Por todos es sabido -especialmente por haberlo vivido- que la
adolescencia es un período que se caracteriza por grandes cambios en lo individual pero que ejerce incidencia en lo social. Con la llegada de la adolescencia la mayoría de los niños pierde seguridades y vive duelos: el cuerpo cambia, se abandona la infancia, se transforma el lugar que se ocupaba en la familia y en la escuela, caen referentes de autoridad antes naturalizados, se abre el tiempo de la obligada autonomía, se desoculta la genitalidad. Cada adolescente se abre progresivamente a una vida social en la que el lugar de su propia familia se desplaza. Con la adolescencia se abren espacios de conflicto intergeneracional en el interior de las familias. El período conflictivo no sólo es interior al sujeto que vive la transformación en primera persona, también afecta a su entorno inmediato. Familias y escuelas comienzan a vivir la crisis cuando los adolescentes construyen espacios “propios”, procurando una mayor independencia respecto de la mirada de los adultos, construyendo las diversas facetas de su identidad. Entre los múltiples factores que actúan en esta fase hay dos especialmente importantes por el efecto que producen: el grupo de pares y el marco del encuentro de dichos grupos. Estos factores serán los referentes básicos de la experiencia y de la vida y se suman a la familia y la escuela completando el proceso de socialización en el que se construyen las identidades que se continuarán en la juventud y la adultez. Los grupos de pares están conformados, por lo general, de miembros de la misma edad y género. Estos grupos son la primer ampliación de la red de relaciones en las que entran los adolescentes, son los grupos de amigos y amigas más cercanos, que se reúnen a pasar el tiempo, a escuchar música, a compartir largas charlas, a hacer deportes, a planear salidas, a recorrer espacios. Esos grupos de adolescentes son ámbitos de contención afectiva y representan espacios de autonomía en los que se experimentan las primeras búsquedas de independencia. En esos grupos por lo general se manifiestan las primeras conversaciones que tienen por tema el sexo, el descubrimiento de los otros a nivel social, el lugar propio y el ajeno en ese espacio, en ellos se descubre por lo general la música que se adoptará como propia, una forma de vestirse y también una forma de hablar. Los grupos de pares son redes que acompañan la adolescencia, afianzando relaciones y apoyando procesos de identificación. En estos procesos, tanto los consumos culturales como los usos del espacio serán fundamentales. Los adolescentes son los más grandes consumidores de las familias, los más activos en lo que hace a demandar y liderar procesos de adquisición de bienes. Es obvio que con poderes de compra diferentes, también lo serán las probabilidades de que ese modo se afiance y se perpetúe. Este acostumbra a ser uno de los problemas más grandes en las relaciones entre padres e hijos. Entre los consumos privilegiados están la ropa y las salidas y la adquisición de algunos bienes culturales como la música, juegos, videos, revistas, etc. Para los adolescentes la moda, el estilo, la marca…lo exterior…es muy importante porque se autoevalúan muy críticamente a través de lo que elijen, portan y gustan. Se valoran a través de sus valoraciones. El otro gran factor que define el accionar de los grupos de adolescentes es el de los usos del espacio. Sin lugar a dudas el lugar por excelencia que los adolescentes eligen podría definirse como “la calle”: se trata de un espacio exterior a la escuela y al hogar. Define un territorio sin medidas ni reglas que obliguen a aprender, a producir o a obedecer, apareciendo como un sitio liberado en el que eventualmente se da la aventura. “La calle” incluye espacios de distensión y de consumo, no siempre abiertos y disponibles para todos, aunque sí representada como una saga duradera y poderosa en la que los adolescentes sienten que deben formar parte. Muy a pesar de algunos de estos adolescentes, otro espacio de interacción con el grupo de pares es la escuela, lugar donde se enfrentan dos culturas: la de los adolescentes y la que es propia de la tradición escolar. Y acá la cuestión a responder es ¿En qué medida lo que se ofrece a los adolescentes y jóvenes responde a las condiciones de vida, necesidades y expectativas de las nuevas generaciones?
Luego de leer el material sugerido (especialmente el de E.
Tenti Fanfani), de reflexionar sobre las actitudes de los adolescentes con los que habitualmente interactúo he intentado hacer un paralelismo entre la realidad que presenta el autor y lo que observo en mis alumnos.- Ante todo, es conveniente aclarar que trabajo en una escuela de gestión privada en uno de los barrios periféricos de la ciudad. Un lugar donde el que sobrevive “es el más fuerte”, “el que tiene más suerte” y, en algunas oportunidades, “el que corre más rápido”.- Tengo a cargo un 7º grado con trece alumnos (hasta hace un mes, eran catorce sólo que Héctor fue “devuelto” a su padre en el departamento Vera porque según su madre “ya no sabía qué hacer con él”) con 14 años de edad promedio. Repetidores, que pasaron por grados niveladores, mala conducta, algunos en tratamiento psicológico, otros psicopedagógico... Estos chicos tienen unas historias de vida marcadas por la violencia, la prostitución, el desamor, abusos sexuales, exclusión (y autoexclusión) social, cuestionamientos tales como ¿Quién es mi padre?, “Odio a mi madre”, ¿Por qué mi papá quiso ahorcarse?, ¿Para qué voy a estudiar si acá en cualquier momento te pegan un tiro?....”yo sólo quiero divertirme”….”estoy embarazada”…. Si me dedicara a describir la vida de cada uno… Adentro de la escuela se puede observar la cultura social del barrio: me pegaste, te pego; me robaste, te robo; encontré algo, es mío; me gusta lo tuyo, lo tomo sin que me veas; en menor medida, se ha observado la asistencia de alumnos armados, y esto es porque la escuela aún logra dejar muy en claro que es un espacio en donde pueden sentirse medianamente seguros.- Muchas veces me he preguntado ¿qué más puedo hacer para que mis alumnos puedan concebir la idea de “Proyecto de Vida” como algo viable, necesario, o al menos, como un sueño o una utopía? Y las ideas terminan por acabarse, después de reiterados fracasos. Tenti Fanfani indica que una buena escuela para jóvenes tendría que tener las siguientes características (citaré las que me resultaron más acordes a la realidad en la que trabajo): a) “Una institución abierta que valoriza y tiene en cuenta los intereses, expectativas y conocimientos de los jóvenes”. Es muy
interesante esta característica, con la que estoy muy de
acuerdo, sólo que en la práctica la escuela ofrece lo que tiene, lo que puede y el alumno tiene que ver si es de su interés o no. Entonces, aunque no sea de su interés lo que se le propone, la elige igual porque económicamente no puede acceder a otra que sí llene sus expectativas.- b) “Una escuela que favorece y da lugar al protagonismo de los jóvenes y donde los derechos de la adolescencia se expresan en instituciones prácticas”. Y acá es necesario aceptar el error de
subestimar las capacidades de nuestros alumnos, de no saber
qué hacer con lo que proponen “porque sus ideas raras no condicen con lo que el docente, y la institución entera, esperaba” c) “Una institución que se interesa por los adolescentes y los jóvenes como personas totales que se desempeñan en diversos campos sociales”. En nuestro lugar de trabajo damos mucho espacio al
diálogo, a la escucha de las vivencias diarias del alumno, a la
reflexión, a la construcción de autoestima y esto tiene sus consecuencias. Creemos que es importante formar a un ciudadano “honesto”, capaz de tomar decisiones por cuenta propia y de aceptar la responsabilidad de enfrentar las consecuencias que éstas acarrean, pero muchas veces, lo que estos chicos nos cuentan nos deja “tambaleando” como personas, somos incapaces de comprender cómo pueden soportar tanto sufrimiento y nos llena de impotencia. Y si nos referimos al aprendizaje de las disciplinas, nos preguntamos…¿De qué igualdad de oportunidades nos hablan? d) “Una institución donde los jóvenes aprenden a aprender en felicidad y que integra el desarrollo de la sensibilidad, la ética, la identidad y el conocimiento técnico – racional”. Y esto a mí me
suena a una gran utopía, desde lo económico hasta lo
personal de cada alumno. Trabajamos con escasos recursos, tanto material como humano. e) “Una institución que acompaña y facilita la construcción de un proyecto de vida para los jóvenes”. Esta es la premisa que nos
sostiene, lo que nos hace recuperar un poco de la fe que en la
“lucha diaria” vamos perdiendo; cuando nos encontramos con alumnos que han seguido estudiando, que ahora son colegas nuestros, o que tienen un trabajo digno, honesto, que han formado su propia familia y no repiten los errores cometidos con ellos, sentimos que el esfuerzo no fue en vano, que algo hemos enseñado y que podemos seguir haciéndolo. BIBLIOGRAFÍA
CORSI, Eduardo – Material de cátedra (elaboración propia). Facultad de
Filosofía y Humanidades - Universidad Nacional de Córdoba (Julio 2008).
Tenti Fanfani, Emilio. Culturas juveniles y cultura escolar, Buenos Aires,
2000.Documento presentado al seminario “Escola Jovem: un novo loar sobre encino medio”.
Urresti, Marcelo. “Adolescentes, consumos culturales y usos de la ciudad”