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El soplo vital

El francés Xavier Bellenger llegó hace más de treinta años en un viaje iniciático a la isla de
Taquile, en el lago Titicaca. Desde entonces se ha dedicado a estudiar la música tradicional
andina. Este libro es el magnífico resultado de sus investigaciones.
Por Jorge Paredes

A inicios de los años setenta, cuando todavía los vientos del Mayo del 68 recorrían París, Xavier
Bellenger era un adolescente que caminaba, entusiasmado, por la plaza de la municipalidad de
Saint Mandé tratando de conseguir un extraño instrumento musical: una flauta de los Andes.
Era un tiempo en que Europa comenzaba a ser conquistada por esos sonidos extraños y
fabulosos de la América del sur. Lo de Bellenger no fue una fiebre juvenil, sino una pasión
duradera. A los 16 años llegó como mochilero al Perú ("Era otro planeta. Había pocas carreteras
y una vez tuve que viajar 40 horas en un camión de Cusco a Lima"), desde entonces ha
regresado muchas veces. Se quedó a vivir por tres años en la isla de Taquile ("me sentía como
parte de una gran familia") para escribir su tesis doctoral en antropología y etnomusicología,
donde investigó la música, los rituales y la cosmovisión de esta comunidad.

"Ni en quechua ni en aimara existe el concepto de música -dice Bellenger-, ni siquiera existe la
palabra, entonces ¿qué es para ellos lo que nosotros llamamos música? En Taquile no te dicen
vienes a tocar con nosotros, sino vienes a soplar con nosotros. En esta expresión se ve cuál es
la importancia de la música para ellos; es el soplo vital que da la energía, que hace crecer las
plantas; esta forma de tocar es la misma que utiliza el chamán, el paco, para hacer las ofrendas
y atraer la energía de los cerros y favorecer el crecimiento de las plantas".

Bellenger ha llegado a la conclusión de que en Taquile -y en la mayoría de comunidades


andinas tradicionales- lo importante no es el sonido que emiten los instrumentos, sino la forma
en que estos son tocados, unos códigos ancestrales que se repiten desde Ecuador hasta
Argentina. "Es un ritual que les permite tomar contacto con el mundo presente y pasado, y la
música solo es una consecuencia de ello".

EL SONIDO DEL SILENCIO


¿Qué lo atrajo de la isla de Taquile y qué lo impulsó a quedarse en una zona tan distante del
mundo moderno?
Lo que más me atrajo fue ver la conexión total que existe entre lo que nosotros consideramos
una expresión estética (música) y ellos consideran parte de su cosmovisión. Para ellos,
digamos, la música está integrada a la vida de la comunidad. Eso me atrajo mucho. La música
sirve para acompañar el crecimiento de los productos de la tierra. No es una diversión ni algo
estético sino algo muy solemne e importante.

En el libro hace un análisis musicológico de la isla de Taquile, establece notas y secuencias,


¿qué descubrió en este proceso?
Toda la parte musicológica sirve para demostrar que al final lo más importante no es la música,
sino la forma en que es ejecutada. Lo esencial de este trabajo es demostrar que el ritual no
está en la manifestación acústica sino en la forma en que se producen esos sonidos, lo cual
tiene todo un significado. Esto es algo nuevo y explica muchas cosas. Por ejemplo, una persona
que escucha por primera vez esta música cree que todo es lo mismo, que es igual. Y más o
menos tiene razón, porque es parecida, y a veces se cambia solo una nota o dos notas. Pero
explorando la forma de tocar se ingresa a un mundo increíble. El tocado de las quenas,
pinkillus, zampoñas, más o menos tiene la misma dinámica: se produce un sonido que llama y
otro que contesta. Si uno toca una flauta de pico en la ciudad para subir en la gama irá
destapando uno a uno los huecos, pero esto no ocurre en las comunidades. Aquí los huecos
nunca se destapan uno a uno. Si uno se fija bien verá que los dedos hacen figuras, y que el
instrumento es dividido en dos partes: los huecos de abajo corresponden generalmente a la
mano izquierda y están ligados al mundo de abajo, de los antepasados; y los de arriba, que
están cerca de la boca, corresponden a la derecha y representan a nuestro mundo. Cuando uno
toca, la mano derecha destapa los huecos de arriba y se produce el soplo vital que llama a los
antepasados, entonces el otro lado, con la mano izquierda, le contesta. ¿Pero cómo le
contesta? Los dedos de la mano de abajo no se mueven, y esto porque nuestros antepasados
están en el otro mundo, en el mundo del silencio. El antepasado le contesta con su silencio.
Uno puede decir que esto es una visión estética, es un cuento. Pero en la pictografía
prehispánica hay hechos muy precisos: siempre los tubos más grandes de la zampoña están a
la derecha del instrumentista. Y en los dibujos moches todos los muertos tocan al revés, tienen
los tubos grandes a la izquierda, y además no tienen labios, por lo tanto no pueden soplar y
solo parecen responder con su silencio.

¿Cómo se produce la transmisión musical en estas comunidades, tocan solo de oído?


Según lo que entiendo hay dos formas de transmitir lo que nosotros llamamos música. Una es
tratando de reproducir el tono, pero creo que la forma más auténtica, antigua y tradicional es a
través de los movimientos, de las secuencias, de la forma en que los dedos se desplazan sobre
los instrumentos. Hay como una matriz, como una forma de tocar compartida por todas estas
comunidades, que genera una infinidad de resultados acústicos porque los instrumentos
cambian de tamaño, material y forma. Al final cada comunidad tiene su firma sonora. En
Taquile todos los tonos están conectados al ciclo de crecimiento de los productos de la tierra. O
sea que las primeras músicas aparecen con la flor de la papa y terminan con las cosechas.
Después no debe haber música porque es el tiempo del silencio, es el tiempo de los
antepasados y no hay que molestar a quienes trabajan en el otro mundo para hacer crecer los
productos.

¿Para leer esta música se pueden emplear notas musicales o esto no sirve?
Eso no sirve, porque para tocar se debe ingresar a un ritual y tocar día y noche el instrumento
que a uno le corresponde. En los grupos de sikuris generalmente hay dos tipos de
instrumentos, uno que se llama Ira y otro que se llama Arca, uno que llama y el otro que sigue.
Ellos dicen que según el carácter de cada uno, toda su vida tocará una de las dos formas.
Cuando uno es joven toca en el registro medio, después si es muy bueno toca en el registro
más bajo, donde se necesita más fuerza física. Los instrumentos más grandes son tocados por
los maestros o por los chamanes, ellos saben el orden de la secuencia de los tonos. Conforme
uno se hace viejo deja los instrumentos más grandes y agarra los más pequeños porque tiene
menos soplo. En los grupos hay flautas muy pequeñas que son tocadas por ancianos, tienen
sonidos muy agudos y se pueden escuchar desde muy lejos. Pero no se puede tocar porque sí,
sino se necesita entrenamiento y entrar como en una especie de trance.

¿La música para ellos no tiene un fin estético ni de entretenimiento?


Yo creo que la música en la sociedad andina tradicional cumple distintos papales: para
mantener un diálogo con los antepasados, para favorecer el ciclo de crecimiento de las plantas
y para servir como pronóstico de la calidad de las cosechas. No es una expresión folclórica,
colorida y muy bonita, sino algo muy sofisticado. Es como una llave que me permite entrar a
una cosmovisión, que me va a dar información precisa para sobrevivir en un medio tan difícil.

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