Sie sind auf Seite 1von 282

La doctrina de Dios

Capítulo 1

El ser infinito, Dios, se describe solamente con palabras que hablan acerca de lo infinito: Sus
dominios son inmensurables, su sabiduría es insondable, sus riquezas son inescrutables, sus
caminos son inescudriñables su grandeza sobrepasa toda comparación. No podemos comprender a
Dios; sólo podemos exclamar como el salmista: “Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”.

Este Dios único y eterno se ha revelado al hombre. Y es sólo por medio de la revelación de este Dios
infinito que el hombre finito puede entender el propósito del universo y de su propia existencia. El
incrédulo, que no conoce a Dios, y que, por tanto, se enorgullece de sus teorías, está enredado en
su propia ignorancia, misticismo y superstición. El Hijo de Dios es el único que puede entender al
Dios viviente y sus obras maravillosas.

Hay muchas evidencias que demuestran que existe un ser supremo. La creación muestra claramente
que hay un ser infinito que todo lo sabe y todo lo puede. Él es sobrenatural, sobrehumano, sin
principio y sin fin; es un Creador muy amoroso que no tiene las limitaciones que tienen las criaturas
que él mismo creó. La existencia de la naturaleza es un milagro que demuestra que en realidad
existe un Hacedor de milagros. El hombre puede entender el origen de todo esto sólo por medio de
lo que ha dicho el que creó todas las cosas y tiene todo poder. A este ser le llamamos “Dios”.

Dios, su ser y sus atributos

“Engrandeced a Jehová conmigo, y exaltemos a una su nombre” (Salmo 34.3).

El alma del adorador se llena de reverencia al encontrarse en la presencia del ser infinito
llamado Dios. Él es altísimo y santo, poderoso y glorioso, incomparable y admirable en todas sus
obras grandiosas. Él es perfecto en sabiduría y amor, e infinito en poder. El ser humano nunca
comprenderá su grandeza. Sin embargo, Dios es tan amigable y está tan cercano a nosotros que la
persona más humilde puede tenerlo como un compañero diario y su amigo más íntimo. Al conocerlo
íntimamente le adoramos, le alabamos y reconocemos su derecho a decirnos: “Estad quietos, y
conoced que yo soy Dios” (Salmo 46.10).

El conocimiento de Dios

Nuestro primer conocimiento de Dios viene de la declaración que aparece en Génesis 1.1: “En el
principio creó Dios...” Esto se refiere al tiempo cuando Dios creó todas las cosas. Pero este no fue el
principio de él, pues Dios es sin principio y sin fin.

Dios es un ser real tal y como lo es el hombre. Nosotros podemos afirmar esto porque sabemos que
el hombre fue creado a la imagen de Dios. Dios tiene una personalidad así como la tiene el hombre.

Dios se manifiesta a sus hijos en varias maneras: en la Biblia, en la naturaleza y en la obra de Dios
en los corazones de sus hijos. Y Jesucristo, el Verbo hecho carne, es Dios con nosotros. Además,
existen pruebas de la existencia de un Dios supremo en la naturaleza, en la conciencia del hombre
y en las leyendas trasmitidas de generación en generación desde las civilizaciones antiguas. Siendo
así, nadie puede poner excusa de no conocer a Dios. (Lea Romanos 1.20–32.)
Nombres de Dios

Dios se manifiesta por medio de varios nombres. Los dos nombres más comunes en las escrituras
hebreas son Elohim (generalmente traducido “Dios”) yJehová. El nombre Elohim denota su posición
como Creador y expresa la idea de poder, dominio y autoridad suprema. El nombre Jehová significa
“él que es”. Dios dio este nombre a su pueblo escogido y en su relación con ellos siguió revelando
el significado del mismo. Él se manifestó como el sanador (Éxodo 15.26) y Jehová-salom, o sea, el
que es paz (Jueces 6.24). En verdad él se manifestó como el que es todo lo que a mi pueblo me hace
falta (lea Salmo 62.5–8).

Según los historiadores cuando el nombre Jehová fue dado entre los judíos, ellos se sintieron tan
impresionados por su santidad que lo usaban con muy poca frecuencia por lo que su pronunciación
fue olvidada. En la actualidad los que temen a Dios siempre pronuncian cualquiera de sus nombres
con reverencia y adoración. Tomar el nombre de Dios en vano es completamente desconocido en
los labios del verdadero hijo de Dios.

En la Biblia encontramos otros nombres de Dios que expresan una acción o característica de Dios.
Veamos algunos de ellos: “Dios omnipotente” (Éxodo 6.3); “Altísimo” (Números 24.16); “Dios
viviente” (Deuteronomio 5.26); “Dios del cielo” (Esdras 5.11); “Santo” (Job 6.10); “Dios de los
ejércitos” (Salmo 80.7); “Santo de Israel” (Isaías 1.4.); “Jehová de los ejércitos” (Jeremías 9.15); “Rey
de reyes” (Mateo 6.15); “Señor de los ejércitos” (Romanos 9.29); “Padre de las luces” (Santiago
1.17); “Señor de Señores” (Apocalipsis 17.14). Al estudiar los nombres de la Deidad vemos una
descripción de su grandeza y santidad.

Evidencias de la existencia de Dios

Para la persona que quiere recibir la verdad, y medita en ella, las evidencias de la existencia de Dios
son muchas. Aquí les presentamos algunas:

1. La naturaleza habla de un principio

La hoja de un árbol brota de la rama, la rama del tronco, el tronco de la raíz y la raíz de la semilla.
Entonces, ¿de dónde procede la semilla? La misma procede de otra planta. Cuando buscamos el
origen de la semilla al final llegamos a la primera semilla y nos preguntamos: ¿De dónde vino la
primera semilla? De la misma manera, cuando nos fijamos en los cielos estrellados, la tierra, el mar
y todo lo que en ellos hay, surge la pregunta inevitable: ¿Quién lo hizo? ¿Qué originó la materia, la
vida, las especies y el hombre? Indudablemente tuvo que haber un Creador. Este Creador es Dios.
Él es sin principio y sin fin, y por el aliento de su boca y su poder infinito creó todas las cosas visibles
e invisibles. Es más razonable creer esto que creer que todas estas cosas existen por mera
casualidad. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles
desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no
tienen excusa” (Romanos 1.20).

2. La naturaleza habla de un Creador todopoderoso y sabio

Existen muchas preguntas acerca de la naturaleza que ningún ateo jamás ha podido contestar. Por
ejemplo, hay una ley natural que hace que los cuerpos se dilaten por el calor y se contraigan por el
frío. Una excepción a esta ley se puede observar en el agua. Cuando el agua se congela, se dilata.
De modo que el hielo se forma en la superficie de las aguas en lugar de sumergirse al fondo. De esta
forma los ríos y lagos no llegan a ser una masa sólida de hielo que no podría derretirse en un solo
verano. ¿Quién diseñó esta excepción? ¿Será capricho de la naturaleza? ¿Cómo uno puede
explicarse por qué la tierra abunda de provisiones para los hombres y los animales? ¿Quién nos ha
podido explicar alguna vez el origen de órganos tan delicados como el cerebro, la circulación, el
sentido de la vista, del oído, del olfato y del gusto? Y ¿qué de sus propias localizaciones en el cuerpo
y la manera en que se relacionan unos con otros? Esto no se pudiera explicar a menos que
reconozcamos la existencia de un Diseñador omnisciente, quien los formó según su entendimiento
infinito. Hay muchas otras preguntas que incluso el hombre más educado y sabio no ha podido
contestar razonablemente sin suponer la existencia de un ser supremo.

3. La creencia en un ser supremo es universal

A cualquier parte de este mundo donde vaya un misionero, aun a las tierras más lejanas y paganas,
se encontrará con personas que reconocen la existencia de un ser supremo. ¿Qué son los ídolos sino
falsificaciones del Dios vivo? Los mahometanos, los indostanos, los budistas y muchos otros que
adoran en varias formas son todos adoradores de algún ser que consideran sobrehumano. Para
todos es conocido que aun los ateos en tiempos de conflictos y peligros invocan el nombre de Dios.
Aquel hombre que introdujo su argumento diciendo: “Doy gracias a Dios que soy ateo” es sólo un
ejemplo.

Volviendo nuevamente a Romanos 1.20, vemos que la causa de esto radica en que Dios ha fijado la
verdad de su existencia en las mentes y las conciencias de todo ser humano. Existe algo en lo más
profundo de nuestros corazones a lo cual Dios apela y muchas veces logra alcanzar en nosotros. Es
por ello que Dios toca al corazón del impío para convencerlo de su condición y salvarlo.

4. El hecho irrefutable de que el autor de la Biblia es sobrehumano

En nuestro capítulo sobre la Biblia hemos tratado este tema de una forma más extensa.

5. La experiencia personal del pueblo de Dios

La experiencia incluye cosas tales como el disfrute pleno de vidas limpias de pecado, las
transformaciones en la personalidad, el gozo del Señor en el alma y las oraciones contestadas. El
hijo de Dios que ha experimentado estas cosas puede citar acontecimientos de su propia vida y decir
positivamente: “Yo estoy convencido de que Dios existe”. Usted no tiene que desanimarse si no
conoce todos los elementos y evidencias que demuestran la existencia de Dios. Simplemente por
medio de las evidencias de la salvación, efectuada en su alma por el Dios verdadero, usted puede
demostrarles a los incrédulos que Dios sí existe.

Este ser maravilloso, cuya influencia se ve en todas partes y en todos los aspectos de sus obras, llega
a ser más precioso para nosotros cuando estudiamos sus atributos en su palabra.

Los atributos de Dios

1. Dios es eterno

Este atributo lo vemos en expresiones tales como: “el eterno Dios” (Deuteronomio 33.27); “Jehová
Dios eterno” (Génesis 21.33); “desde la eternidad y hasta la eternidad” (Salmo 103.17); y, “por los
siglos de los siglos” (Apocalipsis 11.15). Además, vemos esto en Génesis 1.1 donde Dios se muestra
como un ser activo y creativo “en el principio”. Dios no es gobernado por el tiempo como sus
criaturas.

2. Dios es inmutable

“Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3.6) es la declaración hecha de su propia boca. Aunque Dios
cambia sus métodos conforme a las diferentes situaciones que se presentan, y en varias ocasiones
ha entrado en pactos nuevos con los hombres, él mismo nunca ha cambiado. Su verdad existe “por
todas las generaciones” (Salmo 100.5). (Lea Santiago 1.17.) “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y
por los siglos” (Hechos 13.8). “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos” (Salmo
119.89).

3. Dios es omnipotente

Es decir, Dios es todopoderoso. El mismo Dios que en el principio dijo las palabras y fueron creados
los cielos y la tierra ahora extiende su brazo fuerte y hace temblar la tierra por medio de huracanes,
terremotos y volcanes. Este mismo Dios enviará desde los cielos a su Hijo, y un nuevo orden
aparecerá (2 Pedro 3.10–13). La majestad y la grandeza de su poder son anunciadas elocuentemente
por boca del profeta (Isaías 40.12–17). (Lea Génesis 17.1; Apocalipsis 19.6.) El mismo Dios que creó
los cielos y la tierra es quien sostiene todas las cosas en la palma de su mano y hasta las naciones
más poderosas son nada en comparación con su poder.

4. Dios es omnisciente

Para Dios no hay límite en sabiduría y conocimiento porque él sabe todas las cosas. “Los ojos de
Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Proverbios 15.3). Dios sabía, incluso
desde antes de la creación del mundo, que el hombre iba a pecar. Por eso él concibió el plan divino
de la salvación y preparó un reino para la gloria eterna de su pueblo. La Biblia está llena de
evidencias que demuestran que su Autor sabe todas las cosas: el pasado, el presente y el futuro (1
Reyes 8.39; Ezequiel 11.5; Mateo 10.30).

5. Dios es omnipresente

“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás
tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el
extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas
me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí” (Salmo 139.7–11). Teniendo en cuenta
que los ojos de Dios están en todas partes, que nada se puede esconder de su vista y que él sabe
aun los pensamientos más íntimos y las intenciones del corazón (Hebreos 4.12), debemos adorar a
Dios en todo tiempo con santa devoción y nunca guardar el mal en nuestros corazones. (Lea 2
Crónicas 6.18.)

6. Dios es justo

“Los juicios de Jehová son verdad, todos justos” (Salmo 19.9). “Justo eres tú, oh Jehová, y rectos tus
juicios” (Salmo 119.137). Nadie debe temer que no va a recibir justicia de parte de Dios porque él
es perfecto en justicia, así como lo es en sus misericordias. Su palabra enseña su justicia y la misma
está presente en todas sus obras.
7. Dios es fiel

“Fiel es Dios” (1 Corintios 10.13). Éste es sólo uno de los pasajes bíblicos que afirma la fidelidad de
Dios. Él ha hecho miles de promesas y nunca ha dejado de cumplirlas. Sus pactos con el hombre
pecaminoso son una evidencia incuestionable de la fidelidad de Dios. Damos gracias a Dios que en
cualquier tiempo podemos acercarnos a él con confianza y sentirnos seguros de que “[su] palabra
es verdad” (Juan 17.17).

8. Dios es incompresible

Los hombres más sabios, más cultos, más eruditos y los más hábiles se enfrentan a muchas
situaciones en la vida en las que tienen que confesar: “Yo no sé”. Zofar, por ejemplo, hizo una
pregunta muy apropiada cuando preguntó: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios?” (Job 11.7). Nos
rodean muchos misterios que la mente humana no puede comprender. Muchos hombres que han
pasado toda su vida escudriñando la palabra de Dios han confesado que apenas han empezado. No
es difícil llegar a conocer a Dios. Sin embargo, es imposible que el hombre alcance el límite del
conocimiento acerca de todo lo que Dios es, dice o hace. El apóstol Pablo, quien quizá escudriñó las
cosas de Dios más que cualquier otro hombre, aun después que fue “arrebatado hasta el tercer
cielo” y oyó cosas “que no le es dado al hombre expresar”, dio este testimonio: “¡Oh profundidad
de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos!” (Romanos 11.33).

9. Dios es sencillo

A pesar de todo lo que se puede decir acerca de la incomprensibilidad de Dios, la sencillez es una de
sus características más sobresalientes. Esto se ve en todas las obras de sus manos. Aunque ningún
ser humano puede saber todo acerca de él, cada ser racional puede llegar a conocer algo; lo
suficiente para animarlo a continuar estudiando la Biblia, trabajando y regocijándose al aprender
más de la verdad divina. La Biblia es un modelo de pensamientos sencillos y profundos, y las
personas que son una viva imagen de Dios son reconocidas por su sencillez y humildad.

10. Dios es benigno

Las evidencias de la benignidad de Dios están en todas partes. Es “su benignidad” (Romanos 2.4) la
que nos guía al arrepentimiento. Es su benignidad lo que hizo posible que el hombre caído pudiera
ser restaurado al favor divino. En muchas maneras, la paciencia y la bondad de Dios confirman las
palabras del salmista: “Bueno es Jehová para con todos” (Salmo 145.9).

11.Dios es misericordioso

La benignidad y la misericordia de Dios son inseparables. “La misericordia de Jehová es desde la


eternidad y hasta la eternidad” (Salmo 103.17). Este versículo muestra que no hay límite para la
bondad de Dios. Y lo que los hombres consideran como “tardanza” por parte de él, no es otra cosa
que la manifestación de su paciencia “para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca” (2
Pedro 3.9). Su misericordia, como sus demás atributos, es perfecta; sin límites ni defecto.

12. Dios es imparcial


La imparcialidad y la misericordia de Dios concuerdan en una bella armonía. Cuando el joven rico le
preguntó a Jesús acerca del camino de la vida, Jesús le mostró claramente lo que lo condenaba. Y
así mismo él lo hace con todos nosotros. Además, podemos apreciar la imparcialidad y la
misericordia de Dios cuando él sacó del huerto al hombre pecaminoso. El hombre no podía comer
del árbol de la vida y vivir eternamente en su estado pecaminoso. Los pecadores que desprecian la
misericordia de Dios con el tiempo tendrán que hacerle frente a la justicia de Dios en la eternidad.
Dios es Autor de leyes justas, las cuales se aplican igualmente a todo ser humano, porque “Dios no
hace acepción de personas” (Hechos 10.34).

13. Dios es amor

“El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4.8). El amor de Dios para con
la humanidad caída es tan grande que dio a su Hijo unigénito para rescatarnos de la perdición (Juan
3.16). El apóstol Pablo dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5.8). ¡Qué amor tan sin igual y precioso! La historia
completa de la relación de Dios con los hombres caídos se resume en tres palabras: “Dios es amor”.

Pensamos tanto en el amor de Dios que algunas veces se nos olvida que una manifestación de su
amor es el odio con que él aborrece lo malo. Él aborrecelo malo con la misma intensidad que ama lo
bueno. Él se manifiesta como un Dios celoso, que visita “la maldad de los padres sobre los hijos
hasta la tercera y cuarta generación de los que [lo] aborrecen” (Éxodo 20.5). En Proverbios 6.16–19
notamos siete cosas específicas que el Señor aborrece. Él aborrece todos los malos caminos y todas
las formas de iniquidad. Para poder amarapasionadamente todo lo que es bueno, justo y santo se
tiene que aborrecerardientemente la iniquidad.

14.Dios es santo

El serafín que se le apareció a Isaías dio voces, diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos;
toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6.3). Diecinueve veces este mismo profeta se refiere al
Dios de los cielos y de la tierra como “el Santo”. Cuando tenemos en cuenta su justicia, amor, pureza,
fidelidad, bondad, gracia y gloria maravillosa, esto nos prepara para recibir su amonestación: “Sed
santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1.16). La santidad de Dios debe ser buscada y procurada por
todos sus hijos.

Aquí concluimos, no por haber nombrado todos los atributos de Dios, sino porque hemos nombrado
lo suficiente para recordarnos de su grandeza infinita, su bondad, su poder y su gloria majestuosa.
Bendito, para siempre bendito, sea su santo nombre.

Ninguna de las criaturas de Dios puede poseer los atributos de Dios que pertenecen a su infinidad,
como su omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia. Dios es el único que las posee. Sin embargo,
los atributos morales, como la santidad, la benignidad, la justicia y la pureza él los ha encargado a
todo su pueblo para que por medio de los mismos nosotros podamos resplandecer a la imagen de
Dios. De modo que para sus hijos uno de los pensamientos más consoladores es que en el futuro
seremos “como él es”.

Capítulo 2
“Jehová de los ejércitos, solo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú hiciste los cielos y la
tierra” (Isaías 37.16).

Dondequiera que usted mire, sea en los cielos o en la tierra, usted verá las maravillosas obras de
Dios. El rey David, al contemplar la gloria de Dios en la naturaleza, cantó:

Los cielos cuentan la gloria de Dios,

Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.

Un día emite palabra a otro día,

Y una noche a otra noche declara sabiduría.

No hay lenguaje, ni palabras,

Ni es oída su voz.

Por toda la tierra salió su voz,

Y hasta el extremo del mundo sus palabras (Salmo 19.1–4).

Observamos la gloria infinita de Dios en sus maravillosas obras a nuestro alrededor. Los cielos y la
tierra proclaman la gloria de Dios. Esta gloria nos habla al mismo tiempo de las glorias venideras que
serán aun más grandes. A él le adoramos por su poder incomparable, su gracia maravillosa, su amor
tierno y su compasión hacia nosotros que somos criaturas indignas hechas de polvo. Miramos hacia
los dominios insondables del Altísimo, y en nuestra imperfección procuramos estudiar las obras de
Dios. Para hacer más fácil este estudio lo hemos dividido en dos partes: (A) LA CREACIÓN y (B) EL
SEÑORÍO DIVINO.

A. LA CREACIÓN

Nuestro estudio comienza en el “principio” de Génesis 1.1. En lo que se refiere al tiempo anterior a
la creación, Dios no le ha revelado nada al hombre excepto unas pocas palabras como en Juan 17.5
y Efesios 1.4. La frase “En el principio” señala el principio de todas las cosas que existen en nuestro
universo. Aquí es donde Dios abre su primer capítulo de revelaciones y dice “creó Dios”, y es
precisamente aquí donde el ateo con su filosofía humana empieza con “podríamos suponer que...”.
Pero el hijo humilde de Dios cree el hecho sencillo que fue entonces cuando “Dios creó los cielos y
la tierra”.

La semana de la creación

Génesis describe de la siguiente forma la obra de Dios durante la semana de la creación:

El primer día: La luz, el día y la noche

Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día (Génesis
1.3–5).

El segundo día: Los cielos

Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas. E hizo Dios
la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre
la expansión y fue así. Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo
(Génesis 1.6–8).

El tercer día: La tierra, el mar y las plantas

Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo
seco. Y fue así. Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que
era bueno. Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto
que de fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la
tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla
está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. Y fue la tarde y la mañana el día tercero
(Génesis 1.9–13).

El cuarto día: El sol, la luna y las estrellas


Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan
de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos
para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor
para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también
las estrellas. Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para
señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Y
fue la tarde y la mañana el día cuarto (Génesis 1.14–19).

El quinto día: Los animales marinos y las aves

Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta
expansión de los cielos. Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se
mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que
era bueno. Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares, y
multiplíquense las aves en la tierra. Y fue la tarde y la mañana el día quinto (Génesis 1.20–23).

El sexto día: Los animales de la tierra y el hombre

Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales
de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado
según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era
bueno. Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo
animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó. (…) Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto (Génesis 1.24–31).

El séptimo día: El reposo

Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo
(Génesis 2.2).

Verdades acerca de la creación

1. Dios hace grandes hazañas con facilidad


Dios creó por medio de la palabra de su boca. Por ejemplo:

Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz.

Dijo también Dios: (...) Descúbrase lo seco. Y fue así.

Dios, con sólo hablar, creó los cielos y la tierra y ordenó la naturaleza. Es cierto que el hombre
simplemente al oprimir un botón puede poner en movimiento grandes fábricas industriales; pero
Dios hizo todo el mundo sin tener que esforzarse. Debemos acordarnos de este poder maravilloso
e incomparable, no solamente al estudiar la creación, sino también al estudiar cómo él gobierna el
universo.

2. Dios lleva a cabo toda su obra en perfección

Dios nunca tuvo que probar o desarrollar sus ideas. Lo que él hace, sirve. Tan perfecta fue la obra
de Dios en la creación que los hombres han hecho un dios de este sistema ordenado y han tratado
de probar con ello que no hay Dios.

3. Dios creó las distintas especies

Dios ordenó que los animales y las plantas que él mismo creó debieran reproducirse según su
especie o según su género. No hay ninguna evidencia en este mundo que demuestre que alguna
especie superior se ha desarrollado de una especie inferior.

4. Dios creó al hombre a su imagen

Dios creó al hombre del polvo de la tierra a su propia imagen. Esta verdad no armoniza con la teoría
antibíblica de la evolución, la cual declara que el hombre se desarrolló de los animales inferiores en
el transcurso de millones de años. La Biblia y la teoría de la evolución están en polos opuestos.

5. Dios le dio una posición exaltada al hombre


El hombre, como Dios lo creó, era único en la creación. Fue un ser viviente, llevó la imagen de su
Creador y pudo comunicarse con él. Adán fue tan inteligente que pudo dar nombres a todos los
animales que Dios había creado y tuvo dominio sobre toda la tierra. Dios creó la naturaleza para
servir al hombre.

6. La creación manifiesta la sabiduría de Dios

Cada planta y cada animal cumplieron con el propósito que Dios le asignó. El reino animal fue puesto
al cuidado del hombre. Dios ordenó todo y a cada una de sus criaturas les proveyó todo lo necesario.
Él dio provisiones en abundancia para el contentamiento y bienestar de los hombres y los animales.
Y para que los hombres entendieran de la manera que él lo había creado todo entonces aparece la
explicación en los primeros dos capítulos de Génesis. Todo lo que Dios había hecho era “bueno en
gran manera”.

Teoría del desarrollo progresivo

El elemento prominente en esta teoría es la evolución. La misma tiene varias modificaciones, desde
el ateísmo absoluto hasta el intento de armonizar la evolución con la Biblia. Todas las modificaciones
entran en conflicto cuando son confrontadas con la verdadera creación descrita en la Biblia.
Veamos:

· Es difícil acomodar lo que pasó en los seis días específicos de la creación con la teoría de que los
seis días fueron épocas geológicas que duraron millones de años. Es aun más difícil acomodar la idea
de una progresión gradual con la declaración bíblica que Dios “formó al hombre del polvo de la
tierra” y “creó Dios al hombre a su imagen”. Con esto vemos que el hombre no evolucionó de un
microbio o de un mono, como muchos pretenden hacernos creer. (Lea Hebreos 11.3.) El hijo de
Dios, aunque no tenga educación, comprende cómo fueron hechos los cielos y la tierra porque cree
en lo que dice en Génesis.

· Los que defienden la teoría de la evolución tienen que confesar que sus creencias se basan en
teorías que no se pueden comprobar. No se ha hallado el supuesto “eslabón perdido” entre el
hombre y los animales. Todos los esfuerzos por comprobar que había una generación espontánea
(es decir, que la vida apareció por sí misma donde no había existido), han fracasado grandemente.
No hay evidencia en los fósiles que demuestre que una especie inferior se haya transformado en
una especie superior. Mientras que la evolución carece de argumentos en tantas maneras, la Biblia
se mantiene fiel y verdadera con el paso del tiempo. Lo que en una generación se considera ser una
verdad científica, muchas veces en la generación siguiente se comprueba que es falsa. La teoría de
la evolución de una especie a la otra no concuerda con las escrituras ni con lo que se observa hoy
en la naturaleza.

· Nosotros nos negamos a llamar evolución a los mejoramientos que el hombre ha realizado en las
especias. Es cierto que en muchos casos ha habido adelantos maravillosos, pero estos adelantos
resultan de la sabiduría de Dios dada a los hombres y no por la naturaleza misma. La naturaleza, sin
la intervención del hombre, regresa al estado original. El hombre ha transformado el durazno de ser
una fruta pequeña y amarga a una fruta sabrosa y azucarada como la conocemos hoy. Pero aún así
continúa siendo un durazno. El cerdo se ha desarrollado a un animal grande y gordo, en algunos
casos pesando hasta media tonelada. Sin embargo, aun así continúa siendo un cerdo. El caballo más
gordo y robusto de nuestros días, comparado con los más flacos y pequeños de la antigüedad,
constituye otro ejemplo del desarrollo de las especies. No obstante, sigue siendo un caballo. Pero
cuando el hombre no contribuye a la reproducción de las especies en el transcurso de unas pocas
generaciones las mismas regresan a su estado natural.

· Los que se oponen a la milagrosa creación bíblica se enfrentan a un milagro aun más inexplicable:
el origen de la materia de la nada. Si negamos que ésta fue creada por Dios no nos queda otra cosa
que suponer que empezó por mera casualidad. El origen de la vida también es un milagro. Si
negamos que la vida fue creada por Dios, no tenemos otro recurso más que concluir que las cosas
comenzaron a vivir por medio de su propio poder. ¿Por qué los hombres se niegan a creer que los
cielos y la tierra y todas las cosas que en ellos hay fueron hechas por el poder y el acto creativo de
un Dios infinito? ¿Por qué apoyan la teoría del progreso gradual desde la nada hasta el estado
presente del universo cuando ni una sola teoría sobre este punto ha sido comprobada? ¿Acaso
pudiera ser que ellos quieran evitar una responsabilidad personal ante un Dios creador?

· Por último, nos negamos a creer en la teoría de la evolución que ahora es enseñada en la mayoría
de los colegios, universidades y seminarios porque la misma nace del ateísmo. Los que apoyan la
evolución niegan la palabra de Dios y a Dios mismo. Cuando el hombre adquiere una perspectiva
falsa de Génesis 1–2 entonces él obtiene una perspectiva falsa de la Biblia en su conjunto. Todos los
hombres de fe que proponen trasmitir la fe a las generaciones futuras deben prestar especial
atención a este punto.

Dios, nuestro único testigo seguro

Tal vez usted se ha hecho la siguiente pregunta: “Si es cierto que los que se oponen a la Biblia se
basan en teorías no comprobadas, ¿por qué hay tantas evidencias que parecen apoyarlas?” A esto
contestamos: Ellos obtienen verdades parciales de estas evidencias y así las apariencias engañan.
Ellos consideran las evidencias desde una perspectiva antibíblica. Aquí les presentamos algunas
ilustraciones:

Por ejemplo, en las piedras de unas montañas a muchos kilómetros de distancia de un río o del mar
son encontrados los fósiles de algunos peces. ¿Cómo llegaron hasta allí? Los que creen en el
desarrollo lento de la evolución plantean que los cambios drásticos que tuvieron lugar durante
millones de años provocaron este fenómeno. Por otra parte, cuando uno que cree la Biblia observa
tal evidencia entonces inmediatamente piensa en los grandes cambios que resultaron del diluvio
mundial en el tiempo de Noé. Y así concluye que la evidencia no prueba que pasó más tiempo que
el que indica la Biblia.

También hubo un tiempo en que casi todos los científicos creían que el mundo era plano. En aquel
tiempo era una tontería creer que la tierra fuera redonda. Ellos razonaron así: “Si el mundo fuera
redondo los hombres se caerían”. Los científicos en aquel tiempo opinaban que las evidencias
demostraban que el mundo era plano. Su conclusión se contradecía con lo que aparece en Isaías
40.22 que habla del “círculo de la tierra”. Por lo tanto, ellos estaban errados.

La Biblia es siempre la verdad. No cede a las teorías que la contradicen. En lugar de dudar acerca de
las verdades de la Biblia lo que debemos hacer es confiar en Dios. Él es el único testigo competente
de las cosas que sucedieron aun antes que hubiera seres humanos para hacer sus observaciones.
Nos gusta alabar el nombre del Señor y decir como el salmista: “Desde el siglo y hasta el siglo, tú
eres Dios” (Salmo 90.2).

La pregunta que no nos corresponde hacernos es: ¿Será cierto todo lo que dice la Biblia?

Por el contrario, la misma debiera ser: ¿Acaso somos fieles a su palabra aunque otros la
contradigan?

B. SEÑORÍO DIVINO

La creación del mundo fue sólo el principio de la obra de Dios para el bienestar de sus criaturas. La
historia de la creación es sólo una introducción al poder y la sabiduría del Creador.

Dios no solamente creó los cielos y la tierra, sino que también sostiene el universo en la palma de
su mano. Él gobierna sobre todas las cosas según su sabiduría y voluntad divina, es quien dicta el
destino de los hombres y las naciones y quien también mueve los cielos y la tierra a favor de sus
criaturas y para el bienestar de ellas.

El gobernador supremo del universo

Dios es el gobernador supremo del universo. “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los
malos y a los buenos” (Proverbios 15.3). Ni siquiera un pájaro cae al suelo sin que él lo vea, y Dios
hasta cuenta los cabellos de nuestra cabeza. Dios les ha concedido poder a los hombres, a los
ángeles y aun al propio diablo que “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”
(1 Pedro 5.8). Pero Dios ha puesto un límite en el poder de todas sus criaturas. Nosotros no podemos
cruzar ese límite. Muchos creen que el hombre tiene capacidades sin límite y que sólo tiene que
desarrollarlas. Pero la fragilidad del hombre y su total dependencia de Dios son tan manifiestas que
no es necesario discutirlas. Podríamos pensar que el diablo es el “dios de este siglo” y señor de todos
sus dominios. Sin embargo, él está sujeto a las limitaciones que Dios le ha puesto. Esto lo podemos
apreciar en el primer capítulo de Job. El Creador reina sobre toda su creación. Él es quien creó todas
las cosas, y todas sus criaturas están sujetas a su santa voluntad. Él es Señor de todos (Hechos 10.36).

El administrador de todo

Dios es el administrador de todo. La mano fuerte de Dios está presente en cada acontecimiento a
través de los siglos.

1. Él manda a sus ángeles

Él los manda como “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán
herederos de la salvación” (Hebreos 1.14). Cristo, refiriéndose a los “pequeños” (Mateo 18.10), dice
que “sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”. El salmista
igualmente nos informa que “el ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los
defiende” (Salmo 34.7). En el fin, Dios enviará sus ángeles como segadores “y recogerán de su reino
a todos los que sirven de tropiezo” (Mateo 13.39, 41). Ellos serán importantes mensajeros y
ministros de Dios en el gran juicio venidero.

2. Él predomina en las debilidades del hombre

La gracia de Dios nunca se presentó al hombre con tanta claridad que cuando él impidió los
esfuerzos de Satanás al proveer un Redentor para el rescate del hombre caído. El apóstol Pablo oró
tres veces al Señor para que le quitara el aguijón en su carne, pero recibió la respuesta amorosa del
Señor, “bástate mi gracia”, asegurándole que su oración le fue contestada con más sabiduría de lo
que él había pensado. La promesa que “el Señor al que ama, disciplina”, nos recuerda que Dios, con
un amor paternal, corrige a sus hijos. Esto concuerda con la seguridad de la promesa que “Dios (...)
no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir” (1 Corintios 10.13) y que su otra promesa,
“no te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13.5) es segura y firme para siempre.

3. Él gobierna a las naciones

Tanto las naciones como los individuos están sujetos al poder de Dios. La historia de las naciones
prueba que Dios juzga la iniquidad de cualquier nación a su debido tiempo. Él castigó a Egipto, a
Babilonia y hasta a su propio pueblo Israel por sus pecados. El poder de Dios sobre las naciones se
manifestó cuando sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, cuando los entregó en manos del enemigo,
cuando destruyó el ejército de Senaquerib, cuando arruinó el reino de Belsasar, cuando derrotó al
ejército siríaco en manos de Eliseo y en muchas otras ocasiones. Aun en la actualidad la mano de
Dios se puede ver en los asuntos de las naciones. Tanto las naciones como muchas personas a
menudo no se someten a la voluntad de Dios. Es por ello que a algunos les parece que Dios no puede
hacer nada, sino dejar que el diablo se aproveche de la situación. Pero con el paso del tiempo esto
no probará la debilidad de Dios, sino su paciencia. El señorío de Dios se hace evidente en los castigos
y en el poder de arruinar a toda una nación. Porque en el fin, “todas las naciones” (Mateo 25.32)
llegarán al juicio, y la época presente terminará. En todas estas cosas el señorío y la mano
gobernante de Dios están claramente visibles (Génesis 6; 11.1–9; 18.17–19.29; Éxodo 3.7–17; Josué
2.24; Jueces 2.11–23; 1 Samuel 15.1–23; 2 Reyes 17–19; Daniel 5).

4. Él gobierna los elementos

Dios gobierna la lluvia, la temperatura, el viento y las tormentas. Él contesta las oraciones de su
pueblo en cuanto a estas cosas. Por ejemplo, Elías oró y la lluvia cesó. Oró otra vez y llovió en
abundancia (1 Reyes 18; Santiago 5.17–18). Cuando Samuel oró hubo truenos en el tiempo de la
mies y el pueblo tuvo miedo por esta manifestación del poder de Dios. En nuestros tiempos ha
habido casos de gobernantes que atendiendo a las peticiones de los ciudadanos, han nombrado un
día especial de oración dedicado a la lluvia. Varias veces ha llovido inmediatamente después de
haber elevado estas fervientes peticiones a Dios. Sin embargo, algunas personas, aunque no dudan
del poder de Dios, insisten en que los cambios del tiempo son gobernados por leyes fijas de la
naturaleza misma. Pero, ¿quién estableció estas leyes fijas? ¿Acaso no puede el gobernador del
universo, así como cualquier otro legislador terrenal, suspender, cambiar o aun revocar cualquier
ley dentro de su poder? Debemos agradecer al Señor sea cual sea el estado del tiempo, porque sus
leyes son perfectas y porque él ordena todas las cosas con sabiduría y para nuestro bien.
5. Él preserva su creación

Dios es el preservador de toda su creación. Esto se hace evidente en la declaración que aparece en
Nehemías 9.6: “Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su
ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas
estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran”. En las escrituras, Dios se muestra como el
preservador de los fieles (Salmos 31.23; 97.10; 145.20; Proverbios 2.8). Además, él se muestra como
el preservador de los hombres y de las bestias (Salmo 36.6). Los que confían en el Señor no tienen
nada que temer. Él sostiene todas las cosas con su poder infinito y es leal a los suyos. Este poder y
fidelidad se manifiestan por medio del Hijo, como se expresa en Hebreos 1.3: “El cual, siendo el
resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la
palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí
mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”.

6. En sus manos está el destino de todas sus criaturas

El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno
conforme a sus obras (Mateo 16.27).

Dios es quien está sentado en su trono en la gloria, contemplando los pensamientos más íntimos y
las intenciones de cada corazón humano. Cada ser humano algún día tendrá que comparecer ante
él y dar cuenta de su mayordomía mientras estaba en el cuerpo (Hebreos 4.12; 2 Corintios 5.10).

Las leyes de Dios

Dios no gobierna arbitrariamente. Él gobierna con misericordia y justicia por medio de leyes que
surgen de su propia naturaleza divina. Todas las cosas serán juzgadas según estas leyes. Todos
somos gobernados aquí y también seremos juzgados por medio de las leyes de Dios. Jesús explicó,
“la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12.48). La justicia exacta y
perfecta, y la misericordia, son posibles porque “Dios no hace acepción de personas” (Hechos
10.34).

Nuestro bienestar espiritual depende de si obedecemos o profanamos las leyes de Dios. “Todo lo
que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6.7). Si ahora guardamos las leyes de Dios
entonces nos aseguramos que estaremos a su lado en la eternidad (Mateo 7.21–27).
Muchas naciones de la tierra han basado sus leyes en las leyes justas de Dios. La relación que existe
entre las leyes de las naciones y las de Dios sugiere la idea que cuando el hombre busca la verdadera
justicia entonces se remite a las leyes justas de Dios. La sabiduría de Dios se muestra en el hecho de
que las naciones son más prósperas en la medida que éstas se acercan al modelo divino en sus leyes
y en la administración de las mismas.

Lo que llamamos “las leyes de la naturaleza” son tan sólo las leyes que Dios ha creado para que
gobiernen en esta creación. En cuanto a las leyes naturales, nosotros debemos considerar que Dios
tiene poder, como cualquier legislador, de poner en vigor, suspender, modificar o revocar estas
leyes. Cuando él suspende o modifica el funcionamiento de tales leyes (como a menudo hace para
contestar nuestras oraciones) entonces a esto es a lo que llamamos un milagro. Ejemplos: El
detenimiento del sol y la luna en los días de Josué; la sequía y la lluvia en los días de Elías; y la
resurrección de Lázaro después que éste había estado muerto por cuatro días.

¿Acaso debemos asombrarnos de tales manifestaciones del poder de Dios? El mismo Dios que creó
todas las cosas tiene poder para hacer con ellas lo que a él le plazca.

Capítulo 3

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28.19).

La palabra “trinidad” no aparece en la Biblia. Pero la doctrina de un Dios trino se ve claramente en


la Biblia.

Hay dos cosas acerca de Dios que creemos con igual énfasis:

1. Hay un solo Dios.

2. Hay una trinidad de personalidades donde cada uno de los que la forman es Dios.

Estas dos realidades juntas justifican el título:

El Dios trino
1. Dios es uno

“Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12.29). Se escucha la voz de este mismo
Dios en este versículo: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios,
y no hay más” (Isaías 45.22). Si hay algo claro en estas dos declaraciones es que hay solamente un
Dios; no tres dioses, ni muchos dioses, sino un Dios. La teoría de la pluralidad de dioses pertenece a
la idolatría. La doctrina de la trinidad se tuerce cuando abandonamos la idea de la unidad de Dios.
Hay solamente un Dios y fuera de él no hay ningún otro. “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo
servirás” (Mateo 4.10).

2. Dios se manifiesta en tres personas

Sin embargo, este único Dios se manifiesta como tres personas distintas. En el bautismo de Jesús en
el Río Jordán (Mateo 3) se nos presenta el Hijo, bautizado en el río; el Espíritu Santo, apareciendo
en la forma corporal de una paloma; y el Padre, que dice desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, en
quien tengo complacencia”.

La trinidad se hace evidente en lo que nuestro Señor dice: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a
quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas” (Juan 14.26).

Otra vez, la trinidad puede apreciarse en el mandamiento de bautizar “en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo”.

La Biblia nos enseña que cada una de estas tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es
Dios. El unitario y el trinitario radical se niegan a reconocer que el Hijo y el Espíritu Santo son Dios
mismo.

3. El Padre es Dios

Jesús reconoce que el Padre es Dios cuando él dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3.16). Pedro también reconoce que Dios es el Padre cuando dice:
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo
renacer” (1 Pedro 1.3). Pablo igualmente le da el mismo reconocimiento, diciendo: “Bendito sea el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2
Corintios 1.3). Cada una de estas declaraciones dan al Padre la distinción de ser el Dios verdadero.

4. El Hijo es Dios

Isaías escribió: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado (...); y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9.6). Pablo, hablando del
reconocimiento que el Padre dio a su Hijo, dice: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo
del siglo” (Hebreos 1.8). Lea también Juan 20.28, Romanos 9.5 y Tito 2.13. Estos versículos se
refieren a Jesucristo como “Dios”. Además, otros pasajes bíblicos otorgan atributos divinos a Jesús.

5. El Espíritu Santo es Dios

Cuando Cristo mandó a los apóstoles a bautizar “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo”, él reconoció al Espíritu Santo como uno de igual importancia a él mismo y al Padre. Otro
ejemplo de esto se encuentra en la manera en que Pedro habló a Ananías. Pedro preguntó a
Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?” Y casi
inmediatamente declaró: “no has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5.3–4). De esta forma
él dio a entender claramente que Dios y el Espíritu Santo son el mismo ser.

Las realidades que están relacionadas al carácter y la obra de cada una de las personas de la trinidad
las explicaremos en los tres capítulos que aparecen a continuación.

La incomprensibilidad de la trinidad

Con relación a la incomprensibilidad de la trinidad hicimos una traducción de un texto escrito por el
hermano J. S. Hartzler (Bible Doctrine, pp. 45–46) en el cual aparece lo siguiente:

A veces se disputa sobre el hecho de si es una contradicción decir “tres en uno y uno en tres”. Se
dice que tal cosa no puede ser. Desde el punto de vista humano, puede que esto sea cierto, pero
Dios no está sometido a las mismas leyes que él ha dado para gobernar a sus criaturas. Esto lo vemos
reflejado en las innumerables cosas que Dios hace por sus criaturas, las cuales el hombre no puede
hacer. Después de la resurrección de Cristo, él hizo cosas que a sus discípulos les fue imposible
hacer, aunque para él fue algo bastante fácil (Lucas 24.31, 36, 51). De manera que por el hecho de
que el hombre no comprenda la trinidad no demuestra que la misma sea una doctrina falsa. Si los
caminos de Dios son “inescrutables” queda muy claro que su existencia también lo es....
¡Tú, bendito Dios! ¡Tú, Santa trinidad! Tú, que eres el Creador y Preservador de todas las cosas, el
Rey de reyes y Señor de señores, el gobernador del cielo y de la tierra, el tres en uno y el uno en
tres; que todo el mundo tema delante de ti, contemplando la “bondad y la severidad de Dios”
(Romanos 11.22) aun en esta vida y que todos ofrezcan la gratitud de sus corazones como el
sacrificio más aceptable a ti, Padre santo, Hijo santo, Espíritu Santo, Señor Dios Todopoderoso.

CAPÍTULO 3

Dios el padre

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3.1).

Cuando decimos “Dios”, generalmente nos referimos a él en el sentido que incluye las tres personas
de la Deidad. Ahora bien, cuando decimos “el Todopoderoso” o “el Altísimo” nos referimos
principalmente a Dios el Padre.

Dios el Padre se nos manifiesta con más claridad en el Nuevo Testamento que en el Antiguo
Testamento por el hecho de haber enviado a su Hijo al mundo. Jesús habló de su Padre y nos mostró
a su Padre. Él y el Espíritu Santo glorifican al Padre. Así la prominencia dada a ellos en el Nuevo
Testamento atrae nuestra atención hacia el Padre.

El carácter y la obra del Padre

Quizá en ningún otro lugar en la Biblia podemos ver tan claramente el carácter y la obra del Padre
como en el Padrenuestro (Mateo 6.9–13). Por ello, estudiemos esta oración para considerar el
significado de lo que dijo el Hijo acerca del Padre.

“Padre nuestro”: La relación entre un padre natural y su descendencia nos sirve de ejemplo en
cuanto a la relación de nuestro Padre celestial con nosotros. La historia del padre que esperaba
tiernamente al hijo pródigo y al fin le dio la bienvenida acogiéndolo nuevamente al seno de su
familia o la historia de las lamentaciones de David al morirse su amado pero extraviado hijo,
Absalón, nos dan una idea del amor infinito e indeciblemente tierno que nuestro Padre en los cielos
tiene por nosotros.
Solamente los que han nacido de nuevo y han sido adoptados en la familia de Dios pueden invocar
a Dios como “nuestro Padre”. Por supuesto, Dios es Padre de todos en el sentido natural porque él
nos creó. Pero la humanidad caída lo ha rechazado. Por esto la esperanza de una salvación universal
es falsa, pues no todos los humanos se arrepienten de sus pecados. Lea 2 Timoteo 3.13 y Lucas 18.8.
Jesús dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8.44). Tenemos que renacer antes que
podamos tener a Dios como nuestro Padre espiritual.

“En los cielos”: Asociamos al nombre del Hijo con la tierra de Israel (porque allí anduvo él mientras
estuvo físicamente en la tierra) y creamos por fe que el Espíritu Santo mora en los corazones de los
creyentes en todas partes del mundo. Pero creemos que el Padre está en los cielos. Esa es su morada
eterna. Fue desde esta morada que él habló en numerosas ocasiones a los patriarcas y a los profetas,
y luego a su Hijo. Y cuando dirigimos nuestras peticiones a Dios sentimos reverencia porque
asociamos al Padre con su hogar eterno. “Padre nuestro” siempre se asocia con “en los cielos”.

“Tu reino”: De este modo, el Hijo reconoce que el reino eterno pertenece al Padre. Ciertamente, el
Hijo se representa a sí mismo como un noble que recibirá para sí un reino (Lucas 19.12–27), pero es
el Padre quien le da a él este reino. Cuando nos acercamos al Padre sentimos que estamos en la
presencia de un Rey grande, potente y eternamente glorioso.

“Tu voluntad”: La voluntad de Dios es suprema en el cielo, y debemos reconocerla de igual manera
en la tierra. Mientras nuestro Salvador se encontraba en el Huerto de Getsemaní y mostraba su
aflicción por medio de aquella oración hacia su Padre podemos ver que él limitó sus peticiones con
“pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26.39). Si le damos al Padre el debido
reconocimiento entonces estableceremos su voluntad como algo supremo en nuestras mentes,
nuestras vidas y en nuestro servicio cristiano. El verdadero hijo de Dios no hace su propia voluntad,
sino la del Padre.

“No nos metas en tentación”: El Padre nos guía por medio de Jesucristo y el Espíritu Santo. Mientras
nuestra oración sincera a nuestro Padre sea que él nos guíe por caminos seguros entonces él nos
guardará de todo peligro espiritual y no nos meterá en tentación.

“Perdónanos”: Todo pecado se comete contra él. De él buscamos el perdón.

“Líbranos”: Dios está dispuesto y es capaz no sólo de guiarnos con seguridad, sino también de
librarnos del mal. Reconociendo cuán vulnerables somos en este mundo vano y hostil, lleno de
trampas, engaños y tentadoras seducciones, nuestros corazones se elevan hacia Dios con gratitud y
alabanza cuando pensamos en él como el gran Libertador de nuestras almas.
“Porque tuyo”: “…es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos.” Por tanto, oramos al Padre,
en el nombre del Hijo, y por medio del Espíritu Santo.

La obra del Padre

Todo lo que Dios hace como el Todopoderoso, el Soberano, etc., se atribuye a Dios el Padre. De esta
forma, la mayor parte de las cosas mencionadas en los capítulos anteriores pertenecen a la obra de
Dios el Padre. Además de estas cosas añadiremos otras más que le son atribuidas a él en una manera
especial.

1. Él es el gran Arquitecto del universo

Ciertamente, Hebreos 1 describe a Dios (el Padre) como tal: “Dios (…) nos ha hablado por el Hijo, a
quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el
resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la
palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí
mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1.1–3). Él es el Monarca absoluto
en todo el universo.

2. Él envió a su Hijo al mundo

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3.16–17). Jesús les preguntó a
los judíos: “¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije:
Hijo de Dios soy?” (Juan 10.36).

3. Él le dio su aprobación al Hijo y a lo que éste hizo

El Padre reconoció a su Hijo dos veces: La primera vez en su bautismo (Mateo 3.17) y la otra en el
monte de la transfiguración (Mateo 17.5). Dios el Padre dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia”.
4. Él envió al Espíritu Santo al mundo

Jesús dijo: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre” (Juan 14.26). El
Espíritu Santo vino, según había sido prometido, en el día de Pentecostés. (Lea Hechos 2.)

5. Él es nuestro Salvador

Este título también se atribuye al Hijo (Mateo 1.21; 2 Pedro 3.18). En realidad, no hay salvación en
la cual el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no tengan parte. Pero nosotros a veces miramos tanto a
Cristo como nuestro Salvador que se nos olvida que el Padre, así como el Hijo, es el Salvador del
alma. Cristo dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6.44).
Muchas veces el Nuevo Testamento habla de como la salvación es de Dios sin mencionar
específicamente al Hijo. Pablo presenta la obra del Padre y del Hijo cuando él dice que “la dádiva de
Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6.23). La misma idea se expone en Juan
3.17; Romanos 8.30–32; Efesios 1.1–5; 2.5–10; 1 Tesalonicenses 5.9 y 1 Timoteo 2.3–4. Pablo dice:
“porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de
los que creen” (1 Timoteo 4.10). Al dar pleno reconocimiento al poder salvador del Dios trino,
decimos como Pedro: “...guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación”
(1 Pedro 1.5).

6. Él tiene parte en la santificación de los creyentes

Judas dirige su epístola a los “santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo” (Judas l). Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo cada uno desempeña un papel distinto en esta obra. El Hijo
oró al Padre a favor de sus discípulos: “Santifícalos en tu verdad” (Juan 17.17).

7. Él contesta las oraciones de su pueblo

“Para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15.16). Son muchas las
promesas de Dios de escuchar y contestar las oraciones que sus santos le ofrecen en el nombre de
Jesús.

Los atributos del Padre


Los atributos de Dios el Padre son los mismos que fueron mencionados en el primer capítulo como
los atributos de Dios. Todas estas cosas nos revelan al Padre: su poder infinito como el Gobernador
supremo del universo; su sabiduría, su bondad y misericordia en su relación con los hombres
pecadores; su amor maravilloso al enviar al mundo pecaminoso a su Hijo unigénito como Salvador
y Redentor; su previsión al enviar al Espíritu Santo al mundo para convencer al mundo de pecado y
para guiar a su pueblo a toda la verdad; su cuidado y protección sobre sus criaturas, proveyendo
con paciencia para todas sus necesidades; su “bondad y severidad” que se demuestran perfectas en
la justicia así como también en la misericordia; su aptitud y voluntad de escuchar y contestar cada
petición de fe; su constancia en la verdad que dura por todas las generaciones; su palabra inmutable
y su amor. El Padre merece toda nuestra confianza y alabanza, demanda nuestra obediencia y
conmueve nuestros corazones con el reconocimiento de su abundante gracia, su grandeza infinita
y su gloria eterna.

Capítulo 5

“Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino”
(Hebreos 1.8).

La naturaleza y la obra del Hijo de Dios se observan claramente en la introducción al evangelio de


Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (...) Todas las cosas
por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida
era la luz de los hombres (...) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1.1–14). Esta escritura
nos muestra que el Verbo, que era Dios, fue hecho carne, es decir, hombre. Así el Hijo de Dios es
también Hijo del hombre.

Hijo de Dios e Hijo del Hombre

Cristo fue el Hijo del Hombre; nació de una virgen. También era Hijo de Dios; fue concebido por el
Espíritu Santo. A los doce años ya él estaba en los “negocios de [su] Padre [Dios]” (Lucas 2.49) y a la
vez estaba sujeto a José y María (Lucas 2.51). El Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del Hombre “para que
el mundo [fuera] salvo por él” (Juan 3.17).

1. El Hijo del Hombre

La humanidad del Hijo es evidente:

· Él era hijo de una madre humana (Mateo 1.18; 2.11)

· Él creció como otros niños (Lucas 2.40)

· Él tuvo un cuerpo humano y comió, bebió y durmió (Lucas 24.39)

· Él fue reconocido como judío (Juan 4.9)

· Él fue tentado exactamente como lo somos nosotros (Hebreos 4.15)

Jesús era un hombre perfecto en dos sentidos:

1. Él tuvo un cuerpo completamente humano. “No [había] parecer en él, ni hermosura” (Isaías 53.2).
Las personas que lo conocieron lo reconocieron como hombre.
2. Él fue tentado como cualquier otro ser humano, sin embargo, permaneció “sin pecado”. Él fue el
único ser humano que soportó esta prueba a la perfección.

2. El Hijo de Dios

La deidad del Hijo es evidente:

· Él era el Hijo del Dios viviente, siendo concebido por el Espíritu Santo (Mateo 1.18)

· Nació de una virgen (Isaías 7.14)

· Tuvo un poder sobrenatural. Sanó muchas enfermedades incurables, calmó tormentas y hasta
resucitó a los muertos.

· La Biblia le otorga muchos nombres que sólo pertenecen a la Deidad.

En las escrituras muchas veces se reconoce a Cristo como el Hijo de Dios. Su divinidad es claramente
reconocida por:

· El ángel: “El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1.35).

· Juan el Bautista: “Éste es el Hijo de Dios” (Juan 1.34).

· Natanael: “Tú eres el Hijo de Dios” (Juan 1.49).

· Los demonios: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios?” (Mateo 8.29).

· Los discípulos: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mateo 14.33).

· Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16.16).

· El Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5).

· El centurión: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27.54).

· El eunuco etíope: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hechos 8.37).

· Pablo: “Predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hechos 9.20).

· Cristo mismo: “El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego (…) dice esto” (Apocalipsis
2.18).

¿Por qué vino el Hijo de Dios a este mundo?

Cristo vino al mundo

1. Como nuestro Salvador

Cristo “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” y a salvar “a su pueblo de sus pecados”
(Mateo 1.2l). Vino “para redimirnos de toda iniquidad” (Tito 2.14). Por eso lo conocemos como “el
Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4.10). Puesto que él dio
“su vida en rescate por muchos” (Mateo 20.28), con gozo lo reconocemos como “nuestro Señor y
Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3.18).

2. Como nuestro ejemplo


Cristo hizo más que salvarnos. Él nos mostró cómo vivir y también nos mostró cómo morir. Una vez
él les dijo a sus discípulos: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también
hagáis” (Juan 13.15). Pedro nos dice que Cristo nos dejó el ejemplo para que “[sigamos] sus pisadas”
(1 Pedro 2.21). Cristo fue “tentado en todo según nuestra semejanza”, pero se mantuvo sin pecado,
dándonos un ejemplo práctico de cómo vencer al tentador (Mateo 4.1–11). Él nos dio el ejemplo
perfecto para vivir una vida sin mancha, una vida haciendo el bien a los demás, una vida de oración,
de abnegación, humillándose y compadeciéndose de los demás mientras él mismo sufría teniendo
una comunión diaria con el Padre y obedeciendo perfectamente la voluntad de su Padre. Cristo se
mostró como nuestro ejemplo perfecto en éstas y en muchas otras cosas. Aun los pastores, que por
supuesto deben ser ejemplos al rebaño, no deben olvidarse de decir como Pablo: “Sed imitadores
de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1).

3. Como nuestro profeta del Nuevo Testamento

Moisés profetizó que “profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como
a mí” (Hechos 7.37). Moisés jugó un papel semejante al de Cristo. Moisés era líder y salvador de su
pueblo; Dios lo escogió para dar la ley y ser mediador entre Dios y el pueblo. “Dios, habiendo
hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2). Cuando a Juan, el precursor de Cristo,
le preguntaron: “¿Eres tú el profeta?” (Juan 1.21), él respondió inmediatamente: “No”. La madre de
Cristo dijo: “Haced todo lo que os dijere” (Juan 2.5). El Padre dijo desde los cielos: “Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5). El escritor inspirado dijo: “Mirad que
no desechéis al que habla” (Hebreos 12.25). El mensaje de este profeta del Nuevo Testamento no
es meramente un mensaje de autoridad, sino que también es un mensaje “lleno de gracia y de
verdad”.

4. Como nuestro Señor

Cristo declaró su señorío con estas palabras: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien,
porque lo soy” (Juan 13.13). Después de predicar el Sermón del Monte, la gente “se admiraba de su
doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad” (Mateo 7.28–29). Su declaración, “Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28.8), muestra que recibió su autoridad de
Dios Padre. El señorío de Cristo se manifiesta en que selló el pacto de la salvación eterna con su
propia sangre, estableció la iglesia y es la cabeza de ella, tiene las llaves de la muerte y del Hades,
ascendió majestuosamente a la gloria y mandó al Espíritu Santo.

5. Como nuestro Mediador

Después de su resurrección Jesús ascendió a la gloria, a la diestra de Dios. Cuando mataban a


Esteban, él vio a Cristo allí a la diestra de Dios (Hechos 7.56). Cristo conoce nuestras pruebas y
debilidades e intercede por nosotros (Hebreos 7.25). Él es nuestro representante y abogado delante
del trono de Dios. Tenemos la consolación que “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para
con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.l).

6. Como nuestro Rey

El hecho de que el Mesías iba a ser rey fue escrito tan claramente en las profecías del Antiguo
Testamento que cuando Cristo vino a la tierra los magos vinieron del oriente, diciendo: “¿Dónde
está el rey de los judíos, que ha nacido?” (Mateo 2.2). Cuando Pilato le preguntó a Cristo, “¿Eres tú
el Rey de los judíos?”, Cristo le respondió: “Tú lo dices” (Mateo 27.11). Su respuesta equivale a decir:
“Sí, lo soy”. De esta manera él afirmó su majestad que fue predicha por el profeta: “Y Jehová será
rey sobre toda la tierra” (Zacarías 14.9). Cristo se refirió muchas veces a su reino.

7. Como nuestro novio

Jesús vino a la tierra a preparar una novia digna para sí mismo. Él volvió al cielo y está allí preparando
moradas en las cuales habitará eternamente con su esposa, la iglesia. Mientras tanto, su iglesia está
preparándose para ir con él cuando venga. Los que no estén preparados enfrentarán su juicio (lea 2
Tesalonicenses 1.7–9). ¡Que viva el Rey eterno, nuestro Salvador y Señor, nuestro Rescate y
Redentor, nuestro Hermano mayor, por cuyo sacrificio, sufrimiento e intercesión tenemos el
privilegio, sin precio, de reinar con él “por los siglos de los siglos”! (Apocalipsis 22.5).

Los atributos y las obras del Hijo

Los atributos del Hijo son los mismos que los atributos de Dios Padre que mencionamos en el
capítulo 1. El hecho de que el Hijo existió antes de nacer de María se confirma en Juan 1.1. Y él
mismo declaró: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8.58). Él es omnipotente (Mateo 28.18;
Hebreos 2.8); sabe todas las cosas (Juan 16.30; Colosenses 2.3); está presente en todas partes
(Salmo 139.7–12) y es inmutable (Hebreos 13.8). En realidad, “en él habita corporalmente toda la
plenitud de la Deidad” (Colosenses 2.9). Estas características del Hijo nos ayudan a entender sus
obras.

1. Él tuvo parte en la creación

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1.3).

2. Él trae vida y luz al mundo

“Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da
vida” (Juan 5.21). “En Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4.15).

Cristo, la “luz (...) del mundo” (Juan 9.5), concede esta característica a sus discípulos, diciendo:
“Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5.14). (Lea Juan 1.1–9.)

3. Él es el Autor de nuestra salvación eterna

“Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le
obedecen” (Hebreos 5.9).

4. Él edifica a la iglesia

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo
16.18).

De esta forma, él es la cabeza (Colosenses 1.18); la puerta (Juan 10.9); la principal piedra del ángulo
(Efesios 2.20); el fundamento (1 Corintios 3.11) y el buen pastor (Juan 10.11). Él hace que la iglesia
crezca y sea segura, constante y digna de la recompensa de Dios el Padre.

5. Él sustenta todas las cosas


“El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas
las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por
medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1.3).

El universo no puede sostenerse por sí mismo. El poder de Cristo sujeta todas las cosas.

6. Él perdona los pecados

“Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7.48).

En el gran corazón perdonador de Cristo hay poder y un deseo constante de perdonar los pecados.
De su corazón sale un llamado que nos suplica que sigamos sus pasos en cuanto a perdonar.

7. Él santifica al creyente

“Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los
inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual
mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias
de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9.13–14). “En esa voluntad somos
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (...) Porque
con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.10, 14).

8. Él nos reconcilia con Dios

“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2.24). “Y
no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien
hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5.11).

9. Él es nuestro abogado ante el trono de Dios

“Y si alguno hubiera pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1).

(Lea también Hebreos 7.25.)

10. Él juzgará al mundo en justicia

“Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien
designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31). “Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo” (2 Corintios 5.10). “Cuando
se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar
retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”
(2 Tesalonicenses 1.7–8).

11. Él vendrá a llevar a su pueblo para que esté con él para siempre

Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron
en él (...) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos,
los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4.14–17).
Capítulo 6

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas
las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”(Juan 14.26).

El Espíritu Santo, así como el Hijo de Dios, existía eternamente antes que viniera al mundo. El escritor
inspirado apenas había empezado su descripción de la creación cuando nos informó que “el Espíritu
de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1.2). El Antiguo Testamento se refiere al Espíritu
Santo repetidas veces, pero no lo vemos tan claramente sino hasta que llegamos al Nuevo
Testamento. Consideremos esto al examinar algunas evidencias bíblicas de su personalidad divina.

La personalidad del Espíritu Santo

Cristo se refiere al Espíritu Santo como “otro Consolador” (Juan 14.16). Pero es evidente que este
Consolador no sólo es una influencia consoladora, pues Cristo dijo: “Cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16.13). El Espíritu Santo, siendo Dios mismo (Hechos
5.3–4), nos guía a la verdad. También él enseña (Juan 14.26) y da testimonio de la verdad (Juan
15.26) como parte de las obras que muestran su personalidad.

Las obras del Espíritu Santo

1. Él inspiró las escrituras

“Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1.21). La
Biblia entera fue dada por inspiración de Dios (2 Timoteo 3.16). Dios derramó su Espíritu en las almas
de los hombres que fueron elegidos para escribir la Biblia, dándonos así la revelación divina.

2. Él regenera al creyente

Como Jesús fue engendrado por el Espíritu Santo, así también tiene que ser cada hijo de Dios que
será heredero del reino del cielo. Nacidos “del Espíritu” (Juan 3.5), es la manera en que Jesús
describe la relación entre el Espíritu Santo y los hijos de Dios. “El Espíritu es el que da vida” (Juan
6.63). El Espíritu Santo, quien obró juntamente con el Padre y el Hijo en la creación (Génesis 1.1–3),
todavía está obrando, trayendo vida a los muertos y transformando al vil pecador en un “nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4.24).

3. Él mora en el creyente

Si usted es un hijo de Dios su “cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Corintios 6.19). En el día de
Pentecostés los discípulos fueron “todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2.4). En otras ocasiones
el libro de los Hechos dice como los creyentes estuvieron llenos del Espíritu Santo. Pablo escribió a
los corintios: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1
Corintios 3.16).

4. Él llena el corazón del creyente con el amor de Dios

“Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones


por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5.5). Juan escribe acerca de este amor diciendo:
“el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4.18).

5. Él convence al mundo de pecado


“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16.8). El pecador
bajo convicción simplemente siente el poder convencedor del Espíritu Santo que le muestra la
realidad de su condición. Dios ha provisto dos cosas para traer a los pecadores al arrepentimiento:
(1) el Espíritu Santo que convence a la persona de su condición pecaminosa y (2) la conciencia, con
sus normas morales, que el Espíritu Santo usa para constreñir a la persona a rendirse a Cristo.
Cuando el Espíritu de Dios deja de contender con los hombres rebeldes (Génesis 6.3) es evidencia
de que el pecador endurecido tiene “cauterizada” o quemada su conciencia (1 Timoteo 4.2).

6. Él dirige a su pueblo

El Espíritu Santo dirigió a Felipe a dirigirse al sur (Hechos 8). Allí se puso en contacto con el eunuco
etíope. El Espíritu Santo dirigió a la iglesia de Antioquía para apartar a Bernabé y a Saulo como
misioneros a los gentiles (Hechos 13). El Espíritu Santo le impidió a Pablo y a sus colaboradores que
predicaran en Asia (Hechos 16). El Espíritu Santo guiará y dirigirá a los que andan “en el Espíritu”
todo el tiempo. Normalmente él no nos habla en una voz audible, sino que nos recuerda acerca de
la verdad que ya sabemos. Los puntos que aparecen a continuación nos muestran igualmente cómo
el Espíritu Santo nos dirige.

7. Él testifica del Hijo y guía a los creyentes a toda la verdad

“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual
procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15.26). “Él os enseñará todas las cosas, y
os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14.26). “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él
os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que
oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16.13). La unidad del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, juntamente con el evangelio de Cristo Jesús, se observa claramente en estos
versículos. Hay personas que dicen que han recibido “revelaciones del Espíritu Santo”, las cuales
enseñan cosas distintas de lo que enseña la palabra de Dios. Tales pretensiones contradicen los
versículos que acabamos de citar. La palabra de Dios y el Espíritu Santo concuerdan en todo, porque
Dios no puede contradecirse a sí mismo.

8. Él le da al creyente un discernimiento espiritual de la Biblia

Los mismos apóstoles no comprendieron todas las enseñanzas de Jesús acerca de su muerte y
resurrección. Ellos estaban confusos aun después que Cristo resucitó de los muertos, y algunos
dudaron hasta en el mismo momento de su ascensión (Mateo 28.17). Ellos mismos, después que
habían recibido al Espíritu Santo en el día de Pentecostés, entendieron y declararon las escrituras
con gran claridad. Cuando el Espíritu de Dios ilumina el corazón del hombre, la palabra de Dios se
convierte en un mensaje claro.

9. Él confirma a los hijos de Dios

“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8.16).
“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo” (1 Juan 5.10). El fruto del Espíritu
da testimonio que el Espíritu Santo mora en la persona (Gálatas 5.22–23).

10. Él tiene parte en la santificación del creyente


Los hijos de Dios son santificados “por el Espíritu Santo” (Romanos 15.16). “Digo, pues: Andad en el
Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y
el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”
(Gálatas 5.16–17). El Espíritu Santo nos libra del dominio de la carne.

11. Él comisiona a los creyentes para el servicio

Cristo dijo a sus discípulos que debían quedarse en la ciudad de Jerusalén hasta que fueran
investidos con poder desde lo alto (Lucas 24.49). Este poder vino el día de Pentecostés cuando todos
fueron llenos del Espíritu Santo y tres mil almas se convirtieron y fueron bautizadas. Como evidencia
del poder del Espíritu Santo en la persona note el servicio eficaz de los que son completamente
consagrados y que sirven con el poder del Espíritu Santo. Los hombres comunes que se consagran a
Cristo son más útiles al Señor que los de más talentos naturales, pero de menos consagración. El
poder que proviene de la inteligencia, las habilidades o la personalidad puede ser beneficioso, pero
no se compara con el poder del Espíritu Santo en la vida del cristiano que sirve a Dios. Es imposible
vivir una vida victoriosa y ganar almas para el Todopoderoso sin el poder del Espíritu Santo.

Emblemas o símbolos del Espíritu Santo

Podemos conocer más acerca de la naturaleza del Espíritu Santo y apreciar más su obra cuando
notamos sus símbolos que están presentes en la palabra de Dios. A continuación notemos algunos
de estos símbolos:

· Agua (Juan 7.38–39). Este símbolo nos da la idea que el Espíritu Santo refresca, da vigor y limpia el
corazón humano. El cristiano lo recibe libremente y lo puede tener en abundancia.

· Fuego (Hechos 2.3). El fuego nos da la idea de que el Espíritu Santo ilumina, purifica, calienta,
penetra y escudriña “lo profundo de Dios” (1 Corintios 2.9–10).

· Viento (Hechos 2.2–4). El viento simboliza el gran poder del Espíritu Santo. Este poder se
manifiesta en la restauración de la vida y del servicio. (Lea Ezequiel 37.9–14.)

· Una paloma (Mateo 3.16). Cuando leemos que el Espíritu Santo descendió como una paloma sobre
la cabeza de nuestro bendito Señor entonces pensamos en el carácter luminoso, pacífico y manso
del Espíritu Santo. Él no grita en las calles, sino más bien habla al corazón con una voz apacible y
delicada, pero eficaz.

· Lenguas repartidas (Hechos 2.2–11). Esto nos hace recordar que el Espíritu Santo habla en lenguas
para que todo pueblo en toda región o época pueda entender, con tal que tengan fe en Dios y en
nuestro Señor Jesucristo.

Estos símbolos aclaran la personalidad del Espíritu Santo a los que escuchan su voz y lo reciben como
el Espíritu del Dios viviente. Estos símbolos también nos muestran las características de la gente en
quien mora el Espíritu Santo.

A quién es dado el Espíritu Santo

La Biblia dice que el Espíritu de Dios es dado:

· “A los que se lo pidan” (Lucas 11.13)


· “A los que le obedecen” (Hechos 5.32)

· A los creyentes arrepentidos (Hechos 2.38)

· A los que reciben a Cristo (Gálatas 3.5,14)

Aunque Dios da su Espíritu Santo de forma gratuita y de buena gana, existen requisitos que el
hombre tiene que cumplir para poder recibirlo, de manera que sin éstos no lo puede tener. Simón
el hechicero estuvo dispuesto a pagar dinero para recibir el poder del Espíritu Santo, pero Pedro lo
reprendió en ese momento diciéndole que su corazón no era recto con Dios. Pedro le dijo que estaba
“en hiel de amargura y en prisión de maldad” (Hechos 8.23). Dios desea ordenar la casa para que
sea la morada del Espíritu Santo, pero el hombre tiene que rendir su casa a Dios antes que él pueda
limpiarla (Romanos 12.1–2).

En pocas palabras, si cumplimos las condiciones de la salvación también recibiremos el don del
Espíritu Santo (Hechos 2.38).

El fruto del Espíritu Santo

Quizá la obra más visible del Espíritu Santo es su fruto en la vida diaria de la persona. Esto se ve
claramente en el gran contraste que encontramos en Gálatas 5.19–23. Primeramente se nos
presenta una lista de “las obras de la carne”, y Pablo dice que “los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios”. Luego se nos da una lista del fruto del Espíritu Santo. Y se nos informa
que “contra tales cosas no hay ley”. Aquellos en quienes mora el Espíritu de Dios muestran el
siguiente fruto en su vida cristiana:

1. Amor: “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace
justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Juan 3.10).

2. Gozo: “Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hechos 13.52).

3. Paz: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones”
(Filipenses 4.7).

4. Paciencia: “Soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4.2).

5. Benignidad: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos” (Efesios 4.32).

6. Bondad: “Vosotros mismos estáis llenos de bondad” (Romanos 15.14).

7. Fe: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5.4).

8. Mansedumbre: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”
(Mateo 5.5).

9. Templanza: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene” (1 Corintios 9.25).

Según la Biblia, cualquiera que manifiesta el fruto perfecto del Espíritu Santo en su vida tiene el
Consolador.

La doctrina del hombre


Dios creó al hombre a su imagen y le dio la capacidad de razonar y de escoger a quien servir. Si
escoge servir a Dios entonces las virtudes de Dios se perfeccionan en él. Si escoge servir al diablo
entonces llega a ser más perverso y diabólico.

El hombre tiene una doble naturaleza, pues él es carne y espíritu. Por una parte, él es semejante a
Dios; y por otra, es como los animales. El hombre tiene una voluntad al igual que Dios. Él también
tiene un espíritu que goza de compañerismo espiritual y posee un alma que tiene una existencia
eterna. Sin embargo, así como el cuerpo de los animales se enferma y muere también el cuerpo del
hombre.

Cuando comparamos al hombre con Dios nos damos cuenta que el hombre es inferior a Dios en
todo. Podemos expresar la diferencia de la siguiente manera:El hombre es finito; Dios es
infinito. Aunque una persona se convierta al Señor siendo muy joven y le siga fielmente durante
toda su vida esto no quiere decir que alcanzará la perfección de Dios en esta vida. No importa cuanto
haya crecido espiritualmente, todavía puede seguir creciendo.

Cuando comparamos al hombre con los animales entonces vemos que él es superior a ellos en
inteligencia, dominio y poder. Su capacidad, sea para el bien o para el mal, sobrepasa la de ellos.
Mientras que los animales son gobernados por el instinto, el hombre puede razonar, lo cual le
proporciona una esfera muy superior. Cuando un animal muere sólo queda un montón de
estructuras óseas que vuelve al polvo. Cuando muere una persona su cuerpo vuelve al polvo
mientras que el alma continúa existiendo para siempre. No obstante, cuando el hombre se somete
al dominio de la carne entonces él cae en una profundidad de depravación desconocida aun entre
los animales.

De modo que, la pregunta práctica con la cual nos enfrentamos a menudo es: ¿Nos arrastraremos
como los animales en el polvo o moraremos, como Dios, en lugares celestiales?

CAPÍTULO 7

El hombre

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis
1.27).

El salmista, meditando sobre la bondad y la misericordia de Dios, consideró la gran diferencia


existente entre el Dios infinito y el hombre finito. Entonces exclamó diciendo: “¿Qué es el hombre,
para que tengas de él memoria?” (Salmo 8.4).

¿Qué es el hombre?

1. El hombre es una imagen finita del Dios infinito

Después que Dios creó todas las plantas y todos los animales todavía no existía una criatura que
llevara su propia imagen. Por tanto, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”
(Génesis1.26). El hombre, al igual que su Creador cuya imagen él lleva, es un ser compuesto. Cuando
Dios dijo, “hagamos”, él se refirió a la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El hombre también es
trino, pues tiene “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tesalonicenses 5.23). Dios le dio al hombre una mente
que lo capacita para dominar la tierra. Todos los atributos morales de Dios (véase el capítulo 1), los
cuales Dios posee a la perfección, los dio al hombre hasta cierto punto. El hombre, aunque lleva la
imagen de Dios, nunca puede ser igual a él porque Dios es perfecto e infinito en todo, mientras que
el hombre es imperfecto y finito.

2. El hombre es distinto a las demás criaturas de la creación

Dios creó el mundo a fin de proveer un hogar para el hombre (Isaías 45.18). Dios le dio poder al
hombre para enseñorearse de todos los animales y las plantas, y con el objetivo de que los utilice
para sus necesidades físicas. Solamente el hombre posee un espíritu y puede comunicarse con su
Creador. Dios va a rescatar solamente al hombre de esta tierra para vivir con él en la eternidad.

3. El hombre caído es la criatura más vil de la tierra

Las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar están cumpliendo el propósito de Dios.
Sólo el hombre ha traicionado a su Creador. En lugar de llevar la imagen de Dios, el hombre, por
medio del pecado, llega a pensar y a comportarse peor que los animales. El hombre, en su estado
caído, rechaza a Dios, blasfema de él, lo aborrece y se deleita en lo que Dios prohíbe. Debido a su
desobediencia, el hombre se convierte en un hijo del diablo. (Lea Jeremías 17.9; Romanos 1.18–2.2.)

4. El hombre es el objeto del amor divino

Cuando pensamos en el estado depravado del hombre caído, y luego en lo que Dios ha hecho y está
haciendo para su bien, nos maravillamos con el salmista, diciendo: “¿Qué es el hombre, para que
tengas de él memoria?” En esto se manifiestan la gracia, la bondad maravillosa y la infalible sabiduría
de Dios. El hombre, aunque es depravado, posee un alma que Dios quiere salvar. Dios proveyó esta
salvación al enviar a su Hijo al mundo. El amor del padre al hijo pródigo (Lucas 15) al velar y anhelar
el regreso de su hijo rebelde es una pequeña ilustración del amor del Padre celestial hacia sus
criaturas caídas. Él entregó a su Hijo unigénito como un sacrificio para lograr la redención y la
restauración del hombre. Aquellos que son sensibles a esa gracia maravillosa verdaderamente
pueden decir: “Le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). (Lea también Juan 3.16–
17; Romanos 5.1–8; 1 Juan 3.)

5. El hombre es el siervo de Dios

En el principio Dios puso al hombre “en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”
(Génesis 2.15). Aunque hay muchos hombres infieles que son siervos voluntarios del pecado, y no
de Dios, hasta cierto punto todos los hombres son siervos de Dios. Los justos son siervos de Dios de
forma voluntaria. En cambio, los injustos se convierten en siervos involuntarios de Dios cuando a él
le agrada usarlos para cumplir sus planes. Existen varios ejemplos en la Biblia que demuestran lo
anteriormente expuesto: Faraón, a quien Dios levantó para cumplir su promesa a los hijos de Israel;
Nabucodonosor, a quien Dios usó para castigar al pueblo rebelde de Israel; Ciro, a quien Dios usó
como su siervo para restaurar a Judá a la tierra prometida; y los hombres que tuvieron parte en la
crucifixión de Cristo “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23).
Todos estos hombres fueron siervos involuntarios de Dios. Ya sea voluntaria e involuntariamente,
constante e inconstantemente, todo hombre es siervo de Dios. Sin embargo, el hombre impío que
sirve involuntariamente no tiene recompensa. Lea Hechos 1.18–25 en cuanto al fin de Judas. Con
relación a los obedientes, lea Romanos 6.16.
El dominio del hombre

Dios le dio al hombre el dominio sobre toda la tierra cuando dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad
la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias
que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1.28). Este mandamiento obliga al hombre a:

“Fructificad y multiplicaos”: Desde el principio ha sido el plan perfecto de Dios que los humanos se
casen y críen hijos. El hombre no tenía que pecar para cumplir este mandamiento. Dios instituyó el
matrimonio con el objetivo que los hijos pudieran ser criados bajo la protección y la bendición de
un hogar piadoso.

“Llenad la tierra, y sojuzgadla”: Es evidente que en la tierra había algún trabajo que hacer y algún
territorio que ocupar. Recuerde que solamente existía una familia y un solo huerto donde habitar.
¡Cuán hermoso habría sido si todo el género humano hubiera permanecido fiel a Dios! Entonces
toda la tierra con el tiempo hubiera sido un maravilloso paraíso de Dios; un lugar donde el hombre
hubiera vivido en perfecta felicidad y todo hubiera estado sujeto a él. Pero como Satanás engañó al
hombre esta sujeción nunca se ha llevado a cabo completamente.

“Señoread en los peces (…), en las aves (…), y en todas las bestias”: Dios entregó a los animales al
dominio del hombre. Adán les puso nombre a todos. El dominio trae consigo la responsabilidad de
la mayordomía. Dios quiere que el hombre haga uso de la creación para suplir sus necesidades
físicas, pero no quiere que él abuse de la misma. La idea que el hombre debe tratar a los animales
de igual a igual contradice este mandamiento.

Por tanto, Dios hizo provisiones para la felicidad y el bienestar del hombre en la creación. “Vio Dios
todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1.31). Así fue hasta el
día en que el tentador engañó al hombre, y éste pecó. La vida del hombre cambió completamente
al no permanecer fiel al plan de Dios para su vida.

Un diseño histórico del hombre

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay (...) de una sangre ha hecho todo el linaje
de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los
tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17.24, 26).

Muchos hombres tratan de explicar la historia del hombre en la tierra, partiendo de una célula que
se transformó a través de los años hasta llegar a ser el hombre que conocemos hoy. Pero Dios nos
ha dado una información más directa y confiable en las sagradas escrituras. El Creador mismo le
reveló a Moisés, el dador de la ley, que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Él le reveló a
Moisés cuál era la historia del hombre desde el tiempo de la creación de Adán hasta el tiempo en
que vivía. Moisés escribió estas cosas en un libro, el cual conocemos hoy como el libro de Génesis.
Génesis es el único registro confiable de la historia del hombre.

El hombre, tal y como Dios lo creó

La Biblia describe la creación del hombre de la siguiente forma:

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree
en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que
se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y
hembra los creó (Génesis 1.26–27).

Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y
fue el hombre un ser viviente. (...) Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré
ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras
éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios
tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de
mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto,
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne (Génesis 2.7,
18, 21–24).

Aquí se emplea un lenguaje sencillo y fácil de entender. De los primeros capítulos de Génesis
obtenemos los siguientes datos en cuanto al estado del hombre tal y como Dios lo creó:

Él llevó la imagen de Dios (véase el capítulo 7 de este libro).

Él era inteligente, pues hablaba con Dios y era capaz de darles nombres a todos los animales.

Él era puro y santo, y fue hecho a la imagen de Dios, sin pecado, en comunión con su Creador.

Él era digno de confianza; pues le fue dada la responsabilidad de cuidar el huerto y dominar toda la
tierra.

Él recibió “el aliento de vida” por el soplo de Dios. Esto implica que: (1) La vida en él reflejaba la
vida de Dios. (2) Él no estaba sujeto a la muerte. La amonestación: “el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Génesis 2.17), no significaba nada si en ese tiempo la muerte ya reinaba en
su cuerpo y alma. De hecho, comprendemos que la muerte descrita aquí se refería tanto a la muerte
espiritual como también a la física. (Compare Génesis 3.22–24 con Romanos 5.12–19.) Hasta
entonces, el hombre era un alma viviente con la capacidad de vivir eternamente.

Esta es una descripción preciosa del hombre en su perfección cuando éste vivía en el hermoso
paraíso terrenal de Dios.

La caída del hombre

Pero Satanás entró al hogar feliz del hombre. Adán y Eva cayeron en desobediencia y el hombre
perdió su primer estado. La historia de su vergonzosa caída se relata aquí:

Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho;
la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer
respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del
árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.
Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él,
serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol
era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría;
y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron
abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de
higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire
del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del
huerto (Génesis 3.1–8).

La caída del hombre cambió la naturaleza del género humano. Pero Dios previó este evento e hizo
provisiones para redimir al hombre de su estado caído (1 Pedro 1.20). La historia bíblica de la caída
del hombre no armoniza con la teoría de la evolución. El hombre ahora es más depravado que nunca
en lugar de ser más inteligente y refinado.

La familia de Adán

Después de esto, la historia de la familia de Adán se refiere al hombre caído en lugar de referirse a
la historia del hombre en el paraíso de Dios. Adán, como el resto de la humanidad, estaba sujeto a
enfermedad, dolor y muerte. Sabemos los nombres de tres de los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. Se
infiere que Adán tuvo más hijos cuando leemos el versículo donde dice que Adán “engendró hijos e
hijas” (Génesis 5.4). La carga del pecado recayó sobre Adán y su familia. Caín, el primogénito, llegó
a ser homicida. Abel fue asesinado y Dios dio a Adán otro hijo: Set.

“¿Dónde consiguió Caín a su esposa?” El incrédulo se hace esta pregunta. La esposa de Caín era su
hermana o su sobrina. El hecho de que Caín era fugitivo y vagabundo, echado fuera de la presencia
del resto de la familia, no quiere decir que otros de la familia también eran pecadores que pudieron
correr la misma suerte de Caín en su andar pecaminoso.

La edad del género humano

La edad aproximada del hombre la sabemos por dos genealogías que se encuentran en los capítulos
5 y 11 de Génesis. La primera ofrece la cantidad de años desde la creación de Adán hasta el
nacimiento de Noé y la segunda dice cuántos años más tenía Adán que Abram. Desde aquel tiempo
hasta nuestros días hay suficiente historia contemporánea entre las diferentes naciones por medio
de las cuales podemos calcular el tiempo aproximado desde la creación del hombre. Se calcula que
el tiempo desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Cristo es de aproximadamente 4.004
años. Existe cierta variación en los cálculos de diferentes personas, pero no la suficiente como para
impedir llegar a la conclusión que si Adán viviera hoy él tendría alrededor de 6.000 años.

El diluvio

Al pasar los siglos la maldad del género humano aumentó. Entre los descendientes de Caín
encontramos al padre de los edificadores de la primera ciudad (Enoc), al padre de los que criaban
ganado (Jabal) y al gran herrero (Tubal-caín). Con el paso del tiempo, las condiciones que
prevalecieron trajeron el juicio del Todopoderoso. “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre
en la tierra” (Génesis 6.6). ¿Qué había pasado? Entre otras cosas, hubo casamientos entre los hijos
de Dios y las hijas de los hombres. Y como les nacieron gigantes a estos matrimonios impíos y
“varones de renombre”, al fin Dios vio que “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que
todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, entonces
él dijo: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6.5, 7).

Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor y por medio de él Dios preservó el género humano.
Dios le ordenó a Noé edificar un arca en el cual pudieran entrar los justos entre los hombres y un
número limitado de toda especie animal. Allí hallarían refugio mientras la tierra fuera destruida por
un gran diluvio.

Noé hizo lo que Dios le ordenó. Pero solamente hubo ocho almas que entraron al arca el día
señalado: Noé y su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Dios cerró la puerta de la misma. Las fuentes
del abismo se reventaron y se abrieron las compuertas del cielo arriba. Llovió intensamente por
cuarenta días y cuarenta noches hasta que la faz de la tierra fue cubierta con agua. Toda la gente
que estaba fuera del arca pereció. Después del diluvio el arca reposó sobre los montes de Ararat.
Entonces fue cuando Noé y su familia salieron. Habían estado dentro del arca durante más de un
año.

El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día
fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo
lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches. En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam
y Jafet hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el arca; ellos, y todos
los animales silvestres según sus especies, y todos los animales domesticados según sus especies, y
todo reptil que se arrastra sobre la tierra según su especie, y toda ave según su especie, y todo
pájaro de toda especie. Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había
espíritu de vida. Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne vinieron, como le había mandado
Dios; y Jehová le cerró la puerta. Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron,
y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Y subieron las aguas y crecieron en gran manera sobre la
tierra; y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas. Y las aguas subieron mucho sobre la tierra;
y todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos. Quince codos más
altos subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes. Y murió toda carne que se mueve
sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la
tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había
en la tierra murió. Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre
hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé,
y los que con él estaban en el arca (Génesis 7.11–23).

Por el lenguaje claro que se emplea en la Biblia es evidente que el diluvio fue universal y cubrió toda
la tierra. La escritura no admite ninguna otra interpretación.

También hay evidencias extra-bíblicas que demuestran que hubo un diluvio universal:

Las naciones del Oriente tienen un relato tradicional acerca de un diluvio que han sabido trasmitir
de generación en generación y que finalmente vino a formar parte de su literatura. Algunas de las
tribus indígenas en América también tienen una leyenda semejante.

Existen lugares muy distantes del mar donde se han descubierto muchos fósiles de plantas y
animales acuáticos. Esto demuestra que en un tiempo esos lugares estuvieron debajo del agua.

La dispersión del hombre a causa de la confusión de las lenguas

Noé edificó un altar e hizo un sacrificio para adorar a Dios al salir del arca. Pero no pasó mucho
tiempo después del diluvio que se dio a conocer que aunque Noé halló gracia ante los ojos de Dios,
él, sin embargo, era hijo de Adán. El diluvio no quitó la naturaleza pecaminosa que se transmite de
generación en generación (lea Génesis 9.20–27).
Al multiplicarse el hombre, su maldad se manifestó más y más. Una vez más vayamos a las escrituras
para facilitar nuestra narración:

Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando
salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron
unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de
piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre,
cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de
toda la tierra. Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los
hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han
comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues,
descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.
Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad
(Génesis 11.1–8).

Nadie sabe el lugar exacto donde se comenzó a construir la torre de Babel. Pero según la tradición
judía fue en Babilonia, una ciudad en Sinar.

A partir de ese tiempo la historia del hombre se compone de la historia de muchas naciones. No
existen muchos escritos acerca de la historia de las naciones durante los primeros cien años después
de la dispersión. Pero se sabe lo suficiente para concluir que la mayor parte de los descendientes de
Sem se quedaron en Asia, los descendientes de Jafet llegaron a ser las naciones principales de
Europa y los descendientes de Cam llegaron a ser el pueblo predominante de África.

El pacto de Dios con Abraham

Aunque el hombre fue confundido en sus designios y dispersado sobre la faz de toda la tierra él no
se arrepintió de sus caminos pecaminosos. Más bien, la maldad del hombre siguió incrementándose.
Entonces Dios reveló su plan para el hombre pecaminoso. Él llamó a Abraham, un ciudadano de Ur
de los Caldeos, para convertirlo en cabeza de una nación escogida. El criterio de Dios acerca de su
siervo Abraham fue: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden
el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que
ha hablado acerca de él” (Génesis 18.19).

En la parte oriental del Mar Mediterráneo había una porción de tierra escogida que estaba habitada
por los descendientes de Canaán, los hijos de Cam. Esta tierra, conocida entonces como la tierra de
Canaán y ahora como Palestina, Dios se la prometió a Abraham, diciendo: “Y haré de ti una nación
grande (…) A tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12.2, 7).

Dios confirmó esta promesa varias veces. La parte más preciosa del pacto fue la promesa de la
venida de Cristo, a la cual Dios se refirió cuando le dijo a Abraham: “En tu simiente serán benditas
todas las naciones de la tierra” (Génesis 22.18; Hechos 3.25). Abraham obedeció la voz de Dios, pero
durante su vida no vio cumplidas todas las promesas de Dios. Él moraba en tiendas y aunque Dios
lo prosperaba materialmente Abraham no dejó de creer en las promesas de Dios por medio de la
fe. Abraham creyó fielmente y hoy conocemos a Abraham como “el padre de los fieles”.

Cuando Abraham murió él no tenía muchos descendientes. Pero en los días de su nieto, Jacob, la
familia estaba compuesta de setenta personas. Ellos emigraron a Egipto. Estando en Egipto, Dios
cambió el nombre de Jacob por el de Israel. Allí Israel se convirtió en una nación muy grande.
Primeramente experimentaron la prosperidad bajo la dirección de José, pero después la esclavitud
bajo la opresión de un nuevo rey (Éxodo 1–12). Después de muchos años de esclavitud, los hijos de
Israel, bajo la dirección de Moisés, fueron librados de Egipto y comenzaron su viaje hacia la tierra
prometida (Éxodo 12.41).

La ley

Aquel peregrinar del pueblo de Israel se mantuvo durante 40 años. Mientras Israel viajaba, Dios se
le apareció a Moisés en el Monte Sinaí y le entregó la ley. Los israelitas recibieron los diez
mandamientos que fueron escritos con el dedo de Dios sobre dos tablas de piedra (Éxodo 31.18).
Dios también les dio la ley levítica. Esta ley fue válida como la ley de Dios para su pueblo durante el
resto de la época del Antiguo Testamento. Su vigencia duró hasta Cristo, porque él se convirtió en
el cumplimiento de la ley.

La cúspide del poder de la nación de Israel fue lograda en los días de David y Salomón. Después el
reino fue dividido entre el reino del norte y el reino del sur. Luego cayó el reino del norte y después
el reino del sur. El pueblo fue llevado cautivo. Pero la ley todavía estaba en vigencia: el sacerdocio
continuó, la adoración nacional de los judíos se mantuvo, algunos prosélitos fueron ganados de
otros pueblos… Cuando llegó el tiempo de Cristo la adoración en las sinagogas ya había sido
establecida en muchas ciudades en Palestina así como también en otros países.

Durante este tiempo florecieron otras naciones. Caldea, Asiria, Egipto, Persia, Fenicia, Grecia y
Roma; cada una prosperó grandemente en su día y cada una cayó al ser conquistada por sus
enemigos. Su propio estado pecaminoso fue siempre la causa de su caída. En el tiempo de Cristo,
Palestina estaba bajo el dominio de los romanos. Aproximadamente cuarenta años después de la
crucifixión del Señor Jesucristo, Jerusalén fue completamente destruida por Tito, el emperador
romano. Desde aquel tiempo los judíos fueron extranjeros entre las naciones por más de 1.800 años.

El cristianismo

La fecha “2004 a.d.” quiere decir que hace 2.004 años que el anticipado Mesías apareció en la tierra.
El cetro de favor divino pasó de Judá a Cristo, de la ley del judaísmo a la ley del evangelio, que es el
cristianismo. De allí en adelante la historia de Dios y su pueblo está contenida en la historia de la
iglesia cristiana. Juan el Bautista, precursor de Cristo, fue el siervo de Dios que introdujo la transición
del antiguo al nuevo pacto. Luego, apareció Jesucristo el Mesías. Él escogió a sus discípulos,
estableció su iglesia, selló el nuevo pacto con su sangre, resucitó del sepulcro, ascendió a la gloria,
envió al Espíritu Santo y dio poder a la iglesia para servir a su pueblo. En pocos siglos el cristianismo
se convirtió en una influencia poderosa en el mundo. Y Dios ha preservado su influencia hasta el día
de hoy.

Aunque en la actualidad muchas de las naciones son ricas y poderosas todavía ellas siguen las
pisadas de las naciones antiguas en cuanto a la maldad y el pecado. En nuestros días hay una
decadencia moral que ha conducido a la mayoría de las naciones al borde de la ruina, mientras se
oye de “guerras y rumores de guerras” por todos lados. Como en los días de Noé, abundan
casamientos entre creyentes e incrédulos. Las profecías y las señales descritas en Mateo 24 y en
otras escrituras se están cumpliendo.
En medio de todo esto la iglesia tiene un mensaje: el mensaje de la llegada del reino de Dios en la
tierra, el evangelio de Jesucristo, el cual debe ser predicado a todas las naciones.

El hombre en su estado caído


No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a
una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (...) Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.10–12, 23).

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17.9).

Medite acerca de la pureza y la felicidad del hombre en su primer estado en el Huerto de Edén.
Ahora, compare esa escena con el hombre pecaminoso, depravado y desdichado de la actualidad y
usted podrá darse cuenta por lo menos de una parte de lo que perdió el hombre en la caída.

Es necesario estudiar la depravación y la desdicha del hombre caído para poder entender la
grandeza de la bondad y el amor compasivo de Dios. Sólo ese gran amor de Dios pudo reconciliarnos
con él.

Satanás se presentó en el Huerto de Edén y dijo lo siguiente: “¿Conque Dios os ha dicho? (...) No
moriréis; sino sabe Dios que (...) seréis como Dios” (Génesis 3.1–5). De esta manera la serpiente
utilizó su astucia para llamar la atención del ojo y del alma de la víctima. Analicemos cómo respondió
el hombre a la tentación del diablo.

La caída del hombre

1. El descuido

Al prestarle atención al diablo (Génesis 3.2), Eva se olvidó de la veracidad y bondad de Dios, y de las
bendiciones maravillosas de las cuales gozaba. Ella escuchó al enemigo de Dios. Este fue su primer
error.

2. La incredulidad

Eva dudó de lo que Dios dijo (Génesis 3.6). Ella no hubiera creído las palabras del diablo, “no
moriréis”, si no hubiera dudado de lo que Dios había dicho: “moriréis”. Si la mujer no hubiera
transferido su fe y confianza de Dios a Satanás, ella nunca hubiera codiciado el fruto de aquel árbol.
Y si ella hubiera creído a Dios entonces el fruto prohibido no hubiera parecido “bueno para comer”,
ni “agradable a los ojos”, ni “codiciable para alcanzar la sabiduría”.

3. La codicia

Eva quiso ser igual a Dios. De la incredulidad nació la codicia. Después que Eva se olvidó de la bondad
y el amor de Dios, la codicia se apoderó de ella. Eva gozaba de mejores cosas de las que el tentador
pudo ofrecerle, pero la codicia la cegó y la guió a ilusiones vanas.

4. La desobediencia

La codicia, unida a la ceguera espiritual, impulsó a Eva a extender la mano para coger el fruto
prohibido (Génesis 3.6). Ella desobedeció, y a causa de su desobediencia y la de su marido “el pecado
entró en el mundo” (Romanos 5.12).
5. La muerte (Génesis 3.3)

Dios había amonestado a Adán y Eva: “No comeréis [del fruto] (...) para que no muráis” (Génesis
3.3). La desobediencia trajo consigo la muerte. “El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”
(Santiago 1.15). Adán y Eva ya estaban muertos espiritualmente. El hecho de que Dios impidiera que
el hombre comiera del árbol de la vida y viviera para siempre en su estado pecaminoso confirma
que la muerte física entró también. (Lea Génesis 3.23–24.) El hombre se convirtió así en un ser
mortal.

En esta primera transgresión tenemos una descripción de lo que sucede cada vez que un ser
humano, tentado a alejarse de Dios, cede a la tentación y cae en pecado. Juan se refiere a la
tentación como “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan
2.16). Estos tres corresponden con lo que Eva vio (o se imaginó que vio): “Bueno para comer (...)
agradable a los ojos (...) codiciable para alcanzar la sabiduría”. Estas cosas también se vieron cuando
el diablo trató de destruir al Hijo de Dios en la tentación en el desierto. (Lea Mateo 4.1–11.) La
diferencia entre Eva y Cristo fue que Eva cedió; mientras que Cristo venció. Cuando el tentador se
nos presenta no existe otro lugar de seguridad para nosotros sino sólo al pie de la cruz de Cristo.

La condición del hombre caído

1. Está muerto espiritualmente

Pablo describe el estado del hombre caído de la siguiente manera: “Muertos en (...) delitos y
pecados” (Efesios 2.1). Otra vez él le escribe a Timoteo (y a nosotros): “Pero la que se entrega a los
placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6). Esta es la seria advertencia que todo hombre
debiera tomar en cuenta: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6.23). Estar muerto
espiritualmente iguala estar alejado de Dios.

2. Es un hijo del diablo

Pablo se dirigió a Elimas como “hijo del diablo” cuando él se opuso a la obra del Señor (Hechos
13.10). Cristo reprendió a los fariseos de forma semejante cuando los amonestó, diciendo: “vosotros
sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8.44). Cuando el hombre se aleja de Dios se convierte en hijo
del diablo.

3. Tiene una mente rebelde

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8.7–
8). “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son
locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14).
Estos versículos muestran por qué el pecador siempre posee una mente desobediente y rebelde.

4. Tiene un corazón malo

“Corazón malo de incredulidad” (Hebreos 3.12) es otra manera de decir que “engañoso es el corazón
[del hombre caído] más que todas las cosas, y perverso”. (Lea también Marcos 7.21–22; Romanos
7.18.) La única manera para quitar este corazón malo es someterse a Dios, recibir a Jesucristo como
Salvador y Señor, convertirse y permitir que él reemplace el corazón malo con “un corazón nuevo y
un espíritu nuevo” (Ezequiel 18.31).

5. Es una criatura corrompida

“Para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están
corrompidas” (Tito 1.15). Este versículo describe la total depravación del hombre. No es de
maravillarse que Pablo escribiera que “en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7.18).
No hay cosa como “un hombre bueno” aparte de Cristo; porque “todas nuestras justicias [son] como
trapo de inmundicia” (Isaías 64.6).

6. Es siervo del diablo

“[Para que] escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2.26).
Cristo vino para “librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida
sujetos a servidumbre” (Hebreos 2.15). “La esclavitud de corrupción” (Romanos 8.21) es otra
manera de explicar la misma verdad. Aquellos que piensan estar en libertad por el hecho de
desatender la salvación de Dios y la reconciliación con él están en la peor esclavitud que se puede
imaginar. El hombre no conoce la libertad verdadera, sino sólo por la libertad en Jesucristo.

7. Es hijo de ira

“Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne,
haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo
mismo que los demás” (Efesios 2.3). “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió
mi madre” (Salmo 51.5). Los hombres en este estado no ven la ira que les espera, porque están
ciegos espiritualmente.

8. Está bajo condenación

“El que no cree, ya ha sido condenado. (...) Y esta es la condenación: (...) los hombres amaron más
las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3.18–19). “Cuando se manifieste el Señor
Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que
no conocieron a Dios, (...) pena de eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1.7–9), entonces “los malos
serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo 9.17). Notemos que la
condenación ya existe en esta vida y la consumación de ella vendrá en la eternidad.

9. Está sin esperanza

“Ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2.12) es como
Pablo describe a los que están fuera de Cristo. Muchas veces leemos o escuchamos de hombres que
han sido sepultados entre los escombros después de un terremoto, viviendo allí durante algunos
días y aun durante semanas enteras antes de ser rescatados. A veces mueren antes de que llegue
alguien quien los libere. Así es el alma perdida, presa en el pecado. ¡Qué triste es cuando las almas
cegadas por el pecado se niegan a recibir la ayuda de Jesucristo, el gran Libertador! El que se niega
a ser librado de la esclavitud pecaminosa en esta vida será trasladado a la esclavitud en el lago de
fuego donde estará por toda la eternidad, sin esperanza a ser librado.
Todas estas descripciones bíblicas del hombre caído son confirmadas por lo que vemos en las vidas
de los pecadores.

El hombre “bueno” necesita la salvación

Los incrédulos a veces se justifican diciendo que son personas “buenas”. Llevan una vida limpia, se
jactan de que no tienen vicios, muchas veces se comparan a sí mismos con miembros de la iglesia
para mostrarse buenos. Cristo comparó al pobre pecador con el fariseo que se justificó a sí mismo
y dijo que el primero fue “justificado antes que el otro” (Lucas 18.14). El infierno no es solamente
para los malos, sino también para todos los que “se olvidan de Dios” (Salmo 9.17). La ira eterna de
Dios está contra “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor
Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1.8). El hombre vil y el hombre “bueno” están en un mismo nivel ante
Dios. Ambos pueden ser salvos sólo por la gracia de Dios que convierte al hombre a la justicia.

La chispa de vida

La misma no es “la chispa de divinidad” que algunos piensan que se halla en cada alma. Todas las
almas sin salvación están completamente muertas en delitos y pecados, depravadas y corrompidas,
sin esperanza y sin Dios en el mundo. Sin embargo, hay algo en todo hombre que es capaz de
responder a la bondad y la gracia de Dios; igual que Eva, quien aunque perfecta y sin pecado, tenía
algo dentro de sí con lo que le prestó atención al diablo y codició lo que se le ofreció. De igual forma
el alma, aunque muerta en delitos y pecados, tiene algo dentro de sí que oye a Dios y puede escoger
servirle. Sí, “viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la
oyeren vivirán” (Juan 5.25). En cada ser humano hay una conciencia que Dios puede tocar. Es ésta
precisamente la que el Espíritu Santo toca para convencer a los pecadores de que ellos necesitan
arrepentirse de sus pecados. Sabiendo que la gracia de Dios puede alcanzar al pecador más duro,
amonestamos a cada uno, como dice la Biblia: “si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros
corazones” (Hebreos 3.7–8).

Capítulo 10

El hombre redimido

“Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3.13).

El estudio del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo creó; (2) el estado
del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido. Ya hemos estudiado los dos primeros,
ahora vamos a estudiar brevemente el tercero.

Cuando Dios le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el Redentor. (Lea
Génesis 3.15.) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al hombre en su estado redimido. El
tema de la redención se considerará más a fondo en el capítulo 25.

El hombre redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión con Dios. Pero
hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la caída: El hombre redimido se
enfrenta con las debilidades de la carne que Adán no tuvo antes de su caída. Él seguirá con
debilidades hasta que muera, hasta que Dios llame a sí mismo su alma redimida.
Al comparar al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen algo en
común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza pecaminosa. La carne domina
al hombre natural, mientras que el hombre redimido domina a la carne. Aquél anda “conforme a la
carne”; éste “conforme al Espíritu” (Romanos 8.1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive
espiritualmente. Aquél es vencido por el mal; éste vence el mal con el bien (Romanos 12.21). Aquél
está en el camino ancho de la perdición; éste en el camino angosto de la vida eterna.

El hombre redimido como Dios lo rehace:

1. Es un hijo de Dios y ciudadano del reino celestial

En su estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13.10; Juan 8.44). Sin embargo,
habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las tinieblas a la luz, el hombre
redimido ha renacido y pertenece a la familia de Dios.

2. Tiene que luchar contra el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte

Los resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne, aunque el alma sea
salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu,
y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5.17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo
dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros,
yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9.27). Este cuerpo vil, cuando no está sujeto a la
voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al mundo. Aun cuando está sujeto a Dios, el hombre
redimido tiene que pagar en parte la paga del pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El
cuerpo es nuestra herencia de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que vuelva al polvo
(Romanos 8.1–14; Eclesiastés 12.1–7).

3. Tiene entrada al Padre

Esta entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de misericordia:
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isaías 45.22). Pero “el que aparta su oído
para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28.9). La condición es: “Oíd, y
vivirá vuestra alma” (Isaías 55.3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen entrada al Padre,
quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y las contesta conforme a su sabiduría
infalible. Ciertamente el hijo de Dios puede decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el
Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1.3).

4. Tiene un abogado celestial

“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1).
Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al Padre cuando somos tentados (Hebreos
4.15–16). Cuando tenemos a Cristo como nuestro Abogado, no hay nada que temer.

5. Es templo del Espíritu Santo

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Corintios
6.19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de Dios, ya sea de manera individual o colectiva,
como “el templo de Dios”. Ser la morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano
mientras esté aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición recta
para tener la presencia permanente de este huésped celestial.

6. Es coheredero con Cristo

La Biblia dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8.17); “herederos de la
salvación” (Hebreos 1.14); “herederos de la promesa” (Hebreos 6.17); “heredero de la justicia que
viene por la fe” (Hebreos 11.7) y “herederos del reino” (Santiago 2.5). Pablo lo resume todo cuando
dice que los hijos de Dios son “coherederos con Cristo” (Romanos 8.17).

7. Tiene esperanza para el futuro

Luego que los dos varones con vestiduras blancas dijeron que Jesús vendría otra vez (Hechos 1.11),
los discípulos recordaron que su Señor les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta recibir
poder. Entonces volvieron a esa ciudad y perseveraron constantemente en oración y adoración
hasta que vino el Espíritu Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será
recompensado cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la
promesa de la segunda venida del Señor en su gloria. De manera que esperemos su venida, cuando
el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza y sin Dios en el mundo” no se
escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la
gloria y el gozo sin fin debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe
que esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.

8. Recibirá su redención eterna y completa

El hijo de Dios espera gozosamente su redención eterna. Pero las debilidades de la carne le
recuerdan siempre que mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero de la gloria, sino
que también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento de muchos soldados de Cristo cuando
dijo: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no
quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2
Corintios 5.4). No se trata de que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en este
cuerpo hasta que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una gloria más completa y
rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y dolores nos impulsa a exclamar como lo
hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Otra vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También
nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8.23). Esta
redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los suyos y cuando, con
cuerpos glorificados, nos encontraremos con él en el aire (1 Tesalonicenses 4.16–18).

CAPÍTULO 11

La muerte

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos
9.27).

“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15.54–55).
Hemos decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que la muerte es
la puerta entre el tiempo y la eternidad.

¿Qué es la muerte?

1. La muerte es una separación

La muerte física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Lea Génesis 25.8; Eclesiastés
12.7.) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios en esta vida (Efesios 2.1, 12; 1
Timoteo 5.6). La muerte segunda es la separación eterna del alma de su Dios. El alma condenada
estará en el lago de fuego con el diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2.11; 21.8).

2. La muerte es la paga del pecado

Dios plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y amonestó a Adán,
diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17). Después que Adán hubo
pecado entonces oyó esta sentencia: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3.19). Dios ha
establecido que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4). Pablo destacó este hecho cuando
dijo: “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12). El pecado
separa al hombre de Dios y produce la muerte.

3. La muerte es un enemigo la cual, por la resurrección de Jesús, se ha convertido en una bendición

Aquí hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios sacar al hombre
del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y así vivir para siempre en su estado
pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer enemigo que será destruido” (1 Corintios 15.26), por
la muerte y la resurrección de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por medio
de él la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso a la vida gloriosa del
mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados recordamos siempre la debilidad del hombre y la
importancia de estar listos para este llamado de Dios.

4. La muerte no es el fin de la vida

Después que la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que duerme” (Lucas
8.52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño. En este caso, ella durmió sólo hasta
que el Señor la tocó. Pero si a ella se le hubiera permitido dormir hasta la resurrección entonces el
sueño no hubiera sido diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a
Cristo que debía ir donde estaba Lázaro, él le dijo a los discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme”
(Juan 11.11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo,
éste duerme hasta el tiempo de la resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho
de que la muerte es un dormir temporal se ve claramente en el mensaje de Pablo a los
tesalonicenses. (Lea 1 Tesalonicenses 4.13–15.)

Lo que la muerte no es

1. No es “el dormir del alma”

La idea de que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en las escrituras.
Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como era, y el espíritu [vuelve] a Dios que
lo dio” (Eclesiastés 12.7). Cuando el mendigo Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de
Abraham” (Lucas 16.22). El hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en
tormentos”. Pablo consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos que Jesús murió y
resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4.14).
¿Cómo podría él traer consigo las almas de los muertos si no estuvieran con él?

2. No es la destrucción completa del alma

La teoría de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no puede existir
separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y nada más”. Por una parte tienen
razón, pero cuando plantean que hay únicamente una sola clase de muerte van en contra de las
escrituras. “Polvo eres, y al polvo volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando
escribió a los efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios 2.1) o cuando
escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6)?
¿Por qué le habría dicho Cristo al malhechor en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no
hubiera una vida más allá del sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al hecho de
dejar de vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio, cuando dejamos de vivir
espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte espiritual. Los justos así como también
los impíos existirán eternamente después de la muerte física (Mateo 25.46).

El aguijón de la muerte

El justo no teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son perdonados. La muerte
física del justo liberta al espíritu para que vuelva a Dios. El cuerpo vuelve al polvo para esperar el
llamado de Dios en el día de la resurrección.

Hay que recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los salvos en Cristo. A
los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos se consuelan con la promesa de la vida eterna.

El hijo de Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este pensamiento: “Porque
sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un
edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5.l). Para el hijo de Dios la
muerte significa la libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria? (...) Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Corintios 15.55–57). Cuando nuestros amados que mueren en el Señor son puestos
en el sepulcro, nuestros tristes corazones se consuelan con la esperanza de que nos encontraremos
nuevamente en el hogar celestial donde la muerte no entrará jamás.

Las provisiones de Dios para el hombre

Los siguientes capítulos en este libro tratan ocho de las provisiones abundantes de Dios para la
seguridad, la felicidad y el bienestar del alma humana.

Después de la caída vergonzosa del hombre en el Huerto de Edén, Dios, por su gracia, restauró al
hombre al favor divino, haciendo provisiones para nuestra redención al darnos a su Hijo unigénito.

Dios nos ha revelado la verdad acerca del pasado, del presente y del futuro, los cuales nunca
hubiéramos entendido por nosotros mismos.
Dios instituyó el hogar. Es en el hogar donde los hijos, durante el período de sus vidas en que forman
sus hábitos, pueden ser amparados, instruidos para servir y enseñados para hacerle frente a los
problemas de la vida.

El Señor ha establecido la iglesia donde el pueblo de Dios puede gozarse de la comunión el uno con
el otro. Como pueblo de Dios podemos fortalecernos en la fe, servirnos los unos a los otros y unir
nuestros esfuerzos a fin de ganar a los perdidos para Dios.

Dios ha establecido el gobierno civil para mantener el orden civil de la sociedad, mientras que los
hijos de Dios, como extranjeros y peregrinos, se dirigen hacia una ciudad cuyo arquitecto y
constructor es Dios.

Dios ha apartado un día, conocido en nuestros tiempos como “el día del Señor”, en el cual podemos
descansar de los trabajos y cuidados terrenales, y entregarnos a la adoración de Dios y al
fortalecimiento del hombre interior.

Además de todas estas bendiciones Dios nos provee el ministerio de los ángeles. Ellos son los
mensajeros espirituales de Dios a los “herederos de la salvación”. Los ángeles tienen una relación
estrecha con el hombre en esta vida y por la eternidad.

“Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107.8).

CAPÍTULO 12

La gracia

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la
ira” (Romanos 5.8–9).

La historia del género humano, apartado de Dios, puede resumirse en una sola palabra: fracaso.
Pero la maravillosa gracia de Dios opera en el alma del hombre arrepentido para que pueda ser
reconciliado con Dios por la eternidad. Veamos la historia de los fracasos del hombre junto con el
trato misericordioso de Dios con él.

En el Edén

“He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas
perversiones” (Eclesiastés 7.29).

1. El fracaso original del hombre

El hombre estaba en el paraíso hermoso de Dios y brillaba a la imagen de su Creador. Estaba libre
del dominio del pecado y de la muerte. Poseía la tierra y estaba alegre en un mundo sin pecado,
gozando de la comunión diaria con Dios.

Pero el hombre pecó. Perdió su inocencia y trató de esconderse de la presencia de Dios. Por
desobediencia, el hombre perdió su posición en la familia de Dios y se hizo hijo del diablo.

2. La gracia de Dios
Pero Dios fue misericordioso. Él le comunicó al hombre el significado de su caída vergonzosa
juntamente con la promesa bondadosa de un Redentor. Por supuesto, el Edén fue arruinado; pero
Dios ya tenía preparado otro paraíso glorioso, “el reino preparado para vosotros desde la fundación
del mundo” (Mateo 25.34). Este paraíso glorioso es la morada eterna del hombre con Cristo. La
abundancia de la gracia de Dios se manifiesta al restaurar al hombre caído al favor y a la santidad
de Dios.

Dios le concedió al hombre la oportunidad de comenzar de nuevo por medio de su gracia.

La familia de Adán

1. El fracaso del hombre

A Adán y a Eva les nació un hijo. El corazón de aquella madre palpitó con gran gozo mientras ella
exclamó: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Génesis 4. l). Pero este varón llegó a ser un
asesino. Caín mató a Abel porque su corazón estaba lleno de envidia y enojo debido a que el
sacrificio de Abel fue aceptado mientras que el suyo fue rechazado. Aunque Caín fue expulsado de
delante de los hombres esta advertencia no les sirvió a ellos por mucho tiempo. Con el transcurso
del tiempo la maldad de los hombres aumentó tanto que la justicia de Dios no se hizo esperar. El
juicio de Dios cayó sobre el género humano en la forma de un diluvio mundial.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. Viendo que Noé era justo, Dios preservó al género humano por medio
de él. También preservó una simiente del ganado, las bestias, las aves y de todo reptil. Todos fueron
protegidos en el arca durante el gran diluvio que Dios mandó para raer el pecado de la faz de la
tierra (Génesis 7).

Fue por medio de Noé que se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de nuevo.

La familia de Noé

1. El fracaso del hombre

Sin embargo, una vez más el hombre demostró cuán vil era. Al poco tiempo después del diluvio los
hombres nuevamente llegaron a ser muy pecaminosos. En su orgullo intentaron edificar una torre
que llegara hasta el cielo.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. El juicio de Dios cayó sobre ellos mientras edificaban la torre de Babel
y la gente fue dispersada por toda la tierra. Aunque esto frustró los esfuerzos de los hombres, no
obstante la corriente de maldad se detuvo sólo brevemente. Luego Dios llamó a Abram de entre sus
parientes y sus amigos (Génesis 12) para llegar a ser “padre de muchedumbre de gentes” (Génesis
17.4). Abram obtuvo esta promesa: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren
maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12.3). Abraham obedeció.

Fue por medio de Abraham que se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de nuevo.

La familia de Abraham
1. El fracaso del hombre

Pero Abraham, aunque era justo y favorecido por Dios, era humano. Al seguir el curso de sus
descendientes por Palestina, Egipto, el desierto y otra vez en Palestina vemos que llegaron a ser una
nación poderosa. Pero Israel se olvidó de Dios. El pecado arruinó la nación hasta que por fin Dios la
entregó en manos de sus enemigos.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. A él no se le había olvidado la promesa que en la simiente de Abraham
serían benditas todas las naciones de la tierra. A su tiempo la simiente de Abraham, el Redentor
viviente que primeramente había sido prometido a Eva y que después fue descrito por los profetas,
vino a este mundo pecaminoso “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19.10). “Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16). (Lea también Romanos 5.15.)

Por medio de Jesucristo, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1.29), se le
concedió al hombre la oportunidad de empezar de nuevo.

La familia de Dios, el fruto de la gracia

El hombre apartado de Dios siempre fracasa. La condición tan desafortunada del género humano se
explica en el hecho de que muchos no creen en Dios. Aun entre los que dicen que creen en Dios hay
muchos que están tratando de alcanzar el cielo por medio de “la torre de Babel” (esfuerzos
humanos) en lugar de hacerlo por medio del camino del Señor Jesucristo (la gracia de Dios).

Sin embargo, aunque todo el esfuerzo humano es vanidad, la obra de Dios en los corazones de los
hombres es gloriosa. Desde los días de Adán la familia de Dios ha crecido, no pasando ni una
generación sin que nuevos miembros fueran añadidos a su familia.

El pueblo de Dios comenzó a “invocar el nombre de Jehová” antes del diluvio (Génesis 4.26). La
Biblia dice que “caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5.24). El
escritor del libro de Hebreos menciona en el capítulo 11 una lista de hombres fieles que formaron
parte de esa “tan grande nube de testigos” (Hebreos 12.1) que se acogieron a la gracia de Dios.
Pedro, refiriéndose al pueblo de Dios en la época presente, dice: “Mas vosotros sois linaje escogido,
real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel
que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2.9). Sí, la familia de Dios está creciendo.
Al fin del tiempo presente se verá que hay una multitud innumerable en el cielo con Dios, pues la
Biblia dice:

“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y
tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de
ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece
a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie
alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros
delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la
acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos.
Amén. Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas,
¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que
han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del
Cordero” (Apocalipsis 7.9–14).

Concluimos citando Tito 2.11–14:

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que
renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro
gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.”

CAPÍTULO 13

La revelación

“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo
profundo de Dios” (1 Corintios 2.10).

Un agnóstico, estando parado al lado de la sepultura de su hermano, pronunciaba una oración


fúnebre. Entonces alguien le hizo la pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” El hombre
respondió: “La esperanza dice: ‘Sí’; la razón dice: ‘Tal vez’”. No podía decir más, pues la mente más
inteligente tiene sus limitaciones. Al rechazar la revelación de Dios su conocimiento se limitaba a
causa de su mente finita.

Pero cualquier cristiano puede decir con certeza: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará
sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19.25–26).
“Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles” (1 Corintios 15.52).
“Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4.17).

¿Por qué esta diferencia? La respuesta se halla en una palabra: “revelación”.“El hombre natural no
percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Corintios 2.14). Por tanto, no puede resolver los
misterios del pasado, ni penetrar los dominios más allá de la tumba. En esto, el filósofo incrédulo y
el pagano de la selva son iguales. Hay misterios que, sin la ayuda de la revelación de Dios, no pueden
ser resueltos por la mente humana. El origen de la materia, el origen de la vida, el origen del hombre,
el destino eterno del hombre, y muchas otras cuestiones han desafiado y frustrado las
investigaciones del hombre incrédulo por miles de años. Estas cuestiones siempre serán misterios
para los que rechazan las escrituras. Los mismos están más allá de nuestra capacidad humana. La
única manera de entender tales cosas es por medio de aceptar la información de Aquel que todo lo
sabe.

El hijo de Dios aprovecha la oportunidad de aprender lo que el incrédulo rechaza. Él mira el pasado
y aprende que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1.1). Mirando al futuro, él se
asegura que “no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán
resucitados” (1 Corintios 15.51–52). “Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han
subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2.9–10). El creyente acepta estas revelaciones y así
llega a entender cosas aun más profundas. Pero el incrédulo rechaza la revelación de Dios y de esa
manera continúa vagando en oscuridad.

Las revelaciones, verdaderas y falsas

Si una revelación viene de Dios, de nuestro prójimo, de un libro, de la naturaleza o de cualquier otra
fuente el revelador tiene que tener el conocimiento verdadero de las cosas reveladas, de lo
contrario, tal revelación es falsa. Una revelación no puede ser auténtica a menos que el revelador
sepa lo que está revelando.

¿Quién conoce a fondo todo lo que tiene que ver con la eternidad, sino Dios? Dios ha escogido su
palabra, la Biblia, como el medio para revelar al hombre esas verdades eternas. Tales expresiones
como: “Así dice Jehová”; “Dice Dios”; “Jehová dijo”; “Dios dijo”, se encuentran muchas veces en la
Biblia, demostrando que este libro afirma que es la palabra de Dios. Muchos preguntan: “¿Qué parte
de la Biblia es digna de confianza como mensajera de las revelaciones de Dios?” Respondemos sin
vacilación: “Toda”. Todas las revelaciones que vienen de Dios son verdaderas.

En el tiempo del Antiguo Testamento “Dios, [habló] muchas veces y de muchas maneras (...) a los
padres por los profetas”, pero ahora “nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2). En otras palabras,
en las dos épocas Dios ha tenido sus portavoces autorizados por quienes revelaba su palabra y su
voluntad a los hombres. Refiriéndose a las escrituras del Antiguo Testamento, Pablo escribió esto:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3.16). Además, con relación a los profetas del
Antiguo Testamento, Pedro escribió: “Hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro
1.21).

Acerca de las escrituras del Nuevo Testamento algunos han promovido la idea necia y dañina que la
parte más valiosa son los evangelios mientras que el resto es simplemente los escritos de los
apóstoles. No obstante, todo lo que sabemos de Cristo y de su palabra fue revelado por la
predicación y los escritos de los apóstoles y sus colaboradores. Ellos escribieron la parte biográfica
del Nuevo Testamento (los cuatro evangelios y los hechos de los apóstoles), la parte epistolar (las
cartas apostólicas desde Romanos hasta Judas y la parte apocalíptica (el libro de Apocalipsis). El
apóstol Juan escribió uno de los evangelios, tres de las epístolas y el libro de Apocalipsis. Respecto
a este último libro, Juan declara francamente que es “la revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1.1).

Los apóstoles fueron comisionados a proclamar el evangelio eterno de Cristo en toda su plenitud a
un mundo perecedero (Mateo 28.18–20; Marcos 16.15; Lucas 24.46–47; Hechos 1.8; 9.15). Este
evangelio del Señor Jesucristo era lo que ellos proclamaban oralmente o por escrito dondequiera
que iban. (Lea Romanos 1.16; 2.16; 1 Corintios 14.37; 2 Corintios 4.5; Gálatas 1.8–9; 2
Tesalonicenses 2.15; 1 Timoteo 1.11; Apocalipsis 14.6.) De manera que todo el Nuevo Testamento
es la palabra de Cristo.

Cómo Dios se revela al hombre

1. Por medio de Jesucristo

Lea Hebreos 1.1–4.

2. Por medio de la palabra escrita


¿Habrá algo que quisiéramos saber acerca de la creación, acerca del destino del hombre u otra cosa
fuera del alcance del entendimiento humano? Las respuestas a estas interrogantes las podemos
encontrar en la Biblia. En este libro divino el lector puede saber con relación al pasado, al presente
y al futuro. Por supuesto, Dios en su sabiduría infinita no nos ha revelado todos sus planes, pero nos
ha revelado lo suficiente para que creamos en él (lea Deuteronomio 29.29). La Biblia es la única
fuente de información a la cual el lector puede acudir y aprender muchas cosas que habrían
permanecido ocultas por las edades, a no ser por las revelaciones en este libro de Dios.

3. Por medio de la naturaleza

El salmista, hablando por inspiración de divina, podía escudriñar los cielos estrellados y decir: “Los
cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19. l).

Una generación de científicos basando sus conclusiones sobre sus opiniones y observaciones
limitadas decide que algunas partes de la Biblia no son ciertas. Otra generación de científicos que
ha hecho más observaciones y estudios descubren que la Biblia no está equivocada, sino sus críticos.
Y así continuará hasta que el hombre vea a Dios “cara a cara” (Génesis 32.30; 1 Corintios 13.12). Allí
el hombre se dará cuenta que todas las palabras y las obras de Dios concuerdan perfectamente.

4. Por medio del Espíritu Santo

Acerca de los misterios que el hombre natural no puede percibir, Pablo dice: “Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2.10). Cuando el Espíritu de Dios entra en el alma del hombre
la Biblia se convierte en un mensaje nuevo. “El hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente” (1 Corintios 2.14). El Espíritu Santo le da al hijo de Dios un discernimiento de la
Biblia lo cual el hombre incrédulo más inteligente nunca puede alcanzar. (Lea Juan 14–16 para ver
lo que dice Cristo acerca de la obra del Espíritu Santo.)

5. Por medio del ministerio de los ángeles

Fue por medio de los ángeles que Abraham supo acerca de la venida del hijo de la promesa (Génesis
18.1–15). De la misma manera se le comunicó al patriarca acerca de la destrucción inminente de
Sodoma (Génesis 18.16–22). Lot fue advertido del juicio de aquella ciudad por medio de los ángeles
(Génesis 19.12–13).

Veamos a continuación otros ejemplos de la obra de estos espíritus ministradores. A Balaam se le


recordó que había recibido aviso acerca de su desobediencia a Dios (Números 22.26–35). A Zacarías
le informaron de la venida de Juan el Bautista (Lucas 1.11–25). A María y José les fue revelado acerca
del nacimiento de Jesús (Lucas 1.26–38; Mateo 1.18–2l). Los pastores de Belén recibieron las
noticias del nacimiento de Jesús (Lucas 2.10–14). A José y a María se les dio instrucciones para que
huyeran a Egipto (Mateo 2.13–15). A los discípulos se les aseguró que Jesús volvería de nuevo
(Hechos 1.11). Pedro y Cornelio se conocieron el uno al otro, y la puerta del evangelio fue abierta a
los gentiles (Hechos 10). Dios reanimó a Pablo y le dio seguridad respecto de sí mismo y de toda su
compañía en el naufragio (Hechos 27.23–26).

6. Por visiones y sueños


Fue por medio de una visión que Abraham supo que los hebreos estarían 400 años en Egipto
(Génesis 15.12–16). También fue una visión en Betel lo que marcó un punto importante en la vida
de Jacob (Génesis 28). En esta visión Jacob vio una escalera que llegaba hasta el cielo y a los ángeles
que subían y descendían por ella. Los sueños de José, por los cuales llegó a tener el apodo de “el
soñador” (Génesis 37.19), nada más y nada menos fueron las revelaciones de Dios para él. Los
sueños de Faraón, del jefe de los coperos y del jefe de los panaderos demuestran que hubo otros,
además del pueblo de Dios, a los cuales Dios se manifestó por medio de visiones y sueños. Darío y
Nabucodonosor también tuvieron sueños de parte de Dios. Las visiones de los magos, de Pedro, de
Cornelio, de Pablo y de Juan son pruebas de que este método de Dios para revelarse al hombre se
extendió a los tiempos del Nuevo Testamento. Todavía en la actualidad existen personas que han
visto en sueños cosas que pasaron después. Aunque Dios sí se revela por medio de sueños y visiones
debemos recordar que no todo lo que soñamos es revelación de Dios.

7. Por medio de la conciencia

Lea Romanos 2.14–16.

No existe conflicto entre las revelaciones divinas

¿Se contradicen entre sí las revelaciones de Dios? Nunca. Si existen supuestas revelaciones que se
contradicen queda claro que las mismas no provienen de Dios. La Biblia nos amonesta “probad los
espíritus si son de Dios” (1 Juan 4.1). ¿Acaso las revelaciones que recibimos están en armonía con
Dios? Cuando nosotros escuchamos supuestas “revelaciones” que se dicen ser de Dios debemos
hacer como los de Berea (Hechos 17.11). Escudriñemos las escrituras diligentemente para ver si
estas cosas son ciertas. No puede haber ninguna revelación de Dios que no esté en armonía perfecta
con la palabra de Dios, la Biblia.

Conclusión

¿Qué fue lo que capacitó a los “niños” para recibir lo que “los sabios y (...) entendidos” (Mateo
11.25) no comprendieron? La fe. ¿Qué es lo que capacita al campesino analfabeto para comprender
más de la bondad, el amor y el poder de Dios que algunos de los hombres más educados no
entienden? La fe. ¿Qué es lo que capacita al hijo de Dios para escudriñar los misterios del pasado y
del futuro, mientras que los hombres mundanos que se han pasado la vida tratando de entender
tales misterios han aprendido muy poco? La fe. Es por medio de la fe que la persona recibe los
misterios de las edades. Donde no existe la fe, tales misterios no pueden ser revelados.

El hijo de Dios tiene muchos motivos para dar gracias a Dios por las muchas revelaciones
maravillosas que él ha recibido. Al mirar hacia atrás podemos ver la puerta del pasado abrirse y por
fe escuchamos las palabras: “En el principio (...) Dios”. Si miramos hacia arriba podemos contemplar
por fe que se derrama un torrente de luz celestial sobre el tiempo actual. Cuando miramos hacia
delante por fe vemos que la puerta al futuro empieza a abrirse ante los ojos del hombre, mientras
oímos las palabras: “He aquí, os digo un misterio....” Así el cielo y la tierra se llenan de la luz de Dios.

“Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra” (2 Timoteo 3.16–17).
La Biblia es el único libro dado por revelación directa de Dios al hombre. La palabra “Biblia” se deriva
del griego biblos, que significa “libro”. La Biblia es nuestro libro sagrado porque no hay ningún otro
que tenga tal autoridad o autor semejante.

La inspiración de la Biblia

Creemos en la inspiración verbal de la Biblia. Es decir, el Espíritu Santo guió a hombres santos a que
escribieran cada palabra que aparece en los escritos originales. Aunque se puede notar
características personales en el estilo de los escritores, sus voluntades estaban completamente bajo
el control del Espíritu Santo. Los escritores no escribieron ni una sola palabra por motivos propios
(2 Pedro 1.20–21).

Creemos también en la inspiración plenaria de la Biblia. Esto quiere decir que toda la Biblia, desde
el principio hasta el fin, fue dada por inspiración verbal.

La Biblia no explica detalladamente cómo los escritores recibieron la inspiración del Espíritu Santo.
Pero nos dice que debemos reverenciar las palabras que escribieron. “Si alguno quitare de las
palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y
de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22.19).

En Gálatas 3.16, Pablo nos da a entender en su escrito la importancia de analizar hasta la más
mínima letra en las escrituras. Él explica que la promesa de Dios a Abraham (Génesis 13) “no dice: Y
a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”
(Gálatas 3.16). Si Dios hubiera dicho “simientes” se hubiera referido a los hijos de Abraham, pero
porque dijo “simiente” sabemos que se refirió a Jesucristo. En este caso podemos observar cómo
de una sola letra depende una doctrina cristiana muy importante. Con razón Cristo dio tanto énfasis
en la importancia de cada jota y cada tilde de la ley (Mateo 5.18).

Algunos se han preguntado: “¿Por qué la personalidad y el estilo de los escritores se hace tan
evidente si la Biblia no es escritura de hombres, sino de Dios?” Vamos a ilustrar nuestra respuesta
con un breve ejemplo: Usted pasa frente a una casa que ha sido pintada recientemente de muchos
colores. Entonces pregunta: “¿Cuántos pintores trabajaron en esa casa?” “Solo uno”, le contestan.
“¿Pero, por qué tantos colores si fue sólo un pintor?” “Pues, no es difícil explicárselo; este pintor
mezcló sus pinturas y produjo muchos colores para así pintar la casa a su gusto.” ¿Acaso esto no le
da a usted una idea en cuanto a ese Gran Autor del libro divino que escogió muchas personalidades
para expresar su mensaje? De esta forma este libro divino es más útil y más adecuado para suplir
las necesidades de las personas que lo leen. Puesto que una parte de la Biblia está escrita en el
lenguaje de Moisés, otra en el de Pablo y otras en los de otros escritores muestra que Dios usó al
hombre para escribir su mensaje y no solamente a su pluma. Todos estos “santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

La Biblia es auténtica en su materia, autoritaria en sus mandamientos, sin error en sus escritos
originales y también la única regla infalible de fe y práctica (2 Samuel 23.2; Salmo 12.6; 139.7–12; 2
Timoteo 3.16–17).

1. Las escrituras del Antiguo Testamento son inspiradas por Dios


Pablo se refiere a las escrituras del Antiguo Testamento cuando dice: “Toda la Escritura es inspirada
por Dios” (2 Timoteo 3.16). Pedro aclara que los escritos son inspirados porque los escritores fueron
inspirados por Dios. Él dijo que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,
porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1.20–21). Existen muchas declaraciones
que demuestran que las escrituras del Antiguo Testamento fueron inspiradas por Dios. En varias
ocasiones en el Antiguo Testamento encontramos expresiones tales como: “Jehová el Señor dice
así” y “Así ha dicho Jehová”. De igual forma “vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Toma
un rollo del libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel” (Jeremías 36.1–
2). De la misma manera el Señor vino a Ezequiel diciéndole que hablara a los hijos de Israel, diciendo:
“Les hablarás, pues, mis palabras” (Ezequiel 2.7). Existen muchas expresiones semejantes en toda
la Biblia.

Los escritores del Nuevo Testamento entendieron que las escrituras del Antiguo Testamento eran
el mensaje de Dios hablado por medio de sus siervos. En el momento de escoger a Matías para el
apostolado, Pedro citó la escritura, diciendo: “El Espíritu Santo habló antes por boca de David”
(Hechos 1.16). El libro de Hebreos comienza con estas palabras: “Dios, habiendo hablado muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días
nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2).

2. Las escrituras del Nuevo Testamento son inspiradas por Dios

En lo concerniente a la inspiración de las escrituras del Nuevo Testamento las mismas son tan
enfáticas y firmes como las del Antiguo Testamento. Pablo, escribiendo a los corintios, dice:
“hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu”
(1 Corintios 2.13). Más adelante en la misma epístola él dice: “Si alguno se cree profeta, o espiritual,
reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14.37). Esta declaración
concuerda con lo que el Señor le había dicho a Ananías acerca de Pablo, como se nota en Hechos
9.15. Pablo también les escribe a los tesalonicenses diciéndoles: “Cuando recibisteis la palabra de
Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la
palabra de Dios. (...) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor” (1 Tesalonicenses 2.13; 4.15).

Los apóstoles advirtieron contra las falsificaciones de la palabra de Dios. Ellos aceptaron como
genuino los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de Pablo, Santiago, Pedro,
Juan y Judas, y el Apocalipsis. (Lea Gálatas 1.8–9; 2 Pedro 3.15–16; 2 Juan 7–10; Judas 3; Apocalipsis
22.18–19.)

La Biblia llega a nosotros con una declaración imponente e inflexible que no es un libro hecho por
hombres, sino un libro cuyo Autor real y único es el Dios vivo y eterno.

3. Dios usó a hombres imperfectos para llevar un mensaje perfecto al mundo

La Biblia habla de las faltas de Moisés, de Pedro, de Pablo, de Juan y de otros escritores de la misma.
Pero ninguna de estas imperfecciones, aunque reveladas en la palabra inspirada, alteran en alguna
manera el valor o la perfección del mensaje divino.

En ocasiones Dios mandó a los profetas a declarar profecías que ellos mismos no entendieron. Por
ejemplo, vea la perplejidad de Daniel cuando el Señor puso la última profecía en su boca (Daniel
12.4–8). Entonces vuelva a 1 Pedro 1.10–11 para que vea un testimonio que muestra que los
profetas no entendieron todo lo que profetizaron. Esto demuestra que mientras Dios obraba por
medio de hombresimperfectos, él trajo por medio de ellos un mensaje perfecto al mundo.

Evidencias de la inspiración divina

A continuación presentamos algunas de las evidencias principales que demuestran que la Biblia fue
inspirada por Dios mismo.

1. El cumplimiento de la profecía

Entre los datos más sobresalientes que tenemos en el Antiguo Testamento aparecen más de
trescientas profecías que se refieren al Mesías. Cada una de estas profecías se cumplió al pie de la
letra en la persona de Jesús, el Cristo. Los profetas predijeron que él sería de la tribu de Judá (Génesis
49.10); que había de nacer de una virgen (Isaías 7.14); que nacería en Belén de Judea (Miqueas 5.2);
que sería llamado de Egipto (Oseas 11.1; Mateo 2.15); que se enviaría un mensajero delante de él
(Isaías 40.3; Malaquías 3.l); que enseñaría por parábolas (Salmo 78.2); que sería paciente a la hora
de la prueba y la tribulación (Isaías 53); que sería vendido por treinta piezas de plata (Zacarías 11.12–
13) con las cuales se compraría el campo del alfarero. En fin, todas estas profecías fueron cumplidas,
además de muchas otras más que no podrían haber sido predichas por sabiduría humana ni nadie
las hubiera podido adivinar. Muchas de estas profecías podrían haber parecido improbables e
increíbles en el tiempo en que se profetizaron.

La profecía de Daniel en la visión de las cuatro bestias (Daniel 7), junto con la interpretación de esta
visión, nos da una descripción exacta de lo que pasó después en la historia de las naciones, y pueda
que algunos elementos de las mismas se refieran a lo que está aconteciendo en el mundo actual.

Los profetas no solamente predijeron las destrucciones de las ciudades y las naciones de aquel
entonces, sino que también describieron algunos de los detalles de dichas destrucciones. Y así ha
sucedido. Hasta la historia secular de los pueblos ha archivado el cumplimiento de algunas de estas
profecías como hechos verídicos.

Por ejemplo, Ezequiel profetizó contra Tiro (Ezequiel 26.4–12), que llegó a ser el orgullo de los
mercaderes y la envidia de las naciones en aquella época. Estas profecías se cumplieron en los días
de Alejandro, cuando toda la ciudad llegó a ser una gran ruina.

La desolación de Egipto sucedió siglos después de la profecía tal y como está descrita en Ezequiel
29–30. La historia secular confirma de manera detallada las profecías de Ezequiel en cuanto a lo que
ocurrió en Egipto. La profecía es historia escrita de antemano. Esto se verifica en el cumplimiento
de las profecías acerca de la desolación de Babilonia, Siria, Medo-Persia, Grecia, Roma, Cartago y
otras naciones. La desolación y la destrucción completa de Jerusalén, predicha por Cristo, y la
dispersión de los judíos entre las naciones de la tierra, predicha por los profetas, se presentan en
los escritos de Josefo y se confirman en la historia de los judíos.

Esto comprueba que estas profecías no podían ser el resultado de la sabiduría humana. Sería una
locura tan sólo suponer que las mismas fueron nada más que suposiciones y opiniones humanas.
Cada una de estas profecías prueba que la Biblia fue escrita por hombres que fueron guiados por
una mente infinita, por el Dios del cielo y de la tierra, que ve y conoce todas las cosas antes de que
sucedan.

2. La unidad de la Biblia

La Biblia se compone de sesenta y seis libros que fueron escritos aproximadamente durante un
período de quince siglos. Fue escrita por alrededor de cuarenta escritores quienes ocupaban
diferentes puestos, desde el rey sobre el trono hasta el cautivo en tierra pagana; desde Moisés y
Pablo que fueron hombres muy bien educados hasta Pedro y Juan que fueron “hombres sin letras y
del vulgo” (Hechos 4.13). La misma fue escrita antes, durante y después que Israel se convirtió en
una nación. Pero a pesar de todo lo expuesto existe una armonía bella e impresionante que prueba
la presencia de la mente de un Maestro que inspiró a todos estos escritores. En otras palabras:
“Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1.21).

3. Su preservación a través de las edades

Ningún libro jamás ha sido puesto a pruebas tan severas como la Biblia. Aunque los judíos fueron
llevados a tierras paganas llevaron consigo las escrituras y las preservaron allá. A través de los años
muchos falsos profetas han imitado tan ingeniosamente las escrituras que la gente difícilmente ha
podido distinguir entre la palabra inspirada de Dios y la palabra falsa de los falsos profetas. Durante
los primeros siglos de la era cristiana se hicieron muchos esfuerzos para acabar con esta “secta” que
floreció después de la crucifixión de Jesús. Por toda la historia de los siglos se han hecho esfuerzos
para suprimir el mensaje de la Biblia utilizando el fuego, la espada y muchos otros métodos. Sin
embargo, la palabra de Dios vive. En toda generación han existido hombres que, llenos del orgullo
a causa de sus intelectos y conocimientos, enseñaron a la gente que la Biblia debía creerse en su
totalidad solamente por los ignorantes y los supersticiosos. Pero a pesar de todas estas oposiciones
este libro antiguo aún permanece. En la actualidad este libro tan maravilloso es más popular que
cualquier otro libro que jamás se haya impreso. En realidad, la Biblia es y será la misma siempre.

4. Su integridad

La Biblia es el único libro que nunca ha tenido que cambiar su mensaje a causa de los avances de la
ciencia. No es un libro de ciencia; sin embargo, todo lo que dice es científicamente correcto. Esto no
se puede decir de cualquier otro libro o tratado jamás escrito. Los naturalistas, astrónomos,
geólogos, historiadores y hombres de renombre han enseñando cosas que posteriormente han
resultado ser erróneas. Las teorías de los hombres han sido revocadas, o al menos extremadamente
cambiadas, en cuanto a los principios de la luz, la naturaleza, la forma de la tierra, el período glacial,
la geología, la estructura del cuerpo, las enfermedades, las leyes de la salud y todo campo de la
ciencia. La Biblia concuerda completamente con lo que el hombre ha observado de la naturaleza. Es
el único libro que es total y eternamente verdadero. Es cierto que muchos han citado de la Biblia
para apoyar sus teorías erróneas, pero la Biblia no enseña ninguna falsedad y nunca la ha enseñado.
Sin embargo, no es extraño que hayan citado así de la Biblia para apoyar sus teorías falsas, pues el
diablo mismo es experto en citar la escritura para darle vida a sus falsedades (Génesis 3.1–6; Mateo
4.1–11).

A continuación citaremos una parte de los escritos de I. M. Haldeman:


En menos de diez años un texto ya es anticuado, una enciclopedia pierde su valor, una biblioteca es
un cementerio de libros muertos e ideas sin vidas; mas este libro sigue viviendo. La ciencia se ha
reído del mismo, en vano. En el siglo dieciocho Voltaire dijo: “Dentro de cincuenta años el mundo
no oirá más de la Biblia”. Los eruditos seculares la han declarado anticuada y muerta. Muchas veces
se han efectuado servicios fúnebres para enterrar la Biblia que ellos creen que ha muerto... y, ¡he
aquí!, mucho antes que los críticos hayan vuelto a sus casas, la Biblia ha resucitado de la muerte, se
ha adelantado al cortejo fúnebre con una rapidez sorprendente, y se halla, como antes, en el mismo
centro de la vida de muchas personas y de la sociedad misma. Allí sigue dando voces tronantes
contra la maldad, revelando los secretos del corazón, ofreciendo consuelo a los que están de luto y
esperanza a los moribundos, y continúa emitiendo de cada una de sus páginas las maravillas del
futuro.

—De Cristo, la cristiandad y la Biblia, páginas 151–152.

5. El efecto en sus lectores

El efecto que la Biblia ejerce sobre los que la leen también nos enseña que la misma es inspirada
por Dios y que a la vez tiene cualidades sobrenaturales. La Biblia es luz en cualquier parte que es
leída porque revela a Cristo, la luz del mundo. Dondequiera que la gente cree en ella y la obedece
trae cambios en la pureza, la educación, la cultura, el desarrollo y en todo lo que contribuye a la
felicidad moral y espiritual del alma. No es que la lectura de la Biblia en sí cambie automáticamente
el corazón, pero sí le enseña al pecador cómo llegar a Cristo quien sí puede cambiar el corazón.

Mientras más la persona se rinde a Cristo por su mensaje en la Biblia, más ordenada y virtuosa será
la vida de esa persona. Además, esto hará que en sus prójimos también se observen efectos
positivos. Por ejemplo, incluso los incrédulos muchas veces son más cuidadosos a la hora de
expresarse cuando hay cristianos presentes.

Se ha demostrado que mientras más las leyes de las naciones sigan los principios bíblicos, más
benditas serán esas naciones. Esto demuestra la validez de los principios bíblicos.

Concluimos que la Biblia:

·Es la palabra de Dios, dada por inspiración divina

·Es el único libro dado como revelación directa de Dios al hombre

·Es infalible, digna de confianza absoluta

¿Por qué este honor a la Biblia? No puede haber más que una respuesta: porque es la palabra de
Dios. Sobre cada página de este libro maravilloso se puede encontrar la huella divina de su autor.

Cómo recibimos nuestra Biblia

La Biblia se divide en sesenta y seis libros distintos. De ellos treinta y nueve pertenecen al Antiguo
Testamento y veintisiete al Nuevo Testamento. Estos libros nos ofrecen una historia íntegra que
sería incompleta si faltara uno de ellos. Muchos creen que el libro de Job es el más antiguo de todos
los libros de la Biblia. Le sigue, cronológicamente, el Pentateuco (los primeros cinco libros del
Antiguo Testamento), escrito por Moisés; después se escribieron los otros libros históricos, poéticos
y proféticos. El Antiguo Testamento fue escrito por reyes, jueces y profetas. Los libros que lo
componen fueron compilados en los días de Esdras y Nehemías. El interés por estas escrituras fue
tan grande que las mismas se tradujeron al griego más de tres siglos antes de Jesucristo. La versión
griega más célebre fue la de los setenta (la Septuaginta) que fue traducida alrededor del año 250
a.c. por los eruditos de Alejandría.

Los discípulos de Jesús escribieron acerca de la vida y las enseñanzas de él en cuatro libros que
conocemos como “los evangelios”. Las actividades de los apóstoles después de la crucifixión de
Jesús se compilaron en un libro que llamamos los “Hechos de los apóstoles”. Estos libros junto a las
“epístolas” y el último libro al que llamamos “Apocalipsis” son los que componen el Nuevo
Testamento. La mayoría de estos libros se reconocieron como escritos sagrados en los primeros 200
años de la historia de la iglesia cristiana.

La Biblia completa ha sido traducida en muchos idiomas. Así la palabra de Dios ha alcanzado a los
pueblos de muchos países. Existen evidencias que demuestran que algunas partes de la Biblia fueron
traducidas al español a fines del siglo doce y principios del trece. En el año 1569, Casiodoro de Reina,
un español que tuvo que huir de España a causa de su fe, publicó la primera versión completa en
español. Casiodoro la tradujo de las lenguas originales y la publicó en Basilea, Suiza. Su versión fue
conocida como la Biblia del Osoporque en su portada aparece un oso que se ve comiendo miel de
una colmena, representando así el deleite con que el creyente recibe la palabra. Se dice que la gran
mayoría de los ejemplares de la primera impresión de 2.600 fueron quemados por orden de la
Inquisición. Un amigo español de Casiodoro, Cipriano de Valera, revisó la Biblia del Oso y publicó su
versión en 1602. Él también tuvo que huir de España a causa de la persecución y pasó la mayor parte
de su vida en Inglaterra. La obra de los señores Reina y Valera, la versión Reina-Valera, en sus varias
revisiones a través de los siglos ha sido la favorita de los evangélicos de habla español.

En ocasiones surge la pregunta: “¿Cómo podemos saber que nuestra Biblia es igual a la primera que
usaron los cristianos en aquel tiempo?” Aunque los manuscritos originales ya no existen, hay
suficiente evidencia en los escritos de los escritores antes del concilio de Nicea para calmar cualquier
duda respecto a la autenticidad de la Biblia. En esta lista de los escritores de la iglesia primitiva están
Clemente y Policarpo, quienes vivieron en el tiempo de los apóstoles y conocieron personalmente
a algunos de ellos. Existen miles de reproducciones de varias partes de las escrituras que fueron
escritas a mano y que datan desde el siglo cuarto hasta el decimoquinto. Después de este tiempo
han existido varias reproducciones impresas hasta la actualidad. No hay duda de que tenemos el
mismo evangelio que se predicaba en los días de los apóstoles y el mismo mensaje que fue
compilado en el primer canon del Nuevo Testamento.

Los escritos apócrifos

Junto con los sesenta y seis libros que finalmente se incorporaron en el canon sagrado también
aparecen otros escritos los cuales muchas personas han considerado dignos de tener un lugar entre
los libros canónicos. La mayoría de estas obras fueron escritas en el período entre el Antiguo
Testamento y el Nuevo Testamento. Los mismos forman un vínculo histórico y presentan muchos
datos de interés al que estudia la Biblia. Sin embargo, los mismos carecen de evidencias que
demuestran que fueron inspirados por Dios.

La ley y el evangelio
En la Biblia se nos presenta la ley levítica en la historia antigua de la nación de Israel. Era la voluntad
de Dios que la nación tuviera una ley escrita que gobernara a sus ciudadanos. Dios les dio la ley
levítica en el Monte Sinaí (Éxodo 19.) Esta ley estuvo vigente hasta el tiempo de Cristo (Mateo 5.17–
20; Juan 1.17; Colosenses 2.6–17).

La ley suprema para el pueblo de Dios en el antiguo pacto fue la ley levítica, y en el nuevo pacto es
el evangelio de Cristo. Existe una armonía y una unidad perfecta entre estas dos leyes. Ambas
dependen la una de la otra. Todos los sacrificios y las ceremonias bajo la ley eran solamente sombras
de Cristo y no habrían servido para nada si no hubieran sido cumplidos en Cristo. Él, “con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). Por otra parte, “la ley ha
sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3.24). La ley de Moisés mostró a los israelitas cuan
pecaminosos eran y la eficacia de la sangre para borrar los pecados. Les preparó para recibir a Cristo.
Cuando él vino, la ley había cumplido su obra. Sus sacrificios ya no tuvieron valor y la palabra de
Cristo tomó el lugar que ocupaban aquellas normas. El Nuevo Testamento es la ley que ahora está
vigente y que rige en nuestras vidas. Esa ley es la regla por la cual la iglesia bíblica es gobernada.

¿Acaso Dios cambia? No. “Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3.6). ¿Cambia su ley? Sí y no. Los
principios de la verdad eterna fueron expresados tanto por la ley así como por el evangelio; los dos
forman parte de la misma palabra de Dios. Pero Dios, en su sabiduría infinita, aplica sus principios
eternos a las condiciones de cada época.

¿Acaso el padre cambia de opinión en el diálogo que presentamos a continuación?

Un hijo se acerca a su padre un día y le dice:

—Papá, ¿puedo ir a la ciudad?

—No —le responde el padre del muchacho.

Al día siguiente viene el hijo nuevamente y le pregunta a su padre:

—Papá, ¿puedo ir a la ciudad?

—Sí —dice el padre.

¿Acaso el padre ha cambiado de opinión? No, pero las condiciones han cambiado y por eso el padre
lo dejó ir, aunque ayer no se lo permitió.

De igual manera Dios ha dado leyes en el nuevo pacto que no están conforme a las del antiguo
pacto. No porque él ni su verdad hayan cambiado, sino porque las condiciones han cambiado. Dios
aplica la verdad eterna a las condiciones existentes de cada época. En cuanto a este punto Jorge R.
Brunk dice lo siguiente:

1. Dios ha dado dos pactos distintos, el Antiguo y el Nuevo Testamento (Hebreos 8.6–10).

2. En vista de que algunas condiciones han cambiado, Dios en su misericordia prohíbe en el Nuevo
Testamento algunas cosas que ordenó en el Antiguo Testamento (Mateo 5.38–39; Éxodo 21.23–25;
Jeremías 31.31–32; Hebreos 7.12).
3. El Antiguo Testamento era la norma de vida de Israel hasta la muerte de Cristo en la cruz del
Calvario (Gálatas 3.23–25; Efesios 2.14–15; Colosenses 2.14). Cuando Jesús murió, la ley terminó su
objetivo de revelar a Cristo y preparar a un pueblo para recibirle.

4. El Antiguo Testamento fue quitado para que el Nuevo Testamento fuera establecido como la
única norma vigente para el cristiano (Hebreos 10.9–10; Gálatas 1.8–9).

5. El Nuevo Testamento es ahora la norma para la conducta del cristiano hasta la segunda venida de
Cristo (2 Corintios 3.6; 2 Tesalonicenses 1.7–8).

6. El cristiano debe tener al Antiguo Testamento como una mina rica en instrucción y como algo
muy esencial para la comprensión adecuada del Nuevo Testamento (1 Corintios 10.6, 11; Gálatas
3.24–25).

7. Aquellos que persisten en promulgar la doctrina del Antiguo Testamento, en lugar de las
enseñanzas del Nuevo Testamento, trastornan las almas de los oyentes (Hechos 15.24; Tito 1.9–11).

—Doctrina bíblica, página 553

1. Dos representantes

Dios autorizó un representante para cada uno de los dos pactos: Moisés para el antiguo pacto y
Jesucristo para el Nuevo Pacto. Respecto a Jesús de Nazaret, Moisés dijo: “Profeta os levantará el
Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hechos 7.37). El escritor a
los Hebreos dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2). El
Padre, hablando desde el cielo, deja bien claro que Cristo es el portavoz autorizado para esta época
cuando dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5). Hebreos
12.25 dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon
al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde
los cielos.”

Este último versículo aclara que en el tiempo del Antiguo Pacto el pueblo de Dios consideró la ley
de Moisés como su regla de vida, mientras que en nuestros tiempos miramos al evangelio como
nuestra ley suprema.

2. Dos pactos

El escritor a los Hebreos, comparando los dos pactos, dice: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el
suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel
primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.
Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de
Israel y la casa de Judá un nuevo pacto” (Hebreos 8.6–8).

En esta escritura se encuentran dos expresiones muy notables: “mejor ministerio” y “mejor pacto”.
La primera se refiere a Cristo y a su obra comparada con Moisés y la obra del sacerdocio levítico. Y
no es difícil darse cuenta que es mejor el ministerio de Cristo que el de Moisés. Pero, ¿qué hemos
de decir respecto al “mejor pacto”? ¿Acaso el antiguo pacto era imperfecto?
De ninguna manera. “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos
7.12). No existe absolutamente ninguna falta ni ninguna imperfección en la ley de Dios. La ley de
Moisés, como el evangelio de Cristo, es la ley de Dios. Se concibió en la mente de Dios y por eso es
absolutamente perfecta. Pero “era débil por la carne” (Romanos 8.3); o en otras palabras, nadie
pudo obedecerla perfectamente. “Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado”
(Romanos 3.20). Por esa razón los judíos tuvieron que seguir haciendo sacrificios diarios. De este
modo la ley cumplía su propósito; mostró a la gente que necesitaban algo que la ley no ofrecía.
Necesitaban a Cristo.

Además, como los sacrificios bajo la ley no eran más que “la sombra de los bienes venideros”, la ley
“nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos
a los que se acercan” (Hebreos 10.l). En otras palabras, la ley era perfecta, pero los sacrificios
ofrecidos bajo ella eran válidos solamente con relación a su cumplimiento en Cristo. Por esta razón,
el pacto de la gracia es mejor que el pacto de la ley y por eso se dice que el primer pacto tenía
defecto (Hebreos 8.7).

3. La ley y la gracia

Pablo escribió a los gálatas diciéndoles: “La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas
3.24). La ley era correcta en su lugar, en su tiempo, para su propósito; la ley era pura, justa, santa y
perfecta. Pero la ley sirvió para su propósito y se cumplió en Cristo al ser clavada en la cruz
(Colosenses 2.14). De manera que hoy ya no estamos bajo la ley, sino bajo el evangelio de Cristo.
Ahora miramos a Cristo como nuestro Salvador y Redentor, nuestro Legislador y Autoridad
Suprema. Ya no buscamos en la ley de Moisés para discernir la voluntad del Señor respecto a
nosotros, sino buscamos en el evangelio de Jesucristo.

Juan nos reveló algo importante cuando dijo: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia
y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17). El primero es símbolo de la justicia y el
poder de Dios, el otro es símbolo de su misericordia y de su gracia. Bajo el primer pacto el sello era
por medio de la sangre de animales; bajo el segundo, por medio de la sangre de Jesucristo,
“inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13.8).

Una de las distinciones más notables entre la ley y el evangelio es la manera de tratar con los
transgresores. El período de tiempo en que regía la ley era una época de justicia. La justicia exigió la
muerte de la generación rebelde que no quiso entrar en Canaán, el apedreamiento de Acán, la
muerte de Uza (2 Samuel 6.6–7) y el cautiverio de Israel y Judá por su infidelidad. Pero en Cristo
Dios mostró su misericordia. Él vino para salvar, no para condenar. En nuestra época se ve la
misericordia de Dios en medio de la gran iniquidad que hay en el mundo. Además, conocemos
personalmente su misericordia por medio del perdón que nos ofrece por nuestras faltas y pecados.

Pero no piense el hombre que Dios tratará con menos severidad a los de su pueblo de esta época
que de la forma que trató a los hombres del tiempo pasado. Los tratos de Dios con su pueblo en
aquel tiempo fueron diseñados como un ejemplo para nosotros (1 Corintios 10.6, 11) a fin de que
la gracia de Dios no nos fuera dada en vano. Hoy a nosotros se nos amonesta enfáticamente que los
que rechazan la gracia de Dios sufrirán su ira en la eternidad (2 Tesalonicenses 1.7–9; Hebreos
12.25).
El tema central del Antiguo Testamento es la ley y se compone de treinta y nueve libros. El tema
central del Nuevo Testamento es el evangelio y se compone de veintisiete libros. La suma de estos
libros completa el mensaje perfecto de Dios al hombre. Esto es lo que llamamos el canon sagrado
de las sagradas escrituras: la Biblia.

El hogar en el cristianismo

CAPÍTULO 15

“Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24.15).

En el principio, Dios unió las primeras dos personas para así formar el primer hogar. La autoridad
suprema en cuanto al hogar es nuestro Señor Jesucristo, quien respondió así a una pregunta que le
hicieron los fariseos:

“¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre
dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más
dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19.4–6).

Esta respuesta de Jesús muestra que la vida hogareña existía desde la creación del hombre. El hogar
fue concebido en la mente infinita de Dios. Es una provisión bendita de Dios para nosotros.

El porqué del hogar

1. Para que la pareja pueda suplir las necesidades el uno al otro

“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”
(Génesis 2.24). ¿Por qué tendrá que dejar el hombre a su padre y a su madre? Para que pueda
gozarse del compañerismo y la ayuda de su esposa. Dios hizo al hombre y a la mujer de una forma
que el uno suple lo que al otro le hace falta. Eva fue una ayuda idónea para Adán. En el hogar los
cónyuges se esfuerzan juntos en una vida en la cual sus problemas, sus metas y sus luchas son las
mismas para los dos.

2. Para promover la pureza

No hay cosa que promueva más la pureza entre el género humano que un hogar contento y feliz.
“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros
los juzgará Dios” (Hebreos 13.4). En toda sociedad la norma moral se determina por la manera en
que se observan las leyes del matrimonio y del hogar. Donde se observan fielmente las leyes de Dios
para el matrimonio no solamente hay pureza en la vida y el carácter de los padres, sino también
fomenta la pureza en la vida de los hijos.

3. Para que los mejores amigos de los hijos, los padres, los cuiden

En todo hogar establecido según los principios bíblicos los mejores amigos de los hijos son sus
padres. No por casualidad Dios puso a los hijos al cuidado de sus mejores amigos, sus padres, en esa
etapa de vida cuando las asociaciones y la disciplina hacen sus impresiones más permanentes. Los
padres sabios aprovechan las oportunidades de su deber y emplean su influencia para enseñarles a
sus hijos antes que el mundo los pueda impresionar.
4. Para proveer un refugio seguro de las tempestades de la vida

Una casa provee protección; los hijos están felices y contentos dentro del mismo aunque ruja una
tempestad afuera. Esta protección es típica de la protección espiritual que el hogar cristiano provee.
Mientras que los hijos descuidados vagan libremente por las calles y recogen toda clase de suciedad
moral y pecaminosa, los hijos en los hogares cristianos están más protegidos de las influencias
dañinas del mundo. Lamentablemente, tantos hijos son manchados del pecado antes que sepan lo
que significa pecar. Un hijo afortunado es aquel que disfruta de la protección de un hogar donde el
nombre de Jesús es venerado, donde las buenas virtudes son de gran estima y donde el período en
que se forman los hábitos se pasa en un ambiente de pureza, piedad y santidad.

¿Qué lugar puede igualar al hogar en tiempos de enfermedad, calamidad o angustia? ¿Quién,
además de los amados del hogar, puede darnos la ayuda y el consuelo tan comprensivo en tiempos
de perplejidad y confusión o cuando los problemas de la vida nos abruman en extremo?

5. Para preparar a los niños a fin de enfrentarse con la vida

El hogar cristiano es una escuela donde los hijos son criados para Dios y se preparan con el objetivo
de hacerle frente a los problemas de la vida. Es aquí donde los hijos aprenden a trabajar, cantar,
orar, estudiar, practicar la abnegación, ayudar a los menesterosos, y donde ocurren los mayores
cambios en el desarrollo de sus cuerpos, mentes y almas. Mientras criamos a nuestros hijos no
dejemos de enseñar a la generación venidera cómo hacer frente a los problemas serios de la vida.
El hogar cristiano que prepara a los hijos para enfrentarse con la vida es un apoyo sólido de la iglesia
y de la sociedad.

Los deberes en el hogar

En el hogar hay deberes que cumplir, problemas que resolver, dificultades que enfrentar, y debemos
relacionarnos unos con otros en la manera que a Dios le agrada. La Biblia nos enseña acerca de los
deberes de cada miembro del hogar.

1. Los deberes de los hombres

Pablo nos enseña dos deberes muy importantes:

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella” (Efesios 5.25).

“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación
del Señor” (Efesios 6.4).

La primera amonestación significa que el hombre que se ha comprometido a una mujer le debe a
ella su propia vida, su cariño, su mente, sus manos y sus fuerzas. Todo lo de él está a la disposición
de ella. En la segunda amonestación el Señor nos quiere decir que la mayor responsabilidad en el
proceso de la crianza de los hijos recae sobre el padre. Como la cabeza del hogar, el padre tiene el
deber de poner metas y normas para el mismo, dirigir los cultos familiares, enseñar a los hijos,
disciplinar e instruir a los que no se comportan correctamente y administrar todo lo que se necesita
para el bienestar del hogar. Por supuesto, él debe hacer todo esto con espíritu de servicio en vez de
señorío.
2. Los deberes de las mujeres

Volvamos de nuevo a las escrituras:

“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis
2.18).

“Por este niño oraba” (1 Samuel 1.27).

“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5.22).

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen
a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra
conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3.1–2).

Cada uno de estos textos bíblicos señala un deber muy importante para la mujer o para la madre en
el hogar. En primer lugar, ella debe someterse al liderazgo de su esposo. En segundo lugar, la
responsabilidad de ser madre es algo que requiere oración y devoción para asegurar los mejores
resultados. Cuando las mujeres se conducen conforme a estos dos deberes principales, ellas se
convierten en una bendición para sus propios maridos y para sus familias.

Muchas veces se nos hace esta pregunta: “Si el marido o la mujer no cumple con los deberes en el
hogar, ¿qué debe hacer su pareja?” En tales casos el otro debe hacer lo mejor que pueda y tratar
de cumplir fielmente con el papel que Dios le ha ordenado. Normalmente las faltas del uno se
agravan o se multiplican a causa de los defectos del otro. Corregir sus propios defectos es la ayuda
más eficaz que puede conceder a su pareja. Influimos en las personas que se asocian con nosotros
y en este caso la primera persona en beneficiarse de nuestras cualidades cristianas deberá ser
nuestro cónyuge.

3. Los deberes de los hijos

“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre,
que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la
tierra” (Efesios 6.1–3).

Notemos ahora las tres razones que expresa Pablo por las cuales los hijos deben obedecer a los
padres: (1) Es justo. (2) Es para su propio bien. (3) Conduce a una larga vida. Cada una de estas
razones se hace tan evidente por sí misma que no se necesita mucho argumento para apoyarla. Una
de las peores cosas que puede sucederle a un niño es que sus padres le permitan crecer con una
conducta desobediente y rebelde en el hogar. Tal niño no es solamente un enemigo de sí mismo,
sino que también es un problema en el hogar, en la sociedad, en la escuela y en la iglesia.

Las características del hogar cristiano

En algunos hogares los miembros vuelven a casa para comer y dormir mientras buscan el placer en
otra parte. Tales hogares en realidad no son hogares, sino más bien hoteles de tránsito. Pero existen
hogares en los que el padre, la madre, los hijos y las visitas frecuentes se divierten porque para ellos
no hay mejor lugar en el mundo que sus propios hogares. ¿Por qué la diferencia? La diferencia es
debido a las características cristianas que reinan en el hogar. Notemos algunas características que
edifican al hogar cristiano.
1. El amor

Esto es lo que Pablo llama “el vínculo perfecto” (Colosenses 3.14). El amor es la virtud que hace que
los miembros del hogar sean amables, abnegados y dispuestos a contribuir para con los intereses
de los demás. El amor es lo que une al esposo y la esposa no solamente como “una sola carne”, sino
también como un corazón y un alma. El amor es lo que hace que los hijos obedezcan a sus padres.
Es difícil que Satanás gane ventaja alguna en un hogar donde predomina el amor en cada uno de
sus miembros y donde todos aman al Padre de amor.

2. La adoración

El hogar cristiano, así como la iglesia, debe ser una “casa de oración”. El padre de familia es “la
cabeza del hogar”, pero si los miembros del hogar no reconocen a Jesucristo como la Cabeza
Suprema sobre toda cabeza terrenal entonces el liderazgo del padre será un fracaso. Hemos visto
hogares algo tranquilos y felices donde los padres no practican la fe cristiana, pero notamos que a
esos hogares les ha faltado la santidad y el sentido de propósito divino que adornan el hogar
cristiano. El hogar es bello cuando se aparta un tiempo diario para desarrollar el culto familiar,
cuando se lee la Biblia, se cantan cantos espirituales y cuando Cristo Jesús es la persona prominente
en la conversación diaria. Tal hogar tendrá un ambiente muy saludable para la disciplina de los hijos
y será una bendición a todos los que visitan el mismo.

3. La lealtad

¿Lealtad a qué? Lealtad de un cónyuge al otro, lealtad a los padres, lealtad con relación a los
intereses de los hijos, lealtad a Dios y a la iglesia, lealtad al gobierno y lealtad a todas las otras causas
que merecen apoyo. En tal hogar los hijos aprenden a respetar la autoridad y llegan a ser ciudadanos
que respetan la ley dondequiera que se encuentren.

4. La literatura sana

Los libros y los periódicos tienen una gran influencia en nuestras vidas. Por eso es tan importante
tener una literatura sana en el hogar. Puesto que la lectura alimenta la mente del hombre se nos
hace necesario suplir nuestros hogares con la literatura que nos mantenga llenos del amor de Dios,
de la sabiduría y la ciencia verdadera. Bendito el hogar donde hay literatura sana e interesante que
edifica a los jóvenes y conduce la mente hacia el cielo y no hacia el mundo.

5. Los compañeros deseables

Los compañeros del hogar incluyen, además de los miembros de la familia, a los empleados y a los
amigos que nos visitan. Cada hogar debe tener estas dos cualidades: (1) una hospitalidad cristiana
genuina que hace que los visitantes se sientan bien acogidos; (2) un espíritu de piedad genuino que
influya en el ambiente del hogar. En otras palabras, esforcémonos para que las personas que visitan
nuestros hogares disfruten de un ambiente cordial, agradable y amistoso. Esforcémonos para que
reine un ambiente familiar que desmorone toda clase de frivolidad y carnalidad. En muchos hogares,
quizá con las mejores intenciones, se comete el error de proveer aparatos musicales, deportes y
otras clases de atracciones dudosas. Estas cosas atraen al tipo de personas que no contribuyen a la
virtud y a la edificación espiritual del hogar. Los padres deben animar a sus hijos que se asocien con
las personas que los ayudarán a fortalecer su carácter y que los inspirarán en los caminos del Señor.
Las bendiciones del hogar cristiano

El hogar cristiano es un lugar sagrado donde los vínculos del amor y la simpatía crecen más fuertes
al pasar los años. Será un lugar especial donde se moldea el carácter de los hijos durante el período
en que se forman los hábitos. Tal hogar brindará una influencia positiva a cada visitante que entra
y sale de su hogar para la gloria a Dios. Es precisamente en este tipo de hogar donde se da el cuidado
más tierno a los enfermos y a los afligidos, donde todos se ayudan mutuamente para hacer frente a
las pruebas y los problemas de la vida y donde en la vejez se halla el cuidado que solamente un
hogar cristiano puede suplir.

Medite en estas cosas, esfuércese para alcanzar estos ideales y tendrá razones suficientes para
alabar al Señor por lo que él ha provisto por medio del hogar cristiano.

La iglesia en el cristianismo

CAPÍTULO 16

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo
16.18).

Una de las provisiones más beneficiosas que Dios hizo para su pueblo es la iglesia. La misma nos
sirve como un hogar espiritual mientras estemos en la tierra.

Dios, desde tiempos antiguos, ha apartado a su pueblo de los injustos, o sea, del mundo. La palabra
griega para iglesia, “ekklesia”, significa un pueblo que ha sido llamado aparte. Dios ha llamado a su
pueblo de la oscuridad y se le ha dado un lugar en el reino de su Hijo amado. Pedro llama a este
pueblo: “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2.9).

En el tiempo de Noé los escogidos se hallaron en el arca, aparte de los impíos. Después del diluvio
el hombre volvió a caer nuevamente en las profundidades de la iniquidad. Otra vez, Dios apartó a
los fieles cuando llamó a Abraham de su hogar y sus parientes para convertirlo en el padre de los
fieles. Luego apartó a su pueblo de Egipto y quiso apartarlo de las influencias paganas de Canaán.
Cuando el Mesías vino por primera vez y escogió a sus discípulos les aseguró que las puertas del
Hades no prevalecerían contra su iglesia (Mateo 16.18). Aunque los discípulos de Cristo están
esparcidos sobre la faz de la tierra, el poder del Espíritu Santo los mantiene apartados de la multitud
que anda rumbo al infierno.

Nuestro propósito en este capítulo es presentar la iglesia como algo que Dios ha provisto tan
generosamente para nuestro bienestar. Hablamos más en detalle sobre el tema de la iglesia en otro
capítulo.

El propósito de la iglesia

1. Proveer un refugio para el pueblo de Dios

Cristo se refiere a sí mismo como “el buen pastor” (Juan 10.11). Él manda a los pastores bajo su
mando, diciendo: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella” (1 Pedro
5.2). Cristo también se refiere a sí mismo como “la puerta” (Juan 10.9). El Señor nos advierte que
vendrán ladrones, salteadores y lobos. Éstos están dispuestos a forzar la entrada del redil en
cualquier momento para destruir a los miembros de la grey. De la forma que un rebaño de ovejas
encuentra protección en el redil bajo el cuidado fiel del pastor, así también los creyentes encuentran
protección en la iglesia de Cristo bajo el cuidado del “Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro
2.25). En su cuidado de la iglesia Cristo usa a los pastores humanos para advertir al rebaño de los
peligros que le amenazan.

2. Proveer alimento espiritual para el pueblo de Dios

David reconoció las abundantes provisiones de Dios cuando dijo: “Jehová es mi pastor; nada me
faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (Salmo 23.1–3). Casi
de la misma manera que se alimentaron los hijos de Israel en el desierto, así se derrama hoy día este
maná celestial sobre el pueblo de Dios por la predicación de la palabra. “Apacentad la grey de Dios”
(1 Pedro 5.2) es un mandamiento para los pastores de toda época. El alimento espiritual que usted
recibe al escuchar la predicación de la palabra es esencial para la vida y el crecimiento espiritual. Si
no recibimos alimento espiritual morimos espiritualmente, así como una persona muere
físicamente cuando se le priva del alimento natural por mucho tiempo.

El cristiano se sintoniza con Dios y escucha un tono celestial en cada sermón evangélico verdadero.
La música celestial se difunde en los salmos, himnos y cánticos espirituales (Efesios 5.19) que se
cantan en la asamblea del pueblo de Dios. La gloria del cielo se acerca a nosotros cuando nos
sentamos en los lugares celestiales con Cristo Jesús (Efesios 2.6) y cuando adoramos a Dios en
espíritu y en verdad (Juan 4.24). La iglesia es la provisión sabia de Dios para el alimento espiritual
balanceado y continuo de su pueblo.

3. Proveer para la comunión cristiana

“Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1.7). Y esta
comunión es más preciosa cuando “nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su
Hijo Jesucristo” (1 Juan 1.3). Cuando Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis
2.18), él habló una verdad fundamental que tiene que ver con toda fase de la vida humana. El
hombre es un ser social; necesita tener comunión con sus semejantes. Nosotros encontramos esa
comunión en el hogar, entre nuestros amigos y en la iglesia junto a nuestros hermanos de la fe. Y
en los tiempos venideros Dios proveerá la comunión eterna a su diestra. ¿Acaso deberá extrañarnos
la exhortación de Dios que no dejemos “de congregarnos, como algunos tienen por costumbre”?
(Hebreos 10.25). Las personas que rechazan la comunión con los de la fe tarde o temprano pierden
la comunión con Dios. La iglesia es el plan de Dios para proveer la comunión espiritual con otros
hermanos; comunión que su pueblo necesita mientras viva en la carne.

4. Proveer oportunidades para el crecimiento espiritual de sus miembros

Crecemos espiritualmente cuando la iglesia nos llama a la oración colectiva, al estudio de la Biblia,
a guardar el día del Señor, a asistir a los cultos cristianos, a ofrendar con alegría según el Señor nos
haya prosperado y a otras cosas “que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 Pedro 1.3). Cuando usted
se aprovecha de estas oportunidades se convertirá en una gran ayuda haciendo que su iglesia sea
una verdadera bendición para usted mismo y para otros.

5. Proveer un medio para guardar los mandamientos del Señor


La hermandad de creyentes nos ayuda a guardar los mandamientos del Señor. Existen las personas
que dicen que pueden guardar los mandamientos del Señor sin ser parte de una iglesia. Pero queda
claro que jamás ha existido alguien que lo haya hecho. Es verdad, algunos que no son miembros de
alguna iglesia han guardado algunos de los mandamientos de la Biblia; pero no todos. Algunos de
estos mandamientos como el ósculo santo y la obediencia a los pastores no pueden cumplirse por
uno mismo. Jesús, refiriéndose a su iglesia, dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18.20). En este planteamiento de Jesús queda claro
que un individuo no puede formar una iglesia por sí solo. Dios quiere ayudarnos por medio de los
hermanos a obedecer todos sus mandamientos.

6. Proveer una oportunidad al pueblo de Dios para unir sus esfuerzos y recursos en la tarea de ganar
a los perdidos

El amor entre los hermanos en la iglesia habla al mundo de su lealtad a Cristo (Juan 13.35). La unidad
en sí atrae al mundo al evangelio. Cuando los hermanos unen sus esfuerzos y recursos para
evangelizar, sea en la comunidad o en lugares más lejanos, tendrán más éxito que el que rechaza la
ayuda de otros hermanos.

Teniendo en cuenta las bendiciones que Dios provee por medio de la iglesia seríamos unos ingratos
si no le prestáramos nuestro servicio fiel. De la manera que Jesucristo dio su vida por nosotros,
también nosotros debemos dar la nuestra por él y su iglesia. Y puesto que la iglesia es establecida
por Dios no debemos negarle nuestro apoyo. Mostramos nuestra gratitud hacia lo que Dios nos
provee por medio de la iglesia al vivir una vida fiel, leal y obediente al Señor Jesucristo. Si somos
leales a Cristo también lo seremos a los hermanos.

El gobierno civil y el cristianismo

“Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos
los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y
reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2.1–2).

La bondad de Dios hacia el hombre se ve en la doble provisión que hizo él para gobernar, cuidar y
proteger al hombre: (1) en lo espiritual, por medio de la iglesia; (2) en lo material, por medio del
estado. La Biblia enseña que la autoridad del gobierno civil y la autoridad de la iglesia son ordenadas
por Dios: “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De
modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste” (Romanos 13.1–2).

Orden y autoridad

“Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14.33). Aun entre los animales se puede
apreciar que Dios les capacita para conducir sus asuntos en una manera ordenada. Por ejemplo,
considere como un sinnúmero de hormigas o abejas viven juntas en orden. No es de extrañarse,
pues, que Dios estableciera un sistema ordenado para los humanos, un sistema en el cual los justos
pueden ser protegidos de la corrupción y la violencia de los injustos. Dios estableció a los gobiernos
para que gobernaran a los ciudadanos de las naciones por medio de leyes basadas sobre los
principios de la rectitud y la equidad. De manera que los impíos fueran refrenados de sus injusticias
por medio de castigos. Respecto a la autoridad para llevar a cabo los decretos de Dios, las
autoridades son responsables ante Dios por su fidelidad o infidelidad.
El propósito del gobierno

El propósito del gobierno es castigar a los transgresores (1 Timoteo 1.9) y proteger de la violencia
de los malos a los que obedecen las leyes (Hechos 25.11). Se destaca la sabiduría de Dios en hacer
tal provisión cuando recordamos que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5.19). Si no
existiera alguna forma para refrenar los males comunes de la sociedad entonces los justos
estaríamos a la merced de los injustos en todos los aspectos de la vida diaria.

Tal vez usted se hace las siguientes preguntas: “¿No es cierto que algunos de los pecados más
perversos los cometen aquellos que están en posiciones altas en el gobierno? ¿Acaso no es cierto
que muchas veces los gobiernos promueven la iniquidad en lugar de suprimirla? ¿Qué de los
fanáticos religiosos que por muchos siglos hicieron correr la sangre de cristianos humildes e
indefensos? ¿Qué de los gobiernos que por muchos años se han entregado al ateísmo y a la opresión?
¿Qué de los muchos casos en la historia donde el gobierno asesinó a los cristianos en lugar de darles
protección? ¿Es Dios el autor de todas estas atrocidades, algunas de ellas cometidas en su nombre?”

¡No! Tampoco él es el autor de todo lo que hacen las personas infieles en las iglesias. Dios es
paciente, y algunas veces en su sabiduría inescrutable espera mucho tiempo antes de llevar ante la
justicia a las autoridades. Dios hace responsables a las naciones así como también a las personas
por sus actos de desobediencia. A su debido tiempo, conforme a su sabiduría infinita, él traerá juicio
sobre toda mala obra. Así lo ha hecho en el pasado y así lo continuará haciendo en el presente y en
el futuro.

La voluntad directiva y permisiva de Dios

Esto trata principalmente acerca del asunto del gobierno de las naciones. Existen algunas cosas que
Dios dirige o manda, mientras que hay otras que él sólo las permite. A continuación daremos dos
ejemplos para aclarar la voluntad directiva y permisiva de Dios.

Cuando Balaam le preguntó a Dios si debía maldecir a Israel, él le dijo que no lo hiciera. Esa fue
la voluntad directiva de Dios. Entonces Balaam, inquieto bajo esta prohibición de Dios, volvió
nuevamente a inquirir si él podía ir hasta aquel lugar para ver lo que acontecía. Fue así que Dios le
dijo que fuera. Esa fue la voluntad permisiva de Dios.

En los días de Samuel el pueblo de Israel quería tener un rey. Samuel les dijo cuál era la voluntad
directiva de Dios en el asunto. Pero siendo aquel un pueblo rebelde que rechazó someterse a esta
voluntad, Dios le dijo a Samuel que les concediera su demanda; que no estaban rechazando a
Samuel sino a Dios. Esa fue la voluntad permisiva de Dios y el pueblo de Israel sufrió las
consecuencias de no someterse a la voluntad directiva de Dios.

La voluntad permisiva de Dios no significa que él aprueba los planes de un individuo o de una nación
rebelde. La realidad es que Dios dio al hombre la responsabilidad de escoger y es por eso que él no
obliga al hombre a ir contra su propia voluntad.

Además, Dios permite que acontezcan ciertas cosas, no porque son buenas en sí, sino por causa del
bien que resultará de ellas o porque cumplen su propósito. Algunos ejemplos de tales cosas son la
opresión de Faraón sobre los hijos de Israel (Éxodo 1.1–10), la crucifixión del Señor Jesucristo
(Hechos 2.23) y la dispersión de los discípulos después de la muerte de Esteban (Hechos 8.1–3). En
los asuntos de las naciones, Dios permite muchas cosas por medio de la opresión y las otras formas
de iniquidad de la ira del hombre. Muchas veces esto ha sido el medio por el cual se traen alabanzas
a Dios. La sangre de los mártires ha sido muchas veces la simiente de la iglesia. La historia recoge
muchos ejemplos de de lo anteriormente expuesto.

La relación del cristiano con el gobierno

Volvamos a la Biblia para ver cómo se debe relacionar el cristiano con el gobierno. Algunos de los
puntos principales son los siguientes:

1. La sujeción

Nuestro deber principal hacia el gobierno es someternos al mismo. Aun en el caso cuando existan
leyes que nos desagradan no debemos dejar de respetarlas y obedecerlas. Y esta sumisión debe ser
una lealtad voluntaria en lugar de una esclavitud de mala gana: “Es necesario estarle sujetos, no
solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia” (Romanos 13.5). Por eso:
“sométase toda persona a las autoridades superiores” (Romanos 13.l). “Recuérdales que se sujeten
a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra” (Tito 3.l).

2. Una ciudadanía doble

El hijo de Dios tiene una obligación doble. Por una parte es ciudadano del país donde vive y por la
otra es ciudadano del país celestial. Pablo, nativo de Tarso, en varias ocasiones se refirió a sí mismo
como ciudadano romano. Pablo también era ciudadano del reino que “no es de este mundo” (Juan
18.36). A los Filipenses, Pablo les escribió: “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3.20).

3. Extranjeros y peregrinos

Aunque somos ciudadanos aquí, no debemos olvidar que no somos más que “extranjeros y
peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11.13). Nosotros buscamos vivir en una ciudad “cuyo arquitecto
y constructor es Dios” (Hebreos 11.10). Reconociendo esta verdad podemos entender fácilmente
cómo los apóstoles podían enseñar la sujeción a las autoridades, pero a la vez decir que los cristianos
deben su primera lealtad a Dios. Ninguna ley terrenal los movía a desobedecer la ley superior de
Dios. (Lea Hechos 5.25–29.) No obstante, los discípulos nunca ofrecieron resistencia alguna a su
gobierno, escogiendo, en tiempos de persecución, sufrir como extranjeros.

La Biblia no enseña que la iglesia debe involucrarse en el gobierno para así influir en el mismo en
beneficio de la obra de Dios. El gobierno está fuera del campo de trabajo de los cristianos. Su poder
más fuerte está en la oración. Segunda de Pedro 2.8 se refiere a Lot como un hombre justo. No
obstante, este hombre justo, que al parecer tenía influencia en los asuntos de Sodoma, fue incapaz
de salvar la ciudad de la destrucción. Lot tenía menos influencia allí que su tío Abraham que sólo
oraba por la ciudad. Cuando el Imperio Romano adoptó el cristianismo como la religión del estado,
el mismo corrompió a la iglesia en lugar de la iglesia purificar al estado. Esto siempre sucede así. Es
por eso que los verdaderos cristianos no se mezclan con la política del mundo. Sus esferas son
totalmente diferentes. Tanto el gobierno como la iglesia marchan mejor si cada uno se dedica a la
misión a la cual ha sido llamado por Dios. La idea de que el cristiano puede ayudar en la causa de la
justicia al mezclarse en la política es un engaño.

4. Un poder edificador
Sin embargo, el cristiano sí tiene obligación hacia su gobierno y el gobierno recibe muchos beneficios
de sus ciudadanos cristianos. Puesto que los cristianos son muy conscientes en el cumplimiento de
la ley es por eso que el gobierno necesita muy poco de la policía, los tribunales o las cárceles para
mantenerlos en orden. Los cristianos verdaderos son honrados, rectos, diligentes y sobrios; pagan
sus impuestos y procuran vivir vidas intachables. El ciudadano cristiano siempre ejerce una
influencia positiva en cualquier país que le dé refugio. La mayoría de las veces que una nación ha
maltratado a sus cristianos le va mal de una forma u otra.

5. Un intercesor

Es un privilegio y un deber de cada cristiano orar por sus gobernantes y por todos los que están en
autoridad: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias,
por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia” (1 Timoteo 2.1–2). El
beneficio es doble; tanto el gobierno recibe beneficio así como también el intercesor. En esto está
el poder del cristiano; su oportunidad más grande es por medio de la oración. Bendita la nación que
tiene dentro de sus fronteras un ejército de intercesores, porque sin dudas es el ejército más
formidable que pueda tener cualquier nación. Bien se ha dicho que “la oración es el poder que
mueve la Mano que gobierna al mundo”. Aboguemos por los ciudadanos cristianos que nunca dejen
de orar a favor de su nación.

El día del Señor

“Yo Juan, vuestro hermano, (…) estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran
voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último” (Apocalipsis
1.9–11).

En la actualidad existe mucha confusión acerca del día del Señor (el domingo) y su relación con el
día de reposo del Antiguo Testamento (el sábado). En este capítulo nosotros queremos que la
palabra de Dios aclare esta confusión. En este caso se nos hace necesario analizar tres puntos
importantes: (1) cuál fue el significado del día de reposo del Antiguo Testamento, (2) qué significa
el día del Señor para nosotros hoy y (3) cómo debemos guardar el día del Señor.

El día de reposo del Antiguo Testamento

1. Fue santificado por el Creador

“Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día
séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día
séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Génesis
2.1–3).

2. Fue hecho por causa del hombre

Reposar en el séptimo día de la creación no fue un acto caprichoso de Dios ni algo que él hizo porque
se sintió cansado. Nuestro Dios infinito y eterno, quien hace lo mejor para el hombre y los animales,
reposó en el día séptimo por lo menos a causa de dos propósitos: (1) para indicar el descanso
espiritual que el hombre tiene cuando está a bien con Dios y (2) para dar un ejemplo al hombre en
cuanto a la necesidad de un descanso físico.
Jesús dijo lo siguiente acerca del día de reposo: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre,
y no el hombre por causa del día de reposo” (Marcos 2.27). Por las circunstancias en que fueron
pronunciadas estas palabras, todo parece indicar que las mismas se refieren al tiempo de la creación
cuando Dios santificó el séptimo día y no simplemente al tiempo cuando Dios les dio el día de reposo
a los judíos.

Al crear el día de reposo, Dios tenía en mente el bien eterno del hombre.

3. Cristo es Señor del día de reposo

Para usar sus propias palabras: “El Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (Lucas 6.5).
Siendo el Creador quien creó todas las cosas (Juan 1.1–3), Jesús tiene el poder de cambiar lo que él
mismo creó o de regular las cosas conforme a su voluntad. Por ejemplo, Jesús utilizó este poder
cuando él les permitió a sus discípulos recoger espigas para comer en el día de reposo, cuando sanó
a los enfermos aun en el día de reposo y cuando anuló el acta de los decretos de la ley y la clavó en
la cruz (Colosenses 2.14).

4. Tuvo lugar en la ley de Moisés

En el antiguo pacto, Dios les dio a los hijos de Israel leyes muy estrictas en cuanto a cómo guardar
el día de reposo. La ley de Moisés estaba llena de mandamientos y ritos que tenían un significado
espiritual. A continuación vamos a examinar cómo se guardó el día de reposo en el tiempo de la ley
de Moisés.

1. Se guardó el séptimo día haciendo memoria del día que Dios santificó al terminar su obra

“Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios (...)
Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y
reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó” (Éxodo 20. 9–1l).

2. Se guardó en memoria de la liberación de Israel de Egipto

“El séptimo día es reposo a Jehová tu Dios. (...) Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y
que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te
ha mandado que guardes el día de reposo” (Deuteronomio 5.14–15).

3. Su cumplimiento fue regulado por castigos muy severos

El hombre que salió a recoger leña en el día de reposo fue apedreado como castigo por haber violado
el mandamiento divino (Éxodo 35.2–3; Números 15.32–36). Este ejemplo nos ayuda a entender el
celo y las críticas de los fariseos con relación al cumplimiento del día de reposo en los días de Cristo.

4. Facilitó la oportunidad para el servicio y la adoración a Dios

El día sábado dio como resultado la adoración pública en la sinagoga judía. Se considera que este
hecho fue establecido en los días de Esdras y Nehemías. Jesús tenía la costumbre de entrar en las
sinagogas los días de reposo (Lucas 4.16). Y Pablo dijo que “las palabras de los profetas (…) se leen
todos los días de reposo” (Hechos 13.27).

Los servicios religiosos que tenían lugar en la sinagoga en los días de Cristo y de los apóstoles
ofrecieron una oportunidad excelente para dar a conocer a los judíos al Mesías a quien señalaron
las escrituras proféticas. La forma de culto que los judíos utilizaban en la sinagoga llegó a convertirse
en un modelo para las primeras congregaciones cristianas.

5. En aquel tiempo existía un sistema de días de reposo con un uso literal y un significado simbólico

· El séptimo día como día de reposo.

· El séptimo mes, que marcaba la observancia de tres fiestas nacionales: la fiesta de las trompetas,
la fiesta de los tabernáculos y el día de expiación (Levítico 23; Números 29).

· El año sabático, que indicaba que cada séptimo año se escogía ese año para dar reposo a la tierra
(Éxodo 23.11).

· El año de jubileo, que se celebraba cada cincuenta años (cada siete sietes, pues 7 por 7 son 49) y
que era un resumen de todos los sábados guardados por todos esos años. En este tiempo había
oportunidad para que los pobres pudieran redimir sus tierras y también para la redención de los
siervos. Esto significaba que existía un año de gracia para todos los oprimidos y angustiados de la
tierra de Israel.

Todos estos sábados tenían su significado espiritual y eran “la sombra de los bienes venideros”
(Hebreos 10.1) que ahora tenemos en Cristo Jesús.

5. Era sombra de lo que había de venir

“Por tanto, nadie os juzgue (…) en cuanto a (…) días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha
de venir” (Colosenses 2.16–17).

Una sombra es simplemente el reflejo de algo. Y así es el día de reposo que guardaron los judíos con
relación al día del Señor para los cristianos. En Hebreos 3 y 4 a nosotros se nos explica claramente
que a causa de la incredulidad del pueblo de Israel ellos no pudieron entrar en el reposo verdadero
de Dios, aunque ellos guardaban el día de reposo. De la misma forma, el pueblo de Dios hoy puede
entrar en su reposo, aunque el mismo no guarda el día de reposo del antiguo pacto (el sábado). Lea
lo que dice en Hebreos 3.18–19; 4.1–9:

¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que
no pudieron entrar a causa de incredulidad (...) Pero los que hemos creído entramos en el reposo,
de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, no entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas
estaban acabadas desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y
reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día (...) Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no
hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.

De la misma manera que Dios proveyó suficiente maná el sexto día para sustentar a los hijos de
Israel en el día de reposo y los que salieron el séptimo día para recoger más no hallaron nada para
ellos mismos (Éxodo 16.23–27), así también hoy día Dios da sustento espiritual a los que descansan
en su provisión en lugar de tratar de controlar sus vidas por medio de sus propias habilidades. Los
cristianos que han entrado en el reposo del Señor Jesús hallan la paz que sobrepasa todo
entendimiento y el descanso espiritual que les permite confesar que prefieren perder sus vidas para
ganar a Cristo. “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como
Dios de las suyas” (Hebreos 4.10).
El día del señor

En nuestros días la mayoría de los cristianos guardamos el día domingo como día del Señor. Nosotros
no lo hacemos porque creemos que Dios le ha quitado la santificación al día séptimo para dársela al
primer día de la semana. Lo hacemos porque creemos que la santificación del séptimo día fue
cumplida en Cristo Jesús y que él por medio de su resurrección ha señalado el primer día de la
semana como un día especial para su iglesia.

“Por tanto, nadie os juzgue (…) en cuanto a (…) días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha
de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2.16–17). Hoy no guardamos el día sábado como
día de reposo porque ya ha llegado el cuerpo que proyectó la sombra que Dios mostró a los
antiguos. Y al llegar lo verdadero (Cristo), ya no queda razón alguna para que nos enamoremos de
su sombra (que en este caso es el sábado como el día de reposo).

Por supuesto, al decir eso no rechazamos el hecho de que nuestro cuerpo físico necesita su descanso
como siempre. Y sabemos que ese descanso halla su mejor expresión dentro de la semana de siete
días que Dios creó en el principio. Sin embargo, creemos que la mayor preocupación de Dios cuando
le dio a los judíos aquellas leyes tan estrictas acerca del día de reposo no fue para su bienestar físico
solamente, sino para que ellos aprendieran a guardarel significado espiritual de ese descanso
estricto: que el hombre no puede obrar por sí mismo el descanso que Dios le ofrece por medio de
Jesucristo.

Aun desde el tiempo de la creación hasta el día que los judíos recibieron la ley de Moisés la Biblia
indica que el tiempo fue medido por semanas (períodos de siete días). En Génesis 8.7–12 Noé esperó
siete días para enviar la paloma fuera del arca la segunda y la tercera vez. Además, en Génesis 29.27–
28, Labán habló de la semana cuando dijo: “Cumple la semana de ésta”. Todo parece indicar que a
través de la historia el hombre ha medido los días por semanas. Y bien pudo ser que aun antes del
tiempo de Moisés la gente solía descansar un día de la semana siguiendo el ejemplo de Dios en la
creación.

Se ha comprobado muchas veces que el hombre no disfruta de su mejor estado físico y mental
cuando no hace caso a esta provisión divina para su bienestar. Hace más de dos siglos que durante
la Revolución Francesa se trató de sustituir el período de siete días por uno de diez días. Sin
embargo, los franceses se vieron obligados a abandonar la idea a causa de resultados no
satisfactorios. Es por eso que tantas personas en el mundo dividen su tiempo en períodos de siete
días (semanas) y guardan los fines de las semanas como un tiempo especial.

El día del Señor también provee para nuestra salud espiritual. Nosotros apartamos nuestra atención
de las cosas materiales de este mundo para enfocarnos en Jesús, adorarle y servirle. En este día
celebramos la resurrección triunfante del Señor y declaramos nuestro amor y lealtad para con él. Al
guardar el día del Señor también encontramos el refrigerio físico y espiritual.

Llamamos al domingo “el día del Señor” porque es el día apartado en memoria de nuestro Señor
resucitado. El término se originó en los días de los apóstoles. Juan dijo: “Yo estaba en el Espíritu en
el día del Señor” (Apocalipsis 1.10).
El día del Señor es el día en que debemos apartarnos del afán de esta vida para adorar, servir,
edificar el cuerpo de Cristo y evangelizar a las almas perdidas. Todo esto deberá hacerse para
glorificar a Dios y en lealtad a Cristo el Señor de este día.

1. El día del Señor es el primer día de la semana

El día del Señor no es el día en que Cristo fue enterrado, sino el día en el cual resucitó triunfante
sobre todo enemigo dándonos a nosotros una vida nueva en victoria sobre el pecado. A
continuación vamos a notar algunas razones para celebrar el domingo como el día del Señor:

· De la misma manera que los judíos guardaron su día de reposo en el mismo día de la semana en
que ocurrió su liberación de Egipto, así también debemos guardar el día del Señor el mismo día de
la semana en que Cristo resucitó de los muertos para librarnos del poder de la muerte y del pecado.

· Los discípulos se reunieron en este día en memoria de él inmediatamente después de su


resurrección. Además, Cristo se presentó en medio de ellos en unas de estas reuniones.

· La iglesia apostólica se reunía en este día de la semana para la adoración pública (Hechos 20.7; 1
Corintios 16.2).

· La iglesia continuó con esta práctica durante los primeros siglos de la era cristiana.

2. Las primeras iglesias guardaron el día domingo como el día de adoración

Desde el tiempo de la resurrección de Cristo el primer día de la semana ha sido el día que los
cristianos han celebrado como el día del Señor. En 1 Corintios 16.1–2 Pablo señaló el primer día de
la semana para recoger las ofrendas de la iglesia. Aquí se sugiere que el día domingo era el día que
la iglesia se congregaba. Los cristianos del primer siglo siguieron la costumbre de los judíos, quienes
en su día de adoración pública (el sábado) ponían aparte el dinero para los pobres.

Existen testimonios escritos de algunos de los primeros cristianos quienes muchas veces hablaron
del día de la resurrección como “el primer día de la semana”, “el octavo día”, “el domingo” o
simplemente “el día del Señor”. De acuerdo con muchos de estos testimonios escritos notamos que
aparece una lista bastante larga de escritores que demostraron que las primeras iglesias observaron
el primer día de la semana como el día del Señor. Todos estos escritores describieron este día de
adoración y servicio de una forma distinta al día de reposo de los judíos.

Justino Mártir en el año 140 a.d. dice del día domingo:

Y el día llamado domingo todos los que viven en las ciudades o en el campo se juntan en un lugar, y
las memorias o los escritos de los apóstoles o de los profetas se leen (...) pan, vino y agua traen.
Entonces el que preside esta asamblea de creyentes también ofrece oraciones y acciones de gracias,
conforme a lo que puede, y el pueblo asiente, diciendo: ‘Amén’. Ese día hay una distribución a cada
uno y una participación de todo por lo cual se dan gracias. Y a los ausentes se les manda una porción
por medio de los diáconos. Y aquellos que son ricos y generosos dan lo que cada uno piensa que es
propio dar. Entonces lo que se recoge se deposita con el presidente, quien socorre a los huérfanos
y a las viudas (Apología, capítulo 67).

Se estima que este escrito pueda que no tenga más de cincuenta años después de la muerte del
apóstol Juan. Aquí podemos notar que aparece un testimonio de cristianos que pasaban el día
domingo en un servicio religioso tal y como en el día de Pentecostés. Específicamente, notamos que
estos cristianos participaban en la santa cena, como se refiere en Hechos 20.6–7 y también en la
ayuda a los pobres, como aparece en 1 Corintios 16.1–2.

En varios de estos escritos de los primeros cristianos nosotros podemos ver claramente cuál era la
práctica de la iglesia apostólica y de esa manera podemos también tapar la boca de los que divulgan
por todo el mundo las falsas declaraciones de que el Papa cambió el día de reposo al primer día de
la semana. El domingo era el día de adoración de la iglesia apostólica siglos antes que existiera un
Papa o una Iglesia Católica Romana.

3. Cómo guardar el día del Señor

A través de toda la historia de la iglesia los cristianos han observado el día del Señor con los
siguientes propósitos:

1. Adorar y meditar en la palabra de Dios

2. Celebrar la resurrección de nuestro Señor Jesucristo

3. Descansar y ocuparse en las cosas de Dios (no en los negocios o en los placeres del mundo como
los deportes)

4. Ofrendar (1 Corintios 16.1–2)

Si nosotros ponemos en nuestras mentes y en nuestros corazones cada uno de estos propósitos
entonces nos será más fácil entender lo que debemos hacer en este día. Existen algunas cosas que
impiden que tengamos un día del Señor que agrade a Dios. Algunas de estas cosas son: actuar de
manera perezosa en el día del Señor, andar buscando tener algún placer para la carne o
simplemente andar en la vanidad de nuestras mentes. Ninguna de estas cosas alimenta o refresca
a nuestras almas.

Quizá muchos de nosotros tuvimos que trabajar de forma ardua durante toda la semana y ahora
necesitemos este descanso para que nuestras almas puedan alimentarse en este día. El día del Señor
es el día en que nuestras almas se alimentan con el maná celestial que recibimos de la palabra de
Dios. En este día nuestras almas se refrescan y nuestra comunión con Dios se fortalece a medida
que profundizamos en su palabra.

Es por eso que el día del Señor no debe pasarse leyendo el periódico o pensando en los negocios de
la semana entrante. Debemos pasar el día del Señor en cosas que edifican al alma y no en cosas que
les ocasionen daño al crecimiento y la madurez del hombre espiritual. Algunas cosas que sí podemos
hacer en este día son leer la Biblia con la familia bien temprano en la mañana, asistir al servicio
cristiano en la casa de Dios, conversar con los hermanos acerca de las cosas que edifican, cantar
himnos, visitar a los enfermos y a las viudas, exhortar a los que ya han sido salvos y amonestar a los
que todavía no lo son. Estas cosas, junto a una relación transparente con Dios, nos ayudan a preparar
nuestros corazones y nuestras mentes para enfrentar las pruebas y tentaciones de la semana que
vamos a vivir sobre esta tierra en caso de que nuestro Señor Jesucristo no venga todavía. Es
necesario que cada uno de nosotros sepa guardar el día del Señor de la forma que agrada a Dios.
Los ángeles en el cristianismo

“El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Salmo 34.7).

Hay una relación muy estrecha entre los hombres y los ángeles. El autor del libro a los Hebreos dice
que los ángeles son “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán
herederos de la salvación” (Hebreos 1.14). Cristo, al referirse a los niños, dice: “Sus ángeles en los
cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18.10).

Los ángeles son muy inferiores a Dios, pero son superiores al hombre en inteligencia y poder. Los
ángeles son seres espirituales. Muchos se han hecho preguntas acerca de ellos que el hombre no ha
podido contestar. Sin embargo, la Biblia se refiere tanto a ellos que el lector fiel de la palabra puede
aprender mucho de ellos y de sus obras.

Su origen

Los ángeles son seres creados: “Todas las cosas por él fueron hechas” (Juan 1.3). (Lea también
Nehemías 9.6.) “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay
en la tierra, visibles e invisibles” (Colosenses 1.16).

La Biblia nos habla de algunos ángeles por sus nombres y en ocasiones nos describe sus misiones.
La palabra de Dios menciona varias clases de ángeles como los arcángeles, los serafines y los
querubines. Habla del arcángel Miguel (Judas 9) y de los “ángeles, autoridades y potestades”
(1Pedro 3.22; Colosenses 1.16).

¿Acaso cuando Dios creó a los ángeles también creó a los ángeles malos? La respuesta es no. Dios
no hace nada malo. Cuando Dios hubo terminado la creación del mundo dijo que todas las cosas
que había creado eran buenas en gran manera (Génesis 1.31). No sabemos exactamente cuándo
Dios creó a los ángeles, pero sabemos que los ángeles malos no fueron creados malos. Ellos cayeron
en ese estado después de la creación. Judas se refiere a “los ángeles que no guardaron su dignidad”
(Judas 6) mostrando así que en el principio no eran las criaturas rebeldes que llegaron a ser después.
Cristo dice acerca del diablo que “no ha permanecido en la verdad” (Juan 8.44); esto indica que una
vez estuvo en la verdad. Concluimos, entonces, que en el principio todos los ángeles fueron creados
buenos “en gran manera”, pero después algunos, como el diablo, se rebelaron y cayeron.

Su gran número

Jacob vio una gran compañía de ángeles y se refirió a ellos como “campamento de Dios” (Génesis
32.2). A Eliseo y a su criado se les permitió vislumbrar sobre las montañas alrededor de ellos un
ejército con caballos y carros, los cuales fueron mucho más numerosos que los que el gran ejército
de Siria poseía (2 Reyes 6.13–17). Cristo solamente tenía que decir una palabra, y “más de doce
legiones de ángeles” hubieran estado a su mando (Mateo 26.53). El escritor del libro a los Hebreos
se refiere a una “compañía de muchos millares de ángeles” (Hebreos 12.22). Juan vio “millones de
millones” de estos seres celestiales (Apocalipsis 5.11). Con relación a los ángeles malos, existen
tantos de ellos que Dios proveyó un lugar especial “para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41). (Lea
también Apocalipsis 20.10.)

Si nuestros ojos se abrieran como se abrieron los ojos del criado de Eliseo entonces veríamos los
ángeles alrededor de nosotros, sobre nosotros y por todas partes. Pero Dios en su sabiduría infinita
no permite que los ojos del hombre mortal vean tales cosas. Luego, cuando el velo de la mortalidad
se haya quitado, nuestros ojos verán las provisiones de Dios que la lengua mortal no puede describir
y los ojos mortales no pueden contemplar.

Sus atributos

1. Son espíritus

Los ángeles son seres espirituales. “De los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus
ministros llama de fuego” (Hebreos 1.7). Es cierto que los ángeles han aparecido al hombre en forma
visible, pero la forma visible no es el cuerpo propio del ángel.

El Espíritu Santo también ha aparecido en forma visible. Él descendió sobre Jesús en forma de una
paloma, pero esta aparición no es su forma corporal. La forma de paloma es una representación
simbólica que le da al hombre una idea más clara del carácter y la obra del Espíritu Santo. Tanto los
ángeles, como Dios, son seres espirituales.

2. Son individuos

Reconocemos que cada ángel, al igual que cada hombre, es un individuo. Por ejemplo, Gabriel se le
apareció a Zacarías y después a María (Lucas 1.19, 26–38), y Miguel disputó por el cuerpo de Moisés
(Judas 9). De esto obtenemos la idea que los ángeles tienen rasgos y oficios personales.

3. Son inmortales

Los ángeles no están sujetos a la muerte física. Acerca del estado futuro de los justos, Cristo dice:
“No pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles” (Lucas 20.36). Los hombres y los ángeles
son distintos en esto: Mientras que el alma del hombre por un tiempo mora en un cuerpo mortal,
los ángeles no están limitados de esa manera porque no tienen cuerpos mortales. Después de la
disolución del cuerpo, la morada terrestre del hombre, los hombres y los ángeles serán semejantes;
serán inmortales. Los justos morarán con Dios en la gloria; los injustos pasarán la eternidad en el
lugar “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41).

4. Son poderosos

La palabra de Dios dice que los ángeles son “poderosos en fortaleza” (Salmo 103.20) y que “son
mayores en fuerza y en potencia” (2 Pedro 2.11). El poder de los ángeles se demostró en la
destrucción de Sodoma y Gomorra, en la destrucción del ejército de Senaquerib (Isaías 37.36), en la
resurrección de nuestro Señor (Mateo 28.2–5) y se demostrará más en el juicio venidero (Mateo
13.39; 2 Tesalonicenses 1.7–9; Apocalipsis 20.1–2). Los hombres no pueden comprender el poder,
la fuerza, ni la velocidad con que viajan y actúan los ángeles.

5. Son inteligentes

Es evidente que hay cosas que los ángeles no conocen. La Biblia dice que al hombre le fueron
reveladas cosas que los ángeles desean mirar (1 Pedro 1.12). Además, la Biblia recoge el testimonio
que hay cosas que ni los hombres ni los ángeles conocen (Mateo 24.36). Cuando Cristo dice “ni aun
los ángeles de los cielos” él da a entender que los ángeles son de inteligencia superior, pero no
tienen un conocimiento infinito. Los judíos reconocieron la inteligencia superior que poseen los
ángeles. La mujer de Tecoa dijo a David: “Mi señor es sabio conforme a la sabiduría de un ángel de
Dios, para conocer lo que hay en la tierra” (2 Samuel 14.20). Los ángeles son seres que sobrepasan
al hombre en inteligencia. Sin embargo, tienen una inteligencia muy inferior a la de Dios.

6. Son bondadosos

Esta virtud pertenece solamente, por supuesto, a los ángeles que “guardaron su dignidad” (Judas
6). Tanto los ángeles caídos como los hombres caídos han perdido su bondad. Notamos la bondad
de los ángeles de Dios en el hecho de que ellos son fieles al llevar a cabo los mandamientos de Dios,
adorar a Dios (Nehemías 9.6; Filipenses 2.9–11) y estar sujetos a él en todo. Los ángeles que nunca
han caído obedecen a Dios en los cielos y son espíritus ministradores enviados al pueblo de Dios en
la tierra.

7. Son benevolentes

Esta virtud pertenece solamente a los ángeles fieles de Dios. Los ángeles del diablo están
completamente entregados a la destrucción de los hombres, mientras que los ángeles de Dios se
dedican a promover los mejores intereses del hombre. Medite en la obra de los ángeles para con
hombres y mujeres tales como Abraham, Lot, Jacob, José, Moisés, Zacarías, Pablo, Pedro, Juan,
Lázaro el mendigo, Ana, Elisabet y María.

8. Son felices

Los ángeles tienen la tarea agradable de ministrar a los escogidos de Dios y lo hacen con gozo. Ellos
se regocijan cuando los pecadores vuelven otra vez al redil de nuestro Redentor. Los ángeles ayudan
a los santos y adoran a Dios junto con ellos en esta vida y compartirán con ellos mismos la gloria de
Dios en el futuro. Se juntarán con los santos de Dios en la presencia del Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo y cantarán juntos los himnos de alabanza y gloria a Dios por la eternidad.

9. Son gloriosos

Los ángeles abundan en bondad, inteligencia, sabiduría, pureza, gozo y benevolencia. Glorifican a
Dios (Isaías 6.3; Lucas 2.14; Apocalipsis 4.8; 7.11–12) y le sirven como mensajeros en toda buena
obra; son seres gloriosos.

El oficio y la obra de los ángeles

1. Son espíritus ministradores

Los ángeles santos son todos espíritus ministradores. Los ángeles de Dios ministraron a Abraham, a
Jacob, a Moisés y a Daniel así como también ministraron a la virgen María y a los pastores cuando
anunciaron el nacimiento de Jesús. Ellos también ministraron a Jesús mismo, a Pedro, a Pablo, a
otros discípulos encarcelados, a Juan en Patmos y a muchos otros creyentes. A aquellos que temen
a Dios, se les dice: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Salmo
34.7). “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”
(1 Corintios 11.10). Después que Cristo triunfó cuando el diablo estuvo tentándole por cuarenta días
y cuarenta noches, “vinieron ángeles y le servían” (Mateo 4.11).

2. Son mensajeros de Dios


Los ángeles trajeron noticias a Abraham cuando Dios decidió destruir a la ciudad de Sodoma. Ellos
también confortaron a Jacob en Padan-aram cuando se sintió completamente abandonado. Fueron
estos enviados celestiales los que ministraron a Isaías al comunicarle acerca de su vocación. Ellos,
además, se aparecieron a Zacarías y le dijeron que él sería el padre de Juan el Bautista. También se
le aparecieron a María y le anunciaron el nacimiento de su hijo Jesús. Fueron estos mensajeros de
Dios los que trajeron las buenas nuevas a los pastores cuando les anunciaron acerca del nacimiento
del Rey, Redentor y Salvador del mundo. Y estos espíritus ministradores le revelaron a Juan en la
isla de Patmos algo de lo que va pasar en el futuro.

3. Ejecutan los propósitos y juicios de Dios

Dios usa a los ángeles para llevar a cabo su voluntad respecto al hombre. El ángel del Señor entró
en el campamento de los asirios y 185.000 hombres fueron muertos. También se puso en medio del
camino de Balaam y le hizo saber que él era más insensato que la bestia que montaba. Él atemorizó
la guardia en el sepulcro de Jesús cuando el Señor resucitó triunfante. Fueron los ángeles los que
hicieron la obra de separar a Lot de sus compañeros malignos y llevaron el alma redimida de Lázaro
al seno de Abraham. Los ángeles son los siervos de Dios que recogerán a los malos en la gran cosecha
final del Maestro (Mateo 13.41–42). Ellos acompañarán al Señor Jesucristo cuando venga a juzgar
al mundo (Mateo 25.31; 2 Tesalonicenses 1.7–9). De la manera que Dios ha usado a sus ángeles en
esta época para llevar a cabo sus propósitos asimismo los usará en la obra de cerrar la misma a su
debido tiempo.

4. Sirven como guías al creyente

Fue un ángel quien dirigió a Felipe para que se encontrara con el eunuco (Hechos 8). También fue
un ángel quien juntó a Pedro y a Cornelio cuando la puerta del evangelio se abrió a los gentiles
(Hechos 10). Un ángel sacó a Pedro de la cárcel mientras sus compañeros estaban orando por él
(Hechos 12). Y de la misma forma un ángel dirigió a Pablo en su viaje a Roma (Hechos 27.23).

5. Glorifican a Dios

Nadie se dedica más a la alabanza y a la gloria de Dios que estos seres celestiales. Medite en el
mensaje del serafín que alabó a Dios en la presencia de Isaías, diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová
de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6.3). Analice la alabanza angelical que
se oyó aquella noche en las colinas de Belén: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena
voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14). Nunca hubo una aparición de ángeles en la cual Dios
no fue glorificado entre los hombres. Un día las voces de los santos y de los ángeles proclamarán
juntos las alabanzas de Dios en la gloria, diciendo: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero,
sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5.13–14).

Algunas cosas que la Biblia no enseña

Algunas personas dejan que sus imaginaciones tomen el lugar de la enseñanza bíblica y afirman con
seguridad algunas cosas sobre las cuales la Biblia guarda silencio o testifica lo contrario.

1. Que los ángeles son espíritus de personas que vivieron en mundos anteriores
La Biblia guarda un silencio absoluto acerca de este tema. Esta teoría se basa en pura especulación
humana. No sigamos los pensamientos humanos cuando los mismos no están en armonía con la
palabra de Dios.

2. Que los ángeles son hembras

Cuando algunas personas pintan a un ángel lo hacen de manera que el mismo se vea como que es
hembra. Todos los nombres de los ángeles hallados en la Biblia son nombres masculinos. Además,
versículos como Marcos 12.25 y Lucas 20.35 nos demuestran que los ángeles no son seres sexuales.

3. Que los ángeles habitan los planetas

Esto puede ser o no cierto. Si Dios les necesita en esos lugares de cierto que ellos irán y harán la
voluntad de Dios tal y como la hacen en el cielo y en la tierra. Pero debemos recordar que los ángeles
son espíritus que no necesitan ningún planeta para vivir ni aun un hogar para descansar sus pies.

4. Que los justos llegarán a ser ángeles en el cielo

Cristo dijo una vez que los justos serán “iguales a los ángeles” (Lucas 20.36) o “como los ángeles que
están en los cielos” (Marcos 12.25). Aquí notamos que Jesús se estaba refiriendo a dos clases de
seres muy semejantes. De lo contrario él hubiera dicho que los justos del pueblo de Dios llegarían a
ser ángeles después de la resurrección. Mientras que los santos son como los ángeles en varias
maneras, queda muy claro que ahora no son ángeles ni que jamás llegarán a serlo. La Biblia habla
de los santos y de los ángeles en los cielos y en la tierra (Apocalipsis 7.9–12).

Algunos dicen que Apocalipsis 22.8–9 prueba que seremos ángeles cuando lleguemos al cielo. En
estos versículos un ángel se refirió a sí mismo como “consiervo” de Juan y de los profetas. Un estudio
cuidadoso de esta porción bíblica nos enseña que el ángel no decía que él era lo que Juan llegaría a
ser. Los hombres y los ángeles sirven como ministros y mensajeros de Dios, cada uno en su
respectivo lugar. Por tanto, son consiervos, ambos sirviendo a Dios. El ángel se refirió a los demás
creyentes, los compañeros de Juan, como “tushermanos”. No dijo“mis hermanos”
ni “nuestros hermanos” mostrando así que aunque se consideró a sí mismo un consiervo de Juan y
de sus hermanos reconoció una distinción entre sí y ellos. Este pasaje bíblico está en armonía con
todas las otras escrituras que tienen que ver con este asunto. En conclusión, aunque el servicio de
estos mensajeros divinos tiene mucho que ver con el servicio de los que son parte del pueblo de
Dios en la tierra, los santos y los ángeles son seres completamente distintos, los dos están sujetos a
Dios en su servicio. Tal parece que la relación estrecha entre los ángeles y los hombres continuará
en los cielos.

El reino de las tinieblas

Con relación a la condición del universo antes que Dios creara la luz la Biblia dice: “Y las tinieblas
estaban sobre la faz del abismo” (Génesis 1.2). Pero no nos estamos refiriendo a estas tinieblas en
estos capítulos, sino que nos referimos a las tinieblas espirituales, las obras de Satanás y sus huestes.

La Biblia nos dice que la verdad y la justicia son como la luz, mientras que se refiere al pecado y sus
consecuencias como las tinieblas. Las tinieblas naturales que existen donde no hay luz simbolizan
las tinieblas indecibles que existen donde el rostro de Dios no arroja su luz.
El príncipe de las tinieblas es Satanás. Él es el autor del pecado, el padre de mentiras, el dios de este
siglo, el enemigo de toda justicia.

Los ángeles caídos, juntos con su jefe, son los instigadores y promulgadores del reino de las tinieblas.
Ellos están condenados a pasar la eternidad en las tinieblas de afuera que Dios preparó para ellos
(Mateo 25.30).

Las almas perdidas son las víctimas miserables del reino de las tinieblas. Ellas viven “sin esperanza y
sin Dios en el mundo” (Efesios 2.12) y están en el camino ancho, rumbo a la destrucción perpetua.
Éstas completan el cuadro oscuro de lo que queremos estudiar más a fondo en los próximos
capítulos. Teniendo un corazón malo de incredulidad los incrédulos trabajan juntos con el diablo y
sus ángeles en un gran esfuerzo para destruir las almas de los hombres.

Este cuadro oscuro, sin embargo, es sólo el principio de los sufrimientos. Por el pecado que
cometemos aquí en la tierra habrá un castigo en la eternidad, si no nos arrepentimos. El pecado en
la tierra, por tan oscuro y triste que sea, es sólo una muestra de la miseria, la desesperación, la
indescriptible tortura y la aflicción que habrá en las tinieblas de afuera donde el diablo y todos sus
seguidores pasarán la eternidad. Esta es una escena oscura y horrible, pero damos gracias a Dios
que él nos ha provisto una vía de escape por medio de su infinita misericordia.

CAPÍTULO 20

El diablo, Satanás

“Porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar” (1 Pedro 5.8).

“Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11.14).

Antes de comenzar este estudio sobre el terrible y vil destructor de las almas, pidámosle al Señor
en oración que nos ayude a comprender la naturaleza del diablo y que la gracia de Dios nos ayude
en todo tiempo a estar libres de su poder.

Su personalidad

Este adversario que realmente existe no es sólo una mala influencia o una tendencia negativa que
actúa en el hombre. Satanás tiene una personalidad propia, así como Dios y el hombre también la
tienen. En los días de Job, Satanás vino junto con los hijos de Dios cuando se presentaron delante
de Dios (Job 1.6–12). El diablo contendió con el arcángel Miguel por el cuerpo de Moisés (Judas 9).
También él tentó a Cristo en el desierto (Mateo 4.1–11).

Mientras más temprano los hombres reconozcan que el diablo existe tanto mejor será para su
bienestar presente y eterno. La misión del diablo es engañar y extraviar a los hombres, impedir que
se lleve a cabo el plan de Dios para la restauración de los hombres caídos y privarles de la entrada a
la presencia de Dios en la gloria.

Su morada
La Biblia dice que el diablo rodea la tierra y anda por ella (Job 1.7) “como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5.8). Es el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios
2.2), “el dios de este siglo” (2 Corintios 4.4) y “el príncipe de este mundo” (Juan 14.30).

La meta del diablo es entrar en los corazones de los hombres con el objetivo de corromper y destruir
su alma. Con razón se ha dicho que el lugar principal de la morada de Satanás está a dos metros de
la superficie de la tierra. La palabra de Dios habla frecuentemente de como Satanás habita en los
corazones de los hombres pecaminosos. La Biblia no dice dónde mora el diablo específicamente,
pero sí nos da a entender que la tierra es el escenario de sus actividades actuales. También se nos
informa que el infierno será su morada eterna (Mateo 25.41; Apocalipsis 20.10).

Su origen

La Biblia no explica concretamente de dónde vino Satanás, cómo fue creado ni cómo llegó a
convertirse en el diablo. Sin embargo, aparecen algunas citas bíblicas que hablan un poco acerca del
tema. No hay dudas que Dios creó “todas las cosas” incluyendo al ser que más tarde llegó a
convertirse en el diablo (Génesis 1.2; Juan 1.3). Pero cuando Dios creó a Lucero (Isaías 14.12), lo
creó un ángel santo. Después que este ángel cayó en pecado debido a su orgullo fue expulsado de
los cielos junto con una multitud de “ángeles que no guardaron su dignidad” (Judas 6). A partir de
aquel momento el diablo ha estado haciendo su trabajo destructor sobre la tierra.

¿Por qué Dios permitió tal cosa? Dios quería que los ángeles le sirvieran por decisión propia,
voluntariamente. Para que su sujeción fuera voluntaria tuvieron que tener la capacidad de aceptar
o rechazar a Dios. ¿Cómo se originó el mal en el ambiente tan puro de los cielos? No hay nadie
bueno, sino Dios. Los ángeles que rechazaron a Dios rechazaron la única fuente de bondad y
santidad, llegando a convertirse en seres malignos.

Sus atributos

Los nombres que la Biblia le da al diablo revelan sus atributos y propósitos. Sus nombres más
comunes son:

· El diablo, adversario de Dios y del hombre (1 Pedro 5.8).

· Satanás, acusador y calumniador de los hijos de Dios (Apocalipsis 12.9–10). Satanás es quien
difama de Dios ante el hombre (Génesis 3.1–6) y del hombre ante Dios (Job 1.9; 2.4).

· Beelzebú, “príncipe de los demonios” (Mateo 12.24) y el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios
2.2).

· Belial, sin valor, destructor y sin ley (2 Corintios 6.15).

· Apolión, “el destructor”, el ángel del abismo (Apocalipsis 9.11).

· El dragón, monstruo que busca entrar en el corazón humano en toda oportunidad (Apocalipsis
20.2).

· El dios de este siglo, príncipe de este mundo que ciega “el entendimiento de los incrédulos” (2
Corintios 4.4).
Además, se le conoce como un cazador (Salmo 91.3), un sembrador de cizaña (Mateo 13.25, 28),
una serpiente (Apocalipsis 12.9), un lobo (Juan 10.12), un león rugiente (1 Pedro 5.8) y uno que se
disfraza de ángel de luz (2 Corintios 11.14).

Satanás es atrevido (Job 1.6), orgulloso (1 Timoteo 3.6), maligno (1 Juan 2.13), insinuador (Job 1.9),
astuto (Génesis 3.l), engañoso (2 Corintios 11.14), feroz (Lucas 8.29; 9.39, 42), homicida y mentiroso
(Juan 8.44).

Los vicios perversos y las características destructivas y diabólicas de los hombres pecaminosos nos
revelan lo vil y detestable que es el príncipe de los ángeles malos, el diablo.

Su modo de trabajar

A pesar de lo que ya hemos dicho del diablo, y contrario a lo que muchos se lo imaginan, él tiene
una personalidad muy atractiva. A menudo se le describe como un monstruo horrible con una cola
larga, una lengua hendida, una mueca infernal y una horquilla en la mano. Aunque estas
características puedan describir su perversidad, normalmente él no se presenta así ante los
hombres. Más bien se aparece con una personalidad atractiva, con palabras suaves y dulces. Hasta
se disfraza como un ángel de luz.

1. Como un ángel de luz

El diablo se le apareció a Eva en el Huerto de Edén como ángel de luz, convenciéndola que él tenía
algo que ofrecerle a ella que era mejor que cualquier cosa que ella gozaba. Él está todavía usando
este mismo tipo de engaño en la actualidad y muchos de sus seguidores son hábiles en el arte de
engañar. Ellos tratan de hacer creer que la religión verdadera de Jesucristo es algo que le roba la
libertad a la gente y los restringe a una vida de sinsabores y opresión. Los seguidores del diablo dicen
que lo que ellos ofrecen trae libertad y que es una senda de luz más sublime, la única manera digna
de vivir. Satanás es el príncipe y líder de este engaño, el gran experto en este trabajo malvado
(Génesis 3.1–6; Efesios 5.3–6). Este ángel de luz primeramente atrae a los hombres, luego los
engaña, los ciega y al fin los destruye.

2. Un león rugiente

El león rugiente anda buscando su víctima. Así también lo hace el diablo. Bajo la dirección de Satanás
el deportista se convierte en un jugador, el que busca placeres llega a ser un libertino, el bebedor
se transforma en un borracho y el escéptico termina siendo un ateo. Como un ángel de luz el diablo
induce a los hombres a jugar con el pecado; luego, como un león rugiente, él lleva a cabo su obra.
El aumento actual de los índices de criminalidad es el rugir del león fuerte: el contrabando, la
inmoralidad, el homicidio, las “guerras y rumores de guerras”, las huelgas laborales, etc. No
obstante, por todo esto hay un susurro calmante, un llamado tranquilizador que dice: “El mundo
está mejorando”, “estamos despertándonos a una era de mayor entendimiento”.

El fin

El fin de todo esto es el despojo del mundo y la ruina de las almas. Todo esto culminará en el fin del
tiempo, cuando Satanás junto a todas sus huestes serán lanzados al lago de fuego donde “el humo
de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 14.11). Como príncipe de demonios,
jefe de pecadores y gran enemigo de todo lo que es bueno y bendito, Satanás será el que más sufrirá
en este lugar preparado para él y para sus ángeles.

Satanás y los que están bajo su dominio

“El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz
del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4.4).

Satanás es el jefe de todas las huestes de maldad. La Biblia se refiere a él como “el dios de este
siglo” (2 Corintios 4.4) y “el príncipe de este mundo” (Juan 12.31). De tales escrituras como Daniel
10.5–13, Lucas 11.14–18 y Efesios 6.11–12 es evidente que Satanás es rey sobre el reino de los
demonios y encabeza las fuerzas de los espíritus malignos. Debido a que él es el dios de este siglo y
el príncipe de los demonios, tanto los hombres pecaminosos de este siglo como también los
demonios hacen su voluntad.

Sus limitaciones

Satanás es un ser creado y no el Creador. Por tanto, como los demás seres creados, hay cosas que
él definitivamente no puede hacer. Aunque él tiene dominio en su reino, hay límites que Dios no le
permite pasar. A continuación destacaremos algunos de los límites de Satanás:

Cuando Dios conversó con el diablo acerca de Job, el diablo comentó: “¿Acaso teme Job a Dios de
balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene?” (Job 1.9–10). Entonces
Dios le dio permiso al diablo para hacer lo que quiso con sus bienes, pero no le permitió tocar a Job
mismo. El diablo destruyó lo que Job tenía. Aun sus hijos murieron. Pero Satanás no logró nada.
Entonces hubo otra conversación entre Dios y Satanás. Esta vez el diablo dijo que si pudiese tocar
el cuerpo de Job, éste pecaría. Dios le dio permiso a Satanás para que tocara el propio cuerpo de
Job, pero no le permitió matarlo. De nuevo Satanás no logró lo que quería. Al final, Job salió
victorioso y fue más próspero que nunca. Sin embargo, el asunto que queremos destacar es que el
diablo no pudo pasar los límites que Dios le puso. (Lea Job 1, 2, 42.)

Después que Cristo ayunó cuarenta días, él fue tentado por el diablo. Satanás trató de vencer al Hijo
de Dios tres veces y las tres veces falló. ¿Por qué? Porque Cristo se mantuvo firme en la palabra de
Dios. Y Satanás no lo pudo tocar. Por medio de Cristo, Dios nos ha dado a nosotros el mismo poder
de resistir al diablo, mientras nos mantengamos fieles a él y a su palabra. El Señor nos asegura que
si nos vestimos de “toda la armadura de Dios” y si tomamos el escudo de la fe vamos a poder “apagar
todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6.10–18). El Señor nos ha dicho que si resistimos al
diablo, él huirá de nosotros. (Santiago 4.7). El diablo no tiene ningún poder sobre nosotros mientras
sigamos fieles al Señor. Pero cuando los hombres no quieren ponerse toda la armadura de Dios, el
diablo, como un león rugiente, los devora.

Los que tiene bajo su dominio

1. Los ángeles malos

Judas se refiere a “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia
morada” y dice que Dios “los ha guardado bajo oscuridad en prisiones eternas, para el juicio del gran
día” (Judas 6). Aquí observamos que: (1) El diablo y sus ángeles fueron creados santos, pero después
dejaron su dignidad y abandonaron su morada. (2) Los ángeles malos no pueden arrepentirse como
los hombres, sino están “guardados “bajo oscuridad en prisiones eternas, para el juicio del gran día”.

La Biblia habla de gente que fue controlada por los demonios. Esto nos muestra que el príncipe de
los demonios cuenta con el apoyo de sus huestes demoníacas en su plan horrible de destruir las
almas de los hombres. De la manera que los ángeles que se quedaron fieles a su Creador, el Dios del
cielo, son espíritus ministradores a los herederos de la salvación, así los ángeles del diablo son
espíritus que llevan a cabo la corrupción y la destrucción de las almas de los infieles.

2. Las almas perdidas

La Biblia nos dice que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5.19). Esto significa el mundo
de las almas perdidas. Ellos han rechazado a Dios, y el dios de este siglo ha tomado posesión de
ellos. El diablo es “el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2.2) y por esto
es también el “príncipe de la potestad del aire”. Lea usted lo que nuestro Salvador dice en cuanto al
camino por el cual va la humanidad (Mateo 7.13–14). “Todas las gentes que se olvidan de Dios”
pertenecen al dominio de Satanás, y, por tanto, “serán trasladados al Seol” (Salmo 9.17).

La gran lucha

Se está llevando a cabo una gran lucha por las almas. Dios está ofreciendo libertad a toda alma
cautiva al haber sacrificado a su Hijo unigénito para lograr esa libertad. Por medio de la autoridad
de Jesucristo hay mensajeros por todo el mundo que predican las buenas nuevas de la salvación. La
libertad del pecado en esta vida y la gloria del cielo en la eternidad instan a toda alma a que reciba
a Jesucristo como su Salvador y Señor y que prosiga con esperanza hacia la meta celestial.

En cambio, Satanás no descansa ni de día ni de noche, sino que siempre trata de condenar y destruir
al género humano. Todo lo que puede hacer, lo hace. Ya sea por medio de la mentira, el engaño o
la calumnia él trastorna a los oidores de la verdad y los desvía del camino para que crean las fábulas.

Cada persona tiene que decidir quien tendrá el dominio de su alma: ¿Dios o el diablo?

¿Por qué las almas permiten que el diablo las esclavice?

El cristiano ha recibido el perdón de sus pecados, es libre de condenación y tiene la bendita


esperanza de una corona eterna que le espera en el cielo. Pero el incrédulo vive una vida de
sinsabores y en la eternidad será desterrado de Dios. ¿Por qué, pues, son pocos los que deciden
seguir a Cristo y tantos los que se encuentran dominados por el diablo? A continuación presentamos
algunas razones:

1. “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos” (2 Corintios 4.4)

Como Eva, los incrédulos piensan que las cosas que el diablo les muestra son buenas para comer,
agradables a los ojos y codiciables para alcanzar la sabiduría. Cierran sus ojos a las bendiciones
verdaderas de Dios, las cuales se pueden obtener solamente al humillarse ante Dios y al andar en
santidad.

2. “Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11.14)


Muchos han abandonado la fe verdadera porque algún incrédulo les ha hecho creer que han llegado
a tener un entendimiento superior. Muchas personas miserables, pobres e infelices han tenido una
muerte horrible y han ido a una eternidad terrible porque dejaron que algún incrédulo los guiara en
los pasos de los placeres pecaminosos. Muchos hombres han llegado a ser esclavos de la botella o
del cigarro porque cuando eran jóvenes pensaron que ejercitaban su libertad al beber y fumar. Por
el camino que al hombre le parece recto viajan multitudes de personas que han sido engañadas por
Satanás y sus seguidores.

3. Por la tentación

Los hombres codician las cosas malas porque se dejan arrastrar por la tentación. “Entonces la
concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da
a luz la muerte” (Santiago 1.15). La súplica de Satanás a la carne es agradable al hombre carnal, y
frente a tal poder el único medio de escape es huir a la cruz para recibir limpieza por medio de la
sangre de Jesús. De esa manera el alma recibirá la dirección del Espíritu Santo y la protección del
amor y el poder de Dios. Para ver el contraste entre la derrota y la victoria a la hora de la tentación
compare Génesis 3.1–6 con Mateo 4.1–11.

4. Por la negligencia

El reino de Satanás crece porque muchos que profesan conocer a Dios duermen espiritualmente.
Piense usted por un momento como Satanás y sus huestes vigilan día y noche, y como los muchos
que profesan ser cristianos son desobedientes, descuidados e indiferentes (Tito 1.16). No debemos
extrañarnos de que el reino de Satanás crezca y que se incremente más y más la maldad. Entre tanto
que los hombres duermen, el enemigo siembra la cizaña (Mateo 13.24–30). (Lea también Efesios
5.11–14.)

El pecado
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12).

¿Cómo sería el mundo si no hubiese guerra, ni homicidios, ni robos, ni pleitos familiares? ¿Cómo
sería si todos los hombres fueran perfectos como lo fue Adán antes de pecar? Sería un lugar bello,
¿verdad? Al comparar nuestro mundo pecaminoso con un mundo sin pecado se nos da una idea de
cómo es el pecado.

El pecado ha sido definido de la siguiente manera: “cualquier pensamiento, palabra, acción, omisión
o deseo contrario al carácter de Dios”. La palabrapecado se refiere a toda iniquidad y a la corrupción
espiritual del alma. Es el opuesto del carácter de Dios.

La Biblia define el pecado

· “El pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24.9).

· “Todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14.23).

· “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4.17).

· “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3.4).


· “Toda injusticia es pecado” (1 Juan 5.17).

El origen del pecado

El relato del origen del pecado en el mundo se encuentra en Génesis 3.1–8. Antes de que el pecado
entrara en el mundo el hombre era puro y santo, vivía una vida muy feliz y estaba contento con
todo. Él llevaba la imagen de su Creador; no sabía nada de la culpa ni de la muerte. El hombre estaba
libre de toda condenación y gozaba de comunión con Dios. Pero después que Satanás engañó a Eva
apareció entonces la primera transgresión del hombre, como dice en Romanos 5.12: “Por tanto,
como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. La naturaleza del hombre fue cambiada. En vez de
ser “bueno en gran manera” (Génesis 1.31) como lo hizo Dios, ahora Dios tuvo que decir del hombre:
“Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23).

El pecado de Adán y los pecados nuestros

Ser un pecador no depende de la clase o el tamaño de los pecados cometidos. Un hombre roba una
manzana y otro hombre roba mil dólares. Delante de Dios los dos son culpables. No por robar una
cosa grande o pequeña, sino por robar.Cuando Dios nos dice una cosa y hacemos otra, lo que nos
aparta de Dios es el hecho que fuimos desobedientes. No nos engañemos, pues, pensando que los
pecados nuestros no son tan malos como los de otras personas. Por tanto, aunque nuestro pecado
parezca muy pequeño será suficiente para apartarnos de nuestro Dios. El pecado de Adán y Eva
cuando comieron del fruto prohibido no parece importante en comparación con los pecados y
crímenes graves que se cometen en la actualidad. Sin embargo, su pecado bastó para separarlos de
Dios y traer sobre ellos y sobre su descendencia la condenación de muerte.

1. El pecado de Adán

Un solo pecado destruyó la pureza, perfección, santidad y la vida del hombre. Este pecado no
consistió solamente en extender la mano y tomar el fruto del árbol prohibido; tomar el fruto fue
sólo el resultado del hecho de dejar a Dios y seguir a Satanás. El pecado, por lo tanto, fue
la condición del alma y no sólo la acción de la mano que cogió el fruto. El hombre perdió su relación
con Dios y por eso llegó a ser pecaminoso. Del pecado de Adán recibimos la corrupción de la
naturaleza humana, la mortalidad y la separación de Dios. Esta condición se ha trasmitido de
generación en generación y conduce a cada persona al pecado propio. Solamente la sangre de
Jesucristo puede quitar esta mancha. (Lea Salmo 51.5; Hechos 17.26; Romanos 3.9–23; 5.12–19; 2
Corintios 5.14 y Efesios 2.3.)

2. Los pecados cometidos

Cuando el pecado existe en el corazón, éste se manifiesta de algún modo en la vida de la persona.
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17.9). Por tanto, “del
corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos,
los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo 15.19–
20).
A veces escuchamos la pregunta: ¿Soy yo responsable por el pecado de Adán? No. Pero el pecado
de Adán, o mejor dicho la naturaleza pecaminosa que heredé de Adán, me hará pecar. Y eso sí me
condenará delante de Dios.

3. Los pecados de omisión

Esto es cuando no hacemos las cosas que sabemos que debemos hacer. Dios, por medio de
Santiago, nos dice: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4.17). Si
sabemos que Dios quiere que hagamos algo, y no lo hacemos, pecamos.

El pecado imperdonable

Este tema fue debatido varias veces por Cristo y los apóstoles, y la seriedad del mismo exige que lo
volvamos a revisar. A continuación citamos algunos versículos de la Biblia sobre el tema:

“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra
el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre,
le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo
ni en el venidero” (Mateo 12.31–32).

“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes
del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de
nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6.4–6).

Nuestro Salvador dio la solemne advertencia contra el pecado imperdonable porque los fariseos lo
acusaron de echar fuera a los demonios “por Beelzebú, príncipe de los demonios,” atribuyéndole
así a Satanás el poder que sólo Dios posee (Mateo 12.24). Con relación a la blasfemia contra el
Espíritu Santo bien se ha dicho que no es por falta alguna del poder de la sangre de Cristo que jamás
se perdona este pecado ni por falta de la misericordia perdonadora de Dios. Más bien, es porque
los que cometen el pecado imperdonable desprecian y rechazan el único remedio para el pecado,
el poder del Espíritu Santo que aplica al alma del hombre la redención por medio de la sangre de
Cristo.

Algunas personas temen haber cometido el pecado imperdonable. A ellos se les puede hacer una
pregunta: ¿Desea usted arrepentirse y dejar el pecado? Si la respuesta es “sí”, entonces no ha
cometido el pecado imperdonable, pues una verdadera angustia y arrepentimiento por los pecados
es la mejor evidencia que no se ha cometido el pecado imperdonable. La Biblia dice que para los
que cometen el pecado imperdonable “es imposible que (...) sean otra vez renovados para
arrepentimiento” (Hebreos 6.4–6).

No debemos concluir que alguien ha cometido el pecado imperdonable y dejar de llamarlo al


arrepentimiento. ¿Cómo podemos estar seguros que la persona ya no puede arrepentirse? Es por
eso que sería mejor seguir llamando al tal, aunque creamos que no puede arrepentirse que dejar de
llamar a uno que pudiera.

Hay personas que, teniendo en cuenta estos versículos, declaran que cuando un cristiano cae en
pecado nunca puede arrepentirse. Pasan por alto versículos como Santiago 5.19–20; 2 Pedro 3.9 y
2 Corintios 7.9.
Las dos lecciones prácticas que podemos aprender de la enseñanza bíblica sobre el pecado
imperdonable son:

1. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10.12).

2. El hecho de que pecar contra el Espíritu Santo es el único pecado que pone al hombre más allá
del arrepentimiento destaca la gracia y la bondad de Dios.

Lo que nos hace vulnerables al pecado

1. La depravación heredada

Como dice Pablo, somos “por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2.3). Es decir, hemos heredado de
Adán la tendencia hacia el pecado por medio de nuestros antepasados. Los hijos tienen la inclinación
a pecar porque la han heredado de sus padres que también son pecadores. De manera que, sobre
los padres descansa una gran responsabilidad de enseñarles a los hijos a refrenar su naturaleza
pecaminosa y luego a encontrar en Cristo el remedio para su pecado.

2. La tentación

Satanás se aprovecha de la concupiscencia de los hombres, tentándolos a pecar. “Cada uno es


tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1.14). Por esta razón
debemos huir de lo que atrae a nuestra naturaleza pecaminosa. (Lea Mateo 4.1–11; 6.13; 1 Corintios
10.13; Santiago 1.2–6, 12–17.)

3. La ignorancia

Por falta de entendimiento muchas personas han caído en pecados graves que han afectado toda
su vida. Pero lo que necesita la humanidad no es el conocimiento del pecado, sino el entendimiento
acerca del pecado. Este entendimiento debe ir acompañado junto con las instrucciones de cómo
alejarnos de las garras mortíferas del pecado. (Lea Levítico 4.2–3; Salmo 79.6; Jeremías 9.3; Lucas
12.48; Hechos 17.29–30; Efesios 4.18.)

4. La ociosidad

Muchos jóvenes se han olvidado de los proverbios antiguos: “La ociosidad es la madre de todos los
vicios” y “Una mente ociosa es el taller del diablo”. Ocúpese haciendo algo útil, algo que pueda
hacerse para la gloria de Dios y escapará de muchos lazos en los cuales han caído los ociosos. Una
de las maldiciones más grandes del tiempo moderno es que hay muchos padres que crían a los
jóvenes sin enseñarles cómo trabajar. Dé trabajo a los ociosos del pueblo y limpie los lugares de
ociosidad, y muchas de las maldades desaparecerán. (Lea Proverbios 10.4; 12.24; 13.4; 24.30–34;
26.15; 2 Tesalonicenses 3.10–12; 1 Timoteo 5.13.)

5. La indiferencia

La actitud de “¿qué me importa?” ha llevado a muchas personas a una vida de pecado. Al que nada
le importa siempre escoge el camino que le parece más placentero, el camino de pecado.

6. La influencia de los malos compañeros


Nuestro peor enemigo, fuera de nuestra carne, es la persona que pretende ser nuestro amigo, pero
nos insta a pecar. “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (Proverbios 1.10).
¿Ha visto usted lo que le pasa a una naranja buena después de haber estado entre naranjas
podridas?

7. La avaricia

Hay gente que hacen ganancias por medio de negocios fraudulentos y no se dan cuenta que al
sacrificar su integridad pierden algo de más valor que el dinero. Por tratar de mantener una posición
alta en la sociedad, algunos han sacrificado una conciencia tierna sin darse cuenta que ellos salieron
más bien perdiendo que ganando. Con el objetivo de ganar una posición alta anhelada algunos
hombres se han envilecido renunciando a su integridad a cambio de ganancia o fama mundana.
Cuando se sacrifican la piedad y la pureza a cambio de los tesoros mundanos (Proverbios 23.5) hay
contaminación de pecado y la pérdida no puede ser recobrada con nada que este mundo ofrezca.
Lea la historia del hombre rico y Lázaro (Lucas 16.19–31) y también la del rico insensato (Lucas
12.15–21).

8. La lisonja

Esto es algo que es más difícil resistir que la oposición abierta y directa. Es cierto que hoy, así como
en los días de Salomón, “la boca lisonjera hace resbalar” (Proverbios 26.28).

Detrás de todo esto está la influencia y la obra del “padre de mentira” (Juan 8.44), el gran engañador
de las almas que conoce las debilidades y las flaquezas de los hombres. Él no pierde ninguna
oportunidad para conducirlos a la perdición. En resumen, todo pecador puede decir
verdaderamente: “La serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3.13).

Resultados del pecado

1. La muerte

El resultado del pecado se resume en esta advertencia a Adán: “Porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Génesis 2.17). Y todas las citas que mostramos a continuación testifican que
la muerte corporal y espiritual son la paga del pecado: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel
18.4); “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6.23); “La muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12); “El pecado (...) da a luz la muerte” (Santiago 1.15); “Muertos
en (...) delitos y pecados” (Efesios 2.l); “La que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1
Timoteo 5.6).

2. La corrupción

El pecado es un proceso que corrompe la persona haciéndola vil ante los ojos de Dios y vergonzosa
a la luz de la justicia y santidad verdadera. Es algo que no se puede eliminar ni por medio de la
civilización, ni de las buenas costumbres, ni de la cultura. Pues al fijarnos en los países que pretenden
ser más civilizados también encontramos que los mismos son parte de los medios más vergonzosos
de inmundicia. ¿Adónde se puede ir en este mundo sin que la corrupción sea tan evidente? En todas
partes se nota que los hombres son “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios,
blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables,
calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3.2–4). El pecado es una
enfermedad mortal que primero corrompe, y por último destruye alma y cuerpo (Romanos 1.20–
32).

3. La miseria

Hay muchos que se engañan con la idea de que la religión sólo vale a la hora de la muerte; pero
mientras viven prefieren la vida de pecado, suponiendo que sacan mayor satisfacción y placer del
pecado. Pero, “no os engañéis” (Gálatas 6.7). ¿Por qué hay tanta miseria, pobreza, aflicción, dolor,
enfermedades y plagas en el mundo? Es por causa del pecado. ¿Por qué hay cárceles, penitenciarías
y escuelas de reformación de la conducta? ¿Por qué las peleas, las disputas, el asesinato, las
persecuciones, las guerras y los otros pesares de la vida? ¿Por qué existen esas chozas miserables
de prostitución en nuestras ciudades, el remordimiento de la conciencia, la angustia del alma y las
esperanzas arruinadas? A causa del pecado. “¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? ¿Para
quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo
amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino” (Proverbios 23.29–30). Esta lista
de miserias y aflicciones es típica de lo que produce cualquier pecado. ¡Las palabras no bastan para
describir los lamentos, los pesares y las desolaciones causadas por el pecado!

Es cierto que muchas veces el pecado trae lo que los hombres llaman placer. Como las drogas, el
pecado da una sensación de placer momentáneo. Los que están bajo la influencia de este engañoso
“jarabe que calma” miran con lástima o desprecio a los que andan en pasos de justicia y santidad
verdadera. Pero tales placeres sólo son pasajeros. El que se toma un trago de vez en cuando corre
el riesgo de llegar a ser el borracho que tambalea por las calles. El joven que fuma cigarrillos
finalmente llega a convertirse en un esclavo enfermo. El jugador de suerte corre el riesgo de caer
bancarrota y un libertino entregado a los vicios llega a ser un destructor de hogares. Como un
“jarabe que calma” el pecado puede tranquilizar por un tiempo, pero sólo adormece a la víctima y
le asegura el terrible día de la ira y de la retribución.

4. La condenación eterna

Los peores resultados del pecado no se experimentan en esta vida, sino en la eternidad. Cualquier
cosa que se experimente en este mundo será muy ligera en comparación con lo que ha de venir. El
edicto está escrito: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6.7). Aquí
sembramos, allá segamos. Si en esta vida sembramos para la carne, en el mundo venidero
segaremos corrupción (Gálatas 6.8). Si aquí sembramos para el Espíritu, más allá segaremos vida
eterna. Si los resultados del pecado aquí, manifestados claramente al hombre, son indescriptibles
por la lengua y la pluma humana, ¡qué angustia y miseria habrá cuando se junten los lamentos y
gemidos de las almas condenadas con los del diablo y sus ángeles, en medio de las llamas del infierno
donde “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos”! (Apocalipsis 14.1 l).

La liberación del pecado

¿Acaso no hay manera de escapar? ¿No hay alguna manera en que los perdidos y encadenados por
el pecado puedan librarse de su esclavitud y escapar del castigo del fuego eterno (Judas 7)? Gracias
a Dios, sí la hay. Hay perdón por los pecados cometidos si cumplimos con los requisitos de Dios para
tal perdón (Lucas 24.47). “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.9). La gracia de Dios se extiende a toda alma.
A cada persona encadenada por los grilletes del pecado le llega la invitación bondadosa y celestial:
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios” (Isaías 45.22). No
obstante, esta promesa se basa en la siguiente: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus
pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será
amplio en perdonar” (Isaías 55.7). “Si no os arrepentís”, el único resultado será que “todos
pereceréis igualmente” (Lucas 13.3).

La victoria sobre el pecado

La libertad del pecado sólo es posible cuando la persona se somete al poder de Dios y a la dirección
de su Espíritu. No hay poder, ni en la tierra ni en el infierno, que pueda negar a cualquiera la victoria
perfecta en nuestro Señor Jesucristo, con tal que la persona cumpla con los requisitos de la palabra
de Dios. Aunque se trate de los hombres más fuertes y más inteligentes lo cierto es que: “separados
de [Cristo] nada podéis hacer” (Juan 15.5). Sin embargo, el más débil puede decir: “Todo lo puedo
en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13). ¿Cómo, pues, venceremos?

· Por medio de la sangre del Señor Jesucristo: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del
Cordero” (Apocalipsis 12.11).

· Por medio de la fe: “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5.4).

· Al vestirnos de toda la armadura de Dios: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.


Vestíos de toda la armadura de Dios (...) para que podáis resistir en el día malo, y (...) sobre todo,
tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios
6.10–16).

· Por medio de la palabra: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo
119.11).

Nuestra lucha contra el pecado significa una batalla continua contra los poderes del maligno. Pero
tenemos que recordar que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios”
(2 Corintios 10.4). Confiemos en Dios; su poder es infinito, su amor es infalible y él promete que
nunca dejará ni abandonará a los suyos. Es nuestro privilegio experimentar continua y diariamente
lo descrito por Pablo: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel
que nos amó” (Romanos 8.37).

La incredulidad

“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para
apartarse del Dios vivo” (Hebreos 3.12).

La incredulidad es el pecado que sirve como puerta al reino de las tinieblas. Lo que la fe significa
para la salvación lo es la incredulidad para la condenación. Así como ningún escrito acerca del plan
de salvación está completo sin tratar el tema de la fe, igualmente ningún escrito acerca de la obra
del diablo está completo sin tratar el tema de la incredulidad.

La incredulidad es a la fe lo que las tinieblas son a la luz. Al apagarse la luz, aparece la oscuridad para
tomar su lugar; y habiendo desaparecido la luz, la oscuridad se enseñorea de todo. La incredulidad
se encuentra solamente donde la fe no existe. Donde la fe esté completa y sea perfecta, no podrá
haber incredulidad.

Fue por la desobediencia de un hombre que el pecado entró en el mundo. Este hecho de
desobediencia se muestra también cuando Eva cambió su fe en Dios por la fe en Satanás. No creer
en Dios es el fundamento de todos los demás pecados (Tito 1.15). La incredulidad encierra a toda la
humanidad (Romanos 11.32). Por el engaño del padre de mentira el mundo ha venido a ser el hogar
de toda forma de incredulidad. Actualmente han surgido muchos tipos de incrédulos para ayudar al
diablo a robar la fe de los hombres y destruir la obra de Dios en el corazón humano.

Tipos de incrédulos

El ateo no cree en la existencia de Dios. Es el necio quien dice: “No hay Dios” (Salmo 14.1).

El pagano niega que haya revelaciones directas de Dios. No cree que la Biblia es la palabra de Dios.
Se opone al cristianismo verdadero.

El agnóstico ni afirma ni niega la existencia de Dios; profesa una actitud neutral en cuanto a la fe
cristiana. Limita su creencia a estas tres palabras: “Yo no sé”. En realidad, él es un pagano.

El filósofo se toma la libertad de formar sus propias opiniones a pesar de lo que dice la Biblia. Así
rechaza la autoridad de las sagradas escrituras.

El modernista trata de explicar la doctrina cristiana desde el punto de vista de las creencias y los
conceptos modernos.

El evolucionista trata de sustituir el relato de la creación según Génesis por la teoría de un desarrollo
lento. Piensa que el mundo se formó a través de millones de años y que los seres vivos van
transformándose. Plantea que el hombre fue antes mono y que evolucionó con el paso del tiempo
hasta llegar a convertirse en el hombre actual.

Todos estos tipos de incrédulos, aunque varían mucho entre ellos mismos y se contradicen el uno
al otro, sin embargo, trabajan unidos al oponerse a la Biblia. Niegan que la Biblia sea una revelación
directa de Dios al hombre y que sea infalible y de autoridad absoluta. Como resultado de las
opiniones de todos estos tipos de incrédulos la iglesia cristiana de hoy se enfrenta con tales herejías
destructoras como el ateísmo, el politeísmo, el panteísmo, el universalismo, el unitarismo, el
materialismo y el racionalismo. En medio de esta confusión, Satanás está cosechando multitudes de
almas engañadas.

Lo que nos hace vulnerables a la incredulidad

Cristo se asombró de la incredulidad de la gente en su tiempo (Marcos 6.6). ¿Acaso él no había


cumplido con todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de la venida del Mesías? Por su
maravilloso poder de hacer milagros, por su sabiduría, el amor, la gracia y la bondad que él
manifestó mientras estuvo físicamente en la tierra nadie debió haber dudado que él fuera el Mesías.
¿Acaso no se maravillaron los mismos judíos incrédulos de su sabiduría y poder? Sin embargo,
aunque dijeron que esperaban la venida del Mesías, no creyeron en él. Más bien, lo mataron.

¿Acaso es más asombrosa la incredulidad de los judíos de aquel tiempo que la del mundo de
nuestros días? Las evidencias del cristianismo están en todas partes. No solamente tenemos a
Moisés y a los profetas, sino también el evangelio de Cristo, el testimonio de las vidas de los hijos
de Dios, el Espíritu Santo y las manifestaciones de la gracia y el poder divino en los acontecimientos
diarios del mundo. ¿Por qué, pues, está aún “el mundo entero bajo el maligno” (1 Juan 5.19),
envuelto en el manto de la incredulidad? ¿Qué es lo que nos hace vulnerables a la incredulidad?

1. Codiciar el pecado

Muchas veces culpamos a otros de hacernos caer en el pecado, pero no debemos echarle la culpa a
nadie sino a nosotros mismos. “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído
y seducido” (Santiago 1.14). ¿Por qué el borracho no deja su botella, el fumador su cigarro, el
jugador de suerte la mesa del juego, el hombre inmoral el burdel, el hombre codicioso su negocio
deshonesto, el que busca placeres sus lugares favoritos de diversión, el hombre contencioso sus
peleas, el irreverente su profanidad o el ladrón el hurto? No los dejan porque siempre desean lo
malo. Cuanto más codiciamos las cosas malas, tanto menos estimamos la palabra de Dios. Luego
concluimos que estas cosas no son tan malas como pensábamos y que la Biblia no significa
exactamente lo que dice. Vemos a personas que una vez fueron fieles a Dios y a su palabra, pero
después volvieron a los caminos del pecado. Quizá fue algo del mundo que ellos codiciaron, algún
mandamiento del Señor que no quisieron obedecer o alguna cosa o negocio prohibido por la iglesia
que los llevó a caer en pecado. Al principio, su conciencia los molestaba cuando pecaban, pero
después de un tiempo la misma dejó de molestarlos. Sus deseos los han llevado a una actitud de
desobediencia y tal desobediencia produjo un estado de incredulidad. Ahora se burlan de las cosas
que una vez creyeron. Son como a los que Pablo se refería cuando dijo: “Por esto Dios les envía un
poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2.11).

2. Los intereses propios

Tal vez usted se haya sentado en su habitación tan fascinado con la lectura de un libro que no se fijó
en ninguna otra cosa o tan interesado en un párrafo que ni siquiera vio el resto de la misma página
que estaba leyendo. A lo mejor usted haya visto a personas tan preocupadas con sus negocios que
perjudican sus vidas espirituales y que aunque alguien los amonestó una y otra vez nunca vieron
algún peligro en lo que hacían.

¿Por qué los judíos no creyeron en Jesús? Ellos estaban tan interesados en el judaísmo que no
quisieron ver la verdad. ¿Por qué en la actualidad hay tanta incredulidad en el mundo? Porque la
gente busca los placeres, las riquezas, las vanidades y los engaños del mundo con tanta ansiedad
que con nada desechan las advertencias de la Biblia, negándose a creerlas.

3. El engaño

¿Por qué Eva extendió la mano para tomar el fruto prohibido? Porque se engañó creyendo que el
fruto que deseaba era mejor que lo que ya tenía. ¿Por qué los hombres roban, juegan lotería y hacen
fraudes? El tentador les ha hecho creer que ésta es la manera más rápida, más fácil y mejor de
obtener dinero. A medida que se van estimando más las cosas temporales y carnales, se estiman
menos las cosas eternas y espirituales. Por esta razón los hombres rechazan a Dios y desconfían de
Jesucristo, y siendo engañados creen que han encontrado algo mejor.

4. Las amistades mundanas


En esto se halla la base por tanta incredulidad. Los incrédulos inteligentes, educados, sociables y
persuasivos son compañeros peligrosos para los jóvenes. Es de esta manera que muchos hogares,
muchos clubes sociales, muchas iglesias, muchas escuelas y muchas universidades han sido
convertidas en fábricas de incrédulos.

5. La literatura dañina

Un obispo joven estaba de visita en el hogar de otro obispo más anciano. Entonces vio en la mesa
de la biblioteca un ejemplar del libro de Tomás Paine,“The Age of Reason” (La época de la razón). El
joven obispo se quedó atónito.

—¿Qué? ¿Usted lee tales libros?

—Sí, ¿por qué no? —contestó el otro—. Quiero informarme de tales cosas para poder predicar
contra ellas.

—Pero, ¿y sus hijos? —le preguntó el primero.

—No hay peligro — contestó el anciano—. Ellos casi nunca lo leen.

Sin embargo, sí había peligro. Los dos hijos se volvieron incrédulos. La literatura tiene poder, sea
para el bien o para el mal.

Lo que hace la incredulidad

Resulta triste que muchos cristianos no se dan cuenta de los daños que la incredulidad está
causando en tantos hogares, escuelas e iglesias. Por el bien de ellos y de los demás, examinemos lo
que hace la incredulidad.

1. Debilita el poder de los obreros cristianos

En varias ocasiones la Biblia da ejemplos en los cuales se demuestra que hasta los discípulos no
cumplían lo que debían por falta de la fe (Mateo 17.19–20). Para Dios todo es posible; pero para el
hombre lo posible se mide conforme a la fe (Mateo 9.29). Sabiendo que la fe es la victoria que vence
al mundo (1 Juan 5.4–5), concluimos que la falta de fe es en parte lo que ha impedido que más
personas del mundo sean escogidas para servir a Cristo.

2. Impide la obra de Cristo

Según Marcos 6.5–6, Cristo no pudo hacer muchos milagros en su propio pueblo a causa de la
incredulidad de la gente. La fe de parte de los obreros y también de los oidores de la palabra es
indispensable para tener éxito en la obra de Dios.

3. Impide que los hombres entren en el reino de Dios

Los israelitas no entraron en el reposo de Dios “a causa de incredulidad” (Hebreos 3.19). De los que
vivieron cuando estaba Cristo en la tierra, pocos entraron en el reino de Dios; pues la mayoría de
los judíos permanecieron en incredulidad. El dicho “el que no cree, ya ha sido condenado” (Juan
3.18) es tan verdadero hoy como lo fue cuando se pronunció por primera vez. Los incrédulos pueden
hacerse miembros de una iglesia, y muchas veces lo logran. Pero no hay lugar para ellos en la iglesia
verdadera de Jesucristo. Cuando el carcelero preguntó sobre el camino de la salvación, los apóstoles
le contestaron: “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos 16.31). Cuando el eunuco quiso saber si podía
ser bautizado, Felipe le dijo: “Si crees de todo corazón, bien puedes” (Hechos 8.37). Finalmente,
vemos que lo que acontecerá a los incrédulos es que “tendrán su parte en el lago que arde con fuego
y azufre” (Apocalipsis 21.8). La Biblia no ofrece ninguna esperanza de salvación a nadie sino sólo por
la fe en el Señor Jesucristo.

La doctrina de la salvación

La salvación en el cristianismo
Somos salvos por la bondad y la gracia de Dios, y no por la bondad y la justiciadel hombre. Esto pone
la salvación al alcance de todo ser humano y nos impone una deuda eterna a causa de la dádiva
preciosísima que Dios nos da al nosotros cumplir las condiciones necesarias.

Si estudiáramos la salvación desde el punto de vista humano, comenzaríamos con la fe; pero como
Dios llevó a cabo nuestra redención aun desde la fundación del mundo entonces decidimos empezar
con la obra de Dios en la expiación. Sin embargo, el orden de estos temas es más o menos arbitrario,
pues no hay orden cronológico para su ubicación. Además, todos estos temas están tan
estrechamente relacionados que ninguno de ellos puede excluirse del plan perfecto de Dios para la
salvación.

Para una mejor descripción de la salvación, volvamos a la Biblia:

“Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos
unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los
hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual
derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su
gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3.3–7).

En los nueve capítulos siguientes presentamos esta doctrina más detalladamente como lo enseña
la Biblia.

Capítulo 24

La expiación

“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos
en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos
5.10–11).

La expiación resumida

Una vez estuvimos muy lejos de Dios (Efesios 2.12–13). Cuando el hombre pecó, no solamente llegó
a ser un ser pecaminoso, sino que estaba también sin recurso o auxilio para volver a Dios. Del
hombre caído está escrito: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas” (Isaías 53.6). “Todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23). “La muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12). Ningún hombre pudo redimirse de su pecado
al hacer las obras de la ley ni por su bondad humana (pues por naturaleza, no existe), ni por sus
riquezas, ni aun por la obediencia estricta de la ley. El hombre estaba perdido; esa palabra resume
toda la historia.

Pero Dios, quien creó al hombre a su propia semejanza, quiso que el hombre tuviera la oportunidad
de resplandecer a la imagen suya en la eternidad. Por eso Dios proveyó para la expiación del pecado
al enviar al mundo a su propio Hijo amado, Jesucristo. Jesús era el unigénito del Padre y como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo murió en la cruz para quitar el pecado del mundo
(Juan 1.29). “Por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53.5). También dice: “porque con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). Sólo por el poder de la
sangre que derramó Jesucristo podemos tener vida espiritual.

La expiación es lo que Dios provee para reparar el efecto (que es la muerte espiritual) de nuestro
pecado. Por medio de la misma él quita nuestramuerte y restaura su vida en nosotros.

El día de la expiación

Dios introdujo la expiación en el Antiguo Testamento. Un estudio de la expiación en ambos pactos


es necesario para darnos un entendimiento amplio de esta doctrina.

1. El antiguo pacto

Los judíos celebraban un día de humillación nacional, guardando el décimo día del mes séptimo
(Levítico 16; 23.26–27). En ese día confesaban sus pecados y ofrecían una ofrenda para la expiación
de los mismos. Preparaban dos machos cabríos; mataban uno y sobre la cabeza del otro el sacerdote
ponía los pecados del pueblo y lo enviaba al desierto. De esa manera los pecados de la gente les
eran quitados. El cabrío llevó el pecado para lejos y los pecadores podían regresar a sus casas
libertados del pecado.

La obra de estos animales expiaba el pecado porque era una sombra de la obra de Cristo como el
Cordero de Dios. Su sufrimiento y muerte por el pecado del pueblo cumplieron todos los sacrificios
judíos que jamás habían sido ofrecidos. “La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la
imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente
cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10.l). (Lea también Hebreos 9; 10.14).

2. El nuevo pacto

Como ya notamos, los sacrificios judíos sólo eran un símbolo del sacrificio perfecto, Jesucristo. El
sacrificio perfecto de Cristo cumplió el propósito de los sacrificios que se ofrecieron bajo la ley, pues
todos estos se cumplieron en él. Así la expiación del antiguo pacto introduce la del nuevo pacto, y
la expiación del nuevo pacto cumple el símbolo (o sea, la sombra) del antiguo.

Nosotros hoy podemos pensar en nuestro día de expiación en dos sentidos: (1) Podemos meditar
en el día en que Jesucristo estuvo colgado, ensangrentado en la cruz, donde “con una sola ofrenda
hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). (2) Esta nueva época es un “día de
expiación”, porque tenemos acceso continuo al altar de Cristo, nuestro gran sumo sacerdote. En
cualquier momento podemos tomar la sangre de ese sacrificio para librarnos de nuestros pecados
y volver a Dios regocijándonos, perdonados y sin pecado. La muerte de Cristo es nuestra esperanza
eterna.

La muerte de Cristo

1. Nuestra propiciación

Al Cristo morir llegó a ser “la propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 2.2). Es decir, la sangre de
Jesucristo es la vida que conquista nuestra muerte. Jesús es el que “Dios puso como propiciación
por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3.25). Hemos sido reconciliados con Dios por la vida que
hay en la sangre de Jesucristo. Por él la ira de Dios ha sido calmada, y ahora podemos acercarnos a
Dios confiando que la nueva vida que él nos dio es suficiente para unirnos a Dios.

2. Nuestro Cordero

En el Antiguo Testamento Dios introdujo el principio que un inocente puede regalar su sangre a los
culpables para proveer vida para los mismos. La vida quitaría la muerte del pecador. Dios dio la
expiación a los sacerdotes para “llevar la iniquidad de la congregación, para que sean reconciliados
delante de Jehová” (Levítico 10.17). En el día de la expiación el sacerdote ponía los pecados de la
gente sobre la cabeza de un macho cabrío que más tarde era llevado al desierto (Levítico 16). Esto
es una figura de las víctimas de los sacrificios que llevaban los pecados ajenos.

De la misma manera, Cristo, el Cordero de Dios inocente, murió a fin de proveer nueva vida para los
culpables. Jesús puso “su vida en expiación por el pecado” (Isaías 53.10). “Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios
5.21).

3. Nuestro abogado

La vida de Jesucristo en la tierra hizo posible que él se convirtiera en nuestro abogado en el cielo
(Hebreos 2.16–18; 4.15). Luego de haber sido crucificado, él ascendió a la gloria y ahora está a la
diestra del Padre como nuestro representante, intercesor y abogado. Esteban vio a Jesús que estaba
a la diestra de Dios (Hechos 7.55–56). Cristo vive “siempre para interceder” (Hebreos 7.25) por todos
los que por medio de él se acercan a Dios. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el
Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1).

Algunas opiniones erróneas

Existen numerosas teorías relacionadas con la muerte de Cristo que pueden parecer buenas, pero
que en realidad son contrarias a la doctrina de la expiación del pecado por medio de la sangre que
derramó Jesucristo en la cruz. Veamos algunas de ellas:

1. Que Cristo sólo padeció la muerte de un mártir

La Biblia no se refiere a la muerte de Cristo como a la de un mártir. Cristo dijo claramente que él no
iba a morir a la fuerza, sino que daría su vida voluntariamente (Juan 10.17–18). Y, además, él dijo
por qué daría su vida “en rescate para muchos” (Marcos 10.45). Pedro dice que Cristo fue
“entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23). Tal
opinión de la muerte de Cristo puede producir mártires, pero no puede salvar a los pecadores. La
muerte de Cristo significa mucho más que la muerte de un mártir. Significa la salvación de los
pecados.

2. Que la muerte de Cristo sólo es un ejemplo de heroísmo

Si este hubiera sido el propósito de su muerte entonces, ciertamente, fue en vano.El valor de Cristo
ha servido de inspiración a muchos de sus seguidores; pero su muerte no fue más heroica que el
resto de su vida. El pecador necesita no sólo un ejemplo, sino la salvación. La gran obra de Cristo en
la cruz fue la de la expiación, no del ejemplo. Su vida entera nos muestra un ejemplo perfecto del
valor.

3. Que la muerte de Cristo fue un hecho casual

Hace algunos años yo leí una carta que pretendía ser escrita por Poncio Pilato. En esa carta Pilato
declaraba que si hubiera tenido un día más para meditar en cuanto a su decisión él nunca hubiera
permitido que Jesús fuera crucificado. Algunas personas contienden que la muerte trágica de Cristo
fue algo casual y que la misma resultó por la combinación desafortunada de las circunstancias que
trajeron el fin de su carrera. Si este hubiera sido el caso, entonces la mayor parte de la Biblia hubiera
tenido que ser escrita nuevamente y la declaración de Cristo en cuanto a su poder (Mateo 26.53;
28.18) sería una mentira. Los muchos pasajes bíblicos que enseñan que su muerte fue necesaria
para redimir al hombre también serían mentira si sólo murió por pura casualidad. Cristo fue
“entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23).

4. Que Cristo sólo murió para mostrarle a la gente cuánto los amaba

Sin embargo, ya Dios había mostrado su amor hacia los hombres pecaminosos repetidas veces. Cada
vez que la Biblia menciona acerca del amor de Dios al enviar a su Hijo para morir en la cruz por
nosotros, también menciona acerca de la salvación: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Juan 3.16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4.10). Hay
muchas maneras en que Dios manifiesta su amor hacia los hombres, pero sólo hay una manera en
que los redime de muerte espiritual: por medio de la sangre de Cristo.

5. Que en su muerte Cristo sufrió el castigo por nuestros pecados

Unos dicen que Jesús ocupó nuestro lugar voluntariamente como un pecador perdido y por eso
recibió nuestro castigo de la muerte y el infierno. Pero la Biblia no dice tal cosa. Es cierto que la
muerte resultó del pecado y que Cristo murió por el pecado. Pero él no tomó de las profundidades
de la muerte, o sea, la muerte espiritual, sino él gustó la muerte por todos (Hebreos 2.9). No murió
espiritualmente en el infierno, sino murió físicamente en la cruz, dando así su sangre para quitar el
pecado de muchos.

Jesús no fue castigado como pecador, sino fue sacrificado como un cordero inocente. “Se ofreció a
sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9.14). Es erróneo creer que no queda castigo por nuestros
pecados porque Cristo ya sufrió por lo mismo. No es que el castigo ha sido agotado, sino que la
libertad ha sido logrado. “Tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las
riquezas de su gracia” (Efesios 1.7).
Una prueba mediante la cual se debe probar cada teoría de la expiación es cuánta importancia
atribuye esa teoría a la sangre de la cual tenemos que tomar para tener nueva vide.

La naturaleza de la muerte de Cristo

1. Fue por decreto divino

Cristo fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos
2.23). Aquí se demuestra que este era el plan de Dios para la redención de los hombres
pecaminosos.

2. Fue voluntaria

Cristo fue crucificado porque él se entregó a sí mismo al decreto divino. No fue porque los judíos o
los romanos tenían más fuerza que él. (Lea Mateo 26.47–56; Juan 10.17–18; 18.4–11.) Los que
ejecutaron a Jesús no se dieron cuenta de que por medio de ellos Dios se glorificó (Salmo 76.10). De
esta forma ellos únicamente estaban cumpliendo el plan de Dios para que tanto ellos como muchos
otros tuvieran acceso al poder limpiador de la sangre del Cordero de Dios.

3. Fue expiatoria

“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). En el manantial carmesí
que fluyó de Jesucristo hay un poder limpiador para lavar los pecados de todos los que vienen a él
por medio de la fe. Mirando hacia “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1.29),
oramos: “Lávame, y seré más blanco que la nieve” (Salmo 51.7).

4. Fue por nosotros

Era el plan de Dios que padeciera “el justo por los injustos” (1 Pedro 3.18). De nada nos sirve la
muerte de Jesucristo en la cruz si no creemos que él se ofreció por nosotros. “Él se presentó una vez
para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9.26).
Cualquiera que cree en él encuentra el perdón de sus pecados y es reconciliado con Dios.

5. Fue mediadora

“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos
por la sangre de Cristo” (Efesios 2.13). Por su muerte, Jesús nos reconcilia con Dios. “Es mediador
de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había
bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos 9.15). (Lea
también Efesios 2.12–19.)

6. Fue causa de padecimiento

“¿Quién ha creído a nuestro anunció? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá
cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le
veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su
llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó
por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no
abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la
contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo
maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a
padecimiento” (Isaías 53.1–10).

7. Fue gloriosa

Contemplemos al Hijo de Dios en la cruz. En medio de sus sufrimientos, él oró por sus enemigos.
Jesús también le habló palabras de paz y perdón al ladrón a su lado. El Señor hizo provisiones para
su madre y encomendó todo su ser al Padre. El poder maravilloso de Dios se manifestó al partirse
las rocas, al temblar la tierra y al rasgarse en dos el velo del templo. Aquellas últimas tres horas de
la crucifixión del Señor Jesucristo fueron tan maravillosas y extraordinarias que aun el centurión
romano y sus compañeros exclamaron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27.54).
“Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107.8).

¿Quién se beneficia?

1. Dios incluyó a todos en su plan de salvación

La invitación de Dios se extiende a “todos los términos de la tierra” (Isaías 45.22) y la salvación es
gratuita a “todo aquel que en él cree” (Juan 3.16). No es la voluntad de Dios que “ninguno perezca”
(2 Pedro 3.9); pues Cristo se entregó “en rescate por todos” (1 Timoteo 2.6). Dios en su plan de
salvación proveyó para la redención de todos los hombres en todo siglo, pues él “no hace acepción
de personas” (Hechos 10.34). La comisión de Cristo a sus discípulos fue de ir y hacer “discípulos
a todas las naciones” (Mateo 28.19).

2. La expiación del pecado beneficia solamente a los que creen

Aunque la expiación del pecado es para todos, la misma está disponible solamente para los que
tienen la voluntad de aceptar las condiciones; porque la salvación no es obligatoria. La Biblia habla
mucho acerca de que solamente los creyentes penitentes que aceptan a Jesucristo como su Salvador
y Señor pueden ser salvos. Aclararemos este punto en los capítulos sobre La fe y El arrepentimiento.

Veamos este ejemplo: Un multimillonario hace un depósito enorme en un banco e invita a todos los
endeudados a sacar de este fondo hasta que todas sus deudas estén completamente pagadas.
Aunque la oferta es para “todo aquel que quiera” y todos tienen la oportunidad de salir de sus
deudas, solamente los que se aprovechan de la oportunidad participarán de los beneficios de la
oferta generosa. Así es con la redención. Solamente los que se aprovechan de la oportunidad
llegarán a ser libertados de sus pecados.

La redención en el cristianismo
CAPÍTULO 25
(Nótese que algunos de los párrafos de este capítulo han sido cambiados por el autor de esta
página web.)

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”
(Efesios 1.7).

La palabra redimir significa “rescatar, librar y comprar de nuevo” (Levítico 25.25–27; 1 Corintios
6.20; 7.23). Como algo empeñado puede ser redimido pagando la suma requerida de dinero, así el
hombre, perdido en pecado y sin esperanza, por la gracia de Dios ha sido redimido por la sangre del
Cordero. O bien, la redención puede realizarse por conquistar al oprimidor.

En el Antiguo Testamento Dios dijo a los israelitas que los primogénitos machos le pertenecían a él.
Pero les dio la oportunidad de redimir algunos de los mismos. Por ejemplo, ellos pudieron
“comprar” de Dios un asno que era primogénito para utilizarlo en un sacrificio a cambio de
sacrificarle (pagarle) un cordero. Así el precio de la redención del asno era un cordero (Éxodo 13.11–
13). Como el asno podía ser redimido si el dueño daba un cordero suyo a Dios, así el hombre perdido
en pecado fue redimido cuando Dios ofreció su Cordero en la cruz. Para redimir al hombre caído
(comprarlo de nuevo para sí), Dios tuvo que dar a su Hijo unigénito.

En el capítulo anterior vimos la obra de Cristo al expiar nuestro pecado para reconciliarnos con Dios.
Su sangre, dada para que nosotros se la tomara, puede realizar nuestra redención. El hombre
salvado ya es posesión de Dios y adquirido por la sangre preciosa de Jesús.

La redención de Dios

1.“Vendido al pecado”

El hombre caído no pertenece a Dios, sino al diablo y a la muerte. Su estado se describe en las
siguientes palabras: “Soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7.14). Como Esaú, que por una sola
porción de potaje vendió su primogenitura, así el pobre pecador vende su alma por un solo “pedazo
de carne” por medio del cual el diablo lo tienta. Al ser vendido al pecado entonces el pecador está
sin recurso. La ley sella su condenación porque le muestra que ya no hay vida (la muerte espiritual)
que le agrada a Dios por más que se esfuerce. Ahora él está condenado a vivir en el mundo sin la
vida de Dios, miserable, desamparado y sin Dios a menos que aplique la sangre del Señor Jesucristo
a su vida para que Dios lo redima de la muerte espiritual.

2.La sangre es nuestro rescate

El “rescate” es lo que uno paga para recobrar o redimir algo para sí. Al hombre le resulta imposible
rescatarse de la muerte espiritual, pues sólo la vida puede conquistar la muerte. ¿De dónde puede
el hombre encontrar nueva vida? El hombre no tiene con que conquistar la muerte para realizar su
redención. Su única esperanza es que Dios mismo lo provea. Y ya lo ha hecho.

Cristo, nuestro Redentor, ofreció su propia sangre para comprarnos de nuevo para sí. Como Cristo
mismo dijo, él vino “para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20.28). Pedro nos dice que
somos redimidos, no con cosas corruptibles como plata y oro, “sino con la sangre preciosa de Cristo,
como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1.19). Pablo añade su testimonio,
diciendo: “Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual
se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2.5–6). La sangre de Jesucristo nos redime de la
muerte espiritual cuando nosotros la tome. Sin tomar la sangre de Jesucristo, seguimos bajo la
opresión de la muerte espiritual y de Satanás.

3.El Espíritu Santo es las arras de nuestra herencia

Aunque Cristo ha pagado el precio de nuestra redención estaremos libertados del cuerpo hasta
lleguemos a la gloria. Dios nos ha dado el Espíritu Santo como evidencia que nos ha redimido para
siempre. Nos ha dado de sí mismo para mostrarnos que en verdad pertenecemos a él. “Habiendo
creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia
hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1.13–14).

4.La redención es para todos

Una de las verdades más bellas de la redención de Dios es que la misma es para todos los pueblos,
en toda nación, en toda región y en todo tiempo. Si alguno que conoce el plan de Dios no se salva,
es por su propia culpa, pues Dios proveyó para la redención eterna de toda persona.

La redención es también para los santos del Antiguo Testamento. “Es mediador de un nuevo pacto,
para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto,
los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos 9.15).

Y la redención es para todos los santos del Nuevo Testamento. “Quien se dio a sí mismo por nosotros
para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito
2.14).

En fin, la redención es para todo aquel que quiera alcanzarla. “Digno eres de tomar el libro y de abrir
sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y
lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5.9).

Resultados de la redención

Los redimidos gozan de:

1.Liberación del dominio del diablo

Por medio de su muerte, Cristo destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y
libr[ó] a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”
(Hebreos 2.14–15). El pecado ya no tiene dominio sobre nosotros (Romanos 6.14). Estamos libres
para servir a Dios en justicia con una conciencia limpia. El pecado frustró a los que vivieron bajo la
ley de Moisés porque nunca podían librarse de sus garras. Pero “Cristo nos redimió de la maldición
de la ley” (Gálatas 3.13).

El mundo está bajo el dominio del diablo y también está condenado con él. Pero Cristo “se dio a sí
mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo” (Gálatas 1.4). Fue de esta liberación
que Pablo se regocijó, diciendo: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6.14).

“El postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15.26). La promesa es: “De la
mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte” (Oseas 13.14). Los redimidos del Señor no
temen al sepulcro porque el retorno del cuerpo al polvo significa también un retorno del espíritu a
Dios y por fin habrá una “redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8.23) así como del alma. Mientras
que los impíos “sufrirán pena de eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1.9), los justos descansarán
seguros en la esperanza de aquel “que rescata del hoyo tu vida” (Salmo 103.4).

2.Reconciliación con Dios

“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo
malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para
presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados
y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio” (Colosenses 1.21–23). Hay dos cosas
que se mencionan de manera especial: (1) que podemos ser reconciliados con Dios por medio de la
muerte de su Hijo y (2) que tenemos que permanecer en “la esperanza del evangelio”. Dios ha hecho
su parte en la redención e hizo posible que el hombre hiciera la suya. ¿Acaso permaneceremos
firmes en la fe?

3.Perdón de pecados

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1.14). Pablo declara
en su carta a los efesios esta misma verdad al hacer mención de que recibimos este perdón “por las
riquezas de su gracia” (Efesios 2.7). Cuando somos redimidos entonces damos a conocer que fuimos
pecadores y que ahora somos salvos por gracia.

4.Justificación

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”
(Romanos 3.24). La redención hecha por Cristo nos hace justos para que podamos presentarnos
ante Dios, porque ahora tenemos la justicia que es por la fe en su Hijo amado.

5.Santificación

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en
el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa” (Efesios
5.25–27). (Lea también Tito 2.11–14; Hebreos 10.10, 14; 13.12.)

6.Ciudadanía celestial

Por medio de la redención llegamos a ser hijos de Dios. Pablo lo llama “la adopción de hijos” (Gálatas
4.5). “Para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas
obras” (Tito 2.14). Pedro declara que el pueblo de Dios es “linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2.9). Hemos sido llamados del mundo pecaminoso para
ser “pueblo adquirido por Dios”.

Debemos recordar que los redimidos del Señor, salvados, “santificados, útiles al Señor” son su
propia “posesión adquirida” (1 Corintios 6.20). También debemos recordar que ellos andarán en el
camino de la santidad del Rey (Isaías 35.8–9), esperando el tiempo cuando los redimidos volverán a
Sión con gozo (Isaías 35.10) y sólo ellos cantarán juntos la historia bendita de la redención en el
cielo.

La doctrine de la fe
CAPÍTULO 26

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11.1).

El elemento esencial de la fe es la confianza. La fe es (1) “la certeza de lo que se espera”, (2) “la
convicción de lo que no se ve”. En otras palabras, es una confianza muy segura en algo que no
podemos ver o tocar. Hay cosas que percibimos por los sentidos de la vista, del oído, del tacto, etc.;
otras las conocemos simplemente porque confiamos en que se nos ha dicho la verdad. Por ejemplo,
usted cree que existieron tales hombres como Julio César, Martín Lutero, Simón Bolívar y otros
personajes históricos no porque los conoció, sino porque usted confía en los medios por los cuales
recibió la información. Las cosas que llegan a nosotros directamente por medio de los sentidos no
son de fe, sino de conocimiento.

Hay personas que dicen que es sólo por ignorancia que la gente acepta algo como verdadero sin una
evidencia positiva y directa. Pero la vida misma de los que así dicen contradice su dicho, pues casi
no hay un día en que ellos mismos no dejan de confiar en la palabra de otros, sin preguntar. Por
ejemplo, al subir a bordo de un autobús para viajar hasta un pueblo que no conocen, las mismas
creen que van hacia ese pueblo porque así se los informó el conductor. Nosaben si van para ese
pueblo, pero sí lo creen. Por todos lados están rodeados de cosas o circunstancias de las cuales no
saben absolutamente nada, excepto lo que otros les han dicho. Como la fe cristiana es esencial a la
vida cristiana, así la fe en lo que no se ha visto es esencial a cualquier clase de vida. Notemos, pues,
algunas tipos de fe.

Tipos de fe

La palabra “fe” puede aplicarse de manera general. Un ejemplo pudiera ser como se describe en
estos versículos bíblicos a continuación. “Porque por fe andamos” (2 Corintios 5.7). “Que contendáis
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). La fe puede también
aplicarse a la verdad revelada por Dios. No obstante, la fe pudiera ser el resultado de nuestra
confianza en los hombres o en las cosas.

Pudiera decirse que existe una fe natural y una fe bíblica. La fe natural es la confianza que los seres
humanos tienen unos en otros. Por ejemplo, cuando creen que el autobús se dirige hacia el lugar
que les informa el conductor.

Cuando hablamos de fe bíblica nos referimos a algo totalmente diferente de la fe natural. El hombre
que sólo tiene una fe natural llega al límite de su propio conocimiento o del conocimiento de otros
en quienes tiene confianza. Este tipo de fe no cree en la creación ni en la eternidad. Sin embargo, el
hombre que posee fe en la palabra de Dios va más allá de esto. Él cree aun en lo que nadie jamás
ha visto porque él cree que la Biblia es la revelación divina y milagrosa de Dios al hombre. Puesto
que la Biblia lo dice, él cree que Jesucristo es el Hijo de Dios, que nació de una virgen, nos dio el
evangelio infalible, murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.

La fe que los hombres profesan tener en Dios es de dos tipos: la fe que es muerta y la fe que es viva.

1. La fe “muerta”
Leemos acerca de esta clase de “fe” en Santiago 2.14–26. Aquí dice que “la fe sin obras es muerta”.
En otras palabras, la falta de obras es evidencia que la fe no es genuina. De esta manera nadie puede
pensar que la fe sin obediencia es suficiente.

2. La fe viva

La fe viva es “la fe que obra” (Gálatas 5.6). Este es el tipo de fe que atrae al alma y estimula al
individuo a actuar. ¿Por qué el agricultor siembra su grano? Porque él tiene fe en que habrá una
cosecha. ¿Por qué las personas depositan su dinero en el banco? Porque tienen fe en la estabilidad
del banco. ¿Qué sucedería entonces si no hubiera esperanza de cosecha ni confianza en la
estabilidad del banco? No habría siembra ni dinero depositado. ¿Qué conmovió al eunuco a pedir
el bautismo (Hechos 8.36–38) y a Cornelio a mandar a llamar a Pedro (Hechos 10)? La fe. ¿Por qué
la gente se aparta de Dios? Por la falta de fe. Es la fe viva lo que conmueve al hombre a buscar la
gracia de Dios; y habiendo encontrado esta gracia, lo anima a mantenerla hasta el fin.

Esencial para la salvación

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16.31). “El que no cree, ya ha sido condenado”
(Juan 3.18). El Señor nos advierte que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11.6). Estas
declaraciones nos aseguran que la única manera posible para llegar a la gracia salvadora de Dios es
por medio de la fe viva. Si no hay fe, no hay salvación.

¿Cómo es que viene la fe?

1. Por oír la palabra de Dios

“La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10.17). Es el plan de Dios que la gente
llegue al conocimiento de la verdad por medio de la predicación de la palabra (1 Corintios 1.21). De
los millones de almas no salvadas de este mundo se dice: “¿Cómo creerán en aquel de quien no han
oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?” (Romanos 10.14).

2. Por la oración

La oración de los discípulos al Señor fue: “Auméntanos la fe” (Lucas 17.5). Nosotros también
debemos orar lo mismo. Fue la oración de fe de Cornelio (Hechos 10.30–31) que le trajo el
mensajero que lo guió a él y a su casa a la fe viva. ¿Siente usted una falta de la fe vencedora? Ore.
¿Siente usted que otros deben ser bendecidos con una fe más fuerte? Ore. ¿Siente usted la
necesidad de un avivamiento que traerá a los salvos y a los incrédulos a una fe victoriosa? Ore.

3. Por el Espíritu Santo

“...a otro, fe por el mismo Espíritu” (1 Corintios 12.9). La misión del Espíritu Santo es guiarnos a
“toda la verdad” (Juan 16.13), testificar de Cristo (Juan 15.26) y traer el evangelio de Cristo a nuestra
memoria (Juan 14.26). Podemos ver que por él los santos de Dios son guiados a una fe plena. A la
misma vez, por su poder convincente los pecadores son conmovidos a creer en la predicación de la
palabra.

4. Por el ejemplo de otros


“Sé ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4.12). A medida que su fe se fortalece por la influencia de
otros, su propia influencia sobre otros fortalecerá o debilitará la fe de ellos, dependiendo de qué
clase de ejemplo sea usted.

Lo que Dios hace cuando tenemos fe

La fe en Jesús es la llave que abre la puerta a todas las bendiciones de la vida redimida. Cristo resume
todo esto cuando dice: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será
condenado” (Marcos 16.16). Volvamos a la palabra de Dios y aprendamos de ella lo que Dios hace
por el creyente cuando éste pone su fe en Jesús.

1. Asegura la salvación

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16.31). (Lea también Juan 3.16; Romanos 3.28;
5.l.)

2. Nos asegura un lugar en la familia de Dios

“A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios” (Juan 1.12). “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3.26).

3. Asegura la justificación

“En él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13.39). “Concluimos, pues, que el hombre es
justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3.28).

4. Trae gozo y paz

“Aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1.8). “Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5.1).

5. Sana el cuerpo

“La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará” (Santiago 5.13–15). No es la voluntad


de Dios sanar en cada situación, pero muchas veces sí lo es. Lo cierto es que él contesta las oraciones
de fe al sanar al enfermo.

6. Provee un escudo para el cristiano

“Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”
(Efesios 6.16).

7. Guía al cristiano

“Por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5.7). Cuando andamos por vista lo hacemos tal y como
el mundo lo hace. Pero cuando andando por fe, nuestros pasos se dirigen hacia el cielo afirmados
en nuestra confianza en Dios.

8. Santifica al cristiano

“Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás
a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados”
(Hechos 26.18).
9. Nos une a Dios

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1.13). (Lea
también Juan 6.67–69; 1 Pedro 1.5.)

10. Nos asegura que Dios nos dará poder

“Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y
nada os será imposible” (Mateo 17.20). “Al que cree todo le es posible” (Marcos 9.23). La fe nos une
con los propósitos y el poder de Dios. Las montañas de dificultades se vencen por medio del poder
de la oración de fe.

11. Nos asegura que Dios nos dará poder para vencer

“Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5.4). Para un estudio más profundo
de lo que hace la fe por el creyente, lea el capítulo 11 de Hebreos.

La prueba de nuestra fe

Santiago habla del lado práctico de la fe cuando nos recuerda que “la fe sin obras es muerta”
(Santiago 2.20). Es más fácil decir “yo creo”, que demostrar nuestra creencia por lo
que hacemos cuando estamos expuestos a las pruebas y la aflicción. Entre tanto que había panes y
peces para comer, todos creyeron en Jesús; pero cuando él predicó su sermón acerca del pan de
vida (Juan 6), poniendo así al pueblo a la prueba verdadera en cuanto a su fe, dice Juan 6.66 que
“muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él”. En aquel momento la fe de
muchos fue probada y fue evidente que a algunos les faltó la fe.

1. Prueba la veracidad de nuestra profesión

Aquel sermón escudriñador de Cristo sobre el pan de vida resultó en una purificación de los
discípulos. Los fieles se quedaron con él; los demás “volvieron atrás”. Otro ejemplo se encuentra en
la historia de Rut. Ella siguió fielmente con Noemí, mientras que Orfa, por mucho que quería
acompañarla, volvió atrás al darse cuenta de todo lo que significaría acompañarla. Así hoy en la
iglesia, cuando hay oposición o tentación, los fieles quedan firmes mientras que los infieles se
descarrían.

2. “Produce paciencia”

El testimonio de Santiago es el siguiente: “Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia”


(Santiago 1.3). Este testimonio se verifica frecuentemente en las vidas de las personas que profesan
seguir a Cristo. Hay un poder refinador en las pruebas que trae la vida diaria que consume la escoria
y produce lo mejor que hay en el hombre. Además, tenemos los ejemplos de fe de algunos de los
personajes bíblicos. Abraham, por ejemplo, cuando fue llamado a ofrecer al hijo de la promesa; José,
perseguido por sus hermanos y esclavizado y encarcelado en Egipto; Daniel y sus tres compañeros
en Babilonia. Por tanto, “tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que
la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1.2–3). En todo esto es importante saber que
no nos ha “sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, pero fiel es Dios, que no os dejará
ser tentados más de lo que podéis resistir” (1 Corintios 10.13). Esto quiere decir que Dios suple la
gracia para resistir cada prueba que viene a nuestra vida. Cada prueba que nosotros resistimos
purifica nuestra fe y añade valor a la utilidad de nuestra fe en nuestro servicio a Dios y a los hombres.

3. Cuando se resiste, se asegura la corona de justicia

Los que resisten y triunfan ante la prueba pueden testificar como lo hizo Pablo: “He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día” (2 Timoteo 4.8).

Las obligaciones de la fe

Ahora nos enfrentamos con otra pregunta: ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano hacia la fe? Al
volver a la palabra de Dios nosotros vamos a encontrar la siguiente amonestación:

1. “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos 16.31)

Este versículo bíblico ya ha sido considerado como una condición para la salvación. Ahora nosotros
lo estamos presentando como una obligacióncristiana. Los que obedecen este mandamiento
cumplen los requisitos de la fe cristiana. Cuando se obedece este mandamiento de creer en el Señor
Jesucristoentonces llegamos a apreciarlo a él como: (1) “Señor” —él es nuestro Maestro que tiene
autoridad sobre nosotros en todo; (2) “Jesús” —el Hombre de Galilea, quien nació de una mujer;
(3) “Cristo” —el ungido de Dios. Si su fe en Cristo abarca estas tres identidades, usted cumple todos
los requisitos de la fe cristiana.

Tome su Biblia y vea cuántas veces se nos manda a creer.

2. “Que contendáis ardientemente por la fe” (Judas 3)

No es suficiente que creamos solamente; se nos exhorta a promulgar nuestra creencia. Esta actitud
se ejemplifica en Lucas 1.1–4. Comprobamos la sinceridad de nuestra fe en Jesús apoyando
fielmente su evangelio y dándolo a conocer a otros.

3. “Estad firmes en la fe” (1 Corintios 16.13)

Esto quiere decir que: (1) Después de haber recibido la fe en Jesús, manténgala; “estad firmes”. (2)
Mientras que otros caen, usted permanezca firme y constante (1 Corintios 10.12; 15.58). (3) No
practique una fe pasiva; abrácela y promúlguela con todo su corazón; “estad firmes”. (4) Deje que
su firmeza esté en “la fe”, no en las doctrinas de los hombres.

4. “Sé ejemplo de los creyentes en (...) fe” (1 Timoteo 4.12)

Sus obligaciones no terminan con usted mismo, sino que se extienden a otros también. Por su
ejemplo anime a otros a aceptar, a creer y a vivir fielmente.

5. “Permanecéis fundados y firmes en la fe” (Colosenses 1.23; 1 Timoteo 2.15)

La fe en Jesucristo no es algo que es sólo por un tiempo, sino que debemoscontinuar en ella hasta
el fin. Una de las palabras más importantes en la vida cristiana y para el servicio cristiano es la
palabra continuar.

El arrepentimiento en el cristianismo
Capítulo 27

“Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que
arrepentirse” (2 Corintios 7.10).

Al estudiar este tema debemos recordar que el arrepentimiento es un requisito tan esencial como
la fe para que la persona llegue a convertirse en un verdadero cristiano. El arrepentimiento fue el
primer mensaje en el ministerio de Juan el Bautista (Mateo 3.2); el primer mensaje en el ministerio
del Señor Jesucristo (Mateo 4.17); el primer mensaje en el ministerio del Espíritu Santo por medio
de Pedro (Hechos 2.38) y también ocupó un lugar prominente en las enseñanzas de los apóstoles.
Esto debe ser una enseñanza continua de cada cristiano. “Dios (...) ahora manda a todos los hombres
en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17.30).

Lo que es el arrepentimiento

El arrepentimiento verdadero es un cambio de voluntad, de sentimientos, de actitud hacia el pecado


y la justicia, y un cambio de corazón. Sin cambio no hay arrepentimiento, pues el arrepentimiento
significa un cambio.

¿Qué es el arrepentimiento, y qué pasa cuando uno se arrepiente?

1. Hay convicción

Una convicción genuina es el primer paso al arrepentimiento. Al escuchar el mensaje de Dios para
nosotros, la convicción de que hemos hecho lo malo crece en nosotros. Esto fue lo que le sucedió a
aquella gran multitud en el día de Pentecostés (Hechos 2) y también al carcelero en Filipos (Hechos
16). La conciencia (Romanos 2.15), el Espíritu Santo (Juan 16.8) con su espada y la palabra de Dios
traen convicción al corazón humano.

2. Hay tristeza según Dios

Aquí debemos señalar que no toda tristeza es “tristeza que es según Dios” (2 Corintios 7.10). Muchas
veces los que son culpables de algún crimen lloran y se lamentan como si se les partiera el corazón;
pero es sólo porque sufren los resultados de su comportamiento, no porque están arrepentidos de
su pecado. Judas Iscariote estaba tan triste que se ahorcó, pero no se arrepintió ni volvió a Cristo
para recibir el perdón. Pablo, en 2 Corintios 7.10, habla de la “tristeza que es según Dios” y la
“tristeza del mundo”. La primera “produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que
arrepentirse”; la segunda “produce muerte”. Ningún hombre jamás se ha arrepentido
genuinamente de cualquier pecado sin sentir una profunda tristeza. La persona que se arrepiente
verdaderamente siente esta tristeza por haber pecado contra Dios y no porque fue descubierto su
pecado.

3. Hay confesión

Una sensación de vergüenza y humillación acompaña el verdadero arrepentimiento por el pecado,


pero eso no impide que el pecador confiese sus pecados. Más bien, el que está verdaderamente
arrepentido quiere confesar sus pecados para librarse de ellos (Proverbios 28.13). Los que se
arrepienten de corazón obedecen este mandamiento: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros”
(Santiago 5.16). Por lo general, cuanto menos deseo sienta la persona de confesar sus pecados,
tanto menos arrepentido está su corazón. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1.9).

4. Se deja el pecado

Balaam, Saúl y otros confesaron sus pecados, pero siguieron en los mismos tal y como si nunca los
hubieran confesado. David, el hijo pródigo y otros también hicieron la misma confesión; pero
ellos dejaron sus pecados y se volvieron al camino de la justicia. Los que realmente se arrepienten
de corazón, no solamente confiesan sus pecados, sino que también los dejan. “Los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6.2).

5. Hay restitución

¿Acaso es posible estar verdaderamente arrepentido por algún pecado sin querer hacer restitución?
No. La restitución acompaña al verdadero arrepentimiento. La restitución quiere decir enmendar
nuestras malas acciones para con los hombres. Zaqueo tuvo una actitud correcta cuando dijo: “Si
en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19.8). Esta actitud de Zaqueo
hizo que Cristo dijera: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19.9).

6. Hay un cambio de corazón

Un hombre puede cambiar algunas cosas en su vida, abandonar sus malos hábitos y todavía ser un
pecador sin perdón. Incluso, él puede sentirse muy triste por lo que ha hecho, pero la Biblia dice
que “la tristeza del mundo produce muerte”(2 Corintios 7.10). Quizá él también haga restitución de
su mal y viva una vida “buena”, pero su propia justicia es “como trapo de inmundicia” para Dios
(Isaías 64.6). Aunque todas las cosas ya mencionadas son elementos esenciales del arrepentimiento,
es necesario tener un cambio de corazón para que la persona experimente el arrepentimiento
verdadero. Cada vez que alguien se arrepiente verdaderamente va a experimentar un cambio de
voluntad, un cambio de sentimientos y un cambio de actitud hacia el pecado y la justicia. En verdad,
es un cambio de corazón.

Lo que no es el arrepentimiento

El arrepentimiento verdadero:

1. No es solamente un cambio de mentalidad

Un borracho que deja su vicio porque le está perjudicando la salud continúa siendo un pecador. Es
un pecador porque dejó su vicio por motivos personales y no porque se sintió condenado ante Dios.
Él dejará de ser un pecador sólo si siente tristeza por su pecado según la voluntad de Dios y se
arrepiente de corazón. Esta verdad se aplica a cualquier pecado. La pregunta más importante no es:
¿Ha cambiado usted de mentalidad? Sino, ¿por qué ha cambiado usted de mentalidad?

2. No es solamente estar triste por los pecados que han sido cometidos

Judas y Pedro ambos se sintieron tristes por lo que habían hecho, pero sólo Pedro volvió al Señor
para recibir perdón. La única tristeza por el pecado que pertenece al arrepentimiento verdadero es
la que trae al pecador arrepentido a Dios para recibir perdón, dejar sus pecados y enmendar sus
malas acciones.
3. No es afiliarse a una iglesia

Algunos se afilian a una iglesia para poder seguir más fácil en el pecado sin ser juzgados por la gente.
Afiliarse a una iglesia es bueno, si el candidato es justo ante Dios, pero no es un substituto del
arrepentimiento.

4. No es solamente confesar el pecado

Miles de personas, como Balaam, Saúl y Judas Iscariote, han confesado: “Yo he pecado...”, y han
seguido pecando como antes. No hay virtud alguna en confesar los pecados, a menos que la
confesión sea impulsada por una tristeza que es según Dios (2 Corintios 7.10).

5. No es meramente reformarse

Un hombre puede dejar todos sus malos hábitos y todavía apreciarlos en su corazón. Por eso
decimos que el pecador necesita ser transformado.

Cosas que nos impulsan a arrepentirnos

1. La bondad de Dios

En primer lugar, el arrepentimiento mismo es un don de Dios (2 Timoteo 2.25). En el plan de Dios
para la salvación, el arrepentimiento es la parte que le corresponde al hombre. Sin embargo, nadie
puede demandar ningún mérito para sí por haberse arrepentido, porque es la bondad de Dios la
que nos guía al arrepentimiento (Romanos 2.4). Fue la bondad de Dios la que trajo a Cristo nuestro
Salvador al alcance del hombre. Fue la bondad de Dios la que preservó intacta la Biblia después de
siglos de esfuerzo por destruirla. Fue la bondad de Dios la que preservó nuestras propias vidas hasta
que, por la gracia de Dios, entregamos nuestros corazones a él. Sí, es la bondad de Dios la que nos
guía al arrepentimiento.

2. Oír la verdad

“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10.17). ¿Cómo puede un hombre
arrepentirse del pecado sin antes saber que es pecador? La predicación de la palabra de Dios en su
plenitud es una obra muy necesaria para traer a los pecadores al arrepentimiento. Fue Natán quien
le trajo a David el mensaje: “Tú eres aquel hombre” (2 Samuel 12.7) antes que David se arrepintiera.
Fue por la predicación de Jonás que la gente de Nínive se arrepintió. Porque escucharon, se
arrepintieron. En el día de Pentecostés tres mil personas fueron convertidas como resultado de la
predicación de Pedro y los otros discípulos.

3. El poder convincente del Espíritu Santo

Una de las misiones principales del Espíritu Santo es convencer al mundo de pecado (Juan 16.8). El
sentimiento de tristeza y el peso en el corazón del pecador antes de arrepentirse es el resultado de
la obra del Espíritu Santo en su corazón y en su conciencia.

4. Un conocimiento del pecado

No puede haber arrepentimiento de pecado hasta que el pecador esté consciente de su condición
pecaminosa. Como resultado de la obra del Espíritu Santo, todo humano siente un vacío, un sentido
de confusión de que algo le hace falta. Pero el pecador no puede arrepentirse sin saber qué es lo
que está mal en su vida. Tiene que tener conocimiento del pecado antes de poder arrepentirse.

5. El aborrecimiento del pecado

Una persona no se aparta del pecado mientras que el mismo le guste. El borracho a quien le encanta
el licor, el hombre que se deleita en sus placeres pecaminosos, el fumador que está empedernido
con su cigarro, el que sigue las modas y ama las atracciones de este mundo; todos son víctimas sin
esperanza hasta que llegan hasta el punto de aborrecer los pecados que están cometiendo. El
pecador que siente que no tiene esperanza, y como Job se aborrece a sí mismo y se arrepiente “en
polvo y ceniza” (Job 42.6), se puede convencer fácilmente de su condición pecaminosa. Este pecador
es más fácil de alcanzar para Dios que el que está ciego en cuanto a su condición pecaminosa a causa
de su amor o deleite en su pecado. Es cuando uno está dispuesto a “aborreced lo malo” (Romanos
12.9) que está listo para seguir “lo bueno” (Romanos 12.9).

6. Una fe verdadera en Dios

Esta es la fe que nos convence de que Dios es nuestro mejor amigo y que él desea lo mejor para
nosotros. Es la fe que nos hace ver nuestra condición pecaminosa y nos enseña los resultados
terribles del pecado. Es una fe que nos ayuda a conocer el error de nuestro pecado por medio de la
convicción personal, y esta convicción trae contrición a nuestra alma y espíritu. Es la fe que toca
nuestros corazones y los quebranta, y hace que nuestras almas clamen a Dios por liberación. Esto
sucede solamente cuando la persona cree en Dios, pues nadie se arrepiente si no cree que lo que
dice Dios es cierto.

7. Recompensas y castigos

Nuestro motivo principal al servir a Dios no debe ser ni nuestro miedo ni nuestras ganancias
personales. Sin embargo, no se puede negar que el temor al castigo de Dios muchas veces convence
a los pecadores. Sin embargo, muchos pecadores mueren en sus pecados porque los pastores tienen
miedo enseñarles a huir de la ira terrible que ha de venir.

Verdades fundamentales

1. El arrepentimiento es un mandato

Dios (Hechos 17.30), Cristo (Mateo 4.17), Juan el Bautista (Mateo 3.2) y los apóstoles (Marcos 6.12;
Hechos 2.38; 20.21), todos predicaron acerca del arrepentimiento y lo ordenaron como un
mandamiento esencial en la fe cristiana. Dios mandó a que se enseñara acerca de esto “en todas las
naciones” (Lucas 24.47).

2. Es esencial para la salvación

“Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.3). Vale la pena destacar que
unas de las primeras y últimas palabras dichas públicamente por Cristo mientras estuvo en la tierra
fueron acerca del arrepentimiento (Mateo 4.17; Lucas 24.47). Siendo que “el alma que pecare, esa
morirá” (Ezequiel 18.4), sabemos que un pecado en el alma significa muerte eterna. “Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3.19).

3. Es la condición para la remisión de pecados


Cristo murió y resucitó a fin de “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones” (Lucas 24.47). Una vez que nos arrepentimos de nuestros pecados
entonces Dios estará dispuesto a borrarlos (1 Juan 1.9). Pero no hay promesa de remisión de
pecados a menos que nos arrepintamos de los mismos.

4. Precede toda acción de gracia divina y toda ordenanza cristiana

Analice las siguientes citas de la Biblia: “El arrepentimiento y el perdón de pecados” (Lucas 24.47).
“Arrepentíos (...) para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3.19). El arrepentimiento
precede a las demás ordenanzas, como se hace evidente en las palabras de Pedro: “Arrepentíos, y
bautícese cada uno” (Hechos 2.38). En vano se escudriñan las escrituras en busca de una cita bíblica
que permita bautizar a los pecadores no arrepentidos, así como tampoco se encontrará alguna que
apoye que se puede recibir perdón de pecados de los cuales no nos hayamos arrepentido.

5. Más allá de poder arrepentirse

Los versículos más claros sobre este punto se encuentran en Hebreos 6.4–6: “Porque es imposible
que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del
Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y
recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al
Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. Mientras que la blasfemia contra el Espíritu Santo es el
único pecado que no puede ser perdonado (Mateo 12.31–32), estos versículos en Hebreos nos
advierten que es peligroso jugar con la gracia de Dios.

La justificación por la fe
Capítulo 27

“Mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (Hechos 20.28).

La Biblia enseña que Dios ha dado a la iglesia la responsabilidad de escoger de entre sus miembros
a hermanos fieles para dirigir la obra. A esos hermanos se les da un cargo de servir en ministerios
específicos; cada uno es ordenado para cierto puesto. El hermano que es ordenado recibe un
ministerio que tiene que cumplir.

Los líderes de la iglesia cristiana son los siervos de la iglesia, no los señores de la misma. Es decir, no
reciben su cargo para su provecho personal, sino para el provecho de la iglesia. A ellos les toca
cumplir su ministerio con mansedumbre (2 Timoteo 2.24–26). Siguen el ejemplo de su Señor y
Maestro, quien “no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10.45). Pero al mismo tiempo,
llevan la responsabilidad de dirigir en la obra de la iglesia y la autoridad para cumplir su obra.

La Biblia habla de dos aspectos de la obra de los pastores de la iglesia:

1. Su servicio. Se refiere a los pastores como siervos (Santiago 1.1), obreros (1 Timoteo 5.18) y
colaboradores (2 Corintios 1.24). Los ministros tienen que abnegarse para servir a la iglesia.

2. Su autoridad. Dios les concede a los pastores la autoridad que les hace falta para cumplir su obra.
Ellos tienen la responsabilidad de gobernar la iglesia (1 Timoteo 5.17). Pablo escribió a Tito, un líder
en la iglesia en Creta: “Habla, y exhorta y reprende con toda autoridad” (Tito 2.15). Los que
gobiernan bien ejercen su autoridad humildemente en el temor de Dios y siempre están dispuestos
a recibir los consejos de sus hermanos fieles. Ellos tienen mucho cuidado de hacer uso de su
autoridad sólo para promover la voluntad de Dios y no la suya propia.

El trabajo principal de los pastores

¿Para qué la iglesia ordena pastores? Para que traigan a los hombres a Cristo y cuiden de la grey.
Esta obra es la continuación de la obra que Cristo empezó mientras estaba en la tierra físicamente.

1. Traer a los hombres a Cristo

Los pastores están encargados de la responsabilidad de predicar el evangelio a los incrédulos.


“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel
en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber
quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10.13–15). Dios quiere
que la iglesia envíe a hermanos fieles a la obra de predicar el evangelio a los inconversos, sea a la
comunidad misma o a sitios lejanos. Aunque a algunas personas les parezca necedad la predicación
de la palabra, es una de las maneras más eficaces de evangelizar. La Biblia dice que le “agradó a Dios
salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1.21).

2. Cuidar de la grey

La Biblia manda a los pastores: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de
ella” (1 Pedro 5.2). La salud de la grey depende de la fidelidad con que sus pastores cumplen con su
ministerio. Según la Biblia su ministerio incluye: presentarse como ejemplo bueno (Tito 2.7–8),
predicar la palabra, redargüir, reprender, exhortar con paciencia y doctrina (2 Timoteo 4.2), corregir
con mansedumbre a los que caen en lazo del diablo (2 Timoteo 2.24) y quitar a los perversos de
entre la iglesia (1 Corintios 5.11–13).

Requisitos para los pastores

Dios llama, capacita, provee sostén y premia a los pastores. A la vez, él da a la iglesia la facultad de
elegir, ordenar y enviar a los pastores. La Biblia declara cómo debe ser el carácter de los hombres
que están capacitados para esta obra importante a fin de que la iglesia no se equivoque al elegirlos.
A continuación presentamos una lista de las cualidades de un cristiano que es digno de ser pastor.

Lleno del Espíritu Santo (Lucas 4.1; 24.49; Hechos 1.8; 6.3)

La obra del pastor es una obra espiritual. La misma tiene que ver directamente con los espíritus de
los hombres. Esta obra puede realizarse solamente por la dirección y el poder del Espíritu Santo. Si
fuera posible que alguien cumpliera con todos los demás requisitos de la Biblia sin ser lleno del
Espíritu Santo, quedaría totalmente incapacitado como pastor. Sólo el pastor que esté lleno del
Espíritu Santo puede tener éxito en su obra.

2. Una vida irreprensible (1 Timoteo 3.2; Tito 1.5–6)

Dios requiere que sus siervos sean de carácter intachable. Para que el pastor tenga éxito en el
servicio del Señor es necesario que posea un carácter irreprensible, que esté dispuesto a reconocer
los errores que tenga y corregirlos. Pueda ser que otros critiquen su vida; pero él tiene que estar
libre de manchas mundanas, y sin reproche.
3. Un buen testimonio (1 Timoteo 3.7)

Los incrédulos de la comunidad conocen el carácter de los hermanos. Es necesario que el pastor
tenga buen testimonio entre ellos “para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo (1 Timoteo
3.7). “De más estima es el buen nombre [testimonio] que las muchas riquezas” (Proverbios 22.1). El
pastor nunca podrá ganar para Cristo a aquellos que no le tienen confianza; y la confianza nace del
buen testimonio. Sin un buen testimonio de los de afuera el pastor es ineficaz en su obra y está por
desanimarse.

4. Humildad (Hechos 20.19; 1 Pedro 5.5)

Todo pastor que es humilde siempre tiene éxito. Posiblemente los dos “pastores” más
sobresalientes antes de la época cristiana eran Moisés y Juan el Bautista. El primero fue más manso
“que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12.3). El segundo vivió y se vistió con
humildad durante toda su vida. Jesús dijo lo siguiente de Juan el Bautista: “Entre los que nacen de
mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista”. El fundamento de la verdadera grandeza
es la verdadera humildad. No hay nada más repugnante en un pastor que un espíritu orgulloso,
vanaglorioso, altivo y arrogante. Dios exalta a los humildes y humilla a los orgullosos.

5. Sin egoísmo (Romanos 15.1–3)

Hay una relación estrecha entre la humildad y el hecho de no ser egoísta. El orgullo y el egoísmo son
gemelos que destruyen el ministerio de cualquier pastor. Pero la humildad, unida con la
generosidad, trae éxito a cualquier oficio en la iglesia. ¡El pastor cristiano debe aprender de su
Maestro cómo servir a otros sin egoísmo!

6. Paciente (2 Corintios 6.4; Santiago 1.4)

La Biblia dice: “Tenga la paciencia su obra completa” (Santiago 1.4). Un hombre impaciente no está
capacitado para soportar las pruebas que el pastor tiene que soportar. Al pastor le hace mucha falta
la paciencia. En la iglesia se presenta todo tipo de problemas. Y si el pastor se impacienta, los
problemas empeoran. La paciencia y la calma ayudan mucho a resolver dificultades y problemas.
“Tenga la paciencia su obra completa...” en el pastor.

7. La firmeza (1 Corintios 15.58; Efesios 4.14–16; Santiago 1.8)

La firmeza en la fe es una cualidad que se requiere en la obra del pastor. La escritura condena el
doble ánimo. Tal hombre “es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1.8). Precisa que el pastor
tenga mucho cuidado en llegar a cierta conclusión sobre algún punto, especialmente en puntos poco
definidos en la Biblia. Pero cuando encuentra la verdad bíblica, debe mantenerse firme en ella sin
moverse. El pastor inestable, llevado de acá para allá, no es digno de confianza ni de dirigir los
asuntos serios de la iglesia.

8. No iracundo (Tito 1.7)

La Biblia dice que el pastor no debe ser iracundo. No se gana nada con el enojo, más bien se pierde
a causa de esta falta. El mal carácter repele y destruye. Un hermano que no puede controlar su
enojo, seguramente no puede cuidar y enseñar a otros.

9. No soberbio (Tito 1.7)


El hermano soberbio rehúsa sujetarse a otros (1 Pedro 5.5), pues tiene mucha confianza en sus
propias opiniones. Él no quiere reconocer sus errores o confesar sus ofensas (Santiago 5.16). Si tal
hermano fuera pastor entonces produciría muchas discordias y divisiones en la iglesia. Al elegir a un
candidato para ser pastor guárdese del hermano soberbio.

10. Sobrio (1 Timoteo 3.2, 8)

No se requiere que el pastor sea de un carácter triste, austero y demasiado serio. Pero sí debe ser
sosegado, meditativo, sobrio y prudente. Cuando le toca tomar una decisión él debe considerarla
razonablemente. La frivolidad, la ligereza y la falta de dominio propio son rasgos que destruyen la
obra del pastor.

11. Vigilante (Hechos 20.28–31)

Los pastores son los atalayas en los muros de Sión. Es su responsabilidad velar cuidadosamente y
advertir del peligro que se acerca. Ellos tienen que estar despiertos y bien alertas a las necesidades
de su propia vida y de la iglesia. El pastor soñoliento, negligente e indiferente permite que el
enemigo entre en el rebaño y disperse la grey. “Por tanto, velad” (Hechos 20.31).

12. Estudioso (1 Timoteo 4.13)

Pablo amonestó al joven pastor Timoteo, diciéndole: “Ocúpate en la lectura”. La Biblia debe ser la
biblioteca principal del pastor, y todo lo demás que él lea debe estar de acuerdo con la misma. En
esta época el mundo puede influir en nosotros sutilmente por medio de su literatura. El pastor debe
aplicarse al estudio de la Biblia y de otros libros sanos.

13. Sano en la fe (Tito 2.1–2)

La sanidad de la fe de un miembro se debe comprobar antes de considerarlo como un candidato


para ser pastor. Los pastores que creen en doctrinas falsas pierden su utilidad y llevan consigo a
otros al naufragio. Un carpintero no construye una casa con madera podrida. De la misma manera,
la iglesia no debe poner a hombres débiles como pastores porque de ellos depende mucho la obra
de la iglesia. ¿Cómo puede un pastor hablar “lo que está de acuerdo con la sana doctrina” cuando
él mismo no es sano en la fe? ¿Cómo puede “convencer a los que contradicen” cuando él mismo no
aprueba la sana doctrina? Es muy importante que el pastor sea sano en la fe en estos últimos
tiempos en que los hombres no toleran la sana doctrina. Si queremos guardarnos de la apostasía
que nos amenaza, tenemos que elegir como pastores solamente a los hermanos que sean sanos en
la fe.

14. “No un neófito” (1 Timoteo 3.6)

Un hombre recién convertido a la fe no ha tenido ni el tiempo ni la oportunidad para probar si en


verdad es sano en la fe. Por tanto, lo que la Biblia dice acerca de los requisitos para los pastores
impediría ordenar a un recién convertido. La Biblia no prohíbe que se ordene a un hermano joven.
Sin embargo, requiere que un candidato para ser pastor haya sido cristiano suficiente tiempo para
probarse apto para este llamamiento sagrado. Sería mejor que la iglesia espere más en vez de
ordenar apresuradamente a un hombre inteligente, pero todavía nuevo en la fe. Tales pasos
apresurados muchas veces conducen al remordimiento y traen mucho daño irreparable.
15. Libre de relaciones matrimoniales que no le convienen (1 Timoteo 3.2, 11–12)

En esta época cuando muchos aceptan el divorcio y las segundas nupcias, es importante que el
pastor se mantenga firme en cuanto a lo que la Biblia enseña acerca del matrimonio. Si el pastor no
puede pararse delante de los hermanos como un ejemplo en estos puntos entonces su influencia
para el bien de la iglesia será destruida. La esposa del pastor tiene mucho que ver con el éxito o el
fracaso de la congregación. Una esposa no es “ayuda idónea para él” en la obra del pastor si es
chismosa, entremetida o si no cumple fielmente su papel en el hogar. Tal esposa es un obstáculo a
la obra de la iglesia.

16. Que tenga el don de enseñar (1 Timoteo 3.2; 4.11; 2 Timoteo 2.2, 24)

Solamente el conocimiento no hace al maestro. La capacidad de enseñar es un don. Es una aptitud


que no se adquiere sólo por acumular mucho conocimiento. Jesucristo, la cabeza de la iglesia,
“constituyó a unos (...) maestros”. El don de enseñar viene de arriba. La mayor parte de la obra del
pastor se relaciona con la enseñanza. Jesús mandó que enseñáramos “todas las cosas” que él ha
mandado. La Biblia requiere que el pastor sea “apto para enseñar” e idóneo “para enseñar también
a otros”. La iglesia tiene la obligación de elegir a pastores que sean fieles e idóneos que tengan el
don de enseñar y guiar a otros en la verdad.

17. Que sabe gobernar (1 Timoteo 3.4–5)

Puesto que los pastores tienen la responsabilidad de mantener el orden de Dios en la iglesia y
también de dirigir en ella, entonces es preciso que tengan la habilidad de guiar y gobernar antes de
que sean ordenados. La Biblia enseña que un obispo tiene que administrar bien su casa, y declara
que “el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3.5).
Cuando hay orden en el hogar indica que el padre gobierna bien y que haría lo mismo si tuviera la
responsabilidad en la iglesia.

18. Separado de enredos mundanos (1 Timoteo 3.3; 2 Timoteo 2.4)

La Biblia menciona varias cosas que impiden la obra del pastor. Entre ellas está desear el poder
mundano, codiciar ganancias deshonestas y estar demasiado enredado en los negocios de la vida.
Sabemos que ocuparse en las cosas materiales no es malo. Pablo mismo se ganaba la vida
trabajando, y él mandaba a otros a hacer lo mismo. La labor honrada, sea del cerebro o de las manos,
es recomendable y saludable para el pastor. Pero él tiene que mantenerse libre de enredados
mundanos en los negocios y las actividades sociales. Él tiene que estimar más la gracia de Dios que
las riquezas del mundo. Además, el pastor debe desear más ganar almas que ganar dinero y la
alabanza del mundo. Él espera la corona de vida que recibirá después de terminar la buena batalla.
Esto significa que él no estima el honor y la aprobación del mundo. El pastor debe ser un ejemplo
de cómo los cristianos se mantienen separados del mundo.

19. Consagrado a su llamamiento (1 Corintios 9.16–18; 2 Corintios 12.15)

Pablo estaba dispuesto a gastar lo suyo y hasta entregarse a sí mismo a causa del cargo que él tenía.
Pablo hacía todo esto con amor y con fe aunque no hubiera recibido la aprobación de parte de
aquellos a quienes él servía. Él estaba tan deseoso de cumplir su llamamiento que no dejó que el
rechazo y desprecio de la gente lo desanimara. Pablo se sacrificaba mucho para que el evangelio de
Cristo fuera predicado gratuitamente y para que en ninguna forma él abusara de su autoridad en el
evangelio. El celo verdadero por la obra hace que el sacrificio sea un placer en vez de una carga.

20. Un ejemplo vivo (1 Timoteo 4.12; Tito 2.7–8)

Timoteo podía reprender con toda autoridad y no permitirle a nadie tener en poco su juventud, con
tal que él fuera “ejemplo de los creyentes”. Tito, otro pastor joven, fue exhortado a ser “ejemplo de
buenas obras” (Tito 2.7). El pastor que lleva una vida ejemplar predica un sermón eficaz sin la
necesidad de muchas palabras. Un orador elocuente puede convencer a una congregación por
medio de sus palabras. Sin embargo, si su vida no corresponde con su prédica él está predicando un
sermón sin sentido, y durante el resto del día él anulará lo que predicó. Como dice el refrán: “No es
lo mismo predicar que dar trigo”. En fin, el ejemplo personal del pastor es lo más importante.

En este capítulo no se ha hecho ningún esfuerzo por aplicar estos requisitos específicamente a cierto
oficio en la iglesia. Algunos de estos requisitos se aplican más a un oficio que otro. La naturaleza del
oficio determina qué clase de requisitos necesita más énfasis.

¡Dependamos de la sabiduría de Dios al elegir hermanos para la obra de ser pastores!

El ministerio plural

Según el Nuevo Testamento, varias congregaciones en la iglesia primitiva tuvieron más que un
pastor. La escritura que ofrecemos a continuación indica que había más que un solo obispo o un
solo diácono en una iglesia: Filipenses 1.1 dice que Pablo dirigió esta carta a “todos los santos en
Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos” (Filipenses 1.1). Y Hechos 11.23 dice
que Pablo y Bernabé “constituyeron ancianos en cada iglesia”. “[Pablo], desde Mileto a Efeso, hizo
llamar a los ancianos de la iglesia” (Hechos 20.17). Pablo mandó a Tito a suplir la falta de pastores
en Creta al establecer“ancianos en cada ciudad” (Tito 2.5).

El ministerio plural tiene muchas ventajas. El oficio tendría menos carga si varios lo llevan. Cuando
hay más que un pastor, aun los pastores tienen un pastor que vela por sus almas. Y la contribución
de varios hermanos con sus diversos talentos, perspectivas y personalidades ofrece un equilibrio al
liderazgo de la congregación. Así no es tan probable que la obra de la iglesia llegue a ser el proyecto
de cierto individuo.

¿Cuántos pastores debe tener una congregación? Por lo menos lo suficiente para que puedan
predicar la palabra y velar bien por las almas a su cargo. Y siempre que sea posible se debe ordenar
a más para que en caso de una necesidad inmediata en cuanto al crecimiento de la iglesia facilite
esta obra evangelizadora.

¿Cuáles oficios deben ocupar los pastores? Primera de Timoteo 3 presenta una lista de requisitos
para los obispos y también otra lista de requisitos para losdiáconos. También aparece una lista de
requisitos para los obispos en Tito 1. Efesios 4.11 menciona apóstoles, profetas, evangelistas,
pastores y maestros.

Los apóstoles fueron hombres escogidos y enviados por Cristo a predicar y establecer iglesias en su
nombre. Ellos habían conocido personalmente a Cristo y le habían visto después de su resurrección
(Hechos 1.20–22; 1 Corintios 15.7–9). Jesús les concedió a ellos la autoridad de establecer la
doctrina de la iglesia, y así forman el fundamento de la misma (Efesios 2.20). Edificamos sobre este
fundamento cuando aceptamos sus epístolas en el Nuevo Testamento como la palabra de Dios. En
la actualidad no existe el oficio de apóstol en la iglesia.

Según la Biblia el oficio de más responsabilidad en la congregación es el de los obispos. La


palabra obispo quiere decir “supervisor y superintendente”. Es muy probable que las
palabras anciano y presbiterio (1 Timoteo 4.14) se refieran al oficio del obispo. La
palabra anciano viene de la costumbre de poner como jefes de la gente a los mayores entre ellos.
Tal vez en algunos casos se refiera a cualquier pastor y no tan sólo a los obispos. (Lea Hechos 20.17;
Santiago 5.14; 1 Pedro 5.1.)

El oficio de diácono fue instituido en los primeros días de la iglesia cristiana. Puede ser que los siete
hermanos escogidos y ordenados por los apóstoles para encargarse de las necesidades materiales
de la iglesia en Jerusalén fueron diáconos (Hechos 6.1–7). La Biblia enseña claramente los requisitos
para los diáconos (1 Timoteo 3.8–13) y muestra que es un oficio importante en la iglesia de Cristo.

No conocemos mucho acerca del resto de los oficios. Por ejemplo, no sabemos si se ordenaron
hermanos para el oficio de evangelista o si los ancianos o los obispos que tuvieron el don de
evangelizar servían en este ministerio.

El llamamiento al ministerio

¿Cómo uno llega a ser pastor? ¿Acaso se requiere un llamamiento especial, o puede cualquiera
hacerse pastor, tal y como se escoge cualquier otra profesión según la preferencia o la aptitud de la
persona? ¿Es esencial el llamamiento divino para ser pastor en la actualidad? Veamos de manera
breve lo que enseña la Biblia:

El llamamiento es del Señor

Ser pastor en la iglesia de Cristo es un llamamiento. No es una mera profesión o vocación; un


comercio o negocio; algo que se puede elegir o dejar cuando se quiera. Dios siempre ha sido el que
llama a los encargados de su pueblo. Dios llamó a Moisés en una manera inequívoca. También a los
profetas les fue dada “palabra de Dios”, y él los llamó de su trabajo ordinario al oficio sagrado de
profeta. Estos hombres fueron llamados por Dios, y hablaron conforme el Espíritu Santo les dio las
palabras. El primer sumo sacerdote, Aarón, fue nombrado y llamado directamente por el Señor. El
Nuevo Testamento declara, en cuanto al sumo sacerdocio, que “nadie toma para sí esta honra, sino
el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Hebreos 5.4). Pablo encargó a Timoteo y Tito que
dirigieran la obra de llamar a los pastores (2 Timoteo 2.2; Tito 1.5).

2. La voz de la iglesia

El libro de Hechos nos informa acerca de dos ordenaciones donde hermanos de la congregación
fueron elegidos y ordenados para un cargo específico (Hechos 1.15–26; 6.1–7). En las dos
ordenaciones, los hermanos trajeron a los apóstoles los nombres de los que a su parecer cumplían
los requisitos. Pero en Antioquía fue el Espíritu Santo quien dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo
para la obra a que los he llamado” (Hechos 13.2). No existe contradicción entre las ocasiones cuando
los miembros de la iglesia hablaron y cuando lo hizo el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo habla
a través de una hermandad espiritual y bíblica. Si los hermanos crucifican sus propias opiniones y
dependen del Espíritu Santo para discernir cuál hermano cumple los requisitos para el oficio,
debemos aceptar la voz de la iglesia como la del Espíritu Santo. Cuando se solicita la voz de la
congregación en una ordenación es prudente requerir que un hermano sea nombrado por dos
hermanos (por lo menos) antes de considerarlo para el oficio.

A veces los hermanos unánimemente eligen a cierto hermano para que sea pastor. Cuando esto
sucede demuestra que Dios está hablando, lo cual indica que estamos en una posición que Dios nos
puede revelar su voluntad. Por supuesto, esto presupone que el nombrado no esté haciendo nada
que Dios desaprobara, como solicitar ser pastor. Solicitar la obra del pastor es un sacrilegio.

El apóstol Pablo no entró en la obra del apostolado hasta que Ananías le impuso las manos, dándole
su comisión (Hechos 9.17; 22.12–15). Es claro que Dios llama a los pastores y que siempre confirma
su llamado por medio de la iglesia.

3. El uso de la suerte

El primer hermano escogido por la iglesia después que Jesús partió físicamente de la tierra fue
escogido por medio de la suerte. Los hermanos habían elegido a dos y los dos cumplían los
requisitos, pero sólo había necesidad de uno. ¿Cómo podían saber a cuál de ellos debían ordenar?
¿Cómo podían dejar que Dios escogiera? Ellos hicieron uso de la suerte (Hechos 1.26).

La suerte se usaba con frecuencia en el tiempo del Antiguo Testamento para determinar la voluntad
de Dios. Algunos cristianos se oponen al uso de la suerte para ordenar pastores en este tiempo. Tal
vez se oponen porque han visto el mal uso de este orden sagrado. No se debe emplear la suerte a
la ligera ni mucho menos para evitar la responsabilidad de comprobar que los hermanos nombrados
cumplen con los requisitos. La suerte se usa solamente cuando hay más que uno nombrado y
cumplen con todos los requisitos bíblicos para el oficio. Con la suerte podemos encomendar la
decisión final a Dios, quien ve y conoce lo que el hombre no puede ver ni saber. Cuando Dios escoge
a un hermano por medio de la suerte no quiere decir que los demás que habían sido nombrados no
son calificados. Esto puede indicar que él no los ha llamado a esta obra, sino a otra.

La preparación del sermón

La Biblia dice que Dios es el que llama a los pastores. (Vea Efesios 3.7 y 1 Timoteo 1.12.) Dios prepara
a los que él llama. El pastor que quiere ser útil a Dios tiene que conocer a Dios y entender su modo
de obrar.

Nadie puede usar una herramienta si desconoce su uso. Nadie puede enseñar gramática sin saber
de ello. Nadie puede usar la Biblia con eficacia sin conocer la Biblia. El Espíritu Santo nos ayuda a
recordar los pasajes de la escritura que necesitamos y nos guía en el uso de los mismos, pero
tenemos que prepararnos primero por medio de los tres ejercicios que mostramos a continuación.

1. La lectura de la palabra

Pablo dio este consejo al joven pastor Timoteo: “Ocúpate en la lectura” (1 Timoteo 4.13). Este
consejo es bueno y válido para los pastores de hoy día. El pastor que quiere hacer una obra eficaz
tiene que conocer la Biblia y debe leer una porción de ella cada día con solicitud y devoción. Dios le
hablará por medio de su palabra y el Espíritu Santo.

2. El estudio de la palabra
La Biblia dice: “Escudriñad las Escrituras” (Juan 5.39). La Biblia es un caudal inagotable de
conocimiento. Para encontrar los tesoros escondidos en sus profundidades el pastor tiene que hacer
más que leerla; tiene que estudiarla. El estudio de la palabra incluye: Buscar el significado de las
palabras no conocidas, hacer comparaciones entre pasajes relacionados y considerar un tema a la
luz de los pasajes que lo tratan. Otra forma es buscar los pasajes que tienen que ver con un
acontecimiento, problema o decisión actual. Es evidente que el pastor debe pasar mucho tiempo
en el estudio de la palabra y la meditación. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo
2.15).

3. La oración

La oración prepara al pastor para la obra. Por medio de la misma el pastor habla con Dios y Dios
habla con él. Así el pastor se comunica directamente con Dios. Antes que Jesús tuviera su plática
maravillosa del pan de vida él pasó la noche a solas con el Padre en oración (Marcos 6.46; Juan 6.22).
Si a Jesús le era necesario orar, ¡cuánto más al pastor!

Predicar sin estudiar y orar es un error. El sermón que se prepara sin oración no tiene vida ni buen
efecto espiritual. Es un insulto al Autor de la predicación del evangelio que un pastor suba al púlpito
y diga a la congregación: “No he abierto mi Biblia por una semana, no he pensado en ningún texto,
ni he procurado meditar en un tema. Pero ahora abriré mi boca y dejaré que Dios me dé palabras”.
Es la responsabilidad del pastor conocer la Biblia, elegir un texto, tema o pensamiento para
presentarlo a la congregación. Él debe ordenar (de memoria o por escrito) los puntos que quiere
presentar y debe preparar algunas ilustraciones apropiadas por medio de la dirección del Espíritu
Santo. Dios ayuda al pastor que se esfuerza por preparar el sermón. Puede ser que sea necesario
usar otro texto o dejar el tema que había preparado para tener un mensaje completamente
diferente del que pensaba predicar. El pastor fiel se prepara con diligencia y permite que el Espíritu
Santo lo guíe tanto en la preparación como en la predicación.

La obra de los pastores

1. Predicar la palabra

El primer deber del pastor cristiano es predicar el evangelio eterno de Jesucristo a un mundo
perdido y arruinado. ¿Qué quiere decir predicar?Significa declarar y aclarar las verdades sagradas
de la palabra de Dios y mostrar como se aplican a la vida de los oyentes. Es una obra divina que se
lleva a cabo bajo el control del Espíritu Santo. Dios ha elegido este medio para que su pueblo oiga
su palabra y conozca su voluntad (Tito 1.3).

Juan el Bautista predicó “el bautismo de arrepentimiento” (Marcos 1.4). Jesús, al comenzar su
ministerio, “comenzó (...) a predicar” (Mateo 4.17). Los doce fueron ordenados “para enviarlos a
predicar” (Marcos 3.14). Los líderes de la iglesia en el tiempo de los apóstoles predicaban el
evangelio (Hechos 5.42; 8.35; 17.3). “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a
Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1
Corintios 1.21).

2. Dirigir en las ceremonias de la iglesia


Dirigir en las ceremonias de la iglesia pertenece a los pastores. Algunos de estas ceremonias son:
bautizar a los nuevos creyentes, partir el pan de la santa cena, ungir a los enfermos, solemnizar las
bodas, dirigir en los servicios fúnebres y ordenar a los líderes. (Lea Mateo 28.19–20; Hechos 19.1–
6; Tito 1.5; Santiago 5.14.)

3. Cuidar el rebaño

La obra de cuidar el rebaño descansa sobre los pastores (Hechos 20.28). Ellos se ocupan de que los
miembros reciban alimento espiritual. También cuidan de los necesitados, excomulgan a los que
persisten en andar desordenadamente, visitan a los enfermos y pastorean el rebaño. Los diáconos
tienen una gran responsabilidad en el cuidado del rebaño especialmente cuando aparecen las
necesidades materiales.

4. Gobernar

Los pastores deben trabajar unidos para mantener la iglesia en orden, gobernando “no por fuerza,
sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo
señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5.2–3). El
hecho de que los pastores tienen la autoridad de gobernar y la responsabilidad de la
superintendencia del rebaño se enseña claramente en la palabra: “Los ancianos que gobiernan bien,
sean tenidos por dignos de doble honor” (1 Timoteo 5.17). Los que gobiernan bien reconocen la
obra del Espíritu Santo en los miembros y reciben sus consejos y críticas. En muchas ocasiones ellos
piden que los hermanos den su parecer sobre los asuntos con que la iglesia se enfrenta.

El sostén de los pastores

Al considerar este tema nos damos cuenta de que el mundo religioso tiene dos opiniones distintas
en cuanto a esto:

1. Ya que el evangelio es gratuito, sería en contra de las escrituras ofrecerle sostén económico al
pastor.

2. El pastor debe recibir y vivir de un salario estipulado como en cualquier otro oficio.

La Biblia enseña una posición entre estos dos extremos. Primero vamos a considerar la forma bíblica
de ofrecer sostén y luego la forma que no es bíblica.

1. El sostén bíblico

La Biblia enseña claramente que se debe proveer sostén al obrero cristiano: “El obrero es digno de
su alimento” (Mateo 10.10). “El obrero es digno de su salario” (Lucas 10.7). “No pondrás bozal al
buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Timoteo 5.18). “Así también ordenó el Señor
a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9.14). Vemos que es bíblico
que los que trabajan en el evangelio reciban ayuda cuando la necesitan. Existen varias formas en
que debemos ayudar a los pastores:

1. Orar. Pablo nunca pidió un salario para poder enseñar mejor el evangelio, pero repetidas veces
pidió las oraciones del pueblo de Dios (Colosenses 4.2–3; 1 Tesalonicenses 5.25; 2 Tesalonicenses
3.1). Dios, por medio de las oraciones de la iglesia, sacó a Pedro de una situación difícil (Hechos
12.5). Las oraciones de los santos ayudan a que los pastores tengan éxito en la obra (2 Corintios
1.11).

2. Obedecer. La Biblia amonesta a la congregación diciendo: “Obedeced a vuestros pastores, y


sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que
lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Hebreos 13.17). Debemos
apoyar a nuestros pastores, obedeciéndolos y sujetándonos a ellos. Esto aliviará su carga y nos será
provechoso a nosotros mismos.

3. Animar. No lisonjee. Lisonjear no ayuda a nadie, más bien ha dañado a muchos. Pero una palabra
de aliento ayuda al pastor a predicar sin temor y a gobernar según la palabra sin desanimarse.

4. Ayudar en la obra. Hay muchas maneras en que los miembros pueden ayudar a los pastores:
Visitar a los enfermos, conversar con los negligentes e indiferentes, animar a los abatidos, instar a
los incrédulos a recibir a Cristo, amonestar a los rebeldes, participar activamente en la obra de la
iglesia y asistir regularmente a los cultos. No procure tomar el lugar del pastor, sino sea un ayudante
fiel en la obra.

5. Ayudar en lo material. El pastor procura ganarse la vida al mismo tiempo que cumple los deberes
de su oficio. Sus deberes requieren tiempo, dinero y energía. Además, pueda que él pase mucho
tiempo fuera de su casa y de su trabajo a causa de la obra. Los miembros de la iglesia también
debemos velar porque el pastor no tenga que sufrir demasiado a causa de esto. Nosotros debemos
ayudarlo en su trabajo cuando esto suceda. Comparta su tiempo con él y ayúdele en el trabajo que
suple para su familia. Quizá el pastor tenga alguna necesidad y usted se dé cuenta de la misma.
Ayúdele compartiendo con él como usted pueda. No deje que la obra del Señor sufra porque el
pastor tiene que dedicarse también al trabajo de suplir para su familia. “Sobrellevad los unos las
cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6.2).

Sin embargo, sepa usted que ayudar al pastor con una ayuda monetaria no es pagarle por predicar
el evangelio. Usted no debe pagarle a nadie por predicar el evangelio. Eso le corresponde al Señor.
Él recompensará a sus siervos como él quiere. Es su deber cristiano ayudarlo para que pueda servir
mejor al Señor como pastor.

2. El salario estipulado

La obra del evangelio no tiene valor monetario; no puede medirse con dinero. La Biblia condena a
los hombres que sirven en el evangelio por ganancias deshonestas o para ganar dinero (1 Timoteo
3.3; Tito 1. 7, 11; 1 Pedro 5.2). A continuación notamos algunos puntos en contra del salario
estipulado para el pastor.

1. El evangelio es gratuito. La salvación es un regalo de Dios. Jesús hizo que el evangelio fuera
gratuito. Lo que somos en Cristo Jesús lo hemos recibido sin merecerlo: “De gracia recibisteis, dad
de gracia” (Mateo 10.8). Si el evangelio se vendiera por dinero a muchas personas les sería imposible
oírlo ya que muchos no tienen dinero. El evangelio es para todos. La única manera en que todos
pueden beneficiarse del evangelio es que se ofrezca gratuitamente. Pablo dijo: “He despojado a
otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros” (2 Corintios 11.8). Pero esto no quiere
decir que él recibió pago por predicar el evangelio, sino que aceptó dinero de otras congregaciones
para poder servir a los propios corintios. Él aceptaba ayuda cuando pasaba por necesidades. El
apóstol Pablo testificó que trabajaba con las manos no solamente para su propio sustento, sino a
veces también para ayudar a sus colaboradores (Hechos 20.34–35). Es honroso, saludable y bíblico
que un pastor trabaje con las manos para el sustento de sí mismo y de su familia, y para que pueda
repartir a otros.

2. El pastor es siervo del Señor. Es de esperar que un siervo reciba un sueldo de su patrón. El pastor
es siervo del Señor, capacitado por el Señor, llamado por el Señor, responsable ante el Señor y
dependiente del Señor para su pago. Él tiene la obligación de obedecer a Dios antes que a los
hombres. Dios le amonesta así: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado” (2 Timoteo
2.15). El Señor provee para que el pastor pueda ganarse la vida. Dios también encarga a los
hermanos fieles que ayuden al pastor en sus necesidades. Pero Dios le da al pastor un salario de
mucho más valor que el dinero. El pastor que vende su llamamiento celestial por un salario
estipulado y contrata los dones y las habilidades que le dio el Señor se desvía a un camino que no
es conforme a las escrituras y al final no tendrá la aprobación de Dios.

3. El salario es un bozal. El patrón le paga al empleado una cantidad de dinero por el trabajo que
realiza. El patrón tiene el derecho legítimo de dictar el tipo de trabajo que se hace y en qué forma
se hace. Muchas veces el pastor asalariado llega a ser “empleado” de sus oyentes y tiene que callarse
en cuanto al pecado de los que le pagan. Si reprende esos pecados, conforme al llamamiento que
tiene de Dios, pierde su empleo. Tales pastores están en una situación difícil y llegan a ser “perros
mudos, [que] no pueden ladrar” (Isaías 56.10). Ellos son tentados a complacer a los hombres, porque
de ellos buscan su sostén y de ellos viene su manutención. Pero es imposible servir a dos señores.

4. Comercializa la obra del evangelio. Si la obra del evangelio se coloca al mismo nivel de otras
profesiones es natural que el aspecto comercial esté implícito. Así uno oye decir que cierto pastor
de mucho talento ha sido llamado por el Señor de una posición de menos salario a otra donde le
pagan más. ¿Será que el Señor lo llamó a hacer eso? ¿Haría eso Jesús? Este espíritu comercial entre
los pastores asalariados echa raíces tan profundas que el pastor muchas veces demanda su salario
y lo cobra por cualquier modo que la ley le permita. El espíritu del evangelio es un espíritu de
sacrificio. El espíritu comercial es contrario al espíritu de sacrificio, y cuando se le permite entrar en
la obra del pastor mata el verdadero propósito por el cual se predica el evangelio. Este espíritu
comercial se ha hecho tan predominante que muchos hasta han formado sindicatos de predicadores
que fijan salarios y hacen demandas a las congregaciones. Y si las congregaciones quieren que se les
predique el evangelio tienen que aceptarlo conforme al modo del sindicato y pagar el precio fijado.

5. Se hace una trampa enredadora. El salario que las iglesias pagan al pastor llega a ser un lazo que
atrapa a muchos jóvenes inteligentes quienes no cumplen los requisitos para este oficio sagrado.
Muchos de ellos son incrédulos. No conocen la voz del Espíritu Santo. No les hacen caso a muchas
de las doctrinas fundamentales de la palabra. No saben, ni quieren saber, cuál será el destino eterno
de las almas de los hombres. Ellos sólo piensan en que aquí hay una profesión honrada que no
requiere llevar ropa cotidiana, ensuciarse las manos, ni trabajar duro. Sólo piensan que ser pastor
les ofrece la oportunidad de moverse entre la mejor clase de la sociedad, que le llamen reverendo
y que el pueblo lo respete y lo honre. Les gusta la idea de dar sermones adornados con expresiones
agradables al oído y oraciones elocuentes, experimentar la sensación agradable de dirigirse a un
auditorio atento y ver su nombre publicado en los diarios como un orador y predicador popular. Por
eso los hombres incrédulos llegan a ser pastores porque desean un buen salario y renombre
personal. No tienen el deseo de ser usados por Dios para salvar a las almas perdidas para la gloria
de Dios. Así se frustra el propósito primordial de ser pastor. La iglesia se vuelve un centro social, y
las almas de los hombres se pierden. La razón es que los hombres fueron enredados por el salario
que se les ofrece a los pastores.

La justificación por la fe
Capítulo 28

Nótese que el autor de esta página web ha cambiado este capítulo para conformarse más a la
Biblia.

“Estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5.9).

La justificación es la obra de Dios por la cual cada persona que cree en Jesucristo y se arrepienta de
sus pecados será convertido en un hombre justo. La palabra "justificación" quiere decir
"conformarse a la justicia." Mientras que el “acusador de nuestros hermanos” (Apocalipsis 12.10)
ejecuta sus artimañas satánicas para que el hombre viva injustamente ante Dios, el gran Juez dice:
“Estos son míos. Ellos antes eran culpables, esclavos del pecado, condenados a vivir injustamente,
y ajenos a los pactos de la promesa (Efesios 2.12); pero las cosas se han cambiado. Su redención del
poder del pecado se ha realizado; ellos han aceptado las condiciones ofrecidas de misericordia, han
sido librados del pecado por la sangre del Cordero de Dios y ahora viven justos delante de mí.” Cristo
ha sido “resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4.25). O sea, él resuscitó de la muerte para
que nosotros podamos participarse en su victoria sobre Satanás, el pecado, y el egoísmo. Cristo
venció la injusticia de este mundo para que sus seguidores también vivan justos y santos en este
mundo.

Cómo somos justificados

1. Somos justificados por la gracia de Dios

Ya que somos “justificados gratuitamente por su gracia” (Romanos 3.24) no pretendemos que
hayamos sido justificados por nuestras propias fuerzas, sino que le damos toda la gloria a Dios. La
justificación es el don gratuito de Dios al hombre. “Dios es el que justifica” (Romanos 8.33). El
hombre no la ha ganado la victoria por sí mismo. La justificación de Dios nos hace estar eternamente
obligados y agradecidos a él a causa del rescate que él pagó por nosotros, que es la aspersión de su
sangre en el lugar santísimo (que es el derramiento del Espíritu Santo en nosotros). ¿Cómo
pudieramos obtener tal don incomparable, menos por medio del Sumo Sacerdote Jesucristo?

2. Somos justificados por la fe

Dios exige algo de nuestra parte para ponernos en contacto con su gracia. Dios “no hace acepción
de personas” (Hechos 10.34); sin embargo, algunos son justificados por él mientras que otros no lo
son. Por esto sabemos que existe algo que forma la base de tal división. Ese algo es la fe. La Biblia
dice que “es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13.39); que “el hombre es justificado por fe
sin las obras de la ley” (Romanos 3.28) y que el Dios justo es “el que justifica al que es de la fe de
Jesús” (Romanos 3.26). La fe traza la línea que divide entre los que están justificados y los que no
están justificados. Según estas citas bíblicas, resulta evidente que Dios justifica a la persona tan
pronto la misma se arrepientiera y creyiera en Cristo.
3. La fe que justifica obra

“¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras
Abraham, nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó
juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? fue justificado por las obras
Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo” (Santiago 2.20–22).

Es cierto que cuando creemos en Cristo somos justificados gratuitamente por su gracia (Romanos
3.24) y nuestra fe es contada por justicia (Romanos 3.20–25). Esta "fe que justifica" abre la puerta
del corazón para que Cristo entrara y cambiara al hombre en una persona justa. Cristo mora en el
corazón de cada persona justificada y allí realiza una justicia que se ve en la vida cotidiana de la
persona. Estas obras justas son las que testifican de la fe que existe en la persona. Si una persona
profesa tener fe, pero no rinde buenas obras, entonces su fe es muerta y sin poder para convertirle
en una persona justa.

Es posible que las obras de la persona justificada a veces estén manchadas, porque los humanos
siempre conlleven la carne, y la carne puede levantarse para conquistarles en momentos de flojera
espiritual. No debemos juzgar de repente a nadie si vemos una falta o un pecado en su vida. ¿Acaso
la persona busca crecer en Cristo? ¿Recibe la corrección de Dios y de los hermanos? Estas también
son obras que perfeccionan la fe.

Algunos piensan que las enseñanzas de Pablo y de Santiago relacionado con el tema de la fe y las
obras se contradicen. Pero las escrituras no apoyan tal conclusión. La idea principal de los escritos
de Pablo es que la fe abre la puerta a la justificación (y no las obras de la ley mosáica, como la
circuncisión, guardar los sábados, etc), mientras que la idea principal de Santiago es que si no
hacemos buenas obras, esto da prueba que la fe que profesamos no es genuina. La fe que justifica
es la “fe que obra” (Gálatas 5.6). Las obras producidas por la fe viva dan prueba que es una fe
genuina y viva.

4. Somos justificados por la sangre de Cristo

Todos los sacrificios ofrecidos bajo la ley eran figuras y sombras que señalaban a Cristo (Hebreos 7–
10). Dios declara que “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado” (Romanos 3.20) y
que nosotros somos “justificados en su sangre” (Romanos 5.9). Comparando estas declaraciones
con otros versículos que enseñan la justificación por fe, concluimos que todos los que se toman de
la sangre de Jesucristo son justificados delante de Dios.

Lo que la justificación significa para nosotros

1. Significa obediencia a Dios

Sólo los que obedecen a Dios son justificados (Romanos 2.13). Con relación a la actitud de Dios hacia
la obediencia, lea 1 Samuel 15.22–23 y Hebreos 2.1–3. El evangelio de Cristo promete la justificación
a los que se arrepientan de sus pecados. (Lea Efesios 5.5–7.)

2. Significa libertad de la condenación satánica


“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Romanos 8.33). Aun “el acusador
de nuestros hermanos” (Apocalipsis 12.10) no puede prevalecer contra el cuidado de Dios para con
los suyos, pues Dios les otorga poder de vencer lo injusto en su vida. (Lea Romanos 8.1–2.)

3. Significa paz con Dios

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”
(Romanos 5.1). (Lea también Efesios 2.14.)

4. Significa salvación eterna

“Pues muchos más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos
5.9). Podemos tratar de justificarnos a nosotros mismos o nuestros amigos pueden tratar de
justificarnos, pero sólo los que son justificados (convertidos en hombres justos) por tomarse de la
sangre de Jesucristo por fe pueden asegurarse de la salvación eterna.

5. Significa una herencia eterna

“Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida
eterna” (Tito 3.7). Ser coheredero con Cristo es el privilegio más grande del cristiano.

6. Significa ser glorificado

“Y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8.30). Él ya sabe quiénes resucitarán
justificados y por esto se puede decir que ya los glorificó. La salvación, la herencia y ser glorificados...
todo esto pertenece a los hijos de Dios, los que han cumplido con las condiciones (creer y
arrepentirse) para ser justificados por él.

La conversión en el cristianismo
CAPÍTULO 29

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo 19.7).

La doctrina de la conversión cristiana es un tema prominente en las enseñanzas de Cristo y de sus


discípulos. Cuando una persona se convierte quiere decir que la misma ha
cambiado. Convertirse quiere decir “dejar de ser una cosa para ser otra” (Diccionario de uso del
español, María Moliner).

La doctrina de la conversión

Nosotros “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2.3). Desde la antigüedad se nos casó con
nuestros ídolos como el caso de Efraín. Para volver a Dios es necesario que haya una transformación;
un cambio en nuestra mentalidad, en los deseos de nuestro corazón y en nuestra actitud hacia Dios
y hacia el pecado. A nosotros nos es necesario experimentar un cambio completo en nuestras vidas
de manera que agrademos a Dios al estar en armonía con su palabra. Cuando un pecador se
arrepiente, Dios hace la obra de convertirlo en un cristiano. Los pecados que el pecador una vez
amó ahora aborrece y las cosas buenas de Dios que antes aborreció ahora las ama. La conversión es
una transformación completa: un amor nuevo en el corazón y una vida nueva en el alma.

Si no hay cambio, no hay conversión


Ésta es la conclusión inevitable a la que arriba el que con diligencia estudia este tema en la Biblia.
Para ilustrar esto de una manera diferente lo haremos de la siguiente forma: Un bosque pantanoso
puede ser convertido en un terreno fértil para el cultivo; la arena silícica se convierte en un vidrio
claro con el cual se fabrican los parabrisas; el agua se convierte en vapor. En cada caso hay un
cambio esencial que produce entonces la conversión.

También ocurre un cambio esencial que convierte al pecador en un hijo de Dios. Hay un cambio de
mentalidad, de los deseos del corazón y de vida en esa persona. Sin tal cambio, aunque el incrédulo
se afile a una congregación de creyentes, no será un hijo de Dios. Para estar en Cristo Jesús nada
sirve a menos que la persona llegue a ser “una nueva creación” (Gálatas 6.15). Y cuando esa “nueva
creación” existe por dentro, la persona manifestará por fuera una “vida nueva” en Cristo Jesús
(Romanos 6.4). “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12.34). “La fe sin obras
está muerta” (Santiago 2.26). “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en
él?” (Romanos 6.2). Cuando uno se convierte al Señor cambia sus caminos, desecha todos los
hábitos pecaminosos y manifiesta los frutos de una vida justa en su andar diario.

Hay personas que dicen que se han convertido al Señor, pero con sus hechos lo niegan. Su lengua
no ha sido limpiada de inmundicia y blasfemia, su orgullo sigue siendo parte de su vida diaria, su
conducta es la misma de todos los días, sus negocios son tan fraudulentos como antes, su forma de
vestir es tan mundana como las modas del mundo y siguen viviendo en los placeres pecaminosos
que antes vivían. Concluimos, pues, que como no hay un cambio por fuera, tampoco ha habido un
cambio por dentro. Tal persona no se ha convertido al Señor. Donde hay vida adentro hay luz afuera
(Mateo 5.14–16).

Ejemplos de la conversión

Podemos formular un concepto correcto de la conversión cuando notamos los cambios en la vida
de las personas que se vuelven hacia Dios. Notemos algunos ejemplos:

1. La mujer en la casa de Simón (Lucas 7.36–50)

Esta mujer había sido una vil pecadora, pero habiéndose arrepentido de su iniquidad, aceptó a Cristo
como su Salvador y Señor, y fue limpiada de sus pecados. Al comprender la maravillosa gracia de
Dios de salvar a una persona tan miserable como ella, su gratitud y lealtad no conocieron límites.
Jesús la alabó por su devoción abnegada.

2. Saulo de Tarso (Hechos 9.1–18)

Este tal vez es el ejemplo más claro que aparece en la Biblia sobre la conversión de un ser humano.
Al ser convertido, Saulo dejó de oponerse al cristianismo y llegó a ser un gran defensor de la fe. Un
arrepentimiento genuino, la humildad, la entrega completa, la obediencia a Dios, el deseo de
aprender y la voluntad de sufrir por causa de Cristo fueron algunas de las cosas que experimentó
Saulo en su vida desde el momento que se convirtió.

3. El carcelero (Hechos 16.27–34)

El carcelero era un pecador de un corazón endurecido, y estuvo a punto de suicidarse cuando


reconoció el peligro en que se encontraba en aquel momento. Sin embargo, él fue guiado a la luz
del evangelio por la gracia de Dios y por medio de Pablo y Silas. Él dejó de ser un perseguidor para
convertirse en un amigo de los discípulos. Creyó y fue bautizado. En esta historia breve que tenemos
del carcelero nosotros notamos su cambio de actitud, su deseo por abrazar la fe de Cristo y su
obediencia a los mandatos del Señor.

Verdades acerca de la conversión

1. La conversión consiste en un cambio de vida y de servicio en lugar de ser un cambio de rasgos


personales

Por ejemplo, piense en Saulo de Tarso. Aun después de convertirse se ve su entusiasmo, energía,
valor y celo que tenía antes de su conversión. Su cambio consistió en pasar su fe del fariseísmo a
Cristo, su lealtad del judaísmo a Cristo y cambiar su propia justicia por la justicia de Dios.
Moralmente, la conversión significa un cambio de las normas del mundo a las del evangelio; es un
cambio de las normas de Satanás a las de Dios.

2. La conversión viene al hombre por la gracia de Dios

Fue la gracia de Dios la que alcanzó cambiar el corazón de la vil pecadora en la casa de Simón. Fue
la misma gracia la que envió la luz resplandeciente al enemigo de la fe cristiana en el camino a
Damasco y la que envió el terremoto a la cárcel en Filipo, haciendo posible la conversión del
carcelero vil. Sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones de los que tienen la voluntad de
recibir el poder transformador del Señor. Jesús dice: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me
envió no le trajere” (Juan 6.44).

3. Las personas “buenas” no consiguen la salvación sino por la conversión

Pablo, como cualquier persona “buena”, necesitaba ser convertido por el Señor Jesucristo para
obtener la salvación. Sus actividades religiosas, su obediencia cuidadosa de la ley y el celo con que
se entregaba al servicio religioso eran nada más que “trapo de inmundicia” (Isaías 64.6) porque
nacieron de la carne. Pablo tuvo que estimar todo lo que había logrado por motivos y esfuerzos
personales como pérdida para recibir a Cristo. Él tuvo que botar su propia justicia para recibir, por
la fe, la justicia de Dios (Filipenses 3.1–9). Es decir, Pablo tuvo que convertirse para ser salvo.

Es notable lo dañino y pecaminoso que es el hombre “bueno” cuando se ve a la luz de la verdad.


Pablo era un hombre muy bien educado e inteligente, tenía una personalidad dominante, poseía
una “buena conciencia” (Hechos 23.1) y era celoso de la ley. Sin embargo, cuando vemos todas estas
buenas cualidades absorbidas en su furor contra la iglesia del Señor notamos cuán lejos de Dios
andaba. A él le hacía falta una conversión cabal.

Aquel fariseo que oró en el templo y relató una lista de buenas obras que él hacía no fue justificado
como lo fue el pobre publicano a su lado. Ni las buenas obras, ni los logros, ni la fama mundana, ni
la grandeza pueden traernos nada bueno delante de nuestro Dios santo. Nos queda volvernos
“como niños” (Mateo 18.3). Tenemos que convertirnos.

4. El arrepentimiento es parte de la conversión

La experiencia de cada converso prueba esta verdad. “Así que, arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3.19). En otras palabras, uno será convertido sólo si se
arrepiente verdaderamente. Las personas que piensan que no necesitan arrepentirse pueden tener
la voluntad de afilarse a una iglesia, pero con tal pensamiento y corazón nunca serán convertidas a
Dios.

5. La palabra de Dios es un elemento esencial en la conversión

Pedro dice: “Y cuando comencé a hablar [la palabra de Dios], cayó el Espíritu Santo sobre ellos”
(Hechos 11.15). Pablo dice que el evangelio de Cristo es “poder de Dios para salvación” (Romanos
1.16) y que “en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4.15). ¿Qué fue lo
que primeramente dirigió hacia Cristo las mentes de las tres mil personas en el día de Pentecostés,
al eunuco etíope, a Cornelio, a Lidia y al carcelero? Fue el mensaje de Dios lo que les hizo oír. “La ley
de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo 19.7).

6. Dios usa a personas para mostrar a otros acerca de la conversión

En el día de Pentecostés los discípulos, llenos del Espíritu Santo, fueron usados por Dios en la
conversión de tres mil personas. Toda conversión mencionada en las epístolas habla también de un
siervo de Dios que ayudó en ello. “El que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de
muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5.20).

7. El momento oportuno para convertirse al Señor es cuando uno es joven

Convertirse cuando es joven tiene muchas ventajas: Hay un corazón más tierno, menos pecado de
que arrepentirse, menos ofensas para corregir, menos nivel de influencia en extraviar a otras
personas y, por lo general, una vida más larga de servicio cristiano. Hay muchas personas que
escucharon el llamado de Dios en su juventud, pero rehusaron rendirse a él. Después llegaron a
estar tan enredados en sus pecados que nunca rindieron sus corazones a Dios y murieron en sus
pecados. “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos”
(Eclesiastés 12.1).

8. Es Dios quien hace la obra de conversión

El hombre hace su papel, pero es Dios quien efectúa el milagro de la gracia en el corazón del mismo.
Él hace el cambio maravilloso. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el
hacer” (Filipenses 2.13). “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan
6.44). Nuestra parte es someternos a él y obedecerlo; Dios hace lo demás. Dios hace el llamado, el
hombre se rinde y Dios acaba la obra. “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará
hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1.6).

Resultados de la conversión

Como ya se ha declarado, la conversión significa un cambio, una transformación, una “vida nueva”.
Esto es lo que la Biblia dice que pasa cuando uno se convierte verdaderamente:

1. No anda “conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”

Todo hombre que se convierte muere al pecado y vive para Dios (Romanos 6.11). Su viejo hombre
es crucificado (Romanos 6.6) y se viste del nuevo hombre creado según Dios (Efesios 4.24). Ya no
sirve a la carne, sino sirve a Dios. Ahora él anda como Cristo anduvo (Romanos 8.l). Antes de la
conversión andaba “siguiendo la corriente de este mundo” (Efesios 2.2), “en la carne, conforme a
las concupiscencias de los hombres” (1 Pedro 4.2); pero todo esto cambia cuando la gracia
transformadora de Dios convierte al hombre y le da la visión celestial.

2. Es adoptado en la familia feliz de Dios

“Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu
vive a causa de la justicia. (...) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino
que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8.10,
14–15).

3. Es revestido de humildad

La verdadera norma de grandeza se declara en Mateo 18.1–4. Cuando las personas se convierten a
Dios las mismas llegan a ser de un corazón manso, modesto y humilde. Cristo se refiere a sí mismo
como “manso y humilde de corazón” (Mateo 11.29). Sus verdaderos discípulos son como él. (Lea
Filipenses 2.5–8.)

4. Es revestido de justicia

“Sion será rescatada con juicio, y los convertidos de ella con justicia” (Isaías 1.27). Cuando una
persona se convierte trae su propia justicia a la cruz y en cambio recibe la justicia de Dios. Esta
justicia ya no es como “trapo de inmundicia” sobre lo cual escribe Isaías (Isaías 64.6), sino la justicia
verdadera de Dios que resplandece en su vida motivando a otros a glorificar a Dios. (Lea Mateo
5.14–16.)

5. Es celoso en la obra del Maestro

“Un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.14). (Lea también 1 Pedro 2.9.) Esta es una
descripción propia del pueblo de Dios en todo tiempo. Los ejemplos de la conversión verdadera han
sido hombres y mujeres cuyo celo por la justicia y la verdad fue conocido por todos los que los
rodeaban.

6. Disfruta del compañerismo cristiano

“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1.7). Las
personas de este mundo tienen compañerismo con los que andan por el camino espacioso de la
perdición (Mateo 7.13–14). De la misma manera, las personas convertidas tienen compañerismo
con otros que andan en las huellas de Cristo. Como cristianos, nuestro compañerismo aquí es
solamente una anticipación de un compañerismo eterno con Dios y con los santos en la gloria.

Doctrina de la Biblia
Capítulo 30

La regeneración

“No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3.7).

El significado literal de regeneración es “engendrar de nuevo” (Diccionario de uso del español, María
Moliner). Esta palabra se usa raras veces en las escrituras (Mateo 19.28; Tito 3.5). Sin embargo,
la doctrina de la regeneración se evidencia bastante en la enseñanza bíblica que pertenece a la
salvación. Es la doctrina de la vida nueva que Dios engendra en nosotros cuando nos convertimos.

Vida nueva en Cristo resulta de la regeneración como también la redención resulta de la expiación,
la justicia de la justificación y la santidad de la santificación. Dios regenera, el hombre es renacido;
Dios expía, el hombre es redimido; Dios justifica, el hombre es justificado; Dios santifica, el hombre
es hecho santo.

Lo que la regeneración es

1. Nacer de nuevo

“El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). “Siendo renacidos, no de
simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios” (1 Pedro 1.23). La vida que
recibimos al nacer de nuevo es la vida triunfante de Cristo que vence el pecado, el mundo y la
muerte. Es una vida incorruptible que verá el reino de Dios.

2. Ser nueva criatura

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas” (2 Corintios 5.17). La vida nueva no resulta de nuestros esfuerzos para reformarnos,
sino resulta de una obra creadora de Dios en nosotros. “Porque somos hechura suya, creados en
Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2.10). Observe que las buenas obras de Dios serán
evidentes en la persona regenerada. La vida después que el pecador se arrepiente y se reconcilia
con Dios se describe como una “vida nueva” (Romanos 6.4).

“Habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a
la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3.9–10). El
hombre nuevo no nace hasta que el viejo sea crucificado (Romanos 6.6).

3. Ser engendrado por la palabra

“Pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4.15). “El, de su voluntad,
nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1.18). El tema principal en estos dos versículos
es que la nueva creación es engendrada por la palabra de Dios.

4. Ser lavado

“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por
el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3.5).

5. Recibir la naturaleza divina

“Para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.4). Pablo ofrece la misma
idea cuando habla de “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1.27). Cada persona
nacida de Dios tiene la naturaleza divina en sí misma, porque “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de él” (Romanos 8.9).

6. Recibir un corazón nuevo


Ezequiel predijo lo que iba a pasar cuando dio la promesa de Dios: “Os daré corazón nuevo, y pondré
espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne” (Ezequiel 36.26). Con este corazón nuevo nuestra mirada está puesta en “las
cosas de arriba” (Colosenses 3.1). Mientras que cuando uno todavía vive según el corazón de piedra
la mirada está puesta en las cosas terrenales (Colosenses 3.5).

Lo que la regeneración no es

1. Sólo reformarse

La regeneración no consiste meramente en rehacer o reformar al hombre viejo de pecado; es una


creación completamente nueva, creada “según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios
4.24).

2. Meramente la convicción de pecado

La convicción es una señal de que el Espíritu Santo está obrando, pero el hombre llega a ser una
nueva criatura solamente cuando se rinde a Dios y le permite obrar el milagro de gracia en su
corazón.

3. Afiliarse a una iglesia

La maldición de las iglesias modernas es que hay demasiados miembros en quienes todavía reina el
hombre viejo. No llegamos a ser hijos de Dios al pertenecer a alguna iglesia o a cierta denominación,
sino que nos afiliamos a una iglesia que armoniza con la palabra de Dios después que nosotros
hemos sido regenerados.

4. Meramente vivir una buena vida moral

Hay personas que se consideran “buena gente” y están tan seguras de que jamás han hecho alguna
cosa muy mala. Pero si se examinaran honestamente en el espejo del evangelio (2 Corintios 3.18)
se verían como pobres pecadores, engañados por su propia justicia.

5. Meramente un mejoramiento social

El mejoramiento social no tiene nada que ver con el “lavamiento de la regeneración” (Tito 3.5) que
vivifica el alma y de esa manera limpia la vida por dentro y por fuera. No hay comunidad que pueda
ser salva a menos que sus habitantes se vuelvan al Señor y lleguen a ser “nuevas criaturas” (2
Corintios 5.17) en Cristo.

6. Meramente adherirse a la doctrina bíblica

“Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”
(Gálatas 6.15). Usted puede seguir una teología correcta y todavía ser un pecador perdido. Una cosa
es aceptar el evangelio en la mente como algo correcto y otra cosa es aceptarlo en el corazón como
el “poder de Dios para salvación” (Romanos 1.16).

Todas las cosas mencionadas aquí son buenas en su propio lugar, pero no ocupan ningún lugar como
substituto para la salvación.

La obra de la regeneración
1. Es la obra de Dios

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen algo que ver con esta obra (Juan 1.13; 3.6; Tito 3.5; 1 Pedro
1.3; 1 Juan 2.29). Es el “lavamiento de la regeneración” lo que nos trae la salvación; las obras no la
pueden traer. Dios nos salvó, “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia” (Tito 3.5). No somos nacidos por obras, sino nacidos de Dios,“porque Dios es el que
en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.13).

2. Crece de la palabra de Dios

El evangelio de Cristo, dice la Biblia que “es poder de Dios para salvación” (Romanos 1.16). En otras
palabras, somos engendrados por el evangelio. En el nuevo nacimiento la palabra de Dios es la
semilla; el corazón humano es la tierra; el predicador es el sembrador que siembra la semilla en la
tierra (Hechos 16.14); el Espíritu da vida a la semilla en el corazón que la recibe; la nueva naturaleza
nace de la divina palabra; el creyente es nacido de nuevo, creado de nuevo y ha pasado de muerte
a vida.

3. No se efectúa sin la cooperación de los hombres

La salvación es completamente la obra de Dios. Pero Dios usa a hombres para traer las buenas
nuevas de salvación a otros hombres. Además, Dios no salva a nadie en contra de su propia
voluntad. De cierto, Dios toca a los hombres con el poder de la convicción del Espíritu Santo, pero
el hombre no recibe la nueva creación hasta que responda de corazón: “Señor, ¿qué quieres que yo
haga?” (Hechos 9.6). El hombre tiene que tener fe para recibir la regeneración (Juan 1.12; Gálatas
3.26).

4. No es necesaria para el niño inocente

Cuando aquellas madres trajeron a sus niños a Jesús, él bendijo a los niños, diciendo: “...de los
tales es el reino de los cielos” (Mateo 19.14). Los infantes que aún no son responsables por sus actos
están bajo la sangre del Señor y son candidatos aptos para el cielo hasta que lleguen a la edad
cuando el pecado revive y entonces ellos mueren (Romanos 7.9). De manera que cuando esto
sucede ellos deben experimentar el nuevo nacimiento para entrar al reino de Dios.

5. Es esencial para la salvación

Para probar esto, nos referimos a las escrituras ya citadas de las cuales las más directas son Juan
3.3, 5, 7.

Evidencias de la regeneración

La Biblia ofrece evidencias por las cuales podemos saber si somos regenerados o no. A continuación
presentamos algunas:

1. La justicia

“Todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Juan 2.29). “Dios no hace acepción de personas, sino
que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10.34–35). La justicia de
Cristo, dada a los hombres, se manifiesta en una vida justa, porque “los que hemos muerto al
pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6.2). Es imposible ser justo por dentro sin
manifestarlo por fuera (Mateo 5.14–16).

2. La victoria sobre el pecado

“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3.9). La Biblia habla acerca de las
flaquezas de la carne, pero no ofrece excusas en cuanto a pecar voluntariamente. (Lea Romanos
8.1; Efesios 2.1–12; Tito 3.3–7; 1 Juan 1.4–7; Hebreos 10.26–27.) “Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5.24). Los que son nacidos de Dios no
practican pecado, no porque nunca yerran, sino porque no pecanvoluntariamente. Si un hijo de Dios
yerra y cae en pecado, en cuanto se da cuenta que ha pecado, él se arrepiente y confiesa ese pecado.
Por eso no se le inculpa el pecado (Salmo 32.2; Romanos 4.8).

“Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” (1 Juan 5.4). Los hijos de Dios aman las cosas que
Dios ama y aborrecen las cosas que él aborrece. Este amor y ese odio son evidencias de la
regeneración en la vida del cristiano. Por tanto, “si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está
en él” (1 Juan 2.15). Todo aquel que de todo corazón ama lo que es bueno entonces aborrece en
absoluto lo que es malo. Esta es una de las evidencias fundamentales que demuestra que alguien
es hijo de Dios.

“Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue
engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5.18). Para el que es nacido de Dios
el mandamiento “aborreced lo malo” le es tan importante como “seguid lo bueno” (Romanos 12.9).
El hijo de Dios, que está lleno del Espíritu Santo, puede decir como dijo el salmista: “He aborrecido
todo camino de mentira” (Salmo 119.104).

3. La vida guiada por el Espíritu Santo

La diferencia entre la carnalidad y la espiritualidad es muy notable en Gálatas 5.19–23. Podemos


saber si andamos según la carne o según el Espíritu Santo (Romanos 8.1) al determinar si nuestra
vida diaria manifiesta las obras de la carne o el fruto del Espíritu Santo. Cuando usted ve a una
persona cuya vida diaria muestra claramente que está dirigida por el Espíritu de Dios, puede estar
seguro de que tal persona ha sido renacida.

4. La obediencia

“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Juan 2.3).
Cristo les pone una prueba a sus discípulos cuando les dice: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo
que yo os mando” (Juan 15.14). También Santiago nos amonesta diciendo: “Pero sed hacedores de
la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1.22).

5. El amor

“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Juan
3.14). Por esta misma razón Dios dice que “el que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1
Juan 3.14). “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es
nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios” (1 Juan 4.7–8).

6. La fe
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5.1). La prueba verdadera de
la fe, como la del amor, se halla al creer toda la palabra de Dios y obedecerla. “Mas a todos los que
le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan
1.12).

La adopción en el cristianismo
Capítulo 31

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis
recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu
de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8.14–15).

Dios recibe en su familia sólo a las personas que han sido regeneradas. La regeneración y la adopción
son dos temas muy parecidos. Pero la regeneración enfoca la vida espiritual, mientras que la
adopción enfoca la relaciónespiritual.

La adopción es el acto amoroso de Dios de recibir en su familia espiritual a sus hijos en este mundo
que cumplen con ciertas condiciones para pertenecer a la misma. De la manera que Moisés fue
adoptado como hijo de la hija de Faraón (Éxodo 2.1–10) y Mefi-boset fue acogido por David (2
Samuel 9.1–10) así también Dios recibe en su familia, como hijos e hijas, a los que han llegado a ser
herederos de la gloria al ser hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús.

La adopción presupone:

1. Que no todos pertenecen a la familia de Dios

Cristo les dijo a algunos fariseos que se le oponían: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan
8.44). En la parábola de la buena semilla y la cizaña, Cristo explica que “la buena semilla son los hijos
del reino, y la cizaña son los hijos del malo” (Mateo 13.38). Elimas persistió en trastornar “los
caminos rectos del Señor” (Hechos 13.10). Por eso Pablo le dijo que era “hijo del diablo”.

Cuando el hombre pecó en el Huerto de Edén, él perdió su relación con la familia de Dios. La única
manera de restaurar esa relación es por medio de la regeneración y la adopción. Las teorías de la
hermandad universal del hombre y la paternidad de Dios han sido antibíblicas desde la caída del
hombre.

2.Que Dios está dispuesto a adoptar como suyos a los que no son miembros de su familia

Efesios 1.4–5 dice: “...según nos escogió en él antes de la fundación del mundo (...) habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad”. En esto se manifiesta el amor maravilloso de Dios en que él proveyó la adopción para los
hijos pródigos de la tierra miles de años antes que muchos de ellos hubieran nacido.

3.Que algunos desean ser adoptados

Dios nunca obliga a nadie a convertirse en su hijo. Nosotros tenemos la facultad de elegir. La
adopción obligatoria no tiene lugar en la relación de Dios con los hombres. Aun la predestinación,
por la cual algunos tropiezan, tiene su base en la presciencia de Dios (Romanos 8.29). Dios ha
provisto para la adopción de todas las almas, pero él abre el hogar divino solamente a los que
voluntariamente vienen a él. (Lea Isaías 55.1; Juan 1.12; 3.16; Apocalipsis 22.17.)

Condiciones bíblicas para la adopción

1.Fe

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios” (Juan 1.12). “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3.26).

2.Regeneración

Juan dice que los que creen en el nombre de Cristo son nacidos de Dios (1 Juan 5.1). La declaración
de Cristo que nadie podrá ir al cielo sin “nacer de nuevo” (Juan 3.3, 5, 7) confirma que la
regeneración es esencial para la adopción.

3.La gracia de Dios

La adopción, como la justificación, es algo que no tiene como fundamento el mérito humano. No
hay nada en nosotros que conmueve al Padre amado a recibirnos en su familia: ni inteligencia, ni
buenas obras, ni bondad innata, ni nada atractivo. Únicamente su gracia admirable, su benevolencia
infinita, sus misericordias tiernas y su bondad amorosa lo conmueven a desearnos como sus propios
hijos. Tal y como ningún hijo de otro puede llegar a ser de una familia sin ser adoptado por la cabeza
de la familia, así también ningún hijo del diablo puede entrar en la familia de Dios a menos que sea
por la gracia perdonadora de Dios. Nuestra parte es aceptar sus condiciones. Él hace lo demás.

Las bendiciones de la adopción

Las bendiciones de la adopción son muchas. Primeramente, nos da todos los privilegios de quienes
son hijos de Dios. El hijo pródigo pensó que sería como uno de los jornaleros de su padre, pero su
padre amorosamente lo restauró a su posición anterior como un hijo. Así es la gracia de Dios.
Perdona al pecador penitente y lo adopta en su amada familia. Esto quiere decir que somos hechos
hijos por la invitación y la acción de Dios. Así somos coherederos con Cristo porque ahora tenemos
en abundancia la herencia eternal de los santos en luz. He aquí algunas de las bendiciones de la
adopción: la presencia y dirección del Espíritu Santo; la comunión de Dios y de los santos; el
privilegio de brillar a la imagen de nuestro Padre celestial; la oportunidad de servir a Dios; el
consuelo de saber que hemos hecho firme nuestra vocación y elección, y finalmente, la bendita
esperanza de estar en la mera presencia de Cristo.

Evidencias de la adopción

1.Seguir en pos del Espíritu Santo

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8.14).
Según Romanos 8.1, ser guiados por el Espíritu Santo es lo opuesto de andar “conforme a la carne”.
“El Espíritu es el que da vida” (Juan 6.63). Los hijos de este mundo son dominados por la carne,
mientras que los hijos de Dios son dominados por el Espíritu Santo. “El Espíritu mismo da testimonio
a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8.16).

2.Obedecer
“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Juan 2.3). (Lea
también 1 Juan 5.1–3.) Los que voluntariamente desobedecen a Dios confiesan por sus hechos que
no conocen a Dios y, por tanto, no pueden ser sus hijos (1 Juan 2.4; Romanos 6.16–22).

3.Ser como niños

Hay una semejanza notable entre los hijos de Dios y los niños en nuestros hogares (Mateo 18.1–3).
Ellos confían en sus padres, son sencillos, humildes, puros y incapaces de guardar rencor. Contemple
el rostro de un pequeño, indefenso, confiado e inocente niño y entonces verá la imagen del
verdadero hijo de Dios. “Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4.6).

4.Amar a los hermanos

“Todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él” (1 Juan 5.1).
Una de las evidencias más claras de que somos hijos de Dios es cuando nuestros corazones se
conmueven con ternura y amor por la familia espiritual de Dios. Nosotros le mostramos a Dios
nuestro amor al amarnos los unos a los otros cuando seguimos unidos en la fe en Jesucristo.

5.Ser pacificadores

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5.9). (Lea
Romanos 12.17–21; Santiago 3.17–18.)

6.Imitar a Dios

“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Efesios 5.1). Tal y como los hijos se parecen a
sus padres, asimismo los hijos de Dios se parecen a él.

7.Amar a los enemigos

(Lea Mateo 5.43–48.) Cristo dijo que debemos amar a nuestros enemigos “para que seáis hijos de
vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.45).

La santificación
Capítulo 32

“Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor,
y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21).

Su significado

El significado principal de la palabra santificar en la Biblia es “apartarse o consagrarse a alguna


causa, propósito u obra especial”. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se emplean
con frecuencia varias formas de esa palabra. En casi todos los casos, el significado de la frase no
cambiaría si la palabra “santificar” fuera sustituida por las palabras “separar” o “apartar”. Dios
aparta (santifica) a su pueblo para un propósito santo. Así que el significado de santificar incluye
también la pureza, la santidad y la consagración a Dios. La santificación indica:

1. Consagrarse
“Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó” (Génesis 2.3); o sea, lo apartó como un día consagrado
a él. Los israelitas no se acercaron al Monte Sinaí porque Dios había puesto límites alrededor del
mismo y lo había santificado (Éxodo 19.23). Este monte estaba apartado para un propósito santo.
(Lea también Levítico 8.10–11; Juan 17.17; 1 Tesalonicenses 4.3; Hebreos 9.3.)

2.Limpiarse, purificarse

(Lea 1 Tesalonicenses 5.23; Hebreos 10.10, 14.) Para servir a Dios tenemos que ser puros, santos y
limpios por medio de la sangre de Cristo. “Seguid (...) la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”
(Hebreos 12.14).

Lo qué efectúa nuestra santificación

Debemos considerar no solamente lo que Dios hace para santificarnos, sino también lo que él pide
que nosotros hagamos para cooperar con él en esta obra. Dios y el hombre tienen cada uno su parte.
Reconocemos que la santificación es la obra de Dios, porque aunque el hombre tratare de
santificarse a sí mismo por mil años no sería santo. Pero Dios jamás santifica a nadie a la fuerza. Esto
quiere decir que Dios santifica a los que cumplen sus requisitos. Veamos de forma breve lo que
contribuye a nuestra santificación:

1. Dios, el Padre

“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo” (1 Tesalonicenses 5.23). “Santificados en Dios
Padre” (Judas l). Esta obra fue profetizada en Ezequiel 37.28.

2. Dios, el Hijo

“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la
puerta” (Hebreos 13.12). Somos “santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo”
(Hebreos 10.10). Además, Pablo escribió a los efesios que Cristo santifica a la iglesia “en el
lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25–27).

3. Dios, el Espíritu Santo

Pablo afirma a los tesalonicenses que la salvación es “mediante la santificación por el Espíritu y la fe
en la verdad” (2 Tesalonicenses 2.13). Pedro se refiere a la iglesia como los “elegidos según la
presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu” (1 Pedro 1.2). (Lea también Romanos 15.16;
1 Corintios 6.11.)

4.La palabra de Dios

“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17). Dios nos da su palabra, la aceptamos,
y así somos santificados mediante “el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.26). Además,
nosotros somos hechos “limpios por la palabra” (Juan 15.3). Es por medio de la Biblia que
conocemos nuestros pecados. Somos santificados cuando obedecemos a Dios después de recibir
ese conocimiento.

5. La fe

Cristo, el sacrificio por nuestros pecados, “nos ha sido hecho (...) santificación” (1 Corintios 1.30).
¿Cómo puede ser? Cuando acudimos a él y nos aferramos a sus promesas por fe, él llega a ser
nuestro santificador. Recibimos herencia entre los santificados por medio de la fe en Cristo (Hechos
26.18).

¿Cuándo somos santificados?

Veamos dos verdades bíblicas:

1. La santificación es una obra instantánea que sucede en el tiempo de la conversión

“Y estos erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesús” (1 Corintios 6.11). “En esa voluntad somos santificados
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (...) Porque con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.10, 14).

Hay personas que piensan que cuando alguien se convierte sólo recibe lajustificación. Estas
personas piensan que después de un tiempo indefinido de ser un “cristiano carnal” entonces se
recibe una manifestación del Espíritu Santo con la cual Dios santifica a la persona. Pablo nos asegura
que “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9), que sin la santidad (la
santificación), nadie verá al Señor (Hebreos 12.14) y que “los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5.24). Juan también dice así: “Todo aquel que es nacido
de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3.9). Estos versículos contradicen la teoría que enseña que
el nuevo convertido no es santificado.

Concluimos, pues, que cuando una persona se convierte al Señor es santificada. Dios la aparta del
pecado para sus propósitos santos. Pero el Espíritu Santo sigue vivificándole (Hechos 4.31), por lo
cual la misma vive con más gozo, mayores logros espirituales, más fortalecimiento, más celo y más
santidad. El hecho de que la santificación es instantánea y completa no contradice la realidad de
que hay un crecimiento espiritual en dicha persona.

La santificación es una obra progresiva que continúa durante la vida del cristiano

Después que hemos entrado en la gracia es entonces que vemos que estamos creciendo “en la
gracia y el conocimiento de nuestro Señor” (2 Pedro 3.18). Como hijos de Dios crecemos
espiritualmente (1 Tesalonicenses 3.12), abundamos “más y más” (1 Tesalonicenses 4.1, 10), vamos
“adelante a la perfección” (Hebreos 6.1) y nos perfeccionamos en “la santidad en el temor de Dios”
(2 Corintios 7.1). El hijo natural no sería normal si no continuara desarrollándose desde su niñez.
Asimismo, el hijo de Dios no es normal si no continúa creciendo espiritualmente.

Por ejemplo, piense en un niño que tiene dos años. Usted quedará impresionado con su listeza, sus
charlas inocentes y su inteligencia prometedora. “¡Qué hijo más inteligente y prometedor!”, usted
dirá. Pero luego el niño adquiere una enfermedad que impide su desarrollo. Diez años después usted
ve al mismo niño otra vez. “¡Qué muchacho más atrasado!”, sería su expresión aunque éste pueda
hacer mucho más que la primera vez que usted lo vio.

Asimismo pasa con el niño en Cristo que se ha convertido en un recién nacido en el reino. “¡Bueno
en gran manera!” dice el Creador. Pero, ¿qué pasa si ese mismo hijo de Dios, por no aprovecharse
de la abundante gracia de Dios, no se desarrolla espiritualmente? Lo que sucede es que uno puede
ver a esa persona unos años después de su conversión sin notar ninguna evidencia del crecimiento
en la obra del Señor. “¡Atrasado espiritualmente!”, diría usted. El que no crece, física o
espiritualmente, no es normal.

Usted comienza en su vida cristiana, se arrepienta de todo el pecado que Dios le muestra en su vida
y en su corazón y Dios está contento de su condición. Así es como usted llega a tener una conciencia
limpia delante de Dios y los hombres. Su comunión con Dios y con los santos lo mantiene bien
nutrido y, ¿qué sucede entonces? Usted crece espiritualmente.

Al crecer usted espiritualmente su entendimiento se desarrolla de tal manera que ahora usted no
puede seguir haciendo algunas cosas que antes hizo. Usted se arrepiente de las mismas y deja de
hacerlas. Esto continúa por muchos años. Por fin, al usted compararse con lo que fue en los años
anteriores ahora le asombra que no notó esas cosas en aquel tiempo. Esto quiere decir que usted
ha crecido espiritualmente. Durante todos estos años la luz ha brillado más y más, y por la gracia de
Dios, si continúa creciendo, brillará aun más. “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora,
que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4.18). A esto es a lo que llamamos la
santificación progresiva.

La santificación perfecta y completa será la herencia gozosa de cada santo en la venida de nuestro
Señor; pues entonces ningún manto mortal oscurecerá la vida y la luz de Dios dentro del alma. De
manera que nuestro estado allí será perfecto.

Resultados de la santificación

1. La unión con Cristo

“Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (Hebreos 2.11). Cuando Dios
nos aparta para servirle a él, significa dos cosas: (1) Estamos separados del pecado (Romanos 6.1–
2; 12.1–2; 2 Corintios 6.14–18) y (2) estamos unidos con Cristo mismo (Juan 17.21–23).

2. La perfección cristiana

“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). (Lea
también Mateo 5.48.) ¿Cómo es posible que un humano imperfecto alcance la perfección cristiana?
Sólo mediante la purificación por medio de la sangre de Cristo y el poder de Dios para guardarnos
sin mancha. La perfección por medio de la sangre es la perfección llevada a cabo por el único
sacrificio en la cruz.

3.La separación del mundo

“Jehová ha escogido al piadoso para sí” (Salmos 4.3). (Lea también Romanos 12.1–2; 2 Corintios
6.14–7.l.) La conclusión es: “Apartaos, dice el Señor (...) y yo os recibiré” (2 Corintios 6.17). La
santificación nos aparta del mundo para que podamos estar unidos con nuestro Padre santísimo.

4.La herencia eterna

Es evidente que todos los santificados en Cristo son coherederos con Cristo: (1) Dios les ha
prometido a todos los fieles una “herencia con todos los santificados” (Hechos 20.32). (2) La
santidad (santificación) se menciona entre los requisitos para ver “al Señor”. (3) “Todas las cosas”
de Apocalipsis 21.7 son prometidas a los vencedores, y los únicos vencedores son los que son
santificados.
5.La preparación para el servicio

“Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor,
y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21). El poder del Espíritu Santo está disponible sólo
a los que son santificados. Y el poder del Espíritu Santo es necesario para el servicio eficaz. La
consagración (una parte de la santificación) significa rendirse del todo a Dios, lo cual significa que
todos los poderes humanos están en el altar para que Dios los use como a él le parezca bueno. Por
esto algunas personas que poseen talentos muy comunes cumplen más para el Señor que muchos
que son bendecidos con más talentos, pero no son consagrados al Señor.

6.Un crecimiento constante en la gracia

(Lea Efesios 4.11–16; 1 Tesalonicenses 4.1–10; 2 Pedro 3.17–18.) No hay condición más favorable
para un crecimiento espiritual rápido y constante que una vida consagrada y santa. Una vida así
tiene el poder del Espíritu Santo para cumplir con la obra de Dios. Esto llena al alma con las riquezas
de la gracia de Dios, impulsa la actividad espiritual que es tan esencial para el desarrollo espiritual,
y es una tierra fértil y favorable que abunda en el fruto del Espíritu Santo. De la misma manera que
la vegetación crece tan rápido al disfrutar en abundancia del calor del sol, así también el hijo de Dios
crece al gozar la claridad del cielo en su vida santificada.

“El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea
guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.23).

La doctrina de la iglesia

La doctrina en cuanto a la iglesia

La doctrina de la iglesia, igual que todas las demás doctrinas de la Biblia, se manifiesta en las
escrituras con la claridad y plenitud que merece.

Este estudio de la iglesia se va a dividir en dos partes:

1. La iglesia como un cuerpo de personas apartadas del mundo; su misión, su organización, su


trabajo, sus deberes y cómo se relacionan sus miembros.

2. Las ordenanzas de la iglesia por las cuales los principios del evangelio se manifiestan a los
miembros.

Se ha dicho que la iglesia es un organismo y también una organización. Como un organismo, la iglesia
consiste en un cuerpo de creyentes con Jesucristo como la cabeza y los miembros del cuerpo
funcionando según los dirija la cabeza. Al contemplar la relación entre el cerebro y el resto del
cuerpo, tenemos un concepto claro de la relación entre Cristo y los miembros de su cuerpo, la
iglesia. Como una organización, la iglesia es un grupo de creyentes organizados para trabajar según
el bienestar de cada miembro y para prestar un servicio eficaz a los demás. Cada cual tiene su oficio
para fortalecer a los miembros contra las maldades de este mundo y para unir las fuerzas en la obra
de salvar a los perdidos.
Las ordenanzas fueron concebidas por la sabiduría divina e instituidas por el Señor para el bienestar
espiritual de los cristianos. Alabamos al Señor por el privilegio que él nos ha dado de guardar sus
ordenanzas por medio de la iglesia.

Capítulo 33

La iglesia cristiana

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo
16.18).

La palabra iglesia (del griego ekklesia) se deriva de dos palabras griegas que juntas quieren decir
“llamar fuera de”. La iglesia cristiana es un cuerpo de creyentes quienes han sido llamados fuera del
mundo y están bajo el dominio y la autoridad de Jesucristo.

Conocer esto es muy importante. Dios no toma por hijo a aquél que no ha renunciado al mundo y
al pecado. Además, tampoco es hijo aquél que no obedece a Jesucristo, quien es cabeza de la iglesia.

La iglesia es el cuerpo de Cristo en la tierra. Él la organizó, la comisionó y en el día de Pentecostés la


vivificó capacitándola para la obra a la cual había sido llamada. Desde entonces la iglesia de Cristo,
bajo la dirección del Espíritu Santo, ha estado predicando el evangelio para que todo el mundo
conozca el camino de la salvación. Esta obra continuará hasta que Cristo vuelva para llevarse a los
suyos.

Cómo se describe la iglesia

Hay tres términos muy simbólicos que la Biblia emplea para describir a la iglesia:

1. El cuerpo de Cristo

Cristo es la cabeza de su cuerpo, la iglesia (Colosenses 1.18), y nosotros somos los miembros de su
cuerpo (Efesios 4.11–16; 1 Corintios 12). Cristo utiliza a los miembros de su cuerpo para cumplir su
obra en el mundo. Los miembros del cuerpo de Cristo son sus manos y sus pies en la tierra.

2. Un templo o edificio

Para ver cómo Dios edifica su templo, lea Efesios 2.20–22. Como un templo, la iglesia es santa y
hermosa, pues brilla con la santidad y la hermosura de Cristo.

3. La esposa de Cristo

Las escrituras representan a la iglesia como la esposa pura y amorosa de Cristo, la cual espera su
venida. El Espíritu Santo en este tiempo está llamando a la esposa del Cordero de Dios. Mateo 25.1–
11 es una descripción de la iglesia que está en espera de su Señor. Cuando todas las cosas se hayan
cumplido, el Señor vendrá por su esposa. Se efectuará una unión inseparable entre Cristo y la iglesia
(como entre una esposa y su marido) “y así estaremos siempre con el Señor”. (Lea también Efesios
5.22–33; Apocalipsis 21.9.)

El orden en la iglesia

1. Dios el Autor
Es evidente que Dios es el Autor del orden en la iglesia. Él provee los ancianos de la iglesia (Efesios
4.11–16; Hechos 20.28) y dirige su administración (Mateo 18.15–18). Con frecuencia Dios se refiere
a Cristo como la cabeza, la puerta y el fundamento de la iglesia. “Dios no es Dios de desorden” (1
Corintios 14.33).

2. El propósito del orden

Pablo, hablando de Cristo, dijo: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y
del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo” (Efesios 4.11–13). (Lea el capítulo completo.)

Notemos los cuatro propósitos del orden en la iglesia que se mencionan en este pasaje:

1. “Perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”

2. “La edificación del cuerpo”

3. “La unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”

4. Llegar a “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”

Falsos conceptos de la iglesia

1. La iglesia no es un club

El compañerismo cristiano, y no la amistad social, es el objetivo de los cristianos al congregarse. La


comunidad donde hay una iglesia cristiana siempre se beneficia de la misma, aunque el propósito
de la iglesia no es mejorar la comunidad. La iglesia no procura la renovación social, sino la
regeneración del alma; no la fama, sino la salvación.

2. La iglesia no es una organización política

La política queda fuera del campo de la iglesia. La iglesia no es colega del estado. Tampoco es
maestra del estado, aunque algunos creen que debe ser, como la iglesia consentía ser en los días de
Constantino. Es un reino espiritual dedicado a propósitos espirituales. Cosecha almas por medio de
la oración y suplica a la gente que se ponga en contacto con Dios. El evangelio, no la urna electoral,
es el arma con la cual los cristianos procuran limpiar este mundo pecaminoso.

3. La iglesia no es un movimiento de reforma

La iglesia se propone traer almas ciegas a los pies de Cristo para que él las cambie de adentro hacia
fuera. Toda comunidad obtiene provecho tanto moral, intelectual y espiritual cuando tiene en ella
una iglesia espiritual y bíblica.

Los requisitos del evangelio para ingresar en la iglesia

Cristo, por medio de su propia sangre, pagó por redimir para sí “una iglesia gloriosa, que no tuviese
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5.27).
En la actualidad, muchos piensan que cualquier persona puede ser miembro de la iglesia de Cristo.
Esto es cierto, con tal que las siguientes cosas sean evidentes en su vida:

La fe (Hechos 8.36–37; Marcos 16.16.)

El arrepentimiento (Hechos 2.38.)

La conversión (Hechos 3.19.)

La obediencia (Juan 14.15, 23.)

La administración de la iglesia

1. La iglesia es una teocracia

Es decir, Dios es el Gobernador supremo de la iglesia. Este hecho es esencial y de sumo interés al
cuerpo de Cristo. La iglesia de Cristo no es una jerarquía u organización humana. A Cristo, Dios Padre
“lo dio por cabeza de todas las cosas a la iglesia” (Efesios 1.22). Él es nuestra cabeza perfecta
(Colosenses 1.18), y el Espíritu Santo es nuestro guía (Juan 14.26; 15.26; 16.13). Como todos los
miembros del cuerpo natural están sujetos a la cabeza, así también todos los miembros del cuerpo
de Cristo se sujetan a él porque Dios lo ha puesto de cabeza a la iglesia.

2. Dios gobierna a la iglesia por medio de su palabra

Cristo, nuestra cabeza, instituyó el Nuevo Testamento como nuestra norma de vida, y por ello somos
gobernados. En el Nuevo Testamento encontramos mandamientos para la conducta de cada
miembro de la iglesia, cómo evangelizar al mundo y cómo hacerle frente a los problemas de la vida.
En cada prueba de la vida y en cualquier pregunta o dificultad que se presente debemos dirigimos
a la Biblia para saber qué dice la autoridad final en todos estos asuntos. La Biblia es nuestra norma
de vida, y la iglesia tiene la responsabilidad de velar porque cada miembro la practique.

3. Dios gobierna a la iglesia por medio de hombres fieles

“[Jesús] mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros pastores
y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo” (Efesios 4.11–12). Jesús llama a sus siervos humildes a varios oficios en la iglesia
para que alimenten, guíen, protejan y disciplinen a los miembros.

La misión de la iglesia

1. Glorificar a Dios

Glorificar a Dios es la responsabilidad principal de cada cristiano. Es importante que cada cristiano
recuerde la amonestación de las escrituras: “Hacedlo todo para la gloria de Dios”. Dios recibe la
gloria cuando por nuestras labores y nuestro ejemplo la gente se entrega al Dios vivo.

2. Servir como la luz del mundo

Cristo dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5.14). El mundo no solamente
necesita el mensaje del evangelio, sino también necesita ejemplos vivos de los resultados de este
evangelio en la vida actual. Los cristianos son la “Biblia” de este mundo; así que, es necesario que
alumbre nuestra luz. Cristo encomienda a su iglesia a ir “y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden
todas las cosas que os he mandado”. También nos amonesta, diciendo: “Predicad el evangelio a
toda criatura”; “que se predicase (...) el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las
naciones” y que “me seréis testigos (...) hasta lo último de la tierra”. (Lea Mateo 28.18–20; Marcos
16.15; Lucas 24.46–47; Hechos 1.8.)

3. Promover el crecimiento y la preservación espiritual de todos los santos

La iglesia cumple solamente una parte de su misión cuando lleva el evangelio al mundo. Los nuevos
convertidos deben ser instruidos, edificados en la fe y en el servicio a su Maestro. Al hombre, un ser
social, le es necesario la comunión, el servicio y la disciplina cristiana para crecer espiritualmente.
Después de convertirse, el alma anhela y goza de la comunión con Dios y los santos. Esta comunión
es un deleite que anima al creyente, fortalece al cuerpo de Cristo y ayuda al pueblo de Dios a unir
sus fuerzas para llevar el evangelio completo por todo el mundo (Hechos 2.46–47; Efesios 4.11–16).

El apoyo de la iglesia

Para que la iglesia funcione como Dios la diseñó los miembros tienen que apoyarla. Los que aceptan
a Cristo como Salvador y Señor darán su apoyo al cuerpo conforme a su entendimiento y a las
oportunidades que se les presenten. A continuación ofrecemos algunas maneras en que debemos
apoyar a la iglesia:

1. Ser leal a Cristo y a los hermanos

“Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,
los cuales son de Dios. (...) No os hagáis esclavos de los hombres” (1 Corintios 6.20; 7.23). “En esto
hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner
nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3.16). En pocas palabras, aquí vemos nuestra
responsabilidad suprema para con Dios y la iglesia. Nuestras vidas deben estar constantemente en
el altar. Debemos rendir de todo corazón un servicio leal, voluntario y sumiso al señorío de Cristo
quien es cabeza de la iglesia. En tal caso, Dios puede utilizar todas nuestras fuerzas para la gloria de
su nombre y el avance de su causa.

2. Asistir a los cultos públicos

“No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos” (Hebreos
10.25). Una de las mejores maneras de apoyar a la iglesia es asistir fielmente a los cultos públicos.
Cuanto más leales seamos a Dios y a los hermanos, mucho más interés tendremos en el bienestar
de cada hermano y en asistir fielmente a los cultos en la casa del Señor. Al asistir a los cultos con
regularidad no sólo nos beneficiamos de los mismos, sino que también se nos da la oportunidad de
animar a otros.

3. Orar

Los apóstoles oraron en aquel aposento alto en Jerusalén antes del derramamiento del Espíritu
Santo en el día de Pentecostés (Hechos 1.13–2.4). Los discípulos en el hogar de María oraron por
Pedro (Hechos 12.5, 12). La iglesia en Antioquía oró antes de enviar a Pablo y a Bernabé como
misioneros a los gentiles (Hechos 13.1–4). Nosotros también debemos orar por la obra que Dios está
haciendo por medio de su pueblo, la iglesia de Cristo.
4. Dar

Dar no se refiere sólo a ofrendar dinero. Cuando una persona tiene el espíritu de ofrendar, toca todo
el ser: el corazón, la mente, las manos, los sentimientos, la billetera... en fin, todo.

¿Cuánto apoyo espiritual y material debemos dar a la iglesia? Eso no será problema si obedecemos
las instrucciones bíblicas que gobiernan los motivos y los métodos. He aquí la norma del Nuevo
Testamento en cuanto a dar: “de gracia” (Mateo 10.8), “a los pobres” (Mateo 19.21), “no con
tristeza” (2 Corintios 9.7), “como propuso en su corazón” (2 Corintios 9.7), alegremente (2 Corintios
9.7), “para la gloria de Dios” (1 Corintios 10.31) y “según haya prosperado” (1 Corintios 16.2). Si
seguimos esta norma entonces daremos como debemos.

5. Proclamar la doctrina de Cristo

Nuestro Salvador les instruyó a sus discípulos que debían enseñar “a todas las naciones (...) que
guarden todas las cosas” que él les había mandado. Dios quiere que obedezcamos a Cristo y que
proclamemos a otros las enseñanzas que él nos dio. Así cooperamos con Dios al extender los límites
del reino. De esta manera somos fortalecidos en la fe como iglesia.

6. Servir

El clamor por obreros se ha escuchado desde que comenzó la iglesia. El mensaje de Cristo a sus
discípulos fue: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16.15). Se
necesita obreros en el hogar, en la escuela cristiana, en los negocios, en la comunidad, en los
distritos rurales, en las ciudades atestadas, en nuestros propios hogares y en los países extranjeros...
¡en todas partes! Se necesita a personas que lleven el escudo de la fe, que den a conocer las buenas
nuevas de la salvación, que lleven la bandera del rey Jesús, que resplandezcan “como luminares en
el mundo”. Dios, por medio de Pablo, nos dice: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y
constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es
en vano” (1 Corintios 15.58).

Los pastores de la iglesia

Capítulo 34

“Mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (Hechos 20.28).

La Biblia enseña que Dios ha dado a la iglesia la responsabilidad de escoger de entre sus miembros
a hermanos fieles para dirigir la obra. A esos hermanos se les da un cargo de servir en ministerios
específicos; cada uno es ordenado para cierto puesto. El hermano que es ordenado recibe un
ministerio que tiene que cumplir.

Los líderes de la iglesia cristiana son los siervos de la iglesia, no los señores de la misma. Es decir, no
reciben su cargo para su provecho personal, sino para el provecho de la iglesia. A ellos les toca
cumplir su ministerio con mansedumbre (2 Timoteo 2.24–26). Siguen el ejemplo de su Señor y
Maestro, quien “no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10.45). Pero al mismo tiempo,
llevan la responsabilidad de dirigir en la obra de la iglesia y la autoridad para cumplir su obra.
La Biblia habla de dos aspectos de la obra de los pastores de la iglesia:

1. Su servicio. Se refiere a los pastores como siervos (Santiago 1.1), obreros (1 Timoteo 5.18) y
colaboradores (2 Corintios 1.24). Los ministros tienen que abnegarse para servir a la iglesia.

2. Su autoridad. Dios les concede a los pastores la autoridad que les hace falta para cumplir su obra.
Ellos tienen la responsabilidad de gobernar la iglesia (1 Timoteo 5.17). Pablo escribió a Tito, un líder
en la iglesia en Creta: “Habla, y exhorta y reprende con toda autoridad” (Tito 2.15). Los que
gobiernan bien ejercen su autoridad humildemente en el temor de Dios y siempre están dispuestos
a recibir los consejos de sus hermanos fieles. Ellos tienen mucho cuidado de hacer uso de su
autoridad sólo para promover la voluntad de Dios y no la suya propia.

El trabajo principal de los pastores

¿Para qué la iglesia ordena pastores? Para que traigan a los hombres a Cristo y cuiden de la grey.
Esta obra es la continuación de la obra que Cristo empezó mientras estaba en la tierra físicamente.

1. Traer a los hombres a Cristo

Los pastores están encargados de la responsabilidad de predicar el evangelio a los incrédulos.


“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel
en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber
quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10.13–15). Dios quiere
que la iglesia envíe a hermanos fieles a la obra de predicar el evangelio a los inconversos, sea a la
comunidad misma o a sitios lejanos. Aunque a algunas personas les parezca necedad la predicación
de la palabra, es una de las maneras más eficaces de evangelizar. La Biblia dice que le “agradó a Dios
salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1.21).

2. Cuidar de la grey

La Biblia manda a los pastores: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de
ella” (1 Pedro 5.2). La salud de la grey depende de la fidelidad con que sus pastores cumplen con su
ministerio. Según la Biblia su ministerio incluye: presentarse como ejemplo bueno (Tito 2.7–8),
predicar la palabra, redargüir, reprender, exhortar con paciencia y doctrina (2 Timoteo 4.2), corregir
con mansedumbre a los que caen en lazo del diablo (2 Timoteo 2.24) y quitar a los perversos de
entre la iglesia (1 Corintios 5.11–13).

Requisitos para los pastores

Dios llama, capacita, provee sostén y premia a los pastores. A la vez, él da a la iglesia la facultad de
elegir, ordenar y enviar a los pastores. La Biblia declara cómo debe ser el carácter de los hombres
que están capacitados para esta obra importante a fin de que la iglesia no se equivoque al elegirlos.
A continuación presentamos una lista de las cualidades de un cristiano que es digno de ser pastor.

Lleno del Espíritu Santo (Lucas 4.1; 24.49; Hechos 1.8; 6.3)

La obra del pastor es una obra espiritual. La misma tiene que ver directamente con los espíritus de
los hombres. Esta obra puede realizarse solamente por la dirección y el poder del Espíritu Santo. Si
fuera posible que alguien cumpliera con todos los demás requisitos de la Biblia sin ser lleno del
Espíritu Santo, quedaría totalmente incapacitado como pastor. Sólo el pastor que esté lleno del
Espíritu Santo puede tener éxito en su obra.

2. Una vida irreprensible (1 Timoteo 3.2; Tito 1.5–6)

Dios requiere que sus siervos sean de carácter intachable. Para que el pastor tenga éxito en el
servicio del Señor es necesario que posea un carácter irreprensible, que esté dispuesto a reconocer
los errores que tenga y corregirlos. Pueda ser que otros critiquen su vida; pero él tiene que estar
libre de manchas mundanas, y sin reproche.

3. Un buen testimonio (1 Timoteo 3.7)

Los incrédulos de la comunidad conocen el carácter de los hermanos. Es necesario que el pastor
tenga buen testimonio entre ellos “para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo (1 Timoteo
3.7). “De más estima es el buen nombre [testimonio] que las muchas riquezas” (Proverbios 22.1). El
pastor nunca podrá ganar para Cristo a aquellos que no le tienen confianza; y la confianza nace del
buen testimonio. Sin un buen testimonio de los de afuera el pastor es ineficaz en su obra y está por
desanimarse.

4. Humildad (Hechos 20.19; 1 Pedro 5.5)

Todo pastor que es humilde siempre tiene éxito. Posiblemente los dos “pastores” más
sobresalientes antes de la época cristiana eran Moisés y Juan el Bautista. El primero fue más manso
“que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12.3). El segundo vivió y se vistió con
humildad durante toda su vida. Jesús dijo lo siguiente de Juan el Bautista: “Entre los que nacen de
mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista”. El fundamento de la verdadera grandeza
es la verdadera humildad. No hay nada más repugnante en un pastor que un espíritu orgulloso,
vanaglorioso, altivo y arrogante. Dios exalta a los humildes y humilla a los orgullosos.

5. Sin egoísmo (Romanos 15.1–3)

Hay una relación estrecha entre la humildad y el hecho de no ser egoísta. El orgullo y el egoísmo son
gemelos que destruyen el ministerio de cualquier pastor. Pero la humildad, unida con la
generosidad, trae éxito a cualquier oficio en la iglesia. ¡El pastor cristiano debe aprender de su
Maestro cómo servir a otros sin egoísmo!

6. Paciente (2 Corintios 6.4; Santiago 1.4)

La Biblia dice: “Tenga la paciencia su obra completa” (Santiago 1.4). Un hombre impaciente no está
capacitado para soportar las pruebas que el pastor tiene que soportar. Al pastor le hace mucha falta
la paciencia. En la iglesia se presenta todo tipo de problemas. Y si el pastor se impacienta, los
problemas empeoran. La paciencia y la calma ayudan mucho a resolver dificultades y problemas.
“Tenga la paciencia su obra completa...” en el pastor.

7. La firmeza (1 Corintios 15.58; Efesios 4.14–16; Santiago 1.8)

La firmeza en la fe es una cualidad que se requiere en la obra del pastor. La escritura condena el
doble ánimo. Tal hombre “es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1.8). Precisa que el pastor
tenga mucho cuidado en llegar a cierta conclusión sobre algún punto, especialmente en puntos poco
definidos en la Biblia. Pero cuando encuentra la verdad bíblica, debe mantenerse firme en ella sin
moverse. El pastor inestable, llevado de acá para allá, no es digno de confianza ni de dirigir los
asuntos serios de la iglesia.

8. No iracundo (Tito 1.7)

La Biblia dice que el pastor no debe ser iracundo. No se gana nada con el enojo, más bien se pierde
a causa de esta falta. El mal carácter repele y destruye. Un hermano que no puede controlar su
enojo, seguramente no puede cuidar y enseñar a otros.

9. No soberbio (Tito 1.7)

El hermano soberbio rehúsa sujetarse a otros (1 Pedro 5.5), pues tiene mucha confianza en sus
propias opiniones. Él no quiere reconocer sus errores o confesar sus ofensas (Santiago 5.16). Si tal
hermano fuera pastor entonces produciría muchas discordias y divisiones en la iglesia. Al elegir a un
candidato para ser pastor guárdese del hermano soberbio.

10. Sobrio (1 Timoteo 3.2, 8)

No se requiere que el pastor sea de un carácter triste, austero y demasiado serio. Pero sí debe ser
sosegado, meditativo, sobrio y prudente. Cuando le toca tomar una decisión él debe considerarla
razonablemente. La frivolidad, la ligereza y la falta de dominio propio son rasgos que destruyen la
obra del pastor.

11. Vigilante (Hechos 20.28–31)

Los pastores son los atalayas en los muros de Sión. Es su responsabilidad velar cuidadosamente y
advertir del peligro que se acerca. Ellos tienen que estar despiertos y bien alertas a las necesidades
de su propia vida y de la iglesia. El pastor soñoliento, negligente e indiferente permite que el
enemigo entre en el rebaño y disperse la grey. “Por tanto, velad” (Hechos 20.31).

12. Estudioso (1 Timoteo 4.13)

Pablo amonestó al joven pastor Timoteo, diciéndole: “Ocúpate en la lectura”. La Biblia debe ser la
biblioteca principal del pastor, y todo lo demás que él lea debe estar de acuerdo con la misma. En
esta época el mundo puede influir en nosotros sutilmente por medio de su literatura. El pastor debe
aplicarse al estudio de la Biblia y de otros libros sanos.

13. Sano en la fe (Tito 2.1–2)

La sanidad de la fe de un miembro se debe comprobar antes de considerarlo como un candidato


para ser pastor. Los pastores que creen en doctrinas falsas pierden su utilidad y llevan consigo a
otros al naufragio. Un carpintero no construye una casa con madera podrida. De la misma manera,
la iglesia no debe poner a hombres débiles como pastores porque de ellos depende mucho la obra
de la iglesia. ¿Cómo puede un pastor hablar “lo que está de acuerdo con la sana doctrina” cuando
él mismo no es sano en la fe? ¿Cómo puede “convencer a los que contradicen” cuando él mismo no
aprueba la sana doctrina? Es muy importante que el pastor sea sano en la fe en estos últimos
tiempos en que los hombres no toleran la sana doctrina. Si queremos guardarnos de la apostasía
que nos amenaza, tenemos que elegir como pastores solamente a los hermanos que sean sanos en
la fe.
14. “No un neófito” (1 Timoteo 3.6)

Un hombre recién convertido a la fe no ha tenido ni el tiempo ni la oportunidad para probar si en


verdad es sano en la fe. Por tanto, lo que la Biblia dice acerca de los requisitos para los pastores
impediría ordenar a un recién convertido. La Biblia no prohíbe que se ordene a un hermano joven.
Sin embargo, requiere que un candidato para ser pastor haya sido cristiano suficiente tiempo para
probarse apto para este llamamiento sagrado. Sería mejor que la iglesia espere más en vez de
ordenar apresuradamente a un hombre inteligente, pero todavía nuevo en la fe. Tales pasos
apresurados muchas veces conducen al remordimiento y traen mucho daño irreparable.

15. Libre de relaciones matrimoniales que no le convienen (1 Timoteo 3.2, 11–12)

En esta época cuando muchos aceptan el divorcio y las segundas nupcias, es importante que el
pastor se mantenga firme en cuanto a lo que la Biblia enseña acerca del matrimonio. Si el pastor no
puede pararse delante de los hermanos como un ejemplo en estos puntos entonces su influencia
para el bien de la iglesia será destruida. La esposa del pastor tiene mucho que ver con el éxito o el
fracaso de la congregación. Una esposa no es “ayuda idónea para él” en la obra del pastor si es
chismosa, entremetida o si no cumple fielmente su papel en el hogar. Tal esposa es un obstáculo a
la obra de la iglesia.

16. Que tenga el don de enseñar (1 Timoteo 3.2; 4.11; 2 Timoteo 2.2, 24)

Solamente el conocimiento no hace al maestro. La capacidad de enseñar es un don. Es una aptitud


que no se adquiere sólo por acumular mucho conocimiento. Jesucristo, la cabeza de la iglesia,
“constituyó a unos (...) maestros”. El don de enseñar viene de arriba. La mayor parte de la obra del
pastor se relaciona con la enseñanza. Jesús mandó que enseñáramos “todas las cosas” que él ha
mandado. La Biblia requiere que el pastor sea “apto para enseñar” e idóneo “para enseñar también
a otros”. La iglesia tiene la obligación de elegir a pastores que sean fieles e idóneos que tengan el
don de enseñar y guiar a otros en la verdad.

17. Que sabe gobernar (1 Timoteo 3.4–5)

Puesto que los pastores tienen la responsabilidad de mantener el orden de Dios en la iglesia y
también de dirigir en ella, entonces es preciso que tengan la habilidad de guiar y gobernar antes de
que sean ordenados. La Biblia enseña que un obispo tiene que administrar bien su casa, y declara
que “el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3.5).
Cuando hay orden en el hogar indica que el padre gobierna bien y que haría lo mismo si tuviera la
responsabilidad en la iglesia.

18. Separado de enredos mundanos (1 Timoteo 3.3; 2 Timoteo 2.4)

La Biblia menciona varias cosas que impiden la obra del pastor. Entre ellas está desear el poder
mundano, codiciar ganancias deshonestas y estar demasiado enredado en los negocios de la vida.
Sabemos que ocuparse en las cosas materiales no es malo. Pablo mismo se ganaba la vida
trabajando, y él mandaba a otros a hacer lo mismo. La labor honrada, sea del cerebro o de las manos,
es recomendable y saludable para el pastor. Pero él tiene que mantenerse libre de enredados
mundanos en los negocios y las actividades sociales. Él tiene que estimar más la gracia de Dios que
las riquezas del mundo. Además, el pastor debe desear más ganar almas que ganar dinero y la
alabanza del mundo. Él espera la corona de vida que recibirá después de terminar la buena batalla.
Esto significa que él no estima el honor y la aprobación del mundo. El pastor debe ser un ejemplo
de cómo los cristianos se mantienen separados del mundo.

19. Consagrado a su llamamiento (1 Corintios 9.16–18; 2 Corintios 12.15)

Pablo estaba dispuesto a gastar lo suyo y hasta entregarse a sí mismo a causa del cargo que él tenía.
Pablo hacía todo esto con amor y con fe aunque no hubiera recibido la aprobación de parte de
aquellos a quienes él servía. Él estaba tan deseoso de cumplir su llamamiento que no dejó que el
rechazo y desprecio de la gente lo desanimara. Pablo se sacrificaba mucho para que el evangelio de
Cristo fuera predicado gratuitamente y para que en ninguna forma él abusara de su autoridad en el
evangelio. El celo verdadero por la obra hace que el sacrificio sea un placer en vez de una carga.

20. Un ejemplo vivo (1 Timoteo 4.12; Tito 2.7–8)

Timoteo podía reprender con toda autoridad y no permitirle a nadie tener en poco su juventud, con
tal que él fuera “ejemplo de los creyentes”. Tito, otro pastor joven, fue exhortado a ser “ejemplo de
buenas obras” (Tito 2.7). El pastor que lleva una vida ejemplar predica un sermón eficaz sin la
necesidad de muchas palabras. Un orador elocuente puede convencer a una congregación por
medio de sus palabras. Sin embargo, si su vida no corresponde con su prédica él está predicando un
sermón sin sentido, y durante el resto del día él anulará lo que predicó. Como dice el refrán: “No es
lo mismo predicar que dar trigo”. En fin, el ejemplo personal del pastor es lo más importante.

En este capítulo no se ha hecho ningún esfuerzo por aplicar estos requisitos específicamente a cierto
oficio en la iglesia. Algunos de estos requisitos se aplican más a un oficio que otro. La naturaleza del
oficio determina qué clase de requisitos necesita más énfasis.

¡Dependamos de la sabiduría de Dios al elegir hermanos para la obra de ser pastores!

El ministerio plural

Según el Nuevo Testamento, varias congregaciones en la iglesia primitiva tuvieron más que un
pastor. La escritura que ofrecemos a continuación indica que había más que un solo obispo o un
solo diácono en una iglesia: Filipenses 1.1 dice que Pablo dirigió esta carta a “todos los santos en
Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos” (Filipenses 1.1). Y Hechos 11.23 dice
que Pablo y Bernabé “constituyeron ancianos en cada iglesia”. “[Pablo], desde Mileto a Efeso, hizo
llamar a los ancianos de la iglesia” (Hechos 20.17). Pablo mandó a Tito a suplir la falta de pastores
en Creta al establecer“ancianos en cada ciudad” (Tito 2.5).

El ministerio plural tiene muchas ventajas. El oficio tendría menos carga si varios lo llevan. Cuando
hay más que un pastor, aun los pastores tienen un pastor que vela por sus almas. Y la contribución
de varios hermanos con sus diversos talentos, perspectivas y personalidades ofrece un equilibrio al
liderazgo de la congregación. Así no es tan probable que la obra de la iglesia llegue a ser el proyecto
de cierto individuo.

¿Cuántos pastores debe tener una congregación? Por lo menos lo suficiente para que puedan
predicar la palabra y velar bien por las almas a su cargo. Y siempre que sea posible se debe ordenar
a más para que en caso de una necesidad inmediata en cuanto al crecimiento de la iglesia facilite
esta obra evangelizadora.
¿Cuáles oficios deben ocupar los pastores? Primera de Timoteo 3 presenta una lista de requisitos
para los obispos y también otra lista de requisitos para losdiáconos. También aparece una lista de
requisitos para los obispos en Tito 1. Efesios 4.11 menciona apóstoles, profetas, evangelistas,
pastores y maestros.

Los apóstoles fueron hombres escogidos y enviados por Cristo a predicar y establecer iglesias en su
nombre. Ellos habían conocido personalmente a Cristo y le habían visto después de su resurrección
(Hechos 1.20–22; 1 Corintios 15.7–9). Jesús les concedió a ellos la autoridad de establecer la
doctrina de la iglesia, y así forman el fundamento de la misma (Efesios 2.20). Edificamos sobre este
fundamento cuando aceptamos sus epístolas en el Nuevo Testamento como la palabra de Dios. En
la actualidad no existe el oficio de apóstol en la iglesia.

Según la Biblia el oficio de más responsabilidad en la congregación es el de los obispos. La


palabra obispo quiere decir “supervisor y superintendente”. Es muy probable que las
palabras anciano y presbiterio (1 Timoteo 4.14) se refieran al oficio del obispo. La
palabra anciano viene de la costumbre de poner como jefes de la gente a los mayores entre ellos.
Tal vez en algunos casos se refiera a cualquier pastor y no tan sólo a los obispos. (Lea Hechos 20.17;
Santiago 5.14; 1 Pedro 5.1.)

El oficio de diácono fue instituido en los primeros días de la iglesia cristiana. Puede ser que los siete
hermanos escogidos y ordenados por los apóstoles para encargarse de las necesidades materiales
de la iglesia en Jerusalén fueron diáconos (Hechos 6.1–7). La Biblia enseña claramente los requisitos
para los diáconos (1 Timoteo 3.8–13) y muestra que es un oficio importante en la iglesia de Cristo.

No conocemos mucho acerca del resto de los oficios. Por ejemplo, no sabemos si se ordenaron
hermanos para el oficio de evangelista o si los ancianos o los obispos que tuvieron el don de
evangelizar servían en este ministerio.

El llamamiento al ministerio

¿Cómo uno llega a ser pastor? ¿Acaso se requiere un llamamiento especial, o puede cualquiera
hacerse pastor, tal y como se escoge cualquier otra profesión según la preferencia o la aptitud de la
persona? ¿Es esencial el llamamiento divino para ser pastor en la actualidad? Veamos de manera
breve lo que enseña la Biblia:

El llamamiento es del Señor

Ser pastor en la iglesia de Cristo es un llamamiento. No es una mera profesión o vocación; un


comercio o negocio; algo que se puede elegir o dejar cuando se quiera. Dios siempre ha sido el que
llama a los encargados de su pueblo. Dios llamó a Moisés en una manera inequívoca. También a los
profetas les fue dada “palabra de Dios”, y él los llamó de su trabajo ordinario al oficio sagrado de
profeta. Estos hombres fueron llamados por Dios, y hablaron conforme el Espíritu Santo les dio las
palabras. El primer sumo sacerdote, Aarón, fue nombrado y llamado directamente por el Señor. El
Nuevo Testamento declara, en cuanto al sumo sacerdocio, que “nadie toma para sí esta honra, sino
el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Hebreos 5.4). Pablo encargó a Timoteo y Tito que
dirigieran la obra de llamar a los pastores (2 Timoteo 2.2; Tito 1.5).

2. La voz de la iglesia
El libro de Hechos nos informa acerca de dos ordenaciones donde hermanos de la congregación
fueron elegidos y ordenados para un cargo específico (Hechos 1.15–26; 6.1–7). En las dos
ordenaciones, los hermanos trajeron a los apóstoles los nombres de los que a su parecer cumplían
los requisitos. Pero en Antioquía fue el Espíritu Santo quien dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo
para la obra a que los he llamado” (Hechos 13.2). No existe contradicción entre las ocasiones cuando
los miembros de la iglesia hablaron y cuando lo hizo el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo habla
a través de una hermandad espiritual y bíblica. Si los hermanos crucifican sus propias opiniones y
dependen del Espíritu Santo para discernir cuál hermano cumple los requisitos para el oficio,
debemos aceptar la voz de la iglesia como la del Espíritu Santo. Cuando se solicita la voz de la
congregación en una ordenación es prudente requerir que un hermano sea nombrado por dos
hermanos (por lo menos) antes de considerarlo para el oficio.

A veces los hermanos unánimemente eligen a cierto hermano para que sea pastor. Cuando esto
sucede demuestra que Dios está hablando, lo cual indica que estamos en una posición que Dios nos
puede revelar su voluntad. Por supuesto, esto presupone que el nombrado no esté haciendo nada
que Dios desaprobara, como solicitar ser pastor. Solicitar la obra del pastor es un sacrilegio.

El apóstol Pablo no entró en la obra del apostolado hasta que Ananías le impuso las manos, dándole
su comisión (Hechos 9.17; 22.12–15). Es claro que Dios llama a los pastores y que siempre confirma
su llamado por medio de la iglesia.

3. El uso de la suerte

El primer hermano escogido por la iglesia después que Jesús partió físicamente de la tierra fue
escogido por medio de la suerte. Los hermanos habían elegido a dos y los dos cumplían los
requisitos, pero sólo había necesidad de uno. ¿Cómo podían saber a cuál de ellos debían ordenar?
¿Cómo podían dejar que Dios escogiera? Ellos hicieron uso de la suerte (Hechos 1.26).

La suerte se usaba con frecuencia en el tiempo del Antiguo Testamento para determinar la voluntad
de Dios. Algunos cristianos se oponen al uso de la suerte para ordenar pastores en este tiempo. Tal
vez se oponen porque han visto el mal uso de este orden sagrado. No se debe emplear la suerte a
la ligera ni mucho menos para evitar la responsabilidad de comprobar que los hermanos nombrados
cumplen con los requisitos. La suerte se usa solamente cuando hay más que uno nombrado y
cumplen con todos los requisitos bíblicos para el oficio. Con la suerte podemos encomendar la
decisión final a Dios, quien ve y conoce lo que el hombre no puede ver ni saber. Cuando Dios escoge
a un hermano por medio de la suerte no quiere decir que los demás que habían sido nombrados no
son calificados. Esto puede indicar que él no los ha llamado a esta obra, sino a otra.

La preparación del sermón

La Biblia dice que Dios es el que llama a los pastores. (Vea Efesios 3.7 y 1 Timoteo 1.12.) Dios prepara
a los que él llama. El pastor que quiere ser útil a Dios tiene que conocer a Dios y entender su modo
de obrar.

Nadie puede usar una herramienta si desconoce su uso. Nadie puede enseñar gramática sin saber
de ello. Nadie puede usar la Biblia con eficacia sin conocer la Biblia. El Espíritu Santo nos ayuda a
recordar los pasajes de la escritura que necesitamos y nos guía en el uso de los mismos, pero
tenemos que prepararnos primero por medio de los tres ejercicios que mostramos a continuación.
1. La lectura de la palabra

Pablo dio este consejo al joven pastor Timoteo: “Ocúpate en la lectura” (1 Timoteo 4.13). Este
consejo es bueno y válido para los pastores de hoy día. El pastor que quiere hacer una obra eficaz
tiene que conocer la Biblia y debe leer una porción de ella cada día con solicitud y devoción. Dios le
hablará por medio de su palabra y el Espíritu Santo.

2. El estudio de la palabra

La Biblia dice: “Escudriñad las Escrituras” (Juan 5.39). La Biblia es un caudal inagotable de
conocimiento. Para encontrar los tesoros escondidos en sus profundidades el pastor tiene que hacer
más que leerla; tiene que estudiarla. El estudio de la palabra incluye: Buscar el significado de las
palabras no conocidas, hacer comparaciones entre pasajes relacionados y considerar un tema a la
luz de los pasajes que lo tratan. Otra forma es buscar los pasajes que tienen que ver con un
acontecimiento, problema o decisión actual. Es evidente que el pastor debe pasar mucho tiempo
en el estudio de la palabra y la meditación. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo
2.15).

3. La oración

La oración prepara al pastor para la obra. Por medio de la misma el pastor habla con Dios y Dios
habla con él. Así el pastor se comunica directamente con Dios. Antes que Jesús tuviera su plática
maravillosa del pan de vida él pasó la noche a solas con el Padre en oración (Marcos 6.46; Juan 6.22).
Si a Jesús le era necesario orar, ¡cuánto más al pastor!

Predicar sin estudiar y orar es un error. El sermón que se prepara sin oración no tiene vida ni buen
efecto espiritual. Es un insulto al Autor de la predicación del evangelio que un pastor suba al púlpito
y diga a la congregación: “No he abierto mi Biblia por una semana, no he pensado en ningún texto,
ni he procurado meditar en un tema. Pero ahora abriré mi boca y dejaré que Dios me dé palabras”.
Es la responsabilidad del pastor conocer la Biblia, elegir un texto, tema o pensamiento para
presentarlo a la congregación. Él debe ordenar (de memoria o por escrito) los puntos que quiere
presentar y debe preparar algunas ilustraciones apropiadas por medio de la dirección del Espíritu
Santo. Dios ayuda al pastor que se esfuerza por preparar el sermón. Puede ser que sea necesario
usar otro texto o dejar el tema que había preparado para tener un mensaje completamente
diferente del que pensaba predicar. El pastor fiel se prepara con diligencia y permite que el Espíritu
Santo lo guíe tanto en la preparación como en la predicación.

La obra de los pastores

1. Predicar la palabra

El primer deber del pastor cristiano es predicar el evangelio eterno de Jesucristo a un mundo
perdido y arruinado. ¿Qué quiere decir predicar?Significa declarar y aclarar las verdades sagradas
de la palabra de Dios y mostrar como se aplican a la vida de los oyentes. Es una obra divina que se
lleva a cabo bajo el control del Espíritu Santo. Dios ha elegido este medio para que su pueblo oiga
su palabra y conozca su voluntad (Tito 1.3).
Juan el Bautista predicó “el bautismo de arrepentimiento” (Marcos 1.4). Jesús, al comenzar su
ministerio, “comenzó (...) a predicar” (Mateo 4.17). Los doce fueron ordenados “para enviarlos a
predicar” (Marcos 3.14). Los líderes de la iglesia en el tiempo de los apóstoles predicaban el
evangelio (Hechos 5.42; 8.35; 17.3). “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a
Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1
Corintios 1.21).

2. Dirigir en las ceremonias de la iglesia

Dirigir en las ceremonias de la iglesia pertenece a los pastores. Algunos de estas ceremonias son:
bautizar a los nuevos creyentes, partir el pan de la santa cena, ungir a los enfermos, solemnizar las
bodas, dirigir en los servicios fúnebres y ordenar a los líderes. (Lea Mateo 28.19–20; Hechos 19.1–
6; Tito 1.5; Santiago 5.14.)

3. Cuidar el rebaño

La obra de cuidar el rebaño descansa sobre los pastores (Hechos 20.28). Ellos se ocupan de que los
miembros reciban alimento espiritual. También cuidan de los necesitados, excomulgan a los que
persisten en andar desordenadamente, visitan a los enfermos y pastorean el rebaño. Los diáconos
tienen una gran responsabilidad en el cuidado del rebaño especialmente cuando aparecen las
necesidades materiales.

4. Gobernar

Los pastores deben trabajar unidos para mantener la iglesia en orden, gobernando “no por fuerza,
sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo
señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5.2–3). El
hecho de que los pastores tienen la autoridad de gobernar y la responsabilidad de la
superintendencia del rebaño se enseña claramente en la palabra: “Los ancianos que gobiernan bien,
sean tenidos por dignos de doble honor” (1 Timoteo 5.17). Los que gobiernan bien reconocen la
obra del Espíritu Santo en los miembros y reciben sus consejos y críticas. En muchas ocasiones ellos
piden que los hermanos den su parecer sobre los asuntos con que la iglesia se enfrenta.

El sostén de los pastores

Al considerar este tema nos damos cuenta de que el mundo religioso tiene dos opiniones distintas
en cuanto a esto:

1. Ya que el evangelio es gratuito, sería en contra de las escrituras ofrecerle sostén económico al
pastor.

2. El pastor debe recibir y vivir de un salario estipulado como en cualquier otro oficio.

La Biblia enseña una posición entre estos dos extremos. Primero vamos a considerar la forma bíblica
de ofrecer sostén y luego la forma que no es bíblica.

1. El sostén bíblico

La Biblia enseña claramente que se debe proveer sostén al obrero cristiano: “El obrero es digno de
su alimento” (Mateo 10.10). “El obrero es digno de su salario” (Lucas 10.7). “No pondrás bozal al
buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Timoteo 5.18). “Así también ordenó el Señor
a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9.14). Vemos que es bíblico
que los que trabajan en el evangelio reciban ayuda cuando la necesitan. Existen varias formas en
que debemos ayudar a los pastores:

1. Orar. Pablo nunca pidió un salario para poder enseñar mejor el evangelio, pero repetidas veces
pidió las oraciones del pueblo de Dios (Colosenses 4.2–3; 1 Tesalonicenses 5.25; 2 Tesalonicenses
3.1). Dios, por medio de las oraciones de la iglesia, sacó a Pedro de una situación difícil (Hechos
12.5). Las oraciones de los santos ayudan a que los pastores tengan éxito en la obra (2 Corintios
1.11).

2. Obedecer. La Biblia amonesta a la congregación diciendo: “Obedeced a vuestros pastores, y


sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que
lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Hebreos 13.17). Debemos
apoyar a nuestros pastores, obedeciéndolos y sujetándonos a ellos. Esto aliviará su carga y nos será
provechoso a nosotros mismos.

3. Animar. No lisonjee. Lisonjear no ayuda a nadie, más bien ha dañado a muchos. Pero una palabra
de aliento ayuda al pastor a predicar sin temor y a gobernar según la palabra sin desanimarse.

4. Ayudar en la obra. Hay muchas maneras en que los miembros pueden ayudar a los pastores:
Visitar a los enfermos, conversar con los negligentes e indiferentes, animar a los abatidos, instar a
los incrédulos a recibir a Cristo, amonestar a los rebeldes, participar activamente en la obra de la
iglesia y asistir regularmente a los cultos. No procure tomar el lugar del pastor, sino sea un ayudante
fiel en la obra.

5. Ayudar en lo material. El pastor procura ganarse la vida al mismo tiempo que cumple los deberes
de su oficio. Sus deberes requieren tiempo, dinero y energía. Además, pueda que él pase mucho
tiempo fuera de su casa y de su trabajo a causa de la obra. Los miembros de la iglesia también
debemos velar porque el pastor no tenga que sufrir demasiado a causa de esto. Nosotros debemos
ayudarlo en su trabajo cuando esto suceda. Comparta su tiempo con él y ayúdele en el trabajo que
suple para su familia. Quizá el pastor tenga alguna necesidad y usted se dé cuenta de la misma.
Ayúdele compartiendo con él como usted pueda. No deje que la obra del Señor sufra porque el
pastor tiene que dedicarse también al trabajo de suplir para su familia. “Sobrellevad los unos las
cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6.2).

Sin embargo, sepa usted que ayudar al pastor con una ayuda monetaria no es pagarle por predicar
el evangelio. Usted no debe pagarle a nadie por predicar el evangelio. Eso le corresponde al Señor.
Él recompensará a sus siervos como él quiere. Es su deber cristiano ayudarlo para que pueda servir
mejor al Señor como pastor.

2. El salario estipulado

La obra del evangelio no tiene valor monetario; no puede medirse con dinero. La Biblia condena a
los hombres que sirven en el evangelio por ganancias deshonestas o para ganar dinero (1 Timoteo
3.3; Tito 1. 7, 11; 1 Pedro 5.2). A continuación notamos algunos puntos en contra del salario
estipulado para el pastor.
1. El evangelio es gratuito. La salvación es un regalo de Dios. Jesús hizo que el evangelio fuera
gratuito. Lo que somos en Cristo Jesús lo hemos recibido sin merecerlo: “De gracia recibisteis, dad
de gracia” (Mateo 10.8). Si el evangelio se vendiera por dinero a muchas personas les sería imposible
oírlo ya que muchos no tienen dinero. El evangelio es para todos. La única manera en que todos
pueden beneficiarse del evangelio es que se ofrezca gratuitamente. Pablo dijo: “He despojado a
otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros” (2 Corintios 11.8). Pero esto no quiere
decir que él recibió pago por predicar el evangelio, sino que aceptó dinero de otras congregaciones
para poder servir a los propios corintios. Él aceptaba ayuda cuando pasaba por necesidades. El
apóstol Pablo testificó que trabajaba con las manos no solamente para su propio sustento, sino a
veces también para ayudar a sus colaboradores (Hechos 20.34–35). Es honroso, saludable y bíblico
que un pastor trabaje con las manos para el sustento de sí mismo y de su familia, y para que pueda
repartir a otros.

2. El pastor es siervo del Señor. Es de esperar que un siervo reciba un sueldo de su patrón. El pastor
es siervo del Señor, capacitado por el Señor, llamado por el Señor, responsable ante el Señor y
dependiente del Señor para su pago. Él tiene la obligación de obedecer a Dios antes que a los
hombres. Dios le amonesta así: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado” (2 Timoteo
2.15). El Señor provee para que el pastor pueda ganarse la vida. Dios también encarga a los
hermanos fieles que ayuden al pastor en sus necesidades. Pero Dios le da al pastor un salario de
mucho más valor que el dinero. El pastor que vende su llamamiento celestial por un salario
estipulado y contrata los dones y las habilidades que le dio el Señor se desvía a un camino que no
es conforme a las escrituras y al final no tendrá la aprobación de Dios.

3. El salario es un bozal. El patrón le paga al empleado una cantidad de dinero por el trabajo que
realiza. El patrón tiene el derecho legítimo de dictar el tipo de trabajo que se hace y en qué forma
se hace. Muchas veces el pastor asalariado llega a ser “empleado” de sus oyentes y tiene que callarse
en cuanto al pecado de los que le pagan. Si reprende esos pecados, conforme al llamamiento que
tiene de Dios, pierde su empleo. Tales pastores están en una situación difícil y llegan a ser “perros
mudos, [que] no pueden ladrar” (Isaías 56.10). Ellos son tentados a complacer a los hombres, porque
de ellos buscan su sostén y de ellos viene su manutención. Pero es imposible servir a dos señores.

4. Comercializa la obra del evangelio. Si la obra del evangelio se coloca al mismo nivel de otras
profesiones es natural que el aspecto comercial esté implícito. Así uno oye decir que cierto pastor
de mucho talento ha sido llamado por el Señor de una posición de menos salario a otra donde le
pagan más. ¿Será que el Señor lo llamó a hacer eso? ¿Haría eso Jesús? Este espíritu comercial entre
los pastores asalariados echa raíces tan profundas que el pastor muchas veces demanda su salario
y lo cobra por cualquier modo que la ley le permita. El espíritu del evangelio es un espíritu de
sacrificio. El espíritu comercial es contrario al espíritu de sacrificio, y cuando se le permite entrar en
la obra del pastor mata el verdadero propósito por el cual se predica el evangelio. Este espíritu
comercial se ha hecho tan predominante que muchos hasta han formado sindicatos de predicadores
que fijan salarios y hacen demandas a las congregaciones. Y si las congregaciones quieren que se les
predique el evangelio tienen que aceptarlo conforme al modo del sindicato y pagar el precio fijado.

5. Se hace una trampa enredadora. El salario que las iglesias pagan al pastor llega a ser un lazo que
atrapa a muchos jóvenes inteligentes quienes no cumplen los requisitos para este oficio sagrado.
Muchos de ellos son incrédulos. No conocen la voz del Espíritu Santo. No les hacen caso a muchas
de las doctrinas fundamentales de la palabra. No saben, ni quieren saber, cuál será el destino eterno
de las almas de los hombres. Ellos sólo piensan en que aquí hay una profesión honrada que no
requiere llevar ropa cotidiana, ensuciarse las manos, ni trabajar duro. Sólo piensan que ser pastor
les ofrece la oportunidad de moverse entre la mejor clase de la sociedad, que le llamen reverendo
y que el pueblo lo respete y lo honre. Les gusta la idea de dar sermones adornados con expresiones
agradables al oído y oraciones elocuentes, experimentar la sensación agradable de dirigirse a un
auditorio atento y ver su nombre publicado en los diarios como un orador y predicador popular. Por
eso los hombres incrédulos llegan a ser pastores porque desean un buen salario y renombre
personal. No tienen el deseo de ser usados por Dios para salvar a las almas perdidas para la gloria
de Dios. Así se frustra el propósito primordial de ser pastor. La iglesia se vuelve un centro social, y
las almas de los hombres se pierden. La razón es que los hombres fueron enredados por el salario
que se les ofrece a los pastores.

La congregación en el cristianismo

Capítulo 35

“Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Salmo 122.1).

Introducción

Al decir “congregación” estamos pensando en la hermandad local. Ésta se compone de hermanos y


hermanas en cualquier lugar que se hayan comprometido a adorar juntos al Señor y ayudarse
mutuamente.

Cada hermandad cristiana consiste en un grupo de miembros convertidos y bautizados que se


congregan regularmente para adorar a Dios. El Señor pone pastores en cada congregación para que
cuiden de la grey y sean ejemplos de los santos. Cada miembro mantiene una relación íntima con
Dios, evangeliza a otros, y vive en paz y armonía con sus hermanos.

Los requisitos para ser miembro

La iglesia que es verdaderamente cristiana admite como miembros sólo a las personas que se hayan
arrepentido de todos sus pecados, que hayan sido bautizadas sobre la base de su fe en Cristo, que
tengan un buen testimonio, que estén conforme con la fe y la práctica de la iglesia de Cristo, que
vivan separadas del mundo, que estén consagradas a Dios y que se sometan completamente a la
palabra de Dios.

Los deberes de los pastores hacia los demás en la iglesia

Mucho depende de los pastores para que la obra prospere. Una congregación se enferma cuando
es dirigida por pastores que no son fieles. “Cuál sacerdote, así la gente” es un antiguo refrán cuya
verdad aún permanece. La palabra de Dios exige muchas obligaciones sobre los siervos de la
congregación.

1. Los pastores son siervos de la congregación

El pastor debe apacentar la grey de Dios y cuidar de ella. Pero no debe olvidar que él es el siervo de
la gente que está cuidando. Si olvida esta verdad él llega a enredarse en lo terrenal, alaba su
autoridad y posición como líder, piensa en los demás miembros de la iglesia como inferiores y se
enseñorea de la heredad del Señor. Así perderá su contacto con Dios, su influencia en la
congregación y su utilidad en el reino. Jesús nos dio un ejemplo perfecto cuando anduvo aquí en la
tierra: aunque era el Señor de todos, se hizo su siervo. Él dice que los gobernantes de este mundo
se enseñorean de los que están a su cargo, pero que entre los cristianos no debe ser así (Mateo
20.25–28).

2. Es el deber de los pastores apacentar al rebaño

Ellos tienen que suministrar a la congregación alimento balanceado en forma de sana enseñanza
bíblica. Apacentar a los corderos del rebaño y cuidar de ellos es un deber muy importante que tienen
los pastores. (Lea Hechos 20.28; 1 Pedro 5.2.)

Los pastores tienen que hacer más que sólo instar a las buenas obras. Es su deber enseñar y explicar
la palabra. Además, ellos deben ayudar a los miembros para que pongan en práctica la doctrina de
la Biblia (2 Timoteo 2.2). Es su deber usar “bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2.15). Es su deber
enseñar “lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2.1). Los pastores tienen que ocuparse
continuamente en la lectura de la palabra para poder así enseñarle a la congregación la doctrina
bíblica. Los pastores tienen la gran responsabilidad de mantener la congregación sana en la fe.

3. Es el deber de los pastores reprender el pecado

Tal vez sea desagradable, pero el mandamiento es: “Te encarezco delante de Dios y del Señor
Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques
la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia
y doctrina” (2 Timoteo 4.1–2). Esto requiere valor. Pero también requiere sabiduría, compasión y
amor. Descuidar este deber de reprender el pecado trae confusión y derrota. Pero cumplirlo
fielmente producirá una religión pura y una congregación libre de pecado.

4. Los pastores son responsables de corregir a los pecadores

La iglesia tiene que mantenerse en orden. Los pecadores impenitentes tienen que ser
excomulgados, y los penitentes necesitan la instrucción. Es el deber del pastor encargarse de estas
cosas en la manera que la Biblia les manda. El evangelio requiere que la iglesia sea gobernada bien
y dice que los que gobiernan bien deben ser “tenidos por dignos de doble honor” (1 Timoteo 5.17).

5. Los pastores son los atalayas de la congregación

Es de suma importancia que los pastores velen por el rebaño y lo guarden de la mundanería y las
doctrinas dañinas que abundan en el mundo. Los pastores deben estar listos para oponerse a la
literatura falsa. A los predicadores errabundos que no son fieles al Señor no se les debe permitir
predicar en la congregación. Un predicador digno de su llamamiento no necesita mendigar para que
le den un lugar donde servir. Tales predicadores errabundos y agentes religiosos acostumbran a
distribuir literatura falsa y dañina entre los ignorantes para engañarlos, y aun pudieran engañar a
los fieles. ¡Cuídese de ellos! “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (Hechos 20.28).
“Pero tú sé sobrio en todo” (2 Timoteo 4.5).

6. Los pastores deben visitar a los demás miembros


Los pastores deben visitar a los demás miembros de la congregación así como orar por ellos y con
ellos. Además, ellos deben animarlos y ayudarlos personalmente en la obra del Señor. Esta parte de
la obra del pastor es de mucha importancia. (Lea Hechos 20.31 y Romanos 1.9.)

Los deberes de la congregación hacia los pastores

El éxito de una congregación depende mucho de cómo los miembros apoyan a los pastores y cómo
cumplen con sus deberes. A continuación ofrecemos algunos deberes de los miembros de la iglesia
hacia los pastores:

1. Orar por ellos

Las oraciones de una congregación fiel resultan de gran ayuda para los pastores. Pablo estimó de
mucho valor las oraciones de los santos (2 Corintios 1.11). Las oraciones de una congregación fiel
libraron a uno de los apóstoles de la cárcel y probablemente de la muerte (Hechos 12.5). Todos los
pastores verdaderos se dan cuenta del valor de las oraciones de los santos y siempre las anhelan.
(Lea Efesios 6.18–19; Colosenses 4.2–3; 1 Tesalonicenses 5.25; 2 Tesalonicenses 3.l.) Hermanos y
hermanas, oren por sus pastores.

2. Rendirles obediencia voluntaria

La Biblia manda: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos” (Hebreos 13.17). Donde no hay
respeto a la autoridad la obra no puede prosperar “porque como pecado de adivinación es la
rebelión [desobediencia]” (1 Samuel 15.23). La desobediencia hace estragos dondequiera que se
encuentre: en el hogar, en la nación y en la iglesia. Puesto que los pastores son los que cuidan la
iglesia entonces los demás miembros deben estar dispuestos a obedecerlos. Si el pastor necesitara
ser disciplinado él está bajo los mismos reglamentos que cualquier otro miembro. Puede darse el
caso en que un miembro sospeche de algún pastor. En tal caso, debe exhortarlo como a un padre y
nunca con una actitud rebelde. Un espíritu desobediente, obstinado y rebelde es como una tierra
fértil que, tarde o temprano, producirá una cosecha de confusión y división. Tal como el hogar no
puede tener éxito sin la obediencia pronta de los hijos tampoco es posible que una congregación se
mantenga firme sin que los miembros obedezcan a los pastores.

3. Tenerles respeto y estima

“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el
Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1
Tesalonicenses 5.12–13). Una cosa que impide mucho la obra de los pastores es la falta de respeto
a su llamamiento sagrado por parte de los miembros de la congregación. Muchas veces los padres,
por falta de respeto a los pastores, sin saberlo, hacen salir a sus hijos de la iglesia. Una vez que un
joven débil se pone en contra de aquél a quien debe estimar (el pastor) es muy difícil volverlo a traer
completamente a la fe. Una congregación nunca podrá avanzar si no se les da a los pastores el
debido respeto. Cuide del buen nombre de sus pastores (Filipenses 2.29). El honor a los pastores es
debido; no un honor lisonjero, sino un honor santo según enseña Cristo y su palabra. Aquel que trae
deshonra sobre los pastores por la falta de respeto y estima trae deshonra sobre Cristo, la cabeza
de la iglesia. “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor” (1 Timoteo
5.17).
4. Ayudarlos en sus labores

La Biblia nos enseña que debemos llevar las cargas los unos de los otros. Todos los miembros deben
ayudar a los pastores a edificar la iglesia de Cristo. Cualquier miembro puede dar sugerencias y
visitar a los enfermos. Los miembros deben estar dispuestos a aceptar las responsabilidades que los
pastores quieran darles. Otra cosa que ayuda a los pastores a predicar el evangelio con buen ánimo
es cuando todos asisten a los cultos regularmente y prestan atención a los sermones. Si la
predicación le parece aburrida a usted, ore por el pastor.

5. Ayudarlos cuando tengan necesidad personal

Hay muchas maneras en las cuales usted puede ayudar a los pastores si ellos tienen necesidades
económicas o cuando no pueden hacer su trabajo por falta de tiempo. Ayúdelos para que así ellos
puedan dedicarse a la obra de cuidar la iglesia.

6. Seguir su buen ejemplo

Es el deber del pastor dar un buen ejemplo al rebaño (1 Timoteo 4.12; Tito 2.7; 1 Pedro 5.3). Pero
este buen ejemplo, o sea, este patrón, pierde su valor si no lo usa para sacar copias. Los hermanos
deben seguir el buen ejemplo de los pastores (Filipenses 3.17; 2 Tesalonicenses 3.9).
Bienaventurada la congregación cuyos pastores muestran un ejemplo bíblico en todas las cosas que
hacen para que así los miembros puedan seguirlo.

7. Compartir en sus pruebas y dificultades

Los pastores que se dan cuenta que los miembros los están apoyando en todo aspecto de su vida
son más fuertes para ejercer su ministerio, especialmente en tiempos cuando sus responsabilidades
se hacen más difícil de cumplir. El sostén y apoyo de la congregación les capacitará para guiar la
congregación a la victoria (Éxodo 17.8–16).

Las oportunidades para cada miembro

La obra de la congregación no debe descansar sólo en los hombros de los pastores. Hay muchas
maneras en que los demás miembros deben ayudar en la obra de Dios. Aquí presentamos algunas:

1. La escuela dominical

Muchas congregaciones tienen una clase de escuela dominical. El maestro de la clase suele elegirse
de entre los miembros no ordenados. Se necesitan obreros capacitados y fieles en la escuela
dominical para el bienestar de la congregación.

2. Los jóvenes

Los jóvenes necesitan el compañerismo de los mayores. Los miembros adultos deben ver en cada
joven una oportunidad de contribuir a la formación de una vida. Cuando sea conveniente, pídale a
un joven acompañarle cuando salga a visitar en la comunidad o a hacer otra obra para el Señor. En
algunas congregaciones se efectúan reuniones bíblicas especialmente para los jóvenes que ofrecen
a los miembros mayores la oportunidad de influir en la vida de ellos.

3. Cultos especiales
Muchas congregaciones ofrecen oportunidades para llevar el evangelio a los que no pueden asistir,
o al menos no asisten, a los cultos en la iglesia. Los cultos especiales ofrecen una oportunidad para
ayudar en la evangelización del mundo.

4. La misión urbana

Además de otras misiones, siempre hay necesidad de obreros para que ayuden a llevar las buenas
nuevas del evangelio a los perdidos en las ciudades.

5. Ayudar a los necesitados

Servimos a Cristo cuando ayudamos a los ancianos y huérfanos, los pobres y desamparados. Si nos
ocupamos de traerles el mensaje de la salvación, ánimo y sostén entonces obtendremos el galardón
prometido en Mateo 25.34–40.

6. La educación cristiana

Las escuelas cristianas siempre necesitan maestros que se dediquen a la obra con esmero. Ser
maestro en una escuela cristiana es una oportunidad de enseñar a los niños y jóvenes no sólo los
aspectos académicos de la vida, sino también los valores espirituales.

7. Llevar el evangelio a lo último de la tierra

Todo cristiano debe predicar a diario el evangelio con su vida y sus palabras. Él debe dejar que brille
su luz por dondequiera que vaya. Pidámosle a Dios que nos dé una visión de los millares de personas
que se están perdiendo más allá de nuestra vecindad. Cuando recibimos la visión de ir a predicar el
evangelio siempre resultará que unos irán a predicar el mismo a otra parte. Todos nosotros
debemos estar dispuestos a ir si la iglesia nos llama a tal obra. “A la verdad la mies es mucha, mas
los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9.37–38).

Además de estas oportunidades especiales para el cristiano, muchas otras podrían mencionarse.
Guiar el hogar cristiano y criar a los hijos para Cristo es una manera muy importante de servir a
Cristo. Manejar diligentemente un negocio o ser un empleado fiel puede contribuir a la causa del
Señor. Esto representa una oportunidad práctica de trabajar en la viña del Señor.

Por último, aunque no menos importante, ser un cristiano fiel y leal es un gran servicio para Cristo
y los hermanos. El Señor quiere que nuestro buen ejemplo sirva como Biblia para muchos (2
Corintios 3.2–3) de manera que los convenza de la realidad y el poder del evangelio de Cristo en la
vida de los hombres. Los incrédulos leen más del evangelio en los creyentes que en la Biblia. Todo
creyente tiene la oportunidad de ser una “Biblia”. Aprovéchela y utilícela para la gloria de Dios y así
contribuirá al testimonio de su congregación.

Cosas que impiden el crecimiento de la congregación

Se ha dicho que donde Dios pone su casa de oración allí también el diablo edifica su capilla. Al
procurar edificar una congregación para el Señor hay que enfrentarse a las fuerzas de Satanás y
resistirlas. Notemos algunas de las cosas que impiden el crecimiento de la congregación:

1. La justicia propia
Una reprensión muy severa de Cristo a los fariseos que se creían justos fue ésta: “Vosotros mismos
no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (Lucas 11.52). Los que se creen justos hasta le
impiden entrar a los que quieren edificar la obra de Dios.

2. La hipocresía

La hipocresía y la justicia propia se relacionan. Donde mora el uno el otro también está. Lea en
Mateo 23 la reprensión severa que le hizo Cristo a los hipócritas. Pídale a Dios humildad y sinceridad
para que él quite lo que impide el crecimiento espiritual de la hermandad.

3. La indiferencia

La indiferencia impidió la prosperidad de la congregación de Laodicea y trajo la reprensión de Jesús.


Este mismo problema impide el crecimiento de muchas congregaciones hoy en día. Cualquier
congregación que permita que entren la tibieza, el descuido y la indiferencia no se desarrollará ni
se fortalecerá como un cuerpo activo.

4. La mundanería

“La amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4.4). La iglesia de Cristo no tiene nada
que ver con el reino del mundo: “No son del mundo” (Juan 17.16). “No os conforméis a este siglo”
(Romanos 12.2). “No améis al mundo” (1 Juan 2.15). Estos y otros textos muestran claramente que
el creyente no debe ser cómplice del mundo. Cuando el mundo entra en la congregación, la piedad
ya no tiene lugar. Jesús dice que una persona que no está completamente rendida a él es como una
semilla que crece entre los espinos (Mateo 13.22). El mundo es lo que hace que su espiritualidad se
ahogue. Lo que más impide en nuestros días el crecimiento espiritual en muchas congregaciones es
la presencia de cosas mundanas de una forma u otra; ya sea en las relaciones o métodos de
negocios, en la vida social, en las relaciones matrimoniales, en el atavío del cuerpo y de muchas
otras maneras. La mundanería siempre destruye la espiritualidad e impide el crecimiento de la obra
de Dios. Cierre usted la puerta contra este enemigo de la iglesia: la mundanería corrosiva.

Cosas que promueven el crecimiento de la congregación

1. La unidad de la fe

La Biblia enseña que cada miembro de la congregación es parte del mismo cuerpo y que son “todos
miembros los unos de los otros” (Romanos 12.5). La adoración a Dios y el testimonio de fe deben
ser “unánimes, a una voz” (Romanos 15.6). Un testimonio que demuestra que somos perfectos en
Cristo es tener “la unidad de la fe” (Efesios 4.13).

2. El amor fraternal

“Permanezca el amor fraternal” (Hebreos 13. l). El Señor nos amonesta de esta manera: “Amaos
unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1.22). El amor fraternal que se muestra
en la congregación ofrece un testimonio indubitable a la comunidad (Juan 13.35). Donde hay amor
fraternal, hay paz, simpatía y ayuda mutua entre los hermanos. Esto promueve el crecimiento
espiritual.

3. La firmeza
La congregación en Éfeso nos sirve como un buen ejemplo de la perseverancia y la firmeza en el
servicio. Esto se menciona cuatro veces en Apocalipsis 2.1–7. Su servicio no era inconstante. Ellos
se dieron a la obra con gran determinación. Esto agradó a Cristo, la cabeza de la iglesia, y triunfaron
sobre todos los obstáculos. Sí, la iglesia necesita personas que no se cansen nunca de hacer el bien.

4. La disciplina

Dios da a la iglesia la responsabilidad de disciplinar a los miembros que no quieren someterse a él.
La persona que resiste la amonestación de los hermanos es amiga del mundo y enemiga de Dios.
Eso mancha la pureza de la iglesia. Por tanto, la iglesia tiene que excomulgarlo.

“El tal sea entregado a Satanás” (1 Corintios 5.5). “Quitad, pues, a ese perverso” (1 Corintios 5.13).
“Deséchalo” (Tito 3.10). El que peca cede a la tentación de Satanás. El que permanece en su pecado
se entrega a Satanás. Así se condena a sí mismo. Tal persona debe ser separada de la iglesia.

¡Qué espantosa la condición de tal hombre! ¡Está separado de Cristo! Está afuera, entre los esclavos
de Satanás. Ojalá que la separación entre él y la iglesia lo ayude a entender que ahora él está
separado de Dios. Quizá entonces se arrepienta para que su espíritu sea salvo cuando venga Cristo.

“Señaladlo, y no os juntéis con él” (2 Tesalonicenses 3.14). La excomunión sirve de aviso al resto de
los hermanos de que el excomulgado ya no es miembro de la iglesia y que ya no es partícipe con la
comunidad de creyentes. Esto quiere decir que a partir de ese momento no debemos llamarlo
hermano, ni saludarlo con el ósculo santo, ni participar con él en la santa cena, ni mucho menos
juntarnos con él como con un amigo. Sin embargo, siempre debemos amarlo y exhortarlo a que
vuelva al redil.

No debemos hablarle al errante de manera que le haga pensar que la iglesia lo ha maltratado.
Tenemos que hacerle saber que lo hemos disciplinado por su propio bien. Incluso, tenemos que
evitarlo para que se avergüence de su pecado. Quizá a él le parezca que lo tratamos así para
vengarnos de él. Pero sabemos que eso no es cierto. Lo hacemos para mantener la pureza de la
iglesia y para que él sienta su necesidad de ponerse a cuentas con Cristo. Nuestro objetivo es que él
se arrepienta para que pueda ser restaurado a la iglesia.

Esta disciplina mantiene pura la congregación a fin de que la misma esté lista cuando aparezca su
novio (2 Pedro 3.14). Los pecados y la impureza en la congregación sólo traen derrota y condenación
a la misma.

5. La influencia personal

La congregación consiste en un grupo de personas. Cada una influye en las demás. Todas estas
influencias personales ayudan o destruyen la congregación. Por ejemplo, tenemos el caso de dos
compañeros incrédulos que vivían en el pecado y se convirtieron. Después de esto ambos dieron
testimonio de que eran cristianos. Un tercer compañero dudaba del poder de la salvación. Él dejó
su trabajo por una semana y se dedicó a seguir a sus dos amigos sin que ellos lo supieran para ver
cómo eran sus vidas. Entonces él se convenció de que ellos tenían algo de gran valor que a él todavía
le faltaba. Fue así entonces como él también buscó y encontró a Cristo. ¿Cuál hubiera sido el
resultado si estos dos no hubieran dejado que la luz de Cristo y del evangelio resplandeciera en sus
vidas? La vida de cada cristiano siempre está bajo una constante vigilancia. El argumento más fuerte
a favor o en contra del cristianismo es el mismo cristiano. ¿Cuál es tu influencia personal? (Lea 1
Pedro 2.15.)

6. La lealtad

El traidor es el hombre más despreciado en cualquier país. Aquel que no es honesto no goza de
respeto o estimación entre amigos o enemigos. Asimismo, el que es leal a su patria gana y mantiene
el respeto de todos. La deslealtad por parte de cualquier miembro de la iglesia, aunque sea en un
asunto muy pequeño, está en contra de la solidaridad de la hermandad. La lealtad a Dios en todo
lleva en sí una influencia y poder para levantar y promulgar el reino. ¡Que cada miembro sea leal a
Cristo, leal a la obra de Cristo en la congregación, leal en separarse del mundo, leal en asistir a los
cultos y las actividades de la congregación, leal a todo lo bueno y noble! Así crecerá la congregación.

La relación entre la congregación local y la iglesia universal

La congregación local es en sí misma una unidad que funciona como un cuerpo, pero también es
parte de la iglesia universal de Cristo. La iglesia universal consta de todos los hijos de Dios en todo
lugar, y forma el cuerpo de Cristo en la tierra. Cada congregación local puede beneficiarse mucho al
tener comunión con otras congregaciones locales que también forman parte de la iglesia universal
y verdadera de Cristo. Según la Biblia, debe haber comunión entre tales congregaciones. Esta
comunión es para su beneficio mutuo. De esa manera pueden animarse, aconsejarse, ayudarse y
apoyarse los unos a los otros.

Sin embargo, cada congregación debe reconocer que no toda iglesia o congregación que dice ser
parte de la iglesia universal de Cristo lo es. Puede ser que el nombre de Cristo forme parte del
nombre de su iglesia, pero por su doctrina y comportamiento lo niegan. La iglesia de los santos de
Jesucristo de los últimos días es un ejemplo claro de las iglesias a las que nos referimos
anteriormente. Aunque la misma profesa fe en Jesús, esta iglesia estima más la palabra de José
Smith que la de Cristo. Sus doctrinas y sus obras no son cristianas. Traen oscuridad al alma en vez
de luz.

Las congregaciones verdaderamente cristianas no pueden tener ninguna comunión con tales
iglesias. Al contrario, las verdaderas iglesias cristianas deben exponer sus errores y fortalecerse en
contra de sus engaños. Estas iglesias falsas deben convertirse en un campo misionero para la iglesia
cristiana. Resulta evidente que La iglesia de los santos de Jesucristo de los últimos días no es parte
de la iglesia universal de Cristo; la misma es una religión falsa.

De tales religiones Jesús dijo: “Muchos falsos profetas se levantarán y engañaran a muchos” (Mateo
24.11). “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces. Pos sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.15–17). Y el apóstol Juan nos
advierte en cuanto a no apoyarlas en ninguna manera (2 Juan 9–11).

No obstante, existen otras iglesias que sí creen en la salvación por fe en Jesús y predican muchas
cosas que están correctas. Las personas pueden apreciar que en sus miembros se muestran los
frutos de una vida espiritual. Sin embargo, estas mismas iglesias tienen unas creencias y prácticas
que, según nosotros entendemos las enseñanzas del Nuevo Testamento, no parecen muy bíblicas.
¿Cómo debe relacionarse la congregación local de creyentes verdaderos con tales iglesias?
De la enseñanza que Cristo les dio a sus discípulos en cierta ocasión podemos aprender algo de
cómo relacionarnos con esas iglesias. En este caso nos damos cuenta que hubo alguien que no
andaba con los discípulos y los mismos le querían prohibir que usara el nombre de Jesús para echar
fuera demonios. Pero cuando Cristo lo supo, les dijo: “No se lo prohibáis; porque ninguno hay que
haga milagro en mi nombre, que luego puede decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros,
por nosotros es” (Marcos 9.39–40). Al decir esto, Jesús dejó claro que no debemos oponernos a la
obra de los tales. Sin embargo, también es muy notable que él no nos manda a unirnos con ellos.
Pablo enseña algo muy parecido en Filipenses 1.15–18.

Hay mucha variedad en las iglesias; desde las que son muy distintas de nuestra congregación hasta
las que son muy parecidas. A veces nos cuesta discernir cómo relacionarnos con cierta iglesia. Es
muy importante que cada congregación, bajo la dirección de los pastores, decida cómo relacionarse
con las otras congregaciones con las cuales mantiene ciertas relaciones.

A fin de cuentas, cada congregación debe reconocer que Dios desea que la misma esté muy ocupada
en la obra de Dios. Él quiere que ella haga su parte, en su comunidad, cumpliendo con el gran
propósito de Dios para su iglesia universal, lo cual es evangelizar al mundo. Es necesario que cada
congregación reconozca la necesidad de apoyar y dar su aporte para la honra y gloria de la Cabeza
de la iglesia universal, Jesucristo.

Unas ordenanzas cristianas


Capítulo 36

“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado
por mi padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14.21).

¿Qué es una ordenanza?

Una ordenanza es una regla o una práctica establecida por una persona con autoridad. En la iglesia
decimos que las ordenanzas son aquellas ceremonias o prácticas establecidas por Dios por medio
de su palabra y que fueron escritas para que sus hijos las cumplan. Cada una de estas ordenanzas
tiene un significado espiritual; simboliza un aspecto de nuestra vida cristiana. Cumplir una
ceremonia o mantener una práctica no tendrá ningún valor a menos que esté acompañada de la fe
y una vida espiritual. De esta manera nosotros creemos que estas ordenanzas establecidas por Dios
son de gran valor en la experiencia de la iglesia. Cada cristiano las querrá obedecer porque ama al
Señor quien las ordenó, y porque él ha experimentado su bendición al guardar la verdad que las
mismas simbolizan. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.

Ordenanzas bíblicas

Ya que vivimos en la época del Nuevo Testamento por eso debemos guardar todos los
mandamientos y ordenanzas que aparecen en el mismo. En los capítulos siguientes centraremos
nuestra atención en siete de estas ordenanzas. A continuación ofrecemos una lista de estas siete
ordenanzas y sus respectivos significados y usos:

1. El bautismo con agua

Es la aspiración de una buena conciencia hacia Dios (1 Pedro 3.21).


Caracteriza el lavamiento de pecados (Hechos 2.38; 22.16).

Nos identifica con la muerte de Cristo (Romanos 6.3–4).

Simboliza el bautismo del Espíritu Santo (Mateo 3.11; Hechos 1.5; 2.14–18; 10.44–48; 11.15–16; 1
Corintios 12.13).

Permite la entrada a la iglesia visible (Mateo 28.19; Hechos 2.38–47).

2. La santa cena

Nos hace recordar el cuerpo inmolado y la sangre derramada de Jesús (Lucas 22.19–20; 1 Corintios
11.23–26).

Caracteriza la unión de los santos (1 Corintios 10.16–17).

Anuncia la muerte y la segunda venida de Cristo (1 Corintios 11.26).

3. El velo de las mujeres cristianas

Cubre la gloria del varón; promueve la modestia entre los sexos (1 Corintios 11.6–9, 15).

Testifica acerca de la relación entre la mujer y el hombre en el Señor (1 Corintios 11.2–16).

Es “señal de autoridad” (1 Corintios 11.10)

El bautismo
Capítulo 37

“Haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo” (Mateo 28.19).

El bautismo se menciona primeramente en relación con el ministerio de Juan el Bautista (Mateo


3.1–6; Lucas 3.3, 12). Sin embargo, bajo la ley de Moisés se conocieron muchos lavamientos o
“bautismos” ceremoniales. En el período entre los dos testamentos los que no eran judíos que
querían unirse a las sinagogas fueron bautizados para iniciarse. En realidad lo que era nuevo para
los creyentes al comenzar el período del Nuevo Testamento fue el significado y el uso del bautismo,
no la idea del mismo.

Diversas abluciones

A. D. Wenger dice lo siguiente del término “diversas abluciones” (lavatorios ceremoniales):

El ‘diaphorois baptismois’ de Pablo se traduce como ‘diversas abluciones’ (Hebreos 9.10). Esto
muestra que las ceremonias de purificación en la ley de Moisés eran de tantos
bautismos(‘baptismoi’). Estas ceremonias se efectuaron aplicándose aceite, agua o sangre.
Derramar aceite sobre los sacerdotes escogidos era un rito de consagración y santificación que se
les hacia en preparación para servir al Señor en los oficios sacerdotales. ‘Y derramó del aceite de la
unción sobre la cabeza de Aarón’ (Levítico 8.12). Aarón y sus hijos también fueron rociados con
sangre y aceite (Éxodo 29.21). Acerca de los levitas, Dios dijo: ‘Toma a los levitas de entre los hijos
de Israel, y haz expiación por ellos (...) Rocía sobre ellos el agua de la expiación (...) Después de eso
vendrán los levitas a ministrar en el tabernáculo de reunión’ (Números 8.5–15). En cuanto a la lepra,
Dios dijo: ‘Lo que quedare del aceite que tiene en su mano, [el sacerdote] lo pondrá sobre la cabeza
del que se purifica’ (Levítico 14.18). En cuanto a la inmundicia, Dios mandó: ‘No fue rociada sobre
él el agua de la purificación; es inmundo’ (Números 19.20). Había muchos otros casos de purificación
por medio de derramar y rociar (diversas abluciones, o sea, bautismos) que no lavaron la superficie
del cuerpo, sino que limpiaron ceremonialmente todo el ser. Moisés roció a millones de personas
con sangre y agua, y quedaron ‘bautizadas’ (Hebreos 9.10, 19).

Las palabras “bautizar” y “bautismo” son solamente transliteraciones de las palabras


griegas (“baptizo”, “baptisma”) con las terminaciones propias para el castellano.

Tipos de bautismo

1. El bautismo con agua

El bautismo con agua es la ceremonia en la cual se aplica agua a una persona que ha creído en Cristo.
Esta ceremonia es la manera en que se llega a ser parte de la hermanad local de creyentes.

2. El bautismo con el Espíritu Santo

Juan el Bautista decía: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero (...) él [Cristo]
os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3.11). Cristo se refiere a este mismo acontecimiento
en Hechos 1.5. De tales escrituras entendemos que aunque el hombre bautiza con agua, Dios bautiza
con el Espíritu Santo.

El bautismo con el Espíritu Santo es el bautismo que salva y el bautismo con agua corresponde con
ello. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12.13).

3. El bautismo en fuego

Juan el Bautista menciona el bautismo en fuego en Mateo 3.11 y Lucas 3.16. Él lo menciona junto
con el bautismo del Espíritu Santo. Puede ser que se refiera al bautismo del Espíritu Santo.

4. El bautismo de sufrimiento y martirio

Cuando Jesús habló del “bautismo con que yo soy bautizado” parece que hablaba de su sufrimiento
y muerte (Marcos 10.38–39). Él dijo que sus discípulos iban a ser bautizados con el mismo bautismo.
¿Por qué hacer referencia al sufrimiento y el martirio como a un bautismo? Porque sellan o
confirman nuestra fe. Como dice 2 Timoteo 2.12: “Si sufrimos, también reinaremos con él”.

El bautismo con el Espíritu Santo

1. Es el bautismo que salva

“El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3.5). (Lea
también Ezequiel 36.25–27; Juan 6.63; Hebreos 10.22.)

2. Da entrada a los creyentes en el cuerpo de Cristo

“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12.13). “Si alguno
no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9).
3. Da poder para vivir en santidad y para servir

Por ejemplo, note la diferencia que había en los discípulos antes y después del Pentecostés. Hechos
1.8 se cumple tanto en la vida de los discípulos de nuestros días como en los tiempos apostólicos.
El poder del Espíritu Santo limpia la vida, santifica la lengua, une a los cristianos y derrama el amor
de Dios en nuestros corazones. (Lea Hechos 1.8; 2.1–47; Hebreos 9.14; Romanos 5.5.)

El propósito del bautismo con agua

1. Sella nuestra fe en Cristo

El agua no salva a nadie. El bautismo con agua tiene valor sólo cuando es “la aspiración de una buena
conciencia hacia Dios” (1 Pedro 3.21). El que tiene una buena conciencia desea el bautismo para
cumplir toda justicia (Mateo 3.21) porque quiere identificarse con Cristo (Romanos 6.3) y con su
cuerpo, la iglesia (Hechos 2.41). Solamente la fe genuina produce tal aspiración.

El bautismo nos señala como uno ha muerto y resucitado con Cristo (Romanos 6.3–4). El mismo
testifica que hemos sido revestidos de Cristo (Gálatas 3.27). El que recibe el bautismo con agua
recibe el sello que dice: “Éste pertenece a Cristo”.

2. Señala al bautismo con el Espíritu Santo

Solamente los que han sido bautizados con el Espíritu Santo son dignos de recibir el bautismo con
agua. El bautismo visible es una señal del bautismo que se ha realizado por dentro. Como el
bautismo del Espíritu Santo da entrada al cuerpo de Cristo (1 Corintios 12.13) así el bautismo con
agua es el paso de entrada en la congregación de creyentes (Hechos 2.41–47.) La enseñanza y la
práctica de la iglesia en el tiempo de los apóstoles testifican de la conexión entre el bautismo con
agua y el del Espíritu Santo (Hechos 1.5; 10.44–48; 11.15–16).

3. Se refiere al lavamiento de los pecados

Pedro les dijo a los pecadores que sintieron temor en el día de Pentecostés: “Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros (...) para perdón de los pecados” (Hechos 2.38). Esto corresponde
con la instrucción de Ananías a Saulo: “Levántate y bautízate, y lava tus pecados” (Hechos 22.16).
¿Acaso entendemos por esto que el agua lava los pecados? De ninguna manera. La Biblia enseña
que el bautismo no quita “las inmundicias de la carne” (1 Pedro 3.21), que “la sangre de Jesucristo
nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7) y que fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir,
no por cosas “corruptibles”, sino “con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1.18–19). El agua del
bautismo sólo representa la limpieza que efectúa la sangre de Jesús. Algunos atribuyen
erróneamente esa limpieza al agua misma. En el caso del leproso (Marcos 1.40–44), a quien Cristo
ya había limpiado, vemos que Cristo lo mandó a que se presentara al sacerdote y ofreciera los
sacrificios para su purificación que según la ley debía ofrecer. El bautismo con agua, al igual que la
ofrenda mencionada, representa una purificación que ya fue hecha.

4. Es un acto de obediencia

Cuando Jesús vino al Río Jordán para que Juan lo bautizara, Juan se negó diciendo: “Yo necesito ser
bautizado por ti”. Pero Cristo le dijo: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”
(Mateo 3.13–15). Entonces Juan lo bautizó. Aquello era un acto de obediencia y no de limpieza.
Cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre los gentiles en la casa de Cornelio, Pedro dijo:
“¿Puede acaso alguno impedir el agua...?” (Hechos 10.44–48) y mandó que fueran bautizados con
agua. ¿Era necesario que Cornelio fuera bautizado? Sí. Nadie puede llegar al cielo si rechaza este
mandamiento de Dios.

5. Es el paso de entrada a la membresía de la congregación de creyentes

Las dos obras principales encomendadas a la iglesia en Mateo 28.19–20 son: (1) enseñar y (2)
bautizar. La costumbre de todas las iglesias en el tiempo de los apóstoles era bautizar a los nuevos
convertidos. Hechos 2.41 dice que “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día a la iglesia como tres mil personas”.

Requisitos bíblicos para el bautismo

Se debe bautizar sólo al que cumple los requisitos bíblicos. Los requisitos bíblicos para bautizarse
son:

1. La fe

“¿Qué impide que yo sea bautizado?” preguntó el eunuco etíope. “Si crees de todo corazón, bien
puedes” respondió Felipe (Hechos 8.36–37). “¿Qué debo hacer para ser salvo?” preguntó el
carcelero. “Cree en el Señor Jesucristo,” se le contestó (Hechos 16.30–31). Al manifestar tal fe, ellos
fueron bautizados. Cristo dijo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Es necesario que la
persona entienda bien su necesidad de ser salva y que reciba la salvación por fe antes de recibir el
bautismo.

2. El arrepentimiento

“¿Qué haremos?” preguntaron los hombres en el día de Pentecostés. “Arrepentíos, y bautícese cada
uno de vosotros” respondió Pedro (Hechos 2.37–38). Pedro no dijo: “Bautícense y luego
arrepiéntanse”. El arrepentimiento antecede al bautismo. Juan reprendió a la “generación de
víboras” que quería ser bautizada. Les dijo que debían hacer “frutos dignos de arrepentimiento”
(Mateo 3.7–8). Se debe bautizar sólo a las personas arrepentidas.

3. La conversión

Varios pasajes de la Biblia indican que la conversión es un requisito que uno tiene que cumplir antes
de bautizarse con agua. Pedro amonestó a los fariseos: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3.19). Esto no se refiere directamente al bautismo con
agua, sino aclara que la conversión viene antes de la remisión de los pecados. Saulo de Tarso fue
bautizado, pero sólo después de haberse convertido (Hechos 9.1–18). Realizar un estudio de lo que
sucedió en la vida de Pablo es muy provechoso al considerar la relación entre la conversión y el
bautismo con agua. Antes de bautizarse uno tiene que creer y arrepentirse, es decir, convertirse. Al
no ser así el bautismo con agua no se debe administrar. Para el bienestar de los interesados y
también para el de la iglesia, el bautismo con agua se aplica solamente a los que muestran una
conversión verdadera por medio de su manera de vivir.

¿Qué dice la Biblia sobre el bautismo de los infantes?


La Biblia guarda un silencio absoluto sobre el asunto del bautismo de los infantes. Una de las citas
bíblicas que se usa a veces para apoyar el bautismo de los infantes se encuentra en Mateo 19.13–
15. Pero esta escritura sólo dice que las madres trajeron a sus niños “para que pusiese las manos
sobre ellos, y orase”; la misma ni siquiera se refiere a ningún bautismo. Hay algunos que nos dicen
que los apóstoles bautizaron a los niños porque ellos bautizaron a familias completas como, por
ejemplo, a las familias de Cornelio, Lidia y el carcelero en Filipos. Pero la Biblia no dice que en
aquellas casas había niños. Al contrario, en algunos casos se indica que la familia completa fue capaz
de comprender el evangelio. Cornelio era “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa” (Hechos
10.2); y del carcelero está escrito que se bautizó y “se regocijó con toda su casa de haber creído a
Dios” (Hechos 16.34).

El bautismo es para los que tienen entendimiento para recibirlo conforme a los términos del
evangelio. Los niños pequeños no tienen tal entendimiento. En cuanto a los niños inocentes, la Biblia
dice que “de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19.14). Es sólo cuando llegan a entender su
responsabilidad ante Dios por su alma que ellos son aptos para el mensaje del evangelio y pueden
ser bautizados cuando hayan cumplido los requisitos bíblicos.

El modo de bautizar

La Biblia en ninguna parte especifica la forma exacta de bautizar; si se debe derramar o rociar el
agua en la persona o si se debe sumergir a la persona en el agua. Esto nos ayudará a no ser
demasiado dogmáticos en nuestra manera de pensar en el modo de bautizar. Cabe decir que si
alguno se ha entregado a Dios, y por la gracia de Dios le está sirviendo conforme al entendimiento
que tenga, Dios no le cerrará las puertas del cielo sólo porque hubo un error en la manera en que
fue bautizado. Cuando alguna persona que ya fue bautizada sobre su confesión de fe quiere entrar
en la iglesia es mejor averiguar si tiene una buena conciencia hacia Dios que indagar el modo en que
fue bautizada. Sin embargo, no debemos descuidar lo que la Biblia enseña acerca del bautismo.

El derramamiento

1. “Derramamiento” es un sinónimo bíblico para “bautismo”

La escritura usa dos palabras, bautizar y derramar, para señalar la misma cosa. Hechos 2.17 habla
de derramar, mientras que Mateo 3.11 y Hechos 1.5, hablando de la misma cosa que Hechos 2.17,
lo llaman bautizar. El uso de las dos ideas se halla también en Hechos 11.15–16, mostrando que las
palabrasbautizar y derramar son sinónimas. La palabra “cayó” es usada aquí en vez de “derramar”,
pero expresa la misma idea.

Pablo se refiere a la experiencia de los israelitas en el Mar Rojo, diciendo que “todos en Moisés
fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Corintios 10.1–2). Parece que el salmista se refiere al
cruce del Mar Rojo cuando dice: “Las nubes echaron inundaciones” (Salmo 77.17–20). Al comparar
estos dos pasajes, se ve claramente que el pueblo no fue bautizado por inmersión cuando cruzaron
el Mar Rojo. Esto destaca el hecho de que las dos ideas, derramar y bautizar, son sinónimas.

2. El derramamiento está de acuerdo con los términos usados en el Antiguo Testamento tanto como
los términos usados en conexión con el bautismo del Espíritu Santo
Esto ya se ha demostrado en los párrafos que hablan acerca de “diversas abluciones” y los que
hablan del bautismo con agua como símbolo del bautismo del Espíritu Santo. Si el bautismo del
Espíritu Santo siempre se refiere como un derramamiento, ¿por qué no debería ser el bautismo con
agua por derramamiento también?

3. La mayoría de los bautismos que se mencionan en el libro de los Hechos parecen haber sido
efectuados dentro de una casa

Esto no es una prueba concluyente, pero resulta dudoso que en cada casa hubieran tenido un lugar
para sumergir en el agua a los que habrían de bautizarse. El único caso después del día de
Pentecostés donde está claro que se administró un bautismo en el agua es cuando Felipe y el eunuco
“descendieron ambos al agua” (Hechos 8.38). Pero ni en este ejemplo se relata el modo que usaron
para bautizar.

La santa cena
Capítulo 38

“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor
anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11.26).

La santa cena fue instituida por el Salvador la noche en que él fue traicionado. Después que Jesús y
sus discípulos se habían sentado a la mesa, él dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta
pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino
de Dios” (Lucas 22.15–16). Fue en esta fiesta de la pascua que Jesús tomó el pan, dio gracias, lo
partió y lo dio a sus discípulos, recordándoles que debían comer el pan en memoria de su cuerpo
quebrantado. Después de esto, él tomó la copa, la dio a sus discípulos y les dijo que debían beber
de la copa en memoria de su sangre derramada. Así se instituyó una ordenanza nueva para la época
del Nuevo Testamento.

Lo que significa

1. Se hace en memoria del cuerpo quebrantado y de la sangre derramada de Jesucristo

Esto se ve claramente en la primera carta de Pablo a los corintios:

Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue
entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo
que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa,
después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las
veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y
bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga (1 Corintios 11.23–26).

Es una cena muy sencilla; tan sencilla que hasta un niño puede comprender lo que sucede en la
misma. Sin embargo, es tan profunda que los hombres más educados nunca han podido
comprender todo su significado. El pan es un símbolo del cuerpo de Jesús que fue quebrantado por
nosotros; la copa es un símbolo del nuevo pacto en su sangre.

2. Se refiere a la unidad de los participantes


Volvamos otra vez a los escritos de Pablo:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que
partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser
muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan (1 Corintios 10.16–17).

Al meditar en lo que significa la santa cena, vemos que la santa cena se debe observar como un
cuerpo unido y no como personas individuales. Los participantes en la santa cena deben estar de
acuerdo entre sí y ser uno en el Señor, uno en fe, uno en devoción a Cristo. Como el pan se compone
de muchos granos de trigo, mezclados tan inseparablemente que es imposible saber de qué grano
vino cierta parte de la harina, así el cuerpo de participantes debe ser un solo cuerpo de adoradores
en el Señor. Llegamos a ser “un pan” al participar todos del mismo pan (Cristo).

3. Demanda de los participantes una vida santa, apartada del mundo

No quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y
la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios (1
Corintios 10.20–21).

Este texto es muy claro sobre la importancia de limitar la santa cena a los que están unidos en Cristo
y sin pecado. Debemos mantenernos separados de los demonios y de los que sirven al diablo. No
puede haber compañerismo entre cristianos e incrédulos.

Hay dos amonestaciones bíblicas en cuanto a la participación de pecadores en la santa cena. La


primera advierte a la iglesia de no participar en la santa cena con tales personas (1 Corintios 10.20–
21). La segunda habla a los mismos pecadores: “Cualquiera que comiere este pan o bebiere esta
copa del Señor indignamente (...) juicio come y bebe para sí” (1 Corintios 11.27–29).

Algunas teorías y prácticas falsas

1. La transubstanciación

La iglesia católica enseña que el pan y el vino literalmente se convierten en el cuerpo y la sangre del
Señor cuando el sacerdote los bendice. Esta teoría se basa supuestamente en las declaraciones de
Jesús en cuanto a la cena: “Esto es mi cuerpo (...) esto es mi sangre”. El error de esta teoría se aprecia
en que cuando Cristo dijo estas palabras su cuerpo físico estaba a plena vista de los discípulos de
modo que ellos entendieron que él hablaba de manera simbólica.

Otro caso parecido se encuentra en la interpretación de Daniel de la visión de Nabucodonosor.


Daniel dijo: “Tú eres aquella cabeza de oro” (Daniel 2.38). Esto no fue de manera literal, pues el rey
de carne y sangre no fue a la misma vez parte de esa estatua. Así en la santa cena el pan es el cuerpo
y la copa es la sangre de Cristo en sentido figurado. Si fuera verdad la teoría de transubstanciación
todo participante que comiera la carne y bebiera la sangre, inclusive los pecadores e hipócritas,
tendrían la vida eterna. Claro que esto contradice el evangelio. Esta teoría es una invención muy
astuta que da la autoridad para salvar al que reparte el pan y da entrada al reino de Dios a los
pecadores. No hay virtud alguna ni en el pan ni en la copa en sí. Pero son muy apropiados y muy
importantes porque en la santa cena nos hacen memoria del cuerpo quebrantado y la sangre
derramada de Cristo.
2. La consubstanciación

Como la teoría de la transubstanciación, la consubstanciación asimismo afirma la presencia real del


cuerpo y de la sangre del Señor, pero dice que coexisten con los elementos naturales. Según esta
teoría, el pan, aunque sea realmente pan, también contiene el cuerpo físico del Señor. Y el fruto de
la vid, además de ser jugo de uva, es la sangre de Cristo. Los que enseñan así creen que este cambio
se efectúa sin la consagración del sacerdote.

Esta teoría está sujeta a los mismos errores que la otra. En cuanto a las cualidades físicas del pan y
de la copa, son símbolos; y en cuanto a la presencia de Cristo en la santa cena, es completamente
espiritual.

3. Participación abierta

Participación abierta quiere decir “permitir que participe en la santa cena cualquier persona que se
sienta digna de participar”. Los que practican la santa cena abierta no quieren juzgar a los que
desean participar. Creen que la santa cena abierta está de acuerdo con los principios del evangelio,
el cual, dicen ellos, es evangelio de amor. Pero hay varias objeciones a esta teoría:

· Es difícil armonizar esta teoría con los pasajes bíblicos ya citados que dan énfasis al examen de uno
mismo y al examen de toda la iglesia.

· La base de la santa cena no es sólo el amor entre los participantes, sino unidad en la fe y en la
comunión con el Señor Jesucristo.

· La santa cena abierta menosprecia la comunión entre los que participan. Los que practican la santa
cena abierta dicen que la misma destaca la comunión que uno tiene con Dios, no con los hombres.
En este caso, ¿cuál sería el propósito de celebrarla en la capilla? ¿Por qué no celebrar cada cual la
santa cena en su casa, consigo mismo y con el Señor? Y si es verdad que no es necesario la comunión
con los demás participantes, ¿por qué no deberíamos entonces admitir a todo criminal y hereje?

· La santa cena abierta admite a la mesa del Señor a los que no se pueden admitir como miembros
de la iglesia. Hay iglesias que admiten en la santa cena a toda clase de personas con tal que profesen
ser cristianos. ¿Por qué ser más estrictos con los que quieren ser miembros que con los participantes
de la santa cena? Los únicos que lógicamente pueden defender la santa cena abierta son los que
admiten como miembros a toda clase de gente sin importar su fe o su práctica.

· Existe un contraste extraño entre esta teoría y el principio bíblico de la unidad. ¿Por qué
debiéramos tener un servicio de comunión cuando se reconoce que no tenemos unión espiritual?
Dos o más personas que no están dispuestas a asociarse como miembros en la misma iglesia
tampoco están en condiciones de cenar juntos en el mismo servicio. Observemos este servicio en
una manera digna de su nombre: comunión (la santa cena) implica unión esencial de fe y vida.

La santa cena limitada

Según la Biblia, solamente los que tienen una plena unidad en Cristo deben participar juntos en la
santa cena. Creemos que la iglesia tiene la responsabilidad de decidir quienes deben participar y
quienes no. Esto es bíblico por las siguientes razones:
· Está conforme a los requisitos bíblicos de la unidad. Los participantes han de ser un cuerpo unido
en Cristo (1 Corintios 10.15–17).

· Expresa la unión espiritual de los participantes.

· Permite que la iglesia mantenga pura la santa cena del Señor. Aun las personas que parecen estar
de acuerdo con la iglesia, pero están contaminadas con pecados secretos, no deben participar (1
Corintios 11.27–29). Cada persona debe examinarse a sí mismo antes de participar en la santa cena
(1 Corintios 11.28; 2 Corintios 13.5).

· Hace posible que la iglesia cumpla con el requisito bíblico: “No quiero que vosotros os hagáis
partícipes con los demonios” (1 Corintios 10.20). Al limitar la santa cena a los que reconocen la
autoridad de la iglesia se evita la necesidad de juzgar a miembros de otras iglesias. Los que están
contaminados con el pecado deben ser excluidos de la santa cena (1 Corintios 10.18–21).

· Basa la santa cena en la unidad y en la comunión cristiana, y no en la amistad social.

· Protege a los miembros de la iglesia de la hipocresía de fingir ser uno en fe y en vida, tal como
significa la santa cena, cuando no están dispuestos a tener comunión el uno con el otro en la misma
iglesia.

Conclusión

La santa cena es un mandamiento, y como tal debe guardarse con temor y reverencia. Pero también
es un privilegio sagrado. ¡Qué gozo más grande hay para el hijo de Dios cuando recuerda el sacrificio
que el Salvador hizo por nosotros! Cuando celebramos la santa cena, anunciamos “la muerte del
Señor (...) hasta que él venga” en compañerismo con los que están unidos por medio de la misma
fe. Cuando extendemos la mano para coger los símbolos de su cuerpo quebrantado y su sangre
derramada, nuestro corazón se conmueve al pensar en el precio de nuestra redención. Nuestra
mente contempla las oportunidades que tenemos de hacer la voluntad de nuestro Maestro. Nuestro
corazón se llena de gozo celestial anticipando el momento gozoso y glorioso en que Cristo venga
otra vez para llevar a su pueblo.

El lavatorio de los pies


Capítulo 39

“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13.17).

El lavatorio de los pies fue instituido por Cristo. ¿Por qué será que él nos mandó a lavarnos los pies?
¿Será porque no le gustaban los pies sucios? No. Él nos mandó a que nos laváramos los pies los unos
a los otros para enseñarnos unos principios muy básicos de la vida cristiana: la humildad, la igualdad
y el servicio mutuo. Y eso es lo que Dios quiere que recordemos cuando nos lavamos los pies con
los hermanos.

El Nuevo Testamento se refiere dos veces al lavatorio de los pies de los santos. La primera se
encuentra en Juan 13.1–17, donde Jesús mostró a sus discípulos cómo deben lavarse los pies los
unos de los otros. La segunda se encuentra en 1 Timoteo 5.10, donde menciona “si ha lavado los
pies de los santos” como un requisito que deben cumplir las viudas antes de ser puestas en la lista
de ayuda eclesiástica. Pero estos no son los únicos lugares en la Biblia donde leemos acerca del
lavatorio de los pies. Veamos algunos pasajes del Antiguo Testamento.

Lavatorios del Antiguo Testamento

Hay dos tipos de lavatorios de pies mencionados en el Antiguo Testamento: (1) el lavatorio
tradicional y (2) el lavatorio ceremonial.

1. El lavatorio tradicional

Esta práctica común se menciona en Génesis 18.4; 19.2; 24.32; 43.24 y 2 Samuel 11.8. Esta
costumbre fue conocida en los días de Cristo, como es evidente por su reprensión a Simón: “Entré
en tu casa, y no me diste agua para mis pies” (Lucas 7.44). La costumbre en aquel tiempo era que
los siervos lavaran los pies a las visitas. En nuestra cultura ya no existe esta costumbre.

2. El lavatorio ceremonial

El lavatorio ceremonial de los pies y las manos se menciona en Éxodo 30.17–21 y Éxodo 40.30–32.
La primera cita tiene una lista de instrucciones específicas de Dios a Aarón y a sus hijos acerca de la
ceremonia de purificación que tiene que ver con el lavatorio de las manos y de los pies. La segunda
se refiere a la observancia de este mandamiento.

Juan 13.1–17

1. El ejemplo del Maestro (vv. 1–5)

Jesús se levantó de la cena, se quitó su manto, tomó una toalla y se la ciñó, puso agua en un lebrillo
y lavó los pies de sus discípulos. En esta ocasión el maestro lavó los pies a los discípulos. Fue
contrario a la costumbre.

2. La conversación con Pedro (vv. 6–11)

Cuando Jesús llegó a Pedro, éste le preguntó qué hacía pues lo que él hacía no era según la
costumbre. Entonces al decirle Jesús que aquello era algo que él no comprendería al momento,
Pedro replicó: “No me lavarás los pies jamás”. Cristo le dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte
conmigo”. A Jesús le preocupaba algo más que una simple limpieza de los pies. Cuando Pedro
entendió que este lavatorio tenía que ver con su relación con Cristo entonces él quiso que no le
lavaran sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Y en esta ocasión Cristo tampoco le
concedió su petición; él quiso lavarle solamente los pies.

3. La explicación (vv. 12–17)

Luego de haber confrontado a Pedro, Cristo siguió lavando los pies de los discípulos. Después de
esto se quitó la toalla, se puso su manto, se sentó y empezó a explicarles lo que había hecho. Los
alabó por haberlo reconocido a él como Maestro y Señor; y ya que él, el Maestro y Señor, había
lavado sus pies, ellos también debían lavarse los pies los unos a los otros. Él les había dado este
ejemplo con ese mismo propósito. Al final, Cristo les dijo que ya que sabían estas cosas y habían
visto su ejemplo entonces ellos serían bienaventurados si las hacían.

“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13.17).
El uso del velo en el cristianismo
Capítulo 40

“Toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es
que si se hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es
vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra” (1 Corintios 11.5–6).

La mujer judía se cubría, por causa de la modestia, cuando estaba en la presencia de hombres. Por
ejemplo, Génesis 24.65 ofrece una evidencia del cubrimiento de la mujer judía. Allí Rebeca se puso
su velo cuando se acercó a su futuro esposo, Isaac. Las mujeres en la iglesia cristiana también deben
mantener la práctica del cubrimiento mientras se acerca la venida del novio de la iglesia, Cristo.

La iglesia de Corinto no entendió o no obedeció esta ordenanza con prontitud. Por eso, Pablo en 1
Corintios 11 explica en detalle lo que significa esta señal para la mujer cristiana con relación a su
cabeza (el hombre) y también a Cristo. Estudiemos, pues, esas instrucciones que se encuentran en
1 Corintios 11.2–16.

1 Corintios 11.2–16

En 1 Corintios 11 leemos acerca de dos ordenanzas: el cubrimiento de la mujer cristiana y la santa


cena. Aquí está lo que Pablo nos enseña acerca de la primera:

1. Esta ordenanza se basa en el hecho fundamental que el hombre es la cabeza de la mujer, y Dios
la cabeza del hombre

“Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios
la cabeza de Cristo (...) Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón” (vv. 3, 8).

En el orden de Dios, el hombre y la mujer desempeñan una función diferente, y cada cual puede
servir con más eficacia si se mantiene en su lugar. (Lea Génesis 3.16; 1 Corintios 14.34; Efesios 5.22–
25; Colosenses 3.18; 1 Timoteo 2.11–14; 1 Pedro 3.1–2.) Al observar a los humanos y a los animales
vemos que la naturaleza corresponde con el orden de Dios que estos versículos enseñan.
Generalmente, el macho sobresale en fuerza y poder, mientras que la hembra sobresale en ternura
y en las cualidades más delicadas. Al estudiar esta enseñanza bíblica es importante que recordemos
que es nuestro Creador quien habla y que él tiene el derecho y la sabiduría para instruirnos en esto.

2. Es una señal de la relación entre el hombre y la mujer en el Señor

“Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora
o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza… Porque el varón no debe cubrirse la
cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón” (1 Corintios 11.4–5, 7).

¿Cuál cabeza se afrenta cuando el hombre ora con la cabeza cubierta? Afrenta su propia cabeza,
porque no está en el orden prescrito por Dios. También el hombre afrenta a su cabeza espiritual,
Cristo. Al hombre, Dios le ha dado la responsabilidad de llevar su imagen y representar su gloria en
un sentido que no lo ha dado a la mujer. Como la gloria de Dios no debe ser tapada; así la cabeza
del varón no debe ser cubierta. Cubrirla sería una afrenta a Cristo.
La relación entre el hombre y la mujer representa la relación entre Dios y su pueblo (Efesios 5.21–
33). Dios le ha dado a la mujer la responsabilidad de ser la “gloria del varón” y ha prescrito que la
misma debe ser cubierta. Así el cubrimiento testifica que la hermana que lo lleva desea estar en su
lugar debido en el orden establecido por Dios y representar fielmente cómo la iglesia se relaciona
con su Cabeza al someterse a su propia cabeza, el hombre. Si no se cubre es una afrenta a su propia
cabeza porque muestra su falta de obediencia a Dios. También es una afrenta a su cabeza, el
hombre, porque muestra que ella no respeta la posición del hombre en el orden de Dios.

3. El hombre debe adorar con la cabeza descubierta

El vestuario de los sacerdotes en el Antiguo Testamento incluía algo para la cabeza, la mitra y las
tiaras (Éxodo 39.28). Moisés cubrió su rostro cuando el mismo resplandecía con la gloria de Dios.
Pero ese velo que cubrió la gloria de Dios se quitó en Cristo (2 Corintios 3.12–16). También el velo
que cubría la gloria de Dios en el templo se rasgó en dos. ¿Por qué? Porque Cristo revela la gloria de
Dios al hombre. Y él da al hombre acceso a Dios. La cabeza descubierta del hombre cristiano declara
que la gloria de Dios ha sido revelada en Cristo.

Adorar con la cabeza cubierta niega que la gloria de Dios ha sido revelada en Cristo, y le es una
afrenta. Los judíos que niegan que Jesús es el Mesías tienen la costumbre de llevar un cubrimiento
sobre la cabeza cuando estudian la ley. Esto concuerda con 1 Corintios 3.15: “Y aun hasta el día de
hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos”. Ellos llevan ese
cubrimiento sobre sus cabezas porque hay un velo en su corazón y no ven la gloria de Dios que Cristo
descubrió.

4. La mujer debe adorar con la cabeza cubierta

Como el hombre es la imagen y gloria de Dios, “la mujer es gloria del varón” (v. 7). La gloria del varón
debe ser cubierta en los cultos para que todos se gloríen en el Señor. Es una afrenta a Cristo cuando
los cristianos se congregan para adorarle y las mujeres no cubren sus cabezas. También es una
afrenta a los hermanos, porque el velo testifica que las mujeres les tienen por cabeza, como Dios
les ha mandado.

La mujer cristiana con la cabeza cubierta tiene el privilegio de adorar (orar y profetizar). Su cabeza
cubierta muestra que ella tiene la debida relación con su cabeza, el hombre, y con esta señal de
autoridad sobre su cabeza puede orar y profetizar ella misma. Eso quiere decir que ella no tiene que
hacerlo por medio del hombre.

5. Dos relaciones, la natural y la espiritual (representadas por el velo y el cabello largo), se enseñan
en este pasaje

“Toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es
que si se hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es
vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra (...) Juzgad vosotros mismos: ¿Es
propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza? La naturaleza misma ¿no os enseña que al
varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello
le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello” (vv. 5–6, 13–15).
En este pasaje se hace referencia a dos tipos de velos: (1) el cabello largo, señal de la relación natural
de la mujer con el hombre; (2) un velo de tela, señal de la relación espiritual de la mujer con el
hombre. Pablo apela a la naturaleza para confirmar que la mujer no debe cortar su cabello. La
naturaleza humana, personas de toda edad, nacionalidad, color y credo, reconoce la belleza del
cabello largo de la mujer. Pero esa misma naturaleza no piensa lo mismo en cuanto al cabello largo
del hombre. El hombre como la mujer deben ser obedientes a la verdad que Dios les enseña por
medio de la Biblia, la cual él también enseña a través de la naturaleza: el cabello largo le es
vergonzoso al hombre, pero le es honroso a la mujer.

Al recordar el argumento dado en los versículos 13–15, podemos entender mejor la idea que se
presenta en el versículo 6: “Si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se
cubra”. En otras palabras, si la mujer se quita el velo, que se corte también el cabello; pero si esto
es vergonzoso (y lo es según la norma de Dios y según las normas de la mayoría de las culturas), que
se cubra. Por tanto, para obedecer a Dios es necesario que las mujeres se dejen el cabello largo y
que tengan la cabeza cubierta.

6. Es señal de autoridad (v. 10)

“Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles.”

Al cubrirse de esta manera, la mujer tiene sobre su cabeza la “señal” que ha tomado su lugar como
ayuda idónea al lado del hombre, colaborando en la obra y en la adoración al Señor. Los ángeles, al
ver esta señal, testifican de ella en la presencia de Dios. ¿Qué es esta “señal”? Teniendo en cuenta
el contexto es evidente que se trata de un cubrimiento visible. La Biblia no dice específicamente
cómo debe ser este cubrimiento; sólo dice que debe cubrir la cabeza de la mujer que lo lleva. Dios
le ha dado el cabello largo a la mujer para que el mismo sea cubierto. La palabra “señal” aclara que
si la mujer usa algo para protegerse de la intemperie entonces no cumple su función de velo, por
tanto, deja de ser una “señal”.

Otra idea digna de notar es que este cubrimiento debe ser una verdadera “señal”. Cuando una mujer
se cubre lo más natural sería esperar que ella ejemplifique en su vida lo que el velo representa: la
modestia, la pureza, la sujeción al hombre y la obediencia a Dios. Muchas veces, cuando la mujer se
viste con lo que Dios prohíbe (como la ropa deshonesta y orgullosa) entonces ella se quita lo que
Dios manda (el velo). Pero si usted sabe, estimada hermana, que en su corazón no hay lealtad,
devoción, pureza, modestia o el deseo de servir y obedecer al Señor como debiera entonces arregle
su vida con Dios para que usted esté de acuerdo con lo que el velo representa, en lugar de quitarse
el mismo y conformarse al mundo.

7. El hombre contencioso que argumenta en contra del velo de la mujer no tiene base para sus
contenciones

En el versículo 16 Pablo reprende al hombre que declara que “ni mi esposa ni mi hija jamás se
cubrirán su cabeza”. Si alguien es contencioso, dice Pablo, sepa que las iglesias verdaderas de Dios
no conocen otra costumbre. Ni las iglesias judías ni las de los gentiles tenían la costumbre de ser
contenciosas en cuanto al velo. Algunos piensan que Pablo, en el versículo 16, desecha la costumbre
de usar el velo. Si así fuera, él sería un hombre muy necio. Qué tonto sería, si después de haberlo
explicado con tanto detalle y haber escrito con tanta convicción él mismo dijera que no era
necesario que la mujer se cubriera su cabeza. Si eso es lo que él quería decir entonces lo hubiera
dicho desde el principio y de esa manera hubiera evitado tanta confusión en las iglesias.

Respuestas para las excusas

La excusa: “No es parte del evangelio; sólo pertenece a los escritos de Pablo”.

La respuesta: Cristo dice de Pablo: “Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en
presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9.15). Pablo dice: “Lo que os
escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14.37).

La excusa: “La mayoría de las iglesias lo han desechado”.

La respuesta: Asimismo la mayoría de las personas en los días de Noé desecharon el mensaje de
Dios cuando Noé les advirtió acerca del diluvio. Debemos permitir que la palabra de Dios mande en
nuestra vida, no lo que piensa la gente.

La excusa: “Mi iglesia no lo practica”.

La respuesta: Sin juzgar a su iglesia, quisiéramos, sin embargo, recordarle que Dios por medio de
Santiago nos dice que “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4.17). Si su
iglesia persiste en desobedecer a Dios, a usted le sería mejor buscar otra iglesia donde pueda
obedecer a Dios y todas sus enseñanzas en compañerismo con los que tienen la misma fe.

La excusa: “Fue nada más una costumbre local”.

La respuesta: El mensaje de Pablo parece indicar que en esa comunidad no se practicaba tal
costumbre. Por eso, él enseñó con mucho énfasis que la mujer cristiana debe cubrirse la cabeza con
un velo. No importa lo que usted diga acerca de las costumbres, está muy claro que Pablo enseñó
que la mujer cristiana debe cubrirse la cabeza. Las palabras “a los santificados en Cristo Jesús,
llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor
Jesucristo” dan a entender que toda esta epístola debe ser parte también de las prácticas de las
iglesias cristianas de todos los tiempos.

La excusa: “El cabello largo es el velo”.

La respuesta: En primer lugar, en este pasaje Pablo enseña la necesidad de un cubrimiento visible,
entonces apela a la naturaleza como ilustración para confirmar su argumento. En segundo lugar, la
palabra griega que se traduce como “velo” en el versículo 15 es distinta de la que se utiliza en los
versículos 4–7.

La excusa: “Es tan difícil comprenderlo”.

La respuesta: A la persona que tiene la voluntad de aceptar esta verdad, le es muy fácil
comprenderla. Si aceptamos lo que podemos comprender, nos ayuda a comprender también las
cosas más difíciles. Lea especialmente los versículos 5 y 6; hasta un niño los puede entender.

La excusa: “Si otras pueden ir al cielo sin haber llevado el velo, yo también puedo”.

La respuesta: ¿Quién la convirtió a usted juez de otras mujeres? La pregunta que más le debe
interesar a usted no es adónde irán ellas, sino ¿qué quiere el Señor que yo haga? Además, ¿cómo
usted sabe que esas mujeres están en el cielo? “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es
pecado” (Santiago 4.17).

La excusa: “Algunos tienen el velo como un ídolo”.

La respuesta: Esto puede ser cierto. Pero, ¿qué tiene que ver eso con su obediencia o
desobediencia? Póngase el velo, y así será un buen ejemplo para el resto de las mujeres de cómo
llevarlo para la gloria de Dios.

La excusa: “Conocemos a algunas mujeres verdaderamente cristianas que no llevan el velo”.

La respuesta: Esto también puede ser cierto. Pero, ¿en quién confía más usted? ¿Vale más la palabra
de esas mujeres o la de Dios? Dios es quien dio el mandamiento.

La excusa: “Me daría vergüenza llevar el velo”.

La respuesta: Sin duda esta excusa revela el porqué de la existencia de la mayoría de las excusas. De
seguro la mayoría de las excusas para no usar el velo desaparecerían inmediatamente si el mismo
estuviera de moda.

En conclusión, notemos que:

· Pablo declara que lo que él enseñó en Corinto también lo enseñaba en todas las iglesias (1 Corintios
4.17).

· La carta fue dirigida a todo creyente en todo lugar (1 Corintios 1.2).

· Pablo demuestra que el velo significa que la mujer reconoce la autoridad que Dios estableció sobre
ella en la creación (1 Corintios 11.3, 7–12).

· Es propio que las redimidas reconozcan el orden de la creación que existía antes de la caída del
hombre y que lleven la señal dada para ilustrar ese orden.

El ósculo santo y unción con aceite

Capítulo 41 - El ósculo santo

“Saludaos los unos a los otros con ósculo santo” (Romanos 16.16).

“Saludaos unos a otros con ósculo de amor” (1 Pedro 5.14).

Es un símbolo de amor

El beso se conoce en todo el mundo como muestra de amor y afecto. Pero elósculo (beso) santo no
es algo romántico ni debe ser llamativo a la carne; más bien es un símbolo de la unidad, pureza,
amor y sinceridad que existen en la hermanad cristiana. Es algo que nace de un corazón lleno del
amor de Dios hacia los hermanos.

Se debe guardar en santidad

Esta ordenanza no es para practicarla con todo el mundo. “Saludad a todos los hermanos con ósculo
santo” (1 Tesalonicenses 5.26). Este beso muestra la relación sagrada que tenemos como hermanos
en Cristo.
Para guardar la santidad y pureza de este mandamiento, se debe practicar los hermanos con los
hermanos y las hermanas con las hermanas. Según Hipólito, un líder en la iglesia en Roma, la iglesia
de aquel entonces así lo practicaba. En cuanto al ósculo santo, él mandó: “Solo los creyentes deben
saludarse los unos a los otros, pero los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres; un
hombre no debe saludar a una mujer” (The Apostolic Tradition18.4, como fue citado en The
Didache, página 24, Amish Mennonite Publications).

Es un mandamiento

La Biblia menciona este mandamiento cinco veces:

“Saludaos los unos a los otros con ósculo santo” (Romanos 16.16).

“Saludaos los unos a los otros con ósculo santo” (1 Corintios 16.20).

“Saludaos unos a otros con ósculo santo” (2 Corintios 13.12).

“Saludad a todos los hermanos con ósculo santo” (1 Tesalonicenses 5.26).

“Saludaos unos a otros con ósculo de amor” (1 Pedro 5.14).

Existen muchos que ponen excusas como: “no es saludable”; “no conviene”; “da un espectáculo”;
“el otro puede ser un hipócrita”; “no está de moda”; “no es un mandamiento importante”; “el
apretón de manos ha tomado el lugar del ósculo santo”. Sin embargo, teniendo en cuenta las
escrituras ya mencionadas, ¿acaso uno puede justificarse usando cualquiera de estas excusas? Por
supuesto que no. ¿Acaso no es cierto que cuando existe un amor ferviente y un espíritu de
fraternidad desaparecen todas estas excusas? ¡Claro que sí! La iglesia bíblica requiere que “todos
los hermanos” obedezcan esta ordenanza.

Es necesario practicarlo

El mandamiento “saludaos los unos a los otros con ósculo santo” no es una mera sugerencia para
cualquiera que quiera practicarlo, sino una exhortación al pueblo cristiano para que lo obedezca.
No puede haber “ósculo santo” ni “ósculo de amor” donde los que practican este saludo no andan
en la justicia y la verdadera santidad, y donde los que se congregan no se aman “unos a otros
entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1.22). Debido a que estas cosas no abundan en el
corazón de tantos que profesan el nombre de Cristo entonces es lógico que desechen este
mandamiento del evangelio. Al ver eso, y al estudiar esta práctica a la luz de lo que simboliza,
recordamos la importancia de guardar viva esta enseñanza en nuestro corazón y en nuestra vida.

Los verdaderos cristianos se aman “unos a otros entrañablemente, de corazón puro”. Es por eso
que les conviene saludarse los unos a los otros con el ósculo santo.

Capítulo 42 - La unción con aceite

“¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole
con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si
hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5.14–15).

La práctica judía
Desde la antigüedad la unción con aceite fue una costumbre practicada por el pueblo de Dios.

Por ejemplo, a Rut se le mandó a que se ungiera antes de encontrarse con el que más tarde sería su
marido (Rut 3.3).

Los judíos ungían el cuerpo con el propósito de refrescarse (2 Crónicas 28.15).

El salmista nos escribe: “Seré ungido con aceite fresco” (Salmo 92.10).

Una de las instrucciones de Cristo a sus discípulos fue: “Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu
rostro” (Mateo 6.17).

Los discípulos “ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban” (Marcos 6.13).

De esta manera podemos ver que la unción con aceite se practicó desde tiempos muy antiguos y
para diversos propósitos.

La unción con el propósito de sanar

1. Una práctica sagrada

¿Se usa el aceite por sus cualidades de sanidad o acaso hay un significado más profundo? Si Santiago
hubiera querido hablar solamente del poder sanador del aceite entonces él nos hubiera enseñado
qué clase de aceite y de qué manera aplicarlo para que fuera más eficaz o nos hubiera instruido que
llamemos a un médico en lugar de llamar a los ancianos de la iglesia. Además, Santiago nos dice: “La
oración de fe [no el aceite] salvará al enfermo”. Esto deja muy claro el hecho de que él no se refería
al poder sanador del aceite, sino más bien al gran poder sanador de Dios. Sin embargo, debido a las
cualidades sanadoras del aceite nosotros podemos verlo como un símbolo de lo que Dios puede
hacer por nuestro cuerpo y alma. El aceite en la unción se utiliza de forma simbólica así como se
utilizan el agua en el bautismo y el pan y la copa en la santa cena del Señor.

2. El propósito de la unción

El propósito de la unción se ve claramente en Santiago 5.15: “Y la oración de fe salvará al enfermo,


y el Señor lo levantará”. Esta promesa debe ser algo real en la vida del cristiano. Es por eso que
nosotros debemos analizarla cuidadosamente, creerla y aceptarla.

¿Por qué, entonces, no son sanados todos los que son ungidos con aceite? Esto pudiera ser por
varias razones. Tal vez no sea la voluntad de Dios que el enfermo se sane. Además, pudiera ser por
causa de una falta de fe por parte del enfermo, de los ancianos o de ambos. La exhortación divina
es que el enfermo “llame a los ancianos de la iglesia”. Cuando llegan los ancianos y hablan del asunto
con el enfermo que los ha llamado es entonces que se puede determinar lo que sea apropiado hacer.
Si leemos cuidadosamente Santiago 5.14–15 quedaremos impresionados con los siguientes puntos:

A veces no es apropiado ungir con aceite. Ciertamente no es apropiado hacer esto donde no hay fe.
Es indispensable que haya una fe viva por parte del enfermo y de los ancianos. Dios no contesta una
oración en incredulidad. Otras veces no es la voluntad de Dios que el enfermo se sane o por lo menos
que el mismo sane inmediatamente. Por eso siempre debemos orar que se haga la voluntad de Dios.
Cuando uno ora acerca de la unción es necesario que ore con los ojos fijos en la promesa: “El Señor
lo levantará”, ya sea ahora o más tarde, sea el cuerpo, el alma o el espíritu; será de la manera que
él quiere.

La unción no debe ser administrada con el objetivo de lavar el alma. Algunos piden la unción porque
desean guardar este mandamiento antes de morir. Pero la Biblia en ninguna parte habla de tal uso
de la unción. Al contrario, Santiago destaca el poder sanador de Dios en esta ordenanza. Es la sangre
de Cristo la que lava el alma en preparación para la muerte y no la unción con aceite.

La unción no es para los niños. La misma es para los que pueden llamar a los ancianos de la iglesia.
La Biblia no enseña la unción con aceite para los niños de la misma manera que no enseña el
bautismo para los niños.

La unción no es para los incrédulos. Si a causa de una enfermedad un incrédulo deseara llamar a los
ancianos de la iglesia entonces es necesario que lo instruyan primero para que deje sus pecados y
reciba a Jesús como su Salvador. Después se le puede administrar el bautismo y la unción con aceite.

La enfermedad no es siempre el resultado de los pecados del enfermo. La frase “si hubiere cometido
pecados” nos confirma este punto. Pero en cada unción debe haber una oportunidad para que los
que están presentes puedan confesar sus faltas unos a otros antes de ungir al enfermo.

3. “Hágase tu voluntad”

Se debe tomar muy en serio la práctica de la unción. Cuando el enfermo ora según la voluntad del
Señor, llama a los ancianos de la iglesia y todos oran en plena fe, “la oración de fe salvará al enfermo,
y el Señor lo levantará”. Entonces podemos tener la completa confianza de que Dios escuchará las
oraciones y glorificará su nombre de acuerdo a su voluntad. Sin embargo, no debemos olvidar que
Dios no se sujeta a nuestros deseos. Quizá Dios tenga un mejor plan que el nuestro. Si él nos sana
es para glorificar su nombre y si no, también lo es. Si él no desea darnos la sanidad entonces nos
dará la gracia para soportar la enfermedad (2 Corintios 12.7–9). Siempre debemos orar como oró
Jesús: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22.42). Varias personas que pidieron la
unción con aceite y no fueron sanadas han testificado que aunque Dios no les sanó físicamente, sí
les sanó de sus dudas y desánimos.

El matrimonio

Escoger otro capítulo

Capítulo 43

“Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre
y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino
uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10.6–9).

El matrimonio es una institución ordenada por Dios. Fue instituido y santificado en la creación, y
desde aquel tiempo el pueblo de Dios ha promovido su pureza. Dios instituyó el matrimonio cuando
hizo a Eva y se la trajo a Adán, el cual dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne.
(...) Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola
carne” (Génesis 2.23–24).

¿Por qué fue instituido el matrimonio?


1. No es bueno que el hombre esté solo

Dios creó una “ayuda idónea” para Adán porque no era bueno que él estuviera solo (Génesis 2.18).
La verdad de este planteamiento la vemos en la constitución física de cada hombre y mujer. Ellos
son diferentes tanto en lo físico como también en lo emocional, y se necesitan el uno al otro para
complementarse. Lo que le falta al hombre lo suple la mujer, y viceversa. Dios los creó para ocupar
sus respectivos lugares. Dichoso el hombre y dichosa la mujer que reconoce esta sabia provisión del
Creador, que la respeta y que obra dentro de sus límites.

2. Para propagar el género humano

Esto está expuesto en Génesis 1.28: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra”.

3. Para la pureza del género humano

“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros
los juzgará Dios” (Hebreos 13.4). Entre el marido y su esposa que se aman el uno al otro las
relaciones sexuales son puras y honrosas. Cuando los dos cumplen los deseos del otro les fortalece
en contra de la fornicación (1 Corintios 7.1–5).

4. Para la crianza de los hijos

Las cualidades más fuertes del padre unidas a las cualidades más tiernas de la madre sirven para
criar y disciplinar a los niños. No hay nada que pueda ocupar el lugar de un hogar cristiano para criar
a los hijos “en disciplina y amonestación del Señor”.

El matrimonio es:

1. Dejar a los padres y comenzar un nuevo hogar

Génesis 2.24 lo expresa así: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer”. Aunque los matrimonios todavía deben reconocer sus deberes para con sus padres como
hijos e hijas, ahora sus deberes son más el uno para con el otro que para con sus propios padres o
cualquier otro familiar o amigo. Ellos ahora forman un nuevo hogar; el marido es la cabeza y la
esposa es su ayuda idónea.

2. Llegar a ser “una sola carne” con alguien del sexo opuesto

Cuando la pareja se casa los cónyuges unen sus corazones, manos, mentes y hasta sus posesiones.
Ellos llegan a ser uno en pensamiento, en afectos y en propósitos. Dios los une en una sola carne.

3. Una unión pronunciado por Dios que dura por toda la vida

¿Cuándo empieza un matrimonio? Cuando un hombre y una mujer dejan a sus padres y su unen
ante Dios.

¿Cuándo termina un matrimonio? Dios une a la pareja casada de por vida. Dios ve a los cónyuges
como un matrimonio hasta la muerte de uno de ellos (Marcos 10.9; 1 Corintios 7.39).

Leyes matrimoniales
Casi todas las naciones tienen leyes sobre el matrimonio. Los cristianos debemos someternos a tales
leyes a no ser que las mismas no estén en armonía con las leyes divinas. Veamos algunas de estas
leyes.

1. Prohíbe que un creyente se case con un incrédulo

Moisés (Deuteronomio 7.3), Josué (23.11–13), Esdras (10.10–12) y Nehemías (13.23–26) testifican
en contra del matrimonio entre creyentes e incrédulos. Moisés apoya este planteamiento al decir:
“Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos” (Deuteronomio 7.4). Al pasar
al Nuevo Testamento encontramos la misma advertencia de parte de Dios: “No os unáis en yugo
desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6.14) y “libre es para casarse con quien quiera, con tal que
sea en el Señor” (1 Corintios 7.39). La Biblia advierte a los cristianos que ellos no deben casarse con
los incrédulos, porque traería resultados desastrosos en sus vidas.

“¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3.3). Cuando el esposo y la esposa
tienen diferentes creencias religiosas ellos están divididos en los asuntos más importantes. Los
padres tienen la obligación ante sus hijos de estar unidos en todos los asuntos morales y religiosos.
Por tanto, es muy importante que los cristianos busquen su pareja entre otros cristianos.

Esto hace que surja otra pregunta: ¿Y qué hay con las personas que ya están unidas en un
matrimonio en yugo desigual? Tales personas encuentran sus instrucciones en 1 Corintios 7.12–16.

¿Acaso están verdaderamente casados una mujer y un hombre si no son cristianos? Ciertamente
que lo están con tal que hayan cumplido las condiciones esenciales del matrimonio. El matrimonio
es honroso en todo, sea la ceremonia oficiada por un predicador o un magistrado, sean los
interesados conversos o incrédulos, con tal que se casen de acuerdo con las leyes de su país y no
contrario a la ley altísima de Dios.

2. La Biblia prohíbe el matrimonio con una persona divorciada mientras viva su cónyuge

Esta es una verdad que muchos ignoran voluntariamente. Dejaremos, pues, que sea la Biblia la que
tenga la última palabra sobre este tema:

“Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio
no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se
casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mateo 19.8–9).

“Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer
repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Marcos 10.11–12).

“Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del
marido, adultera” (Lucas 16.18).

“Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere,
ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será
llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a
otro marido, no será adúltera” (Romanos 7.2–3).

“La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive; pero si su marido muriere, libre es
para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor” (1 Corintios 7.39).
Algo que deseamos destacar en estos versículos es que nadie tiene derecho a casarse con otra
persona mientras viva su cónyuge. Esto quiere decir que tampoco nadie tiene el derecho a casarse
con una persona divorciada. La verdad es que cuando dos están casados ellos son “una sola carne”
mientras ambos vivan y durante este tiempo ninguno puede llegar a ser “una sola carne” con otra
persona. Si alguno de los dos se une a otra persona entonces será llamado adúltero.

La Biblia menciona dos casos en que puede haber una separación (Mateo 19.9; 1 Corintios 7.15).
Pero en ningún caso la Biblia permite que alguno de los interesados se case con otro mientras viva
su cónyuge.

Si una persona se encuentra ya casada con una persona divorciada entonces ellos están viviendo en
adulterio. Tales personas deben separarse. Algunas personas que se encuentran en tales
circunstancias declaran que no sería justo separarse porque cometerían un error contra sus hijos si
se separaran. Pero los versículos ya citados son claros en cuanto a que ellos están viviendo en
adulterio mientras continúan su lazo adúltero. Por tanto, mayor daño cometerían viviendo en
adulterio. Sin embargo, una separación bajo tales circunstancias no los eximiría de su
responsabilidad de cuidar y proveer sostén para los hijos que han engendrado.

3. Matrimonios plurales no son permitidos en el Nuevo Testamento

Cuando Cristo y los apóstoles enseñan sobre el matrimonio siempre lo presentan desde el punto de
vista de la unión entre un hombre y una mujer. Pablo dice claramente: “Cada uno tenga su propia
mujer [no ‘mujeres’], y cada una tenga su propio marido” [no ‘maridos’] (1 Corintios 7.2).

Dios sí permitió matrimonios plurales en el Antiguo Testamento, pero ahora tiene algo mejor para
nosotros: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los
hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17.30).

La vida cristiana

El servicio cristiano

Escoger otro capítulo

La vida cristiana

¿Qué es lo más importante en la vida? La Biblia nos dice que temer a Dios y guardar sus
mandamientos “es el todo del hombre” (Eclesiastés 12.13). En esta sección abordamos cinco
deberes importantes para los cristianos: (1) servir con fidelidad, (2) orar sin cesar, (3) obedecer de
todo corazón, (4) negarnos a nosotros mismos y (5) adorar a Dios.

El mundo entero está bajo el maligno, mientras que el cristiano anda por otro camino. El hijo de
Dios reconoce la Biblia como su norma de vida, pero los que piensan según el mundo se sienten
restringidos por tal enseñanza. A ellos les parece un obstáculo cumplir con lo que dice la Biblia. El
cristiano no piensa así. Más bien, él se regocija que puede servir a Dios de todo corazón y de la forma
que Dios se lo ha mandado por medio de su palabra.

Capítulo 44
El servicio cristiano

“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre,
sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15.58).

La vida cristiana es una vida de servicio activo. Esto es contrario al deseo de la mayoría de las
personas, quienes parecen preferir una vida de descanso, lujo y ociosidad. A estas personas les gusta
una vida llena de muchos placeres para satisfacer los apetitos del cuerpo, mente y alma.

Pero es imposible que no seamos siervos, pues somos siervos de Dios o del diablo. En todo lo que
hacemos nos conformamos a la voluntad del uno o del otro.

Tenemos varios ejemplos en la Biblia de los que sirvieron fielmente a Dios. Dios le mandó a Adán
que labrara y guardara el huerto (Génesis 2.15). Cristo “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10.38).
Los apóstoles siguieron las pisadas de su Señor y Maestro hasta que murieron. La vida cristiana es
una vida que abunda en buenas obras y que es consagrada al fiel servicio de Cristo.

Sin embargo, no hay virtud en sólo estar ocupado. Satanás siempre está muy ocupado. En lo que
estamos ocupados y el modo en que lo hacemos son factores que determinan el valor de nuestros
esfuerzos. Los esfuerzos pueden ser constructivos o destructivos, dependiendo de lo que se hace.

El servicio no siempre incluye actividad física. El vigilante que no hace más que sentarse para mirar
y avisar también presta tanto servicio a su patrón como el obrero que trabaja largas horas. La prueba
verdadera del servicio es la obediencia. Pablo dice:

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a
quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6.16).

Los cristianos somos siervos. El tipo de servicio que hacemos lo determina aquel a quien rendimos
obediencia. Cualquiera, pues, que es obediente a Jesucristo es el siervo de Cristo.

Puntos esenciales en cómo servir a Dios

La pregunta importante concerniente a nuestro servicio es: ¿Le agrada a Dios lo que estoy haciendo?
El mandamiento es: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado” (2 Timoteo 2.15).
Buscamos agradar a Dios y no al hombre, ni al mundo, ni a los sentimientos personales. A
continuación presentamos algunos puntos esenciales de cómo servir a Dios:

El amor

Fue el amor de Dios hacia los hombres que lo impulsó a dar a su Hijo unigénito por nosotros; el amor
de Cristo por nosotros fue lo que lo constriñó a dar su vida. “El amor no busca lo suyo” (1 Corintios
13.5). El amor siempre da, siempre sirve. “El amor de Cristo nos constriñe”, dijo Pablo al escribir
acerca de sus esfuerzos en promover la causa de Cristo. Cuánto más grande sea nuestro amor por
Dios, tanto más eficaz será nuestro servicio en su nombre. Resulta muy lógico que Cristo dijera que
el amor hacia Dios es el mayor de todos los mandamientos y que el amor hacia los hombres es
semejante.

2. La vida espiritual
“Nunca os conocí” será la respuesta de Cristo a aquellos que vendrán delante de él en el juicio de
Dios al jactarse de sus muchos milagros. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”
(Romanos 8.9). “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5.18). Se requiere una experiencia verdadera de
salvación, una llenura interior del Espíritu Santo y una vida escondida con Cristo en Dios para poder
servirle.

3. La obediencia

“Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 Samuel 15.22). La Biblia en todas partes
nos manda a obedecer y condena la desobediencia a Dios. Aquellos que piensan que sirven a Dios y
al mismo tiempo no obedecen sus mandamientos están engañados. “Sed hacedores de la palabra,
y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1.22).

4. La consagración

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12.1). Es realmente
racional que nos consagremos a Cristo, porque él se dio a sí mismo por nosotros. El servicio cristiano
nace de tal consagración.

5. Cuidar de los necesitados

Lea Mateo 25.31–46. La mayoría de las grandes obras son de menos importancia que cuidar a los
necesitados. “A Jehová presta el que da al pobre” (Proverbios 19.17).

6. El trabajo

En la parábola de los talentos el siervo que escondió su talento (dinero) y rehusó hacer algo para su
señor no sólo perdió su recompensa, sino que fue echado a las tinieblas de afuera. El diablo se pone
contento cuando los que profesan el cristianismo no se esfuerzan en nada por Cristo. La Biblia dice
que debemos procurar ser un “obrero que no tiene de qué avergonzarse” (2 Timoteo 2.15). El
pueblo de Dios en la tierra se describe como “un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.14).
El siervo fiel está dispuesto a hacer cualquier tarea que su Señor le pida.

7. La oración y el ayuno

“¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera?” preguntaron los discípulos a Cristo cuando vieron
que él echaba fuera demonios que ellos no pudieron expulsar. La respuesta de Cristo nunca debe
olvidarse: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Marcos 9.29). Una oración
de labios no vale nada, pero la oración sincera y ferviente de un corazón sincero recibe respuesta
de Dios. El ayuno nos ayuda a orar eficazmente. El cristiano que no ora tendrá muy poco éxito en su
servicio.

Campos de servicio

El servicio cristiano abarca la vida entera. El mismo incluye más que meramente cumplir algún
ministerio en la iglesia. Algunas personas se ponen muy contentas cuando la gente les felicita por
algún ministerio que tienen. Pero muchas veces al analizar su vida nos damos cuenta que la misma
es una persona mundana. A tales personas se les pudiera llamar “cristianos profesionales” porque
ejecutan sus deberes religiosos igual que el abogado trabaja para su cliente. Pero el modelo bíblico
no nos enseña de esa manera (Romanos 6.13; Lucas 18.10–14). El verdadero siervo de Dios le sirve
dondequiera que vaya y mientras viva.

1. En el hogar

Aquí está la prueba de fuego del servicio cristiano. Hay hombres que oran con mucha elocuencia en
público, pero los mismos casi ni oran en su propia casa. Todo padre cristiano debe orar mucho en
su casa como lo hizo Cornelio (Hechos 10.2, 30). He aquí algunas cosas que los padres deben
practicar en su hogar: El culto familiar diario; la plática que contribuye al bienestar espiritual del
alma; un esfuerzo fiel y constante por criar a todos los hijos “en disciplina y amonestación del Señor”
(Efesios 6.4); la hospitalidad cristiana que hace que el hogar sea una bendición a todos los que
entran en él.

2. En el círculo social

¿Se incluye esto en las esferas del servicio cristiano? Claro que sí; aunque parece que muchos
piensan que la religión no tiene nada que ver con la sociedad. Lo que aparece en 1 Corintios 10.31
se aplica en la vida social: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria
de Dios”. Alabamos al Señor cada vez que vemos a un grupo de jóvenes que estudian la Biblia en
casa y que pueden hablar de las escrituras con mucha facilidad con sus amigos. ¿Quién puede decir
que no podemos gozarnos cantando, orando, hablando con prudencia o debatiendo acerca de las
cosas que edifican? Nuestros jóvenes pueden rendir un servicio muy eficaz al enseñarles a sus
compañeros a servir en una manera pura, noble y valiosa. También debemos servir a nuestros
vecinos en sus necesidades. Y al viajar en el transporte público debemos hacer lo que podamos por
complacer a los demás pasajeros. Aun en esto podemos servir a Cristo. “Así que, según tengamos
oportunidad, hagamos bien a todos.”

3. En los negocios

¿Acaso habrá algo en la actualidad que traiga más reproche a la causa de Cristo que el engaño en
los negocios por parte de los que dicen que son cristianos? Si la corrupción y el fraude promueven
la maldad, ¿por qué no valernos de la honestidad en los negocios para promover el bien?
Supongamos que todo el pueblo cristiano que tuviera negocios buscara primeramente el reino de
Dios y su justicia, practicara la regla de oro a diario, diera “medida buena, apretada, remecida y
rebosando” (Lucas 6.38), hiciera una norma invariable de “en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos
a los otros” (Romanos 12.10), hiciera todo para la gloria de Dios, nunca se uniera en yugo desigual
con los incrédulos y estimara como un gran privilegio estar en todo tiempo en los negocios de
nuestro Padre. ¿Cuál supone usted que sería el efecto en la vida del negociante mismo, en la vida
de su familia, en la vida de sus prójimos y en la de sus socios? Los cristianos que son dueños de
negocios deben darse cuenta que su negocio les aporta una gran oportunidad para servir a Dios.

4. En la obra de la iglesia

Aquí es donde los hermanos deben unir sus esfuerzos para servir al Señor. Todos somos iguales,
seamos padres, hermanos, hijos, pastores, maestros, agricultores, mecánicos, comerciantes,
profesionales, débiles, fuertes, ricos o pobres. Debemos unir nuestras fuerzas para ganar a los
perdidos, para fortalecernos el uno al otro en la fe, para recibir el estímulo necesario y para recibir
una visión espiritual. Juntos nos preparamos para hacer frente a las pruebas, tentaciones y luchas.
Juntos cantamos alabanzas al Señor, de quien proceden todas las bendiciones, y unimos nuestros
corazones y nuestras manos en el esfuerzo común de hacer lo que Cristo quiere que hagamos como
cuerpo suyo.

Preceptos para obreros

Viendo lo que nos dice 2 Timoteo 2.15, todos debiéramos tener el deseo de rendir un servicio
agradable a Dios y decir: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Aquí, en parte, está la respuesta de
Dios:

· “Reconócelo en todos tus caminos” (Proverbios 3.6).

· “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.16).

· “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16.15).

· “Escudriñad las Escrituras” (Juan 5.39).

· “Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Romanos 12.9).

· “Constantes en la oración” (Romanos 12.12).

· “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12.2l).

· “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros” (Romanos 13.8).

· “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios
10.31).

· “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6.14).

· “El que se gloría, gloríese en el Señor” (2 Corintios 10.17).

· “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6.2).

· “Cada uno someta a prueba su propia obra” (Gálatas 6.4).

· “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros” (Efesios 4.32).

· “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios
5.11).

· “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Filipenses 2.14).

· “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros
en toda sabiduría” (Colosenses 3.16).

· “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor” (Colosenses 3.23).

· “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5.21).

· “Sé ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4.12).

· “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello” (1 Timoteo 4.16).


· “Consérvate puro” (1 Timoteo 5.22).

· “Tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2.1).

· “Conservaos en el amor de Dios” (Judas 21).

La oración en el cristianismo

Escoger otro capítulo

Capitulo 45

La oración

“Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5.17).

“Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda”
(1 Timoteo 2.8).

La oración le es tan natural y necesaria al cristiano como la respiración. Ningún cristiano puede
permanecer vivo espiritualmente por mucho tiempo sin la oración, así como un hombre no puede
vivir por mucho tiempo bajo el agua. El que profesa ser cristiano y no tiene una comunión íntima
con Dios por medio de la oración, es cristiano sólo de nombre.

¿Por qué orar?

1. Dios lo ordena

Tales amonestaciones como: “Orad sin cesar”; “Dad gracias en todo”; “Velad y orad” y “Orad al
Padre” son muy numerosas en la Biblia. Nadie puede ser obediente a Dios sin vivir una vida llena de
oración.

2. Es la puerta de entrada a muchas bendiciones

El Espíritu Santo es dado “a los que se lo pidan” al Padre (Lucas 11.13). Se le promete poder espiritual
al que ora con toda sinceridad (Marcos 9.29). Y además, “la oración de fe salvará al enfermo”,
porque la “oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5.15–16). En vista de que Dios oye y
contesta la oración de fe sabemos que todo lo que se puede incluir en la oración de fe está a la
disposición de aquellos quienes de corazón buscan al Señor por medio de la oración (Mateo 21.22;
Marcos 11.24; Juan 11.22).

3. Nos ayuda a crecer espiritualmente

Cualquiera que ora, habla con el Señor. Cualquiera que habla con el Señor está en su presencia; y
mientras más tiempo esté con él, más será como él. “Nosotros todos, mirando a cara descubierta
como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3.18). ¿Ha visto usted a alguno que pasa mucho tiempo
con el Señor en oración sincera y ferviente que no crece espiritualmente? Por otro lado, ¿ha visto
usted a alguien que no está acostumbrado a la oración que sea espiritual? ¿Verdad que no? Pasar
tiempo con Dios en la oración nos ayuda a crecer a su imagen.

4. Nos protege del poder del diablo

Imaginemos a Cristo y a los apóstoles en el Huerto de Getsemaní. Mientras están entrando al huerto
algunos discípulos se quedan cerca a la orilla, tres le acompañan al interior al tiempo que él va aún
más adentro y se arrodilla en oración. Volviéndose a sus discípulos, él los encuentra ya dormidos.
Les pregunta: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis
en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26.40–41). Cristo
vuelve a los discípulos un total de tres veces y cada vez los encuentra durmiendo. ¿Acaso debemos
sorprendemos que en el momento de la prueba Cristo la soporta y los discípulos no?

Por ser el Mesías, Jesús sabía que necesitaba esa comunión constante con su Padre, el cual le daba
fuerza en cada tentación y prueba. Al igual que Cristo, mientras más íntima sea nuestra comunión
con el Padre tanto más frecuente y ferviente serán nuestras oraciones y seremos también más
fuertes espiritualmente. ¡Aprendamos esa lección de él! El diablo está obrando cada día más para
invadir la vida de los que creen en el Señor. Si a diario queremos vivir en victoria, oremos como nos
enseñó Cristo.

5. Es indispensable para recibir poder

Cristo, al hablar acerca de echar fuera a cierto tipo de espíritu inmundo, dijo: “Este género con nada
puede salir, sino con oración y ayuno” (Marcos 9.29). Veamos también acerca del poder dado a los
discípulos en cierta ocasión: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló;
y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4.31).
El hecho de que Dios ha prometido escuchar y contestar las oraciones de su pueblo nos asegura su
poder el cual está al alcance de aquellos que mantienen un contacto vivo con él por medio de la
oración.

6. Trae plenitud de gozo

¿Qué fue lo que les trajo gozo a los discípulos en la casa de María cuando Pedro fue librado de la
cárcel? Ellos habían orado fervientemente y sus oraciones fueron contestadas. Nunca debemos
olvidar que la oración no sólo es un deber cristiano y una protección del poder del diablo, sino
también es un manantial de sumo gozo para todos los santos de Dios, un gozo que no se puede
obtener de ninguna otra manera.

Las oraciones que Dios contesta

Hasta aquí hemos dado por sentado que Dios contesta nuestras oraciones y que lo hace de una
manera personal. La promesa de Dios es segura: “Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo
recibiréis” (Mateo 21.22). La Biblia contiene muchos ejemplos de oraciones contestadas y hoy
muchos de nosotros tenemos un testimonio vivo de oraciones contestadas. La única cosa que
necesitamos considerar son las condiciones para que sean contestadas las oraciones.

Podemos esperar confiadamente la respuesta a nuestras oraciones:

1. Si oramos según su voluntad

“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él
nos oye” (1 Juan 5.14). Santiago ofrece el mismo concepto, de forma negativa, cuando dice: “Pedís,
y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4.3). Mucho de lo que se
llama oración no es nada más que una expresión de egoísmo o quizá elocuencia para ser escuchado
por los hombres en vez de Dios.

2. Si oramos con fe

“Pida con fe, no dudando nada” (Santiago 1.6). “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo
recibiréis” (Mateo 21.22). Otra vez la promesa es segura sobre la condición de que la oración sea
con fe, “creyendo”. “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador
de los que le buscan” (Hebreos 11.6). Muchas oraciones son en vano porque se ofrecen sin fe en el
poder de Dios.

3. Si obedecemos su voluntad

Cristo oró: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como
tú” (Mateo 26.39). Esa fue una oración de sumisión y obediencia.

En Proverbios dice: “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable”
(28.9). Dios no oye las oraciones de los que se apartan de él en desobediencia.

Muchos preguntan: ¿Acaso Dios escucha las oraciones de los pecadores? Eso depende de qué tipo
de oración sea la misma. Si es una oración de arrepentimiento, Dios por supuesto que la escucha.
De otra manera, sería la oración del rebelde o del hipócrita la cual Dios no escucha.

4. Si oramos con fervor

Un grupo de niños juega en el patio. Luego uno de ellos, viendo a su madre, le dice: “Mamá, tengo
hambre; deme un pedazo de pan” y sigue jugando como si no hubiera dicho nada. También la madre
se queda como si él no hubiera dicho nada. Quizá el niño ya no piense más en lo que pidió o,
pensándolo, tendrá muy poca esperanza de recibir el pan. Por otro lado, si en realidad él tiene
hambre y cree que su madre le dará el pan, si es que ella sabe que él realmente lo quiere o lo
necesita, él puede llegar a pedírselo y ella se lo dará.

Esta es una ilustración de lo que pasa cuando oramos. El Padre celestial, como nuestros padres
terrenales, está dispuesto a escuchar todas nuestras peticiones y darnos lo que él sabe que es bueno
para nosotros. Si entregamos nuestra vida a Dios, juntamente con nuestras peticiones, y oramos
con fe, creyendo que nuestras oraciones serán escuchadas y contestadas entonces él las contestará.
Puede ser que él conteste inmediatamente, como Cristo lo hizo cuando la gente vino a él para
suplicarle favores, o puede ser que se tenga que perseverar en la oración, como la viuda tuvo que
perseverar en traer sus demandas ante el juez (Lucas 18.1–8). Nuestras oraciones deben ser
constantes y con fe, sin importar si Dios contesta las mismas de inmediato o si tarda en contestarlas.

5. Si estamos dispuestos a poner de nuestra parte


En Santiago 2.15–18 vemos el ejemplo de alguien a quien le vienen suplicando algo. Él les contesta
diciendo: “calentaos y saciaos”, y así los despide sin darles algo con lo que pudieran calentarse y
saciarse. Si oramos con una actitud así no se logrará nada. Dios no sólo quiere que oremos, sino
también quiere que estemos dispuestos a hacer lo que él manda a fin de que sean contestadas estas
oraciones.

Más reflexiones sobre la oración

1. La oración debe ser sencilla y directa

La oración modelo de Jesús es el modelo perfecto de esta clase de oración (Mateo 6.9–13). Las
enseñanzas de Cristo que preceden y siguen esta oración nos deberían enseñar de qué manera
debemos orar. Cristo prohíbe las “vanas repeticiones”. Aun en la oración pública debemos dirigir
nuestra oración a Dios y no a la gente que nos escucha. Dios no necesita la elocuencia ni las
oraciones largas para convencerlo de que somos sinceros. Todas nuestras oraciones deben brotar
de un corazón de fe. Debemos dirigir todas nuestras oraciones a Dios, ya sea o no para que otras
personas nos escuchen.

2. Debemos orar por toda la humanidad

(Posiblemente la única excepción a esto se encuentra en 1 Juan 5.16.) Pablo aconseja que se hagan
súplicas y oraciones “por todos los hombres” (1 Timoteo 2.l). La Biblia nos enseña a orar por los
fieles y los pecadores, especialmente por aquellos que están en posiciones de autoridad y
responsabilidad (Efesios 6.18–19; Filipenses 1.8–9; Colosenses 4.3; 1 Tesalonicenses 5.25; 2
Tesalonicenses 1.11; 3.1; 1 Timoteo 2.1–2, 8).

3. Debemos orar con corazones llenos de amor y con un espíritu perdonador

La oración de Cristo en la cruz y la de Esteban en el tiempo de su martirio son ejemplos de cómo


debemos orar por los enemigos. Cristo dijo: “Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco
vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6.14–15). La oración aceptable no se mezcla
con la malicia.

4. La oración frecuente y ferviente pertenece a la vida cristiana


¿Ha notado usted cuántas veces se encuentran en la Biblia frases como éstas: “Orad sin cesar”,
“Velad y orar”, “Orad por nosotros”? La oración es el aliento del cristiano. Cuanto más profunda sea
nuestra vida espiritual, tanto más respiraremos. ¿Cómo una persona que profesa tener una fe viva
en Dios puede vivir sin pasarse mucho tiempo en oración y aun así afirma que se preocupa por la
causa de Cristo y el bienestar del hombre? He aquí sólo unas pocas cosas de las muchas que se
pueden recordar en las oraciones diarias: su propia familia, los enfermos en su comunidad, sus
pastores, las pruebas y tentaciones que usted y otros enfrentan.

5. Es necesario que haya un buen orden en la oración

La quietud y la reverencia son dos factores importantes en la oración. Recordemos que al orar
estamos hablando con Dios. Para evitar la confusión que hay cuando muchos oran al mismo tiempo
en voz alta, las oraciones de la congregación deben ser dirigidas por una sola persona a la vez. No
debemos permitir que exista ningún obstáculo entre nosotros y Dios. Las cabezas de las mujeres
deben estar cubiertas (1 Corintios 11.4–6). Debemos recordar también que las manos que se elevan
en oración deben ser “manos santas” (1 Timoteo 2.8).

La postura que adoptamos al orar es importante. Aunque en la Biblia aparecen algunos casos donde
la gente se puso de pie para orar, en la mayoría de los casos se arrodillaban ante el Señor y a veces
se postraban sobre sus rostros (Salmo 95.6; Números 16.22; 2 Crónicas 6.13). El sólo hecho de
inclinar la cabeza no armoniza con la reverencia y humildad que deberían caracterizar toda oración
verdadera. En las escrituras también encontramos que muchas personas se arrodillaron cuando
oraron: Salomón en la dedicación del templo (1 Reyes 8.54), Daniel bajo una carga pesada (Daniel
6.10), Jesús en Getsemaní (Lucas 22.41), Esteban en el tiempo de su martirio (Hechos 7.60) y Pablo
antes de partir (Hechos 21.5). Todo cristiano humilde debe decir: “Doblo mis rodillas ante el Padre”
(Efesios 3.14).

6. Cultos de oración

Resulta muy provechoso que los cristianos se reúnan para orar, pero debe ser en un espíritu de
adoración. La Biblia menciona varios cultos de oración donde se manifestó el gran poder de Dios
(Hechos 1.12–14; 4.23–31; 12.5, 12). Cuando los creyentes oran con sinceridad, pensando y
sintiendo de la misma manera, ellos se gozan al hablar con el Señor.

7. El poder de la oración privada


La oración pública fue practicada en el tiempo de los apóstoles y la misma debería ser practicada
hoy también. Pero la prueba de fuego no está en la oración pública, sino en las oraciones privadas
donde solamente Dios escucha. Los hombres han orado con elocuencia en público y sin tener la más
mínima fe ni reverencia. Sin embargo, el que ora en secreto sin tener ningún motivo especial, tan
sólo traer sus peticiones al Señor, el mismo será escuchado en el cielo. “Mas tú, cuando ores, entra
en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo
secreto te recompensará en público” (Mateo 6.6).

La oración es el poder que mueve la mano que gobierna al mundo. Quienquiera que viene ante Dios
orando con sinceridad, fe y perseverancia toca el brazo de Aquél a quien todas las cosas le son
posibles. Hay montañas de dificultades por todas partes, mas por medio del poder de Dios son
movidas por la oración de fe (Mateo 17.20–21). En las cámaras secretas del corazón, donde nadie
podrá impedir que nos acerquemos a Dios en oración, hay grandes fortalezas que el diablo no podrá
destruir, porque “para Dios todo es posible”.

“Dulce oración, dulce oración,

De toda influencia mundanal

Elevas tú mi corazón

Al tierno Padre celestial.

¡Oh, cuántas veces tuve en ti

Auxilio en ruda tentación,

Y cuántos bienes recibí

Mediante ti, dulce oración!

“Dulce oración, dulce oración,

Que aliento y gozo al alma das,

En esta tierra de aflicción

Consuelo siempre me serás.

Hasta el momento en que veré

Las puertas de la nueva Sion,

Entonces me despediré

Feliz, de ti, dulce oración.”

La obediencia cristiana
Escoger otro capítulo

Capítulo 46

“Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 Samuel 15.22).

“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14.15).

Hay dos tipos de obediencia: (1) la que los hombres, los ángeles y la naturaleza deben a Dios y (2)
la que los hombres deben para con los hombres. La obediencia también es voluntaria u obligatoria,
completa o parcial, sin entusiasmo o de todo corazón.

A quién se debe obedecer

1. “A Dios” (Hechos 5.29)

Según el testimonio de los apóstoles, la obediencia es nuestro deber supremo. Juan enseña que es
una prueba de que conocemos a Dios (1 Juan 2.3–4), y Cristo dice que sólo así podemos ser sus
amigos (Juan 14.15; 15.14). Salomón resumió nuestro deber de la siguiente manera: “El fin de todo
el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del
hombre” (Eclesiastés 12.13).

2. “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres” (Efesios 6.1)

Este es “el primer mandamiento con promesa”. La Biblia ofrece cuatro motivos para obedecer este
mandamiento: (1) “esto es justo”, (2) “para que te vaya bien”, (3) para que “seas de larga vida sobre
la tierra” y (4) “porque esto agrada al Señor”. La obediencia a los padres nos prepara para ser más
útiles a Dios y a nuestro prójimo.

3. “Obedeced (...) a vuestros amos terrenales” (Colosenses 3.22)

Esto lo hacemos, “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón
sincero, temiendo a Dios”.

4. “Que se sujeten a los gobernantes” (Tito 3.1)

En otras palabras: “Sométase toda persona a las autoridades superiores” (Romanos 13.1).

5. “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos” (Hebreos 13.17)

“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el
Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1
Tesalonicenses 5.12–13).

La sumisión a la autoridad, ya sea la del hogar, la del gobierno o la de la iglesia, es una de las bases
fundamentales de la vida cristiana. Hay gozo y poder en esta virtud cristiana de sumisión que nadie
con un corazón altivo y espíritu rebelde podrá conocer.

Lo que incluye la obediencia a Dios

Los que obedecen a Dios son sumisos a:

1. La voz de Dios
“Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios” (Jeremías 7.23). Es esta la voz que Noé oyó cuando
edificó el arca (Génesis 6); que Abraham oyó cuando dejó su hogar y parentela y empezó a caminar
hacia la tierra prometida (Génesis 12.1–5) y que Moisés oyó cuando él aceptó la tarea de librar al
pueblo de la esclavitud (Éxodo 4). En nuestra época Dios no ha hablado tanto en una voz audible,
sino por los medios que mostramos a continuación.

2. El Hijo de Dios

Dios nos manda diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo
17.5). En la época actual Dios nos está hablando “por el Hijo” (Hebreos 1.2). Por eso “mirad que no
desechéis al que habla” (Hebreos 12.25) cuando él dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”
(Juan 14.15).

3. El Espíritu de Dios

Esteban les recordó a los fariseos la condenación que les sobrevendría porque resistían al Espíritu
Santo tal y como sus padres habían hecho (Hechos 7.51). Es el Espíritu de Dios el que nos guiará a
toda la verdad (Juan 16.13). Dios nos habla por medio de nuestros ruegos y bajo la dirección del
Espíritu Santo.

4. La palabra de Dios

Dios nos dirige a la salvación y nos muestra su carácter y su voluntad por medio de su palabra. En
vano pensamos que estamos bien con Dios si no obedecemos su palabra (Juan 14.15; 15.14;
Santiago 1.22–25; 1 Juan 2.3–4).

5. La iglesia de Dios

La palabra de Dios es el mensaje de Dios al hombre y la iglesia de Cristo es la institución por medio
de la cual se lleva este mensaje al mundo (Mateo 28.18–20). Dios quiere hablarnos por medio de su
iglesia. Cristo nos muestra la autoridad que ha dado a la voz de la iglesia cuando dijo: “Si no oyere a
la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mateo 18.17–18).

Los resultados de la obediencia

1. Recibimos las bendiciones de Dios

Dios da su Espíritu Santo “a los que le obedecen” (Hechos 5.32). La obediencia es esencial para tener
una buena relación con Dios (Juan 15.14; 1 Juan 2.3–4). Fue la obediencia (de Cristo) la que hizo
posible nuestra justificación (Romanos 5.19). En pocas palabras, todas las bendiciones del evangelio
son para los obedientes y la Biblia promete sólo maldición a los desobedientes.

2. Nos dirige a una vida santa

Por medio de la obediencia a Dios viajamos en la senda de justicia; si obedecemos al mundo,


viajamos en las sendas del pecado. La verdad, la justicia, la rectitud y la piedad se hallan en la senda
de obediencia a Dios.

3. Heredamos la gloria venidera


Los que cumplen la voluntad de Dios tendrán bendición eterna en lugar de condenación eterna
(Mateo 7.21–29; 2 Tesalonicenses 1.7–9). En cierta ocasión Jesús le dijo a un joven: “Si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19.17).

Otros aspectos más

1. La obediencia es una condición del corazón

“Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16.7). Fue la obediencia de corazón (Romanos 6.17) la que les
trajo a los hermanos romanos la recomendación que merecían. La obediencia que no nace del
corazón no tiene mérito.

2. El corazón obediente produce obediencia visible

¿Cómo Pablo sabía que los romanos eran obedientes de corazón? Él lo vio reflejado en sus obras.
La condición del corazón se manifiesta tarde o temprano. Cristo dijo que conoceremos a las
personas por sus frutos (Mateo 7.16–20).

3. La desobediencia a Dios trae castigo eterno

Pablo escribe que cuando el Señor Jesucristo se manifieste en llama de fuego él va a “dar retribución
a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2
Tesalonicenses 1.7–9).

4. El que desobedece en una sola cosa es rebelde ante los ojos de Dios

Todo el género humano cayó bajo la maldición del pecado a causa de una sola desobediencia
(Génesis 3.1–6; Romanos 5.12); a Moisés le fue negada la entrada a la tierra prometida a causa de
una sola desobediencia (Deuteronomio 32.50–52); Uza fue castigado con la muerte a causa de una
sola desobediencia (2 Samuel 6.6–7). Santiago dice: “Cualquiera que guardare toda la ley, pero
ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2.10). Los criminales, como regla, no
son castigados por haber cometido muchísimos crímenes, sino por haber sido declarados culpables
de un solo crimen. Quienquiera que desobedece voluntariamente a Dios en una sola cosa es
culpable de rebelión contra él sin importar cuántas buenas cualidades tenga. El moralista que se
jacta en su benignidad será sentenciado a la eterna separación de Dios al igual que el pecador más
vil, porque no obedece al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Ni las grandes obras ni la
benignidad humana tendrán valor ante Dios cuando llegue la hora de comparecer ante el tribunal
de Cristo.

5. Toda la obediencia la debemos a Dios, no importa quién esté a favor o en contra

“Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14.12). Noé y su familia hubieran sido
necios si se hubieran quedado fuera del arca al ver que nadie más quiso entrar. Hubiera sido una
gran tontería si Daniel y sus tres compañeros hubieran dejado sus convicciones al ver que ninguna
otra persona hizo lo que ellos hicieron. Debemos hacer de buena voluntad todo lo que Dios quiere
que hagamos, aunque seamos los únicos en la tierra que lo hacemos. La obediencia parcial no trae
bendición. Debemos hacer todo lo que Dios nos diga (Juan 2.5).

6. La obediencia significa negarse a sí mismo


Para obedecer a Cristo tenemos que negarnos a nosotros mismos. Cristo dijo: “Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígueme” (Lucas 9.23). Ningún hombre
obedece a Cristo a menos que someta a Dios su voluntad, sus deseos y todo cuanto tenga. “Los que
son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5.24).

Obedecer significa someterse, o sea, sacrificar lo que nos agrada para poder agradar a
Dios. Podemos obedecer sólo cuando estamos dispuestos a sacrificar los intereses propios y
cualquier deseo que se oponga a los planes y propósitos de Dios (Romanos 8.1–2).

Algunas personas están dispuestas a obedecer a Dios con tal que eso no se oponga a sus propios
deseos. Otros niegan algunos deseos carnales, pero sólo para recibir gloria. Si queremos ser hijos de
Dios, tendremos que negarnos a nosotros mismos... y obedecer a Dios.

La adoración

Escoger otro capítulo

Capítulo 47

“Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor” (Salmo


95.6).

Adoramos a Dios cuando postramos ante él nuestra voluntad y todo nuestro ser con reverencia,
admiración y respeto profundo. Tales cosas como la oración, la alabanza, cantar, ofrendar y testificar
por Cristo pertenecen a la adoración.

La adoración puede ser verdadera o falsa, dependiendo de nuestra sinceridad o del objeto de
nuestra adoración. Adorar a las criaturas que Dios creó en lugar de adorar al Creador es idolatría.

Algunos hechos fundamentales

1. Todos los hombres adoran

Pablo escribe acerca de los gentiles que no tienen la ley, pero que “hacen por naturaleza lo que es
de la ley” (Romanos 2.14). Todas las personas del mundo, ya sean cristianas o paganas, adoran a
algo o a alguien. Dios ha puesto algo dentro del corazón de todo hombre para que aun los que están
“muertos en delitos y pecados” puedan escuchar la voz de Dios y ser resucitados espiritualmente
(Juan 5.25). El deseo de adorar a algo o a alguien es universal. La mayoría de la gente tiene
corrompido este deseo, pero aun así el mismo permanece en el interior de cada individuo. Hasta los
hombres que consideran a la religión como “superstición” son esclavos de alguna forma de idolatría.
Ellos adoran ídolos como el oro, el apetito, el placer, algún gran héroe o simplemente a sí mismos.

2. Sólo Dios merece nuestra adoración

Cristo dice: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mateo 4.10).

Dios prohíbe la idolatría. Él no nos permite adorar a dioses de madera o piedra, ríos, el sol o la luna,
las estrellas, ni cualquier criatura o cosa creada por la imaginación de los hombres. Si seguimos
nuestros propios deseos somos idólatras (Filipenses 3.19; Colosenses 3.5). La palabra de Dios nos
prohíbe adorar a los hombres (Hechos 10.25–26; 14.10–15). Ni aun a los ángeles se les debe adorar
(Apocalipsis 22.8–9).

Dios es el único que es digno de nuestra adoración. Él es el único Creador del cielo y de la tierra, el
único Ser Infinito y perfecto en todo. A él le pertenece toda alabanza, gloria, adoración y reverencia.
Adorémoslo en espíritu y en verdad.

3. “Los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4.24).

Dios desea que lo adoremos en espíritu. Cristo dijo lo siguiente acerca de los fariseos: “En vano me
honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15.9). El hecho mismo de
que ellos prefirieron sus propias tradiciones a los mandamientos de Dios mostró que no eran
sinceros en su adoración. Note las palabras: “espíritu” y “verdad”. Puede ser que estemos bien en
la doctrina y seamos muy precisos en nuestras formas de adoración, pero si no adoramos también
en espíritu entonces no adoramos realmente a Dios.

4. Dios no nos obliga a adorarlo ahora

Aunque Dios nos manda a adorarlo por medio de su palabra, él no nos obliga a hacerlo. El hecho de
que la mayoría de las personas no lo adoran sinceramente es evidencia de la verdad de que no nos
es obligatorio. Ya que Dios le ha concedido al hombre el libre albedrío, él puede hacer lo que le
plazca en este asunto. Josué dijo esto en su discurso de despedida: “Si mal os parece servir a Jehová,
escogeos hoy a quién sirváis (...) pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24.15). Nosotros
tenemos el mismo privilegio en la actualidad. Todos podemos adorar a Dios si elegimos hacerlo; de
lo contrario, seremos idólatras como la mayoría de la gente. No obstante, recordemos que un día
toda rodilla se doblará ante Jesús para la gloria de Dios Padre.
Hay otra cosa que debemos recordar: Ya que Dios nos ha dado el libre albedrío, él también nos hace
responsables por lo que elijamos. O sea: si adoramos a Dios, moraremos con él en la eternidad; si
adoramos a los ídolos, pasaremos la eternidad con el diablo. El cielo o el infierno será el resultado
de lo que elijamos (Gálatas 6.7–8).

5. Llevamos la imagen de lo que adoramos

¿Por qué los mahometanos tienen las características de Mahoma? ¿Por qué los mormones tienen
los rasgos característicos de José Smith y Brigham Young? Esto es porque los seguidores de estas
religiones estiman los ideales que ellos encuentran en sus líderes. Por esto se vuelven más como
ellos conforme van siguiendo sus pisadas. Cualquiera que no ama a Dios menosprecia el cristianismo
verdadero porque estima los valores de su líder, el diablo, el dios de este siglo. Pero los que amamos
a Dios encontramos en él nuestro ideal: perfección, justicia, santidad, pureza, esplendor y gloria
celestial. Y mientras más tiempo lo adoremos más perfectamente llevamos su imagen (Romanos
8.29; 2 Corintios 3.18; Efesios 4.11–16; Colosenses 3.10).

Lea Romanos 1.18–32. Desde el principio hasta el fin del capítulo usted puede apreciar una
representación de lo que hace la idolatría. Esto trae como consecuencia que el idólatra siga un
rumbo que desciende hasta las profundidades de la iniquidad y la ruina. La historia del mundo en
todos los siglos manifiesta que mientras más arraigada sea la idolatría de la gente tanto más
degenerada es. Todas las tendencias de las costumbres idólatras conducen al infierno abierto que
será eternamente habitado por ellos y por todo humano que los sigue en su corrupción e idolatría.

Por qué adorar a Dios

1. ¡Él es digno!

El grande y poderoso Dios es digno de nuestra adoración. Al reconocer su grandeza, lo adoraremos


sin reservas (1 Crónicas 29.10–13; Apocalipsis 4.8–11; 5.12–14; 7.11–12).

2. Nos guarda de toda forma de idolatría

La adoración que a Dios le agrada es la que lo adora sólo a él. Dios ha declarado: “Yo soy Dios, y no
hay más” (Isaías 45.22). Cuando los israelitas adoraron al becerro de oro en el desierto Dios rechazó
su idolatría inmediatamente (Éxodo 32.1–29). El que adora a Dios en espíritu y en verdad es
guardado de la idolatría.

3. Promueve la comunión con Dios y con los santos

Cuando nos congregamos para adorar como las escrituras nos mandan (Hebreos 10.25) y cuando
reconocemos que Cristo está en medio (Mateo 18.20) no sólo tenemos comunión unos con otros,
sino juntos podemos decir: “Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo” (1 Juan 1.3). Tal comunión es sólo un gozo anticipado de la comunión que los santos de
Dios esperan en el cielo (Apocalipsis 7.9–12).

4. Es esencial para ser aceptados ante Dios

Escuchemos la advertencia de Moisés: “Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres


en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que
de cierto pereceréis” (Deuteronomio 8.19–20).

5. Es esencial para una vida santa y fructífera

La pureza, la justicia, la santidad y todas las virtudes nobles del corazón y del alma no pueden
separarse de la adoración verdadera. El adorador verdadero muestra una actitud de reverencia
hacia Dios que deja una fuerte impresión en la mente y el corazón de otros. Esta actitud de
reverencia impulsa al adorador a testificar por el Maestro con valentía. La lealtad y la devoción que
están en el corazón se manifiestan en oraciones fervientes, himnos inspirados y servicio fiel. De esa
manera habrá un compañerismo genuino con Dios y con los demás santos. Existe, pues, una
conexión íntima entre la adoración verdadera y la vida santa. Recibimos poder cuando adoramos en
Espíritu y en verdad.

A Dios, el Padre celestial,

Al Hijo, nuestro Redentor;

Al eternal Consolador,

Unidos todos alabad.

La abnegación

Escoger otro capítulo


Capítulo 48

“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa
de mí, éste la salvará” (Lucas 9.23–24).

Parece ser una contradicción, pero según nos dicen las escrituras para salvar la vida hay que
perderla; y para perderla sólo hay que tratar de salvarla. A los que están vivos espiritualmente se
dice: “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3.3). La vida
eterna es sólo para aquellos que se niegan a sí mismos, crucificando al primer Adán (el hombre viejo)
para que el segundo Adán (Cristo) reine en su vida (Mateo 10.39; 16.25; Marcos 8.34–38; Lucas
17.33; Juan 12.25).

¿Por qué negarse a sí mismo?

1. Es esencial para vivir en Cristo

Esta es la razón principal por la cual debemos abnegarnos. Lea Marcos 8.34–35; Lucas 9.23–24;
14.27. Para experimentar la vida del Cristo resucitado tenemos que participar en su muerte. Es decir,
que para nacer de nuevo la vieja vida tiene que morir, y para andar en vida nueva hay que vivir
negándose a sí mismo diariamente.

La carne y el Espíritu Santo son enemigos. No podemos vivir en los dos a la misma vez (Romanos
8.1–2; Gálatas 5.17–23; 6.7–8). Es inútil pensar que uno puede vivir una vida agradable a Dios sin
tener al cuerpo bajo sujeción, o sea, crucificado.

2. Satisfacer los deseos de la carne corrompe a uno mismo y a otros

Siguiendo las concupiscencias de la carne, los hombres se han hecho borrachos, glotones, adúlteros,
mentirosos, ladrones, asesinos y esclavos a toda forma de pecado. Satanás llega a los hombres y les
tienta a ceder a “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan
2.16). Aunque el pecado les parece deseable, su fin es corrupción. El mismo destruye a los que lo
cometen, a sus hogares y a sus comunidades. Por nuestro propio bien y por el bien de los que están
a nuestro alrededor, tenemos que negarnos a nosotros mismos a diario.
3. Sólo así podemos vivir en victoria

Los apetitos legítimos del cuerpo son de Dios, son esenciales a la vida y son puros y sanos. Pero
cuando uno permite que ellos reinen en nuestras vidas entonces Satanás entra al alma por medio
de ellos y logra arruinarla. Entre estos apetitos están el anhelo de comer, el deseo de descansar o
permanecer en el ocio y el apetito sexual. Si estos apetitos no se controlan producen toda clase de
desenfreno y pecado.

Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4.15). ¿Por qué?
Él practicaba la abnegación; controlaba su cuerpo y nunca cedió a la tentación. Si usted da rienda
suelta a los impulsos de la carne caerá en el pecado. Pero si usted por medio del poder del Espíritu
Santo mantiene su cuerpo en sujeción entonces vivirá una vida victoriosa. El secreto de la vida
victoriosa es mantener cada deseo corporal en el lugar que Dios le ha asignado.

4. Los que se abniegan por causa de Cristo encuentran bendiciones

Los que practican la abnegación pueden gozarse aun en medio del sufrimiento. Pablo dijo: “Las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse” (Romanos 8.18). Por lo general, ¿quiénes gozan de la mejor salud? ¿Los que controlan
sus apetitos o los que se entregan al desenfreno? ¿Quiénes son los más libres? ¿Los que dominan
sus pasiones o los libertinos? ¿Quiénes son los más prósperos materialmente? ¿Los que se niegan a
sí mismos o los que compran lo que les dé la gana? ¿Quiénes son los más felices? ¿Los que se niegan
a los placeres pecaminosos de esta vida o los que gratifican la carne y siguen el placer y la vanidad?
Satisfacerse a sí mismo gratifica por el momento, mas al fin trae la derrota y los problemas.

5. El que se niega a sí mismo para seguir a Cristo es útil para Dios

La obra de Cristo avanza porque hay hombres y mujeres que se han consagrado a Dios. Esta gente
domina su cuerpo y vive una vida que “está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3.3). Su
corazón, sus planes, su dinero, están sobre el altar del Señor. La salvación de nuestras almas fue
hecha posible por el sacrificio de Jesucristo. De la misma manera, la obra de Dios avanza y se
extiende por el sacrificio de hombres y mujeres cuyas vidas están sobre el altar del Señor.

6. La abnegación rinde fruto eterna


Sin duda Esaú disfrutó su guisado (Génesis 25.34). Pero, ¿qué fue eso en comparación con la pérdida
de la primogenitura? El hombre rico disfrutó sus banquetes espléndidos; pero, ¡qué clamores en el
infierno! Los placeres del pecado son temporales, mientras que las bendiciones de la abnegación
por causa de Cristo son eternas. No olvidemos que el desenfreno termina en el infierno, mientras
que la abnegación por causa de Cristo marca el camino que termina en la gloria eterna.

Lo que se debe negar

1. A sí mismo

Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame” (Lucas 9.23). Los que reciben a Cristo tienen que entregarse por completo a él. “Ya no viven
para sí… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.15, 17). Negarnos muchas cosas sin negarnos a nosotros
mismos puede resultar una vida ordenada, pero no una vida nueva. Este tipo de vida no vale nada
para Dios.

2. El pecado

“Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (Proverbios 1.10). “Haced morir,
pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y
avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”
(Colosenses 3.5–6). Asegúrese de decir NO a la carne cada vez que sea tentado a cometer algún
pecado, sea cosa grande o chica, cosa popular o cosa despreciada (Gálatas 5.24; 1 Pedro 2.11; 4.3–
4).

3. Cosas dudosas

Muchas veces nos enfrentamos con cosas que no sabemos si son buenas o malas. Antes de
participar en algo dudoso, busque la voluntad de Dios acerca del asunto. Cuando somos tentados a
hacer algo sólo porque otros lo hacen, es mejor no hacerlo sin antes buscar la voluntad de Dios para
saber si es bueno o malo. Luego, actúe conforme a lo que Dios le revela. “El que duda sobre lo que
come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”
(Romanos 14.23).

4. Cosas lícitas que hacen tropezar a otra persona


A Pablo no le molestaba en la conciencia comer carne porque él sabía que las normas de la ley en
cuanto a comer carne fueron todas anuladas en el evangelio de Cristo. Sin embargo, Pablo estaba
dispuesto a renunciar a este privilegio si era una ofensa a otros. Él dijo que “bueno es no comer
carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite” (Romanos
14.21). Dijo que “si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás” (1
Corintios 8.13). Cualquier privilegio deja de ser privilegio cuando llega a ser tropiezo a otros
(Romanos 14.15). La palabra “comida” que se menciona en este versículo se puede sustituir por
cualquier privilegio que usted insiste en practicar aunque sepa que, al hacerlo, otros van a perderse.

5. Cosas que impiden nuestra más alta utilidad

Dios lo ha llamado a usted a una obra. Por eso usted debe dejar cualquier cosa en su vida que impida
su más alta utilidad a Dios. ¿Por qué fue llamado Abraham de su hogar y parentela para llegar a ser
un peregrino? Dios tenía un propósito: convertirlo en el padre de los fieles; convertirlo en cabeza
de una gran nación; hacer que en su simiente todas las naciones de la tierra fueran benditas. ¿Por
qué el misionero debe abandonar las amistades, su país de origen, y pasar su vida en tierras lejanas?
Él lo hace para obedecer la gran comisión dada a la iglesia por Cristo. Pablo se quedó sin casarse no
porque le fuera incorrecto “traer (...) una hermana por mujer” (1 Corintios 9.5), sino porque la obra
en que se encontraba era tal que este privilegio hubiera sido un obstáculo para su utilidad a Cristo
y a los hermanos. El negarse a sí mismo abarca más que sólo decir NO a las tentaciones de la carne
y abstenerse de ciertos privilegios que pudieran llegar a ser tropiezo a otro. Más bien, el negarse a
sí mismo incluye dejar cosas lícitas, agradables y bellas por servir a Dios.

Ejemplos notables de la abnegación

1. Cristo

Lea Filipenses 2.5–11. Cristo “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo”. La comodidad, la popularidad, las riquezas y la gloria; él lo sacrificó todo. Su
vida entera fue sacrificada para hacer la obra a la cual Dios lo había llamado. Al ver los resultados
de su abnegación nos percatamos de que él no sólo libró a millones de almas de la cautividad del
pecado, sino que, además “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre
todo nombre” (Filipenses 2.9).

2. Abraham
Cuando Dios llamó a Abraham él dejó su hogar, su parentela y sus amigos. Pasó el resto de su vida
en el extranjero, y murió sin recibir lo que le fue prometido. Abraham hasta estuvo dispuesto a
sacrificar a su hijo cuando Dios se lo pidió. Por fe él se abnegó y llegó a ser “el padre de los fieles”, y
en su simiente son bienaventuradas todas las naciones de la tierra (Gálatas 3.8).

3. Moisés

Moisés sacrificó una buena carrera (Hebreos 11.24–26) a fin de cumplir el propósito de Dios para su
vida. Él dejó la gloria y las riquezas pasajeras de la tierra, ganando así la gloria y las riquezas eternas.

4. Los pescadores de Galilea

Lea Marcos 1.18; Lucas 5.10–11. Cuando Cristo llamó a los pescadores de Galilea ellos dejaron todo
y lo siguieron. Al dejar sus redes, estos pescadores estaban dejando su medio de ganarse la vida. No
conocían el futuro, pero lo dejaron todo para seguir a Jesús.

5. Saulo de Tarso

Cuando vemos la posición que Saulo había logrado en su carrera religiosa (Filipenses 3.1–10)
entonces comprendemos lo que le costó a él dejar esa carrera prometedora para servir al Dios vivo.
¿Acaso esto valió la pena? ¡Claro que sí! Pablo mismo da su testimonio en 2 Timoteo 4.5–8.

De estos y otros ejemplos aprendemos que aunque negarse a sí mismo es un sacrificio es la única
manera de recibir las ricas bendiciones de Dios. Y es la única manera en que podemos serle útiles a
Dios en su reino.

Las recompensas de la abnegación

Negarse a sí mismo no termina en sufrimiento y derrota. Más bien, es la liberación del señorío de
nuestro ego para vivir en Cristo y tenerle a él viviendo en nosotros. Al dejar los goces pasajeros de
la vida pecaminosa recibimos el gozo del Señor y finalmente obtendremos las realidades eternas del
cielo mismo (Salmo 16.11). Al renunciar a nuestra propia justicia, Dios nos justifica gratuitamente.
Al negarnos las riquezas terrenales, las cambiamos por las riquezas eternas del cielo. Y así es con
toda cosa que sacrificamos por Cristo: es un cambio de cosas deseadas por la carne por algo de
mucho más valor. Jesús fue un ejemplo perfecto de cómo negarse a sí mismo. Él se entregó a la
muerte en la cruz. Por eso “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre
todo nombre” (Filipenses 2.9). No tema usted seguir sus pasos. Algún día Dios lo recompensará por
abnegarse y usted verá que negarse a sí mismo es en realidad cambiar la tierra por el cielo.

La separación del mundo

Escoger otro capítulo

“No os conforméis a este siglo” (Romanos 12.2).

La doctrina de cómo la iglesia debe separarse y no conformarse al mundo es uno de los grandes
principios de la Biblia. Pero lamentablemente, debido a los deseos de la carne, muchos no aplican
este principio en la vida diaria.

Una doctrina fundamental-separarse del mundo

Mencionaremos algunos versículos que enseñan esta doctrina:

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál
sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.1–2).

“Yo les he dado tu palabra [a los discípulos]; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17.14).

“Lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16.15).

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con
la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué
parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque
vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no
toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e
hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6.14–18).

“Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.14).

“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas
en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1.27).

“¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser
amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4.4).
“Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2.9).

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre
no está en él” (1 Juan 2.15).

El porqué de esta doctrina

De estos versículos y de otros pasajes de la Biblia concluimos que:

· El pueblo de Dios y el mundo son dos tipos distintos de personas. Aunque hay personas en el
mundo que no están tan profundamente sumergidas en el pecado como otras, sólo hay dos tipos
de personas: las que pertenecen a Dios y las que pertenecen al diablo. El cristiano anda según el
Espíritu Santo; el mundano anda según la carne. En esto consiste la línea que separa al cristiano del
mundo.

· La amistad con el mundo es enemistad contra Dios. “Porque todo lo que hay en el mundo, los
deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del
mundo. Y el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre” (1 Juan 2.16–17). El mundo es gobernado por los deseos carnales. Cuando la gente usa
cierta cosa para expresar o promulgar estos deseos, la misma es cosa mundana. Mientras el mundo
ama tales cosas, la iglesia las aborrece porque representan los deseos que se oponen a Dios.

· Para el pueblo de Dios es pecado conformarse a las costumbres pecaminosas y carnales de este
mundo. Satanás, el dios de este siglo, domina al mundo. Tan completo es su dominio que el mundo
entero está bajo el maligno (1 Juan 5.19). El que se conforma a este siglo se deja dominar por el
diablo y va hacia el desenfreno de pecado y las profundidades de iniquidad. Dios nos ha librado del
dominio del mundo y sus modas y sería pecado volver a servir a esos dioses.

· El pueblo de Dios ha sido llamado a la santidad, justicia, pureza y fe para poder ganar al mundo
para Dios. El cristiano mundano tiene muy poco que ofrecer al mundo. Una vida libre de la
mundanería testifica de un entendimiento renovado y gobernado por Dios. Tal vida brilla como luz
en medio de una generación maligna y perversa, dirigiendo así hacia Dios la mente de la gente.

· La religión pura exige que haya una separación completa del mundo. Dios no acepta como hijo
suyo al que ama y toca lo inmundo. Tenemos que negarnos los deseos mundanos para recibir una
herencia en el reino de los cielos.
Rasgos característicos de la vida mundana

1. La desobediencia a Dios

“Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni
tampoco pueden” (Romanos 8.7). El mundo fue desobediente a Dios en los días de Noé, de
Abraham, de Moisés y de Cristo. Es desobediente hoy y será así mientras siga bajo el control de
Satanás.

2. La malignidad

“El mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5.19). Toda forma de maldad, blasfemia, homicidio,
mentira, robo, exceso, profanación, orgullo, disolución, etc., en la vida de uno pone en evidencia la
verdad de que está siguiendo al dios de este siglo.

3. El orgullo

“La vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (2 Juan 2.16). La persona mundana
se viste, se peina y gasta hasta su último centavo para elevar su persona ante los ojos de sus
prójimos. Tal vanagloria es orgullo y Dios la aborrece.

4. La impureza

Romanos 1.21–32 nos muestra una descripción verdadera de cómo es el hombre que rechaza a Dios
y se rinde a sus deseos carnales. El mundo es dominado por los mismos deseos carnales y sus modas,
sus revistas, su hablar y su comportamiento promueven la impureza en la mente, el corazón y el
cuerpo.

5. La codicia

La codicia es otro nombre para la avaricia. Pablo la llama “idolatría” (Colosenses 3.5; Efesios 5.5). El
mundo se afana y hasta comete crímenes para enriquecerse. El amor al dinero es la raíz de toda
clase de males (1 Timoteo 6.8–10).
6. La ambición

La ambición es el deseo apasionado por obtener cosas como poder, honores, fama o riquezas. Este
deseo muchas veces aumenta hasta que causa la ruina de muchos. La destrucción del joven
ambicioso, Absalón, debería servir como aviso a todo joven acerca del fin de la ambición. No
debemos buscar la gloria propia, sino la gloria de Dios. Nuestra misión es servir; no ser servidos. “En
cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12.10).

Un deseo ardiente de ser útil no debería confundirse con la ambición. Ningún hombre jamás se
desviará por causa de la ambición si siempre tiene por supremo el amor, la gloria de Dios y el
bienestar de los demás (Lucas 9.23–24; Gálatas 6.14).

7. La intemperancia

“El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio”
(Proverbios 20.l). Herencias enteras se malgastan en las bebidas alcohólicas, el tabaco, las drogas y
otras cosas que destruyen a la humanidad. Donde existe la falta de moderación también hay miseria,
dolor y pobreza. Estas cosas indican el naufragio terrible ocasionado por el monstruo destructor que
se llama la intemperancia.

8. El atavío a la moda

La ropa que viste la gente demuestra lo que hay en el corazón. El orgullo, la soberbia, la impureza y
otros pecados del mundo se pueden ver por medio de la manera en que se viste la gente. (Lea Isaías
3.16–24; 1 Timoteo 2.9–10; 1 Pedro 3.3–4.)

9. Los placeres mundanos

“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en
los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos” (Eclesiastés 11.9). Los bailes, los teatros, los
cines, los circos, etc. ofrecen los placeres mundanos y cientos de miles de personas (especialmente
los jóvenes) aceptan sus ofertas. Salomón dice que todo esto se puede hacer, “pero sabe, que sobre
todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11.9). La persona “que se entrega a los placeres,
viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6).
10. La irreverencia

Ningún hombre puede andar en los caminos del mundo sin tener una actitud de irreverencia hacia
Dios. Esta actitud produce la falta de respeto, la profanidad y otros frutos perversos.

11. El fraude

“No mintáis los unos a los otros” (Colosenses 3.9). Esto incluye la falsificación, toda forma de engaño
e hipocresía, las exageraciones y toda forma de pecado basado en el doblez y la falsedad (2 Corintios
4.2). Toda forma de mentira y fraude viene del “padre de mentira” (Juan 8.44).

12. Las contiendas

Las contiendas surgen de cualquier persona incrédula porque siempre busca defenderse a sí misma.
La persona que no quiere humillarse y reconocer sus faltas produce contiendas dondequiera que
vaya.

Una vida sin mancha del mundo

“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas
en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1.27).

Concluimos: (1) que Dios requiere la religión pura; (2) que la religión pura se puede mantener sólo
al guardarse sin mancha del mundo, es decir, todas las manchas mundanas que hemos enumerado
se tienen que abandonar por completo.

Cada rasgo mundano que acabamos de notar es reemplazado por un rasgo opuesto en la vida
apartada del mundo. A continuación mencionaremos de forma breve algunos de estos rasgos:

1. La obediencia a Dios
Tal y como la desobediencia es uno de los rasgos naturales de la persona mundana, así también la
obediencia caracteriza a los hijos de Dios. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” es el clamor continuo
de la persona que busca servir a Dios.

2. La piedad

“Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo
sobria, justa y piadosamente” (Tito 2.12). Ésta es la disconformidad verdadera a este mundo
malvado y profano. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos
12.14).

3. La humildad

Cuando uno no tiene “más alto concepto de sí que el que debe tener” (Romanos 12.3) puede seguir
el ejemplo de Cristo en la humildad.

4. La pureza

La pureza afecta los pensamientos, el modo de hablar y toda la vida de uno. Los cristianos deben
ser libres de toda forma de impureza. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a
Dios” (Mateo 5.8).

5. El amor

Si usted compara esta virtud cristiana con el pecado de la codicia entonces verá de relieve el
contraste entre el carácter del mundano y el del cristiano verdadero. Uno se afana por tener para
sí, el otro por bendecir a otros; uno busca su propia gloria, el otro busca la gloria de Dios y el bien
de los prójimos. “El amor (...) no busca lo suyo” (1 Corintios 13.4–5).

6. La abnegación

La abnegación es el fruto natural del amor. La ambición nos impulsa a buscar honor y promoción
para nosotros mismos; la abnegación busca promover la causa de Cristo y los hermanos. Nadie
puede estar verdaderamente consagrado a Dios sin negarse a sí mismo. Cuando vivimos la vida
“escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3.3), nuestra vieja naturaleza egoísta ha pasado y el
deseo humilde de ser un buen siervo de Dios y del hombre ha tomado su lugar.

7. La templanza

“Todo aquel que lucha, de todo se abstiene” (1 Corintios 9.25). La templanza significa abstenerse
del todo de cualquier cosa que sea dañina y pecaminosa como la inmoralidad sexual, las borracheras
y las drogas. Y en las cosas lícitas, como comer y descansar, la templanza significa controlarse.

8. La ropa decorosa

Puesto que el hijo del mundo se viste por motivos distintos a los del hijo de Dios va a haber un
contraste entre su ropa y la de los cristianos.

9. El gozo del Señor

Muchísimas personas ignoran que este mundo no ofrece nada que pueda compararse con el “gozo
inefable y glorioso” (1 Pedro 1.8) que sólo los hijos de Dios pueden tener. Los placeres de este
mundo son pasajeros, mientras que el gozo del Señor es para esta vida y por la eternidad.
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4.4).

10. La reverencia

El compañerismo con Dios y con los santos engendra una reverencia para con Dios y su palabra.
Mientras más entendamos acerca de Dios, tanto más impresionados quedamos con su
benevolencia, grandeza, santidad, majestad y gracia. Los que andan con él le sirven con temor y
reverencia.

11. La integridad

Una de las cualidades sobresalientes del hijo de Dios es que él es veraz. La honradez y la rectitud
señalan su andar diario. Esta cualidad pertenece a la verdadera naturaleza cristiana.
12. La paz

“El siervo del Señor no debe ser contencioso” (2 Timoteo 2.24), porque “las armas de nuestra milicia
no son carnales” (2 Corintios 10.4). “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios” (Mateo 5.9).

Enseñanzas bíblicas sobre el vestuario

1. La Biblia enseña en contra de conformarse a las modas del mundo

A continuación ofrecemos una lista de pasajes bíblicos que tratan este tema: Juan 17.14, 16;
Romanos 12.1–2; 2 Corintios 6.14–18; Santiago 1.27; 4.4; 1 Pedro 2.9; 1 Juan 2.15–17. La Biblia
ofrece instrucciones específicas que dicen cómo debiéramos vestirnos (1 Timoteo 2.9–10; 1 Pedro
3.3–4). Quebrantamos todas estas instrucciones si nos conformamos a las modas del mundo. El
conformarse a estas modas en vez de obedecer las instrucciones de la palabra de Dios es
desobedecer a Dios. Si cambiamos nuestro vestuario para que esté a la última moda, esto muestra
que amamos la alabanza de los hombres más que la alabanza de Dios.

Algunas personas dicen que no es bueno parecer “extraños” por la clase de ropa que usamos. Pero
puesto que todo el mundo sigue la moda, los pocos cristianos que no lo hacen van a parecer
extraños. La gente incrédula va a darse cuenta por nuestra apariencia que somos de aquellos que
han salido del mundo (2 Corintios 6.17–18) y que estamos viajando en la senda de justicia y santidad.
Normalmente, los que protestan contra las reglas prácticas de la iglesia sobre el vestuario quieren
conformarse más a lo que manda el mundo.

2. La Biblia enseña la distinción entre los sexos en el modo de vestir

En la ley de Moisés, Dios les dio a los israelitas el mandamiento de vestirse de manera que la
distinción entre los sexos no se borrara (Deuteronomio 22.5). El Nuevo Testamento manda a las
mujeres llevar un velo y manda a los hombres no llevarlo. Las personas que promueven la apariencia
unisex se están rebelando contra la diferencia entre los sexos que Dios ha hecho. Hombres y mujeres
cristianos desearán siempre honrar esta diferencia, aun por la manera en que se visten.

3. La Biblia enseña que la ropa sea decorosa, no deshonesta


Primera de Timoteo 2.9–10 y 1 Pedro 3.3–4 hablan de cómo debe ser la ropa de la mujer cristiana.
Estos mismos principios se aplican a todo cristiano. Según 1 Timoteo 2.9–10 el cristiano debe
vestirse:

(1) “Conpudor y modestia” lo cual es totalmente opuesto a la manera que se viste el mundo.

(2) “No con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos.” El vestido deshonesto y el
deseo de exhibir el cuerpo son expresiones del orgullo, la concupiscencia y el deseo de seguir la
moda.

(3) “Sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad.”

La persona modesta debe desear ataviarse de “ropa decorosa.” Mientras que el mundo se viste para
adornar el cuerpo, Dios quiere que su pueblo se vista para cubrir el cuerpo. Puesto que los cristianos
no usan la ropa para destacarse, sino para cubrir el cuerpo en que mora un corazón humilde, les
conviene vestirse de acuerdo con las normas de su iglesia. Ellos no menosprecian la idea de parecer
como los demás hermanos o de no tener muchas clases de ropa con que expresarse.

4. La Biblia prohíbe las joyas y los adornos

Lea 1 Timoteo 2.9–10 y 1 Pedro 3.3–4. La mujer cristiana no se pone joyas porque llaman atención
al cuerpo. Lo que la mujer cristiana sí debe y puede adornar es el espíritu.

Lo que significa la separación del mundo

1. Significa vivir apartado del mundo en el modo de vivir

Dios nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2.9). Los discípulos “no son del mundo”
(Juan 17.14), como tampoco Cristo es del mundo. Dios nos recibe con la condición de que salgamos
de “en medio de ellos” (2 Corintios 6.17–18). Es cierto que vivimos en el mundo, pero no somos del
mundo.
2. Significa guardarse de los yugos desiguales con los incrédulos

En 2 Corintios 6.14–18 hallamos las siguientes preguntas:

¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?

¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas?

¿Qué concordia tiene Cristo con Belial?

¿Qué parte tiene el creyente con el incrédulo?

¿Qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?

Amós 3.3 plantea esta pregunta: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?”

Las respuestas a estas preguntas demuestran que muchas personas que dicen que son cristianos
están enredadas en yugos desiguales en las organizaciones sociales, en las asociaciones comerciales
y en la política. El cristiano no debe ser miembro de ninguna organización que tiene propósitos que
no son bíblicos o que usa métodos que no son bíblicos para lograr sus propósitos.

3. Significa testificar de Jesús

La separación del mundo no significa no ayudar al mundo. Los discípulos, aunque no eran del
mundo, fueron enviados al mundo por Jesús (Juan 17.18). Como el que rescata al que se está
ahogando no puede estar ahogándose el mismo, así los hijos de Dios pueden rescatar a almas del
mundo sólo si están libres ellos mismos de los enredos del mundo. “Ninguno que milita se enreda
en los negocios de la vida” (2 Timoteo 2.4). Los que en verdad están libres del pecado son los que
más desean que otros tengan la misma libertad. (Lea Romanos 12.2; 1 Pedro 2.9.)

4. Significa vivir en la santidad


Es notable que muchos de los pasajes que hablan de la separación también mencionan la santidad.
El requisito de Dios para recibirnos a nosotros es: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el
Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Corintios 6.17). Vea también Romanos 12.2 y 1
Pedro 2.9.

5. Significa continuar en esta separación por toda la eternidad

Al haber sido llamados de las tinieblas, si continuamos andando en la luz, reinaremos con Cristo por
los siglos de los siglos (Apocalipsis 22.5). El juicio final de los malvados significará sencillamente esto:
Al haber escogido seguir al dios de este siglo, continuarán con él por toda la eternidad. Para los
justos la sentencia será: “Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mateo 25.21). La
humanidad anda en dos caminos (Mateo 7.13–14) y en rumbos opuestos. “E irán éstos [los injustos]
al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.46).

La no resistencia cristiana

Escoger otro capítulo

Capítulo 50

La no resistencia

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14).

La frase “no resistencia” viene de esta instrucción de Cristo: “No resistáis al que es malo” (Mateo
5.39). Cristo y los apóstoles enseñaron la doctrina de lano resistencia. Cristo es el “Príncipe de paz”
(Isaías 9.6).

La base de la no resistencia

1. La profecía declaró que Jesús iba a ser el Príncipe de paz

“Un niño nos es nacido,” profetizó Isaías, “y se llamará (…) Príncipe de Paz.” Y en la noche del
nacimiento de Jesús las huestes celestiales declararon: “En la tierra paz”. Jesús es el Príncipe de un
reino de paz en la tierra. La gente de su reino sigue su ejemplo y en cuanto depende de ellos viven
en paz con los demás.

2. Cristo enseñó la no resistencia

En el Sermón del Monte Cristo enseñó la no resistencia:

“Oísteis que fue dicho: ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: no resistáis al que es malo;
antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera
ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar
carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se
lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los
cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo
5.38–45).

Veamos algunos versículos más:

“Todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo 26.52).

“Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica
le niegues” (Lucas 6.29).

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14.27).

“Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (Juan
18.36).

El Príncipe de paz no sólo enseñó esta doctrina con palabras, sino que por medio de su ejemplo nos
mostró cómo vivir en paz. Durante toda su vida, Jesús fue poderoso en su lucha contra
el pecado, pero manso como cordero y sencillo como paloma en su trato con los pecadores. Cuando
lo arrestaron en el Huerto de Getsemaní él tenía poder para pedir doce legiones de ángeles, pero
no resistió (Mateo 26.53). Él nunca se involucró en las cosas del estado o en la política. Él es nuestro
ejemplo perfecto de la no resistencia.

3. Los apóstoles enseñaron la no resistencia

Pablo nos enseña cómo responder al maltrato, diciendo:

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en
cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré,
dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber;
pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo,
sino vence con el bien el mal” (Romanos 12.17–21).

Pablo tuvo que reprender fuertemente a los corintios porque llevaban sus pleitos ante los jueces (1
Corintios 6.1–8). Les preguntó: “¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien
el ser defraudados?” En su segunda carta a los corintios él expresó una verdad fundamental al decir:
“Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios” (2 Corintios 10.4). Pablo,
mientras enseñaba contra las armas carnales, también enseñó enfáticamente contra el pecado,
animando a los creyentes a pelear “la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6.12). Lea también Efesios
6.10–18; 1 Tesalonicenses 5.15; 2 Timoteo 4.7.

Pedro enseña que el cristiano debe ser no resistente, diciendo:

“Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y
lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque
también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no
hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2.20–
23).
Santiago testifica en contra del conflicto, diciendo:

“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales
combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis
alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4.1–2).

La última frase se refiere a la raíz de las guerras y de los pleitos. Cuando tratamos de vencer el
pecado con fuerzas carnales surgen contiendas, pleitos, quejas, juicios y guerras. Encontramos paz
cuando recibimos de Dios sabiduría, amor, gracia y poder espiritual para vencer el pecado.

Los apóstoles, como el Príncipe de paz a quien ellos siguieron, practicaban la no resistencia tal como
la enseñaban. Ellos sufrieron persecución en lugar de resistir. Sufrieron encarcelamientos y martirios
en lugar de maltratar a otros.

Según los historiadores, la iglesia primitiva siguió esta senda de paz. Los mismos concuerdan en que
no había soldados entre los cristianos en el primer siglo de la era cristiana. El escritor pagano, Celso,
escribiendo a finales del segundo siglo, acusaba a los cristianos de rehusar llevar armas, incluso para
defenderse a sí mismos. Los primeros cristianos, Tertuliano, Orígenes, Cipriano y Lactantino
escribieron acerca de esto y defendieron la doctrina de la no resistencia. Durante los primeros dos
siglos, casi toda la iglesia creía y enseñaba la no resistencia. Sin embargo, más tarde algunos dejaron
esta doctrina. A principios del cuarto siglo Constantino hizo del “cristianismo” la religión oficial del
estado romano. ¡Qué contradicción! Constantino buscó poder, por medio de la cruz de Cristo, para
derramar sangre. Pero la cruz de Cristo fue donde él demostró su amor no resistente para con sus
enemigos al dejar que ellos lo mataran... y los perdonó por lo que iban a hacer.

El Antiguo Testamento y la no resistencia

Notemos algunas verdades en cuanto a la época del Antiguo Testamento:

 En el principio era la voluntad de Dios que los hombres se amaran los unos a los otros y que
respetaran la vida humana (Génesis 4.4–14).

 Para refrenar los deseos carnales del hombre Dios instituyó la pena de muerte (Génesis 9.6).
En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios era una nación civil y Dios le dio la
responsabilidad de castigar a los que desobedecían la ley. “Toda transgresión y
desobediencia recibió justa retribución” (Hebreos 2.2). A los criminales los castigó aun con
la pena de muerte (Levítico 20).

 El Antiguo Testamento fue una época de justicia. Dios usó a su pueblo en el Antiguo
Testamento para juzgar a otras naciones perversas. Hasta lo mandó a exterminar a otras
naciones (1 Samuel 15.2–3, 18).

Hay mucha gente que trata de justificar la participación de los cristianos en la guerra con el hecho
de que Moisés, Josué, David y otros hombres de Dios pelearon. Sin embargo, hay muchas diferencias
entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

 En el Antiguo Testamento los israelitas aborrecieron a sus enemigos (Deuteronomio 23.3,


6). Pero en el Nuevo Testamento Cristo nos dirige a amar a todos. Él nos manda a amar,
bendecir, hacer bien y orar (Mateo 5.43–46) por los que nos maltratan. Esto refleja la
voluntad de Dios en el principio que todos los hombres se amen los unos a los otros.

 En el Antiguo Testamento los israelitas tuvieron la responsabilidad de castigar a los malos.


Ellos devolvieron mal a los que les hicieron el mal. Ejercieron la venganza. Pero Cristo
cambió esto con estas palabras: “No resistáis al que es malo” (Mateo 5.38–42). La venganza
ya no pertenece al pueblo de Dios (Romanos 12.17–21). En lugar de llevar los malhechores
al juicio, el pueblo de Dios trata de llevarlos al arrepentimiento.

 El Antiguo Testamento fue una época de justicia. El Nuevo Testamento es época de


misericordia y gracia. “Nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corinitos
5.19). Dios ahora usa a su pueblo no para juzgar a naciones perversas, sino para llevarlas el
evangelio de amor y reconciliación. “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y
la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17). “El Hijo del Hombre no ha venido
para perder las almas, sino para salvarlas” (Lucas 9.56).

El poder de la paz

El hombre impío confía en el poder de la guerra para resolver los conflictos. Él piensa que los que
sufren el maltrato con paciencia y amor son débiles y cobardes. Pero el Príncipe de paz da a sus
seguidores un poder más fuerte que el que tiene un ejército en el campo de batalla. Él les da su
evangelio que tiene poder para conquistar el espíritu del hombre, convirtiéndolo por completo. La
guerra puede conquistar el cuerpo, pero nada más.

Cuando Cristo envió a sus discípulos no los armó con espadas ni lanzas, sino los mandó “como a
ovejas en medio de lobos” (Mateo 10.16). Así ellos se fueron, con poder obraron, y aun los demonios
los obedecieron.

Después que fue establecida la iglesia, los discípulos salieron a predicar el evangelio. Ellos sufrieron
gran persecución, primeramente de los judíos y después de los romanos. Muchos murieron como
mártires de la fe. Sin embargo, la iglesia creció rápidamente. La espada nunca puede apagar el poder
del evangelio de paz, mientras que “todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo
26.52).

Retos de los que defienden la participación en la guerra

El reto: Si la guerra es mala para el pueblo de Dios, ¿por qué David, siendo hombre conforme al
corazón de Dios, fue muy valiente en la guerra?

La respuesta: Como ya se ha dicho en este capítulo, aquella época fue una época de justicia en la
cual Dios juzgó a las naciones por medio de su pueblo. Hoy vivimos en la época de misericordia. Por
esto, Dios ya no usa a su pueblo para juzgar o traer juicio sobre los malos. Lea el Sermón del Monte
en Mateo capítulos 5 al 7. “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio
de ley” (Hebreos 7.12).

El reto: ¿Qué pasaría si una nación entera fuera no resistente?

La respuesta: Los fariseos dijeron algo muy parecido para refutar las enseñanzas de Jesús: “Si le
dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra
nación” (Juan 11.48). Ellos reconocieron que los seguidores de Jesús no defienden a su nación con
armas. Pero no reconocieron que cuando hacemos lo correcto no tenemos que preocuparnos de los
resultados. Dios cuida de los que le son fieles a él, aunque muchas veces no sabemos cómo.

El reto: ¿Qué haría usted si un ladrón entrara a su casa?

La respuesta: En tal caso el cristiano verdadero debe descansar en la promesa de Dios de estar con
los suyos en cualquier situación. Si matamos al ladrón no sólo desobedecemos la ley divina de Dios,
sino también mandamos un alma al infierno y eliminamos para siempre su oportunidad de
arrepentirse. Si el ladrón lo mata a usted entonces usted puede entrar al cielo de inmediato y el
ladrón tendría la oportunidad de arrepentirse y rendirse a Dios.

El reto: ¿Qué pasaría si todos practicaran la no resistencia?

La respuesta: Tendríamos un paraíso en la tierra y todo el mundo viviría en paz.

El reto: ¿No debemos someternos al gobierno?

La respuesta: Sí. Lea Romanos 13.1. Debemos someternos a toda autoridad superior, recordando
que nuestra lealtad primeramente la debemos a Dios (Hechos 5.29). El espíritu sumiso pertenece al
corazón no resistente. Hay leyes que no podemos obedecer porque se oponen a la ley superior, la
ley de Dios. En tales casos debemos someternos hasta donde podamos sin desobedecer a Dios.
Debemos ser como los apóstoles; ellos sufrieron encarcelamientos y martirio por causa de Cristo.

El reto: ¿Me culpará Dios si voy a la guerra cuando mi país me pide que vaya?

La respuesta: Si para el cristiano es malo quitarle la vida a un ser humano, ¿por qué sería correcto
ayudar a otras miles de personas a quitarle la vida a muchos seres humanos? ¿Qué haría usted si su
país le pidiera ayuda para matar a todos los cristianos?

Como cristianos debemos recordar que la razón por la que no peleamos es porque Dios es amor.
Nosotros seguimos a Dios. Amamos a todos, aun a nuestros enemigos.

La conclusión bíblica

“No resistáis al que es malo” (Mateo 5.39).

“Cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5.39).

“Al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa” (Mateo 5.40).

“Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5.44).

“Bendecid a los que os maldicen” (Mateo 5.44).

“Haced bien a los que os aborrecen” (Mateo 5.44).

“Todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo 26.52).

“Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos
12.18).

“No os venguéis vosotros mismos” (Romanos 12.19).


“No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12.21).

“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales” (2 Corintios 10.4).

“El siervo del Señor no debe ser contencioso” (2 Timoteo 2.24).

Otras lecturas disponibles sobre la no resistencia

A continución se listan algunos capítulos del libro El reino que trastornó el mundo en cuanto a la no-
resistencia.

¿Amar a mis enemigos?

Pero, ¿qué tal si ...?

Pero, ¿no dicen las escrituras que ...?

¿Qué tal de los reinos del mundo?

La vida bajo la influencia de dos reinos

¿Soy yo de este mundo?

¿Nos hace esto activistas en pro de la paz y la justicia?

¿Ha vivido alguien así en la vida real?

¿Es este el cristianismo histórico?

El juramento

Escoger otro capítulo

Capítulo 51

“No juréis en ninguna manera” (Mateo 5.34).

“Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis” (Santiago 5.12).

La enseñanza de Cristo sobre el juramento se encuentra en el Sermón del Monte:

Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus
juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de
Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran
Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea
vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede (Mateo 5.33–37).

Hallamos la misma enseñanza en la epístola de Santiago. Él dice:

Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro
juramento; sino que vuestro sí sea si, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación
(Santiago 5.12).

Al ver estos dos pasajes notamos por qué el cristiano no necesita jurar: El cristiano siempre dice la
verdad. Su sí es sí; su no es no.
Aunque el juramento se usa tanto en la actualidad parece que no es muy útil, pues es como alguien
comentó: “El juramento no obliga a ningún embustero o mentiroso, y un hombre honesto no lo
necesita”.

Definiciones

El diccionario Pequeño Larousse Ilustrado dice que el juramento es una (1) “afirmación o negación
de una cosa que se hace, tomando por testigo a Dios”, (2) “voto; reniego; terno”.

Hay varias clases de juramentos. Por ejemplo: el juramento judicial, que se usa en las cortes; el
juramento profano o reniego, que se usa sin ninguna sinceridad. Todo esto lo prohíbe Dios en el
Nuevo Testamento.

Notamos que hay una gran diferencia entre un juramento y una afirmación. Las leyes de algunos
países permiten que los que no juran por causa de su conciencia pueden afirmar en vez de jurar. Los
elementos del juramento que están ausentes en la afirmación son: La declaración “Yo juro...”, la
mano alzada en alto y la súplica a Dios. Es decir, que cuando uno afirma solamente promete que
dirá la verdad tal como la entiende, sabiendo que al no cumplir esta promesa estará sujeto a las
mismas penas que lleva el juramento.

En conclusión, nuevamente decimos: La Biblia claramente prohíbe el juramento, y el cristiano


verdadero ni siquiera lo necesita, pues él siempre dice la verdad.

El amor en el cristianismo

Escoger otro capítulo

Capítulo 52

“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14.15).

En este capítulo hablamos del amor de Dios para con los humanos, especialmente para con sus
hijos, y de nuestro amor para con Dios y los demás. No se trata del amor romántico.

El origen del amor

El origen del amor que se ve en los hijos de Dios se explica con esta frase: “El amor es de Dios” (1
Juan 4.7). Esto lo entendemos más a fondo cuando recordamos que “Dios es amor” (1 Juan 4.16).
La persona que “está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3.3) está llena y rebosando del amor
de Dios que ha sido derramado en su corazón por el Espíritu Santo (Romanos 5.5). Por eso podemos
decir: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19).

Manifestaciones del amor de Dios

1. Jesucristo

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5.8). Vea, además, Juan 3.16. La evidencia más convincente del amor es que
una persona esté dispuesta a sacrificarse por el bien de otra persona. Cuando el amor de Dios nos
llena entonces seremos capaces de sacrificarnos por otros, aun por nuestros enemigos.

2. Su paciencia para con nosotros


Pedro nos recuerda en 2 Pedro 3.9 que la paciencia de Dios para con nosotros lo conmueve a
retrasar su venida porque él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”. Dios es muy paciente con nosotros. Él muchas veces soporta nuestras flaquezas
y nuestra naturaleza obstinada. Y muchas veces nos ha bendecido ricamente a pesar de que no
somos dignos de la más mínima de sus bendiciones. Dios es el ejemplo perfecto de lo que Pablo
quiso decir cuando dijo: “El amor es sufrido, es benigno” (1 Corintios 13.4).

3. Lo que él hace por sus enemigos

“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas” (Isaías 53.6). Éramos enemigosde Dios. Sin
embargo, fue cuando nosotros éramos enemigos de Dios que él nos reconcilió consigo mismo por
medio de su Hijo (Romanos 5.10). La verdadera prueba del amor no es lo que uno hace por sus
amigos, sino lo que hace por susenemigos. (Lea Mateo 5.38–48.)

4. Sus abundantes provisiones para nuestra alegría y bienestar

Dios no se dio por satisfecho con sólo hacer posible nuestra salvación, lo cual era mucho más de lo
que merecíamos, sino que él hizo mucho más. Su actitud no es: “Ahora ya he hecho mi parte; si
usted muere y va al infierno es culpa suya, no mía”. A veces escuchamos a los hombres decir cosas
así, pero a Dios nunca. Todo lo que Dios ha hecho por nosotros surgió de un corazón rebosante de
amor. Él nos redimió del pecado, de la muerte y del infierno, sacrificando a su Hijo unigénito para
llevar a cabo su propósito. El cielo y la tierra fueron hechos para nuestra alegría y bienestar tanto
como para su gloria. Él nos dio el evangelio, lo selló con la sangre de su Hijo y nos mandó al Espíritu
Santo para guiarnos a toda la verdad. Nos hizo parte de su iglesia y nos capacitó para llevar el
evangelio a todas las naciones a fin de que todos puedan saber acerca de su salvación bendita. En
todas partes hay evidencias del amor generoso de Dios para con sus criaturas.

Cómo se manifiesta nuestro amor para con Dios

1. Obedecer a Dios

Cristo dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14.15). Y expresó la misma verdad de
otra manera cuando dijo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15.14). Y
otra vez: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14.21). En Juan
14.23 él dice: “El que me ama, mi palabra guardará”. El amor y la obediencia son inseparables.

2. Amar a los hermanos

“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su
hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este
mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4.20–21). Con esto
concuerda la enseñanza de Jesús en Mateo 22.34–40 donde él declaró que el mandamiento de amar
a su prójimo es semejante al mandamiento de amar a Dios.

3. Amar a nuestros enemigos

Leemos acerca de esto en Mateo 5.38–48. Este amor es la roca sobre la cual está fundada la doctrina
bíblica de la no resistencia. La prueba de fuego de nuestro amor no es si amamos a los que nos
aman, sino si amamos a los que nos ultrajan y nos persiguen. En esto hay una diferencia importante
entre el santo y el pecador. Después que Cristo nos enseñó a amar a los enemigos tanto como a los
amigos, dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”
(Mateo 5.48).

¿Cómo es nuestro amor para con nuestros enemigos? ¿Estamos libres de malicia, envidia y de un
deseo de “desquitarnos” con nuestros enemigos? ¿Acaso les devolvemos bien por mal? Ésta es la
verdadera prueba de nuestro amor.

4. Servir fielmente

Los hijos que aman a sus padres rinden fiel servicio; no porque tengan que hacerlo, sino porque el
amor los constriñe a hacerlo. Como hijos de Dios no somos esclavos, sino libres. “El amor de Cristo
nos constriñe” (2 Corintios 5.14) a rendir un servicio fiel, obediente y voluntario. Dondequiera que
encontramos a siervos voluntarios de Dios podemos saber que estamos viendo gente que lo ama.

El amor en acción

Primera de Corintios 13 explica lo que el amor en verdad hace. En el principio del capítulo, Pablo
enseña que lo que hacemos que no es motivado por el amor de Dios no vale. Luego sigue diciendo:

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;


no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia,
mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca
deja de ser.

Aplique esta enseñanza a la vida diaria, a la vida hogareña, a la vida social, a los negocios... El amor
de Dios es más que sólo una teoría; produce acción en la vida.

Las maravillas del amor de Dios

1. La maravilla de su gracia hacia nosotros

La gracia de Dios es la mayor de todas las maravillas de su amor. Juan dijo: “Mirad cuál amor nos ha
dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3.l). David sin duda tenía
sentimientos semejantes cuando exclamó: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Salmos 8.3–
4). Nuestro Dios Todopoderoso puede crear innumerables seres celestiales para alabar su nombre;
tiene su trono en los cielos mientras que la tierra es estrado de sus pies; su grandeza y gloria infinita
están más allá de la comprensión de los humanos. ¿Por qué debiera prestar la menor atención a
una criatura tan débil, vil e indigna como el ser humano? Pero no sólo nos prestó atención, sino nos
adoptó en su familia gloriosa, convirtiéndonos en sus hijos e hijas. Tenemos que concluir, diciendo:
él nos ama.

2. La maravilla del poder de su amor

Los cielos y la tierra fueron hechos por Dios para el bien y la felicidad del hombre. El amor trajo a
Cristo al mundo y le llevó al Calvario. El amor de Dios hace que él reciba a todo el que acude a Cristo.
El amor de Dios sí es fuerte. Su poder se verá también en los millones de almas que bendecirán el
nombre de Dios por los siglos de los siglos. Las huestes redimidas en la eternidad estarán allí por el
maravilloso e incomparable poder del amor de Dios. En el amor hay un poder que la fuerza física
nunca puede igualar. ¿Podemos comprenderlo? ¿Usamos este poder en nuestras relaciones con
nuestros conciudadanos?

3. La maravilla de que su amor echa fuera el temor

Los que tienen paz con Dios pueden enfrentar las realidades del mundo venidero en plena
certidumbre de esperanza y amor. Pueden enfrentar la muerte sin temor. Los que tienen puesta la
mirada en las cosas de arriba viven en una comunión tan íntima con Dios que no tienen nada que
temer. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4.18).

La pureza

Escoger otro capítulo

Capítulo 53

“Consérvate puro” (1 Timoteo 5.22).

“Sé ejemplo de los creyentes en (...) pureza” (1 Timoteo 4.12).

Nuestro Señor Jesucristo es nuestro ejemplo perfecto de la pureza. Fue tentado en todo como
nosotros, “pero sin pecado” (Hebreos 4.15).

Nosotros no podemos alcanzar la pureza perfecta por medio de nuestro propio esfuerzo. Pablo
señaló la debilidad de los esfuerzos humanos cuando dijo: “Porque ignorando la justicia de Dios, y
procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10.3).
Cualquiera de nosotros que haya procurado alcanzar la pureza por medio de su propia fuerza debe
arrepentirse y pedirle a Dios que él le purifique mediante su poder. Jesús “se dio a sí mismo por
nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas
obras” (Tito 2.14). “La sangre de Jesucristo (...) nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Es posible
que el más débil de nosotros ande en sendas de verdadera pureza si se rinde a Dios y deja que él
haga el milagro de gracia en su corazón. Esto es la pureza según Dios.

El alcance de la pureza

1. Alcanza la mente y el carácter

Pensemos en los antiguos relojes de arena. Cuando la parte de arriba esté llena de arena, empieza
a fluir hacia abajo y pronto toda la arena se encuentra en la parte de abajo. Así también sucede con
la mente y el carácter. Mantenga la parte de arriba (la mente) llena de pensamientos puros, y éstos
fluirán al carácter. Por otro lado, deje que su mente albergue pensamientos malos y motivos
impuros, y no tardará mucho tiempo para que su lengua y su vida den a conocer la suciedad que se
alberga en su mente. Recuerde también que aun el pensamiento malo es pecado.

2. Alcanza el hablar

“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” (Colosenses 4.6). “La palabra de Cristo
more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales”
(Colosenses 3.16). “Ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino
antes bien acciones de gracias” (Efesios 5.4). Aquí hay varias cosas más que no pertenecen al
vocabulario de los que quieren ser puros: palabras ociosas, vulgaridades, profanidad y chismes. Dos
cosas son esenciales para que uno elimine estas cosas de su vocabulario: (1) un corazón
transformado por Dios, “porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6.45); (2) un
esfuerzo constante en oración para vencer los malos hábitos.

3. Alcanza el compañerismo

Usted mismo tiene que vivir una vida pura para que sea digno de ser compañero de la gente pura y
para que usted sepa escoger compañeros puros. Guárdese de compañeros de carácter dudoso. “Las
malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15.33). A usted no le conviene
asociarse con gente impía (Proverbios 13.20).

4. Alcanza las relaciones sociales

La Biblia condena la impureza social. Existen cosas en las cuales algunas personas no ven nada de
malo, pero son las mismas cosas que les hacen caer en pecado. Si usted quiere mantenerse puro,
no tenga nada que ver con estas cosas: amistades íntimas con personas del sexo opuesto, noviazgos
en horas avanzadas de la noche o en lugares solitarios, novelas románticas, conversaciones impuras
y chistes vulgares, cines, teatros, circos, y otros lugares de perversión y entretenimiento mundano.
Estas cosas incitan las malas pasiones y arruinan la vida de miles de personas. El joven que nunca
toma el primer trago jamás llegará a ser un borracho; asimismo, la persona que no se deja atrapar
por la impureza nunca será una persona depravada y pervertida.

5. Alcanza la conciencia

La conciencia es el guarda que Dios ha puesto dentro de nosotros para recordarnos lo que es el bien
y el mal. Mantenga usted siempre una conciencia pura y sensible. Enséñela a escuchar la palabra de
Dios y nunca desatienda sus advertencias. Si su conciencia está dirigida por Dios y obedece a Dios,
usted tiene una conciencia pura. (Lea Hechos 24.16; 1 Timoteo 1.5–6; Hebreos 9.14; 1 Pedro 3.16,
21.)

6. Alcanza la religión

Santiago 1.27 define la religión pura: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta:
Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.” Usted
nunca debe sentirse satisfecho con nada que no sea la religión pura de Jesucristo, sin adulteración
y sin las manchas del mundo.

Cómo conservarse puro

1. Arrepiéntase de cualquier impureza en su vida

Si ha caído en la impureza no debe quedar allí. Dios nos ama, y nos perdona si nos arrepentimos. Si
hemos caído en la impureza, él nos puede limpiar y nos puede dar una vida nueva (1 Corintios 6.11).
Sólo tenemos que acudir a Dios en fe, arrepentirnos de nuestra impureza, confesar nuestros
pecados y vivir una vida nueva por medio de la gracia de Dios (1 Juan 1.9).

Tal vez usted está viviendo con algunas secuelas de la impureza de su vida pasada. Dios quiere darle
paz y descanso. Es cierto que todos tenemos que cosechar lo que sembramos, pero aun en eso Dios
nos ayuda. Si usted está luchando con algunas secuelas de la impureza, busque primeramente a
Dios y luego a algún cristiano maduro que pueda ayudarle a encontrar plena victoria.

2. Viva en la pureza

Practique la pureza en su vida personal diaria por medio de lo que usted piensa y dice, por medio
de las relaciones sociales que tiene, por medio de la vida hogareña que lleva, por medio de su
religión. Usted es la “Biblia” que leen sus vecinos. (Lea Mateo 5.14–16; 1 Timoteo 4.12; 1 Pedro
2.11–12.)

3. Lea literatura sana

La literatura que usted lee debe promover la pureza, la justicia y la santidad verdadera. El mundo
promueve su literatura perversa. ¡Cuánto más los cristianos debemos promover la literatura que
contribuye al crecimiento del carácter cristiano! (1 Timoteo 4.13).

4. No vaya a los lugares de ociosidad

En los lugares de ociosidad en la comunidad muchos jóvenes reciben sus primeras dosis del veneno
de la impureza. La costumbre casi universal de ir al pueblo o a un lugar de ociosidad de la comunidad
los viernes y sábados en la noche es una fuente de vicios y toda forma de impureza. Manténgase
alejado de tales lugares (Salmo 1).

5. Mantenga la mente ocupada en cosas que edifican

El diablo obtiene sus cosechas más abundantes del cerebro ocioso y pecaminoso de las personas
impuras. Pero si usted siempre mantiene la mente ocupada en cosas puras no sólo tendrá un
antídoto fuerte contra la impureza, sino también promoverá la pureza en la vida de otros que le
rodean. A niños y jóvenes se les debe enseñar a leer la Biblia y cualquier otra literatura sana, a
trabajar y a hacer otras cosas que aporten algo útil y noble a la mente y al carácter.

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro,
todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en
esto pensad” (Filipenses 4.8).

La humildad

Escoger otro capítulo

“Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová” (Proverbios 22.4).

La humildad es una característica del alma que nos prepara para tener fe. Muchas personas alaban
la virtud de la humildad y la consideran una joya hermosa; pero ellas mismas no la quieren poseer,
pues ella termina con su ego y su orgullo.

El orgullo y la humildad

La Biblia muchas veces contrasta el orgullo con la humildad. Notemos algunos de sus contrastes:

 “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4.6).


 “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”
(Lucas 14.11).

 “La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra” (Proverbios
29.23).

 “Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios”
(Proverbios 16.19).

 “Jehová asolará la casa de los soberbios” (Proverbios 15.25). “Pero los mansos heredarán la
tierra; y se recrearán con abundancia de paz” (Salmo 37.11).

 “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”


(Proverbios 16.18). “Cualquiera que se humille (...) ése es el mayor en el reino de los cielos”
(Mateo 18.4).

 “Y tú (...) que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida” (Mateo 11.23).
“Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4.10).

Otro contraste entre el orgullo (considerarse uno superior a los demás) y la humildad (reconocer
uno que es indigno) se presenta en Lucas 18.9–14. El fariseo que se exaltó a sí mismo no logró favor
de Dios, mientras que el publicano quien confesó ser pecador alcanzó misericordia.

Dios siempre condena el orgullo, mas siempre aprueba la humildad.

Evidencias de la humildad

1. Ser como niño

Según nos dice Mateo 18.1, los discípulos querían saber quién era el mayor en el reino de los cielos.
Jesús puso a un niño en medio de ellos, diciendo: “Así que, cualquiera que se humille como este
niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18.4). Jesús es nuestro ejemplo perfecto de
uno que siempre andaba con el espíritu de humildad. Filipenses 2.6–7 dice esto acerca de Jesús: “El
cual (...) no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo”.
Jesús no buscó la grandeza, pero después de humillarse “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le
dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2.9). Los que, como Cristo, manifiestan un
espíritu manso, sumiso y humilde pertenecen a Dios y serán exaltados a su debido tiempo. La
sencillez semejante a la de un niño, la inocencia y no guardar rencor son evidencias de la verdadera
humildad.

2. La mansedumbre

Efesios 4.2 dice que “con toda humildad y mansedumbre” debemos soportarnos con paciencia los
unos a los otros en amor. Los humildes nunca caen desde muy alto porque no se exaltan a sí mismos.
Pero los que se exaltan a sí mismos caen y sufren. Sería bueno notar aquí que hay una diferencia
entre la humildad y la humillación: la humillación, por lo general, es nada más que el orgullo herido.

Los mansos no se ofenden fácilmente. “Ciertamente la soberbia concebirá contienda” (Proverbios


13.10). Cuando se hiere el orgullo del hombre, él muy pronto lo siente y el resultado es contención.
Pero con los mansos es diferente. Como su Salvador, cuando los maldicen, ellos no responden con
maldición; cuando son perseguidos, lo sufren todo con mansedumbre; cuando los injurian, lo
soportan todo sin responder. Los mansos oran por sus enemigos, amontonando así “ascuas de
fuego” sobre sus cabezas según Romanos 12.18–20. Eso sí es humildad.

3. La modestia

La modestia se manifiesta en el semblante, en las costumbres y en el vestir de la persona humilde.


Uno que tiene un corazón humilde no tiene ojos altivos y no sigue la moda. Los humildes se conocen
por su manera de ser; son modestos en cuanto a su apariencia y sus costumbres. Ellos no se jactan
de ser más importantes que los demás y no lucen ropa de gala. Cuando el corazón está lleno de
humildad el “gran yo” no se ve. La modestia es fruto natural de la humildad y se manifiesta en toda
área de la vida de la persona humilde.

¿Por qué ser humilde?

1. Dios así lo ordena en su palabra

Dios manda que los santos se humillen “bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5.6), que se vistan
de humildad (Colosenses 3.12), que se revistan de humildad (1 Pedro 5.5) y que anden con toda
humildad (Efesios 4.1–2).

2. Dios se satisface con la humildad y la bendice

(Lea Proverbios 16.19; Mateo 5.3, 5.) Dios da gracia a los que son humildes (Santiago 4.6). Los que
poseen la humildad son los mayores en el reino de Dios. “Riquezas, honra y vida son la remuneración
de la humildad” (Proverbios 22.4).

3. La humildad es la precursora de la exaltación verdadera

¿Ha notado usted que la Biblia con frecuencia habla de la exaltación junto con la humildad? Sin
embargo, no debemos tratar de humillarnos con la esperanza de ser exaltados. Es importante saber
que la senda del orgullo siempre lleva al desastre, mientras que la senda de la humildad siempre
lleva a la exaltación. Pero no debemos preocuparnos de cuándo y cómo seremos exaltados. Dios se
encargará de todo eso. Lo que nos toca a nosotros es seguir en la humildad, confiar en Dios,
obedecer su palabra, mantenernos al pie de la cruz y recordar que las promesas de Dios a los
humildes son seguras.

4. Dios escucha las oraciones de los humildes

“No se olvidó del clamor de los afligidos” (Salmo 9.12). Los ninivitas se vistieron de cilicio y ceniza
ante Dios. Ezequías se humilló ante Dios y oró que fuera librado del poder de Senaquerib. El
publicano rogó a Dios por misericordia. Todos estos acudieron a Dios en humildad, y él oyó sus
oraciones. A nuestro Dios Todopoderoso le place contestar las oraciones de los mansos y humildes
que vienen a él con súplicas y oraciones.

La humildad fingida

Como Pablo menciona en Colosenses 2.18 hay algo que parece ser la humildad, pero en verdad no
lo es. Esta es la humildad fingida y la debemos evitar. Algunos, al darse cuenta de los méritos de la
humildad, la codician por su excelencia o por la exaltación que buscan. Buscar la humildad por
razones egoístas trae como resultado la humildad fingida. Los que se sienten orgullosos por su
humildad algún día se darán cuenta de que era una humildad fingida la que tenían.

Es la voluntad de Dios que seamos exaltados. Pero su camino a la exaltación es distinto que el
camino que llevan los que quieren exaltarse a sí mismos. Su rumbo es distinto; su destino también
lo es. La exaltación a la que aspira el hombre siempre exalta su propia voluntad carnal, mientras que
Dios desea exaltar al hombre según su imagen y propósito. Para esto, la carne tiene que estar
muerta de tal manera que no responda a los deseos carnales. Algunos piensan que los dones
espirituales exaltan a la persona que los posee y por eso los buscan con empeño. Pero la verdad es
que el que recibe dones espirituales auténticos tiene que humillarse más, crucificar más la carne y
entregarse más a Dios. Dios no da dones espirituales para promover nuestras propias metas y
aspiraciones. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere
tiempo” (1 Pedro 5.6).

La esperanza

Escoger otro capítulo

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo
renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia
incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1.3–4).

Para el cristiano la esperanza en las cosas de Dios abarca más que lo mejor que esta vida pueda
ofrecer. La esperanza más preciosa para él está en lo que le espera en la eternidad. El siervo de Dios
espera con alegría el tiempo glorioso cuando, habiéndose despojado de su cuerpo mortal, tendrá
parte en el reino eterno de Cristo. Así compartirá la alegría y la gloria del cielo para siempre.

Lo que es la esperanza

Es segura y firme (Hebreos 6.19), el “ancla del alma”.

Es “buena” (2 Tesalonicenses 2.16).

Es “viva” (1 Pedro 1.3). Dios nos hizo renacer “para una esperanza viva, por la resurrección de
Jesucristo”.

Es la “plena certeza” (Hebreos 6.11) del hijo de Dios. Nos da valor para proseguir en la fe y en el
amor “hasta el fin”.

Es fuente de “alegría” (Proverbios 10.28) en el alma del justo, y es segura y firme, pero “la esperanza
de los impíos perecerá”.

Es “la esperanza bienaventurada” (Tito 2.13) que llena y alegra nuestras almas mientras esperamos
confiadamente “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.

La fe en Dios nos hace creer su palabra y sus promesas, y nos hace esperar que realmente se
cumplan en nosotros. (Lea Salmos 33.18; 39.7; Hechos 26.6–7; Tito 1.2; 1 Pedro 1.21.) Cuando el
salmista dice: “Señor (...) mi esperanza está en ti”, él da a conocer los sentimientos y experiencias
de cada hijo de Dios.
La fe en nuestro Señor Jesucristo inspira confianza en él como Autor de la salvación, la cabeza de la
iglesia, las “primicias de los que durmieron” y, por tanto, nuestra esperanza. (Lea 1 Corintios 15.19–
20; 1 Timoteo 1.1.) Nuestra esperanza en Cristo va más allá de la tumba. Por eso tenemos una
esperanza muy preciosa.

Por medio del poder del Espíritu Santo (Romanos 15.13) podemos tener la esperanza de alcanzar la
justicia basada en la fe (Gálatas 5.5). La esperanza del cristiano, por tanto, abraza una fe firme en la
trinidad: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La esperanza del incrédulo termina con esta vida; la del cristiano va más allá y abarca las cosas
eternales. En realidad, este mundo no es más que un paso hacia la eternidad. “Mas ahora Cristo ha
resucitado de los muertos, primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15.20). Nuestras
almas se conmueven con la esperanza bendita, y decimos con Pablo: “Porque sabemos que si
nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no
hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5.1).

Cómo se obtiene la esperanza

1. La gracia de Dios provee lo que esperamos

La esperanza del cristiano se basa en la gracia de Dios; nosotros no la merecemos. Pablo así lo
escribe: “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio
consolación eterna y buena esperanza por gracia” (2 Tesalonicenses 2.16). Si no fuera por la gracia
de Dios sólo nos esperaría una muerte oscura y triste porque “todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios” (Romanos 3.23). Pero por medio de la gracia abundante de Dios él proveyó todo
lo necesario para nuestra redención eterna. El futuro está repleto de esperanza para todos los que
han aceptado las condiciones de la redención.

2. La palabra de Dios nos muestra qué debemos esperar

El salmista dice en el Salmo 119.81: “Mas espero en tu palabra”. Al estudiar la Biblia y al considerar
lo que Dios ha hecho en nuestra propia vida por medio de su palabra, cobramos confianza en que
las promesas de Dios en su palabra son seguras y firmes. “Porque las cosas que se escribieron antes,
para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras,
tengamos esperanza” (Romanos 15.4).

Lo que hace la esperanza

1. Ayuda a vencer las dificultades

La esperanza es más que un mero sentimiento. La misma es una ayuda verdadera y una práctica en
la vida cristiana. En Romanos 4 Pablo relata la prueba que enfrentó Abraham en el asunto de ofrecer
a su hijo Isaac. Pablo dice que Abraham “creyó en esperanza contra esperanza” (Romanos 4.18). En
Hebreos 11.17–19 el escritor nos dice que Abraham tenía tal confianza en Dios que tuvo fe en el
poder de Dios de levantar a Isaac de entre los muertos. Su fe y esperanza no menguaron cuando la
situación parecía ser imposible.

¿Qué fue lo que animó a Pablo a seguir ante las circunstancias difíciles? La esperanza. ¿Por qué él
pudo dirigirse hacia la misma muerte con confianza y gozo? Porque tenía esperanza. En medio de
las pruebas él pudo decir: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18). Cuando
Pablo estuvo a punto de morir exclamó: “Por lo demás, me está guardada la corona” (2 Timoteo
4.8).

¿Qué inspira al agricultor a soportar las dificultades de la siembra? ¡La esperanza de una buena
cosecha! ¿Qué impulsa al soldado de la cruz a sufrir penalidades y pelear la buena batalla de la fe?
¡La esperanza de un galardón! La esperanza nos impulsa a seguir firmes, fieles y animados a
perseverar hasta el fin.

La esperanza ayuda mucho al hijo de Dios mientras se encara con las tempestades de la vida. Con
razón el escritor del libro de Hebreos la llamó el “ancla del alma” (Hebreos 6.19).

2. Nos impulsa a evangelizar

“Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza” (2 Corintios 3.12). “No me
avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación” (Romanos 1.16). Una esperanza
fuerte en Dios anima el corazón, libera la lengua para que hablemos con confianza las maravillas de
Dios y nos ayuda a rendir fiel servicio a nuestro Padre celestial.

3. Promulga la unidad entre los fieles

El que viaja a cierto lugar disfruta el compañerismo de los demás viajeros que van con él al mismo
lugar. De la misma manera, los viajeros que van a la Nueva Jerusalén disfrutan compañerismo y
unidad con los demás que se dirijan al mismo lugar porque los anima una misma esperanza. “Un
cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación”
(Efesios 4.4).

4. Trae gozo y alegría

¿Cuál fue el testimonio del apóstol Pablo? “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo
presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos
8.18). Cristo dijo a sus discípulos: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los
cielos” (Mateo 5.12). Sólo esta esperanza viva puede darnos el verdadero gozo y alegría. “Regocijaos
en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4.4).

5. Produce paciencia

“Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romanos 8.25). ¿Se ha fijado
usted que cuando la gente se pone impaciente mengua la esperanza? La esperanza y la paciencia
son inseparables. Mientras más esperanza tengamos, más pacientes somos.

6. Nos estimula a llevar una vida pura y noble

La esperanza del cristiano se basa en la pureza, la hermosura, la esplendidez y la gloria de la vida


venidera. Por tanto, la misma nos ayuda a seguir las cosas nobles y puras: “Y todo aquel que tiene
esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3.3). Pedro, después de
relatar las cosas que ciertamente acontecerán en el futuro, dice: “Por lo cual, oh amados, estando
en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en
paz” (2 Pedro 3.14).
La esperanza que tenemos nos ayuda a mantener nuestra mirada puesta en el cielo. Estamos a la
expectativa de que algún día nuestra esperanza llegue a ser una gloriosa realidad.

“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea
guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.23).

La doctrina del futuro

La segunda venida

Escoger otro capítulo

Hay tres grandes divisiones del tiempo: el pasado, el presente y el futuro.

El pasado ya pasó. El presente es nuestro tiempo de oportunidad. El futuro se esconde de nuestra


vista detrás de un velo, a menos que Dios considere conveniente quitarlo y darnos una visión del
futuro. Estos capítulos tratan sobre algunas cosas del futuro que Dios nos ha revelado.

Al estudiar la doctrina del futuro en la Biblia, recordemos que Dios no nos reveló todas las cosas en
su palabra; él nos reveló algunas cosas en parte y nos mostró otras claramente. Por tanto,
obtenemos un mayor provecho de nuestro estudio cuando reconocemos que no sabemos mucho y
que, como discípulos humildes y estudiantes diligentes, recibimos por fe lo que Dios quiere
revelarnos. Cuanto más escudriñamos su palabra, tanto más aprendemos.

Al nosotros ver las riquezas insondables y la gloria venidera que Dios nos ha revelado debemos
conmovernos a adorarlo por su grandeza y amor. Aunque nosotros somos indignos y viles, él nos
preparó un futuro glorioso si le servimos de corazón.

Capítulo 56

La segunda venida de Cristo

"¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mateo 25.6).

Un día los discípulos del Señor se encontraban en el Monte de los Olivos. Jesús acababa de ascender
a la gloria, y los discípulos estaban allí “con los ojos puestos en el cielo” (Hechos 1.10). Luego oyeron
una voz. A su lado estaban dos hombres con vestiduras blancas, diciéndoles: “Este mismo Jesús, que
ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1.11).

Entonces ellos recordaron que Jesús les había mandado a quedarse en Jerusalén hasta que
recibieran poder de lo alto. Los discípulos se dirigieron inmediatamente a la ciudad. Allí continuaron
en oración y acción de gracias hasta que todos fueron llenos del Espíritu Santo. Desde aquel día
todos los cristianos verdaderos han estado esperando la segunda venida de nuestro Señor
Jesucristo.

La promesa de su venida

1. Cristo nos ha prometido que él vendrá otra vez

"Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14.3). Él se refirió
muchas veces a la realidad de su segunda venida en las instrucciones dadas a sus discípulos (Mateo
25; Lucas 19.12–27).
2. Los dos hombres con vestiduras blancas dijeron que él volvería

Lea Hechos 1.9–11. Sin duda ellos eran mensajeros celestiales que Dios envió en aquella ocasión
para darles a los discípulos este mensaje tan alentador.

3. Los apóstoles anunciaron su venida

Pablo (1 Tesalonicenses 4.14–18), Pedro (2 Pedro 3), Juan (1 Juan 3.2) y también muchos otros
esperaban con toda confianza la segunda venida de Cristo. Uno de los temas más sobresalientes en
todas las epístolas es la segunda venida de Cristo.

Las señales antes de su venida

No sabemos cuándo vendrá nuestro Señor. Él mismo nos dice en su palabra que sólo el Padre lo
sabe. Muchos hombres han fijado fechas con relación a su venida. Pero al pasar estas fechas sin que
Cristo venga estos hombres han sido hallados falsos profetas. Sin embargo, la Biblia no deja de dar
instrucciones con relación a las señales antes de su venida. Nosotros notamos por medio de las
señales que se ven en el mundo de hoy que la venida del Señor no tardará mucho (Mateo 24; Marcos
13; Lucas 21; 1 Timoteo 4.1–3; 2 Timoteo 3.1–5). Notemos algunas de estas señales:

1. La gente estará muy absorta en las cosas de este mundo

"Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes
del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que
Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será
también la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24.37–39). La gente estará tan absorta en las cosas
del mundo que no se dará cuenta ni del profeta ni de la profecía, sino que se lanzará en su carrera
loca por riquezas, fama, placer y poder cuando de repente la voz de Dios se oirá y toda oportunidad
de arrepentirse y reconciliarse con él se habrá terminado. “El Hijo del Hombre vendrá a la hora que
no pensáis” (Mateo 24.44).

2. El evangelio será predicado en todo el mundo

"Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones;
y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.14).

3. Habrá grandes acontecimientos

Cristo habla de hambres, pestes, guerras y otras cosas más que acontecerán antes de su venida
(Mateo 24). Ya estas cosas están aconteciendo en todo el mundo. ¡La venida del Señor está cerca!

4. Muchos apostatarán de la fe

“No vendrá [el Señor] sin que antes venga la apostasía” (2 Tesalonicenses 2.3). ¿Acaso hay alguien
que dude que ese día haya llegado? Hoy se predica y se practica en las iglesias acerca de las mismas
cosas que antes rechazaban todos los cristianos verdaderos. Muchas iglesias son llevadas por esta
ola de incredulidad y el ateísmo aumenta. Sabemos que estamos acercándonos a las condiciones de
las cuales nos advirtió Jesús: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas
18.8).
¿Qué diremos acerca de todas estas cosas? Vemos ya muchas de las señales de la venida del Señor,
pero no sabemos el tiempo exacto de su venida. Por eso debemos estar seguros que estamos listos
esperando al Señor. Debemos trabajar con diligencia para lograr que otros también estén listos para
su venida. Pidámosle a Dios que nos dé sabiduría para que no caigamos en los lazos del diablo.

La manera en que vendrá

No sabemos todos los detalles sobre la segunda venida de Cristo, pero la Biblia nos dice lo suficiente
de manera que podemos sacar provecho al meditar en ello.

1. "Viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Apocalipsis 1.7)

Jesús dice que vendrá “sobre las nubes del cielo” (Mateo 24.30). Los dos hombres con vestiduras
blancas (Hechos 1.9–11) dieron a entender lo mismo.

2. Vendrá acompañado de sus santos y los ángeles

Cristo mismo dice que vendrá en su gloria “y todos los santos ángeles con él” (Mateo 25.31). En
cuanto a los santos, Pablo dice: “También traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo
cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta
la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de
mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4.14–16). La conclusión lógica es que en la segunda venida
de Cristo, él traerá consigo a los espíritus de los santos que habían muerto. Cristo levantará de la
tumba a sus cuerpos y por medio de su poder ellos vivirán eternamente en cuerpos espirituales (1
Corintios 15.44). Los justos que vivamos cuando él venga “seremos arrebatados juntamente con
ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1
Tesalonicenses 4.17).

3. Vendrá “con poder y gran gloria” (Mateo 24.30)

En su primera venida Cristo vino como niño. Él dependió del cuidado de sus padres terrenales. Pero
en su segunda venida él vendrá como Rey de reyes y Señor de señores, vestido de poder y majestad,
y como Juez de todo el mundo.

El propósito de su venida

1. Vendrá para llevarse a los suyos

La noche en que Cristo fue traicionado, él consoló a sus discípulos diciéndoles: “Voy, pues, a
preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14.2–3). Pablo nos da una
descripción algo detallada de qué acontecerá cuando el Señor venga (1 Tesalonicenses 4.14–17). La
última frase de este pasaje, “y así estaremos siempre con el Señor”, destaca el hecho de que cuando
Cristo venga será para buscar a los suyos. En ese tiempo los justos serán recompensados por su fiel
servicio al maestro.

2. Vendrá para juzgar al mundo


Pablo dice que cuando Cristo se manifieste desde el cielo será “en llama de fuego, para dar
retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”
(2 Tesalonicenses 1.7–10). Las escrituras enseñan claramente que habrá un juicio. Esto se hace de
una forma tan clara como mismo se enseña la certeza de la venida de Cristo (Mateo 25.31–46;
Romanos 14.10; 2 Corintios 5.10).

La falta de entendimiento

1. La falta de entendimiento del hombre no cambia la verdad de la Biblia

Dios no nos ha especificado todos los detalles de cómo será la venida de Cristo. Por eso existe una
variedad de opinión en cuanto a los mismos. Pero la verdad de la Biblia sigue siendo la misma. La
palabra de Dios es la misma, eternamente veraz, no importa cuáles sean las opiniones del hombre
acerca de ella.

2. Nuestra falta de entendimiento debe impulsarnos a un estudio más constante y profundo de la


palabra de Dios

Resulta que no es una desventaja, sino una ventaja, que no siempre podemos entender plenamente
todo lo que está escrito en la Biblia. La palabra de Dios es tan profunda que el hombre finito puede
estudiarla toda la vida y hallarla cada vez más rica y de mayor inspiración mientras más la lea.
Algunos de nosotros podemos pensar que hemos profundizado bastante nuestro entendimiento de
la palabra de Dios. Sin embargo, nunca llegaremos al fin pues siempre nos quedan verdades por
descubrir. Cada vez que leemos una porción de las escrituras que es difícil de comprender nosotros
debemos orar con más fervor para que Dios nos dé sabiduría y también debemos animarnos para
estudiar con más diligencia. La palabra de Dios nos será más clara y más dulce a medida que la
estudiemos más. Debemos estudiar la Biblia entera.

3. Es más importante estar preparados para la venida de Cristo que saber todos los detalles de su
venida

La instrucción principal de nuestro Salvador con relación a las señales de su venida fue: “Estad
preparados” (Lucas 12.40). Una persona puede dedicarse a estudiar durante toda su vida acerca de
todos los detalles de la venida de Cristo. Sin embargo, cuando al fin Cristo se aparezca en las nubes
tal persona puede encontrarse como las vírgenes insensatas, sin haber sacado ningún provecho de
todos sus estudios. ¡Preparémonos a tiempo! Examinémonos a la luz de la palabra de Dios a fin de
que estemos preparados para este gran evento. Luego, dediquemos nuestras vidas a traer el
mensaje de salvación a los que no conocen al Señor. Así ellos también estarán preparados para la
venida de Cristo.

El efecto que la esperanza de su venida tiene en el creyente

1. "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo” (1 Juan 3.3)

Para el cristiano, la esperanza de la venida de Cristo es más que un tema de la teología; es un


elemento práctico en su vida. Uno que espera la venida de Cristo vive con una actitud de sobriedad.
Y cuanto más tal persona espere la venida de Cristo, tanto más fuerte será su deseo de estar
preparado para recibirle cuando él venga. “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas,
procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3.14).
2. "Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Marcos 13.33)

“Pero sabed esto, que si supiese el padre de familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría
ciertamente, y no dejaría minar su casa” (Lucas 12.39). La esperanza nos hace velar pues nos impulsa
a querer “ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3.14). (Lea también Lucas
21.34–36; Santiago 5.8.)

3. "Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura” (Juan 9.4)

La razón: “La noche viene, cuando nadie puede trabajar”. Ya que estamos ahora mismo al borde de
la eternidad, listos para partir en cualquier momento, usemos bien nuestra oportunidad para servir
a Dios mientras dure el día.

4. "Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4.18)

¿Por qué? Porque se aproxima la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. (Lea Hebreos
10.25; 1 Tesalonicenses 4.14–18; Tito 2.11–14; 2 Timoteo 4.6–8.) Ya que anhelamos este glorioso
evento debemos seguir teniendo esperanza, gozo y fidelidad. Debemos seguir alabando y
glorificando a Dios por las riquezas que nos esperan en el cielo.

La resurrección

Escoger otro capítulo

Capítulo 57

“Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno,
saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan
5.28–29).

La doctrina declarada

La Biblia enseña claramente que después de esta época todo ser humano se levantará de los
muertos (Juan 5.28–29; 11.24; 1 Corintios 15; Apocalipsis 20.13). Entonces el alma se reunirá con
un cuerpo nuevo y aparecerá ante el Señor.

El Antiguo Testamento enseña la resurrección

Aunque esta doctrina de la resurrección se ve con más claridad en el Nuevo Testamento, vemos
que el pueblo de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento creía en la resurrección. Nombremos
algunos de los profetas del Antiguo Testamento que hablaron en cuanto a la resurrección:

Job: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta
mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19.25–26).

Isaías: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo!
porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos” (Isaías 26.19).

Daniel: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida
eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12.2).
Oseas: “De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y
seré tu destrucción, oh Seol” (Oseas 13.14).

El lector que conoce las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre este tema quedará impresionado
al darse cuenta de la maravillosa unidad existente entre los escritores del Antiguo y el Nuevo
Testamentos. La doctrina de la resurrección no se limita a las enseñanzas de una época, sino que es
una de las verdades eternas reconocidas por el pueblo de Dios en todo tiempo.

Entre los judíos, los de la secta de los saduceos son los únicos de quienes se declara que no creían
en la resurrección (Mateo 22.23; Marcos 12.18). Las palabras de Marta en Juan 11.24 expresan la
opinión popular de los judíos cuando ella dijo que esperaba la resurrección de su hermano “en la
resurrección, en el día postrero”. Cuando Pablo declaró su creencia en la resurrección de los
muertos (Hechos 23.6) él ganó el apoyo de los fariseos en este punto porque declaró la doctrina
judía, así como la cristiana.

El Nuevo Testamento enseña la resurrección

Cristo no sólo enseñó esta doctrina, sino que al resucitar corporalmente de la tumba él llegó a ser
“primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15.20). La resurrección fue una de las doctrinas
prominentes en las enseñanzas de los apóstoles (Hechos 1.22; 2.31; 17.18; 24.15; 1 Corintios 15;
Filipenses 3.10; Hebreos 11.35; 1 Pedro 1.3). Los judíos se resintieron, no porque los apóstoles
enseñasen la resurrección de entre los muertos, sino por el hecho de que “anunciasen en Jesús la
resurrección de entre los muertos” (Hechos 4.2). Pablo predicó la doctrina de la resurrección con
claridad y poder ante los epicúreos y los estoicos (dos escuelas de filósofos griegos) en el Areópago
en Atenas (Hechos 17.16–34). La resurrección fue siempre un tema principal de la predicación de
los apóstoles.

Pruebas de la resurrección

La prueba de la resurrección más maravillosa es Jesús mismo. Él “se presentó vivo con muchas
pruebas indubitables” (Hechos 1.3). Después de haber resucitado se mostró a muchos creyentes (1
Corintios 15.5–8). Y Jesús dijo: “porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14.19). Lázaro
también, habiendo sido visto por muchos judíos después que se levantó de entre los muertos (Juan
12.2, 10–11), queda como una prueba indubitable del poder de Dios para resucitar a los muertos.
Otra prueba de la resurrección de los santos es la aparición de muchos que salieron de sus tumbas
cuando Jesús murió (Mateo 27.50–54).

La resurrección es el resultado del poder maravilloso de Dios. Puesto que Jesús ganó la victoria sobre
el pecado y la muerte, será fácil para él, a su debido tiempo, levantarnos de la tumba. A él no le será
más difícil llevar a cabo este milagro de lo que le fue crear al hombre en el principio. La doctrina de
la resurrección no es más difícil de creer que la doctrina de la creación. Cuando brota la vida de una
semilla seca es una ilustración del poder de Dios para resucitar a los muertos. Pablo usó esta
ilustración en 1 Corintios 15.35–44 al hablar acerca de este tema.

El alma de todo creyente verdadero es resucitada en la vida presente. Pero no así con el cuerpo,
porque eso se efectuará sólo cuando nuestro Redentor destruya por completo la muerte y liberte a
los cautivos de la tumba. La Biblia dice que “el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1
Corintios 15.26). Esto enseña con claridad la resurrección del género humano. Y “entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15.54–55).

Algunas opiniones erróneas

Como todas las otras grandes doctrinas bíblicas, la doctrina de la resurrección corporal ha sido
escarnecida, despreciada y contradicha en muchas maneras por los incrédulos. No obstante, sobre
esta doctrina descansa el credo entero del evangelio de Cristo. Al uno dejar de creer en la
resurrección, deja de creer también en la verdad de todo el evangelio, en su fundamento y en todo
lo que al mismo se refiera. El que enseña que no hay tal cosa como la resurrección corporal quiere
decir que la Biblia es sólo un sistema piadoso de engaño. No es de sorprenderse, por tanto, que los
enemigos de Cristo ataquen con mucho empeño esta doctrina. Algunos niegan la resurrección.
Otros la tuercen como algo que no tiene importancia, de manera que pudiera ser rechazada
totalmente. Notemos algunos de estos errores:

Opinión errónea: “No hay resurrección” (Mateo 22.23)

La Biblia dice: Esa fue la opinión de los saduceos. Pero Cristo rápido los calló (Lucas 20.27–38). Pablo
también prueba que si se abandona esta doctrina entonces todas las demás doctrinas cristianas son
vanas (1 Corintios 15.12–20).

Opinión errónea: “La resurrección ya se efectuó” (2 Timoteo 2.18)

La Biblia dice: Pablo declaró que esta herejía carcomía en las partes vitales de la fe en Cristo como
la gangrena lo hace en las partes vitales del cuerpo humano. Constituye un argumento engañoso
que tiene una apariencia de piedad decir que la resurrección no es nada más que resucitar del
pecado cuando uno se convierte. Pablo denunció esta herejía. La misma se contradice con lo que
aparece en Juan 5.28–29; 1 Corintios 15.51–52; 1 Tesalonicenses 4.16 y muchas escrituras más que
se refieren directamente a la resurrección corporal.

Opinión errónea: El mero cuerpo de Cristo no fue resucitado

La Biblia dice: Si realmente el cuerpo de Cristo no fue resucitado, ¿por qué Pedro y Juan no hallaron
su cuerpo cuando entraron en el sepulcro? (Juan 20.6–8). ¿Por qué pidió Cristo que prestaran
atención especial a su cuerpo herido? (Juan 20.26–28). En la actualidad las personas que niegan la
resurrección corporal de Jesús no están dudosas al estilo de Tomás, sino que resisten la verdad al
estilo de los que se mencionan en Mateo 28.11–15.

Opinión errónea: No habrá resurrección corporal, sino que en su lugar se nos darán cuerpos
glorificados.

La Biblia dice: Es cierto que los santos resucitados recibirán cuerpos glorificados (1 Corintios 15.42–
54; 1 Juan 3.2). Sin embargo, este hecho en ninguna manera anula la verdad de que este cuerpo
natural será transformado en un cuerpo glorificado. No podemos explicar cómo será todo esto
porque será algo milagroso que nuestras mentes limitadas desconocen por ahora. Los que niegan
la transformación de una clase de cuerpo en otra niegan por completo la resurrección corporal. Dos
cosas sí serán ciertas acerca de la resurrección: (1) habrá una resurrección literal del cuerpo; (2)
habrá una transformación por medio de la cual este cuerpo mortal se transformará en un cuerpo
espiritual, semejante al cuerpo resucitado de Cristo (1 Corintios 15.42–47).
Resumen de la doctrina de la resurrección

1. Jesucristo resucitó corporalmente de la tumba

Este hecho fue demostrado a los discípulos “con muchas pruebas indubitables” (Hechos 1.3). Por
causa de estas pruebas ellos dejaron de tener una actitud de duda e indiferencia y llegaron a creer
y predicar la resurrección con sinceridad.

2. Hay una resurrección espiritual para todo creyente verdadero

Hay una resurrección a vida nueva para todos los que son “sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo” (Romanos 6.3–6; 1 Corintios 12.13; Colosenses 3.11–13). Toda alma
perdida está muerta en “delitos y pecados” (Efesios 2.1). Estas almas muertas son vivificadas cuando
oyen “la voz del Hijo de Dios” (Juan 5.25). Todos los que vienen a la vida nueva han “resucitado con
Cristo” (Colosenses 3.1). Si no nos levantamos a la vida nueva en Cristo, cuando la trompeta de Dios
suene y haya una resurrección de la tumba, nosotros iremos a la “resurrección de condenación” en
lugar de ir a la “resurrección de vida” (Juan 5.29).

3. Habrá una resurrección corporal de justos e injustos

No cabe duda de que todos resucitarán (Juan 5.28–29; Apocalipsis 20.13). Toda persona resucitará
y recibirá “según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios
5.10). Todas las personas de toda región y época resucitarán, sin importar cómo murieron o qué
hicieron mientras estaban en el cuerpo. Todos resucitarán, ya sea a la “resurrección de vida” o a la
“resurrección de condenación”. Todos resucitarán, ya sea que resuciten justos e injustos al mismo
tiempo, como algunos creen, o que los justos resuciten primero y los injustos mil años más tarde
como otros creen. La resurrección del cuerpo será un evento en la experiencia de toda persona,
excepto la gente que esté viva cuando aparezca el Señor. El apóstol Pablo dice esto en cuanto a los
creyentes que vivan cuando venga el Señor: “Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y
así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4.17).

Lo que significará la resurrección

1. La resurrección de vida

Para los justos la resurrección será una resurrección de vida: “Los que hicieron lo bueno, saldrán a
resurrección de vida” (Juan 5.29). Todos los que escribieron sobre este tema en la Biblia enseñaron
que será un evento glorioso. Pablo, al hablar de la resurrección, dice: “He aquí, os digo un misterio:
No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de
ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista
de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido
de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que
está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15.51–54). Al referirse a los creyentes que
aún vivan cuando venga nuestro Señor, Pablo dice así: “Porque el Señor mismo con voz de mando,
con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos
siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4.16–17). Seremos glorificados junto con Cristo (Colosenses
3.4) cuando él nos levante con el poder y la gloria del Altísimo. Los santos de Dios recibiremos
cuerpos incorruptibles, gloriosos, poderosos, espirituales (1 Corintios 15.42–44), y seremos “como
los ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22.30). Ascenderemos con gran gozo para encontrarnos con
el Señor y estar con él para siempre. ¡Qué glorioso! Que Dios apresure su venida, y que ni pena ni
sacrificio nos haga vacilar en la obra importante de advertir a cuantas personas sea posible para que
participen en ese evento maravilloso.

2. La resurrección de condenación

La idea más triste que jamás puede pasar por la mente de los hijos de Dios es la idea de que no todos
tendrán parte en la resurrección de vida. Daniel nos dice que cuando los malos despierten será “para
vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12.2). Que ningún incrédulo vuelva la espalda a esta escena
horrible y que despierte antes de que sea demasiado tarde, y escuche con atención la voz celestial
(Juan 5.25). Arrepiéntase y resuelva en su corazón pasar el resto de sus días en la obra de rescatar
almas perdidas de esa senda horrible que lleva a la destrucción y señalarles la luz gloriosa del
evangelio de Cristo.

3. La naturaleza de la resurrección

Pablo la describe con exactitud en 1 Corintios 15.35–58 de cuyo pasaje citamos sólo algunas partes:

Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? (...) Hay cuerpos
celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.
(...) Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en
incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en
poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. (...) Y así como hemos traído la
imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.

Como cuando se siembra maíz y por el poder de Dios brota una nueva planta, así también se entierra
el cuerpo muerto, que luego se vuelve polvo, y en la resurrección un nuevo cuerpo se levantará al
sonido de la trompeta de Dios. No sabemos exactamente cuándo ni cómo sucederá todo esto. Pero
lo que sí sabemos es que de este cuerpo de barro corruptible saldrá un cuerpo glorioso e
incorruptible como el de nuestro Cristo resucitado. ¡Aleluya! Nosotros “seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3.2).

El juicio

Escoger otro capítulo

Capítulo 58

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos
9.27).

Una doctrina del Antiguo Testamento

David habla del tiempo cuando el Señor “viene a juzgar la tierra” (1 Crónicas 16.33) y dice que él “ha
dispuesto su trono para juicio” (Salmo 9.7). También dice que él “vino a juzgar la tierra. Juzgará al
mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad” (Salmo 96.13). Salomón dice: “Al justo y al impío
juzgará Dios” (Eclesiastés 3.17). Y para advertir a los jóvenes de los placeres pecaminosos, él dice:
“Pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11.9). De estas citas bíblicas
concluimos que los escritores del Antiguo Testamento entendieron que hay una recompensa para
los justos y un castigo para los impíos. Ellos sabían también que viene el día en que “los que duermen
en el polvo de la tierra serán despertados” (Daniel 12.2) y en que los malos recibirán el castigo que
merecen.

Una doctrina del Nuevo Testamento

Cristo dice: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio” (Mateo 12.36). Hablando del Espíritu Santo, él dice: “Convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio” (Juan 16.8). En cuanto al significado del juicio de Dios para los impíos, él dice: “E
irán éstos al castigo eterno”, y añade: “y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.46).

Pablo proclamó esta doctrina en una manera clara y precisa. Félix se espantó cuando Pablo predicó
“de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero” (Hechos 24.25). Pablo también les escribió
a los romanos: “Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14.10). (Lea también
2 Corintios 5.10.)

Hebreos 10.27 dice que a los que pecan voluntariamente les espera “una horrenda expectación de
juicio”. Este juicio no es solamente un golpe en la conciencia, como algunos lo interpretan, pues él
les cuenta a la misma gente que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

Pedro también testifica del juicio de Dios sobre el mundo pecaminoso, diciendo: “Los cielos y la
tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día
del juicio” (2 Pedro 3.7). Judas habla del “juicio del gran día” (Judas 6). Y Juan, en su visión en la isla
llamada Patmos, vio “a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron
abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las
cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20.12).

Podemos resumir esta doctrina citando 2 Corintios 5.10: “Porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho
mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.

Es justo que Dios nos juzgue

Casi todo el mundo cree en alguna forma de juicio. Aun el ateo cree que a los criminales se les debe
aplicar la justicia y se regocija cuando un criminal despiadado recibe su merecido.

En esta vida no siempre se recibe el castigo o el pago según los pecados o las virtudes de uno.
Muchas veces los malos tienen buena salud, riqueza, placer, honor y todo lo demás, mientras que
algunos que temen a Dios están afligidos, sufren dolor y enfermedad, y mueren en pobreza y
necesidad. En la historia del hombre rico y Lázaro los dos no recibieron el pago por sus hechos en
esta vida, pero después sí lo recibieron.

Los azotes y las aflicciones que nosotros los creyentes padecemos en este mundo no son siempre
un castigo por el pecado, sino un toque del amor de Dios por nuestro propio bien o el de otros
(Hebreos 12.1–13). Por ejemplo, los sufrimientos de Job no le fueron un castigo. Hay una gran
diferencia entre la disciplina y la retribución. La primera sirve para corregir, mientras que la segunda
es para castigar.

El juicio futuro confirma la justicia de Dios. La palabra de Dios y la justicia misma sostienen la
doctrina de la retribución y la recompensa futura.

El juez

1. “El Padre (...) todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5.22)

Jesucristo fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53.3). Fue clavado en la cruz y
murió en deshonra y afrenta. Mas él resucitó triunfante sobre todo adversario, ascendió con
majestad a la gloria y está a la diestra del Padre como abogado e intercesor de todos los que confían
en él. Cuando se cumpla el tiempo él volverá para juzgar “a los vivos y a los muertos” (2 Timoteo
4.1).

2. Nuestro Juez es competente y digno en todo aspecto

Cristo es infinito en sabiduría, conocimiento y juicio. Él nunca cambia (Hebreos 13.8) y por eso es
completamente digno de toda confianza. Él nos ha demostrado su amistad en que murió por
nosotros. Por eso no tenemos que temer que él sea un Juez sin compasión. Él es perfecto en justicia,
por eso de él no esperamos otra cosa que no sea pura justicia. Él es imparcial y por eso no hace
acepción de personas. Este es el carácter del gran Juez delante de quien todos nosotros estaremos
en pie. Si en esta vida somos prudentes y nos juzgamos a nosotros mismos de acuerdo con su
palabra de verdad entonces podemos tener la seguridad de que en aquel gran día nuestro juicio
será una alegría y no la sentencia de la muerte eterna por nuestros pecados (Mateo 25.34). Estamos
muy agradecidos de que el asunto de decidir el destino eterno de cada humano está reservado para
Aquel cuyo conocimiento es infinito y cuyo juicio es perfecto.

El juicio

1. Será según la ley y la evidencia

Cristo deja bien claro en su palabra que él no es un autócrata arbitrario que condena a quienquiera,
sino que su misión en el mundo fue salvar a los hombres, no condenarlos (Juan 3.17; 12.47). Cuando
él venga la segunda vez vendrá con el mismo corazón de amor porque es el mismo Amigo de la
humanidad. Él juzgará según la palabra (Juan 12.48) y conforme a nuestros hechos (2 Corintios 5.10).
Como un hombre en una corte justa es traído delante del tribunal para ser justificado o sentenciado
según la ley y la evidencia, así también nuestra posición delante del gran Juez depende de cómo se
compara nuestra vida con la palabra eterna de Dios. La ley está establecida para siempre (Salmo
119.89). El único punto que tendrá que decidirse es si somos inocentes o culpables ante la ley. Si
hemos aceptado la gracia de Dios en Jesucristo, quedaremos justificados; si no hemos hecho esto,
seremos condenados. Nosotros escogemos nuestro destino eterno. Por más misericordioso que sea
un juez, la justicia demanda que todos los que ante él comparezcan para ser juzgados deberán ser
declarados inocentes o culpables dependiendo de la ley y la evidencia.

2. Será para los ángeles caídos


“Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó (...) para
ser reservados al juicio” (2 Pedro 2.4). Judas también testifica que “a los ángeles que no guardaron
su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones
eternas, para el juicio del gran día” (Judas 6). En el fin los ángeles caídos tendrán el mismo destino
que los hombres caídos. Ambos serán enviados “al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles” (Mateo 25.41).

3. Será para “todas las naciones” (Mateo 25.32)

Dios es “el Juez de todos” (Hebreos 12.23). Él no pasará por alto los pecados de ninguno ni tampoco
favorecerá a ninguna nación o persona, porque “Dios no hace acepción de personas” (Hechos
10.34).

4. Será para “grandes y pequeños” (Apocalipsis 20.12)

Juan estaba en la isla llamada Patmos cuando vio una visión que le demostró claramente que el
juicio será para todos, sean grandes o sean pequeños. En esa visión él vio que grandes y pequeños
estaban de pie ante el trono de Dios. Los libros fueron abiertos y todas las personas fueron juzgadas.
El conquistador, el rey, el siervo más humilde, el político, el estudiante, el analfabeto, el mendigo,
el millonario, los viejos, los jóvenes... todos serán juzgados por la misma ley; todos serán juzgados
con justicia. Dios juzgará el mundo sin distinción de raza, color, edad o posición social. El destino
eterno de cada persona será determinado por lo que hizo con las bendiciones, los talentos y las
oportunidades que Dios le dio mientras vivió en el cuerpo. “Porque a todo aquel a quien se haya
dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas
12.48).

5. Será para “los vivos y (...) los muertos” (2 Timoteo 4.1)

En 1 Tesalonicenses 4.14–18 Pablo nos muestra una representación viva de cómo será para los
justos que duerman y los justos que vivan cuando Cristo venga por segunda vez. Cuando él venga
todos, los vivos y los muertos, serán juzgados según las obras hechas estando en el cuerpo.

6. Será para el justo y el impío (Eclesiastés 3.17)

No hay favoritismos con Dios. La diferencia entre los justos y los impíos es que el justo ha aceptado
la expiación por medio de la sangre de Cristo y vive según su ley, mientras que el impío no la ha
aceptado ni obedece a Cristo. Malaquías habla del “día de Jehová, grande y terrible” (Malaquías
4.5). La segunda venida de Cristo, la resurrección y el juicio venidero son cosas gloriosas para los
justos, pero para los impíos estas cosas traen horror y tristeza. El futuro aterroriza a los impíos
porque son culpables ante Dios. Cuando Juan estaba en la isla de Patmos oró así: “Amén; sí, ven,
Señor Jesús” (Apocalipsis 22.20). Pero los impíos gimen y suspiran porque les queda “una horrenda
expectación de juicio” (Hebreos 10.27). Muchos de ellos van a clamar a los montes y a las peñas:
“Caed sobre nosotros” (Apocalipsis 6.16).

“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por
él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3.14).

El infierno
Escoger otro capítulo

Capítulo 59

“Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras
y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda” (Apocalipsis 21.8).

La Biblia enseña que hay un lugar de castigo eterno. Ese lugar fue preparado para el diablo y sus
ángeles (Mateo 25.41). Sin embargo, los impíos también serán enviados a ese lugar porque
escogieron seguir al diablo y a sus ángeles. Este lugar de castigo y tormento es el infierno.

Cómo es el infierno

Las siguientes frases de la palabra de Dios describen el infierno:

“Confusión perpetua” (Daniel 12.2)

“Fuego que nunca se apagará” (Mateo 3.12)

“Infierno de fuego” (Mateo 5.22)

“Horno de fuego” (Mateo 13.50)

“Condenación del infierno” (Mateo 23.33)

“Tinieblas de afuera” (Mateo 25.30)

“Fuego eterno” (Mateo 25.41)

“Castigo eterno” (Mateo 25.46)

“Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9.44)

“El castigo del fuego eterno” (Judas 7)

“El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 14.11)

“Lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19.20)

Para que entienda estas descripciones más a fondo usted debe estudiarlas en sus contextos.
Temblamos al pensar en lo horrible que será el infierno y nos quedamos atónitos al saber que hay
personas que pretenden creer en la Biblia, pero piensan que no exista tal lugar.

El infierno es un lugar

Una de las cosas importantes que debemos recordar es que el infierno es unlugar (Lucas 16.28) y
no una condición. Algunos nos dicen que “hacemos nuestro propio infierno”, refiriéndose a las
condiciones deprimentes que creamos a veces para nuestra propia desgracia. Pero la Biblia enseña
que el infierno es un lugar y no una condición. Este hecho es tan claro que ningún creyente
verdadero lo duda. El infierno es un lugar tanto como lo es este mundo en que vivimos.

Quién irá allá


1. El diablo y sus ángeles

Cristo dijo específicamente que el infierno fue “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo
25.41). Los demonios saben para donde van. Cuando Cristo se encontró con algunos de ellos, éstos
clamaron: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mateo 8.29). Aunque ellos
“creen, y tiemblan” (Santiago 2.19), también conocen su propia sentencia y temen el lugar a donde
serán mandados. (Lea también Judas 6; Apocalipsis 20.10.)

2. Los pecadores que rehúsan arrepentirse

Cristo prepara un lugar diferente para nosotros los humanos: el cielo. Sin embargo, si rehusamos
arrepentirnos, Dios nos mandará al lugar preparado para el diablo y sus ángeles en la eternidad
(Mateo 25.41). “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.3). La entrada a
los cielos es posible sólo por medio del arrepentimiento (Lucas 24.47). Cuando los pecadores
mueren sin haberse arrepentido de sus pecados, la sentencia divina se aplica a ellos: “El alma que
pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4).

3. Los que se creen buenos, pero no obedecen a Dios

No es necesario que uno sea culpable de homicidio, de robo, de fornicación o de borrachera para
que sea condenado al infierno. El mero hecho de desobedecer a Dios en algo sencillo condena a la
persona, así como la condena el más vil pecado.

Segunda de Tesalonicenses 1.7–9 habla de la venganza con que se castigará a los que no están en el
redil de Cristo. Aquí no se dice que estas personas fueron muy viles y groseras. Sólo se dice que “no
conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. A tales personas se les
dice que “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su
poder”.

Algunos tropiezan en este punto. Ellos dicen que Dios nunca enviaría al infierno al hombre que es
honrado en su negocio, que provee bien para su familia y que vive una vida más pura que mucha
gente en las iglesias, pero rehúsa someterse a Dios en una cosita. Los que defienden a tal hombre
están confiando más en las buenas obras que en la verdad de la palabra de Dios. Cristo dijo que en
el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma y Gomorra que para los religiosos que
habían conocido la palabra de Dios, pero no la obedecieron (Mateo 11.20–24). No es que los de
Sodoma fueron mejores que los religiosos, sino que éstos sabían más de la voluntad de Dios y aún
no la obedecieron. Ante Dios resulta grave el hecho de conocer su voluntad y no obedecerla (Lucas
12.47–48). No debemos presentar excusas por el hombre “bueno” que sabe la verdad, pero la
rechaza. Más bien debemos advertirle que si no se arrepiente perecerá como todos los demás
pecadores (Lucas 13.2–5).

4. Los hipócritas

Cualquier persona que finge que la razón por la que no está en la iglesia es porque allí hay hipócritas
es también un hipócrita porque tan pronto se le quita esta excusa pone otra para no convertirse en
un cristiano. Los hipócritas, estén dentro o fuera de la iglesia, estarán todos juntos en la eternidad
en el lago de fuego. Cristo habla acerca del hombre que ha sido negligente en prepararse para la
venida del Señor, diciendo que Dios “pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir
de dientes” (Mateo 24.51).

La violencia y la delincuencia que vemos en el mundo actual se deben a que los hombres se han
hecho sordos al mensaje de Dios y han escogido el pecado y la iniquidad. El fin del pecado es la
muerte; no hay otro fin que sea justo. Cuando los hombres voluntariamente rechazan a Dios, él les
está dando lo que merecen al enviarles para el infierno. En muchos tribunales actuales se cometen
errores judiciales en donde los culpables salen sin recibir su merecido castigo, mientras que los
inocentes sufren injustamente por cosas que no hicieron. Pero en el tribunal de Cristo habrá justicia
perfecta; ningún justo será echado al lago de fuego y ningún malvado evitará su merecido.

Algunas ideas erróneas

A los hombres desobedientes les es natural tratar de huir de las verdades que son desagradables.
Ellos se han gastado fortunas enteras tratando de encontrar alguna sustancia capaz de prolongar la
vida. Muchos han tratado de escapar de la terrible realidad del infierno utilizando la filosofía
humana en lugar de aceptar la salvación que Dios les ofrece. Queremos notar algunos errores con
respecto al infierno con los cuales se engañan muchas personas:

Error: No hay infierno

Verdad: Muchos creen en esta mentira. Aun entre los que dicen que creen en la Biblia hay algunos
que dicen que el infierno se refiere nada más a la sepultura. Si es así, tenemos que revisar toda la
Biblia para acomodarla a este punto de vista. ¿Por qué afirma la Biblia que los malos serán echados
al infierno si es cierto que todos los demás irán allá también? ¿Por qué dijo el rico: “estoy
atormentado en esta llama”, cuando todos sabemos que un muerto no puede sufrir tormento,
aunque hubiera llamas en su sepultura? ¿Por qué dice la Biblia que “el humo de su tormento sube
por los siglos de los siglos”? Para que alguien crea que no hay un lugar de tormento eterno para los
impíos, tendría que rechazar todo el contenido de la Biblia.

Error: Los impíos tendrán una segunda oportunidad después de la muerte

Verdad: No hay nada en la Biblia que enseñe esto. Cuando el rico rogó que Lázaro fuese enviado con
agua, Abraham le informó que había entre ellos una gran sima que ningún hombre podía cruzar. La
muerte no pone fin a nuestra existencia, pero sí elimina nuestra oportunidad de reconciliarnos con
Dios. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”
(Hebreos 9.27).

Error: Los malos no sufrirán tormentos para siempre

Verdad: La Biblia enseña que el castigo de los malos en el infierno es eterno. Los sacerdotes católicos
dicen que hay un “purgatorio” donde los sufrimientos purgan el alma hasta que pueda entrar al
cielo. Este engaño ofrece una esperanza falsa a los malos y les anima a arriesgarse a seguir en su
pecado. Ellos piensan que podrán purificarse en el purgatorio, y por esto no consideran bien que
tienen que arrepentirse de sus pecados ahora mientras tengan la oportunidad.

Error: Los malos serán consumidos al ser echados en el lago de fuego


Verdad: La teoría de que los malos serán consumidos por completo y que dejarán de existir no
armoniza con las frases bíblicas como “fuego que nunca se apagará” y “el gusano de ellos no muere”.
La Biblia dice que los malvados “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del
Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1.9), y que quedarán por la eternidad en el lago
de fuego.

Lo más triste de todas estas ideas erróneas es que ofrecen una esperanza falsa a las personas que
viven en pecado. Las mismas les dan a los malvados la esperanza de que habrá una manera de
escapar al castigo horrible que la Biblia enseña que les espera a menos que se arrepientan. Amados
amigos cristianos, seamos diligentes en advertir a la gente acerca del infierno.

Lo que los malos experimentarán en el infierno

Si el mundo creyera lo que significará sufrir en el infierno por la eternidad, millones de personas
buscarían el perdón de Dios mientras hay oportunidad. ¿Cuáles son las cosas que están por
sucederles a los impíos?

1. “El gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9.44)

Así será el castigo sin fin. Mientras estamos aquí en la tierra sufrimos, mas siempre esperamos alivio.
Allá el sufrimiento continuará para siempre, sin esperanza de salir. Aunque usted sufriera alguna
enfermedad terrible todos los días de su vida, ¡eso no sería nada al compararse con lo que está
reservado para las almas condenadas al infierno!

El fuego del infierno traerá un dolor agudo y eterno a los condenados. Nuestra alma tiene una
existencia eterna y nunca puede ser aniquilada aunque sufra para siempre en el castigo del fuego
eterno.

2. “Allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13.42)

Note las palabras lloro y crujir. Los condenados al infierno llorarán y maldecirán, se lamentarán y se
desesperarán... Esta terrible escena no puede describirse con palabras. Sólo aquellos condenados
conocerán la profundidad de la agonía de ese sufrimiento. ¡Lástima que no lo reconocen ahora para
poder arrepentirse!

3. No tendrán “reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14.11)

Los que aquí sufren, por lo general hallan algún alivio cuando por fin se cansan hasta dormirse. Pero
no habrá tal alivio para los condenados en el infierno.

4. Estarán en “las tinieblas de afuera” (Mateo 22.13)

La luz trae felicidad al hombre. La verdad, la justicia, la santidad y un conocimiento de Dios traen luz
y gozo al alma. Pero el pecador en el infierno estará sin esta luz para siempre. Estará afuera; sin
Dios, sin la verdad, sin la santidad, sin la gloria. Estará eternamente fuera de la presencia del Señor
en las tinieblas de pecado y de angustia. Allí él tendrá que pasar la eternidad sufriendo “pena de
eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses
1.9).

Se puede evitar la condenación en el infierno


1. Dios quiere que todos escapen

No es la voluntad de Dios “que ninguno perezca” (2 Pedro 3.9). “No nos ha puesto Dios para ira” (1
Tesalonicenses 5.9). Más bien, él hizo el sacrificio más grande que jamás se ha hecho (Juan 3.16–17;
Romanos 5.8) para que los hombres sean salvos. A pesar del hecho de que los hombres se han
rebelado contra Dios y le acusan de crueldad e injusticia, su proceder con el hombre siempre ha sido
de amor, sacrificio y benevolencia.

2. Debemos proclamar que hay una salida

Gracias a Dios hay una salida, una manera de escapar el castigo eterno. Sepa todo el mundo que por
medio de la gracia de Dios hay una oportunidad para “el arrepentimiento y el perdón de pecados”
(Lucas 24.47). Pues “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). “Deje
el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él
misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55.7).

Cierto incrédulo, al tratar de convencer a una gran multitud de que no existe tal cosa como “la
eternidad”, dijo esto: “Suponga usted que un ave viniese a la tierra al fin de cada mil años y se llevase
de aquí un granito de arena. Aunque el ave se demorara millones de siglos, finalmente el mundo
sería trasladado a otra parte. Pero si existiera tal cosa como ‘la eternidad’, quedaría aún una
eternidad de sufrimiento y dolor para las almas condenadas en el infierno.” Un joven pensativo, al
escuchar estas palabras, fue conmovido por ellas en una manera muy diferente de la que quiso el
incrédulo. Si esta es la verdad, dijo para sí mismo, pasaré toda mi vida avisándoles a los pecadores
a huir de la ira venidera. Y nosotros, ¿por qué no tomamos tal decisión? Digamos la verdad al
mundo. El diablo ha arrullado y ha dormido al mundo tanto que los pecadores sienten una gran
seguridad falsa. Esforcémonos por despertar a los millones que duermen para que reconozcan el
peligro de su condición.

El cielo

Escoger otro capítulo

CAPÍTULO 60

“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.12).

Dios nos bendice aquí en la tierra con muchos favores que en realidad no merecemos. Pero por más
agradable que sea nuestra vida, siempre enfrentamos muchas frustraciones y tristezas que a veces
no entendemos. No obstante, hay un lugar preparado para el cristiano donde no hay pecado ni
tristeza. En aquel lugar abunda la bienaventuranza y la gloria. Ese lugar se llama el cielo.

Cómo Dios describe al cielo


1. El ceilo es un “lugar” (Juan 14.1–3)

Cristo consoló a sus discípulos al decirles: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere
y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo.” De este pasaje bíblico y de otros
más nosotros entendemos que el cielo no es una condición, sino un lugar. Es la morada eterna de
Dios. Allí vive Dios, nuestro Salvador, y los santos junto a los ángeles estarán eternamente con él.

2. Es un lugar de “altura y (...) santidad” (Isaías 57.15)

Esto nos enseña que de todos los lugares el cielo es el más alto y el más santo. Es alto porque está
encima de todo; es santo porque sólo los que son santos habitan allí. El serafín clamó: “Santo, santo,
santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6.3).

Si queremos entrar al cielo tenemos que hacer caso al mandamiento de Dios: “Sed santos, porque
yo soy santo” (1 Pedro 1.16). Ningún pecador entrará allá porque la Biblia dice que “no entrará en
ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están
inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21.27). Sin la paz y la santidad “nadie verá
al Señor” (Hebreos 12.14). El cielo es santo. La morada de Dios es eternamente santa.

3. Es una patria mejor (Hebreos 11.14–16)

Para mucha gente este mundo es la mejor patria. Esto lo sabemos por la importancia que ellos les
dan a las cosas del mundo y el amor que le tienen. Pero los que por fe han visto el cielo saben que
el mismo es la mejor patria que hay porque:

“Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida”, pasará; pero las cosas del cielo durarán eternamente (1 Juan 2.15–17).

Aquí los tesoros están expuestos al peligro de la polilla, la oxidación y los ladrones. Allá en el cielo
están seguros. Los mismos durarán y serán preservados eternamente (Mateo 6.19–20).

Aquí toda carne, como la hierba, se seca; allá viviremos para siempre (1 Pedro 1.24; 1 Corintios
15.54; Apocalipsis 21.4).
Aquí tenemos enfermedades, tristezas, dolores, frustraciones y muerte. En el cielo no habrá
enfermedad ni dolor ni muerte, y toda lágrima será enjugada eternamente (Apocalipsis 21.4).

Aquí los pobres son oprimidos. Por todos lados hay asesinato, guerras, disolución, orgullo y
corrupción; allá tales cosas no se conocen (Apocalipsis 7.16–17; 21; 22).

4. Es un lugar de “muchas moradas” (Juan 14.2)

De la manera que Dios provee para el bienestar de su pueblo aquí, así también lo hará en el mundo
venidero. La pregunta no es, ¿ha preparado Dios una morada allá? La pregunta debe ser: ¿Acaso
estamos nosotros preparados para vivir allá?

5. Es un “granero” (Mateo 3.12)

Dios “recogerá su trigo en el granero”. Esto quiere decir que Dios enviará a sus segadores (Mateo
13.39) a traer las gavillas. Él echará la cizaña al fuego, pero recogerá su trigo en el granero. Todas
estas palabras son simbólicas, pero no son difíciles de entender.

6. Es un lugar donde hay placeres eternos

Los mundanos se entregan a la locura de los placeres. Sin embargo, los placeres mundanos sólo
duran poco tiempo y terminan en miseria y desilusión. Y los que se entregan a ellos serán
condenados al infierno. Mas los cristianos estarán en la presencia del Rey en la gloria y participarán
de placeres eternos. “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo
5.12).

7. Es un lugar de verdadera pureza y lleno de gloria

El pecado no será admitido en el cielo. La Biblia dice que “los perros estarán fuera, y los hechiceros,
los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Apocalipsis
22.15). “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros,
los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre”
(Apocalipsis 21.8). ¿Quién puede comprender la profundidad de la santidad y la pureza del cielo?
Allí los hijos redimidos de Dios estarán libres de la presencia de todo pecado, tentación y corrupción.
La gloria que experimentaremos allá es más de lo que la lengua humana puede describir. Hace más
de dos mil años apareció una multitud de las huestes celestiales proclamando la gloria de Dios,
diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
(Lucas 2.14). Los santos y los ángeles de Dios todavía proclaman esta gloria. En nuestros días
miramos más allá de este mundo de lágrimas, y con el ojo de la fe vemos al Rey en su trono rodeado
por una multitud innumerable de santos y ángeles. Allí esperamos ver la gloria que envuelve el trono
de Dios. Anhelamos contemplar la majestad, el poder, la bondad, la pureza, la sabiduría y el dominio
del omnipotente Rey de reyes y Señor de señores. Uniremos nuestras voces a las de los santos de
Dios y a los innumerables ángeles, adorando y glorificando el santo y altísimo nombre de Dios.
Cantaremos el himno de la redención eterna. Disfrutaremos el espacio sin límite, la hermosura
inexplicable, la pureza incomparable y la felicidad perfecta del cielo. Nos regocijaremos en la luz
celestial que brilla más que el sol del mediodía, la luz que viene por medio del Cordero (Apocalipsis
21.23).

Cómo llegar al cielo

Sólo los que hacen lo que Dios manda pueden llegar al cielo. Los que toman su propio camino nunca
llegarán allá. Entramos al reino celestial por medio de:

1. La inocencia

Jesús dijo que los niños son aptos para entrar en el reino de los cielos (Mateo 18.1–3, 10; 19.14).
Los niños son inocentes. Los “niños” de Dios son también todas aquellas personas que han sido
lavadas por medio de la sangre de Jesús; ellos son inocentes. Por eso pueden entrar al reino celestial.

2. El nuevo nacimiento

“El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). Nadie puede entrar al cielo
sin ser un hijo de Dios. Es necesario nacer de nuevo. “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni
la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 6.15).

3. El camino, Cristo

Cualquiera que se arrepiente de todos sus pecados y los abandona puede entrar al cielo por medio
del Señor Jesucristo, quien sufrió en la cruz. Él es “la puerta” (Juan 10.7) por la cual entramos
(Hechos 4.12). Cuando Tomás preguntó: “¿Cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús le
respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.5–
6). Cristo Jesús “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1
Corintios 1.30).

4. La “puerta estrecha” (Mateo 7.13–14)

Cristo nos amonesta de la siguiente manera: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la
puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque
estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo
7.13–14). Lucas 13.24 dice: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos
procurarán entrar, y no podrán”. Cristo les advirtió a sus discípulos acerca de las enseñanzas de los
falsos profetas. Ellos engañan a muchos de modo que viajan por el camino espacioso donde pueden
llevar consigo su orgullo, lujuria, codicia, diversiones, falsedad, egoísmo y cosas semejantes. El
camino angosto es demasiado angosto para admitir cualquiera de estos pecados. Sin embargo, es
suficientemente ancho para todo ser humano que quiere seguir a Dios. El camino al cielo es tan
ancho como la verdad; ni más ancho, ni más angosto. ¡Cuánto debemos procurar saber la verdad y
obedecerla por completo!

5. La santidad

“Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él” (Isaías
35.8). Si no estamos en el Camino de Santidad cuando la muerte nos alcance, en la eternidad
estaremos fuera del cielo. Sólo la gente santa puede caminar en el camino santo. “Pero si andamos
en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Los que andan por este camino verán al Señor (Hebreos 12.14).

Los habitantes del cielo

1. Dios

Dios está en el cielo; él estará allí eternamente con poder y gloria (Salmo 11.4; 1 Reyes 8.27, 30;
Mateo 11.25). El cielo es el trono de Dios Padre, y él llena el cielo y la tierra (Jeremías 23.24). Cristo
entró en el cielo (Hechos 3.20–21) donde él es Todopoderoso (Mateo 28.18). La presencia y el poder
de Dios en su totalidad es lo que hace que el cielo sea un lugar de gloria y felicidad infinita.

2. Los ángeles
Los ángeles están en el cielo (Mateo 18.10; 24.36). Cuando los santos lleguemos al cielo, allí
conoceremos a aquellos que en esta vida nos fueron “espíritus ministradores” (Hebreos 1.14).

3. Los santos

Los santos también estarán allá. Esto incluye a todos los niños inocentes. También comprende a los
cristianos que por la fe en nuestro Señor Jesucristo experimentaron el nuevo nacimiento y fueron
hechos “herederos de la salvación” (Hebreos 1.14). Los espíritus de los santos que ya murieron en
el Señor están ahora en la presencia de Dios. Cristo traerá consigo a éstos cuando venga por su
esposa, la iglesia. Ellos y todos los justos que aún vivan serán vestidos con cuerpos glorificados.
Juntos recibirán al Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4.14–18) y estarán siempre con él. “Los
entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento (...) como las estrellas a perpetua
eternidad” (Daniel 12.3). Esto debe animar a todos los santos en la tierra a ganar otras almas para
Dios.

Conclusión

1. Sólo tenemos un conocimiento limitado del cielo

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en
parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13.12). La Biblia describe cómo serán
algunas cosas en el cielo. Pero hay muchas cosas de las que no sabemos nada, pues a Dios no le ha
agradado revelárnoslas ahora. Eso no debe ser motivo de desánimo. Más bien debe animarnos a
estudiar la Biblia más para conocer a fondo las cosas que Dios nos revela en ella. También debe
servirnos de ánimo saber que Dios nos tiene preparado algo mucho más bello de lo que nosotros
podemos comprender. Hay personas que les encanta hacer preguntas acerca de cosas que no se
pueden contestar con la Biblia. Tales preguntas son de muy poca importancia. Pero sí hay algunas
preguntas que son importantísimas, como por ejemplo: “Si Cristo viniera ahora, ¿estaría listo para
irme con él?”

2. Anhelamos la eternidad en el cielo

Nosotros, quienes por experiencia personal sabemos lo que significa ser salvos del pecado y ser
adoptados en la familia de Dios, nos conmovemos al pensar en la eternidad en el cielo. Quedamos
maravillados ante la gracia de Dios que nos hace herederos de la gloria. Esperamos con anhelo pasar
las edades sin fin en la presencia de Dios en comunión con los santos y los ángeles. Allí
experimentaremos la plenitud de felicidad y gloria. No habrá lágrimas ni tristezas. Al meditar sobre
estas cosas oramos a Dios que nos dé oportunidad de enseñarles a muchos el camino al cielo.
Anhelamos la hora en que podamos ir al cielo, pero mientras tanto queremos hacer todo lo posible
para que otros lleguen allí también.

¡Eternidad, eternidad, eternidad! La hora indica que debemos prepararnos para estar en el reino
bendito donde “los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas” (Job 3.17).

Ya que la eternidad es tan gloriosa para los hijos de Dios podemos entender por qué los patriarcas
se enfocaron en el cielo y buscaron “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor
es Dios (...) confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11.10, 13).
También entendemos por qué los apóstoles glorificaron a Dios con tanto gozo y fervor. Y, además,
por qué exhortaron a otros a estar firmes y fieles en el camino de Dios. Ellos hicieron todo esto
porque por fe veían las cosas maravillosas que Dios ha preparado para los que lo aman. Nosotros
también esperamos la “manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito
2.13), quien vendrá para llevarse a los suyos para estar con él eternamente.

Ya casi a punto de culminar con el último capítulo de este libro nuestra sincera oración es que la
esperanza del cielo nos impulse a llevar el evangelio de la salvación eterna a todos los confines de
la tierra. Entonces, teniendo el cielo como nuestra meta, cantemos todos juntos:

Leemos de un sitio en el cielo

Do el alma limpiada estará.

Nos dice el Señor en la Biblia:

¡Qué bella la gloria será!

No habrá el dolor ni tristeza,

Mas gozo perfecto habrá.

La luz del Señor siempre brilla:

¡Qué bella la gloria será!

Las aguas de vida allá fluyen,

Librando al que tomará.


Las joyas cuán resplandecientes:

¡Qué bella la gloria será!

Se oyen angélicos cantos

Al lado del mar de cristal.

Resuenan los ecos hermosos:

¡Qué bella la gloria será!

¡Qué bella la gloria será!

Hogar de los salvos allá.

Cuán dulce descanso del alma:

¡Qué bella la gloria será!

El reino de las tinieblas

El reino de las tinieblas

Escoger otro capítulo

Con relación a la condición del universo antes que Dios creara la luz la Biblia dice: “Y las tinieblas
estaban sobre la faz del abismo” (Génesis 1.2). Pero no nos estamos refiriendo a estas tinieblas en
estos capítulos, sino que nos referimos a las tinieblas espirituales, las obras de Satanás y sus huestes.

La Biblia nos dice que la verdad y la justicia son como la luz, mientras que se refiere al pecado y sus
consecuencias como las tinieblas. Las tinieblas naturales que existen donde no hay luz simbolizan
las tinieblas indecibles que existen donde el rostro de Dios no arroja su luz.

El príncipe de las tinieblas es Satanás. Él es el autor del pecado, el padre de mentiras, el dios de este
siglo, el enemigo de toda justicia.

Los ángeles caídos, juntos con su jefe, son los instigadores y promulgadores del reino de las tinieblas.
Ellos están condenados a pasar la eternidad en las tinieblas de afuera que Dios preparó para ellos
(Mateo 25.30).

Las almas perdidas son las víctimas miserables del reino de las tinieblas. Ellas viven “sin esperanza y
sin Dios en el mundo” (Efesios 2.12) y están en el camino ancho, rumbo a la destrucción perpetua.
Éstas completan el cuadro oscuro de lo que queremos estudiar más a fondo en los próximos
capítulos. Teniendo un corazón malo de incredulidad los incrédulos trabajan juntos con el diablo y
sus ángeles en un gran esfuerzo para destruir las almas de los hombres.
Este cuadro oscuro, sin embargo, es sólo el principio de los sufrimientos. Por el pecado que
cometemos aquí en la tierra habrá un castigo en la eternidad, si no nos arrepentimos. El pecado en
la tierra, por tan oscuro y triste que sea, es sólo una muestra de la miseria, la desesperación, la
indescriptible tortura y la aflicción que habrá en las tinieblas de afuera donde el diablo y todos sus
seguidores pasarán la eternidad. Esta es una escena oscura y horrible, pero damos gracias a Dios
que él nos ha provisto una vía de escape por medio de su infinita misericordia.

CAPÍTULO 20

El diablo, Satanás

“Porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar” (1 Pedro 5.8).

“Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11.14).

Antes de comenzar este estudio sobre el terrible y vil destructor de las almas, pidámosle al Señor
en oración que nos ayude a comprender la naturaleza del diablo y que la gracia de Dios nos ayude
en todo tiempo a estar libres de su poder.

Su personalidad

Este adversario que realmente existe no es sólo una mala influencia o una tendencia negativa que
actúa en el hombre. Satanás tiene una personalidad propia, así como Dios y el hombre también la
tienen. En los días de Job, Satanás vino junto con los hijos de Dios cuando se presentaron delante
de Dios (Job 1.6–12). El diablo contendió con el arcángel Miguel por el cuerpo de Moisés (Judas 9).
También él tentó a Cristo en el desierto (Mateo 4.1–11).

Mientras más temprano los hombres reconozcan que el diablo existe tanto mejor será para su
bienestar presente y eterno. La misión del diablo es engañar y extraviar a los hombres, impedir que
se lleve a cabo el plan de Dios para la restauración de los hombres caídos y privarles de la entrada a
la presencia de Dios en la gloria.

Su morada

La Biblia dice que el diablo rodea la tierra y anda por ella (Job 1.7) “como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5.8). Es el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios
2.2), “el dios de este siglo” (2 Corintios 4.4) y “el príncipe de este mundo” (Juan 14.30).

La meta del diablo es entrar en los corazones de los hombres con el objetivo de corromper y destruir
su alma. Con razón se ha dicho que el lugar principal de la morada de Satanás está a dos metros de
la superficie de la tierra. La palabra de Dios habla frecuentemente de como Satanás habita en los
corazones de los hombres pecaminosos. La Biblia no dice dónde mora el diablo específicamente,
pero sí nos da a entender que la tierra es el escenario de sus actividades actuales. También se nos
informa que el infierno será su morada eterna (Mateo 25.41; Apocalipsis 20.10).

Su origen

La Biblia no explica concretamente de dónde vino Satanás, cómo fue creado ni cómo llegó a
convertirse en el diablo. Sin embargo, aparecen algunas citas bíblicas que hablan un poco acerca del
tema. No hay dudas que Dios creó “todas las cosas” incluyendo al ser que más tarde llegó a
convertirse en el diablo (Génesis 1.2; Juan 1.3). Pero cuando Dios creó a Lucero (Isaías 14.12), lo
creó un ángel santo. Después que este ángel cayó en pecado debido a su orgullo fue expulsado de
los cielos junto con una multitud de “ángeles que no guardaron su dignidad” (Judas 6). A partir de
aquel momento el diablo ha estado haciendo su trabajo destructor sobre la tierra.

¿Por qué Dios permitió tal cosa? Dios quería que los ángeles le sirvieran por decisión propia,
voluntariamente. Para que su sujeción fuera voluntaria tuvieron que tener la capacidad de aceptar
o rechazar a Dios. ¿Cómo se originó el mal en el ambiente tan puro de los cielos? No hay nadie
bueno, sino Dios. Los ángeles que rechazaron a Dios rechazaron la única fuente de bondad y
santidad, llegando a convertirse en seres malignos.

Sus atributos

Los nombres que la Biblia le da al diablo revelan sus atributos y propósitos. Sus nombres más
comunes son:

· El diablo, adversario de Dios y del hombre (1 Pedro 5.8).

· Satanás, acusador y calumniador de los hijos de Dios (Apocalipsis 12.9–10). Satanás es quien
difama de Dios ante el hombre (Génesis 3.1–6) y del hombre ante Dios (Job 1.9; 2.4).

· Beelzebú, “príncipe de los demonios” (Mateo 12.24) y el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios
2.2).

· Belial, sin valor, destructor y sin ley (2 Corintios 6.15).

· Apolión, “el destructor”, el ángel del abismo (Apocalipsis 9.11).

· El dragón, monstruo que busca entrar en el corazón humano en toda oportunidad (Apocalipsis
20.2).

· El dios de este siglo, príncipe de este mundo que ciega “el entendimiento de los incrédulos” (2
Corintios 4.4).

Además, se le conoce como un cazador (Salmo 91.3), un sembrador de cizaña (Mateo 13.25, 28),
una serpiente (Apocalipsis 12.9), un lobo (Juan 10.12), un león rugiente (1 Pedro 5.8) y uno que se
disfraza de ángel de luz (2 Corintios 11.14).

Satanás es atrevido (Job 1.6), orgulloso (1 Timoteo 3.6), maligno (1 Juan 2.13), insinuador (Job 1.9),
astuto (Génesis 3.l), engañoso (2 Corintios 11.14), feroz (Lucas 8.29; 9.39, 42), homicida y mentiroso
(Juan 8.44).

Los vicios perversos y las características destructivas y diabólicas de los hombres pecaminosos nos
revelan lo vil y detestable que es el príncipe de los ángeles malos, el diablo.

Su modo de trabajar

A pesar de lo que ya hemos dicho del diablo, y contrario a lo que muchos se lo imaginan, él tiene
una personalidad muy atractiva. A menudo se le describe como un monstruo horrible con una cola
larga, una lengua hendida, una mueca infernal y una horquilla en la mano. Aunque estas
características puedan describir su perversidad, normalmente él no se presenta así ante los
hombres. Más bien se aparece con una personalidad atractiva, con palabras suaves y dulces. Hasta
se disfraza como un ángel de luz.

1. Como un ángel de luz

El diablo se le apareció a Eva en el Huerto de Edén como ángel de luz, convenciéndola que él tenía
algo que ofrecerle a ella que era mejor que cualquier cosa que ella gozaba. Él está todavía usando
este mismo tipo de engaño en la actualidad y muchos de sus seguidores son hábiles en el arte de
engañar. Ellos tratan de hacer creer que la religión verdadera de Jesucristo es algo que le roba la
libertad a la gente y los restringe a una vida de sinsabores y opresión. Los seguidores del diablo dicen
que lo que ellos ofrecen trae libertad y que es una senda de luz más sublime, la única manera digna
de vivir. Satanás es el príncipe y líder de este engaño, el gran experto en este trabajo malvado
(Génesis 3.1–6; Efesios 5.3–6). Este ángel de luz primeramente atrae a los hombres, luego los
engaña, los ciega y al fin los destruye.

2. Un león rugiente

El león rugiente anda buscando su víctima. Así también lo hace el diablo. Bajo la dirección de Satanás
el deportista se convierte en un jugador, el que busca placeres llega a ser un libertino, el bebedor
se transforma en un borracho y el escéptico termina siendo un ateo. Como un ángel de luz el diablo
induce a los hombres a jugar con el pecado; luego, como un león rugiente, él lleva a cabo su obra.
El aumento actual de los índices de criminalidad es el rugir del león fuerte: el contrabando, la
inmoralidad, el homicidio, las “guerras y rumores de guerras”, las huelgas laborales, etc. No
obstante, por todo esto hay un susurro calmante, un llamado tranquilizador que dice: “El mundo
está mejorando”, “estamos despertándonos a una era de mayor entendimiento”.

El fin

El fin de todo esto es el despojo del mundo y la ruina de las almas. Todo esto culminará en el fin del
tiempo, cuando Satanás junto a todas sus huestes serán lanzados al lago de fuego donde “el humo
de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 14.11). Como príncipe de demonios,
jefe de pecadores y gran enemigo de todo lo que es bueno y bendito, Satanás será el que más sufrirá
en este lugar preparado para él y para sus ángeles.

Satanás y los que están bajo su dominio

CAPÍTULO 21

“El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz
del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4.4).

Satanás es el jefe de todas las huestes de maldad. La Biblia se refiere a él como “el dios de este
siglo” (2 Corintios 4.4) y “el príncipe de este mundo” (Juan 12.31). De tales escrituras como Daniel
10.5–13, Lucas 11.14–18 y Efesios 6.11–12 es evidente que Satanás es rey sobre el reino de los
demonios y encabeza las fuerzas de los espíritus malignos. Debido a que él es el dios de este siglo y
el príncipe de los demonios, tanto los hombres pecaminosos de este siglo como también los
demonios hacen su voluntad.
Sus limitaciones

Satanás es un ser creado y no el Creador. Por tanto, como los demás seres creados, hay cosas que
él definitivamente no puede hacer. Aunque él tiene dominio en su reino, hay límites que Dios no le
permite pasar. A continuación destacaremos algunos de los límites de Satanás:

Cuando Dios conversó con el diablo acerca de Job, el diablo comentó: “¿Acaso teme Job a Dios de
balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene?” (Job 1.9–10). Entonces
Dios le dio permiso al diablo para hacer lo que quiso con sus bienes, pero no le permitió tocar a Job
mismo. El diablo destruyó lo que Job tenía. Aun sus hijos murieron. Pero Satanás no logró nada.
Entonces hubo otra conversación entre Dios y Satanás. Esta vez el diablo dijo que si pudiese tocar
el cuerpo de Job, éste pecaría. Dios le dio permiso a Satanás para que tocara el propio cuerpo de
Job, pero no le permitió matarlo. De nuevo Satanás no logró lo que quería. Al final, Job salió
victorioso y fue más próspero que nunca. Sin embargo, el asunto que queremos destacar es que el
diablo no pudo pasar los límites que Dios le puso. (Lea Job 1, 2, 42.)

Después que Cristo ayunó cuarenta días, él fue tentado por el diablo. Satanás trató de vencer al Hijo
de Dios tres veces y las tres veces falló. ¿Por qué? Porque Cristo se mantuvo firme en la palabra de
Dios. Y Satanás no lo pudo tocar. Por medio de Cristo, Dios nos ha dado a nosotros el mismo poder
de resistir al diablo, mientras nos mantengamos fieles a él y a su palabra. El Señor nos asegura que
si nos vestimos de “toda la armadura de Dios” y si tomamos el escudo de la fe vamos a poder “apagar
todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6.10–18). El Señor nos ha dicho que si resistimos al
diablo, él huirá de nosotros. (Santiago 4.7). El diablo no tiene ningún poder sobre nosotros mientras
sigamos fieles al Señor. Pero cuando los hombres no quieren ponerse toda la armadura de Dios, el
diablo, como un león rugiente, los devora.

Los que tiene bajo su dominio

1. Los ángeles malos

Judas se refiere a “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia
morada” y dice que Dios “los ha guardado bajo oscuridad en prisiones eternas, para el juicio del gran
día” (Judas 6). Aquí observamos que: (1) El diablo y sus ángeles fueron creados santos, pero después
dejaron su dignidad y abandonaron su morada. (2) Los ángeles malos no pueden arrepentirse como
los hombres, sino están “guardados “bajo oscuridad en prisiones eternas, para el juicio del gran día”.

La Biblia habla de gente que fue controlada por los demonios. Esto nos muestra que el príncipe de
los demonios cuenta con el apoyo de sus huestes demoníacas en su plan horrible de destruir las
almas de los hombres. De la manera que los ángeles que se quedaron fieles a su Creador, el Dios del
cielo, son espíritus ministradores a los herederos de la salvación, así los ángeles del diablo son
espíritus que llevan a cabo la corrupción y la destrucción de las almas de los infieles.

2. Las almas perdidas

La Biblia nos dice que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5.19). Esto significa el mundo
de las almas perdidas. Ellos han rechazado a Dios, y el dios de este siglo ha tomado posesión de
ellos. El diablo es “el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2.2) y por esto
es también el “príncipe de la potestad del aire”. Lea usted lo que nuestro Salvador dice en cuanto al
camino por el cual va la humanidad (Mateo 7.13–14). “Todas las gentes que se olvidan de Dios”
pertenecen al dominio de Satanás, y, por tanto, “serán trasladados al Seol” (Salmo 9.17).

La gran lucha

Se está llevando a cabo una gran lucha por las almas. Dios está ofreciendo libertad a toda alma
cautiva al haber sacrificado a su Hijo unigénito para lograr esa libertad. Por medio de la autoridad
de Jesucristo hay mensajeros por todo el mundo que predican las buenas nuevas de la salvación. La
libertad del pecado en esta vida y la gloria del cielo en la eternidad instan a toda alma a que reciba
a Jesucristo como su Salvador y Señor y que prosiga con esperanza hacia la meta celestial.

En cambio, Satanás no descansa ni de día ni de noche, sino que siempre trata de condenar y destruir
al género humano. Todo lo que puede hacer, lo hace. Ya sea por medio de la mentira, el engaño o
la calumnia él trastorna a los oidores de la verdad y los desvía del camino para que crean las fábulas.

Cada persona tiene que decidir quien tendrá el dominio de su alma: ¿Dios o el diablo?

¿Por qué las almas permiten que el diablo las esclavice?

El cristiano ha recibido el perdón de sus pecados, es libre de condenación y tiene la bendita


esperanza de una corona eterna que le espera en el cielo. Pero el incrédulo vive una vida de
sinsabores y en la eternidad será desterrado de Dios. ¿Por qué, pues, son pocos los que deciden
seguir a Cristo y tantos los que se encuentran dominados por el diablo? A continuación presentamos
algunas razones:

1. “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos” (2 Corintios 4.4)

Como Eva, los incrédulos piensan que las cosas que el diablo les muestra son buenas para comer,
agradables a los ojos y codiciables para alcanzar la sabiduría. Cierran sus ojos a las bendiciones
verdaderas de Dios, las cuales se pueden obtener solamente al humillarse ante Dios y al andar en
santidad.

2. “Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11.14)

Muchos han abandonado la fe verdadera porque algún incrédulo les ha hecho creer que han llegado
a tener un entendimiento superior. Muchas personas miserables, pobres e infelices han tenido una
muerte horrible y han ido a una eternidad terrible porque dejaron que algún incrédulo los guiara en
los pasos de los placeres pecaminosos. Muchos hombres han llegado a ser esclavos de la botella o
del cigarro porque cuando eran jóvenes pensaron que ejercitaban su libertad al beber y fumar. Por
el camino que al hombre le parece recto viajan multitudes de personas que han sido engañadas por
Satanás y sus seguidores.

3. Por la tentación

Los hombres codician las cosas malas porque se dejan arrastrar por la tentación. “Entonces la
concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da
a luz la muerte” (Santiago 1.15). La súplica de Satanás a la carne es agradable al hombre carnal, y
frente a tal poder el único medio de escape es huir a la cruz para recibir limpieza por medio de la
sangre de Jesús. De esa manera el alma recibirá la dirección del Espíritu Santo y la protección del
amor y el poder de Dios. Para ver el contraste entre la derrota y la victoria a la hora de la tentación
compare Génesis 3.1–6 con Mateo 4.1–11.

4. Por la negligencia

El reino de Satanás crece porque muchos que profesan conocer a Dios duermen espiritualmente.
Piense usted por un momento como Satanás y sus huestes vigilan día y noche, y como los muchos
que profesan ser cristianos son desobedientes, descuidados e indiferentes (Tito 1.16). No debemos
extrañarnos de que el reino de Satanás crezca y que se incremente más y más la maldad. Entre tanto
que los hombres duermen, el enemigo siembra la cizaña (Mateo 13.24–30). (Lea también Efesios
5.11–14.)

El pecado

Escoger otro capítulo

Capítulo 22

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12).

¿Cómo sería el mundo si no hubiese guerra, ni homicidios, ni robos, ni pleitos familiares? ¿Cómo
sería si todos los hombres fueran perfectos como lo fue Adán antes de pecar? Sería un lugar bello,
¿verdad? Al comparar nuestro mundo pecaminoso con un mundo sin pecado se nos da una idea de
cómo es el pecado.

El pecado ha sido definido de la siguiente manera: “cualquier pensamiento, palabra, acción, omisión
o deseo contrario al carácter de Dios”. La palabrapecado se refiere a toda iniquidad y a la corrupción
espiritual del alma. Es el opuesto del carácter de Dios.

La Biblia define el pecado

· “El pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24.9).

· “Todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14.23).

· “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4.17).

· “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3.4).

· “Toda injusticia es pecado” (1 Juan 5.17).

El origen del pecado

El relato del origen del pecado en el mundo se encuentra en Génesis 3.1–8. Antes de que el pecado
entrara en el mundo el hombre era puro y santo, vivía una vida muy feliz y estaba contento con
todo. Él llevaba la imagen de su Creador; no sabía nada de la culpa ni de la muerte. El hombre estaba
libre de toda condenación y gozaba de comunión con Dios. Pero después que Satanás engañó a Eva
apareció entonces la primera transgresión del hombre, como dice en Romanos 5.12: “Por tanto,
como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. La naturaleza del hombre fue cambiada. En vez de
ser “bueno en gran manera” (Génesis 1.31) como lo hizo Dios, ahora Dios tuvo que decir del hombre:
“Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23).

El pecado de Adán y los pecados nuestros

Ser un pecador no depende de la clase o el tamaño de los pecados cometidos. Un hombre roba una
manzana y otro hombre roba mil dólares. Delante de Dios los dos son culpables. No por robar una
cosa grande o pequeña, sino por robar.Cuando Dios nos dice una cosa y hacemos otra, lo que nos
aparta de Dios es el hecho que fuimos desobedientes. No nos engañemos, pues, pensando que los
pecados nuestros no son tan malos como los de otras personas. Por tanto, aunque nuestro pecado
parezca muy pequeño será suficiente para apartarnos de nuestro Dios. El pecado de Adán y Eva
cuando comieron del fruto prohibido no parece importante en comparación con los pecados y
crímenes graves que se cometen en la actualidad. Sin embargo, su pecado bastó para separarlos de
Dios y traer sobre ellos y sobre su descendencia la condenación de muerte.

1. El pecado de Adán

Un solo pecado destruyó la pureza, perfección, santidad y la vida del hombre. Este pecado no
consistió solamente en extender la mano y tomar el fruto del árbol prohibido; tomar el fruto fue
sólo el resultado del hecho de dejar a Dios y seguir a Satanás. El pecado, por lo tanto, fue
la condición del alma y no sólo la acción de la mano que cogió el fruto. El hombre perdió su relación
con Dios y por eso llegó a ser pecaminoso. Del pecado de Adán recibimos la corrupción de la
naturaleza humana, la mortalidad y la separación de Dios. Esta condición se ha trasmitido de
generación en generación y conduce a cada persona al pecado propio. Solamente la sangre de
Jesucristo puede quitar esta mancha. (Lea Salmo 51.5; Hechos 17.26; Romanos 3.9–23; 5.12–19; 2
Corintios 5.14 y Efesios 2.3.)

2. Los pecados cometidos

Cuando el pecado existe en el corazón, éste se manifiesta de algún modo en la vida de la persona.
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17.9). Por tanto, “del
corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos,
los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo 15.19–
20).

A veces escuchamos la pregunta: ¿Soy yo responsable por el pecado de Adán? No. Pero el pecado
de Adán, o mejor dicho la naturaleza pecaminosa que heredé de Adán, me hará pecar. Y eso sí me
condenará delante de Dios.

3. Los pecados de omisión

Esto es cuando no hacemos las cosas que sabemos que debemos hacer. Dios, por medio de
Santiago, nos dice: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4.17). Si
sabemos que Dios quiere que hagamos algo, y no lo hacemos, pecamos.

El pecado imperdonable

Este tema fue debatido varias veces por Cristo y los apóstoles, y la seriedad del mismo exige que lo
volvamos a revisar. A continuación citamos algunos versículos de la Biblia sobre el tema:
“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra
el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre,
le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo
ni en el venidero” (Mateo 12.31–32).

“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes
del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de
nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6.4–6).

Nuestro Salvador dio la solemne advertencia contra el pecado imperdonable porque los fariseos lo
acusaron de echar fuera a los demonios “por Beelzebú, príncipe de los demonios,” atribuyéndole
así a Satanás el poder que sólo Dios posee (Mateo 12.24). Con relación a la blasfemia contra el
Espíritu Santo bien se ha dicho que no es por falta alguna del poder de la sangre de Cristo que jamás
se perdona este pecado ni por falta de la misericordia perdonadora de Dios. Más bien, es porque
los que cometen el pecado imperdonable desprecian y rechazan el único remedio para el pecado,
el poder del Espíritu Santo que aplica al alma del hombre la redención por medio de la sangre de
Cristo.

Algunas personas temen haber cometido el pecado imperdonable. A ellos se les puede hacer una
pregunta: ¿Desea usted arrepentirse y dejar el pecado? Si la respuesta es “sí”, entonces no ha
cometido el pecado imperdonable, pues una verdadera angustia y arrepentimiento por los pecados
es la mejor evidencia que no se ha cometido el pecado imperdonable. La Biblia dice que para los
que cometen el pecado imperdonable “es imposible que (...) sean otra vez renovados para
arrepentimiento” (Hebreos 6.4–6).

No debemos concluir que alguien ha cometido el pecado imperdonable y dejar de llamarlo al


arrepentimiento. ¿Cómo podemos estar seguros que la persona ya no puede arrepentirse? Es por
eso que sería mejor seguir llamando al tal, aunque creamos que no puede arrepentirse que dejar de
llamar a uno que pudiera.

Hay personas que, teniendo en cuenta estos versículos, declaran que cuando un cristiano cae en
pecado nunca puede arrepentirse. Pasan por alto versículos como Santiago 5.19–20; 2 Pedro 3.9 y
2 Corintios 7.9.

Las dos lecciones prácticas que podemos aprender de la enseñanza bíblica sobre el pecado
imperdonable son:

1. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10.12).

2. El hecho de que pecar contra el Espíritu Santo es el único pecado que pone al hombre más allá
del arrepentimiento destaca la gracia y la bondad de Dios.

Lo que nos hace vulnerables al pecado

1. La depravación heredada

Como dice Pablo, somos “por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2.3). Es decir, hemos heredado de
Adán la tendencia hacia el pecado por medio de nuestros antepasados. Los hijos tienen la inclinación
a pecar porque la han heredado de sus padres que también son pecadores. De manera que, sobre
los padres descansa una gran responsabilidad de enseñarles a los hijos a refrenar su naturaleza
pecaminosa y luego a encontrar en Cristo el remedio para su pecado.

2. La tentación

Satanás se aprovecha de la concupiscencia de los hombres, tentándolos a pecar. “Cada uno es


tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1.14). Por esta razón
debemos huir de lo que atrae a nuestra naturaleza pecaminosa. (Lea Mateo 4.1–11; 6.13; 1 Corintios
10.13; Santiago 1.2–6, 12–17.)

3. La ignorancia

Por falta de entendimiento muchas personas han caído en pecados graves que han afectado toda
su vida. Pero lo que necesita la humanidad no es el conocimiento del pecado, sino el entendimiento
acerca del pecado. Este entendimiento debe ir acompañado junto con las instrucciones de cómo
alejarnos de las garras mortíferas del pecado. (Lea Levítico 4.2–3; Salmo 79.6; Jeremías 9.3; Lucas
12.48; Hechos 17.29–30; Efesios 4.18.)

4. La ociosidad

Muchos jóvenes se han olvidado de los proverbios antiguos: “La ociosidad es la madre de todos los
vicios” y “Una mente ociosa es el taller del diablo”. Ocúpese haciendo algo útil, algo que pueda
hacerse para la gloria de Dios y escapará de muchos lazos en los cuales han caído los ociosos. Una
de las maldiciones más grandes del tiempo moderno es que hay muchos padres que crían a los
jóvenes sin enseñarles cómo trabajar. Dé trabajo a los ociosos del pueblo y limpie los lugares de
ociosidad, y muchas de las maldades desaparecerán. (Lea Proverbios 10.4; 12.24; 13.4; 24.30–34;
26.15; 2 Tesalonicenses 3.10–12; 1 Timoteo 5.13.)

5. La indiferencia

La actitud de “¿qué me importa?” ha llevado a muchas personas a una vida de pecado. Al que nada
le importa siempre escoge el camino que le parece más placentero, el camino de pecado.

6. La influencia de los malos compañeros

Nuestro peor enemigo, fuera de nuestra carne, es la persona que pretende ser nuestro amigo, pero
nos insta a pecar. “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (Proverbios 1.10).
¿Ha visto usted lo que le pasa a una naranja buena después de haber estado entre naranjas
podridas?

7. La avaricia

Hay gente que hacen ganancias por medio de negocios fraudulentos y no se dan cuenta que al
sacrificar su integridad pierden algo de más valor que el dinero. Por tratar de mantener una posición
alta en la sociedad, algunos han sacrificado una conciencia tierna sin darse cuenta que ellos salieron
más bien perdiendo que ganando. Con el objetivo de ganar una posición alta anhelada algunos
hombres se han envilecido renunciando a su integridad a cambio de ganancia o fama mundana.
Cuando se sacrifican la piedad y la pureza a cambio de los tesoros mundanos (Proverbios 23.5) hay
contaminación de pecado y la pérdida no puede ser recobrada con nada que este mundo ofrezca.
Lea la historia del hombre rico y Lázaro (Lucas 16.19–31) y también la del rico insensato (Lucas
12.15–21).

8. La lisonja

Esto es algo que es más difícil resistir que la oposición abierta y directa. Es cierto que hoy, así como
en los días de Salomón, “la boca lisonjera hace resbalar” (Proverbios 26.28).

Detrás de todo esto está la influencia y la obra del “padre de mentira” (Juan 8.44), el gran engañador
de las almas que conoce las debilidades y las flaquezas de los hombres. Él no pierde ninguna
oportunidad para conducirlos a la perdición. En resumen, todo pecador puede decir
verdaderamente: “La serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3.13).

Resultados del pecado

1. La muerte

El resultado del pecado se resume en esta advertencia a Adán: “Porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Génesis 2.17). Y todas las citas que mostramos a continuación testifican que
la muerte corporal y espiritual son la paga del pecado: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel
18.4); “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6.23); “La muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12); “El pecado (...) da a luz la muerte” (Santiago 1.15); “Muertos
en (...) delitos y pecados” (Efesios 2.l); “La que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1
Timoteo 5.6).

2. La corrupción

El pecado es un proceso que corrompe la persona haciéndola vil ante los ojos de Dios y vergonzosa
a la luz de la justicia y santidad verdadera. Es algo que no se puede eliminar ni por medio de la
civilización, ni de las buenas costumbres, ni de la cultura. Pues al fijarnos en los países que pretenden
ser más civilizados también encontramos que los mismos son parte de los medios más vergonzosos
de inmundicia. ¿Adónde se puede ir en este mundo sin que la corrupción sea tan evidente? En todas
partes se nota que los hombres son “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios,
blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables,
calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3.2–4). El pecado es una
enfermedad mortal que primero corrompe, y por último destruye alma y cuerpo (Romanos 1.20–
32).

3. La miseria

Hay muchos que se engañan con la idea de que la religión sólo vale a la hora de la muerte; pero
mientras viven prefieren la vida de pecado, suponiendo que sacan mayor satisfacción y placer del
pecado. Pero, “no os engañéis” (Gálatas 6.7). ¿Por qué hay tanta miseria, pobreza, aflicción, dolor,
enfermedades y plagas en el mundo? Es por causa del pecado. ¿Por qué hay cárceles, penitenciarías
y escuelas de reformación de la conducta? ¿Por qué las peleas, las disputas, el asesinato, las
persecuciones, las guerras y los otros pesares de la vida? ¿Por qué existen esas chozas miserables
de prostitución en nuestras ciudades, el remordimiento de la conciencia, la angustia del alma y las
esperanzas arruinadas? A causa del pecado. “¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? ¿Para
quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo
amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino” (Proverbios 23.29–30). Esta lista
de miserias y aflicciones es típica de lo que produce cualquier pecado. ¡Las palabras no bastan para
describir los lamentos, los pesares y las desolaciones causadas por el pecado!

Es cierto que muchas veces el pecado trae lo que los hombres llaman placer. Como las drogas, el
pecado da una sensación de placer momentáneo. Los que están bajo la influencia de este engañoso
“jarabe que calma” miran con lástima o desprecio a los que andan en pasos de justicia y santidad
verdadera. Pero tales placeres sólo son pasajeros. El que se toma un trago de vez en cuando corre
el riesgo de llegar a ser el borracho que tambalea por las calles. El joven que fuma cigarrillos
finalmente llega a convertirse en un esclavo enfermo. El jugador de suerte corre el riesgo de caer
bancarrota y un libertino entregado a los vicios llega a ser un destructor de hogares. Como un
“jarabe que calma” el pecado puede tranquilizar por un tiempo, pero sólo adormece a la víctima y
le asegura el terrible día de la ira y de la retribución.

4. La condenación eterna

Los peores resultados del pecado no se experimentan en esta vida, sino en la eternidad. Cualquier
cosa que se experimente en este mundo será muy ligera en comparación con lo que ha de venir. El
edicto está escrito: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6.7). Aquí
sembramos, allá segamos. Si en esta vida sembramos para la carne, en el mundo venidero
segaremos corrupción (Gálatas 6.8). Si aquí sembramos para el Espíritu, más allá segaremos vida
eterna. Si los resultados del pecado aquí, manifestados claramente al hombre, son indescriptibles
por la lengua y la pluma humana, ¡qué angustia y miseria habrá cuando se junten los lamentos y
gemidos de las almas condenadas con los del diablo y sus ángeles, en medio de las llamas del infierno
donde “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos”! (Apocalipsis 14.1 l).

La liberación del pecado

¿Acaso no hay manera de escapar? ¿No hay alguna manera en que los perdidos y encadenados por
el pecado puedan librarse de su esclavitud y escapar del castigo del fuego eterno (Judas 7)? Gracias
a Dios, sí la hay. Hay perdón por los pecados cometidos si cumplimos con los requisitos de Dios para
tal perdón (Lucas 24.47). “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.9). La gracia de Dios se extiende a toda alma.
A cada persona encadenada por los grilletes del pecado le llega la invitación bondadosa y celestial:
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios” (Isaías 45.22). No
obstante, esta promesa se basa en la siguiente: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus
pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será
amplio en perdonar” (Isaías 55.7). “Si no os arrepentís”, el único resultado será que “todos
pereceréis igualmente” (Lucas 13.3).

La victoria sobre el pecado

La libertad del pecado sólo es posible cuando la persona se somete al poder de Dios y a la dirección
de su Espíritu. No hay poder, ni en la tierra ni en el infierno, que pueda negar a cualquiera la victoria
perfecta en nuestro Señor Jesucristo, con tal que la persona cumpla con los requisitos de la palabra
de Dios. Aunque se trate de los hombres más fuertes y más inteligentes lo cierto es que: “separados
de [Cristo] nada podéis hacer” (Juan 15.5). Sin embargo, el más débil puede decir: “Todo lo puedo
en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13). ¿Cómo, pues, venceremos?

· Por medio de la sangre del Señor Jesucristo: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del
Cordero” (Apocalipsis 12.11).

· Por medio de la fe: “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5.4).

· Al vestirnos de toda la armadura de Dios: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.


Vestíos de toda la armadura de Dios (...) para que podáis resistir en el día malo, y (...) sobre todo,
tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios
6.10–16).

· Por medio de la palabra: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo
119.11).

Nuestra lucha contra el pecado significa una batalla continua contra los poderes del maligno. Pero
tenemos que recordar que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios”
(2 Corintios 10.4). Confiemos en Dios; su poder es infinito, su amor es infalible y él promete que
nunca dejará ni abandonará a los suyos. Es nuestro privilegio experimentar continua y diariamente
lo descrito por Pablo: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel
que nos amó” (Romanos 8.37).

La incredulidad

Escoger otro capítulo

Capítulo 23

“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para
apartarse del Dios vivo” (Hebreos 3.12).

La incredulidad es el pecado que sirve como puerta al reino de las tinieblas. Lo que la fe significa
para la salvación lo es la incredulidad para la condenación. Así como ningún escrito acerca del plan
de salvación está completo sin tratar el tema de la fe, igualmente ningún escrito acerca de la obra
del diablo está completo sin tratar el tema de la incredulidad.

La incredulidad es a la fe lo que las tinieblas son a la luz. Al apagarse la luz, aparece la oscuridad para
tomar su lugar; y habiendo desaparecido la luz, la oscuridad se enseñorea de todo. La incredulidad
se encuentra solamente donde la fe no existe. Donde la fe esté completa y sea perfecta, no podrá
haber incredulidad.

Fue por la desobediencia de un hombre que el pecado entró en el mundo. Este hecho de
desobediencia se muestra también cuando Eva cambió su fe en Dios por la fe en Satanás. No creer
en Dios es el fundamento de todos los demás pecados (Tito 1.15). La incredulidad encierra a toda la
humanidad (Romanos 11.32). Por el engaño del padre de mentira el mundo ha venido a ser el hogar
de toda forma de incredulidad. Actualmente han surgido muchos tipos de incrédulos para ayudar al
diablo a robar la fe de los hombres y destruir la obra de Dios en el corazón humano.

Tipos de incrédulos
El ateo no cree en la existencia de Dios. Es el necio quien dice: “No hay Dios” (Salmo 14.1).

El pagano niega que haya revelaciones directas de Dios. No cree que la Biblia es la palabra de Dios.
Se opone al cristianismo verdadero.

El agnóstico ni afirma ni niega la existencia de Dios; profesa una actitud neutral en cuanto a la fe
cristiana. Limita su creencia a estas tres palabras: “Yo no sé”. En realidad, él es un pagano.

El filósofo se toma la libertad de formar sus propias opiniones a pesar de lo que dice la Biblia. Así
rechaza la autoridad de las sagradas escrituras.

El modernista trata de explicar la doctrina cristiana desde el punto de vista de las creencias y los
conceptos modernos.

El evolucionista trata de sustituir el relato de la creación según Génesis por la teoría de un desarrollo
lento. Piensa que el mundo se formó a través de millones de años y que los seres vivos van
transformándose. Plantea que el hombre fue antes mono y que evolucionó con el paso del tiempo
hasta llegar a convertirse en el hombre actual.

Todos estos tipos de incrédulos, aunque varían mucho entre ellos mismos y se contradicen el uno
al otro, sin embargo, trabajan unidos al oponerse a la Biblia. Niegan que la Biblia sea una revelación
directa de Dios al hombre y que sea infalible y de autoridad absoluta. Como resultado de las
opiniones de todos estos tipos de incrédulos la iglesia cristiana de hoy se enfrenta con tales herejías
destructoras como el ateísmo, el politeísmo, el panteísmo, el universalismo, el unitarismo, el
materialismo y el racionalismo. En medio de esta confusión, Satanás está cosechando multitudes de
almas engañadas.

Lo que nos hace vulnerables a la incredulidad

Cristo se asombró de la incredulidad de la gente en su tiempo (Marcos 6.6). ¿Acaso él no había


cumplido con todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de la venida del Mesías? Por su
maravilloso poder de hacer milagros, por su sabiduría, el amor, la gracia y la bondad que él
manifestó mientras estuvo físicamente en la tierra nadie debió haber dudado que él fuera el Mesías.
¿Acaso no se maravillaron los mismos judíos incrédulos de su sabiduría y poder? Sin embargo,
aunque dijeron que esperaban la venida del Mesías, no creyeron en él. Más bien, lo mataron.

¿Acaso es más asombrosa la incredulidad de los judíos de aquel tiempo que la del mundo de
nuestros días? Las evidencias del cristianismo están en todas partes. No solamente tenemos a
Moisés y a los profetas, sino también el evangelio de Cristo, el testimonio de las vidas de los hijos
de Dios, el Espíritu Santo y las manifestaciones de la gracia y el poder divino en los acontecimientos
diarios del mundo. ¿Por qué, pues, está aún “el mundo entero bajo el maligno” (1 Juan 5.19),
envuelto en el manto de la incredulidad? ¿Qué es lo que nos hace vulnerables a la incredulidad?

1. Codiciar el pecado

Muchas veces culpamos a otros de hacernos caer en el pecado, pero no debemos echarle la culpa a
nadie sino a nosotros mismos. “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído
y seducido” (Santiago 1.14). ¿Por qué el borracho no deja su botella, el fumador su cigarro, el
jugador de suerte la mesa del juego, el hombre inmoral el burdel, el hombre codicioso su negocio
deshonesto, el que busca placeres sus lugares favoritos de diversión, el hombre contencioso sus
peleas, el irreverente su profanidad o el ladrón el hurto? No los dejan porque siempre desean lo
malo. Cuanto más codiciamos las cosas malas, tanto menos estimamos la palabra de Dios. Luego
concluimos que estas cosas no son tan malas como pensábamos y que la Biblia no significa
exactamente lo que dice. Vemos a personas que una vez fueron fieles a Dios y a su palabra, pero
después volvieron a los caminos del pecado. Quizá fue algo del mundo que ellos codiciaron, algún
mandamiento del Señor que no quisieron obedecer o alguna cosa o negocio prohibido por la iglesia
que los llevó a caer en pecado. Al principio, su conciencia los molestaba cuando pecaban, pero
después de un tiempo la misma dejó de molestarlos. Sus deseos los han llevado a una actitud de
desobediencia y tal desobediencia produjo un estado de incredulidad. Ahora se burlan de las cosas
que una vez creyeron. Son como a los que Pablo se refería cuando dijo: “Por esto Dios les envía un
poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2.11).

2. Los intereses propios

Tal vez usted se haya sentado en su habitación tan fascinado con la lectura de un libro que no se fijó
en ninguna otra cosa o tan interesado en un párrafo que ni siquiera vio el resto de la misma página
que estaba leyendo. A lo mejor usted haya visto a personas tan preocupadas con sus negocios que
perjudican sus vidas espirituales y que aunque alguien los amonestó una y otra vez nunca vieron
algún peligro en lo que hacían.

¿Por qué los judíos no creyeron en Jesús? Ellos estaban tan interesados en el judaísmo que no
quisieron ver la verdad. ¿Por qué en la actualidad hay tanta incredulidad en el mundo? Porque la
gente busca los placeres, las riquezas, las vanidades y los engaños del mundo con tanta ansiedad
que con nada desechan las advertencias de la Biblia, negándose a creerlas.

3. El engaño

¿Por qué Eva extendió la mano para tomar el fruto prohibido? Porque se engañó creyendo que el
fruto que deseaba era mejor que lo que ya tenía. ¿Por qué los hombres roban, juegan lotería y hacen
fraudes? El tentador les ha hecho creer que ésta es la manera más rápida, más fácil y mejor de
obtener dinero. A medida que se van estimando más las cosas temporales y carnales, se estiman
menos las cosas eternas y espirituales. Por esta razón los hombres rechazan a Dios y desconfían de
Jesucristo, y siendo engañados creen que han encontrado algo mejor.

4. Las amistades mundanas

En esto se halla la base por tanta incredulidad. Los incrédulos inteligentes, educados, sociables y
persuasivos son compañeros peligrosos para los jóvenes. Es de esta manera que muchos hogares,
muchos clubes sociales, muchas iglesias, muchas escuelas y muchas universidades han sido
convertidas en fábricas de incrédulos.

5. La literatura dañina

Un obispo joven estaba de visita en el hogar de otro obispo más anciano. Entonces vio en la mesa
de la biblioteca un ejemplar del libro de Tomás Paine,“The Age of Reason” (La época de la razón). El
joven obispo se quedó atónito.

—¿Qué? ¿Usted lee tales libros?


—Sí, ¿por qué no? —contestó el otro—. Quiero informarme de tales cosas para poder predicar
contra ellas.

—Pero, ¿y sus hijos? —le preguntó el primero.

—No hay peligro — contestó el anciano—. Ellos casi nunca lo leen.

Sin embargo, sí había peligro. Los dos hijos se volvieron incrédulos. La literatura tiene poder, sea
para el bien o para el mal.

Lo que hace la incredulidad

Resulta triste que muchos cristianos no se dan cuenta de los daños que la incredulidad está
causando en tantos hogares, escuelas e iglesias. Por el bien de ellos y de los demás, examinemos lo
que hace la incredulidad.

1. Debilita el poder de los obreros cristianos

En varias ocasiones la Biblia da ejemplos en los cuales se demuestra que hasta los discípulos no
cumplían lo que debían por falta de la fe (Mateo 17.19–20). Para Dios todo es posible; pero para el
hombre lo posible se mide conforme a la fe (Mateo 9.29). Sabiendo que la fe es la victoria que vence
al mundo (1 Juan 5.4–5), concluimos que la falta de fe es en parte lo que ha impedido que más
personas del mundo sean escogidas para servir a Cristo.

2. Impide la obra de Cristo

Según Marcos 6.5–6, Cristo no pudo hacer muchos milagros en su propio pueblo a causa de la
incredulidad de la gente. La fe de parte de los obreros y también de los oidores de la palabra es
indispensable para tener éxito en la obra de Dios.

3. Impide que los hombres entren en el reino de Dios

Los israelitas no entraron en el reposo de Dios “a causa de incredulidad” (Hebreos 3.19). De los que
vivieron cuando estaba Cristo en la tierra, pocos entraron en el reino de Dios; pues la mayoría de
los judíos permanecieron en incredulidad. El dicho “el que no cree, ya ha sido condenado” (Juan
3.18) es tan verdadero hoy como lo fue cuando se pronunció por primera vez. Los incrédulos pueden
hacerse miembros de una iglesia, y muchas veces lo logran. Pero no hay lugar para ellos en la iglesia
verdadera de Jesucristo. Cuando el carcelero preguntó sobre el camino de la salvación, los apóstoles
le contestaron: “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos 16.31). Cuando el eunuco quiso saber si podía
ser bautizado, Felipe le dijo: “Si crees de todo corazón, bien puedes” (Hechos 8.37). Finalmente,
vemos que lo que acontecerá a los incrédulos es que “tendrán su parte en el lago que arde con fuego
y azufre” (Apocalipsis 21.8). La Biblia no ofrece ninguna esperanza de salvación a nadie sino sólo por
la fe en el Señor Jesucristo.

Das könnte Ihnen auch gefallen