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Universidad Monteávila

Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información


Escuela de Comunicación Social

El Renacimiento
(Traducción, parcial y resumida, realizada por P.M.Leizaola A, del artículo "Renaissance" incluido
en el tomo XV de la Macropaedia, Encyclopaedia Britannica, 15th Edition, escrito por Donald
Weinstein, Profesor de Historia de la Universidad Estadal de Rutgers, New Brunswick, New
Jersey.)

El término "Renacimiento" se usa de manera generalizada para designar la época histórica


que separa el Medioevo de la Edad Moderna. Del francés renaissance y del italiano rinascenza, o
de modo más común, rinascimento.

Problemas historiográficos
El concepto de una nueva edad arranca en el siglo XIX con Jules Michelet, John Addington
Symonds y, sobre todo, con Jacob Burckhardt, cuyo ensayo clásico La civilización del
Renacimiento en Italia (1860) sigue pesando sobre nuestra visión histórica.

La visión inicial

Sin embargo, la idea de un renacimiento de la cultura se origina en los escritores y eruditos


italianos de los siglos XIV, XV y XVI que se ocuparon de los studia humanitatis y a los que se
terminó llamando humanistas.
Los humanistas italianos. Petrarca tiene la apreciación de que 1000 años separan su época
oscura y bárbara, en la cual se han extinguido tanto la excelencia literaria como la virtud pública, de
la antigüedad romana. No es optimista, pero cree que el estudio de la época clásica (romana), su
lengua, estilo literario y su pensamiento moral pueden llevar a una recuperación del esplendor
fenecido. Expresa a la generación joven la esperanza de que este "sueño del olvido" será disipado y
que el hombre podrá entonces "transitar hacia el futuro en la pura y radiante atmósfera del pasado".
Introduce así los mitos gemelos de que i) la antigüedad había sido el cenit, y las edades oscuras el
nadir, de la creatividad humana, y de que ii) el progreso de la humanidad dependía de un nuevo
florecimiento de la cultura clásica. Estos mitos se transformaron en las convicciones más arraigadas
de los humanistas del siglo XV. Y éstos fueron, respecto de estas convicciones, mucho más
optimistas que Petrarca.
En la pintura y la escultura, para Lorenzo Ghiberti (puertas del baptisterio de Florencia) fue
Giotto quien redescubrió los métodos olvidados desde hacía 600 años, atinentes al tratamiento de la
figura humana y el espacio. Esta opinión cuaja en la obra de Giorgio Vasari, Vida de los más
eminentes pintores, escultores y arquitectos italianos... (1550), con la cual toma curso general el
uso de la palabra rinascita. La misma, contradictoriamente, implica la habilidad de imitar a los
antiguos y la capacidad de observar y copiar la naturaleza.
El humanismo allende Italia. Como parte del movimiento humanista, los hombres al
norte de los Alpes se empeñaron en que los italianos no tenían el monopolio de la elocuencia y las
bellas letras. Fue Erasmo de Rotterdam, el Príncipe de los humanistas, su líder indiscutido:
ciudadano de la cristiandad, hizo énfasis en el carácter europeo del humanismo y conectó el estudio
de la cultura clásica con un ataque a la filosofía escolástica y con la reforma de la religión. En carta
a León X, en 1517, augura el inicio de una época de oro bajo su pontificado, por la restauración de
la paz, el cultivo de las bellas letras y la piedad.
Pero ese mismo año comenzó la Reforma; los reformadores fueron hostiles a los aspectos
paganizantes del movimiento humanista, pero detestaban al igual que sus integrantes la cultura
medioeval y adoptaron el punto de vista erasmista de que se iniciaba una nueva era, de la cual ellos
eran los profetas. Al mismo tiempo, el interés en el redescubrimiento de la antigüedad clásica
perdió impulso al calor de otros problemas más apremiantes. En el siglo XVII el entusiasmo
generado por los grandes avances de las ciencias físicas y biológicas también contribuyó a este
fenómeno. Las referencias a la "renaissance des beaux arts" y a la "renaissance des lettres" en los
diccionarios franceses de esa época se ciñen a eventos estrechamente circunscritos. Los textos del
alemán Christoph Keller (Cellarius), que dividen la historia en tres períodos -la Antigüedad, la Edad
Media y los Tiempos Modernos- sólo mencionan de pasada la restauración de la cultura en Italia.
Cellarius, por cierto, reitera la noción errónea de que la misma se originó en los sabios griegos que
huyeron de Constantinopla a raíz de su caída en manos de los turcos en 1453.

La visión decimonónica

Con la Ilustración, se avivó el interés en la restauración de la cultura. Pero no hay indicios


de que se concibió entonces al Renacimiento como una nueva época. La idea de que dicha
restauración contribuyó positivamente al progreso de la humanidad occidental tomó cuerpo al
comienzo del siglo XIX. La ampliación del horizonte intelectual llevó a los historiadores del arte y
de la cultura a pensar sobre las relaciones de sus respectivos campos de interés y la sociedad italiana
en su conjunto. John Ruskin empleó el término Renacimiento para acotar un determinado período
de la historia del arte. El término Humanismo fue acuñado en Alemania para designar un
movimiento que trascendía el de la simple restauración de las letras clásicas. George Voight, en su
estudio monumental del humanismo italiano, The Revival of Classical Antiquity (1859), lo concibió
como una cultura literaria secular, caracterizada por el individualismo. Pero bajo el influjo del
pensamiento histórico de G. W. F. Hegel, se afirmó la idea de que la restauración del clasicismo fue
una de otras tantas expresiones liberadoras de la época.
Michelet. Esta tendencia se consolidó a partir de 1855 con el séptimo volumen de la
Historia de Francia de Jules Michelet, titulado El Renacimiento, cuyas paginas describen esta
época como la antítesis del Medioevo, en el que, de acuerdo con la visión de este historiador, la
naturaleza y la ciencia habían sido proscritas y el hombre había abdicado su libertad; es con Colón,
Copérnico y Galileo, cuando descubre la tierra y el cosmos, y su propio espíritu. Martín Lutero y
Juan Calvino, que llegaron al fondo de la naturaleza moral del hombre, fueron tan renancentistas
como Filippo Brunelleschi y Leonardo da Vinci, que recuperaron la naturaleza y el arte, o como los
humanistas, que renovaron la sabiduría de la antigüedad. Esta visión del espíritu renacentista,
comprehensiva, que abarca las letras, las artes y las ciencias, que configura una transformación
cultural total, congeniaba con el espíritu decimonónico. ¿Pero cuál fue la causa de la aparición del
Renacimiento? Michelet dejó el asunto en el aire. En cambio, trasladó el énfasis de la Italia del
cuatrocientos a la Francia del quinientos. Fue Francia quien liberó a la humanidad del vasallaje
feudal y de la tutela religiosa.
Burckhardt. El historiador suizo de la historia Jacob Burckhartd, conservador y equilibrado,
no compartió el nacionalismo de Michelet, ni su antipatía a la Edad Media. Si bien acogió algunas
de las ideas de Michelet (se excusó por usar el término Renacimiento, que pareciera denotar que
durante el Medioevo toda la vida cultural hubiese estado dormida o muerta), su concepto de esta
época discrepó sustancialmente de la del historiador francés. En primer lugar, el Renacimiento
ocurrió exclusivamente en Italia y supuso un regreso a la tradición cultural anterior. Ni medieval ni
todavía moderna, fue una época que comenzó en el siglo XIV y terminó en el XVI, una civilización
(Kultur) que fue "la madre de la nuestra". Si bien Burckhardt se interesó sobre todo por los rasgos
mentales de aquella edad, entendió que había una estrecha relación entre éstos y las condiciones
sociales y políticas italianas en las que nació y se desarrolló dicha civilización. Al inicio del siglo
XIV habían terminado las largas luchas entre el papado y los emperadores germánicos, con ambos

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contendientes exhaustos, y con las ciudades italianas, escenario de las mismas, en una nueva
situación. Mientras en el resto de Europa el feudalismo daba paso a las nuevas monarquías
centralistas, Italia se encontró con una pléyade de ciudades-estados independientes: algunas viejas,
otras recientes; algunas republicanas, otras dominadas por déspotas; pero todas al margen de una
autoridad superior. En ellas, en las que sólo contaba el poder, Burckhartd cree descubrir el
"moderno espíritu político de Europa", que si bien es escenario frecuente "de los peores rasgos de
un egoísmo sin bridas", también es capaz de crear un nuevo hecho -"el Estado como una obra de
arte". Donde el poder era función de la habilidad individual y no de la autoridad legítima, donde las
formas políticas eran las que los hombres y las circunstancias demandaban frente a las que la ley y
la tradición habían impuesto, el Estado era producto de la reflexión y del cálculo, de la deliberada
adaptación de los medios a los fines.
Según Burckhardt, "En el carácter de estos estados, bien fuesen repúblicas o bien
despotismos, reside no la única, pero sí la principal razón del desarrollo temprano de los italianos."
Su principal rasgo fue, sin duda, el individualismo; este hecho sicológico tuvo implicaciones
fundamentales para el intelecto y la existencia social. Llevó a aquellos hombres a descubrir el
mundo y descubrirse a sí mismos. Lo que para Michelet fue una conquista del siglo XVI, para
Burckhardt arranca en los italianos de los siglos XIV y XV; y el redescubrimiento de la antigüedad
no fue causa, sino consecuencia de este rasgo. En una de sus tesis centrales, afirma que "no fue la
rememoración de la Antigüedad solamente, sino su unión con el genio de las gentes italianas lo que
logró la conquista del mundo occidental."
Los mediadores entre su propia edad y la "Antigüedad venerable" fueron los humanistas,
"poetas-eruditos", quienes, de acuerdo con Burckhardt, constituyeron virtualmente una clase, que
determinó las formas de la educación y la cultura, y que a menudo tomó también parte activa en los
asuntos políticos. Al inicio, los humanistas fueron elementos esenciales en la vida de las ciudades-
estados republicanas; luego, pasaron a depender del mecenazgo de los déspotas. Pero en el siglo
XVI decae su influencia, en parte por el descrédito que acompaña a sus vidas de derroche y
orgullosa pedantería, en parte por la oportunidad que la difusión del libro impreso otorga a muchos
de obviar la asistencia de los humanistas, en parte por la Contrareforma. Pero, sobre todo, por la
nueva situación política que vive Italia a partir de la invasión francesa de 1494. El Renacimiento es
ya patrimonio de toda Europa y en Italia muere entonces el primer prototipo de una civilización
moderna.

La visión del Siglo XX

Los conceptos de Burckhardt han devenido paradigmáticos, e incluso quienes le adversan, tienen
que argumentar en torno a ellos. El Estado como una obra de arte, el desarrollo del individuo, el
descubrimiento del mundo y del hombre, la Antigüedad clásica como modelo, estos son los rasgos
centrales de su visión del Renacimiento que todo hombre culto lleva en su mente. Pero el cuadro
requiere modificaciones importantes. Hans Baron no concuerda con Burckhardt sobre la
originalidad de los humanistas en punto a temas políticos, sociales e históricos; el motor real del
primer Renacimiento es el republicanismo inicial de las ciudades-estados. Otros historiadores
señalan que se dieron desarrollos paralelos en otros ámbitos: Francia, Alemania e Inglaterra, por
ejemplo. Aún otros creen poder distinguir un espíritu diferente en el humanismo trasalpino y hablan
de un humanismo cristiano, frente al más pagano de Italia. Una crítica frecuente es que el
Renacimiento burckhartdiano es demasiado súbito y se diferencia del Medioevo de éste en exceso.
Wallace K. Ferguson lo describe como una época de transición, durante la cual los elementos
feudales y eclesiásticos del mundo medioeval se transforman de manera paulatina, primero en Italia
y luego en el resto de Europa, como consecuencia del desarrollo del primer capitalismo y de la
sociedad urbana.
La impresión de que la Edad Media fue estática, sólida, afianzada en una fe inconmovible,
ha dado paso a una imagen mucho más compleja y rica, la de una sociedad cambiante y creativa,

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que no se compadece con la caracterización poética de Burckhardt de la conciencia medioeval como
yacente "semidormida o en estado de ensoñación bajo un velo universal" antes de su despertar a raíz
del Renacimiento. Las nuevas disciplinas de la historia económica y social plantean serios
problemas a los historiadores del Renacimiento. El hecho de que el capitalismo y la sociedad urbana
son de origen medioeval, si no más antiguos, hace difícil aceptar sin calificativos la idea de
Burckhadt de que el Renacimiento es "la civilización madre de la nuestra."
Al menos un historiador de la economía, Armando Sapiro, ha declarado que el verdadero
Renacimiento de Occidente se inicia al final del siglo XI con el advenimiento de las Cruzadas,
cuando las ciudades costaneras italianas tomaron la delantera en la reconquista del Mediterráneo.
De acuerdo con Sapiro, en el siglo XII una nueva sociedad emergió en Italia, caracterizada por
centros urbanos, el mercantilismo, los estados-ciudades autónomos y una nueva cultura laica. Si
bien su punto culminante coincide con los siglos XII y XIII, duró hasta el siglo XVI, cuando las
nuevas fuerzas políticas y sociales trasladaron el centro de gravedad europeo hacia el Atlántico y el
Norte, hasta entonces localizado en el Mediterráneo y el Este. Frederik C. Lane ha propuesto una
periodización similar, según la cual el Renacimiento sería la fase final, el último rescoldo, de la vida
comunal italiana de la Edad Media.
Sea como fuere, la idea del Renacimiento no parece destinada a desaparecer del vocabulario
histórico.

El Renacimiento italiano

Desarrollo de las ciudades italianas

La Italia medieval fue una tierra de ciudades. La impronta urbana de los tiempos de Roma
nunca fue borrada de manera total a lo largo de los 500 años de invasiones bárbaras y en el siglo X
se afianza un repoblamiento. Nuevas ciudades, y viejas revividas, marcan el vertebrado paisaje de
Italia, creaciones singulares de una población que crece en número y que desborda en vitalidad.
Como antaño, la ciudad medioeval italiana vive en estrecha relación con el entorno rural aledaño, el
contado; en pocas ocasiones los nuevos citadinos olvidan sus raíces en el campo. Raros fueron los
mercaderes exitosos o los banqueros que no invirtieron parte de sus beneficios en mejorar la granja
familiar, o los nobles de la campiña que no pasaban parte del año en su casa-torre dentro de los
confines de las murallas de la ciudad. En éstas, los nobles, los mercaderes, los artesanos
especializados, los rentistas vivían unos al lado de los otros, luchaban en la misma milicia y se
casaban entre sus familias. Existía una jerarquía social, pero era compleja, entrabada, sin que
cupiese fijar una simple división entre nobles y plebeyos, entre los ricos terratenientes y los ricos
comerciantes. El que los nobles tomaran parte en los asuntos cívicos explica la temprana
pugnacidad de los burgueses en su resistencia al obispo local, que era, en general, el principal
aspirante a detentar el poder en la comunidad. La acción política contra un enemigo común tendía a
fortalecer el sentido de unidad y lealtad a la ciudad. Al término del siglo XI, el patriotismo cívico
comienza a expresarse en la literatura; los cronistas unen los hechos con la leyenda para hacer
énfasis en la especial relación, en la Antigüedad, de su ciudad con Roma, fuente de un especial
derecho de mandar sobre otras. Estos motivos reflejan sus logros en punto a autonomía frente a sus
respectivos señores episcopales o feudales, y explican el crecimiento de las rivalidades entre las
comunidades vecinas.
Las ciudades-estados. Al calor de estas rivalidades, las ciudades más fuertes dominan de
manera creciente a las más débiles. A medida que la actividad que se desarrolla en ellas se hace más
compleja, la vida política de carácter esporádico da paso a instituciones cívicas permanentes. Típico
fue un cuerpo de magistrados ejecutivos, el consulado (así llamado para reafirmar los lazos con la
Roma republicana). Al final del siglo XI y comienzos del siglo XII, este proceso -caracterizado por
la autonomía jurídica, la aparición de funcionarios permanentes y la ampliación del poder de la
ciudad más allá de sus murallas, al contado y a las pequeñas ciudades circunvecinas- había

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alcanzado su madurez en el caso de una docena de ciudades y estaba en curso en otras tantas. La
ciudad escasamente orgánica había dado paso a la comune; y ésta se transforma en la ciudad-estado.
La típica ciudad-estado del siglo XIII era una república que administraba un territorio de pequeñas
ciudades dependientes de ella. Es cuestión de opinión calificarla de democrática: la idea de
soberanía popular existía en el pensamiento político y ocasionaba la convocatoria de un parlamento
en las situaciones de emergencia; pero en ninguna de las repúblicas la totalidad del pueblo era
llamada a participar en el gobierno. No obstante, el siglo XIII es testigo del establecimiento, tras
largas luchas, de asambleas en las que una porción de la población, determinada por sus
propiedades y por otras calificaciones, tomaba parte en los debates, en los procesos legislativos y en
la elección de los funcionarios. La mayor parte de los puestos oficiales eran ocupados por
ciudadanos elegidos por períodos cortos, de manera rotatoria. Si se toma en cuenta que casi todos
estaban obligados a servir en la milicia cívica, queda claro que una parte muy considerable de la
población participaba en la vida pública de la comuna. Dado que la mayor parte de las repúblicas
eran pequeñas (Florencia, una de las más grandes, tenía en 1300 unas 100.000 almas; Padua, más
cerca de la media, cerca de 15.000), los asuntos oficiales eran manejados por y para los ciudadanos,
que se conocían entre sí, y las cuestiones públicas suscitaban un intenso interés.
El lado oscuro de esta intensa participación ciudadana fue el conflicto. Si los italianos no
estaban ocupados luchando con una república vecina, lo estaban peleando en el seno de la suya. El
problema arrancaba de la desigual distribución del poder y de la persistencia de la violencia feudal.
Basta recordar el conflicto entre Güelfos y Gibelinos, y el exilio de Dante.
Signoria. A lo largo del siglo XIV un número de ciudades, desesperando de mitigar estos
conflictos internos, pasan del republicanismo al gobierno unipersonal, la signoria. El señor es
ordinariamente un miembro de la nobleza feudal local, que escoge, por lo general, ejercitar su poder
a través de las instituciones republicanas, haciendo así menos ostensible el cambio de régimen. En
ocasiones, el advenimiento de la signoria es producto del triunfo de una facción feudal sobre otra; y
en alguna otra ocasión, es el condotierre feudal contratado por un bando con fines militares quien se
hace del poder. Al margen de las circunstancias específicas, el hecho es que el señorío hereditario
deviene la situación ordinaria al término del siglo XIV y que el republicanismo es la excepción.
Contrariamente a lo que Burckhardt pensó, Italia no se había librado del feudalismo en el siglo XIV.
En el sur, el feudalismo estaba atrincherado en el débilmente centralizado reino de Nápoles, sucesor
de los reinos de los Hohenstaufen y de los normandos. En la Italia central y norteña, los señoríos
feudales y los valores caballerescos se fundieron con las instituciones comunales medievales para
producir el estado típico renacentista -un estado que suponía un compromiso entre tendencias
conflictivas. Donde los nobles fueron excluidos por ley de la participación en los asuntos de la
comuna, como en las ciudades toscanas de Florencia, Siena, Pisa y Lucca, el parlamentarismo
republicano tuvo más larga vida; pero aún estos bastiones de la libertad tuvieron sus intervalos de
abierto o encubierto señorío. Es cierto que la gran república marítima de Venecia restringió con el
paso del tiempo el poder del dogo (Latín: dux, líder), acrecentando el de sus consejos. Pero Venecia
nunca tuvo una nobleza feudal, sólo una aristocracia mercantil, que se llamaba a sí misma noble y
que guardó celosamente su soberanía hereditaria contra las incursiones del pueblo llano.
Guerras expansionistas. Junto a los aspectos tradicionales, aparecen en las ciudades-
estados renacentistas nuevos elementos. Los cambios sociales y políticos afectaron a las formas de
gobierno, en tanto el crecimiento del humanismo influyó sobre las concepciones de la ciudadanía, el
patriotismo y la historia cívica. La declinación de la habilidad del Imperio y del papado para
dominar los asuntos italianos, dejó en manos de aquéllas la oportunidad de promover sus propios
fines, entre ellos, de modo relevante, el de su seguridad vis-à-vis sus vecinos. La diplomacia devino
un juego entre expertos; las rivalidades se hicieron mortales; las guerras, endémicas. Dado que el
costo de éstas era elevado, particularmente por la contratación de tropas mercenarias con las que
substituir las milicias urbanas, los estados tuvieron que encontrar nuevos recursos monetarios y
desarrollar métodos para asegurar la deuda pública. Se requirieron nuevos funcionarios para
administrarlos, en vez de las anteriores asociaciones de ciudadanos, cofradías y partidos políticos

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que habían regulado hasta entonces los asuntos públicos, dejando en consecuencia al individuo
frente al Estado sin intermediarios. Si el hombre del Renacimiento se volvió consciente de sí
mismo, como pensó Burckhardt, también se tornó inescapablemente consciente de su relación con
el Estado, que se transformó en padre, madre y familia de cada persona bajo su jurisdicción.
En vez de la anarquía prevalente, un nuevo patrón comienza a aparecer entre los estados
italianos en el siglo XIV. Frente a la órbita dual del Imperio y del papado alrededor de la cual los
más habían girado, emergen nuevos poderes regionales que aspiran a dominar la península. El
esfuerzo más sotenido de engrandecimiento es el de Milán bajo el señorío de los Visconti. En las
dos décadas finales del siglo XIV Gian Galeazzo Visconti empujó la hegemonía milanesa hacia el
Este, hasta Padua, a las puertas mismas de Venecia, y hacia el Sur, a las ciudades de la Toscana:
Lucca, Pisa y Siena; y hasta Perugia, en los territorios pontificios. Es posible que se hubiese
apoderado de Florencia, de no haber muerto súbitamente en 1402, dejando una herencia dividida.
En los años 20 del nuevo siglo, bajo Filippo Maria, volvió a expansionarse; pero para esta época
Venecia, también territorialmente ambiciosa, se había aliado con Florencia con la finalidad de
bloquear a Milán. A mitad del siglo XV Italia estaba envuelta en un torbellino de intrigas, golpes
palaciegos, revueltas, guerras y cambiantes alianzas, de las cuales la más espectacular fue la
reconciliación de los viejos enemigos, Milán y Florencia, para frenar la expansión de Venecial. Esta
"revolución diplomática", obra de Cosimo de´ Medici (1389-1464), el señor no oficial de la
república florentina, es la ilustración más significativa del nacimiento de la diplomacia del
equilibrio de poderes en la Italia del Renacimiento.
El humanismo y la erudición italianos. Según se ha visto antes, la noción de que la
sabiduría antigua y la elocuencia permanecieron dormidas durantes las Edades Oscuras hasta
despertar en el Renacimiento fue una invención del propio Renacimiento. La idea del
redescubrimiento de la antigüedad clásica fue uno de esos grandes mitos, similar al de la misión
universal civilizadora de Roma o a la idea del progreso en la moderna civilización industrial,
mediante los cuales una era se identifica a sí misma en la historia. Como en todos estos mitos, hay
en él una mezcla de hechos y de invenciones. El pensamiento y el estilo clásico permeó la sociedad
medieval de innumerables maneras. La mayor parte de los autores conocidos por los renacentistas
lo fueron también por los hombres del medioevo, en tanto las obras clásicas "descubiertas" por los
humanistas no eran originales, sino copias medievales preservadas en los monasterios o en las
bibliotecas catedralicias. Aún más: la Edad Media produjo al menos dos florecimientos anteriores
de la antigüedad clásica. El llamado "Renacimiento carolingio", a fines del siglo VIII y comienzos
de IX, salvó muchas obras clásicas de la destrucción o del olvido, pasándolas a la posteridad en las
bellas minúsculas que condicionaron la grafía renacentista. El siglo XII fue testigo del cultivo de la
jurisprudencia romana, de la poesía latina, de la ciencia griega; en este último aspecto, casi todo el
corpus de los escritos de Aristóteles que conocemos hoy, estuvo en manos de los sabios de
entonces.
Incremento de la educación. Sin embargo, el retorno a la Antigüedad durante el
Renacimiento fue tan distinto en espíritu y substancia de estos otros movimientos culturales, que no
sorprende que los humanistas pensaran que era único y singular. Durante la Edad Media el estudio
de los clásicos y las actividades intelectuales estuvieron circunscritos a los hombres de la Iglesia,
por lo general a los de las órdenes regulares. En las ciudades italianas este monopolio fue
parcialmente roto por el crecimiento de laicos letrados, con afanes de cultura y necesitados de ella.
Las nuevas profesiones reflejan el crecimiento tanto de una educación literaria como laica -los
dictadores o profesores de la retórica práctica, los abogados y los ubicuos notarios (una
combinación de contador, gestor y registrador público). Estos, y no los clérigos-eruditos itinerantes
de Burckhardt, fueron los verdaderos predecesores de los humanistas.
En Padua, entre el final del siglo XIII y comienzos del XIV, emergió, floreció y declinó una
suerte de humanismo temprano. El clasicismo paduano fue el resultado de la vigorosa vida
republicana de la comuna y su eclipse coincidió con la pérdida de sus libertades. Un grupo de
juristas, abogados y notarios -todos entrenados como dictadores- desarrolló el gusto por la

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literatura, probablemente como consecuencia de su interés en la jurisprudencia romana y por su
afinidad a la historia de la Roma republicana. El más famoso de estos clasicistas paduanos fue
Albertino Mussato, poeta, historiador y dramaturgo, a la vez que abogado y político, cuyo drama
Ecerinis, de estilo senequista, es considerado como la primera tragedia renacentista. Estos
humanistas de primera fila influyeron sobre los del siglo XIV, haciéndoles conscientes de su
herencia cultural. Pero permanecieron fieles a sus raíces medievales y no tuvieron mayor
comprensión del inmenso trecho que les separaba de los hombres de la antigüedad.
La lengua y la elocuencia. Fue Petrarca quien comprendió primero el golfo que se
interponía entre la Antigüedad clásica y su propia civilización, y quien delineó un programa de
estudios que pondría al descubierto el espíritu de aquélla. El foco de su visión fue la lengua: si la
época clásica había de ser entendida en sus propios términos, tendría que serlo a través de la lengua
con la que los antiguos habían comunicado sus pensamientos. Esto implicaba que las lenguas de la
antigüedad tenían que ser estudiadas tal como los antiguos las habían usado, no como un vehículo
para la transmisión de las ideas contemporáneas. Así, la gramática, incluida la lectura y la cuidadosa
imitación de los autores clásicos, fue la base del programa petrarquista.
Del dominio de la lengua se pasaba al de la elocuencia. Para Petrarca, como para Cicerón,
la elocuencia no era la mera posesión de un estilo elegante, ni el poder de persuadir, sino la unión
de la elegancia y el poder con la virtud. El que estudiaba la lengua y la retórica clásicas lo hacía con
una finalidad moral -encaminar al hombre a la vida buena-, pues, en una sentencia que podría ser la
divisa del humanismo renacentista, Petrarca afirma que "es mejor querer lo bueno que conocer la
verdad."
Las humanidades. Para desear lo bueno, el bien, debe uno, primero, conocer la verdad; no
puede haber verdadera elocuencia sin sabiduría. De acuerdo con Leonardo Bruni, uno de los
primeros humanistas del siglo siguiente, Petrarca "nos abrió el camino, para mostrarnos cómo
adquirir el conocimiento." La unión de la retórica y la filosofía propuesta por Petrarca, modelada
sobre el ideal clásico de la elocuencia, impartió a los humanistas una dignidad intelectual y un ethos
moral ausente en los dictadores y clasicistas medievales. También apuntó hacia un programa de
estudios -los studia humanitatis- mediante el cual el ideal podía ser alcanzado. Tal como fue
elaborado por Bruni, Pier Paolo Vergerio y otros, el concepto de las humanidades se basó en los
modelos clásicos -la tradición de las artes liberales concebida por los griegos y elaborada por
Cicerón y Quintiliano. Los escolásticos medievales pensaron que había siete artes liberales, ni una
más, ni una menos, si bien no se pusieron siempre de acuerdo sobre cuáles eran. Los humanistas
tuvieron sus favoritas, que invariablemente incluyeron la gramática, la retórica, la filosofía moral y
la historia, con uno que otro asentimiento a las matemáticas. También tenían sus ideas sobre los
métodos de enseñanza y de estudio. Insistían sobre el dominio del latín clásico y, en la medida
posible, del griego, cuyo aprendizaje se reinició en Occidente en 1397, cuando el erudito griego
Manuel Chrysolaras fue invitado a enseñar en Florencia. Asimismo insistieron en el estudio de los
autores clásicos a partir de los textos originales, prohibiendo los textos medievales y sus
compendios. Esto suscitó un aumento de la demanda de textos clásicos, satisfecha inicialmente por
los copistas de manuscritos y el empleo de la nueva grafía, y luego, a partir de mediados del siglo
XV, mediante la imprenta. Así, si bien es cierto que la mayoría de los autores clásicos fueron
conocidos durante la Edad Media, había una diferencia crucial entre la circulación de muchas
copias de un texto y la situación precedente, en la que un preciado original era guardado
celosamente en la biblioteca de un monasterio.
El término humanista (Italiano: umanista; latín: humanista) ocurre por vez primera en
documentos del siglo XV para referirse a un profesor de las humanidades. Los humanistas
enseñaron de muy diversos modos. Algunos fundaron sus propias escuelas, como Vittorino da
Feltre en Mantua, en 1423, y Guarino Veronese en Ferrara, en 1429, en las cuales los alumnos
podían seguir el nuevo curriculum tanto a nivel elemental como avanzado. Algunos humanistas
enseñaron en las universidades, las cuales si bien siguieron siendo bastiones de las especializaciones
en leyes, medicina y teología, habían comenzado a fines del siglo XIV a dar cabida a las nuevas

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disciplinas. Otros, finalmente, fueron empleados en los hogares de los príncipes y magnates, como
Angelo Poliziano, tutor de los niños Médici y profesor universitario.
La educación formal fue sólo uno de los campos a través de los cuales los humanistas
moldearon la mentalidad de su época. Muchos fueron artistas literarios que pusieron en práctica en
sus escritos la elocuencia que trataban de inculcar a sus alumnos; entre ellos descuellan en poesía
latina Poliziano, Giovanni Pontano y Jacopo Sannazzaro. En el drama, Poliziano, Pontano y Pietro
Bembo fueron importantes innovadores, y en general, los humanistas se sintieron en su elemento en
la composición de elegantes epístolas, diálogos y discursos. Al mismo tiempo, comenzaron a aplicar
sus ideas sobre la gramática y la lengua latinas a la lengua "vulgar", demostrando que ésta podía ser
tan elegante y sutil como el latín clásico.
La erudición clásica. No todos los humanistas fueron poetas, pero la mayoría fueron
eruditos en los clásicos. Esta erudición estaba integrada por un conjunto relacionado de técnicas
especializadas mediante las cuales la herencia cultural de la Antigüedad se hizo asequible.
Esencialmente, en adición a la búsqueda y autentificación de los autores clásicos y sus obras,
aquéllas suponían la labor de editar -comparar las versiones manuscritas de un libro o documento,
corregir pasajes erróneamente rendidos o de significación dudosa, y comentar en notas o en tratados
separados el estilo, la intención y el contexto del pensamiento de un autor. Obviamente, esta labor
demandaba no sólo el dominio en profundidad de las lenguas involucradas y el conocimiento de la
literatura, sino también la familiaridad con la cultura en la que se había formado la mente del autor
y que había influido sobre su modo de expresión. En consecuencia, los humanistas crearon un vasto
fondo literario de carácter erudito sobre estas cuestiones, instructivo en la crítica técnica de la
filología clásica, esto es, el estudio de los textos antiguos.

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