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Me obsesionaba caer bien a mis compañeros de escuela, así que intenté por todos
los medios que me aceptaran. Nada dio resultado, y para cuando tenía quince años de
edad, pensaba que todo estaba perdido. Hasta traté de suicidarme, aunque sin éxito.
Empecé a fumar tabaco y marihuana, pues pensaba que eso ayudaría a mejorar la
situación. Pero no fue así. Al cabo de un tiempo decidí dejar la organización de Jehová
y buscar felicidad en otro lugar. Comuniqué a mis compañeros de escuela que ya no era
testigo de Jehová, y parece que eso les agradó.
Quería cambiar, volver a casa y empezar de nuevo. Echaba de menos a mis padres
y la vida que llevaba antes, así que oré a Jehová para que me ayudase. Lo más difícil
fue abordar a mis padres y pedir su perdón. Me sentí agradecido de que fueran capaces
de perdonarme.
Algún tiempo después fui restablecido y hasta me casé con una joven de una
congregación vecina. Las cosas iban mejorando. Sin embargo, todavía no apreciaba el
amor de Jehová. Trataba de hacer las cosas por mi propia cuenta en lugar de apoyarme
en Él para tener fuerzas.
Menos de dos años después, nos habíamos divorciado y fui expulsado de nuevo
por inmoralidad. Me había enredado con unas personas mundanas. Al principio todo era
bastante inocente, pero la advertencia bíblica siempre resulta acertada: “Las malas
compañías echan a perder los hábitos útiles”. (1 Corintios 15:33.)
Tampoco perdí tiempo en enredarme en la inmoralidad, pues para mí era una forma
de sentirme pretendido. Y me pretendían mucho. Aprendí a valerme de las relaciones
sexuales para aprovecharme de otras personas y conseguir lo que deseaba. Viví así
durante años.
Recuerdo vívidamente una ocasión en que tuve una fiebre muy alta y me quedé
sumamente débil. El médico no sabía lo que tenía. Con el tiempo, se me pasó. Hasta
tres años después no supe lo que había contraído.
Por aquel entonces también empecé a tener dificultades con los demonios, y en
una ocasión hasta me atacaron. Noté como si un demonio tratase de entrar en mi cuerpo.
Por más que me esforzaba, no podía pronunciar ninguna palabra. Lo intenté una y otra
vez hasta que por fin pude gritar: “¡Ayúdame Jehová!”. El demonio se fue
inmediatamente.
Deseo cambiar
Un día, mientras estaba en una fiesta con unos amigos, empezamos a hablar sobre
los acontecimientos mundiales. Cuando me preguntaron qué pensaba acerca del futuro,
empecé a hablarles del propósito de Dios para la Tierra y sus habitantes. Estaban
asombrados. Pero una persona se enfadó mucho conmigo y me llamó hipócrita. Tenía
toda la razón, ya que yo estaba viviendo una doble vida. Sin embargo, en lo profundo de
mi corazón, sabía que Jehová era nuestra única salvación y que no había otro lugar
donde estar aparte de su organización.
Empecé a orar a Jehová en busca de ayuda. Me resultaba muy difícil hacerlo, pues
me sentía muy avergonzado y sucio. Un día recibí una llamada telefónica. Era mi tía, a
quien no había visto desde hacía más de nueve años. Quería venir a verme. Aunque ella
no compartía las creencias de mis padres, le dije que deseaba cambiar mi vida y volver
a ser testigo de Jehová. Pudo percibir mi sinceridad y quiso ayudarme.
Mi tía me invitó a que me fuera a vivir con ella hasta que pudiese recuperarme.
Cuando me preguntó si eso me ayudaría, me limité a quedarme sin decir nada y llorar.
Sabía que era la salida que necesitaba, de modo que dejé mis anteriores compañías.
Los siguientes meses no fueron fáciles, pero confiaba en que Jehová me ayudaría a salir
adelante. Creo que en mi caso aplicaron las palabras de Malaquías 3:7: “‘Vuelvan a mí,
y yo ciertamente volveré a ustedes’, ha dicho Jehová de los ejércitos”.
Tan pronto como me trasladé, me reuní con los ancianos. Les conté toda mi vida y
les dije que verdaderamente quería servir a Jehová. Ellos sabían igual que yo que mi
restablecimiento de ningún modo vendría de la noche a la mañana, puesto que tenía
malos antecedentes. Pero esta vez estaba determinado. Oraba constantemente —todos
los días y todas las noches— para que Jehová me ayudase. Solía verme como una
persona muy débil, y supongo que, sin ninguna ayuda, lo soy. Pero es sorprendente lo
fuerte que uno se vuelve con la ayuda de Jehová.
Durante muchos años había tomado drogas para enfrentarme a la vida cotidiana,
pero ahora tenía que pasar sin ellas. Sentía miedo. Las muchedumbres me asustaban,
y literalmente me ponía enfermo si estaba rodeado de gente durante mucho tiempo.
Además, también intentaba dejar de fumar después de estar acostumbrado a fumarme
casi cuatro cajetillas diarias. Lo único que me ayudó a superar todo aquello fue la oración
y el continuamente recordarme a mí mismo que lo que estaba haciendo para corregir mi
proceder era algo que agradaba a Jehová. También encontré consuelo y paz en la
asistencia regular a las reuniones. Aunque no podía hablar con nadie debido a que
estaba expulsado, aun así sentía el amor y el cariño que me tenían aquellos futuros
hermanos espirituales.
Sin embargo, algo que también he aprendido es que sin importar lo malo que uno
se haya vuelto o los males que uno haya cometido, Jehová Dios todavía ayuda y perdona
si la persona sinceramente quiere agradarle y le ora con todo su corazón.