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El hambre como arma política

Por Jonathan Wilde


Traducido por José Carlos Rodríguez

Entre los numerosos crímenes cometidos por Stalin se cuenta el


de la hambruna forzosa de Ucrania durante los años 1932-1933. Como es
común en los países en los que reina el socialismo, las hambrunas
intencionadas se han usado como arma política utilizada para alcanzar los deseados
objetivos contra varias clases. Las víctimas señaladas en esta ocasión fueron los kulaks,
los agricultores campesinos que tenían propiedad y contrataban a trabajadores.

Cuando Stalin alcanzó el poder en 1924, vio el nacionalismo ucraniano como una
amenaza al poder soviético, creyendo que cualquier insurrección futura podría provenir
probablemente de los kulaks. Así que decidió aplastarles utilizando los métodos que tan
exitosos habían sido en la URSS durante la política de “liquidación como clase”. En
1929, arrestó a miles de intelectuales ucranianos bajo falsos cargos y o bien los fusiló o
bien los envió a campos de trabajo en Siberia. Llevó a cabo la colectivización de las
explotaciones ucranianas requisando todas las tierras y el ganado privados, lo que afectó
aproximadamente al 80% de la población de Ucrania, anteriormente conocida como el
granero de Europa. Declaró a los kulaks enemigos del pueblo.

Se han estimado en diez millones de personas


las que fueron desposeídas de sus hogares y
pertenencias y enviadas a Siberia en trenes de
mercancías sin calefacción, condiciones en las
cuales pereció al menos un tercio de ellos. Los
que se quedaron en Ucrania lo pasaron igual de
mal, si no peor. Enfrentándose a la propaganda
de guerra y a una ardua batalla, muchos kulaks
se rebelaron, volviendo a sus propiedades, e
incluso matando a las autoridades soviéticas
locales.

Tan pronto como llegó a Stalin la palabra


rebelión el pequeño éxito de los kulaks se tornó breve. Los soldados del Ejército Rojo
fueron enviados para ahogar la rebelión y la policía secreta inició una campaña de terror
con el objetivo de romper el ánimo de los kulaks. En 1932, con la mayoría de las
explotaciones ucranianas colectivizadas a la fuerza, Stalin ordenó un aumento en las
cuotas de producción de comida. Lo hizo en múltiples ocasiones hasta que no quedó
comida para los ucranianos. La cosecha de trigo de 1933 se vendió en el mercado
mundial a precios por debajo del mercado. Los historiadores han calculado que dicha
cosecha podría haber alimentado a los ucranianos por dos años.

Cuando el partido comunista ucraniano solicitó a Stalin una reducción en las cuotas,
éste respondió enviando al Ejército Rojo para exterminar el PC ucraniano e impedir que
los ciudadanos fueran a más con la creación de un inmenso campo de concentración
dentro de sus fronteras. La policía secreta aterrorizó a la población haciendo
inspecciones aleatorias de las pertenencias personales y requisando toda la
comida que encontraran, ahora considerada sagrada propiedad del Estado.
Cualquier ladrón de comida del Estado o bien era ajusticiado inmediatamente o
era enviado por lo menos por diez años a los Gulag.

El efecto fue la hambruna, masiva y prolongada. Murieron millones de personas,


simplemente porque no tenían con qué comer. El aspecto característico de los
niños era esquelético y con el abdomen hinchado. Se cuenta que las madres
abandonaban a sus hijos en los vagones de los trenes que iban a las grandes ciudades
con la esperanza de que alguien pudiera cuidar de ellos mejor. Desafortunadamente, las
ciudades estaban inundadas de miseria y hambre. Los ucranianos pasaron a comer hojas,
perros, gatos, ratas, pájaros y ranas. Cuando esto no era suficiente, incluso pasaron al
canibalismo. Se ha escrito que “el canibalismo era tan común, que el gobierno imprimió
carteles que decían: comer a tus propios hijos es un acto de barbarismo”[1]

En los momentos más crudos de la hambruna, morían unas 25.000 personas cada día en
Ucrania. El recuento final se sitúa entre los cinco y los ocho millones de personas.
Cuando los familiares extranjeros de los ucranianos, en Occidente, respondieron
enviando cargamentos de comida, los oficiales soviéticos reaccionaron requisando esa
ayuda. Los gobiernos occidentales ignoraron durante mucho tiempo los informes sobre
las hambrunas que periódicamente se escapaban al Estado de terror soviético. Franklin
Delano Roosevelt reconoció formalmente al gobierno de Stalin en 1933, y la Unión
Soviética fue reconocida en la Sociedad de Naciones en 1934.

Los kulaks no tienen un museo, mucho menos un memorial. Hoy, nosotros les
recordamos.

[1] El Libro Negro del Comunismo. Stephane Courtois

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