la mirada, no podía encontrar ningún rastro del anciano y la
anciana, allá en la distancia, detrás de los soldados. "¿Oh Abuelo, Abuela, por qué no
vienen?" Los llamaba en silencio, en mi corazón. "Esta es la bandera blanca que ustedes
hicieron tan desesperadamente. Este es tu taparrabo, Abuelo"

Yo estaba subiendo ahora, y entonces el camino comenzó a ir cuesta abajo. Me eché correr
ligeramente, siempre con la bandera blanca a cuestas. No oí ningún disparo detrás de mí.
Me parecía oir la voz del anciano que decía: "Todo está bien ahora, Tomiko, esto funcionó,
¿no?

Finalmente llegué a un lugar, de donde se podía ver el océano. "Yo estaba viva, yo había
sobrevivido." Yo quería con toda mi fuerza gritar, "Abuelo tú tuviste razón." Pero en lugar de
eso, me quedé quieta mirando al mar murmurando para mis adentros: "Oh abuelo, abuela si
ustedes pudieran sentir este maravilloso sol y pudieran ver el azul del mar."

El reencuentro

Decidí caminar en dirección donde yo había visto algunos soldados norteamericanos.


Aunque no pensé que iba a ser fusilada, sentí la necesidad de tener cuidado y pensé que
sería mucho más seguro estar entre los norteamericanos, porque no serían capaces de
disparar contra sus propias fuerzas. En el camino me crucé con otro soldado
norteamericano con una banda en el brazo, dirigiendo a algunas personas hacia un lugar
determinado. Tranquilizándome a mí misma, pensando que todo estaba bien pues yo tenía
una bandera blanca, lo seguí en su dirección.

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Al poco tiempo comencé a ver más y más gente. Sus ropas eran harapos, pero sus rostros
parecían calmados y relajados comparados con la gente que yo había visto en las cuevas. Y
curiosamente, los soldados japoneses que vi estaban en uniformes pero no tenían rifles o
bolsas de municiones. ¡Qué extraños parecían!

Finalmente bajé por una pendiente a la costa rocosa, caminé por una charca entre las rocas
que se sentían muy agradables después de caminar tanto tiempo sobre tierra caliente con
mis pies descalzos.

Al final de la zona rocosa pude ver una playa de arena a mi izquierda, donde estaba reunida
una multitud de gente, en su mayoría eran mujeres, niños y ancianos. Ellos habían salido de
las cuevas después de escuchar los anuncios en los altoparlantes de las Fuerzas Armadas
Norteamericanas.

Cuando me acerqué a la multitud, un japonés trató de quitarme la bandera blanca pero lo


esquivé.

"Tú no lo necesitarás más. Dámelo." dijo él tomando la bandera por la fuerza.

"Pero, esta es la bandera del Abuelo y la Abuela, ellos pusieron toda su fuerza para hacerlo
para mí." Pensé mirando con tristeza la bandera que ahora él lo tenía en su poder.

"¿Cuál es tu nombre y dirección?, dijo el hombre.

Me quedé parada pensando con atención y de un golpe recité mi nombre, el día de mi


nacimiento y mi dirección en Shuri.

Cuando la lucha se hizo más intensa, recordé lo que mi padre decía cuando me llevaba al
jardín cada mañana y me daba instrucciones muy estrictamente: "Tomiko, si te preguntan
por tu nombre y dirección, pones atención y respondes." Lo que mi padre me había
enseñado tomándose tantas molestias me servía ahora.

"¿Shuri, dices tú? El hombre puso su mano sobre mi hombro y me llevó hacia uno de los
grupos. Sin entender por qué yo estaba allí, comencé a ver las caras de la gente allí
presentes, cuando de repente escuché mi nombre.

"Tomiko, Tomiko".

Antes de tener tiempo para voltearme alguien me abrazaba muy fuertemente. Levanté la
mirada para ver quién era, y vi que era mi hermana Yoshiko, de quien yo había pensado que
había muerto. Mi hermana Hatsuko estaba con ella.

"Tomiko, Tomiko, mi amor". Yoshiko tomó mi cara con sus dos manos y la sacudió, y luego
se puso a llorar. Hatsuko me acarició el pelo y decía sin interrumpir, "Tú estás viva, tú estás
viva". Y ella lloraba también.

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Pero yo no lloré. El encuentro con ellas había sido para mí tan inesperado. Y además mi
mente todavía estaba repleta con pensamientos de los ancianos en la cueva que yo acababa
de dejar detrás de mí. Había mucha gente aquí que eran mayores que ellos, al parecer, y al
verlos me quedé pensando, porqué, pero porqué el Abuelo y la Abuela no pudieron venir
conmigo y estar también aquí.

"Tomiko, ¿te has herido en algún lugar, cómo estás? " preguntó Yoshiko, entre sollozos y
dándome vuelta y más vuelta.

"No, yo no estoy herida en ningún lugar. Y cómo estás tú", respondí.

"¡Por qué, mocosita, te comportas como si nada hubiese pasado!, murmuró Yoshiko." Pero
que supongo que has conseguido sobrevivir."

Ella puso un dedo en el agujero de su pantalón y dijo: "Este fue hecho por una bala. Otra
fractura de dos centímetros y medio y un poco más me habria volado la pierna."

"¿Hatsuko, qué te pasó en tu brazo?", pregunté a mi otra hermana al notar en su brazo


izquierdo un cabestrillo de tela blanca.

"Fui alcanzada por la metralla de una bomba“ contestó, "pero no fue tan grave."

"Supongo que nuestro hermano Chokuyu nos ha protegido." "¿No es maravilloso que
nosotras tres estemos a salvo?"

Mis dos hermanas me abrazaron, se regocijaron juntas.

Era como si estuviéramos nuevamente en Shuri, en nuestra casa.

Así, al fin yo estaba reunida otra vez con mis hermanas. Hundí mi rostro en el pecho de
Yoshiko, y fui consciente del calor de la propia carne y sangre. Pero al mismo tiempo el calor
de su pecho me hizo pensar nuevamente en el anciano y la anciana, quienes no pudieron
ser más cariñosos conmigo ni más amorosos que si yo hubiera sido su propia nieta.

No podía decidirme si contaba o no a mis hermanas sobre ellos, sobre los Abuelos. Dejando
a Yoshiko me senté sobre la arena; no hablé algún tiempo y solo jugaba con mis dedos con
la arena.

Pronto oímos a un grupo de adultos, un poco lejos de nosotros que se gritaban entre ellos.
Escuchamos y pudimos comprender que decían: "Ellos nos quieren poner a todos en un
agujero, echar gasolina sobre nosotros y poner fuego."

¡Qué horror, pensé, justo ahora que nos sentíamos seguras que estábamos a salvo, y que no
estamos heridas. Si ellos supieran algo de los ancianos, seguro que los matarían
inmediatamente. Así decidí no decir nada sobre ellos, ni siquiera a Yoshiko ni a Hatsuko.

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Me imaginé que nos iban a arrojar vivas a las cuevas y que luego nos quemarían, y me sentí
muy mal, miserablemente. Y pensar que ahora sería incapaz de devolver el amor y la
amabilidad a esas dos personas discapacitadas en la cueva.

Pero la posibilidad de nuestra propia muerte, justamente de habernos reencontrado las tres,
todas las tres sanas, después de cuarenta y cinco días de caminar en medio de la batalla,
separada de las otras y sin noticias de ellas, de alguna manera no contenía ni horror ni
terror para mí.

Yo había visto tantas muertes trágicas y crueles asesinatos que había cesado en absoluto de
tener alguna reacción frente a la muerte.

Con el tiempo nos enteramos de que ΄todos íbamos a ser quemados vivos΄, era un rumor
difundido por algunos de los japoneses que se habían rendido y que habían interpretado
mal las intenciones de los norteamericanos.

En esos momentos, aquellos reunidos en la playa fueron puestos en camiones para ser
llevados a centros de internamiento. A medida que nuestro camión se alejaba del lugar, yo
dirigí la mirada en dirección de la cueva de los dos ancianos y en silencio les hablé a ellos:

"Muchas gracias Abuelo, muchas gracias Abuela. Usted tuvo razón Abuelo, la bandera
blanca realmente cumplió su trabajo. Gracias a ustedes yo estoy a salvo."

Con cada rebote en los baches, veía las colinas detrás de nosotros, donde estaban escondida
la cueva de ellos, y ellas se hacían cada vez más pequeñas.

"Abuelo, Abuela, mis hermanas Yoshiko y Hatsuko también se han salvado. Estamos las tres
juntas. Y esto es gracias a ustedes. Esto es porque ustedes me han enseñado que la vida es
la cosa más preciosa del mundo, y que debemos tratarla siempre con mucho cuidado.

Las lágrimas comenzaron a rodar sobre mis mejillas.

"Tomiko, ¿qué pasa?" Yoshiko me vio llorando y preguntó."Oh, no es nada", respondí


sacudiendo la cabeza. Traté de sonreir e incliné mi cabeza hacia ella.

Miré de nuevo hacia las colinas, donde la cueva se encontraba, pero el camión había dado
una vuelta en una curva de la carretera y las colinas habían desaparecido de la vista. Todo lo
que podía ver era el océano. Cerré los ojos y comencé otra vez a conversar en silencio con
los ancianos.

"Abuelo, Abuela, ustedes me dieron el valor de partir. Su cuevaera un remanso de paz para
mí. No le he contado a nadie sobre ustedes. Ni siquiera a mis hermanas. Así que les ruego
que se mantengan con vida en su cueva tan lleno de paz todo el tiempo que ustedes puedan.
Yo les prometo a ustedes que no diré nunca donde se encuentra la cueva.

En ese momento oí la voz de Hatsuko: "Tomiko debe estar muy cansada. Ella está
profundamente dormida".

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"Me pregunto dónde y cómo ha vivido." dijo Yoshiko, "Una chica como ella, tan solita."

"Sí, yo estaba sola al principio," le respondí en silencio. "Pero luego me encontré con un
anciano y una anciana muy, muy amables.

El camión dio otro saltó al pasar por otro bache. "Adiós Abuelo, adiós Abuela."
De acuerdo con los Registros de la Fuerzas Armadas de los EE.UU. era el 25 de junio de
1945.

En búsqueda del fotógrafo

Durante las largas décadas de la ocupación posbélica norteamericana de Okinawa, a


menudo me encontré con libros ilustrados en inglés sobre la guerra y los ojeé rápidamente
para ver si me podía encontrar a mí misma en una de ellas. Yo era consciente que se había
tomado una fotografía de mi persona, aunque no sabía todavía de la existencia de un
fotógrafo llamado John Hendrickson. Un día en 1977 que tomé un libro por azar en una
librería extranjera en Okinawa-shi, entonces conocido como Koza, vi la imagen de una niña
descalza con pantalones de trabajo con una bandera blanca de tres picos. Por fin me había
encontrado nuevamente a mí misma cuando tenía escasos siete años. Cerré el libro de golpe
y salí corriendo de la tienda olvidando todo lo referente a mis compras. No recuerdo cómo
llegué a casa, pero lo primero que recuerdo es que yo estaba tendida de espalda en el
corredor de tatami, mi corazón latiendo fuertemente. Entonces llena de lágrimas comencé a
revivir esos momentos en la cueva.

Por algún tiempo no conté a nadie de mi descubrimiento – ni siquiera a mi marido. Pero


años más tarde ocurrió algo que atrajo la atención de la gente hacia esta fotografía. En 1983
se inició un proyecto denominado "Foot of Film Fund" en el que se pedía a los ciudadanos
de Okinawa donar el precio de un pie (30 cm.) de película cinematográfica. El objetivo del
proyecto era comprar el material del archivo documental realizado por el ejército de los
Estados Unidos sobre la guerra en Okinawa, de modo que pudiera servir como documento
permanente para enseñar a los niños sobre las miserias producidas por la guerra. Se
compraron las secuencias poco a poco, y en los años siguientes una parte de ellas se mostró
en la televisión. ¿Quién era la pequeña que aparecía de repente frente a la cámara con su
bandera blanca, sonriendo y saludando?

"Tú sabes…, la forma como esta chica sostiene la bandera blanca en su mano derecha, la
forma como sonríe y saluda, se parece mucho a ti. ¿No eres tú?" me preguntó mi esposo
cuando veía el programa. Yo no había dicho ninguna palabra, pero él se dio cuenta que yo
no había dicho que no era y asintió con la cabeza de forma significativa.

Como una cuestión de hecho, lo que acababa de ver en la televisión llegó como una
completa sorpresa para mí también; de repente me di cuenta de que había sido fotografiada
no una sino dos veces: por un lado, por un fotógrafo que había tomado la imagen fija de mí
y que yo había esperado encontrar desde hace tiempo, y por otro, por un camarógrafo,
filmando una película documental para el registro oficial de guerra que me había

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fotografiado desde diferentes ángulos. Nunca se me había ocurrido a mí que pudiera ser
otro fotógrafo diferente.

Me abstuve de decir algo, pero mi esposo sabía de mi aparición en la película. Temía que la
revelación de mi identidad llevaría a la búsqueda de la ubicación exacta de la cueva de la
pareja de ancianos, que a su vez llevaría probablemente a que sus restos fueran recogidos e
incinerados para a su vez ser enterrados en una tumba común destinados a las personas con
familia desconocida. Yo no hubiera podido soportar esto. Yo querían que ellos descansaran
sin ser molestados, unidos para siempre, uno en los brazos del otro como habían deseado. Y
además, pensé, qué interés tendría la memoria de una niña, con sólo siete años en el
momento de los hechos.

Pero los problemas comenzaron cuando aparecieron todo tipo de rumores en la prensa
alrededor de la chica con la bandera blanca -historias que no eran ciertas como la conjetura
que un soldado había hecho la bandera blanca. Incluso se publicó un libro concentrándose
en la foto mía y la bandera blanca, pero con una diferente chica en los suplicios de la guerra.
Por supuesto nadie conocía la historia maravillosa de la bondad amorosa de la pareja de
ancianos. ¿No debería contar yo misma mi propia historia? Me preguntaba qué debía hacer.

Entonces mi esposo me dijo: "Pienso que debes escribir tus experiencias en la guerra.
Cuenta cómo sucedieron las cosas. Escríbelo para la posteridad. Tú eres la única que lo
puede hacer."

Así, con el aliento de mi esposo, me puse a redactar la historia con la ayuda de un amigo
profesor. Esta historia fue publicada por un periódico local bajo el título: "YO FUI LA CHICA
CON LA BANDERA BLANCA". Después de la publicación, mi deseo de encontrarme con el
fotógrafo que tomó las instantáneas y darles las gracias se hizo más fuerte cada día. Pero
sabía que tendría que ir a buscarlo a los EE.UU. y esto me parecía prácticamente imposible.
Sin embargo, milagrosamente, la oportunidad se presentó en 1988 para un viaje a New York.
Como miembro de un grupo de okinawenses, debía participar en una Marcha para la Paz en
el marco de los actos de la Asamblea General de las Naciones Unidas para la Reducción de
Armas.

El 21 de junio de 1988 tomé parte en la Marcha para la Paz llevando un cartel con una copia
ampliada de la fotografía mía llevando la bandera blanca junto con las palabras: "BUSCO A
ESTE FOTÓGRAFO". Yo había hecho este cartel en el cuarto de mi hotel un día antes de la
marcha. Vestida de manera visiblemente llamativa en un traje okinawense de teñidos
brillantes con árbol de coral, y flores carmesí en el cabello, me puse en marcha con muchos
otros desde el edificio de las Naciones Unidas al Central Park, paso a paso con garbo con el
ritmo de canciones de Okinawa que se oía a través de una grabadora.

Me hablaron muy pocas personas. "No sé mucho sobre la guerra en Okinawa" me dijo una
mujer que tenía un chico de cinco o seis años, "pero juzgando por la foto que usted tiene, ha
debido ser un tiempo terrible. Espero que usted encuentre al fotógrafo". Un joven que
llevaba una cámara fotográfica en el hombro afirmó: "Fotógrafos hacen a veces fotos
inolvidables. Estoy seguro que aquél que tomó esa foto lo recuerda. Espero por usted que él
viva todavía" Otro joven habló con voz cargada de emoción: "Usted no suele pensar en el

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amor en relación con la guerra, pero el acto de aquel hombre que tomó la foto no puede ser
comprendido de otra manera."

Yo estaba muy segura de encontrar a ese fotógrafo. Pero mientras que mi cartel suscitó un
sinnúmero de sugerencias sobre la búsqueda de él, ninguna persona dijo que lo conocía.
Aparentemente los cuarenta y tres años que había pasado después de la batalla de Okinawa
había sido un período demasiado largo. No me quedaba nada que hacer para mí sino
tragarme la decepción y volver a casa, a Okinawa.

Pero Dios no me abandonó. O tal vez era la pareja de ancianos de la cueva que me daba su
asistencia celestial. Desperté la atención de Fuji Television que produjo un programa sobre
mí y se ofreció ayudarme en la búsqueda.

"Hemos entrado en contacto", me dijeron, "con Arthur Rothstein, la persona que dirigió la
película en la cual aparece el hombre que le hizo la foto. Él nos ha informado que el
camarógrafo ha muerto, pero la viuda vive. ¿Qué desea que hagamos por usted? ¿Puede
usted ir a Nueva York?"

"Sí", respondí. "Puedo ir." Yo podía encontrarme con la viuda. Casi no me podía contener.

Dejé Okinawa el tres de julio, prácticamente incapaz de controlar mi excitación, y al día


siguiente me encontré en la Radiodifusión japonesa en Nueva York con Mr. y Mrs. Rothstein
and Jane, la viuda de Richard Bagley, el camarógrafo. Fue realmente emocionante.

Se tomó un acuerdo para que los cuatro viéramos la escena crucial de la película. Cuando
llegó el punto en la película donde yo levanto la mano, el Sr.Rothstein dijo de repente: "Es
Hendrickson. Él fue el fotógrafo de combate" y señaló a un hombre en una esquina que
llevaba una cámara.

Impulsivamente, le pregunté: "¿Está vivo?, ¿dónde vive él? " En Texas", respondió Mr.
Rothstein.

"Me gustaría ir a Texas y encontrarme con él", le dije esperanzada al Sr. Rothstein.

"John Hendrickson no se va a acordar de usted. Él tiene setenta años."

"Pero, mientras él esté con vida, siento que debo ir y agradecerle, si es posible que llegue
hasta allí", insistí.

El Sr. Rothstein consultó con el representante de la compañía de televisión, que se


encontraba con nosotros. Después de un momento, el representante dijo:

"La llevaremos a Texas."

Estas amables personas concedieron realizar mi deseo.

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Nosotros llegamos a Texas el ocho de julio. Finalmente, habría de encontrar al fotógrafo que
había hecho las fotos. El recorrido entre el aeropuerto y la casa de los Hendrickson duró una
hora. Y nunca me había dado cuenta lo largo que es una hora. Yo estaba muy nerviosa y no
podía calmarme. Mirando por la ventanilla del coche cada vez que veía una casa rodeada de
jardín. "Creo que este debe ser", y estuve preparándome para levantarme del asiento.
Alguien estaba fuera y yo dije, "este debe ser el Sr. Hendrickson" y finalmente el hombre de
la televisión se rió y dijo: "Señora Higa, nosotros estamos recién veinte minutos en camino."

Al fin, el carro se paró delante de una casa.

"¿Es esta la casa, es aquí donde vive la familia Heinrickson?" pregunté excitada cuando nos
dirigíamos en dirección de la casa. Apenas me podía controlar y me sentía como si caminaba
en el aire.

La puerta se abrió y apareció un hombre alto, de edad avanzada. En el momento que lo vi,
pensé: "Esa son las mismas mejillas." La cámara había escondido la mayor parte del rostro
de aquel hombre que había tomado mi fotografía hace 43 años, pero yo he recordado
siempre el brillo y el color rosa de sus mejillas. Él ha envejecido ahora pero sus mejillas son
las mismas.

"¡43 años!“, dijo Mr. Hendrickson, dándome la bienvenida con un caluroso apretón de mano.

"Sí," dije y no sabía qué decir después. Yo había pensado en las tantas cosas que quería
decir cuando nos encontráramos, pero en el momento preciso me quedé muda.
Presintiendo mis apuros, el Sr. Heinrickson y su esposa me tomaron en sus brazos y me
hicieron entrar a la sala, donde esperaban un delicioso té, una rica mermelada hecha por la
misma señora Heinrickson y recordamos los tiempos de hace 43 años. Yo sentí como si fuera
otra vez la niña con la bandera blanca y él, el fotógrafo de 27 años.

"¿Por qué me saludaste?"

"Porque mi padre me dijo que si yo estuviese a punto de ser fusilada, que debería morir
sonriendo y despidiéndome".

"Todo lo que yo tenía, era una cámara fotográfica, y usted pensó que era un arma de fuego.
Cuánto lo siento. No pudimos notar la diferencia entre sus soldados y sus ciudadanos
comunes. Era terrible. Aquí está la cámara con que le causé a usted tanto miedo."

Fue a buscar su cámara y la sostuvo en alto delante de él como si me "disparara". Era una
cámara grande con un flash grande adherido a la cámara, pero yo no lo podía ver
claramente porque las lágrimas comenzaron a obnubilarme.

"No llore Tomiko, perdóneme por lo que piensa de la guerra." Su voz temblaba de emoción
al igual que sus manos mientras sostenía la cámara.

"Tomiko", dijo Mr. Hendrickson, "¿cree usted que podría sonreírme y saludarme con la
mano una otra vez?"

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Enjugándome las lágrimas, me enfrenté a la cámara, levanté las manos y sonreí. El
obturador hizo un clic y hubo un destello. Me sentí como si una carga pesada de cuarenta y
tres años acabara de ser tomada de mis hombros. Pero la guerra de Okinawa todavía no
había pasado para mí. Decidí allí mismo escribir sobre mis experiencias con la esperanza que
tal sufrimiento nunca se vuelva a repetir.

Agradecimientos

Quisiera expresar mi sincera gratitud al señor y señora Hendrickson y a la señora Jane


Begley por la calurosa bienvenida que me ofrecieron en mi estadía en los EE.UU.; al señor y
la señora Rothstein por las informaciones que me dieron sobre el señor Hendrickson;
también a Joseph McCarthy que me ayudó de muchas maneras. Mi profundo
agradecimiento también al señor Takamaro Murakami y a los otros miembros de la Fuji
Television News Center por su asistencia en la ubicación de mi fotógrafo, a Masao Eda de
Kodansha, y a Dorothy Britton quien tradujo mi libro al inglés.

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