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JOSÉ EL PADRE*

Aquel día al atardecer, en Nazaret de Galilea, José caminaba presuroso y sin tomar en cuenta
que algunas personas al pasar por su lado le saludaban, otros reunidos un poco distantes
comentaban del trabajo que realizaba y la buena fama, porque él era justo. Caminaba por las
pequeñas calles del pueblo luego que dejara la carpintería; no podía concentrarse en su labor, su
mente y su corazón eran golpeados profundamente.
José estaba comprometido para casarse con María, aún no vivían juntos, pero la noticia que
recibó era sencillamente fatal: “María esperaba un hijo” y …¡no era suyo!. Él sabía perfectamente
la Ley, otro era el padre, se ha quebrantado la promesa formal y la consecuencia debería ser la
muerte de ese otro y María1. La amaba tanto, no pensaba la posibilidad de que esto pasara aunque él
sabía que la Ley era para cumplirla. Él era descendiente directo de grandes personajes en la historia
del pueblo judío; Abraham, Judá, Salmón-Rahab, Booz-Rut y hasta el Rey David formaban parte de
su linaje. De esta manera, no era un simple conocimiento de la Escritura y la legalidad lo que él
tenía, llevaba en su sangre la historia y los propósitos del pueblo hebreo. No obstante, en este
momento, todo este conocimiento formaba parte de su inconsciencia porque la tristeza y la
decepción ocupaban su presente.
Llevar una vida justa no era precisamente un seguro contra el infortunio, se sentía
profundamente desgraciado. Pensaba en la inmensa bendición que significa tener un hijo, pero el
niño que Maria ha concebido no era suyo. Finalmente, en su confusión, llegó a decidir: “no quiero
denunciarla públicamente, me separaré en secreto”. Abandonar a María sería lo mejor por cuanto no
perdería la vida a causa de la Ley; y cuando la gente se entere, simplemente José abandonó el hogar.
Otro niño sin padre no es noticia importante en ningún lugar del mundo ni en ninguna época. Con
esta determinación finalizó el día.
Sin embargo, antes de poder conciliar el sueño hizo una oración a Dios pidiendo sabiduría y
paz: “Señor omnipotente ten misericordia de mí, que esto no esté sucediendo, que no sea verdad”.
Hizo un recuento de sus principios y su fe, no podía obrar de esta manera. En estos momentos
influían en José el mundo con la sociedad que al condenar aplastaría su honra; el acusador que
esperaba la denuncia, la muerte de María y con ella la muerte del niño; y su propia naturaleza, su
orgullo lastimado, su amor frustrado. Quería salir de esto sin ser lastimado, lo menos doloroso
posible aún para María que a pesar de todo, la amaba con todo el amor que Dios puso en su corazón
para ella.
Tan grande era el dolor y la incertidumbre de José al conciliar el sueño que el Señor envió a
un ángel que le habló así: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por
esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. María tendrá un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados” . Al
despertar ya no había temor, tenía paz y otra era su decisión, aceptar lo que Dios le ha comunicado.
Ahora, al poner en orden sus pensamientos, entendía que a Dios no le agrada el abandono de un
niño, si esto sucede Él los recoje2; no podría obrar de la manera en que venía pensando, si era en su
honor o gloria, sabía de siempre que esto estaba en manos de Dios3 y no en las suyas.
Este nuevo día al volver José a caminar por el pueblo, su ánimo era diverso, sentía inmensa
alegría porque iba a ser padre, su matrimonio seguía en pie y amó más a María. Sobre todo, en estos
momentos comprendía las profecías en torno al Salvador, el privilegio de tener la responsabilidad
de tener y criar al Hijo de Dios. En su mente veía el cumplimiento de la Escritura en la encarnación
y el nacimiento de este Hijo tantos siglos esperado. Sabía que era el descendiente de la mujer que

*
Este relato hipotético esta basado en los dos primeros capítulos de los Evangelos de Mateo y Lucas. Todas las
referencias se toman de la Biblia en la versión Dios Habla Hoy.
1
Deuteronomio 22:23-24.
2
Salmo 27:10.
3
Salmo 62:7.
un día vendría para destruir las obras del mal4. Las profecías en cuanto al Mesías eran ahora una
señal de Dios, esa primera Navidad vendría al mundo a través de la virgen, el Emanuel 5. El
Redentor de Sión 6 y Gobernante de Israel nacería en Belén7 y le llamaría papá.
A fin de cuentas, ningún padre “natural” es el verdadero padre de ningún hijo. El verdadero
y único Padre es el Señor Todopoderoso8, que da la responsabilidad de criar a sus pequeños obra de
sus manos y bendición del mundo. A través de los ojos de José, de su mente y corazón, la Navidad
era sinónimo de consolación, alegría, esperanza de salvación. Es así como todo hombre debería ver
este acontecimiento y relacionarla con su vida; ¿es tu hijo “natural” el que cuidas? - lo sea o no - es
el Señor el que te ha dado esta tarea y un día darás cuenta por él.
Hay un solo Plan de Dios, invariable desde la eternidad y que incluye la Navidad, el
nacimiento del Salvador; día de profundo amor demostrado por Dios Padre hacia nosotros sus hijos
que creemos en Emanuel. Pero también está en el Plan de Dios que un hombre pueda gozar de un
hijo natural o adoptado, por las circunstancias que fueran ahora te llama “papito” desde lo más
hondo de su corazón y con la necesidad más profunda aún de sentir tu amor, ese amor que Dios
pone en ti, ese amor que puso en José el cual con sufrimiento y renuncia de sí mismo pudo
entender. Aún hay tantos de estos pequeñitos que esperan el cariño de padre, de hogar, de disfrutar
el inmenso amor de la Navidad. Quizás el Señor te está dando la oportunidad de cumplir sus planes
al ser partícipe de la crianza y cuidado de un hijo. Simplemente Él te llama, si no respondes el
privilegio será de otro. José lo sabía, conocía la historia de Ester 9 y si no aceptaba el honor de
participar en este propósito, Dios con toda seguridad bendeciría a otra persona. Él nos ha escogido
para ser padres de “nuestros” hijos.
Después de ese día José ya no volvió a ser el mismo, esperó el cumplimiento del embarazo
de María y luego la primera Navidad. Al fin pudo tener en sus brazos a Jesús, fue inmensamente
feliz. Como no serlo, hasta los ángeles entonaban alabanzas: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz
en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!”. Dios quiso que sea Belén el lugar de la
Navidad. Simeón y los pastores aumentaban la alegría de José y María porque mencionaban que el
niño era el Salvador – “la luz que alumbrará a las naciones”. El momento exigía gozo hasta las
lágrimas, José no contenía tan grande emoción, tan grande amor. Amor que recibía, amor que daba.
La vida nunca está libre de sucesos imprevistos, penosos y hasta tristes; gracias a Dios que
la fuerza, protección y refugio vienen solamente de Él10. José muy pronto tendría que pasar noches
en vela para proteger al Niño del peligro de muerte por la persecusión de Herodes, sentir temor de
las amenazas de Arquelao y saber lo que es angustia cuando se busca a un hijo extraviado. La
experiencia de un verdadero padre la tuvo José, los hombres que lo conocían sabían que él era el
padre11y siempre estuvo presente cuando Jesús - el niño - necesitó del cuidado humano.
José vio la Salvación, nuestra salvación. Aquella Navidad vio el nacimiento del Hombre
Perfecto. Ese amor sigue presente a través de los siglos, uno nunca deja de ser padre para dar
siempre amor y nunca deja de ser hijo porque siempre necesitará recibir amor. Para él y para
nosotros siempre este acto será Navidad, rebosante de amor incondicional. Al final, el recuerdo y la
felicidad de la Navidad alabará al Hijo; la presencia de José tuvo que disminuir hasta ser ignorado
para exaltar a Jesús “el camino, la verdad la vida”12. Sin embargo, por cumplir lo que Dios le
encomendó, ahora goza de un lugar especial en la presencia del Hijo.

4
Génesis 3:15.
5
Isaías 7:14.
6
Isaías 59:20.
7
Miqueas 5:2.
8
Isaías 63:16, 64:8; Malaquías 2:10.
9
Ester 4:14.
10
Salmo 18.
11
Juan 6:42.
12
Juan 14:6.

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